Dr. Hugo Marietan, médico psiquiatra, especialista en psicopatía
4 de diciembre de 2011 Los legisladores no asumen la existencia de psicópatas; por lo que no hacen diferencia frente al crimen cometido por un psicópata y el crimen cometido por un homicida común o un psicótico. Esta ignorancia hace que las leyes trate como iguales tanto al psicópata como al que no lo es, con las catastróficas consecuencias que a diario nos anoticiamos cuando sale un psicópata de la cárcel y vuelve a cometer delitos. Por el bien de la sociedad, por su seguridad, el legislador debe conocer la diferencia entre unos y otros a fin de preservar y prevenir la repetición de los actos psicopáticos. Debe instrumentar una ley que priorice el derecho social a no sufrir el accionar de estos psicópatas condenados, al morigerar la condena o liberarlos anticipadamente. El juez se atiene a las leyes, y las leyes la dictan los legisladores. Ellos son los responsables. La psicopatía es una manera de ser, una estructura de personalidad, no es una enfermedad o producto de influencias ambientales, por lo tanto, al no ser enfermos, no tiene cura, están perfectamente conscientes de lo que hacen y porqué lo hacen, conocen la diferencia entre el bien y el mal, y cuando ejecutan sus actos psicopáticos lo hacen dirigiendo sus acciones y comprendiendo la naturaleza del crimen que cometen, es decir no les cabe el artículo 34 del CP. El psicópata es frío emocionalmente, calculador, posee un gran autocrontrol y, por lo general, planifica su acción psicopática. No le interesan las consecuencias en las otras personas, a las que considera cosas u objetos para su uso, por su accionar y no siente culpa ni responsabilidad. No está loco. Es como es. Y seguirá siendo así hasta su muerte. El psicótico, el vulgarmente llamado loco, delira y, en consecuencia sale del plano de la realidad para vivir su delirio, es un enfermo, puede curarse o aliviar su locura, y en el momento de cometer un crimen, en estado de descompensación, no comprende la naturaleza del crimen o no puede controlar su accionar homicida por estas “dirigido” por su delirio. Es inimputable. Al ignorar al psicópata los legisladores y por ende los jueces le aplican las mismas leyes que al común y los mismos derechos y garantías y prebendas una vez condenado: 2 por 1, salidas por “buena conducta”, reducción de penas por decreto, salidas cuando cumple dos tercios de la condena, etc. Consecuencia: el psicópata sale antes de que cumpla su pena total, por una parte, y, como se sabe, vuelve a cometer el delito. Y por otra parte, sabemos que el psicópata es inmodificable, no lo cambian 10 años o 30 años de cárcel. Ni premios ni castigos alteran su manera de ser. Además, al tolerar grandes presiones ambientales, son capaces de mantener una “buena conducta” a sabiendas de que eso baja sus años de cárcel. Son innumerables los casos como para sentar una jurisprudencia o lograr que los legisladores DIFERENCIEN AL PSICÓPATA DEL QUE NO LO ES. ¿Cuántas muertes más deben ocurrir para que se modifique algún artículo de la ley que aplique esta diferencia e impida la salida a la sociedad del psicópata homicida? Cuánta sangre y horror debe desparramarse para que estos “representantes” políticos despierten de su letargo y dicten las leyes necesarias para que los jueces tengan las herramientas adecuadas para aplicar una condena diferenciada a los psicópatas. Ley que modifique el encuadre legal del psicópata debe contemplar no solo la separación del psicópata por el total de años de condena estipulados, sino que la condena debe ser por sumatoria de hechos, aunque los años de condena superen la edad promedio de muerte, como hacen en España y varios lugares en el mundo que condenan por 100 o 200 años a los asesinos brutales. Esta ley, también debe contemplar el hecho de que los psicópatas NO DEBEN ESTAR PRESOS CON LOS DELINCUENTES COMUNES, SINO EN INSTITUCIONES ADAPTADAS A ELLOS, en la que la seguridad sea especial y por otra parte, QUE NO ESTÉN OCIOSOS, que trabajen la mayor parte del día. Un psicópata ocioso es una máquina de pensar estrategias de fugas, de sobornos, de corrupción, de resentimientos. Los psicópatas en medio de los presos comunes LOS MANIPULAN, los aterrorizan y terminan haciendo una asociación con otros psicópatas para mantener bajo su poder a todos los internos y hasta se convierten en un factor de presión para las autoridades del penal. Y son ellos también los responsables de LA ESCUELA DE DELINCUENTES DEL PENAL, de tal forma que muchos ingresan con un conocimiento de los delitos y salen más perfeccionados por estos PROFESORES DEL CRIMEN. Ellos son los que establecen y mantienen LA LEY DE LA CÁRCEL y son impunes dentro del penal para sus fechorías con los internos a los que violan y someten a todo tipo de humillaciones. En síntesis, pudren la cárcel y transgreden el principio de que un delincuente común paga su crimen SOLAMENTE con la pérdida de la libertad. Ni hablar de los riesgos de salud, como es el alto porcentaje de SIDA entre presos. Los abogados defensores deben colaborar en limitarse estrictamente a que su defendido no pierda los derechos constituciones de defensa, pero no deben convertirse en un generador de artimañas, algunas de dudosa legalidad, para morigerar la pena o conseguir que el psicópata salga antes de la prisión. Es decir, debe resistirse a la manipulación del psicópata y evitar convertirse en algo parecido a un “cómplice” del reo. El fiscal debe conocer perfectamente las características del psicópata. Saber que el psicópata se muestra en la acción, y se lo distingue POR LA FORMA EN QUE EJECUTA SU CRIMEN. Estas características están expresadas en la bibliografía que se adjunta. Desde luego que estas apreciaciones sólo son un aporte y un llamado de atención frente a un fenómeno que siempre ha existido, como es la existencia de psicópatas, pero que en la actualidad el obrar psicopático se hizo más resonante. La modalidad en ejecutar estas sugerencias escapa a mi especialidad, pero, si al menos, posibilita un debate legislativo tendiente a tratar el tema de la criminalidad en la psicopatía y sus consecuencias en la sociedad, ya hemos ganado un primer paso. Como referencia va una noticia del día de la fecha y luego un artículo analizado sobre la violación de la niña de Dorrego en 2008: Domingo, 4 de diciembre de 2011 Un hombre ya condenado por descuartizar a su pareja volvió a matar a la nueva mujer Un horror a repetición Trelew está conmocionada por un nuevo femicidio. Una joven murió tras 66 días de agonía: su pareja la golpeó, la roció con aguarrás y le prendió fuego. Él había sido condenado por la muerte de otra mujer, y le conmutaron la pena. Daniel Ruiz, asesino confeso hace veinte años, acusado otra vez. Por Mariana Carbajal Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-182620-2011-12-04.html Otro femicidio conmueve a la ciudad de Trelew, provincia de Chubut. Yanina Mabel Treuquil, de 27 años y madre de tres hijos, fue quemada luego de recibir un fuerte golpe con una sartén que la dejó inconsciente en el comedor de la casa que compartía con su pareja. La joven falleció luego de 66 días de agonía en la terapia intensiva del Hospital Zonal local. El único detenido e imputado por el hecho es su concubino. El hijo mayor de la mujer, de apenas 9 años, fue testigo del salvaje ataque que recibió su mamá y describió a la Justicia –en Cámara Gesell– cómo el hombre la roció con aguarrás cuando ella yacía en el piso y le prendió fuego, luego de que mantuvieran una discusión. El caso tiene una arista que lo hace aún más dramático y pone de relieve la desaprensión de ciertos sectores del poder político y judicial frente a la violencia machista: el acusado, Daniel Eugenio Ruiz, de 46 años, tenía una condena anterior, de 1991, por haber estrangulado y descuartizado a otra ex pareja, de 19 años, pero la pena que se le impuso en aquel momento fue leve: apenas 11 años de prisión, y cumplió solo la mitad en la cárcel debido a que el entonces gobernador radical de Chubut, Carlos Maestro, lo benefició con tres sucesivas reducciones de pena por decreto, y en 1997 accedió a la libertad condicional. La fiscal general de Trelew, que investiga el femicidio de Yanina, podría pedir ahora cadena perpetua. El viernes 25 de noviembre, en el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, hubo una nutrida marcha por el centro de Trelew que pasó por el Hospital Zonal –donde estuvo Yanina agonizando– y por la comisaría segunda –donde está detenido el único imputado—, y que reclamó justicia frente al nuevo femicidio. En la movilización participaron integrantes de la Asociación Docentes Universitarios y del Sindicato de Amas de Casa, que acompañaron a familiares de la joven asesinada, entre ellos su mamá, Olga Obreque, y una hija. “Mi hija murió sin piel. Ese hombre la desfiguró. La quemó viva”, contó Olga a Página/12. La mujer, de condición humilde, relató que hacía “como un año” que su hija estaba en pareja con Ruiz, que ya había habido otros episodios de violencia pero que Yanina no los había querido denunciar: “Un día le pegó en la cara y le rompió la nariz. Nosotros le preguntábamos si quería denunciarlo pero ella no quería”. Yanina trabajaba “en el barrido” y recibía subsidios por sus hijos, agregó su mamá. Ruiz “hacía changas”, pero “siempre le sacaba la plata que ganaba mi hija y el salario que cobraba por los chicos”. Dijo que la noche en que Yanina fue quemada, Ruiz habría ido al casino “y cuando volvió a la casa, le pidió más plata y ella no se la quiso dar”. El hijo mayor de Yanina, de 9 años, fue testigo del ataque. Según consta en el expediente judicial, declaró en Cámara Gesell. Contó que estaba durmiendo y que se despertó al escuchar que su mamá discutía “con Dany”. El nene describió que “su mamá se defendía porque le estaba pegando, le arrojó una botella de coca cola, luego Dany se la lleva, la tira al piso, y le pega con el sartén, y la aturdió. La roció cuando (estaba) en el piso, la tomó de la mano y le prendió fuego”. Dijo que luego lo hace acostar en la cama con ella, para luego llevarla al hospital. El caso quedó en manos de la fiscal general de Trelew, Mirta del Valle Moreno, quien en la acusación destacó que el relato del niño se corresponde con los rastros encontrados en el lugar de los hechos. “En principio se secuestran trozos de vidrios de una botella de coca cola, también una sartén con presuntas manchas de sangre, observándose también cabellos en la cama”, dice la acusación de la fiscal. El brutal ataque contra Yanina ocurrió el 13 de agosto, en la casa que compartía con la pareja, en el barrio Tiro Federal de Trelew. Moreno señaló además que el testimonio del hijo de Yanina también es corroborado con una llamada al Comando Radioeléctrico que dio cuenta de una discusión en esa vivienda, ubicada en la calle Fagnando 961. Ya en la madrugada, Ruiz le pidió a un vecino que lo llevara con su auto al hospital porque su mujer se había quemado en un accidente. El imputado dejó a Yanina en el hospital y se fue. Cuando la policía llegó esa misma mañana a la vivienda, encontró frente a ella un sillón completamente quemado. Ruiz abrió la puerta: presentaba en ambas manos restos de hollín y tenía la cara también manchada de negro. En el piso –describe la acusación fiscal– había rastros de hollín mezclado con agua y signos de haberse producido un foco ígneo. Ruiz fue demorado y quedó luego detenido. Yanina sufrió quemaduras de distinta consideración en el 90 por ciento de su cuerpo. Para poder soportar el dolor debió ser sedada constantemente y por la extensión de las heridas sufrió infecciones generalizadas. Estuvo internada en la terapia intensiva del Hospital Zonal. Finalmente, murió el 4 de noviembre, luego de 66 días de agonía. Había comenzado a recibir injertos cadavéricos en las semanas previas para intentar cubrir de piel sus extremidades inferiores. Antes del fallecimiento de la joven, la fiscal le imputó al acusado la figura de “tentativa de homicidio agravado por haber sido cometido con ensañamiento”. El 7 de diciembre está prevista una audiencia en la que pedirá el cambio de carátula por la de “homicidio calificado por ensañamiento”, cuya pena máxima es la prisión perpetua. Segundo Caso La niña de Coronel Dorrego El zarpazo de la bestia Hugo Marietan, 22 de junio 2008 La vio sobre la bicicleta y se le secó la garganta; el corazón se le aceleró, comenzó a bufar, y ese torbellino en el estómago… Ideo un plan rápido, mientras se relamía mirando esa figurita grácil e incomparable sobre la bicicleta. Miró por el espejo retrovisor, nadie… Miró a los espejos laterales: nadie… Adelante: nada más que ella y su bicicleta. Y no lo pensó más, y apretó el acelerador del Renault 12 hasta que la trompa naranja diera contra la goma trasera de la bicicleta. La nena cayó. Ya era suya, ya era suya. Controló un poco la enorme tensión placentera del depredador y bajó. Luego hizo lo de siempre, la actuación de intentar ayudarla a levantarse, a preguntarle si se había golpeado, que mejor la llevaba al hospital. Él sabía cómo hablarles, qué decirles para doblegar su voluntad. La ayudó a subir al auto. Cuando cerró la puerta, una mezcla de alegría y alerta se le mezclaron en su cabeza. Miró para todos lados. No quería que nadie le sacara su presa. Tenía que hacer lo que tenía que hacer. Después fue todo excitación: apartarse de la ruta, golpearla cuando la nena preguntó a dónde iban, y llegar al lugar que imaginó. Y golpearla otra vez para someterla, para probar aquel fruto inalcanzable y prohibido. Ya saciado, el corazón volvió a su ritmo, el torbellino en el estómago desapareció, la tensión se relajó. Un cielo azul y enorme lo miraba. La nena estaba muerta. No quería volver a la cárcel, no quería pasar por lo mismo como años atrás. Había tomado sus precauciones: se afeitó los pendejos para no dejar pelos que lo señalaran, nadie lo había visto, el lugar era solitario. Así que sólo quedaba borrar las huellas de su piel, de su semen. Sacó la manguera, abrió el tanque de nafta y aspiró, roció con combustible a la nena muerta. Prendió el motor del R 12, giró hacia el camino. Volvió sobre sus pasos y la miró. Era hermosa. Y fue suya, siempre sería suya, ya estaba en cada pedazo de su cuerpo, en sus sueños. La miró otra vez. Y le acercó el fuego. Mientras el fuego ocultaba a la nena corrió a su auto y aceleró. Llegó a su casa y se puso a lavar toda la ropa, a borrar huellas, a ducharse. Estaba calmo, tranquilo, con esa paz especial que sentía cuando aquella necesidad que lo atormentaba era satisfecha. ¡Cuántos días y noches imaginándolo! Aquella hambre de su alma era tan especial que no le bastaban los sustitutos, ni la mujer que tenía en casa que en las noches no era esa mujer, sino una niña en la que el volcaba su semen, hasta que prendía la luz y la niña había desaparecido para ser aquella mujer insípida de nuevo: y la sed volvía otra vez. Tampoco pajearse servía de mucho, por más esfuerzo que hiciera recordando otras nenas que había pasado por él. Como aquella a la que le acercó el R12 y le ofreció un juguete, y la nena subió (él sabía qué decirles), y cuando la empezó a acariciar, la nena se asustó y pudo zafar y correr. O la otra, del 2001, por la que lo agarraron y lo metieron preso por tres años. Y las otras, las que no dijeron nada… Ahora, satisfecho, que pasara lo que pasara, ya estaba jugado… a descansar. El sargento Gérez recorría la ruta de los campos con un semibostezo jugando en su boca cuando recibió el llamado que lo despejó: que urgente se trasladara a la ruta 72, que habían recibido un llamado al 911 de un camionero que había encontrado a una niña herida. Gérez aceleró la patrulla y enfiló hacia el lugar, a 20 kilómetros del centro de Dorrego. Vio las luces intermitentes del camión y paró, vio la figura del camionero agachado casi sobre el suelo, vio a la niña en el suelo. Estaba quemada de la cintura para abajo, la ropa hecha girones, mucha sangre. “Un incendio”, pensó, “un incendio en los pajonales, y esta nena logró salir del fuego”. Pensó. Pensó como pensaría un hombre como él, fogueado en su oficio, que pasó ya por varias experiencias fuleras, pero nunca… La cargaron a la patrulla. En el viaje la nena lloraba, pero estaba lúcida, y le contó. Gérez no podía creer lo que escuchaba. Que un hombre alto, de ojos claros la había atropellado mientras iba con su bicicleta al club Independiente a jugar al básquet. Que la había subido a un auto anaranjado y que la había llevado muy lejos. Gérez se atrevió a mirarla de nuevo: la nena tenía un moretón en la cara y pedazos de cinta de embalar seguían pegados a los cabellos: “Un hombre me ató las manos y la boca y me golpeó muy fuerte”, dijo la nena. Que se despertó y se arrastró ochocientos metros para llegar al borde de la ruta. Gérez comenzó a armar la historia en su cabeza y un temblor fino le fue ganando el cuerpo, y los dientes se le apretaban cada vez más, y lo ojos se le iban nublando y más cuando llegaron y la subieron a la ambulancia y vio como: “La pielcita se le desgarraba y quedaba adherida a la camilla”. Y no aguantó más y todos sus años se le enroscaron en el pecho y lloró como lloran los niños. Mientras la ambulancia se alejaba, a Gérez le fue invadiendo una furia nueva: “Tenía ganas de salir corriendo a encontrar al que había hecho eso. Quería salir a buscar a la bestia por cualquier lado y capturarlo yo solo”, y la mano, involuntariamente, se crispaba sobre la .9 mm. Pero no, sabía que aquí las cosas no son así, que los abogados, que los jueces, que la libertad condicional… Mauro Emilio Schechtel, por las dudas, se había ido a la casa de la hermana, en un pueblo que se llama, irónicamente, “El perdido”. Y en la madrugada, a las 3.45, uno de los grupos policías, lo localizó. Schechtel hizo un amago de escapar. Inútil. Era demasiado lo que había hecho como para que le dejaran alguna posibilidad. Ya en la patrulla les dijo que cuando la violó, la nena se desmayó y él se asustó; por eso la quemó. Qué les iba a decir, si ellos no entenderían nada. A cargo del operativo, el Capitán Rincón ya había sumado varios indicios: una maestra vio a la nena subir al R12 naranja, a eso de las cinco de la tarde; en el R12 había una manguera con restos de combustible; un jean y una zapatilla con restos de sangre; pelos en una gruesa llave de acero Stilsson, que tal vez usó para golpearla en la cabeza; y ropa mojada, recién lavada. Rincón también recogió los antecedentes: un intento de violación de una nena en Coronel Suarez, en el 2001, y alguien recordó que Schechtel también había intentado someter a una nena de Monte Hermoso, zona de Bahía Blanca. Rincón lamentó que Schechtel no estuviese registrado en la nómina de los violadores reincidentes. Registrado hubiese sido más fácil identificarlo y capturarlo. Es más, tal vez esta violación no hubiese ocurrido, porque lo tendrían bajo vigilancia, y varias autoridades de la comunidad también lo hubiesen vigilado. Con Schechtel en el registro, por ejemplo, la maestra que vio que la nena subía al R12 naranja, hubiese hecho la denuncia de inmediato, y se hubiera podido evitar que destrozaran a una nena de 10 años. Pero el Capitán Rincón aventó todas estas posibilidades: no había en Argentina ningún registro de violadores reincidentes. Recordaba que el proyecto de ley se había presentado, pero fue rechazado por el tema de los derechos humanos: no querían crearle un estigma social al violador. Ahora, el estigma social que queda en esta nena de 10 años (si Dios quiere que sobreviva) y de todas las otras niñas violadas, eso corresponde a una categoría de derechos humanos no contemplados por los señores legisladores. Análisis de este caso: La forma en que fue ejecutada esta acción, por sí misma, ya tipifica de psicópata al ejecutor. La cosificación de la niña es neta: se la usó para satisfacer su necesidad especial, y luego se la desecha, y, para evitar, las pruebas, trata de borrarlas a través del fuego. El necesita violar una nena y busca una, la sale a cazar; así de sencillo. Su psiquis le permite una ampliación de libertad interior, en donde fallan los diques inhibitorios “de esto no se debe”. Para el psicópata todo es posible con tal de satisfacer sus necesidades especiales. Sólo debe tomar las precauciones mínimas para no ser visto o para zafar de las consecuencias. Sus códigos propios le evitan la culpa. Es plenamente consciente de lo que está haciendo: entiende la naturaleza del hecho y pude dirigir, astutamente, sus acciones. Es plenamente consciente del daño que inflige a su víctima. Sabe que lo que hace está mal. Que si lo agarran, será encarcelado (como ya lo fue en un caso parecido). Tampoco se puede alegar el concepto de impulso irresistible o de compulsión (es decir lucha interior entre hacerlo y no hacerlo). Esta acción fue bien planificado y llevada a cabo tomando los recaudos necesarios para evitar el reproche social (se alejó de la ruta, intentó quemar a la nena para borrar las huella, lavó su ropa, se escondió en la casa de la hermana…). Usó actuación y seducción con la nena al presentarse como el que la ayudaría a ir al hospital. No presentó una postura bestial frente a ella, lo que la asustaría y hubiese luchado para no subir al auto. No. Usó la seducción, actúo de bueno, para que su presa no sospechara sus verdaderas intenciones. Mintió con profesionalidad, como miente un psicópata. El rasgo de la repetición está plenamente probado: Hay dos intentos previos, uno de ellos lo llevó a la cárcel por tres años. Y, seguramente, debe haber otros casos no denunciados. Él tiene una modalidad, un perfil, caza niñas de determinada edad, deben tener, además, otras características externas que saldrán a la luz con el expediente judicial. Usa una triquiñuela para atraerlas: un juguete, ahora un pseudoaccidente… El depredador deambulaba con el viejo Renault 12 naranja buscando su presa. ¿Es un enfermo? No, no es un enfermo mental ni físico. Es una forma de ser en el mundo. Anormal, es cierto, pero no enferma. Al considerarlo enfermo, se amortigua la verdadera concepción de estas personalidades. Y descarga la piedad social de ciertos profesionales intoxicados de abstracciones que suelen indicar terapias “para tratar esta enfermedad”. No es una enfermedad. El psicópata sabe lo que hace y por qué lo hace. Conoce la ley, distingue entre el bien y el mal, es plenamente conciente de sus actos en el momento de accionar psicopáticamente sobre su víctima. Asume el riesgo de la posibilidad de ser castigado porque apuesta a que no lo agarrarán, que podrá hacer y zafar de las consecuencias. El psicópata cosifica. Esto es, le quita la jerarquía de persona al otro. Para él, el otro es una cosa. Algo para usar y tirar. Algo descartable. ¿Necesito una nena para satisfacer mi necesidad sexual? Pues bien, salgo a cazar una, lo hago y luego la mato y la quemo. La empatía, la capacidad de colocarse en lugar del otro, es cero en el psicópata. No le interesa en lo más mínimo qué puede estar sintiendo su víctima, qué secuelas le pueden quedar de resultas de su acción. Desde el momento es capaz de matarla, y luego quemarla, queda claro que la empatía de Schechtel es cero. ¿Puede Schechtel repetir la acción psicopática si queda libre? Sí. Volverá a hacer lo mismo. Ya ha estado preso, y repitió. ¿Hay alguna manera o terapéutica que evite que Schechtel repita las violaciones? No hay medios lícitos en Argentina que consigan esto. En otros lugares se ha probado con la castración física. En otros se intenta con medicación, pero esto es aleatorio: ¿quién se asegura que la tomará? Y si toma la medicación: ¿quién asegura que dará resultado en el cien por ciento de los casos? ¿Schechtel puede aprender de la experiencia (cárcel, castigos), y no violar más? Ni premios ni castigos modifican este tipo de personalidad, ya está probado esto a lo largo de la historia del tema de psicopatía. Si hay algo que aprenden estos seres con la experiencia es a perfeccionarse y ejecutar el acto psicopático cada vez de mejor manera y cuidando más detalles que lo incriminen. Por ejemplo, Schechtel, aprendió a rasurarse el bello pubiano para evitar dejarlo como muestra en el lugar de la violación, aprendió a lavarse la ropa para borrar las huellas, aprendió que si quema al cadáver las huellas se borran. Sí, estos psicópatas aprenden con la experiencia. ¿Es necesario un registro de violadores reincidentes? La sociedad tiene pocas defensas contra los psicópatas. Y todo lo que se puede hace para prevenir es bienvenido. El registro sería de mucha utilidad para ejercer una vigilancia permanente sobre el violador reincidente, y en libertad luego de cumplir su condena, a fin disminuir los casos de reincidencia. Pero debe ser un registro amplio, esta información debe estar disponible a través de Internet, por ejemplo, para que toda la población esté enterada de quien es un violador reincidente. Toda la población debe tener esta herramienta preventiva para salvaguardar a sus hijos. ¿Pero un registro así, público, no vulnerará los derechos humanos del violador una vez que cumplió su condena? ¿No le creará un estigma que le impida su reinserción a la sociedad? El hecho, comprobado en toda la literatura mundial sobre este tema, de la reincidencia de los violadores, habilita el recurso del Registro. El daño físico de la persona violada es intenso (incluso puede llegar a la muerte), y ya quedan secuelas sobre esto. Pero, más traumático que el daño físico, es el daño psicológico que se realiza sobre la persona violada. De esto ninguna persona se recupera. Puede, con una terapia adecuada, lograr convivir con el trauma. Pero jamás se desligará de él. Una violación, arruina para siempre a una persona. Es decir, el derecho humano de esta persona ha sido vulnerado para siempre. Siempre le quedará el estigma, no sólo privado, sino también público si se da a conocer la violación. Por otra parte, cuando una persona violada hace la denuncia, debe pasar por una serie de análisis y exámenes que constituyen en sí, vejaciones y humillaciones, que también deja su trauma psicológico. Además, en otros casos, sobre todo de adultos, siempre ronda la duda en las autoridades, si la violación no fue respuesta a una provocación de la víctima. Por todo lo antedicho, queda claro que Schechtel es un psicópata, que obró en con plena conciencia de lo que hacía, que trató de zafar del reproche social, que no le interesó en absoluto los derechos y consecuencias sobre la niña de 10 años, que intentó matarla y que, de quedar libre, en algún momento, repetirá el hecho. Fuentes consultadas: Diario Clarín, Diario La Nación, Diario Página 12, Diario Perfil, Diario Infobae, Diario Crónica Digital Nota: Necesitamos que todos aporten sus ideas para lograr que el Congreso acepte el proyecto de Registro de violadores reincidentes