La Venganza Del Highlander Medieval 3 Anne Marie Warren
La Venganza Del Highlander Medieval 3 Anne Marie Warren
La Venganza Del Highlander Medieval 3 Anne Marie Warren
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son
producto de la imaginación del autor, y cualquier parecido con personas, hechos o
situaciones son pura coincidencia, a pesar de estar basada en costumbres y forma de pensar
de la época en que está ambientada. Reservados todos los derechos.
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@5-Abril-2019
Este libro es para ti, Sofía.
Porque a pesar de ser la más pequeña de la familia,
eres sin lugar a dudas la que posee el corazón más grande.
DISTRIBUCIÓN DE LOS CLANES ESCOCESES EN LA
EDAD MEDIA
ÍNDICE
Castillo de Dunstaffnage.
Tres días después.
Tratando de serenar sus nervios Angus MacDougall se encaminó al
encuentro de su señora en la capilla, al tener el triste y difícil deber de
comunicarle que su marido y laird de esas tierras había muerto en el campo de
batalla, y que los Campbell en breve llegarían a la fortaleza con el fin de
destruirla.
Odiaba ser el portavoz de semejante noticia, al ser su señora una mujer
dulce y compasiva que ya había sufrido demasiado a sus diecisiete años, pero
como miembro de más rango en el lugar, y de más edad al haber alcanzado ya
los cincuenta años, era el único que podía llevar a cabo esa misión aunque
esta no le agradara.
Resignado, Angus siguió caminando resintiéndose de los calambres que
una antigua herida en la pierna le daba, pero sobre todo maldiciendo por no
ser treinta años más joven y poder defender como se merecían esas pobres
almas que apenas podrían ofrecer resistencia a los Campbell; en especial a su
laird Malcom, pues en todas las Highland se sabía que su sed de venganza no
tendría fin hasta que aniquilara al último MacDougall, o hasta que el creador
le otorgara un corazón para que tuviera piedad.
—Angus, ¿es verdad lo que se rumorea en las cocinas? —le preguntó
una mujer regordeta, alta y con el cabello cano recogido con un estirado moño
que presurosa se dirigía hacia él.
A este no le extrañó que la mujer se hubiera enterado tan pronto al
tratarse de la castellana[4] del castillo, pues una de sus funciones era estar al
corriente de todo lo que sucedía tras las puertas de la torre del homenaje[5], y
al haber mandado al mensajero a las cocinas para que tomara algo de comer,
era de esperar que ella acabara enterándose.
—¿Y qué es lo que dicen esos entrometidos sirvientes que en vez de
trabajar se pasan las horas de cháchara? —le preguntó para molestarla, pues
cualquiera que conociera a Glinis sabría que para ella la disciplina era algo
prioritario, y que jamás dejaría que los siervos a su cargo perdieran el tiempo
en banalidades.
Parándose en el acto Glinis se colocó con los brazos en jarras como si
estuviera dispuesta a presentar batalla, aunque Angus no se impresionó al
conocerla desde hacía demasiados años y saber que su corazón era demasiado
bueno y generoso, aunque le gustaba aparentar ser una mujer severa para
mantener el orden.
—Mis trabajadores jamás rumorean como viejas mientras trabajan,
Angus MacDougall, y cualquiera que diga semejante atrocidad tendrá que
vérselas conmigo.
Angus trató de esconder la sonrisa ante el arrebato de cólera de Glinis,
y se detuvo para escuchar el sermón que le esperaba y ya de paso descansar un
poco la pierna que le atormentaba con sus pinchazos.
—Lo que sucede —empezó a decir mientras bajaba los brazos y
estiraba su impecable delantal blanco con nerviosismo—, es que ha llegado un
muchacho muy alterado diciendo que el señor ha muerto y que los Campbell
están a punto de llegar para matarnos.
Angus soltó un improperio que dejaba al mensajero a la misma altura en
inteligencia que un asno, y se reprochó no haberle ordenado al muchacho que
no le comentara nada a nadie hasta que él regresara con la señora, pues quizá
ella quisiera preguntarle más cosas sobre lo sucedido con su esposo.
—Por desgracia es cierto, pero me hubiera gustado que la señora
hubiera sido la primera en enterarse.
—¿Ella todavía no lo sabe? —preguntó incrédula Glinis.
Siendo él ahora el enfurecido comenzó de nuevo a caminar, sabiendo
que ella se colocaría a su lado para acompañarle y de paso enterarse de lo que
estaba sucediendo.
—No, no soy tan rápido como las lenguas de esos sirvientes suyos —le
dijo para provocarla—. En cuanto ese bocazas de mensajero me dio la noticia
fui a la recámara de la señora para buscarla, pero una criada me comentó que
a estas horas es frecuente que se encuentre rezando en la capilla.
—Es cierto, esa pobre mujer pasa un par de horas cada mañana rezando,
pero por la poca suerte que ha tenido en la vida parece que el Todopoderoso
nunca la escucha.
—Bueno, pues parece que por fin la ha escuchado, aunque no seré yo
quien hable mal de un muerto.
—Por supuesto —le respondió de inmediato santiguándose—, lo que el
Altísimo le tenga preparado a su marido es cosa entre él y su creador, aunque
me parece que a estas horas lo que estará viendo ese hombre son las entrañas
del infierno —terminó afirmando para después santiguarse de nuevo.
Angus asintió, pues todos los del castillo sabían del mal carácter del
laird al haberlo sufrido en sus propias carnes, pero sobre todo se comentaba la
forma tan despiadada en que insultaba y castigaba a su esposa, la cual cada
vez parecía más apagada y maltrecha al sentirse desamparada ante su
desgracia.
Por unos segundos ambos permanecieron en silencio escuchándose tan
solo el sonido de sus pasos, mientras recordaban las veces que ella gritaba
pidiendo ayuda al ser flagelada en presencia de todos en el gran salón, sin que
nadie del clan se acercara a protegerla, pues nadie se atrevía a provocar al
laird si no quería acabar en las mazmorras o muerto.
Sin lugar a dudas si alguien se merecía los fuegos del infierno ese era
Gordon MacDougall, pues no solo había hecho de la vida de su joven esposa
un calvario desde el mismo día de su casamiento; hacía algo más de un año,
sino que también había arruinado al clan con sus excesos y sus continuas
luchas con otros clanes como los Campbell.
—Espero que la suerte de la señora cambie ahora para bien, ya que si
alguien se lo merece es ella —indicó Glinis con voz solemne, para después
parar ante las puertas de la capilla del castillo al haber llegado a su destino.
Tanto Angus como Glinis contemplaron las puertas de ese pequeño
edificio colocado a unos metros de la torre del homenaje, como si estuvieran
ante una prueba que ninguno de ellos deseaba realizar, pero que sabían que era
necesario llevar a cabo cuanto antes.
La capilla, al estar situada a un lateral del patio tenía cierta intimidad,
pero por el alboroto que empezaba a formarse en el castillo, era evidente que
las malas noticias ya estaban corriendo de boca en boca, y no era apropiado
que su señora fuera la última en enterarse.
—Glinis —le llamó Angus mirándola a los ojos—. ¿Entrarás conmigo
para consolar a la señora? No estoy muy seguro de cómo se tomará la muerte
de su esposo y no tengo experiencia tratando con mujeres.
Glinis asintió al reconocer que un viudo como Angus no sabría cómo
enfrentarse ante las lágrimas o la histeria de una mujer, por mucho que se
hubiera entrenado con espadas o machetes o se hubiera curtido la piel.
—Puedes contar conmigo, aunque yo tampoco sé cómo se va a tomar la
noticia —tras decir esto se alisó el delantal para presentarse ante su señora
impecable, aunque su vena belicosa hizo que mirara a Angus y acabara
comentándole—: Pero te digo una cosa, si esa muchacha, tras enterarse de que
ahora es viuda comienza a dar saltos de alegría, no voy a ser yo quien la
regañe.
Y sin más abrió la puerta de la capilla dejando a Angus sin palabras,
mientras ella decidida entraba en el lugar santo.
Tras algo más de dos días cabalgando sin apenas descanso por páramos,
ríos y montes Sheena se sentía exhausta, a causa del rigor del viaje y de estar
completamente desorientada.
Esto se debía a que apenas había salido del refugio de su hogar desde
que había nacido, pues había viajado por primera vez en su vida para su boda
con Gordon MacDougall. La falta de costumbre para montar a caballo, dormir
a la intemperie o para realizar rápidas comidas insustanciales estaban
mermando cada vez más su resistencia, además de dejarle demasiado tiempo a
solas con sus pensamientos.
Y es que no podía evitar preguntarse cómo acabaría todo este asunto,
mientras comenzaba a odiar con todo su ser cada tramo del camino que le
acercaba a su encierro. Le parecía una cruel ironía que la primera vez que
había realizado un viaje fue para casarse con un monstruo, y que en esta
segunda ocasión el trayecto le llevara hasta unas mazmorras.
Con demasiado tiempo a solas con sus pensamientos no podía dejar de
reprocharse su mala suerte, pues le parecía increíble que tras librarse de un
tirano como su marido, apareciera en su vida otro hombre sin corazón que
quisiera castigarla por algo que desconocía.
Por mucho que reflexionaba sobre ello no comprendía como el
Campbell podía odiarla tanto, cuando no se conocían y nada tenía que ver con
los asuntos de su esposo. No hacía más que preguntarse qué sería de ella ahora
que estaba bajo el dominio de ese hombre, y si este sería tan frío y brutal
como su marido, o por el contrario tendría el interior tan cálido y apasionado
como en un principio había visto en sus ojos.
Habría jurado nada más verlo que ese recio guerrero que se había
acercado a ella montado en su caballo era un hombre de honor, como también
había creído que había algo especial en él cuando la había mirado fijamente.
Sin embargo, el cambio que había experimentado con el paso de los
segundos la había confundido, pues por mucho que rememoraba lo que le
había dicho, no encontraba un motivo que justificara su enfado y su posterior
condena al haberla hecho su prisionera. Solo esperaba que con el paso de los
días este se calmara y se diera cuenta de su error, pues era evidente que todo
había sido un malentendido quizá llevado por la tensión del momento.
Quería pensar que una vez que se percatara de su injusticia la mandaría
sacar de la mazmorra, y tal vez entonces podrían reunirse para hablar sobre la
paz de ambos clanes.
—Coma —la voz del hombre a la que le habían encomendado la sacó
de sus pensamientos, haciendo que diera un respingo antes de levantar la
mirada para observarle, ya que ella se encontraba sentada con la espalda
apoyada en un ancho árbol mientras él estaba de pie frente a ella.
Hacía unos pocos minutos que se habían detenido para comer y
descansar, y ese hombre la había bajado del caballo donde la había colocado
antes de emprender la marcha.
También le habían atado las manos con unas cuerdas en las muñecas que
le dañaban la piel, y no le habían permitido llevar las riendas de su montura
para impedir que se escapara, como si una mujer sola en medio de alguna
parte pudiera librarse fácilmente de un puñado de guerreros adiestrados.
Suspirando Sheena contempló el trozo de queso con pan que el hombre
le ofrecía, y aunque notaba el estómago cerrado a causa del miedo, se esforzó
por comérselo al no saber cuándo o qué sería su próxima comida, como
tampoco quería provocarle y acabar en peores circunstancias de las que se
encontraba.
—En pocas horas estaremos en Inveraray —siguió hablando el hombre,
consiguiendo con sus palabras que Sheena se quedara petrificada.
Saber que en breve llegaría al castillo de los Campbell la hizo estar a
punto de desfallecer, pues si bien se sentía cansada, dolorida, confusa y
aterrada, más horror le daba pasar la noche en las mazmorras.
—¿Qué haréis conmigo cuando lleguemos? —no pudo remediar
preguntar aunque sabía cuál sería su respuesta.
Durante unos segundos el guerrero se la quedó mirando como si dudara,
consiguiendo que el corazón de Sheena se agitara de alegría por si ese hombre
se había apiadado de ella, pero cuando apartó la mirada y cerró con fuerza los
puños, Sheena supo que toda esperanza era inútil.
—Cumplir las órdenes —terminó diciendo Blair, por mucho que
lamentara olvidarse de sus principios al encarcelar a una dama en un lugar tan
inapropiado.
Blair sabía que el dolor que Malcom sentía por la muerte de su familia
le había cambiado al haberlo amargado, pero no podía entender cómo podía
culpar a la esposa por los pecados de su marido, más aun cuando no conocía a
la mujer y la había condenado sin haberla dejado defenderse; algo
completamente impropio de su amigo.
Solo esperaba que poco a poco Malcom se calmara y rectificara su
error, aunque mucho se temía que para la mujer ya sería demasiado tarde, pues
le sería imposible librarse de pasar por lo menos un par de noches en las
mazmorras.
Contemplando el dulce y asustado rostro de la MacDougall no pudo
evitar pensar en la cantidad de personas que morían en ese lugar tan inmundo,
sobre todo a causa de las malas condiciones de higiene y alimentación a las
que tenían que enfrentarse.
Sabía de hombres rudos y acostumbrados a las penurias que habían
sucumbido a la muerte o la locura, y se preguntó cuánto podría resistir una
dama en esas circunstancias.
—¿Puedo haceros una pregunta? —escuchó Blair como ella le decía.
Imaginando que tendría mil dudas en esos momentos, y que tal vez si le
aclaraba algunas de estas antes de llegar a su destino se sentiría mejor, Blair
asintió con la cabeza en una clara señal afirmativa.
—¿Podéis decirme cómo es vuestro laird?
—¿A qué os réferis? —le preguntó algo confuso y sorprendido, pues
creyó que su curiosidad tendría que ver con las condiciones de su cautiverio y
no con Malcom.
—¿Debo temerle? —le preguntó bajando la mirada avergonzada por su
atrevimiento, mientras disimulaba su bochorno mordisqueando el trozo de pan.
Al saber qué era lo que más le preocupaba, Blair se quedó pensativo,
hasta que finalmente comprendió que para ella era importante saber si su
captor era un hombre clemente o por el contrario despiadado. Pensó que era
lógico que quisiera saber ante qué adversario tenía que enfrentarse,
considerando que esa pequeña mujer que parecía asustada y confusa, era digna
de admiración al guardar en su interior una inteligencia tan despierta.
Sabiendo que lo estaba pasando mal y que lo peor estaba aún por llegar,
decidió que sería mejor ser lo más sincero posible con ella para así calmarla.
—Malcom MacDougall es un laird justo que posee un gran sentido del
honor.
«Y al que no debéis temerle». Le hubiera gustado añadir, pero recordó
la frialdad de sus ojos cuando empujó a la mujer contra su pecho, y le fue
imposible comentárselo al no saber si sería verdad.
—Solo espero que no sea como mi esposo —fue lo primero que le pasó
por la cabeza, sin percatarse de que lo había dicho en alto.
—De eso podéis estar segura —le indicó categórico al haberla
escuchado con claridad, demostrando por su expresión de desagrado que su
comentario le había molestado.
Sin querer seguir con esta conversación Blair no señaló nada más, y se
apartó dejándola a solas con sus cavilaciones, ya que era lo único que se
había llevado con ella a excepción de su miedo.
Tras la corta parada que hicieron para comer continuaron su viaje, hasta
que con la puesta de sol cercana llegaron ante la impresionante visión del
castillo de los Campbell.
Construida sobre una llanura el castillo de Inveraray daba la sensación
de ser una construcción inexpugnable, aunque su belleza te dejaba maravillado
así como su majestuosidad. Con sus agudas torres a cada esquina y sus muros
oscuros de gran altura, te hacía pensar en él como en un lugar de ensueño que
formaba parte de la hierba, las colinas y los árboles que la rodeaban, en vez
de una fortaleza con mazmorras oscuras donde encerraban a los prisioneros.
Sin sentirse preparada para lo que le esperaba Sheena se agarró con
más fuerza a las crines del caballo, empapándose de la visión del sol bajando
por las colinas mientras pintaba con tonos rojizos y anaranjados todo lo que le
rodeaba. Pensó que quizá esa visión sería la última que viera en mucho
tiempo, y por eso quiso empaparse de ella para poder recordar esa belleza
cuando estuviera encerrada.
Sumida en la contemplación de cada matiz de Inveraray Sheena apenas
prestó atención a nada más, hasta que a escasos metros de los portones se
percató de las voces y los ruidos del castillo, extrañándole que a una hora tan
avanzada de la tarde hubiera tanto ajetreo en el exterior.
Pero jamás hubiera podido imaginar la gran actividad que reinaba en
ese lugar, pues por todas direcciones había mujeres, hombres y niños
ocupados en alguna tarea, así como perros, gansos, caballos y gallinas que
estaban por todas partes, si bien realizando alguna tarea o simplemente yendo
de un lado a otro en busca de comida.
No tuvo que esperar mucho hasta que poco a poco todas las personas
presentes se fueron percatando de su llegada, siendo recibidos con gritos a
modo de saludos, así como asentimientos y alguna que otra sonrisa para los
hombres, mientras que a ella la miraban con curiosidad y recelo.
Sin perder ni un segundo Blair la bajó con cuidado del caballo; al llevar
las manos atadas, y la condujo al interior del edificio a toda prisa, quizá para
no ser visto y así no tener que dar explicaciones sobre su prisionera. Algo que
era realmente imposible de llevar a cabo, al ser observados a cada momento
por centenares de ojos curiosos.
La prisa por deshacerse de ella era tal, que a Sheena apenas le dio
tiempo de observar el interior de la gran sala que se abría frente a ellos. En su
lugar Blair tiró de ella para que continuaran por un corredor que se abría
paralelo a esta estancia, alejándola del alboroto que se escuchaba procedente
de su interior.
Sheena se percató al mirar hacia atrás que nadie más los acompañaba, y
se preguntó si el Campbell deseaba tenerla aislada para siempre y por eso no
quería que nadie supiera dónde la habían encerrado. Pensar en ello la hizo
estremecerse mientras el silencio se hacía cada vez más opresivo, al ser
consciente por primera vez lo que suponía estar a su merced.
Las antorchas que colgaban a cada lado del corredor daban una luz algo
escasa, consiguiendo que las sombras que proyectaban parecieran tenebrosas,
al seguirles a cada tramo que atravesaban como si fueran espectros.
Si además se unía el temor creciente de Sheena por su encierro y el aire
que cuanto más avanzaban más se encrudecía, el resultado era un cuerpo tan
tembloroso que apenas le obedecía y una sequedad en la garganta que apenas
le permitía hablar; si es que se le hubiera ocurrido decir algo, ya que su mente
se negaba a pensar con claridad.
Pero a pesar de su torpeza al sostenerse y caminar, y de los demás males
que la atormentaban, no tardaron mucho en llegar a una gran puerta de madera
maciza, tan pesada que a Blair le costó abrirla con una sola mano, al sostener
en la otra a Sheena.
Nada más abrirse la puerta un frío penetrante y húmedo llegó de su
interior, así como un olor mohoso y fétido que hizo que Sheena deseara tener
las manos libres para taparse la boca. Haciendo grandes esfuerzos por no
vomitar se asomó curiosa por ese hueco prácticamente oscuro que se abría
ante ella, descubriendo unas escaleras que bajaban a un nivel inferior y que se
imaginó que debían conducir a las mazmorras.
Blair no tardó mucho en coger una antorcha de la pared para iluminar el
lugar, apareciendo ante ellos una visión tan tétrica y oscura, que Sheena
hubiera dado cualquier cosa por librarse de su cautiverio.
—Por favor, no podéis pretender encerrarme en este sitio.
Blair ni siquiera se dignó a mirarla, aunque por la tensión de su cuerpo
y sobre todo de su mandíbula, se notaba que él tampoco estaba de acuerdo con
ese mandato de su laird. Aun así siguió adelante con su orden, tirando con
fuerza del brazo de Sheena, para así obligarla a bajar por esas escaleras que
parecían conducirla al interior de la mismísima tierra.
Asustada como nunca antes lo había estado bajó teniendo cuidado, ya
que los escalones eran escurridizos y estrechos. Mirando recelosa a su
alrededor comprobó que el lugar recordaba bastante a una especie de cueva,
que en algún momento fue excavada en la roca de la parte inferior del castillo
para albergar las celdas.
Pero lo peor estaba aún por llegar, pues ante ella apareció una pequeña
cámara donde podían verse las puertas compactas y cerradas de cuatro
estancias, que daban la impresión de estar tan podridas como el aire que se
respiraba.
Entre la humedad, el aire rancio al ser un sitio cerrado y lo que parecía
el nauseabundo olor de las secreciones humanas acumuladas en las celdas, el
tufo de ese lugar era tan intenso, que incluso Blair reguló hacia atrás cuando
llegó a esa cámara.
Pero Sheena se encontraba tan impresionada por lo que tendría que
soportar, que en lo único que pensaba era que esas cuatro celdas estuvieran
ocupadas, para que así tuvieran que encerrarla en otra parte del castillo y no
tener que quedarse en ese recinto tan poco apropiado, no solo para una dama,
sino para un ser humano.
Aunque la luz que provenía del interior de una de ellas, junto con su
puerta entornada, le aseguraba que no sería tan afortunada.
Imaginando lo que le esperaba Sheena se dijo que incluso prefería mil
veces estar encerrada en una pocilga con los cerdos en vez de en ese sitio,
pues por lo menos podría respirar aire fresco en vez de ese otro rancio y
pesado que se respiraba.
—Carcelero —la voz penetrante y enfadada de Blair la hizo salir de sus
cavilaciones al asustarse.
—¿Quién está ahí? —Se escuchó decir a un hombre que salía del único
cuarto cuyo interior tenía luz—. Disculpadme, no sabía… —empezó a decir el
carcelero cuando vio a Blair.
—Necesito una celda —le interrumpió este, pues tanto ese lugar como
ese hombre le desagradaban, y estaba deseando acabar cuanto antes con la
misión que su laird le había encomendado.
El hombre que había aparecido ante ellos, y portaba una antorcha en una
de las manos, era el espécimen humano más desagradable que Sheena hubiera
visto en su vida, no solo por su aspecto desaliñado, seboso y gigantesco, sino
porque su olor daba auténtica repulsión nada más percibirlo.
Si a todo ello le unías el pelo graso que se le pegaba a la cabeza y unas
encías podridas que enseñó a Sheena cuando sus pequeños ojos vidriosos la
miraron con descaro, el resultado fue una sensación de repulsión por su
aspecto, y de peligro al notar como la miraba con deseo.
Sabía que cuando Blair la dejara a solas estaría en sus manos al ser el
encargado de cuidarla, y mucho se temía que ese hombre le traería serios
problemas al querer conseguir de ella más de lo que estaba dispuesta a darle.
—Puede elegir la celda que desee, el último ocupante murió esta misma
mañana y ya me he desecho de esa escoria —le dijo con tono fanfarrón a Blair
pero sin dejar de mirar por el rabillo del ojo a ella, por lo que Sheena no supo
si estaba hablando en broma para asustarla o estaba en lo cierto.
Pero Blair no quiso seguir el juego y le acalló de inmediato, pues no
estaba dispuesto a soportar las tonterías de ese individuo, como tampoco
quería seguir soportando su pestilente olor.
—Guárdate tus historias y enséñame una celda que esté en condiciones.
Mostrando confusión por primera vez el carcelero se le quedó mirando,
al haber creído que había bajado a la dama solo para asustarla. Pero ahora que
se fijaba mejor y veía el talante oscuro del lugarteniente, así como el
aterrorizado de la dama, se dio cuenta de que su suerte había cambiado y
tendría a su cuidado y disfrute a esa mujer tan hermosa.
El brillo lascivo que sus ojos revelaron hizo que Sheena retrocediera un
paso, pues el carcelero estaba tan encantado con su próxima prisionera que se
olvidó de guardar las apariencias hasta que estuvieran a solas. Solo de pensar
en lo bien que se lo pasaría fornicando con una mujer tan refinada se le hacía
la boca agua y el miembro se le tensaba, pues hacía mucho que las prostitutas
más cercanas se habían negado a atenderlo, y las ganas de probar una hembra
se le antojaba todo un privilegio.
Por suerte no solo Sheena se había percatado de la mirada lujuriosa del
carcelero, pues Blair acercó a Sheena a su lado y con un tono de voz que no
dejaba duda de su autoridad le dijo:
—Ten cuidado, si a esta mujer le llega a pasar algo la ira del laird caerá
sobre ti.
El carcelero pareció entender la amenaza, pues nada más escucharla
reguló hacia atrás y bajó la cabeza permaneciendo silencioso y sumiso.
Una reacción que hizo que Sheena suspirara de alivio, ya que al parecer
el Campbell inspiraba temor a ese hombre, y eso sería un punto a su favor para
mantenerlo alejado de ella. Aun así, estaba muy lejos de permanecer tranquila,
y más cuando el carcelero abrió la puerta y Blair tiró de ella para que entrara.
—Por favor —volvió a suplicarle mientras trataba de contener las
lágrimas, al no desear humillarse más ante esos hombres.
—Os ruego milady que no me lo hagáis más difícil —le pidió Blair al
mismo tiempo que la metía en la celda.
Al volverse y ver el pesar que ese hombre estaba sintiendo al dejarla en
esas condiciones, Sheena se percató de que en realidad él solo estaba
siguiendo las órdenes de su laird, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Se
dio cuenta de que por mucho que gritara, pataleara o se quejara él jamás
dejaría de cumplir su mandato, por lo que solo conseguiría rebajarse ante él,
demostrando que como MacDougall y como escocesa no tenía endereza ni
honor.
Le hubiera gustado decirle que no le importaba si se sentía incómodo
ante esta situación o si no quería soportar la histeria de una mujer, pero se
recordó que ante todo era una dama respetable que no había hecho nada y por
ello no debía suplicar clemencia.
Su honor se lo impedía, como también se lo impedía que todos en
Inveraray supieran que una MacDougall se había humillado cuando había sido
llevada a las mazmorras. Irguiéndose trató de demostrar una fortaleza que en
realidad no sentía, y dio unos pasos adentrándose en la celda para así quedar
en el centro de esta.
Su gesto de valor no pasó desapercibido a Blair, el cual la miró con un
respeto en sus ojos que antes estos no habían mostrado.
—Haced que su estancia sea lo más cómoda posible —le indicó Blair
al carcelero sin dejar de mirarla.
Fue entonces cuando Sheena se permitió contemplar el pequeño cuarto
donde la habían introducido, y para su sorpresa se encontró con un habitáculo
de dos metros por dos metros de diámetro. El suelo estaba formado por tierra
apisonada y húmeda, mientras que las paredes eran de piedra fría, sin ventana
o alguna clase de orificio que hiciera que ese lugar tan estrecho tuviera
ventilación.
En una de las esquinas se encontraba un cubo sucio para sus
evacuaciones, así como un jergón pequeño, sucio y lo más posible es que
estuviera lleno de pulgas, que estaba situado a un lado del suelo. El ambiente
era frío pero seco, al no filtrarse ni una ráfaga de aire en su interior, por lo que
Sheena supuso que cuando la puerta se cerrara sentiría como si se asfixiara,
más aún si se llevaban consigo la antorcha dejándola a oscuras.
Sin querer pensar en ello se esforzó de nuevo por no llorar y mantuvo su
barbilla alzada, como retando a su captor a que dijera algo.
Pero Blair no dijo una sola palabra mientras contemplaba cada detalle
que le rodeaba, notándose por la expresión de su rostro que no le agradaba lo
que veía y mucho menos ese carcelero lascivo. Solo esperaba que su laird no
tuviera que arrepentirse de ello, y por eso le ofreció una mirada de disculpa a
la MacDougall cuando se le acercó y le desató con cuidado las cuerdas que
ataban sus muñecas.
Deseando quitarse de su piel el hedor de ese sitio, y sabiendo que ya no
le quedaba nada más por hacer, Blair se giró para salir de la celda cuando la
voz de la mujer le detuvo.
—¿Podríais concederme una merced? —le pidió, aunque sin mostrarse
sumisa.
—Si está en mi mano así lo haré.
—Podríais dejarme la antorcha —fue más una petición que una
pregunta.
Al comprobar Blair que en su mano portaba la única antorcha de la
celda, y por consiguiente la dejaría a oscuras cuando se marchara, se reprochó
por su falta de consideración al no haber pensado en ello, y afirmando con la
cabeza dejó sujeta la antorcha en un gancho de la pared que estaba diseñado
expresamente para ese fin.
—¿Necesitáis algo más? —le preguntó antes de marcharse.
—Nada que vos podáis concederme.
Su contestación le dejó en silencio por unos segundos, mientras una
parte de él se negaba a dejarla en esas circunstancias.
—Le ordenaré al carcelero que os traiga la cena y lo necesario para
pasar la noche más cómoda.
La conciencia de Blair así se lo exigía, aunque de ella solo obtuviera
una inclinación de cabeza a modo de gratitud y su silencio. Suspirando
simplemente salió de la celda, y con pesar dejó que el carcelero cerrara la
pesada puerta que la dejaría aislada y sola, y lo que era peor, en las manos de
ese hombre.
Sin poder resistirse Sheena se acercó a la puerta mientras escuchaba
como la llave la dejaba encerrada, y como Blair cumplía su palabra y le pedía
al carcelero que le llevara comida y enseres de limpieza así como una manta.
Pero lo peor fue escuchar como sus pasos se alejaban, pues eso significaba
que ahora se encontraba sola en ese lugar tan desagradable.
La tristeza que sintió en ese instante casi la hizo desfallecer, hasta que
escuchó el ruido de las ratas moviéndose tras ella y perdió el poco valor que
le quedaba. Aterrorizada ante la perspectiva de tener que convivir con ellas y
de que de vez en cuando la mordieran, Sheena comenzó a gritar y a golpear la
puerta en pleno ataque de pánico, dejando que por primera vez en su vida su
tristeza, su enfado y su rabia salieran de su interior.
Maldiciendo al Campbell, a los hombres y a su mala suerte se dejó
llevar por el llanto, notando como con cada lágrima que emanaba de sus ojos
menos fuerzas le quedaban. Sintiéndose vencida y sumamente cansada se dejó
caer de rodillas al suelo, mientras rezaba a los cielos para que su cautiverio
acabara cuanto antes.
Pero por desgracia aún le quedaba por soportar una humillación más,
pues cuando el carcelero llegó y abrió la puerta de la celda, sorprendiéndola
al no haberle escuchado, este le tiró una delgada manta a la cara y le dijo
mientras le dejaba un recipiente pequeño con agua junto con un trozo de pan:
—No soy la niñera de nadie y no pienso tratarte de forma diferente por
ser una dama. Aquí soy yo el que da las órdenes y si me desobedeces no
duraré en golpearte —señaló con tono firme mientras se erguía ante ella con
las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho, como si la estuviera
desafiando a que le provocara para que viera que sus amenazas eran ciertas.
Sin querer parecer débil ante él Sheena se levantó del suelo con un gran
esfuerzo, para que viera que ella no era una mujer frágil a la que podría
manipular a su voluntad. Irguiendo la barbilla y dejando que las lágrimas se
secaran en sus mejillas se le quedó mirando fijamente, lo que provocó que él
se le acercara unos pasos y le dijera desafiante:
—Puede que ahí fuera te creas alguien importante, pero en este lugar soy
yo el que manda y si no me complaces lo pasarás muy mal.
Al ver que ella no retrocedía ni bajaba la cabeza él entrecerró los ojos,
pues era la primera vez que ante él se encontraba con una mujer tan obstinada
y orgullosa. Había tenido en su poder a criadas y campesinas que habían
cometido alguna falta grave, y todas ellas habían acabado abriéndose de
piernas para satisfacerle a cambio de un poco más de comida, pues sabían que
la otra opción era la de ser violadas y sometidas al hambre y a los golpes.
Pero parecía que esa mujer tendría que aprender por las malas, y aunque
el lugarteniente le había advertido de que no la tocara, sabía por experiencia
que pasados unos días no se acordarían de ella y entonces podría hacer lo que
quisiera con su cuerpo.
Regodeándose en ese día en que podría forzarla se tocó la entrepierna,
la cual ya estaba dura y deseosa de probarla. Decidido a someterla a través
del miedo la cogió de los cabellos con fuerza, para después acercarla a su
cara regordeta y grasienta mientras la miraba de forma lasciva y le soltaba su
fétido aliento al decirle:
—Si deseas comer más de una vez al día, una antorcha, agua para
lavarte, un peine o simplemente que retire tu mierda, tendrás que pagarme por
ello.
Tratando de contener las náuseas y de evitar con sus manos que el tirón
de su cabello le hiciera más daño, Sheena le contestó con tono firme, pues no
quería mostrar debilidad ante ese hombre tan repugnante.
—Sabes muy bien que no tengo nada con que pagarte.
La carcajada que él dio la hizo estremecerse, así como la mirada
lujuriosa que recorrió su cuerpo, y la lengua con que él se humedeció los
labios mientras contemplaba sus pechos.
—Tienes muchas cosas que me interesan, como esa boca que seguro
chupa de maravilla y lo que guardas entre las piernas.
Sheena tuvo que hacer serios esfuerzos para conseguir que el horror no
se reflejara en sus ojos, ya que nada más escucharle entendió lo que ese
hombre sin escrúpulos quería de ella como pago.
Se dijo que aunque estuviera muerta de hambre y de frío jamás
sucumbiría a sus pagos, aunque una vocecita en su interior le indicó que no se
mostrara tan segura, pues realmente nunca había padecido hambruna y no
podía saber lo que estaría dispuesta a hacer después de pasar unos días
privada de luz, agua, mantas o comida.
Notando su turbación el carcelero sonrió complacido por su silencio y
por el espanto con que le miraba. Por la intensidad y la furia de su mirada
sabía que someterla le llevaría más tiempo que a las demás, pero también
estaba seguro que una vez la tuviera sería más sabrosa que cualquier otra
hembra que hubiera probado.
Soltándola de golpe del pelo estuvo a punto de tirarla al suelo, pero por
suerte Sheena pudo apoyarse en una de las paredes para no caerse. La mirada
que él le lanzó la puso en aviso, al asegurarle que estaba ante el comienzo de
una dura batalla que no sabía si podría ganar.
Sobre todo cuando vio como la puerta se cerraba y la dejaba en la celda
con la única compañía de las ratas, mientras las lágrimas, el cansancio y la
desesperación eran sustituidos por el odio hacia el culpable de todo ello. Un
hombre que la había castigado de manera injusta y que ahora maldecía, pues
solo él era el responsable de lo que le pasara en esa celda.
Si bien antes de conocer al Campbell solo había odiado a su marido,
ahora tras saber de su maldad hacia ella también detestaba con todo su ser a
Malcom Campbell; asesino de su esposo, usurpador de su castillo y
responsable de su encierro en lo que parecía el infierno.
CAPÍTULO 5
Sheena aún no podía entender como había permitido que sus instintos se
hicieran con el control de su cuerpo y de sus pensamientos, pues no le
convenía dejarse embaucar por un hombre que posiblemente solo buscara
casarse con ella para tener el control sobre su clan y su castillo.
Aun así no podía quitarse de la cabeza la forma tan ardiente como la
miraba, consiguiendo que se preguntara si el interés de él era mucho más
profundo o si solo la quería como medio de conseguir un objetivo. Pero lo que
más la perturbaba era ser consciente del deseo que sintió por probar sus
labios, y esa necesidad de estar a su lado que no entendía y que cada vez la
ponía más nerviosa.
Tratando de alejarse lo más posible de ese lugar, y de un beso que a
pesar de no haber sido dado aún le quemaba en los labios, cruzó el gran salón
visiblemente alterada, como si la distancia que pusiera entre ellos pudiera
mantenerla a salvo de todo lo que ese hombre le hacía sentir.
A pesar de saber que se había comportado como una cobarde al huir de
él, no pudo evitar aprovechar la llegada de Blair antes de perder su voluntad y
acabar entre sus brazos, pues estaba segura que jamás se hubiera perdonado
haber perdido el control volviéndose tan débil.
Sabiendo que no podía permitir que esto sucediera de nuevo se dirigió a
las escaleras que conducían a su recámara, sin percatarse de como la miraban
extrañados aquellos con los que se cruzaba, al ser la primera vez que la veían
tan alterada, pues ya se habían habituado a verla por el castillo sin
considerarla una enemiga; sobre todo desde que supieron que había sido una
víctima más de su marido, igual que lo fueron todos en el clan de los
MacDougall.
Ajena a las miradas extrañadas que la observaban prosiguió su camino,
intentando calmarse para dejar atrás los recuerdos de lo sucedido, pues los
últimos minutos vividos en el jardín volvían a ella una y otra vez,
consiguiendo que sus piernas temblaran mientras se preguntaba si él estaría
sintiendo lo mismo, o si solo le había afectado a ella su cercanía.
Negándose a pensar en él, y sobre todo en no evocar el tacto de su mano
cuando le había vendado el dedo, aligeró el paso con el corazón acelerado y
la necesidad de refugiarse en su estancia al no querer dejarse llevar por sus
emociones, pues no podía permitirse tomar una decisión que afectaría a su
futuro basándose en el deseo y no en la conveniencia, ya que no podría
soportar otro matrimonio donde fuera tratada como un objeto.
Entrando como un vendaval en su recámara Sheena al principio no
observó nada diferente, hasta que advirtió algunos de sus vestidos y enseres
tirados por el suelo, y una mujer morena de curvas generosas y enormes
pechos que la miraba con descaro, y con un odio en sus ojos que en cualquier
otro momento a ella le hubiera preocupado.
—Disculpe, no sabía que estaban limpiando la recámara —señaló al
creer que esa muchacha era una sirvienta, ya que había creído que se estaba
ocupando de arreglar la habitación, aunque le resultó extraño que para ello
esparciera por todas partes sus pertenencias.
—Yo no soy ninguna sirvienta —le respondió la mujer ofendida y
colocando las manos a ambos lados de las caderas.
Fue entonces cuando Sheena advirtió la calidad de las ropas de la
mujer, las cuales eran mejores que la del resto de los sirvientes; pero inferior
a las suyas, por lo que empezó a sospechar que debía tener algún rango en el
castillo.
Confundida ante la actitud retadora de la desconocida, y ante el hecho
de encontrarla a solas y en esas condiciones en su recámara, decidió cambiar
de táctica al estar demasiado alterada para aguantar los desplantes de esa
mujer, ya que solo deseaba quedarse a solas para serenarse, antes de que se
acercara más la hora de la cena y tuviera que presentarse visiblemente
afectada.
Suspirando la miró a los ojos, que la observaban retadores y furiosos, y
le dijo para intentar empezar de cero y descubrir qué quería de ella:
—¿Podrías decirme quién eres y qué haces en mi recámara?
—Soy la única que comparte la cama del laird —le respondió con
altivez y descaro, mientras alzaba la cabeza como si la retara a negarlo.
Sorprendida ante esta contestación que no se esperaba simplemente alzó
las cejas, al no saber a qué venía ese comentario tan ordinario. Pero sobre
todo se asombró del estallido de celos que sintió al escucharla, pues aunque se
repetía una y mil veces que Malcom no le importaba, en realidad una parte de
ella no tardó en estallar en gritos llamándola mentirosa.
De pronto se acordó de que tía Elsbeth le había hablado algo sobre una
tal Lorna que era la amante del laird, y que según su consejo no le convenía
volverla en su contra, ya que esta tenía cierto poder en el castillo y contaba
con el favor de Malcom.
—Quiero que te quede claro que no pienso compartirlo con otra ramera,
por mucho que te embadurnes de perfume y te vistas con trapos caros —siguió
diciendo esa mujer que la miraba de arriba a abajo como si la estuviera
evaluando, consiguiendo que Sheena deseara echarla de su recámara sin
miramientos, pues estaba empezando a perder la poca paciencia que le
quedaba.
Aun así no podía olvidar que ella poseía unos modales que al parecer
Lorna había olvidado, y negándose a denigrarse por esa mujer sacándola a
empujones al haberla insultado, decidió que lo más justo sería dejar bien claro
quién era ella y qué estaba haciendo en ese lugar, antes de que siguiera
diciendo estupideces que la hicieran perder los estribos.
—Me parece que ha habido un malentendido…
—Eso está claro.
Volviendo a suspirar recordó que no había cerrado la puerta al entrar,
por lo que podrían ser escuchadas por alguien que pasara por el pasillo y no
era aconsejable que dieran un espectáculo, por lo que se giró para cerrarla y
después situarse ante esa mujer para aclararlo todo.
—Si me permites presentarme…
—No me interesa saber quién eres. Lo único que tienes que entender es
que no pienso hacerme a un lado y ver cómo me robas a mi hombre.
Con la boca abierta a causa del descaro de esa mujer, y por qué ahora
no le cabía ninguna duda del puesto que ocupaba en el castillo, Sheena se
dispuso a asegurarle de que ella no había llegado con ese fin, aunque su humor
cada vez era peor y se temía que en cualquier momento, como esa mujer
siguiera provocándola, iba a perder la poca paciencia que le quedaba.
—No voy a robarte nada…
—¿Te crees que no conozco a las de tu calaña? Quieres cazarlo para ser
la señora del castillo, pero aquí la única que manda soy yo, y no pienso dejar
que me robes lo que me he ganado con tanto esfuerzo.
Volviendo a alzar las cejas Sheena se preguntó qué habría estado
haciendo con Malcom en la cama para afirmar que se había ganado el puesto
con esfuerzo, pero su buena educación hizo que se guardara el comentario al
no ser digno de una dama.
Aun así, no pudo evitar imaginarse a Malcom siendo un hombre
insaciable que la tomaba sin descanso durante toda la noche, hasta que un
ardor entre sus piernas hizo que se acalorara y que apartara esa visión antes de
quedar en ridículo.
—No pretendo…
—Ya lo creo que sí —siguió hablando con la voz cada vez más alzada y
sin ni siquiera escucharla—. Quieres echarme del castillo para ser la única
que le caliente la cama, pero no pienso irme hasta que él me lo diga, y te
puedo garantizar que cuando un hombre me prueba no me deja marchar
fácilmente.
Era evidente que esa mujer estaba completamente confundida con ella, y
aunque no quería saber nada de Malcom y de su falsa propuesta de
matrimonio; pues se la había dicho en pleno ataque de furia y no había vuelto a
recordársela, tampoco podía permitir que la amante de ese hombre la insultara
en su propia cara.
—Además no me voy a ir sin más porque…
—¡Basta! —le cortó al no soportar ni por un segundo más su verborrea,
y lamentando su mala suerte al haber encontrado a una mujer que hablaba aún
más que la tía Elsbeth, tuvo que olvidar sus modales para conseguir que se
callara.
Sorprendida Lorna enmudeció al instante quedándose además con la
boca abierta, ya que no estaba acostumbrada a que en ese castillo nadie le
negara nada, y mucho menos que la trataran sin respeto, por lo que pasó a
observarla como si no pudiera creer que esa desconocida le hubiera dado una
orden.
—No voy a robarte a tu hombre ni a echarte del castillo, y por supuesto
que no pienso compartir mi cama con el laird. Soy lady Sheena MacDougall y
lo único que deseo es regresar cuando antes a mi clan y olvidar a todos los
Campbell.
Más perpleja aún al enterarse de quién se trataba, Lorna la miró ahora
más detenidamente, dándose cuenta por primera vez de que estaba ante una
dama, y no ante otra mujer a la que el laird se hubiera encontrado por el
camino y la hubiera reclamado.
Se percató de que su impulsividad le había jugado una mala pasada,
como le había sucedido en más de una ocasión, pues en cuanto le habían
contado que no podía ir a la recamara del laird porque esta ya estaba ocupada
por otra mujer, había perdido los estribos, y se había dirigido a toda prisa a la
estancia para echar a la supuesta ramera sin atender a más comentarios.
—¿Eres una MacDougall? ¿Qué haces en Inveraray? —le preguntó
curiosa, pues le costaba creer que precisamente esa mujer a la que
supuestamente Malcom odiaba, estuviera durmiendo en su recámara, y una
idea nada alentadora le pasó por la cabeza al imaginar que Malcom quería
hacerla suya como castigo, o quizá para forzarla a un acuerdo matrimonial que
no le convenía.
Por su parte Sheena al ver como Lorna la miraba cavilando si
considerarla amiga o enemiga, decidió no contarle nada sobre su cautiverio ni
sobre la posible idea de Malcom de casarse con ella, al querer terminar
cuanto antes con este encuentro tan desagradable y que la estaba poniendo
cada vez de peor humor.
—Solo estoy aquí de forma temporal, y te puedo asegurar que no tengo
ningún interés en el laird.
Aunque aún tenía serias dudas ante el papel que jugaba esa mujer para
Malcom, Lorna decidió seguirle la corriente, pues pensó que ya se enteraría en
las cocinas de todo lo que había sucedido en su ausencia. Escondiendo su mal
genio y su altanería le mostró una sonrisa tan falsa que no logró engañar a
Sheena, pues su cambio de ramera vengativa a muchacha dulce e inocente no
convencería ni al más necio.
—En ese caso no tenemos que ser enemigas, aunque seas una
MacDougall —le aseguró mientras se le acercaba y le sonreía tontamente,
haciéndole desear a Sheena poner los ojos en blanco—. Comprendo que como
invitada ocupes este cuarto, y mientras tengas las manos apartadas de mi
hombre no tendrás ningún problema conmigo.
Cansada ante esta nueva amenaza que le hizo perder la paciencia, no
solo por no poder soportar su tono zalamero sino también debido a su
falsedad, Sheena decidió no aminorarse ante ella, al haber tratado durante
años con los sirvientes y saber que no debía permitir que desde el principio le
faltaran al respeto.
—¿Me estás amenazando? —la frialdad de su tono y su mentón alzado
consiguió que la sonrisa de Lorna se congelara en su cara, para después
desaparecer en cuestión de segundos.
—Jamás se me ocurriría, solo te digo que mientras no te metas en mi
camino no tendrás nada que temer —le contestó, intentando erguirse para
colocarse a la misma altura de Sheena y así no parecer inferior.
Decidida a dejar las cosas claras entre ellas al no querer estar tratando
este tema en más ocasiones, Sheena se le acercó con paso lento hasta quedarse
a pocos pasos para así mirarla fijamente, mostrando una actitud amenazante
que no recordaba haber tenido con otra persona.
—Te aconsejo que guardes tus intimidaciones —le soltó sonando tan
fría que incluso ella se sorprendió.
—¿Por qué? ¿Acaso crees que no soy capaz de cumplirlas? —Quiso
seguir el reto Lorna aunque ya no parecía tan segura como antes.
—No, es porque ninguna Campbell amenaza a una MacDougall sin que
tenga que pagar un alto precio por ello —afirmó categórica, aunque sabía que
era una mentira, al tratarse de simples celos y no por ser de clanes enemigos.
Retándose descaradamente con la mirada ambas permanecieron frente a
frente durante unos segundos como si estuvieran calibrando hasta donde era
capaz de llegar la otra, convirtiéndose en un juego de voluntades para saber
quién sería la primera en rebajarse y bajar la mirada.
Aunque Lorna estaba furiosa ante la mirada retadora de esa
MacDougall, sabía que era ella la que más se arriesgaba al provocarla, al ser
la invitada del laird y por lo tanto estar bajo su protección.
La experiencia le decía que no debía fiarse de nadie, y que los hombres
cambiaban de mujer con la misma frecuencia con que se cambiaban las
sábanas, por lo que debía ser cauta para no perder el favor de Malcom, pues si
este tenía planes para esa MacDougall, ella debería ser lista para mantenerse
como su amante pasara lo que pasase.
—Por el momento creeré en tu palabra de que solo eres una invitada,
pero cuidado con quitarme lo que es mío.
Mirándose aún fijamente Sheena tuvo que apretar con fuerza los puños
para contenerse, pues estaba segura de que en breve dejaría de ser esa mujer
dulce y comprensiva; y hasta que conoció a Malcom sumisa, para convertirse
en otra distinta.
—Además, a Malcom le gustan las mujeres de verdad y no las que solo
tienen huesos.
Al escucharla Sheena sabía que había llegado al límite de su aguante, y
sin darle tiempo a pensarlo, se acercó quedando a escasos centímetros para
decirle con una frialdad que helaría hasta el infierno.
—En ese caso no tienes de qué preocuparte, ¿o temes que una dama
como yo le robe el hombre a una muchacha sin clase como tú?
Por la expresión de su cara fue evidente que Lorna no se esperaba esta
respuesta, ya que le había parecido que era una mujer sin arrojo que podía
manejar como quisiera.
Sabiendo que había cometido un error al juzgarla y que podía estar en
peligro su lugar en el castillo, Lorna se enfadó al haberse dejado engañar por
esa mujer, pues pretendía hacerla creer que no le importaba el laird cuando
cualquiera podía ver que eso era mentira.
—Tú jamás podrás darle lo que necesita en la cama.
—Es posible, pero lo que yo puedo ofrecerle no lo puede conseguir en
cualquier lugar por unas pocas monedas.
Sheena se mantenía erguida y amenazante en su sitio, pero sobre todo sin
poder creerse lo que acababa de decir, ya que había sonado como si quisiera
marcar a Malcom como suyo cuando en realidad no era cierto, pero algo
dentro de ella; que quizá podría ser orgullo, le hacía responderle de esa
manera.
Por su parte Lorna no se dejó amedrentar, y alzando la voz le soltó
orgullosa mientras sentía como el cuerpo le temblaba a causa de la rabia que
experimentaba:
—Nadie me llama puta a la cara sin pagar por ello.
—Entonces será mejor que te vayas acostumbrando.
Roja de rabia Lorna estuvo a punto de abofetearla al presentarle batalla,
pero sabía que antes de hacer algo tan drástico debía saber si ella seguía
contando con el favor de Malcom.
—Por tu bien espero que el laird tenga planes para ti, o de lo contrario
seré yo misma quien te eche a rastras del castillo.
—Ponme un solo dedo encima y sabrás lo que es capaz de hacer una
dama cuando pierde la paciencia —le respondió con voz susurrante pero que
sonó con la fuerza de cien gritos.
Visiblemente enfadada, y sabiendo que era inútil seguir en ese lugar,
pues solo lograría empeorar las cosas, Lorna se dirigió a la puerta disgustada
por ser ella la que tuviera que marcharse al no saber qué estatus ocupaba,
mientras se juraba que esa mujer no le robaría nada de lo que era suyo.
A punto de salir de la recámara Lorna decidió que aún tenía algo que
decir, y girándose para enfrentarla le comentó con descaro:
—Vigila tus espaldas de damita porque nadie toca lo que es mío.
Y sin más se marchó dando un portazo que seguro se oyó en todo el
castillo, aunque a esas alturas Sheena se temía que el clan entero había
escuchado la discusión entre ellas.
Ahora que estaba sola y se daba cuenta de lo que había sucedido, se
disgustó consigo misma al haberse dejado llevar por su enojo, cuando debió
haber mantenido la calma y haber hecho que esa mujer se marchara sin haberla
convertido en su enemiga.
Recordando todo lo que se habían dicho no pudo evitar preguntarse cuál
sería el verdadero motivo para que hubiera perdido los estribos, hasta que se
percató de que solo podía ser aquello que sentía por Malcom cuando estaban a
solas.
Maldiciendo su debilidad, al no querer volver a sufrir por culpa de un
hombre, decidió que pasara lo que pasase sería fuerte, y sintiéndose confusa al
estar enfrentadas sus emociones contra su lógica, se dirigió a la ventana para
contemplar como el sol se acercaba al horizonte.
Abriendo su corazón descubrió que no podía seguir negando sus
sentimientos por Malcom, pero no estaba segura de cómo podría enfrentarse a
él estando su amante presente. De lo único que estuvo segura fue de que jamás
volvería a esconderse de nadie, por lo que decidió demostrar el coraje que
aún poseía y presentarse en la cena para enfrentarse a cualquiera que quisiera
retarla.
Alzando el dedo que se había herido con una espina en el jardín,
contempló el trozo de tartán que Malcom había anudado con suavidad, y con el
recuerdo de ese momento que tanto la había emocionado, se armó de valor y
se dispuso a preparase para una velada que prometía ser intensa.
CAPÍTULO 11
Hacía tiempo que Sheena no pasaba una noche tan horrible. De hecho,
tras la muerte de su marido había creído que por fin podía dejar atrás las
largas horas de vigilia esperando a que él apareciera en su recámara, rezando
para que el sol saliera antes de que él subiera a reclamarla borracho y
excitado.
Durante esas interminables noches había temido a un hombre de carne y
hueso que la golpeaba e insultaba, pero en esta ocasión su temor no tenía
forma al tratarse de un miedo diferente. Lo que ahora le asustaba era que todo
el mundo la culpara de la muerte de Lorna, pero más que nada le atemorizaba
pensar que Malcom cambiara de opinión y la creyera culpable, ya que eso
significaría que volvería a estar sola.
Pensar en la necesidad que sentía de su aprobación le hizo verse como
una estúpida, al haberse dejado llevar por sus emociones cuando se había
jurado que jamás lo haría. Se había propuesto ser una mujer fuerte que se
enfrentaría al mundo sin importarle las consecuencias, y en cambio se
encontraba encerrada por propia voluntad en su recámara esperando a que los
demás la juzgaran sin poder hacer nada.
De pronto se dio cuenta de que lo quisiera o no estaba en las manos de
Malcom, pues como laird era el único que podía juzgar y condenar cada delito
cometido en el clan. Sin embargo, al pensar en ello no temió por su vida, como
tampoco creyó que él aprovecharía esta oportunidad para chantajearla u
obligarla a aceptar su propuesta de matrimonio, pues aunque lo conocía poco,
estaba segura de que su honor de Highlander le impediría hacer semejante
crueldad.
Paseando de un lado a otro de la estancia los minutos fueron pasando
cada vez más despacio, mientras no podía dejar de lamentar su mala suerte, ya
que justo cuando había decidido darle una oportunidad a su corazón, este
podría quedar destrozado ante la desconfianza de Malcom, pues en más de una
ocasión había sido testigo de lo maliciosos y dañinos que podían llegar a ser
los rumores.
Para cuando el castillo por fin comenzó a tener actividad ella ya se
había vestido y peinado, y sin nada más por hacer solo le quedó esperar,
notando como la paciencia se le iba agotando a cada segundo que pasaba. Por
eso ahora que escuchaba a los sirvientes hacer sus tareas con premura, se
preguntaba si ya se habrían enterado de la tragedia que había pasado durante
la noche, y si la culparían de ello como lo habían hecho Blair y los otros dos
guerreros.
Sin poder dejar de mirar la puerta de su recámara se preguntó cuánto
tiempo tardaría en aparecer alguna sirvienta para despertarla, para poco
después, como solía hacer cada día, presentarse tía Elsbeth como un
torbellino, dispuesta a hacerla compañía y contarle durante horas cualquier
cosa que le pasara por la cabeza.
Esa mañana deseaba desesperadamente su llegada, no solo para que la
distrajera y así dejara de pensar en todo lo sucedido, sino porque estaba
segura que con su cháchara incesante, le informaría sin necesidad de preguntar
sobre todo lo ocurrido hasta el momento en el castillo.
Pero cuál fue su sorpresa cuando la puerta por fin se abrió y ante ella
apareció un receloso James, que nada más verla se sorprendió ante su
apariencia ojerosa y nerviosa, aunque también pudo influir que ella se le
abalanzara sin esperar ni un segundo para saber qué estaba pasando.
Por suerte el muchacho era lo suficientemente caballeroso para no hacer
ningún comentario ante su intranquilidad, y simplemente disimuló su
desconcierto con una sonrisa, queriendo demostrarle lo encantado que estaba
de ser el encargado de hacerla compañía.
—Buenos días, milady. Mi hermano me ha pedido que os acompañe esta
mañana.
—¿Tan grave es? —le preguntó asustada al haber sacado sus propias
conclusiones ante su llegada, pues pensó que si ni siquiera Malcom se había
atrevido a ir a su encuentro para así no avivar los rumores, y menos aún a
dejarla sola, solo podía significar que los problemas eran serios.
A pesar de su juventud a James no le pasó desapercibido el tono de
angustia en la voz de Sheena, intuyendo que se debía a que aún no sabía cómo
se habían tomado en el castillo la noticia de la muerte de Lorna.
Sabía que tenía que contarle que estaba pasando para que así se
tranquilizara, pero debía de tener cuidado para que nadie les escuchara o
podrían estar metiéndose en serios problemas. Si a todo esto le unías que no
debían cerrar la puerta de la estancia para quedarse a solas, al no ser
apropiado, la dificultad era mucho mayor y las opciones más bien escasas.
Resignado ante la falta de expectativas James optó por acercarse a ella,
y así poder contarle en privado y entre susurros todo lo que sabía hasta el
momento.
—Milady, no tenéis de que preocuparos, los sirvientes ya hace un buen
rato que se han enterado de lo sucedido y nadie os culpa, aunque…
—¿Aunque…?
—Hay algunos que comentan vuestro encuentro con Lorna durante la
cena, y dicen que su muerte os ha venido muy bien, pero por supuesto nadie lo
afirma abiertamente.
En un acto reflejo Sheena se abrazó a sí misma colocando sus brazos
alrededor de su cintura, como si de esa manera pudiera sentir la seguridad que
le daba la cercanía de Malcom y que ahora tanto necesitaba.
—¿Estáis seguro de ello?
—Os lo puedo asegurar. Tanto en el gran salón como en las cocinas solo
se comenta lo terrible que ha sido el accidente.
Suspirando Sheena sintió como si le quitaran de encima un gran peso, y
aunque estaba segura de que James le ocultaba cosas para no alarmarla,
decidió calmarse y confiar en las palabras del muchacho.
—En ese caso, ¿debo esperar a que llegue tía Elsbeth como cada
mañana o seréis vos mi acompañante? —le preguntó ya sin susurros y sin tanto
agobio.
La sonrisa que apareció en la cara de James la tranquilizó un poco, más
aún cuando este le ofreció el brazo para ser su acompañante, pues estaba
convencida de que él no le mentiría al ser evidente que sentía por ella un gran
cariño.
—Malcom me ha pedido que os acompañe al jardín, ya que tía Elsbeth
no se encuentra muy bien esta mañana.
—¿Le sucede algo? ¿Quizá deberíamos ir a visitarla primero? —le
preguntó preocupada por la mujer, ya que desde su llegada había sido su
mayor apoyo al haber estado a su lado en todo momento.
—No os preocupéis por ella, ya que suele sufrir de estos dolores
algunas veces. Al parecer sus huesos se quejan de vez en cuando y tiene que
guardar reposo —y acercándose aún más a Sheena el muchacho le susurró
como si fuera una confidencia—: Aunque me parece que lo único que quiere
es estar más tiempo en la cama.
Sin poder evitarlo Sheena comenzó a reír por su ocurrencia, y agradeció
a Malcom que hubiera pensado en James para acompañarla y animarla, pero
sobre todo para no tener que bajar sola al salón sin saber qué podía encontrar
cuando apareciera.
—En ese caso vayamos al jardín y esperemos que los huesos de tía
Elsbeth estén más descansados a media mañana.
Más tranquila Sheena salió del brazo del muchacho decidida a no temer
lo que se encontraran, hasta que atravesaron el pasillo ahora bien iluminado
por la luz del sol, y llegaron al tramo de las escaleras donde la noche anterior
Lorna había aparecido muerta.
Solo entonces el semblante risueño de ambos cambió a serio, pero
ninguno de los dos aminoró el paso o hizo algún intento de retroceder al
negarse a seguir avanzando.
Sabiendo que estaba en juego ser el centro de algunos rumores
maliciosos, Sheena apretó con más fuerza el brazo del muchacho para
inspirarse confianza, y sin querer pensar en ello bajó los últimos escalones
adentrándose en el gran salón, como si no supiera que hacía solo unas horas
había visto el cuerpo sin vida de una mujer en ese mismo sitio.
Apoyándose en James, que supo responderle y ofrecerle confianza y
fortaleza, Sheena siguió avanzando mientras saludaba a algunas mujeres con
quien solía bordar por las tardes, pero sobre todo, agradeciendo la presencia a
su lado del muchacho que se comportaba como todo un hombre.
Suspirando Sheena observó el movimiento que había en el gran salón y
después en el patio, dando la sensación de que era un día normal y que no
había sucedido una tragedia la pasada noche. Fue entonces cuando se preguntó
si Lorna tendría algún familiar o amiga que velara por ella, y se reprendió al
haber sido tan impulsiva la velada de la cena, cuando lo más seguro es que
Lorna estuviera defendiendo lo único que la separaba de la pobreza.
Sin querer pensar más en ello siguió caminando hasta llegar al jardín, y
nada más atravesar sus puertas percibió la calma que emanaba de él y
conseguía serenarla. Solo entonces se percató de que durante todo el trayecto
James le había estado hablando sin que apenas le prestara atención,
sintiéndose como una pésima amiga al no ser la primera vez que le ocurría, y
se propuso estar más atenta cuando estuviera en su compañía.
Desde ese momento hasta que llegó la media mañana no dejaron de
hacer comentarios, de reír y de trabajar en la rosaleda, estando tan absortos en
sus asuntos que no se enteraron de cuando Lorna fue enterrada, pues Malcom
así lo quiso, apareciendo en el cementerio solo un par de mujeres y algunos
hombres para presentar sus respetos.
El resto de la mañana pasó tan rápida para Sheena, que si no hubiera
sido por el sonido que hicieron las tripas de James a causa del hambre, no se
hubiera percatado de que la hora de la comida estaba cerca.
Sonriendo se giró encontrándolo completamente avergonzado, por lo
que Sheena se sintió en deuda con él a causa de su falta de tino.
—Me temo que no nos hemos acordado de desayunar —señaló tratando
de contener la sonrisa, hasta que percibió por la forma en que él se negaba a
mirarla que él sí se había acordado y se sintió aún más culpable.
Al parecer James había acudido a su recámara para acompañarla
durante toda la mañana, incluyendo con ello ir al gran salón para el desayuno,
y sin embargo, al tener ella el estómago cerrado a causa de los nervios, no se
había acordado de desayunar y lo había llevado directamente al jardín sin
mermar su ayuno.
Reprochándose no haber pensado en las necesidades del muchacho, más
aun cuando a su edad se tenía hambre a todas horas, decidió hacer algo
especial para compensarle.
—¿Qué te parece si te acercas a la cocina y pides un aperitivo para
tomarlo aquí? —le preguntó tuteándole, pues después de pasar la mañana
compartiendo recuerdos y sonrisas le parecía más apropiado al verlo ahora
como un amigo.
—¿Cómo si fuera un picnic en el jardín? —ilusionado ante la
perspectiva, pues hacía años que no organizaban algo así, se le olvidó la
vergüenza y en cuestión de segundos su rostro volvió a iluminarse de
expectación.
—Eso es.
Sin necesidad de decir nada más James salió disparado hacia la cocina
olvidando sus modales con las prisas, pero consiguiendo que Sheena sonriera
ante su inocencia e entusiasmo. Le recordaba tanto a como era ella antes de su
matrimonio; cuando creía que tenía una vida por delante llena de posibilidades
y retos, que le era imposible no sentir simpatía por ese muchacho que amaba
la vida con tanta pasión.
Suspirando ante los recuerdos que venían a su mente comenzó a recoger
los utensilios que habían usado, dispuesta a que su pasado no le impidiera
disfrutar de la espléndida mañana de sol que los había acompañado, y que
todo indicaba que seguirían teniendo durante las siguientes horas.
Sabiendo que disponía de unos minutos de intimidad comenzó a caminar
por la rosaleda, observando cada rincón de esta con satisfacción tras haber
trabajado en ella y empezarse a apreciar los cambios.
Se encontraba tan distraída pensando qué nuevos proyectos debería
poner en práctica para mejorarla, que no advirtió que alguien se acercaba
hasta que este se colocó tras ella y carraspeó discretamente para que se
percatara de su presencia.
Creyendo que la persona que estaba tras ella era James se giró
divertida, dispuesta a comentarle que le había estado esperando hambrienta y
que estaba a punto de ir a buscarle a la cocina. Pero cuál fue su sorpresa
cuando ante ella encontró a Malcom sonriéndole con picardía, como si hubiera
estado esperando a que ella se quedara paralizada mirándole.
La impresión fue tan grande e inesperada que por un momento solo pudo
observarle, hasta que el deseo de lanzarse a sus brazos se interpuso en su
pensamiento, ya que buena parte de la mañana lo había echado de menos y no
había dejado de preguntarse cuándo volvería a verle. Por suerte pudo
contenerse a tiempo a pesar de estar imponente con su kilt y su sonrisa, pues
de lo contrario no estaba segura de cómo habrían acabado tras el abrazo.
El hormigueo de su cuerpo y las mariposas en su estómago le indicaban
que debía tener cuidado cuando estaba cerca de él, pues cada vez que lo tenía
delante más estragos le causaba.
—Espero que no le importe, pero acabo de tropezar con James; en el
más amplio de los sentidos, y me ha contado su aventura de comer con vos al
aire libre.
—Así es —solo pudo contestarle al estar mirándola tan fijamente que le
estaba costando incluso respirar.
—En ese caso debo deciros que ha habido un cambio de planes y ahora
seré yo su acompañante —le indicó sin ninguna muestra de arrepentimiento
por haber dejado al pobre James sin su picnic, pero además mostrando
orgulloso una cesta de mimbre que hasta entonces escondía a sus espaldas.
—¿Le ha quitado la cesta al pobre James? —le preguntó bromeando,
aunque intentaba disimularlo.
—Jamás se me ocurriría hacer algo semejante —le aseguró haciéndose
el ofendido por su acusación—. Solo hemos hecho un cambio.
Siguiendo la broma, pues se estaba divirtiendo y eso era algo que
necesitaba en ese momento desesperadamente, Sheena trató de poner cara de
disgusto, aunque por como amplió Malcom la sonrisa no pareció que hubiera
logrado engañarle.
—¿Y puede saberse cuál ha sido ese cambio?
—El placer de ser yo quien le haga compañía a cambio de un día libre
de entrenamiento.
La carcajada de ambos resonó por todo el jardín, consiguiendo que el
sol pareciera más brillante, el aroma de las rosas más intenso y la sonrisa de
ella más radiante.
—Me parece que James ha salido ganando —le aseguró Sheena sin
poder disimular su diversión, pues estaba encantada ante esta nueva faceta de
Malcom que desconocía y que no esperaba encontrar en alguien tan serio como
él.
—No lo creo así, milady. De hecho estoy convencido de que soy yo el
que ha salido ganando —afirmó mientras le indicaba un lugar bajo la sombra
del único árbol del jardín, para que fuera en ese lugar donde colocaran el
picnic.
Dispuestos a pasar una velada agradable, aunque Sheena dudaba que
pudiera probar un bocado por culpa de la agitación que sentía en su compañía,
ambos se acercaron al frondoso árbol y tras colocarse uno enfrente del otro,
Malcom empezó a sacar todo lo que había en el interior de la cesta.
Una hogaza de pan, un buen trozo de queso, un pollo asado y una
selección de sus pasteles favoritos de moras fueron algunas de las cosas que
se colocaron sobre la manta a cuadros; que previamente habían colocado, para
después añadir al conjunto un odre de vino para poder disipar la sed que dicha
comida les causaría.
—¡Por San Jorge! ¡Es demasiada comida! —exclamó ella al ver todos
los alimentos expuestos, divirtiendo a Malcom por su arranque espontáneo.
—No estoy tan seguro. Tengo tanta hambre que me comería un oso —
soltó Malcom mientras sacaba su sgian dubh[11] para cortar un trozo de pan y
ofrecérselo.
Al verlo en una actitud tan desenfadada y risueña Sheena consiguió
relajarse, aunque tenerlo sentado ante ella, de tal manera que su kilt no dejara
al descubierto sus secretos, la ponía nerviosa y le hacía sonrojarse al
imaginarse qué escondería bajo esta prenda.
La tos que Malcom soltó para llamar su atención consiguió que ella
volviera a la realidad, y al levantar la vista de su kilt para mirarlo a los ojos
descubriera que este la observaba con una sonrisa pícara y una ceja alzada,
como si supiera lo que había estado pensando y le pareciera divertido.
Absolutamente colorada le hubiera encantado que en ese momento la
tierra se abriera y se la tragara, pero tuvo que conformarse con coger el trozo
de pan que Malcom le ofrecía, para después agradecérselo con una ligera
sonrisa, ya que las palabras se negaban a salir de su boca.
Por suerte fue Malcom el primero en romper el silencio que se había
impuesto entre ellos, y decidida a no volver a mirar más debajo de su torso, se
dispuso a escucharle y así dejar atrás el bochorno.
—Estar aquí sentado me trae muchos recuerdos.
—Espero que buenos
—Los mejores. La mayoría de ellos son de mi infancia, de cuando mi
madre organizaba picnic en este mismo lugar y veníamos toda la familia a
pasar aquí buena parte de la tarde —su nostalgia fue más que evidente,
consiguiendo que sintiera pena por ese hombre que había perdido algo tan
valioso.
—Debes haber vivido unos momentos muy bonitos.
A ella le hubiera gustado tener recuerdos tan hermosos de su familia,
pero aunque su madre fue una mujer muy cariñosa y sabía que su padre las
amaba, nunca habían compartido momentos familiares al estar siempre
ocupados con sus tareas. Quizá por ese motivo al escucharle hablar de su
familia sintió celos, pues a ella le hubiera encantado disfrutar de algo
parecido.
Ajeno a los pensamientos de Sheena, ya que él mismo estaba bajo el
embrujo de los suyos, Malcom siguió hablando, sin advertir que con eso le
estaba abriendo más su corazón.
—Mi madre fue una mujer especial que llenó de magia y de luz este
lugar. Desde su muerte daba la sensación de que cada vez todo era más oscuro
y solitario, e incluso llegué a creer que jamás volvería ver como la belleza
regresaba a este lugar.
Al percibir la añoranza que guardaba en su interior se le quedó mirando,
intentando descubrir si ese Malcom que tenía ante ella era real o producto de
un deseo, al anhelar tanto encontrar a un hombre que sintiera emociones
sinceras.
Sin embargo, algo le decía que ese cambio que veía en él se debía a que
ahora ella era consciente del amor que él sentía por su familia, convirtiendo su
rudeza y su apariencia brutal en algo menos agresivo, al saber que era capaz
de amar y sentir con tanta intensidad.
Se dio cuenta de que ese hombre de aspecto tosco; pero de una manera
fascinante y masculina, que poseía una mirada tan fiera que podía hacer
temblar hasta al más valiente, tenía además esa otra faceta donde podía ser
divertido, amable y tierno, y con la capacidad suficiente como para
enamorarla.
Pero lo que Sheena no podía imaginar era que la causante de este
cambio era ella, ya que desde la muerte de su familia Malcom no había vuelto
a sentir la necesidad de formar parte de otra persona, ni de mostrarse tal y
como era sin temor a no ser considerado ese laird fuerte y dominante que
debía manejar con mano firme al clan.
Al observarla sentada ante él, con el cabello despeinado saliéndole del
crispinette[12], con manchas de barro en el vestido y sin más adornos, joyas ni
maquillaje que su sonrojo, se percató de que era la mujer más hermosa del
mundo, no solo por su belleza, sino también por su sencillez, su bondad y su
pasión, consiguiendo que en ese momento la deseara como jamás había
deseado a alguien en toda su vida.
Sin poder dejar de contemplarla comprendió que desde la primera vez
que la había sostenido entre sus brazos se había sentido completo y feliz, ni
necesitaba demostrar su fuerza a cada momento, ni de vigilar que era
conveniente decir o qué debía hacer para seguir siendo ese líder seguro que
todos esperaban que fuera.
Perdiéndose en la candidez que emanaba de sus ojos Malcom notó como
se disipaba el peso que hasta entonces había sostenido sobre sus hombros,
pues desde que fue nombrado el nuevo laird, se había sentido como si le
hubiera usurpado el puesto a su padre. La confianza que le hacía sentir esa
mirada, había conseguido que dejara de pensar de esa manera, y se preguntó si
ese resentimiento que había guardado había sido la causa de su odio y su
comportamiento hacia ella.
Convencido que desde su llegada todo eso había cambiado, y más desde
que podía estar a su lado sin percibir su tensión, se sintió por fin liberado y
dispuesto a conseguirla, por lo que se dispuso a arriesgarse y decirle todo lo
que sentía por ella.
—En realidad todo era oscuro hasta que tú llegaste
—No puedes decir algo así, no me conoces —le respondió ella casi en
un susurro al sentir como su mirada la traspasaba volviéndola vulnerable.
—Te conozco lo suficiente. Sé que eres una mujer fuerte, aunque tú no lo
creas, y que tienes un gran corazón dispuesto a amar a pesar del daño que te
han hecho en el pasado. Pero sobre todo sé que eres incapaz de albergar odio
o maldad en tu corazón, al ser una persona noble, lo que te hace ser digna de
todo el amor que te mereces.
—Estas equivocado, yo no soy así. Si supieras más sobre mí sabrías
que fui una cobarde que se rindió a un futuro sin esperanza, y que hubiera dado
cualquier cosa por escapar del matrimonio sin importar que rompiera mis
votos.
—Puede que te consideres cobarde, pero no lo eres. Es más, fuiste
inteligente al someterte porque lograste sobrevivir, y de hecho estoy
convencido de que tu marido hubiera terminado asesinándote sin haber tenido
remordimientos ni haber sufrido represalias, y ahora, sin embargo, eres tú la
que estás viva y él el que está muerto.
Volver a recordar el sufrimiento que tuvo que soportar hizo que una
lágrima cayera por su mejilla, pero al verla Malcom no dudó en atraparla con
su mano dispuesto a que no volviera a llorar por ese hombre.
—No llores por él, no merece ni una sola de tus lágrimas.
—No lloro por él, sino por mí. Por no haberte conocido antes.
Sorprendido ante sus palabras, pero sobre todo ante su cambio, ya que
hasta hacia muy poco no había mostrado sentir algo por él, colocó una de sus
manos en su rostro para conseguir que le mirase y así poder preguntarle
directamente a los ojos:
—¿Lo dices en serio?
Asintiendo Sheena se le quedó mirando, a la espera de que él asimilara
todo lo que encerraba lo que le estaba insinuando.
—¿Eso significa que te casarás conmigo?
La sonrisa que ella le dedicó fue la respuesta que él tanto había
esperado, y sin poder esperar ni un solo segundo más se apoderó de su boca,
dispuesto a devorar sus labios hasta que solo pudiera decir su nombre.
—¡Many a mickle makes a muckle![13] —le susurró Malcom cuando
interrumpió el beso, logrando que ella sonriera aún entre sus brazos.
Durante los siguientes minutos ambos se besaron como si supieran que a
partir de ese instante nada volvería a ser lo mismo, pues ahora habían
admitido que se amaban y que deseaban compartir sus vidas.
Pero cuando la felicidad no podía ser más plena a Sheena le asaltaron
algunas dudas, al no querer que por su culpa Malcom perdiera el favor de su
clan, al ser ella una Campbell y al estar demasiado reciente la muerte de
Lorna. Dispuesta a esperar por el bien de Malcom se apartó de su abrazo, ya
que necesitaba hacerle una pregunta que lo podía cambiar todo.
—¿Todavía quieres casarte conmigo después de todo lo que ha pasado?
—Ahora más que nunca
—Pero pueden pasar mil cosas. Pueden culparme de la muerte de Lorna,
mi clan puede negarse a nuestra unión y revelarse, o puede que sea el tuyo el
que se resista a unirse con los MacDougall.
—No me importa lo que opinen los demás, ya sean los Campbell o los
MacDougall, y mucho menos creo que te culpen de la muerte de Lorna porque
creo en ti y sé que eres inocente.
Necesitando estar cerca de ella se la acercó más a su lado, y colocando
su boca casi junto a la suya le susurró convencido.
—Solo sé que desde que llegaste a Inveraray ha vuelto a resurgir la luz
en mi vida, a pesar de creer que nunca más volvería a verla. Por favor, no me
pidas que viva de nuevo en la oscuridad, cuando sé que no podría soportarlo.
Pletórica de felicidad, al no haber creído que la amara tanto, se lanzó a
sus brazos y le besó con entrega al no caberle dudas respecto a sus
sentimientos.
—En ese caso me convertiré en tu luz, pero debes prometerme que
nunca cambiarás.
—Te lo prometo. Seré siempre igual de cabezón, orgulloso, pedante y
mandón.
Las risas de ambos resonaron por el jardín, devolviéndole la alegría de
otros tiempos ya pasados.
—¡Ah! Y no olvidemos glotón —le dijo llevándose un pastel de ciruela
a la boca.
Nada más darle el primer mordisco Malcom puso cara de asco,
provocando que Sheena volviera a reír al ver las muecas que hacía al no saber
si escupirlo o tragárselo.
—Eso te pasa por robarme mis pasteles favoritos —le reprochó
divertida, más aun cuando vio cómo se lo tragaba con gran esfuerzo y
repugnancia.
—¡Odio los pasteles de ciruela! —gruñó enfadado, mientras se llevaba
el odre de vino a los labios para dar un buen trago y así quitarse ese sabor que
tanto le desagradaba.
Al escucharle farfullar sobre pasteles asquerosos de ciruela cuando los
de crema estaban mucho mejor, Sheena se dijo que ahora que le conocía y
había visto su lado tierno y sensible, no lo cambiaría por ningún otro, pues sus
arrebatos de mal genio e impulsividad también formaban parte de él y por eso
también lo amaba.
—Recuérdame que le diga a la cocinera que no prepare esas cosas
cuando volvamos a organizar un picnic —le dijo llevándose la mano al
estómago como si le doliera.
—De acuerdo —le aseguró encantada ante la idea de volver a repetir
esa escapada en el jardín—. Pero no puedes culpar a la cocinera ya que
preparó la comida para James y para mí.
—En ese caso la próxima vez te dejo todos los pasteles para ti. Incluso
creo que me ha hecho daño en el estómago —le aseguró mientras se inclinaba
como si le diera un retortijón.
—Un solo pastel no puede hacerte daño —indicó Sheena que ahora no
sonreía al ver cómo se retorcía cada vez con más dolor y la frente empezaba a
perlarse de sudor.
—Pues debía de tener algo, porque me está quemando por dentro.
Asustada al verlo cada vez peor empezó a temer que el pastel le hubiera
dañado de alguna manera, y sin saber qué hacer le tumbó colocando su cabeza
sobre su regazo al mismo tiempo que le secaba el sudor de la frente.
—No es posible que te haga tanto daño —se dijo para sí misma confusa,
mientras observaba los pasteles intactos sobre el mantel improvisado, ya que
él había sido el único que se había comido uno, y ella no podía creer que un
pequeño pastel le causara tanto dolor.
Al notar que no se movía y se mantenía en silencio se asustó, por lo que
empezó a llamarlo y a zarandearlo hasta que horrorizada descubrió que yacía
inmóvil entre sus brazos, con el rostro blanquecino y el cuerpo sudoroso.
El grito de angustia que dio debió poner en alerta a medio castillo, pues
en cuestión de segundos al jardín acudieron un buen número de sirvientes y
guerreros, entre los que se abrió paso a empujones Blair, que al verla llorar
desesperada con el cuerpo inerte de Malcom entre los brazos se quedó
absorto, contemplando lo que parecía el asesinato de su laird a manos de una
MacDougall.
CAPÍTULO 14
La confusión que se produjo después del grito de Sheena fue tan grande,
que nadie prestó atención a los pequeños pasteles que habían causado el
malestar de Malcom, por lo que estos acabaron esparcidos y pisoteados por
los hombres que se acercaron a socorrer a su laird, perdiéndose unas
evidencias que hubieran podido ayudar a resolver todo el asunto.
El primero de los Campbell en aproximarse fue Blair, que en cuestión
de segundos tomó el control de lo que estaba sucediendo, y empezó a dar
órdenes para que se llevasen a Malcom a su recámara y para que encerraran a
Sheena en su estancia hasta saber qué había sucedido, ya que por el momento
no se fiaba de ella y no quería arriesgarse a dejarla junto a su amigo.
Verla junto al cuerpo inerte le había enfurecido, pues a pesar de haber
desconfiado de su inocencia en la muerte de Lorna, lo había dejado pasar a
petición de Malcom, y ahora, al estar implicada en otra posible muerte sin que
él hubiera hecho nada por impedirlo, le hacía sentirse culpable y arrepentido.
Pero no fue el único en creerla culpable, ya que no pasó desapercibido
para ningún miembro del clan la forma en que su laird fue llevado en brazos e
inconsciente al interior del castillo, y en como lady MacDougall era agarrada
por dos guardias y llevada tras ellos mientras esta lloraba desesperada.
Como una marea imparable empezó a surgir diferentes versiones de lo
que había ocurrido, consiguiendo que muchos de ellos dieran por válida la
noticia de la muerte del laird a manos de la MacDougall, y otros asegurasen
que ambos habían sido atacados por extraños.
Mientras, ajenos a todo este alboroto que se estaba produciendo en el
patio los portadores del cuerpo de Malcom llegaron a su recámara, y lo
depositaron con sumo cuidado en la cama esperando a que la curandera
llegara en cualquier momento. Pero el primero en aparecer desesperado fue
James, que apesadumbrado observó como su hermano y único familiar que le
quedaba luchaba por su vida.
—¿Qué ha pasado?
—Aún no lo sabemos muchacho, pero creo que Sheena ha tratado de
matar a tu hermano.
La cara de asombro e incredulidad de James pilló por sorpresa a Blair,
al haber creído que el muchacho la creería culpable, pues había sido uno de
los pocos testigos de la implicación de Sheena en el asesinato de Lorna. Un
hecho que no podía negar al ser evidente gracias a la aparición del pañuelo y
la testigo, pero que los hermanos Campbell tendían a olvidar metiéndoles en
problemas.
Incrédulo ante esta acusación James permaneció en silencio, recordando
su conversación con Malcom esa misma mañana, y cómo habían llegado a un
acuerdo para que fuera él quien la acompañara en el picnic. Se veía a su
hermano tan complacido de poder pasar unas horas con lady MacDougall, que
James no pudo negarse y aceptó encantado creyendo que estaba haciéndole un
favor.
Por nada del mundo hubiera creído que Sheena intentara asesinarle
cuando quedaran a solas, pues por mucho que lo pensaba había varios motivos
que la exculpaban, tales como que al intentar asesinarle estando solos todas
las culpas recaerían sobre ella, más aun cuando la noche anterior había estado
tan cerca de ser acusada de asesinato.
Otra muestra de su inocencia era que ella realmente no tenía motivos de
importancia para asesinar a un poderoso laird, al traerle solo problemas a ella
y a su clan; aunque Blair se negara a verlo, y por último, que aunque no la
conocía mucho era evidente que lady MacDougall no era una asesina.
Por todo esto decidió que hasta que no tuviera toda la información de lo
que hubiera sucedido no la juzgaría, pues su padre siempre le había recalcado
lo importante que era no hacer juicios apresurados sobre las personas, y más
en asuntos de tanta importancia.
La aparición en la estancia de tía Elsbeth puso fin a cualquier
comentario que ambos pudieran decir, pues la mujer se lanzó desesperada ante
el cuerpo de Malcom sin dejar de llorar ni de negar lo que sus propios ojos
contemplaban.
Blair entendió que ese momento debía ser íntimo para la familia, por lo
que despejó el cuarto de curiosos y cerró la puerta tras de sí, hasta que poco
tiempo después llegó la curandera visiblemente agitada por el esfuerzo de
apresurarse.
Los minutos que siguieron fueron los más largos de sus vidas, al
observar como la anciana revisaba el rostro blanquecino, la boca seca, los
ojos dilatados y las manos frías de Malcom en busca de algo que le indicara
qué le había ocurrido.
Cuando negando con la cabeza la mujer se incorporó después de haber
escuchado el tenue latir de su corazón, las esperanzas de que no fuera nada
grave se desvanecieron como si fueran cenizas al viento, consiguiendo que el
silencio que reinaba en la estancia se hiciera insoportable.
—¿Se va a morir? —preguntó Blair a la sanadora, al ser el único que
reunió la voluntad necesaria para saber la verdad.
—En realidad está más muerto que vivo, pero haré todo lo que pueda
para traerlo de vuelta —le contestó mientras comenzaba a revisar sus hierbas.
El escalofrío que sintieron los presentes al escucharla se acentuó tras
notar la ráfaga de aire que entró por la ventana, pues aunque hacía unos
minutos el sol había estado brillando, ahora las nubes ocupaban buena parte
del cielo oscureciéndolo todo.
Parecía como si el mismísimo cielo se hubiera vestido de luto a la
espera del desenlace, consiguiendo que fuera más difícil tener esperanza.
—Blair, no puedes dejar que muera —le pidió James tratando de
contener las lágrimas, mientras se negaba a apartarse de los pies de la cama de
su hermano por miedo a que este muriera sin que él estuviera cerca.
—No está en mis manos, muchacho —le aseguró Blair, al mismo tiempo
que le colocaba una mano en su hombro para intentar consolarle, al ser
evidente que estaba pasando por una situación muy dolorosa.
El sonido del llanto de tía Elsbeth resonó por toda la estancia,
recordándoles que el tiempo iba en su contra y que por mucho que quisieran no
podían hacer nada para salvarle.
La anciana había llegado visiblemente afligida a la recámara nada más
recibir la noticia, y presurosa se había sentado a su lado cogiéndole de la
mano como si su tacto pudiera curarlo. Y es que desde el nacimiento de
Malcom tía Elsbeth había sentido un cariño muy especial por él, habiéndolo
consentido desde niño al tratarle más como a un hijo que como a un sobrino.
Ese amor tan especial que le procesaba no extrañó a nadie, al haber
permanecido soltera y centrado su vida en el cuidado de su familia. Por ese
motivo aunque su llanto resultaba molesto y de mal agüero, a ninguno de los
presentes se les ocurrió pedirle que se marchara, al no querer negarle que
estuviera junto a él por si tenía que despedirse en cualquier momento.
Resignados a esperar sintiéndose impotentes permanecieron en silencio,
hasta que James recordó a Sheena extrañándole que no estuviera con ellos
acompañando a Malcom en lo que podrían ser sus últimas horas.
—¿Dónde está milady?
—Que yo sepa sigue en su recámara esperando —le respondió Blair
cada vez más furioso con esa mujer que había conseguido engañar a todos—.
Aunque debería haberla mandado a las mazmorras —terminó farfullando entre
dientes.
—Lady MacDougall no es culpable. La vi en el pasillo llorando
desesperada cuando vine a comprobar que era lo que estaba sucediendo, y un
dolor tan grande no puede ser fingido —aseguró James al sentir la necesidad
de defenderla, pues estaba convencido de que su hermano así lo hubiera
querido si no estuviera tan grave.
—No es la primera vez que una mujer simula llorar para librarse de un
castigo.
Al escucharle fue evidente el desagrado que Blair sentía ante este
hecho, y por primera vez James se preguntó si su desconfianza por Sheena
tenía que ver con alguna mujer que en el pasado le había engañado, y ahora
esa amargura le nublaba la mente.
Sintiendo cada vez más ganas de defenderla, sobre todo si había sido ya
juzgada precipitadamente, James se propuso ser su defensor hasta que su
hermano se recuperara, pues estaba convencido de que este haría todo lo
posible por aferrarse a la vida al haber sido siempre un luchador.
—Pero ella no es así, yo sé que es inocente. Además, aún no sabemos
qué le ha pasado a Malcom.
—Fue envenenado —soltó la curandera, que había estado escuchando
en silencio la conversación mientras preparaba un brebaje—. Aún no sé qué le
dieron ni qué cantidad, pero estoy segura de que fue veneno
La noticia cayó como una bomba silenciando a los presentes, pues
aunque todo indicaba que había sido envenenado las implicaciones de esa
acusación eran muy graves.
—¿No cabe ninguna duda? —le preguntó Blair, pues era preciso saber
toda la verdad cuanto antes.
—Completamente. Llevo muchos años en esto y te puedo asegurar que
reconozco estos síntomas.
La seguridad de la anciana acabó con todas las dudas, y ni el sollozo de
tía Elsbeth, ni los ruidos procedentes del exterior de la estancia consiguieron
acallar la idea de que entre ellos se encontraba un enemigo que quería
dañarles.
—¿Sigues pensando que es inocente? —no fue necesario que le
explicara a quién se refería, pues estaba muy claro de quien se trataba.
Sin titubear ni un segundo James le contestó cada vez más convencido
de ser su defensor.
—Sí. Yo estuve toda la mañana con ella en el jardín, por lo que no pudo
hacerse con el veneno.
—Pues yo no estoy tan seguro, pudo tenerlo escondido en algún lugar y
cuando se vio a solas con Malcom utilizarlo.
Pero cuando James se disponía a contarle que era una idea absurda, al
haber sido todo improvisado y al haber sido él quien se acercó a la cocina
para pedir la comida para el picnic, la puerta se abrió de par en par,
apareciendo ante ellos una Sheena desesperada, seguida de cerca por un
guardia que aún aturdido se tocaba la cabeza como si se la hubieran golpeado.
—¿Qué haces aquí? —la rudeza de Blair le dejó bien claro que no era
bien recibida.
—Necesito verle —fue su única contestación mientras sus ojos
buscaban a Malcom.
Solo hacía falta mirarla a la cara para saber el tormento por el que
estaba pasando, pues esos ojos cargados de dolor no podían mentir a nadie,
cuando en ellos aparecía de forma tan clara que daría cualquier cosa por tener
alguna noticia sobre el estado de Malcom.
Pero Blair tenía el corazón demasiado duro como para ver más allá de
su amigo postrado en cama, y de cómo esa mujer intentaba con sus lágrimas y
su pena engañarles para aparecer ante ellos inocente. Si bien era cierto que
hacía tiempo que no se fiaba de las féminas, menos aún lo haría cuando la vida
de su laird estaba en peligro, y ante él tenía a una MacDougall que hasta hacía
bien poco había sido su enemiga.
Por ello no tuvo ningún problema en interceptarla cogiéndola del brazo
cuando se disponía a acercarse a la cama, impidiéndole así que se saliera con
la suya mientras él estuviera presente.
—No voy a permitirlo.
—Blair, déjala, ¿no ves que es incapaz de hacerle daño?
La mirada de súplica que vio en sus ojos, así como su angustia, no le
hicieron cambiar de opinión, al no estar probada su inocencia y ser peligroso
que ella estuviera cerca de Malcom.
—Te lo suplico Blair, déjame ir con él —escuchó como le rogaba, y
aunque seguía sin fiarse de ella, se le ocurrió que podría desenmascararla si la
vigilaba de cerca, ya que en cualquier momento podría cometer un error.
Nada más verse liberada de su agarre Sheena corrió junto a Malcom,
que seguía inconsciente sobre la cama, sin importarle la mirada acusatoria de
Blair que no la perdía de vista para estar atento a todos sus movimientos.
—¿Cómo está? ¿Puedo hacer algo por él?
—Tengo que vaciarle el estómago para que expulse el veneno —le dijo
la curandera mientras se acercaba a Malcom y mostraba un brebaje que
apestaba.
—¿Veneno? —preguntó ella incrédula.
—No te hagas la inocente, sabes perfectamente que fue envenenado —la
acusó Blair abiertamente.
Sintiendo como la bilis le subía por la garganta Sheena retrocedió unos
pasos ante la mirada de odio que le lanzó Blair. Había escuchado algunos
murmullos que la acusaban cuando la conducían a su recámara, como también
sabía que muchos miembros del clan la miraron de forma fría cuando la
contemplaron en el jardín sosteniendo el cuerpo inerte de Malcom, pero no se
había imaginado que la acusación de que fuera la culpable fuera tan firme, ya
que resultaba evidente que ella no podía haberlo envenenado.
Por eso le alegró tanto la siguiente pregunta que James le hizo, pues le
dio la posibilidad de contar su historia. Un hecho que hasta entonces nadie se
había molestado en saber.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Al rato de marcharte llegó Malcom con el picnic y nos acercamos a
un árbol para sentarnos a su sombra —empezó a relatarle.
—¿Alguien más se les acercó o vieron a alguien rondando por las
cercanías?
—No, que yo sepa estuvimos todo el tiempo a solas.
Si no hubiera estado tan preocupada por la salud de Malcom la mirada
irónica que Blair le lanzó la hubiera enfurecido, al darle la sensación de que
él había tomado estas palabras como una evidencia de su culpabilidad, al
admitir que estuvieron todo el rato a solas y por lo tanto ser la única que
hubiera podido envenenarle.
Suspirando se dio cuenta de que por mucho que tratara de mostrar la
verdad ese hombre; y quizá otros del clan, jamás la creerían, pero aun así,
debía tratar de esclarecer qué había sucedido para que atraparan al culpable,
por lo que centrándose en James le siguió contando.
—Estábamos hablando mientras comíamos tranquilamente, cuando de
repente se empezó a sentir mal —comenzó a contarle, callando la parte en que
él le pidió en matrimonio al no creer que fuera el momento para mencionarlo.
—¿A qué se refiere, milady? —insistió James.
—Se acababa de comer un pastel de moras cuando empezó a retorcerse
y a decir que le quemaba por dentro.
—¡Miente! —le interrumpió Blair sobresaltándola—. Cualquiera que
conozca a Malcom sabe que él odia esos pasteles y jamás se comería uno.
—Lo sé —le aseguró ella y volvió a mirar a James para seguir contando
lo sucedido—. Creo que lo cogió sin darse cuenta, estábamos riéndonos sobre
algo y sin más cogió uno y se lo comió.
—¡No veis que está mintiendo! Lo que dice no tiene sentido —soltó
Blair al no poder soportar ni un segundo más las palabras que ella decía y que
para él sonaban falsas.
Cansado de las interrupciones de Blair, y sobre todo de que ya la
hubiera juzgado sin ni siquiera haberla escuchado, James se enderezó y por
primera vez en su vida dejó de ser un chiquillo, para comportarse como un
hombre y así imponerse para que oyera su versión de lo sucedido, dejando de
estar obcecado por el odio.
—Sí lo tiene. Esa comida fue preparada de improviso para lady
MacDougall y para mí, y por eso le pedí a la cocinera que nos añadiera los
pasteles favoritos de milady. ¿Verdad que sí, tía Elsbeth?
—¿Qué tiene que ver tu tía con todo esto, muchacho? —quiso saber
Blair al no comprender cómo podían seguir creyéndola cuando era evidente
que todo cuanto decía era mentira.
—Ella estaba en la cocina tomándose un vaso de leche y me oyó
decirlo.
Tras sus palabras todos los presentes se volvieron para mirarla y así
descubrir si era cierto lo que decía James, pues ese punto era muy importante
para determinar la acusación de Sheena.
—El muchacho dice la verdad, yo estaba tomándome mi medicina
cuando escuché cómo pedía que les sirvieran la comida para llevarla al jardín,
y les decía que añadieran los pasteles de moras al ser sus favoritos.
—Pero eso no demuestra nada —siguió insistiendo Blair, aunque el tono
de su voz ya no era tan severo ni exigente.
—Milady dice que estaba bien hasta que se comió un pastel. Lo más
lógico es pensar que estos estaban envenenados y que el culpable debió
hacerlo en la cocina.
Su declaración debió satisfacerlo al creer que había demostrado la
inocencia de Sheena, pues miró con orgullo a Blair como si ahora todo
quedara resuelto gracias a él. Sin embargo lo que en realidad había
conseguido era que quedasen más preguntas sin resolver que la hacían más
culpable, por lo que Blair volvió con sus acusaciones con más determinación.
—Hay demasiadas cosas que no cuadran. En primer lugar si todo fue
improvisado, ¿cómo sabía el asesino que Malcom iba a comer en el jardín con
milady? Y es más, ¿cómo pudo envenenarlos sin que ni tú ni tía Elsbeth os
dierais cuenta? —Y girándose para mirar de manera desafiante a Sheena
siguió diciendo con un deje irónico en su voz—: Por no mencionar que a pesar
de ser los pasteles favoritos de milady, ella afortunadamente no probó
ninguno.
Pero nadie sabía cómo responder a esas preguntas, pues en ese momento
en el jardín solo estaban Sheena y Malcom, y uno de ellos se encontraba
inconsciente en su lecho, por lo que solo tenían la palabra de una de las
personas que más posibilidades tenía para envenenarlos.
Sabiendo que la acusación de envenenamiento empezaba a cobrar
sentido si no se defendía, Sheena se propuso contar todo lo que sabía para
intentar esclarecer lo sucedido, y alzando la vista para que vieran con sus
propios ojos que no ocultaba nada, les dijo tratando de que las lágrimas no
regresaran a su rostro:
—Solo puedo decir que nada me pareció fuera de lugar durante la
comida, es más, estábamos pasando un rato muy agradable hasta que se comió
el pastel.
—Como he dicho antes, muy conveniente que solo fuera él quien se los
comiera, dando por hecho que fueran los pasteles los causantes de su malestar
—repuso Blair siguiendo con su ataque.
—Le aseguro que me cambiaría por él de inmediato —afirmó mirando
esta vez a Malcom que permanecía pálido sobre la cama mientras la curandera
le hacía beber un brebaje.
—Es curioso que diga eso cuando hace unos días le consideraba un
enemigo —volvió a insistir al querer que ella se derrumbara y admitiera su
culpa.
—Hace unos días todo era muy distinto entre nosotros, aunque de todas
formas yo nunca le consideré mi enemigo —confesó entristecida, mientras
recordaba los primeros días que estuvo en Inveraray y como poco a poco la
visión que tenía de él había cambiado, y ahora en vez de verlo como un fiero y
sanguinario guerrero sin corazón lo consideraba un hombre tierno, orgulloso y
sincero.
—¿Ni cuando la encerró en las mazmorras?
—Ya basta Blair —le acalló James, pues estaba claro que Blair no se
rendiría fácilmente y mientras dañaba a Sheena con sus acusaciones—. Está
claro que los pasteles estaban envenenados y que Malcom se comió uno sin
darse cuenta que eran de moras.
—Pues yo no lo tengo tan claro —volvió a insistir pues se negaba a ver
que había demasiadas posibilidades que estudiar y que Sheena solo era una de
ellas.
El ambiente se había puesto tan tenso con el cruce de acusaciones, que
todos los presentes se mostraban nerviosos y recelosos, por lo que sumado a
la tensión de saber qué pasaría con Malcom, el resultado era una sensación
demasiado asfixiante.
—Por favor dejen ese tema, lo importante ahora es que Malcom se salve
—se vio obligada a intervenir tía Elsbeth, a pesar de no querer formar parte
de todo este asunto al importarle más el bienestar de su sobrino.
—Está bien, lo dejaremos por el momento, pero este tema no ha
acabado —terminó cediendo Blair, pues al contemplar el cuerpo de su amigo
sobre el lecho le pareció que el momento para las acusaciones podía esperar.
—Si ya han terminado de discutir entre ustedes, necesitaré que alguien
me ayude a hacerle devolver todo lo que ha tomado —intervino la curandera
que hasta el momento había preferido mantenerse al margen mientras se
centraba en su trabajo.
—Yo la ayudaré —se ofreció de inmediato Sheena, aunque Blair le
lanzó un gruñido no muy convencido de que fuera ella quien ayudara a la
anciana.
—Tranquilízate grandullón —le dijo la curandera—. Esta muchacha no
puede hacerle ningún daño con tantos ojos sobre ella.
Sheena agradeció a la anciana que la defendiera, aunque ninguna de las
dos pudo impedir que Blair se les acercara más para vigilar cada uno de sus
movimientos.
—Si vas a estar en medio entonces podrías ayudarnos —le indicó la
curandera a Blair que la comenzó a mirar con los ojos entrecerrados al no
tener ni idea de qué hacer—. Solo tienes que mantenerlo erguido mientras él
devuelve. ¿Me imagino que podrás hacerlo sin desconfiar que ella lo asesine,
no?
El gruñido de Blair le indicó que no le había gustado ese último
comentario, pero se mantuvo a distancia y sin responderla, por lo que James se
le adelantó y respondió por él mientras lo miraba por el rabillo del ojo.
—Ya me ocupo yo.
Sin más por decir James se acercó a Malcom hasta colocarse a su lado,
para después levantar su cuerpo hasta que este estuvo sentado en la cama.
—Ahora siéntate detrás de él y rodea con tus brazos su pecho para que
no se caiga.
Incómodo al no haber sido él quien se presentara voluntario para ayudar
a su amigo, y sabiendo que en realidad había sido injusto con Sheena al haber
aprovechado un momento de dolor para intentar acusarla, Blair decidió
marcharse para destensar el ambiente y así se pudieran centrar en ayudar a
Malcom.
Sabía que se había dejado llevar por la furia ante la posibilidad de
perder a su amigo, pero no podía olvidar que Sheena tenía motivos para
matarle, y que era la única que estaba presente cuando Malcom fue
envenenado; sin olvidar que hasta su aparición en el castillo no habían sufrido
ningún altercado parecido.
Suspirando mientras veía cómo se esforzaban en hacer vomitar a
Malcom, no aguantó ni un segundo más estar de brazos cruzados, y decidido a
hacer algo útil se vio media vuelta dirigiéndose hacia la puerta, dispuesto a
aplacar el alboroto del patio antes de que se extendiera el rumor de que su
laird había muerto.
Mirando por última vez hacia la cama donde todos se esforzaban por
salvarle la vida, deseó que pudieran conseguirlo, pues por nada del mundo
estaba dispuesto a perder a un laird que le había enseñado lo que era la
lealtad, el compromiso y el honor.
Durante los siguientes minutos agotados y sudorosos tuvieron que
hacerle beber el brebaje que había preparado la curandera, para que después
lo devolviera arrastrando junto al líquido pastoso buena parte de lo que se
encontraba en su estómago.
Por suerte consiguieron que Malcom devolviera una gran cantidad de
veneno, trayendo de nuevo la esperanza de que pudiera recuperarse, aunque al
no saber de qué veneno se trataban no podían estar seguros de que el riesgo
hubiera pasado.
Por eso ahora, con el estómago de Malcom ya vacío y tumbado de nuevo
en la cama sin la palidez de antes, la pregunta que nadie se atrevía a hacer era
si habían hecho lo suficiente y si habían llegado a tiempo.
—¿Ya está fuera de peligro? —Fue James el primero en decidirse a
preguntar lo que tanto temían averiguar.
—Tendremos que esperar hasta mañana para saber si sobrevivirá, pero
es un hombre fuerte y joven y ha devuelto bastante.
—No puede morir, él no —soltó tía Elsbeth que hasta el momento se
había mantenido apartada y en silencio a la espera de lo que pasara.
Suspirando Sheena contempló a Malcom tumbado sobre la cama,
deseando ser ella la que estuviera en el lugar del hombre que había puesto a su
alcance la felicidad, y sin poder dejar de recordar el beso que se habían dado
y sus palabras de amor, como si fueran una especie de amuleto que le
aseguraba que él no podría dejarla.
Sabiendo que solo quedaba esperar y que cualquier ayuda era
bienvenida, se arrodilló junto a su lecho y se puso a rezar pidiendo por su
vida, pues no podría soportar la idea de un mundo sin su presencia, donde solo
le quedara un dolor en su pecho que le acompañaría para siempre, al haberse
llevado con su muerte buena parte de su corazón.
CAPÍTULO 15
Los días que siguieron a la mejora de Malcom fue una continua lucha de
voluntades, ya que cada vez resultaba más difícil mantener en el lecho a un
cabezota laird, que se negaba a permanecer inactivo hasta estar completamente
recuperado.
Los continuos cuidados de Sheena y tía Elsbeth le habían encantado al
principio, hasta que comenzaron a regañarle por intentar ponerse en pie
cuando se sintió recuperado, pues según ellas aún debía permanecer en cama
como mínimo una semana. Fue entonces cuando empezó una auténtica batalla
campal que hasta el momento habían ganado sus cuidadoras, pero esa mañana
Malcom estaba decidido a salirse con la suya.
Y es que si bien Malcom agradecía sus mimos y desvelos estaba
cansado de sentirse tan pasivo, más aun cuando tenía tanto por hacer, y lo más
importante, cuando tenía que resolver la falsa acusación que pendía sobre
Sheena, si no quería perderla para siempre a manos de un verdugo. Por ello
era primordial que encontrara cuanto antes al verdadero culpable, para que así
Sheena pudiera estar a salvo y él dejara de sentir que la estaba defraudando.
Por desgracia hasta el momento las mujeres apenas le habían dejado a
solas con Blair para poder hablar de este asunto sin reservas, y cuanto más
tiempo pasaba tumbado en la cama, más se impacientaba por aclarar todo este
asunto sintiendo que a cada segundo que pasaba más se alejaba el asesino.
La preocupación por mantener a Sheena a salvo de las acusaciones o
posibles rumores que pudieran surgir, era lo que le había dado la fuerza
necesaria para levantarse de la cama tras tres días de convalecencia, y ahora,
ante una Sheena furiosa, se disponía a enfrentarse a ella para que le dejara
llevar a cabo su cometido.
Durante su ausencia había conseguido ponerse el kilt, aprovechando que
ella se había marchado para dejar la bandeja del desayuno, y sabiendo que
cuando regresara necesitaría de toda su perspicacia para salirse con la suya.
Debía reconocer que la cara de asombro que puso ella al verlo ya vestido fue
digno de recordar, sobre todo cuando nada más abrir la puerta de la recámara,
lo había pillado colocándose los pliegues de su kilt para así aparecer ante su
clan lo más presentable posible.
Al advertir cómo su mirada viajaba por su cuerpo notó como su hombría
se calentaba, y en otras circunstancias le hubiera dejado encantado que le
quitara la ropa y le metiera en la cama, pero en esta ocasión estaba decidido a
salir de esa estancia como fuera, por lo que apartó de su cabeza la placentera
sensación que ella le estaba haciendo sentir, y se propuso imponerse con su
voz más autoritaria.
—Es absurdo que permanezca en esta cama cuando me encuentro
perfectamente —afirmó categórico, aunque al ver como ella fruncía el ceño se
cruzó de brazos para afianzar su determinación.
—Pues yo no pienso permitir que salgas por esa puerta y eches a perder
tu recuperación.
—Ya me encuentro perfectamente y pienso ocuparme de mis
obligaciones durante toda la mañana —le aseguró mientras notaba como la
bilis le subía por la garganta y la habitación comenzaba a darle vueltas.
Alzando una ceja y cruzándose de brazos frente a él Sheena se dispuso a
imitar su porte arrogante, para que así se percatara de que no podía engañarla,
al ser evidente que apenas se tenía en pie y que ella era igual de cabezota, por
lo que no se dejaría impresionar por su tamaño y bravuconería.
En otras circunstancias a Malcom le hubiera hecho sonreír ver a Sheena
obstinada frente a él, sin mostrar ni un ápice de miedo a pesar de haber puesto
su mirada más fiera, pero lo que no se esperó fue que arremetiera contra él
utilizando un arma que todos en el castillo temían.
—Si sales ahora por esa puerta no pienso cuidarte más. Tendrás que
vértelas con la cháchara incesante de tía Elsbeth hasta que te sangren los
oídos.
—¡¿No te atreverás a hacerme algo así?! —le contestó fingiendo una
expresión de espanto e intentando disimular su sonrisa, al haberle parecido
gracioso que utilizara como su mejor arma para convencerle a su tía. Una
muestra más de que poseía un corazón sin malicia.
Al ver la expresión de fingido espanto de Malcom ella no pudo evitar
esbozar una amplia sonrisa, reconociendo que estaba perdida cuando ese
hombre utilizaba sus encantos como lo estaba haciendo en ese instante. Por
eso, cuando se le acercó despacio mirándola fijamente como si fuera un felino
dispuesto a devorarla, supo sin lugar a dudas que estaba perdida.
—Tú nunca harías algo tan horrible. Eres demasiado buena —le susurró
Malcom mientras alargaba su mano y le acariciaba el rostro, decidido a
demostrarle que para él era una deliciosa y refrescante caja de sorpresas.
Suspirando solo le quedó asentir al haberse quedado sin palabras nada
más sentir su tacto.
—Está bien. Tú ganas, pero te pido por favor que aún no entrenes.
Sabiendo que aunque quisiera estaba demasiado débil para
desobedecerla, pues apenas tenía las fuerzas necesarias para mantenerse en
pie, no dudó en complacerla.
—Me sentaré como un niño bueno en el gran salón y no levantaré nada
más pesado que una jarra de cerveza.
Riendo encantada al reparar en que no tenía de qué preocuparse, y más
tranquila al saber que no pondría en peligro su recuperación, se dispuso a
ayudarlo.
—Está bien, apóyate en mí y juntos bajaremos por la escalera. No voy a
arriesgarme a que te desmayes y caigas por ellas —le indicó al mismo tiempo
que le rodeaba con un brazo la cintura, hasta que ambos se quedaron
paralizados al venirles el recuerdo del cadáver de Lorna con el cuello roto.
Por unos instantes ninguno supo qué hacer o decir, pues había
demasiadas cosas que hasta el momento se habían callado, y ahora, tras el
pasar de los días, no sabían cómo comenzar con una conversación que a los
dos les disgustaba, pues debían tratar temas tan embarazosos como la
aparición de su pañuelo debajo del cuerpo de Lorna.
No había que ser muy observador para advertir que Sheena no se sentía
cómoda con este asunto, y sin querer violentarla más, optó por cambiar de
tema. Al fin y al cabo prefería primero discutir el asunto con Blair, y una vez
tuviera conocimiento de todos los datos ya tendría tiempo para interrogarla.
Apartándose de ella Malcom consiguió mostrar una cara de desagrado,
al preferir empezar otra guerra verbal que verla tan abatida.
—No puedo aparecer ante el clan siendo ayudado por una mujer —
afirmó haciéndose el ofendido, y por suerte no tuvo que esperar mucho para
percatarse de que había conseguido su objetivo.
Nada más escucharle y ver como se apartaba irritado Sheena volvió a
colocar el entrecejo fruncido, preparándose para otro segundo asalto, al haber
creído que el orgullo de ese laird testarudo le impedía presentarse ante sus
hombres siendo ayudado por una mujer, sin advertir de que había sido una
estrategia para alejarla de los funestos recuerdos de todo lo relacionado con la
muerte de Lorna, por lo que no dudó en contestarle:
—¿Y cómo pretendes bajar las escaleras sin romperte la cabeza?
Fue una suerte que en ese momento apareciera en la puerta Blair, al
conseguir con su presencia liberar a Malcom de contestar una pregunta para la
cual no tenía respuesta.
—Buenos días laird, milady —les saludó Blair entrando decidido, sin
saber que con su llegada había sacado de un apuro a su amigo.
—¡Blair me ayudará!
Extrañado al no saber a qué se refería Blair se le quedó mirando por
unos segundos, como si le estuviera pidiendo que le explicara en qué quería
que le socorriera. Pero solo tuvo que contemplar a Malcom cruzado de brazos
frente a Sheena para saber la respuesta, al ser evidente que le había puesto
como excusa para conseguir algo que quería.
Por eso, decidido a apoyar a su amigo, no dudó en decir:
—Puedes contar conmigo para lo que desees.
Al escucharle Malcom amplió la sonrisa, no quedándole más remedio a
Sheena que darse por vencida, aunque a decir verdad, estaba más contenta de
que fuera Blair quien le ayudara a bajar por las escaleras, ya que este tenía
más fuerza y estarían más seguros.
—Está bien, entonces os dejo a solas.
Y sin más se encaminó hacia la puerta sabiendo que los ojos de Malcom
estarían fijos en ella, por lo que maliciosa se giró para decir con tono meloso
y una actitud que pretendía ser de inocencia, aunque no consiguió engañar a
nadie:
—Laird, si me necesitáis, estaré tomándome un baño.
En el acto Malcom se adelantó unos pasos dispuesto a ayudarla con ese
menester, pero Sheena fue más rápida y desapareció mostrando una gran
sonrisa.
Quedándose quieto ante la puerta Malcom maldijo entre murmullos su
mala suerte, olvidando por completo que hasta hacía unos minutos su mayor
prioridad era quedarse a solas con Blair, y así le explicara sus acusaciones
respecto a Sheena.
La tos que soltó Blair para llamar su atención consiguió que Malcom
volviera al presente, y resignado se girara tras cerrar la puerta para
encontrarse a su amigo mirándolo fijamente.
—Venía a hablaros de ciertos asuntos —confesó Blair visiblemente
incómodo, por lo que Malcom supo que a su amigo no le gustaba el tema que
tenían que tratar.
—Yo también quería comentarte algo de vital importancia.
Sin decir nada más los dos hombres se acercaron al hogar que
permanecía encendido para caldear la recámara, sabiendo que en cualquier
momento podían ser interrumpidos.
—Según tengo entendido tu sospechoso principal es lady MacDougall
—soltó Malcom sin rodeos mientras le miraba a los ojos, pues le gustaba ser
directo en sus conversaciones.
Sabiendo que el momento de la verdad había llegado Blair le devolvió
la mirada, dispuesto a contarle todo lo que sabía aunque con ello le dañara.
—Lo hago basándome en las pruebas.
—¿Y cuáles son estas? —le preguntó sin titubear.
—En el asesinato de Lorna la criada vio a una mujer junto al cadáver y
su pañuelo estaba debajo del cuerpo. Y en cuanto al envenenamiento, ella era
la única que estaba presente.
Malcom asintió, pues hasta el momento no le había dicho nada que él no
supiera. Por unos segundos pudo respirar más tranquilo al percatarse de que
en los tres días que estuvo convaleciente Blair no había conseguido encontrar
pruebas contra Sheena, por lo que resultaría más sencillo demostrar su
inocencia.
—Sabes que todo eso no demuestra nada. La sirvienta no vio con
claridad a la mujer, por lo que pudo ser cualquiera, y respecto al pañuelo,
estoy convencido de que se puede encontrar una explicación razonable sin
implicar a lady MacDougall. En cuanto al envenenamiento, te recuerdo que yo
estaba con ella y no vi nada extraño. Así que, ¿qué más tienes contra ella?
—Es una MacDougall —afirmó categórico como si con ello lo
explicara todo.
Suspirando resignado Malcom negó con la cabeza, como si estuviera
cansado de discutir este tema sin llegar a solucionar nada.
—Te recuerdo que hasta hace poco más de un año los Campbell y los
MacDougall éramos aliados, y fue por culpa de su laird y no de Sheena por lo
que entramos en batalla.
—Sé que el odio de nuestro clan es por el MacDougall y no por su
gente. Pero, Inveraray era segura antes de que ella llegara —rebatió Blair al
querer exponer todo lo que tenía en su contra.
—Eso es cierto, pero tal vez contemos con más de un enemigo y no nos
estemos dando cuenta.
—¿Como quién? —le preguntó confuso, ya que hasta el momento no se
le había ocurrido esa posibilidad al creer que Sheena era la sospechosa más
probable.
—El carcelero, por ejemplo. Le eché del clan y tal vez esté haciendo
todo esto por venganza.
Durante unos segundos ambos permanecieron en silencio, recordando a
ese detestable hombre que había maltratado a Sheena, y que al ser reprendido
por ello había demostrado ser un cobarde.
Al pensar en ello era cierto que el carcelero podía haber buscado la
revancha por haber sido repudiado, pero a pesar de haberlo inculpado,
Malcom no estaba convencido de que ese despojo humano tuviera las agallas
necesarias para hacerlo. Además, no creía que fuera lo suficientemente
inteligente como para preparar un plan donde pudiera matar sin ser
descubierto, más aún cuando se trataba de un laird en su propio clan.
—Él no pudo haber sido. —acabó asegurando Blair tras meditarlo—.
Fue una mujer a la que vieron junto al cadáver de Lorna, por lo que no pudo
ser él, además, ¿cómo consiguió el pañuelo de lady MacDougall y cómo logró
colarse en la cocina sin que nadie le viera?
La mente de los dos hombres se puso a repasar una y otra vez todo lo
que recordaban, intentando encontrar un detalle que hubieran pasado por alto y
fuera la clave que necesitaban para resolverlo.
—Tal vez tenga un cómplice o quizá… —empezó a decir Blair, hasta
que Malcom le interrumpió para comentarle algo que creía de vital
importancia.
—Es verdad que todas las pruebas incriminan a Sheena, pero puedo
asegurarte que mi envenenamiento no fue obra de ella al haber sido todo
improvisado.
—¿Entonces?
Blair conocía demasiado bien a su amigo y sabía que una idea le había
empezado a rondar por la cabeza, por lo que se mantuvo en silencio a la
espera de que Malcom ordenara todo en su cabeza.
—Creo que nos hemos precipitado y hemos cometido un error
imperdonable. —Le dijo mientras empezaba a caminar de un lado a otro frente
a la chimenea—. ¿Y si no encontramos un culpable porque nos hemos
equivocado de víctima?
—¿Qué quieres decir? —le preguntó sin comprender a qué se refería.
—¿Y si no hubiera sido a Lorna a quien esperaban para empujar por las
escaleras y no fuera a mí a quien querían envenenar?
—Pero eso…
—Piénsalo. Quizá el asesinato de Lorna fue pensado para despistarnos
o para inculpar a Sheena. Tal vez querían que la culpáramos y la ejecutáramos,
y así el asesino tendría lo que quería sin arriesgarse.
Interesado ante esta idea Blair le preguntó:
—¿Y el envenenamiento? ¿También pretendía lo mismo?
—Quizá fuera una manera de forzarnos a que la culpáramos al no
haberlo conseguido con la muerte de Lorna, o lo que es más seguro, lo que
quería era matarla. Al fin y al cabo eran sus pasteles preferidos los que
estaban envenenados.
—Pero también se los podía haber comido James —le rebatió Blair,
aunque debía reconocer que el asunto del envenenamiento era el que tenía
menos claro, al no haber nada que inculpara a Sheena directamente.
—Entonces estamos ante alguien que es capaz de cualquier cosa con tal
de salirse con la suya —afirmó Malcom parando en seco, al advertir por
primera vez del riesgo que estaban corriendo al andar entre ellos un asesino.
—¿Y quién puede odiar tanto a lady MacDougall?
Permaneciendo pensativo, y muerto de miedo al ser ella la que podía
estar en peligro, Malcom prosiguió diciendo:
—Esa es una buena pregunta. Ha habido muchas muertes injustas entre
ambos clanes, y quizá alguien pretenda tomarse la justicia por su mano.
—¿Como tú pretendías al encarcelarla en las mazmorras? —indicó
Blair sin pretender ofenderle, ya que solo quería entender el punto de vista de
su amigo.
Avergonzado Malcom asintió, preguntándose por primera vez si no
había sido el único que buscara venganza con la persona equivocada. De
pronto se percató que quizá él al encerrarla en una celda había hecho que el
odio de algunas personas de su clan recayera sobre ella, y al haberla liberado
sin dar explicaciones, ahora buscaran impartir justicia por su cuenta. Aunque
de ser así, ¿por qué habían asesinado a Lorna?
Advirtiendo que no conseguían avanzar en todo este asunto suspiró
malhumorado, sintiéndose cansado tanto física como mentalmente, al tener
cada vez más preguntas y menos respuestas.
—Al parecer esa persona la odia tanto que está dispuesta a todo para
conseguir su propósito.
Tras meditar todo lo que se había dicho, Blair continuó diciendo:
—Estoy de acuerdo en que es una idea aceptable creer que lady
MacDougall puede ser la víctima y no la culpable, como también es posible
que tú estés en peligro, pero hay una cosa que no me cuadra. Si como dices es
alguien que busca venganza asesinándola, debe de tratarse de un Campbell, ya
que todos los MacDougall la adoran.
A Malcom no le quedó más remedio que asentir pues sabía que era
cierto, ya que en los días que estuvo en Dunstaffnage había sido más que
evidente el respeto y el cariño que sentían por su señora.
Pero Blair aún no había terminado de decirle aquello que pensaba.
—De igual modo te aseguro que ningún Campbell, ya sea hombre, mujer
o niño, levantaría su mano contra su laird, por lo que volvemos al principio al
no saber si se trata de un Campbell que busca venganza queriendo asesinar a
milady, o quizá es un MacDougall que quiere verte muerto y está utilizando a
milady para llegar hasta ti.
Dándose cuenta de que era cierto, pues de sobra sabía que ninguno de su
clan osaría alzarse contra él, llegó a la decepcionante conclusión de que todas
las posibilidades seguían abiertas al no conseguir encontrar respuestas.
—Creo que necesitaremos reflexionar más sobre todo esto y revisar las
pistas —comentó Blair al sentir lo mismo que su laird.
Volviéndose para observar las llamas del hogar Malcom se quedó
pensativo durante unos segundos, al saber que tenían mucho por reflexionar si
querían llegar a aclarar todo este asunto.
Ante ellos se abría un desafío al tener que descubrir quién podía estar
interesado en causar este daño, e intentar averiguar si era por venganza o por
cualquier otro motivo. Ante ellos se abría todo un abanico de posibilidades,
que podrían llevarles meses de investigación hasta que lograran tener
resultados.
—El problema es que el tiempo se nos agota y mientras, si tengo razón y
la víctima es Sheena, podría estar en peligro.
Apenas logró susurrarle Malcom a las llamas, pues ante él se
encontraba el mayor miedo al que podría enfrentarse: la pérdida de la mujer
que amaba.
CAPÍTULO 17
Aún le costaba creer lo que acababa de escuchar, pero solo tenía que
evocar la cara de espanto de ambas mujeres para tener la certeza de que no se
había equivocado.
Tratando de calmarse, pues se negaba a mirar atrás al querer olvidar
cuanto antes este incidente, contempló a Sheena que seguía sentada
visiblemente abatida y posiblemente asustada, ya que se negaba a mirarle a la
cara quizá por temor a lo que podía encontrar en su mirada.
Lo cierto es que las dos se merecían una buena reprimenda por haber
pensado en algo semejante, pero sabiendo que Sheena había pasado por
situaciones muy complicadas con su difunto esposo, no quería asustarla.
Ante la posibilidad de que estuviera rememorando el miedo y los golpes
que debió experimentar durante su matrimonio, se negó a que permaneciera
por más tiempo callada y cabizbaja, no solo porque no quería que continuara
sufriendo, sino porque parecía como si estuviera esperando a que en cualquier
momento se le acercara para gritarle, como si fuera igual que ese monstruo.
Decidido a que no le temiera, bajo ningún concepto, pensó que lo mejor
sería aclarar cuanto antes este asunto en privado, primero con Sheena y luego
con su tía, para que así ninguna volviera a insinuar algo semejante, y sobre
todo, para que nunca interfirieran en sus decisiones aunque fuera con buenas
intenciones
Un poco más tranquilo, ahora que tenía el propósito de aclarar el asunto,
se colocó frente a Sheena para alzarle la cabeza con su dedo índice y poder
mirarla a los ojos.
Tenía pendiente aclararle algunas cosas, como que la amaba con todo su
ser y nunca permitiría que lo dejara, aunque para ello tuviera que atarla a su
cama. Del mismo modo, pretendía explicarle que no iba a permitir que le
temiera bajo ninguna circunstancia, pues no estaba dispuesto a que su vida en
común empezara con recelos e inseguridades.
La conocía lo suficiente como para saber que su gran corazón le había
hecho dudar qué hacer, al haber creído que por su culpa podría estar en
peligro. Entendía esta forma de pensar ya que en su lugar tal vez él hubiera
hecho lo mismo, pero debía entender que si ambos permanecían juntos nada
podría dañarles.
Dispuesto a demostrárselo por todos los medios que tuviera a su
alcance, buscó su mirada, encontrándose unos ojos llenos de lágrimas que lo
contemplaban con pesar.
—Lo siento, —empezó a decirle sintiendo un nudo en su garganta y en
su pecho—. Te pido perdón por no haber insistido más en quedarme, pero no
puedo evitar tener miedo a que te pase algo por mi culpa.
Negando con la cabeza Malcom no podía dejar de observarla,
emocionado por la cantidad de amor que se veía reflejado en sus ojos. Ser
consciente de lo mucho que significaba para ella le hizo hincharse de orgullo,
pues era la primera mujer que le mostraba la belleza de ser amado sin pedir
nada a cambio.
Queriendo consolarla le acarició con delicadeza el rostro, mientras con
tono dulce comenzó a expresarle todo lo que guardaba en su corazón solo para
ella.
—No busco tu perdón o una excusa, tan solo te pido que nunca más
vuelvas a pensar en abandonarme.
Conmovida al comprender que Malcom no estaba enfadado con ella, a
pesar de merecérselo por su falta de determinación, sintió la necesidad de
explicarle sus motivos para plantearse su marcha, ya que en lo único que había
pensado era en protegerlo, aunque para ello tuviera que anteponer su felicidad.
Para ella era importante que él supiera que por encima de todo le quería
incluso más que a su propia vida, y estaba dispuesta a demostrárselo costara
lo que costase. Había sido muy duro haberse enterado de que quizá por su
culpa habían intentado envenenarlo, y mientras existiera la posibilidad de que
ella le causara algún mal, haría lo que fuera para impedirlo.
Por ello, y a pesar de que él no quería excusas, necesitó explicarle sus
motivos.
—Cuando supe que te habían envenenado, no creí que fuera por mi
culpa. Si lo hubiera sabido, si ni siquiera hubiera imaginado que era la
causante de todo, jamás… —tuvo que dejar de hablar pues solo pensar en esa
posibilidad la dañarla.
—Y no lo haces, nada de lo que está sucediendo es culpa tuya —le
aseguró convencido, pues era un sinsentido que creyera que era la causante de
lo que estaba sucediendo, cuando en realidad no había nada seguro y por el
momento todo eran especulaciones.
—Pero tía Elsbeth…
Contemplando cómo el dolor crecía en ella no pudo resistirlo por más
tiempo, y si poder esperar ni un segundo más la cogió de la mano para tirar de
ella y acercarla a su cuerpo, e inmediatamente después la abrazó con fuerza,
para así acercarla hasta sentirla pegado a él.
—Aunque te cueste creerlo, tía Elsbeth no lo sabe todo —prosiguió
diciendo con su boca recorriendo su mejilla, por lo que le fue fácil detectar la
fugaz sonrisa que sus palabras provocaron en ella.
Sabiendo que poco a poco conseguía calmarla, y lo que era más
importante, convencerla de que nada de lo ocurrido hasta el momento tenía que
ver con ella, decidió proseguir por ese camino y así hacerle ver que no era tan
malo como ella creía.
—Ella siempre me ha sobreprotegido, pero ya va siendo hora de que
entienda que soy mayorcito y puedo cuidarme por mí mismo —y separándose
de ella lo preciso, le pasó con suavidad su mano por la cara mientras le seguía
diciendo—: Pero sobre todo, ya va siendo hora de que entienda que no puede
interferir en mi vida, diciéndole a la mujer que amo que me abandone.
—Estoy segura de que tenía buenas intenciones —se vio obligada a
defenderla, pues estaba convencida que para su tía Malcom lo era todo y por
ello jamás haría nada con el fin de perjudicarlo.
—Eso no lo dudo, pero no podemos permitir que vuelva a meterte ideas
tontas en la cabeza. Y ahora, por si no te ha quedado claro, te quiero y te
prohíbo que me dejes pase lo que pase.
Nada más escucharle Sheena le volvió a abrazar, pues oírle hablar con
tanta sinceridad sobre sus sentimientos la había sobrecogido. Saber que un
hombre formado para la batalla, el deber y el control era capaz de perder los
estribos por ella, así como hacerla conmover con las palabras que solo un
poeta sabría manejar, era la cosa más extraordinaria que le había sucedido.
Percatándose de lo afortunada que era por encontrar un hombre así; y de
lo estúpida que habría sido si se hubiera marchado, se dejó llevar por sus
caricias y por el calor que emanaba de su cuerpo.
Solo una persona como él podía hacer que olvidara todo lo que la
atormentaba para centrarse en la seguridad que le transmitía, dejando atrás las
dudas y el dolor de saber que con su relación lo podía poner en peligro. Aun
así, algo en su cabecita le repetía sin descanso que no estaba bien que él
tuviera que sacrificarse por ella, por lo que decidida a acallar cualquier
desconfianza le preguntó:
—¿Estás seguro de querer casarte conmigo?
—¿Qué clase de pregunta es esa? Sabes que te quiero.
—Lo sé, y no dudes de que yo también te quiero muchísimo, pero me
doy cuenta de que hay cosas que te inquietan y no me cuentas para no
angustiarme. Aun así, quiero que sepas que no soportaría que te pasara algo si
formalizáramos nuestra unión, por lo que te ruego que seas sincero conmigo y
me digas mirándome a los ojos que no estás en peligro.
Sabiendo que estaba ante un momento decisivo en su vida se la quedó
mirando, tratando de encontrar las palabras adecuadas para zanjar de una vez
por todas este asunto.
Estaba convencido de que tía Elsbeth había exagerado al decirle que
algunos del clan podían tomar represalias, pues era innegable que respecto a
ese tema no había ningún motivo para alarmarse. Aun así, tras hablar con Blair
tenían la sospecha de que alguien quería dañarles, ya sea MacDougall o
Campbell, pero quería pensar que solo a su lado Sheena podía estar a salvo al
tener el propósito de que siempre estuviera vigilada.
Por supuesto, no tenía ninguna intención de contarle sobre este asunto
para no inquietarla más, al estar confiado de que en breve solucionarían el
problema. De hecho, había empezado a idear una trampa para poder apresar al
culpable cuanto antes, por lo que no podía considerarse una mentira si le
aseguraba que no tenía de qué preocuparse.
—Quiero que te quede claro un par de cosas. Lo primero es que te
quiero, pero no con un amor que se lo pueda llevar el viento y acabe en el
olvido, sino con un sentimiento que perdurará hasta el fin de los tiempos. Y lo
segundo y más importante, es que lucharé por nosotros ante cualquiera, porque
no pienso renunciar a ti aunque me cueste la vida.
—¿Pero no podíamos posponer la boda hasta que todo estuviera más
calmado?
—No. Tía Elsbeth ha exagerado la reacción de la gente. Conozco a mi
clan y sé que te aceptarán en cuanto nos casemos y vean lo mucho que te amo.
Pensando en sus palabras, a Sheena solo le quedó suspirar, pues aunque
era cierto que Malcom debía conocer mejor a su clan al ser su laird, no podía
olvidar el aviso de tía Elsbeth de que le podría poner en peligro.
Con el corazón gritándole que permaneciera a su lado Sheena le abrazó
con todas sus fuerzas, mientras trataba de olvidar el miedo que sintió al verlo
desfallecer ante ella sin que pudiera hacer nada. Recordaba como en ese
momento le había rogado al cielo que lo salvara, ofreciendo incluso su vida a
cambio de la suya, y ahora, como si fuera una cruel broma del destino, podría
estar de nuevo en peligro.
—No soportaría perderte.
—Y no lo vas a hacer, te lo aseguro.
Sin más palabras que merecieran ser dichas, la besó entregándose por
entero, pues quería demostrarle con su cariño y su pasión que estaban hechos
el uno para el otro.
—No voy a pedirte de nuevo que seas mi esposa, porque en mi corazón
ya lo eres, lo único que te voy a pedir es que me des tu confianza de igual
manera que me has dado tu amor.
—Confiaré en ti y dejaré de tener miedo, pero a cambio te pido que me
hagas tuya.
Extrañado ante su petición, pues jamás se la hubiera imaginado, la miró
tratando de encontrar la verdad en sus ojos mientras le preguntaba:
—¿Estás segura?
—Completamente segura. Quiero sentir por primera vez lo que es ser
deseada y poder llenarme por completo del hombre que amo.
Sintiendo un escalofrío de placer recorriendo su cuerpo anheló cogerla
en brazos para girar con ella de pura felicidad, pues hacía mucho que soñaba
con poder tenerla y le costaba reconocer que se lo hubiera pedido; más aún
cuando hasta el momento sus únicas experiencias sexuales habían sido más
cercanas a la violación que a la entrega.
Sin nada más por decir la besó con el propósito de transmitirle toda la
pasión que sentía, con la intención de que en ningún rincón de su mente
apareciera un solo recuerdo doloroso del pasado. Quería que esta primera vez
estando los dos juntos fuera también algo completamente nuevo y mágico para
ella, para así demostrarle que el amor es algo maravilloso cuando quien te
posee es la persona amada.
Con la presteza de unos labios que ambicionaban deleitarse con el sabor
de su boca, Malcom la condujo hacia un desconocido mundo de erotismo,
donde sin poder evitarlo se perdieron en la profundidad de sus sentimientos.
Absolutamente conmovida por la fuerza de aquel beso el corazón de
Sheena se paralizó, nada más sentir la lengua de Malcom invadiendo su boca y
robando su aliento.
Una mezcla de asombro y excitación se apoderó de ella, mientras
fascinada por todo lo que estaba sintiendo se dejó llevar por esa nueva
intimidad que se abría paso ante ella.
Queriéndola provocar hasta sentirla desfallecer, continuó su beso
deslizando sus labios por su mejilla hasta llegar a su oreja, para después
atraparla con sus dientes consiguiendo que se estremeciera con violencia.
Consciente de haber llegado a un punto sin retorno, no solo por su
excitación, sino porque después de tenerla entre sus brazos estaba convencido
de que jamás habría otra mujer en su vida, se propuso dejarle claro que nunca
renunciaría a ella del mismo modo que nunca podría renunciar a respirar, pues
ella lo era todo.
Por ello, decidido a demostrárselo, le susurró directamente en su oído
mientras con sus manos recorría su cuerpo y acababa envolviéndola en un
abrazo posesivo.
—No voy a esperar más para decirle a todo el mundo que vas a ser mía.
Esta misma noche se lo comunicaremos al clan, y cuando te aclamen como su
nueva señora se acabarán tus dudas.
Su respuesta no se hizo esperar, y con la respiración acelerada tanto por
lo que le acababa de decir como por la ferocidad con que fueron expresadas
sus palabras, se dispuso a aclararle cuales eran sus pensamientos respecto a
este asunto:
—Ya no tengo dudas, me las has arrancado con cada beso de tu boca y
con cada caricia de tus manos.
—En ese acaso seguiré besándote hasta que te hormigueen los labios —
afirmó con tono fanfarrón, al mismo tiempo que su mano se deslizaba hasta su
pecho y lo cubría con la palma.
Un pequeño gemido escapó de los labios de Sheena al sentir como
acariciaba el pezón por encima de su ropa, consiguiendo que un calor
abrasador se extendiera por su cuerpo y una caliente humedad apareciera entre
sus muslos.
Sin poder soportar ni un segundo más ese dulce tormento, Sheena pasó
sus brazos por el cuello de Malcom para acercarlo más a su boca y poder
decirle antes de que su mente se quedara en blanco:
—Entonces empieza cuando antes, porque no puedo esperar ni un
segundo más a que me lo demuestres.
Saber que en breve iba a ser suya hizo que un nuevo placer se instalara
en su entrepierna, causando que se endureciera aún más y que el beso que
estaban disfrutando se volviera desenfrenado. Agarrándola con fuerza por el
trasero la pegó a él, al desear con desesperación estar dentro de ella.
Al sentirla temblar no pudo evitar gruñir de satisfacción, y sabiendo que
no podría aguantar ni un segundo más sin estar dentro de ella, la apartó para
salir del círculo de sus brazos y así poder llevarla a la cama.
Durante unos segundo se la quedó mirando como si quisiera regodearse
en la expresión que mostraba su rostro, quizá porque le gustara verla tan
alterada por su causa. Con los ojos brillando de excitación, los labios
hinchados y entreabiertos y el rostro acalorado y ruborizado, la imagen de
Sheena parecía sacada del cuento de las mil y una noches.
Sin mencionar una sola palabra Malcom alzó su mano esperando la
suya, al intuir que no hacía falta decir nada para que supiera lo que deseaba.
Sin poder resistirse a su llamada Sheena colocó gustosa su mano pequeña
encima de la de él, dispuesta a ser conducida hasta los albores del placer por
ese hombre que no dejaba de sorprenderla con sus continuos detalles.
Sin dejar de observarse Malcom apretó su mano sabiendo que era la
confirmación de su entrega, y sin más dilación la guió hasta el lecho que por
primera vez compartirían. Parándose al lado de la cama solo tuvo que volver a
mirarla para apreciar el deseo que emanaba de ella y rivalizaba en intensidad
con el suyo, necesitando detenerse unos segundos para deleitarse con el brillo
de pura dicha que encontró en sus ojos.
Por la reacción de su cuerpo ante sus caricias estaba convencido de que
le deseaba, pero jamás se habría imaginado ver en su rostro esa muestra tan
inequívoca de confianza, pues a pesar de su pasado lleno de dolor y maltrato
le estaba demostrando que tenía fe ciega en él.
Emocionado por esa prueba inequívoca de amor murmuró una oración
de agradecimiento al cielo, mientras alzaba su mano para acariciar su rostro
preguntándose cómo había podido tener la suerte de encontrar un ángel en
medio del infierno.
—Sheena...
Fue entonces cuando la imagen de Gordon MacDougall se coló en su
pensamiento, haciendo que se preguntara cómo ese hombre pudo ser tan
estúpido de no saber apreciar a la maravillosa mujer que tuvo como esposa.
Agradecido de que Sheena no recordara nada en ese momento de su relación
marital la volvió a besar, decidido a que bajo ningún concepto ese monstruo
volviera a interferir en sus vidas.
Pero lo que Malcom no sabía es que Sheena sí había recordado algunos
de los instantes de sufrimiento y humillación que había padecido bajo el
dominio de su marido, pero no estaba dispuesta a permitirle que estropeara
ese primer encuentro entre ella y Malcom.
Convencida de que a partir de ese instante dejaría zanjado su pasado,
enterró en lo más profundo de su ser el recuerdo de los años vividos con el
MacDougall, para después abrir su corazón al hombre que tenía entre sus
brazos y había conseguido que la vida volviera a tener sentido.
Había estado tan metida en sus cavilaciones que se sorprendió al
escuchar el desgarro de la tela de su corpiño, pero debió reconocer con una
sonrisa que no le importaba en absoluto el destrozo de sus ropas si con ella
Malcom la desnudaba en segundos.
Sintiendo la fría brisa tocando sus hombros, así como los tenues rayos
de luz que entraban por las ventanas entrecerradas, descubrió maravillada que
ambos estaban envueltos en un halo de luz que les brindaba la posibilidad de
mirarse con todo detalle.
Notando la espalda desnuda al estar quitándole Malcom la ropa con una
eficiencia exquisita, solo pudo sentir satisfacción al ver cómo sus ojos
recorrían cada centímetro de la piel que quedaba al descubierto.
En cualquier otra circunstancia estaba segura que se hubiera sentido
avergonzada ante esta falta de pudor, pero para su sorpresa no sintió nada
relacionado con la vergüenza o el desagrado, sino todo lo contrario.
En unos segundos más las manos expertas de Malcom la dejaron
desnuda, quedando expuesta a su mirada mientras esta vagaba por su cuerpo
como si la estuviera acariciando suavemente con su mirada.
—Ah... eres preciosa —aseguró con admiración mientras su respiración
se aceleraba y su virilidad se endurecía.
Sin poder aguantar más Malcom empezó a desnudarse deshaciéndose
primero del kilt, teniendo que apartar la mirada un instante para quitarse la
camisa por la cabeza y posteriormente arrojarla al suelo, para después luchar
contra sus botas las cuales acabaron siendo tiradas por la recámara sin
importar dónde cayeran.
Ante ella quedó la impresionante visión de su desnudez, revelándose
ante ella la completa plenitud de su sexo, pues el sol parecía interesado en
dejar al descubierto cada detalle de su perfecto y musculoso cuerpo.
Una sacudida de posesión la atravesó con fuerza, jurándose al instante
que ella sería la última mujer que vería su cuerpo desnudo y excitado.
Convencida de ello se dispuso a demostrarle que con ella a su lado jamás
necesitaría a otra mujer, y sin más se giró despacio y se subió a la cama para
así tumbarse sobre ella ofreciéndose a él.
—Demuéstrame que soy tuya —le retó mirándolo a los ojos,
encontrando en estos el ardor de su pasión.
Gimiendo de excitación Malcom no dudó en complacerla, y gustoso con
su orden se dispuso a demostrarle que para él ella siempre sería única e
incomparable.
Colocándose sobre ella dejó caer el peso de su cuerpo con cuidado
mientras la besaba, para así sentir el calor de ambos fundiéndose, y como los
pezones de Sheena se endurecían llamando a gritos a su boca para que los
poseyera.
Decidido a darle placer comenzó a bajar su boca hasta los pechos, para
acto seguido mordisquearlos y lamerlos mientras pellizcaba suavemente el
otro pezón con la mano. Con el sabor de su piel en la boca sintió como ella se
arqueaba y recorría sus hombros con sus uñas, como si estuviera pidiéndole
más y marcándolo como suyo.
Saber que le deseaba con desesperación le hizo poner duro,
agradeciendo al destino que no fuera virgen, pues estaba seguro que no hubiera
podido aguantar la dulzura que necesitaría para desvirgarla.
Sintiéndose completamente abrumado por la intensidad de todo lo que
estaba sintiendo, decidió subir su boca hasta sus labios, y perdiéndose en el
juego erótico de sus lenguas se dispuso a perder la poca cordura que aún le
quedaba.
Frenético por poseerla deslizó sus manos por los costados de su
estrecha cintura, notando sus suaves curvas bajo su cuerpo duro. Percibir este
contraste liberó sus instintos más ocultos y posesivos, instándola con sus
manos y el movimiento de su cadera para que abriera las piernas y así pudiera
recibirlo.
El ansia de posesión también se apoderó de Sheena, que decidida a
entregarse a él separó no solo sus muslos sino su boca, para gritar su nombre
con la determinación de una súplica.
—Malcom.
Solo hizo falta una mirada para que él supiera lo que le estaba pidiendo,
ya que la ferocidad con que le rodeó con sus brazos y sus piernas exigiéndole
que la hiciera suya resultó más que evidente.
Sin poder esperar ni un segundo más Malcom se apoyó en sus codos,
para después deslizar la punta de su miembro hasta la entrada de su feminidad.
Dispuesto a penetrarla quiso asegurarse de que estuviera preparada para
recibirlo, por lo que la contempló perdiéndose en la profundidad de unos ojos
verdes que brillaban como esmeraldas.
—Malcom —gimió ella con una voz entrecortada, para volverle a exigir
que siguiera.
—No dejes de mirarme, pequeña. Jamás dejes de mirarme.
Perdido en su mirada se dio cuenta de que la había deseado desde el
mismo instante en que la había visto por primera vez, y ahora que por fin la
iba a hacer suya, estaba convencido de que no existía en el mundo una
felicidad tan plena como la que sentía ahora.
No tenía ninguna duda de que para ellos este era solo el inicio, pues
estaba dispuesto a amarla hasta que llegara su último aliento.
Sabiendo que el momento había llegado se hundió de un golpe en su
interior, notando en ese mismo instante que había alcanzado el paraíso. La
rigidez de su cuerpo contrarrestaba con la suavidad de su compañera, que
tersa y cálida se había quedado paralizada tras soltar un gemido.
Al no estar seguro de haberla dañado prefirió contenerse para así
asegurarse, ya que por nada del mundo quería que Sheena sintiera dolor
cuando estaban juntos. Con todas las fuerzas que pudo reunir se quedó inmóvil
durante unos segundos, esperando a que ella se adaptara a su tamaño mientras
él conseguía recobrar el aliento.
—¿Te he hecho daño? —le susurró con la voz entrecortada debido a los
esfuerzos a los que estaba sometido, ya que le estaba costando el alma
mantenerse quieto.
Conmovida por su preocupación Sheena negó con la cabeza, al serle
imposible mencionar una sola palabra. Dividida entre los latidos de su
corazón desbocado y la sensación de estar sintiendo un placer que nunca antes
había experimentado, solo pudo negar mientras deseaba gritar al mundo de
pura felicidad, pues por primera vez en su vida se sentía dichosa de tener a un
hombre dentro de ella llenándola, y excitada ante las sensaciones tan
maravillosas que estaba sintiendo.
Demostrándole la ternura que siempre profesaba por ella Malcom la
volvió a besar, al mismo tiempo que comenzaba a penetrarla de nuevo con sus
embestidas. En un baile donde los dos se fundieron en uno solo poco a poco
fueron perdiendo el control, hasta que sudorosos y excitados alcanzaron el
clímax.
Si no hubiera sido imposible de creer Malcom hubiera jurado que había
muerto y había llegado al cielo, pues la sensación de puro deleite que recorrió
cada poro de su cuerpo así se lo aseguraba.
Exhausto y convencido de que era su ángel rodó hacia un lado para no
aplastarla, llevándosela con él para que se recostara sobre su pecho, pues por
nada del mundo estaba dispuesto a alejarla de su abrazo.
La tenía tan cerca que podía escuchar los latidos acelerados de su
corazón, y aunque le hubiera gustado decirle mil cosas; como que había sido
una experiencia única, simplemente permanecieron tumbados y abrigados con
las mantas, dispuestos a disfrutar de ese pedacito de paraíso.
La sensación de ella abriéndose sin miedos a él, su entrega, su pasión y
su espontaneidad lo había excitado desde el primer beso, pero ahora ya más
calmado, al pensar en ello, se dio cuenta de que lo que ella le había
demostrado en esa recámara no solo era deseo sino un amor incondicional y
sin frenos.
Suspirando de satisfacción al haber sido testigo de algo tan perfecto y
hermoso, se propuso demostrarle de la misma manera todo lo que sentía por
ella, ya que su corazón no solo estaba repleto de amor sino también de orgullo
y confianza.
Con el firme pensamiento de que jamás amaría a otra mujer que no fuera
Sheena, se volvió para mirarla, encontrándose con la sorpresa de que se había
quedado profundamente dormida.
Conmovido ante la delicadeza de sus rasgos y la dulzura de su expresión
se hinchó de arrogancia, al percatarse de que se había dejado vencer por el
sueño cansada por el esfuerzo y satisfecha con su unión, pues la sonrisa que
había en sus labios así lo demostraba.
Besando su boca se quedó recostado a su lado a pesar de estar a media
mañana y tener muchas cosas que preparar, pero se sentía demasiado feliz para
abandonar la cama y menos aún para separarse de ella.
—No me importa si mañana mismo se caen las estrellas, porque nada
impedirá que cada noche duermas a mi lado —le aseguró en un susurro para
después volver a besarla, mientras se juraba que en cuanto despertara delante
del clan la reclamaría como suya; pese a las consecuencias.
CAPÍTULO 19
Fin
NOTA DE LA AUTORA
Construir un libro de una idea es una tarea lenta y laboriosa, pero que
resulta gratificante cuando la tienes terminada.
Según mi experiencia, el comienzo de una nueva novela es un momento
muy especial, al ir formando la historia y los personajes del mismo modo que
se forman los sueños. Pero hay algo extraordinario cuando se trata de una
novela histórica, al tener que buscar la información necesaria para hacer una
buena ambientación, encontrándonos a cambio pequeñas joyas que se quedan
para siempre en tu mente.
En el caso de “La venganza del Highlander” el descubrimiento del clan
de los Campbell fue toda una aventura, pues pude conocer su fascinante
historia así como visitar Inveraray; el castillo que durante generaciones ha
pertenecido al clan. Fue apasionante saber sobre el actual laird de los
Campbell; desde el 2001 es Torquhil Campbell (decimotercer hombre en
llevar este título), y que posee entre otros títulos el de duque de Argyll y
maestro de la casa de Escocia.
Al adentrarme en su mundo mis ganas por formar parte de este clan
crecieron, y por ello no pude resistirme a imaginarme una historia de amor
entre un Campbell y un MacDougall, aunque he de admitir que suavicé
bastante la enemistad que existe entre ambos clanes.
Por ello os pido perdón por las libertades históricas que me he tomado,
(como la conquista de Dunstaffnage a manos de los Campbell al no ser como
relato en el libro) al no pretender otra cosa que amenizar una tarde de lectura.
Por último, os recomiendo a todos los amantes de las buenas historias
de las Highlands que conozcáis la de este clan, pues os garantizo que está
llena de anécdotas que saciarán vuestra curiosidad.
OTRAS NOVELAS DE LA SERIE
SINOPSIS
En una Escocia medieval donde todo es posible y el amor es eterno, dos
amantes tendrán que enfrentarse al poder de una profecía que pretende
separarles.
Kennan MacKenzie jamás hubiera imaginado que una extraña mujer cautivara
su solitario corazón, pero su amor le fuera prohibido al ser la prometida de un
hombre misterioso.
Una novela de fantasía, romance y aventura, donde dos amantes son obligados
a permanecer unidos pero sin poder amarse, y donde lo irracional es su única
esperanza.
Aunque este libro pertenece a una serie se puede leer de forma independiente,
ya que cada tomo contará una historia diferente ambientada en la escocia
medieval.
SINOPSIS
Tras la muerte de su padre, el laird de los MacLead, a manos del clan vecino y
con un traidor entre sus muros, a Maisie solo le quedaba recibir la ayuda de un
impresionante inglés llegado de las cruzadas, cuya presencia no sería bien
recibida por su clan al creer que se trataba de un demonio llegado del infierno.
Rohan Glaymore estaba acostumbrado a que todo el mundo le temiera, al
haber nacido con el rostro marcado, y ser considerado una aberración. Una
marca que solo le había traído soledad y tristeza, hasta que una valerosa
escocesa lo miró directamente a la cara sin mostrar temor, desafiando con
cada mirada a que su corazón la amara.
Traición, romance, aventura y todo un mundo de supersticiones, en esta
segunda entrega de esta serie medieval.
OTRAS NOVELAS DE LA ESCRITORA
SINOPSIS
¿Podrá el joven corazón de Jane enamorarse profundamente de lord Brandbury
y conseguir de este olvide a su verdadero amor?
Lord Brandbury es un conde obligado por las circunstancias a elegir entre su
amor por Charlotte o el cariño que le despierta Jane. Una rica y jovial
heredera que con su matrimonio pondría sacarlo de la bancarrota, aunque para
ello se viera obligado a renunciar a la mujer que durante años fue su amor
secreto.
Un triángulo amoroso donde los engaños, el orgullo, y los sentimientos
enfrentados se entremezclan en una relación en la que nada es lo que parece.
Una novela inspirada en la obra de Jane Austen, en donde la bondad de un
corazón sincero luchará por aprender lo que significa amar.
SINOPSIS
¿Qué serías capaz de hacer para enamorar a tu esposo? ¿Y para perdonar su
infidelidad?
Jane por fin ha cumplido su sueño de casarse con el hombre que ama aun
sabiendo que está enamorado de otra mujer. Pero su inocencia y juventud no la
preparan para el engaño de su marido, y verá como su mundo se desmoronan
ante sus ojos.
Braxton creía que solo una mujer era la dueña de su corazón, hasta que se casa
con Jane y descubre que la felicitad es posible a su lado. Es entonces cuando
los celos le hacen cometer un error imperdonable que pondrá en peligro su
matrimonio, comprendiendo entonces que sus sentimientos por Jane son
profundos. Pero, ¿conseguirá su perdón y su confianza? ¿Logrará enamorarla
de nuevo?
SINOPSIS
Imaginaos la iglesia de Saint James de Londres, y dentro de ella, a toda la
nobleza ataviada con sus mejores galas mientras espera a una novia que se
retrasa. Dicha novia, angustiada ante un matrimonio dispuesto por su madre
con un viejo licencioso, se encuentra escapando por una de las ventanas de
dicha iglesia. Gracias a la ayuda de su tía Henrietta y de su buena amiga Jane,
lady Madison puede huir con la esperanza de conseguir una nueva oportunidad
para ser feliz, y de hallar el amor que durante años ha anhelado.
Pero como eso solo sería un buen comienzo, imaginaos además que al fugarse
se confunde de barco, y acaba embarcando en uno que va rumbo a América y
no a su destino en Irlanda.
Esta historia en sí ya sería interesante si no se enredara cada vez más, y
resultara que tanto el barco como el camarote donde se esconde pertenecen a
Aron Sheldon, un rico comerciante que detesta a la nobleza de la que no ha
recibido más que desplantes. A pesar de su reserva Aron se verá atraído por
esa condesita, que ha conseguido cautivar a todo el mundo con su espíritu
desafiante.
Una huida, un encuentro, un viaje de negocios convertido en una aventura, y
una mujer decidida a encontrar su propio destino, son algunos de los
elementos que podréis descubrir en esta novela. Pero sobre todo, es una
historia que nos cuenta como dos personas opuestas pueden llegar a sentir una
pasión tan intensa, que les hará olvidar todas sus diferencias.
PRÓXIMAMENTE
SINOPSIS
Repudiada por su familia, con el corazón destrozado y escondiendo un pasado
que podría arruinarla, lady Amy debe empezar una nueva vida lejos de todo lo
que conoce.
Pero cuando años después llega un nuevo inquilino a la mansión que colinda
con su actual hogar, descubrirá que su dura coraza no es tan fuerte como creía,
sin saber que el hombre que le ha devuelto la fe en el amor también esconde un
secreto que podría separarlos.
Mentiras, enredos y celos en una historia donde solo una promesa puede tener
la fuerza necesaria para unirles.
SINOPSIS
¿Qué pasaría si perdieras al amor de tu vida en un accidente de tráfico?
¿Qué darías por volver a tenerlo a tu lado? Aunque la pregunta más importante
sería, ¿renunciarías al cielo por amor?
Christine es una mujer que sabe lo que es sentirse sola, ya que de niña sufrió
el abandono de sus padres y tuvo que ser criada por su abuela. Por eso,
cuando de una forma inesperada el amor llama a su puerta se entrega a él en
cuerpo y alma, dispuesta a todo por salvar al hombre que ama, aunque para
ello tenga que retroceder en el tiempo y poner en riesgo su propia vida.
Pero con el paso de los años la tragedia vuelve a alcanzarla, y esta vez llegará
hasta lo imposible por salvar de la muerte al dueño de su corazón.
Vive de la mano de Christine y Brian una apasionante historia de amor donde
la ternura, el deseo, y lo paranormal se unen para dar paso una novela cargada
de esperanza y romanticismo.
NOTAS
[1]
Es una espada típica de los Highlanders escoceses, cuyo uso precisaba de las dos manos
para ser blandida debido a su gran tamaño.
[2]
Construido en el S. XIII se considera unos de los castillos más antiguos de Escocia y fue
el hogar de los MacDougall hasta que terminó pasando a manos de los Campbell en el S. XV
(Hecho que modifico en el libro).
[3]
Ha sido la sede de los duques de Argyll, jefes del clan Campbell, desde el siglo XVIII.
[4]
Persona que se ocupaba del mantenimiento del castillo.
[5]
Es el edificio principal de un castillo. Está formado por varios pisos de altura donde se
encuentran emplazados el gran salón, el almacén, los dormitorios y en ocasiones la cocina.
[6]
Eran necesarias para la paz de la heredad y las presidía el señor del castillo, al constituir
este la ley e imponer las sanciones.
[7]
El frisón es una raza de caballo grande, elegante y normalmente de color negro, con una
gran abundancia de pelo en las patas y que proviene de los Países bajos.
[8]
Es una gorra de red con forma de bolsas o mallas para limitar el cabello. Están hechos de
oro, plata y sedas de colores.
[9]
Es una prenda típica de Escocia, con la peculiaridad de ser una falda que visten los
hombres, y cuyos colores diferencia a los clanes de las tierras altas.
[10]
O kilt original, era una prenda larga sin confeccionar, de unos 5 metros, que envolvía el
cuerpo y se pasaba sobre el hombro, sujetándolo con un broche en la parte superior y con
un cinturón para ceñirlo a la cintura.
[11]
Es el nombre gaélico escocés de un pequeño puñal que solía llevarse siempre consigo y
que actualmente forma parte del traje tradicional de las Tierras Altas de Escocia
[12]
Es una gorra de red para limitar el cabello que tiene forma de bolsas o mallas. Están
hechos de oro, plata y sedas de colores y solían usarlo las damas.
[13]
Dicho gaélico que quiere decir algo así: ‘poquito a poco se consigue mucho’.
[14]
El sgian dubh (en inglés, skean Dhu) es el nombre gaélico escocés de un pequeño puñal
que forma parte del traje tradicional de las Tierras Altas de Escocia.
[15]
O kilt original, era una prenda sin confeccionar que envolvía todo el cuerpo y se ceñía
con un cinturón. La tela que quedaba por encima de la cintura se pasaba sobre el hombro y
se sujetaba con un broche.