Ninos Janin

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NIÑOS Y ADOLESCENTES

EN SITUACIÓN DE VULNERABILIDAD
Beatriz Janin*

n la novela El Dorado -de Laurent Gaudé-, Soleimán, un africano que


logra llegar a Marruecos y luego atravesar la alambrada que separaba
África de España, piensa: “Miro lo que me rodea. Apenas quedamos un
tercio de los que hemos emprendido el asalto. Los demás han fracasado. Los
más afortunados han acabado huyendo al ver que no lograrían pasar. Los de-
más están en manos de los marroquíes. La noche se les hará larga. Los golpes
les magullarán el rostro. A menos que los hayan hecho subir ya al camión
para llevarlos al desierto argelino y soltarlos en medio de ninguna parte.

Yo lo he logrado solo porque otros han fracasado ¿Será siempre así a partir
de ahora? ¿Para encontrar trabajo? ¿Para hacerme un sitio?”

Él empujó, se peleó con los guardias, corrió, pero cuando ya estaba por cru-
zar vio que su amigo, Bubakar, se había quedado atascado en la alambrada
y retrocedió para ayudarlo. Finalmente, logran cruzar ambos.

Cuando Bubakar le pregunta en qué piensa, dice: “hemos cruzado el infier-


no”, a lo que el otro responde: “Sí, y tú has tenido el valor de seguir siendo
mi hermano”.

Soleimán sigue pensando: “No contesto, pero sé que tiene razón. Hemos
vivido una salvajada, y si yo hubiera corrido como un animal, si no hubiera
mirado a los que me rodeaban, me habría perdido. Sin duda habría pasa-
do, porque soy rápido. Tal vez tendría incluso la pierna intacta. Pero estaría
condenado. Soleimán se habría convertido en un animal que pisotea a sus

* Licenciada en Psicología. Directora del Programa de Especialización en Psicoanálisis


con Niños y Adolescentes de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (en
convenio con la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires). Investigadora. Profesora
en seminarios de diferentes universidades, hospitales y centros de salud de Argentina y
España. Ha escrito numerosos artículos sobre psicoanálisis con niños y adolescentes en
revistas especializadas de Argentina, España, Francia, Brasil, Uruguay e Italia. Autora de los
libros Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños (2013), El sufrimiento psíquico
en los niños (2011), Niños desatentos e hiperactivos (2007). Co-autora y compiladora del
libro Marcas en el cuerpo (2009).

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hermanos. Seguramente por eso he ido en busca de Bubakar y lo he ayu-
dado. No para salvarlo a él, sino para salvarme a mí mismo”.

Se plantea así claramente el tema de la fraternidad y el de la subjetividad


entrelazados. Se puede rescatar la propia subjetividad y “salvarse” sólo in-
cluyendo a otros, considerando al otro como semejante.

La constitución misma de la subjetividad es una tarea colectiva. Y conside-


rar al otro como un semejante implica también poder otorgarle un lugar.

Cuando un niño nace, lo hace dentro de un grupo familiar y social, que lo


incluirá de determinada manera, que le asignará lugares y que proyectará
en él anhelos y desventuras. Piera Aulagnier describe muy bien esto en sus
desarrollos sobre el “contrato narcisista”.

Si cuando el sujeto en crecimiento busca un exterior a sí y a su entorno fa-


miliar que le garantice un lugar con lo que se encuentra es con una amenaza
de ser destituido como ser pensante, con el mandato social de someterse a la
explotación y/o la exclusión ¿qué desorganización psíquica puede acarrear
esta propuesta?

Hay niños internados psiquiátricamente porque no hay quien se haga cargo


de ellos y otros que ya tienen el alta pero no pueden ser externados. Y suelen
estar sobremedicados. Es decir, la pobreza suele ser psiquiatrizada, medica-
lizada, encerrada.

Niños que son ubicados como “enfermos” sólo porque no tienen una familia
que los cobije. Niños institucionalizados por carencia de un entorno social
protector. Frente a esto, se los medica como si fueran psicóticos, cuando lo
que tienen es un exceso de horror que no les da tiempo para jugar, para ser
niños…

Aquí aparece de nuevo la medicalización como medio de control social.


Para que se queden quietos, no protesten, no rompan con lo establecido,
estos niños son medicados.

Es bastante frecuente que los niños pobres no sean considerados sujetos con
derechos, que se suponga que su vida no vale lo mismo que la de otros niños
y que desde los ámbitos de la educación y la salud no se los considere en
relación a los avatares de su vida ni a la violencia que suponen las necesida-
des básicas insatisfechas.

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Todo niño se desarrolla en un contexto, en el que las primeras vivencias
van dejando marcas, inscripciones, a partir de sus propias posibilidades de
registrar y de ligar. Marcas de placeres y dolores que se van complejizando a
lo largo de su crecimiento y que pueden ser reorganizadas por experiencias
posteriores.

Los malestares psíquicos son entonces un resultado complejo de múltiples


factores, entre los cuales las condiciones socio-culturales, la historia de cada
sujeto, las vicisitudes de cada familia y los avatares del momento actual se
combinan dando lugar a un resultado particular.

Los padres están a su vez sujetos a un entorno social…

Con los niños que están en situaciones de vulnerabilidad social, nos pregun-
tamos: ¿cómo constituir el Ideal del yo, cómo armar ideales, si no hay repre-
sentación de futuro, si se vive en un puro presente, intentando sobrevivir?

El tener que estar pendiente de preservar las cuestiones más básicas de la


vida, ¿no produce una confusión entre castración y asesinato?, ¿no deja a la
persona indefensa y a la vez “en guardia” en relación a un ataque inminente?

Me parece que cuando alguien siente que no tiene lugar ni espacio en la


cabeza de los otros, que no hay proyecto ni cambio posible, queda reducido
a una supervivencia en la que toda renuncia es renuncia al ser, por lo que
no se puede pensar en heridas narcisistas, sino que éstas se confunden con
la eliminación de sí mismo como sujeto.

Cuando hablamos de niños en situación de vulnerabilidad nos referimos


habitualmente a niños que sufren hambre, niños que pueden sufrir maltratos,
niños que están en situación de calle, niños a los que no se les proveen los
recursos básicos para su bienestar. Pero también hablamos de aquellos que,
por historia, se ponen en situación de riesgo. Sufren accidentes, se enfer-
man…

En los niños, las depresiones, los estados de desconexión, de ensimisma-


miento, la negativa a crecer, las dificultades para concentrarse y el movi-
miento vertiginoso, muestran el fracaso del sentirse a sí mismo vivo, siendo
un sujeto vinculado con otros, con historia y proyectos.

Esos otros lo libidinizan, le transmiten normas e ideales, le dan modelos de


identificación.

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Nos podemos preguntar: ¿cómo puede una mujer que no tiene un lugar en
el mundo investir narcisísticamente a su hijo? Es más, ya en la libidinización
se van a poner en juego los estados anímicos maternos y si la madre vive a
ese niño como una pesada carga o si está angustiada por no poder otorgar-
le cuidados imprescindibles, ¿eso no marcará sus caricias y sus palabras?
¿Cómo hace un padre para pensar un futuro para sus hijos si siente que él lo
tiene absolutamente vedado y se ha resignado a un mundo que lo ningunea?

Si cuando el sujeto en crecimiento busca un exterior a sí y a su entorno fami-


liar que le garantice un lugar y con lo que se encuentra es con una amenaza
de ser destituido como ser pensante, con el mandato social de someterse a la
explotación y a la exclusión, ¿qué desorganización psíquica puede acarrear
esta propuesta?

Los niños se identifican con sus padres. Pero si los padres están deprimidos,
angustiados, si recurren a la violencia como modo de “ser”, ¿qué posibilida-
des tiene ese niño de armar una representación de sí diferente?

Pero además, el niño es mirado mucho más como parte de su familia que
por él mismo. Dice Camus en El Primer Hombre: “Un niño no es nada por sí
mismo, son sus padres los que lo representan. Por ellos se define, por ellos es
definido a los ojos del mundo. A través de ellos se siente juzgado de verdad,
es decir, juzgado sin poder apelar.”

Otra cuestión a tener en cuenta: si el niño no responde a lo esperado queda


como discapacitado, como deficitario. Sabemos que el niño recibe “signifi-
caciones, esquemas de significancia que vienen del otro”, como plantea Cor-
nelius Castoriadis. Es decir, el modo en que ve al mundo y se ve a sí mismo
está signado por los otros.

Entre las urgencias de producir, mucho y rápido, y la rapidez y el bombardeo


de la información, que supone una posibilidad de metabolizar contenidos
velozmente (o de no metabolizarlos y repetirlos sin ningún tipo de cuestio-
namiento), construir pensamiento se hace difícil.

Bifo (Franco Berardi) afirma: “No es sorpresivo que la exposición al flujo de


estimulaciones informativo-publicitario-productivas produzca efectos de tipo
pánico, neurasténico y de patológica irritabilidad”. “La constante moviliza-
ción de las energías nerviosas puede llevar a una reacción de tipo depresivo:
la frustración de los intentos de acción y de competencia llevan al sujeto a

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retirar su energía libidinal de la arena social. El narcisismo frustrado se retira
y la energía se apaga”. […] “Naturalmente, los fármacos que remueven los
obstáculos inhibidores de la acción sin afectar el núcleo depresivo pueden
funcionar como desencadenadores de acciones privadas de pensamiento,
puras y simples expresiones autodestructivas o violentas”. (Berardi, F, 2007).

Entonces, excitación y depresión (desinvestidura del mundo) combinadas


pueden derivar en funcionamientos violentos.

Con los niños y adolescentes en riesgo el problema parece ser que no hay
lugar para el deseo ni para el pensamiento.

Características de la época actual que inciden en la construcción de la


subjetividad

El temor a la exclusión

Una característica que marca la situación actual es el tema de la exclusión.


Si bien no es nuevo, esto ha tomado características particulares, en tanto,
como plantea Z. Baumann, no hay donde huir y todo logro es transitorio.
“El terreno sobre el que se presume que descansan nuestras perspectivas
vitales es, sin lugar a dudas, inestable, como lo son nuestros empleos y las
empresas que los ofrecen, nuestros colegas y nuestras redes de amistades, la
posición de la que disfrutamos en la sociedad y la autoestima y la confianza
en nosotros mismos que se derivan de aquélla.”(Z. Baumann, 2007, pág. 20).

Es decir, el temor a la exclusión es generalizado.

Este terror lleva a que un fracaso escolar en los primeros años de la vida sea
vivido como una tragedia, que deja al niño tempranamente fuera del mundo.

Pero entonces, se les transmiten vivencias catastróficas de fracaso tempra-


namente y, al no ubicar a los niños en un proceso de crecimiento y cambio,
se ejerce sobre ellos una violencia. Violencia que se inscribe de diferentes
modos.

Padres y maestros que temen ser excluidos del sistema suponen que un niño
que tiene tiempos diferentes, u otros intereses, fracasará en la vida.

Y alguien que es ubicado tempranamente en el lugar del fracaso, debe reali-


zar un trabajo terrible para poder remontar ese destino.

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¿Cuánto incide cada época en la mirada que los otros le otorgan al niño y
también en la que tienen de sí mismos? Y ¿cómo incidirá esto en la estructu-
ración de la representación que cada uno haga de sí mismo, representación
que será el sostén que nos posibilitará seguir siendo nosotros a pesar del
paso del tiempo y de los avatares de la vida?

Zygmunt Bauman afirma: “Ahora el “progreso” representa la amenaza de


un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso,
presagia una crisis y una tensión continuas que imposibilitarán el menor mo-
vimiento de respiro.” (Z. Bauman, 2007, pág. 21).

Si el futuro es temible, si los vaticinios son catastróficos, no se puede proyectar


ni soñar. Y tampoco es posible prevenir las dificultades, aprender a esperar,
tolerar compartir, porque todo es “ya” y el placer tiene que ser inmediato.

Esto ha tomado una enorme importancia en un mundo en el que se supone


que lo fundamental es triunfar por sobre los otros, no quedarse afuera, en
el que aún en niños muy pequeños el insulto suele ser “looser” (perdedor).
Lo que insiste es que todo medio es bueno si se logra el objetivo del “rendi-
miento” (escolar o laboral) aunque sea a costa del sujeto.

Así, en un trabajo publicado en el Journal of the American Academy of Child


and Adolescent Psychiatry, en agosto de 2000, se afirma que en una comuni-
dad de Carolina del Norte, más de la mitad de los niños que recibían medi-
cación no reunían los criterios diagnósticos básicos. Los autores concluyen
que los padres suponen que la medicación mejorará el rendimiento escolar
de sus hijos y por eso se la administran1.

Pero reducir toda conducta a causas neurológicas borra tanto a la sociedad


como productora de subjetividades como a cada sujeto como tal.

Lo que se hace es anular todo conflicto social como posibilitador de funcio-


namientos grupales, para atribuir todo a una suerte de “certeza”.

Por momentos, parecería que el ideal social es el de seres-robots, muy dife-


rentes a seres pensantes. Eso es lo grave: la generación de seres maquinales,
que no piensen ni sientan.

1
National Institutes of Health Consensus Development Conference Statement, “Diagnosis
and Treatment of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder (ADHD)”, en Journal of the
American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, Nº39, 2000, pp. 182-193.

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El tema es producir, cueste lo que cueste.

Es curioso cómo muchas veces, en las escuelas, se dice de un niño de seis


años: “no produce”. ¿Qué tiene que producir un niño de primer grado?

La entronización del consumo y del dinero

El consumo desenfrenado, se pueda o no consumir, aparece como parte del


ideal cultural, con la tendencia a llenar todos los vacíos con objetos. De este
modo, los vínculos quedan en segundo plano, no hay tiempo para desear
o los deseos son imperativos y cambiantes permanentemente, obturando el
armado de fantasías. Lo que importa es la posesión del objeto, más que lo
que se pueda hacer con él. El placer queda degradado a una satisfacción
instantánea que tiene más que ver con la pulsión de dominio (sobre el objeto
y sobre el semejante que se lo provee) que con un despliegue erótico.

Es más, a veces los adultos tratan de sentirse vivos y potentes a través del
consumo desenfrenado.

Esto lleva a un estado de excitación permanente, en el que se busca acumu-


lar posesiones más que profundizar vínculos o producir actos creativos. Y
esto puede llevar a actuaciones violentas, a querer apropiarse de cualquier
modo de aquello que sería el símbolo de la felicidad, que otorgaría poder o
por lo menos un lugar de reconocimiento.

En algunos casos, lo que prima es la transmisión de una cultura hedonista.


Nuevamente, el narcisismo de los padres está en juego, ligado a los impera-
tivos de época, impidiendo la construcción de una imagen valorizada de sí
en base a logros.

El “goza ya” como mandato termina siendo contradictorio, porque es una


orden que se contrapone al deber de estudiar, de obedecer, etc. Al mismo
tiempo, no queda clara la necesidad de cumplir con esos mandatos cuando
el futuro no está garantizado y lo único importante es el presente.

En relación a las actuaciones violentas de los adolescentes, una de las cues-


tiones a considerar es que éstos suelen llevar a la acción aquello que un niño
puede fantasear, que tienen habitualmente una tendencia a pasar al acto sin
reflexionar demasiado y que eso los pone necesariamente en riesgo. Pero
también la violencia puede ser el modo en que alguien sienta que existe,
que es alguien, que impone su voluntad y logra así un lugar en el mundo, en

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un momento en que él no sabe muy bien quién es y el contexto tiende a ex-
cluirlo, porque ya no es un niño pero tampoco puede ocupar el lugar de los
adultos. (Por otra parte, en una sociedad que excluye, muchos adolescentes
sienten que no tienen ahora un lugar y que no lo tendrán nunca, a menos
que se apropien de él de un modo violento).

El sentir placer en los logros fuera del ámbito familiar es fundamental. Vemos
que los adolescentes que tienen conductas de riesgo suelen sentirse fracasa-
dos en su desempeño en el mundo (ya sea a nivel escolar, social, deportivo).
El que el entorno le devuelva una imagen valiosa de sí en algún ámbito es
fundamental. Se refuerza de ese modo el narcisismo secundario y se aplaca
la culpa de crecer y vencer a los padres (sobre todo si ellos pueden alegrarse
realmente de los logros del hijo).

Nuestra tarea es ardua y tenemos responsabilidad en todo esto. Hay expe-


riencias interesantes y absolutamente rescatables en nuestro país. Así, en una
zona pobre de la Ciudad de Buenos Aires, con muy pocos recursos, un grupo
de profesionales jóvenes organiza grupos de madres adolescentes. Y lo hace
de un modo creativo, con talleres en los que diferentes profesionales com-
parten con las adolescentes-madres historias, vivencias, etc. Hay también
muchos profesionales trabajando en hospitales y centros de salud buscando
nuevos modos de posibilitarles a niños y adolescentes modos para simbo-
lizar lo vivenciado. Escuelas a lo largo del país que incluyen a los mismos
niños que otras escuelas expulsan y efectivizan la idea de que cuando un
niño ve a un maestro contener a otro niño desbordado aprende mucho más
para la vida que con una clase de geometría. Es decir, hay gente apasionada
que defiende los derechos de los niños y adolescentes y posibilita que éstos
se subjetivicen.

Y, como ya dijimos, rescatar la subjetividad del otro implica también rescatar


la propia.

Es decir, realizar intervenciones subjetivantes posibilita que los docentes, los


psicólogos, los médicos, seamos también nosotros seres humanos comple-
jos, ligados a semejantes complejos.

Pienso que debemos tener en cuenta:

• En primer lugar, no psiquiatrizar la pobreza. Tener en cuenta el des-


valimiento social cuando uno escucha a los niños y adolescentes y
también a sus padres. Si uno reconoce el sufrimiento, las situaciones

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de crisis por las que atraviesan, las particularidades de su historia,
podrá crear un universo compartido. Espacio que se crea no por
haber tenido las mismas vivencias sino por habitar un espacio en el
que los dolores puedan ponerse en palabras.

• En segundo lugar, reflexionar sobre la vigencia de los conceptos de


Eros (como aquello que promueve la búsqueda, el movimiento, la
ligazón de representaciones y los vínculos) y Tánatos (como prin-
cipio de quiebre de conexiones, de ruptura de lazos y de retiro de
investiduras). Es en este sentido que considero que lo más grave es
que un niño o un adolescente bajen los brazos, que no luchen, que
caigan en la apatía… Es importante tener en cuenta que muchas
veces el movimiento, el desafío, la oposición a toda norma, están
ligados a los intentos de sostener la vida…

Es decir, considero fundamental contextuar siempre lo que le ocurre a al-


guien. Y rescatar con niños y adolescentes la posibilidad de desear y el dere-
cho a pensar distinto. Y para que un niño piense, tiene que haber un contex-
to pensante, que no se base en certezas. Por eso considero fundamental que
los profesionales sostengamos dudas y preguntas y nos cuestionemos cada
punto de llegada.

Podemos resistir a los valores de esta sociedad a través del armado de lazos
solidarios y de una mirada que, siempre, convoque la duda frente a lo des-
conocido, armando nuevos caminos.

Con los niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad social construir


la esperanza de un futuro diferente es imprescindible para posibilitar cons-
titución subjetiva.

Y armar lazos fraternos, transformando la idea de “sálvese quien pueda” en


construcción colectiva.

Siguiendo a Jorge Semprún podemos decir: “la fraternidad no sólo es un dato


de lo real. También es, tal vez sea, sobre todo, una necesidad del alma: un
continente por descubrir, por inventar. Una ficción permanente y cálida”.
(Jorge Semprún, La escritura o la vida).

Primera versión: 13/04/2014


Aprobado: 28/05/2014

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Bibliografía

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Viñar, Marcelo. (2013) Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio, Buenos


Aires, Noveduc.

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Resumen

Todos nacemos en un marco social, incluidos en un mundo en el que nues-


tros deseos, ideales y prohibiciones van a tener múltiples determinaciones;
entre otras, algunas colectivas.

El estar en situación de vulnerabilidad social produce efectos en la estructu-


ración subjetiva. La constitución de deseos e ideales va a estar condicionado
en gran medida por esa situación.

Palabras clave: exclusión; ideal del yo; identificación; subjetividad; vulne-


rabilidad.

Summary

Everyone is born in a social context, including in a world in which our


desires, ideals and prohibitions will have multiple determinations; among
others, some collective. Being in a situation of social vulnerability has effects
on subjective estructuration. The constitution of wish and ideals will be
largely conditioned by that situation.

Key words: exclusión; ideal self; identity; subjectivity; vulnerability.

Résumé

Nous sommes tous nés dans un contexte social y compris dans un monde
dans lequel nos désirs, les idéaux et les interdictions auront de multiples
déterminations; entre autres, un certain collective. Être dans une situation
de vulnérabilité sociale a des effets sur la estructuration subjective. La
constitution des desires et des idéaux seront largement conditionnées par la
situation.

Mots clés: exclusión; idéal de soi; l’identité; la subjectivité; la vulnérabilité.

Beatriz Janin

[email protected]

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