Definitivo 3
Definitivo 3
Definitivo 3
CRISIS Y RENOVACIÓN
DE LA METAFÍSICA
UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
MÁLAGA 1997
ÍNDICE
ADVERTENCIA PREVIA…………………………………………………7
I. Introducción………………………………………………………………9
II. Los síntomas básicos de la crisis de la metafísica…………………12
III. Las raíces medievales de la crisis de la metafísica……………….23
I. Introducción……………………………………………………………...29
II. Causar……………………………………………………………………30
1. Noción común de causa…………………………………………….30
2. Noción aristotélica de causas………………………………………36
3. Noción de causa sui…………………………………………………38
4. El principio de causalidad…………………………………………..40
III. Producir………………………………………………………………….54
IV. Dar ……………………………………………………………………….62
V. Conclusión ………………………………………………………………69
I. Introducción……………………………………………………………..71
II. Identidad-diferencia…………………………………………………….74
III. La relación diferencia-identidad como creación…………………….78
IV. La distinción real como diferencia intrínseca………………………..85
V. El esse y el habens esse………………………………………………90
VI. Corolarios………………………………………………………………100
VII. Conclusión…………………………………………………………….102
VIII. Epílogo………………………………………………………………..102
I. Introducción…………………………………………………………….109
II. La violencia teórica en la modernidad………………………………110
III. Metafísica y violencia…………………………………………………116
I. INTRODUCCIÓN.
1
"Buscando en esto más la intención de los filósofos que la verdad, puesto que procedemos
filosóficamente", De Anima Intellectiva, c. VII, ed. crítica de B. Bazan, Louvain-Paris, 1972, 101.
2
"porque el estudio de la filosofía no tiene por objeto saber qué han pensado los hombres, sino cuál es la
verdad de las cosas", In I De Coelo et Mundo, lect.22, n.8.
3
"Pues es cierto, según la verdad que no puede mentir, que las almas intelectivas se multiplican con la
multiplicación de los cuerpos humanos. Sin embargo, algunos filósofos pensaron lo contrario, y por la vía
de la filosofía parece verdadero lo contrario", De Anima Intellectiva, l.c.
el que filosofe, ha de parecer verdadero lo contrario de lo que enseña
la fe. La razón natural y la fe están, pues, en contradicción.
4
"Por la razón concluyo con necesidad que el entendimiento es numéricamente uno, pero sostengo
firmemente lo opuesto por la fe",(citado por Tomás de Aquino, De Unitate Intellectus, c. V, sub fine).
5
O.c., c. III, 88.
6
O.c., c. VII, 108.
sino a una forma de sabiduría, a la cual sólo impropia y
metafóricamente puede serle aplicado el concepto de crisis: para una
forma de sabiduría cuya existencia sobrepasa los dos milenios, seis
siglos pueden ser computados como un periodo de paso.
9
Cfr. Tomás de Aquino, In I Phys., lect.1, n.7; Summa Theologica I, q.15, a.3 c; q.85, a.3 ad 4.
10
Summa Totius Logicae I,9 (cita tomada de G. Martin, W. von Ockham, Berlin, 1949, 229).
11
F. Bacon, De Dignitate et Augmentis scientiarum, Opera, Berlin, 1665, 76 ss.(cita tomada de
H.Knittermeyer, Der Terminus Traszendental in seiner historischen Entwicklung bis zu Kant, (Dissertation)
Marburg, 1920, 165-166).
sólo una vez, y en forma de adverbio, utiliza la palabra
«trascendente», lo hace en referencia a la verdad y por razón de su
claridad, respecto de la cual no parece caber ninguna duda ni
ignorancia. Pero se cuida mucho de explicar que por verdad entiende la
adecuación de la mente con el objeto, y por objeto, no las cosas que
están fuera de la mente, sino la realidad objetiva de la idea12; por lo
que esa verdad, que es declarada trascendente en razón de su
claridad, no excede de ningún modo el plano objetivo. Más
drásticamente, Hobbes sostiene que la verdad y la falsedad son
propiedades del lenguaje, pero no de las cosas13. Y, para Espinosa, los
trascendentales son ideas máximamente confusas que nada real
añaden a las cosas mismas en ellas consideradas; y así no hay una
verdad trascendental, sino que verdad es sólo la idea verdadera14.
También Berkeley niega la existencia de un orden trascendental, cuya
admisión derivaría de ideas abstractas y de la suposición de una
existencia extramental15. Resumiendo, se puede decir con Clauberg
que, para los modernos, la enseñanza de la metafísica al versar toda
ella sobre cosas trascendentales, o sea, muy generales y abstractas,
no sirve para conseguir los fines de la ciencia, pues cuanto más
generales tanto más confusos y obscuros suelen ser los conceptos16,
mientras que la ciencia moderna exige claridad y distinción.
12
Carta a Mersenne de 16-10-1639, Oeuvres et Lettres, Gallimard, Paris, 1953, 1059.
13
Leviatan I, c.IV.
14
Cfr. Ethica II, pr.40, Sch.; Cogitata Metaphysica I, c. VI.
15
A Treatisse on the Principes of Human Knowledge, §118.
16
"quod omnes scientiae eo jure merito referuntur, ut mens humana ad claros ac distintos rerum
conceptus provehatur. At ea quae in Metaphysicis traduntur, cum trascendentia, id est valde generalia et
abstracta sint omnia, ad ejusmodi finem assequendum non videantur apta esse: quia quo generaliora, eo
magis confusa et obscura esse solent", Opera philosophica, Amsterdam,1691 (Cita tomada de
H.Knittermeyer, o.c., 172).
17
Cfr. KrV, B 113-116; cfr. Fichte, Carta a Appia de 23-6-1804, trad. esp. B. Navarro, México,1963,81 ss.
Adviértase que, para Kant, tanto Dios como el sujeto son noúmenos, es decir, objetos desconocidos.
18
Vom Ich, Schelling Werke, Münchner Jubiläumsdruck (MJ), Bd. I,160-161.
concepto, que es capaz de determinarse a sí misma o darse un
contenido, convirtiéndose en saber absoluto19. Tanto uno como otro
rechazan, pues, el orden trascendental, ya que el saber absoluto no
admite ningún más allá respecto de lo por él sabido.
19
Wissenschaft der Logik, Einleitung, Hegel Werke (HW), Suhrkamp V., 5.Bd.,60-61. Es verdad
que en los idealistas alemanes hay un cierto trascender, pero lo trascendido en ellos es la
representación o con(s)ciencia, es decir, la saturación imaginativa de los conceptos, pero no la
objetividad entera. Lo absoluto es, para ellos, sujeto-objeto, por lo que en verdad no trasciende
el orden objetivo.
20
La presencia en el empirismo de la exigencia de saber absoluto puede sorprender a muchos,
pero no a quien lo conozca bien. Hobbes, por ejemplo, alude a ella en el De principiis et
ratiocinatione geometrarum, Intr., y en el Leviatan I, c. IX. Hume, en el Treatisse of Human
Nature iguala la razón escéptica con la dogmática (I,IV,5), aun reconociendo su oposición. En
cuanto a Kant, cfr. I.Falgueras, Del Saber Absoluto a la Perplejidad. La génesis filosófica del
planteamiento crítico, en "Anuario Filosófico" 15 (l982) 40-50.
de haber eliminado el orden trascendental y haber reducido
tanto el conocimiento como el ser al plano objetivo, pues es ley de la
objetividad que lo sabido (objetivamente) se sepa por entero o, de lo
contrario, nada de ello se sepa.
21
Por lo general, los filósofos «sistemáticos» acuden a la lógica modal y se sirven de las peculiares y
reducidas relaciones de oposición entre los cuatro modos para establecer, mediante su conversión en
predicados de lo real (todo es contingente, todo es necesario, todo es posible), una unificación general del
campo objetivo.
posiciones: ningún objeto es Dios, luego Dios no existe
(ateísmo); Dios es el primer objeto, causa o razón de todos los demás
objetos (racionalismo); Dios es el conjunto total de los objetos
(panteísmo); Dios es el objeto desconocido (agnosticismo). La primera
y cuarta posiciones son bastante coherentes: para nosotros ningún
objeto es Dios, luego, supuesto que todo cuanto es haya de ser objeto,
o bien Dios no existe, o bien nos es desconocido. Más difícil, pues,
parece la posición de quienes sostienen que Dios es o bien
simplemente el objeto primero, o bien el objeto total, es decir, la
posición de los racionalistas y de los idealistas. Precisamente por eso
me voy a detener en la aclaración de las dos posturas intermedias, con
la esperanza de ilustrar así mejor la crisis de la metafísica.
22
Eléments de Theologie, §86,trad.J.Trouillard,Paris,1965,ll2.
23
Ibid., §113, trad. cit., 127.
24
Enarratio in Psalmum 36, n.16, PL 36, 373; Epistola 118, nn. 23 y 24, PL 33, 443-444.
25
De divinis nominibus, c. II, §1 sub fine.
26
Summa Theologica I, q.7, a.1 c; De potentia, q.1, a.2, Sed contra 1.
27
In III Phys.,lectiones 6-11.
28
In De divinis nominibus,c.10,lect.2 y 3.
Además de estos sentidos básicos, admite también Tomás de
Aquino la infinitud del bien, como expresión de la insuperabilidad del
bien divino29, e incluso la infinitud del poder. Pero a diferencia de
Proclo, quien no admite la infinitud de poder como nombre divino,
Tomás deduce del planteamiento de éste, que Dios es el único
infinito30. Este uso substantivo del concepto de infinitud que aparece
con cierta frecuencia en sus obras debe ser entendido, sin embargo,
como un concepto meramente negativo, es decir, como un concepto
relativo de lo infinito31.
39
O.c., n.9, BAC, 170.
lo que no sea Dios será necesariamente finito e imperfecto. La
comparación entre lo infinito y lo finito lleva consigo la descalificación
necesaria de todo lo finito hasta el punto de que Dios mismo se hace
cómplice de la imperfección al crear.
40
Philosophische Briefe über Dogmatismus und Kritizismus, 7. Briefe, Schelling Werke, MJ I, 237-240.
41
Exposición de la Doctrina de la Ciencia de 1804,Conferencia VIII, trad. esp. J. Cruz Cruz, Buenos Aires,
1975, 218.
42
Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, 3. Teil, 2.Abschnitt, A. Erste Abteilung, 2, HW, 20.
Bd., 162-163.
quien la afirma pierde el temor de Dios, ya que, si sólo existe Dios,
nosotros seremos partes o modos suyos, es decir, se caerá en el
panteísmo: seremos Dios, un Dios contracto, si se quiere, pero partes
constitutivas suyas, homogéneas con él. Por otro lado, no sólo quien
afirma lo infinito niega la validez y dignidad de nuestros proyectos, sino
también quien lo recusa, porque si lo infinito no existe y no hay más
que objetos finitos, los límites del objeto (presente) resultarán
infranqueables o absolutos, y nuestra dignidad no podrá ser superior a
la que corresponde a lo finito, es decir, será como la de una cosa entre
cosas.
43
No fueron los ilustrados del XVIII los únicos en seguir esa línea de la «mala síntesis» condenada por
los idealistas. Malebranche y Leibniz, por ejemplo, también lo intentaron, pero en ambos intentos las
criaturas debieron ser desposeídas de importantes atributos metafísicos. En Malebranche, la criatura fue
reducida a pura pasividad: sólo Dios es causa, tanto de las cosas como de las ideas -por eso sólo Dios es
razón universal-, nosotros somos meros receptores de la actividad divina. En Leibniz, como ya dije, la
criatura es metafísicamente mala o imperfecta.
sobre todo por los filósofos modernos, como el objeto infinito44.
44
Es natural que al concebir a Dios como un objeto, aunque sea infinito, sea concebido como homogéneo
con las criaturas y esté sometido, como cualquier otro objeto, a nuestro juicio. Si Dios es objeto, entonces
puedo opinar sobre él: es la consecuencia lógica que muestra en la práctica la pérdida del temor de Dios
entre nuestros contemporáneos. Tanto si por «opinión» se entiende juicio particular de una persona, como
si se entiende por «opinión» saber no fundado, es obvio que no se debe opinar sobre Dios. Dios no es un
tema opinable, como pueden ser la política, la economía, el fútbol o el tiempo. Opinar sobre Dios implica
erigirse en juez de Dios o admitir la validez de cualquier ocurrencia sobre él, sin percatarse de que lo que
pensemos de Dios nos afecta intrínsecamente. Acerca de Dios se puede tener fe o saber, incluso se
puede y debe investigar, pero no se puede dar curso a la opinión.
concepto del hombre y de la vida humana de que tan
estremecedoras muestras se han dado en el presente siglo en las dos
guerras mundiales, pero que todavía sigue alentando genocidios,
masivas eliminaciones de no nacidos, degradación moral y destrucción
física de jóvenes mediante la droga, eliminación eutanásica de
enfermos, inválidos y ancianos, racismos, etc.
45
Entre los extremos citados se sitúan algunos intentos serios de conciliación de razón y fe, como los de
Malebranche y Leibniz. Para Malebranche, la guía teórica del hombre es la razón y la guía religioso-
práctica es la fe revelada. La fe debe servir a la razón como la experiencia sirve a los físicos: los que
estudian la Física no razonan jamás contra la experiencia, pero tampoco concluyen nunca por la
experiencia contra la razón (cfr. Entretiens, XIV). Pero la razón de fondo por la que ambos saberes
pueden armonizarse estriba en que uno y otro son revelaciones: no sólo la fe es revelación, también lo es
lo que sabemos por la razón. La verdad nos habla de dos maneras fundamentales: habla a los filósofos
en lo más íntimo de ellos mismos, habla a los cristianos a través de la Iglesia (Entretiens, VI). Y todo es
revelación, porque nuestro intelecto es puramente pasivo y ha de recibir de Dios todo cuanto pueda
saber. La armonía se basa, pues, en la impotencia del entendimiento humano.
I. INTRODUCCIÓN.
46
Agustín de Hipona lo introduce en el «trascende et teipsum» (De Vera Religione 39, 72)) que es la clave
de su método filosófico, y muestra su carácter claramente donal cuando exige amar la verdad más que a
sí mismo (De mendacio 7, 10). Tomás de Aquino también incorpora metódicamente el dar, cuando
concibe el ejercicio de la filosofía como un obsequio (Super 1ª ad Corintios, c1, lect. 3), y cuando utiliza
argumentos de conveniencia o congruencia. Pero tanto uno como otro sólo tematizan el dar al hablar de
Dios.
a la inversa que antiguos y medievales, el causar con el
producir, y desarrollando en consecuencia filosofías de la acción. El
propósito de este capítulo es mostrar que filosóficamente causar,
producir y dar son actividades completamente diferentes y distintas47
entre sí, que corresponden a realidades diferentes y que se jerarquizan
realmente en orden inverso al propuesto por mí en el título de este
capítulo, en lo que va implícito el propósito de fondo de señalar un
camino real para la renovación de la metafísica.
II. CAUSAR.
47
Causar es diferente del producir, en cambio producir es distinto del causar (pues lo hace suyo), y
ambos diferentes del dar. Por su parte, el dar es distinto del causar y del producir, pero no diferente de
ellos, pues como se verá los puede hacer suyos. Adviértase, por lo demás, que si utilizo los infinitivos
«causar», «producir», «dar» con preferencia a los de «causa», «producción» y «don» es para invitar a
concentrar la atención de la inteligencia en la realidad activa que corresponde a esos substantivos.
48
Tratado de la naturaleza humana, libro I, Parte III, Sección II, trad. esp. F. Duque, Editora Nacional,
Madrid, 1977, 178 ss.
49
El concepto de causa en Kant es muy complejo y no unitario ni coherente. En términos generalísimos
Kant entiende por causa la condición de lo que sucede (“die Bedingung von dem, was geschieht”) y
distingue entre la causa incondicionada en la apariencia o causa libre, y la causa condicionada o causa
natural (KrV A 419, B 447; cfr. A 532 ss. B 560 ss). La noción de causa libre parece corresponder a la
noción de causa como facultad (A 549, B 577) e implica: a) que la causalidad de la razón no comienza en
un tiempo determinado; 2) que es capaz de iniciar por sí misma una serie de determinaciones, o sea, que
es una acción originaria que produce una novedad absoluta o, también, que es una causa eficiente de sus
actos y objetos (A 550-558, B 578-586; cfr. A 317, B 374 y A 543-548, B 571-576). La noción de causa
natural es la que corresponde a la categoría llamada causa, que es una síntesis o relación (A 90, B 122)
que sirve de principio de determinación de todo cuanto sucede en el tiempo (B 163) y que se funda
enteramente en el entendimiento (A 91, B 123). De acuerdo con esta ley natural del entendimiento, todo
fenómeno tiene una causa (principio de causalidad), según la cual todos los sucesos se hallan
empíricamente determinados en un orden natural, ya que toda causa tiene su causa entre los fenómenos
(A 542, B 571). Este sentido de la causalidad es fundamento de la experiencia posible (A 200-210, B 246-
256). A estos dos sentidos reconocidos directamente por Kant se suma un tercero aludido sólo por él: el
de causa de los datos sensibles (que ni es la libertad humana, ni se funda en el entendimiento). Kant
alude a él al hacer de la sensibilidad una capacidad de ser afectado por objetos o una recepción de datos
(A 19, B 33); también al definir la percepción (o representación con conciencia) como una modificación del
estado del sujeto (A 320, B 377) y, por ejemplo, al hablar de la magnitud intensiva, que él define como el
grado de influencia de la sensación sobre el sentido (A 166, B 208). La realidad en el fenómeno puede ser
considerada como causa, por lo que se llama momento al grado de realidad como causa. Esa realidad es
la magnitud intensiva (A 167-171, B 209-213). A este tercer sentido se refería el punto central de la crítica
de Schulze, en su obra Aenesidemus, contra la KrV, que desencadenó la filosofía de Fichte.
activamente se la denomina causa, y a la modificación inducida
en la otra realidad, efecto. En su pormenorizado análisis del concepto
de causalidad, señaló Hume cuatro condiciones para que algo pueda
ser considerado causa: que tenga una relación con otro, que haya
contigüidad entre las realidades relacionadas, que se dé una
antecedencia temporal de lo que se denomina causa sobre lo que se
denomina efecto, y que exista un nexo necesario50 entre lo
determinado y lo determinante. Pienso que el esquema de Hume
puede ser útil para examinar el concepto científico de causa: relación
espacio-temporal entre dos o más realidades físicas de las que una
determina cierta modificación o modificaciones en la otra.
50
Éste es el punto de discordancia entre Kant y Hume, pues la necesidad para aquél no puede derivar de
la experiencia (B 5), sin embargo Kant admite como características de la causalidad el nexo (a priori) (B
201 nota); en cuanto a la contigüidad, Kant admite que la mayoría de las causas eficientes que
encontramos en la naturaleza coexisten con sus efectos, son simultáneos con ellos (A 202-203, B 247-
248); asimismo, la sucesión temporal es considerada como elemento esencial del concepto de causa, que
es el de una síntesis temporal (A 90, B 122). Esta secuencia temporal o sucesión de lo diverso es la
entraña misma del esquema imaginativo correspondiente a la causalidad (A 144, B 183), por lo que Kant
considera que el único criterio empírico para reconocer al efecto y a la causa es la precedencia temporal
de la causa respecto del efecto (A 203-204; B 249).
51
La interpretación del experimento de Aspect, ha llevado a formular el principio de no separabilidad y a
negar la realidad física del espacio (B. d’ Espagnat, En busca de lo real, trad. T. Fernández, M. Ferrero,
J.A. López, Madrid, 1983, 72), o sea, a una formulación nueva del principio «actio in distans non datur.».
Aunque la no separabilidad es presentada como la afirmación de la existencia de acción a distancia (p. 65
ss.), el autor va más allá de esta afirmación y sostiene que la separación o distancia no existe en la
realidad, por eso digo que es una nueva formulación del principio «actio in distans non datur»: si no existe
la distancia, no cabe acción a distancia. No se trata de que la acción no pueda salvar la distancia, sino de
que ésta no existe. Sin embargo, el principio de no separabilidad sólo establece en verdad la no influencia
del espacio para la interacción entre las partículas (electrones), no su anulación, dado que el experimento
de Aspect se funda precisamente en la separación espacial. Si no se hubiera introducido
experimentalmente la separación, no podría concluirse que no es significativa para la interacción de las
partículas. Concluir que el espacio no es real precisamente tomando en consideración un experimento
que separa espacialmente, no es coherente. Si se admite la acción a distancia, no se puede negar la
distancia. Por eso, a mi juicio, el experimento de Aspect establecería, más bien, que toda separación
espacial es insignificante (o mínima) para la interacción de las partículas, las cuales se comportan de
modo similar a distancia (es decir, separadas), y en este sentido considero la no separabilidad como una
formulación de la contigüidad de las influencias, más que como una demostración de la idealidad del
espacio.
relación causal que ella condiciona puede ser interferida o
impedida por factores externos; por ser separación mínima, se entiende
que la acción causal por ella condicionada recae directamente sobre el
paciente y actúa sobre él en virtud de sí misma. Es una aproximación a
lo que los medievales entendían cuando sostenían que no hay acción a
distancia (actio in distans non datur).
lo ilimitado o indefinido o informe; pero entonces, al existir una de ellas, excluye la existencia de otra
limitada opuesta, por lo que ha de pagar su prevalencia con la vuelta, según el tiempo, a lo indefinido.
Todo nace de y se resuelve en lo informe. Todo lo que nace de lo informe constituye un proceso temporal
cuya parcialidad se salda en su justa muerte o resolución en lo informe. Si nacer fuera una ganancia,
estaría perfectamente equilibrada con el morir. Lo informe es principio como causa de un equilibrio en el
que todo lo formado ha de perecer: no hay ganancia ni pérdida, sino mera sucesión temporal. Lo informe
es principio como aquello de donde sale y adonde retorna lo temporal.
53
Para Anaxágoras todo está en todo. En Anáxagoras las formas no se excluyen, antes bien se incluyen
o requieren todas. La situación inicial es, pues, el caos, el no ser nada determinado, la indeterminación.
De esa indeterminación como caos se sale gracias a la actividad del nous, el cual iniciando el movimiento
introduce diferenciaciones y determinaciones por preponderancia entre las formas. Las formas no
proceden del nous, tan sólo su diferenciación y ordenación. El orden es separación por preponderancia y
armonización de éstas. El orden introduce, pues, la contigüidad y la difusividad entre el no ente y el ente
(el pelo sale del no pelo por movimiento ordenado desde el nous).
54
En Demócrito aparte de los elementos (átomo y vacío), el único principio que rige su universo es el
principio de lo igual hacia lo igual. Este principio debe explicar a la vez la separación de las cosas (al
tender las iguales hacia las iguales se separan de las desiguales), y su reunión en compuestos afines.
Pero considerado en sí mismo, éste es un principio de homogeneización, que en física es un principio
generador de entropía, es un principio de confusión, no de distinción.
55
La mónada, dice Proclo, en función de principio engendra la multiplicidad (Éléments de Théologie, trad.
J. Trouillard, Aubier Montaigne, Paris, 1965, nº 21, p.73). Si eso fuera verdad, la multiplicidad debería
estar precontenida en su causa, y por tanto, lo uno no sería en sí mismo uno, sino múltiple. Para que lo
uno pueda ser causa de lo múltiple sin contaminarse de multiplicidad, ha de existir junto a él lo «otro», la
materia informe en la que se vierta la difusividad del uno, pero que gracias a ésta adquiere la forma de
uni-pluralidad. En el orden del movimiento esta mediación de lo «otro» tiene como equivalente (mutatis
mutandis) al automovimiente que está entre lo inmóvil y lo movido por otro (n.14, p.70).
una pérdida necesaria de orden y diferenciación, progresiva
según el tiempo, y de acuerdo con la cual el universo físico tendería al
caos, o situación de pura contigüidad espacial homogénea en la que
todo será igual a todo y ninguna difusividad o intercambio energético
será posible, es decir: tendería a la «muerte térmica».
56
Metaph. I, 9 991 a 9-12, trad. V. García Yebra, Madrid, 1970, 68.
57
Contra gentes III, c.6.
58
La noción de efectividad está terminológicamente relacionada con la de efecto, y ésta a su vez con la
de causa eficiente. La modernidad ha insistido sobremanera en reducir toda causalidad a causalidad
eficiente. Ciertamente las ideas en cuanto que meramente pensadas no inician ningún cambio o
movimiento físico. Pero, la diferencia entre las ideas pensadas y la realidad no estriba sólo en la eficiencia
de lo real y la ineficiencia de aquéllas, sino en la ausencia de toda causalidad física por parte de las ideas.
La inercia histórica ha primado a la causa eficiente sobre las demás, simplemente por el hecho de
denominar «efecto» a todo cuanto determina una causa, sea final, eficiente, formal o material. Eso me
parece equivocado. Por lo mismo, de momento he sugerido entender la efectividad como influjo físico, y,
al final de esta parte, por la de concausalidad parcial.
efectivo no es sino la primera manifestación real de la causa, y la
efectividad es la eficacia propia o vigencia diferencial de la causa real.
Siendo, pues, la efectividad la manifestación primera, mínima o
diferencial, que sirve de demarcación a la causalidad real en cuanto
que real, tiene pleno sentido que se la considere como la forma primera
y más baja de la causalidad.
59
Metaph. I, 3 983 a-b.
60
Que es el tema propio de la Física, Phys. I, 184 b 25 - 185 a 12-14.
61
Phys. II, 3 194 b 20-22.
de lo real que están en las cosas mismas, y desde las que
proceden éstas. Las causas del movimiento son su explicación real y
total. Lo curioso es que una de las causas, la final, es por completo
extrínseca al movimiento. El dios aristotélico es causa final de todo
movimiento, pero es inmóvil y, en esa medida, exterior al mundo
natural o physis. Ello implica que su efectividad acompañe al
movimiento, pero no pertenezca a él, de manera que hemos de deducir
que el movimiento supone alguna otra actividad superior y externa, es
decir, que él no es la realidad suprema, pero depende de ella. Esta
concepción del movimiento como realidad inferior, jerarquiza también a
sus causas o principios, por lo que aunque todas ellas se conjuguen
para explicar al movimiento, unas son superiores a las otras, no están
todas a la misma altura ontológica. La causa final es inmóvil. La
eficiente es causa del inicio del movimiento, que en su caso es perfecto
(astros inteligentes), es decir, en el que no hay distinción entre móvil y
movimiento. Las causas material y formal son las causas propias del
movimiento imperfecto en cuanto que movimiento (causa formal) y en
cuanto que imperfecto (causa material), es decir, son las causas de
aquel movimiento en el que se distinguen móvil y movimiento, y en
concreto son las causas intrínsecas del móvil.
Según esto, las cuatro causas sólo lo serían a la par del
movimiento imperfecto, mientras que el movimiento perfecto sólo
tendría como causa extrínseca al fin y como causa intrínseca a la
eficiente, que es la razón de su movimiento perfecto, así como al éter.
Parece, pues, que habría que distinguir entre la causalidad y la
efectividad. La causa final tiene sólo efectividad ad extra, pero en sí
misma ni es causa ni tiene efectividad. La causa eficiente es causa ad
intra del propio movimiento y ejerce una efectividad ad extra, a saber,
en los movimientos inferiores. Las causas formal y material son sólo
causas ad intra y no tienen ninguna efectividad ad extra, más que -en
todo caso- a través de los accidentes (lo que concuerda con la
concepción del movimiento como accidente de la substancia, y supone
una distracción de la atención debida al movimiento).
Lo dicho implica que las cuatro causas no son causas
independientes ni tampoco singulares, sino concausas, causas
conjuntas o, dicho con otro giro, cuatro sentidos de la concausalidad
que tiene como término de referencia únicamente al movimiento
imperfecto. Esta peculiaridad viene confirmada de modo esclarecedor
por la doctrina aristotélica de la jerarquía causal. Según dicha doctrina,
la causa final es la primera y más alta de las cuatro, de manera que en
cierto sentido puede ser llamada causa de las otras causas. Digo «en
cierto sentido», porque si bien las otras causas no son enteramente
efectos de la causa final, pues su causalidad no es generada, sino
requerida por el fin, no obstante son puestas en marcha o activadas
desde la finalidad: la causa final es primera, pero no única, es superior,
pero no suficiente.
4. El principio de causalidad.
62
De fato, XV.
63
Cfr. Cap. III, nota X de este libro.
objetiva, es decir, meramente pensada. El principio de no
contradicción ha sido pensado y enunciado como exclusión de la
afirmación y de la negación al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto,
es decir, de nuevo en referencia a la mismidad. Por su parte, el
principio de causalidad ha sido enunciado como “todo efecto tiene
causa”, o como “todo cuanto existe tiene una razón suficiente”. El
segundo enunciado es claramente lógico (no real), porque habla de
razón (no de causa) y supone que la razón suficiente de todo debe ser
la posibilidad o pensabilidad, como estado absolutamente anterior a
toda existencia64. El primero, o bien no declara otra cosa que la mutua
referencia de los conceptos de efecto y causa, lo que todavía no
excede del pensamiento lógico65, o bien sobreentiende que el efecto es
un ente y la causa otro ente, y así se cree estar enunciando una
relación real; o bien se entiende como “todo fenómeno tiene causa”,
variante claramente subjetiva del principio de causalidad66. Pero el
principio de causalidad no debe suponer ni al efecto ni a la causa, de lo
contrario no sería un primer principio: se reduciría a una mera relación
entre entes, a un accidente de dos substancias, tal como ocurre en el
pensamiento antiguo-medieval. Si fuera enfocado como un primer
principio, habría de entenderse que no existe esa relación ni es
sobrevenida al efecto y a la causa como entes, sino que el efecto y la
causa son puestos por el principio real de causalidad, no por cierto
como entes (lo que multiplicaría al infinito el proceso67), sino como la
propia actividad causal.
64
El carácter lógico de este principio queda de manifiesto por cuanto que se lo considera como una
proposición, hasta el punto de que en la modernidad con frecuencia la causa y el efecto son considerados
como proposiciones.
65
Si efecto es lo producido por una causa, y causa es lo que produce un efecto, el principio de causalidad
enunciado como “todo efecto tiene causa, y toda causa tiene efecto” resulta tautológico, y por lo mismo
meramente lógico.
66
Por lo que sé, Kant es el primero que lo enuncia así (KrV A 542 ,B 571), y, como es sabido, se trata de
una ley o regla a priori del cognoscente. El propio término «fenómeno» es una restricción del sentido real
del efecto al de apariencia ante un sujeto. La causalidad es entendida por él como una síntesis o relación
lógica. Este sentido kantiano enlaza con el cartesiano-leibniziano de razón, y sirve de mediación para
otros posteriores. En última instancia la interpretación de la ciencia como conjunto de convenciones útiles
entre los científicos tiene sus orígenes en la subjetivización del concepto de causalidad.
67
Si la causa fuera puesta como ente por el principio de causalidad, entonces exigiría, por un lado , que el
principio de causalidad fuera un ente, pero entonces la causalidad no sería un principio, sino un accidente
de un ente. Por otro lado, la causa puesta por un ente constituído por el principio de causalidad, no sería
un ente, sino un accidente del principio de causalidad como ente. Con mayor razón aún lo dicho se podría
aplicar al efecto.
sar68 y nada puede ser anterior a la causa sui, de la que ha de
decirse que pretende expresar un principio o comienzo absolutos69.
Espinosa ha sido, pues, quien más se ha acercado a una formulación
de la causalidad como primer principio real, sin que esto signifique que
alcanzara a hacerlo.
Desde luego, una causalidad trascendente ha de ser una
causalidad pura, tal como he expuesto al resumir el pensamiento
espinosiano. Pero del esfuerzo de Espinosa lo que se deduce es que el
efecto y la causa puros deben coincidir por completo. Si eso es así,
entonces no es congruente diferenciarlos. La causalidad pura no se
diferencia realmente de la efectividad pura. No sólo es que sean
inseparables (lo que supone diferencia), sino que no son diferentes.
Explicaré algo más mi propuesta, en forma de corolarios a los axiomas
y teoremas expuestos más arriba.
Corolario 1: La distinción causa pura - efecto puro no puede
ser una distinción según el tiempo, en virtud del Teorema 3.
Ni tampoco puede fundarse esa distinción en un transitar de
la actividad de la causa al efecto, ya que, en virtud del
Teorema 2, los dos llegan a ser a la vez, pero el transitar
supondría la antecedencia temporal al menos de la causa.
Corolario 2: La causa y el efecto puros no sólo son
inseparables, como se sigue de los Teoremas 2, 3 y 4, sino
indiscernibles: pues la causa ha de ser toda ella causa y el
efecto todo y sólo efecto, a la vez y de modo que todo lo que
haya en el efecto esté en la causa y todo lo que haya en la
causa esté en el efecto (Teorema 6). Cualquier diferencia
entre ambos sería puramente extrínseca y añadida a ellos
mismos, que dejarían así de ser puros. La noción de causa
sui, entendida congruentemente, lleva a una noción
indiscernible de causa - efecto.
Corolario 3: La única distinción entre la causa y el efecto que
vige en la causa sui de Espinosa es que la causa es única y
el efecto es plural (Teorema 7). En lo que va implícito que la
noción de efecto puro es intrínsecamente plural. Ahora bien,
si la única diferencia existente entre causa y efecto puros es
la que existe entre un uno único y un todo plural, siendo ese
uno y ese todo plenamente coincidentes, sería más
congruente entender que el Uno-todo es realmente
causalidad plural. Es decir, realmente la actividad causal es
una, pero con unidad intrínsecamente plural.
Corolario 4: La causalidad pura no será entonces causa de,
sino causa con. No es causa de, porque el efecto no se
diferencia de ella; pero es causa con, porque al coincidir con
el efecto esa causalidad ha de ser plural. No existe
causalidad real, sino concausalidad real.
68
Et. I, Prop. XXXVI.
69
El comienzo puro no puede ser pensado congruentemente, pues para que pueda ser comienzo real ha
de ser anterior al propio pensar. Por eso Espinosa pone su conocimiento en la Natura naturata, como el
modo infinito inmediato del atributo pensamiento (o idea de Dios), con los problemas que ello comporta
(Cfr. I. Falgueras, La ‘res cogitans’ en Espinosa, Pamplona, 1976, c. V).
Corolario 5: La causalidad pura no podrá ser, entonces, un
acto potencial, sino una pluralidad potencial activa. Su
intrínseca concausalidad exige potencialidad, dado que la
potencia es concomitante y, al menos jerárquicamente,
posterior al acto, y en consecuencia será un principio
acompañante y referencial. Sin embargo, no será una
potencialidad pasiva, sino activa, de lo contrario no sería
concausa, sino sólo y mero efecto (pasivo).
70
Téngase en cuenta que la noesis noeseos no es en sí misma causalidad alguna. Si llega a serlo se
debe a la contemplación ejercida por las inteligencias celestes. La causa final lo es para el movimiento de
los astros, no para Dios.
71
Quiero hacer notar que el término mismo de efecto remite nocionalmente a la causa eficiente, por lo
que una tetracausalidad, de la que la causalidad eficiente es sólo un momento integrante, no puede tener
ningún efecto, sino que ha de ser una potencialidad activa plural y ordenada. Si Aristóteles concibe las
cuatro causas como causas del cambio, es sólo porque reduce el movimiento a accidente de la
substancia o a acto de un ente.
El movimiento no es, desde luego, substancia (entelequia), sino
acto (enérgeia). Pero es acto potencial en cuanto que potencial, por lo
que tampoco podrá ser puro en el sentido de sin potencia. Sin
embargo, siendo acto potencial, se puede llamar movimiento puro o
trascendental, tal como sugiere mi maestro Leonardo Polo72, al
movimiento que no cesa ni es seguido, sino que es sólo movimiento.
Un movimiento que cesa deja de serlo, se contradice realmente, no
sólo en mi pensamiento. Quizá, como piensa Aristóteles, su cese sea la
adquisición de una perfección accidental para una substancia, pero en
ese caso el movimiento que se considera es un movimiento de y para
otra cosa que el movimiento, no es movimiento puro. Pero, además, el
movimiento puro no puede ser seguido ni por otro movimiento ni por
nada. Si es seguido o bien es porque cesa, caso que ya hemos
considerado, o bien porque, sin cesar, causa otro movimiento (caso del
movimiento de los astros, según Aristóteles). Pero el movimiento puro
es sola e íntegramente movimiento; si causara transitando, su fieri
habría de convertirse en un factum o, al menos, en el fieri de un
factum73: habría de tener más potencia que acto y éste dejaría de ser
puro fieri, pasando a ser otra realidad, inferior, por cierto, al movimiento
puro, ya que habría de ser de y para un móvil74.
72
Cfr. L. POLO, El acceso al ser, 58-59, y El ser I, 71 ss.
73
Si su causar transitara íntegramente al efecto, el movimiento cesaría y se convertiría en un pasado que
pasó y que ha sido seguido por otro movimiento, que, si es otro, se deberá no a su carácter de
movimiento, sino a que es de otro. Si su causar no transitara íntegramente al efecto, sino sólo en la
medida en que el efecto va llegando a ser, el movimiento sería siempre un movimiento del efecto. En
ambos casos el movimiento-causa quedaría inmovilizado.
74
La noción de «móvil» implica un movimiento puramente potencial, mientras que la de movimiento puro
implica la de un acto que es originalmente acto-potencial.
acto. Dicho de otro modo, comenzar pura y absolutamente
implica que la potencia del movimiento no le sobreviene (accidente) a
su acto, sino que es tan original como él. Sólo así su ser se ejercerá
íntegramente como fieri. Por otro lado, el movimiento comienza pura y
absolutamente en cuanto que no tiene causa. Si tuviera causa, el
movimiento no sería comienzo absoluto, sino la continuación de la
causalidad de la causa: lo que equivaldría a decir que la potencia sería
anterior al acto del movimiento. Pero no tiene sentido hablar de una
potencia que anteceda al acto del movimiento puro, ya que entonces
antes que el movimiento puro existiría su potencia, la cual debería estar
adscrita a un acto, de cuyo fieri (causal o no) saldría el movimiento.
Pero poner un fieri (movimiento) antes del fieri puro es una pura
incongruencia. El ser o movimiento puro es incausado75 e incausante.
Hegel anduvo cerca de esta noción del ser del mundo, cuando
pensó el ser como comienzo absoluto o puro, pero se equivocó al
considerarlo como elemento del pensar, y al separarlo del movimiento
puro, al que también confundió con la reflexión del pensar. El
movimiento real no puede ser reflexivo, porque para ello tendría que
estar acabado, es decir, cesar o ser seguido. El comienzo puro no
puede ser la objetividad indeterminada o elemento del pensar, porque
si no tiene antecedente alguno se debe a que es acto potencial prístino
e irreferente al pensamiento. El comienzo puro hegeliano es pensado
por Hegel, y es antecedido, por tanto, por el pensamiento de Hegel.
Hegel cree pensarlo sin antecedente, pero pensarlo es antecederlo.
75
Mi maestro dice de Dios que es incausado (El ser I), lo que puede crear cierta confusión, porque
también el ser del mundo es incausado. Cuando se dice de Dios, ser incausado quiere decir carecer de
todo comienzo, o lo que es igual, ser absolutamente eterno. Cuando se dice del movimiento puro o ser del
mundo, ser incausado quiere decir que tiene un comienzo absoluto o puro.
76
Ése es el nombre y la descripción de la realidad propuesta por mi maestro, Leonardo Polo, como clave
de bóveda de la metafísica.
En cambio, el fieri de que hablo aquí es puro fieri y, como tal, no
pensado, sino conocido como real. El comienzo de que hablo aquí es
persistencia real, no proceso alguno pensado. En la medida en que
fuera pensado estaría acabado, no persistiría. En cuanto que persiste
lo puedo conocer, pero no objetivar o pensar. Todo mi esfuerzo por
detectar un movimiento y un causar puros no nace de la reflexión
(actividad de negar), sino de una búsqueda de la realidad del
movimiento y del causar que en vez de objetivarlo (lo que es tanto
como referirlo al pensar), procura conocerlo tal cual es, superando los
límites del pensar, o sea, ejerciendo la inteligencia de modo
trascendente, o, lo que es igual, abandonando el límite del pensar.
77
Entiendo la definición aristótelica del movimiento de manera que no haya en él dependencia de nada
quieto, es decir, de alguna substancia. Si se desliga de su carácter adjetivo y se considera puramente, el
movimiento es el acto de una potencia en cuanto que está en potencia, no el acto de un ente en potencia,
es decir, el acto de un acto que está en potencia. Al suprimir la referencia al ente, acto y potencia
coagulan en un acto potencial tal que en él ni el acto es anterior (temporalmente) a la potencia, ni la
potencia es anterior (temporalmente) al acto. Sin ser idénticos, ambos son uno intrínsecamente como
movimiento. Esto implica que en el movimiento puro ni el acto excede activamente de la potencia ni la
potencia excede potencialmente del acto. El ajuste perfecto entre potencia y acto no implica su identidad,
sino sólo el perfecto ajuste de una unidad no idéntica.
78
Con el término «irrepetición» no pretendo excluir más que la multiplicación del acto y de la potencia del
ser, en modo alguno pretendo decir que el ser del mundo sea único con exclusión de toda otra realidad, y
por consiguiente con inclusión de todo en él, o lo que es equivalente, pensarlo como un «todo» absoluto;
pero todavía menos quiero sugerir que potencia y acto se identifiquen en él.
pluralidad, lo que implica una multiplicación o una diversificación de
potencias y actos. Precisamente esa diversificación implica la
antecedencia (en la concausalidad) de las potencias sobre los actos, y
su diferencia con el ser mundano, en el que la potencia no antecede al
acto, sino que es originalmente una con él. Las cuatro causas son
concausas, es decir, una diversificación potencial con una actividad
compartida, en la que las potencias son anteriores a la actividad
compartida. Eso es lo que entiendo por potencias activas, a diferencia
del acto-potencial. Pero con esto queda sólo planteado el ámbito de la
concausalidad. En lo que sigue intentaré llevar algo más adelante este
esbozo realista de las causas puras.
79
Hegel que pretende también una autogeneración del sujeto-objeto absoluto, la pospone para el final, de
manera más coherente que Schelling o Fichte, quienes ponían la autogeneración al comienzo. Una
autogeneración no es comienzo de nada, ni puede comenzar. Si ha de admitirse una autogénesis,
entonces ha de ser un proceso absoluto que desemboque en un término final absoluto.
80
Redundar viene del verbo latino «redundo», compuesto de «re(d)» y «undo», que significa agitarse,
ondear, o sea, el ir y venir de las olas, el salirse de sus límites y sobrar del agua en agitación.
cia del principio real de causalidad y la difusividad del Uno-Bien
neoplatónica, la cual como es sabido es interpretada como un causar
sobrante, una e-manación, pero ya quedó aclarado que el esse
mundano no es un ex respecto de nada. Redundar no es transitar,
nada sale del ser al redundar, por eso el ser no es un ex. El redundar
es un «con», procede del ser (ab esse), pero sin llevarse nada de él, el
redundar no gasta ni extingue a su fuente, tan sólo multiplica su unidad
cabe él.
Precisamente esa indicación de agitación sobrante es la que aprovecho al afirmar que el ser redunda:
como agitación es movimiento, pero no es el movimiento puro sino su sobrar, su extravasamiento.
81
La esencia del mundo no es directamente referente a Dios, sino al ser del mundo, y sólo a través de
éste remite a Dios.
y, en la medida en que acompaña, no lleva la voz cantante, o lo
que es igual no lo iguala en altura y dignidad, pero en la medida en que
se refiere intrínseca y activamente al ser mundano tiende a ser uno con
la unidad del ser, tiende a igualar su perfección.
82
Utilizo aquí esta fórmula de Zubiri, porque me parece adecuada para describir el dar del mundo, que no
es un darse (personal), sino más bien una fecundidad adicional. Dar de sí sugiere un ceder o estirarse, es
decir, un desplegarse en dones que crecen, pero que no repercuten en el ser mundano, que no tienen
feed back intrínseco, sino que transitan con pérdida de altura.
causalidad en la medida en que es la redundancia83 del ser
activo-potencialmente uno, ofrece una unidad correlativa entre las
causas. Esta unidad es cierta unidad de orden (el orden no existe sin
pluralidad ni sin referencia mutua de los diversos). El orden no puro, o
jerárquico, es decir, el orden que se distingue de los ordenados, es
siempre condicionado: viene impuesto por lo primero en jerarquía, en la
medida en que una actividad se subordina o despliega a algo superior.
El más alto grado de la concausalidad es la tetracausalidad. La
concausalidad de las cuatro causas no cesa, porque las cuatro causas
están ordenadas jerárquicamente. La referencia a lo superior mantiene
incesantemente unidos a los ordenados, precisamente en cuanto que
no se igualan a lo superior, pero lo intentan, es decir, porque su
diversidad de potencias activas no alcanza la altura en unidad del ser
(acto-potencial). Diversidad causal y orden jerárquico unidos es lo que
expresan las cuatro causas aristotélicas. Estas causas son relativas: el
primer fruto o redundancia es la causa material, pero también es el que
más se aleja de la unidad y perfección del ser mundano. La causa
material no es pasividad alguna, sino potencialidad activa, pero no
tiene sentido alguno suelta o separada. Por ser la primera y máxima
diferencia con el ser, su potencialidad es la mayor posible y su
actividad la menor posible, de ahí que ella sola no analice realmente la
unidad activo-potencial del ser, y requiera del concurso de otras
causas. La entraña activa de la multiplicación, o del «re» del redundar
es la causalidad material. Pero la tendencia a igualar la perfección del
ser es tan intrínseca y primera como la propia causa material, que no
sería don o potencialidad activa ninguna si no tendiera a igualar a
aquél, pero esta tendencia en sí misma no es la causa material
(actividad de alejarse de la unidad del ser), sino la causa final (actividad
de acercarse a la unidad del ser). Sin esta actividad de acercarse no
habría propiamente acompañamiento alguno. La entraña activa del
«con» o acompañamiento es la causalidad final. Pero si no hubiera
alejamiento alguno tampoco tendría sentido el acercamiento. Causas
material y final se requieren mutuamente para desplegar realmente la
riqueza del ser. Y entre ellas, por ser máxima su tensión, es decir,
contrarias sus aportaciones donales, son precisas otras dos causas,
una que inicia el acercamiento de la causa material (desde la causa
final) y otra que lo realiza: son las causas eficiente y formal. Las cuatro
causas son mutuamente relativas y concurren en un único despliegue
real de la redundancia o riqueza del ser.
83
El «re-» de redundar sugiere una multiplicación intrínseca.
ción intrínseca a la redundancia, hace que la unidad potencial
activa de las cuatro causas sea analíticamente insuficiente respecto de
la dimensión inagotable de la redundancia de la persistencia. La
concausalidad cuádruple es unitaria y ordenada, pero, al ser sólo
cuatro y no cesar, no despliega suficientemente la inagotabilidad de la
redundancia: son necesarias ilimitadas concausalidades para analizarla
real y suficientemente. En este sentido digo que la tetraconcausalidad
no cesa, pero ha de ser seguida..
84
Incluso la ciencia actual intenta marginar el concepto de cosa y lo substituye o bien por el de energía
(Einstein) o por el de propiedades reales (de nadie) (cfr. B. d’ Espagnat, o.c., 115-116). Como, no
obstante, no pueden abandonar la objetividad siguen hablando de propiedades-de. La propuesta de mi
maestro y mía es la de olvidar la noción de soporte o sujeto substancial, y reconocer .la realidad física
como actividad plural.
Pues bien, la esencia del mundo no es sino ese incesante y
múltiple concausar en que se despliega el rendimiento del ser del
mundo. El principio de causalidad es la esencia real del mundo. Pero
entonces ¿en qué sentido, si es inferior al ser del mundo y se le añade
connaturalmente, cabe considerar a la concausalidad como un
principio? Por ser inferior al ser del mundo, la causalidad no es un
principio trascendental. Pero no deja de ser un primer principio, ya que
al ser diferente del movimiento puro, sólo ella genera la pluralidad
ilimitada de frutos en que redunda el ser. Para ser exacto, yo considero
al principio de causalidad un principio trascendente. ¿Cómo podrá ser
trascendente, si coincide con la esencia del mundo, la cual incluye
concausalidades predicamentales? La noción de trascendente que
utilizo aquí está tomada en sentido estricto, y es ciertamente relativa a
lo trascendido: es trascendente por referencia a un trascendido. El
principio de causalidad es trascendente como tetracausalidad y para
poder serlo requiere de las ilimitadas concausalidades parciales a las
que funda. Pero debe advertirse que si las concausalidades parciales
son cesantes y seguidas por otras concausalidades parciales, no hay
sin embargo tras de ellas otro tipo de causalidades. En su conjunto
inagotable no son seguidas, y en cuanto que ordenadas (por la
tetracausalidad) no cesan. Su conjunto inacabado (universo) trasciende
de cada una de ellas. El principio de causalidad es trascendente en
cuanto que rige y ordena a la unidad del ser toda la inacabable serie de
las concausalidades parciales. No es trascendente respecto del ser ni
de ninguna otra cosa, sino sólo respecto de las concausalidades
parciales en que se analiza realmente la inagotabilidad de la
persistencia. Semejante trascender es obviamente inmanente o
respectivo a su propio desarrollo.
85
La inmanencia de la concausalidad nada tiene que ver con la inmanencia personal del obrar humano.
Si el principio de no contradicción real es describible como
comienzo que ni cesa ni es seguido, el principio de causalidad real es
describible como redundancia inagotable que acompaña realmente a la
unidad del ser multiplicando sus frutos indefinida, pero ordenadamente.
Entendido así, recoge todos los sentidos de la noción de causa: la de
efectividad o influir-en y ser influído-por86, la de causas que acompañan
al movimiento y la de causa sui o inmanencia causal.
III. PRODUCIR.
86
Espero que el lector atento de esta investigación podrá deducir que en el orden o campo de las ideas
no existe el influir-en ni el ser influído-por. Todo lo que se entiende se entiende por sí mismo o no se
entiende en absoluto. No es correcto hablar de influencias de unos autores en otros, que no las puede
haber. En el orden del conocimiento puede darse ayuda orientativa para que los otros entiendan lo que
uno entiende, pero no caben influencias o modificaciones directas del pensamiento. Tanto es así que
incluso los ideólogos, es decir, los que son meros aplicadores de ideas ajenas, no pueden serlo más que
en la medida en que ellos las entienden por sí mismos (medida que con harta frecuencia no coincide con
la del que les ha orientado). Orientar no es influir, salvo que hagamos un uso sólo metafórico del lenguaje.
Si nos atenemos a la verdad real todo influjo es físico.
Conviene notar que lo producido es lo mismo que estaba ya
antes envuelto en el productor. En el producir, por tanto, se significan
dos situaciones distintas de lo mismo: una situación previa en la que el
productor anticipa de modo oculto al producto, y una posterior según la
cual el producto manifiesta en sí mismo lo anticipado por el productor.
El producir como tal consiste, entonces, en el paso de la situación de
latencia a la de patencia, y dicho paso es continuo gracias a la
mismidad inalterada de lo anticipado y de lo manifiesto.
87
Cuando, por consiguiente, se dice que el efecto está precontenido en la causa o latente en ella, y él
mismo es la expresión o manifestación de lo que está oculto en la causa se está confundiendo causar con
producir. Producir sí es expresar y manifestar, causar no.
situación de patencia es también una situación de hecho que se
opone polarmente a la pura posibilidad o pensabilidad de la situación
inicial. Ahora bien, la situación de hecho, o real, se caracteriza -como
se vio al hablar de la causa influyente- por su efectividad. Quiere ello
decir que, mediante la producción, una idea ha llegado a ser efectiva,
ha sido dotada de vigencia real.
88
He descrito esa potenciación mediante algunos ejemplos en La fundamentalidad de los factores
humanos en economía, en Homenaje a Alfonso Candau, Valladolid, 1988, pp.
89
Para más detalles ver I.Falgueras, El habitar y las funciones humanas de la masculinidad y de la
feminidad, en “Philosophica” (Univ. Católica de Valparaíso-Chile) 11 (1988) 187-199. A estos dos planos
de la producción o trabajo humano se puede añadir desde la fe la potenciación de la esencia del mundo
ganada por la encarnación del Verbo , que va más allá incluso del ser del mundo, y de la que es signo la
Eucaristía (elevación del mundo obrada por el cuerpo de Cristo).
El producir humano es espontáneo, porque la razón de su
desencadenamiento reside en la urgencia práctica del sobrevivir en un
medio para el que no nacemos adaptados y en la carencia consiguiente
de efectividad de nuestras ideas para ese fin. Si la amenaza de la
muerte no se ciñera sobre nosotros, o nuestras ideas fueran efectivas
de suyo, nuestro producir no sería espontáneo. Tomado en términos
absolutos, el cumplimiento de este último condicionante es imposible,
dado que es característica intrínseca del conocer no inmutar lo
conocido; pero sí es posible en términos relativos: si no hiciera falta un
gran esfuerzo para producir, si bastara por ejemplo con producir
palabras para dominar el mundo (ideal de la magia), no se sentiría
como carencia la inefectividad de las ideas respecto de la urgencia del
sobrevivir. Por supuesto, el primer condicionante es por completo
imposible en el estado actual del hombre. Por estas razones el hombre
se ve impelido espontáneamente a abrir un proceso que introduzca
laboriosamente las ideas en el tiempo.
90
Aunque en Fichte el principio de resistencia es introducido como segundo principio (principio de
oposición) y con la aclaración de que no se deduce del primero más que como posibilidad, lo cierto es que
el punto de partida de la filosofía de Fichte era el principio “todo lo que es es por un yo y para un yo”, y
que toda su Wissenschaftslehre pretende fundarlo todo en y deducirlo todo del Yo. Ahora bien, del primer
principio no se deduciría nada si no fuera por la mediación del segundo, o principio de oposición, por
consiguiente “todo es por un yo y para un yo” sólo se puede cumplir realmente gracias al segundo
principio.
91
Schellings Werke, MJ, 6.Eb. 206.
92
El puesto del hombre en el cosmos, Trad. esp. J. Gaos, Ed. Losada, Buenos Aires, 1967, 75.
resulta habitable y dominable por el hombre. Pero por tratarse
sólo de una ordenación formal de la entropía, ésta no queda suprimida,
antes bien queda integrada en el proceso productivo mismo. La
entropía no puede quedar suprimida, pues de lo contrario la
efectividad93 desaparecería y el objetivo central de la producción, dotar
de eficacia a las ideas, se vería frustrado. Por consiguiente, al ingresar
la entropía en la producción misma, la pérdida se hace inevitable y
reviste una forma propia, la de gasto.
94
Entender o conocer la realidad del mundo es más perfectivo, para el hombre y para el mundo, que
trasformarlo. Eso es lo que implícitamente se contiene en la afirmación de Tomás de Aquino según la cual
el fin último del universo es el bien del entendimiento, o sea, la verdad. De donde se puede deducir que el
mundo está hecho para la contemplación del sabio (Contra Gentes I, 1).
IV. DAR.
95
Subrayo humanamente, porque siendo el hombre el único animal que se sabe procreador, o lo que es
igual, que establece la conexión entre la cópula y el parto, es libremente responsable de la paternidad.
nen donante y don, pero un don dotado de existencia y vida
propia96. El cumplimiento propiamente dicho de este tipo de don tiene
su lugar en el ser del mundo, tal como se explicó, a saber: como
comienzo que ni cesa ni es seguido, o como movimiento puro. El ser
del mundo es el don de un donante sin receptor previo.
96
El don básico es hecho sólo por el dar del donante.
97
Digo «de alguna manera», porque si bien el abundar es un despliegue necesario con necesidad final,
no lo es para su conveniencia ni para la del ser: cumple con uno de los requisitos de la gratuidad, aunque
no con todos.
98
La esencia del mundo es redundancia gracias al ser. Por su intrínseca necesidad final, la esencia
tendría final, pero como su necesidad final es mera tendencia a la unidad con el ser, se mantiene tanto
como el ser, persiste junto al ser (que es persistencia). El redundar en dones sin término, que es lo que
hace grandioso al universo, se debe a que el comienzo ni cesa ni es seguido.
redundancia y concausalidad es porque el ser es un don. Si el
ser está intrínsecamente acompañado de redundancia causal es
porque, aunque no sea capaz de dar gratuitamente en sentido pleno, él
es gratuito: el ser del mundo no es necesario ni es para sí. Pero cabría
seguir objetando que en pasajes anteriores se han considerado las
obras o esencia del mundo como dones, siendo así que son
concausas. Sin embargo, insisto, aunque en sí mismas sean
necesarias con necesidad final, vistas desde el ser mundano son un
sobrar no nacido de la conveniencia propia, y sólo en este sentido
restringido las considero dones, que no dan, pero de los que se puede
disponer99.
99
Por otro lado, la esencia del mundo es también indicio del comienzo. Como ella en su dimensión
predicamental, o sea, en sus concausalidades parciales, cesa y es seguida remite a un comienzo. Puede
existir un comienzo que ni cese ni sea seguido, pero no pueden existir potencias activas que cesen y sean
seguidas sin un comienzo.
100
No quiero decir que la obligación moral se oponga al don, sino que el don va más allá de la obligación
moral. Es lo que Agustín de Hipona sugería al decir “ama y haz lo que quieras” (In Ep.Jh. ad Parthos
Tract. X, PL 35, 2033). El amor está por encima de la ley, la cumple, pero no se reduce a obligación. Si en
el Nuevo Testamento el amor reviste la forma de un mandamiento es, a mi juicio, con el fin de recalcar la
especial necesidad del auxilio divino para amar, no porque nosotros podamos y debamos amar con
nuestras solas fuerzas naturales. Además se trata de un mandamiento amoroso, entre amigos. La sobra
del amor por encima de la mera obligación queda perfectamente clara en el espíritu del Nuevo
Testamento: “Vosotros sereis mis amigos si hiciereis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos…Os
he llamado amigos…” (Jh. 15,15).
la donación sólo es tal cuando la gratuidad de la donación por el
donante es aceptada también donalmente por el receptor. El receptor
es, pues, tan activo y tan condicionante del don superior como el propio
donante, aunque de una manera subordinada, ya que la iniciativa parte
siempre del donante. Queda, por tanto, establecido que, en estos
casos, la donación no se consuma antes-de ni sin la aceptación libre y
gratuita del receptor, y que, en congruencia con ello, la donación no
preexiste ni predetermina formalmente al receptor. De aquí se infiere,
además, que el don no es formalmente don antes de su recepción y
que, por consiguiente, no se da lo que previamente se tiene: el don se
hace al donar. El adagio escolástico «nemo dat quod non habet» es un
principio causal, no donal. El don ni preexiste ni sigue a la donación, es
hecho, más bien, conjuntamente por donante y receptor en la acción
misma de donar, como fruto de la doble gratuidad de ambos.
101
Según lo que sugiero, lo que se da al dar es el dar. El dar que da el dar es un darse o actividad
estrictamente personal.
denación jerárquica intrínseca: el donante es siempre distinto del
don y superior al que recibe. Es mejor dar que recibir o, lo que puede
ser equivalente, la actividad de dar es más creativa que la de recibir,
por cuanto es ella la que lleva la iniciativa creadora del don, si bien en
los dones más altos el don sólo queda hecho al ser recibido. Eso no
obstante, el que recibe otorga al que da, cuando acepta, la alegría del
bien ajeno, y puesto que su otorgamiento es donal se alegra con la
alegría del donante, de manera que el don recibido se ve incrementado
por esta alegría; pero el donante, que por definición obra sólo por la
alegría del bien ajeno, se alegra a su vez de la alegría2 que su alegría1,
provocó en el receptor. Es fácil adivinar que la relación se multiplica al
infinito, pero no por carencia, sino por sobra, pues no tiene límite
alguno ni interno ni externo: es lo que puede denominarse una relación
pleromática102
102
Pleroma es plenitud. El ámbito de la máxima amplitud entendido no espacial sino activamente es el
pleroma. Dicho mejor: aquel ámbito en el que todo se comunica gratuitamente y sin pérdidas es la
plenitud.
103
En la concausalidad y en la producción hay pérdidas o gasto, en el dar no. El dar perfecto es mucho
más que causar y producir, por lo que no necesita causar ni producir; en todo caso, puede perfeccionar el
causar y el producir conviertiéndolos en dones y dares.
Eso no es así, en primer lugar, porque la actividad de dar,
aunque no sea perfecta, jamás se pierde para el dador; puede que la
materialidad de lo dado sí se pierda, pero no su formalidad. Tal como
enseña la doctrina clásica de los hábitos y virtudes, toda acción
humana tiene una repercusión inmanente para el agente, que resulta
así perfeccionado o disminuido por ella. Naturalmente un dar que
entrañe pérdida es un dar limitado y finito, pero si es un dar gratuito
hecho por amor del bien, esa pérdida no conlleva nunca gasto de
tiempo, ya que, como he indicado, el dar no es perdido formalmente, de
manera que el tiempo humano no queda vacío.
104
Recibir activamente es una forma de dar, es decir, de otorgar el dar al que da. Los seres capaces de
recibir son por tanto personas.
105
Cfr. M. Mauss, Essai sur le don, en Sociologie et anthropologie, Paris,1983, 143-279.
se por la capacidad del hombre para el don perfecto y, por lo
mismo, para destinarse y entrar en relación con la divinidad.
106
Incluso el mal es convertido en don por el dar perfecto, mediante el arrepentimiento y la conversión.
Convertirse es dejar que el don divino actúe en nosotros transformando el mal en bien. Por eso quien más
se arrepiente más ama. Lo mismo debe decirse del dolor y de la muerte. En sí mismos no son don alguno,
pero transformados por el don perfecto divino se convierten en los dones más altos que el hombre puede
hacer: el don total de sí mismo.
productiva pueden ser convertidas en dones y en dones
perfectos, sino incluso la redundancia esencial del ser del mundo, a
través de la humanidad.
V. CONCLUSIÓN.
I. INTRODUCCIÓN.
107
TABLA DE SIGLAS usadas para citar las obras de Tomás de Aquino:
CG= Summa contra gentiles
DM= Quaestio disputata de malo
DP= Quaestio disputata de potentia
DQO= De quatuor oppositis
IBH= In librum Boethii de hebdornadibus
IDC= In libros de coelo et mundo
JIM= In libros metaphysicorurn
JIS= In libros sententiarum
ST= Summa theologiae
Naturalmente, no es mi intención descalificar el saber lógico,
sino su uso predominante en filosofía, uso que suele ser típico de la
escolarización del pensamiento. El tratamiento lógico del pensar es
muy necesario para una didáctica de contenidos, pero por completo
insuficiente para la investigación. Ciertamente la lógica es
imprescindible para la comunicación del pensamiento e, incluso,
constituye un requisito mínimo del pensar, pero no más que eso: no
basta con desarrollar un pensamiento lógico para hallar la verdad. Esta
elemental apreciación, que los lógicos mismos reconocen de entrada
cuando distinguen, por ejemplo, entre verdad lógica y verdad de hecho
(L-verdad y F-verdad), tiene vigencia con mayor razón y profundidad
aún para la verdad filosófica. En consecuencia, no es la Lógica la que
debe presidir y dirigir la investigación filosófica, sino al revés: es el
entendimiento investigador de la verdad filosófica el que debe regir a la
Lógica.
108
El texto más claro al respecto se encuentra, por lo que conozco, en el IBH lect. 2: "sicut esse et quod
est differunt in simplicibíís secundum intentiones, ita in compositis differunt realiter". Nótese que este texto
habla de diferir, no de distinguir.
109
ST I, q.28, a.3 e: "Unde oportet quod in Deo sit realis distinctio, non quidem secundum rem absolutam,
quae est essentia. in qua est summa unitas et simplicitas, sed secundum rem relativam".
110
ST I, q-3, a.4 c.
reales secundum rem absolutam equivale a la exclusión de
distinciones reales según la esencia divina111 , y, paralelamente, a la
afirmación de distinciones reales según la esencia en los otros seres.
Pero la distinción más radical que cabe en la filosofía tomista es la del
ser y la esencia; luego, la distinción esse-essentia es una distinción real
secundum rem absolutam. De lo cual se infiere que dicha distinción no
es una relación trascendental112 .
111
ST I, q.28, a.2 c: "Patet ergo quod in Den non est aliud esse relationis et esse essentiae sed unum et
idem". El esse relationis en este texto es el fundamento o sujeto de la relación, el esse essentiae es la
esencia como fundamento o substancia: el fundamento de las relaciones personales en Dios es su
esencia o naturaleza. En las criaturas el fundamento de la relación es un accidente de su substancia o
esencia.
112
La distinción entre esse y essentia no es una distinctio relationis o distinción entre relativos, es decir,
no es una distinción según el mero esse ad, sino una distinción real absoluta o, lo que es igual, según la
esencia. Una distinción según la esencia es una distinción que afecta a la totalidad de la realidad creada
y, por ello, la divide. Se infiere de lo dicho que ser y esencia no son meros relativos o términos de una
relación, y que su unidad no es la unidad de una relación. Entender la distinción real esse-essentia corno
una distinción entre relativos equivaldría a trasladar las relaciones divinas interpersonales a las criaturas.
Espinosa intentó algo parecido al entender la Natura naturans como Padre y la Natura naturata corno Hijo
(Tractatus Brevis, c. IX, trad. francés Appuhn, Garnier Flammarion, París, 1964, vol. 1, pág. 81), y el
resultado fue la noción de causa sui. Frente a ella Tomás de Aquino sostiene: "Impossibile est autem
quod esse sit causatum ex principiis essentialibus rei: quia nulla res sufficit quod sit sibi causa essendi, si
habeat esse causatum"(ST 1, q.3, a.4 e). Si ser y esencia no son meros relativos ni su distinción es una
relación, tampoco darán lugar a una relación trascendental, concepto con el que algunos han intentado
comprender la composición de materia y forrna o de acto y potencia.
113
ST I, q.45, .4 ad 2: "creatio non dicit constitutionem rei ex principiis praexistentibus: sed compositum sic
dicitur creari, quod simul cum omnibus suis principiis in esse producitur". Este texto parece favorecer el
uso de la denominación de principlos constitutivos para el esse y la essentia, sin embargo se trata de una
falsa apariencia. Nótese, en efecto, que en él principio y esse se disciernen -Ios principios son producidos
in esse junto con el compuesto o cosa-, razón por la que bajo el término «principios» deben entenderse los
principios de la esencia o substancia (materia Y forma). Además, el texto alude a la constitución de la
cosa, pero en forma negativa y en contraposición a la producción en el ser.
114
El concepto de constitución -de cum y statuo- añade a la indicación de estabilidad, contenida en el
verbo statuo, la de conjunto o todo de elementos aportada por el cum, que refuerza la estabilidad hasta el
punto de hacerla estática sobre todo en su uso metafísico.
trascendental en la que lo lógico suplanta a lo real, y cuya
utilidad última se reduce a la posibilidad de incluir la distinción esse-
essentia en el marco general de las distinciones: sería una distinción
real y, dentro de las distinciones reales, podría ser comprendida entre
las distinciones reales adecuadas y, a su vez, dentro de éstas podría
ser calificada de metafísica, frente a la distinción real adecuada física, y
como modo de la distinción acto-potencia. Parece que con esta -u otra-
clasificación se ha dominado la cuestión y queda entendida la distinción
real esse-essentia, cuando en verdad no se ha conseguido más que
ocultar su sentido bajo consideraciones lógicas.
II. IDENTIDAD-DIFERENCIA
115
DP q.3, a.3 ad 5. El ser puro no tiene opuesto (cfr. ST I, q.45, a.2 ad 4). La oposición contradictoria
ente/no-ente es resultado de la creación o, lo que es igual. el principio de no-contradicción es creado.
Tomás de Aquino lo sugiere indirectamente en el DQO, c. IV, cuando dice que ente y no-ente son los
extremos de la oposición y de la creación, y que la acción creadora toca los extremos de la contradicción.
Puesto que en el texto se insiste en la carencia de presupuestos de la acción divina, "tocar" sólo puede
significar que Dios los produce. Ente y no-ente son puestos en el ser por Dios: el no-ente es creado junto
con el ente en cuanto que la acción creadora es ad extra. La nada creada es la propia exterioridad de la
criatura respecto del creador, su diferencia; lo ad extra no preexiste a la creación, sino que es su efecto.
En virtud de la creación surge una actividad que no es la actividad de Dios, y por no ser la actividad de
Dios no es una actividad idéntica ni simple. El principio de no-contradicción entendido como principio real
de la criatura, no como mera norma del pensar, significa que la criatura no es actividad idéntica ni única,
sino actividad no-contradictoria o persistencia (cfr. Leonardo Polo, El acceso al ser, Madrid, 1964, 59; El
ser I. Pamplona, 1966, c. IV, 201 ss.).
Por lo demás, la oposición -incluída la oposición contradictoria- no es la diferencia máxima, ya que los
opuestos son diferentes recíprocos, o sea, mutuamente relativos y mediados por la negación.
Precisamente por ello la oposición resulta ser una diferencia relativa, no absoluta, del mismo modo que lo
negativo es siempre relativo. La diferencia pura o absoluta es la que existe entre la criatura y el creador:
tal diferencia. como se verá, no admite mediación alguna.
hay una diferencia real no superable por ninguna otra, ya que es
la primera y más radical diferencia real.
116
En Hegel, diferencia e identidad están presentes en todo momento: al principio predomina la diferencia
entre diferencia e identidad, al final se alcanza la identificación de diferencia e identidad, pero incluyendo
la diferencia. La necesidad de establecer este predominio final de la identidad sobre la diferencia sea,
quizá, la explicación más coherente de la alienación de la Idea Absoluta alcanzada en la Lógica, ya que la
unión de comienzo y fin en ésta supone todavía el carácter antecedente del comienzo puro, o sea, de la
diferencia. Para triunfar definitivamente sobre la diferencia, la Idea había de salir de su elemento y
construirlo a partir de sí misma.
guaje. En cambio, la diferencia es la separación conjunta de
Sein y Seiend -cuando el Seiend se muestra, queda oculto el Sein-;
pero la diferencia ser-ente, que es onto-lógica, o sea: diferencia entre el
ser y lo pensado, sólo es mostrable desde la identidad o pertenencia
conjunta de ser y conocer en el lenguaje. La tarea que se propuso el
segundo Heidegger, tras el fracaso de su primer proyecto de
fenomenización del ser, fue la de liberar al lenguaje de la lógica y de la
gramática, fomentar un pensamiento poético, al margen de la
gramática y de la lógica, que deje hablar al ser, sin desocultarlo.
117
ST I, q. 44, Introd.
118
Para Tomás de Aquino la negación se funda siempre en una afirmación (DM, q. 2, a. 1 ad 9), se
reduce al género de la afirmación (ST I, q. 33, a. 4 ad 3) y es por naturaleza posterior a la afirmación (ST
II-II, q.122, a. 2 ad l).
modo nuestro de considerar las cosas, pero nunca de una
diferencia real. Lo apropiado es, pues, decir que la criatura o diferencia
real se distingue realmente de Dios o identidad real, pero no al revés.
En pocas palabras: la diferencia es una relación real en la criatura, no
en Dios119 . A su vez, esto último implica que, aunque existe diferencia
real criatura-creador, no se da oposición real criatura-creador ni
viceversa, pues toda oposición estricta implica reciprocidad, pero la
mencionada relación no la admite. Entender la diferencia criatura-
creador como una oposición valdría tanto como anteponer la diferencia
a la identidad. Por el contrario, proponer que la diferencia procede de la
identidad según un proceso irreversible o que no tiene ningún resultado
ad intra para quien lo pone120 , equivale a negar que la diferencia sea
absoluta o primera, con la ventaja adicional de que, al no haber
oposición, identidad y diferencia son perfectamente compatibles en la
realidad. De este modo se supera el planteamiento logicista de la
cuestión, pues para la lógica al uso si A es diferente de B, entonces B
es diferente de A, es decir, la diferencia es recíproca o reflexiva.
119
ST I, q. 45, a. 3 ad 1; DP q. 3, a. 3 c; ILS II, dist. 1, q, 1, a. 2 ad 5.
120
En este sentido la creación activa es enteramente distinta del acto vital, pues su término no es
inmanente ni tiene feed-back interno para quien lo pone, sino que es acción ad extra pura. Algún atisbo de
esto fue tenido por Aristóteles cuando, sin conocer la creación, pensó a Dios como acto perfecto,
independiente y vuelto de espaldas a las substancias que tienen en su contemplación el principio de su
actividad: Dios no es relativo al mundo, el mundo sí es relativo a Dios.
121
Tomás de Aquino distingue dos sentidos de la partícula ex, uno indica orden de sucesión, el otro
materia. El ex nihilo significa, pues, tanto carencia de antecedente como carencia de materia ex qua (ST I,
q. 45, a. 1 ad 3).
122
ST I, q. 45, a. 3 ad 3.
vedad pura respecto de la identidad es justamente la diferencia o
inidentidad. Por ser absolutamente novedosa o carente de precedente,
la propia novedad de la criatura no puede ser probada o demostrada ya
que el único punto de comparación posible para ella es la nada, de
manera que sólo si Dios nos revela su voluntad creadora, dice Tomás
de Aquino, podremos comprender la novedad de la criatura123 . En
cambio, la radical diferencia real entre el esse y la essentia puede ser
conocida directamente en la criatura de tal modo que si fuera
comprensible para nosotros la identidad pura tal como es en sí, nos
sería posible comprender por esta vía la novedad de la criatura
respecto del creador; pero ocurre precisamente lo contrario: no
comprendemos en absoluto la identidad pura, antes bien hemos de
servirnos de la negación de la diferencia real para poder aproximarnos
a entender de modo impropio e imperfecto al creador.
123
ST I, q. 46, a. 2 e; ILS 11, dist. 1, q. 1, a. 2 c; DP, q. 3, a. 3 c.
124
ST I, q. 45, a. 5 c; ST 1, q. 8, a. 1 ad 3.
125
Para Tomás de Aquino el esse es la actualidad de las formas y es él mismo formal (ST I, q. 3, a. 4 c; q.
4, a. 1 ad 3; q. 8, a. 1 e). Pero, además, para él la creación es la emanación de todo el ser; ahora bien, la
emanación es un modo de procesión formal, máxime en el caso de la emanación de todo el ente que
habría de hacerse a partir (ex) del no-ente o sin ex (ST I, q. 45, a. 1 c; ILS II, dist. 18, q.1, a. 2 c).
gana demasiado, ya que no está en principio nada claro qué
significan procesos puramente formales -que no sean sólo lógicos, sino
reales-, ni tampoco procesos acto-acto sin potencialidad alguna.
Para acercar la creación de una manera positiva a su
conocimiento por nosotros, propongo entenderla como donación,
evitando de este modo los inconvenientes de entenderla como
causación.
A partir de este momento me separo de la literalidad de la
doctrina tomista, pero no de su espíritu, pues como es sabido para
Tomás de Aquino el estudio de la filosofía no se hace con el fin de
averiguar qué pensaron los hombres, sino cuál es la verdad de las
cosas126 , y además la noción de don en la que me inspiro fue estudiada
y enriquecida por él mismo.
Pues bien, la noción usual de causa reúne al menos los
siguientes inconvenientes para que pueda ser aplicada con verdad al
modo de procedencia de la criatura (diferencia) respecto del creador
(identidad):
1. La noción de causa implica necesaria e intrínsecamente la
de efecto. La causa sólo es causa en la medida en que
causa o, lo que es igual, en la medida en que tiene efecto. Si
el efecto es sólo posible, la causa será sólo causa posible; si
su efecto es parcial, será causa parcial. En consecuencia,
toda causa real guarda una relación real con su efecto. No
hay causa sin efecto127 . Lo que sería absolutamente
incongruente con la identidad real (que no admite relaciones
reales fuera de sí).
2. La causa constituye un prius determinante del efecto. En
cuanto que prius, la causa real se comporta como
anterioridad respecto del efecto; en cuanto que determinante
del efecto, elimina la novedad del mismo (nihil est in effectu
quod prius non fuerit in causa). Pero todo ello es
incongruente con una creación real.
3. No hay efecto sin causa. Eso es lo que de verdadero se
encierra en el «ex nihilo nihil fit» de los que se oponen a la
creación por entenderla como causación: si el ex o
anterioridad es nulo o nada, no cabe la efectividad, porque la
efectividad es segunda o «entre» y exige, por eso, un prius
respecto del cual sea efectividad. Interpretar el ser creado
como efecto equivaldría a negar su realidad (como
efectividad).
4. En la causación real, aunque causa y efecto difieran
realmente, se integran ambos de modo unitario e indisoluble.
La causa y el efecto no están separados, sino que son unos
en su diferencia.
126
Cfr. Capítulo I, nota 2, de este libro.
127
La vinculación intrínseca de la causa al efecto se advierte en la obra de Tomás de Aquino cuando
afirma: posita causa ponitur effectus (ST I, q. 14, a. 8 ob. 2 y ad 2; CG II, c. 32 y c. 35), cessante causa
cessat eflectus (ST I, q. 104,a.1 c), manente causa manet effectus (ST I-II, q. 103, a. 3 ob 3), crescente
causa crescil effectus (ILS IV, dist. 43, q. 1, a. 5 ob. 3), effectus suis causis proportionaliter respondent:
effectus in actu causis actualibus, effectus in potentia causis in potentia (CG II, c. XXI), y, sobre todo,
causa proprie dicitur ad quam ex necessitate sequitur aliquid (DM, q. 3, a. 3 ad 3).
Las precisiones recién apuntadas tienen validez sólo para la
causa y el efecto puros o trascendentes128 . Tomás de Aquino no pensó
así la relación causa-efecto: no es necesario que puesta la causa se
siga siempre el efecto, y en este sentido admite la existencia de causas
impedidas129 . Además, según él, cabrían causas sin efecto propio y
también efectos sin causa propia. En la doctrina tomista, pues, no se
reconoce el principio «todo cuanto es tiene causa», pues ni Dios ni lo
malo como tal la tienen130 . De lo que se deduce que la causalidad no
es, de hecho, un primer principio en esta filosofía, o, lo que es igual,
que la causalidad no es un principio trascendente131 . El uso
trascendente del principio de causalidad aparece por primera vez con
Ockham -noción de omnipotencia como esencia divina- y es reforzado
más tarde por Nicolás de Cusa, Malebranche, Espinosa, Leibniz y el
idealismo alemán, llegando a constituir una de las claves del
pensamiento moderno.
128
Las aclaraciones hechas en este pasaje son válidas tanto si se admite el par causa-efecto tal como se
interpretan ordinariamente (es decir, de modo lógico), como si se explican de acuerdo con lo explicado
por mí en el capítulo precedente (esto es: de modo realista), siempre y cuando se tomen como causa y
efecto puros. Para que el lector no encuentre incoherente mi propio pensamiento, quiero aclarar que en
este caso cuando hablo de efecto me refiero a las concausalidades parciales, y cuando hablo de causa
me refiero bien a la tetracausalidad, bien a concausalidades parciales, aunque, como digo, también
puedan ser aceptables mis razones para quien sólo piense en la causalidad al modo de la lógica.
129
ST I, q. 115, a. 6 c; DM, q. 6 ad 15 y ad 21; ST I, q. 44, a. 1 ad 1.
130
"Secundum antiquam quorundam rationem, qui supponentes omne quod est causam habere... quod
autem est per accidens non habet causam quia non est vere ens, cum non sit vere unum" (ST I, q. 115, a.
6 c); DM, q. 6 ad 21.
131
Subrayo que eso es lo que ocurre de hecho en el pensamiento histórico de Tomás de Aquino, pero no
que necesariamente haya de excluirse la posibilidad de un principio de causalidad dentro del
planteamiento aristotélico-tomista.
132
ST I, q. 54, a. 1 c; q. 115, a. 1 c. "Esse" es el infinitivo del verbo copulativo cuya característica reside
en el hecho de carecer de toda significación propia y ejercer una mera función de enlace. Gracias a esa
característica, el verbo copulativo permite ser convertido en un verbo intransitivo cuya significación será la
acción pura y universal tanto como el estado puro y universal, es decir, la expresión del acto puro, y
justamente esa es la significación filosófica del término "esse", tal como creo la entiende Tomás de
Aquino.
133
ST I, q. 27, a. 1 c; q. 23, a. 2 ad 1.
casos la acción es acto y principio de perfección, pero en el
primer caso lo es del agente mismo y en el segundo lo es del
paciente134 .
134
ST I, q. 18, a. 3 ad 1; I-II, q. 3, a. 2 ad 3.
135
ST I, q. 45, a. 2 ad 2 y a. 3 c.
136
Tomás de Aquino admite cierto padecer incluso en las acciones inmanentes, si bien un padecer en
sentido lato que vendría a significar una recepción perfectiva (ST I, q. 79, a. 2 c; I-II, q. 22, a. 1 e y ad l).
Pero como la creación no es un proceso de la potencia del acto, ni siquiera ese latísimo concepto de
pasión es adecuado a ella: "creatio... non potest dici quod sit aliquid in genere passionis, sed est in genere
relationis" (DP, q. 3, a. 3 e). Tomás de Aquino denomina a esta relación expresamente relatio
suppositionis (entis creati ad creatorem) (Ibid. ad 5), mas también sugiere de modo indirecto, pero
inequívoco, que es una relación de recepción y origen: "relatio ad creatorem a quo esse habet" (Ibid. c),
"relatio quaedam ad creatorem ut ad principium sui esse" (ST I, q. 45, a. 3 c), "id quod creatum est se
habet sicut recipiens divinam actionem" (DP, q. 3, a. 3 ad 1, citado ad sensum).
137
ST I, q. 45, a. 2 ad 3.
138
DP, q. 9, a. 9 obj. 16 y ad 16. En cuanto al carácter pasivo de la criatura, viene sugerido por la
expresión creatio passiva que sirve para denominar a la misma.
ser considerada una forma de causalidad por su analogía con
las acciones transitivas e inmanentes de algunas criaturas, como una
forma de donación por su analogía con las procesiones trinitarias. De
hecho, Tomás de Aquino concibe la creación como causa y como
don139 .
Según he señalado poco más arriba, con posterioridad a Tomás
de Aquino se pensó la causalidad trascendentalmente, de manera que
después de Ockham no es ya posible unificar causa con don: el dios de
Ockham desposee a las criaturas de su esencia para salvaguardar el
carácter máximo de su causalidad u omnipotencia. Con ello la noción
de don fue expelida del conocimiento filosófico occidental hasta
nuestros días.
La tesis que sostengo concuerda con la postura de los modernos
en lo que respecta a la incompatibilidad entre el concepto puro o
trascendente de la causalidad y el concepto de creación, pero discrepa
de ella en la medida en que la modernidad unifica el principio de
causalidad con el principio de identidad140 . A su vez, mi tesis discrepa
de la literalidad de la doctrina tomista, cuando ésta entiende la creación
según la causalidad, pero espera concordar plenamente con su
espíritu, al proponer como concepto válido de creación la noción pura y
trascendental de don.
La noción ordinaria de don no se ajusta por completo a la pura o
trascendental. Para alcanzar ésta es preciso tener en cuenta al menos
las siguientes observaciones:
1. Donar no es perder lo donado. Dar será perder en la
misma medida en que dar no sea una actividad perfecta, es
decir, en que lo dado no es una actividad perfecta, pero no
conlleva pérdida alguna en la medida en que lo dado y el dar
son actividades puras.
2. En el donar puro no cabe la necesidad. Sólo hay don u
obsequio donde hay libertad y gratuidad: el que da ha de dar
libremente, o su dación no será don. Ni siquiera puede haber
necesidad por parte de quien recibe: dar a alguien lo que
necesita es para quien lo recibe una passio y para quien lo
da una obligación, no un obsequio. Un dar necesario es más
un causar o un influir que un verdadero donar. Ni siquiera el
comercio o intercambio es una forma verdadera de don, sino
de acción-pasión. No hay pasividad alguna en el que recibe
un obsequio, ni necesidad alguna en el que lo da.
3. Donar es producir o hacer lo que se da o, lo que es
equivalente, donar es dar lo que no se tiene previamente. El
adagio nemo dat quod non habet es un mal modo de
enunciar el principio "la causa es anterior al efecto", es por
tanto una expresión causal en términos de dación. Un don
puro, corno el amor, no se «tiene» de antemano, se genera al
otorgarlo.
139
Crear es "dare esse" (ILS I, dist. 37, q. 1, a. 1 e; y II, dist. 1, q. 1, a. 2 ad 2).
140
Como se ha indicado en el capítulo anterior, el principio de causalidad o la causalidad trascendente es
la fecundidad o redundancia de la criatura mundo.
4. Para que haya donación basta con que haya donante y
don, no se requiere el receptor. Un don sólo es puro si es
total, pero si el receptor fuera requisito previo, entonces al
menos la capacidad de recibir se presupondría al donar, con
lo que no todo sería dado, y por tanto el don no sería total141 .
141
Ruego al lector que tenga en cuenta que, si bien ahora me estoy refieriendo a los dones básicos, lo
dicho vale para toda donación con los matices diferenciales debidos. La creación no admite capacidad
alguna previa. Se me objetará que en los dones superiores se requiere la aceptación del receptor, y es
verdad, pero tampoco en ellos se requiere la capacidad previa del receptor, pues la iniciativa del donante
es lo que hace posible la aceptación por el receptor, es decir, la que lo capacita. Ni siquiera, pues, en los
dones superiores es la aceptación un requisito previo para el dar, sino sólo para la consumación del dar
por el donante y para la apropiación del dar por el receptor.
142
La ausencia de receptor previo equivale a la pasividad absoluta (no-ser previo) de la criatura, antes
aludida, y, por otro lado, al carácter absoluto o total del don del creador. Esta característica es común a
todas las acciones creadoras, sean primeras, segundas o terceras, aunque en cada una se cumple de
distinto modo. Por ejemplo, cuando el receptor creado es libre, recibir es un modo de dar: es otorgar el
dar al que da. En rigor, eso es lo único que verdaderamente puede dar una criatura segunda o elevada a
su creador, el fiat. Precisamente por ello, la criatura segunda o elevada es «segunda», ya que, habiendo
recibido un don para el que no había ninguna potencia previa en ella misma, es facultada por ese don
para «responder» al creador en el sentido de hacerlo propio o no.
143
En este enunciado debe entenderse que el predicado (dar) declara el sentido del sujeto (ser). De
acuerdo con él, ser es actividad sobrante, excedente, otorgante, personal, y sólo el sobrar, exceder y
otorgar es el ser pleno: ni la falta ni la necesidad ni la privación «son». Ser, sin embargo, cuando nos
referimos al ser creado, se reduce tan sólo a una forma de dar, no la única ni la más alta, sino la mínima
y fundamental. El ser del mundo no agota, por tanto, todo el sentido del dar.
144
La criatura a la que me refiero es la criatura primera o mundo. Ella es la diferencia pura con el creador.
Las restantes criaturas son a imagen (y semejanza, en el caso del hombre) de Dios, o bien imagen de
Dios, por lo que su diferencia no es tan radical respecto del creador: pueden dar el dar. Pero en su
relación inmediata con el mundo el producir humano es también un dar dones. Sólo podemos dar el dar a
Dios y a otras personas.
IV. LA DISTINCION REAL COMO DIFERENCIA INTRINSECA
145
ST I, q. 54, a. 2 e. La expresión «dar dones» recoge, por un lado, la diferencia ser (dar)-hacer (dones) y
le añade la indicación de su unidad, por lo que la matiza y mejora. Pero debe advertirse que el término
«don» no significa aquí una cosa o ente, sino un hacer u operación, es decir, una actividad, que puede ser
perfectiva de otras criaturas de rango inferior y perfectible por otras criaturas de rango superior, pero
nunca agota ni acaba la actividad originaria y relativamente perfecta del ser.
146
ILS I, dist. 33, q. 1, a. 1 ad 1. Esta diferencia de actos, entendida como una diferencia real e intrínseca,
constituye una especie de ley de entropía metafísica, que impide el perpetuum mobile metafísico y
enuncia la pura relatividad de toda criatura.
147
ST I, q. 39, a. 8 c.
148
ST I, q. 47, a. 1 c y a. 2 c.
149
ST I, q. 45, a. 3 ad 2; DP q. 3, a. 3 ad 2.
como es, el anverso de la distinción real y lo que permite
entenderla en su positividad. Según enseña Tomás de Aquino, la
criatura es realmente compuesta, y, para que pueda ser realmente
compuesta, sus componentes habrán de ser reales y realmente
diferentes entre sí, pero ni dichos componentes pueden ser anteriores
a la criatura misma -pues de lo contrario no habrá novedad en ella ni en
rigor sería criatura- ni pueden ser tan diferentes que quiebren su unidad
real. La respuesta a esta dificultad, según el aristotelismo tomista,
consiste en entender la diferencia entre el ser y la esencia como una
diferencia entre un acto y una potencia. Pero para que dicha diferencia
sea real deberán ser reales sus dos términos, el acto y la potencia.
Ahora bien, una potencia sólo es real en la medida en que radica en un
acto y está siendo ejercida (procesualmente) respecto de otro acto. En
tal caso, esa potencia estará intrínsecamente vinculada a un proceso
de cambio accidental, de manera que ella misma será sobrevenida o
accidental, no diferencia intrínseca al acto. Si se pretendiera
considerarla sólo en su relación con el acto que la sustenta, parece que
esa potencia no habría de ser realmente diferente del acto, mientras
fuera pura potencia pasiva o bien mera y pura posibilidad (no
contradictoriedad) de adquirir otro acto. Y si se la considera como un
intermediario entre dos actos, entonces la diferencia verdadera radicará
entre los actos, y no entre el acto y la potencia.
La dificultad estriba, por tanto, en entender una diferencia real y
primera entre un acto y una potencia. Que ambos sean uno no parece
problemático, puesto que la potencia siempre es relativa a un acto, y
eso quiere decir que si, realmente existe, existe cabe el acto, junto a él.
Tampoco entraña problema su diferencia, siendo el acto y la potencia
realidades diferentes. Pero, insisto, ¿cómo entender la unidad no de
varios actos, sino de un solo y primer acto-potencial? Desde luego, si la
diferencia radical entre ser y esencia es como la que existe entre un
acto y una potencia, entonces la potencia no ha de ser referida a otro
acto, ha de serlo exclusivamente al acto en que radica. A su vez, para
que esa diferencia sea real, la potencia habrá de ser real, y la única
manera de que lo sea en diferencia con el acto propio es como
potencia activa, pues una potencia pasiva respecto del propio acto no
difiere realmente del mismo, salvo que se suponga una previa
diferencia entre actos. La diferencia real parece, pues, que ha de ser la
diferencia entre el acto primero y la potencia activa primera.
Una potencia activa diferente del acto en que radica, pero
respectiva a él y no a otro acto, parece ser la única respuesta posible a
la cuestión de la unidad real de la diferencia real. La diferencia pura no
es la diferencia entre dos diferentes, sino la diferencia intrínseca a la
unidad de la criatura. La unidad de la criatura no puede ser una unidad
numérica, meramente fáctica, es decir, la unidad de un individuo o
determinación estricta de la voluntad creadora, tal como la entienden
Ockham y los empiristas; y no lo puede ser, porque es la unidad de
una diferencia real, no la de una homogeneidad. Pero tampoco puede
ser la unidad de dos realidades completas
o independientes, es decir, la unidad homogénea de una pluralidad.
Ha de ser la unidad heterogénea primera. Tampoco puede ser una
unidad de orden externo, o sea, una forma de unidad per accidens o
extrínseca, pues se trata de la unidad primera creada. Tomás de
Aquino considera que el esse creado es el efecto universal de la
creación, gracias al cual el universo es uno y único150 ; la essentia, en
cambio, sería el efecto diferencial interno al universo creado, y gracias
a ella el universo es un todo o conjunto151 . Tales indicaciones, sin
embargo, deben ser tomadas en consideración con ciertas cautelas. Si
el ser y la esencia no se distribuyen como si se trataran de seres
diferentes, sino que se entienden como formando una sola creación de
la cual el ser es el principio de unidad y la esencia es el principio de
pluralidad, la sugerencia puede ser aceptada, en principio. Pero
entonces la creación será unidad y pluralidad. Ahora bien, la unidad
(«y») de unidad y pluralidad es una unidad de orden, pero, en nuestro
caso no puede serlo de orden externo, sino de orden interno: una
unidad de diferentes uno de los cuales (la esencia) dice referencia
intrínseca al otro (el ser), pero no al revés, por lo que no se trata de una
relación trascendental.
Sin embargo, antes de pasar adelante conviene matizar lo que
vamos diciendo. He aquí algunas aclaraciones pertinentes:
1. El esse creado es diferente del esse creador, y ello quiere
decir que aquél no es idéntico, o, lo que es equivalente, que
no es la identidad ni el acto puro.
2. En realidad, la essentia no es que se distinga (como una
«res») del esse en la criatura; mediante la expresión
distinción real, que es un modo sugerente de decir lo que se
quiere, se nos remite a algo mucho más profundo: el esse
creado es ya inidéntico o diferente de sí, es acto-potencial.
Debido a ello, crear un esse es crear ipso facto una
diferencia real. La essentia es sólo el despliegue o análisis
real de esa real inidentidad que es ya el esse creado.
3. La distinción real esse-essentia significa únicamente, de
acuerdo con el punto anterior, que si el esse creado, siendo
realmente, no coincide nunca consigo mismo, ha de dar
lugar de modo inmediato a un sobrar o redundar, pero esta
fecundidad real tampoco coincide con él. El ser y su
fecundidad real (su esencia) difieren realmente entre sí.
150
ST I, q. 45, a. 5 c.
151
ST I, q. 47, a. 1 c, a. 2 c, a. 3 c.
-permítaseme este calificativo como indicación- reside en que,
siendo inidéntico el movimiento puro, su ser existe sólo en referencia
a la identidad, pero esta intrínseca referencia a la identidad es una
referencia exclusiva de la inidentidad, por lo que tampoco ella es
idéntica, sino sólo estricta dependencia de la identidad. Ahora bien,
depender de la identidad (Dios) es precisamente gozar de autonomía,
pues cuanto más se depende de Dios más libre se es152 . La
dependencia real del movimiento puro respecto de la identidad, en
vez de mermar la autonomía del movimiento puro, se despliega
realmente como su fecundidad natural, pero por ello mismo lo hace en
diferencia con el movimiento puro: la fecundidad natural de lo
inidéntico ha de ser inidéntica. Respecto del movimiento puro esa
fecundidad es un redundar o sobrar que tiende, y sólo tiende, a la
perfección del ser creado, a la identidad con él. Digo que tiende a la
identidad (con él), porque así hace real la dependencia (del ser)
respecto de la identidad, pero digo que sólo tiende a la identidad,
porque es el despliegue real y activo de la intrínseca dependencia de
la inidentidad respecto a la identidad: si el despliegue alcanzara la
altura del ser creado, éste dejaría de ser movimiento puro, y su
dependencia un despliegue. Si la identidad da el dar, el movimiento
se despliega en dones que tienden a dar el dar, pero ni siquiera
alcanzan a persistir como el movimiento puro. Es decir, la inidentidad
de la fecundidad (del movimiento) respecto del movimiento puro no
sólo es inidentidad consigo misma (concausalidad), es inidentidad con
el movimiento inidéntico: ambos no forman una sola y misma
inidentidad.
152
Dios es la simplicidad incondicionada, y como en él lo que es y lo que hace son idénticos, su acto
creador es también simple e incondicionante, o sea, idéntico con él. Pero depender de un acto simple e
incondicionante no es carecer de unidad ni de autonomía o poder, sino más bien tener garantizada la
unidad y el poder propio. No se olvide, por lo demás, que Dios es el dar puro, que no sólo no quita ni
merma, sino que otorga un dar propio.
a la identidad es intrínseca, y lo acompaña desplegando en
fecundidad su dependencia.
La unidad de orden implica un proceso antes-después al
menos jerárquico. Por ser despliegue de la dependencia del persistir,
la esencia se comporta como un antes respecto de un después. En la
medida en que el despliegue tiende realmente a la identidad (con él)
se adelanta al persistir (que no es idéntico), pero en la medida en que
sólo tiende, pero no alcanza ni siquiera a persistir, el persistir se
convierte en un después. La esencia se retrasa respecto al ser, el
cual es un prius jerárquico respecto de la esencia. Sin ser creado no
hay despliegue esencial, pero la dependencia real respecto de la
identidad (o sea, el despliegue) es intrínseca al ser creado e indica su
procedencia de ella. Por «antes» entiendo una multiplicación o
despliegue temporal, una fuga o distanciamiento respecto del ser
creado, tal que nunca alcanza a igualarlo en perfección, es decir, que
nunca deja de ser «antes», pero que señala algo intrínseco a él, su
dependencia donal. Por «después» entiendo una perfección y unidad
que nunca deja de ser «después», pero que es relativo o referente a
algo superior, y por ello es verdaderamente un «después» respecto
de un «antes», es decir, una perfección relativa o referencial. Pero no
se me malentienda: no digo que Dios sea el antes del ser creado, sino
que la referencia al ser creador es una dependencia realmente
fecunda (en despliegue temporal), indicio de la procedencia donal del
ser creado, pero cuya inidentidad (o novedad) indica que el
antecedente del ser creado es la nada. La actividad del ser creado
(movimiento puro) no es temporal en el sentido de una distensión
antes-después. Persistir es sólo un después, una actividad incesante
y no seguida por nada; si admite ser acompañado por un antes, se
debe a que depende de la identidad. Lo temporal como distensión
pertenece a la esencia que es un antes respectivo a un después: una
multiplicación indefinida de potencias activas. La unidad de ser y
esencia es la de un antes y después puros. La diferencia entre el ser
y la esencia no es mutua (oposición), sino diferente: el ser creado es
diferente respecto de la identidad, la esencia es diferente respecto del
ser creado. Por eso pueden ser uno. Al no ser mutuamente diferentes,
no son opuestos ni se excluyen, antes bien, como ha quedado
expuesto, son la unidad activa de diferencias concomitantes.
153
No un pasado que no pasa (mito), sino un pasar que no pasa, por no alcanzar nunca el después.
V. EL ESSE Y EL HABENS ESSE.
154
Cfr. ILM XII, lect. 1, n. 4; IBH, lect. 2.
155
Lo mismo que ousia en griego, la voz «essentia» tiene dos características básicas: se vincula con el
participio de presente del verbo ser y tiene forma femenina. Por vincularse, con el participio de presente
connota al sujeto de la acción pura; por su forma femenina indica la función receptiva de dicho sujeto.
156
Al introducir un tercer elemento, donde teníamos dos (ser y esencia) nos aparecen tres (ens, esse,
essentia), lo que podría generar una multiplicación al infinito, y en todo caso una notable confusión: si el
ser y la esencia dan lugar a un tercero (ente), o ellos dejan de ser reales y, en consecuencia, lo real pasa
suponer al esse, a la essentia y al ens. El esse no es una cosa, la
essentia no es otra cosa, y el ens no es la cosa en la que se unen el
esse y la essentia. Esse y essentia son principios reales, no cosas; ens
es un concepto, no un principio real. No debemos, pues, mezclar
conceptos con cosas ni con principios. Atengámonos, pues, al ser y a
la esencia. Según mi propuesta anterior, serían principios diferentes
porque en ellos se bifracta el término de la acción creadora, o sea, la
diferencia real, que es a la vez diferente y referente.
a ser el ente, o bien siguen siendo reales, pero entonces tenemos tres realidades distintas, cuya unidad,
sentido y orden resulta inextricable.
157
ST I, q. 4, a. 1 ad 3.
sobre la essentia, por ser prima rerum creatarum, se concluye
que el término primero y directo de la creación es un receptum sin
recipiens previo, tal como adelanté páginas atrás. Esse como diferente
de habens esse quiere decir, en primer lugar, esse receptum sine
praevio recipiente.
158
Véase en el capítulo precedente las peculiaridades del dar puro, entre las que se encuentra la de crear
lo dado.
159
Para Dios, la criatura es ad extra o extrínseca, pero para la criatura la dependencia respecto de Dios
es intrínseca. Para delimitar con precisión la índole de esta dependencia hay que distinguir dos tipos de
relaciones intrínsecas en la criatura: las relaciones intrínsecas según la esencia tantum, como la que
existe entre hijo y padre, y la relación intrínseca según el esse, cuyo único ejemplo es la creación.
Naturalmente este segundo tipo de relación, y sólo él, coincide totalmente con la criatura misma (cfr. ST I,
q. 45, a. 3, ad 2; DP, q. 3, a. 3 ad 2). La dependencia, pues, de la criatura respecto del creador coincide
exactamente con su novedad y originalidad, por lo que lejos de anularla constituye su ser e independencia
para con cualquier otra criatura. Siendo así, puede comprenderse fácilmente que cuanto mayor y más
estrecha es la dependencia de una criatura respecto del creador tanto más alta y digna es esa criatura, y
viceversa cuanto más alta es una criatura tanto más depende de Dios.
que no hay recipiens previo al don recibido, puede afirmarse que
en él no hay pasión alguna, en sentido estricto, que le permita modificar
o alterar el don recibido haciéndolo suyo ad modum recipientis. Y por
esa misma razón, tal recipiens de ninguna manera podrá implicar
capacidad previa. Desde luego, la esencia creada no implica capacidad
previa respecto del esse creador, dado que no es anterior a la creación
ni su primer efecto: la criatura no es, en cuanto criatura, capax Dei, ni
contrae mediante la esencia al esse creador. Mas tampoco implica la
esencia capacidad previa respecto del esse creado, ya que también es
posterior a él. Recipiens no puede significar, pues, en Tomás de
Aquino capacitas recipiendi o essendi. Sin embargo, sí puede significar
actividad coartadora, ya que la coartación no es nunca previa a la
recepción.
160
La unidad de Dios es la identidad, la de la criatura primera es la díada. La criatura primera es un dar-
dones, en lo que se discierne el don recibido de dar (ser no-contradictorio) y el don dado (esencia). En la
realidad creada el ser no es lo único, existe ser y menos que ser (esencia), por lo que la unidad de la
criatura no coincide con su acto, sino con su acto y su potencia: es una unidad no idéntica.
se agota en él, de manera que ni cesa en el despliegue ni es
seguida por lo desplegado. En este sentido, lo recibido puede ser
denominado con verdad movimiento trascendental161 . Por su parte, lo
desplegado es referente y subordinado a lo recibido, en cuanto que es
una anticipación reductora y coartadora de su actividad, que como tal
anticipación se distiende y convierte al ser, o movimiento trascendental,
en su después. La diferencia antes-después es otro aspecto de la
diferencia esencia-ser, y nos permite entender que la unidad de la
esencia es una unidad temporal. Ahora bien, la unidad del tiempo es
una unidad-con, es decir, no sólo una unidad relativa, sino una unidad
adjetiva o sostenida por otro, en este caso el ser creado. La esencia es
una con el ser y hacia el ser creado. La unidad de Dios es la identidad;
la unidad de la criatura es la unidad de lo diferente con su diferencia: la
unidad de una inidentidad.
161
Cfr. L. Polo, El acceso al ser, 58-59, y El ser I, 71 ss.
162
"Universalia non movent, sed particularia, in quibus est actus" (CG III, c. 6).
163
Puede admitirse que lo singular, debidamente entendido como concausalidad parcial, es real, pero si
los trascendentales son reales, lo más real de todo, entonces lo real no es singular.
nado en su propia línea, es decir, sin necesidad de corregir o enmendar
la plana al creador. Y el orden creatural, que es orden jerárquico, deriva
justamente de este posible perfeccionamiento de unas criaturas por
otras. Pero he de recordar que lo perfectible de la criatura no era
directamente el esse qua esse, sino lo imperfecto del esse, su
diferencia interna, la distancia entre su ser y su hacer; en una palabra,
la diferencia real entre la esencia y el ser.
164
Si la armonía de las criaturas es tal como ha sido descrita, no se debe a la naturaleza de las mismas,
ya que, por una parte, cada criatura ha de ser ayudada por otra superior para obtener operativamente su
perfección relativa, y, por otra parte, al ser cada una en su raíz independiente de las otras, ni exige su
ayuda ni necesita ese perfeccionamiento operativo: tal perfeccionamiento es un auténtico don de las
criaturas superiores y también del creador, responsable directo del orden y de la armonía o unidad del
conjunto de las criaturas. Mediante dicho orden quedan expresadas las perfecciones de Dios mismo a fin
de que en nuestra abismal diferencia sus criaturas podamos participar y conocer su grandeza infinita. La
manifestación de Dios por las criaturas es, a su vez, para las criaturas; a Dios mismo dicha manifestación
sólo le afecta como la redundancia del dar afecta al dador: como alegría del bien ajeno o doxa (gloria).
165
No desarrollo aquí otra posibilidad, a saber: la de un recipiens simulque receptum, o sea, la de un
recipiente que sea a la vez y en sí mismo recibido. Un recipiens-receptum no significaría que lo recibido
fuera anterior al recipiente, ni tampoco posterior, antes al contrario significaría que lo recibido fuera la
capacidad de recibir sin coartación alguna, es decir, de recibir donalmente. Por lo que entiendo, esa sería
la segunda creación (o elevación), común a ángeles y a hombres. La diferencia entre ángeles y hombres
radicaría en la mayor complejidad del hombre, que por su cuerpo formaría parte del receptum recipiens, y
por su espíritu sería recipiens-receptum. Por lo demás, cabe una tercera posibilidad, la del recipiens
assumptum, que tampoco desarrollo.
COROLARIOS
166
Un universo es una unidad de diferentes independiente. Toda criatura o término de una acción
creadora es una unidad de diferentes (esse-essentia, libertad-disponer, etc.) independiente y diferente de
las demás. Desde los griegos es usual reservar el nombre de cosmos o, en latín, universum a lo que se
debe denominar criatura primera o criatura «mundo», pero que al ser interpretado como único da lugar a
graves malentendidos entre los que se encuentra, por ejemplo, pensar al hombre como una mera parte
del mundo, lo que hace inviable la libertad. Tomás de Aquino denomina universo, en cambio, al conjunto
de las creaciones divinas incluidas las no materiales. En mi versión, el universo tomista podría
considerarse un universo de universos, cuya vinculación es únicamente donal. En concordancia con todo
lo dicho, afirmo que las criaturas segundas o elevadas (hombres y ángeles) son también un universo,
pero en este caso cada una de ellas es un universo, no como el mundo o criatura primera, que es todo él
una sola criatura y universo. Y por último, sugiero también que la tercera criatura o criatura «asumida» (la
naturaleza humana de Cristo) es en verdad un universo, y por cierto el más elevado y de más alta calidad
donal, desde el que se abre la posibilidad de la comunicación e integración suprema para los restantes
universos creados.
3. El término primero de la acción creadora es el esse creado,
pero su término real o íntegro es una naturaleza. Si se me permite
ampliar el uso de una expresión de Santo Tomás, la esencia sería co-
creada, o sea, término indirecto de la creación. Ello implica que la
dependencia de la esencia respecto del creador está mediada por el
esse creado. Las operaciones, por tanto, principiadas por dicha
esencia, aunque distintas del esse creado mismo, son estables por
referencia a él. Si ahora se tiene en cuenta lo enunciado en el corolario
2, resulta que el término íntegro de la acción creadora es un universo
de operaciones estables que siendo diversas del ser creado lo tienen
como principio de su estabilidad, lo que sin duda puede denominarse
una naturaleza167 .
167
Para la intelección clara y correcta de todo lo precedente conviene tener en cuenta que este capítulo,
por haber sido presentado como un estudio inspirado en la filosofía de Tomás de Aquino, se ha movido
desde el principio en una cierta ambigüedad. Por una parte, y siguiendo a Tomás de Aquino, se ha
hablado de la distinción esse-essentia como de una distinción común a todas las criaturas, primera,
elevadas y asumida. Lo cual no es materialmente falso, sino simplemente un modo de consideración
general que no se aviene con la diferencialidad e independencia natural de toda criatura, antes
explicadas. Por otra parte, a lo largo de este capítulo he conducido siempre mi pensar de acuerdo con la
idea de estar refiriéndome de modo preciso a la criatura «mundo» y sólo a ella, cuando me he referido a la
distinción esse-essentia. Quede, por lo menos ahora al final, definido con más rigor mi pensamiento:
ninguna criatura es la identidad, pero su modo de diferenciarse de la identidad es diferente en cada una.
En la criatura «mundo» esa diferencia es la llamada «distinción real esse-essentia»; en las criaturas
elevadas, la distinción real libertad-naturaleza; en la criatura asumida, la diferencia real entre la
obediencialidad activa y la libertad (pasiva) de la naturaleza humana de Cristo para igualarse a nosotros -
ruego se tome esta afirmación como una mera sugerencia y con todas las cautelas que exige tan alto
misterio.
168
Nótese que se dice «por sí misma», lo que no excluye en absoluto que la providencia divina haya
podido inscribir en la naturaleza o mundo físico, aunque praeter eam, huellas o vestigios de su vida íntima
que ayuden e iluminen la mente de los hombres.
CONCLUSION
EPÍLOGO.
169
Acerca de la fragmentación generalizada del saber en nuestra situación histórica, véase. el detallado y
sugerente estudio de José Luis del Barco, La civilización fragmentaria, Madrid, 1995.
170
En filosofía se habla muchas veces de fundar una afirmación o tesis, y en efecto ésa es la tarea de la
demostración. La filosofía, es cierto, puede fundar afirmaciones, pero ésa no es su tarea principal e
insustituible, sino la de conocer los principios habitualmente (nous). El conocimiento intelectual de los
principios reales no es principio real alguno, si lo fuera no podría conocerlos como principios, sino que
actuaría como principio. Aristóteles lo advirtió: el conocimiento de los principios no puede ser demostrado
o fundado por el cognoscente.
fundamento, si conocer no es fundar ni ser fundado. Del mismo
modo, ni la libertad171 ni la esperanza172 son principio alguno.
171
Aristóteles explicó la voluntad como principio (arché) de sus acciones (Eth. Nicom. 3, 1110 a 15; 1112
b 30). Kant la entendió también como un tipo de causalidad. Para ambos la voluntad es principio de
autodeterminación, pero en realidad, así considerada, la voluntad es relativa a sus obras, es voluntad
productiva, pero no libertad. La entraña libre de la voluntad reside en su capacidad de dar o amar, que no
es principio alguno. Desde la voluntad como capacidad de donación puede entenderse la voluntad
productiva o voluntad de arbitrio, pero no al revés.
172
La misma noción fundamental de “das noch-nicht-Bewuste” de Bloch (El principio esperanza, Madrid,
1977, vol. I, 102 ss.) anula la futurición intrínseca a la esperanza, pues referirla a la conciencia (que es
presencia) en forma de negación es reducir el futuro a presente. Esperar no es adelantar el futuro, sino
futurizar el presente desde el entendimiento y la voluntad. Por eso la esperanza se le vuelve utópica, o sea,
justamente antiesperanza; ya que la utopía es la declaración por adelantado de que lo esperado no es
alcanzable.
173
G. Deleuze, Diferencia y repetición, Madrid, 1988, 78 ss.
La propuesta de Deleuze, la que parece más consistente, viene
a establecer la diferencia como principio y a convertir a la identidad en
un adjetivo de la diferencia, inspirándose en el pensamiento del eterno
retorno nietzscheano: la única identidad es la del eterno retorno, que es
la identidad de la diferencia, una identidad subordinada a lo diferente.
No se trata de negar la existencia de lo idéntico, ni de la semejanza,
etc., sino tan sólo de entenderlas como derivadas de la diferencia. Pero
si el eterno retorno es la identidad de la diferencia, entonces no hemos
hecho más que invertir los términos del planteamiento moderno. Y ésa
es otra forma de logicismo: un planteamiento no se supera realmente
por la mera inversión de sus términos. La propuesta de Deleuze puede,
desde luego, ser pensada, pero no es congruente ni real. Es decir,
tiene el mismo valor de aquello a lo que invierte: es puramente lógica.
El propio Deleuze acusa la dificultad. Para él se trataría simplemente
de una paradoja connatural a la filosofía: pensar algo que es contrario a
los principios del pensamiento. Sin embargo, si fuera un fiel
nietzscheano ni siquiera admitiría esa paradoja: se puede pensar lo
que se quiera pensar, sería el desafío de Nietzsche. Para eso haría
falta que Deleuze se diera cuenta de que el conocimiento no es de
índole principial -aunque, contra lo que piensa Nietzsche, tampoco la
voluntad es principial.
174
Cfr. A. D’Ors, Ex impossibili quodlibet sequitur (Juan Buridan), (pro manuescripto). Este principio
supone e introduce el logicismo: la Lógica es autosuficiente y completa, y no se somete a la congruencia
del inteligir para con la verdad.
IV. METAFÍSICA, VIOLENCIA Y MODERNIDAD.
I. INTRODUCCIÓN.
176
Cfr. F. Bacon, Instauratio Magna, Præfatio, The Works of F. Bacon, Frommann-Holzboog, Stuttgart-
Bad Cannstatt, 1963, Y, 125-154.
177
Cfr. Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?, lec.3.
la naturaleza no amenaza, en absoluto, la existencia del
universo como tal, pues sus leyes se cumplen tan estrictamente en la
violencia metódica introducida por la técnica moderna como en el
comportamiento natural ordinario. Sí amenaza, en cambio, a la vida y,
sobre todo, a la vida humana. La amenaza nuclear, por ejemplo, no es
tal para el universo meramente físico, el cual funda, más bien, muchas
de sus manifestaciones en dicha forma de energía. La técnica moderna
perturba ciertamente el orden natural del universo, pero aplicando las
propias leyes observadas en él. Precisamente por esa razón ha
tardado tanto en descubrirse la índole violenta de la ciencia moderna,
que no consiste tanto en ejercer una fuerza extraña y contraria sobre el
mundo físico como en alterar su ordenación natural, descontrolando o
ejerciendo fuerzas básicas en detrimento de desarrollos superiores que
requieren el equilibrio de los inferiores (ecología).
178
Cfr. I.Falgueras, Ideas filosóficas de la Ilustración, en Carlos III y la Ilustración, Madrid, 1988, 99-101.
claras su índole igualmente violenta, tan violenta por lo menos
como la tendencia a la dispersión que intentaba corregir, puesto que
para hacerse viables habían de eliminar la libertad, o reducirla a
márgenes tales que la volvieron irreconocible.
179
Gen.3,4-19.
180
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Contra Gentes II, 83.
181
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologica I-II, q.6, a.5 c.
182
Cfr. Tomás de Aquino, De Veritate, q.22, a.5 c.
183
Cfr. Espinosa, Ethica IV, prs.2-4, et cor.
184
Cfr. Schelling, Neue Deduktion des Naturrechts, §§147 ss., MJ, I.Band, 200 ss.; y Hegel, Grundlinien
der Philosophie des Rechts, §§90 ss., Hegel Werke, Suhrkamp Verlag, Frankfurt a.M., 1970, 178 ss.
da a la función moderadora de la autoridad moral. Pero, mientras
que la autoridad incita a obedecer como deber moral, la fuerza coactiva
lo hace sólo mediante el temor al castigo, con el consiguiente deterioro
humano de las relaciones socio-políticas y la absolutización del poder,
pues un poder que no tiene que rendir cuentas más que a sí mismo
atiende tan sólo a su propia conservación y reforzamiento.
185
La verdad es manifestación o, como sugieren -aunque en términos (incorrectos) de causa sui-
Espinosa (Ethica II, 43, sch.) y Schelling (Grundlegung der positiven Philosophie (GPF), Herausg. von H.
Fuhrmans, Torino, 1972, 119), la verdad se muestra a sí misma y al error, de ahí que no se requiere nada
distinto de la verdad para eliminar el error en las verdades naturales. No ocurre lo mismo, sin embargo,
con las verdades sobrenaturales, que ni son evidentes para nosotros ni se rigen por nuestra lógica, si
bien no se oponen a ella. Por eso, respecto de ellas se requiere de una orientación especial, a saber: de
una orientación negativa, que sin agotar el sentido de esa verdad sobrenatural, nos indique los sentidos
inconducentes o falsos, porque, al no sernos evidentes, esas verdades no eliminan para nosotros la
posibilidad del error. Me refiero al anatema. El anatema no encierra violencia teórica alguna, porque no
prohibe pensar lo que se condena, sino tenerlo por verdadero, a quienes creen en la revelación de Dios, y
en la medida en que se opone a una verdad que nos trasciende. Por referirse a una verdad que nos
trasciende y en la que se cree, el anatema va dirigido directamente contra la persona e indirectamente
contra la doctrina, y consiste en una segregación tanto de la persona como de la doctrina, respecto de los
creyentes y de su fe. Ahora bien, segregar una doctrina respecto de nuestra comunión no es no
entenderla, sino precisamente reservarla al juicio de Dios, que es el que conoce y propone aquellas
verdades, remitiendo a la sabiduría divina el criterio de su falsedad, y, apartándola de nuestro juicio,
porque de ella no se sigue inmediatamente para nosotros ninguna guía u orientación positiva. Por tanto, el
anatema es el reconocimiento de la existencia de verdades que nos trascienden, lo que lejos de ser la
violación de ningún orden, es su refrendo.
186
Sermo 169,15,18, PL 38, 926.
la falsedad radica en una detención, en una cesación o impedimento187 .
El error es simple incongruencia con la realidad y consigo: pretender
tener toda la realidad y todo el saber. El error es el desorden que hace
prevalecer lo finito sobre lo infinito, lo predicamental sobre lo trascen-
dental. Si lo verdadero es lo que no cierra el saber ni la realidad, sino
que prosigue y permite crecer a aquél, sin pretender agotar a ésta, lo
falso es lo que impide seguir sabiendo, lo que detiene el saber y pre-
tender agotar la realidad. En este sentido, lo que se expone a continua-
ción es propuesto como verdad en cuanto que elimina los impedimen-
tos que detienen el saber, y en cuanto que incluye en sí la verdad de lo
propuesto como falso.
Pero pasemos al análisis de la acusación posmoderna según
Vattimo. Ante todo, la acusación de violencia que hace es válida para la
metafísica moderna, pero no para toda metafísica. La interpretación
nietzscheana de la metafísica como voluntad de poder o como "el in-
tento de adueñarse por la fuerza de comarcas más fértiles"188 , la de-
nuncia heidegeriana del olvido del ser, o de la exclusividad de la
atención al ente, la desacreditación en Adorno de la metafísica por su
indiferencia hacia la vida del individuo y hacia los derechos de lo
contingente y caduco189 , y, por último, el rechazo por Lévinas de la on-
tología como reducción de lo Otro a lo Mismo, entendiendo por mismi-
dad la idea general y por alteridad lo diferente personal, son todas ellas
acusaciones cuyo punto de referencia es el pensamiento moderno y
sólo él. Ya más arriba he indicado que la entronización del poder en la
metafísica es un efecto del erróneo teologismo filosófico de Ockham,
que no tiene precedentes, aunque sí graves consecuencias, en la his-
toria de la filosofía. Por otro lado, el propio Heidegger admitió que el
concepto de enérgeia aristotélico era una excepción al olvido del ser190 ,
aunque ignoraba que la distinción real entre el esse y la essentia, he-
cha por Tomás de Aquino era también una declaración de diferencia
más poderosa incluso que la suya. Por lo que hace a la tesis de
187
"In der exklusive Richtung liegt eigentlich das Falsche" (en el carácter [naturaleza] exclusivo descansa
propiamente lo falso) (GPF, 84). Según Schelling, ningún sistema es por completo falso, sino que el
sistema verdadero contiene a los falsos y les da a cada uno su lugar. El sentido malo de la voz «sistema»
le viene del "stehenbleiben" (detenerse), de la impotencia para proseguir y, por eso, significa cesación,
impedimento (Stockung, Hemmung) (Ibid., 119). También Leibniz sugería que el error de los filósofos no
está en lo que afirman, sino más bien en lo que niegan.
188
Vattimo, o.c., 67.
189
Ibid., 69 ss.
190
Die Ueberwindung der Metaphysik, IV. En Heidegger la superación o el final de la metafísica no es su
extinción, sino sólo la aparición de un nuevo pensar. Si la metafísica es la exclusividad de la
consideración del ente, la nueva filosofía será la consideración de la diferencia ontológica entre ser y
ente, o sea, la supresión de la exclusividad del ente, y su sometimiento al ser. No le falta razón a
Heidegger para acusar a la metafísica de entificación y olvido del ser. Mas si esa acusación no alcanza a
todos los metafísicos, debería haber propuesto que en la historia de la metafísica predomina la
entificación del ser, pero no que la metafísica sea la entificación del ser. En realidad, la acusación
heidegeriana cobra su máxima fuerza y sentido si se la entiende dirigida contra la metafísica moderna,
que es toda ella objetivista y, por lo mismo, entificadora. Pero, además, Heidegger asocia a la diferencia
ontológica, que es un tema metafísico, el estatuto del ser humano. Por supuesto, mantener la diferencia
ontológica le permite asignar al hombre un estatuto distinto y superior al de ente, pero al asociar el ser del
hombre a la pura guarda-desvelamiento del ser respecto de los entes mundanos, no consigue superar la
limitación de la metafísica, a saber: que el ser del mundo no es capaz de dar razón del hombre. Por otro
lado, él mismo, para desvelar guardando la diferencia ontológica, ha de seguir atendiendo al ente sin
abandonar la objetividad: así no consigue conocer el ser ni escapa tampoco del objetivismo, es decir, no
supera el vicio que lastra a la metafísica moderna.
Adorno, no ya la indiferencia, sino incluso la enemistad teórica hacia la
vida del individuo es propia de los grandes metafísicos modernos como
Espinosa, Fichte, Schelling y Hegel191 , no así de la metafísica
aristotélico-tomista, que supravalora la noción de substancia individual.
Finalmente, es la filosofía moderna la que confunde persona con objeto
y con conciencia192 , sin tener para nada en cuenta el carácter
irreductible de la alteridad personal, a la que los medievales aludían
con la noción de incomunicabilidad.
Señala a la vez Vattimo que las razones del rechazo actual hacia
la filosofía y la metafísica derivan de criterios éticos, no de criterios
teóricos. En sí misma esta afirmación no es falsa, aunque pueden serlo
sus supuestos. Atenderé primero a la falsedad de ciertos supuestos de
dicha afirmación, y, después, a su correcta verdad.
191
Ver el capítulo I, textos correspondientes a las notas 40, 41 y 42 de este libro.
192
Kant separa con gran acierto a la persona de la objetividad, pero no la separa de la conciencia.
193
Cfr. Rorty, La prioridad de la democracia sobre la filosofía, en LSF, 31-61.
y no discrepar, sino conceder al otro aquel descubrimiento de lo
verdaderamente real que le corresponde. Si no hubiera verdad, no
habría comunidad humana alguna: la convivencia sería pura
yuxtaposición o agregación de individualidades. El pragmatismo tiene,
ciertamente, su campo de verdad: la resolución de problemas político-
sociales ordinarios, pero no puede ser nunca el criterio supremo de la
coexistencia humana. Por pragmatismo se puede incurrir en gravísimas
injusticias que rompen la coexistencia radicalmente, y cuando se lo
eleva a criterio supremo se incurre en ingenuas incongruencias, porque
incluso la pretensión de regular la coexistencia humana sólo según el
pragmatismo supone una previa pretensión de verdad, y de una verdad
no particular o privada, sino común a todos los hombres, a saber: la de
que lo único o lo más importante es la vida práctica.
194
Éste es concretamente el pensamiento de Vattimo, o.c., y, en un sentido más amplio, el de la
hermenéutica. Vattimo cree que no es posible por la vía de la discusión teórica vencer a la metafísica,
pero que, en cambio, hay una vía práctica para superarla: es lo que él llama la secularización de la
filosofía. El ser no es, sino que sucede, se historifica, no es principio, sino palabra, discurso,
interpretación. El principio pertenece al texto. Grave error: ni Dios puede ser atrapado en la palabra del
texto, ni la filosofía puede ser secularizada, pues no es asunto de interpretación de pensamientos, sino de
conocimiento de la realidad. La verdad de lo divino no queda debilitada por expresarse en pensamientos
humanos, sino que el pensamiento humano es potenciado por ella. Tampoco la verdad real del
conocimiento humano queda debilitada por expresarse en el lenguaje, sino que éste es potenciado por
ella. No cabe ninguna debilitación de la verdad, pues lo inferior no puede limitar a lo superior, sino que
cuando es penetrado por éste resulta abierto y elevado.
tiene aquí sentido recordar el aserto de Tomás de Aquino: "el
estudio de la filosofía no se hace para saber qué han pensado los
hombres, sino cuál sea la verdad de las cosas"195 . Es cierto que la
filología y la hermenéutica tienen también su campo de aplicación
verdadera, pero no son el medio de la verdad, ni siquiera su condición,
aunque puedan ser un poderoso auxiliar de la misma.
195
Cfr. Capítulo I, nota 2, de este libro.
196
Cfr. M. Riedel, Metafísica y metapolítica, trad. Garzón Valdés, Buenos Aires, 1977, dos vols. La
propuesta de mi maestro, Leonardo Polo, y mía no es independizar ni anteponer la práctica respecto de la
teoría, sino independizar la antropología de la metafísica abriendo positivamente un nuevo campo al
saber teórico (el antropológico trascendental) respecto del cual quedan subordinadas la ética y la práctica
humana de un modo congruente y satisfactorio, cosa que no ocurre cuando se las subordina a la
metafísica: la ética admite una justificación destinal, pero no una fundamentación principial.
197
Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 12, trad. A. Gallego -T. Muñoz, Madrid, 1993, 60-62.
Asimismo, fueron razones antropológico-éticas las que
precipitaron el final de la filosofía medieval. El equilibrio y cooperación
entre razón y fe, que era el método del filosofar medieval, se vió
amenazado por la interpretación literal del pensamiento de Aristóteles,
a quien algunos tomaron como «autoridad» en sentido excluyente.
Pero si «el filósofo» no había podido descubrir ninguna de las verdades
trascendentes, como la creación de la nada y el destino eterno del
hombre (inmortalidad), entonces es que la razón humana no era capaz
de descubrirlas, siendo asequibles sólo a la pura fe. Lo mismo
acontece con las verdades morales. Ockham llevó al extremo esta tesis
reduciendo el saber racional a mero saber contingente y condicionado
por la voluntad de Dios, con lo que excluía la metafísica como «meta»-
«física» y le reservaba un papel casi exclusivamente lógico. En
cualquier caso, la filosofía no alcanzaba ningún saber sapiencial ni
teórico ni práctico.
198
Las trato como enunciados, porque caben enunciados sin sentido, pero no intelecciones sin sentido.
En realidad, esos enunciados no llegan a ser verdaderas intelecciones. El enunciado «no hay verdad»
pretende que sea verdad su contenido, de ahí que no se sepa qué quiere decir. En cuanto al enunciado
«la práctica es independiente de la teoría», es él mismo un enunciado teórico que pretende tener valor en
la práctica, o sea, que muestra la no independencia de la práctica.
experimentaron los medievales cuando descubrieron la Física
aristotélica y tropezaron de nuevo con la dificultad de encajar al hombre
y a la fe cristiana dentro de la naturaleza mundana, lo que les indujo a
adoptar la tremenda postura ocamista (aún más violenta para el
hombre). Una violencia semejante la sentimos hoy los filósofos ante la
metafísica racionalista y la metafísica sistemática modernas. Pero
precisemos: la metafísica ha sido en todos los casos violenta para el
hombre, es decir, cuando pretende abarcar al hombre, pero no en sí
misma, es decir, no como intelección del mundo. La libertad humana no
puede ser entendida congruentemente en términos de fundamentación
(mundana): ni es fundada ni es fundamento, sino que está destinada.
El hombre guarda una relación intrínseca con el futuro que lo emancipa
de la absoluta anterioridad del fundamento. Este orden humano es
violado por el enfoque principial de la metafísica, cuando pretende
incluir dentro de sus límites al hombre.
199
Esa tarea fue propuesta por mi maestro Leonardo Polo (cfr. El acceso al ser, Pamplona, 1964, 357 y
381-2) y ha sido desarrollada todavía sólo parcialmente en escritos posteriores. Por mi parte, la vía hacia
una antropología trascendental queda abierta, según he esbozado en el capítulo II, por una filosofía donal.
NOTA CONCLUSIVA:
CIENCIA Y METAFÍSICA
200
¿Qué es filosofía?, lección 2.
El progreso del saber científico frente a la crisis del metafísico no
sólo dio alas a la idea de que la ciencia es el único saber seguro, sino
que impuso como toda posible tarea filosófica la de proponer los
fundamentos lógicos de las ciencias. La opinión que se tenía –y que
aún hoy día muchos comparten- no era sólo la de que las ciencias
hacen innecesaria toda metafísica, sino incluso la de que la excluyen
del orbe del saber y la relegan al de la opinión y el sentimiento.
201
Cfr. ¿Quién es el hombre?, Madrid, 1994, 28 ss.
202
Cfr. B. d’Espagnat, o.c., 28 ss; 124-125.
cuánticos han intuído que sus formulaciones apuntan incluso a un
conocimiento inobjetivo de la realidad mundana203 .
203
P. Jordan, El hombre de ciencia ante el problema religioso, trad. D. Romero, Madrid, 1972, 263.
También B. d’ Espagnat, aunque se debata en problemas que le sobrepasan (como científico que no
alcanza a filosofar de lleno), sugiere con su distinción entre realismo próximo y lejano, así como con su
propuesta de lo real velado, el conocimiento de una realidad inobjetiva, o.c., 124 ss.
204
Cfr. W. Heisenberg, La imagen de la naturaleza en la física actual, trad. por G. Ferraté, Barcelona,
1976, 27 ss.; Diálogos sobre la Física atómica, trad. por W. Strobl y L. Pelayo, Madrid, 1972, 146 ss.; N.
Bohr, Physique atomique et connaisance humaine, trad. par E.Bauer et R.Omnes, Gauthier-Villars, 1972,
7, 25.
205
Aristóteles, Phys. II, 4, 195 b 31 ss.
descubrir una pluralidad causal mutuamente concurrente en los
procesos físicos y sólo ordenada desde una causalidad final, cabe que
se den realmente diferentes ajustes entre ellas e, incluso, desajustes
relativos que abren la posibilidad de lo indeterminado. En rigor, pues,
para un filósofo sin prejuicios el descubrimiento de la indeterminación
física puede ser la confirmación de la vigencia de la causalidad final.
Pero precisamente ésa fue la causalidad que primero y más
unánimemente rechazaron los físicos modernos, por asociarla a la idea
de Dios, es decir, a la idea de una voluntad libre y de un entendimiento
en acto, mezclando el dios aristotélico con el cristiano. Cosa que sigue
ocurriendo hoy día incluso entre los físicos cuánticos, quienes creen
ver en Demócrito o en Espinosa a sus más cercanos predecesores. A
pesar de los claros reclamos de la biología en favor de la causalidad
final, los hombres de ciencia piensan que toda causa final es
inseparable de una inteligencia en acto y de una voluntad libre206 . En
páginas anteriores procuré presentar una concepción estrictamente
física de la causalidad final, sin antropomorfismos, pero compatible con
el azar o la indeterminación; me complacería haber conseguido por lo
menos disociar la noción de causalidad final respecto de la de fin
subjetivo. Quien pueda hacer esa disociación podrá entender que la
negativa de los cuánticos respecto de la causalidad afecta a la noción
moderna de la misma, pero no a toda causalidad207 .
206
N. Bohr que tan sensible se muestra a los datos finalistas de la biología, no sabe encontrarles otro
acomodo que el de una explicación subjetiva: hay una disparidad de datos que nacen de la intervención
del observador o cognoscente, cfr. o. c., 13-15, 27-31; 143-156.
207
La Física cuántica no sólo arruina la representación del mundo aristotélica –en lo que concuerda
acertadamente con el objetivo de toda la ciencia moderna-, sino también la pretensión de identidad entre
realidad y representación, característica de ésta última. De este modo, lo no representativo de la Física de
Aristóteles, es decir, su teoría causal vuelve a recuperar interés por encima de las pretensiones de la
ciencia moderna. Véanse al respecto las pertinentes indicaciones de la obra de J.M. Posada, La física de
causas en Leonardo Polo, Pamplona, 1996, así como las dos partes del tomo IV del Curso de Teoría del
conocimiento de L. Polo, Pamplona, 1994 y 1996.
208
Cfr. P. Jordan, o.c., 261 ss., en especial 266.
de causa vulgar o científica propuesta por mí en el capítulo II de esta
obra, a saber: como influir-en y ser influído-por, es válida por igual para
los dos órdenes (micro y macro) físicos. Si se entiende debidamente
esta noción, en vez de una contraposición tan tajante entre aquellos
mundos, resulta posible una pluralidad de combinaciones causales
diferentes, que sirven de base para una pluralidad de órdenes de
realidad física, compatibles, concausantes y diferentes en sus
propiedades reales, y, en consecuencia, resulta posible un principio de
causalidad no unilateral ni excluyente.
209
Esto no significa que la macrofísica sea del dominio exclusivo de los datos sensibles, pero tampoco
que hayan de ser excluídas las experiencias sensibles debidamente contrastadas, incluídos los
experimentos como método científico de apoyo a la teoría.
Índice de autores y materias
Dios (divinidad, divino), 7, 12, 14, Espinosa, 14, 15, 18-20, 38, 40-42,
16-26, 27, 29, 37-38, 42, 44, 46, 49,
53, 59, 73, 75, 76, 81, 97, 106, 112,
53, 60, 64, 66, 68-69, 72, 73, 74,-
116, 118, 126
79, 81, 83-84, 88-93, 96-101, 103,
Espontaneidad, espontáneo 57-59,
106, 110, 113-114, 116, 119, 121,
61-62
126. Véase Identidad, Acto puro,
Esse. Véase Ser, Esencia
Dar puro, Perfección, Omni-
Estoicos, 17, 121
potencia
Falgueras, I., 15, 42, 57, 111
Temor de Dios, 21-23
Fe, 10, 11, 22, 23-25, 27, 57, 122
Fecundidad, 49-50, 53, 67, 83, 87-88,
Distinción 7, 14, 32, 34, 37, 42, 43,
93. Véase Redundancia
124, 126. Fichte, 14, 20, 25, 30, 48, 59, 75, 118
secundum rem absolutam/ Fieri, 45-48, 82
relativam 72-73
Filosofía (filósofos), 7, 8, 10, 11, 13,
real ser-esencia, 7, 8, 15, 72-77,
16, 20, 25, 26, 27, 29, 30, 69, 71,
82, 85-87, 88, 90-91, 100-102,
75, 76, 80, 102, 103, 104, 106, 107,
117. Véase Diferencia real
109, 111, 112, 113, 116, 117, 119,
Don, donal, 27, 29, 30, 49-51, 60, 62-69, 80, 83-
120, 121, 122, 124, 125. Véase
85, 88, 89, 92-96, 98-100, 122
Metafísica
don básico, 62-67, 84
primera, 11, 13, 69, 72
dones superiores, 64-65, 67. 84
de la acción, 25, 30
don puro o perfecto, 68-69
de la diferencia, 103-107
don imperfecto, 68-69
del dar, 69, 122
el don es gratuito, 62-64, 83 cristiana, 25, 27
el don es activo, 64-66
antigua (pagana, griega), 17, 24, 29
el don se hace al dar, 65, 83
medieval, 10, 11, 17, 29, 76, 121, 122, 124
Obsequio, 27, 29, 62, 64, 68, 83.
moderna, 13, 22, 25, 30, 75, 104, 111, 113,
Donar. Véase Dar
118, 121, 122
D’Ors, A. 107
actual, 75, 76, 103-107, 122, 127
Duns Escoto, 13, 18, 19
Filología (filológico), 9, 10, 102, 119, Hombre, 7, 9, 10, 11, 16, 21-27, 38,
120, 124. Véase Lenguaje, 52-61, 62-69, 80, 84, 99, 100, 101,
Hermenéutica 103-107, 108-123. Véase Antropo-
logía, Producción, Dar, Hacer, Des-
Fin, 17, 37, 58, 61, 76, 126. Véase tino, Verdad
Destino, Futuro dignidad, 21-24, 113
a distinguir de la causa final, 57, autotrascendimiento, 68, 104
126 habitación, 57, 60
pesimismo antropológico, 114
Finitud (finito), 14, 18-22, 26, 67, 75,
76, 103, 112, 117 Hume, 15, 30, 31, 125
Física (ciencia), 25, 33, 34, 35, 36, Idealismo alemán, 21, 81, 123
aristotélica, 9, 24, 32, 36, 122, 123,
126 Identidad, 38, 40, 75-80, 84, 85, 87-
moderna, 24-25, 32, 34, 110, 113, 125, 126 90, 97, 98, 100-103, 105-107. Véa-
cuántica, 124-127 se Dios, Acto puro, Dar puro
Imperfección, 20, 21, 44, 66, 94, 98
Física (realidad), 13, 23, 31, 34, 35, 36, 52, 54, Independencia (independiente), 11, 38, 40, 43,
55, 56, 57, 58, 59, 60, 74, 112, 115, 124, 126, 78, 87, 92, 98, 99, 100, 101, 107, 118, 120-123
127. Indeterminación. Véase Azar; Princi-
macrofísica, 127 pio
microfísica, 127 Inercia, 59
Foucault, 104 Infinito, 14, 17-22, 26, 40, 41, 42, 66-
68, 90, 99, 100, 101
Infinito negativo, 17, 18, 21, 67
Fundamento, fundamental, fundar,
Infinito positivo, 18, 19, 21, 67
22, 30, 31, 38, 53, 59, 64, 73, 77,
79, 101,104, 105, 111, 120, 122,
Influir-en y ser influído-por, influjo,
123, 124
influencia, 30, 31, 33, 35, 36, 40,
don fundamental. Véase Don básico
54, 83, 96, 127. Véase Causa,
Futuro, 12, 24, 26, 104, 105, 121, 122 Efectividad.
Inidentidad (inidéntico), 75, 77, 79,
85, 87-90, 93, 94, 96-98, 102. Véa-
Galileo, 110
se Diferencia real
Gasto, 19, 48, 49, 60, 61, 66, 67, 69.
Jacobi, 25
Giordano Bruno, 18
Jordan, P.,125, 126
Gorgias, 75
Kant, 13, 14, 15, 21, 25, 30, 31, 41,
Gramática, 9, 77
55, 105, 118, 125
Kierkegaard, 25
Hacer, 13, 15, 30, 48, 54, 68, 83, 84, 85, 88, 92, Knittermeyer, H., 13, 14
97, 98, 118. Véase Acción, Obrar Leibniz, 18, 19, 21, 25, 41, 60, 81,
diferencia ser-hacer, 85, 96 100, 106, 117
identidad con el ser, 85, 88 Lenguaje, 14, 54, 77, 119
Hacedor, 99 Lévinas, 103, 117
hacer suyo, 23, 30, 68, 84.Véase Recibir Libertad, 24, 26, 30, 58, 67, 69, 83,
hacer humano. Véase Producción, Don, Prag- 100, 101, 103, 104, 105, 107, 112,
matismo 115, 122
en relación al don, 62, 63, 65, 66, 68, 83 Lo "otro". Véase Alteridad
Lógica (lógico), 13, 16, 22, 40, 41,
Hartmann, M., 126 49, 53, 59, 71-72, 74, 75, 76, 77,
Hecho(s), 35, 56. Véase Efectividad 78, 80, 81, 103, 105, 106, 107, 116,
No hay hechos, sino interpretacio 121, 124
nes, 107 logos, 119
logicismo, 24, 103, 105-107
Hegel, 14, 15, 20, 25, 46, 48, 75, 76, Magia, 58
103, 104, 105, 112, 118 Malebranche, 18, 19, 21, 25, 81
Martin, G., 13
Heidegger, 75, 76, 77, 103, 104, 117 Marx, K., (marxismo), 60, 111
Heisenberg, W., 125 Mauss, M., 67
Hermenéutica, 105, 106, 120
Hobbes, 14, 15
Mediación, 34, 39, 41, 59, 69, 74, 78, Objetividad, objeto, orden objetivo,
79, 102 objetivar, 13-17, 21-26, 30, 41, 46,
Meta-antropología, 122. Véase 47, 48, 52, 75, 76, 104, 112, 115,
Antropología (trascendental) 117, 118, 125
Metafísica, 7, 8, 11-17, 21, 22-27, 30, "todo cuanto es es objeto", 17
46, 69, 73, 75, 76, 85, 92, 95-96,
103-107, 109, 110, 113, 116-125, Obrar (obras),
127 de Dios, 19
mal metafísico, 19. Véase Imperfección de Cristo, 57
optimismo/pesimismo metafísico, del hombre, 53, 59, 71, 104, 105, 114, 115,
19 120
crisis. Véase Crisis de la metafísica del mundo, 48, 64
renovación, 7, 30, 69 operari sequitur esse, 13, 85
Ockham, ocamismo, ocamista, 13,
Método, 26, 27, 33, 105, 110, 111, 24, 25, 81, 83, 86, 106, 113, 114,
113, 121 117, 121, 122, 123
analítico-experimental, 16, 31, 110, Omnipotencia, 24, 81, 83, 113. Véase
111, 113, 117, 124 Dios, Poder.
congruencial o donal (abandono del
límite), 27, 47, 121. Véase Con- Ortega y Gasset, 110, 123
gruencia, Conocimiento inobjetivo.
pragmático, 105 Panteísmo, 17, 21
reflexivo, 46, 47, 71, 78, 102-104, Parménides, 75
111, 113 Pascal, 18, 19
Movimiento, 34, 35, 43, 45, 59 Perfección, 17, 19, 20, 26, 44, 45, 50,
imperfecto, cambio o kínesis, 29, 51, 65-67, 69, 94, 95, 98, 99, 127.
35-38, 43, 44, 49, 82, 123 Véase Principio
perfecto, puro o trascendental, 36, absoluta, 26
37, 43-50, 53, 54, 63, 87-89, 97, relativa, 26, 89, 98, 99
127. Véase Acto potencial, Co- accidental, 45
mienzo, Fieri, Ser Perfeccionar, perfeccionamiento, per-
feccionable, 57, 58, 61, 63, 67, 94,
Modernidad, moderno(s), 13-16, 18, 97-99
22, 24-27, 29, 30, 32, 69, 75, 76, Perfecto, 19, 24, 26, 27, 37, 43, 44,
81, 83, 103-107, 109-115, 117, 118, 66-69, 76, 83, 88, 89, 101
122-127
Mundo (físico), 19, 26, 37, 46, 56-58, Persistencia, 46-47, 52-53, 63, 74,
60, 61, 69, 78, 83, 100, 101, 107, 88-89, 95-96
110, 111, 115, 122, 124-127
esencia del mundo, 7, 49, 50, 53, Planck, M., 125
57, 63, 64, 122. Véase Esencia, Platón, 17, 23, 35, 75, 76
Redundancia, Concausalidad, Pitagóricos, 17
Fecundidad. Poder, 17, 18, 19, 21, 22, 57, 59, 66,
ser del mundo, 46-53, 57, 63-69, 67, 76, 88, 100, 101, 104, 107, 110,
84, 88, 89, 94, 97, 99, 101, 117, 112-113, 115, 117. Véase Dar
122, 127 (poder máximo), Potencia, Omni-
grandeza, 63 potencia
Polo, L., 35, 45, 46, 74, 97, 120, 122,
Nada, 74. Véase Creación 124, 126
Necesidad, necesario, Posada, J.M., 126
de la naturaleza, 38, 62, 63, 64, 76, Posibilidad, posible, 19, 41, 55, 56,
82 61, 64, 66, 68, 69, 76, 80, 86, 91,
de la libertad, 58, 60, 62, 64, 66, 94, 99, 100, 106-107, 126. Véase
83, 84 Producir.
todo es necesario, 16 en nota todo es posible, 16 en nota
Nicolás de Cusa, 18, 81, 94 todo es imposible, 106
Nietzsche, 106-107, 117
Neoplatónicos, 17, 34, 49, 75, 76, 78
Posmodernidad, Posmodernos, 22,
75, 103, 107, 116-118, 120-122
Potencia, potencial, potencialidad, como resistencia, 59
17, 43-53, 64, 67, 68, 73, 74, 76, Recibir, 25, 64-68, 84, 90, 95, 99
79, 80, 82, 84, 86, 87, 91-99, 101, receptum, 92-95, 99
102 recipiens, 82, 92-95, 99
activa (dynamis), 43, 44, 47, 48, receptum recipiens, 93, 99
50-54, 56, 64, 82, 86, 89, 93-96, recipiens receptum, 99
99.. Véase Esencia Reducir, reducción, reduccionismo,
obediencial, 93, 94, 99 10,15, 16, 21, 22, 24, 25, 32, 35, 41,
pasiva, 43, 44, 86, 99. Véase Per- 44, 64,75, 77, 84, 97, 98, 100, 104,
feccionamiento. 105, 106, 107, 110, 112, 113, 114,
potenciar, potenciación, 56, 57, 119 116, 117, 121, 124, 127
Pragmatismo, 119 irreductible, 33, 40, 48, 74, 75, 118
Predicamentos, predicamental, 12,
13, 15, 52, 53, 57, 59, 64, 96, 117 Redundar, redundancia, 48-54, 63-64,
69, 83, 84, 87-88, 94, 99
Principio (arché), 11, 12, 13, 30-37,
40, 41, 42, 43, 49, 53, 59, 65, 73, Referencia intrínseca, 67, 87-89, 94,
74, 75, 78, 81, 82, 83, 85, 87, 90- 96, 99, 101-103.
96, 101, 104, 105, 106, 107, 112,
113, 119, 120, 122, 123 Relación, 18, 20, 25, 36, 39
primeros principios, 12, 13, 41, 44, causa-efecto, 30-33, 41, 80, 81
47, 49, 53, 60, 75, 81, 123 diferencia-identidad (intrínseca,
constitutivos, 73, 75 real, unilateral), 77-79,80, 82, 92,
reales: 93, 98, 100, 113, 122. Véase
-de causalidad, 30, 40, 41, 44, 47- Creación, Dependencia, Refe-
49, 53, 54, 81, 83, 125. Véase rencia.
Esencia donal, 65-67, 68, 100, 103, 116
-de identidad, 40, 83. Véase hombre-mundo, 84, 110
Identidad potencia-acto, 86. Véase Acto, Potencia
-de no contradicción, 40, 41, 49, 54, trascendental, 73, 87
74. Véase Ser creado esse relationis, 73
-de indeterminación, 125 Renan, 10
-de entropía, 34 Renovación,
-de restricción, 92, 95 de la metafísica. Véase Metafísica
de la ciencia. Véase Ciencia
Resistencia. Véase Principio, Realidad
lógicos, 40, 41, 76, 106
Revelación, revelado, 25, 27, 79, 111, 116, 119
de perfección, 19, 60
Riedel, M., 120
de no separabilidad, 31
Rortry, R., 118
de resistencia, 59
Rousseau, 21
trascendental/trascendente, 53, 81
Proclo, 17, 18, 34
Producir, producción, producto, Scheler, 59
productivo, 7, 8, 29, 30, 54-61, 62, Schelling, 14, 18, 20, 25, 48, 59, 75,
76, 112, 116, 117, 118
63, 64, 68, 69, 71, 78, 82, 83, 84,
Schulze, 30
92, 104-106. Véase Supervivencia,
Ser, 13, 15, 16, 18, 22, 23, 25, 38, 41-
Gasto
42, 50-52, 62, 72, 73, 75, 77, 87,
89, 90, 91, 95, 97, 98, 100,102, 113,
Pseudo-Dionisio, 17
114. 117, 122. Véase Acto,
Comienzo, Dios, Perfección, Per-
Racionalismo, 16, 17, 21
sistencia, Movimiento puro, Meta-
Razón, 11, 15, 17, 20-27, 30, 41, 57,
física
58, 61, 62, 104, 117, 121. Véase Fe
Prima rerum creatarum, 109
Realidad, real. Véase Ser, Acto, Per-
fección, Distinción, Efectividad, Ser creado, 77, 80, 88, 89, 90, 93-
97. Véase Diferencia, Distinción
Redundancia.
ser-esencia.
realidad predicamental. Véase Pre-
Ser puro, perfecto, 67, 81, 85, 89,
dicamentos, Concausalidades
90, 98, 99. Véase Dios, Iden-
parciales
tidad
realidad trascendental. Véase Tras-
Ser ser es dar, 84, 85. Véase Dar
cendental(es)
-propiedades, 18 Universo (físico), 24, 32, 34, 35, 53,
unidad, 50, 51, 53, 54, 85-89 59, 61, 63, 87, 97, 99, 100, 101,
trascendente(-tal), 12, 13, 50, 8 111, 115, 119, 127
Véase Trascendental(es) universo de discurso, 119
-distinción: universo de universos, 100
nada-ser, 74 fin último (su contemplación) 61
ser-pensar, 75
ser-ente, 77, 90 Vattimo, 109, 118, 119, 120
ser-hacer, 85, 98 Verdad, 9, 10, 11, 14, 18, 22-26, 29,
ab esse/ex esse , 49 38, 59, 61, 67, 72, 80, 104, 106,
Sexto Empírico, 120 107, 109, 114, 116-121
Sigerio de Bravante, 9, 11 doble verdad, 10, 11
Singular. Véase Concausalidades teórica/práctica, 119-121
parciales lógica/de hecho, 72
Sócrates, 23 natural/sobrenatural, 116 en nota
Supervivencia, 58, 61.Véase Producir real, 38, 54, 106-107, 119
Voluntad
Teoría-Práctica, 25, 110, 118-121, 124, 127 humana, 56-57, 105-106, 107, 112
Tomás de Aquino, 10, 11, 13, 17, 18, de Dios, 79, 86, 106, 121, 126. Vé-
29, 35, 40, 61, 71-95, 97, 100, 101, ase Ockham, Omnipotencia.
102, 107, 112, 117, 118, 120 de poder, 107, 117
Transitividad, transitivo, Véase Con- Violencia, 109-122
causalidades parciales -práctica, 109-116
coactiva / moral, 112-115
Trascendental(es), 12-16, 22-26, 36, reprobable, 116
40, 45-46, 48, 50, 53, 69, 72-74, 83, lícita, 109, 115-116
87, 95, 97-98,100, 120, 122 física, 112-115
Trascendente, 13, 14, 24, 30, 40-43, -teórica, 109-121
47-48, 52, 53, 58, 81, 83, 89, 101, de la ciencia, 110-111. Véase
121 Análisis, Método analítico.
Unidad, 20, 27, 34, 40, 42, 47, 49-55, de la metafísica, 109-111, 116-122
63, 73, 75-76, 79, 85-89, 91, 93, 94, -utopía de la violencia, 110-115
96-97, 99, 100, 102, 103, 111, 113,
115, 119, 127 Zubiri, 50
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