Karla - La Mujer Que Regreso - Favio Ayala Fabian
Karla - La Mujer Que Regreso - Favio Ayala Fabian
Karla - La Mujer Que Regreso - Favio Ayala Fabian
Los que niegan la libertad a los demás, no se la merecen ellos mismos.
Abraham Lincoln
Dedicatoria
A todas esas personas que han sido víctimas de algún acto que haya
violentado su vida, a aquellos a los que su tranquilidad fue quebrantada o
mutilada, a esas personas a los que sus sueños les fueron interrumpidos por el
recuerdo de alguna mala experiencia producto de la inseguridad, pero sobre todo
a quienes nunca pudieron contar la verdadera historia por la cual ya no se
encuentran en este mundo.
Agradecimientos
A mi esposa Janette
A mis hijos: Dassaev y Janette
A mis padres
A mis hermanos
A mis amigas y colaboradoras como correctoras y lectoras Beta: Evelin
Pistelli y Ana Lilia Jacobo Paz.
Y muy en especial a CARMEN, por compartir conmigo parte de esta
historia.
Prólogo
Esta historia nunca pensé en escribirla, jamás imaginé plasmar en letras algo
similar a lo que a continuación usted amable lector leerá. Una historia como esta
no debería existir más que en la imaginación del escritor, recluido en un libro de
ciencia-ficción. No obstante, la realidad rebasa la ficción, la existencia de una
sociedad castigada por la barbarie, por la impunidad, por la delincuencia, una
sociedad mutilada y castigada por años, en la que día a día nos enteramos de
historias que con lamento van siendo cada vez más común, rebasando y
cercenando nuestra capacidad de asombro.
Sin embargo, cuando una lectora de mi anterior libro “72 horas en Rusia”,
me contó estos días de su vida, no pude resistir a contárselo a usted que tiene el
presente libro, ya sea en sus manos o en su pantalla.
Con la esperanza de que algún día en México, el país que me vio nacer, este
tipo de historias sean contadas por nuestros hijos a su descendencia, como algo
que antes sucedía en su tierra, como algo que ya cicatrizó, como algo que sólo en
los textos de suspense y ciencia-ficción sucede. Eso significará, que el ser
humano ya se reivindicó con su especie misma, que ya se reformó, que ya se
perdonó, y que ya recuperó el mayor de los valores… El valor, por la vida
misma.
A no ser que los distintos personajes mencionados en esta novela sean
identificados, ya sean en la historia reciente o pasada, son de la invención del
autor, y por lo tanto no representan personas reales vivas o muertas.
Capítulo 1
Octubre 28 del 2008; Puerto Escondido, Oaxaca, México.
Karla, sentada sobre la fina arena miraba con mucha atención, y hasta con
cierta admiración, a la casi decena de surfistas que retaban con gran destreza, a
las enormes olas que se formaban en aquel rincón del Pacífico mexicano. El sol
radiante, casi en su zenit, quemaba la piel apiñonada de Karla, que en ese
momento lucía rojiza debido a la exposición solar, dándole un realce a sus ojos
color café claro.
Miró su reloj, las once y cuarto marcaba éste, apenas había llegado al
paradisiaco lugar turístico un día anterior. Si bien no iba en plan de vacaciones,
sí aprovechó ese pequeño paréntesis en su vida para salir de la rutina diaria. El
edificio de oficinas en donde laboraba como abogada en un bufete de la
gigantesca Ciudad de México, parecía tan lejano, no sólo geográficamente, sino
también de su mente. Apenas si recordaba en ese momento el rostro inquisidor
de su jefe, o el de Erick, compañero de al lado, quien seguramente por la hora,
ya estaría haciéndole señas para ir a comprar alguna fritura o acudir al pequeño
restaurante donde degustaban con frecuencia, una exquisita torta de milanesa.
Ese par de días había estado en aquella concurrida localidad oaxaqueña, bajo
un permiso especial, para arreglar asuntos personales. Debido a su gran
eficiencia como litigante, solucionó de manera expedita los trámites y papeleos,
a los que por las características mismas del caso, debió haber acudido
personalmente para resolverlos. Gracias a esto, el tiempo le alcanzó para acudir a
la playa, disfrutar del sol durante dos, o quizá tres horas, mientras esperaba la
llamada de confirmación de su vuelo de regreso a la congestionada y complicada
capital del país.
Un surfista italiano la hizo gritar de emoción, cuando éste se montó en una
gran ola de cuatro metros de altura y se introdujo dentro de ella hasta ocultarse.
Parecía que el mar se lo había devorado, sólo se apreciaban los chispeantes
reflejos del sol que se mezclaban con el color azul marino y el blanco de la
espuma. Karla miraba la escena con curiosidad, expectante del desenlace de
aquella acrobacia. Segundos después, emergiendo como un tritón, se vislumbró
una figura humana montada en su tabla, saliendo victorioso por el lado opuesto,
había cruzado el tubo que formaba la ola de manera espectacular. La mujer reía
de emoción, incluso se colocó de pie, levantó sus gafas oscuras que casi cubrían
la mitad de su rostro y se dio el tiempo para aplaudirle, no le importó que el de
origen europeo ni enterado estuviera de aquella serie de gestos eufóricos.
La temperatura iba en aumento, el termómetro indicaba treinta y seis grados
centígrados. Miró por un lado de ella misma para localizar el vaso desechable
que tenía semienterrado en la arena, junto a una amplia toalla blanca; dio un gran
sorbo a la bebida, cual sedienta en el desierto y miró nuevamente su reloj. La
ansiedad iba más en aumento cada vez, cuando por fin, su teléfono celular sonó:
—¡Andrea! —pronunció aliviada y segura, al leer el nombre de su amiga en
su aparato celular.
―Sí Karla, soy yo, te tengo malas noticias, no hay ningún vuelo a la Ciudad
de México para el día de hoy, lo siento.
—¿Cómo?, no es posible, debo regresar hoy mismo, mis hijos y mi esposo
me esperan ya. Además recuerda que ya casi es Halloween, y debo comprar los
materiales para los disfraces de mis pequeños, ¡el festival escolar es
importantísimo para ellos!
—Sí Karla… Por lo mismo, no hay lugares disponibles. El puente laboral
debido a Halloween y Día de Muertos ha hecho que todos los vuelos estén
saturados, podría ponerte en la lista de espera, por si alguien cancela, pero te
arriesgarías mucho a quedarte allá un par de días más.
—¡Imposible!, mis hijos me matarían, sus disfraces deberán estar listos, y
además, ¿qué hago yo sola en este lugar?
—Bueno… hasta la pregunta es necia Karla… estás en un lugar
paradisiaco, imagínate: Puerto Escondido… tú sola, un francés o italiano
buenísimo, fin de semana, tú sabes…
—¡Tonta!, ¿cómo crees?, ¡¿en qué cosas piensas?!
—Si te dijera en qué cosas pienso, seguro te olvidarías de tu vuelo de
regreso.
—¡Ya cállate Andrea!, hablo en serio, estoy preocupada…
—Sí, perdón, creo que una alternativa es que vayas de inmediato a la
Terminal de Autobuses, compres un boleto, antes de que también se agoten. Es
mejor que regreses en camión, no te arriesgues a quedar varada.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Son doce horas de camino! —Alzó la voz con
mezcla de enfado y de inconformidad.
—Bueno, es una alternativa, la otra posibilidad es que te regreses corriendo
—Soltó una gran carcajada, contagió a Karla de la misma, y ambas amigas
sonrieron como siempre lo hacían cuando charlaban.
—Muy bien, parece que no me queda más remedio que ir a la Terminal de
Autobuses, gracias amiga, cuelgo ya, arreglo maleta, entrego la habitación y
salgo a comprar el boleto.
—Está bien Karla, me avisas apenas tengas algo confirmado, quiero saber
la hora de llegada, podríamos planear vernos en tu casa, quizá te pueda ayudar
a hacer los disfraces. ¡Suerte!
—Gracias por tu ayuda, te aviso más tarde y allá nos vemos, ¡Bye!
—Como ya le dije señorita, no puedo hacer nada más por usted, no hay
boletos para este momento, la única corrida disponible para el día de hoy es a las
ocho y media de la noche, y llegará a la Ciudad de México a las ocho horas del
día de mañana. Decídase ya, o deje que atienda al cliente que sigue ¿Lo va a
adquirir? —dijo con acento propio de la costa oaxaqueña y de mala gana, la muy
joven y bajita de estatura, empleada de la línea de autobuses.
Con todo el desánimo del mundo, Karla no tuvo más remedio que aceptar:
«Por un lado, no está del todo mal viajar toda la noche, aprovecharé para
dormir, y mañana llego con mis hijos muy temprano, compramos el material
necesario y seguro ganarán de nuevo el concurso de disfraces, al igual que lo
hicieron el año pasado». Pensaba mientras realizaba el trámite para su regreso.
—Sí, lo voy a adquirir —respondió con seguridad al no tener más remedio y
una mejor opción. Buscó entre sus pertenencias el dinero necesario y se lo
entregó de inmediato a la malhumorada y poco amable despachadora.
La tranquilidad del concurrido Puerto, hacen que los surfistas extranjeros
consideren aquellas playas como su propio territorio, incluso algunos llegan a
radicar durante muy largas temporadas. Sin embargo, huyen de ahí, durante los
días feriados por el tradicional Día de Muertos, debido a la invasión por parte
del turismo nacional que sufren esas costas.
El camión de pasajeros había iniciado su marcha con rumbo a la capital del
país. La capacidad del mismo estaba al cien por ciento, la mayoría eran
ciudadanos canadienses, italianos, franceses y estadounidenses.
Karla viajaba sentada al lado de un joven de aspecto amable y sonriente, era
una de las siete mujeres que iban a bordo del vehículo de pasajeros: Dos de
nacionalidad canadiense, dos estadounidenses y tres mexicanas, siendo ella la
única que viajaba sola.
—¡Mi amor!, salimos hace quince minutos de la central camionera, llego a
las ocho en punto, según me dijo la despachadora, ¿pasas a recogerme? —dijo
con entusiasmo, apenas su marido respondió al llamado telefónico.
—Por supuesto, ¡ahí estaré puntual!, ¿cómo te fue con el asunto legal?,
¿todo salió bien?
—Sí, todo muy bien, ¡gracias a Dios! No hubo contratiempos, incluso me di
un tiempo para asolearme en la playa.
—¡Qué bueno!, me alegro. Ya me contarás con detalle a tu regreso, por lo
pronto trata de dormir en el camino, descansa, ya los niños están durmiendo.
—Dales un beso de mi parte, trataré de dormir. Hasta mañana cariño, los
extraño mucho.
—Yo también a ti corazón… Hasta mañana, ¡Buenas noches!
La abogada se despidió de su marido con un toque de nostalgia, pero a la vez
alegre de estar a sólo unas horas de reunirse con su familia. En los quince años
que llevaba de casada, pocas veces había estado separada de su familia, por lo
que sintió una ligera pena en no estar compartiendo, en particular con sus hijos,
el entusiasmo por el festival del colegio que ya se avecinaba, sin embargo, se
daba ánimos haciendo planes con los disfraces que debía confeccionar al día
siguiente. Recordó que el año pasado habían sido triunfadores en el festejo
escolar, su mente estaba llena de imágenes: Carlos y Mariana de siete años de
edad —Gemelos y menores que el primogénito de doce años de nombre Antonio
—, habían acudido disfrazados magistralmente de Vampiro y de Mujer Lobo
respectivamente, por lo que fueron premiados con dinero en efectivo, pero sobre
todo con el aplauso y reconocimiento de todos sus compañeros. Esto llenaba a la
orgullosa madre de felicidad, sus hijos lo eran todo en su vida, consideraba la
sonrisa en el rostro de ese par de infantes el mejor regalo que Dios pudo haberle
hecho.
El autobús rodaba sobre el asfalto en la sinuosa y serpenteante carretera que
apenas se veía en medio de la noche, a la vez que las luces de las últimas casas
se avistaban por el retrovisor del conductor, titilantes, como luciérnagas
surcando la oscuridad. Karla trataba de conciliar el sueño, mientras las imágenes
de sus hijos aparecían en sus recuerdos, llenándola de alegría y de ilusión.
Seguramente haría ganar a sus vástagos nuevamente ese concurso de atuendos.
Lo que no sabía ella, era que el destino le tenía reservado una sorpresa más, una
no muy agradable. Un dramático y trágico giro en su vida estaba a punto de
hacerse presente.
Capítulo 2
Seis meses antes.
Capítulo 3
Octubre 29 del 2008, 2:30 a.m. en algún lugar de la línea limítrofe entre
los Estados de Oaxaca y Guerrero.
Capítulo 4
Un gran lobo de color gris con manchas negras corría a medio bosque, los
colmillos lucían amenazantes, grandes, filosos, listos para la gran mordida, su
víctima se encontraba a pocos metros. La mirada asesina y penetrante estaba
bien fija en su próxima presa, era cuestión de segundos para atrapar a esa mujer
indefensa que corría delante de él.
La oscuridad de la noche escondía el rostro y el gesto de terror de la mujer,
pero se podía oler el miedo y la angustia. El largo pelo volaba y se agitaba
mientras intentaba huir de su captor, las piernas parecían ya no responder como
ella quisiera, parecía como si se le atoraran en el crecido pastizal. Ella volteó
hacia atrás para atestiguar que el animal predador cada vez estaba más cerca. Sus
piernas finalmente cedieron, cansada de correr, cansada de huir, su cuerpo cayó
al suelo… No hizo nada más, sólo protegió su cara, esperando el mortal ataque
del animal salvaje.
—¡Mamá! —gritó con pánico y de manera estridente al despertar a media
madrugada el pequeño Carlos. Estaba agitado, su cuerpo entero sudaba sin
tregua, completamente asustado.
—¿Qué sucede? —Le dijo su hermana con asombro, debido al grito que
invadió la habitación.
—¿Mi mamá? —dijo Carlos nuevamente manifestando su angustia—.
Estaba soñando que un gran lobo la perseguía por el bosque, que la estaba
alcanzado, yo quería ayudarla, pero no me podía mover, sólo miraba la escena,
nadie podía auxiliarla, el animal casi la mordía… En eso, desperté —agregó con
angustia, al mismo tiempo que bajó de su cama para ir a abrazar a su gemela,
quien ya se había sentado en su cama.
—¿Qué pasa, me despertaron, por qué gritan tanto? —dijo Antonio con
incertidumbre, arqueando las cejas y con mirada expectante, justo al abrir la
puerta de la recámara de sus hermanos, al instante que encendió la luz eléctrica.
—Nada, no pasa nada, sólo que estábamos soñando muy feo, teníamos
pesadillas —respondió Carlos.
—¿Soñábamos?, soñabas que es distinto, yo dormía muuuy plácidamente—
objetó la gemela Mariana, con cierto desaire.
—Bueno, ya está bien, no es momento de pelear, vuelvan a dormir —Con
autoridad les dijo Antonio, quien a pesar de su corta edad, ya se sentía el gran
protector de sus hermanos menores.
—Es que… tengo miedo —Manifestó Carlos nuevamente con angustia.
Las voces de sus hijos en plena madrugada lograron despertar a Rubén, lo
extrajeron de un profundo sueño. De inmediato se levantó, encendió la luz y
miró el reloj de pulsera que había dejado en su buró «Las 2:30 de la
madrugada», pensó con extrañeza, tomó su bata y cubrió todo su cuerpo, calzó
un par de pantuflas y se dirigió a las recámaras de adjunto.
—¿Por qué están despiertos a esta hora?, ¿un ratoncillo anda de nuevo por
ahí? —cuestionó.
—No, sólo que Carlos nos despertó, dice que soñaba que un lobo perseguía a
mamá —informó Mariana.
Rubén se quedó pensativo unos instantes, recordó que Karla debía venir casi
a medio trayecto. Por un momento se contagió de la angustia de su hijo Carlos.
Aun así, ocultó su inquietud y dijo con seguridad:
—Su mamá ya viene en camino, hace rato hablé por teléfono con ella,
vamos, ¡todos a sus camas!, mañana temprano iré a recogerla a la Central de
Autobuses, ya verán que todo fue sólo eso… Un mal sueño.
—Está bien, pero… ¿Puedo dormirme con alguno de ustedes, no quiero estar
solo? —Casi suplicó Carlos, su cara revelaba aún su angustia.
—Si quieres ven aquí conmigo, dormiremos abrazados —le sugirió su
hermana, con un gesto de ternura y en muestra de solidaridad, al mismo tiempo
que golpeó con su mano derecha tres veces la cama propia.
Rubén, al igual que sus hijos, regresó a la cama, no sin antes dudar en hacer
una llamada al teléfono celular de su esposa. El sueño que tuvo su pequeño hijo
logró sembrar en él cierta intranquilidad y se agobió, sin embargo, pensó: «No,
no pasa nada, sólo es un sueño». Dejó de mirar su teléfono durante un instante,
pero la zozobra no se disipó por completo, tomó su aparato de comunicación y
sin pensarlo más, comenzó a digitar el número telefónico de Karla.
—“El número que usted marcó, está apagado o se encuentra fuera del área
de servicio” —. Se escuchó una grabación de la compañía telefónica.
Rubén se mortificó aún más, quedó pensativo un par de minutos. Instantes
después, reflexionó: «Bueno… Karla debe venir por alguna zona de la carretera
en donde no exista cobertura telefónica… Sí, eso debe ser, dormiré ya, que
mañana temprano voy por ella».
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Apenas habían aparecido los primeros rayos del sol, éstos se habían
asomado de manera parca, y Karla ya estaba dando gracias al Todopoderoso por
haberle permitido vivir una jornada más, nunca como ese día había apreciado el
fulgor emitido por el astro rey, o el aire que respiraba. Después de que hace
apenas unas horas estaba segura que no volvería a ver un amanecer más, ahora
en silencio, agradecía a Dios por permitirle seguir viva, y tener una esperanza;
incluso no sentía el cansancio, había caminado gran parte de la madrugada. No
supo cuánto tiempo transcurrió, ni tampoco cuántos kilómetros se había alejado
de la carretera, y al igual que los demás cautivos, estaba totalmente desorientada,
no tenía la más mínima idea de dónde se encontraba, de quiénes eran sus
captores y sobre todo, cuál era el motivo por el que habían sido retenidos.
Perdida estaba en sus pensamientos, en sus cuestionamientos, en sus miedos,
cuando se escucharon unos pasos. El sonido de los pies de varias personas
chocando contra el suelo de tierra, la hicieron poner en alerta y expectante de lo
que podría ocurrir:
—¡Todos salgan, vengan para acá! —gritó un hombre desde afuera de la
cabaña, al mismo tiempo que quitaba el oxidado candado de la puerta.
Casi de inmediato, los recluidos de manera sigilosa y con el mismo temor
que en la madrugada habían experimentado, fueron caminando hacia el exterior.
Karla, al igual que los demás, por primera vez pudo ver los alrededores de la
cabaña en donde habían permanecido esa noche, lo primero que visualizó fueron
los rostros de sus captores, estaban rodeados de ellos, con las mismas armas, con
las mismas palabras insultantes y amenazantes, pero sin capuchas. Estos se
habían dejado contemplar sus caras sin ningún tipo de duda o inquietud. El
aspecto común era de individuos de mediana o baja estatura, las edades variaban,
los más grandes aparentaban los treinta y cinco años de edad, y los más jóvenes
parecían personas que apenas habían abandonado la adolescencia. Destacaba por
la juventud un casi niño de quince años, que apenas si podía sostener un fusil
AK-47; sin embargo, lo portaba con orgullo y con la seguridad que esta arma le
daba. El pelo a rape, tez morena, narices toscas, y en general facciones recias era
el promedio, pero sobre todo, detectó la mirada en todos ellos, eran miradas
decididas, dispuestas a todo, a matar, a asesinar sin piedad, a ultrajar, a robar la
dignidad de cualquier ser humano que estuviera ahí en ese momento.
En ese instante, Karla se sorprendió al observar los rostros de esos hombres,
aunque segundos después caviló en el significado real de que esos hombres
mostraran sus caras, especuló que eso era un mal augurio: «¿Acaso nos dejan
verlos porque nos van a matar? Porque si salimos vivos de esta situación
podríamos dar una descripción de sus caras a la policía, no creo que sean tan
tontos, seguro nos matarán, y por lo mismo no les importa que los
reconozcamos, pero… ¿Qué querrán de nosotros?»
—¡Fórmense en una sola fila!, ¡vamos, rápido!, de frente hacia acá —Las
voces de mando no les daban tregua a los cautivos, quienes obedecían sin
reparos.
—Como ven, a su alrededor tienen alambre de púas, no podrán pasar de este
corral, aquel que lo haga o lo intente lo mataremos inmediatamente. Deberán
permanecer en cada momento dentro de este chiquero, los que quieran ir al baño
tendrán que ir a aquella letrina que esta allá —dijo el Comandante, señalando
con su brazo derecho una pequeña construcción de madera, ubicada dentro del
mismo espacio. El excusado no tenía techo, tampoco puerta, si acaso unos
maderos que le daban cierta privacidad, si es que ésta palabra tenía algún
significado en ese lugar y momento—. A un lado de la letrina se encuentra un
tambo, de ahí podrán tomar agua, ya sea para mojarse el culo o para tragársela
—concluyó de forma despectiva.
—Todo el día podrán estar afuera de la cabaña, pero apenas se vaya a ocultar
el sol deberán meterse en ella —intervino otro de los captores, quien agregó—,
en unos minutos más, les daremos de tragar.
En ese instante Karla se alegró, no por la comida, pues hambre era lo que
menos sentía, sino por lo que significaba desde su perspectiva aquel anuncio. El
interior se le iluminó con un haz de esperanza, pensó que si les daban de comer,
bien podrían no ser asesinados, o al menos por el momento y en ese día así se
estaban dando las condiciones.
—Es todo cabrones, y ya les dije, no intenten nada raro o se los carga la
chingada —advirtió el Comandante, al mismo tiempo que se dio media vuelta
junto a la mayoría de sus secuaces. Sólo un par de ellos se quedaron sentados
sobre un tronco que estaba acostado en el suelo, con la distancia suficiente para
poder vigilar a los humillados enclaustrados.
Al romper filas, los sometidos se dispersaron, formaron pequeños grupos de
tres o cuatro personas, intentando descifrar el motivo, la razón por la cual
estaban ahí. La abogada Karla localizó al pasajero que viajaba junto a ella en el
mismo par de asientos, se acercó a él, y juntos comenzaron a indagar el lugar
donde se encontraban. Parecían tener una tregua, un momento de calma por
primera vez desde que fueron retenidos. Inspeccionó en todas direcciones,
estaban en medio de una serranía, donde dominaban los grandes árboles, en el
horizonte los cerros con tono azulado no parecían tener fin. Volteó la mirada
hacia arriba, y visualizó un par de gavilanes que surcaban aquellos cielos
nubosos, volaban ajenos a las peripecias que aquellos seres humanos estaban
sufriendo algunos metros por debajo de ellos.
—¿Viste esas tres casitas que están ahí? —cuestionó él.
—Sí, aunque no son tres… Parecen ser cuatro, estamos en una pequeña aldea
o ranchito, seguro que ahí viven estos desgraciados, estamos en medio de la nada
—respondió ella con voz de enfado.
—¡Shhtt!, baja la voz, te pueden escuchar —advirtió el varón.
—Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Mi nombre es Javier, ¿y tú?
—Karla —respondió sin mucho entusiasmo, lo hizo más por no parecer
descortés que con las ganas de entablar un dialogo.
—¿Ya viste?, ahí vienen unas señoras y un par de niños —dijo Javier
señalando con su mano derecha a unas figuras humanas que se acercaban a ellos,
aproximadamente a unos cincuenta metros de distancia.
—Sí, y traen algo con ellos, parecen ser… Ollas o algo así.
—Mira, ahí vienen atrás de ellos un par de esos cabrones.
—Sí, y con sus armas, seguro nos traen algo de comer —dijo ella.
Los demás cautivos, expectantes y observadores, también se percataron de
que se aproximaban unas mujeres junto con quienes parecían ser sus hijos,
escoltados por un par de uniformados.
—Aquí tienen su comida cabrones. Tú y tú, recíbanla —dijo uno de los
secuestradores, al mismo tiempo que señaló a Karla y a Javier. Éstos se
apresuraron a recibir un par de ollas y una bolsa de plástico, otro más se acercó
para ayudar.
—¡Gracias! —dijo Karla, ante la mirada curiosa de los niños y las mujeres
que les estaban entregando la comida. Éstas, al igual que los infantes no
respondieron, permanecieron callados, entregaron los alimentos y dieron media
vuelta ante la mirada siempre vigilante de los hombres armados.
Javier tomó la iniciativa, retiró la tapa del par de ollas después de posarlas en
el suelo, los demás recluidos los rodearon expectantes del contenido de los
recipientes.
—En esta… Sólo frijoles —dijo Javier.
—Y en esta, arroz —agregó Karla con cierto desánimo.
—¿Qué hay en esa bolsa negra? —cuestionó otra persona.
—Tortillas, frías… Y casi tiesas —dijo Javier, desmoralizado y con enfado.
—¡Shit! —exclamó un canadiense haciendo un gesto de reprobación, al
mismo tiempo que tomó de la mano a su pareja sentimental y se alejaron unos
metros.
—¿Nos dejaron platos?, ¿cucharas? —cuestionó otra persona.
—Sí, y también dejaron un pastel de chocolate y un suculento flan —
respondió con gran sarcasmo Karla. Al principio todos la miraron con enojo,
pero de inmediato Javier soltó una ligera sonrisa, acompañado de una breve
carcajada de otro hombre, algunos más esbozaron unos gestos mientras los
demás se arrimaron a atestiguar con sus propios ojos el contenido de las ollas.
—Sólo hay una cuchara para servir y cuatro platos, nos turnaremos para
comer, los que más hambre tengan comienzan, después los demás, tortillas hay
suficientes para todos, están frías y más bien parecen tostadas, pero… No hay
más. —dijo Karla quien tomó la iniciativa, organizando al grupo.
—Yo muero de hambre —manifestó una estadounidense en idioma español
de manera pausada, pero suficiente para hacerse entender. Cogió unas tortillas y
un plato, se sirvió dos grandes cucharadas de frijoles y otro par de arroz.
—Yo también —dijo otro individuo.
Poco a poco comenzaron a aceptar la comida, más por hambre y por instinto
de supervivencia, que por lo apetitoso que pudiera aparentar
—¡Puta madre!, todo está frío, vale madre… —reclamó alguien al mismo
tiempo que hizo un gesto de desaprobación y disgusto. Los demás lo ignoraron,
sabían que esa comida era fría, sin sabor, pero al menos tenían que comer. Karla
se apartó de ellos llegado su turno, y comenzó a ingerir los alimentos, en
silencio, tragando literalmente la comida, con la mirada en las cabañas o chozas
que estaban a pocos metros de ellos. Localizó a unos cinco niños jugando con un
viejo balón de futbol, sin mucho aire, pero sí el suficiente para poder ser pateado
por las pequeñas piernas de esos infantes, que de repente giraban sus cabezas
para mirar a esas extrañas personas que estaban comiendo en el corral donde a
veces sus padres criaban gallinas. No sabían por qué estaban ahí, y menos se
preocupaban de sus destinos, los miraban con indiferencia, como si estuvieran
acostumbrados a la presencia de gente extraña en ese corral.
Capítulo 9
Capítulo 10
La luz emitida por el sol tenía apenas algunas horas de haberse introducido
tímidamente por las diminutas rendijas que se formaban entre los maderos; aun
así, ya iluminaban parcialmente el interior de la vieja y maltrecha cabaña
fabricada con tablones de madera. Karla tenía casi dos horas sentada en cuclillas
en un rincón, recargando su espalda en unos leños apilados. Formaba trazos en el
piso de tierra, una y otra vez bosquejaba lo primero que venía a su mente, para
casi de inmediato borrarlas con ambas manos, y dar comienzo a un nuevo dibujo
ante la ojeada de alguno de los demás prisioneros, quien con mirada insensible,
contemplaba los intentos de figuras, más por distraer su mente, que por tratar de
descifrar o encontrarle alguna forma a las rayas que la mujer plasmaba.
Nuevamente, y al igual que el día anterior, los pasos y voces de los
delincuentes se escucharon a lo lejos. Esta vez parecían ser más, las risas de los
hombres se percibían cada vez más cerca, como si de una fiesta vinieran. No
tardaron en llegar hasta donde los expectantes cautivos se encontraban.
—¡A ver cabrones, hágansen mucho a la chingada! —exclamó uno de los
delincuentes, al mismo tiempo que pateó las piernas de un hombre retenido.
Los demás, con mirada temerosa, de inmediato vislumbraron que algo no
grato estaba por ocurrir. Y sus sospechas se confirmaron al tener todos, un arma
apuntándoles en sus cabezas.
—Sin decir pío cabrones, silencio, nos vamos a llevar un ratito a sus putas
viejas. No se espanten, sólo un ratito. Veremos para qué son buenas… —dijo el
Comandante con cinismo y una gran sonrisa en su rostro, mientras acariciaba la
barbilla de una norteamericana. Sus secuaces, también entre risas asintieron, y a
jaloneos e insultos se llevaron a las mujeres.
—¡Quieto hijo de la chingada! No te hagas el valiente que te meto un
plomazo —gritó un delincuente, ante el amague de reclamo de un canadiense,
ofendido e impotente al ver cómo se llevaban a su pareja sentimental. Un
instante después, fue golpeado en el rostro con un arma y en el pecho con la
punta de una bota.
Los demás miraron con sorpresa y angustia la escena, el terror y la zozobra
volvieron al lugar. Los corazones una vez más palpitaron con fuerza, el fantasma
de la incertidumbre que parecía haberles ofrecido una tregua de unas horas había
aparecido de nuevo.
—A ver pinches viejas culeras, fórmense ahí donde está ese puto árbol —
ordenó el Comandante con voz firme, al tiempo que señaló un pino de gran
tamaño.
Sólo dos mujeres obedecieron de inmediato, entre ellas Karla. Las otras
féminas, en particular las no nacidas en México, fueron las que mostraron
desobediencia. Los captores lo atribuyeron a cuestiones del idioma.
—Que se formen acá pendejas, ¿no entienden? —Los jalones de cabello
aparecieron como represalia.
—Ustedes están aquí como participantes especiales, son nuestras invitadas
de honor —dijo otro hombre.
—Sí, son las invitadas especiales de esta fiesta, siéntanse tranquilas, la
diversión apenas comienza, así que… ¡A gozar, que el mundo se va a acabar! —
agregó otro individuo, exponiendo su incompleta dentadura frontal, misma que
mostró sin pena, al sonreír de manera ruidosa y sarcástica.
Karla comenzó a sudar, presintió que estaban a punto de sufrir algún tipo de
ultraje, experimentó nauseas al notar las miradas lascivas de sus captores,
quienes sin tapujos recorrían los cuerpos femeninos, sus caderas y pechos fueron
auscultados con avistadas soeces. Desvió la mirada en otra dirección, y notó la
incertidumbre de un par de extranjeras, las que menos entendían el idioma
español.
—Vamos a jugar lindas, jugaremos al lobo, ¡Sí! como cuando eran unas
niñas… Les damos unos pocos minutos de ventaja, corran por el bosque, huyan,
escapen si pueden, la carretera está rumbo a aquel sitio —dijo uno de ellos,
señalando hacia el norte—. Será mejor que escapen, porque si no… El lobo se
las puede tragar… O mejor dicho, se las puede coger —agregó, al tiempo que
soltó una gran carcajada, casi al instante que los otros nueve acompañantes
sonrieron de manera burlesca.
—Yo me quedo con esa güerita, ¡está rebuena la cabrona! —comentó un
raptor, al instante que señaló a una de las canadienses.
—¡Ni madres güey!, yo la vi primero, a esa vieja… Me la chingo yo —
respondió el compañero de fechoría, mientras limpiaba de su boca la saliva que
había dejado su lengua en el labio inferior.
—¡Ah!, una cosa muy importante, las dos primeras que atrapemos, serán…
el festín de este día —aclaró uno de ellos, aumentando el estado de éxtasis entre
los lujuriosos pillos.
—Run ladies, run quick, we have a few minutes for escape… or these men
fuck us —dijo Karla, intentando traducir a las extranjeras lo que acababa de
escuchar, si bien no dominaba la lengua inglesa, logró que las rubias foráneas
comprendieran el mensaje.
—¡Vamos!, ¡corran, corran pendejas! —dijo el jefe de los criminales, a la
vez que accionó su arma, haciendo gritar de susto a las mujeres. El ruido
producido por el arma se escuchó de manera estridente, el sonido viajó hasta lo
alto de los cerros que rodeaban el paraje, y rebotó en forma de eco, logrando que
la escena se volviera más siniestra. Karla aprovechó el momento para visar con
mayor detalle el paisaje, aunque sólo localizó árboles y arbustos a su alrededor.
Pensó que debía poner en práctica su afición por el senderismo que con
frecuencia realizaba con su marido. No era experta en esa actividad, pero
tampoco le era ajena. Lo hacía para mantenerse en forma y relajarse, sin
embargo, esta vez lo haría por su integridad, o quizá hasta por salvar su vida.
Los hombres gritaron extasiados, un par de ellos tenían entre sus manos,
además de su arma, una botella de cristal que contenía cerveza. Parecía que
iniciaba una cacería, el aroma a mujer los había excitado. La adrenalina se
incrementó en sus cuerpos al mirar la angustia de las féminas, olfatearon el
miedo emitido por éstas, elevando sus instintos, y como felinos, agrandaron sus
órbitas oculares, fijando sus miradas penetrantes en los cuerpos de ellas.
—¡Orale cabrones!… La diversión comienza, tras ellas. Ya saben… Los dos
primeros que agarren vieja, se las pueden coger, los demás se chingan y se
aguantan hasta mañana. —advirtió el Comandante entre gritos y alaridos de
éxtasis.
La cacería humana estaba por comenzar.
Capítulo 11
Ante la actitud evasiva, y hasta negativa, por parte del Director General de
uno de los Diarios con mayor circulación y prestigio de la Ciudad de México,
Rubén insistió en poder hablar con algún editor o reportero que pudiera estar
interesado en la noticia de la desaparición de un autobús de pasajeros:
—¡Señorita, por favor!, debe haber alguien que me pueda recibir, no es
posible que no les interese, están ustedes para informar.
—Lo siento mucho señor, ya le dije a usted que el Director tuvo que salir de
la ciudad, quizá regrese en unos dos o tres días más —informó la hermosa
recepcionista, con tono muy amable, mirando a Rubén a través de sus
transparentes gafas.
—Sí, ya me lo había dicho, pero debe haber alguien más, un reportero de
guardia, un editor, el responsable de la página policiaca, no sé… ¡Alguien! —
insistió el marido de Karla con señales de desesperación.
—Señor, voy a llamar al responsable del departamento comercial, es el único
que quizá lo podría atender en este instante, espere unos momentos y en seguida
le aviso para que pase usted a su oficina.
—¿Departamento comercial? ¿Qué tiene que ver el departamento comercial
aquí? —cuestionó con incredulidad al tiempo que alzó las cejas. Sin embargo,
ante el silencio de la recepcionista, se conformó con la esperanza de poder hablar
con ese alguien que pudiese ayudar a difundir la noticia en un medio de
comunicación masivo. Mientras esperaba, se quedó observando las fotografías y
reconocimientos que se presumían colgados de las paredes de la sala de
recepción. Destacaban en la parte central de uno de los muros, aquellas en las
que el dueño del periódico posaba abrazado o saludando de mano, a algún ex
Presidente de la República Mexicana, o a algún otro personaje de la política
nacional. Otras más con personajes de la farándula o destacados deportistas. Sin
faltar un pergamino en especial, en donde se le reconocía al Diario su esfuerzo
por informar, siempre con la verdad y honestidad.
—¡Buenas tardes caballero! Me han informado el interés que tiene usted en
contratar un espacio publicitario en nuestro periódico…
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Un espacio publicitario? ¿De qué diablos me está usted
hablando? —lanzó Rubén la serie de cuestionamientos con una gran irritación,
pensó que se trataba de una confusión e intentó aclarar—. Quizá lo hayan mal
informado señor…
—Arturo —le interrumpió el empleado del periódico, quien complementó—,
Arturo Aguilar.
—Señor Arturo, le decía que quizá la señorita recepcionista le haya
informado erróneamente, no vine a contratar algún espacio de publicidad, ni
nada por el estilo. Vine a informarles con el fin de que publiquen la noticia, de la
desaparición de un autobús de pasajeros… En él viajaba mi esposa, eso
sucedió…
—Caballero, perdón que lo interrumpa, pero para eso tenemos a nuestros
reporteros, ellos son los que hacen ese tipo de trabajo.
—Lo sé, eso mismo le dije a la recepcionista. Yo quiero hablar con alguien
encargado de noticias, no del Aviso Oportuno.
—Le seré franco caballero, este periódico no está en condiciones de hacer
ese tipo de reportes. La recepcionista me dio algunos datos al respecto… Le
puedo decir que la única manera que podríamos ayudarlo es que usted nos
contratara para hacerle un espacio promocional de búsqueda o algo similar, y
siempre bajo su competencia, el periódico no se haría responsable de tal
publicación.
—¡¿Qué?! ¿De manera que me está usted diciendo que debo pagar por dar la
noticia? —dijo Rubén levantándose de la silla de manera intempestiva.
—Cálmese, tome asiento, no hay necesidad de que se altere.
—¡Pero qué cretinos!
—Estoy siendo sincero con usted… Le diré que las políticas de nuestra
empresa han cambiado: debido a la inseguridad que sufre nuestro país, a las
muchas amenazas de muerte hacia nuestros reporteros y en general a los que
aquí laboramos, hemos decidido no hacer eco de ese tipo de noticias, ya que sólo
contribuyen a crear más incertidumbre entre la ciudadanía.
—Pero ustedes están para informar… No pueden estar seleccionando
noticias.
—Lamentablemente, esto es así, es la línea que debemos seguir… Pero
debido a que lo noto muy alterado, le diré algo que quizá usted ya sepa: el
gobierno federal nos ha pedido que seamos un poco más discretos en noticias
que tengan que ver con violencia, secuestros, asaltos. Como ya le dije hace un
momento, la ciudadanía está en general muy asustada. La imagen que estamos
dando como país hacia el exterior, ha provocado la disminución de la inversión
extranjera. Le repito que, si usted desea contratar un espacio publicitario…
—¡Puede usted meterse el espacio publicitario por la cola! —interrumpió el
enfadado interlocutor, quien continuó recriminando—. Por eso estamos como
estamos, por tanta corrupción, por tanto periódico sobornado, por tanto…
—¡Caballero!, si usted no se calma, llamaré a seguridad en este momento —
advirtió con energía el oficinista.
—No hay necesidad, me retiro de aquí… ¡Pinche periódico de mierda!,
¡Ah!… Otra cosa, sean congruentes, y retiren el pergamino ridículo que tienen
en la recepción, ese que dice que ustedes tienen el compromiso de siempre
informar con la verdad y honestidad. ¡Vaya cinismo! —concluyó Rubén,
dirigiéndose a la salida del cubículo, para después azotar la puerta, ante la
mirada recelosa de Arturo.
Capítulo 12
Capítulo 13
Mientras desgranaba las decenas de elotes que los captores les habían
dejado tirados y amontonados sobre el suelo terroso, Karla y Javier, conversaban
lo sucedido un día anterior. Ella le informaba, con lujo de detalle la cacería de la
cual habían sido víctimas las mujeres del grupo de cautivos. La tarea de
desgranar elotes le permitía a la abogada distraer su mente. Mantenerse ocupada
le hacían la horas menos pesadas, además que evitaba ser golpeada. Los
vigilantes, con frecuencia castigaban a los cautivos menos activos, los cuales
eran blanco de insultos, amenazas o porrazos.
—Karla, estamos bien, si algo malo fuera a pasarnos, seguro ya habría
sucedido. Tengo un hermano en el ejército, y me ha platicado cada cosa que ha
visto… Han encontrado decenas de personas desmembradas, sin cabeza, sin
brazos…
—No sigas diciéndome, por favor, te lo suplico, no digas más —interrumpió
ella, haciendo un gesto nauseabundo con la cara.
—Perdón, no quise hacerte sentir peor de lo que ya estás, te lo decía porque
ya estamos en el tercer día, si fuera un ajuste de cuentas, créeme que ya nos
hubieran asesinado.
—Javier, ¿crees que todo esto se trate de un secuestro?, es decir, el clásico
plagio, en donde piden alguna suma de dinero a cambio de nuestra libertad.
—No lo sé, le he dado vueltas a la situación, y no veo el motivo. ¿Robo?
¿Ajuste de cuentas? ¿De qué se trata todo esto? ¡Chingada madre!
—Calma Javier, ahora el que se altera eres tú.
—Sí, Perdóname, sólo que yo también me siento desesperado.
—Y eso que tú no sufriste lo que nosotras… Mira, voltea a tu derecha —dijo
señalando discretamente al par de rubias norteamericanas, quienes lucían sus
rostros amoratados. Las huellas y laceraciones en sus cuerpos eran visibles, eran
las marcas del día anterior. Su orgullo y dignidad habían sido ultrajados y
mutilados. Karla, con sentimientos encontrados, se sentía en ese momento con
una gran dosis de buena suerte por no estar en esa situación, pero a la vez, no
sabía cuánto tiempo más podría pasar para que ella experimentara ese mismo
dolor, físico y moral.
Ambos cautivos siguieron especulando sobre su situación, sobre su futuro
inmediato, mientras seguían desgranando elotes. Sus captores vigilaban a la
distancia, la tensa calma se sentía, se percibía, una pequeña tregua estaba siendo
dada, pero… ¿Por cuánto tiempo?
—¡Tú!, acércate —dijo uno de los vigilantes, apuntando con el dedo índice a
Karla. Javier se levantó pensando que el llamado era para él.
—Tú no, cabrón, es a ella —aclaró el secuestrador. Con sorpresa y temor,
Karla se dirigió hasta el alambrado de púas que delimitaba la zona de exclusión,
se detuvo ante el hombre quien pareció dialogar brevemente con ella. Las
miradas de Javier y de otro par de prisioneros, ante tal hecho, no se hicieron
esperar. De manera expectante visaron aquel llamado, eso no había sucedido en
ningún momento desde el masivo rapto. Después de un par de minutos y sin
miramientos, Karla fue golpeada en tres ocasiones en el rostro.
—¡Pendeja!, ¡te arrepentirás!, ¡te arrepentirás! —repitió el agresor,
alejándose de ella. La mujer sólo se tocó el rostro queriendo amainar el dolor
que le causaron los golpes.
Después de dos horas, esperando a que el Agente del Ministerio Público
hiciera su aparición por la oficina, Rubén por fin sintió alivió a su enfado. Las
setenta y dos horas que marcaban la ley y que el propio funcionario se lo había
señalado como condición para levantar una denuncia, estaban por cumplirse.
—Señor Agente, lo estaba esperando, ya casi es el medio día, y…
—Estaba en una diligencia, hasta hace unos minutos me desocupé —
interrumpió el servidor público, a la vez que agregó:
—Dígame, ¿en qué puedo servirle?, tome asiento.
—No sé si usted me recuerde, vine hace tres días a intentar levantar una
denuncia… Por la desaparición de mi esposa. Ella venía en un autobús de
pasajeros, procedente de Puerto Escon…
—Sí, ya recuerdo, ¿aún no aparecen? —interrumpió de nuevo el Agente, a la
vez que abrió un cajón de su escritorio e introdujo dentro de él, una bolsa de
plástico con una torta de pavo.
—No, aún no aparece, ni rastros del camión, y ya se están cumpliendo las
setenta y dos horas que marca la ley, según la información que usted me dio —
aseveró Rubén con cierta calma.
—Ana, encárgame un refresco por favor, una Coca Cola… ¡Ah!, y el
periódico del día de hoy —dijo el maleducado y regordete oficinista,
dirigiéndose a una de sus asistentes—. Perdón, ¿me decía usted? —agregó.
—Le decía que aún no aparece el autobús, y ya se cumplieron las seten…
—Sí, ya me había dicho. ¡Muy bien!, ¿Sabe usted en dónde desapareció el
vehículo? —dijo, nuevamente interrumpiendo a su interlocutor de manera
reiterada y grosera.
—No, no sabemos dónde desapareció, no tenemos noticias, en la Central
Camionera tampoco nos dan informes. ¡Nadie sabe nada! ¡Nadie nos hace caso!
—dijo Rubén, alzando la voz y poniéndose de pie. Su paciencia estaba siendo
puesta a prueba.
—Señor…
—Rubén, mi nombre es Rubén —dijo con enfado el denunciante.
—Señor Rubén, lo siento, si usted no sabe en dónde desapareció su esposa,
no puede levantar una denuncia.
—¿Qué? ¿Cómo dice?
—Así como usted platica el caso, podría ser en cualquier lugar, en el estado
de Oaxaca, de Guerrero, en fin… En todo caso estaría fuera de mi jurisdicción, y
por lo tanto, no podemos ayudarle. Lo siento, así son la leyes.
—¿Y por qué chingados no me dijo usted eso el día que vine?, primero me
salió con que deberían pasar setenta y dos horas para poder declararse a una
persona como desaparecida, y ¿ahora me dice que no está en su jurisdicción?
¿Qué clase de leyes son estas? ¿En qué manos estamos? —pronunció el marido
de Karla con angustia, con impotencia, con enojo. La mezcla de sentimientos
provocó que su estómago experimentara un leve dolor, que su rostro se tornara
color carmesí. Fue blanco de las miradas, tanto del personal de la oficina
gubernamental, como de algunos curiosos que deambulaban por ahí.
—Señor Rubén, créame… No es mi culpa, así son la leyes en nuestro país.
—concluyó el agente, quien debido al estado emocional del reclamante, ignoró
las palabras altisonantes. Éste se sentó de nuevo, desfallecido y desesperado, se
llevó las manos a la cara, se rascó el cabello, lo jaló con fuerza, y gritó a manera
de desfogue:
—¡Puta madre! ¿En qué país vivimos? ¡Dios mío, ayúdame por favor!
Capítulo 14
KARLA
P.D. El año siguiente a mi cautiverio, mis hijos ganaron de nuevo el concurso
de disfraces en el festival escolar. Ahora son unos excelentes alumnos y
fervientes practicantes del deporte. Los amo.
Te dejo de regalo, los primeros capítulos de mi más reciente novela:
“Proyecto Adán y Eva”. ¡Disponible ya!, en todas las plataformas de Amazon.
Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, y en la que casi
nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.
Carl Sagan
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Capítulo 2
04 Agosto del 2045, Ginebra, Suiza.
Capítulo 3
Desde hace dos horas, Susan… o mejor dicho: Eva, está en la fase inicial
de hibernación. Yo debería estarlo también, sin embargo, he retrasado ese
momento; mis reflexiones y pensamientos, no me dejan iniciar. El computador
central que controla el proceso de letargo, está funcionando de forma correcta.
Eva, duerme plácidamente. Su insensibilidad comenzó pocos minutos después
de haber ingresado en su cámara, donde el aire que respira ha sido mezclado con
sulfuro de hidrógeno, un gas que ayudará a regular el metabolismo y su
temperatura corporal. El cerebro central que controla toda esta tecnología, se
encargará de que la mezcla sea la correcta, pues una alta concentración de azufre
y la muerte prematura de nuestros cuerpos sería inminente, el objetivo es durar
vivos diez años como mínimo, quizá dos o tres décadas más, con la esperanza de
que otra civilización capte las radioseñales que emite desde hace unas horas esta
cápsula, un S.O.S. espacial, como náufragos lanzando una botella de cristal a la
inmensidad del mar, con un mensaje en su interior. La humanidad emite una
señal de auxilio al infinito del océano cósmico.
Antes del despegue, desde el cosmódromo de Baikonur, fui informado del
fracaso en que se convirtió, el intento de rescate de los poco menos de veinte
habitantes del planeta Marte. Seguramente no sobrevivirán más de seis meses en
la hostil atmósfera marciana. Hasta este momento, la pequeña colonia no es
autosuficiente, aún sigue dependiendo de los suministros que estaban
programados, sin embargo, desde el inicio del conflicto bélico entre Oriente y
Occidente, los líderes mundiales se olvidaron de los “marcianos”, convirtiéndose
ahora en las primeras víctimas, los primeros marginados. ¡Qué ironía!, hace un
par de años eran héroes mundiales, eran el ejemplo del progreso de la
humanidad, la insignia de lo que sería la colonización del planeta rojo, y ahora
son sólo veinte condenados a muerte. Un absurdo más, desarrollamos la
tecnología para crear en otro mundo: lagos, mares, ríos, y bosques. Quisimos
“sembrar vida”, hemos intentado transformar otra atmósfera, hacerla habitable.
Sin embargo al mismo tiempo, desaparecimos de nuestro propio hogar, decenas
de lagos, millones de hectáreas de bosques, destruimos ecosistemas enteros.
Nuestra atmósfera era en algunos lugares casi irrespirable, carente de oxígeno,
Intentamos ser creadores de vida en otros mundos, mientras éramos asesinos en
el propio, con una mano concebíamos, y con la otra matábamos. ¡¿Qué clase de
especie somos?!
De la Estación Espacial Internacional, de la que hasta hace unas semanas fui
parte, tampoco me dieron buenas noticias. El retiro del proyecto y
financiamiento por parte de la NASA y de la Agencia Espacial Federal Rusa, fue
clave para su cancelación indefinida. Las demás agencias espaciales no tuvieron
más remedio que bajar los brazos, se retiraron también Los astronautas que
habitaban en ella, fueron devueltos a la tierra, no habría explicaciones, ni falta
que lo hacía.
En este instante veo una vez más, dentro de esta cápsula llamada: Génesis,
una réplica hecha de oro, de la imagen que el astrofísico Carl Sagan, diseñó hace
ya algunas décadas, con el objetivo de que en caso de que otra civilización
encuentre las sondas Pioneer 10 o la Pioneer 11, sea de su conocimiento el lugar
donde nos encontramos dentro del universo y dentro del sistema solar, nuestra
forma anatómica, así como la inversión en la dirección de spin del electrón, en
un átomo de hidrógeno. Cualquier civilización avanzada sabría interpretar estos
datos.
Durante esta misión, una réplica de esta imagen estará siendo lanzada en
código binario, por ondas de radio. La señal de auxilio se emitirá cada hora, una
botella de cristal se lanzará al mar cada sesenta minutos, el cerebro digital que
gobierna la Génesis, se encargará de ello.
De forma adicional, dentro de esta nave, se encuentra un disco compacto, tal
como se hiciera en la década de los años setenta del siglo pasado, con las Sondas
Voyager, Al igual que aquellos, estos también fueron fabricados con oro.
Contienen una gran información de nuestra especie: horas y horas de videos,
música y cánticos. Todas las naciones, sin importar credo o color de piel emiten
un saludo al menos; todos los reyes, batallas de héroes militares y deportivos;
grandes líderes, genios y sus inventos, con sus éxitos y fracasos; guías
espirituales, hombres de ciencia, políticos, artistas, en fin… la historia de la
humanidad en este disco. Me pregunto, si se logrará el objetivo de que sea vista
por alguien, alguna vez, ¿deberíamos sentir vergüenza u orgullo?
Giro nuevamente la cabeza para asomarme por la ventanilla, son los últimos
avistamientos a mi casa, mi planeta, mi punto azul. Las lágrimas que emergen de
los ojos, me distorsionan un poco la vista. ¿Qué especies sobrevivirán?, ¿algunos
roedores o insectos, tales como las cucarachas, o arácnidos?, ¿quizá algunos
microorganismos o plantas diminutas? Con seguridad pocos de ellos, sin
embargo, la especie humana, ¡no! Ni siquiera esos lunáticos, que por décadas
construyeron sus bunkers, los llenaron de comida enlatada, y otros objetos.
¿Cuánto tiempo sobrevivirán?, ¿un año?, ¿dos?, ¿una década? De todos
modos… morirán.
Capítulo 4
12 de Julio del 2045, Portland, Oregon, USA.
Capítulo 5
72 horas en Rusia
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Basada en hechos, situaciones, tecnología, edificaciones y declaraciones reales; "72 horas en Rusia"
combina hábilmente ciencia, romance e historia para adentrarte en una aventura que no te dejará de
sorprender, te adentrarás en las calles y monumentos de la histórica y heroica ciudad imperial de San
Petersburgo, hasta la fría, mágica y enigmática Moscú: Nueva Orleans, Estados Unidos, agosto del año
2005. “Katrina”, se convierte en el huracán más desastroso en la historia moderna de aquel país. Los
americanos tienen argumentos para pensar que no fue del todo la naturaleza la causante del desastre.
Sospechan que Rusia podría estar detrás de todo, utilizando su nueva arma geofísica enclavada en un
pequeño poblado llamado Vasilsursk, capaz de modificar el clima. Inglaterra intercede y tiene 72 horas para
conocer si los rusos son los culpables, de lo contrario se podría estar en la antesala de un gran conflicto
entre las dos potencias. Los espías del MI6 inglés, Peter Murray y Jessica Sanders se internan en la
gigantesca nación con la ayuda de Aleksandra Sokolova profesora universitaria y novia del agente, entre los
tres intentarán resolver la situación. Jessica quien ama a Peter en secreto está dispuesta a aprovechar el viaje
para intentar conquistar el corazón de su compañero. Las vidas de los protagonistas darán un gran giro en
estos días de tensión y peligro. En medio de un triángulo amoroso los acontecimientos y cuestionamientos
se van replanteando: ¿Qué son los proyectos HAARP y SURA?, el físico y genio Nicola Tesla ya hacía
experimentos el siglo pasado con ondas electromagnéticas a distancia pero, ¿esta tecnología tiene el
potencial para provocar huracanes y hasta ¡¡terremotos!!?, ¿y si no es Rusia el culpable, quién entonces y
por qué?, ¿Estados Unidos tiene un arma igual?, ¿quién es realmente Aleksandra Sokolova? Entre amor,
celos, pasión, sexo, intriga, traición y muerte serán respondidas estas y otras peguntas.
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