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Jorquera Fernández, A. (2015). Construyendo el diálogo entre saberes: formación y sensus
communis en el entorno del científico venezolano. ENSAYOS, Revista de la Facultad de Educación de
Albacete, 30(1). Enlace web: http://www.revista.uclm.es/index.php/ensayos ‐ Consultada en fecha (dd‐
mm‐aaaa)
CONSTRUYENDO EL DIÁLOGO ENTRE SABERES:
FORMACIÓN Y SENSUS COMMUNIS EN EL ENTORNO DEL
CIENTÍFICO VENEZOLANO
BUILDING THE DIALOG BETWEEN KNOWLEDGE: FORMATION AND
SENSUS COMMUNIS IN THE ENVIRONMENT OF THE VENEZUELAN
SCIENTIST
Alicia Jorquera Fernández
Centro de Investigaciones en Ciencias de la Salud. Universidad de Oriente, Núcleo de
Anzoátegui. Barcelona, Venezuela
Recibido: 25/08/2014
Aceptado: 26/03/2015
Resumen:
Es en la esencia del concepto y de sus raíces históricas donde encontramos conexiones
naturales entre formación y desarrollo de las ciencias. La intención de este artículo es
abordar la compleja metamorfosis solicitada para la cultura y la educación del científico
desde los tiempos de una formación espiritual “pura”, signada por el egocentrismo hasta
épocas más recientes en las que la intencionalidad ideológica ha transfigurado su
imagen de sujeto egocéntrico en la de sujeto social, capaz de empoderarse de elementos
culturales, de diálogo y de humanización en pro de una nueva conciencia estética para
la coactuación y la coexistencia. Este abordaje se contextualiza en Venezuela con el
sentido de la hermenéutica en la formación, la consideración de significados
socioculturales sobre el conocimiento mismo y la presentación de imágenes sugerentes
de confrontación o de incomunicación entre saberes.
Palabras clave: formación, diálogo de saberes, hermenéutica filosófica, habitus
científico
Abstract:
It is in the essence of the concept and its historical roots where we find natural
connections between formation and development of the sciences. The intent of this
article is to address the complex metamorphosis requested for the culture and the
education of the scientist, since the times of "pure" spiritual formation marked by the
egocentrism until more recent times in which the ideological intent has transfigured his
image egocentric subject in the social subject, capable of takeover of cultural elements,
dialog and humanization for a new aesthetic awareness for the here and the
coexistence. This reflection is contextualized in Venezuela with the meaning of the
hermeneutical sense in the formation, the consideration of socio‐cultural meanings of
knowledge itself and the presentation of suggestive images of confrontation or isolation
between knowledge.
Keywords: education, knowledge dialogue, philosophical hermeneutics, scientific
habitus.
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Alicia Jorquera Fernández
Introducción
Captar el horizonte epistémico del ser/conocer trasversalizando el tema de la
formación del científico en el espacio globalmente desplegado por la historicidad del
conocimiento, constituye una laboriosa tarea que ha interesado a muchos, y que ha sido
asumida a través de la hermenéutica filosófica (Vilanou, 2001). En este sentido, se
constata que la formación del sujeto es una idea‐fuerza que ha demostrado su
complejidad como objeto de estudio desde la Ilustración hasta nuestros días, y con la
cual se habría consolidado la ideología signada por los valores fundamentales de la
Modernidad, como la verdad (la ciencia), el bien (la ética y la moral) y la belleza (el arte
y la cultura).
Emerge entonces la figura del espíritu científico moderno, que mediante procesos
de normalización y estandarización va conformando el habitus científico1 como carácter
distintivo de grupo que excluye la consideración de verosimilitudes y saberes míticos en
la construcción del conocimiento, negando como realidad a la genuina relación creativa
y armoniosa entre razón y sujeto, ciencia, acción social y libertad.
La deconstrucción de esta configuración estética para el método y la formación del
científico constituye el objetivo general del presente artículo, en el que se destaca el
pensamiento de filósofos como Giambattista Vico y Hans‐Georg Gadamer que ha
contribuido notablemente con la expansión de alianzas entre experiencias, tradiciones
(cultura) y saberes morales y técnicos, alimentando la senda del conocimiento que
redimensiona los significados de la complejidad naturaleza‐ser‐sociedad. Con ello
encontramos el bagaje teórico para el trabajo de reflexión pendiente sobre las
demandas específicas de contextos multiculturales como el nuestro, que solicitan el
fortalecimiento del diálogo con la formación incluyente de los saberes originarios y el
sentido de la razón práctica para deliberar sobre el estado de conciencia y compromiso
del investigador como ser social, autor, pensador, educador y ejecutor de las ciencias.
Dado que esta apertura epistemológica no pareciera aún trastocar lo suficiente los
viejos cimientos de la educación curricular de nuestros días, que sigue desperezada al
ritmo del perfil social de los valores modernos como pauta del “hombre educado”
comprometido con sistemas de producción piramidal competitiva e individualista, se
incluye aquí un análisis reflexivo sobre la compleja noción conceptual de formación y
sus expresiones prácticas, para reconfigurar caminos y pedagogías de quiebre de este
habitus científico que dibuja el rostro de una aguda exclusión de interpretaciones y
posturas filosóficas humanistas sobre los asuntos referidos al conocimiento, métodos y
utilidades sociales. Con ello asumimos que es hoy el tiempo de una intervención con un
1
El habitus científico es un concepto que ha sido acuñado extensivamente por Bourdieu como principio
que orienta mediante cierta “epistemología logicista” las acciones formativas de una categoría especial de
agentes; en este caso el de los científicos. Así, el habitus produciría prácticas diferenciadas «... de acuerdo
con unas intenciones conscientes y calculadas, de acuerdo con unos métodos y unos programas
conscientemente elaborados.» (Bourdieu, 2001: 72). El habitus implica además que el investigador se deja
llevar «... por un sentido del juego científico que se adquiere mediante la experiencia prolongada del juego
escénico con sus regularidades y con sus reglas.» (Ob.cit: 77).
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Construyendo el diálogo entre saberes: formación y
sensus communis en el entorno del científico venezolano
ideario que abra nuevas posibilidades para la formación del científico como ser‐social
involucrado en perspectivas de relatividad y reconocimiento del otro y sus saberes,
revalorizando las cualidades de imaginación, las bondades de la verosimilitud y el
lenguaje mítico como imágenes genuinas para la colectivización del conocimiento.
Con esta intencionalidad se aborda, en primer lugar, el tema de la formación y la
genealogía del ser investigador aludiendo a algunos elementos que caracterizan al
entorno venezolano, y seguidamente se ofrece la descripción de imágenes sugerentes
de una realidad de desintegración consumada entre los saberes (llamados científicos y
no científicos) que, tanto en los espacios universitarios como fuera de ellos, pareciera
reclamar la conversión de los saberes populares a conocimiento científico como
condición para su reconocimiento. Son imágenes de distanciamiento y disgregación
social que nos envuelven y cimientan la disrupción totalitaria del conocimiento,
separando lo científico de lo social–sensible mediante una distinción formativa entre
hombre‐investigador y hombre‐protagonista social.
Formación, ideología y genealogía: una vista desde la hermenéutica filosófica
La conexión natural entre formación, cultura y coexistencia fue tempranamente
introducida con la idea de la Bildung2, que siguiendo los planteamientos filosóficos de
Hegel y de Gadamer toma cuerpo con el humanismo como valor ético y estético y se
revela ante la insuficiencia del método único y universal que había sido asignado a las
ciencias naturales. Así considerada, la Bildung (formación) presume de involucrar al
sujeto en una autotransformación que hace “brotar dentro de sí devenir y reflexión”
(Hegel, 1966: 14) y que junto al pensamiento viqueano pasa al ámbito de lo público
asumiendo la importancia del comprender en la dinámica de lo común y lo particular de
las culturas en coexistencia, dando sentido a una nueva estética de formación.
Es el discurso de Gadamer, adueñado de esta visión, el que traspasa los criterios de
la conciencia metódica para alcanzar a las entonces nacientes ciencias del espíritu; su
sentido de formación resulta profundamente comunitario pues concibe el devenir del
hombre en la cultura alimentando el camino de la fundamentación hermenéutica con
intención de “comprender el todo desde lo individual y lo individual desde el todo”.
(Gadamer, 1993: 182). No obstante, acotemos aquí que la subordinación de las nuevas
ciencias a los parámetros metódicos de las ciencias clásicas modernas provendría ‐según
Gadamer‐ “de la intelectualización y formalización del sentido común” (Damiani, 2003:
2
Palabra de origen alemán procedente del clasicismo de los siglos XVIII y XIX. Se traduce
mayoritariamente como idea de formación, pero su historiografía demuestra complejidad y un amplio rango
de significaciones en evolución e involución (Vilanou, 2001) con injerencia tanto en procesos de
constitución del sujeto por sí mismo al alcanzar la maduración (transformación y ascenso) del espíritu
(Hegel, 1966), cómo en formatos pedagógicos mas convencionalmente suscritos a la instrucción, en los que
se habría intentado equiparar con una educación imitativa (Peña-Zerpa, 2012). En el marco reflexivo de
este artículo, se retoma la interpretación gadameriana de la Bildung, subrayando la conexión del sujeto con
la cultura y las tradiciones de su entorno como valor comunicativo para entrelazar intereses comunes y
saberes, involucrando al patrimonio total de experiencias, conocimiento y espíritu a lo largo y ancho de la
vida de cada persona. Interesante es también considerar aquí el sentido de la Bildung en cuanto que asume
una idea de formación en la que “la verdad del hombre no es otra que la de sus propias contradicciones y
sus incurables antinomias” (Sánchez, 1993: 75).
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36‐37), una causa que sigue vigente en la academia universitaria de hoy, y que ajena a
la transfiguración del sujeto, pareciera someter nuestra razón alejándola cada día más
de esta pretendida estética gadameriana para la coactuación y de coexistencia que se
debate por mantener la armonía entre apropiación y apertura, posesión y entrega del
conocimiento, que promulga la emancipación del sujeto imbricándolo en una
experiencia de formación potenciadora de valores auténticamente surgidos de la
conmoción espiritual de su identidad en los órdenes epistémico, ontológico y
metodológico, dando apertura a la reflexión y reconstrucción permanente de teoría y
revaloraciones en la acción social (González et al., 2014).
En esta deconstrucción, la reinterpretación de los procesos formativos debe
centrarse en el devenir de la transfiguración del sujeto en el “artista” de Nietzsche; un
sujeto que al estar consciente de su desarmonía, irradiaría con orgullo sus
contradicciones a modo de preparación ideológica para confrontar lo individual del
hombre moderno con lo múltiple del hombre natural (Pérez, 2004). Es esta la esencia
del pensamiento gadameriano de formación, que conjuga conocimiento y sentimiento
para dar fluidez a “la sensibilidad y al carácter” (Gadamer, 1993: 14). Y así mirado, nos
interesa particularmente la aserción de la formación del carácter si: «... la persona
formada es la capaz de comprender al otro, de encontrarse con él en la comprensión
común, de salir de sí, de lograr un entendimiento.» (Aguilar, 2003: 13).
En suma, esta configuración estética aludiría a la certera intuición de Gadamer para
idealizar el proceso de formación en lo individual y en lo comunitario reinterpretando el
enunciado del sensus communis de Giambattista Vico, que a la vez que evita la
recurrencia a métodos puramente científicos‐demostrativos para el entendimiento
histórico de las culturas, se sumerge en un encuentro con el valor de los mitos, el
simbolismo y el lenguaje ofreciéndonos un camino “de reconstrucción imaginativa” para
el enriquecimiento de la historia, los saberes y del arte de la comunicación (Berlin, 1999‐
2000). Por ello, este encuentro entre Gadamer y Vico nos acerca a una fructífera
atmosfera de posibilidades que alimenta un imaginario factible para la comunicación
entre saberes; un asunto de suma importancia para la agencia universitaria del presente
y las prácticas de enseñanza de las ciencias que marcan distancia con el reduccionismo
metodológico, de modo que cabe aquí decir que: «El tema de la educación también sería
ahora otro: el de la formación del sensus communis, que se nutre no de lo verdadero
sino de lo verosímil.» (Gadamer, 1993: 19).
Como noción viqueana reinterpretada por Gadamer el sensus communis refiere el
apego que debe guardar todo ser humano ante el interés común que circula en las
sociedades y que resguarda el valor de las certezas compartidas entre los miembros de
un grupo para posibilitar la comunicación y el sustento de los acuerdos prácticos
imprescindibles de la vida social (Damiani, 2003). Y en lo que a formación concierne, lo
entendemos como un sentido espiritual de pertenencia a la comunidad, que acerca al
investigador educado “bajo el patrón del pensamiento metódico de la ciencia moderna”
(Gadamer, 1993: 21) al tan necesitado sentido compartido por los miembros de la
comunidad política en la que se vive, tomando cuerpo el cultivo a los principios
viqueanos que aluden a la prudencia, la verosimilitud, la fantasía y la retórica (Vico,
1998: 408), tanto como cuerpo tienen las verdades científicamente confirmadas.
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Construyendo el diálogo entre saberes: formación y
sensus communis en el entorno del científico venezolano
Queremos comprender estas ideologías interrogándonos sobre la genealogía del ser
investigador. Y con ello nos ocupamos particularmente de las aserciones referidas a la
verdad y la falsedad; la objetivación, la objetividad y la subjetividad, las que en fin de
cuentas deben considerarse como categorías dentro de este análisis para comprender
el desenvolvimiento formalizado, los signos distintivos, el habitus científico. En este
sentido, podría decirse que una de las características insignes de la formación
academicista ha sido la matematización del pensamiento. Piza (2009) en su
interpretación de la obra El oficio del científico de Bourdieu da cuenta de este fenómeno
que reforzaría la supuesta “autonomía” de actuación dentro del mundo científico: es la
pretensión del modelo educacional formalizado, de satisfacer la máxima según la cual el
joven debe dominar el pensamiento lógico‐matemático como lenguaje expresivo
genérico para dar cuenta del conocimiento aprendido. Este joven se reconoce ante sí y
ante sus pares como científico dedicado a la búsqueda de la verdad, poseyendo la
destreza que otorga la lógica del lenguaje técnico‐matemático exigido por el oficio.
De aquí que la imponencia del lenguaje lógico‐matemático sea un fenómeno
importante dentro de esta reflexión, pues entendemos que al haber sido hábilmente
adaptado al ámbito específico de cada profesión, operaría a modo de reforzamiento de
la ideología que sustenta la comprensión del conocimiento y más aún, de la ideología
del fraccionamiento con el manejo especializado de representaciones simbólicas
basadas en cálculos y formulaciones (Oltra, 1981).
¿Es este habitus lo que realmente anhelamos para el científico? ¿Y cuánto se acerca
esta realidad a la filosofía del sensus communis en la transfiguración del sujeto y el
espacio de la ética para la coactuación y la coexistencia?
La respuesta postmoderna a estas interrogantes probablemente asumiría que el
enfoque ideológico dominante no ayuda a imaginar la factibilidad de escenarios
pedagógicos para la formación de estos sujetos en colectivo, por el hecho de no
frecuentar la conjugación armoniosa entre aptitudes individuales y grupales en un
desempeño integral como el que supone el sentido del sensus communis. No ocurre la
disposición de los investigadores para dedicarse al análisis sociológico comunitario de la
práctica científica que los ocupa. Y no estamos asumiendo que esta magna tarea pueda
lograrse con cada joven que se forma, pero sí podemos reflexionar sobre el pensamiento
de Bourdieu relativo a la estructura educacional que correspondería a la construcción
de estos colectivos de científicos, pues ello: «… supondría que se dieran las condiciones
para que los investigadores y los analistas tuvieran interés en trabajar conjuntamente y
en tomarse el tiempo para hacerlo…» (Bourdieu, 2001: 19). Muy en contraposición a
esto, nos educamos dentro de matrices disciplinarias incomunicadas, fieles a la
enseñanza del conocimiento acumulado que separa la ocupación en disciplinas y
especialidades.
Este escenario encuentra solidez ideológica en la metodología del falsificacionismo
popperiano3, dada la fisionomía del habitus científico que solo valora las soluciones
3
Este concepto, extensivamente utilizado por historiadores y filósofos de la ciencia, refiere los siguientes
tres supuestos básicos del modelo deductivo popperiano para la construcción de conocimiento: a) una teoría
es científica sólo si es posible contrastarla con un enunciado básico. b) una teoría científica debe rechazarse
si entra en conflicto con un enunciado básico aceptado. c) una teoría científica debe predecir hechos nuevos
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a la luz del conocimiento anterior. De acuerdo con este pensamiento, sería contrario al habitus científico
proponer teorías infalsables o hipótesis que no impliquen predicciones empíricas nuevas (Bourdieu, 2001).
Hacemos referencia aquí a esta figura por resultar rutinaria como método científico convencionalmente
validado por los grupos de expertos en el oficio de las ciencias modernas.
4
La hermenéutica filosófica, como el resto de las hermenéuticas más antiguas (filológica, teológica,
jurídica, histórica, lingüística y psicoanalítica), asume la teoría de la interpretación a través de la
construcción de preguntas como punto de partida para analizar el objeto de estudio; pero a diferencia de las
anteriores, esta se ocupa del horizonte del saber de la ontología y es principalmente propuesta por Gadamer
para comprender la cosa misma, de aquí que con el sentido de su ideología, la hermenéutica filosófica haya
traspasado los límites históricos originalmente entendidos como sistema de interpretación de los textos
(Véase el apéndice intitulado Hermenéutica e historicismo en: Verdad y método. Gadamer, 1993).
5
La mención a la palabra ideología pretende una referencia al sentido más general del término, tal como
Karl Mannheim lo expresa en su obra Ideología y utopía (1987), donde más que a la concepción particular
del vocablo, nos interesa reseñar el sentido de “ideología total” cuya intención es estudiar las características
y composición de los sistemas de pensamiento en épocas o grupos determinados para comprender y teorizar
sobre sus significados. En el caso que aquí se desarrolla, referido a la hermenéutica gadameriana, se
considera la ideología en cuanto «… armazón conceptual de un modo de pensamiento como función de la
situación vital de un pensador. » (Ob. cit: 51).
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Construyendo el diálogo entre saberes: formación y
sensus communis en el entorno del científico venezolano
del ser hermenéutico que muestra apertura a nuevas experiencias que superen los
marcos impuestos por la razón instrumentalizada, donde el acto de la interpretación ya
no se centra en el enfrentamiento con las situaciones ni con las personas, sino que se
centra en un estar formando parte de la misma a través del diálogo, por lo que el
objetivo de las ciencias ya no sería más “objetivar la experiencia hasta que quede libre
de cualquier momento histórico” (Gadamer, 1993: 215). En el contexto de estos
pensamientos gadamerianos, nos preguntamos ¿qué otra cosa es el diálogo sino la
experiencia que nos permite asumir todas estas consideraciones para el proceso de
formación de los grupos sociales? El apropiarnos de este pensamiento a través del acto
de la comunicación pareciera una buena opción; no obstante, ello pareciera de muy
difícil aplicación en la dinámica universitaria, pues se ha dicho que en nuestras cátedras:
El profesor es incapaz de establecer el diálogo porque él es el auténtico transmisor de la
ciencia. Pero, entonces, la incapacidad para el diálogo está en la estructura monológica de
la ciencia y la tecnología modernas. El diálogo no es posible con muchos a la vez ni en
presencia de muchos. Cuando la situación docente va más allá de la intimidad de una
conversación en pequeño círculo hay una dificultad insuperable para el diálogo. Este es un
fenómeno típico del mundo universitario (Aguilar, 2003: 16).
Con el valor de este contenido debemos, sin embargo, cuidarnos de no perder la
perspectiva suponiendo que los espacios universitarios están solo dentro de las aulas,
de cuyas paredes ya pareciera que hemos tenido suficiente. Precisamente, el reto es
alcanzar dentro del contexto de las limitaciones del academicismo, todos los posibles
momentos de comunicación con nosotros mismos y con los otros y descubrir las
opciones para despojarnos de tanta individualidad y alcanzar las tonalidades de la
generalidad y del sensus communis visualizando el sentido de formación que expresa
Gadamer:
Cada individuo que asciende desde su ser natural hacia lo espiritual encuentra en el
idioma, costumbres e instituciones de su pueblo una sustancia dada que debe hacer suya de
un modo análogo a como adquiere el lenguaje. En este sentido el individuo se encuentra
constantemente en el camino de la formación y de la superación de su naturalidad ya que el
mundo en el que va entrando está conformado humanamente en lenguaje y costumbres
(Gadamer, 1993: 16).
Como se ve, analizar el problema de la formación del científico es pensar en la
prevalencia de estos significados y contrastarlos con la vigencia del paradigma
ideológico de “la ciencia normal”, que como ya se ha afirmado es presa de lenguajes y
culturas instalados en espacios matematizados de alta selectividad dentro de los grupos
de científicos que prejuzgan los temas que pueden ser escogidos o descartados como
trabajo. Lastimosamente, en estos contextos queda dramáticamente excluida la
consideración e intereses de las sociedades (a modo de lo que significaría la generalidad
en la elevación del espíritu formado), es por ello que se ha llamado la atención sobre
esa supuesta “autonomía” del universo científico, de lo cual dice Bourdieu que: «…ese
universo escapa pura y simplemente a la necesidad social, y por lo tanto, a la ciencia
social» (Bourdieu, 2001: 35). Una nueva vista fundada con estos elementos analíticos
nos lleva a considerar la urgencia de conformar espacios de intervención para el
horizonte de nuestra actualidad, poniendo especial atención en el itinerario de la
formación de los jóvenes investigadores.
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La confrontación en el arte de la comunicación de los saberes: caso Venezuela
Con la idea de contextualizar esta contrastación entre ideologías para la formación
del ser científico‐ser social, consideremos algunas experiencias en el ámbito venezolano.
Para ello remarquemos primeramente la vigencia de los dispositivos que hemos
destacado en la educación escolástica del investigador de nuestros días y que reflejan la
construcción de significados para la verdad y falsedad, la objetivación, la objetividad y
la subjetividad que tanto nos preocupan como nociones influyentes sobre posturas y
acciones y por ende en el diálogo y la comunicación de los saberes. Y como ya ha sido
expresado en líneas precedentes, el juego de poder que se establece con estos
dispositivos es parte de la ideología dominante, y determina un carácter de dependencia
entre la armonización que con los mismos logre el científico y el “tesoro” que logrará a
la par de su formación academicista (Jiménez, 2009). Ello apunta al pensamiento de Kant
que alude a las voces espirituales que alertan al aspirante ante el peligro de ser
rechazado si se atreviera a dar los pasos de emancipación que implican creatividad y
libertad para superar su “incapacidad como segunda naturaleza” y el estatus de
“minoría de edad” en el que aún nos encontramos, mostrando plena vigencia de las
metáforas utilizadas por el filósofo en su breve escrito sobre La Ilustración: los libros
reemplazan nuestro entendimiento; los directores espirituales ocupan el lugar de
nuestra conciencia; los médicos a los que acudimos deciden sobre nuestro estado de
salud (Kant, 1978). Con este eco de reclamación sobre la fisionomía de la voluntad, la
autoridad y el uso de la razón, llamamos de nuevo la atención a esta condición moderna
que nos deja la formación escolástica con el poder de sus dispositivos, tan limitativos
sobre el espíritu emprendedor, sensible y pensante.
Ante este reconocimiento se instituye en nosotros la expectativa de reestructurar un
tal sentido con la hermenéutica en la formación y el rescate de la esencia del sensus
communis, asumiendo el propósito del constructo del dialogo. Ello podría comenzar
planteándonos interrogantes sobre las pretendidas diferencias consustanciales entre el
currículo convencional y el currículo por competencias, interesándonos en vislumbrar si
el camino propuesto desde uno al otro obedece a “adaptaciones” que derivan de la
lógica empresarial, o si verdaderamente responde a la necesidad de fortalecer su
dimensión ética promoviendo el desarrollo humano dentro de un juego de concepciones
mas “sociabilizantes” y “ecologicistas” (Jorquera, 2009). Podría conectarse esta
problematización con el contorno histórico de la comunidad científica venezolana y sus
valores como “grupo social” y las raíces del status de validación social que ha mantenido
en nuestro país el sesgo hacia el fortalecimiento parcializado de las llamadas ciencias
exactas, palpable a través de los grandes institutos nacionales dedicados principalmente
a la formación y la valoración de investigadores con dedicación exclusiva al desarrollo
de las ciencias naturales, en casi completa disociación con programas y políticas de
salud, el control epidemiológico de epidemias infecciosas o cualquier otro asunto que
ataña a la salud física y espiritual del venezolano, tal como ya lo han afirmado otros
investigadores (Carmona, 2004). Bajo estas condiciones se entiende cómo se afianza la
realidad de deficiencia de los procesos de sociabilización del conocimiento.
Aspirando a alcanzar experiencias significativas en estos espacios sensibles de
transformación esperamos descubrir nuevas formas en el arte de la relatoría y el
lenguaje del conocimiento; convencidos de que el acto de la interpretación ya no debe
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Construyendo el diálogo entre saberes: formación y
sensus communis en el entorno del científico venezolano
centrarse en el enfrentamiento con las situaciones ni con las personas, podríamos
abordar la desintegración consumada entre los saberes científicos y no científicos en
espacios universitarios e institucionales que reclaman la conversión de los saberes
populares a conocimiento científico como condición para su reconocimiento,
evidenciando la depreciación social del conocimiento. Digamos que la insensibilidad
ante la posibilidad de una trasformación de este panorama ha constituido una parte
identitaria del habitus científico de hoy, que nos sitúa ante una realidad de
confrontación en el acto de comunicación de los saberes y lastimosamente, todos los
días conocemos imágenes sugerentes de ello.
Abordemos, a modo de ejemplo, el artículo Conocimiento Indígena vs Científico: El
Conflicto por el Uso del Fuego en el Parque Nacional Canaima, Venezuela, publicado en
la revista venezolana Interciencia (Rodríguez, 2004). Lo primero que llama la atención es
el título mismo, que de entrada ya sugiere una confrontación entre los saberes que
pudieran identificarse con uno u otro grupo entre los actores involucrados. A través de
su exposición de motivos, la autora de este interesante artículo presenta
argumentaciones sobre una situación de pugna entre científicos y comunidades
pemones en asociación con una visión dominante sobre el impacto ecológico del uso del
fuego en la sabana. La autora resalta que la visión del especialista (el científico) es
completamente ajena al valor cultural y ambiental local; más aún, basada en el marco
conceptual de la sociología del paisaje6, destaca el papel de las áreas programáticas
estadales que: «… han ayudado a que prevalezca en la zona una visión negativa del
fuego», determinando: «… que es y que no es conocimiento válido…» de modo que: «…
las visiones discordantes de los ancianos Pemón han sido marginalizadas y excluidas de
la discusión» (p. 123). No obstante este juicio de valores, la autora en su misión como
socióloga dialógica7 concluye que: «… existe suficiente sobreposición de intereses entre
los distintos puntos de vista como para proponer cambios constructivos para el manejo
del área protegida» (p. 122).
La complejidad de este planteamiento de confrontación de saberes podría
ayudarnos a comprender la regia respuesta que casi inmediatamente fue ofrecida por
6
Este marco conceptual propone que la naturaleza tiene un significado distinto para diferentes tipos de
personas, de acuerdo con la definición que se mantenga de los valores, creencias e intereses que se tienen.
Por ende, en el abordaje de la problematización que aquí se expone, esto implica: a) estudiar el significado
de las percepciones que sobre el fuego tienen los actores involucrados, b) analizar cómo las diferencias
simbólicas dificultan el entendimiento del manejo ambiental local y c) entender las relaciones de poder al
interior de la lucha sobre diferentes construcciones acerca de la naturaleza. Este último interés llevaría a la
investigación de la historicidad que ha colocado en confrontación a los saberes científicos y no científicos
aquí expuestos.
7
Categoría descrita por Javier Seoane (2009) como parte de su interesante análisis socio-histórico sobre los
perfiles profesionales del sociólogo: primero el especialista, como perfil constituido sobre una ética de la
neutralidad axiológica en el conocimiento y que en el plano epistemológico parte de la representación
positivista de las ciencias naturales; luego, el sociólogo misional, que rechaza el ideal primigenio de la
neutralidad axiológica con un modelo epistemológico que apunta hacia la interdisciplinariedad y
transdisciplinariedad, y el mas evolucionado, el sociólogo dialógico que surge tras la emergencia del
paradigma epistemológico postpositivista, ubicado en el camino de las discontinuidades entre un paradigma
centrado en la conciencia y un paradigma centrado en la intersubjetividad. Aún cuando al presente conviven
estos tres perfiles, denota el adjetivo que no azarosamente se ha colocado aquí como “el mas evolucionado”
para el caso del último, por sabérsele impregnado de un ethos abierto a la diversidad y el reconocimiento
de la otredad (ob.cit).
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los científicos naturalistas involucrados en la problemática. Así, Dezzeo y cols (2004)
guiados por la cita bibliográfica que sobre sus investigaciones efectuó Rodríguez (2004),
construyen, a modo de réplica, una acusación directa a la autora refutando sus
percepciones, convicciones o argumentaciones, sin demostrar ningún interés o
sensibilidad por el problema de fondo que aquí se plantea: la falta de comunicación
entre los actores, una parte de ellos intelectualizando la visión del fuego a través del
conocimiento científico y la otra parte (la comunidad Pemón) muy probablemente
apegada a sus tradiciones y experiencias de vida en torno al significado de su casa, “la
naturaleza”. La réplica defensiva de estos investigadores no hace ninguna referencia al
valor del conocimiento perceptivo y cultural de la comunidad Pemón en torno a la
naturaleza y su manejo, pero resulta muy ilustrativa, al afirmar que:
La autora justifica el uso del fuego por los Pemón con varios argumentos que no cabe
cuestionar, y comenta que “... en contraste con la visión antiestética del fuego que tienen
los técnicos y científicos, para los abuelos Pemón es a través del fuego que la sabana se
mantiene verde y bonita”. Nuestra preocupación por el fuego en la Gran Sabana no es
asunto de estética. Tal comentario evidencia un desconocimiento supino de los impactos
biológicos, biogeoquímicos y sociales de los incendios de vegetación (iniciados o no por los
Pemón), no sólo a nivel local y regional sino también nacional y global” (Dezzeo y cols, 2004:
410).
La frecuente confusión que demuestran nuestros científicos entre lo que es o no es
conocimiento legítimo y la tan superflua interpretación del sentido de la estética aquí
plenamente identificada con la belleza apolínea, aparecen también en la siguiente
expresión que formó parte de la respuesta, que tan precisamente obedece a un acto de
depreciación social del conocimiento, desvalorizando esta como oportunidad para el
enriquecimiento de nuestros saberes originarios. Queda además en evidencia la absurda
reclamación que una élite científica hace de la conversión del saber Pemón en un saber
instrumental‐sistematizado como condición para su reconocimiento:
El mito de Makunaima es bien conocido, pero usarlo como prueba para concluir que la
sabana siempre ha existido en la región es inconsistente. No queremos refutar cada
sabiduría contenida en los mitos de los pueblos, pero usarlos como argumento científico es
equivalente a usar el mito de la creación divina para refutar la teoría de la evolución (Dezzeo
y cols, 2004: 410).
Ciertamente, este como conflicto de saberes en confrontación formaría parte del
nuevo marco referencial en la construcción del conocimiento, formaría parte de una
pedagogía de alimentación de la conciencia de lo transcultural en el saber originario de
la América Latina (Jorquera, 2012). Para ello, bastaría con alcanzar un equilibrio de ideas
entre las visiones de los Pemón y de los científicos sobre el fuego y su uso e impacto
ambiental mediante una apertura sin temores ni prejuicios falsamente objetivistas. Este
reconocimiento es importante para avanzar en la reflexión sobre la pluralidad de
significados que han sido adjudicados a la verdad, el bien y la belleza a través del tiempo
y el desarrollo social del pensamiento humano, en la vía para la construcción teórico‐
interpretativa del pensamiento y el marco de la acción social del científico
contemporáneo.
Reforzando el valor pedagógico del legado de Giambattista Vico en cuanto a la fuerza
de la imaginación para trascender a los límites de pensamiento impuestos por la ciencia
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sensus communis en el entorno del científico venezolano
positivista, finalizamos esta referencia con el refuerzo que nos permite Peña (2009),
quien expresa la posibilidad real de entrecruzar los mundos del mito, el arte y la ciencia
para contrarrestar la separación extrema de saberes que comienza con la enseñanza
curricular formal de los investigadores en nuestros países:
Es así como ahora es plausible señalar que es sólo una convicción equívoca pensar que
sobre ciencia sólo es posible discurrir a través de lo ‘racional’ y no de lo imaginativo. Por el
contrario, si se admite que a la ciencia es posible llegar a través de imágenes como a través
de conceptos, o más aún, a través de signos que en sí mismos son significantes e
intercambiables, es posible borrar los límites absolutos entre el mundo del mito, el mundo
del arte y el mundo de la ciencia. Y aquí toda postura que intente sobreponer la ciencia a los
otros saberes humanos es realmente un sinsentido (p. 140).
Sin duda que este campo de reflexión se imbrica con el de la comprensión pública de
la ciencia, que asume la teoría de la superación de la condición de ignorancia de las
sociedades sobre el conocimiento científico como vía para trasponer la brecha cognitiva
y actitudinal entre el saber científico y el saber popular. Para ello se ha propuesto una
“práctica de alfabetización popular” sobre los temas científicos a través de políticas
científicas de popularización de la ciencia. Pero estas políticas han recaído en la
consideración errónea de problematizar la situación abordándola unidireccionalmente,
desde el científico hacia el ciudadano, lo que en definitiva no promueve el acercamiento
entre ambos, pues adolece de prácticas de vinculación horizontales e inclusivas.
La forma tan sutil, pero a la vez diáfana y contundente como Michel Foucault ha
expuesto los significados y papeles jugados por la palabra comunicada resulta
iluminadora para abordar este tema en profundidad, notándose la necesidad de
comprender la dinámica comunicacional para la circunstancia del intercambio como
asistencia fundamental a la sociabilización del conocimiento. Dice Foucault que la
apropiación del secreto, de poder o la intención de no intercambiabilidad se revela con
la tipología del discurso, y que la voluntad de verdad se acompaña de una extensa trama
de lenguajes impresos o hablados que se valorizan, distribuyen y reparten en la sociedad
(Foucault, 1992). Ello destaca la urgencia de un cambio en la forma ritualizada del
discurso8 que defiende la voluntad de verdad basada en lo verosímil, de manera que:
… como las practicas económicas, codificadas como preceptos o recetas, eventualmente
como moral, han pretendido desde el siglo XVI fundarse, racionalizarse y justificarse sobre
una teoría de las riquezas y de la producción…. Como el sistema penal ha buscado sus
cimientos o su justificación, primero naturalmente, en una teoría del derecho, después a
partir del siglo XIX en un saber sociológico, psicológico, médico, psiquiátrico: como si la
palabra misma de la ley no pudiese estar autorizada en nuestra sociedad, más que por un
discurso de verdad. (Foucault, 1992: 11).
8
Para recordar la condición de control y de predisposición que usualmente manifiesta la puesta en escena
del discurso, transcribimos aquí un fragmento de la obra El Orden del Discurso de Michel Foucault, quien
argumenta que “el ritual define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan (y que, en el
juego de un dialogo, de la interrogación, de la recitación, deben ocupar tal posición y formular tal tipo de
enunciados); define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el conjunto de signos que
deben acompañar el discurso; fija finalmente la eficacia supuesta o impuesta de las palabras, su efecto sobre
aquellos a los cuales se dirigen, los límites de su valor coactivo” (Foucault, 1992: 24).
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Entonces la identidad del hecho comunicacional para el conocimiento quedaría
descubierta mediante el análisis epistemológico que revela la circunstancia del discurso
que se escucha entre las tribus científicas. Es en este hecho donde entraría en juego la
actitud “instintiva” de secreto y de divulgación restringida. Para presentar una imagen
gráfica de lo dicho, vale mencionar la solicitud de resguardo que entre pares se exige
usualmente cuando se comunica un nuevo hallazgo o una interpretación novedosa
sobre el fenómeno que se estudia. Este comportamiento, también parte del habitus de
nuestros científicos, ilustra el recelo competitivo que lleva a callar la información a modo
de manejo de la condición reseñada por Foucault de no intercambiabilidad en la
sociedad del discurso (ob. cit., 1992). Pero también sostiene la imagen de recelo que
reina en el submundo del tribalismo, bien dibujado por Maffesoli (2004) y donde el
intelecto universitario encuentra su triste identidad, cuando vemos claramente que este
espacio:
… está constituido por un conjunto de clanes, cada uno agrupado alrededor de un héroe
epónimo, que maneja libremente la exclusividad, la exclusión, el desprecio o la
estigmatización. Y el que no tiene el olor de la jauría es, inexorablemente, repudiado (p. 21).
Pero la salida del discurso ritualizado requiere la adopción de nuevos signos en el
lenguaje de la interacción, y esto nos lleva a pensar en la necesidad de una
deconstrucción misma del lenguaje. Lupia y McCubbins (citado por Cuevas, 2011) parten
del supuesto que todas las opiniones valen por igual, tanto la de los ciudadanos mejor
informados como la de aquellos que no lo están, y señalan que no es necesario poseer
un alto nivel de conocimientos, ‐ser especialistas‐ para tomar decisiones
fundamentadas; lo que sí se necesita es la disposición de recibir información relevante
de los medios, las personas y las instituciones. Pero es innegable que la asimetría
epistémica natural que existe entre científicos y públicos constituye una premisa
incitante para explicar la pobreza comunicacional entre grupos que intentan compartir
el conocimiento. Esta premisa se ajusta bien al conocido modelo del déficit cognitivo,
que ha sido la base para el desarrollo de la disciplina sociológica dedicada a investigar la
percepción pública de la ciencia.
Los amplios y variados estudios sobre este tema concluyen, basados en este modelo,
que dado que la interferencia comunicacional reside en la dirección desde el emisor (en
este caso el experto) hacia el receptor (en este caso el público), bastaría con considerar
que: «Una adecuada instrumentalización de los mensajes y canales comunicacionales
conducirá a mejorar la imagen y valoración de la ciencia entre el público» (Cortassa,
2010: 167). No obstante, también son bien conocidos los innumerables estudios que no
reportan resultados beneficiosos luego de poner en práctica esfuerzos por una
instrumentalización efectiva para el canal comunicacional, lo que no demuestra que la
premisa sea invalida, sino que la situación es tan compleja que su comprensión no podrá
alcanzarse con la sola aplicación de encuestas estandarizadas dirigidas a recopilar la
información acerca del grado de comprensión de la ciencia, comparando situaciones de
antes y de después de aplicar los métodos para una mejoría de los índices de la
“variable”; un tema del cual está abarrotada la literatura científica disponible para
todos.
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En los términos de la caducidad de esta actuación instrumental es en donde
colocamos el plano en el que nos encontramos en la mayoría de los países de América
Latina. Venezuela no es excepción, a pesar de contar con nuevas políticas de interés
creciente por subsanar la brecha entre ciencia y ciudadanos, acompañada por una
importante inversión de recursos económicos y de un manto filosófico innovador en
escenarios prospectivos de co‐responsabilidades y participación de todos los actores en
la construcción de nuevas políticas científicas (por ejemplo, la Misión Ciencia).
Comprendiendo la carencia metodológica para los estudios de carácter cualitativo, el
manifiesto venezolano de nuevas políticas científicas otorga especial importancia al
tema del método para la misión de recuperar las distintas modalidades del
conocimiento. Así, la última consulta pública nacional sobre la percepción pública de la
ciencia y el científico (Ministerio de Ciencia y Tecnología, 2005) tuvo como misión la
construcción de los principios filosóficos que sustentarían la misión y la visión del
desarrollo científico en el contexto de las necesidades de desarrollo expresadas por la
comunidad. Esta interesante e innovadora iniciativa representó lo que se denominó
como “Un enfoque no convencional para la formulación de planes nacionales” (ob. cit.),
colocando una distancia conmensurable con los enfoques formalistas‐estructuralistas
conocidos anteriormente y los estatutos políticos convencionales establecidos durante
los años de democracia representativa en nuestro país, que enmarcados en una realidad
construida por pensamientos universalistas y de escepticismo organizado por y para
pequeños grupos, estuvieron dedicados principalmente al subsidio intelectual de
latitudes externas a Latinoamérica y en consecuencia, el trabajo nacional de
investigación y divulgación de resultados estuvo afianzado en marcos teóricos foráneos
que generaron posturas concordantes dentro de nuestra comunidad científica. Pero a
pesar de la innovadora exposición de motivos contenida en el Plan Nacional de Ciencia,
Tecnología e Innovación (ob. cit.), que no podría mostrar de una mejor manera su cara
más humanista, aún persiste una recia disposición de rechazo de parte de los grupos de
investigadores activos que se notan de‐situados de esta escena de popularización de la
ciencia. Por ello, asumimos responsablemente el papel de inexpertos en lo que hemos
denominado el arte para la comunicación de los saberes.
En la actualidad existen pocas expresiones en nuestro país que nos notifiquen sobre
algún progreso hacia el abandono de este paradigma de exclusión comunicacional entre
expertos y público, pero un aliciente para este camino lo constituye la verificación del
alcance logrado por la Fundación Amigos con Chagas (FUNDACHAGAS)9, un ejemplo que
me permito mencionar por conocer en detalle su nacimiento y alcance en el contexto
de la lucha nacional contra la enfermedad de Chagas. El ejemplo refiere al trabajo
9
FUNDACHAGAS fue creada en el año 2007 para organizar las demandas de salud requeridas por un
grupo de familiares y pacientes afectados por la Enfermedad de Chagas. Para este propósito, la Fundación
ya ha introducido ante los entes gubernamentales locales y nacionales dos proyectos de solicitud de
financiamiento cuyo propósito es "Desarrollar y Ejecutar componentes y actividades que den respuesta a
las demandas de la población afectada con "Chagas" que permitan potenciar y movilizar recursos humanos
y económicos en beneficio de la satisfacción de sus necesidades en las áreas: Médicas, Asistenciales,
Económicas, Educativas, Sociales, Culturales y Recreacionales" (Manuscrito de Proyecto
“FUNDACHAGAS”, 2011). El nacimiento de la Fundación surge a raíz del brote de enfermedad Chagas
ocurrido e en una escuela del Municipio Chacao de Caracas, en donde de manera accidental, por el consumo
de un jugo de frutas contaminado con heces del insecto vector transmisor del parasito, se infectaron 142
personas (119 niños y 23 adultos).
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organizacional de esta Fundación conformada por personas que afrontan la realidad de
tener que atender a la salud de sus hijos infectados por el parasito Trypanosoma cruzi
en circunstancias inusuales. Este caso también es emblemático para el propósito que
aquí nos ocupa, pues, en primer lugar rompe con los paradigmas científicos establecidos
desde principios del siglo XX que adjudican el riesgo de la enfermedad de Chagas a
poblaciones disminuidas, y en segundo lugar, porque las actividades educacionales y de
difusión de conocimientos que han sido desplegadas por iniciativa directa de los
miembros de esta Fundación, demuestran la decrepitud de la premisa del déficit en la
comunicación unidireccional‐lineal que explicaría la inexistencia de un intercambio de
saberes sobre esta parasitosis.
La presencia y el interés demostrado por estas personas en el acto del conocimiento
de la enfermedad de Chagas indica que la comunicación y la educación en temas
convencionalmente adjudicados al entorno científico es necesaria para sensibilizar,
interpelar y convocar tanto a los que sufren la enfermedad como a los que toman las
decisiones y los que la investigan, diagnostican y medican. En forma particular, mi
experiencia de intercambio con uno de los padres de los niños enfermos, me ha
demostrado fehacientemente que desde su situación subjetiva, el público involucrado
en el problema muestra vigorosamente su entusiasmo por alcanzar el nivel de dominio
conceptual que sea necesario para interactuar exitosamente con los expertos, tanto en
lo teórico como en lo concerniente a procedimientos clínicos y de diagnóstico, nuevos
tratamientos y medicamentos. Esta respuesta al lazo comunicacional no sigue los
parámetros pre‐establecidos por el modelo de déficit cognitivo unidireccional‐lineal,
colocándonos ante la realidad de tener que comprender la naturaleza compleja de la
relación entre ciencia y públicos. De este modo, asumimos como propia la propuesta de
investigación social de Cortassa (2010) basada en el déficit del método empleado para
la investigación de esta relación y profundizando en la idea de que:
… La experticia no es el único saber en juego ni el más valioso de por sí: los individuos
cuentan con su propia dotación de conocimientos, habilidades, valores y criterios no
científicos ‐pero no por eso menos valiosos‐ que les permiten asumir un papel activo en su
relación con aquella, y no de mera aprobación de sus afirmaciones (p. 170).
Y así volvemos a la situación de confrontación de saberes ‐más que de intercambio‐
vista en el caso de la disputa del uso del fuego en el Parque Nacional Canaima, con lo
cual parece conveniente esta dinámica de nuevos enfoques metodológicos para el
estudio del problema asumiendo que el hecho cierto de que exista una brecha
epistemológica entre el público y el científico no es lo único ni fundamental, lo limitante
es que esta premisa constituya el centro de atención de las teorías que sustentan al
quehacer, pues es así como ocurre el déficit que impide que comprendamos otro
aspecto primordial del núcleo de percepciones que se desarrollan entre ambos grupos:
el modo en que el público comprende a la ciencia. Y entonces la intersubjetividad como
categoría entra en el plano de la Epistemología Popular, proveyendo ideas asociadas con
la posibilidad del sensus communis a través de un verdadero proceso de validación y/o
consolidación de las creencias que sobre la ciencia y los hechos son divulgados por los
científicos dentro de la esfera social (López, 2008).
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Construyendo el diálogo entre saberes: formación y
sensus communis en el entorno del científico venezolano
A modo de conclusión
La academia universitaria de hoy sigue ajena a la transfiguración del sujeto de la
formación, manteniendo indemne la fisionomía de los valores clásicos‐modernos que se
corresponden con la razón instrumental‐cartesiana prevaleciente en el “cultivo” de las
ciencias, la “prosperidad” del conocimiento y el desenvolvimiento de los conflictos
sociales. Así dicho, queda clara la condición de pendiente en la que queda el
reconocimiento de la riqueza de nuestra interculturalidad para traspasar la
intangibilidad del sensus communis en el entendido de la estética de formación
gadameriana. Y por ende quedan pendientes también la coactuación y la coexistencia
entre actores sociales, la enseñanza del interés colectivo como parte del interés
personal y la configuración de nuevos caminos de formación conectados con actitudes
espontáneas hacia la auto‐evaluación, el bienestar social y la colectivización del esfuerzo
intelectual.
En el marco comunicacional el entorno venezolano ha demostrado una trayectoria
que también podría catalogarse de moderna‐convencional, dada la áspera separación
entre el oficio del científico como comunicador y la esfera pública del saber. Así, aún
cuando reconozcamos que la divulgación del conocimiento ha contado con una larga
historia de evolución, pasando por espacios de expresión variadísimos apoyados en
contundentes inventos tecnológicos, al presente nos toca comprender al sujeto
complejo que aproxima lo lineal‐unidireccional de la comunicación a la perspectiva
transdisciplinaria de punto de vista intersubjetivo, si fuese nuestra intención borrar la
imagen foucaultiana del valor del secreto, del poder y la no intercambiabilidad a la que
nuestros investigadores se han apegado por tan largo tiempo. A través de las imágenes
de confrontación o de incomunicación entre saberes que hemos incluido en este artículo
nos queda claro que esta pretendida transfiguración pasa por valorizar la historia de los
anexos y de los márgenes para agrietar nuestro entendimiento ante las situaciones que
dieron paso a la filosofía desde la no filosofía y a la cientificidad desde la no cientificidad,
superar el prejuicio de la interlocución entre actores “convenidos e inconvenidos” y
apreciar la utilidad de otros elementos valorativos para la calificación de las
contradicciones y las descripciones comparativas en el mundo del conocimiento, pues
así como lo hacemos, este tiende a rebotar entre generaciones de unos pocos individuos
en ambientes de alto grado de selectividad y en extrema desconexión con los intereses
y el saber comunitarios.
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