Adolescencia Posmodernidad y Escuela
Adolescencia Posmodernidad y Escuela
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Índice
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Introducció n
I. Modernidad y posmodernidad: elementos para entender un debate…………………...1
1. Las ideas de la modernidad en los siglos XVII y XVIII………………..……………………………3
2. El siglo XIX: crítica y replanteo de las ideas de la modernidad………..……………………………9
3. Sociedades posindustriales y cultura posmoderna………………….……………………………...15
4. Las ideas de posmodernidad………………..………………………………………………………18
5. La cultura de la imagen: otra estética……………………………..………………………………..21
6. Del sujeto moderno al individuo posmoderno………………….………………………………….23
7. Un nuevo papel para la ciencia…………………………….………………………………………28
8. Los finales de la historia………………………….………………………………………………..29
9. La recreació n de los proyectos de la modernidad…………………………..………………………31
II. Ser adolescente en la posmodernidad…………………………………………………...37
1. ¿Existe la adolescencia?....................................................................................................................39
2. ¿Hasta cuá ndo la adolescencia?.........................................................................................................41
3. Un poco de historia……………………………………..…………………………………………..44
4. Perfil de un adolescente moderno……………………………..……………………………………48
5. La famosa brecha generacional……………………………..……………………………………...52
6. Los duelos en la adolescencia………………………………..……………………………………..53
7. ¿Qué fue de las ideologías?...............................................................................................................55
8. Pastiche del adolescente de la posmodernidad………………………..……………………………57
9. Nuestros adolescentes en la posmodernidad………………………..………………………………62
10. ¿Hay duelos en la posmodernidad?.................................................................................................65
11. ¿Dó nde está n los adultos de antañ o?..............................................................................................70
III. La crisis de la escuela secundaria……………………..………………………………………..81
1. La escuela secundaria en la historia……………………………….……………………………….82
2. La escuela secundaria en la Argentina………………………….………………………………….86
3. De la escuela iluminista al enciclopedismo…………………….………………………………….89
4. ¿Dó nde nos hallamos hoy?...............................................................................................................92
5. Primer interludio: retrato del adolescente en la escuela………………………………….….……..93
6. Hablemos de los docentes………………………………..…………………………………………96
7. Ese oscuro objeto idealizado…………………………..…………………………………………...97
8. Una escuela "jardín de infantes"…………………………..………………………………………100
9. Modelos patoló gicos en la docencia………………………..……………………………………..101
10. ¿Límites o no límites?...................................................................................................................104
11. Creatividad, divino tesoro………………………..………………………………………………105
12. Dificultades en la comunicació n………………………….……………………………………..111
13. Segundo interludio: la historia de Paulina……………………………….……………………...112
14. Los aprendizajes socio-afectivos, los cognoscitivos y el rol docente……………………….…..115
15. La escuela guardería……………………..………………………………………………………118
16. Cultura posmoderna y escuela secundaria………………..………………………………………121
17. Las pedagogías "light"………………..………………………………………………………….124
18. Entre la “disciplinal” y la “convivencial”……………..………………………………………...125
19. Planteos conservadores: la pedagogía ªlight” como “contrapedagogía”…………………………127
20. De Gramsci a Ferná ndez Enguita: una escuela exigente y ú til para todos……………..………...128 3
Conclusiones……….………….…….…………………………………………………………..133 4
Ser adolescente en la posmodernidad
“Deberías ir a un colegio de chicos. Pruébalo alguna vez -le dije-. Está n llenos de farsantes.
Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte un Cadillac algú n día, tienes
que fingir que te importa si gana o pierde el equipo del colegio, y tienes que hablar todo el
día de chicas, alcohol y sexo. Todos forman grupitos cerrados en los que no puede entrar
nadie. Los del equipo de baloncesto por un lado, los cató licos por otro, los cretinos de los
intelectuales por otro y los que juegan al bridge por otro. Hasta los socios del Libro del Mes
tienen su grupito. El que trata de hacer algo con inteligencia…”
J. D. Salinger
Este autor identifica lo adolescente con lo no verbal, ubicado en el hemisferio derecho del
cerebro donde también asienta la fantasía, la creatividad, la imaginació n. El hemisferio
izquierdo, sede de la racionalidad, la ló gica y todo aquello que desarrollamos a partir de la
educació n, incluido el lenguaje, ha perdido terreno sobre todo en la comunicació n entre los
jó venes, la cual se desarrolla casi exclusivamente a través de imá genes y con poco
intercambio a nivel personal.
Desde el campo psicoló gico, José Luis Pinillos deja en el aire su sospecha ante la
generalizació n del fenó meno:
2
Pinillos, José Luis. "La adolescencia en las postrimerías de la modernidad". En Psicopatología, 10, 4to, Madrid,
19905
enfrentarse con lo importante de la vida, la etapa adulta, la cual permitiría actuar, tener
capacidad de influir socialmente, independizarse de los padres, imitarlos en la vida afectiva
y familiar. Tan fuerte era el modelo adulto para la modernidad que la infancia Se
consideraba una especie de larga incubació n en la cual nada importante ocurría, algo de lo
cual no valía la pena que los hombres se ocuparan demasiado, era cosa de mujeres.
Un golpe significativo a esta idea lo dio el psicoaná lisis cuando describió la génesis de la
normalidad o la neurosis justamente en etapas tempranas del desarrollo y, para colmo,
ligada a algo tan "adulto" como la sexualidad. ¿Quién podía aceptar fá cilmente que lo que
hubiera pasado en los primeros cinco añ os de vida tuviera tanta influencia en su adultez,
madura, independiente y poderosa?
¿Quién podía creer que esos angelitos sin sexo, sin pudor, fueran seres altamente
erotizados? El mundo adultocéntrico puso a partir de estos estudios sus ojos en aquellos
"locos bajitos", los cuales pasaron a constituirse, para el propio psicoaná lisis, en His Majesty
the Baby.
Es posible que el péndulo haya quedado, a partir de entonces, inclinado hacia el niñ o
pequeñ o. Muchos estudios se hicieron sobre el tema, sin duda con el fin de llenar un vacío
importante. El niñ o fue el objeto de investigació n y teorizació n durante muchos añ os hasta
que tardíamente apareció en la escena también el adolescente, el cual, hasta después de la
segunda guerra mundial, no parecía ser un grupo humano demasiado interesante para los
investigadores.
Si pensamos la adolescencia desde el momento actual nos encontramos, en cambio, con que
los adolescentes ocupan un gran espacio. Los medios de comunicació n los consideran un
pú blico importante, las empresas saben que son un mercado de peso y generan toda clase
de productos para ellos; algunos de los problemas má s serios de la sociedad actual: la
violencia, las drogas y el sida los encuentran entre sus víctimas principales y la escuela
secundaria los ve pasar sin tener en claro qué hacer con ellos.
Pero, sobre todo, aparece socialmente un modelo adolescente a través de los medios
masivos en general y de la publicidad en particular. Este modelo supone que hay que llegar
a la adolescencia e instalarse en ella para siempre. Define una estética en la cual es hermoso
lo muy joven y hay que hacerlo perdurar mientras se pueda y como se pueda. Vende
gimnasia, regímenes, moda unisex có moda, cirugía plá stica de todo tipo, implantes de
cabello, lentes de contacto, todo aquello que lleve a disimular lo que muestra el paso del
tiempo. El adulto deja de existir como modelo físico, se trata de ser adolescente mientras se
pueda y después, viejo. Ser viejo a su vez es una especie de vergü enza, una muestra del
fracaso ante el paso inexorable del tiempo, una salida definitiva del Olimpo.
No só lo se toma como modelo al cuerpo del adolescente, también su forma de vida. La
mú sica que ellos escuchan, los videoclips que ven, los lugares donde bailan, los deportes
que hacen, la jerga que hablan. Para una parte de la opinió n pú blica la actitud de los padres
no debe ser ya la de enseñ ar, de transmitir experiencia sino por el contrario la de aprender
una especie de sabiduría innata que ellos poseerían y, sobre todo, el secreto de la eterna
juventud.
En las pá ginas que siguen iremos desarrollando estas ideas.
1. ¿Existe la adolescencia?
El estudio de las sociedades primitivas tal como fuera desarrollado entre otros
autores por Margaret Mead, y los intentos de traspolació n de sus resultados a la sociedad
occidental desarrollada, tuvo en los añ os ‘60 mucha influencia en el campo psicoló gico y ha
sido luego duramente criticado.
Para estas sociedades la adolescencia es un momento representado por un ritual de
paso de una etapa de la vida a otra en la cual se accede a la sexualidad activa, se adquieren
responsabilidades y poder dentro de la tribu. En los casos en los que hay un ritual, la
adolescencia casi no existe, es só lo un momento de pasaje y las etapas importantes son la
pubertad, que marca el fin de la infancia, y la etapa adulta posterior. Se han propuesto
equivalentes de los ritos de iniciació n en las sociedades desarrolladas. En una época el usar
pantalones largos, comenzar a fumar y visitar un prostíbulo eran hitos en el pasaje hacia la
edad adulta en el varó n, mientras que el permiso para pintarse la cara, usar medias de seda
o nylon y tener novio lo marcaban en la mujer. De todos modos, en sectores de població n
media y alta urbanos, la adolescencia era un proceso que duraba un tiempo má s o menos
prolongado, nunca se reducía a un ritual.
Pero es importante señ alar cambios que se habrían producido en las ú ltimas
décadas: la adolescencia tiende a prolongarse en el tiempo y no es vivida como una
etapa "incómoda" o "de paso".
Veamos có mo han señ alado este fenó meno diferentes autores. Ya afines de los ‘60
Stone y Church, investigadores de la psicología de la conducta, llamaban la atenció n sobre
la prolongació n de la adolescencia:
"En otra época, los añ os intermedios constituían un período durante el cual el niñ o
estaba contento con su suerte, mientras que la adolescencia era una etapa en la que
se entraba con renuencia y a la que se dejaba atrá s tan pronto como la gente lo
permitía. En la actualidad, en cambio, los niñ os de edad intermedia anhelan a
menudo ser adolescentes y los adolescentes parecen creer (durante gran parte del
tiempo) que han hallado el modo de vida definitivo.
Hoy en día, y no só lo en los Estados Unidos, la adolescencia ha sido
institucionalizada, y es glorificada en los programas de televisió n, en los diarios, en la
radio y en la publicidad destinada al mercado adolescente. Hasta los adultos que no
se unen al culto de la adolescencia ni lo explotan suelen colaborar en su propagació n,
como si quisieran vivirla vicariamente."3
Por su parte Françoise Dolto, desde una ó ptica psicoanalítica europea, ubica la
bisagra del cambio en la segunda guerra mundial explicá ndolo en estos términos:
"Antes de 1939, la adolescencia era contada por los escritores como una crisis
subjetiva: uno se rebela contra los padres y las obligaciones de la sociedad, en tanto
que, a su vez, sueñ a con llegar a ser rá pidamente un adulto para hacer como ellos.
Después de 1950, la adolescencia ya no es considerada como una crisis, sino como un
3
Stone, L. J. Church, J. El adolescente de 13 a 20 años, Bs. As., Paidós, 1%8, p.7.
estado. Es en cierto modo institucionalizada como una experiencia filosó fica, un paso
obligado de la conciencia."4
4
Dolto, F. La causa de los adolescentes. Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 45. 7
Un adolescente es un ser humano que pasó la pubertad y que todavía se encuentra
en etapa de formació n ya sea en lo referente a su capacitació n profesional, a la
estructuració n de su personalidad o a la identidad sexual.
En cambio "joven", cuando este término se refiere al adulto joven, designa a alguien
que ya ha adquirido responsabilidades y cierta cuota de poder, que ha madurado su
personalidad y tiene establecida su identidad sexual, má s allá de que no tenga una pareja
estable o no sea totalmente autosuficiente en lo econó mico.
Pero algunos autores de habla inglesa no diferencian ambos términos. En lo que
sigue se hablará de "adolescente" o "joven" como sinó nimos dejando en claro que el
término "joven" excluye al adulto joven.
Esta ú ltima definició n trae aparejado un problema difícil de resolver si se quiere fijar
una edad como límite superior de la etapa: saber cuá ndo se ha llegado a la plena madurez y
aun má s, a la madurez social. De todos modos estos autores también hacían referencia a los
"otros", la sociedad que rodea al adolescente como aquella que consagra su madurez y se lo
hace saber:
5
Gesell, A. El adolescente de 10 a 16 años. Bs. As., Paidós, 1956, prólogo.
6
Stone, L. J. Church, J. Op.Cit., p. 119 y 55. 8
"El joven se da cuenta de que llegó a la edad adulta por la conducta de los maestros,
los amigos de la familia, los tíos y tías, los empleados, y especialmente por la de los
extrañ os tales como los mozos, los taximetristas y los peluqueros. Estas personas,
menos parciales que los padres, reaccionan ante ciertos aspectos de su exterior y de
sus maneras que son muestras de madurez."
"El estado de adolescencia se prolonga segú n las proyecciones que los jó venes
reciben de los adultos y segú n lo que la sociedad les impone como límites de
exploració n. Los adultos está n ahí para ayudar a un joven a entrar en las
responsabilidades y a no ser lo que se llama un adolescente retrasado."
Algo parece fallar tanto en las proyecciones de los adultos como en los límites a la
exploració n que se supone impone la sociedad cuando el fenó meno de postadolescencia
suele detectarse en los consultorios de los profesionales del campo psi. En la actualidad nos
encontramos con personas que a los 30 añ os no han conseguido la independencia mínima,
la estabilidad afectiva e incluso la sensació n de tener una identidad clara por lo que suelen
consultar manifestando conflictos claramente adolescentes.
Para Dolto no había madurez posible en tanto no hubiera independencia econó mica,
y por lo tanto consideraba difícil el fin de la adolescencia en un país como Francia, en el cual
no se encontraban mayores posibilidades laborales para los jó venes.
Por lo menos desde lo teó rico, esta autora se guiaba para fijar los límites de edad de la
adolescencia en la Declaració n universal de los derechos del niñ o, la cual en su artículo 1°
define al niñ o como:
"Todo ser humano hasta la edad de dieciocho añ os, salvo si la legislació n nacional
acuerda la mayoría antes de dicha edad."7
Señ alemos que esta autora indica desde apenas una semana hasta diez añ os, desde
los 13 a los 23, el desarrollo de la adolescencia, sin límites precisos. Subrayemos estos
factores: falta de posibilidades de trabajo, formació n profesional muy larga, glorificació n de
la adolescencia a nivel social, época que ha dejado de ser molesta y transitoria hacia logros
agradables para convertirse en una etapa con sus propios logros agradables que da lá stima
dejar. Se comprende así por qué la adolescencia llegaría a prolongarse en ese fenó meno de
posadolescencia que no se sabe cuá ndo termina... ¿cerca de los 30?
Al comienzo nos preguntá bamos quiénes eran los adolescentes, hoy, como grupo
etario, y la respuesta parece ser ambigua: probablemente un grupo que va desde los 12, 13
ó 14 añ os hasta un punto impreciso que puede llegar hasta los 18 a 23 y má s, momento en
el cual consiguen formar parte de la sociedad adulta a través del trabajo, de la propia
madurez y del reconocimiento por parte de los mayores.
En la medida en que son los adultos que los rodean quienes definen su
reconocimiento como pares, es imprescindible analizar quiénes son los adultos de hoy, pero
esto será desarrollado má s adelante, antes de ello sigamos enfocando al adolescente.
3. Un poco de historia
8
Kaplan, L. Adolescencía. El adiós a la infancia. Bs. As., Paidós, 1991, p. 23 y 559
Stanley Hall es considerado un pionero en el estudio de la adolescencia. Este
estudioso que introdujo al psicoaná lisis en los Estados Unidos de América inició con sus
trabajos del añ o 1904 una producció n sobre el tema que no ha dejado de crecer.
Para Hall la adolescencia era, como lo había sido para Rousseau en su Emilio, un
segundo nacimiento a través del cual el joven llegaba relativamente indefenso a la edad
adulta. Es necesario aclarar que el joven norteamericano de principio de siglo que tenía Hall
ante los ojos era un ser educado en rígidos pará metros puritanos que reprimían
fuertemente la sexualidad e imponían un profundo sentido del deber sobre el placer. Una
muestra expresiva de esta educació n la da la siguiente cita de Louise Kaplan:
Pero no fueron solamente las ideas religiosas las que influyeron sobre S. Hall, sino dos
teorías científicas de la época:
1. la teoría de la recapitulació n de Haeckel, y
2. la teoría de Lamarck.
Había para este autor una triple recapitulació n: por un lado el embrió n recapitulaba
la historia evolutiva de la especie, luego el niñ o lo hacía con la historia de la humanidad y
finalmente el adolescente recapitulaba su propia primera infancia. No se trataba
simplemente de una regresió n a etapas anteriores, sino un pasaje ordenado y repetido a
través de las mismas.
Esta postura fue avalada por Anna Freud quien subrayó de este trabajo de Jones:
Kaplan sostiene también que la teoría recapitulacionista cobró nuevas fuerzas en los
ú ltimos añ os al adaptar de manera erró nea la teoría de Margaret Mahler acerca de la
separació n-individuació n en los tres primeros añ os de vida y pensar a la adolescencia como
una segunda etapa del mismo proceso.
Mahler, a través de la observació n de bebés y niñ os pequeñ os, hizo una descripció n y
teorizació n de gran importancia acerca del vínculo madre-hijo desde el comienzo de la vida,
describiendo en los tres primeros añ os las siguientes etapas: autismo normal, simbiosis y
separació n-individuació n. Pensar que la salida del hogar, la bú squeda de identidad, de
profesió n, la sustitució n de afectos, fuera una segunda vuelta de aquella primera
separació n-individuació n ha tentado a algunos autores. Estos pensaron que no se termina
de superar la simbiosis de la primera infancia de manera definitiva hasta la adolescencia,
cuando existe la posibilidad real de separació n física de los padres y, concomitantemente, la
posibilidad de terminar de estructurar la propia personalidad. 11
Peter Blos fue quien introdujo el concepto de "segunda separació n-individuació n",
pero tal denominació n no significa para este autor calcar etapas ya vividas. Blos
consideraba que este proceso en la adolescencia tenía características propias, bien
diferentes de las infantiles sobre todo en la medida en que entrañ aba la conciliació n de la
moralidad y la genitalidad.
Así lo expresaba Blos:
10
Jones, E. citado por Freud, A. en Psicoanálisis del desarrollo del niño y del adolescente. Bs. As., Paidós, 1985, p.
169.
11
Mahler, M. Estudios 2. separación-Individuación. Bs. As., Paidós, 1990.
"Si el primer proceso de individuació n es el que se consuma hacia el tercer añ o de
vida con el logro de la constancia del self y del objeto, propongo que se considere la
adolescencia en su conjunto como segundo proceso de individuació n. Ambos
períodos comparten la mayor vulnerabilidad de la organizació n de la personalidad,
así como la urgencia de que sobrevengan en la estructura psíquica cambios acordes
con el impulso madurativo. Por ú ltimo, aunque esto no es menos importante que lo
anterior, cualquiera de ellos que se malogre da lugar a una determinada anomalía en
el desarrollo (psicopatología) que corporiza los respectivos fracasos en la
individuació n. Lo que en la infancia significa 'salir del cascaró n de la membrana
simbió tica para convertirse en un ser individual que camina por sí só lo' (Mahler,
1963), en la adolescencia implica desprenderse de los lazos de dependencia
familiares, aflojar los vínculos objetales infantiles para pasar a integrar la sociedad
global, o simplemente, el mundo de los adultos."12
"Fá cil darse cuenta que el discurso del psicoaná lisis se inscribe de lleno entre los discursos
que configuran la historia moderna. Su crecimiento también coincide con el comienzo de
nuestro siglo."13
Tal situació n podría explicar que, al cambiar la época la teoría psicoanalítica, tuviera
dificultades para explicar los nuevos fenó menos. Pero también es importante señ alar que,
para que ocurriera tal cambio, el pasaje de la modernidad a la posmodernidad, el
psicoaná lisis hizo lo suyo, es decir fue un factor influyente en diversos aspectos. Tó mese
como ejemplo el siguiente pá rrafo del trabajo "Malestar en la cultura psicoanalítica: del
sujeto autocentrado al pluralismo posmoderno", de Juan A. Cabanne y Héctor Petrucci:
13
Grinfeld, P. "Posmodernismo y diversidad psicoanalítica", presentado en el XIX Congreso Latinoamericano de
Psicoanálisis, Montevideo, 1992.
los regímenes de la verdad y la autocerteza del pensamiento. El Sujeto aparece como
una biografía que se desconoce, como ú ltimo bastió n de la Razó n moderna para no
caer en su total descrédito. Hasta el momento todo pasaba por un dato clave: la
conciencia, a partir de Freud la palabra se interna en el caos de lo psíquico,
iluminando el mundo de lo inconciente."14
"Quizá s hemos ido demasiado lejos en este supuesto. Quizá s debimos conformarnos,
con aseverar que lo pasado puede persistir conservado en la vida anímica, que no
necesariamente se destruirá . Es posible, desde luego, que también en lo psíquico
mucho de lo antiguo -como norma o por excepció n- sea eliminado o consumido a
punto tal que ningú n proceso sea ya capaz de restablecerlo y reanimarlo, o que la
conservació n, en general, dependa de ciertas condiciones favorables. Es posible pero
nada sabemos sobre ello. Lo que sí tenemos derecho a sostener es que la
conservació n del pasado en la vida anímica es má s bien la regla que no una rara
excepció n."15
Si bien es cierto que los adolescentes no pueden en ninguna época ser descriptos
como un solo tipo, también es cierto que a través de los autores que estudian la etapa se va
configurando un modelo, por lo menos de aquel tipo considerado representativo. Así, hubo
un tipo de adolescente moderno descripto como un individuo que vivía una crisis, inseguro,
introvertido, una persona en busca de su identidad, idealista, rebelde dentro de lo que el
marco social les permitía. Los adolescentes de por sí constituían un grupo marginal, los
varones no tenían ya lugar junto a las polleras de las madres ni en la vida laboral de los
padres, las mujeres tenían conflictos con las madres y todavía no podían ser dueñ as de sus
casas o criar sus propios hijos.
14
Cabanne, J. A. Petrucci, H. "Malestar en la cultura psicoanalítica. Del sujeto autoentrado al pluralismo
posmoderno" presentado en el XIX Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Montevideo, 1992.
15
Freud, S. "El malestar en la cultura." En Obras completas, T. XXI, Bs. As., Amorrortu, 1976, p.72.
Este tipo adolescente no era muy diferente al joven descripto por Aristó teles en su
Retó rica, descripció n rescatada como vigente aú n en los añ os ‘70 por Peter Blos. Decía
Aristó teles:
16
Blos, P. Op.Cit., p.12.12
"Si el suicidio juvenil no afecta solamente a los alumnos de la escuela media, sino
también a aprendices, etc., esa circunstancia por sí sola no aboga en favor de aquella;
acaso se la deba interpretar diciendo que la escuela media es, para sus educandos, el
sustituto de los traumas que los demá s adolescentes encuentran en otras
condiciones de vida."17
"...la observació n muestra que todos los adolescentes no atraviesan una crisis de
originalidad, que no todos está n vivamente preocupados por sí mismos."
Y señ alaba que esa necesidad de originalidad de todos modos no impedía la
admiració n hacia el mundo adulto:
"El adolescente deja el mundo pueril, sus explicaciones, sus admiraciones, sus
verdades, sus dioses, por el mundo adulto que tiene su cultura, su moral, su jerarquía de
17
Estas palabras fueron formuladas por Freud en un debate en el marco de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, en
1910, el cual tenía como tema central el suicidio, muy frecuente entre estudiantes de escuela media y Freud le
atribuía a ésta un fuerte efecto traumático. Freud, S. "Contribuciones para un debate sobre el suicidio". En O. C., T.
XI, Bs. As., Amorrortu, 1976, p. 231. 13
18
Debesse, M. La crisis de originalidad juvenil. Bs. As., Nova, 1955, p. 90 y 55.
valores, en los cuales desea participar en la medida en que ahí ve una forma de vida
superior."
"Al contrario [del niñ o], lo que resulta sorprendente en el o adolescente es su interés
por todos los problemas inactuales, sin relació n con las realidades vividas
diariamente o que anticipan, con una desarmante candidez, situaciones futuras del
mundo, que a menudo son quiméricas. Lo que resulta má s sorprendente es su
facilidad para elaborar teorías abstractas. Hay algunos que escriben y crean una
filosofía, una política, una estética o lo que se quiera. Otros no escriben, pero hablan.
La mayoría de ellos incluso hablan muy poco de sus propias producciones y se
limitan a rumiarlas de forma íntima y secreta. Pero todos ellos tienen teorías o
sistemas que transforman el mundo de una u otra forma."
19
Piaget, Jean. Seis estudios de psicología. Barcelona, Barral, 1975, p.83 y 55.
producció n de la época del Sturm und Drang era la que tenía má s afinidad con la estructura
psicoló gica del adolescente, así como la mú sica de Beethoven los identificaba má s que la de
Mozart20. El Sturm und Drang, la tormenta y la ira, había sido el movimiento cultural que
surge en los añ os 1760-80 influido por Rousseau, un movimiento que se oponía al
racionalismo de la Ilustració n y proclamaba la libertad de los sentimientos.
A lo largo de este apartado hemos intentado mostrar a través de diferentes autores
un modelo de adolescente moderno que siguió siendo descripto como hegemó nico en los
añ os 60 y 70 por diferentes autores, tales como Arminda Aberastury en nuestro país y Peter
Blos en Estados Unidos de América.
Estos adolescentes tenían padres con los cuales entraban en conflicto y el resultado
era una crisis que evidenciaba la “brecha generacional”.
"Es decir que el adulto era el frontó n necesario para que el joven tenista hiciera sus
prá cticas, se probara, probara los golpes, mejorara sus tiros y resultara, no sin
desgaste para el frontó n, un adulto hecho y derecho, es decir un buen jugador."21
"En el mejor de los casos preparamos a los adolescentes para vivir: en un mundo que
es una proyecció n futura del mundo presente y, en el peor, los preparamos para que
vivan en un ambiente fantasmal, hace tiempo desvanecido."22
Los principios, las normas, los ideales debían ir cambiando, ajustá ndose a diferentes
épocas, cosa que los adultos ya no hacían los adolescentes en cambio se preparaban para lo
nuevo que vendrá y para eso adaptaban lo recibido de sus padres y maestros a sus propias
necesidades, entrando en colisió n con ellos. Rebelarse, confrontar, buscar su propia síntesis
era la tarea de la adolescencia. A tal punto que algunos autores la consideraron esencial en
el proceso de construcció n de la personalidad madura, independiente.
Peter Blos, decía en la década del ‘70:
20
Spranger, E. citado por Muus, R. E. Teorías de la adolescencia. Bs. As., Paidós, 1991, p.77.
21
Erikson, E. Identidad, juventud y crisis. Bs. As.,Paidós, 1968, p. 45.
22
Stone L. J. Church, J. Op Cit. p. 118 y 55.
"La creació n de un conflicto entre las generaciones y su posterior resolució n es la
tarea normativa de la adolescencia. Su importancia para la continuidad cultural es
evidente. Sin este conflicto no habría reestructuració n psíquica adolescente."23
Y en otro pá rrafo:
"El conflicto generacional es esencial para el crecimiento del self y de la civilizació n."
"Algunos autores han sugerido que los conflictos entre generaciones no solamente
son inevitables sino también esenciales para el proceso de crecimiento. Sin ser
necesariamente partidarios de esta teoría pensamos que una total ausencia de conflicto
puede indicar que el adolescente está en mal camino." 24
Para Arminda Aberastury, la adolescencia debía realizar como tareas propias, tres
procesos de duelo, entendiéndose por tal el conjunto de procesos psicoló gicos que se
producen normalmente ante la pérdida de un objeto amado y que llevan a renunciar al
objeto. Los procesos que se suceden en el duelo se han dividido en tres etapas:
23
Blos, P. Op. Cit., p. 11 y 55. 15
24
Laplanche, J. Pontalis, J. B. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona, Labor, 1971.16
3. El desapego, en la que se renuncia al objeto y se produce la adaptació n a la vida sin
él. Esta ú ltima etapa permite el apego a nuevos objetos.
2. El duelo por el rol infantil y la identidad infantiles. Perder su rol infantil le obliga a
renunciar a la dependencia ya aceptar responsabilidades. La pérdida de la identidad
infantil debe reemplazarse por una identidad adulta y en ese transcurso surgirá la
angustia que supone la falta de una identidad clara.
"...só lo cuando la madurez bioló gica esté acompañ ada de madurez afectiva e
intelectual, que le permitan [al adolescente] su entrada en el mundo adulto, estará
equipado de un sistema de valores, de una ideología que confronta con la de su
medio y donde el rechazo a determinadas situaciones se cumple con una crítica
constructiva."
Debía construir un sistema de valores, una ética propia, conciente, no mera
repetició n o puesta en acto de valores introyectados en edades en las cuales no había
posibilidad de conceptualizarlos y menos aú n, criticarlos. Esa ideología creada o recreada
por cada adolescente era, para Erikson, constituyente de la propia identidad.
25
Aberastury, A. Knobel, M. La adolescencia normal. Bs. As., Paidós, 1985, p. 23 y 55. 17
"Aquí no estamos hablando meramente de grandes privilegios ni de elevados ideales
sino de necesidades psicoló gicas, porque la institució n social que hemos
denominado ideología es la guardiana de la identidad. También se pueden ver en la
ideología las imá genes de una aristocracia en su má s amplio sentido, que tiene el
doble significado de que dentro de una imagen definida del mundo y de una marcha
dada de la historia, la gente mejor llegará a gobernar y el gobierno desarrollará lo
mejor que hay en la gente. Para no perderse de manera cínica o patética, los jó venes
deben ser capaces de convencerse de que los que triunfan asumen junto con el éxito
la obligació n de ser mejores. Puesto que es mediante su ideología como los sistemas
sociales penetran en la fibra de la pró xima generació n e intentan absorber en su
sangre vital el poder rejuvenecedor de la juventud. De esta manera, la adolescencia
constituye un regenerador vital en el proceso de la evolució n social, porque la
juventud puede ofrecer su lealtad y sus energías tanto para la conservació n de lo
que continú a considerando verdadero como para la correcció n revolucionaria de lo
que ha perdido su significació n regenerativa."26
26
Erikson, E. Op. Cit., p. l09.
27
Kaplan, L. Op. Cit., p. 11.
Si bien es cierto que la infancia da las bases de la futura personalidad, quienes
trataron en particular la adolescencia mostraron la importancia de las identificaciones de
esta época de la vida y có mo es en ella donde termina de consolidarse la misma, proceso a
todas luces influido por el medio circundante. Entonces, podemos esperar fallas en la
integració n de la identidad y la personalidad en las condiciones actuales. Podría ser
también que los adolescentes actuales requirieran nuevas teorizaciones, diferentes a las
que se mantienen en vigencia. En lo que sigue intentaremos describir al adolescente actual
o "posmo", aquél al cual las teorías clá sicas le resultan una especie de Lecho de Procusto.
"...los que nunca pusieron en duda seriamente los valores adultos, y cuyo principal
objetivo en la vida es adaptarse a la sociedad tal como ella es. Pueden aspirar a
elevarse por encima de sus padres o desear simplemente repetir la pauta de vida de
éstos, pero no tienen reparos contra el orden establecido y se proponen hallar el
mejor modo de adaptarse a las cosas tales como son. Los convencionalistas suelen
adoptar los elementos de la cultura adolescente -creen firmemente que hay que
'divertirse'- pero nunca se sienten realmente separados del mundo adulto." 28
Este tipo reunía a aquellos que transitaban la adolescencia disfrutá ndola, pero no
entrando en conflicto con las generaciones anteriores alas que buscaban asimilarse.
Los idealistas, en cambio, aparecían como el tipo clá sicamente descripto de
adolescente rebelde, definidos como:
Dentro de este grupo los autores encontraban en los Estados Unidos de América tres
subtipos: el de los reformadores, miembros de los movimientos pacifistas y de derechos
civiles; el de los voluntarios del cuerpo de paz y el de los beatniks o hippies. Los ú ltimos
se diferenciaban por no buscar un trabajo social sino apartarse de la sociedad en busca de
realizació n personal, -experiencia estética, sexualidad y drogas que le permitieran sentir
formas de comunió n y comunicació n diferentes.
Un tercer tipo era el de los hedonistas transitorios, quienes fueron descriptos como
aquellos que:
28
Stone, L. J. y Church, J. Op. Cit, p. 66 y ss.18
"...llevan al extremo el papel de adolescentes, convirtiéndolo en su estilo de vida. Se
sienten ajenos al mundo adulto, pero en vez de combatirlo quieren simplemente dejarlo
atrá s, confiando en que cuando su generació n llegue al poder, ellos dará n el tono a la nueva
sociedad."
"...por mucho que estén imbuidos del espíritu adolescente, por lo menos en
apariencia, estos jó venes asumen rá pidamente papeles adultos má s o menos
convencionales."
Finalmente, agazapado entre los paréntesis, surgía otro tipo, el de los hedonistas
permanentes:
"El conflicto generacional ya no es lo que era. Los jó venes huyen de los adultos, pero
no se enfrentan con ellos.
“Se rechaza, se critica a los adultos en bloque, y se tiene buena opinió n de los padres
o se les compadece por ser unas pobres gentes. La hostilidad abierta desaparece de
los lazos familiares.”32
Quizá s este hablar sin comunicar tenga relació n con el descreimiento en la palabra
que surge como rasgo de la posmodernidad; no comprender a los demá s puede entenderse
como una manifestació n del egoísmo, falta de interés por entender y acercarse al otro, y
también por la falta de confianza en la razó n, en la capacidad intelectual de comprender.
Pero esta falta de enfrentamiento generacional no sería inocua, por el contrario:
“Considero que esta neutralidad pasiva es quizá má s grave que los conflictos
violentos entre las generaciones. Lo contrario del amor no es el odio -el odio es lo
mismo que el amor- sino la indiferencia, la neutralizació n de las relaciones, el
silencio contra el que no se reacciona, considerando que está en el orden de las cosas
de este mundo en declinació n."
31
Kaplan, L. Op. Cit., p.36.
32
Dolto, F. Op. Cit., p. 164 y ss. 20
Y adjudica la responsabilidad de este hecho a la falta de estructuració n de los adultos
que actú an como padres, los cuales no permiten esa rebelió n:
Como esta investigació n cobra para nosotros especial importancia daremos, tal como
los transcriben las autoras, algunos datos sobre el grupo de població n encuesta da en 1988
en cuatro escuelas diferentes de la Capital Federal:
a. La sexualidad
Todos los jó venes encuestados manifiestan tener informació n sobre la
sexualidad, obtenida en su mayor parte a partir de los padres.
Un 30 % manifiesta haber tenido relaciones sexuales, siendo mayor el porcentaje
entre los varones que entre las mujeres.
Un 5 % manifiesta estar de acuerdo con las relaciones sexuales prematrimoniales.
Ninguno hace comentarios espontá neos sobre la homosexualidad; cuando se les
pregunta, el 72% la considera una enfermedad y el 14 % una prá ctica sexual má s.
A las autoras les llama la atenció n esta falta de interés aparente en la
homosexualidad durante una etapa de la vida en la cual se juega entre otras cosas la
identidad sexual.
Otro aspecto que es interesante señ alar es que son los padres quienes
mayoritariamente hablan con sus hijos de la sexualidad, por lo menos a nivel de
informació n en los niveles de mayor educació n. En lo referente a las cuestiones
personales, los adolescentes prefieren hablar con sus pares. En general la actitud de
estos padres que informan es bastante permisiva respecto a la actividad sexual de
sus hijos.
b. La afectividad
Si bien las autoras dan como un hecho que "el primer amor suele ser intenso y
apasionado" nuestros adolescentes por su parte dan estas respuestas:
“Si nosotros salimos con una chica es para mostrarla en el barrio.
Si está s de novia es de re-sufrir.
Tenés que hacer demasiadas cosas por él, levantarte temprano para ir a verlo
jugar…
Yo estuve metida y me aburrí, cada cosa a su tiempo.”
Estas respuestas, má s que dar cuenta de algú n apasionamiento, parecen remitir a un
tipo de vínculo breve, superficial, exhibicionista y, aú n así o tal vez por eso mismo,
cansador.
c. Modelos de identificació n
¿Con quién se identifican nuestros jó venes? En algunos grupos surgió la
ausencia total de modelos de identificació n:
“No tenemos con quien identificarnos, los profesores, los que gobiernan, no
queremos ser como ellos.” 22
El 47 % respondió que no admiraba a ninguna persona.
El 27 %, de los cuales un 17% eran mujeres de privada cató lica, dijo que admiraba a
sus padres.
Un 15 % dice que admira a figuras deportivas, 27 % a figuras ! del espectá culo
(sobre todo musical).
Un 5 % a figuras políticas (Peró n, Alfonsín, Hitler), respuestas sobre todo de varones.
Un 6 % a Dios, Jesucristo. ...
Si generaciones anteriores tomaban ya como modelo a los actores y actrices esto
sigue ocurriendo en cierta medida, pero al respecto es interesante mencionar la
consideració n que hace Fredric Jameson respecto ala generació n de actores actuales:
"La generació n inmediatamente anterior se distinguió por proyectar por encima de
los diferentes papeles representados y a través de ellos, una imagen muy marcada de
su personalidad fuera de la pantalla"; imagen que a menudo connotaba rebelió n e
inconformismo. La generació n reciente de actores estelares sigue garantizando la
funciones convencionales de estrellato (de manera sobresaliente la sexualidad), pero
con una completa ausencia de “personalidad” en el sentido tradicional, como
contagiada del anonimato propio de la interpretació n."
El vacío en el lugar de la identidad lograda a partir de identificaciones
parciales, el "como si", el pastiche intentando llenar o bien disimular tal vacío.
Françoise Dolto considera que el fin del siglo XX no propone modelos individuales
sino colectivos. Denomina a esta época "el crepú sculo de los dioses", en la cual
desaparecen los ídolos individuales y es el grupo el que aparece como sustituto del
padre. Pronostica el culto de la agrupació n y la vuelta de la lucha por las grandes
causas ligada a asociaciones humanitarias. Para Dolto, esto sevislumbraba ya en la
Francia de los ‘80.
Si nos guiamos por estos datos resulta que la confrontació n generacional ocupa un
segundo lugar ante la confrontació n entre pares (hermanos) y si analizamos el contenido de
las discusiones podremos preguntarnos: ¿qué fue de aquellas épicas discusiones sobre
temas políticos, religiosos, éticos? Puedeser que las actuales discusiones descansen sobre
los mismos temas de fondo, pero llama la atenció n que los mismos no salgan a la superficie
de manera má s directa.
Las investigadoras señ alan que la familia es el grupo de referencia para la mayoría
de los problemas menos los sentimentales en cuyo caso se recurre má s a los amigos
y que cuando se les pregunta: “¿qué tratarías de imitar en la educació n de tus hijos?”,
los adolescentes contestan: "Todo,me educaron bien". Esta fue la respuesta má s
frecuente.
"Podemos concluir, de acuerdo con los datos presentados que si bien hay un
cuestionamiento de los adolescentes con respecto a lo cotidiano de la vida familia: no
lo hay respecto a valores bá sicos de los padres, lo cual es coincidente con los datos
de otros estudios,"
Y dicen ellas mismas:
Si algunos hallazgos por lo menos contradicen las teorías clá sicas referidas a la
adolescencia, esto nos obliga a repensarlas.
En particular es interesante considerar las teorizaciones que hiciera Aberastury
sobre los duelos de la adolescencia en funció n de considerar su permanencia en las
condiciones de posmodernidad. 23
La posmodernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse
suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad. Es lícito entonces preguntarse
si, dentro de ese marco, hay lugar para los duelos en la medida en que éstos son dolorosos,
implican una crisis seria, tristeza, esfuerzo psíquico para superarlos.
Consideremos cada uno de los duelos postulados en su momento por Arminda
Aberastury como procesos inherentes al pasaje por la adolescencia:
Los padres de la infancia son quizá s los ú nicos "adultos" en estado puro que
se encuentran a lo largo de la vida. Se los ve como tales, sin fisuras. Ir creciendo
significa, en cambio, descubrir que detrá s de cada adulto subsisten algunos aspectos
inmaduros, impotencia, errores. La imagen de los padres de la infancia es producto
de la idealizació n que el niñ o impotente ante la realidad que lo rodea y débil ante
ellos desarrolla como mecanismo de defensa. A menudo esa idealizació n es
promovida por los mismos padres quienes obtienen satisfacció n de ser admirados
incondicionalmente por ese pú blico cautivo a quien también pueden someter
autoritariamente. Ir creciendo, convertirse en adulto significa desidealizar,
confrontar las imá genes infantiles con lo real, rearmar internamente las figuras
paternas, tolerar sentirse huérfano durante un período y ser hijo de un simple ser
humano de allí en má s.
Pero este proceso también ha sufrido diferencias. Los padres de los
adolescentes actuales crecieron en los añ os, incorporaron un modo de relacionarse
con sus hijos diferentes del que planteaban los modelos clá sicos, desarrollaron para
sí un estilo muy distinto del de sus padres. ¿En qué residen esasdiferencias? En lo
referente a sí mismos estos padres buscan como objetivo ser jó venes el mayor
tiempo posible, desdibujan al hacerlo el modelo de adulto que consideraba la
modernidad. Si ellos fueron educados como pequeñ os adultos, vistiendo en talles
pequeñ os ropas incó modas para remedar a los adultos, ahora se visten como sus
hijos adolescentes. Si recibieron pautas rígidas de conducta, comunes por entonces a
toda una generació n, al educar a sus hijos renuncian a ellas, pero no generan otras
nuevas muy claras, o por la menos cada pareja de padres improvisa, en la medida en
que la necesidad la impone, alguna pauta, a veces tardíamente. Si fueron
considerados por sus padres incapaces de pensar y tomar decisiones, ellos han
pasado a creer que la verdadera sabiduría está en sus hijos sin necesidad de
agregados, y que su tarea es dejar que la creatividad y el saber surjan sin
interferencias. Si sus padres fueron distantes, ellos borran la distancia y se declaran
compinches de sus hijos, intercambiando confidencias. A medida que fue creciendo,
el niñ o de estos padres no incorporó una imagen de adulto claramente diferenciada,
separada de sí por la brecha generacional y cuando llega a la adolescencia
seencuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores claros,
comparte sus mismos conflictos. Ese adolescente no tiene que elaborar la pérdida de
la figura de los padres de la infanciacomo lo hacía el de otras épocas. Al llegar a la
adolescencia está má s cerca que nunca de sus padres, incluso puede idealizarlos en
este período má s que antes. Aquí difícilmente haya duelo y paradó jicamente se
fomenta má s la dependencia que la independencia en un mundo que busca mayores
libertades.
¿Qué significa ser niñ o? Ser dependiente, refugiarse en la fantasía en vez que
afrontar la realidad, buscar logros que satisfagan deseos primitivos y que se
obtienen rá pidamente, jugar en vez que hacer esfuerzo. Si describimos al niñ o en
edad de incorporarse a un jardín de infantes, nos encontramos con alguien que se
cree capaz de logros que en su mayoría no le son posibles y ante los cuales sufre
heridas muy fuertes en su autoestima, una personita incapaz de esperar para lograr
lo que quiere y un ser humano a quien no le importan demasiado los otros miembros
de su especie en la medida en que no es capaz de compartir nada con los.
Llegados a este punto parece imprescindible diferenciar dos conceptos
psicoanalíticos que suelen confundirse: el de yo ideal y el de ideal del yo. 34
Ante una imagen de sí mismo real poco satisfactoria, muy impotente, el niñ o
pequeñ o desarrolla una imagen ideal, un yo ideal en el cual refugiarse. Esta
estructura se organiza sobre la imagen omnipotente de los padres y ante una
realidad frustrante que promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo
confeccionada a imagen y semejanza de sus mayores, la cual le permite descansar,
juntar fuerzas y probar de nuevo ante un error. En los desarrollos normales ese yo
ideal se va acotando a medida que la realidad le muestra sus límites.
Dice Freud:
Si pensamos cuá les son los valores que lo identifican, el yo ideal es:
omnipotente (el delirio de grandeza mencionado por Freud), no puede esperar para
satisfacer sus deseos y no es capaz de considerar a otro. Hace sentir al niñ o que es el
centro del mundo, es la expresió n de un narcisismo que no admite a otros. Un mundo
que se tira al suelo haciendo un berrinche porque quiere ahora y só lo ahora un
caramelo, que si puede se lo roba a su amiguito y que está seguro de poder treparse a
la mesa sin ningú n peligro es el ejemplo de esta etapa. Cuando se cae de la mesa,
cuando la madre lo levanta en brazos a pesar de las patadas y los gritos para pasar
por delante del kiosco, cuando le sacan el botín robado para devolverlo a su legítimo
dueñ o, se siente mal por el golpe o por lo que perdió , pero ante todo se siente mal
por su yo ideal maltratado. Un niñ o que tiene un hermanito también sufre un duro
golpe a su narcisismo, a su necesidad de obtenerlo todo para sí y lo má s rá pido
posible.
Los padres primero y los maestros después tienen la difícil tarea de provocar
la introyecció n de otra estructura, el ideal del yo. Este aspecto del superyo es un
modelo ideal producido por los mayores para él, es el modelo de niñ o que los demá s
esperan que sea. Si el yo ideal es lo que él desea ser, elideal del yo es lo que debe ser
y a quien le cuesta muy a menudo parecerse. Ese ideal del yo también manifiesta sus
propios valores: esfuerzo, reconocimiento y consideració n hacia el otro, así como
postergació n de los logros. Tradicionalmente este trípode ha sido la base de la
educació n preescolar.
¿Qué ocurre con el adolescente? En esa época de la vida se termina de
consolidar el ideal del yo, para ello confluyen los padres, los docentes y la sociedad
en su conjunto. Pero ¿qué ocurrirá si la sociedad no mantiene los valores del ideal
del yo, si en cambio pone al nivel de modelo los valores del yo ideal?
Pensemos en lo que los medios difunden constantemente: aprendizaje, dietas,
gimnasia sin el menor esfuerzo; tarjetas de crédito, facilidades, compra telefó nica
para no postergar ningú n deseo, artículos ú nicos, lugares exclusivos, competencia
34
Di Segni de Obiols, S. "Narcisismo y vida cotidiana", presentado a las Cuartas Jornadas Anuales de la Asociación
Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos. Ct Bs. As., 1988. 25
35
Freud, S. Introducción del narcisismo. En O. C., T. XIV, Bs. As., Amorrortu, 1976, p.90 y ss.26
laboral que significa eliminar al otro. Estos son los valores del o ideal que en otras
épocas podían que en la fantasía pero no ser consagrados socialmente.
La sociedad moderna consagraba los valores de un ideal del yo: la idea de
progreso en base al esfuerzo, el amor como consideració n hacia el otro, capacidad de
espera para lograr lo deseado. Sin duda los valores del yo ideal también existían pero
eran inadmisibles para ser propagados socialmente.
En la sociedad posmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo
ideal, es decir que allí donde estaba el ideal del yo está el yo ideal y hay que atenerse
a las consecuencias.
Si se acepta este planteo, de él se deduce que los valores primitivos de la
infancia no só lo no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no
parece muy claro que haya que abandonar ningú n rol de esa etapa al llegar a la
adolescencia Se podrá seguir actuando y deseando como cuando se era niñ o, aquí
tampoco habrá un duelo claramente establecido.
Por otra parte, se sostenía que la identidad infantil perdida daba paso a la
definitiva en un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposició n durante
la adolescencia. El concepto de pastiche posmoderno parece modificar esta idea. La
identidad se establecería no por un mecanismo revolucionario que volteara las viejas
estructuras sino por el plagio que conforme el pastiche sin mayor violencia, sin
cambios radicales. La nueva identidad se estructura ría sin que apareciera la idea
neta de un duelo, en tanto no habría una pérdida conflictiva que lo provocara.
36
Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual. En O. C., T. VII, Bs. As., Amorrortu, 1976, p. 136.
La genitalidad implicaba una unió n heterosexual. Para acceder a la misma el
adulto, debía haber resuelto cuando niñ o el Complejo de Edipo, lo cual implicaba
haberse identificado con el padre del mismo sexo y elegir como objeto de amor al
contrario. Para el psicoaná lisis, entonces, la homosexualidad debía incluirse dentro
de las anormalidades sexuales.
La adolescencia fue considerada desde que se la tomó como objeto de estudio,
una etapa de bú squeda de la propia identidad sexual, en la cual debía desestimarse
alguna experiencia homosexual ya que la misma si no quedaba fijada como conducta
formaba parte de la investigació n y determinació n de la identidad sexual. Tales
conductas cobraban otra importancia en cambio en los adultos.
Pero, ¿có mo se presenta este tema en la actualidad? El DSM es el Manual
Diagnó stico y Estadístico creado por la Asociació n Psiquiá trica Americana 37que
reú ne los criterios diagnó sticos referidos a los trastornos mentales. En su confecció n
interviene un comité de expertos de los Estados Unidos de América, algunos de los
cuales con formació n psicoanalítica. Esta clasificació n ha sido adoptada por la
Organizació n asimilando sus criterios a otra clasificació n en uso en Europa, la ICD.
La primera edició n del DSM apareció luego de la Segunda Guerra Mundial
como un primer intento de unificació n de diferentes nosologías oficiales. A partir de
entonces se harían perió dicamente revisiones que permitieran incluir conocimientos
nuevos. Cada edició n reflejó las concepciones de la época. La edició n de 1980, DSM-
III, incluyó respecto al tema de la sexualidad una novedad interesante. En el
apartado de los "Trastornos psicosexuales" se enunciaban varias parafilias
(fetichismo, travestismo, zoofilia, paidofilia exhibicionismo, voyerismo, masoquismo,
sadismo). En otro apartado denominado "Otros trastornos psicosexuales" se incluía
la Homosexualidad egodistó nica. ¿Qué significaba esto? Que el manual consideraba a
la homosexualidad como trastorno psicosexual solamente en el caso en que la
persona se quejara de su situació n, que manifestara dificultades en su
heterosexualidad y una homosexualidad no querida o provocadora de malestar. Por
omisió n se deducía que la homosexualidad egosintó nica, es decir, aquella que no
provocaba angustia en quien la manifestaba, no era considerada un trastorno
mental, en particular psicosexual.
Debido a una modificació n de esta clasificació n hecha en el añ o 1987 (DSM-
III-R), el término "homosexualidad" no aparece. Dentro de los trastornos sexuales no
especificados se da como ejemplo:
"malestar notable y persistente acerca de la propia orientació n sexual"; es
decir, un concepto muy vago que no hace referencia en particular a la
homosexualidad. Este cambio en los criterios clasificatorios no parece haber
causado el debido impacto sobre las teorías, las cuales o bien deben ser repensadas o
bien deben provocar el rechazo de tal clasificació n. Toda la teorizació n freudiana
sobre la superació ndel Complejo de Edipo y sus conceptos acerca del narcisismo así
lo sugieren. En Introducció n del narcisismo, dice Freud:
"Hemos descubierto que ciertas personas, señ aladamente aquellas cuyo
desarrollo libidinal experimentó una perturbació n (como en el caso de los
37
American Psychiatric Association. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona,
Masson, 1989.27
perversos y los homosexuales), no eligen su posterior objeto de amor segú n el
modelo de la madre, sino segú n el de su persona propia. Manifiestamente se
buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elecció n de
objeto que ha de llamarse narcisista."
Es decir que el psicoaná lisis consideraba anormal tal elecció n de objeto
porque no incluía el reconocimiento del otro como diferente de uno mismo. Para
comprender mejor los cambios que han sufrido estos conceptos, es importante
destacar el clima en el cual la posmodernidad los enmarca. Esta época incluyó una
revolució n sexual que llevó a decir a autores como Stone y Church:
La revolució n sexual de los añ os ‘60 dio paso a varios cambios. Los sexos
dejaron de estar rígidamente establecidos en su-aspecto -externo y en los roles a
cumplir. Al mismo tiempo la ambigü edad sexual se constituyó en una característica
propia de la época.
Aberastury sostenía que un cuarto duelo durante la adolescencia se debía a la
necesidad de superar la pérdida de la bisexualidad infantil, pero en la actualidad la
bisexualidad no só lo no parece requerir duelo sino que aparece como una
característica atractiva en figuras del campo artístico, por ejemplo.
El modelo heterosexual exclusivo ha quedado como uno má s entre aquellos
que muestran los medios masivos como imitables.
Sea como sea, la "clara identidad sexual" que se esperaba que adquiriera el
individuo al llegar a la adultez ha perdido mucha claridad.
b. La madurez afectiva
La independencia afectiva de los padres también debía considerarse un logro
adulto. Suplantar a los objetos primeros de amor por otros y establecer con ellos una
relació n duradera formaba parte de aquello que caracterizaba al adulto.
Se ha subrayado muchas veces qué importante lugar tiene la sexualidad en la
teoría psicoanalítica y qué poco ocupa el amor, el cual aparece como un simple
derivado de la primera. Para Freud el estudio de la sexualidad constituía un sustrato
concreto, no desdibujado por la subjetividad de los sentimientos, una conducta que
podía someterse con mejores resultados a la investigació n de una persona formada
como él en las ciencias naturales y que esperaba incluir al psicoaná lisis entre las
38
Stone L. J. Church, J. Op. Cit., p.129.28
mismas. Por otra parte, en la medida en que asentaba sobre lo instintivo del ser
humano, era pasible de ser considerado determinante de la patología humana. El
victorianismo de la época, gran productor de patología por efecto de la represió n
sexual, acentuó aú n má s la importancia que la teoría sexual ocupaba dentro del
psicoaná lisis al tomarla como blanco de sus ataques. Pero lo cierto es que el amor
quedó en un segundo plano de los desarrollos teó ricos freudianos.
Erich Fromm cubrió el vacío convirtiendo en un best seller su libro El arte de
amar, lo que mostró hasta qué punto se esperaba alguna respuesta sobre el tema.
Comenzaba dicho libro con estas palabras:
Para Fromm el fundamento del amor era la actitud de dar y describió ciertos
elementos de este sentimiento que consideró bá sicos: cuidado, responsabilidad,
respeto y conocimiento.
El cuidado debía entenderse como una preocupació n activa, no una simple
declaració n retó rica.
Preocuparse por la vida y el crecimiento de la persona que se ama, ocuparse
del otro. Cuidar es dar las condiciones y suplir las necesidades para que un hijo
crezca. Este cuidado implica el segundo aspecto,la responsabilidad como acto
voluntario, estar dispuesto a responder por el otro. Como el Principito con su rosa.
Só lo el respeto por el otro evita que el cuidado y la responsabilidad degeneren en
dominació n. Respeto como capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla
como otra diferente de uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Finalmente,
no se puede respetar a quien no se conoce y en particular el conocimiento en el amor
es un conocimiento que no se queda en la superficie. Decía Fromm:
39
Fromm, E. El arte de amar. Bs. As., Paidós, 1963, p. 11 y 88. 29
brindá ndole cuidado, haciéndose responsable de esa relació n afectiva, respetando al
otro y ocupando tiempo en conocerle.
Y cuando este autor piensa, en los añ os ‘50, sobre el papel que tiene el amor
en su época dice:
d. La madurez intelectual
40
Freud, A. El desarrollo del adolescente. En O. C., Bs. As., Paidós, 1984, p.22. 30
de la personalidad, a partir de los doce añ os, y la obra posterior del
hombre."41
42
La posmodernidad no inspira la pasió n metafísica en los adolescentes, sí
espera que éstos como los adultos sean productivos en términos de creatividad. Si
seguimos a Piaget, ¿qué ocurrirá con aquellos que no hayan tenido una adolescencia
de este tipo, apasionada, idealista, creadora de teoríasomnipotentes?, ¿podrá ocurrir
que una época que privilegia la creatividad la ponga en peligro al alterar las etapas
del desarrollo? Nuevamente nos encontramos con conceptos que exigen ser
repensados a la luz de las condiciones actuales y que desdibujan el concepto de
adulto.
e. El conocimiento social
41
Piaget, J., Op. Cit., p. 92. (43) Dolto, F. Op.Cit., p. 42. 31