100% encontró este documento útil (2 votos)
1K vistas87 páginas

Karla - La Mujer Que Regreso - Favio Ayala Fabian

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 87

KARLA

—LA MUJER QUE REGRESÓ


PARA CONTARLO—






FAVIO OMAR AYALA FABIÁN





Título: KARLA —LA MUJER QUE REGRESÓ PARA CONTARLO—
Autor: Favio Omar Ayala Fabián
Edición: Favio Omar Ayala Fabián y Ana Lilia Jacobo Paz.
Diseño de portada: Ernesto Rafael Valdés Amador
Copyright © 2015 Favio Omar Ayala Fabián
Primera edición: Julio del 2015
ISBN-13: 978-1512243345
ISBN-10: 1512243345

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
prohibida, sin autorización escrita del titular copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la
distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.




Los que niegan la libertad a los demás, no se la merecen ellos mismos.
Abraham Lincoln




















Dedicatoria

A todas esas personas que han sido víctimas de algún acto que haya
violentado su vida, a aquellos a los que su tranquilidad fue quebrantada o
mutilada, a esas personas a los que sus sueños les fueron interrumpidos por el
recuerdo de alguna mala experiencia producto de la inseguridad, pero sobre todo
a quienes nunca pudieron contar la verdadera historia por la cual ya no se
encuentran en este mundo.












Agradecimientos

A mi esposa Janette
A mis hijos: Dassaev y Janette
A mis padres
A mis hermanos
A mis amigas y colaboradoras como correctoras y lectoras Beta: Evelin
Pistelli y Ana Lilia Jacobo Paz.
Y muy en especial a CARMEN, por compartir conmigo parte de esta
historia.













Prólogo

Esta historia nunca pensé en escribirla, jamás imaginé plasmar en letras algo
similar a lo que a continuación usted amable lector leerá. Una historia como esta
no debería existir más que en la imaginación del escritor, recluido en un libro de
ciencia-ficción. No obstante, la realidad rebasa la ficción, la existencia de una
sociedad castigada por la barbarie, por la impunidad, por la delincuencia, una
sociedad mutilada y castigada por años, en la que día a día nos enteramos de
historias que con lamento van siendo cada vez más común, rebasando y
cercenando nuestra capacidad de asombro.
Sin embargo, cuando una lectora de mi anterior libro “72 horas en Rusia”,
me contó estos días de su vida, no pude resistir a contárselo a usted que tiene el
presente libro, ya sea en sus manos o en su pantalla.
Con la esperanza de que algún día en México, el país que me vio nacer, este
tipo de historias sean contadas por nuestros hijos a su descendencia, como algo
que antes sucedía en su tierra, como algo que ya cicatrizó, como algo que sólo en
los textos de suspense y ciencia-ficción sucede. Eso significará, que el ser
humano ya se reivindicó con su especie misma, que ya se reformó, que ya se
perdonó, y que ya recuperó el mayor de los valores… El valor, por la vida
misma.


A no ser que los distintos personajes mencionados en esta novela sean
identificados, ya sean en la historia reciente o pasada, son de la invención del
autor, y por lo tanto no representan personas reales vivas o muertas.


















Capítulo 1

Octubre 28 del 2008; Puerto Escondido, Oaxaca, México.

Karla, sentada sobre la fina arena miraba con mucha atención, y hasta con
cierta admiración, a la casi decena de surfistas que retaban con gran destreza, a
las enormes olas que se formaban en aquel rincón del Pacífico mexicano. El sol
radiante, casi en su zenit, quemaba la piel apiñonada de Karla, que en ese
momento lucía rojiza debido a la exposición solar, dándole un realce a sus ojos
color café claro.
Miró su reloj, las once y cuarto marcaba éste, apenas había llegado al
paradisiaco lugar turístico un día anterior. Si bien no iba en plan de vacaciones,
sí aprovechó ese pequeño paréntesis en su vida para salir de la rutina diaria. El
edificio de oficinas en donde laboraba como abogada en un bufete de la
gigantesca Ciudad de México, parecía tan lejano, no sólo geográficamente, sino
también de su mente. Apenas si recordaba en ese momento el rostro inquisidor
de su jefe, o el de Erick, compañero de al lado, quien seguramente por la hora,
ya estaría haciéndole señas para ir a comprar alguna fritura o acudir al pequeño
restaurante donde degustaban con frecuencia, una exquisita torta de milanesa.
Ese par de días había estado en aquella concurrida localidad oaxaqueña, bajo
un permiso especial, para arreglar asuntos personales. Debido a su gran
eficiencia como litigante, solucionó de manera expedita los trámites y papeleos,
a los que por las características mismas del caso, debió haber acudido
personalmente para resolverlos. Gracias a esto, el tiempo le alcanzó para acudir a
la playa, disfrutar del sol durante dos, o quizá tres horas, mientras esperaba la
llamada de confirmación de su vuelo de regreso a la congestionada y complicada
capital del país.
Un surfista italiano la hizo gritar de emoción, cuando éste se montó en una
gran ola de cuatro metros de altura y se introdujo dentro de ella hasta ocultarse.
Parecía que el mar se lo había devorado, sólo se apreciaban los chispeantes
reflejos del sol que se mezclaban con el color azul marino y el blanco de la
espuma. Karla miraba la escena con curiosidad, expectante del desenlace de
aquella acrobacia. Segundos después, emergiendo como un tritón, se vislumbró
una figura humana montada en su tabla, saliendo victorioso por el lado opuesto,
había cruzado el tubo que formaba la ola de manera espectacular. La mujer reía
de emoción, incluso se colocó de pie, levantó sus gafas oscuras que casi cubrían
la mitad de su rostro y se dio el tiempo para aplaudirle, no le importó que el de
origen europeo ni enterado estuviera de aquella serie de gestos eufóricos.
La temperatura iba en aumento, el termómetro indicaba treinta y seis grados
centígrados. Miró por un lado de ella misma para localizar el vaso desechable
que tenía semienterrado en la arena, junto a una amplia toalla blanca; dio un gran
sorbo a la bebida, cual sedienta en el desierto y miró nuevamente su reloj. La
ansiedad iba más en aumento cada vez, cuando por fin, su teléfono celular sonó:
—¡Andrea! —pronunció aliviada y segura, al leer el nombre de su amiga en
su aparato celular.
―Sí Karla, soy yo, te tengo malas noticias, no hay ningún vuelo a la Ciudad
de México para el día de hoy, lo siento.
—¿Cómo?, no es posible, debo regresar hoy mismo, mis hijos y mi esposo
me esperan ya. Además recuerda que ya casi es Halloween, y debo comprar los
materiales para los disfraces de mis pequeños, ¡el festival escolar es
importantísimo para ellos!
—Sí Karla… Por lo mismo, no hay lugares disponibles. El puente laboral
debido a Halloween y Día de Muertos ha hecho que todos los vuelos estén
saturados, podría ponerte en la lista de espera, por si alguien cancela, pero te
arriesgarías mucho a quedarte allá un par de días más.
—¡Imposible!, mis hijos me matarían, sus disfraces deberán estar listos, y
además, ¿qué hago yo sola en este lugar?
—Bueno… hasta la pregunta es necia Karla… estás en un lugar
paradisiaco, imagínate: Puerto Escondido… tú sola, un francés o italiano
buenísimo, fin de semana, tú sabes…
—¡Tonta!, ¿cómo crees?, ¡¿en qué cosas piensas?!
—Si te dijera en qué cosas pienso, seguro te olvidarías de tu vuelo de
regreso.
—¡Ya cállate Andrea!, hablo en serio, estoy preocupada…
—Sí, perdón, creo que una alternativa es que vayas de inmediato a la
Terminal de Autobuses, compres un boleto, antes de que también se agoten. Es
mejor que regreses en camión, no te arriesgues a quedar varada.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Son doce horas de camino! —Alzó la voz con
mezcla de enfado y de inconformidad.
—Bueno, es una alternativa, la otra posibilidad es que te regreses corriendo
—Soltó una gran carcajada, contagió a Karla de la misma, y ambas amigas
sonrieron como siempre lo hacían cuando charlaban.
—Muy bien, parece que no me queda más remedio que ir a la Terminal de
Autobuses, gracias amiga, cuelgo ya, arreglo maleta, entrego la habitación y
salgo a comprar el boleto.
—Está bien Karla, me avisas apenas tengas algo confirmado, quiero saber
la hora de llegada, podríamos planear vernos en tu casa, quizá te pueda ayudar
a hacer los disfraces. ¡Suerte!
—Gracias por tu ayuda, te aviso más tarde y allá nos vemos, ¡Bye!


—Como ya le dije señorita, no puedo hacer nada más por usted, no hay
boletos para este momento, la única corrida disponible para el día de hoy es a las
ocho y media de la noche, y llegará a la Ciudad de México a las ocho horas del
día de mañana. Decídase ya, o deje que atienda al cliente que sigue ¿Lo va a
adquirir? —dijo con acento propio de la costa oaxaqueña y de mala gana, la muy
joven y bajita de estatura, empleada de la línea de autobuses.
Con todo el desánimo del mundo, Karla no tuvo más remedio que aceptar:
«Por un lado, no está del todo mal viajar toda la noche, aprovecharé para
dormir, y mañana llego con mis hijos muy temprano, compramos el material
necesario y seguro ganarán de nuevo el concurso de disfraces, al igual que lo
hicieron el año pasado». Pensaba mientras realizaba el trámite para su regreso.
—Sí, lo voy a adquirir —respondió con seguridad al no tener más remedio y
una mejor opción. Buscó entre sus pertenencias el dinero necesario y se lo
entregó de inmediato a la malhumorada y poco amable despachadora.



La tranquilidad del concurrido Puerto, hacen que los surfistas extranjeros
consideren aquellas playas como su propio territorio, incluso algunos llegan a
radicar durante muy largas temporadas. Sin embargo, huyen de ahí, durante los
días feriados por el tradicional Día de Muertos, debido a la invasión por parte
del turismo nacional que sufren esas costas.
El camión de pasajeros había iniciado su marcha con rumbo a la capital del
país. La capacidad del mismo estaba al cien por ciento, la mayoría eran
ciudadanos canadienses, italianos, franceses y estadounidenses.
Karla viajaba sentada al lado de un joven de aspecto amable y sonriente, era
una de las siete mujeres que iban a bordo del vehículo de pasajeros: Dos de
nacionalidad canadiense, dos estadounidenses y tres mexicanas, siendo ella la
única que viajaba sola.
—¡Mi amor!, salimos hace quince minutos de la central camionera, llego a
las ocho en punto, según me dijo la despachadora, ¿pasas a recogerme? —dijo
con entusiasmo, apenas su marido respondió al llamado telefónico.
—Por supuesto, ¡ahí estaré puntual!, ¿cómo te fue con el asunto legal?,
¿todo salió bien?
—Sí, todo muy bien, ¡gracias a Dios! No hubo contratiempos, incluso me di
un tiempo para asolearme en la playa.
—¡Qué bueno!, me alegro. Ya me contarás con detalle a tu regreso, por lo
pronto trata de dormir en el camino, descansa, ya los niños están durmiendo.
—Dales un beso de mi parte, trataré de dormir. Hasta mañana cariño, los
extraño mucho.
—Yo también a ti corazón… Hasta mañana, ¡Buenas noches!
La abogada se despidió de su marido con un toque de nostalgia, pero a la vez
alegre de estar a sólo unas horas de reunirse con su familia. En los quince años
que llevaba de casada, pocas veces había estado separada de su familia, por lo
que sintió una ligera pena en no estar compartiendo, en particular con sus hijos,
el entusiasmo por el festival del colegio que ya se avecinaba, sin embargo, se
daba ánimos haciendo planes con los disfraces que debía confeccionar al día
siguiente. Recordó que el año pasado habían sido triunfadores en el festejo
escolar, su mente estaba llena de imágenes: Carlos y Mariana de siete años de
edad —Gemelos y menores que el primogénito de doce años de nombre Antonio
—, habían acudido disfrazados magistralmente de Vampiro y de Mujer Lobo
respectivamente, por lo que fueron premiados con dinero en efectivo, pero sobre
todo con el aplauso y reconocimiento de todos sus compañeros. Esto llenaba a la
orgullosa madre de felicidad, sus hijos lo eran todo en su vida, consideraba la
sonrisa en el rostro de ese par de infantes el mejor regalo que Dios pudo haberle
hecho.
El autobús rodaba sobre el asfalto en la sinuosa y serpenteante carretera que
apenas se veía en medio de la noche, a la vez que las luces de las últimas casas
se avistaban por el retrovisor del conductor, titilantes, como luciérnagas
surcando la oscuridad. Karla trataba de conciliar el sueño, mientras las imágenes
de sus hijos aparecían en sus recuerdos, llenándola de alegría y de ilusión.
Seguramente haría ganar a sus vástagos nuevamente ese concurso de atuendos.
Lo que no sabía ella, era que el destino le tenía reservado una sorpresa más, una
no muy agradable. Un dramático y trágico giro en su vida estaba a punto de
hacerse presente.

























Capítulo 2

Seis meses antes.

El entierro celebrado en el Estado de Veracruz estaba llegando a su fin.


Karla había asistido a los funerales de Artemio, primo de su marido Rubén. Con
mucha solemnidad y respeto se habían despedido de los familiares, y de algunos
amigos presentes.
—¡Vayan con cuidado!, la lluvia se acerca, y al llegar a la sierra parece que
el cielo se cae —advirtió Rosaura, tía de Rubén.
—Iremos con cuidado, no se preocupen, comeremos en el camino,
seguramente encontraremos algún pequeño restaurante durante el trayecto —
respondió Rubén despidiéndose de sus familiares, ante la atenta mirada de los
demás presentes.
Tres horas más tarde, después de haber comido en una pequeña cabaña a
orillas de la carretera, la pareja iba comentando y lamentando la muerte del
familiar. La lluvia se había hecho presente en el camino, y amenazaba con
arreciar.
—Espero no nos llueva todo el camino, no quiero llegar muy noche a casa —
dijo Karla con enfado, tenía la cara demacrada, la larga jornada había hecho
mella en su rostro y en general en todo su cuerpo; lo mismo sucedía con Rubén,
quien en ratos hacía el esfuerzo por mantener la mirada bien puesta en el
camino.
—Rubén, ¿no será mejor que paremos un poco a descansar?, te veo algo
agotado.
—No, estoy bien, es verdad que me siento fatigado, pero es mejor salir
rápido de la sierra, en este lugar llueve muchísimo, y no quiero que nos atrape un
torrencial por aquí.
—Bueno, pondré algo de música, así te mantendrás atento… Te doy
opciones, ¿a quién prefieres, Madonna, Katy Perry, o algo más calmado? —dijo
ella, mientras buscaba algunos discos compactos dentro de la guantera.
—No, no me siento con ánimo de escuchar algo estridente… ¿Comprendes?,
recién acabamos de sepultar a mi primo, y…
—Lo siento, no quise hacerte sentir mal, sólo que… Quiero mantenerte con
tus sentidos a toda su capacidad. No importa, buscaré algo más… ¡Cuidadooo!
¡Rubén! —gritó de repente con pánico, al mismo tiempo que llevó ambas manos
a su rostro.
—¡Sujétate Karla!, no puedo controlar el coche…
El automóvil en que viajaban derrapó de manera intempestiva. Había
demasiada humedad en el ambiente y el asfalto tenía poca adherencia, Rubén
estaba perdiendo el control e invadieron el espacio del carril contrario.
—¡Rubén, cuidado con ese tráiler! —gritó más por instinto, que por advertir
a su marido, quien obviamente veía venir hacia ellos el enorme vehículo de
carga.
—¡Dios mío Karla! —Otro enorme grito de angustia invadió el interior del
automóvil.
El tráiler se enfilaba de frente hacia ellos. Rubén tuvo que virar con fuerza y
rapidez para evadir el inminente choque de frente con el monstruo de acero, que
cada vez se veía más grande, si esto sucedía, seguramente sería el encuentro con
la muerte, por fortuna, pudieron eludir ese primer incidente, sin embargo no se
salvaron de caer a un barranco. Rodaron como simples piedras, dirigiéndose en
grandes giros al fondo del abismo. El sonido del metal golpeando el suelo se
escuchaba a cientos de metros. Karla sólo veía una y otra vez, de forma
alternada, el pasto y el cielo que comenzaba a tornarse semioscuro. Su cuerpo
parecía no parar de girar, trataba de cubrir éste con sus brazos, pero la fuerza
centrífuga hacía que sus extremidades no le obedecieran, se sintió como una
simple muñeca de trapo dentro de una secadora de ropa. Sólo gracias a que
llevaba puesto el cinturón de seguridad, pudo mantenerse dentro del vehículo.
La muerte la había acechado, la olió, la sintió, coqueteó con ella, y su cuerpo
aunque maltratado y golpeado, resistió. No supo cuántas veces giró, tampoco
cuánto tiempo transcurrió, pero por fin, el automóvil dejó de rodar. Quedó
desmayada, tal vez inconsciente durante unos breves minutos, hasta que su
marido la despertó, desesperado y gritando, pensando que quizá estuviera
muerta:
—¡Karla!, ¡Karla! —gritaba Rubén con angustia y zozobra, mientras daba
unos ligeros golpes en sus mejillas, intentando una pronta reacción.
Ella no respondía, parecía inerte. Rubén de inmediato desabrochó ambos
cinturones de seguridad, intentó levantarse, pero su cabeza se golpeó
fuertemente con el toldo del automotor, ahí se dio cuenta que éste estaba
reducido a simple chatarra.
—¡Karlaaa! —gritó aún más fuerte.
Con gran esfuerzo bajó del auto, el cual se había detenido al golpear un gran
tronco de un pino al fondo del barranco. Por fortuna quedaron con la vista hacia
arriba, lo que facilitó que pudiera salir rápido e ir en auxilio de Karla. Abrió la
puerta del copiloto y de inmediato posó su oreja en el pecho de su pareja,
cerciorándose de que su corazón latiera, por suerte, el órgano de Karla latía con
normalidad.
Rubén suspiró con alivio cuando su esposa abrió los ojos. Algo confusa y
con un fuerte dolor en la nuca y el cuello, se fue incorporando.
—¿Qué sucedió?, me duele todo —dijo ella como si no recordara nada.
—No importa qué sucedió, lo importante es que estamos sanos y salvos —le
respondió con alivio, al momento que la abrazó para fundirse en un solo cuerpo.
Las lágrimas del varón saltaron de inmediato, fueron lágrimas de felicidad, o
quizá de agradecimiento al Todopoderoso.
De aquel incidente, milagrosamente ambos salieron ilesos, el automóvil fue
reducido a simple chatarra. La pareja salió caminando como si nada hubiese
sucedido, tan sólo Karla tuvo que usar collarín durante un mes, debido a una
contractura muscular. El auxilio llegó minutos después, y todo quedó en una
amarga anécdota, en un amague de la muerte.





















Capítulo 3

Octubre 29 del 2008, 2:30 a.m. en algún lugar de la línea limítrofe entre
los Estados de Oaxaca y Guerrero.

Un fuerte golpeteo hizo despertar a Karla, el autobús temblaba, se sacudía


como si hubiese ingresado a una trituradora gigante. Somnolienta, pero a la vez
asustada, y como un acto reflejo, se agachó en su propio asiento, hasta casi
lograr colocarse en posición fetal, protegiéndose con ambos brazos la cabeza.
«¡No, otra vez no!, ¡Dios mío, no otra vez!». Pensó de inmediato al notar que la
sacudida no cesaba; por un momento, aquellos brincos se le hicieron familiares y
no pudo evitar recordar en ese instante, el terrible accidente automovilístico que
hacía seis meses había sufrido.
Sin embargo, pasado un par de segundos, que para ella parecieron minutos,
notó que su cuerpo no giraba ni se golpeaba como en aquel accidente en la sierra
veracruzana. Se animó a levantar la cara con la intención de indagar la
procedencia de aquél traqueteo, volteó hacia su izquierda, vio entre las sombras
y la poca luz que reflejaba la luna, a un señor de edad madura, de corte de pelo
raso al estilo militar y de tez morena. Éste lucía expectante, al igual que ella. Un
instante después, la mujer viró su cabeza ciento ochenta grados, esta vez, su
mirada se topó con la de un joven varón con el que compartía el asiento, quien
parecía también desconcertado y que con sigilo comenzó a recorrer la cortinilla
del ventanal, Karla aprovechó para asomarse al exterior al igual que el
muchacho. Únicamente se veía, gracias al reflejo de las luces de los faros: el
pastizal y el movimiento de las ramas de árboles quienes a su vez golpeaban el
techo del camión, que lo hacían resonar con fuerza causando una mayor
incertidumbre entre los pasajeros. «¡Gracias Dios mío!, no nos accidentamos,
afortunadamente no sufrimos ninguna volcadura», pensó con alivio y con
agradecimiento al creador, sin embargo, de inmediato reflexionó: «Pero si no fue
un accidente, ¿qué hacemos fuera de la carretera asfaltada?, ¿Qué hacemos en
campo abierto?»

























Capítulo 4

Un gran lobo de color gris con manchas negras corría a medio bosque, los
colmillos lucían amenazantes, grandes, filosos, listos para la gran mordida, su
víctima se encontraba a pocos metros. La mirada asesina y penetrante estaba
bien fija en su próxima presa, era cuestión de segundos para atrapar a esa mujer
indefensa que corría delante de él.
La oscuridad de la noche escondía el rostro y el gesto de terror de la mujer,
pero se podía oler el miedo y la angustia. El largo pelo volaba y se agitaba
mientras intentaba huir de su captor, las piernas parecían ya no responder como
ella quisiera, parecía como si se le atoraran en el crecido pastizal. Ella volteó
hacia atrás para atestiguar que el animal predador cada vez estaba más cerca. Sus
piernas finalmente cedieron, cansada de correr, cansada de huir, su cuerpo cayó
al suelo… No hizo nada más, sólo protegió su cara, esperando el mortal ataque
del animal salvaje.
—¡Mamá! —gritó con pánico y de manera estridente al despertar a media
madrugada el pequeño Carlos. Estaba agitado, su cuerpo entero sudaba sin
tregua, completamente asustado.
—¿Qué sucede? —Le dijo su hermana con asombro, debido al grito que
invadió la habitación.
—¿Mi mamá? —dijo Carlos nuevamente manifestando su angustia—.
Estaba soñando que un gran lobo la perseguía por el bosque, que la estaba
alcanzado, yo quería ayudarla, pero no me podía mover, sólo miraba la escena,
nadie podía auxiliarla, el animal casi la mordía… En eso, desperté —agregó con
angustia, al mismo tiempo que bajó de su cama para ir a abrazar a su gemela,
quien ya se había sentado en su cama.
—¿Qué pasa, me despertaron, por qué gritan tanto? —dijo Antonio con
incertidumbre, arqueando las cejas y con mirada expectante, justo al abrir la
puerta de la recámara de sus hermanos, al instante que encendió la luz eléctrica.
—Nada, no pasa nada, sólo que estábamos soñando muy feo, teníamos
pesadillas —respondió Carlos.
—¿Soñábamos?, soñabas que es distinto, yo dormía muuuy plácidamente—
objetó la gemela Mariana, con cierto desaire.
—Bueno, ya está bien, no es momento de pelear, vuelvan a dormir —Con
autoridad les dijo Antonio, quien a pesar de su corta edad, ya se sentía el gran
protector de sus hermanos menores.
—Es que… tengo miedo —Manifestó Carlos nuevamente con angustia.
Las voces de sus hijos en plena madrugada lograron despertar a Rubén, lo
extrajeron de un profundo sueño. De inmediato se levantó, encendió la luz y
miró el reloj de pulsera que había dejado en su buró «Las 2:30 de la
madrugada», pensó con extrañeza, tomó su bata y cubrió todo su cuerpo, calzó
un par de pantuflas y se dirigió a las recámaras de adjunto.
—¿Por qué están despiertos a esta hora?, ¿un ratoncillo anda de nuevo por
ahí? —cuestionó.
—No, sólo que Carlos nos despertó, dice que soñaba que un lobo perseguía a
mamá —informó Mariana.
Rubén se quedó pensativo unos instantes, recordó que Karla debía venir casi
a medio trayecto. Por un momento se contagió de la angustia de su hijo Carlos.
Aun así, ocultó su inquietud y dijo con seguridad:
—Su mamá ya viene en camino, hace rato hablé por teléfono con ella,
vamos, ¡todos a sus camas!, mañana temprano iré a recogerla a la Central de
Autobuses, ya verán que todo fue sólo eso… Un mal sueño.
—Está bien, pero… ¿Puedo dormirme con alguno de ustedes, no quiero estar
solo? —Casi suplicó Carlos, su cara revelaba aún su angustia.
—Si quieres ven aquí conmigo, dormiremos abrazados —le sugirió su
hermana, con un gesto de ternura y en muestra de solidaridad, al mismo tiempo
que golpeó con su mano derecha tres veces la cama propia.
Rubén, al igual que sus hijos, regresó a la cama, no sin antes dudar en hacer
una llamada al teléfono celular de su esposa. El sueño que tuvo su pequeño hijo
logró sembrar en él cierta intranquilidad y se agobió, sin embargo, pensó: «No,
no pasa nada, sólo es un sueño». Dejó de mirar su teléfono durante un instante,
pero la zozobra no se disipó por completo, tomó su aparato de comunicación y
sin pensarlo más, comenzó a digitar el número telefónico de Karla.
—“El número que usted marcó, está apagado o se encuentra fuera del área
de servicio” —. Se escuchó una grabación de la compañía telefónica.
Rubén se mortificó aún más, quedó pensativo un par de minutos. Instantes
después, reflexionó: «Bueno… Karla debe venir por alguna zona de la carretera
en donde no exista cobertura telefónica… Sí, eso debe ser, dormiré ya, que
mañana temprano voy por ella».

















Capítulo 5

Apenas se detuvo el autobús la puerta se abrió, éste fue abordado de forma


intempestiva por un grupo de personas, las luces interiores fueron encendidas de
inmediato, y los pasajeros, expectantes de lo que sucedía, centraron su mirada en
la parte delantera de la unidad.
—¡Al que intente hacer algo se los carga la chingada, hijos de su puta madre!
—Una voz amenazante con un tono propio de los nativos de la costa del Pacifico
Sur mexicano se escuchó, ésta procedía de un hombre que recién había abordado
el vehículo de pasajeros.
—¡Todos con las manos en la nuca cabrones! —Una voz más ronca, con el
mismo tono costeño e igual de amenazante se escuchó enseguida.
Los gritos comenzaron a escucharse, procedentes de los pasajeros, quienes se
volteaban a ver unos con otros. La mayoría de los extranjeros no lograban
entender los insultos, sin embargo, al ver a los hombres encapuchados con armas
largas, otros con machetes, y otros más con cuchillos, no dudaron que estaban en
problemas.
Karla logró calcular ocho, tal vez diez hombres encapuchados, quienes en
pocos segundos se habían dispersado por el estrecho pasillo del autobús.
Un enmascarado, quien de primera instancia parecía ser el líder del grupo,
caminó lentamente observando cada uno de los rostros de los pasajeros. Aquella
mirada era inquisidora, indagatoria, penetrante, como si olfateara o buscara algo,
con la calma y la paciencia de un felino cazador. Finalmente llegó al fondo de la
unidad y gritó fuerte:
—Quien sea golpeado en la nuca deberá inmediatamente levantarse de su
asiento y bajar del autobús, aquél que se niegue a hacerlo, será ejecutado de
inmediato, aquí mismo morirá como un perro rabioso, ¿entendieron?, ¡no
estamos jugando hijos de la chingada! ¡Ahhh! —agregó advirtiendo, al mismo
tiempo que mostró un enorme cuchillo brillante, parecía como si recién le
hubiera sacado todo el filo posible—, el que le quiera hacer o jugar al héroe ya
sabe a lo que se atiene.
Karla guardó la calma, a pesar que se impactó aún más al mirar a aquel
temible cuchillo, el tamaño la impresionó. Sólo había visto uno similar en alguna
película de Rambo, o en alguno de esos programas de aventureros de National
Geographic Channel, que veía junto a sus hijos los fines de semana. Sin
embargo, una canadiense que iba tres asientos por delante de ella no pudo
ocultar su miedo y lanzó un grito de terror.
De inmediato, uno de los encapuchados se acercó hasta ella y sin ningún tipo
de duda o contemplación, la golpeó con la culata del arma que llevaba en sus
manos, con fuerza suficiente para hacer sangrar el rostro de la mujer.
—¡Cállate hija de la chingada!, silencio todos, el próximo que grite me lo
quiebro —advirtió, al mismo tiempo que levantó su fusil AK-47.
El silencio fue total, algunos ahogaron los gritos mordiéndose sus propios
brazos, otros trataban de esconderse entre los asientos, las lágrimas salieron de
algunos más, y los menos, guardaron la calma. Los extranjeros no necesitaban
más traducción que lo que acababan de atestiguar.
Así, la elección de los pasajeros que debían abandonar la unidad inició. Uno
de los integrantes del grupo invasor comenzó a caminar lentamente, mirando los
rostros de cada pasajero, se cruzaba con sus miradas, escudriñaba en sus ojos
como si quisiera leer algo en sus mentes; dio un par de pasos, y el primer elegido
llegó. Un hombre mexicano de aproximadamente treinta años fue golpeado en la
nuca por él, de inmediato, el primer seleccionado se levantó, y fue conducido
entre jaloneos por otro hombre hacia el exterior del autobús.
El siguiente no tardó en llegar, un estadounidense de cuarenta años también
fue golpeado en la nuca fuertemente por una mano del elector. Éste siguió su
andar hacia el fondo del camión, localizó a una jovencita que aparentaba tener
catorce, tal vez quince años, la miró por un instante, la adolescente volteó para
mirar a su madre, quien iba al lado, el miedo la invadió. Cuando regresó la
mirada al encapuchado, éste ya había dado otro par de pasos siguiendo en su
tarea de elección, ante un suspiro de alivio de la menor de edad, y la de su propia
madre, quien apretó más fuerte el rosario que llevaba escondido en su mano
derecha. Ellas podrían asegurar que serían elegidas, por lo que dieron gracias a
Dios de que no hubiese sucedido así. El tercero y cuarto elegido llegaron
segundos después, una pareja de origen canadiense que venía de disfrutar su
luna de miel en Puerto Escondido, fueron golpeados en la nuca. Al igual que los
anteriores, bajaron de la unidad con miedo y prisa, entre agresiones, tanto
verbales como físicas:
—¡Pa´ bajo, pinches gringos, hijos de su puta madre!
Karla, quien estaba sentada casi hasta el fondo, comenzó a angustiarse cada
vez más, su respiración se agitó, experimentó un gran escalofrío, advirtió que la
sangre le subía y le bajaba por todo su cuerpo como si estuviera en una Montaña
Rusa, se sintió como en un sueño, por un momento pensó que tal vez habría sido
mejor que el camión hubiera sufrido un accidente. No supo distinguir en ese
momento que había sido peor, si aquel percance de hace seis meses, o este
momento de zozobra y angustia; finalmente la muerte la acechaba una vez más.
Por fin, su tiempo de elección llegó, el hombre se acercó hasta su lugar, en
ese momento vio los ojos del encapuchado, fueron sólo unos instantes,
fracciones de segundo que nunca olvidaría, la mirada penetrante de aquel
hombre parecía la de un zombi, la de un cuerpo inerte, sin alma. Pensó que no se
trataba de un ser humano, sino de la muerte misma, o al menos un enviado de
ella, un emisor del mal, un mensajero del infierno.
El porrazo en su nuca no tardó en llegar, fue elegida, se levantó de inmediato
intentando evitar algún golpe más fuerte, pero fue en vano, gimió de dolor al
sentir en sus costillas la culata de un arma, sin embargo, caminó hacia adelante,
valiente y erguida. De reojo y como en cámara lenta, miró a aquella muchachilla
que se salvó de ser elegida, sus miradas se cruzaron una centésima de segundo,
aun así, el tiempo fue suficiente para hacerse entender. Con la vista, Karla le dijo
a aquella casi niña, que no se preocupara, que todo saldría bien. Posteriormente,
bajó las escalerillas y se unió a los demás seleccionados. Sus ojos casi se salen
de sus orbitas al advertir que debajo del camión había otro gran grupo de gente
dotada de armas de todo tipo, muchos de ellos vestidos con uniformes militares.
Los machetes reinaban entre ellos, aunque las armas largas y los cuchillos
también se destacaban. Calculó que podrían ser quizá otras treinta personas
armadas. Las sorpresas no terminaban, pues al girar a su derecha notó que todo
el equipaje de los pasajeros ya estaba debajo del autobús, en ese momento pensó
que quizá todo se trataba de un asalto, pero si fuera así, ¿para qué hacerlos
descender, y sólo a algunos de los viajeros?
Finalmente, detrás de ella, bajaron de la unidad el varón que viajaba como
compañero de asiento y el hombre de pelo raso que venía a la izquierda de ella.
Éste fue el más golpeado, apenas tocó el suelo y tres hombres lo derribaron, para
después ser pateado en la espalda, cabeza y piernas. El total de elegidos fueron
veinte, los demás pasajeros permanecieron en el autobús.
—Fórmense en una sola fila pinches ratas de caño, y miren hacia aquél lado
de allá —dijo el líder de los hombres armados, señalando hacia lo que parecía
ser un cerro. La poca luz de aquella noche apenas dejaba ver la silueta de
algunos árboles cercanos y de la cima de una gran colina.
Los veinte elegidos obedecieron los mandatos recién recibidos, sabían que si
desafiaban a los hombres enmascarados, podrían ser golpeados, o en el peor de
los casos ultimados. Antes de recibir la siguiente orden fueron auscultados de
manera minuciosa; bolsos de mano, carteras, relojes, colguijes, y cualquier
objeto ajeno a la ropa les fueron retirados.
—Ahora, caminen sin mirar atrás, ¡avancen putos! —dijo un agresor, al
tiempo que daba una patada en el trasero al último de fila.
Karla, al igual que los demás, caminaron por lo que parecía ser una vereda.
Con aquella oscuridad era difícil visualizar veinte metros más allá del lugar por
donde caminaban, el andar se estaba tornando más difícil, algunas ramas y el
crecido pastizal con el que se iban encontrando lo obstruía.
Apenas habían avanzado cerca de cien metros, y ya estaban escuchando una
voz de mando:
—¡Alto ahí, deténganse ya!
Ante la orden, los veinte cautivos se detuvieron de inmediato, Karla miró
detrás de sí, y notó que seguían rodeados de aproximadamente una treintena de
personas.
—Viendo hacia adelante cabrona, ¿quién te dijo que podías voltear? —Un
hombre le gritó, advirtiéndola. Tuvo suerte por esta vez de no ser golpeada.
—Ahora todos colóquense frente a nosotros, volteando hacia acá, ¡vamos!
¡Rápido!
De primera instancia, algunos no entendieron la nueva orden, en particular
los extranjeros, por lo que a jaloneos y más golpes, fueron formados en una fila
horizontal, ahora los pasajeros estaban frente a frente con sus captores. Karla en
ese instante pensó que estaban a punto de ser fusilados, parecía una escena
extraída de una vieja película de la Revolución Mexicana. Miró con más
atención a los agresores, o lo poco que podía apreciar debido a la escasa luz
disponible. Todos los hombres estaban armados y con el rostro cubierto con
pasamontañas, la gran mayoría, por no decir todos, de mediana o baja estatura, el
color de piel no se notaba, los uniformes militares o al menos eso parecía, era el
común denominador. Se destacaban las armas blancas, pues aún con la poca luz,
el metal hacía que se reflejara ésta de manera amenazante. Los cuchillos y
machetes destellaban a la muerte misma, podían reflejar un fulgor de luz que al
mismo tiempo les anunciaba que tal vez su final estaba muy cerca.
—Muy bien, ahora todos dense media vuelta y peguen sus cuerpos unos con
otros, todos pegaditos cabrones.
Al girar su cuerpo, y con la vista ya más acostumbrada a la oscuridad, Karla
notó que estaban a tan sólo cinco metros de un barranco, se encontraban justo en
medio de hombres armados dispuestos a matar y un abismo topográfico. No
tardó mucho tiempo en llegar la siguiente orden:
—Todos al suelo, con la cara pegada a la tierra, apúrenle, los quiero ver a
todos como víboras, arrastrándose en el suelo, todos pegados, ¡todos juntos
cabrones!
Los extranjeros siempre eran jaloneados por otros hombres por si acaso no
entendían del todo las instrucciones.
—Ahora arrástrense hacia el barranco, quiero sus caras mirando al
desfiladero —dijo el líder captor, al mismo tiempo que pateó a dos de las
víctimas, quienes parecían no acatar las órdenes con rapidez.
Por fin, después de unos segundos, las dos decenas de cautivos quedaron con
sus caras en la tierra y a unos cuantos centímetros de un desfiladero. Karla no
quiso ver hacia el fondo, no quiso saber cuántos metros separaban a su cuerpo
del fondo del abismo. Pensó que si eran arrojados al vacío sería mejor no saber
desde qué distancia caería. Sólo miró de reojo a sus costados, sentía los cuerpos
de sus compañeros de viaje y desgracia. Comprendió que todos estaban apilados
y encerrados como sardinas en una lata, y en verdad no estaba lejos de la
realidad, sólo que la lata de aluminio era sustituida por fusiles AK-47, cuchillos,
machetes y un barranco.
Hubo un momento de silencio, previo a un corte de cartucho; instantes
después se escuchó un golpe, parecía como si un par de machetes hubiesen sido
golpeados entre sí. El ruido aterrador del choque del metal con metal parecía
estar cercenando la moral de todos los cautivos; los sollozos de una mujer se
escucharon de entre el grupo de sometidos.
—Cállate pendeja, no quiero chillidos estúpida —Una estadounidense
parecía entrar en pánico, de inmediato fue reprimido su lloriqueo, al mismo
tiempo que un par de golpes en su espalda hicieron que el llanto se transformara
en un aullido muy agudo, un chillido de dolor.
—¡Son of a bitch! —Se escuchó de forma tímida el insulto en inglés. Sin
embargo, un par de hombres de inmediato desataron con furia una serie de
golpes distribuidos por todo el cuerpo del hombre que lanzó el improperio.
—Muy cabrón ¿no?, pinche gringo puto, otro de esos gritos y te corto la
lengua antes de clavarte el cuchillo en el cuello —Le advirtieron mientras le era
paseada el arma de metal por todo su cuello, intimidándole.
—Mátalos ya Comandante, de una buena vez, que se los cargue la chingada,
hazlo en este momento. —Se escuchó otra voz, sugiriéndole a su superior.
—No estaría mal —respondió el Comandante, al mismo tiempo que cortó
nuevamente cartucho. El ruido hizo mella en todos los cautivos, algunos
cerraron los ojos, otros gimieron, ahogando su llanto en el suelo. La escena
tétrica era vista a pocos metros de distancia por los hombres armados, quienes
sonreían, parecían gozar el dolor ajeno, aparentaban disfrutar el momento.
Karla escuchó casi de inmediato algunos gemidos de dolor, producto de los
golpes recibidos por sus compañeros de desgracia. Parecía como si en turnos de
a dos personas estuvieran siendo castigados: las patadas en las costillas, en las
piernas, en la cara, acompañados de culatazos en los glúteos se mezclaron entre
insultos y quejidos. Ella hundió un poco más su cara en la tierra, cual avestruz,
haciéndose ajena al peligro, huyendo por un momento de su fatídica suerte, de
ese presente que se le manifestaba como un fantasma en forma de machete,
como un ente demoniaco materializándose en su cuello. Si bien, los ojos los
cerró con todas sus fuerzas, el filo del arma blanca recorriendo su cuello con
lentitud y el frío del metal acompañado de una risa burlona, hizo que viajara su
mente hasta la Ciudad de México, hasta la habitación de sus hijos, pensó que su
momento final estaba cerca, y quería que sus últimos pensamientos fueran hasta
sus críos. Los abrazó con todas sus fuerzas, les sonrío, les dijo que los amaba,
que siempre iba a cuidar de ellos, que nunca los abandonaría.
























Capítulo 6

El ginecólogo untó un gel transparente en el área del vientre y la pelvis de


Karla, ésta yacía acostada boca arriba sobre la mesa de exploración, mirando con
atención las maniobras del médico.
—Muy bien… Veamos qué es lo que tenemos por aquí —dijo el médico
mientras deslizaba sobre el gel una sonda manual del tamaño de la palma de su
mano que emitiría una serie de ondas sonoras en el interior del cuerpo de la
mujer. Ésta, hizo un gesto como acto reflejo al sentir la opresión de su vientre y
del frío del gel.
—¿Duele? —dijo el médico al notar el gesto de la paciente.
—No, sólo que siento algo raro y muy frío.
El galeno siguió con su labor, sin hacer mucho caso a las palabras de la
mujer. Las ondas sonoras comenzaron a rebotar de inmediato en las estructuras
corporales de Karla y se crearon las imágenes en el ecógrafo que tenían frente a
ellos.
—Y bien señora. ¿Ha platicado con su marido sobre el sexo de su bebé?, es
decir, ¿prefieren niño o niña? —preguntaba mientras no paraba de maniobrar la
sonda con gran habilidad, las imágenes seguían formándose, mientras el médico
parecía buscar el mejor ángulo de ellas, al tiempo que realizaba algunas
anotaciones.
—Mi marido prefiere otro varón, y yo quiero una niña, me encantaría tener
la pareja —dijo ella esbozando una sonrisa, sin quitar la mirada del monitor. Con
curiosidad intentaba descifrar lo que ocurría dentro de su cuerpo, a la vez que
denotaba una gran ilusión que casi brotaba de su alma como hilos de agua
saltando de una fuente.
—¿Qué edad tiene su primer hijo?
—Cinco años, ¡se llama Antonio!
—¿Y qué dice él? ¿Prefiere un hermanito… O hermanita?
—Dice que le da igual…
Pasaron un par de minutos más, el ginecólogo dialogaba con la mujer
mientras concluía el ultrasonido.
—Karla, le tengo una noticia: puede informarle a su marido y a su hijo que
tendrán la parejita.
—¿Es niña doctor? ¡Qué emoción!
—No, parece que no me he explicado bien…
—¿No es niña?
—Bueno, sí, es una niña… pero también un niño, es decir… Está usted
esperando gemelos, ¡niña y niño!
—¡¿Qué?! ¿Está usted seguro?, bueno… Perdón, me ganó la emoción… —
dijo ella, tapándose la boca, no queriendo que el médico se sintiera ofendido ante
la duda.
—No se preocupe… comprendo la emoción, está confirmado. Las sospechas
de que podrían ser gemelos, se acrecentaron desde el momento que detecté en
anteriores exploraciones que el útero crecía demasiado, al igual que el tamaño de
su vientre. Pues bien, ahora el ultrasonido lo está confirmando.
—¿Puedo verlos? —dijo Karla, mientras le escurría una lágrima por su
mejilla derecha. El médico le ofreció un pañuelo desechable, y de inmediato
comenzó a maniobrar la sonda para ofrecerle a la entusiasta mujer una imagen
del par de vidas que llevaba dentro de su vientre.



—¡Antonio!, ¿Ya llegó tu padre?, ven corre, tengo una noticia, ¡una gran
noticia! —dijo Karla entre gritos, apenas entró a casa.
—No, no llegó, mi papi no ha llegado de trabajar —dijo el infante quien se
acercó hasta la puerta de entrada de la casa, acompañado de Nicasia, la nana;
ambos expectantes a la buena noticia anunciada.
—Antonio, la noticia es… Que no tendrás sólo un hermanito, sino dos, o
mejor dicho, tendrás un hermanito y una hermanita.
—¿Dos?, ¡¿dos bebés?! ¿Se puede tener dos bebés? —preguntó confundido
el pequeño Antonio.
—¡Claro, por supuesto que se puede!, ¡esto es una bendición de Dios! —
intervino la nana, contagiada por el entusiasmo que reinaba en ese momento.
—Sí, es una bendición de Dios, habrá que agradecerle a la Virgen de
Guadalupe, iremos todos juntos el próximo domingo a la Basílica, para dar las
gracias por todas las bendiciones recibidas, ¡llevo en mi vientre un par de
angelitos, Carlitos y Marianita vienen en camino!
La madre extendió los brazos para abrazar a Antonio, quien correspondió
con un beso y un fuerte abrazo.
—¿Carlos y Mariana señora? —preguntó curiosa la nana.
—Sí Nicasia, Carlos y Mariana, así se llamarán.
—¡Yupi!, dos hermanitos con quien jugar —El pequeño Antonio dejó ver su
alegría nuevamente.
—Sí, y siempre vamos a estar juntos hijo, siempre velaré por ustedes,
siempre los cuidaré, pase lo que pase, esté donde esté, siempre los protegeré, de
eso no tengas la menor duda mi amor —concluyó Karla entre lágrimas de
emoción. El estar fundida en un abrazo con su hijo hacía sentir aquella escena
como si entre ambos estuvieran haciéndoles sentir lo mismo a los bebes que
apenas se estaban formando, que seguían su desarrollo, y que en unos meses
nacerían.



—¡Levántate hija de la chingada!, ¿acaso no escuchaste? —Se oyó la
enérgica voz de mando. El grito, sin embargo, no pareció inmutar a Karla, quien
parecía estar en un gran letargo, distante, ausente de aquella voz insultante.
—¡Que te levantes cabrona! —insistió el hombre, pero está vez acompañó
las groserías con un par de golpes en la espalda de la mujer. Ésta siguió acostada
boca abajo, con la cara enterrada en el suelo.
—¿Acaso está muerta?, levántenla ustedes dos —ordenó el Comandante a un
par de súbditos, éstos de inmediato se acercaron hasta la dama, y como si de un
maniquí se tratara, la colocaron de pie. Hasta entonces Karla salió de su letargo,
abandonando sus sueños y pensamientos. Aquellos hombres le arrancaron de un
jalón el abrazo que estaba dándoles a sus hijos, para traerla a una realidad en la
que estaba siendo privada de su libertad por un grupo de desconocidos, en donde
las vidas de ella y de un grupo de turistas estaban a merced de unos extraños.
—¡Payasita!, haciéndote la muerta, hija de tu puta madre —dijo un
malhechor mientras golpeaba el vientre femenino con el puño cerrado, con el
coraje mismo que un boxeador atiza a su rival. Karla se tambaleó, giró su cabeza
y encontró entre las sombras a los demás miembros del grupo elegido. Todos
estaban formados de nuevo a un costado del autobús, únicamente faltaba ella. Se
dio cuenta que se había perdido en el tiempo, no supo si se quedó dormida, si
quedó inconsciente o qué ocurrió. No supo cuánto tiempo transcurrió, pero
debieron haber sido quizá diez minutos, lapso en que ella viajó hasta su casa
para abrazar a sus vástagos. Sin embargo, ahí estaba de nuevo, en la falda de un
cerro, en las garras de sus atacantes.
—Fórmate ahí, junto a los demás, y no vuelvas a desobedecer estúpida, que
otra de esas y no correrás la misma suerte. ¡Pendeja!
La mujer, como una autómata, caminó hasta donde los demás cautivos la
miraban con expectativa. Se colocó en la misma formación, y fue hasta entonces
que se dio cuenta que seguía viva. Sintió un frío en su entrepierna, algo húmedo
que recorría sus muslos hasta casi llegar a sus rodillas, se tocó de inmediato, y
constató que sus pantalones estaban orinados, no supo ni cómo ni a qué hora,
seguro había sido en el momento en que se perdió en el tiempo. Sin embargo, no
se inmutó, la oscuridad guardaba el secreto, y ella agradeció a Dios ese
momento, el haber orinado ahí mismo, significaba que su corazón latía, y que
aún debía luchar.
—Suban al autobús, de prisa, aborden y tomen su lugar —la nueva
disposición llegó cuando Karla apenas se había formado, los cautivos
obedecieron raudos.
—¿Por fin nos dejarán libres? —comentó un hombre haciendo la voz casi
imperceptible, y con un tono de esperanza.
—No lo sé, eso espero, ojalá nos regresen a la carretera de nuevo, y que todo
haya sido un mal sueño —respondió la persona de al lado, compartiendo la
ilusión.
—¡Silencio señores! ¡Silencio! —recriminó el Comandante—, suban en
silencio. —agregó gritando.
Karla fue la última en abordar, las luces de la unidad ya estaban encendidas.
Apenas un segundo después, constató con gran desconcierto que los pasajeros
que no habían sido elegidos para descender en un inicio, ya no estaban dentro
del autobús, no supo cómo catalogar este acontecimiento: «No están los demás,
¿qué hicieron con ellos?, ¿a qué hora los bajaron?, ¿A dónde se los llevaron?»
No había terminado de realizar sus conjeturas cuando escuchó un nuevo
grito:
—¡Agáchense todos y tápense los oídos!
Todos obedecieron apresurados, la litigante se cubrió los oídos a la vez que
se colocó en posición fetal, nerviosa y al mismo tiempo expectante de lo que
podría suceder, cerró los ojos casi al instante de que las luces del camión fueron
apagadas una vez más. Apenas cinco segundos después, se comenzó a escuchar
una ráfaga de balas, parecía que ese lugar se había convertido en zona de guerra.
El estruendo producido por las armas se había intensificado por el eco que,
siniestramente, rebotaba en los cerros cercanos. Una y otra vez se escucharon
detonar las armas.
«Por Dios, nos matarán aquí mismo, el autobús será balaceado», caviló por
un momento Karla, sin embargo ese pensamiento se disipó de manera rápida, al
percatarse de que el vehículo no estaba sufriendo ningún ataque. Los estallidos
no cesaron durante el siguiente par de minutos, los gritos dentro del autobús no
se ausentaron, el miedo y el pánico invadió con mayor fuerza a los pasajeros. La
mente de la abogada fue asaltada por un nuevo macabro pensamiento: «Los otros
pasajeros, los que no fueron elegidos en un principio, los bajaron después que a
nosotros y los están matando… Sí, eso está pasando allá abajo ¡Dios mío!, ¿qué
es esto?, no lo permitas, ¿qué está sucediendo?»
Los pensamientos fueron desvanecidos una vez más por su razonamiento, la
duda del hecho mantenía su mente ocupada:
«Pero no se escuchan gritos, si estuvieran matando a alguien, seguro se
escucharían gritos de horror o negación… Pero, ¿y sí les taparon la boca?,
¿qué sucede haya afuera?, o puede ser que también estén jugando con nuestras
mentes, haciéndonos sentir indefensos, llevar nuestro psique al máximo, ¿qué
hacen estos malditos?»
Las ráfagas de fuego por fin cesaron, la calma regresó, el silencio se apoderó
del lugar. Los veinte cautivos se fueron incorporando poco a poco, abandonaron
la posición fetal, levantaron la cabeza con expectativa, ¿qué nuevo
acontecimiento les preparaba el destino?
La puerta del autobús se abrió nuevamente, Karla se dio cuenta hasta ese
momento que el chofer era uno de los veinte elegidos, lo supo al verlo sentado
en el asiento propio para operar la unidad, al mismo tiempo que distinguió el
uniforme de la línea. Éste a su vez, recibió un nuevo mandato por parte de los
captores quienes ya habían abordado de nuevo el automotor, el cual debía ser
encendido para dirigirse hacia la cima del cerro, hasta donde pudiera llegar, hasta
donde la potencia del motor y lo denso de la maleza permitiera dejar avanzarlo.
La noche siguió su curso, la luna parecía caminar con la misma lentitud que lo
hacían ellos, entre la incertidumbre que reinaba el interior del camión.



—Hasta aquí puedo avanzar señor —dijo el chofer con voz sumisa, el miedo
se le hacía presente en forma de ente invisible, parecía que le estaba tomando y
apretando la garganta con una mano, con la fuerza necesaria para impedir que
hablara con claridad.
—Está bien, todos pa´ bajo, vamos, ¡andando! —ordenó el Comandante de
nuevo.
Los infortunados pasajeros descendieron, esta vez mas pausados, siempre
bajo la mirada vigilante de los encapuchados, quienes listos estaban para asentir
un golpe o un insulto a cualquier pasajero, en el momento que juzgaran
conveniente.
Una vez que descendió, Karla miró de reojo hacia atrás, localizó entre la
oscuridad una luces titilantes que se movían en líneas rectas, después
desaparecían y se perdían entre los árboles. Se dio cuenta de que aquellos
albores eran los vehículos que transitaban la carretera por donde viajaban apenas
unas horas antes, el camino a casa quedaba allá abajo, calculó una distancia en
línea recta de un kilómetro, quizá más, y como cien metros de desnivel. Sintió
un escalofrió y una aflicción al mirar aquellos coches, deseó estar dentro de uno
de ellos, pero su realidad por el momento era otra. Viró nuevamente su testa,
cabizbaja y resignada, caminó por lo que parecía una vereda, siguiendo el paso
de los demás, quienes cansados, en silencio, agotados física y mentalmente,
reiniciaron su andar en medio de la noche, en medio de la incertidumbre, de la
duda, de la angustia, de la desdicha, de la zozobra de a dónde se dirigían y sobre
todo de qué sucedería con sus vidas.













Capítulo 7

Rubén, el exasperado y enfadado marido de Karla, daba vueltas en círculo,


caminaba con la mirada perdida en el suelo; instantes después se sentaba en el
asiento disponible más próximo, sólo para estar así un breve instante y
levantarse de nuevo, miraba el reloj, caminaba una vez más sin un rumbo fijo
dentro de la Central de Autobuses de Oriente de la Ciudad de México. No sabía
qué era más desesperante, si la propia espera del ómnibus donde su esposa debía
haber arribado hace ya más de dos horas, o la falta de información y negligencia
por parte del personal de la línea de autobuses.
—Señorita, por favor, díganme qué sucede, ya son las diez y media de la
mañana, el autobús debió haber llegado hace más de dos horas, por enésima vez
le pido hablar con algún supervisor, con el gerente… O con alguien que sí me
pueda dar alguna información —dijo Rubén a la vez que dio un par de golpes al
mostrador de la despachadora.
—Ya le dije señor. En estos momentos no hay nadie que pueda atenderlo,
mis superiores aún no llegan —informó la despachadora un poco sobresaltada
debido a los golpes del enfadado hombre.
—Pero si ya pasan las diez. ¡Por favor! ¿Qué clase de empresa es esta?
—Lo siento señor, sus teléfonos celulares siguen apagados, sea paciente, no
deben tardar, en cuanto lleguen yo le aviso para que pueda hablar con alguien, de
preferencia con el gerente, esperemos que para ese momento la unidad ya haya
arribado.
—¡Eso lleva diciéndome más de cuarenta minutos!, si en una hora no recibo
alguna información llamaré a la policía.
—Puede hacer usted lo que quiera señor, yo ya le dije que espere unos
minutos más.
—Pero qué negligencia, ¡chingada madre! —gritó una mujer que había
estado escuchando la conversación con mucha atención.
—¿Usted es familiar de algún pasajero del autobús que viene de Puerto
Escondido? —cuestionó Rubén a la mujer que recién había lanzado el insulto.
—Sí, y también estoy desesperada, mi marido no llega, y ya estoy
preocupada —dijo con angustia, al mismo tiempo que se llevó las manos a la
cabeza para recogerse el pelo—, ¿alguien más que también esté esperando a
algún familiar del autobús procedente de Puerto Escondido? —agregó gritando y
volviendo la cara hacia la multitud.
—¡Yo! —dijo una mujer de edad avanzada, levantando la mano y
acercándose al grupo.
—¿Alguien más? —gritó Rubén, pero esta vez nadie respondió, sólo un par
de personas lo voltearon a ver con indiferencia, y siguieron su camino para
realizar la compra de algún boleto de viaje.
—Bien, parece que sólo somos nosotros, no hay más familiares, podemos
unirnos y exigir a la empresa alguna noticia del autobús, si no obtenemos
respuesta, podremos ir juntos a presentar una denuncia ante las autoridades, ¿qué
opinan? ¿Están de acuerdo conmigo? —dijo Rubén, animando a los demás
mortificados parientes.
—Sí, estamos de acuerdo. —respondieron casi al unísono.
La despachadora, quien los observaba, de inmediato ingresó al cubículo
privado de la línea de autobuses, tomó un teléfono y marcó un número, aguardó
unos segundos esperando que alguien contestara al llamado:
—¿Sí, Lucy?, ¿no ha llegado aún? —Se escuchó la voz del gerente.
—No jefe, no ha llegado el autobús, y los familiares ya están muy enojados y
desesperados, se están organizando, ¿qué les digo? Creo que es mejor que
mande a alguien, yo ya no puedo decirles nada más, y me preguntan por usted.
—Dales largas Lucy, invéntate algo, ¡por favor!, ¿qué no puedes hacer algo
tan simple?, estoy en una junta, y por el momento no puedo hacer nada, espero
en unos cuarenta minutos, o máximo una hora estar ahí contigo.
—Está bien… Sólo que acabo de escuchar que se organizan para ir con la
policía, planean levantar una denuncia.
—Tú tranquila Lucy, ya te dije que en una hora estoy por allá, y no vuelvas
a llamarme, te repito que estoy en una junta muy importante, ¡hasta luego! —El
gerente dio por terminada la llamada, ante la sorpresa e impotencia de la
despachadora.

























Capítulo 8

Apenas habían aparecido los primeros rayos del sol, éstos se habían
asomado de manera parca, y Karla ya estaba dando gracias al Todopoderoso por
haberle permitido vivir una jornada más, nunca como ese día había apreciado el
fulgor emitido por el astro rey, o el aire que respiraba. Después de que hace
apenas unas horas estaba segura que no volvería a ver un amanecer más, ahora
en silencio, agradecía a Dios por permitirle seguir viva, y tener una esperanza;
incluso no sentía el cansancio, había caminado gran parte de la madrugada. No
supo cuánto tiempo transcurrió, ni tampoco cuántos kilómetros se había alejado
de la carretera, y al igual que los demás cautivos, estaba totalmente desorientada,
no tenía la más mínima idea de dónde se encontraba, de quiénes eran sus
captores y sobre todo, cuál era el motivo por el que habían sido retenidos.
Perdida estaba en sus pensamientos, en sus cuestionamientos, en sus miedos,
cuando se escucharon unos pasos. El sonido de los pies de varias personas
chocando contra el suelo de tierra, la hicieron poner en alerta y expectante de lo
que podría ocurrir:
—¡Todos salgan, vengan para acá! —gritó un hombre desde afuera de la
cabaña, al mismo tiempo que quitaba el oxidado candado de la puerta.
Casi de inmediato, los recluidos de manera sigilosa y con el mismo temor
que en la madrugada habían experimentado, fueron caminando hacia el exterior.
Karla, al igual que los demás, por primera vez pudo ver los alrededores de la
cabaña en donde habían permanecido esa noche, lo primero que visualizó fueron
los rostros de sus captores, estaban rodeados de ellos, con las mismas armas, con
las mismas palabras insultantes y amenazantes, pero sin capuchas. Estos se
habían dejado contemplar sus caras sin ningún tipo de duda o inquietud. El
aspecto común era de individuos de mediana o baja estatura, las edades variaban,
los más grandes aparentaban los treinta y cinco años de edad, y los más jóvenes
parecían personas que apenas habían abandonado la adolescencia. Destacaba por
la juventud un casi niño de quince años, que apenas si podía sostener un fusil
AK-47; sin embargo, lo portaba con orgullo y con la seguridad que esta arma le
daba. El pelo a rape, tez morena, narices toscas, y en general facciones recias era
el promedio, pero sobre todo, detectó la mirada en todos ellos, eran miradas
decididas, dispuestas a todo, a matar, a asesinar sin piedad, a ultrajar, a robar la
dignidad de cualquier ser humano que estuviera ahí en ese momento.
En ese instante, Karla se sorprendió al observar los rostros de esos hombres,
aunque segundos después caviló en el significado real de que esos hombres
mostraran sus caras, especuló que eso era un mal augurio: «¿Acaso nos dejan
verlos porque nos van a matar? Porque si salimos vivos de esta situación
podríamos dar una descripción de sus caras a la policía, no creo que sean tan
tontos, seguro nos matarán, y por lo mismo no les importa que los
reconozcamos, pero… ¿Qué querrán de nosotros?»
—¡Fórmense en una sola fila!, ¡vamos, rápido!, de frente hacia acá —Las
voces de mando no les daban tregua a los cautivos, quienes obedecían sin
reparos.
—Como ven, a su alrededor tienen alambre de púas, no podrán pasar de este
corral, aquel que lo haga o lo intente lo mataremos inmediatamente. Deberán
permanecer en cada momento dentro de este chiquero, los que quieran ir al baño
tendrán que ir a aquella letrina que esta allá —dijo el Comandante, señalando
con su brazo derecho una pequeña construcción de madera, ubicada dentro del
mismo espacio. El excusado no tenía techo, tampoco puerta, si acaso unos
maderos que le daban cierta privacidad, si es que ésta palabra tenía algún
significado en ese lugar y momento—. A un lado de la letrina se encuentra un
tambo, de ahí podrán tomar agua, ya sea para mojarse el culo o para tragársela
—concluyó de forma despectiva.
—Todo el día podrán estar afuera de la cabaña, pero apenas se vaya a ocultar
el sol deberán meterse en ella —intervino otro de los captores, quien agregó—,
en unos minutos más, les daremos de tragar.
En ese instante Karla se alegró, no por la comida, pues hambre era lo que
menos sentía, sino por lo que significaba desde su perspectiva aquel anuncio. El
interior se le iluminó con un haz de esperanza, pensó que si les daban de comer,
bien podrían no ser asesinados, o al menos por el momento y en ese día así se
estaban dando las condiciones.
—Es todo cabrones, y ya les dije, no intenten nada raro o se los carga la
chingada —advirtió el Comandante, al mismo tiempo que se dio media vuelta
junto a la mayoría de sus secuaces. Sólo un par de ellos se quedaron sentados
sobre un tronco que estaba acostado en el suelo, con la distancia suficiente para
poder vigilar a los humillados enclaustrados.
Al romper filas, los sometidos se dispersaron, formaron pequeños grupos de
tres o cuatro personas, intentando descifrar el motivo, la razón por la cual
estaban ahí. La abogada Karla localizó al pasajero que viajaba junto a ella en el
mismo par de asientos, se acercó a él, y juntos comenzaron a indagar el lugar
donde se encontraban. Parecían tener una tregua, un momento de calma por
primera vez desde que fueron retenidos. Inspeccionó en todas direcciones,
estaban en medio de una serranía, donde dominaban los grandes árboles, en el
horizonte los cerros con tono azulado no parecían tener fin. Volteó la mirada
hacia arriba, y visualizó un par de gavilanes que surcaban aquellos cielos
nubosos, volaban ajenos a las peripecias que aquellos seres humanos estaban
sufriendo algunos metros por debajo de ellos.
—¿Viste esas tres casitas que están ahí? —cuestionó él.
—Sí, aunque no son tres… Parecen ser cuatro, estamos en una pequeña aldea
o ranchito, seguro que ahí viven estos desgraciados, estamos en medio de la nada
—respondió ella con voz de enfado.
—¡Shhtt!, baja la voz, te pueden escuchar —advirtió el varón.
—Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Mi nombre es Javier, ¿y tú?
—Karla —respondió sin mucho entusiasmo, lo hizo más por no parecer
descortés que con las ganas de entablar un dialogo.
—¿Ya viste?, ahí vienen unas señoras y un par de niños —dijo Javier
señalando con su mano derecha a unas figuras humanas que se acercaban a ellos,
aproximadamente a unos cincuenta metros de distancia.
—Sí, y traen algo con ellos, parecen ser… Ollas o algo así.
—Mira, ahí vienen atrás de ellos un par de esos cabrones.
—Sí, y con sus armas, seguro nos traen algo de comer —dijo ella.
Los demás cautivos, expectantes y observadores, también se percataron de
que se aproximaban unas mujeres junto con quienes parecían ser sus hijos,
escoltados por un par de uniformados.
—Aquí tienen su comida cabrones. Tú y tú, recíbanla —dijo uno de los
secuestradores, al mismo tiempo que señaló a Karla y a Javier. Éstos se
apresuraron a recibir un par de ollas y una bolsa de plástico, otro más se acercó
para ayudar.
—¡Gracias! —dijo Karla, ante la mirada curiosa de los niños y las mujeres
que les estaban entregando la comida. Éstas, al igual que los infantes no
respondieron, permanecieron callados, entregaron los alimentos y dieron media
vuelta ante la mirada siempre vigilante de los hombres armados.
Javier tomó la iniciativa, retiró la tapa del par de ollas después de posarlas en
el suelo, los demás recluidos los rodearon expectantes del contenido de los
recipientes.
—En esta… Sólo frijoles —dijo Javier.
—Y en esta, arroz —agregó Karla con cierto desánimo.
—¿Qué hay en esa bolsa negra? —cuestionó otra persona.
—Tortillas, frías… Y casi tiesas —dijo Javier, desmoralizado y con enfado.
—¡Shit! —exclamó un canadiense haciendo un gesto de reprobación, al
mismo tiempo que tomó de la mano a su pareja sentimental y se alejaron unos
metros.
—¿Nos dejaron platos?, ¿cucharas? —cuestionó otra persona.
—Sí, y también dejaron un pastel de chocolate y un suculento flan —
respondió con gran sarcasmo Karla. Al principio todos la miraron con enojo,
pero de inmediato Javier soltó una ligera sonrisa, acompañado de una breve
carcajada de otro hombre, algunos más esbozaron unos gestos mientras los
demás se arrimaron a atestiguar con sus propios ojos el contenido de las ollas.
—Sólo hay una cuchara para servir y cuatro platos, nos turnaremos para
comer, los que más hambre tengan comienzan, después los demás, tortillas hay
suficientes para todos, están frías y más bien parecen tostadas, pero… No hay
más. —dijo Karla quien tomó la iniciativa, organizando al grupo.
—Yo muero de hambre —manifestó una estadounidense en idioma español
de manera pausada, pero suficiente para hacerse entender. Cogió unas tortillas y
un plato, se sirvió dos grandes cucharadas de frijoles y otro par de arroz.
—Yo también —dijo otro individuo.
Poco a poco comenzaron a aceptar la comida, más por hambre y por instinto
de supervivencia, que por lo apetitoso que pudiera aparentar
—¡Puta madre!, todo está frío, vale madre… —reclamó alguien al mismo
tiempo que hizo un gesto de desaprobación y disgusto. Los demás lo ignoraron,
sabían que esa comida era fría, sin sabor, pero al menos tenían que comer. Karla
se apartó de ellos llegado su turno, y comenzó a ingerir los alimentos, en
silencio, tragando literalmente la comida, con la mirada en las cabañas o chozas
que estaban a pocos metros de ellos. Localizó a unos cinco niños jugando con un
viejo balón de futbol, sin mucho aire, pero sí el suficiente para poder ser pateado
por las pequeñas piernas de esos infantes, que de repente giraban sus cabezas
para mirar a esas extrañas personas que estaban comiendo en el corral donde a
veces sus padres criaban gallinas. No sabían por qué estaban ahí, y menos se
preocupaban de sus destinos, los miraban con indiferencia, como si estuvieran
acostumbrados a la presencia de gente extraña en ese corral.
























Capítulo 9

El gerente de la línea de autobuses escuchaba con atención a los familiares


quejosos. Éstos, ya al borde de la desesperación, exigían noticias del paradero
del camión. El tiempo transcurría y cada minuto que pasaba parecía ir
cercenando su paciencia.
—Ya deberían tener noticias… ¡Son las dos de la tarde, y aún no sabemos
nada! —dijo Rubén con voz muy fuerte, al mismo tiempo que, con el dedo
índice derecho señalaba su reloj de pulsera.
—Ya les dije por enésima vez que no tenemos reportes de algún accidente —
puntualizó el gerente con rostro tranquilo, a la vez que alzaba las manos.
—Como en ese autobús no viaja ningún familiar de usted, le vale madre
¿verdad? Seguro que si su mamá o su esposa estuvieran en esa chingadera, ya
hubiera movido cielo y tierra —recriminó una señora con enfado.
—¡Calma señores!, ¡mantengan la calma! Ya tenemos contacto con la Policía
Federal de Caminos, el autobús ya fue reportado como desaparecido desde hace
horas, sólo hay que esperar noticias, ¡tengan paciencia por favor! —dijo el
gerente extendiendo ambas manos en señal de calma.
—En su publicidad dicen que sus unidades son muy modernas y que cuentan
con exigentes sistemas de seguridad, ¿qué acaso no cuentan con sistema de
localizador? El GPS es lo último en tecnología. —cuestionó Rubén.
—Lamentablemente esa unidad no cuenta con GPS integrado, lo siento —
explicó el gerente, sacudiendo la cabeza de izquierda a derecha en señal de
negación.
—Entonces no digan mentiras en su publicidad, no sean pinches mentirosos
—intervino otro familiar de manera exasperada.
—Señores, les repito, tengan paciencia, por el momento no podemos hacer
nada más.
—Sí que podemos, sí podemos hacer más. Vayamos a levantar una denuncia
al ministerio público, ¿qué les parece? —propuso Rubén, dirigiéndose a los
demás inconformes. El gerente levantó ambas cejas y sus ojos se visualizaron
más grandes a través de los cristales de las gafas que llevaba puestas.
—Sí, vayamos, yo me apunto —dijo una señora.
—Y yo, vamos en mi coche —propuso otra persona, a la vez que levantó un
dedo índice.
—Bien, entre más seamos mejor, aunque… Uno de nosotros debería hacer
guardia aquí, por si surgen noticias. ¿Quién se queda aquí en la Central
Camionera? —dijo Rubén, organizando al grupo de familiares.
—Yo me quedo aquí, sólo deme su número de teléfono por si hay noticias —
respondió un joven, quien de inmediato extrajo su aparato celular para digitar el
número de Rubén. Éste hizo lo mismo, y acto seguido se dirigieron al
estacionamiento, alistándose para dirigirse al Ministerio Público.



—¿Y en dónde sucedió? —dijo el obeso Agente del Ministerio Público, al
mismo tiempo que cerró el periódico que apenas hace unos minutos miraba con
detenimiento, y que al ser interrumpido de su lectura, lo lanzó con una dosis de
enfado a la silla más cercana.
—No sabemos, ya le había dicho, no tenemos la menor idea de dónde
desapareció el autobús —dijo Rubén en nombre del grupo de denunciantes.
—¿Entonces cómo hago el levantamiento de la denuncia, si ni siquiera tienen
los datos precisos? —cuestionó el Agente, quien de reojo miró la botella de Coca
Cola casi vacía, que junto a la torta de chile relleno lo estaban esperando para ser
consumidos.
—Le repito, sólo conocemos que el camión salió de Puerto Escondido el día
de ayer por la noche, y no sabemos más, no tenemos conocimiento si se
accidentó, si sufrieron un asalto, o si los OVNIS lo abdujeron. ¡Por favor!, no
estaríamos aquí si supiéramos algo, ¡entienda nuestra angustia! —refutó el
marido de Karla levantando la voz, con enfado y con una porción de sarcasmo.
Los demás empleados del Ministerio Público voltearon ante el alza del tono de la
queja, incluso uno de ellos delineó una sonrisa al escuchar la mofa referente a
seres de otro planeta.
—Les recuerdo que, para reportar la desaparición de una persona, deben
transcurrir mínimo setenta y dos horas después del hecho, y por lo que me dicen
ustedes, ni siquiera han pasado veinticuatro horas. No puedo hacer nada por el
momento, lo siento señores.
—¿Qué?, ¿cómo?, ¿está usted diciendo que debemos esperar dos días más
para poder levantar una denuncia? ¿Y mientras qué? ¿Qué se cargue la chingada
a nuestros familiares?
—Así son las leyes, me estoy apegando a ellas, lo siento, no es cosa mía. Y
por favor, sea más cuidadoso de su lenguaje, entiendo su angustia… Pero aquí
no es lugar para maldecir —concluyó el Agente levantándose de su silla,
mostrándose prepotente y poco amable.
—¡Vámonos!, así son de eficientes nuestras autoridades —interrumpió un
denunciante—. No fuera un diputado o un senador, porque ya estarían
buscándolos hasta con helicópteros, pero como somos hijos del vecino, ¡pues ni
quien nos fume! —agregó con enfado, al tiempo que se encaminó hacia la puerta
de salida de la oficina pública.
Los demás familiares no agregaron más y también se dirigieron rumbo a la
puerta, con caras agachadas, el rostro desencajado y con gran decepción. No
supieron qué los desilusionaba más, las propias leyes al respecto, o la actitud
negativa y evasiva de las autoridades.
























Capítulo 10

La luz emitida por el sol tenía apenas algunas horas de haberse introducido
tímidamente por las diminutas rendijas que se formaban entre los maderos; aun
así, ya iluminaban parcialmente el interior de la vieja y maltrecha cabaña
fabricada con tablones de madera. Karla tenía casi dos horas sentada en cuclillas
en un rincón, recargando su espalda en unos leños apilados. Formaba trazos en el
piso de tierra, una y otra vez bosquejaba lo primero que venía a su mente, para
casi de inmediato borrarlas con ambas manos, y dar comienzo a un nuevo dibujo
ante la ojeada de alguno de los demás prisioneros, quien con mirada insensible,
contemplaba los intentos de figuras, más por distraer su mente, que por tratar de
descifrar o encontrarle alguna forma a las rayas que la mujer plasmaba.
Nuevamente, y al igual que el día anterior, los pasos y voces de los
delincuentes se escucharon a lo lejos. Esta vez parecían ser más, las risas de los
hombres se percibían cada vez más cerca, como si de una fiesta vinieran. No
tardaron en llegar hasta donde los expectantes cautivos se encontraban.
—¡A ver cabrones, hágansen mucho a la chingada! —exclamó uno de los
delincuentes, al mismo tiempo que pateó las piernas de un hombre retenido.
Los demás, con mirada temerosa, de inmediato vislumbraron que algo no
grato estaba por ocurrir. Y sus sospechas se confirmaron al tener todos, un arma
apuntándoles en sus cabezas.
—Sin decir pío cabrones, silencio, nos vamos a llevar un ratito a sus putas
viejas. No se espanten, sólo un ratito. Veremos para qué son buenas… —dijo el
Comandante con cinismo y una gran sonrisa en su rostro, mientras acariciaba la
barbilla de una norteamericana. Sus secuaces, también entre risas asintieron, y a
jaloneos e insultos se llevaron a las mujeres.
—¡Quieto hijo de la chingada! No te hagas el valiente que te meto un
plomazo —gritó un delincuente, ante el amague de reclamo de un canadiense,
ofendido e impotente al ver cómo se llevaban a su pareja sentimental. Un
instante después, fue golpeado en el rostro con un arma y en el pecho con la
punta de una bota.
Los demás miraron con sorpresa y angustia la escena, el terror y la zozobra
volvieron al lugar. Los corazones una vez más palpitaron con fuerza, el fantasma
de la incertidumbre que parecía haberles ofrecido una tregua de unas horas había
aparecido de nuevo.



—A ver pinches viejas culeras, fórmense ahí donde está ese puto árbol —
ordenó el Comandante con voz firme, al tiempo que señaló un pino de gran
tamaño.
Sólo dos mujeres obedecieron de inmediato, entre ellas Karla. Las otras
féminas, en particular las no nacidas en México, fueron las que mostraron
desobediencia. Los captores lo atribuyeron a cuestiones del idioma.
—Que se formen acá pendejas, ¿no entienden? —Los jalones de cabello
aparecieron como represalia.
—Ustedes están aquí como participantes especiales, son nuestras invitadas
de honor —dijo otro hombre.
—Sí, son las invitadas especiales de esta fiesta, siéntanse tranquilas, la
diversión apenas comienza, así que… ¡A gozar, que el mundo se va a acabar! —
agregó otro individuo, exponiendo su incompleta dentadura frontal, misma que
mostró sin pena, al sonreír de manera ruidosa y sarcástica.
Karla comenzó a sudar, presintió que estaban a punto de sufrir algún tipo de
ultraje, experimentó nauseas al notar las miradas lascivas de sus captores,
quienes sin tapujos recorrían los cuerpos femeninos, sus caderas y pechos fueron
auscultados con avistadas soeces. Desvió la mirada en otra dirección, y notó la
incertidumbre de un par de extranjeras, las que menos entendían el idioma
español.
—Vamos a jugar lindas, jugaremos al lobo, ¡Sí! como cuando eran unas
niñas… Les damos unos pocos minutos de ventaja, corran por el bosque, huyan,
escapen si pueden, la carretera está rumbo a aquel sitio —dijo uno de ellos,
señalando hacia el norte—. Será mejor que escapen, porque si no… El lobo se
las puede tragar… O mejor dicho, se las puede coger —agregó, al tiempo que
soltó una gran carcajada, casi al instante que los otros nueve acompañantes
sonrieron de manera burlesca.
—Yo me quedo con esa güerita, ¡está rebuena la cabrona! —comentó un
raptor, al instante que señaló a una de las canadienses.
—¡Ni madres güey!, yo la vi primero, a esa vieja… Me la chingo yo —
respondió el compañero de fechoría, mientras limpiaba de su boca la saliva que
había dejado su lengua en el labio inferior.
—¡Ah!, una cosa muy importante, las dos primeras que atrapemos, serán…
el festín de este día —aclaró uno de ellos, aumentando el estado de éxtasis entre
los lujuriosos pillos.
—Run ladies, run quick, we have a few minutes for escape… or these men
fuck us —dijo Karla, intentando traducir a las extranjeras lo que acababa de
escuchar, si bien no dominaba la lengua inglesa, logró que las rubias foráneas
comprendieran el mensaje.
—¡Vamos!, ¡corran, corran pendejas! —dijo el jefe de los criminales, a la
vez que accionó su arma, haciendo gritar de susto a las mujeres. El ruido
producido por el arma se escuchó de manera estridente, el sonido viajó hasta lo
alto de los cerros que rodeaban el paraje, y rebotó en forma de eco, logrando que
la escena se volviera más siniestra. Karla aprovechó el momento para visar con
mayor detalle el paisaje, aunque sólo localizó árboles y arbustos a su alrededor.
Pensó que debía poner en práctica su afición por el senderismo que con
frecuencia realizaba con su marido. No era experta en esa actividad, pero
tampoco le era ajena. Lo hacía para mantenerse en forma y relajarse, sin
embargo, esta vez lo haría por su integridad, o quizá hasta por salvar su vida.
Los hombres gritaron extasiados, un par de ellos tenían entre sus manos,
además de su arma, una botella de cristal que contenía cerveza. Parecía que
iniciaba una cacería, el aroma a mujer los había excitado. La adrenalina se
incrementó en sus cuerpos al mirar la angustia de las féminas, olfatearon el
miedo emitido por éstas, elevando sus instintos, y como felinos, agrandaron sus
órbitas oculares, fijando sus miradas penetrantes en los cuerpos de ellas.
—¡Orale cabrones!… La diversión comienza, tras ellas. Ya saben… Los dos
primeros que agarren vieja, se las pueden coger, los demás se chingan y se
aguantan hasta mañana. —advirtió el Comandante entre gritos y alaridos de
éxtasis.
La cacería humana estaba por comenzar.
























Capítulo 11

Ante la actitud evasiva, y hasta negativa, por parte del Director General de
uno de los Diarios con mayor circulación y prestigio de la Ciudad de México,
Rubén insistió en poder hablar con algún editor o reportero que pudiera estar
interesado en la noticia de la desaparición de un autobús de pasajeros:
—¡Señorita, por favor!, debe haber alguien que me pueda recibir, no es
posible que no les interese, están ustedes para informar.
—Lo siento mucho señor, ya le dije a usted que el Director tuvo que salir de
la ciudad, quizá regrese en unos dos o tres días más —informó la hermosa
recepcionista, con tono muy amable, mirando a Rubén a través de sus
transparentes gafas.
—Sí, ya me lo había dicho, pero debe haber alguien más, un reportero de
guardia, un editor, el responsable de la página policiaca, no sé… ¡Alguien! —
insistió el marido de Karla con señales de desesperación.
—Señor, voy a llamar al responsable del departamento comercial, es el único
que quizá lo podría atender en este instante, espere unos momentos y en seguida
le aviso para que pase usted a su oficina.
—¿Departamento comercial? ¿Qué tiene que ver el departamento comercial
aquí? —cuestionó con incredulidad al tiempo que alzó las cejas. Sin embargo,
ante el silencio de la recepcionista, se conformó con la esperanza de poder hablar
con ese alguien que pudiese ayudar a difundir la noticia en un medio de
comunicación masivo. Mientras esperaba, se quedó observando las fotografías y
reconocimientos que se presumían colgados de las paredes de la sala de
recepción. Destacaban en la parte central de uno de los muros, aquellas en las
que el dueño del periódico posaba abrazado o saludando de mano, a algún ex
Presidente de la República Mexicana, o a algún otro personaje de la política
nacional. Otras más con personajes de la farándula o destacados deportistas. Sin
faltar un pergamino en especial, en donde se le reconocía al Diario su esfuerzo
por informar, siempre con la verdad y honestidad.



—¡Buenas tardes caballero! Me han informado el interés que tiene usted en
contratar un espacio publicitario en nuestro periódico…
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Un espacio publicitario? ¿De qué diablos me está usted
hablando? —lanzó Rubén la serie de cuestionamientos con una gran irritación,
pensó que se trataba de una confusión e intentó aclarar—. Quizá lo hayan mal
informado señor…
—Arturo —le interrumpió el empleado del periódico, quien complementó—,
Arturo Aguilar.
—Señor Arturo, le decía que quizá la señorita recepcionista le haya
informado erróneamente, no vine a contratar algún espacio de publicidad, ni
nada por el estilo. Vine a informarles con el fin de que publiquen la noticia, de la
desaparición de un autobús de pasajeros… En él viajaba mi esposa, eso
sucedió…
—Caballero, perdón que lo interrumpa, pero para eso tenemos a nuestros
reporteros, ellos son los que hacen ese tipo de trabajo.
—Lo sé, eso mismo le dije a la recepcionista. Yo quiero hablar con alguien
encargado de noticias, no del Aviso Oportuno.
—Le seré franco caballero, este periódico no está en condiciones de hacer
ese tipo de reportes. La recepcionista me dio algunos datos al respecto… Le
puedo decir que la única manera que podríamos ayudarlo es que usted nos
contratara para hacerle un espacio promocional de búsqueda o algo similar, y
siempre bajo su competencia, el periódico no se haría responsable de tal
publicación.
—¡¿Qué?! ¿De manera que me está usted diciendo que debo pagar por dar la
noticia? —dijo Rubén levantándose de la silla de manera intempestiva.
—Cálmese, tome asiento, no hay necesidad de que se altere.
—¡Pero qué cretinos!
—Estoy siendo sincero con usted… Le diré que las políticas de nuestra
empresa han cambiado: debido a la inseguridad que sufre nuestro país, a las
muchas amenazas de muerte hacia nuestros reporteros y en general a los que
aquí laboramos, hemos decidido no hacer eco de ese tipo de noticias, ya que sólo
contribuyen a crear más incertidumbre entre la ciudadanía.
—Pero ustedes están para informar… No pueden estar seleccionando
noticias.
—Lamentablemente, esto es así, es la línea que debemos seguir… Pero
debido a que lo noto muy alterado, le diré algo que quizá usted ya sepa: el
gobierno federal nos ha pedido que seamos un poco más discretos en noticias
que tengan que ver con violencia, secuestros, asaltos. Como ya le dije hace un
momento, la ciudadanía está en general muy asustada. La imagen que estamos
dando como país hacia el exterior, ha provocado la disminución de la inversión
extranjera. Le repito que, si usted desea contratar un espacio publicitario…
—¡Puede usted meterse el espacio publicitario por la cola! —interrumpió el
enfadado interlocutor, quien continuó recriminando—. Por eso estamos como
estamos, por tanta corrupción, por tanto periódico sobornado, por tanto…
—¡Caballero!, si usted no se calma, llamaré a seguridad en este momento —
advirtió con energía el oficinista.
—No hay necesidad, me retiro de aquí… ¡Pinche periódico de mierda!,
¡Ah!… Otra cosa, sean congruentes, y retiren el pergamino ridículo que tienen
en la recepción, ese que dice que ustedes tienen el compromiso de siempre
informar con la verdad y honestidad. ¡Vaya cinismo! —concluyó Rubén,
dirigiéndose a la salida del cubículo, para después azotar la puerta, ante la
mirada recelosa de Arturo.




















Capítulo 12

Apenas habían transcurrido cinco minutos desde la huida de las mujeres, y


sus rastreadores ya les pisaban los talones. El ruido que producían los pasos
tanto de perseguidores y perseguidas al golpear la hojarasca yacida en el suelo,
era acompañado por las respiraciones agitadas de todos los participantes en el
siniestro y maquiavélico juego. Como consecuencia del paso veloz y
escandaloso de los humanos, algunos pájaros emitían el vuelo de inmediato,
abandonando las ramas de los árboles donde se posaban; de igual manera, los
roedores se escondían en el refugio más cercano.
—¡Allá va una vieja! —gritó un eufórico cazador, señalando a una de ellas.
El cabello rubio se agitaba y se atoraba entre las ramas de los arbustos, el lento
andar de la dama la hizo ser vulnerable de inmediato.
—¡Oh my God! —exclamó la joven, casi chillando y con gran angustia, al
sentir y escuchar los pasos masculinos muy de cerca. Su respiración no cesaba
de ser agitada. La adrenalina recorría su cuerpo, y aunque parecía que las piernas
se le doblaban, el instinto de supervivencia la mantuvo de pie, corriendo con las
pocas energías y fuerzas que le quedaban.
Una sonrisa burlona se escuchó, el predador sabía que era cuestión de
segundos para atrapar a la indefensa víctima.
—¡Noooo!… ¡Nooo!, please…
—Ya te chingaste mi güerita —dijo el atacante, justo al tener a un par de
metros a la canadiense de nombre Susan.
—¡Please, no señor! —continuó la mujer con las súplicas. La clemencia por
parte de su agresor, parecía ser la única oportunidad que le quedaba en ese
momento. La mezcla de palabras en los idiomas inglés y español parecieron ser
un aderezo más, el ritual sin duda, lo estaba disfrutando el acechador.
—¡Así me gusta cabroncita!, así, entre más me ruegues más me gustas —el
hombre empujó con ambas manos a la rubia, quien después de haber caído sobre
un nutrido matorral de tamaño mediano, rodó para desplomarse boca abajo en el
suelo. Por unos instantes pataleó con las pocas fuerzas que le quedaban, sin
embargo, pronto fue cediendo. La energía se agotó, y un par de golpes en la cara
fue suficiente para dejarla en estado casi inconsciente.
En seguida, el ofensor tomó el arma de fuego que llevaba al costado del
pantalón, apuntó al pecho de la mujer, sonrió de manera estruendosa, hizo un
amague, y un instante después levantó el arma apuntando al cielo, haciendo un
disparo al aire. La señal de una mujer atrapada estaba siendo emitida. Los demás
delincuentes supieron que sólo quedaba una mujer a la cual podrían ultrajar en
ese siniestro y enfermizo ritual. Mientras los otros perseguían a las demás
jóvenes, Susan no sintió el momento en que fue arrancada su blusa, tampoco se
dio cuenta de que por un par de segundos, y con sonidos y muecas demenciales,
su victimario se jactó del acto que estaba a punto de cometer. Fue mejor así, el
ultraje de su cuerpo se produjo en un total estado inconsciente. El desmayo la
ayudó a aislarse de la tormentosa realidad.
Karla se sobresaltó al escuchar la detonación del arma de fuego que había
sido accionada, quizá a un par de cientos de metros, según sus cálculos. Se
detuvo un instante, el estruendoso sonido la paralizó y la aterrorizó: «¿Qué
sucedió? ¿Mataron a alguna?», imaginó la posible escena de una mujer tirada
en el suelo, sangrando y a punto de ser asesinada; sin embargo, al escuchar el
crujir de una rama a pocos metros, la volvió a su propia realidad, su perseguidor
se podía escuchar a poca distancia:
—Ya casi te atrapo preciosa, no corras, no tiene caso que lo hagas, serás mi
mujer este día —gritó con voz ronca y jadeante el hombre.
La abogada, lejos de aceptar su inminente destino, y como un acto reflejo,
corrió de inmediato en sentido contrario a la procedencia de la amenazante voz,
esquivando con agilidad todas las ramas que se cruzaban en su camino, lo
sinuoso de éste no fue impedimento para ella, el instinto de supervivencia, así
como su gran condición física, estaban jugando a su favor. Las piedras más
grandes y el pastizal, eran esquivados cual felino en plena llanura.
—¡Pinche vieja, corre como leona! —exclamó en voz muy baja el acechador,
justo al detener su persecución por un instante para recuperar energías.
Sorprendido y enfadado por la velocidad de Karla, inhaló grandes cantidades de
aire, intentando expandir al máximo sus pulmones—. Ninguna de estas cabronas
había corrido tan veloz, ¡es una fiera! —gruñó, antes de continuar su rastreo.
Al percibir que se alejó lo suficiente de su perseguidor, la chica se detuvo un
par de segundos, quiso analizar la situación, indagar sus alrededores. La
posibilidad de un escape comenzó a maquinarse en su mente, giró la cabeza en
todas direcciones. Aunque estaba desorientada, sin alguna referencia física que
pudiese ayudarla para ubicarse, la posición del sol, en su inminente camino a su
ocultamiento por el poniente, hizo imaginarse por un instante que la carretera
podría estar en esa dirección.
No tenía muestras de cansancio, la adrenalina que fluía por todo su cuerpo se
encargó de inhibir cualquier síntoma de fatiga o dolor, así que continuó con su
huida.
El no escuchar algún sonido emitido por algún perseguidor, la hizo sentir un
halo de esperanza. Comenzó a dibujarse en su mente la imagen de la libertad,
que fue acrecentada cuando, a poco menos de cien metros, localizó el autobús
donde habían iniciado el viaje desde Puerto Escondido. Ahí estaba, frente a ella,
varado y encubierto entre grandes árboles, que con sus copas llenas de ramas y
hojas camuflaban con perfección un posible avistamiento desde el aire.
Sin dudarlo, se dirigió hacia el camión. Estando ya muy cerca de él, se
acercó con sigilo, disminuyendo su andar, con precaución y con mirada
alertadora. En pasos pequeños, y casi agachada, dio una caminada alrededor de
la unidad. Parecía solitario, abandonado, sin muestras de alguna presencia
humana. Viró su cabeza hacia todos lados, se sentía sola, sin señal del hombre
que la perseguía minutos antes. Localizó a poco menos de veinte metros un
desfiladero, caminó hacia el accidente topográfico. Se detuvo justo a la orilla del
abismo y recordó el momento en que sus captores los acostaron boca abajo, en
aquella noche oscura, seguro había sido en ese lugar, visó el fondo asomándose
con cautela. Mirar que el fin se visualizaba a decenas de metros más abajo, la
hizo sentir un gran vértigo en lo profundo de su vientre, fue tan sólo un instante
el que se detuvo, pero suficiente para recordar a sus hijos. En ese mismo lugar se
había despedido de ellos, pensando que podría ser el término de su andar en esta
vida. El recordar la imagen de sus pequeños la volvió al objetivo principal, la
libertad la esperaba, cada vez más cerca de ella. Un ruido a lo lejos le hizo latir
con mayor fuerza su ya extasiado corazón. El sonido producido por el motor de
un vehículo le iluminó el rostro, la carretera ya no estaba lejos, si podía escuchar
el andar de los automóviles, seguro el fin de su cautiverio se encontraba a menos
de doscientos metros.
Sin pensarlo más, se dirigió en aquella dirección, la adrenalina aumentó, los
jadeos no cesaban y los pasos se agrandaron. El camino de la liberación estaba
trazado. Correr y correr, era lo único en que pensaba.



—¿Cuándo viene mi mami? —Con dosis de ansiedad y extrañamiento
preguntó la pequeña Mariana.
—Ya pronto hija, ya muy pronto, de hecho hablé con ella hace una hora, y
me dijo que te trae un bonito regalo —dijo Rubén. Sabía que la mentira piadosa
que acababa de pronunciar, era la mejor medicina para la tristeza de Mariana.
—¿A mí también me compró un regalo? —cuestionó Carlitos con un
resplandor de felicidad en su cara.
—Sí, por supuesto, y no sólo a ustedes dos, también a su hermano Antonio.
—Yo no quiero regalo papá, el único regalo que quiero en este momento, es
ver a mi mamá —dijo el mayor de los tres vástagos. Parecía como si él supiera
que algo no marchaba bien, no se creía la historia de que estaban quedándose a
dormir en casa de la abuela, debido a que su madre viajaba por cuestiones de
trabajo. Las constantes y misteriosas llamadas que no cesaban entre su padre,
abuela, tíos, amigos, y en general allegados, lo hacían sospechar. Sin embargo,
guardó silencio, prefirió seguir siendo cómplice silencioso de esa mentira, y
esperar acontecimientos.
—Entonces, si mi mamita ya viene en camino, ¿quiere decir que ya
regresamos a casa?, ya no quiero seguir durmiendo con la abuela —dijo
Mariana, con nostalgia.
—Sí hija, llegando tu madre, regresamos todos a casa. Ya verás que muy
pronto estaremos juntos todos de nuevo —concluyó Rubén, sintiendo un nudo en
la garganta, al tiempo que abrazó a su pequeña, envolviéndola en sus brazos.
Cerró los ojos, deseando como nunca, que aquellas mentiras que acababa de
decir se hicieran realidad.



—¿A dónde creías que ibas hija de la chingada? —Se escuchó la voz de un
hombre. Karla quedó petrificada y sorprendida. El arma apuntándole en el pecho
hizo que casi desmayara, no identificó que la hizo sentir así, si la desilusión de
un posible escape, o si lo impactante de ver al fusil AK-47 amenazándola.
—¡No la dejes escapar! —gritó el tipo que venía persiguiéndola.
—Si serás pendejo, por poco y se escapa la vieja, ve nada más qué estúpido
—recriminó el compañero.
—Es que… No sabes. Corre como coneja la muy cabrona, no pensé que
corriera tanto. Aunque, por suerte estabas haciendo guardia, ahora déjamela…
Es mi trofeo.
—¿Tu trofeo?, sácate a la chingada, yo me la encontré, es mía, me
corresponde, a ti se te fue… ¡Por pendejo!
—Pero…
—¿Algún problema? Ahora vete, por pendejo te quedas sin la pinche vieja.
Karla sólo fue testigo de la serie de recriminaciones entre el par de
delincuentes. Asustada por lo que pudiese sucederle, cansada por lo que corrió,
se dejó caer al suelo, hincada, desfallecida, desilusionada.
—Mira cómo le arranco la ropa, conocerás cómo se trata a una mujer, espero
se te quite lo pendejo, me la voy a coger delante de ti, aprende cómo se doma a
este tipo de potrancas. Entre más fieras, más calientes que son, más me hacen
gozar.
—La mujer quedó congelada, muda, sin ánimo de luchar, de resistirse, sabía
que cualquier esfuerzo sería en vano. Sin energías nunca podría con dos
hombres, y además armados. Sin embargo, así como la suerte le había jugado en
contra hace unos momentos, ahora le jugaría a favor. A unos cien metros, en la
espesura del bosque, se escuchó un disparo, el estruendoso ruido avisaba que
otra mujer había sido capturada, la segunda de ella estaba siendo ultrajada, el
ritual estaba concluyendo. Las dos féminas capturadas estaban siendo violadas
sexualmente. Por una extraña razón, los demás participantes siempre obedecían
y respetaban esas raras reglas. Sólo dos damas por día, las demás eran objeto de
deseo para el día siguiente. Eso los animaba, les abría el hambre, y Karla había
despertado en ellos, aún más, el morbo y la sed de cacería. Su fortaleza física y
su velocidad, había ocasionado que fuera el blanco principal de los enfermos
delincuentes, para cuando el sol volviera a asomarse por el oriente.





















Capítulo 13

Mientras desgranaba las decenas de elotes que los captores les habían
dejado tirados y amontonados sobre el suelo terroso, Karla y Javier, conversaban
lo sucedido un día anterior. Ella le informaba, con lujo de detalle la cacería de la
cual habían sido víctimas las mujeres del grupo de cautivos. La tarea de
desgranar elotes le permitía a la abogada distraer su mente. Mantenerse ocupada
le hacían la horas menos pesadas, además que evitaba ser golpeada. Los
vigilantes, con frecuencia castigaban a los cautivos menos activos, los cuales
eran blanco de insultos, amenazas o porrazos.
—Karla, estamos bien, si algo malo fuera a pasarnos, seguro ya habría
sucedido. Tengo un hermano en el ejército, y me ha platicado cada cosa que ha
visto… Han encontrado decenas de personas desmembradas, sin cabeza, sin
brazos…
—No sigas diciéndome, por favor, te lo suplico, no digas más —interrumpió
ella, haciendo un gesto nauseabundo con la cara.
—Perdón, no quise hacerte sentir peor de lo que ya estás, te lo decía porque
ya estamos en el tercer día, si fuera un ajuste de cuentas, créeme que ya nos
hubieran asesinado.
—Javier, ¿crees que todo esto se trate de un secuestro?, es decir, el clásico
plagio, en donde piden alguna suma de dinero a cambio de nuestra libertad.
—No lo sé, le he dado vueltas a la situación, y no veo el motivo. ¿Robo?
¿Ajuste de cuentas? ¿De qué se trata todo esto? ¡Chingada madre!
—Calma Javier, ahora el que se altera eres tú.
—Sí, Perdóname, sólo que yo también me siento desesperado.
—Y eso que tú no sufriste lo que nosotras… Mira, voltea a tu derecha —dijo
señalando discretamente al par de rubias norteamericanas, quienes lucían sus
rostros amoratados. Las huellas y laceraciones en sus cuerpos eran visibles, eran
las marcas del día anterior. Su orgullo y dignidad habían sido ultrajados y
mutilados. Karla, con sentimientos encontrados, se sentía en ese momento con
una gran dosis de buena suerte por no estar en esa situación, pero a la vez, no
sabía cuánto tiempo más podría pasar para que ella experimentara ese mismo
dolor, físico y moral.
Ambos cautivos siguieron especulando sobre su situación, sobre su futuro
inmediato, mientras seguían desgranando elotes. Sus captores vigilaban a la
distancia, la tensa calma se sentía, se percibía, una pequeña tregua estaba siendo
dada, pero… ¿Por cuánto tiempo?
—¡Tú!, acércate —dijo uno de los vigilantes, apuntando con el dedo índice a
Karla. Javier se levantó pensando que el llamado era para él.
—Tú no, cabrón, es a ella —aclaró el secuestrador. Con sorpresa y temor,
Karla se dirigió hasta el alambrado de púas que delimitaba la zona de exclusión,
se detuvo ante el hombre quien pareció dialogar brevemente con ella. Las
miradas de Javier y de otro par de prisioneros, ante tal hecho, no se hicieron
esperar. De manera expectante visaron aquel llamado, eso no había sucedido en
ningún momento desde el masivo rapto. Después de un par de minutos y sin
miramientos, Karla fue golpeada en tres ocasiones en el rostro.
—¡Pendeja!, ¡te arrepentirás!, ¡te arrepentirás! —repitió el agresor,
alejándose de ella. La mujer sólo se tocó el rostro queriendo amainar el dolor
que le causaron los golpes.



Después de dos horas, esperando a que el Agente del Ministerio Público
hiciera su aparición por la oficina, Rubén por fin sintió alivió a su enfado. Las
setenta y dos horas que marcaban la ley y que el propio funcionario se lo había
señalado como condición para levantar una denuncia, estaban por cumplirse.
—Señor Agente, lo estaba esperando, ya casi es el medio día, y…
—Estaba en una diligencia, hasta hace unos minutos me desocupé —
interrumpió el servidor público, a la vez que agregó:
—Dígame, ¿en qué puedo servirle?, tome asiento.
—No sé si usted me recuerde, vine hace tres días a intentar levantar una
denuncia… Por la desaparición de mi esposa. Ella venía en un autobús de
pasajeros, procedente de Puerto Escon…
—Sí, ya recuerdo, ¿aún no aparecen? —interrumpió de nuevo el Agente, a la
vez que abrió un cajón de su escritorio e introdujo dentro de él, una bolsa de
plástico con una torta de pavo.
—No, aún no aparece, ni rastros del camión, y ya se están cumpliendo las
setenta y dos horas que marca la ley, según la información que usted me dio —
aseveró Rubén con cierta calma.
—Ana, encárgame un refresco por favor, una Coca Cola… ¡Ah!, y el
periódico del día de hoy —dijo el maleducado y regordete oficinista,
dirigiéndose a una de sus asistentes—. Perdón, ¿me decía usted? —agregó.
—Le decía que aún no aparece el autobús, y ya se cumplieron las seten…
—Sí, ya me había dicho. ¡Muy bien!, ¿Sabe usted en dónde desapareció el
vehículo? —dijo, nuevamente interrumpiendo a su interlocutor de manera
reiterada y grosera.
—No, no sabemos dónde desapareció, no tenemos noticias, en la Central
Camionera tampoco nos dan informes. ¡Nadie sabe nada! ¡Nadie nos hace caso!
—dijo Rubén, alzando la voz y poniéndose de pie. Su paciencia estaba siendo
puesta a prueba.
—Señor…
—Rubén, mi nombre es Rubén —dijo con enfado el denunciante.
—Señor Rubén, lo siento, si usted no sabe en dónde desapareció su esposa,
no puede levantar una denuncia.
—¿Qué? ¿Cómo dice?
—Así como usted platica el caso, podría ser en cualquier lugar, en el estado
de Oaxaca, de Guerrero, en fin… En todo caso estaría fuera de mi jurisdicción, y
por lo tanto, no podemos ayudarle. Lo siento, así son la leyes.
—¿Y por qué chingados no me dijo usted eso el día que vine?, primero me
salió con que deberían pasar setenta y dos horas para poder declararse a una
persona como desaparecida, y ¿ahora me dice que no está en su jurisdicción?
¿Qué clase de leyes son estas? ¿En qué manos estamos? —pronunció el marido
de Karla con angustia, con impotencia, con enojo. La mezcla de sentimientos
provocó que su estómago experimentara un leve dolor, que su rostro se tornara
color carmesí. Fue blanco de las miradas, tanto del personal de la oficina
gubernamental, como de algunos curiosos que deambulaban por ahí.
—Señor Rubén, créame… No es mi culpa, así son la leyes en nuestro país.
—concluyó el agente, quien debido al estado emocional del reclamante, ignoró
las palabras altisonantes. Éste se sentó de nuevo, desfallecido y desesperado, se
llevó las manos a la cara, se rascó el cabello, lo jaló con fuerza, y gritó a manera
de desfogue:
—¡Puta madre! ¿En qué país vivimos? ¡Dios mío, ayúdame por favor!




















Capítulo 14

La golpiza aún no terminaba, diez de los secuestradores se estaban


encargando de detener y amagar a los jóvenes norteamericanos, que con valentía,
intentaban impedir que se llevaran nuevamente a sus parejas sentimentales. La
desigual lucha pronto terminó, el intento de rebelión no consistió más que en una
serie de insultos en el idioma inglés, acompañados de un par de vanos forcejeos.
Las risas de los victimarios no se hicieron esperar, disfrutaban cada instante, y ya
miraban a las mujeres de manera mórbida.
—Las reglas ya las conocen, tienen unos segundos para correr, huyan si
pueden, no se queden quietas —dijo el líder, al mismo tiempo que dedicó
algunos segundos para examinar a Karla de la cabeza a los pies. Parecía que la
estaba retando, y a la vez, advirtiendo que iría por ella.
—La quiero para mí, se me antoja un chingo esta chamacona, ve nada más
que buenos chamorros tiene —dijo el hombre que había golpeado en el rostro a
la abogada algunas horas antes.
—Estás pendejo, esa pinche vieja es mía, ya me dijeron que corre como
coneja, ¡yo me la chingo! —replicó con autoridad el de mayor rango, quien lucía
esta vez un camuflaje más amedrentador, se había untado en el rostro pintura
negra para la ocasión, únicamente se le veían lo blanco de la esferas oculares, y
lo amoratado y carnoso de sus labios.
—¿Y sí podrás, cabrón? —refutó, lanzándole una mirada penetrante y
sonriente a Karla.
—No me faltes al respeto cabroncito, no te pases de listo conmigo, que te
carga la chingada —respondió el superior mostrando un gran cuchillo afilado,
que al reflejar los rayos del sol brillaba con intensidad.
—No, era broma jefe… Yo te decía, porque resultó respondona la pinche
vieja.
—Mira, si ella intenta hacerle al Indiana Jones… Le tengo preparada la
tartamuda —dijo, al mismo tiempo que acarició la ametralladora que llevaba
colgada sobre los hombros—. Como dice el refrán: Muerto el perro, se acabó la
rabia… O mejor dicho, muerta la coneja, se terminó la carrera —concluyó,
clavando la mirada en Karla, que al igual que las otras mujeres escuchaban el
peculiar diálogo. El resto de los perseguidores sonrieron con cinismo y
excitación.



—Rubén, tu teléfono celular está sonando, ¡corre! —gritó Clemencia, la
hermana mayor del marido de Karla.
—No conozco este número, ¿será un secuestrador?, ¿pedirá el rescate? —
dijo con angustia el afligido Rubén, mientras miraba la pantalla de su aparato de
comunicación, en donde aparecía el texto: “Número privado”.
—¡Anda, contesta ya, no sabrás hasta que respondas la llamada!
—¿Sí?, diga…
—¿Hablo con el señor Rubén? —Sin preámbulos, y de manera seca, se
escuchó la voz ronca por el auricular.
—¿Quién habla?
—¡¿Es usted el señor Rubén?! —insistió la misteriosa voz, esta vez de
manera más enérgica.
—Sí, soy yo.
—Escucha pendejo, que sea la última vez que intentas hacer algo. Si
volvemos a saber que quieres levantar una denuncia, o andas de maricón
haciéndola de pedo… Te vamos a matar.
—¿Qué? ¿Quién habla?, dígame quién es…
—Ya te dije cabrón, allá tú si te quieres pasar de listo, no habrá más
advertencias.
—Pero… —No había terminado de pronunciar la frase, cuando se escuchó
un pequeño sonido indicando que la llamada había concluido. Miró el aparato, se
quedó mudo por un instante, aturdido, nervioso, espantado, reflexionando sobre
la reciente advertencia.
—¿Qué sucede Rubén, estás pálido?, ¿noticias de Karla?, ¿son malas? —
Clemencia soltó la serie de preguntas con los ojos desorbitados, con la
expectativa de conocer pronto las respuestas, la cara de su hermano menor la
pusieron en alerta, el cuerpo le tembló y experimentó un frío en todas sus
extremidades.
—No, no son noticias de Karla. Sólo una voz amenazándome; no tengo la
más remota idea de quién pueda estar detrás de todo esto, pero… ¿Cómo saben
esas personas que fui a levantar una denuncia al Ministerio Público?, ¡Malditos!,
todos son cómplices, pinche sistema… Está podrido, bola de cabrones,
corruptos, malandrines, hijos de toda su…
—¡Cálmate Rubén!, debes mantener la calma, no ganas nada con insultar,
además… Los niños pueden escuchar, y no queremos que se enteren y se
mortifiquen.
—Sí, es verdad Clemencia, discúlpame, pero ya no aguanto más esta
situación, quisiera morirme, quisiera que todo esto fuera un sueño —dijo
jalándose los cabellos una vez más, al tiempo que levantó la mirada hacia el
techo de la sala.
—Ya verás que pronto pasará esta pesadilla. En el grupo de oración, ya
estamos pidiendo por Karla, a la Virgen de Guadalupe y a Dios nuestro Señor.
Les imploramos que todo salga bien… Ten fe, para Dios no hay imposibles,
verás que pronto recibiremos la buena noticia. ¿Quieres un té de tila, es bueno
para los nervios?
—No, no quiero nada…
—¡Otilia!... ¡Otilia! —gritó Clemencia, ignorando la negativa de su hermano
menor.
—¿Dígame señora, qué se le ofrece? —respondió la mucama, casi de manera
instantánea, al salir de detrás de la puerta que da acceso a la cocina de la casa.
Era evidente que acaba de escuchar el cien por ciento de la conversación que
mantenían sus patrones.
—Tráenos un par de tés de tila por favor, con poca azúcar —ordenó
Clemencia.
—Sí, señora… En seguida.



Los grandes árboles estaban siendo esquivados con rapidez, la maleza era
pisoteada y maltratada con las zancadas de los participantes del macabro ritual.
Lo espeso de la vegetación, el sol cayendo a plomo y la evaporación, estaba
haciendo estragos en Karla, quien a pesar de estos factores y al igual que el día
anterior, mostraba su entereza, valentía y sobre todo su gran fortaleza física.
Al notar que la ventaja respecto a su perseguidor comenzó a ampliarse, se
detuvo por unos segundos, contempló y analizó el panorama mientras respiraba
hondo, antes de decidir por dónde continuar su andar.
A sólo ciento treinta metros de distancia, el líder de los delincuentes seguía el
rastro que dejaba la mujer, con la habilidad que sólo un profesional lo hacía.
Estaba poniendo en práctica su entrenamiento y adiestramiento en rastreo que le
había dado un ex miembro de los soldados de Elite de Guatemala: Los Kaibiles,
expertos en operaciones especiales y lucha contra el terrorismo, entrenados en un
lugar llamado “El infierno”, en plena selva guatemalteca, y que tienen como
lema: “Si avanzo sígueme, si me detengo aprémiame, si retrocedo mátame”.
Lamentablemente muchos de ellos, seducidos por una mejor paga, han desertado
para incorporarse a organizaciones delictivas, principalmente de origen
mexicano.
En la mente del secuestrador estaba como único objetivo, atrapar a esa mujer,
y sin más preámbulo, violarla, todo contra reloj, contra el tiempo, antes que sus
compañeros hicieran lo mismo con las demás damas. Recordó que, como parte
de su entrenamiento militar, hacía lo mismo, con la diferencia de que los reclutas
o adiestrados debían atrapar gallinas, matarlas casi al instante, desplumarlas y
comerlas crudas, todo en menos de dos minutos.
Los escrúpulos, hacía mucho tiempo que no existían en el alma de ese
hombre. En realidad ni él mismo sabía por qué realizaba ese ritual con esas
personas inocentes. No identificaba si era para mantenerse en forma, por
diversión, o sólo una excentricidad, una manera de sentir y ejercer poder, saciar
su lujuria o simplemente un desvío mental.
—Ahí está esa pinche vieja, ya la tengo —dijo para sí mismo en voz baja, al
mismo tiempo que sacó de entre sus pertenencias un enorme cuchillo.
Karla había entrado a una pequeña llanura, casi el mismo lugar donde el día
anterior divisó el autobús.
Disminuyó el paso, el fuerte calor comenzó a cobrarle factura, su estómago
experimentó un fuerte malestar y se detuvo para, con ambas manos, tocarse la
zona abdominal. Lanzó un pequeño gemido de dolor, antes de escuchar una serie
de ruidos entre la maleza, que indicaban que su perseguidor ya no estaba tan
lejos. La ventaja entre ambos se había acortado significativamente.
Haciendo caso omiso de la dolencia estomacal, siguió su curso con rumbo al
autobús, lo había localizado ya, corrió lo más rápido que su cansado y extasiado
cuerpo le permitía.
—No tienes escapatoria… corres rápido, pero hasta aquí llegaste cabrona —
dijo con satisfacción el rastreador, disminuyendo el paso, al notar que la
distancia que existía entre él y su víctima se había diluido.
Karla, lo miró con desamino, su cuerpo ya no le respondió más. Parecía
resignada a su destino, se dejó caer sobre el suelo, desfallecida. Con la cara al
sol, yacida sobre la maleza, esperó el inminente ataque, con el autobús a sólo
veinte metros de ellos, como mudo testigo de lo que a continuación acontecería:
—¡Vaya!, acorralé a la leona… La coneja ha caído en la trampa, no eras tan
veloz y fuerte como aquellos pendejos me dijeron, lo que pasa es que son unos
buenos para nada —dijo con sarcasmo el tipo, su presa en el suelo, con mirada
sumisa y resignada, le estaba excitando.
Le mostró el cuchillo, como para rematar la ya de por sí baja moral de la
mujer, se hincó delante de ella, para segundos después pasearle el arma blanca
por el rostro, y enseguida por el cuello, con una lentitud que mutilaba segundo a
segundo la dignidad de Karla. Ésta cerró los ojos con fuerza, no eran los
inclementes rayos del sol los causantes, sino el hecho de sentir los botones de su
blusa saltar ante el corte del puñal. Su pecho quedó descubierto, la sonrisa del
atacante disminuyó, y fue cambiada por una mirada lujuriosa. Sin perder más
tiempo, el individuo con rapidez se despojó de su pantalón, de su ropa interior.
Su cuerpo, ya tembloroso, era preso del placer que le causaba la escena, esa
chica indefensa era el aderezo, el clímax de aquella enfermiza persecución.
El acto de barbarie y transgresión comenzó, el violador se agachó para
besuquear el cuello y pecho femenino, como lo haría un animal. La mujer dejó
que el hombre comenzara a saciar su instinto sexual, aguantando la nauseabunda
experiencia de tener ese espécimen llenando de saliva su cuerpo.
—Estás rebuena… así me gusta, que cooperes, ¿qué te costaba?
La mujer no hizo caso de aquellas palabras, sólo miró cómo se incorporó el
atacante antes de pronunciar:
—Ahora, llegó el momento mamacita.
Un instante después, el hombre dispuesto a penetrar a la mujer, tomó su
miembro con la mano derecha y se agachó una vez más para intentar abrazar a la
mujer.
—Ahora sabrás lo que es un macho, un hombre de verdad…
El atacante, inexplicablemente, guardó silencio durante unos segundos. Karla
se quedó quieta unos instantes más, antes de empujar el cuerpo herido del
secuestrador. El cuchillo que le había enterrado en la espalda había causado una
fuerte hemorragia en su atacante. Éste emitió un trágico grito de dolor, pero no
fue impedimento para maldecirla:
—Pinche vieja, hija de toda tu puta madre, me acabas de romper la madre…
Karla se incorporó, miró con asco al herido, levantó la cabeza y a lo lejos
visó al hombre que un día antes le golpeó la cara, éste había estado atestiguando
la escena a la distancia, y a modo de aprobación asintió con la testa, Karla
respondió de la misma manera, movió su cabeza de arriba hacia abajo en tres
ocasiones, y corrió rumbo a la carretera, el corazón le latía al máximo, el
cansancio no lo sentía, sólo las ganas de llegar al camino asfaltado.
La libertad estaba a poca distancia, no volvió a mirar hacia atrás, no vio
cuando el hombre que la ayudó a escapar, finalizó con la vida de su jefe. Un
nuevo líder de la banda delictiva estaba tomando posesión, pero ella nunca lo
supo, sólo corrió, aunque parecía estar haciéndolo en cámara lenta, aun así, no
paró de mover sus piernas, esquivó los obstáculos que se le estaban presentando
como nunca antes lo había hecho: piedras, ramas y maleza estaban quedando
atrás, mientras su cabellera volaba y se sacudía sin gracia. Su andar sólo lo
detuvo cuando sus pies se plantaron sobre la carretera. Instantes después realizó
señales de auxilio a los vehículos que pasaban por el lugar. La salvación sólo la
volvió a experimentar cuando viajaba rumbo a la Ciudad de México, y efectuaba
una llamada a su marido por un teléfono celular que le prestaron para explicarle
parte de lo sucedido. La palabra LIBERTAD nunca la había apreciado tanto, sino
hasta que respiró el contaminando aire de la capital del país. Horas más tarde, se
fundió en un abrazo con su marido Rubén, y solamente cuando tuvo a sus hijos
en sus brazos, sólo hasta ese momento derramó la primera lágrima desde su
cautiverio. Karla regresó… Regresó para contarlo.


FIN


EPÍLOGO

Horas después de que llegué a la Ciudad de México, me enteré que el
autobús en el que nos secuestraron también arribó a la capital mexicana. De los
veinte que fuimos escogidos para bajar del camión en un principio, sólo
regresamos dieciocho, dos de ellos (no sé quiénes) nunca bajaron de aquel cerro.
Las otras personas que no fueron escogidos (aproximadamente otras veinte),
en ningún momento supe qué sucedió con ellos, ninguna de las personas que
estuvimos en cautiverio los vio más, o se enteró de algo al respecto.
El motivo real de nuestro secuestro, jamás lo supe, ni quienes fueron los
culpables, tampoco volví a saber de algún compañero de desgracia.
Con el tiempo he superado esos días tan traumáticos, nunca levanté una
denuncia, no quise saber más del caso, lo único que me importó es regresar con
mi familia, ver crecer a mis hijos, y tener la dicha de volverlos a abrazar.
Desde aquel día, el concepto de la vida cambió para mí. Ahora disfruto cada
amanecer, cada día lluvioso, cada día soleado, cada anochecer. Doy gracias a
Dios de cada momento que vivo. Me da risa la gente que se queja del calor, del
frío, del trabajo, de levantarse muy temprano o del tráfico vehicular. Hay que
disfrutar ese calor o ese frio, significa que sentimos y estamos vivos, que
escuchamos, que vemos, que caminamos, y lo más importante que vivimos.
Para mí, lo más hermoso y valioso que se puede tener, es la libertad. Y en
verdad que la disfruto cada vez que siento el aire fresco golpeándome la cara,
alguna noche en la que salgo a leer al jardín de mi casa. Quizá sea el momento
en donde más aprecio esa independencia.
Espero que lo que me sucedió, sea un ejemplo para los demás, de nunca bajar
la guardia, de no desfallecer, de no bajar los brazos ante lo que consideramos un
problema. Y aquí una vez más reflexiono a lo que nombramos problema: ¿El
tráfico?, ¿no encontrar donde estacionarse?, ¿no poder cambiar de auto este
año?, ¿no nos hace caso esa persona que nos gusta? Deseo que reflexionen al
respecto, y que disfruten cada momento de su vida, que no se quejen de cosas
insignificantes y que gocen su libertad.
Por último, espero que algún día como sociedad disfrutemos en verdad esa
libertad, que podamos caminar por nuestras calles sin miedo a ser asaltados, que
nuestros hijos puedan jugar en los parques públicos sin temor a que sean
víctimas de las drogas o violencia en general.
Mi mayor esperanza, porque esta historia algún día quede en alguna
biblioteca, en la sección de Ciencia Ficción, y no en la sección de Historia de
México.

Con cariño y aprecio:

KARLA


P.D. El año siguiente a mi cautiverio, mis hijos ganaron de nuevo el concurso
de disfraces en el festival escolar. Ahora son unos excelentes alumnos y
fervientes practicantes del deporte. Los amo.




Te dejo de regalo, los primeros capítulos de mi más reciente novela:
“Proyecto Adán y Eva”. ¡Disponible ya!, en todas las plataformas de Amazon.


Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, y en la que casi
nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.
Carl Sagan



PRIMERA PARTE

Capítulo 1

El oscuro fondo de lo que visualizo, no es más tétrico de lo que presencié el


día de ayer, ¿o acaso fue hoy?, qué importa cuándo haya sido, ya no interesa
nada. Pensar que el fondo negro lucía majestuoso, como adorno casi poético de
nuestro globo azul, que a su vez hacía juego con la otra esfera de color blanco a
la que llamábamos, Luna.
Hasta hace unos días la miraba con añoranza, con nostalgia, con melancolía,
con demasiado sentimiento, si es que este estado de ánimo aún existe. ¿Existir?,
ya no sé qué existe y qué no… por ahora es lo de menos, lo único que interesa en
este momento es iniciar con la fase final del proyecto para el cual fui elegido. Mi
compañera ya está en el proceso, cumpliendo con su cometido, ahora sólo falto
yo. Soy el último pensamiento de la humanidad, el último en reflexionar, en
moverse, en llorar, en afligirse; el último en mirar el planeta tierra, o lo que
quedó de él. ¡El último de los últimos!
Pena, rabia, vergüenza, temor, cobardía, arrepentimiento, un sin fin de
sentimientos se me vienen en esta mirada final a través de la diminuta ventanilla.
El color azul que antes dominaba el planeta llamado tierra ya no existe más, sólo
veo una nubosidad que en cuestión de horas cubrió toda la superficie, un manto
de radiación nuclear envolvió el hogar de los seres humanos. No sólo nos hemos
quitado la vida, sino también se la arrebatamos a miles o quizá millones de
especies que habitaban en ella. Estas, nunca decidieron por sí mismas, los
humanos dispusimos por ellas. Cataclismos, gigantescos tsunamis, inundaciones
monumentales, sucesión de terremotos; pero sobre todo esas series de
explosiones nucleares, acompañadas de magnas nubes en forma de hongo, que
desde aquí aprecié con incredulidad. Casi podía escuchar hasta el interior de la
cápsula espacial, los gritos de terror, las caras de angustia, de pavor, de
desesperación y de conmoción, todo el caos en que se convirtió nuestro mundo,
hirviendo a miles de grados centígrados, como una caldera, como una sucursal
del mismísimo infierno. La guerra nuclear ya no fue sólo un fantasma que
deambuló durante décadas, dejó de ser una amenaza, y se hizo presente, se
materializó, se apareció, se convirtió en realidad. Y al final sólo hubo una
ganadora: ¡la muerte!, quien ahora mismo debe estar feliz, ella… ella es la gran
ganadora.
Egoístamente nos suicidamos, hemos ejecutado el acto más vil que
podríamos cometer: la autoaniquilación. No tenemos perdón de un creador, si es
que fuimos hechos por alguien o por algo, ya sea un Dios, o por la propia
naturaleza. Llámese como se llame, no tenemos derecho a demandar una
segunda oportunidad, no podemos pedir clemencia… sin embargo, la plegaria ya
se puso en marcha. Soy la insignia de la petición, la última luz o el suspiro final
de una especie a la cual llamamos humanos… aquí estoy yo, como parte de ese
plan que nunca debió iniciar, el proyecto llamado: “Adán y Eva”.









Capítulo 2

04 Agosto del 2045, Ginebra, Suiza.

El cosmonauta Vitally Koronchenko llegó puntualmente a la cita. La


entrevista final con los representantes del proyecto multinacional denominado
“Adán y Eva”, lo aguardaban dentro de la sala de juntas.
—Puede pasar, ya lo esperan —musitó con voz suave, la asistente de
nombre, Paula. Quien al instante se levantó de su silla, y con cierta prisa, le abrió
la puerta que conducía al interior, Vitally, apenas si hizo un gesto, al tiempo que
miró escuetamente a la mujer, antes de internarse en el salón.
El Cosmonauta, caminó unos pocos pasos, se detuvo frente a una gran mesa,
en donde ya lo esperaban cinco personas, los miró de soslayo, con frialdad; su
rostro se asemejaba a un témpano de hielo, perteneciente a la zona más austral
del mundo.
—¿Sabes por qué estás aquí? —cuestionó sin protocolos previos, Helmut
Koeller. Vitally, giró brevemente su testa para repasar como un escáner a los
otros presentes, haciendo una breve pausa en cada uno de los rostros que tenía
enfrente. Para los concurrentes, pareció transcurrir un par de minutos, sin
embargo, finalmente asintió con un movimiento de cabeza de arriba hacia abajo.
Su enorme humanidad y su fría personalidad no era extraña para los demás.
—Muy bien, dejémonos de preguntas y protocolos inútiles, usted está aquí
porque ha sido elegido, para junto con la astronauta, Susan Taylor, ser parte del
proyecto más ambicioso en la historia de la humanidad, el más triste pero
necesario plan. Nunca hubiésemos deseado haberlo llamado, sin embargo, existe
en este instante un gran porcentaje de probabilidad de que estalle una guerra.
Como bien sabe, los últimos acontecimientos nos han puesto en la antesala de
una gran catástrofe. Estamos ante un inminente intercambio nuclear a gran
escala. En fin… seguramente las noticias ya las ha visto en los distintos medios.
Desde este momento Adán será su nombre, y el de la astronauta Susan, será
sustituido por el de Eva, Bienvenidos al proyecto “Adán y Eva”. —culminó otro
de los presentes, el Doctor Henry Smith, Director del proyecto, quien
representaba a un grupo de naciones conformados por Estados Unidos, Rusia,
Inglaterra, Alemania, Francia, Israel, la Liga Árabe, China, Irán, India, y Japón.
El proyecto como tal, no existía de manera pública, ni era financiado
oficialmente por las naciones involucradas. Incluso la mayoría de ellas pronto
entrarían, ya sea como aliadas o como enemigas en una guerra. La más grande
de las batallas, una muy breve, y a su vez, la última de la especie humana. En un
acto más de incongruencia de esta raza, en algún punto del planeta se planeaba
cómo aniquilarse, y en otro lugar se planeaba como subsistir a este exterminio.
Vitally, no realizó gesticulación alguna, sólo se acercó un par de metros más,
hasta encontrarse con la pluma que le estaba siendo entregada, estampó su
rúbrica sin dudar, sin leer lo qué firmaba, no era necesario, sabía todo lo
referente al proyecto. Sin embargo, por un momento reflexionó mientras el
bolígrafo se desplazaba con suavidad por una serie de papeles: «¿Y la firma sirve
de algo? Quizá mañana, o pasado mañana no haya nadie en el mundo que
pueda exigir el correcto cumplimiento de este maldito contrato».
—¡Qué absurdo! —masculló finalmente, con voz gruesa.
La mirada de los directivos fue de comparsa, la Doctora Ayko Matsuri sólo
agachó la cabeza. Firmar un contrato que con toda probabilidad nadie vería, ni
reclamaría, ¿qué caso tendría? Sin embargo, el protocolo seguiría por unos
minutos más, antes de que todos se retiraran.
—Venga conmigo, la astronauta, Susan Taylor, está en la sala de junto, los
presentaremos —dispuso el Doctor Henry Smith. Ahora sólo quedaba esperar
nuevas indicaciones, el proyecto “Adán y Eva”, estaba poniéndose en marcha.













Capítulo 3

Desde hace dos horas, Susan… o mejor dicho: Eva, está en la fase inicial
de hibernación. Yo debería estarlo también, sin embargo, he retrasado ese
momento; mis reflexiones y pensamientos, no me dejan iniciar. El computador
central que controla el proceso de letargo, está funcionando de forma correcta.
Eva, duerme plácidamente. Su insensibilidad comenzó pocos minutos después
de haber ingresado en su cámara, donde el aire que respira ha sido mezclado con
sulfuro de hidrógeno, un gas que ayudará a regular el metabolismo y su
temperatura corporal. El cerebro central que controla toda esta tecnología, se
encargará de que la mezcla sea la correcta, pues una alta concentración de azufre
y la muerte prematura de nuestros cuerpos sería inminente, el objetivo es durar
vivos diez años como mínimo, quizá dos o tres décadas más, con la esperanza de
que otra civilización capte las radioseñales que emite desde hace unas horas esta
cápsula, un S.O.S. espacial, como náufragos lanzando una botella de cristal a la
inmensidad del mar, con un mensaje en su interior. La humanidad emite una
señal de auxilio al infinito del océano cósmico.
Antes del despegue, desde el cosmódromo de Baikonur, fui informado del
fracaso en que se convirtió, el intento de rescate de los poco menos de veinte
habitantes del planeta Marte. Seguramente no sobrevivirán más de seis meses en
la hostil atmósfera marciana. Hasta este momento, la pequeña colonia no es
autosuficiente, aún sigue dependiendo de los suministros que estaban
programados, sin embargo, desde el inicio del conflicto bélico entre Oriente y
Occidente, los líderes mundiales se olvidaron de los “marcianos”, convirtiéndose
ahora en las primeras víctimas, los primeros marginados. ¡Qué ironía!, hace un
par de años eran héroes mundiales, eran el ejemplo del progreso de la
humanidad, la insignia de lo que sería la colonización del planeta rojo, y ahora
son sólo veinte condenados a muerte. Un absurdo más, desarrollamos la
tecnología para crear en otro mundo: lagos, mares, ríos, y bosques. Quisimos
“sembrar vida”, hemos intentado transformar otra atmósfera, hacerla habitable.
Sin embargo al mismo tiempo, desaparecimos de nuestro propio hogar, decenas
de lagos, millones de hectáreas de bosques, destruimos ecosistemas enteros.
Nuestra atmósfera era en algunos lugares casi irrespirable, carente de oxígeno,
Intentamos ser creadores de vida en otros mundos, mientras éramos asesinos en
el propio, con una mano concebíamos, y con la otra matábamos. ¡¿Qué clase de
especie somos?!
De la Estación Espacial Internacional, de la que hasta hace unas semanas fui
parte, tampoco me dieron buenas noticias. El retiro del proyecto y
financiamiento por parte de la NASA y de la Agencia Espacial Federal Rusa, fue
clave para su cancelación indefinida. Las demás agencias espaciales no tuvieron
más remedio que bajar los brazos, se retiraron también Los astronautas que
habitaban en ella, fueron devueltos a la tierra, no habría explicaciones, ni falta
que lo hacía.


En este instante veo una vez más, dentro de esta cápsula llamada: Génesis,
una réplica hecha de oro, de la imagen que el astrofísico Carl Sagan, diseñó hace
ya algunas décadas, con el objetivo de que en caso de que otra civilización
encuentre las sondas Pioneer 10 o la Pioneer 11, sea de su conocimiento el lugar
donde nos encontramos dentro del universo y dentro del sistema solar, nuestra
forma anatómica, así como la inversión en la dirección de spin del electrón, en
un átomo de hidrógeno. Cualquier civilización avanzada sabría interpretar estos
datos.







Durante esta misión, una réplica de esta imagen estará siendo lanzada en
código binario, por ondas de radio. La señal de auxilio se emitirá cada hora, una
botella de cristal se lanzará al mar cada sesenta minutos, el cerebro digital que
gobierna la Génesis, se encargará de ello.
De forma adicional, dentro de esta nave, se encuentra un disco compacto, tal
como se hiciera en la década de los años setenta del siglo pasado, con las Sondas
Voyager, Al igual que aquellos, estos también fueron fabricados con oro.
Contienen una gran información de nuestra especie: horas y horas de videos,
música y cánticos. Todas las naciones, sin importar credo o color de piel emiten
un saludo al menos; todos los reyes, batallas de héroes militares y deportivos;
grandes líderes, genios y sus inventos, con sus éxitos y fracasos; guías
espirituales, hombres de ciencia, políticos, artistas, en fin… la historia de la
humanidad en este disco. Me pregunto, si se logrará el objetivo de que sea vista
por alguien, alguna vez, ¿deberíamos sentir vergüenza u orgullo?
Giro nuevamente la cabeza para asomarme por la ventanilla, son los últimos
avistamientos a mi casa, mi planeta, mi punto azul. Las lágrimas que emergen de
los ojos, me distorsionan un poco la vista. ¿Qué especies sobrevivirán?, ¿algunos
roedores o insectos, tales como las cucarachas, o arácnidos?, ¿quizá algunos
microorganismos o plantas diminutas? Con seguridad pocos de ellos, sin
embargo, la especie humana, ¡no! Ni siquiera esos lunáticos, que por décadas
construyeron sus bunkers, los llenaron de comida enlatada, y otros objetos.
¿Cuánto tiempo sobrevivirán?, ¿un año?, ¿dos?, ¿una década? De todos
modos… morirán.







Capítulo 4

12 de Julio del 2045, Portland, Oregon, USA.

El televisor acaparaba la atención de la mayoría de los hogares de todo el


mundo. La gente seguía con atención los acontecimientos: una guerra que se
estaba extendiendo con rapidez, y no había manera de detenerla, las grandes
potencias habían dejado el disfraz de combate, por medio de países títere.
El enfrentamiento directo comenzó cuando la Coalición Oriental, compuesta
por Rusia, China, India, Irán y Siria, detuvo el avance de la OTAN y los Estados
Unidos. La soberanía de los países de Oriente, nunca había sido puesta en jaque.
El control, prácticamente total por parte de Occidente en países del Medio
Oriente y de Asia Central, acompañados de ataques cibernéticos, llevó a la
Coalición, a emitir una advertencia a manera de ultimátum: si la OTAN no
retiraba en menos de cuarenta y ochos horas las tropas de la frontera China;
además de las otras amenazas que representaban las unidades balísticas
estadounidenses, quienes prácticamente habían rodeado a Rusia, desde Europa,
Asia Central y el Pacífico; la Coalición Oriental respondería con ataques que
ellos llamaban defensa preventiva, con armamento convencional, aunque no
descartaban el utilizar armas nucleares. El fantasma del apocalipsis, rondaba ya
los pasillos del Kremlin y de la Casa Blanca.
Hacía ya casi treinta años, cuando la lucha por el control energético, tanto de
gas como de petróleo, había tenido un punto álgido entre Moscú y Washington.
Siria, había sido el terreno en donde las dos potencias medirían fuerzas, siendo
los Estados Unidos los grandes perdedores, en ese entonces salieron expulsados
de ese país, por lo que replantearon algunas cosas, no estaban dispuestos a ceder
el control de la situación, a sus antagonistas históricos.
Años después, la disminución de fuentes de agua potable en todo el mundo,
trajo como consecuencia otra crisis militar. ¿Quién podría imaginar que se
desatara algún día, una guerra en un planeta en donde el setenta por ciento de su
superficie está compuesta de agua? Sin embargo, en el año 2035 se vino una de
las mayores sequías de la historia, la temperatura aumentó de tal modo que lagos
y ríos enteros desaparecieron. El precio del líquido llegó a niveles similares al
del petróleo, lo que ocasionó grandes migraciones, nuevos órdenes geopolíticos,
inesperadas alianzas, y países que prácticamente desaparecieron, África quedó
olvidada como nunca antes. Lo que se conoció como “La Guerra del agua”, fue
el presagio de esta última y definitiva pugna.
Y ahora, hace pocos meses, el Armagedón llegó, el día del juicio final. La
tensión tocó su límite máximo, debido esta, a la casi inexistencia del petróleo a
nivel mundial, pues sólo quedaron el Medio Oriente y Rusia, como los únicos
lugares con reservas importantes del aceite negro.


“Tropas rusas entraron hoy a Polonia, este país se suma a Lituania, Letonia
y Estonia, quienes en menos de treinta y seis horas cayeron en poder del ejército
invasor. Rusia tomó represalias después de que los países ahora invadidos
bloquearon el Oblast de Kaliningrado. Washington ha convocado a una reunión
de mandatarios de la OTAN, temen que Japón sea atacada en las próximas
horas, pues se han visto movimientos militares por parte de China, frente al Mar
Amarillo y el Mar del Japón, las dos Coreas también preparan armas. La
tensión y la alerta están al máximo. Más información, en unos minutos”.

—¡Apaga el maldito televisor! —gritó con firmeza, Susan Taylor, quien
parecía nerviosa y alterada.
—Mami, mami, ¿vamos a morir?, en la escuela nos dijeron que el fin del
mundo se acerca, y el pastor fue hoy, nos puso a rezar a todos, dicen que los
rusos y los chinos, son malos —con angustia se expresó la pequeña Marie, con la
cara y los ojos enrojecidos.
—No hija, no hay malos ni buenos, son cosas de adultos, y no nos vamos a
morir, verás que todo se arreglará —aseveró Susan, más con el corazón que con
el cerebro.
—Mami, ¿qué es una bomba nuclear? —contratacó la pequeña, sin darle
tregua a su madre.
—Una bomba nuclear… pues es…
«Solicitud de conferencia holográfica, número desconocido, (beep), solicitud
de conferencia holográfica, número desconocido, (beep)…»
—Cariño, debo contestar, más tarde hablamos al respecto, ve a tu cuarto y
por favor ya no enciendas el televisor, ni el ordenador, tampoco contestes
cualquier tipo de llamado —con alivio, la madre evadió la pregunta de su hija.
Apenas se retiró la infanta, y Susan digitó el botón azul de su aparato
holográfico, de inmediato la figura de un hombre transparente de
aproximadamente treinta centímetros, apareció en la sala.
—Susan, buenas tardes…
—¿Qué tienen de buenas? —interrumpió la mujer.
—Es verdad —el hombre del holograma respondió complaciente—. Seré
breve Susan, no hay más tiempo, fuiste la elegida, debes viajar a Ginebra,
puedes llevar tanto a tu madre como a tu hija. Más tarde te contactará un agente,
para darte los pormenores del viaje. ¡Mucha suerte!
La conexión se interrumpió. Susan, se quedó mirando al techo de la
habitación, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
—¿Dónde es Ginebra, mami? —la inquieta y asustada Marie, había estado
escuchando y viendo todo, la puerta la había abierto con sutileza. La madre, lejos
de reprenderla se acercó y sin decir palabra alguna, se fundió en un abrazo que
tenía etiqueta de desmoralización.



















Capítulo 5

Estoy realizando las últimas tareas, las pruebas del sistema de


criopreservación. Si durante nuestra hibernación no somos encontrados y
rescatados por algo o por alguien, y una vez que nuestros cuerpos sean
detectados como inertes por el cerebro de la Génesis; se activará de manera
inmediata el sistema criónico. Al morir, la cámara sellada se llenará de nitrógeno
líquido, nuestros cuerpos estarán regidos por temperaturas que oscilarán los -150
grados centígrados, segundos después, con ayuda de nanorobots, nuestra sangre
será extraída por completo, y posteriormente sustituida por una solución a base
de glicerol, la cual evitará que nuestras células se congelen, ¡menuda tecnología!
Una serie de preguntas me inquietan: ¿qué ocurriría con nuestros cuerpos en
caso de que despertemos después de nuestra muerte «vaya paradoja»?,
¿lograríamos recordar, nuestra memoria estaría intacta?, ¿y qué con nuestros
sentimientos?, ¿nuestra personalidad sería la misma? Hace muchos años se
hicieron experimentos al respecto, con ratones. Los resultados fueron favorables,
es decir, los roedores mostraron que su memoria estaba prácticamente intacta. En
humanos, hasta donde tengo información, no se logró reanimar a nadie, ninguna
de las miles de personas que pagaron por este servicio fue resucitada, ¡otra
apuesta en contra! ¿Si alguien nos encuentra, tendrá la tecnología para
revivirnos? Si no es así, sólo queda la manipulación de mis espermatozoides y
los óvulos de Eva, la semilla de la vida está igualmente preservada en
contenedores especiales. Una fertilización in vitro es nuestra última carta,
¿sabrán clonarnos?, ¿entenderán la información?, ¿podrán interpretarla? Quiero
creer que sí, si llegan hasta aquí, si encuentran esta nave, seguro podrán hacer el
resto. Creo que es mi última dosis de optimismo.

Ahora me introduzco dentro de mi cámara, estoy recostándome, no sin antes
echarle un último vistazo a Eva. Luce hermosa, radiante, parece extraída de un
cuento antiguo, aquel que mis abuelos me contaban, uno de nombre: “La bella
durmiente”, así es, pareciera que la mujer que yace en esta extraña morada
espacial, espera a un príncipe que la despierte. Ese soberano, valiente y audaz no
seré yo, quizá esté a años luz de distancia, o peor aún… tal vez, ese personaje
nunca aparezca.

Si te gustaron estos primeros capítulos, puedes adquirirla completa en el
siguiente enlace:
relinks.me/B073NZ18RF

Si te gustó esta novela, con gusto te invito a leer otra de mis obras:

LA ÚLTIMA APUESTA
relinks.me/B0196W3RPM

Una novela donde la ficción y la realidad se mezclan para formar un
caleidoscopio de personalidades, sucesos y emociones. Un hombre que cae en
las garras del juego, se ve atrapado en un mundo que nunca imaginó. Entre
crimen, seducción y suspenso, tendrá que sortear el principal juego… el de su
vida misma y la de sus seres queridos.










72 horas en Rusia
http://www.amazon.com.mx/dp/B00JIHMOPK

Basada en hechos, situaciones, tecnología, edificaciones y declaraciones reales; "72 horas en Rusia"
combina hábilmente ciencia, romance e historia para adentrarte en una aventura que no te dejará de
sorprender, te adentrarás en las calles y monumentos de la histórica y heroica ciudad imperial de San
Petersburgo, hasta la fría, mágica y enigmática Moscú: Nueva Orleans, Estados Unidos, agosto del año
2005. “Katrina”, se convierte en el huracán más desastroso en la historia moderna de aquel país. Los
americanos tienen argumentos para pensar que no fue del todo la naturaleza la causante del desastre.
Sospechan que Rusia podría estar detrás de todo, utilizando su nueva arma geofísica enclavada en un
pequeño poblado llamado Vasilsursk, capaz de modificar el clima. Inglaterra intercede y tiene 72 horas para
conocer si los rusos son los culpables, de lo contrario se podría estar en la antesala de un gran conflicto
entre las dos potencias. Los espías del MI6 inglés, Peter Murray y Jessica Sanders se internan en la
gigantesca nación con la ayuda de Aleksandra Sokolova profesora universitaria y novia del agente, entre los
tres intentarán resolver la situación. Jessica quien ama a Peter en secreto está dispuesta a aprovechar el viaje
para intentar conquistar el corazón de su compañero. Las vidas de los protagonistas darán un gran giro en
estos días de tensión y peligro. En medio de un triángulo amoroso los acontecimientos y cuestionamientos
se van replanteando: ¿Qué son los proyectos HAARP y SURA?, el físico y genio Nicola Tesla ya hacía
experimentos el siglo pasado con ondas electromagnéticas a distancia pero, ¿esta tecnología tiene el
potencial para provocar huracanes y hasta ¡¡terremotos!!?, ¿y si no es Rusia el culpable, quién entonces y
por qué?, ¿Estados Unidos tiene un arma igual?, ¿quién es realmente Aleksandra Sokolova? Entre amor,
celos, pasión, sexo, intriga, traición y muerte serán respondidas estas y otras peguntas.
http://www.amazon.com.mx/dp/B00JIHMOPK













Puedes agregarte o seguirme en mis Fan Page en Facebook y en Twitter,
donde puedes enterarte de novedades y donde incluso podemos interactuar:
https://www.facebook.com/pages/Favio-Omar-Ayala/1610557245853017?
ref=hl
@favioescritor

También podría gustarte