La Venganza Del Highlander Medieval 3 Anne Marie Warren

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©Edición Abril 2019

©Anne Marie Warren


LA VENGANZA DEL HIGHLANDER
Serie Medieval, III
©2019 Editorial Grupo Quimera
Portada: Alexia Jorques
Grupoquimeraservicios.com
Para más información acerca del autor y de sus obras, visita:
https://lashermanaswarren.blogspot.com.es/
Gracias por comprar este ebook.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son
producto de la imaginación del autor, y cualquier parecido con personas, hechos o
situaciones son pura coincidencia, a pesar de estar basada en costumbres y forma de pensar
de la época en que está ambientada. Reservados todos los derechos.
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La imagen de la distribución de los clanes escoceses fue sacada de Pinterest
@5-Abril-2019
Este libro es para ti, Sofía.
Porque a pesar de ser la más pequeña de la familia,
eres sin lugar a dudas la que posee el corazón más grande.
DISTRIBUCIÓN DE LOS CLANES ESCOCESES EN LA
EDAD MEDIA
ÍNDICE

DISTRIBUCIÓN DE LOS CLANES ESCOCESES EN LA EDAD MEDIA


ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
OTRAS NOVELAS DE LA SERIE
OTRAS NOVELAS DE LA ESCRITORA
PRÓXIMAMENTE
NOTAS
CAPÍTULO 1

Tierras altas de Escocia, 1260


La bruma espesa del páramo rodeaba a los numerosos guerreros de los
dos clanes enemistados desde hacía poco tiempo, mientras el estremecedor
sonido de las espadas al entrechocar resonaba a su alrededor.
Esa fría madrugada de principios de mayo parecía que el sol se negaba
a dejar su refugio tras las montañas, siendo sustituido por unas negras nubes
que presenciaban impasible la lucha que por el momento iban ganando los
Campbell.
La ferocidad con que este clan batallaba era de sobra conocida en todas
las Highlands, como también era conocida la desbocada ambición del laird de
los MacDougall, el cual era capaz de las más viles artimañas con tal de
conseguir lo que deseaba.
Había sido el orgullo de Gordon MacDougall el que había empezado
esta desavenencia, al no haber conseguido como esposa a la hija del laird
Seamus Campbell. Y es que para Seamus su pequeña siempre había sido su
mayor tesoro, al recordarle a la mujer que había amado con todo su corazón y
que había perdido hacía cuatro años tras un feliz matrimonio.
Ante la tumba de su amada había jurado que cuidaría a la niña hasta que
el cielo quisiera reunirlo con su esposa, por lo que estaba dispuesto a
anteponer la felicidad de su hija a cualquier precio. Fue este juramento el que
le hizo plantearse la petición de mano de Gordon MacDougall, pues aunque su
unión sería muy ventajosa para ambos clanes, al colindar sus tierras, no podía
olvidar ciertos rumores que indicaban que era un hombre con un temperamento
agresivo y dictatorial.
Fue por este motivo que aunque su primera reacción ante la petición del
laird había sido de aprobación, a pesar de que Gordon debía por lo menos
doblar la edad a Mysie, al final el temor a unirla con un hombre cruel le había
hecho recapacitar, al empezar a creer que este matrimonio solo le traería dolor
a su hija; sobre todo cuando le informaron que Gordon era el principal
sospechoso del repentino y extraño fallecimiento de su primera esposa.
Al parecer esta se había caído misteriosamente desde una ventana de la
torre; la cual estaba a demasiada altura para que ella sola la alcanzara sin
ayuda, cuando tan solo habían pasado siete meses desde su boda.
Según le indicaron, la joven esposa contaba con apenas quince años;
edad que curiosamente también tenía Mysie cuando pidieron su mano, y no
tenía parientes cercanos que pudieran exigir explicaciones, por lo que su
muerte pronto solo fue motivo de chismes entre los sirvientes y campesinos de
los alrededores, los cuales comenzaron a especular sobre el mal genio del
laird de los MacDougall, y sus extraños gustos por las jóvenes doncellas que
apenas podían defenderse de sus abusos.
Por todo ello, y aun sabiendo que se enfrentaría a la enemistad de un
poderoso clan, Seamus Campbell al final se había negado a estos esponsales,
al estar cada vez más convencido de que con ello solo le traería infelicidad a
Mysie. Por suerte pudo contar con el apoyo de su hijo mayor Malcom y de su
gente, ya que estos tampoco querían sacrificar a la muchacha por un acuerdo
ventajoso, al no querer que la desdicha de Mysie recayera sobre sus
conciencias.
Esto hizo que Seamus no se arrepintiera de su decisión de anteponer el
bienestar de su hija al de su propio clan, aunque los enfrentamientos y las
muertes entre ambos mandos lograran que se separara de su pequeña, al creer
más oportuno que permaneciera recluida en un convento por su seguridad.
Solo cuando cuatro meses después el MacDougall pareció dejar atrás el
enfrentamiento al contraer matrimonio con otra muchacha, pudieron vivir con
una relativa calma, aunque las escaramuzas siguieron presentes entre ambos
clanes. Fue por ello que Seamus decidió que su hija siguiera en el convento
hasta que hubiera transcurrido por lo menos un año desde su fallida petición
de mano, para así asegurarse de que permaneciera fuera de todo peligro.
Pero nadie pudo imaginar que Gordon MacDougall fuera un presuntuoso
resentido que nunca olvidaba y aprovechara la salida del convento de Mysie;
al haber transcurrido el año fijado, para desquitarse de lo que él había
considerado un insulto a su persona asesinando brutalmente a toda la comitiva,
incluyendo a Seamus que ansioso por ver a su hija había ido en persona a
recogerla.
La muerte del laird de los Campbell había sorprendido a todas las
Highland al haber sido una auténtica carnicería, ya que sin ninguna muestra de
compasión había torturado y quemado vivo a Seamus, siendo injusto que un
hombre tan sensato y apreciado como él recibiera un final tan atroz y
repugnante.
Pero que además violara y asesinara a una mujer para después arrojarla
al fuego fue algo tan espantoso, que el clan de los MacDougall pronto se
encontró sin la ayuda de sus clanes aliados y tuvo que contratar a mercenarios
para protegerse.
Esta necesidad de hombres a pesar de ser un clan poderoso era debido a
la falta de guerreros MacDougall, pues las continuas disputas con otros clanes
desde que Gordon fue nombrado laird, unido a los incesantes abandonos de
sus soldados a causa de sus brutales castigos, había reducido
considerablemente el número de sus soldados.
Además, estos abandonos se multiplicaron, cuando se supo que Malcom
Campbell había jurado frente a las cenizas de su padre y de su hermana que no
descansaría hasta aniquilar al MacDougall, siendo su único objetivo desde
que fue nombrado nuevo laird de los Campbell. Desde entonces se había
convertido en una constante pesadilla para Gordon MacDougall y para un clan
que desde entonces parecía maldito.
Y ahora, casi seis meses después de la dramática muerte de su familia,
por fin había llegado el momento de la venganza que Malcom tanto había
ansiado y le había cambiado, al agriar su carácter y pasar de ser un hombre
amable y bondadoso como su padre, a ser un individuo amargado que solo
albergaba odio en su corazón.
Por eso cuando estaba a punto de darle el justo castigo a su más odiado
enemigo, apartó toda muestra de clemencia de su mente dispuesto a que nada
ni nadie se interpusiera, y así poder saborear a su antojo la dulce satisfacción
de haber hecho justicia.
Con una superioridad causada por su juventud y sus deseos de victoria
Malcom Campbell logró someter a su adversario Gordon MacDougall, que
por primera vez en su vida se vio vencido por un clan que desde el principio
había creído inferior al suyo. Pensamiento que le había hecho cometer
demasiados errores y ahora tendría que pagar por ello.
Agotado tras el esfuerzo de detener el continuo ataque de Malcom con
su claymore[1], el poderoso laird apenas podía respirar al haber recibido
varios golpes que le habrían dañado algunas costillas, y con sumo esfuerzo
intentó una y otra vez detener el feroz ataque de su contrincante hasta que las
fuerzas apenas lo sostuvieron.
Ambos laird se encontraban rodeados de sus hombres, que como ellos
alzaban sus espadas buscando vencer a su oponente, con la diferencia de que
los fieros Campbell no dejaban de vigilar a Malcom por si necesitaba su
ayuda, mientras que los hombres que acompañaban a Gordon no le prestaban
mucha atención, al tratarse en su mayoría de mercenarios que ya habían sido
generosamente pagados.
Quizá fuera esta diferencia la que estaba consiguiendo que los Campbell
ganaran, pues luchaban codo con codo con guerreros a los que conocían y a
los que estaban unidos por lazos de sangre o de amistad.
Por su parte Malcom apenas era consciente de nada de lo que sucedía a
su alrededor, pues todo su cuerpo y su mente estaban puestos en el combate
que mantenía con Gordon. Un enfrentamiento que llevaba deseando
demasiados meses y que por fin había llegado.
Con toda la rabia marcando cada movimiento consiguió que las pocas
fuerzas que le quedaban a Gordon se agotaran, cayendo este frente a él de
rodillas y sin apenas respiración. Ver a su enemigo en semejante estado le
reportó un gran placer, pero todo su ser le reclamaba que acabara con él para
arrancar de su alma ese dolor que lo estaba consumiendo y cambiando.
Con decisión siguió atacando a su adversario, sin importar su torso
ensangrentado a causa de los cortes que le estaba proporcionando a ambos
costados, pues el MacDougall apenas podía esquivar las estocadas que furioso
le lanzaba Malcom.
Sabiendo que su final estaba cerca y que acabaría muerto de rodillas
ante su enemigo, Gordon no se pudo callar, y dando una última muestra de su
vanidad y de su espíritu rencoroso atacó con sus palabras, al saber que estas
causarían más daño al laird de los Campbell que los golpes que podía darle
con su espada.
—Sucio Campbell, debí haberte matado cuando tuve la oportunidad —
gruñó desesperado—. Aunque gozar entre los muslos de tu hermana y matar a
tu padre me proporcionó un placer por el que merece la pena morir.
—En ese caso, prepárate para ir al infierno —contestó fríamente
Malcom, pues no pensaba dejarse llevar por la rabia y perderse el terror que
emanaría de los ojos de su rival cuando supiera que su muerte era eminente.
Pero a este aún le quedaba más veneno por soltar de su boca, al ser
demasiado prepotente para asumir que le habían vencido, y en vez de
marcharse de este mundo con honor prefirió atacar con cobardía.
—Allí veré a tu padre y a esa hermanita tuya que se abrió de piernas
nada más verme.
Conteniendo la furia que empezaba a hervir por sus venas Malcom
consiguió con una estocada arrebatarle la espada a Gordon, el cual quedó ante
él desarmado, ensangrentado y vencido.
El silencio que se impuso en el páramo les indicó a los dos líderes que
sus hombres estaban observando el desenlace, y solo cuando Gordon miró a su
alrededor se percató que los pocos guerreros que le quedaban se habían
rendido, otorgando a los Campbell la victoria en el campo de batalla.
La experiencia de Gordon en otras batallas le aseguraba que su derrota
era inminente, pero se alegraba que antes de dejar este mundo el resentimiento
y el desprecio del laird de los Campbell hicieran de su existencia un calvario,
pues así su muerte no sería en vano al saber que la amargura en el corazón del
Highlander no le dejaría vivir en paz.
—La muy perra no paró de gemir como una puta mientras la penetraba,
aunque no es de extrañar siendo una Campbell.
Tras escucharle Malcom lanzó una mirada tan gélida al MacDougall que
este no pudo evitar estremecerse, a pesar de ser trece años mayor que su
adversario y ser él quien le había provocado, pues los ojos del laird de los
Campbell no parecían humanos al estar inyectados en sangre y emanar puro
odio.
Tratando de contener la animadversión que sentía por ese hombre
Malcom respiró profundamente, pues tenía algo más que decir antes de
cumplir con su destino y acabar con su enemigo, ya que quería borrar de su
cara la burla maliciosa que mostraba Gordon, a pesar de saber que su muerte
era eminente.
—Antes de morir quiero que sepas que tomaré Dunstaffnage[2] y haré
que tu clan se someta al mío mientras tu esposa se convierte en mi ramera.
La rabia que vio en los ojos del MacDougall; unido al hecho de que
estaba de rodillas le dio una gran satisfacción, y sin que este pudiera
responder con palabras al insulto a su sangre levantó su espada, y con un único
movimiento certero, la bajó con fuerza cortándole la cabeza.
Quieto ante el cadáver de esa alimaña Malcom no sabía muy bien qué
sentir, pues aunque había creído que al matarle su dolor menguaría, este seguía
clavado en lo más profundo de su ser sintiéndolo igual que en los seis últimos
meses.
Con las manos temblorosas soltó su claymore, que cayó al suelo donde
la tierra y la sangre se mezclaban, y miró al cielo cubierto de nubes oscuras
buscando el consuelo que tanto ansiaba. Por desgracia solo recibió silencio y
un gélido viento que removió su cabello negro, sintiendo por primera vez una
soledad tan intensa que creyó partirse en dos.
El alarido que soltó consiguió que todos los presentes agacharan las
cabezas, pues cada uno de ellos se daba cuenta del dolor que estaba sufriendo
su laird, al haber cumplido su venganza y sin embargo no sentirse en paz. Lo
sabían pues ellos también experimentaban algo parecido, al comprender que la
muerte de ese hombre jamás podría devolverles a sus muertos.
Quieto en medio del campo de batalla Malcom bajó la cabeza fijándose
en los cadáveres que yacían ante él, y que por suerte pocos de ellos lucían el
tartán de los Campbell, para pasar a continuación a contemplar el cuerpo
decapitado del MacDougall.
—Blair —llamó Malcom con voz profunda y grave a su lugarteniente y
amigo, pues no se había percatado de que estaba a su lado esperando órdenes.
—Aquí estoy laird —le contestó avanzando un paso para que se diera
cuenta de su presencia.
Sin ni siquiera mirarlo, ya que le era imposible apartar la mirada del
cadáver de ese hombre, Malcom le dijo:
—Que algunos hombres hagan una hoguera. Quiero quemar a este
cabrón como quemó a mi familia, pero asegúrate que de él no queden ni las
cenizas.
—Así se hará —fueron sus únicas palabras pues no sabía qué decirle en
ese momento para calmar su dolor.
Malcom no tuvo que esperar mucho hasta que sus hombres cumplieron
sus órdenes, y todos los presentes del clan rodearan la hoguera para
contemplar como el hombre que había traído la tristeza a sus tierras era
devorado por las llamas.
—Espero que tu alma jamás pueda descansar en paz, Gordon
MacDougall, pues ni siquiera me dejaste un cadáver al que abrazar y del que
despedirme —le gritó furioso a las llamas, pues la desolación era tan grande
que era incapaz de llorar—, pero te juro que ningún MacDougall podrá
descansar en paz hasta que mi corazón deje de sangrar por mis seres queridos.
Durante unos minutos ninguno de los presentes hizo o dijo nada
dejándose envolver por la pena y el silencio, mientras su laird notaba en cada
fibra de su ser que no había quedado satisfecho con la muerte del laird de los
MacDougall.
Dándose cuenta de que el final de todo ese sufrimiento no acabaría hasta
que cumpliera su promesa y sometiera a la esposa de ese malnacido, solo le
quedó cabalgar hacia Dunstaffnage para reclamarlo como suyo y hacer de la
mujer de ese asesino su ramera.
—¿Regresamos ya a Inveraray[3]? —le preguntó Blair deseando dejar
atrás el campo de batalla para poder vivir en paz, pues aunque era un guerrero
sabía que continuar con la venganza no traería nada bueno al clan y menos a su
amigo.
—Nay, antes tenemos que pasar por Dunstaffnage. Tengo algo pendiente
por hacer —comentó pensativo y serio.
—¿Estás seguro de no querer dejar todo esto atrás?
La cara de rabia con que Malcom le miró le dio la contestación, pero
aun así su amigo le dijo con una voz que parecía provenir del inframundo.
—Esto no acabará hasta que yo lo diga, y no lo hará hasta que cada
MacDougall sufra como lo hicieron mi padre y mi hermana.
Blair permaneció en silencio al saber que sería inútil razonar con él
estando en este estado de excitación, y esperó que los tres días que tardarían
en llegar a su destino fueran suficiente para aplacarlo y que entrara en razón,
pues aunque él estaba a favor del ojo por ojo, no creía que eso incluyera que
la esposa del hombre tuviera que pagar por sus pecados, al menos que fuera
una harpía sin corazón deseosa de causar la muerte a un Campbell.
Suspirando deseó que su laird pronto recapacitara, mientras los
hombres se encaminaban hacia sus caballos dispuestos a seguir a su señor
hasta donde hiciera falta, incluyendo el castillo de los MacDougall.
CAPÍTULO 2

Castillo de Dunstaffnage.
Tres días después.
Tratando de serenar sus nervios Angus MacDougall se encaminó al
encuentro de su señora en la capilla, al tener el triste y difícil deber de
comunicarle que su marido y laird de esas tierras había muerto en el campo de
batalla, y que los Campbell en breve llegarían a la fortaleza con el fin de
destruirla.
Odiaba ser el portavoz de semejante noticia, al ser su señora una mujer
dulce y compasiva que ya había sufrido demasiado a sus diecisiete años, pero
como miembro de más rango en el lugar, y de más edad al haber alcanzado ya
los cincuenta años, era el único que podía llevar a cabo esa misión aunque
esta no le agradara.
Resignado, Angus siguió caminando resintiéndose de los calambres que
una antigua herida en la pierna le daba, pero sobre todo maldiciendo por no
ser treinta años más joven y poder defender como se merecían esas pobres
almas que apenas podrían ofrecer resistencia a los Campbell; en especial a su
laird Malcom, pues en todas las Highland se sabía que su sed de venganza no
tendría fin hasta que aniquilara al último MacDougall, o hasta que el creador
le otorgara un corazón para que tuviera piedad.
—Angus, ¿es verdad lo que se rumorea en las cocinas? —le preguntó
una mujer regordeta, alta y con el cabello cano recogido con un estirado moño
que presurosa se dirigía hacia él.
A este no le extrañó que la mujer se hubiera enterado tan pronto al
tratarse de la castellana[4] del castillo, pues una de sus funciones era estar al
corriente de todo lo que sucedía tras las puertas de la torre del homenaje[5], y
al haber mandado al mensajero a las cocinas para que tomara algo de comer,
era de esperar que ella acabara enterándose.
—¿Y qué es lo que dicen esos entrometidos sirvientes que en vez de
trabajar se pasan las horas de cháchara? —le preguntó para molestarla, pues
cualquiera que conociera a Glinis sabría que para ella la disciplina era algo
prioritario, y que jamás dejaría que los siervos a su cargo perdieran el tiempo
en banalidades.
Parándose en el acto Glinis se colocó con los brazos en jarras como si
estuviera dispuesta a presentar batalla, aunque Angus no se impresionó al
conocerla desde hacía demasiados años y saber que su corazón era demasiado
bueno y generoso, aunque le gustaba aparentar ser una mujer severa para
mantener el orden.
—Mis trabajadores jamás rumorean como viejas mientras trabajan,
Angus MacDougall, y cualquiera que diga semejante atrocidad tendrá que
vérselas conmigo.
Angus trató de esconder la sonrisa ante el arrebato de cólera de Glinis,
y se detuvo para escuchar el sermón que le esperaba y ya de paso descansar un
poco la pierna que le atormentaba con sus pinchazos.
—Lo que sucede —empezó a decir mientras bajaba los brazos y
estiraba su impecable delantal blanco con nerviosismo—, es que ha llegado un
muchacho muy alterado diciendo que el señor ha muerto y que los Campbell
están a punto de llegar para matarnos.
Angus soltó un improperio que dejaba al mensajero a la misma altura en
inteligencia que un asno, y se reprochó no haberle ordenado al muchacho que
no le comentara nada a nadie hasta que él regresara con la señora, pues quizá
ella quisiera preguntarle más cosas sobre lo sucedido con su esposo.
—Por desgracia es cierto, pero me hubiera gustado que la señora
hubiera sido la primera en enterarse.
—¿Ella todavía no lo sabe? —preguntó incrédula Glinis.
Siendo él ahora el enfurecido comenzó de nuevo a caminar, sabiendo
que ella se colocaría a su lado para acompañarle y de paso enterarse de lo que
estaba sucediendo.
—No, no soy tan rápido como las lenguas de esos sirvientes suyos —le
dijo para provocarla—. En cuanto ese bocazas de mensajero me dio la noticia
fui a la recámara de la señora para buscarla, pero una criada me comentó que
a estas horas es frecuente que se encuentre rezando en la capilla.
—Es cierto, esa pobre mujer pasa un par de horas cada mañana rezando,
pero por la poca suerte que ha tenido en la vida parece que el Todopoderoso
nunca la escucha.
—Bueno, pues parece que por fin la ha escuchado, aunque no seré yo
quien hable mal de un muerto.
—Por supuesto —le respondió de inmediato santiguándose—, lo que el
Altísimo le tenga preparado a su marido es cosa entre él y su creador, aunque
me parece que a estas horas lo que estará viendo ese hombre son las entrañas
del infierno —terminó afirmando para después santiguarse de nuevo.
Angus asintió, pues todos los del castillo sabían del mal carácter del
laird al haberlo sufrido en sus propias carnes, pero sobre todo se comentaba la
forma tan despiadada en que insultaba y castigaba a su esposa, la cual cada
vez parecía más apagada y maltrecha al sentirse desamparada ante su
desgracia.
Por unos segundos ambos permanecieron en silencio escuchándose tan
solo el sonido de sus pasos, mientras recordaban las veces que ella gritaba
pidiendo ayuda al ser flagelada en presencia de todos en el gran salón, sin que
nadie del clan se acercara a protegerla, pues nadie se atrevía a provocar al
laird si no quería acabar en las mazmorras o muerto.
Sin lugar a dudas si alguien se merecía los fuegos del infierno ese era
Gordon MacDougall, pues no solo había hecho de la vida de su joven esposa
un calvario desde el mismo día de su casamiento; hacía algo más de un año,
sino que también había arruinado al clan con sus excesos y sus continuas
luchas con otros clanes como los Campbell.
—Espero que la suerte de la señora cambie ahora para bien, ya que si
alguien se lo merece es ella —indicó Glinis con voz solemne, para después
parar ante las puertas de la capilla del castillo al haber llegado a su destino.
Tanto Angus como Glinis contemplaron las puertas de ese pequeño
edificio colocado a unos metros de la torre del homenaje, como si estuvieran
ante una prueba que ninguno de ellos deseaba realizar, pero que sabían que era
necesario llevar a cabo cuanto antes.
La capilla, al estar situada a un lateral del patio tenía cierta intimidad,
pero por el alboroto que empezaba a formarse en el castillo, era evidente que
las malas noticias ya estaban corriendo de boca en boca, y no era apropiado
que su señora fuera la última en enterarse.
—Glinis —le llamó Angus mirándola a los ojos—. ¿Entrarás conmigo
para consolar a la señora? No estoy muy seguro de cómo se tomará la muerte
de su esposo y no tengo experiencia tratando con mujeres.
Glinis asintió al reconocer que un viudo como Angus no sabría cómo
enfrentarse ante las lágrimas o la histeria de una mujer, por mucho que se
hubiera entrenado con espadas o machetes o se hubiera curtido la piel.
—Puedes contar conmigo, aunque yo tampoco sé cómo se va a tomar la
noticia —tras decir esto se alisó el delantal para presentarse ante su señora
impecable, aunque su vena belicosa hizo que mirara a Angus y acabara
comentándole—: Pero te digo una cosa, si esa muchacha, tras enterarse de que
ahora es viuda comienza a dar saltos de alegría, no voy a ser yo quien la
regañe.
Y sin más abrió la puerta de la capilla dejando a Angus sin palabras,
mientras ella decidida entraba en el lugar santo.

Arrodillada frente al altar Sheena MacDougall no escuchó como la


puerta se abría para dar paso a Angus y Glinis, al estar demasiado absorta con
sus plegarias en la pequeña capilla del clan.
Esa mañana se había levantado temprano con el firme propósito de
pedir a San Patricio que la protegiera de su marido, o en el peor de los casos,
que le permitiera morir de una vez en lugar de seguir padeciendo semejante
sufrimiento.
Sabía que la llegada de su esposo no podía demorarse por más tiempo,
y a cada segundo que pasaba la angustia de saber que tendría que recibirlo en
su cama y soportar sus abusos la ponían enferma.
Lamentaba con todo su corazón vivir atemorizada, pero sobre todo
echaba de menos a esa muchacha vivaz, traviesa y soñadora que había sido
antes de casarse con ese monstruo. Aún recordaba cuando su tío le anunció su
próximo enlace, y lo agradecida que se sintió al creer que jamás encontraría
un esposo al haber muerto su prometido y pertenecer a un clan tan pobre y
pequeño como los Bucheman.
De su futuro esposo solo sabía que le llevaba veintitrés años, pero
nunca se hubiera esperado que un hombre pudiera tratar a otro ser humano con
tanta brutalidad, más aun siendo él un laird y ella su esposa.
Se había dado cuenta en la misma noche de bodas al tener que soportar
la violación de su cuerpo en repetidas ocasiones, y cuando a la mañana
siguiente fue recibida por burlas de ese hombre que había jurado ante Dios
que la amaría y la protegería.
Desde entonces sus días habían ido de mal en peor, y solo conseguía
algo de paz cuando él se marchaba a enfrentarse a otros clanes. Era en esas
ocasiones cuando podía descansar y reponerse de sus innumerables heridas,
aunque sentía como su espíritu rebelde agonizaba cada noche y deseaba su
muerte cuando él regresaba.
Un hecho que cada vez Sheena veía más cercana de manos de ese
hombre, pues nunca perdía la oportunidad de recriminarla por no concederle
un hijo varón, a pesar de sus continuos intentos y de llevar más de un año
casados sin tener descendencia.
Le gustaba recordarle en tono amenazante que ya estuvo casado con
anterioridad con otra muchacha que tampoco le dio hijos, y se jactaba de como
esa mujer estúpida que no servía para nada acabó cayéndose por la ventana.
Si Sheena hubiera tenido valor le hubiera contestado que quizá fuera él
el estéril, pues si dos muchachas sanas no se quedaban embarazadas con su
semilla, es que la culpa no era de ellas. Pero decir esto hubiera sido igual que
firmar su sentencia de muerte, y aunque en ocasiones la deseara con
desesperación, la prudencia siempre le aconsejaba callarse y esperar otra
oportunidad para provocarle.
Le hubiera gustado tener una familia a la que acudir y pedir auxilio para
así haber salido de este infierno, pero por desgracia había quedado huérfana
de padres al haber fallecido estos de fiebres varios años antes de que ella se
casara, quedando ante el cuidado de un tío de su padre que tras sus esponsales
había fallecido al caerse del caballo.
Toda una consecución de mala suerte que parecía no acabar nunca, y por
eso, frente al altar y de rodillas, pedía clemencia a San Patricio buscando una
salida para su lamentable existencia, pues no soportaba más ser esa mujer
asustada, amargada y maltrecha en la que se estaba convirtiendo.
—Milady, ¿podemos hablar unas palabras con usted? Me temo que hay
algo importante que debemos contarle —le comunicó Glinis con voz dulce.
Nada más oírla Sheena se encogió, al creer que la mujer le iba a decir
que su esposo había regresado. No soportaba la idea de volver a verlo, y
tratando de que no se notara en su voz su pesar, le preguntó sin apartar la
mirada de la cruz que tenía ante ella, como si esperara un milagro que le
librara de tener que recibirlo.
—¿Ha regresado mi esposo a casa?
—No, milady —respondió Glinis manteniendo su tono dulce para
después mirar a Angus como si pidiera su aprobación para darle la noticia.
Hecho que él le concedió con un gesto de ánimo y al final ella continuó
diciendo—: Acaba de llegar un mensajero del campo de batalla, y parece ser
que su esposo ha muerto.
El silencio que siguió tras el anuncio puso nerviosos a Angus y a Glinis,
al no saber qué estaba pasando por la cabeza de su señora. Daba la sensación
que tras escuchar el triste desenlace se había quedado paralizada, sin que
ninguno de los dos supiera qué decir para sacarla de su aturdimiento.
—¿Estáis seguros de su muerte?
La escucharon decir con una voz apenas audible, y con su mirada aún
fija en la cruz que se alzaba en el altar.
—Así es, milady. El laird está muerto —le respondió Angus
acercándose unos pasos, mientras Glinis se retorcía las manos al no saber qué
hacer.
«Dios Todopoderoso, gracias, gracias…»
Empezó a repetir una y otra vez Sheena en su mente al estar convencida
de que le habían concedido su deseo. Reconocía que no era de buen cristiano
tener unos pensamientos tan atroces, pero no podía evitar sentirse agradecida
al saber que el hombre que la había humillado, golpeado y maltratado de todas
las formas imaginables había muerto.
Sintiéndose aliviada le hubiera gustado gritar de felicidad al saber que
los abusos también habían terminado; tanto los de ella como los del resto del
clan, y por ello empezó a llorar al sentir la esperanza de una vida mejor por
primera vez en mucho tiempo.
Angus sintiéndose incómodo al verla llorar miró a Glinis como si
esperara que ella hiciera algo, pero para su consternación se encontró que esta
se estaba secando las lágrimas con el bajo de su blanco delantal.
—¿Por qué llora milady? Cualquiera hubiera imaginado que le odiaba
después de cómo la trataba —le preguntó Angus a Glinis en un susurro.
La contestación de Glinis fue darle un codazo en el costado para que se
callara, para después, una vez sorbido por la nariz y secado sus lágrimas
decirle:
—Se puede llorar por muchos motivos.
La cara que puso Angus de no entender nada; y menos aún en temas
relacionados con mujeres, le hubiera hecho gracia a Glinis en cualquier otro
momento, pero ahora estaba más preocupada por su señora. Se daba cuenta de
que la noticia marcaba un nuevo comienzo para ella y se alegraba
sinceramente de que así fuera, pues nadie se merecía más ser feliz que esa
muchacha que había llegado a ellos cargada de ilusión y fuerza, quedando
ahora tan solo una triste sombra de lo que había sido.
—¿Se encuentra bien, milady?
Sheena simplemente asintió, para después santiguarse y levantarse
despacio. No pudo evitar que las piernas le temblaran, pues había
permanecido varias horas de rodillas rezando y ahora estas se negaban a
sostenerla, por lo que tuvo que sentarse de forma apresurada, y tanto Angus
como Glinis se preocuparon por ello acercándose en el acto a socorrerla.
—¿Necesitáis algo, milady? —le preguntó Angus alarmado al verla en
ese estado.
—Solo me gustaría saber cómo murió mi esposo.
—¿Queréis que mande llamar al mensajero para que os relate lo
sucedido? —le preguntó Angus.
—No, prefiero escucharlo de vos —le contestó mirándolo a la cara con
unos ojos que le decían que prefería la intimidad de la capilla para tratar este
tema tan delicado.
En ese instante Angus sintió un profundo respeto por esa mujer que ante
todos parecía una ratita asustada, pero cuya mirada escondía una fuerza que
llevaba oculta demasiado tiempo. Irguiéndose como si de nuevo estuviera ante
la asamblea representativa[6] de su clan; la cual fue disuelta cuando Gordon
MacDougall fue elegido laird al creerla innecesaria, el viejo Angus volvió a
sentirse orgulloso de ser un MacDougall y servir a un señor que en verdad
merecía ese puesto.
—Como deseéis, milady —le contestó y se dispuso a contarle todo lo
que sabía—. Al parecer vuestro esposo se batió en el campo de batalla con
Malcom Campbell, y tras una lucha feroz el Campbell acabó arrancándole la
cabeza.
—¡Por la sangre de Cristo! ¿No podrías contarlo de forma más sutil? —
le recriminó Glinis a Angus al percatarse de la encogida que Sheena había
dado al escuchar la noticia.
—¿Y cómo se dice de forma sutil que le han arrancado la cabeza? —le
respondió enfadado, mientras se volvía para encarar a esa insufrible mujer.
Fue justo antes de que ambos se enzarzaran en una discusión cuando
Sheena decidió intervenir, al querer terminar cuanto antes con el relato y así
estar segura de que Gordon MacDougall jamás regresaría a su lado.
—Por favor Angus, continúe con la historia. Y respecto a ser más
cuidadoso con las palabras, solo quiero saber la verdad de cuanto ha sucedido
—logró decir antes de que Glinis contestara de mala gana a Angus olvidando
que estaba en la capilla.
Asintiendo Angus se irguió aún más; si es que eso era posible, y tras
observar como Glinis ponía los ojos en blanco al verle tan pomposo se
dispuso a seguir con el relato.
—Como iba diciendo… —empezó a contar mientras miraba altivo a
Glinis y se llevaba las manos a la espalda— Malcom Campbell acabó con la
vida de su esposo digamos… de una forma desagradable.
Nada más decirlo miró a Glinis como si buscara su aprobación, y esta le
ofreció una inclinación de cabeza para indicarle que de esa manera era la
apropiada. Convencido de que no era tan difícil hablar correctamente ante su
señora para no herir su sensibilidad, se relajó, y cogiendo aire continuó
hablando.
—Después, según me indicó el mensajero, el Campbell no tuvo bastante
con decapitarlo, y el muy bastardo mandó que quemaran el cadáver ante sus
ojos.
El grito que soltó Glinis volvió a interrumpir el relato de Angus, que
sorprendido se la quedó mirando, como retándola a que le dijera que había
hecho mal.
Sabiendo que era imposible aleccionar a ese viejo cascarrabias Glinis
se mantuvo callada, mientras Sheena asimilaba que su marido jamás
regresaría. Si le hubieran dicho que le habían herido de gravedad hubiera
dudado de que sobreviviera, pues estaba segura que ni el mismísimo demonio
querría a su marido en el infierno, pero al haber sido decapitado y después
incinerado, era imposible que hubiera sobrevivido, a menos que…
—¿Estáis seguro de que fue mi esposo el decapitado?
—Sí, milady. Estaban rodeados por sus hombres y todos pudieron verlo.
Con la confirmación de su muerte pudo volver a calmarse y respirar con
normalidad por primera vez en mucho tiempo, comenzando a sentir algo
parecido a la esperanza en su corazón.
—Pero hay más —continuó informándola al saber que era necesario
acabar cuanto antes—. Tras el asesinato del laird, ese Malcom encabezó la
marcha contra Dunstaffnage para destruirlo.
—¿Se dirige hacia aquí? —le preguntó levantándose de su asiento
alterada y lamentando no tener un minuto de paz para disfrutar de su reciente
libertad.
—Así es, milady. Según el mensajero llegará a nuestras murallas en
menos de una hora o quizá antes.
El chillido que esta vez soltó Glinis fue de espanto provocando que
Sheena se encogiera, al vivir sumida en la tensión desde su matrimonio, pues
cada grito la alteraba al recordarle a su marido y el placer que este sentía
cuando los escuchaba.
Reprochándose esta reacción sin sentido Sheena se irguió, y tras apartar
la mirada de una Glinis que retorcía su delantal; hasta entonces impoluto,
observó a Angus que la contemplaba a la espera de su reacción.
—¿Tenemos hombres suficientes para retener el ataque?
—Lamento decirle que no. Por desgracia el laird se llevó a todo hombre
que pudiera empuñar una espada, y en el castillo solo quedan algunos ancianos
y heridos, así como los treinta hombres que han regresado y pueden presentar
batalla.
—¿Sabemos cuántos Campbell se acercan?
—Creemos que algo más de trescientos.
—Casi treinta contra más de trescientos —dijo en voz baja Sheena
mientras negaba con la cabeza.
Fue justo en ese instante en que los tres permanecieron callados, cuando
llegó a sus oídos el bullicio que reinaba en el patio.
—Creo milady que ya se han enterado todos del peligro que corremos
—afirmó Glinis rompiendo el silencio que otra vez había caído sobre ellos.
—Será mejor que salgamos a poner orden y a prepararnos para recibir a
los Campbell.
Y sin más se encaminó hacia la puerta con paso decidido, dejando
asombrados a Angus y Glinis.
—Pero milady, no podemos enfrentarnos a los Campbell y tampoco
podemos rendirnos.
—Pues algo tendremos que hacer Angus, porque me temo que el
Campbell no estará dispuesto a retirarse y volver cuando estemos preparados.
—Pero, ¿qué va a pasar con las mujeres y los niños? —esta vez fue
Glinis la que preguntó mientras la seguía asustada.
Sheena no tenía respuesta para ninguno de los dos, pero cuando abrió
las puertas de la capilla y observó el caos que reinaba en el patio, algo dentro
de ella le dijo que debía ser fuerte por ellos y buscar una salida.
Ahora era ella lo único que le quedaba a ese clan que lo había
entregado todo a su laird, pues la mayoría de ellos se veían con harapos y
maltratados por un hombre que debió protegerlos y cuidarlos. Se dio cuenta de
que ella no había sido la única víctima de su marido, pues aunque sabía que
sus abusos habían sido muchos; como castigos excesos y privaciones, jamás
había estado en su mano hacer algo por ellos.
Hasta ese momento.
Ante ella tenía un clan formado en su mayoría por mujeres y niños, que
desesperadas se aferraban a algún fardo donde portaban las pocas
pertenencias que les quedaban, mientras no perdían de vista a sus hijos que
revoloteaban a su alrededor llorando.
Ver esa imagen hizo que su antiguo ser atrevido resurgiera, tomando la
decisión de ser fuerte para ayudarles y darles soluciones. Decidió que el
tiempo de ser cobarde había acabado, pues ahora tenía a su gente que la
necesitaba y no iba a permitir que ningún hombre, ya fuera Campbell o
MacDougall, le volviera a robar el valor.
Era consciente de que solo contaba con diecisiete años y no tenía
ninguna experiencia en el campo de batalla ni en resistir asedios, pero estaba
dispuesta a cualquier cosa con tal de salvar a su gente.
—¿Qué vamos a hacer, milady? —preguntó Angus visiblemente
angustiado, pues al parecer él también se negaba a dejar a esas gentes sin
protección ante la feroz venganza de los Campbell.
—Tráeme a un mensajero lo antes posible. Voy a mandar una misiva
pidiendo ayuda a mi hermano y debe salir antes de que los Campbell lleguen.
Al intuir por la forma en que Angus la miraba que no creía que eso
sirviera de nada, Sheena se dispuso a explicarle lo que pensaba.
—Sé que es imposible que sus hombres lleguen a tiempo, pero por lo
menos habremos intentado algo, y quizá nos vengan bien para recuperar el
castillo —y mirando desafiante a Angus le dijo decidida—: No pienso
entregar Dunstaffnage sin más.
Visiblemente sorprendido por sus palabras Angus se la quedó mirando,
comprobando una resolución en sus ojos que nunca antes había visto en ellos.
—Así se hará, mi señora —le respondió con orgullo, para de inmediato
marcharse a cumplir sus órdenes.
Una vez a solas Glinis se colocó al lado de su señora, al mismo tiempo
que Sheena empezaba a caminar por el patio en dirección a las almenas, con el
firme propósito de asegurarse a qué distancia se encontraban los Campbell.
Fue extraordinario observar cómo a su paso las voces que hasta
entonces reinaban en la fortaleza se acallaban, y centenares de ojos inocentes,
asustados y suplicantes la miraban como si esperaran que hiciera un milagro y
los salvara.
—No tiene por qué ser usted la que se ocupe de esto milady —le
comentó Glinis mientras seguían avanzando y todos los presentes las seguían.
—Ahora soy lo único que tienen, y aunque no soy una MacDougall de
nacimiento, no pienso darles la espalda.
Un murmullo de voces tras ella le indicó que la habían escuchado, pero
estaba demasiado perdida intentando descubrir una forma de evitar un
derramamiento de sangre como para prestar atención.
—Pero usted ya ha sufrido demasiado —le siguió diciendo Glinis,
aunque en esta ocasión tuvo la prudencia de susurrárselo para que solo su
señora lo oyera.
Habían llegado a lo alto de la muralla cuando Sheena escuchó estas
palabras, y observando la nube de polvo que se aproximaba con una rapidez
escalofriante, se volvió hacia su castellana para agradecerle su preocupación
con un apretón de manos mientras le aseguraba:
—No voy a volver a esconderme.
Comprendiendo lo que pretendía hacer, Glinis calló, y ambas mujeres,
junto con un buen número de otros miembros del clan, se volvieron para
observar el avance de los Campbell mientras la mayoría rezaban, y otros como
Sheena pensaban cómo resolver el problema sin deshonrar al clan, pues este
no se merecía sufrir más abusos por culpa de un laird que solo había pensado
en sí mismo en vez de en su gente.
En lo alto de la muralla, con el viento meciendo los cabellos sueltos del
color del fuego y la túnica del color de la esmeralda, Sheena MacDougall
sintió un escalofrío de terror, al imaginarse que estaba a punto de conocer lo
que era el miedo y el rencor de manos de un enemigo.
CAPÍTULO 3

Con el sol en lo alto del cielo anunciando el medio día, el ejército de


más de trescientos highlander se detuvo a pocos metros del gran rastrillo que
impedía el acceso al castillo, como si supieran que los MacDougall apenas
podían presentar batalla y los desafiaran con su presencia a rendirse.
Si bien era cierto que aún no estaban preparados para recibirlos, los
MacDougall no tuvieron otra alternativa que ocupar lo alto de las almenas,
intentando aparentar una seguridad que no tenían y rezando para que los
Campbell no se percataran de su reducido número.
Sheena, como líder de su clan ahora que su marido estaba muerto,
esperaba contar con la ventaja de que el laird de los Campbell no supiera lo
desprotegidos que se encontraban, y así conseguir condiciones favorables para
su gente y para ella misma, antes de que saciaran su sed de venganza contra las
mujeres y los niños.
Estaba tan asustada por lo que tenía que hacer que de buena gana
hubiera salido corriendo, pero solo necesitaba recordar los centenares de ojos
inocentes que la miraban suplicándole su ayuda, para armarse de valor y
permanecer en su sitio dispuesta a negociar por el bien de todos.
Sabía que lo único que podía ofrecerle era su obediencia como nuevo
señor de esas tierras, a cambio del perdón de sus gentes, además de
prometerle que ningún MacDougall volvería a levantarse contra un Campbell
mientras los dejaran vivir en paz.
Pero lo que Sheena no sabía es que Malcom tenía otros planes para el
castillo de los MacDougall, pues aunque quería su rendición y que pasara a
sus manos, lo que en realidad ansiaba era hacerla su prisionera y humillarla
como pago del sufrimiento que su esposo había provocado.
Esperaba que con ello el dolor de su pecho se desvaneciera, pues solo
deseaba acabar cuanto antes con toda esta muerte, y tratar de llevar una vida
donde las pérdidas sufridas no le impidieran seguir adelante.
—¿Estás seguro de que quieres esto? —le preguntó Blair a Malcom, al
no gustarle lo que su laird y amigo tenía pensado hacerle a la señora de ese
lugar, pues aunque era una MacDougall, ante todo era una dama.
Montado sobre su frisón[7] Malcom encabezaba a su ejército, mientras
decidido contemplaba las murallas de Dunstaffnage preguntándose si sería
necesario un asedio para conseguir su premio. Desde que había matado a
Gordon MacDougall no había dejado de pensar en su esposa, y en cómo sería
esa mujer que había convivido con un monstruo sin oponer resistencia a sus
barbaries.
Durante los tres días de viaje había meditado mucho sobre este tema, y
ahora, al encontrarse ante el imponente castillo que le desafiaba con su
majestuosa altura y robustez, la rabia que creyó que iría disminuyendo tras la
muerte del MacDougall había vuelto de nuevo pidiendo venganza.
Por ello estaba seguro de la contestación que le daría a la pregunta que
le acababa de hacer su amigo, pero para su sorpresa, cuando se disponía a
contestarle, se abrieron las puertas y elevaron el rastrillo, como si no tuvieran
ante ellos a un poderoso enemigo al que temer, enfureciéndole aún más al
mostrarles una actitud tan prepotente.
—Esto no me gusta —escuchó como decía Blair a su lado al mismo
tiempo que observaba desconfiado todo a su alrededor—. Nadie es tan iluso
de dejar entrar sin más al enemigo, y conociendo la forma tan despreciable
con que los MacDougall siempre se han portado, debe de tratarse de una
emboscada.
—Recuerda que apenas les quedan hombres y deben estar desesperados
—repuso Malcom, y aunque quería parecer seguro, la experiencia le decía que
desconfiara.
—Entonces son aún más peligrosos —afirmó convencido.
Pero las sorpresas aún no habían acabado, pues justo entonces apareció
al otro lado de la puerta la visión de la más bella mujer que jamás hubieran
contemplado, dejando a los dos hombres sin palabras y con la mirada fija en
ella, mientras se les acercaba despacio aunque sin dejar el refugio de las
murallas.
Con el sol iluminando una delicada figura que le daba el aspecto de una
auténtica ninfa, Malcom pudo observar los dulces rasgos de un rostro que
sorprendía por su mezcla entre determinación y bondad. Unos rasgos que le
confundían, al dar la impresión de que esa mujer tan menudita y aparentemente
dócil no podía ser la harpía que se había imaginado.
Aun así tenía la experiencia necesaria con las mujeres para saber que el
aspecto de una dama nada tenía que ver con su forma de ser, pues hasta el más
dulce de los rostros podía esconder a una auténtica déspota manipuladora.
Curioso ante la visión de esta dama acercó despacio su montura,
comprobando que su aspecto también estaba marcado por un halo de rebeldía,
pues con toda claridad pudo ver unos cabellos del color del fuego tan
abundantes e indómitos, que trataban de escaparse del crispinette[8] que
adornaba su cabeza para darle un aspecto elegante y sofisticado, pero que en
ella quedaba fuera de lugar ante una cabellera tan salvaje.
Su porte regio, su mirada fija al frente con la barbilla alzada, la
blancura de su piel de alabastro y su vestimenta de una finísima calidad y
elegancia, le aseguraba que ante él se encontraba la mujer que había ido a
reclamar como pago por su venganza, aunque su juventud y su valentía al
presentarse ante ellos sola y desarmada le había sorprendido.
Pero al hallarse a cierta distancia Malcom no pudo percatarse del
temblor de su cuerpo, ni cómo trataba de infundirse valor al encontrarse sola
ante todo un ejército dispuesto a remeter contra ella y cuanto se les
interpusieran.
Sheena sabía que estaba en serios problemas al contemplar la forma tan
descarada, altiva y feroz con que el guerrero que estaba al mando la miraba,
pues la hostilidad que le demostraba le hacía temer que se había equivocado,
al haberle subestimado y ahora encontrarse ante un hombre con el corazón tan
negro como el de su difunto esposo.
Conforme el guerrero se acercaba Sheena pudo distinguir más aspectos
de su rostro, y aunque debía reconocer que era bello y más joven de lo que
esperaba, su forma de observarla la asustaba. Aunque no le conocía era
indiscutible que ante ella se encontraba el temido Malcom Campbell, pues
como había escuchado mencionar en más de una ocasión a algunos de sus
hombres, el Campbell tenía una cabellera oscura y la mirada del mismísimo
demonio capaz de fulminar a cualquiera.
Era esa peculiaridad de sus ojos lo que le aseguraba su identidad, ya
que con solo mirarlos estos eran capaces de calentarle todo el cuerpo hasta
hacerla arder, como también le impedía moverse, pensar, hablar o dejar de
temblar.
—Milady —la voz de Angus detrás de ella la sobresaltó, pues se había
quedado tan absorta contemplando el avance del hombre en su caballo, que no
se había dado cuenta de que estaba a punto de atravesar las puertas del
castillo.
Haciendo un considerable esfuerzo apartó la mirada del Campbell,
reprochándose su debilidad y esperando que Angus no lo hubiera notado.
—¿No cree que debería decirle al Campbell que se detenga?
Demasiado tarde Sheena comprendió su error, pues se había quedado
tan absorta observándole que no se había percatado del avance del guerrero,
al haberla dejado maravillada por su aspecto masculino. Solo esperaba que el
Campbell no hubiera advertido su ensimismamiento, pues solo con
imaginárselo sentía como su rostro le ardía y se sonrojaba como una fresa.
—Lo lamento, me he quedado paralizada —se disculpó en voz baja a
Angus mientras le miraba con arrepentimiento.
El sonido de los cascos del caballo entrando en el patio hizo que Sheena
se volviera para observar de nuevo al laird, sin llegar a ver la expresión de
entendimiento de Angus, pues él también se había quedado maravillado ante el
porte magnífico y bien formado del Campbell, como seguro lo habían hecho
todos aquellos que se encontraban defendiendo las murallas o formados en el
patio a la espera de alguna orden.
A pesar de saberse observado Malcom no cambió su rumbo ni desvió su
mirada de la mujer ruborizada, hasta que se encontró a escasos dos metros de
ella y detuvo su caballo.
Fue justo entonces cuando un silencio denso y espeso se extendió por
toda la fortaleza, ya que ni los Campbell ni los MacDougall hicieron o dijeron
algo para remediarlo. Era como si cada uno de los presentes estuviera
pendiente de sus señores, conscientes de que este encuentro entre ellos sería
decisivo para el futuro de ambos clanes, pues un solo movimiento en falso
podría desencadenar una tragedia.
Sheena sabía cuánto se jugaba al estar en desventaja, y por eso decidió
ofrecer su hospitalidad para frenar las hostilidades entre ambos clanes, y así
demostrarles que no estaban interesados en seguir con los enfrentamientos.
Pero la tensión en el ambiente era tan tirante que incluso le costaba
respirar o pensar con coherencia, aunque por suerte la educación que su madre
le había ofrecido se impuso, y tratando de mostrarse serena, se secó las manos
sudorosas en el vestido color esmeralda que se había puesto para la ocasión, y
sonriendo levemente le dijo al laird de los Campbell:
—Bienvenidos a Dunstaffnage. Como señora del clan de los
MacDougall les ofrezco nuestra hospitalidad y mis deseos de paz.
Orgullosa al haber dicho toda la parrafada sin confundirse amplió la
sonrisa, consiguiendo que Malcom frunciera aún más el entrecejo y se
mostrara más agresivo. Algo que la sorprendió y la asustó, pues no esperaba
esta reacción por su parte al haber creído que sus palabras de paz le
agradarían.
Sin embargo Malcom estaba más enfadado que nunca, pues esa pequeña
mujer no se daba cuenta de que su castillo acababa de ser tomado, ya que le
recibía como si fueran los invitados a una fiesta y no unos adversarios que
acababan de invadir sus tierras.
Era consciente que al ser una dama no tendría por qué saber sobre
normas a seguir en una rendición, pero cualquiera que recibiera a un ejército
enemigo bien armado alzando sus puertas y presentándose ante él, debería
saber que equivalía a una rendición incondicional y por eso ahora ella era su
prisionera.
Sin embargo esa MacDougall le miraba fijamente como si le estuviera
desafiando, y lo que era peor, permanecía erguida ante él como si aún fuera la
señora del castillo. Un hecho que quería aclarar cuanto antes, y por eso bajó
de su caballo con movimientos ágiles y se acercó a Sheena con paso decidido,
seguido de cerca de Blair y del resto de los hombres.
Tenerla tan cerca le dejó por unos instantes sin aliento, pues desde esa
corta distancia y al estar frente a ella, pudo apreciar unas coquetas pecas que
adornaban su nariz y la hacían aún más deseable.
Se sentía tan alterado y furioso por su reacción ante ella que no se paró
a pensar, y en un acto impulsivo la aferró con fuerza de los hombros como si
quisiera reclamarla en ese mismo instante como suya, sin darse cuenta del
daño que le hacía y de que solo lograba atemorizarla.
Sorprendida ante una conducta tan poco caballerosa Sheena trató de
soltarse, pero por más que forcejeaba con su agresor lo único que conseguía
era que le apretara con más fuerza.
—¿Qué hace? —le preguntó cada vez más asustada.
—¿Eres la esposa de Gordon MacDougall? —inquirió aunque ya sabía
la respuesta, sin notar que el anciano que estaba detrás de ella se les acercaba
con la intención de velar por su señora.
Pero ni Malcom ni Sheena se daban cuenta de nada más que no fueran
ellos dos, sin percatarse del revuelo que se había montado en el patio al ver
cómo era tratada su señora, y como los Campbell tuvieron que desenvainar las
espadas para que nadie se acercara a su señor.
Sin entender qué había hecho para enfadar tanto a ese hombre Sheena
solo pudo estremecerse ante la expresión cruel de su mirada, y comprendiendo
que jamás podría igualar en fuerza a ese guerrero, solo le quedó levantar la
barbilla para mirarle, y haciendo grandes esfuerzos para no delatar su miedo
le contestó en voz alta:
—Lo soy. Y vos no tenéis…
—Calla mujer —soltó enfadado y agitándola con más fuerza—. Desde
ahora solo hablarás cuando te pregunte.
Al escuchar cómo se dirigía a ella de una forma tan poco cortés se
enfadó, pues era evidente que solo buscaba humillarla delante de sus hombres
al tratarla como una simple sierva, y después del infierno que había vivido con
su marido, no estaba dispuesta a verse sometida de nuevo.
Pero lo que ella no sabía era que Malcom estaba luchando consigo
mismo, pues por un lado deseaba que sintiera lo que era ser despreciada
públicamente como castigo por ser la esposa del MacDougall, y por otro lado,
al mirarla a los ojos y verla tan indefensa y asustada, le costaba olvidar sus
principios sintiéndose incapaz de dañarla.
Solo tuvo que apartar su mirada de ese rostro que tanto le turbaba para
observar como poco a poco el patio se iba llenando de mujeres y niños, los
cuales en su mayoría estaban vestidos con harapos y desnutridos. No tuvo que
ser muy listo para saber que esas personas habían sido sometidas por un
tirano, y que esa mujer de apariencia delicada que vestía con ropajes de dama
no había hecho nada para impedirlo.
—Soy la lady de este castillo y os exijo que me tratéis con respeto.
Escuchar la altivez de su voz, como si estuviera acostumbrada a dar
órdenes y que estas fueran cumplidas de inmediato lo irritó aún más, y
acercándola a su cara le dijo con tono amenazante:
—Tú no eres nadie para exigirme y mucho menos para pedirme respeto,
cuando no has mostrado ninguna consideración con tu propia gente.
La rabia con que fueron dichas esas palabras y la acusación que le lanzó
la hizo que callara indignada, pues no entendía cómo podía culparla de haber
desatendido a su clan, cuando ella jamás había tenido autoridad para hacerlo.
Le hubiera gustado decirle que ella también había sufrido privaciones y
vejaciones como su gente, y que el único poder que tenía sobre ellos eran sus
rezos pidiendo al Todopoderoso que les ayudara. Sin embargo, ante la mirada
de censura de ese hombre decidió callarse los malos tratos que había
padecido por parte de su esposo, al no querer humillarse ante él y ante todos
los que les observaban; incluidos los Campbell.
Estaba segura de que si eso se sabía ella jamás podría mirar a nadie a la
cara, pues temería ver su lástima y su compasión cada vez que la observaran.
No conocía la manera de hacerle entender que lo único que le quedaba era su
amor propio, pues aunque su marido estuvo a punto de arrebatárselo a golpes,
aún le quedaba el suficiente como para mantener la cabeza alta.
Por su parte Malcom empezó a sentirse asqueado por esa situación, pues
el simple roce de su piel lo estaba alterando tanto que creía que en cualquier
momento iba a enloquecer. Culpaba de ello a esa bruja de cabellos del color
del fuego, y se maldijo por ser tan débil y dejarse llevar por sus deseos en vez
de por su furia.
Esperando acabar de una vez por todas con esta situación tan incómoda,
Malcom la volvió a mirar y sin demostrar clemencia le dijo:
—A partir de ahora serás mi prisionera y no volverás a tener
privilegios.
Durante unos segundos se quedaron ambos mirando como si se
estuvieran retando, y como si supieran que tras esas palabras acababan de
sellar su destino, pues ahora ella le pertenecía y podría hacerle lo que se le
antojara sin que los MacDougall pudieran impedirlo.
Saber que de nuevo estaría sometida a un hombre de apariencia cruel la
hizo palidecer, y si no hubiera sido por que la sostenía con fuerza, estaba
segura de que se hubiera caído al suelo al notar como las piernas le fallaban
negándose a sostenerla.
Sin poder contemplar por un segundo más el espanto en la cara de
Sheena apartó su mirada, al sentirse como un cobarde que sometía y aterraba a
una mujer olvidando sus principios y su caballerosidad.
Solo al recordar las enseñanzas que le fueron inculcadas desde pequeño
comprendió que no podría cumplir su venganza si no acababa con todo esto
cuanto antes, y decidido a dejar en esta ocasión la compasión a un lado, se
volvió furioso para arrojar a Sheena contra el pecho de Blair mientras le
decía:
—Llévala a Inveraray y déjala en la mazmorra. No quiero que hable con
nadie y que nadie la visite hasta que yo llegue.
—¡No! —fue lo único que ella pudo decir aunque apenas pudo ser
escuchado al ser dicho en un susurro.
Sin contradecir a su laird aunque su mirada le aseguraba que no estaba
de acuerdo, Blair sujetó con fuerza a Sheena para que no cayera al suelo, pues
esta estaba al borde del desmayo y apenas se sostenía en pie.
—No puede tratar así a milady —soltó Angus indignado, pues
observaba incrédulo desde una corta distancia cómo su señora era tratada sin
ningún respeto, cuando ella era inocente de cualquier culpa o reproche.
—Será mejor que no interfieras anciano, o tú también la acompañarás a
las mazmorras —le aseguró Malcom con tono intimidante, aunque para su
sorpresa el anciano no se acobardó y se mantuvo al lado de su señora.
Al escuchar Sheena las palabras del Campbell y ver como Angus se
ponía en peligro por ella, comprendió que tanto el anciano como sus hombres
morirían por defenderla si oponía resistencia. Estaba convencida que todo lo
que estaba sucediendo debía ser a causa de un malentendido, y de que cuando
el Campbell se calmara y recapacitara la soltaría y regresaría a Dunstaffnage.
Quería creer en ello con todo su ser, y por eso miró a Angus tratando de
parecer tranquila, para que así se calmara y no se pusiera en peligro.
Suspirando Sheena consiguió reunir la fortaleza que necesitaba de ese espíritu
rebelde que ya creía perdido, y convencida de que era lo mejor para Angus y
su clan, le dijo para que la dejara marchar sin que hubiera consecuencias:
—No te preocupes Angus, seguro que estaré bien. Lo más importante
ahora es Dunstaffnage y por eso deberás cuidarlo en mi nombre.
—Pero milady, no puede hacerla su prisionera cuando vos sois inocente.
—Estoy segura de que todo se aclarará en cuanto lleguemos a Inveraray.
Al escuchar esas palabras Malcom sintió como si le hubieran colocado
un hierro ardiendo en el estómago, pues jamás hubiera creído que esa mujer a
la que catalogaba como harpía, se preocupara por su gente y que no
aprovechara ese momento para encrespar a su clan para que la liberara.
Sus palabras, dichas con calma y respeto hacia el anciano le habían
sorprendido, como también le dejó atónito que no arremetiera contra él
pataleando enfurecida por haberla humillado delante de su clan, para después
suplicarle su perdón por haberla hecho su prisionera.
Queriendo acabar cuanto antes con esta situación que se le estaba
escapando de entre las manos, Malcom se impuso a la razón y dijo con tono
enérgico:
—Blair, llévatela de una vez.
En el acto Blair se dispuso a cumplir la orden de su laird, llevándola
con paso decidido hasta su montura, donde la subió al caballo que la llevaría
hasta Inveraray acompañada de una pequeña escolta.
—Milady, no deje que estas alimañas la atemoricen, vos sois una
MacDougall y podrá con todo.
No muy convencida de ello, pues al pensar en lo que le esperaba su
cuerpo ya empezaba a temblar, Sheena se armó de valor y aferrándose con
fuerza a las crines del caballo miró por última vez al anciano, que en pie al
lado del Campbell la observaba alejarse mientras su captor ni siquiera se
dignaba a mirarla.
Fue justo cuando se disponía a atravesar las puertas del castillo cuando
escuchó a Glinis gritando tras ella para que no se la llevaran, teniendo que ser
sostenida por Angus para que esta no persiguiera a su señora fuera del
castillo.
La imagen de Glinis desconsolada en los brazos de Angus fue lo último
que Sheena pudo ver, como tampoco pudo distinguir cuando Glinis
desconsolada corrió tras Malcom para preguntarle:
—Por favor, ¿a dónde lleváis a milady? Ella no ha hecho nada…
—Es una MacDougall —respondió Malcom sin más, sorprendido por el
cariño y la preocupación que todos mostraban por su señora, pues las
numerosas mujeres allí reunidas comenzaron a llorar o a maldecir a los
Campbell en cuanto vieron como era llevada prisionera.
—Pero ella…
La mirada amenazante que Malcom le lanzó, así como los brazos de
Angus que la aferraban con fuerza para avisarla de que no siguiera
provocándole, hicieron que Glinis callara por unos instantes, hasta que una
última pregunta le vino a la mente y soltándose de Angus se volvió a acercar a
Malcom, el cual se encaminaba enfadado a la torre del homenaje.
—¿Cuándo regresará milady?
—Ella ya no es tu señora y no regresará nunca a Dunstaffnage.
Asustada ante estas palabras Glinis se detuvo quedando en silencio,
mientras observaba a ese hombre sin escrúpulos que caminaba decidido, sin
importarle que había sentenciado a su señora a la humillación y a la pena.
Sin poder evitarlo se santiguó y empezó a llorar de nuevo por su señora
al no merecerse semejante castigo, sin darse cuenta que el fiero guerrero
apretaba con fuerza sus puños pues los remordimientos ya le estaban
consumiendo.
Y es que si antes de conocer a esa mujer de cabellos salvajes y ojos
compasivos su corazón ya sufría por la pérdida de sus seres queridos, ahora
este también se consumía ante el recuerdo de esa mirada penetrante que le
había hecho alcanzar por unos segundos el paraíso.
CAPÍTULO 4

Tras algo más de dos días cabalgando sin apenas descanso por páramos,
ríos y montes Sheena se sentía exhausta, a causa del rigor del viaje y de estar
completamente desorientada.
Esto se debía a que apenas había salido del refugio de su hogar desde
que había nacido, pues había viajado por primera vez en su vida para su boda
con Gordon MacDougall. La falta de costumbre para montar a caballo, dormir
a la intemperie o para realizar rápidas comidas insustanciales estaban
mermando cada vez más su resistencia, además de dejarle demasiado tiempo a
solas con sus pensamientos.
Y es que no podía evitar preguntarse cómo acabaría todo este asunto,
mientras comenzaba a odiar con todo su ser cada tramo del camino que le
acercaba a su encierro. Le parecía una cruel ironía que la primera vez que
había realizado un viaje fue para casarse con un monstruo, y que en esta
segunda ocasión el trayecto le llevara hasta unas mazmorras.
Con demasiado tiempo a solas con sus pensamientos no podía dejar de
reprocharse su mala suerte, pues le parecía increíble que tras librarse de un
tirano como su marido, apareciera en su vida otro hombre sin corazón que
quisiera castigarla por algo que desconocía.
Por mucho que reflexionaba sobre ello no comprendía como el
Campbell podía odiarla tanto, cuando no se conocían y nada tenía que ver con
los asuntos de su esposo. No hacía más que preguntarse qué sería de ella ahora
que estaba bajo el dominio de ese hombre, y si este sería tan frío y brutal
como su marido, o por el contrario tendría el interior tan cálido y apasionado
como en un principio había visto en sus ojos.
Habría jurado nada más verlo que ese recio guerrero que se había
acercado a ella montado en su caballo era un hombre de honor, como también
había creído que había algo especial en él cuando la había mirado fijamente.
Sin embargo, el cambio que había experimentado con el paso de los
segundos la había confundido, pues por mucho que rememoraba lo que le
había dicho, no encontraba un motivo que justificara su enfado y su posterior
condena al haberla hecho su prisionera. Solo esperaba que con el paso de los
días este se calmara y se diera cuenta de su error, pues era evidente que todo
había sido un malentendido quizá llevado por la tensión del momento.
Quería pensar que una vez que se percatara de su injusticia la mandaría
sacar de la mazmorra, y tal vez entonces podrían reunirse para hablar sobre la
paz de ambos clanes.
—Coma —la voz del hombre a la que le habían encomendado la sacó
de sus pensamientos, haciendo que diera un respingo antes de levantar la
mirada para observarle, ya que ella se encontraba sentada con la espalda
apoyada en un ancho árbol mientras él estaba de pie frente a ella.
Hacía unos pocos minutos que se habían detenido para comer y
descansar, y ese hombre la había bajado del caballo donde la había colocado
antes de emprender la marcha.
También le habían atado las manos con unas cuerdas en las muñecas que
le dañaban la piel, y no le habían permitido llevar las riendas de su montura
para impedir que se escapara, como si una mujer sola en medio de alguna
parte pudiera librarse fácilmente de un puñado de guerreros adiestrados.
Suspirando Sheena contempló el trozo de queso con pan que el hombre
le ofrecía, y aunque notaba el estómago cerrado a causa del miedo, se esforzó
por comérselo al no saber cuándo o qué sería su próxima comida, como
tampoco quería provocarle y acabar en peores circunstancias de las que se
encontraba.
—En pocas horas estaremos en Inveraray —siguió hablando el hombre,
consiguiendo con sus palabras que Sheena se quedara petrificada.
Saber que en breve llegaría al castillo de los Campbell la hizo estar a
punto de desfallecer, pues si bien se sentía cansada, dolorida, confusa y
aterrada, más horror le daba pasar la noche en las mazmorras.
—¿Qué haréis conmigo cuando lleguemos? —no pudo remediar
preguntar aunque sabía cuál sería su respuesta.
Durante unos segundos el guerrero se la quedó mirando como si dudara,
consiguiendo que el corazón de Sheena se agitara de alegría por si ese hombre
se había apiadado de ella, pero cuando apartó la mirada y cerró con fuerza los
puños, Sheena supo que toda esperanza era inútil.
—Cumplir las órdenes —terminó diciendo Blair, por mucho que
lamentara olvidarse de sus principios al encarcelar a una dama en un lugar tan
inapropiado.
Blair sabía que el dolor que Malcom sentía por la muerte de su familia
le había cambiado al haberlo amargado, pero no podía entender cómo podía
culpar a la esposa por los pecados de su marido, más aun cuando no conocía a
la mujer y la había condenado sin haberla dejado defenderse; algo
completamente impropio de su amigo.
Solo esperaba que poco a poco Malcom se calmara y rectificara su
error, aunque mucho se temía que para la mujer ya sería demasiado tarde, pues
le sería imposible librarse de pasar por lo menos un par de noches en las
mazmorras.
Contemplando el dulce y asustado rostro de la MacDougall no pudo
evitar pensar en la cantidad de personas que morían en ese lugar tan inmundo,
sobre todo a causa de las malas condiciones de higiene y alimentación a las
que tenían que enfrentarse.
Sabía de hombres rudos y acostumbrados a las penurias que habían
sucumbido a la muerte o la locura, y se preguntó cuánto podría resistir una
dama en esas circunstancias.
—¿Puedo haceros una pregunta? —escuchó Blair como ella le decía.
Imaginando que tendría mil dudas en esos momentos, y que tal vez si le
aclaraba algunas de estas antes de llegar a su destino se sentiría mejor, Blair
asintió con la cabeza en una clara señal afirmativa.
—¿Podéis decirme cómo es vuestro laird?
—¿A qué os réferis? —le preguntó algo confuso y sorprendido, pues
creyó que su curiosidad tendría que ver con las condiciones de su cautiverio y
no con Malcom.
—¿Debo temerle? —le preguntó bajando la mirada avergonzada por su
atrevimiento, mientras disimulaba su bochorno mordisqueando el trozo de pan.
Al saber qué era lo que más le preocupaba, Blair se quedó pensativo,
hasta que finalmente comprendió que para ella era importante saber si su
captor era un hombre clemente o por el contrario despiadado. Pensó que era
lógico que quisiera saber ante qué adversario tenía que enfrentarse,
considerando que esa pequeña mujer que parecía asustada y confusa, era digna
de admiración al guardar en su interior una inteligencia tan despierta.
Sabiendo que lo estaba pasando mal y que lo peor estaba aún por llegar,
decidió que sería mejor ser lo más sincero posible con ella para así calmarla.
—Malcom MacDougall es un laird justo que posee un gran sentido del
honor.
«Y al que no debéis temerle». Le hubiera gustado añadir, pero recordó
la frialdad de sus ojos cuando empujó a la mujer contra su pecho, y le fue
imposible comentárselo al no saber si sería verdad.
—Solo espero que no sea como mi esposo —fue lo primero que le pasó
por la cabeza, sin percatarse de que lo había dicho en alto.
—De eso podéis estar segura —le indicó categórico al haberla
escuchado con claridad, demostrando por su expresión de desagrado que su
comentario le había molestado.
Sin querer seguir con esta conversación Blair no señaló nada más, y se
apartó dejándola a solas con sus cavilaciones, ya que era lo único que se
había llevado con ella a excepción de su miedo.
Tras la corta parada que hicieron para comer continuaron su viaje, hasta
que con la puesta de sol cercana llegaron ante la impresionante visión del
castillo de los Campbell.
Construida sobre una llanura el castillo de Inveraray daba la sensación
de ser una construcción inexpugnable, aunque su belleza te dejaba maravillado
así como su majestuosidad. Con sus agudas torres a cada esquina y sus muros
oscuros de gran altura, te hacía pensar en él como en un lugar de ensueño que
formaba parte de la hierba, las colinas y los árboles que la rodeaban, en vez
de una fortaleza con mazmorras oscuras donde encerraban a los prisioneros.
Sin sentirse preparada para lo que le esperaba Sheena se agarró con
más fuerza a las crines del caballo, empapándose de la visión del sol bajando
por las colinas mientras pintaba con tonos rojizos y anaranjados todo lo que le
rodeaba. Pensó que quizá esa visión sería la última que viera en mucho
tiempo, y por eso quiso empaparse de ella para poder recordar esa belleza
cuando estuviera encerrada.
Sumida en la contemplación de cada matiz de Inveraray Sheena apenas
prestó atención a nada más, hasta que a escasos metros de los portones se
percató de las voces y los ruidos del castillo, extrañándole que a una hora tan
avanzada de la tarde hubiera tanto ajetreo en el exterior.
Pero jamás hubiera podido imaginar la gran actividad que reinaba en
ese lugar, pues por todas direcciones había mujeres, hombres y niños
ocupados en alguna tarea, así como perros, gansos, caballos y gallinas que
estaban por todas partes, si bien realizando alguna tarea o simplemente yendo
de un lado a otro en busca de comida.
No tuvo que esperar mucho hasta que poco a poco todas las personas
presentes se fueron percatando de su llegada, siendo recibidos con gritos a
modo de saludos, así como asentimientos y alguna que otra sonrisa para los
hombres, mientras que a ella la miraban con curiosidad y recelo.
Sin perder ni un segundo Blair la bajó con cuidado del caballo; al llevar
las manos atadas, y la condujo al interior del edificio a toda prisa, quizá para
no ser visto y así no tener que dar explicaciones sobre su prisionera. Algo que
era realmente imposible de llevar a cabo, al ser observados a cada momento
por centenares de ojos curiosos.
La prisa por deshacerse de ella era tal, que a Sheena apenas le dio
tiempo de observar el interior de la gran sala que se abría frente a ellos. En su
lugar Blair tiró de ella para que continuaran por un corredor que se abría
paralelo a esta estancia, alejándola del alboroto que se escuchaba procedente
de su interior.
Sheena se percató al mirar hacia atrás que nadie más los acompañaba, y
se preguntó si el Campbell deseaba tenerla aislada para siempre y por eso no
quería que nadie supiera dónde la habían encerrado. Pensar en ello la hizo
estremecerse mientras el silencio se hacía cada vez más opresivo, al ser
consciente por primera vez lo que suponía estar a su merced.
Las antorchas que colgaban a cada lado del corredor daban una luz algo
escasa, consiguiendo que las sombras que proyectaban parecieran tenebrosas,
al seguirles a cada tramo que atravesaban como si fueran espectros.
Si además se unía el temor creciente de Sheena por su encierro y el aire
que cuanto más avanzaban más se encrudecía, el resultado era un cuerpo tan
tembloroso que apenas le obedecía y una sequedad en la garganta que apenas
le permitía hablar; si es que se le hubiera ocurrido decir algo, ya que su mente
se negaba a pensar con claridad.
Pero a pesar de su torpeza al sostenerse y caminar, y de los demás males
que la atormentaban, no tardaron mucho en llegar a una gran puerta de madera
maciza, tan pesada que a Blair le costó abrirla con una sola mano, al sostener
en la otra a Sheena.
Nada más abrirse la puerta un frío penetrante y húmedo llegó de su
interior, así como un olor mohoso y fétido que hizo que Sheena deseara tener
las manos libres para taparse la boca. Haciendo grandes esfuerzos por no
vomitar se asomó curiosa por ese hueco prácticamente oscuro que se abría
ante ella, descubriendo unas escaleras que bajaban a un nivel inferior y que se
imaginó que debían conducir a las mazmorras.
Blair no tardó mucho en coger una antorcha de la pared para iluminar el
lugar, apareciendo ante ellos una visión tan tétrica y oscura, que Sheena
hubiera dado cualquier cosa por librarse de su cautiverio.
—Por favor, no podéis pretender encerrarme en este sitio.
Blair ni siquiera se dignó a mirarla, aunque por la tensión de su cuerpo
y sobre todo de su mandíbula, se notaba que él tampoco estaba de acuerdo con
ese mandato de su laird. Aun así siguió adelante con su orden, tirando con
fuerza del brazo de Sheena, para así obligarla a bajar por esas escaleras que
parecían conducirla al interior de la mismísima tierra.
Asustada como nunca antes lo había estado bajó teniendo cuidado, ya
que los escalones eran escurridizos y estrechos. Mirando recelosa a su
alrededor comprobó que el lugar recordaba bastante a una especie de cueva,
que en algún momento fue excavada en la roca de la parte inferior del castillo
para albergar las celdas.
Pero lo peor estaba aún por llegar, pues ante ella apareció una pequeña
cámara donde podían verse las puertas compactas y cerradas de cuatro
estancias, que daban la impresión de estar tan podridas como el aire que se
respiraba.
Entre la humedad, el aire rancio al ser un sitio cerrado y lo que parecía
el nauseabundo olor de las secreciones humanas acumuladas en las celdas, el
tufo de ese lugar era tan intenso, que incluso Blair reguló hacia atrás cuando
llegó a esa cámara.
Pero Sheena se encontraba tan impresionada por lo que tendría que
soportar, que en lo único que pensaba era que esas cuatro celdas estuvieran
ocupadas, para que así tuvieran que encerrarla en otra parte del castillo y no
tener que quedarse en ese recinto tan poco apropiado, no solo para una dama,
sino para un ser humano.
Aunque la luz que provenía del interior de una de ellas, junto con su
puerta entornada, le aseguraba que no sería tan afortunada.
Imaginando lo que le esperaba Sheena se dijo que incluso prefería mil
veces estar encerrada en una pocilga con los cerdos en vez de en ese sitio,
pues por lo menos podría respirar aire fresco en vez de ese otro rancio y
pesado que se respiraba.
—Carcelero —la voz penetrante y enfadada de Blair la hizo salir de sus
cavilaciones al asustarse.
—¿Quién está ahí? —Se escuchó decir a un hombre que salía del único
cuarto cuyo interior tenía luz—. Disculpadme, no sabía… —empezó a decir el
carcelero cuando vio a Blair.
—Necesito una celda —le interrumpió este, pues tanto ese lugar como
ese hombre le desagradaban, y estaba deseando acabar cuanto antes con la
misión que su laird le había encomendado.
El hombre que había aparecido ante ellos, y portaba una antorcha en una
de las manos, era el espécimen humano más desagradable que Sheena hubiera
visto en su vida, no solo por su aspecto desaliñado, seboso y gigantesco, sino
porque su olor daba auténtica repulsión nada más percibirlo.
Si a todo ello le unías el pelo graso que se le pegaba a la cabeza y unas
encías podridas que enseñó a Sheena cuando sus pequeños ojos vidriosos la
miraron con descaro, el resultado fue una sensación de repulsión por su
aspecto, y de peligro al notar como la miraba con deseo.
Sabía que cuando Blair la dejara a solas estaría en sus manos al ser el
encargado de cuidarla, y mucho se temía que ese hombre le traería serios
problemas al querer conseguir de ella más de lo que estaba dispuesta a darle.
—Puede elegir la celda que desee, el último ocupante murió esta misma
mañana y ya me he desecho de esa escoria —le dijo con tono fanfarrón a Blair
pero sin dejar de mirar por el rabillo del ojo a ella, por lo que Sheena no supo
si estaba hablando en broma para asustarla o estaba en lo cierto.
Pero Blair no quiso seguir el juego y le acalló de inmediato, pues no
estaba dispuesto a soportar las tonterías de ese individuo, como tampoco
quería seguir soportando su pestilente olor.
—Guárdate tus historias y enséñame una celda que esté en condiciones.
Mostrando confusión por primera vez el carcelero se le quedó mirando,
al haber creído que había bajado a la dama solo para asustarla. Pero ahora que
se fijaba mejor y veía el talante oscuro del lugarteniente, así como el
aterrorizado de la dama, se dio cuenta de que su suerte había cambiado y
tendría a su cuidado y disfrute a esa mujer tan hermosa.
El brillo lascivo que sus ojos revelaron hizo que Sheena retrocediera un
paso, pues el carcelero estaba tan encantado con su próxima prisionera que se
olvidó de guardar las apariencias hasta que estuvieran a solas. Solo de pensar
en lo bien que se lo pasaría fornicando con una mujer tan refinada se le hacía
la boca agua y el miembro se le tensaba, pues hacía mucho que las prostitutas
más cercanas se habían negado a atenderlo, y las ganas de probar una hembra
se le antojaba todo un privilegio.
Por suerte no solo Sheena se había percatado de la mirada lujuriosa del
carcelero, pues Blair acercó a Sheena a su lado y con un tono de voz que no
dejaba duda de su autoridad le dijo:
—Ten cuidado, si a esta mujer le llega a pasar algo la ira del laird caerá
sobre ti.
El carcelero pareció entender la amenaza, pues nada más escucharla
reguló hacia atrás y bajó la cabeza permaneciendo silencioso y sumiso.
Una reacción que hizo que Sheena suspirara de alivio, ya que al parecer
el Campbell inspiraba temor a ese hombre, y eso sería un punto a su favor para
mantenerlo alejado de ella. Aun así, estaba muy lejos de permanecer tranquila,
y más cuando el carcelero abrió la puerta y Blair tiró de ella para que entrara.
—Por favor —volvió a suplicarle mientras trataba de contener las
lágrimas, al no desear humillarse más ante esos hombres.
—Os ruego milady que no me lo hagáis más difícil —le pidió Blair al
mismo tiempo que la metía en la celda.
Al volverse y ver el pesar que ese hombre estaba sintiendo al dejarla en
esas condiciones, Sheena se percató de que en realidad él solo estaba
siguiendo las órdenes de su laird, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Se
dio cuenta de que por mucho que gritara, pataleara o se quejara él jamás
dejaría de cumplir su mandato, por lo que solo conseguiría rebajarse ante él,
demostrando que como MacDougall y como escocesa no tenía endereza ni
honor.
Le hubiera gustado decirle que no le importaba si se sentía incómodo
ante esta situación o si no quería soportar la histeria de una mujer, pero se
recordó que ante todo era una dama respetable que no había hecho nada y por
ello no debía suplicar clemencia.
Su honor se lo impedía, como también se lo impedía que todos en
Inveraray supieran que una MacDougall se había humillado cuando había sido
llevada a las mazmorras. Irguiéndose trató de demostrar una fortaleza que en
realidad no sentía, y dio unos pasos adentrándose en la celda para así quedar
en el centro de esta.
Su gesto de valor no pasó desapercibido a Blair, el cual la miró con un
respeto en sus ojos que antes estos no habían mostrado.
—Haced que su estancia sea lo más cómoda posible —le indicó Blair
al carcelero sin dejar de mirarla.
Fue entonces cuando Sheena se permitió contemplar el pequeño cuarto
donde la habían introducido, y para su sorpresa se encontró con un habitáculo
de dos metros por dos metros de diámetro. El suelo estaba formado por tierra
apisonada y húmeda, mientras que las paredes eran de piedra fría, sin ventana
o alguna clase de orificio que hiciera que ese lugar tan estrecho tuviera
ventilación.
En una de las esquinas se encontraba un cubo sucio para sus
evacuaciones, así como un jergón pequeño, sucio y lo más posible es que
estuviera lleno de pulgas, que estaba situado a un lado del suelo. El ambiente
era frío pero seco, al no filtrarse ni una ráfaga de aire en su interior, por lo que
Sheena supuso que cuando la puerta se cerrara sentiría como si se asfixiara,
más aún si se llevaban consigo la antorcha dejándola a oscuras.
Sin querer pensar en ello se esforzó de nuevo por no llorar y mantuvo su
barbilla alzada, como retando a su captor a que dijera algo.
Pero Blair no dijo una sola palabra mientras contemplaba cada detalle
que le rodeaba, notándose por la expresión de su rostro que no le agradaba lo
que veía y mucho menos ese carcelero lascivo. Solo esperaba que su laird no
tuviera que arrepentirse de ello, y por eso le ofreció una mirada de disculpa a
la MacDougall cuando se le acercó y le desató con cuidado las cuerdas que
ataban sus muñecas.
Deseando quitarse de su piel el hedor de ese sitio, y sabiendo que ya no
le quedaba nada más por hacer, Blair se giró para salir de la celda cuando la
voz de la mujer le detuvo.
—¿Podríais concederme una merced? —le pidió, aunque sin mostrarse
sumisa.
—Si está en mi mano así lo haré.
—Podríais dejarme la antorcha —fue más una petición que una
pregunta.
Al comprobar Blair que en su mano portaba la única antorcha de la
celda, y por consiguiente la dejaría a oscuras cuando se marchara, se reprochó
por su falta de consideración al no haber pensado en ello, y afirmando con la
cabeza dejó sujeta la antorcha en un gancho de la pared que estaba diseñado
expresamente para ese fin.
—¿Necesitáis algo más? —le preguntó antes de marcharse.
—Nada que vos podáis concederme.
Su contestación le dejó en silencio por unos segundos, mientras una
parte de él se negaba a dejarla en esas circunstancias.
—Le ordenaré al carcelero que os traiga la cena y lo necesario para
pasar la noche más cómoda.
La conciencia de Blair así se lo exigía, aunque de ella solo obtuviera
una inclinación de cabeza a modo de gratitud y su silencio. Suspirando
simplemente salió de la celda, y con pesar dejó que el carcelero cerrara la
pesada puerta que la dejaría aislada y sola, y lo que era peor, en las manos de
ese hombre.
Sin poder resistirse Sheena se acercó a la puerta mientras escuchaba
como la llave la dejaba encerrada, y como Blair cumplía su palabra y le pedía
al carcelero que le llevara comida y enseres de limpieza así como una manta.
Pero lo peor fue escuchar como sus pasos se alejaban, pues eso significaba
que ahora se encontraba sola en ese lugar tan desagradable.
La tristeza que sintió en ese instante casi la hizo desfallecer, hasta que
escuchó el ruido de las ratas moviéndose tras ella y perdió el poco valor que
le quedaba. Aterrorizada ante la perspectiva de tener que convivir con ellas y
de que de vez en cuando la mordieran, Sheena comenzó a gritar y a golpear la
puerta en pleno ataque de pánico, dejando que por primera vez en su vida su
tristeza, su enfado y su rabia salieran de su interior.
Maldiciendo al Campbell, a los hombres y a su mala suerte se dejó
llevar por el llanto, notando como con cada lágrima que emanaba de sus ojos
menos fuerzas le quedaban. Sintiéndose vencida y sumamente cansada se dejó
caer de rodillas al suelo, mientras rezaba a los cielos para que su cautiverio
acabara cuanto antes.
Pero por desgracia aún le quedaba por soportar una humillación más,
pues cuando el carcelero llegó y abrió la puerta de la celda, sorprendiéndola
al no haberle escuchado, este le tiró una delgada manta a la cara y le dijo
mientras le dejaba un recipiente pequeño con agua junto con un trozo de pan:
—No soy la niñera de nadie y no pienso tratarte de forma diferente por
ser una dama. Aquí soy yo el que da las órdenes y si me desobedeces no
duraré en golpearte —señaló con tono firme mientras se erguía ante ella con
las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho, como si la estuviera
desafiando a que le provocara para que viera que sus amenazas eran ciertas.
Sin querer parecer débil ante él Sheena se levantó del suelo con un gran
esfuerzo, para que viera que ella no era una mujer frágil a la que podría
manipular a su voluntad. Irguiendo la barbilla y dejando que las lágrimas se
secaran en sus mejillas se le quedó mirando fijamente, lo que provocó que él
se le acercara unos pasos y le dijera desafiante:
—Puede que ahí fuera te creas alguien importante, pero en este lugar soy
yo el que manda y si no me complaces lo pasarás muy mal.
Al ver que ella no retrocedía ni bajaba la cabeza él entrecerró los ojos,
pues era la primera vez que ante él se encontraba con una mujer tan obstinada
y orgullosa. Había tenido en su poder a criadas y campesinas que habían
cometido alguna falta grave, y todas ellas habían acabado abriéndose de
piernas para satisfacerle a cambio de un poco más de comida, pues sabían que
la otra opción era la de ser violadas y sometidas al hambre y a los golpes.
Pero parecía que esa mujer tendría que aprender por las malas, y aunque
el lugarteniente le había advertido de que no la tocara, sabía por experiencia
que pasados unos días no se acordarían de ella y entonces podría hacer lo que
quisiera con su cuerpo.
Regodeándose en ese día en que podría forzarla se tocó la entrepierna,
la cual ya estaba dura y deseosa de probarla. Decidido a someterla a través
del miedo la cogió de los cabellos con fuerza, para después acercarla a su
cara regordeta y grasienta mientras la miraba de forma lasciva y le soltaba su
fétido aliento al decirle:
—Si deseas comer más de una vez al día, una antorcha, agua para
lavarte, un peine o simplemente que retire tu mierda, tendrás que pagarme por
ello.
Tratando de contener las náuseas y de evitar con sus manos que el tirón
de su cabello le hiciera más daño, Sheena le contestó con tono firme, pues no
quería mostrar debilidad ante ese hombre tan repugnante.
—Sabes muy bien que no tengo nada con que pagarte.
La carcajada que él dio la hizo estremecerse, así como la mirada
lujuriosa que recorrió su cuerpo, y la lengua con que él se humedeció los
labios mientras contemplaba sus pechos.
—Tienes muchas cosas que me interesan, como esa boca que seguro
chupa de maravilla y lo que guardas entre las piernas.
Sheena tuvo que hacer serios esfuerzos para conseguir que el horror no
se reflejara en sus ojos, ya que nada más escucharle entendió lo que ese
hombre sin escrúpulos quería de ella como pago.
Se dijo que aunque estuviera muerta de hambre y de frío jamás
sucumbiría a sus pagos, aunque una vocecita en su interior le indicó que no se
mostrara tan segura, pues realmente nunca había padecido hambruna y no
podía saber lo que estaría dispuesta a hacer después de pasar unos días
privada de luz, agua, mantas o comida.
Notando su turbación el carcelero sonrió complacido por su silencio y
por el espanto con que le miraba. Por la intensidad y la furia de su mirada
sabía que someterla le llevaría más tiempo que a las demás, pero también
estaba seguro que una vez la tuviera sería más sabrosa que cualquier otra
hembra que hubiera probado.
Soltándola de golpe del pelo estuvo a punto de tirarla al suelo, pero por
suerte Sheena pudo apoyarse en una de las paredes para no caerse. La mirada
que él le lanzó la puso en aviso, al asegurarle que estaba ante el comienzo de
una dura batalla que no sabía si podría ganar.
Sobre todo cuando vio como la puerta se cerraba y la dejaba en la celda
con la única compañía de las ratas, mientras las lágrimas, el cansancio y la
desesperación eran sustituidos por el odio hacia el culpable de todo ello. Un
hombre que la había castigado de manera injusta y que ahora maldecía, pues
solo él era el responsable de lo que le pasara en esa celda.
Si bien antes de conocer al Campbell solo había odiado a su marido,
ahora tras saber de su maldad hacia ella también detestaba con todo su ser a
Malcom Campbell; asesino de su esposo, usurpador de su castillo y
responsable de su encierro en lo que parecía el infierno.
CAPÍTULO 5

Después de esperar durante tres meses para que su venganza se


cumpliera y el asesino de su hermana y de su padre cayera bajo su espada,
había llegado el momento que tanto había esperado y sin embargo no se sentía
satisfecho.
Había ocupado el castillo que por generaciones perteneció a los
MacDougall, como también había hecho prisionera a la mujer que permitió
con su silencio la atrocidad de su marido, y sin embargo no podía olvidarse de
la belleza de su rostro, la dulzura de sus ojos, y sobre todo, la desesperación
que percibió en su mirada cuando la mandó a las mazmorras.
Desde entonces el verde de sus ojos le había acompañado en cada
momento al recordarla donde quiera que mirara, pues estaba en cada brizna de
hierba, en cada hoja que mecía el viento y en cada tapiz del castillo. Pensar en
ella se había convertido en una necesidad tan natural como respirar, y por eso,
durante todo el camino de regreso a Inveraray, se preguntó cómo la encontraría
cuando bajara a las celdas.
Se había pasado dos días enteros pensando si había hecho bien al
encerrarla, dándose cuenta de que su impulsividad podría haber jugado en su
contra, al haberse dejado llevar por su dolor y su sed de venganza. Sabía que
desde la muerte de su familia cada vez le resultaba más difícil controlar su
rabia, y solo esperaba que en esa ocasión no hubiera sentenciado a un inocente
a un castigo injusto.
Por desgracia para su conciencia no tardó mucho en comprobar cuánto
la apreciaban en Dunstalfnage, pues no pudo encontrar ni una sola persona del
clan de los MacDougall que no la defendiera. Estar al corriente de su bondad
consiguió que sus remordimientos se volvieran cada vez más insoportables, al
tener la certeza de que había cometido la injusticia de juzgarla sin haberle
dado la oportunidad de defenderse.
Para su consternación también se enteró de que Sheena había sufrido los
abusos de su esposo desde el principio de su matrimonio; hacía algo más de un
año, e incluso en más de una ocasión le aseguraron que la violencia del
MacDougall casi siempre recaía sobre ella al creerla estéril, llegando incluso
a amenazarla de muerte.
Comprendió en ese instante que Sheena era inocente de sus acusaciones,
pues un hombre que trataba de esa manera tan lamentable a su esposa, jamás la
haría cómplice de sus planes al creerla insignificante.
También se percató de lo terrible que debió ser vivir con miedo ante la
constante amenaza de muerte de su marido, y cómo debió haber cambiado su
vida cuando se vio sometida a las vejaciones de un hombre sin compasión.
Haber descubierto estos detalles de ella la hizo ver como a una mujer
indefensa, que tras verse libre de su maltratador, había acabado en sus manos
y ahora se encontraba encerrada en una mazmorra por su negligencia.
La culpa que experimentó ante su injusticia le hizo sentirse
despreciable, creciendo esta sensación con cada hora que pasaba hasta
hacerse insoportable. El anhelo de protegerla, de pedirle perdón y de saber
que se encontraba bien también fue creciendo en su interior, llegando a
sorprenderle que pudiera notar algo así por una mujer a la que apenas conocía,
y que hasta hacía poco odiaba al considerarla su enemiga.
Sabía que aún quedaban muchas cosas por hacer en el castillo de los
MacDougall antes de que pudiera marcharse, pues era prioritario para que no
hubiera más enfrentamientos entre ellos que pusiera orden y disciplina en el
clan. Sin embargo necesitaba irse lo antes posible para ser él mismo quien
pusiera fin al cautiverio de la dama, al no soportar por más tiempo sus
sentimientos de culpabilidad.
Fue tras pasar la segunda noche en vela cuando se le ocurrió la manera
de poder marcharse sin que hubiera graves consecuencias, al dejar a cargo del
castillo a un hombre de su total confianza. Sabía que un buen puñado de sus
guerreros estaban más que preparados para esa función, y fue esa certeza lo
que le convenció para marcharse con los primeros rayos del sol.
Solo esperaba que esos dos días que había tardado en descubrir su error
no hubieran hecho mucha mella en ella, pues no soportaría sobre su conciencia
que Sheena hubiera sufrido privaciones innecesarias, o alguna forma de
humillación o tortura.
Convencido había partido con una pequeña comitiva una vez que hubo
tomado la decisión, y sin apenas descansar, había tratado de llegar cuanto
antes a Inveraray, aunque mucho se temía que las horas iban en su contra al ser
más rápidas que su montura.
Con la tarde ya avanzada y su destino a la vista, Malcom agradeció
haber llegado antes de que su fiel caballo reventara o alguno de sus hombres
cayera exhausto, pues sus remordimientos unido al temor de cómo había sido
tratada, le estaban consumiendo por dentro impidiéndole incluso respirar, y le
habían hecho precipitarse a galope por esas tierras para llegar cuanto antes.
Por eso una vez que tuvo ante él su castillo no aminoró la marcha, y
entró a medio galope en Inveraray consiguiendo que las gentes que ocupaban
el patio se volvieran para mirarle extrañadas, teniendo que apartarse a toda
prisa para no ser atropelladas por los caballos.
Saber que estaba tan cerca de ella hizo que su corazón comenzara a latir
a toda prisa, y aunque se encontraba exhausto tras un viaje tan precipitado y
sin descanso, su ansiedad le impidió tomarse un respiro, pues esta había
aumentado hasta hacerse casi insoportable.
Sintiendo las pulsaciones a mil por hora desmontó de forma ágil de su
montura, para inmediatamente después subir por las escaleras que conducían
al interior de la torre del homenaje, mientras llamaba a gritos a Blair pidiendo
que le informara sobre la prisionera que llevaba días encerrada.
—¡Laird! —exclamó sorprendido Blair cuando llegó hasta él, ya que no
esperaba que su señor llegara tan pronto de las tierras de los MacDugall.
Temiendo que hubiera ocurrido algo importante durante su ausencia en
Dunstalfnage, Blair preguntó mientras se esforzaba por seguir los pasos de su
señor por el interior del pasillo.
—¿Ha sucedido algo? ¿Nos han atacado?
—¿Dónde está ella? —preguntó inquisitivo sin responder a sus
preguntas.
Durante unos segundos Blair se quedó en blanco al no saber de quién se
trataba, hasta que al comprender que estaba recorriendo el largo pasillo que
llevaba a las mazmorras comprendió que se refería a la dama.
—La dejé en la mazmorra como me indicasteis.
—¿Y cómo está? —siguió interrogando Malcom sin detenerse ni
siquiera a mirarle, pues a cada paso que daba y el aire se hacía más asfixiante,
más lamentaba haberla mandado encerrar en ese lugar en vez de en un cuarto,
como correspondía a una dama de su posición.
Al ver que Blair no le contestaba, y al haber llegado a una enorme
puerta de madera que estaba cerrada, Malcom aprovechó para girarse y
mirarle a la cara al necesitar con urgencia saber qué era eso que tanto le
estaba costando decirle, aunque una voz en su interior le indicaba que su
silencio se debía a que sus temores se habían hecho realidad y la mujer estaba
en una situación lamentable.
—Me he acercado a preguntar por ella cada día, pero desde que la
encerramos no he conseguido verla.
Contemplándole extrañado al no entender qué le habría podido impedir
que velara por ella como le había ordenado, Malcom estuvo a punto de
exigirle explicaciones, hasta que reparó en la mirada de reproche de su amigo
y solo pudo apartar la mirada al sentirse no solo culpable, sino también
avergonzado.
Reconocía que estaría cometiendo otra injusticia si culpaba a Blair por
la situación de la dama, cuando el único culpable de lo sucedido era él, al
haber sido quien había ordenado su cautiverio. Sin ser capaz de decir ni una
sola palabra de reproche Malcom abrió la puerta con un genio de mil
demonios, no contra Blair al no haberla cuidado, sino consigo mismo por
haber sido tan impulsivo y haberla impuesto un castigo tan desproporcionado.
A grandes zancadas; y siendo un auténtico milagro que no se cayera por
la estrecha y húmeda escalera, Malcom avanzó decidido hasta que llegó a una
pequeña recámara, encontrándose ante él con cuatro celdas cerradas y sumidas
en una oscuridad y un frío escalofriante. Pero fue el fétido olor que notó nada
más llegar lo que le hizo retroceder un paso, mientras en un acto reflejo se
llevaba una mano a la boca para poder respirar sin sentir la urgencia de
vomitar.
—Pero… —quiso protestar por las condiciones higiénicas en que se
encontraban, aunque sabía que como señor de ese lugar él era el único
responsable.
Solo con imaginarse a Sheena soportando este nauseabundo hedor a
Malcom se le retorció el estómago, jurando en ese mismo instante que jamás
volvería a ser tan irreflexivo en sus acusaciones, pues con ello solo había
conseguido hacer sufrir a una mujer inocente.
—Laird, ¿en qué puedo ayudarle?
La voz del carcelero le devolvió a la realidad, y a un estado de rabia
absoluta cuando lo vio salir de una celda colocándose bien el Kilt[9].
Malcom no quería saber qué podría estar haciendo ese hombre de
aspecto tan asqueroso en el interior de una celda, y sobre todo, no quería
averiguar si esta era en la que Sheena se encontraba, pues de ser así
enloquecería solo de imaginarse que podría estar haciendo ese hombre a solas
con ella para salir colocándose las ropas.
El carcelero debió percibir el camino que los pensamientos del laird
estaban tomando, o quizá vio la furia que se estaba formando en sus ojos, pues
en seguida se dispuso a darle una explicación.
—Estaba orinando en una de las celdas vacías, suelo hacerlo en ese
lugar al tener que estar tanto tiempo aquí metido.
Sin querer escuchar más comentarios de ese hombre; que más bien
sonaban a reproche, Malcom se giró para mirar las tres puertas que estaban
ante él, aunque parecía que solo dos de ellas estaban realmente cerradas.
—¿Cuál es la celda de lady MacDougall?
El carcelero no mostró ninguna sorpresa al escucharle, pues ya se había
imaginado que un hombre tan importante como él no bajaría a ese lugar si no
era por un buen motivo. Siendo evidente la ansiedad de su señor, el carcelero
no quiso provocar su cólera y le respondió con prontitud.
—Es esta de aquí, mi laird —le señaló de forma sumisa la que tenía
justo enfrente.
—Ábrela inmediatamente —le ordenó mientras se acercaba de forma
apresurada a la puerta que le señalaba.
Sin perder ni un segundo el carcelero cogió unas llaves que llevaba
colgadas de su cinturón, y siendo evidente su nerviosismo comenzó a buscar la
que correspondía a esa cerradura.
A cada segundo que pasaba la paciencia de Malcom disminuía de forma
alarmante, y mucho se temía que si ese hombre tardaba un segundo más
acabaría lamentando el día en que había nacido.
—Aparta —le ordenó Malcom cuando el carcelero metió la llave
correcta en la cerradura, ya que su impaciencia le impidió seguir esperando a
que esa grotesca criatura terminara, y apartándolo sin miramientos fue él quien
acabó abriendo la puerta.
Nada más abrirse el olor que salió de ese lugar le hizo retroceder un
paso, haciendo que la escasa luz que procedía de la sala donde se encontraban
iluminara tenuemente la pequeña celda, ya que esta había permanecido en la
más completa oscuridad hasta la llegada de Malcom.
Pero lo peor de todo no fue saber que Sheena había estado encerrada en
la más absoluta negrura, sino ver como su cuerpo estaba acurrucado en un
rincón apenas tapado con una manta, mientras las ratas corrían de un lado para
otro sin que ella les prestara atención.
Durante unos segundos al verla ahí tumbada y quieta en esas
condiciones se temió que estaba muerta, hasta que notó cómo se movía para
levantar un poco la cabeza. Fue entonces cuando una voz débil salió de la
boca de la mujer, teniendo que hacer auténticos esfuerzos para poder
escucharla.
—Agua
La furia que sintió correr por su cuerpo hizo que estuviera a punto de
coger al carcelero para romperle cada hueso de su cuerpo a golpes, pero Blair
se le adelantó al agarrar a ese hombre de la camisa para después empujarle
contra la pared mientras le gritaba colérico:
—Dijiste que estaba durmiendo. Que acababa de comer y de asearse.
—Y así ha sido —trató de defenderse el carcelero a pesar de que era
evidente que estaba mintiendo, pero sin querer admitir su error pues sabía que
podía costarle la vida.
Se le veía tan asustado ante la mirada acusatoria de Blair que este sintió
asco por él, pues a pesar de su gran tamaño y de ser un Campbell ahora
parecía más bien un niño asustado; algo que era lamentable para cualquier
Highlander que se considerara un hombre.
Queriendo respuestas Blair le empujó sin miramientos contra la pared,
consiguiendo que este se golpeara la cabeza y soltara un lamento mientras
Blair le preguntaba:
—Entonces, ¿cómo es que está medio muerta?
Escuchar esas palabras de boca de su amigo consiguió que Malcom se
estremeciera y volviera a la realidad, al no haberse percatado hasta ese
momento de que se había quedado petrificado ante la puerta de la celda.
Intentando controlar su cuerpo, pues este apenas le respondía a causa
del temor que experimentaba, avanzó despacio hacia Sheena sintiendo por
primera vez en su vida un dolor en su pecho tan intenso, que creyó que el
corazón se le pararía en cualquier momento, mientras escuchaba como el
carcelero farfullaba una respuesta apenas inteligible.
Sin querer saber más de ese hombre que había cometido esa atrocidad y
solo soltaba mentiras, Malcom le dijo a Blair sin dejar de avanzar hasta estar
ante Sheena.
—No quiero volver a verle. Haz que salga de mis tierras o juro por
Dios que lo mataré con mis propias manos.
Después de dar esa orden todo lo que sucedió a su alrededor dejó de
tener importancia, pues en ese instante ante el cuerpo de Sheena solo estaba él,
su dolor y sus remordimientos.
Agachándose despacio, como si no quisiera asustarla, Malcom se
arrodilló quedando ante los ojos de ella que le miraban asustados y en alerta,
como si estuviera regulando si era un peligro o si por el contrario había ido en
su ayuda.
—No voy a haceros daño —le aseguró en un susurro, como si ante él no
hubiera un ser humano sino un animalillo aterrorizado.
—¿Quién sois? —le preguntó Sheena al no poder ver con claridad la
cara que tenía ante ella, aunque su voz sí creyó haberla escuchado antes.
Por un instante Malcom dudó si decirle la verdad, pues estaba seguro de
que cuando lo supiera no querría ni que la tocara, pero era preciso que la
sacara cuanto antes de ese lugar. Además, él era el único responsable de lo
que le había sucedido, y había llegado el momento de que pagara su culpa,
aunque le costara ver en los ojos de esa mujer el odio que seguro sentiría al
saber su identidad.
—Soy Malcom Campbell, y he venido a sacaros de aquí.
El silencio que siguió ante su presentación no era lo que se había
esperado, pues había imaginado que le pediría a voces que la dejara en paz o
que le diera explicaciones. Pero cuando se fijó mejor, ya que la luz en la celda
era escasa, se dio cuenta de que sus ojos le miraban fijamente, y en vez de
palabras incriminatorias eran sus lágrimas las que hablaban.
Ver el dolor reflejado en ese rostro tan dulce y hermoso que le había
perseguido durante días le hizo sentirse como un monstruo sin corazón ni
sentimientos, y por primera vez en su vida bajó la cabeza avergonzado por
algo que había hecho.
Hubiera preferido mil veces que le hubiera golpeado o insultado, ya que
ver esas lágrimas surcando su rostro le había dañado con más intensidad que
mil espadas.
—Os pido perdón. Yo…
—Solo sacadme de aquí —le interrumpió ella, para después intentar
levantarse del suelo por sí misma.
Se sentía tan agarrotada después de haber pasado las más de cincuenta y
cinco horas de cautiverio encogida en el suelo para protegerse de las ratas y
del frío, que notaba cientos de pinchazos en sus piernas y como estas apenas la
sostenían. Y es que el frío había sido tan intenso y continuado, que no había
podido dejar de temblar de forma compulsiva hasta que cada músculo de su
cuerpo le dolió y solo le quedó resignarse.
Al ver Malcom el estado tan lamentable en que se encontraba no dudó
en acercarse para sostenerla, ya que era evidente que si no recibía ayuda se
caería en cualquier momento. Verla en esas condiciones hizo que sus
remordimientos se acentuaran, ya que jamás hubiera imaginado que ese lugar
fuera tan lamentable.
Pero la verdad es que Malcom ni sospechaba el calvario que Sheena
tuvo que soportar, pues solo en dos ocasiones el carcelero le había llevado un
trozo de pan duro, y la única vez que le llevó agua se la había tirado a la cara
cuando se había negado a hacerle una felación con la boca.
Después de eso la había golpeado hasta dejarla casi inconsciente, por lo
que apenas se enteró cuando Blair bajó a verla la primera mañana de su
encierro, y el carcelero no le dejó verla alegando que había pasado una mala
noche y ahora, tras comer, estaba descansando y era mejor que no se la
molestara.
A Sheena le hubiera gustado llamar la atención del lugarteniente cuando
fue a verla para que supiera de las malas condiciones en las que se
encontraba, pero en las dos ocasiones en las que fue a visitarla, se sentía tan
aturdida por los golpes y tan débil por la falta de comida y por el frío, que no
pudo hacer o decir nada.
Por eso ahora, al ver a Malcom tan enojado por la forma en que había
sido tratada se sorprendió, pues había imaginado que él sabía en qué
circunstancias se encontraba; y cómo el carcelero se estaba aprovechando de
su situación, ya que como laird tenía que estar al corriente de todo lo que
sucedía en sus tierras.
Desde que la habían dejado encerrada en esa celda fría y a oscuras
había creído que ese hombre, cuya mirada le había dejado sin palabras nada
más conocerle, era en realidad un monstruo parecido a su esposo al haberse
comportado de una manera tan despreciable.
Pero lo que más le asombró fue ver el pesar marcando su rostro, y unos
ojos que le pedían perdón por haberle causado tanto sufrimiento. Fue entonces
cuando se percató del cuidado con que la sostenía para impedir que se hiciera
daño, y cómo al ver que sus piernas no le respondían la cogía entre sus brazos
para impedir que se cayera.
Su aturdimiento era tal, que cuando la tuvo pegada a su cuerpo Sheena
no sabía si sentirse feliz al saber que la sacaría de ese lugar en cuestión de
segundos, o si reprocharle la forma tan despreciable con que había sido
tratada, negándose a que la tocara como muestra de su desagrado.
Pero se sentía tan bien en sus brazos, después de tanto tiempo sobre el
duro suelo, que se dejó llevar por la sensación de calor que emanaba de él y
por el confort que representaba sus cuidados, olvidándose de que era su
enemigo y de que ella era su prisionera.
Por su parte Malcom se sentía el hombre más despreciable de la tierra
al sacarla de la celda y ver cómo se encontraba, pues era innegable que había
sido golpeada en repetidas ocasiones, además de no haber sido cuidada
apropiadamente al ser obvio que había perdido peso y que todo su cuerpo
estaba sucio y dolorido.
Notando una rabia tan profunda que de buena gana hubiera matado al
carcelero, se dijo que lo primero era llevar a lady MacDougall a un lugar
caliente y seguro, para después, si aún encontraba a ese hombre en su castillo,
de buena gana darle su merecido castigo haciéndole pasar por lo mismo.
Suspirando la acercó más a él notando que apenas pesaba, y cuando ella
visiblemente cansada apoyó la cabeza en su pecho, la sensación de cobijarla
en sus brazos le hizo sentir de maravilla.
Sin querer permanecer por más tiempo en ese lugar tan desagradable la
sacó de las mazmorras a paso acelerado, sin pararse ni un segundo para
asegurarse de que nadie la viera en esas circunstancias, pues en ese caso los
rumores sobre ella empezarían a extenderse por todo el castillo en cuestión de
segundos.
Quizá si no la hubiera encontrado en esas condiciones Malcom hubiera
actuado de otra manera, pero en cuanto la había visto tan desamparada había
dejado de pensar, y solo le importó sacarla cuanto antes de ese lugar tan
desagradable sin importarle las habladurías.
Ese fue el motivo por el que el laird cruzó por el gran salón con una
desconocida entre sus brazos, mientras todos los presentes; ya fueran
sirvientes o soldados, se les quedaban observando perplejos y se apartaban a
su paso.
El silencio que se extendió tras su llegada solo fue comparable a la
confusión que expresaban los numerosos ojos que los contemplaban, y al
estallido de murmullos que se produjeron en la sala cuando subió por las
escaleras en dirección a sus aposentos.
Todos los Campbell ahí presentes comenzaron a especular sobre quién
podía ser la dama que su señor portaba entre sus brazos, aunque los más
espabilados enseguida unieron los hilos, y llegaron a la conclusión de que la
mujer que hacía unos días había sido encerrada por Blair en las mazmorras,
era ahora liberada por su laird.
Con un jugoso chisme que compartir en cuestión de segundos la
identidad de la dama fue el único tema de conversación, aunque unos pocos no
tan curiosos prefirieron acompañar a su señor por si los necesitaba.
A Malcom no le hizo falta mirar hacia atrás para saber que algunas de
las doncellas le seguían, no solo por curiosidad sino porque comprendían que
les necesitarían, por lo que Malcom agradecido por su preocupación
aprovechó para dar algunas órdenes.
—Avisen a mi tía, díganle que la necesito en mi recámara de inmediato.
No fue necesario que Malcom comprobara si le habían obedecido, pues
sabía que su gente era muy eficiente y jamás desatenderían ninguno de sus
mandatos. Convencido de ello siguió adelante con paso decidido, hasta que
paró al encontrarse ante la puerta abierta de su recámara.
Entrando con cuidado en ella Malcom comprobó al mirarla a la cara que
Sheena se había quedado dormida, sintiendo una enorme tristeza al verla tan
desamparada entre sus brazos, y más sabiendo que ahora se había quedado
sola en el mundo.
Por alguna extraña razón sintió unas ganas enormes de besarla,
sorprendiéndole que con solo verla tan desprotegida y maltrecha sus
sentimientos por ella hubieran cambiado tanto.
Sin querer pensar más en ello llegó a la cama, y con suma ternura la
depositó sobre esta como si fuera una criatura etérea que ante el mínimo toque
podría desvanecerse. Con todo el cuidado que las manos recias de un curtido
guerrero podrían demostrar, colocó su cabeza sobre la almohada sintiendo
como sus cabellos, a pesar de su suciedad, eran de una suavidad tan exquisita
que de buena gana se hubiera pasado tocándolos todo el día.
Sin poder evitarlo los ojos de Malcom vagaron por el rostro de la mujer
mientras esta descansaba en su cama, observando con fascinación cada tramo
de su rostro, de sus carnosos labios y de sus largas pestañas.
—Te pondrás bien —le susurró mientras su mirada se perdía en ella,
deseando con todas sus fuerzas poder acariciarla para así comprobar si su piel
era tan suave como parecía.
—¡Por San Cristóbal! ¿Qué está pasando aquí?
La voz de su tía Elsbeth le sacó de sus cavilaciones, devolviéndole a la
realidad a paso acelerado.
La pobre mujer que ya estaba entrada en años; aunque no en carnes,
parecía histérica tras ver a Sheena, pues sin ningún miramiento empujó a
Malcom a un lado para acercarse a esta y comprobar cómo se encontraba.
—Pero, ¿qué le habéis hecho a esta pobre muchacha?
—Yo…
—¡Fuera de aquí! —Empezó a decirle mientras le empujaba hacia la
puerta enfadada—. Necesitamos espacio y que se marchen todos los hombres.
Al escuchar este último comentario Malcom se giró, comprobando que
tras él había un gran número de sus guerreros y de criadas que lo observaban
todo sin perderse detalle.
—¡He dicho fuera! —continuó enérgica, sorprendiendo a los presentes
pues era la primera vez que la veían tan alterada.
Y es que tía Elsbeth era una mujer dulce y sobre todo despistada a la
que procesaban un auténtico cariño, siendo especial para Malcom al ser la
única pariente viva que le quedaba. Había permanecido soltera al no haber
encontrado marido en su juventud, y se había ocupado de su padre, sus
hermanos y de él, así como de lo referente al castillo, cuando su madre había
fallecido hacía ya cuatro años.
Desde entonces su tía había sido como una bendición, pues su espíritu
alegre y sincero había conseguido que todos la apreciaran y se olvidaran de
algunas de sus excentricidades, como era comer siempre en su cuarto o dejarse
los cabellos grises sueltos el día uno de cada mes, así como vivir inmersa en
su propio mundo de fantasía.
Sabiendo que tenía razón al echarlos de ahí, pues era lógico que
necesitaran intimidad para adecentarla, Malcom les lanzó una mirada que
estos entendieron sin necesidad de palabras. En solo unos segundos él se
convirtió en el único hombre de la recámara, al haber creído que la orden de
su tía no iba destinada a él sino a los demás.
Complacido con el resultado Malcom se volvió para hablar con su tía y
pedirle que le avisara cuando Sheena estuviera presentable, pero lo que se
encontró fue a la mujer que le miraba cruzada de brazos y con una expresión
de enojo que en otras circunstancias le hubiera hecho gracia.
Ver a la anciana ante él haciendo de barrera, cuando apenas le llegaba a
los hombros le hizo desear abrazarla, hasta que esta sacó ese mal genio que
apenas mostraba y comenzó a empujarle sin contemplaciones para sacarle del
cuarto.
—Tú también jovencito, fuera de aquí.
Escuchando tras de sí las risas divertidas de las criadas al ver como la
pequeña y delgada tía Elsbeth conseguía echar a un guerrero con la
corpulencia de un toro, solo pudo suspirar sabiendo que tenía la guerra
perdida, pues aunque no quisiera acabaría esperando fuera.
—Y ahora necesito que busquéis a la curandera y me traigáis la bañera,
agua caliente, ropa, comida, bebida… —fue lo último que escuchó Malcom
cuando su tía lo echó.
Mirando la puerta cerrada de su recámara no pudo evitar sentirse mejor,
pues sabía que su hermosa prisionera estaba en buenas manos, y que a partir
de ahora las cosas serían distintas para ella.
Se dijo que cuando estuviera preparada hablaría con ella para pedirle
disculpas, convencido de que le perdonaría al haber sido todo un terrible
malentendido. Comprendía que al principio la mujer se mostrara hostil y le
pidiera una compensación, pero estaba seguro que negociando podrían llegar a
un acuerdo.
Pensó que sería una buena manera de empezar con las disculpas
ofreciéndole su hospitalidad, hasta que se encontrara recuperada y pudiera
regresar a su clan con una escolta que él mismo le ofrecería, aunque por algún
motivo este plan no terminó de gustarle.
Sin querer averiguar por qué le molestaba tanto asumir que ella
terminaría marchándose, decidió que ese tema quedaba zanjado por el
momento, y otra vez con un humor de mil demonios fue en busca de Blair para
que le explicara cómo había sido tan negligente con Sheena, ya que le había
dejado bajo su cuidado.
Aunque una vocecita no dejó de insistirle que el único culpable de todo
era él, atormentándole hasta que su genio se volvió insoportable.
CAPÍTULO 6

Somnolienta Sheena se estiró en la cama después de haber dormido


durante lo que le parecieron días, hasta que sus músculos doloridos le hicieron
abrir los ojos, y sorprendida, descubrió que ya no se encontraba en la celda
sino en una cama acogedora que la mantenía caliente y segura.
Su primera reacción fue de pánico al no acordarse de cómo había
llegado a ese lugar, hasta que poco a poco el recuerdo de lo sucedido desde su
llegada al castillo de los Campbell volvió a su mente. La imagen del hombre
que la había mandado encarcelar se empezó a formar en su cabeza,
quedándose paralizada cuando evocó lo débil que había sido al haberse
dejado llevar entre sus brazos.
En pocos segundos la angustia de no saber dónde se encontraba fue
sustituida por una creciente furia, aunque para ser sincera no sabía si estaba
más enfadada consigo misma al no haberse enfrentado a él, o si lo estaba con
el Campbell al haber sido tan injusto con ella.
Un extraño ruido procedente de su lado izquierdo hizo que en el acto
girara la cabeza en esa dirección, encontrando ante ella a una anciana que
dormía en lo que parecía una mecedora. Llevaba los cabellos canos
despeinados y la cabeza inclinada hacia atrás, así como el cuerpo tan relajado
que tenía las piernas espatarradas y los brazos caídos a ambos lados de su
cuerpo.
Al verla Sheena se imaginó que la anciana había sido la encargada de
cuidar de ella, y sonrió al comprobar que el ruido que había escuchado era en
realidad unos singulares ronquidos, que parecían mitad silbidos y mitad
murmullos, y que salían de su boca abierta y su garganta reseca.
En otras circunstancias a Sheena le hubiera parecido gracioso la postura
de la mujer, pero sabía por experiencia que al despertarse tendría un horrible
dolor de cuello y de espalda. Sintiendo pena por la anciana no supo si
despertarla, hasta que el sonido de sus tripas al rugir de hambre le hizo
decidirse.
No había pasado ni un segundo desde que había tomado esa decisión
cuando la anciana aún dormida se atragantó con su propia saliva,
despertándola en el acto una tos persistente que consiguió levantarla de forma
precipitada de la mecedora.
—¡Por San Nicholas! ¡Qué puñetas…! —Comenzó a gritar, hasta que se
dio cuenta de que Sheena la contemplaba con los ojos como platos—. ¡Oh,
querida! ¡Estás despierta!
El repentino cambio de voz de la mujer al pasar de enfadada a dulce
consiguió que Sheena no aguantara por más tiempo la sonrisa, y esta se viera
en su cara llenándola de una luz que hacía días que no mostraba. El genio que
manifestó tener la desconocida le recordó al de Glinis, y se preguntó qué
habría sido de su gente a manos de ese Campbell sin corazón.
Pensar en su clan y lo que había pasado hizo que se preguntara dónde se
encontraba, pues era evidente que estaba en una recámara para invitados al ser
amplia, limpia, y a pesar de ser austera, tener lo necesario para ser cómoda,
aunque lo que más la inquietaba era saber si aún permanecía en el castillo de
ese hombre, y si era así, qué iba a ser ahora de ella.
—¿Dónde estoy? —le preguntó a la mujer que por sus ropas elegantes y
bien cuidadas debía ser alguien importante en ese lugar.
—Estáis en Inveraray, en la estancia del laird.
Ante esa contestación que no se esperaba Sheena se puso rígida al
sentirse desconcertada, pues le resultaba imposible creer que ese hombre sin
sentimientos la mandara al calabozo un día, y después la cobijara, no solo en
su propio techo, sino en su propia alcoba.
Sabiendo que no podía esperar nada bueno del Campbell enrojeció de
rabia, ya que el único motivo que se le ocurrió para que la hubiera llevado a
esa estancia, era para tenerla a su merced.
Pasando de la furia a la indignación y luego a la vergüenza por la que
pudiera pensar la anciana Sheena se tapó con la sábana hasta la barbilla,
dándose cuenta por primera vez que no llevaba sus ropas.
—¿Y mi vestido? —quiso saber enfadada al apartar la sábana y
comprobar que llevaba un suave y cómodo camisón blanco.
—¿No recuerda cuando Malcom le trajo en brazos y le dimos un baño?
Nada más escucharla recordó la imagen de la mirada penetrante de ese
hombre tan enigmático, y como esos ojos grises le suplicaron perdón y
arrepentimiento por su comportamiento. Le vino también el momento en que
orgulloso se presentó como Malcom Campbell, y sintiéndose completamente
perdida, se quedó pensativa al no saber qué creer de ese guerrero que pasaba
sin aviso de la brutalidad a la ternura.
Al ver la anciana la cara de asombro que puso la muchacha recapacitó
sobre lo que había dicho, y llegó a la conclusión de que había malinterpretado
sus palabras.
—No es que el laird me ayudara a bañarte ya que eso no sería muy
correcto y yo no lo hubiera permitido. Fue una criada la que me ayudó a
desnudarte y meterte en la bañera, después de que echara a Malcom de la
habitación. El pobre quería quedarse para asegurarse de que te encontrabas
bien, como es natural en él al ser un joven tan servicial, pero como
comprenderás no era apropiado que permaneciera en la recámara mientras te
preparábamos.
Asombrada, Sheena se quedó mirando a la anciana, pues la mujer
apenas había parado para coger aire desde que había comenzado a hablar, y
era tan rápida su cháchara, que si no estabas atenta te perdías lo que te estaba
diciendo.
Aunque más sorprendente fue que su explicación no acabara ahí, y tras
agacharse para recoger su costura, la cual se había caído al suelo mientras
dormía, siguiera parloteando sin descanso.
—Pero no debes preocuparte por Malcom, estoy segura de que en
cuanto sepa que estás despierta vendrá a verte y podrás darle las gracias. El
pobre lleva toda la mañana asomándose para saber cómo te encuentras, y
seguro que se alegrará cuando vea por sí mismo que ya no estás dormida.
La anciana cesó con su palabrería durante unos segundos para mostrarle
una amplia sonrisa, logrando que Sheena sospechara que la mujer no sabía
nada de su cautiverio. Confundida ante esta idea, pues era algo que parecía
imposible que sucediera, se preguntó cuántas personas más del castillo se
habrían enterado de su desgracia, y sintió curiosidad por saber cómo
reaccionarían cuando la vieran.
Pero lo que más le sorprendió fue que el laird mostrara tanto interés en
ella, aunque tras pensarlo por un momento llegó a la conclusión de que, como
había imaginado, se había dado cuenta de su error y ahora estaba arrepentido.
Sintiéndose complacida con ese pensamiento sonrió, y se preguntó si debía
perdonarle por el bien de ambos clanes, como en un principio había creído, o
si por el contrario debía hacerle sufrir para castigarle por su comportamiento
tan inapropiado.
Sumida en sus cavilaciones no se percató de que la anciana había
comenzado a hablar, y solo cuando comprendió que estaba diciendo algo
referente a ella prestó atención.
—… ¿Cómo no me iba a hacer ilusión tener a una invitada entre
nosotros? al fin y al cabo hace mucho que nadie viene a visitarnos y echaba de
menos conversar con otra dama. —Le dijo mientras la recostaba y le colocaba
las sábanas.
Mientras la escuchaba Sheena se preguntó qué le habrían contado a esa
pobre mujer, y se dijo si debía interrumpirla para aclararle que no era ninguna
invitada sino una prisionera. Pero la anciana parecía que aún no había
terminado de hablar, pues se sentó a su lado en la cama y siguió conversando
sin dejar que Sheena interviniera.
—Claro que hay más mujeres en Inveraray, pero la mayoría son criadas
que apenas tienen tiempo para perderlo con una pobre anciana, y no puedo
contar como dama a Alice —e inclinándose hacia Sheena le susurró como si
fuera un secreto del que no quería que nadie se enterase, a pesar de estar las
dos a solas en la recámara—: Es la querida del laird y como comprenderás no
estaría bien que hablara con ella. Además, no estoy segura de que sea
apropiado y tampoco me agrada su compañía.
A Sheena le extrañó la confianza que le mostraba la anciana, pues
parecía como si no entendiera que no debía contarle esas cosas, aunque más le
asombraba que la tuteara como si fueran parientes, comprendiendo que debía
sentirse muy sola si la consideraba como una compañera.
Justo estaba a punto de darle las gracias por sus cuidados y de ofrecerse
a hacer sus tardes más amenas, cuando la anciana continuó hablando sin darle
la oportunidad de pronunciar ni una sola letra.
—Esa Alice es toda una descarada que no tiene sentido del honor, ya
que va por el castillo creyéndose la dueña, como si ser una cualquiera le diera
algún derecho sobre Malcom. Pero te digo que un día de estos se va a
encontrar con una sorpresa que no le va a alegrar en absoluto —soltó
acompañando sus palabras de una sonrisa—. Sé que no debemos hablar mal
de nadie, no es cristiano, y podríamos hacer enfadar al padre Ronald, pero esa
desvergonzada consigue enfurecerme como nadie.
Soltando un suspiro la anciana por fin calló, hasta que Sheena saturada
con tanta información no deseada se propuso contestarle.
—En ese caso será un placer ofrecerme para acompañarla…
—Te lo agradezco querida. La verdad es que me paso la mayor parte del
tiempo hablando sola, y me resulta complicado conversar con desconocidos al
no saber qué decirles. Como habrás comprobado soy una persona muy discreta
y tímida que apenas habla —soltando otra risita continuó diciendo sin casi
tomar aliento—: Aunque mis sobrinos siempre me regañan porque no les dejo
participar en la conversación, pero como has visto es muy fácil dialogar
conmigo, ¿verdad?
Sin poder hacer otra cosa Sheena simplemente asintió, mientras la
anciana le daba unas palmaditas en el muslo como si fuera una mascota y la
estuviera recompensando por ser buena.
—Eres encantadora. Desde el primer momento que te vi supe que nos
llevaríamos muy bien, aunque no me explico cómo…
En ese momento alguien llamó a la puerta interrumpiéndola,
consiguiendo que Sheena agradeciera a los cielos la distracción, pues ya
estaba empezando a dolerle la cabeza con la cháchara inagotable de la
anciana.
No fue hasta que recordó que esta le había comentado que el laird se
había pasado por la recámara preguntando por ella, cuando pensó que tal vez
sería él quien estaba golpeando la puerta. Solo con imaginárselo se
estremeció, al advertir que tendría que soportar a ese hombre tan insufrible en
camisón y sin poder retirarse a ningún sitio.
—¿Esperas a alguien?
La pregunta de la anciana la dejó confundida, ya que ella era la que
acababa de despertarse en un lugar extraño y en medio de desconocidos. Fue
entonces cuando empezó a atar los cabos, y se percató de que a la pobre
anciana no debía funcionarle muy bien la cabeza.
Suspirando se resignó a un destino que la obligaba a estar rodeada de
Campbell, que para colmo estaban locos, y simplemente negó con la cabeza a
modo de contestación, al mismo tiempo que no podía quitar la mirada de la
puerta al temer que por ella apareciera el Campbell en cualquier instante.
—¿Puedo pasar?
La aparición de un muchacho asomando la cabeza hizo que Sheena diera
un suspiro, pues estaba convencida que no hubiera soportado en esos
momentos enfrentarse al laird y a lo que seguro sería un interrogatorio.
—Jamie querido, qué bien que hayas venido a vernos —indicó la
anciana mientras se levantaba y se le acercaba.
—He venido a avisarla de que la están buscando en el gran salón, ya
que hay algún problema y necesitan de su astucia para solucionarlo —señaló
el muchacho empujando disimuladamente a la anciana hacia la puerta, siendo
evidente que lo que en realidad pretendía era deshacerse de ella.
—Entonces es mejor que vaya cuanto antes, no vaya a ser que suceda
una desgracia y llegue demasiado tarde para solucionarlo —ya se dirigía
resuelta hacia la puerta, cuando de pronto se giró, y mirando con afecto a
Jamie le preguntó—: ¿Te quedarás cuidando a la invitada hasta que regrese?
—Por supuesto, para mi será un placer acompañar a la dama —le
contestó mientras miraba a Sheena y le guiñaba un ojo.
Fue al ver ese gesto, el cual inmediatamente después acompañó con una
sonrisa, lo que hizo darse cuenta de que había estado en lo cierto al pensar que
su llegada era una estrategia para alejar de ella a la anciana.
A Sheena le agradó su rostro jovial y sincero, más aun cuando con su
guiño le hizo entender que en él tendría a un amigo y no a un adversario.
Además, al mirarle detenidamente se percató de que sus rasgos le eran
familiares, pero por mucho que intentó recordar no lograba averiguar donde lo
había visto antes.
El joven era sin duda muy apuesto con su cabello negro y su porte
elegante pero corpulenta, pues aunque solo era un adolescente, ya se notaba
que en pocos años rompería los corazones de todas las muchachas que
conociera.
Solo cuando se fijó mejor en sus ojos se quedó perpleja, pues esa
mirada tierna que le regaló le recordó a la del hombre que la había convertido
en su enemiga, aunque la de Malcom fuera gris y la del muchacho fuera como
la de un cielo en plena tormenta.
Era tal su consternación que ni siquiera advirtió cuando la anciana se
marchó, ni cuando el joven se acercó para pasar a contemplarla
detenidamente.
—No tiene apariencia de demonio. De hecho diría que parece todo lo
contrario.
Temiendo que todos los Campbell estuvieran locos, suspiró, al temerse
otra conversación que no le interesaba en absoluto y solo conseguiría que le
aumentara el dolor de cabeza.
—Lo digo porque siempre me han dicho que los MacDougall son unos
demonios y vos sois el primero que veo.
Al entender su comentario Sheena no pudo evitar reír, pues la frescura
de ese joven le agradó en el acto.
—A mí también me aseguraron que los Campbell eran demonios, aunque
en mi caso estoy dudando de si es cierto.
La carcajada que él soltó hizo que ella se relajara y también sonriera,
dándose cuenta de que debía ser más joven de lo que en un principio había
creído.
—Si lo dice por mi tía Elsbeth no tiene por qué temerla, es verdad que
habla hasta cuando duerme, pero por lo demás solo es un poco excéntrica.
La ceja alzada de Sheena le aseguraba que no estaba muy convencida de
que solo fuera un poco excéntrica, aunque el muchacho decidió que había
temas más interesantes para hablar con una MacDougall y cambió de tema.
—Permítame presentarme —e irguiéndose continuó—. Me llamo Jamie
William Campbell, soy el hermano del laird y tengo trece años.
Nada más decirlo se inclinó a modo de saludo, y encantada Sheena le
devolvió el saludo con una sonrisa y una inclinación de cabeza.
—Yo soy Sheena MacDougall, tengo diecisiete años y en estos
momentos soy prisionera de los Campbell
Sorprendido Jamie se le acercó olvidándose de que no era apropiado
que se adentrara en la recámara, y más cuando estaban a solas, aunque
estuviera la puerta abierta y él se encontrara a escasos pasos de la entrada.
—Pero no es nuestra prisionera sino nuestra invitada —le aseguró con
el ímpetu que solo da la juventud.
—Creo que tu hermano no estaría de acuerdo con ello.
—Lo dudo milady, pues esta misma mañana él me lo ha dicho.
Sorprendida Sheena no supo qué decir, pues aunque tía Elsbeth; pues
ahora sabía cómo se llamaba, le había hablado del deseo del Campbell porque
se despertara, no creía que este la considerara su invitada cuando hasta hacía
poco la había mantenido retenida en su calabozo.
Al pensar más en ello empezó a creer que debía haber algún error, o
quizá el laird estuviera loco y tan pronto era un ogro como un gentil caballero.
Dudando de lo que estaba sucediendo creyó que lo mejor sería
asegurarse.
—Debe de haber un error. ¿Tú hermano es Malcom Campbell?
Jamie asintió y Sheena aprovechó para seguir descubriendo cosas sobre
su captor.
—Pues el laird de los Campbell mató a mi marido y tras entrar en mi
castillo me hizo su prisionera —al recordarlo le surgió una duda—. ¿Sabes
cuánto tiempo hace que llegué a Inveraray?
—Vino hace cuatro días, pero yo solo la vi hace dos, cuando mi
hermano cruzó con vos en brazos el gran salón y la subió a su cuarto.
Roja de vergüenza no supo qué decir, pues a su mente le vinieron
retazos de ese momento, y de cómo ella apoyó la cabeza tranquilamente sobre
el pecho de Malcom sin importar quién los observara.
—No se imagina el revuelo que se formó, nadie sabía qué estaba
sucediendo y de dónde la había sacado mi hermano. Hay quien asegura que os
tuvo encerrada en un calabozo sin comida ni agua durante más de dos días,
pero yo sé que Malcom sería incapaz de dejaros en esas condiciones por tanto
tiempo al ser vos una dama.
Sheena estuvo a punto de asegurarle que ese hombre al que tanto
admiraba en realidad tenía dos caras, pues podía recordar perfectamente la
primera vez que le vio, orgulloso, seguro y aparentemente cautivado por ella,
y como en breve y sin ninguna provocación pasó a convertirse en un tirano.
No pudo evitar que también viniera a su memoria esa mirada con la que
él la levantó en brazos, y cómo la cobijó dándole tanta seguridad que incluso
se había quedado dormida. Con esta imagen fija en su recuerdo se negó a
seguir pensando en él, antes de que acabara desquiciada ante tantos cambios
de temperamento, y ante tantas cosas sucedidas entre ellos que era mejor
olvidar.
Creyendo que la dama estaba en silencio al estar recordando lo
sucedido en el salón, Jamie decidió seguir hablando de ello.
—Él no ha querido hablarme de vos y por eso he venido a verla —le
dijo agachando la cabeza avergonzado—. Sentía curiosidad por conoceros ya
que habéis alterado mucho a mi hermano desde que llegasteis.
Viendo que ella le miraba sin comprender sus palabras decidió seguir
hablando, y para ello se adelantó otro par de pasos olvidándose del recato.
—No podéis imaginaros lo furioso que se puso cuando llegó y os vio en
las mazmorras. Os sacó enseguida de ahí completamente furioso, e incluso
expulsó al carcelero de las tierras de los Campbell.
—¿Expulsó a ese hombre? —preguntó incrédula y cada vez más
confundida, ya que cuanto más sabía de lo sucedido esos días menos lo
entendía todo.
—Así es, milady. Yo llegué a pensar que incluso iría tras él y lo mataría
con sus propias manos.
Al escucharle se estremeció ante el recuerdo del carcelero que la había
golpeado e intentado someterla, pero Jamie al ver su reacción de repulsión
creyó que lo hacía al creer que Malcom sería capaz de matar a sangre fría a
otra persona.
—No debéis temer a Malcom. Él es un hombre justo que jamás dañaría
a un inocente. En el clan todos le admiran y le respetan, y estoy seguro de que
cuando lo conozcáis mejor vos también lo respetaréis.
Al mirar a Jamie pudo comprobar con total claridad el amor y la
devoción que este sentía por su hermano, preguntándose qué clase de persona
despertaría tanta admiración, y qué villano consentiría en que una anciana tan
peculiar gobernara su casa y fuera tratada con tanto respeto.
Se dio cuenta de que en realidad no conocía nada de ese hombre que le
había cambiado la vida al haber matado a su marido, y comenzó a creer que
detrás de todos los acontecimientos que habían sucedido últimamente, debía
haber algo que ella no sabía y lo explicaba todo.
Solo si se enteraba de qué había sido el causante de tanta muerte y
venganza quizá lograría comprenderlo todo, e incluso con un poco de suerte
podría demostrarle al laird que no sabía nada de ese asunto y así conseguir su
libertad.
Decidida a averiguarlo cuanto antes para así permanecer en ese lugar el
menos tiempo posible se propuso preguntárselo a Jamie, hasta que la tía
Elsbeth entró de forma precipitada en la recámara, interrumpiendo la
conversación e impidiendo que ella se enterara.
—Problema resuelto. Solo era un pequeño malentendido sobre una
cebolla y un puerro, pero ya lo he solucionado y de paso te traigo algo de
comer.
Como un torbellino tía Elsbeth se colocó junto a Sheena y le colocó la
bandeja con un cuenco de sopa, pan y lo que parecía carne guisada al llevar
mucha salsa, sin ni siquiera darle tiempo a abrir la boca.
—¿Qué haces aquí jovencito? ¿No deberías estar practicando o
haciendo algo de provecho? —le preguntó enfadada a Jamie mientras le
miraba fijamente y con los brazos en jarras.
Acostumbrado a su falta de memoria y a la espontaneidad de su tía
Jamie simplemente sonrió, sin recordarle que había sido ella quien le había
pedido hacía escasos segundos que permaneciera en la recámara para cuidar a
la invitada. Sabiendo que discutir con ella no le llevaría a ningún sitio
simplemente se encogió de hombros, haciendo sonreír a Sheena, e
inclinándose a modo de saludo se despidió de ambas.
—Si me disculpan bellas damas, iré a hacer algo de provecho como me
ha indicado mi sabia tía.
—Márchate ya zalamero y déjanos con nuestras cosas. Es asombroso lo
que se parecen los dos hermanos, aunque Jamie es menos respondón —le
decía su tía mientras muy seria se sentaba en la mecedora y se ponía con su
costura.
—Ha sido un placer conoceros —se despidió Sheena, y el muchacho al
haber sido tratado con tanto respeto se irguió orgulloso y salió de la estancia
con paso decidido.
Nada más ver como cerraba la puerta tras él para darles intimidad
recordó su conversación, percatándose de que la compañía de Jamie le había
agradado, pues además de ser amable y sincero, le había demostrado tener
muchas otras virtudes que no todos poseían.
Se preguntó qué clase de personas habían educado al muchacho, y si
como había dicho tía Elsbeth, su hermano mayor se parecía tanto a él.
Cavilando sobre estos temas se puso a comer, tan ensimismada en sus
pensamientos que apenas advirtió que la anciana había retomado la palabra sin
descanso, y sin enterarse de qué era exactamente lo que estaba comiendo, pues
absorta en sus cosas simplemente comenzó a masticar mientras asentía a todo
lo que tía Elsbeth le decía.
CAPÍTULO 7

Sentado en el gran salón Malcom se encontraba tan ensimismado en sus


pensamientos, que no se percató de como su amigo y lugarteniente Blair se le
acercaba.
Ni siquiera se había dado cuenta de que se había quedado solo en la
mesa, al haberse retirado los demás habitantes del castillo que solían
acompañarlo en sus comidas. Con una jarra de cerveza en la mano Malcom
simplemente dejaba pasar el tiempo, mientras en su cabeza centenares de
imágenes, sensaciones e ideas fluían en una sola dirección: Ella.
Todo ello se debía a que le habían informado de que Sheena se había
despertado, y aunque una parte de él deseaba volver a verla; quizá para
asegurarse de que estaba bien, otra parte no quería tener ningún contacto, e
incluso consideraba que lo mejor para ambos era que se marchara cuanto
antes.
Era consciente que desde el primer encuentro en Dunstaffnage no había
podido apartarla de su pensamiento, pues cuanto más sabía de su vida más le
intrigaba esa mujer, que a pesar de haber pasado por un infierno en su
matrimonio, aún le quedaba el coraje suficiente para enfrentarse sola a él y a
todo el ejército de los Campbell.
Durante los días que siguieron a ese primer encuentro había intentado
olvidarla, pero por mucho que lo había deseado no había podido dejar de
recapacitar sobre cómo se sentía cada vez que la había tenido cerca. Era como
si en su interior ya la conociera y la hubiera estado esperando toda la vida,
pues sentía como si la reconociera cada vez que la escuchaba, la miraba o la
tocaba.
No podía resistirse a pensar en todo lo que Sheena le hacía sentir al ser
algo nuevo y excitante para él, ni en como esos ojos verdes cada vez que lo
miraba le deshacía un nudo que estaba fuertemente atado a su corazón.
Descubrió confuso como iba creciendo en él una sensación de pertenencia y de
necesidad tan grande, que incluso sentía como su pecho tiraba hacia ella al
intentar unirles.
Irritado ante unos sentimientos que se negaba a admitir al no
comprenderlos, Malcom se preguntó que tendría esa mujer que tanto le
alteraba y le había hecho plantearse cosas que nunca antes había hecho, como
admitir la falta de amor en su vida o la idea de formar su propia familia para
dejar de sentirse tan vacío por dentro.
Comprendiendo que ante ella estaba perdido simplemente suspiró,
dándose cuenta de que estaba enfadado por las cosas que le hacía sentir y
desear esa mujer, ya que desde su llegada le había trastornado todo su mundo y
sus sentidos. Resignado al no saber cómo solucionar este problema tomó un
trago de su cerveza ya caliente, encontrándose con la mirada de su amigo que
lo observaba fijamente a escasos metros.
—¿Querías algo? —le preguntó dejando ver en su tono de voz el enojo
que sentía.
Ante la furia que mostró su laird Blair supo sin ningún problema que
estaba disgustado, y simplemente este alzó una ceja a modo de respuesta para
después acercarse y sentarse a su lado.
—Solo venía a decirte que lady MacDougall está despierta, pero por la
mirada que me has lanzado veo que ya lo sabes.
—Sí, ya me lo ha dicho mi hermano, mi tía y un par de sirvientes
entrometidos —le indicó como si estuviera molesto de que todos le informaran
sobre ella en vez de dejarle tranquilo.
Pero lo que era evidente, al no poder disimularlo, era que en realidad se
moría de ganas de ir a verla para así comprobar con sus propios ojos cómo se
encontraba.
El problema era que estaba seguro de que Sheena le recibiría de mala
gana, y no se sentía preparado para su desplante, por lo que reaccionando
como un cobarde por primera vez en su vida, había decidido posponer la
visita hasta que la cerveza o su voluntad le dieran los ánimos que necesitaba
para enfrentarse a ella.
—Veo que la noticia ha causado mucho interés —señaló Blair
sorprendido de que todos mostraran tanta disposición en avisar al laird, pero
ninguno prestara mucha atención a la irritación que mostraba con este tema.
—Eso es porque tienen mucho tiempo libre. Estoy seguro que si les
pongo más tareas dejarán de chismorrear como viejas —todo ello lo dijo en
voz alta, para que los sirvientes que merodeaban cerca intentando escuchar
algo se dieran por aludidos, consiguiendo que en cuestión de segundos se
quedaran a solas.
Riéndose ante la estampida de siervos Blair continuó hablando.
—No puedes reprocharles nada. Comprenderás que desde que te vieron
aparecer con milady en brazos las habladurías se hayan disparado, más aún
después de que la dejaras en tu recámara.
Como única contestación Blair solo consiguió un gruñido, pues ambos
sabían que lo que decía era cierto y él era el culpable del alboroto que se
había formado desde entonces en el castillo.
—De todas formas no debes preocuparte, a estas alturas estoy seguro de
que todo el clan sabrá perfectamente lo que ha sucedido desde que la hiciste tu
prisionera, y ahora solo esperan saber qué va a pasar con ella.
Al escucharle Malcom soltó un quejido de desesperación, que en otras
circunstancias a Blair le hubiera hecho gracia, pero sabía que su amigo estaba
pasando por un momento difícil al no saber qué hacer con esa mujer.
—Aunque no todo es tan malo, por suerte Alice aún no ha regresado de
visitar a su prima y no sabe que hay otra mujer en tu cama.
—Deja de torturarme —soltó Malcom para después llevarse ambas
manos a la cabeza, como si quisiera esconderse y ahorrarse los problemas que
se le avecinaban.
Blair no pudo evitar en esta ocasión soltar una carcajada, pues sin lugar
a dudas parecía que al fuerte y poderoso laird de los Campbell los problemas
de faldas le acompañaban.
—No quiero ni pensar lo que sucederá cuando llegue Alice —continuó
diciendo Malcom, mientras miraba su jarra de cerveza vacía y se enderezaba
para ver si avistaba a algún sirviente que se la rellenara, pero por desgracia
en el lugar solo se encontraban Blair y él al haberlos espantado.
—Entonces tendrás que solucionar todo este asunto antes de que ella
llegue.
—Lo sé, pero tengo demasiadas cosas en la cabeza.
Durante unos segundos ambos permanecieron callados, como si
estuvieran a la espera de algo, hasta que por fin Malcom prosiguió:
—Si pudiera encontrar la manera para que los MacDougall no fueran un
peligro y asimilaran que ahora los Campbell controlan sus tierras, sería un
gran adelanto, pero por el momento solo tengo sabotajes, peleas y cada vez
más gente descontenta entre nuestro clan y el suyo.
—Entonces solo tienes una solución —le comentó su amigo
consiguiendo que Malcom alzara la cabeza desconcertado.
—¿Cuál?
—Cásate con lady MacDougall.
El silencio que siguió a estas palabras duró cerca de cinco minutos, en
los cuales Malcom contempló a Blair como si se hubiera vuelto loco.
Incrédulo no entendía cómo a su amigo se le había podido ocurrir una
idea tan fuera de lugar, pues si de una cosa estaba seguro es de que ella se
negaría en rotundo después de como la había tratado, y de que él…
En realidad por mucho que lo pensaba no estaba seguro de que era lo
que él sentía respecto a esa idea, pues su corazón le latía de forma acelerada
cada vez que lo pensaba y su cabeza parecía que estaba a punto de explotarle
como en la mejor de las resacas.
Al final ganó la seguridad de que ella se negaría al odiarle.
—No creo que acepte después de cómo la traté nada más conocernos.
Blair no podía creer lo que acababa de escuchar, pues aunque se le
había ocurrido esta idea de improviso, estaba convencido de que a su amigo
no le agradaría la idea, y sin embargo, lo único que había objetado para
descartarla era que ella se negaría. Por lo tanto, ¿eso quería decir que él sí lo
tendría en cuenta?
—En ese caso tendrás que convencerla de que es lo mejor para ella y su
clan.
—¿Y casarme con una mujer que me odia?
Otra vez estaba ahí. Él aseguraba que ella le odiaba, pero no hacía
referencia a que él se negara a hacerla su esposa. Cada vez más interesado
Blair intentó sonsacar a su amigo más información sobre lo que sentía por lady
MacDougall, y quizá de paso, al contestarle, su amigo advirtiera que no se
había negado al matrimonio.
—Sería peor si fuera una mujer fea, de mal carácter y mal oliente, y por
lo que recuerdo de ella, te puedo asegurar que no es ninguna de las tres cosas.
—¿No le habrás puesto un dedo encima? —le preguntó mientras se
ponía de pie y le miraba como si quisiera estrangularle.
Ante el arrebato de celos de su amigo, Blair se quedó convencido de
que sentía algo por la dama, aunque el muy estúpido se negara a verlo.
—Solo los suficientes para encerrarla en la mazmorra como me
ordenaste.
Ante el recuerdo de lo que le mandó hacer, y con los remordimientos
otra vez pinchándole en el pecho, Malcom se sentó dándose cuenta de lo
inapropiado de su comportamiento, al haber acusado a su amigo de algo que
no tenía sentido.
Enfadado consigo mismo ante la estupidez que había hecho, y
preguntándose por qué había sentido un deseo intenso de estrangular a Blair al
haber creído que había estado con Sheena a solas, volvió a mirar su jarra de
cerveza vacía.
Sintiéndose culpable por los días que ella pasó cautiva, por haber
acusado a su amigo injustamente y por no ser capaz de distinguir con claridad
sus sentimientos, Malcom se quedó callado por unos instantes hasta que las
palabras salieron por sí solas.
—Discúlpame, últimamente estoy muy alterado.
Blair sabía que era cierto al haber tenido demasiados problemas que
solucionar en esos días, pero supo reconocer el coraje de su laird para
reconocer su error y pedir disculpas.
Desde que se hicieran amigos, cuando tan solo contaban con cinco años,
Malcom había sido su confidente, su ejemplo a seguir y lo más importante, su
hermano, pues aunque no compartían la misma sangre, en muchas ocasiones se
habían demostrado que su afecto estaba por encima de ello.
El orgullo con que lo seguía solo era comparable con el afecto que le
procesaba, pues había visto en él a un hombre justo, cabal y sincero que se
había enfrentado a la vida con coraje y determinación. Desde muy joven había
demostrado a todos que era un digno sucesor de su padre, y se había forjado la
lealtad de su clan por sus propios méritos.
Por ese motivo todos le habían seguido ciegamente cuando buscó
venganza, pues gracias a él el clan formaba una piña que pasara lo que pasase
permanecería unida, sintiendo como propia la revancha contra los
MacDougall.
También estaba convencido de que cualquier decisión que Malcom
tomara sería respaldada por su gente, pues estos le veían como a un líder nato
que velaba por el bien de todos, y por eso se preguntó si había hecho bien en
aconsejarle que se uniera a una MacDougall, cuando era evidente lo
vulnerable que parecía con este tema.
Sintiendo crecer la devoción que albergaba por su amigo, pues sabía
que ante él tenía una difícil decisión, este le colocó la mano encima del
hombro y le dijo para intentar animarle:
—No te preocupes, te entiendo, una mujer como lady MacDougall
volvería loco hasta al más cuerdo.
Ambos soltaron una pequeña carcajada al saber que era cierto, aunque
Malcom supuso que era su razón la que corría más peligro de perderse.
Solo con recordarla sin miedo frente a un ejército de enemigos,
espléndida y resuelta, se le hacía un nudo en la garganta y se preguntaba qué
clase de mujer sería aquella que tras sufrir malos tratos de forma continuada,
tenía todavía la determinación suficiente para enfrentarse a centenares de
hombres.
Con sus pensamientos a mil por hora, y sintiéndose más perdido que
antes de que llegara su amigo, no tuvo más opción que decirle con tono serio:
—Nuestro casamiento conseguiría que los MacDougall me tuvieran que
jurar lealtad como nuevo laird, y tendríamos más tierras y poder que antes.
—Sin olvidar que tendrías a una esposa joven y hermosa que te daría
hijos.
Nada más escucharle Malcom giró la cabeza para mirar a su amigo, y
Blair pudo ver en él algo que jamás había contemplado.
Y es que Malcom al oírle hablar de los hijos que tendría con ella no
pudo remediar imaginándosela en sus brazos, consiguiendo que todas sus
dudas desaparecieran al querer que esa ilusión se hiciera realidad, y cada
noche tener la fortuna de acurrucarse a su lado.
—Solo tendría que convencerla para que me aceptara —continuó
diciendo, sonando como si estuviera justificando la necesidad de su
matrimonio.
—Deberías conquistarla para hacerla entender que eres un buen partido,
y que vuestro matrimonio no se parecería en nada al primero que tuvo con el
MacDougall.
—Eso por supuesto, yo jamás la golpearía —soltó enfadado al no
querer que nadie, y menos ella, le comparara con ese otro hombre sin alma.
—Eso lo sabemos todos, pero ella debe de sentirse segura en tu
compañía, y más después de lo ocurrido al conocerla.
Por unos instantes Malcom recapacitó sobre lo que acababa de decirle,
y se dio cuenta de que tenía razón y solo conseguiría que ella le aceptase si
antes conseguía que no le viera como un monstruo.
—Te entiendo. Debo rectificar ese error y pedirle disculpas.
—Así es, procura que no te tema y hazla ver que será feliz siendo una
Campbell.
—Creo que no me será difícil conseguirlo. Al fin y al cabo nunca se me
han dado mal las mujeres.
Nada más escucharle Blair discrepó al recordar más de una ocasión en
que su genio le había metido en algún que otro problema con las mujeres,
aunque decidió guardarse esta información para no provocarle, ahora que
parecía que estaba más calmado y sonaba decidido.
Aun así no estaría de más que como laird tomara alguna que otra
disposición para asegurarse de que el plan funcionara, ya que había
demasiadas cosas en juego.
—De todas formas será conveniente que la seduzcas para asegurarte de
que acepte.
Sin acordarse de los inconvenientes, como que hasta hacía unos días los
Campbell y los MacDougall eran enemigos y no todos en el clan aceptarían
esta unión, Malcom asintió resuelto a convencerla con cualquier medio que
estuviera a su alcance, y con un brillo de emoción en sus ojos se levantó para
dirigirse hacia las escaleras, convencido de que en breve la tendría postrada a
sus pies.
Pero su amigo aún no había terminado con él, y le dijo creyendo que un
poco de humor le vendría bien para despejarle la mente:
—Y sobre todo, pase lo que pase, jamás vuelvas a encerrarla en las
mazmorras.
Al oírle Malcom le regaló un gruñido al mismo tiempo que comenzaba a
subir las escaleras, consiguiendo que este empezara a reírse a carcajadas.
CAPÍTULO 8

Disfrutando de un placentero baño Sheena sentía como el agua tibia


relajaba su piel, así como la espuma que la rodeaba le hacían suspirar de
satisfacción, pues desde que había estado encerrada en esa celda sucia y
fétida, encontraba en cada baño un deleite que nunca antes había
experimentado.
Pasando un paño despacio por su pierna mojada se dejó llevar por la
deliciosa sensación de sentir su suavidad, dejándose llevar por la idea de que
esa sensual caricia que estaba sintiendo provenía de unas manos grandes,
callosas y curiosas que de forma indiscreta la tocaban sin reparo.
Unas manos que pertenecían a un hombre que la hacía estremecer con
solo evocarlo, pues aunque se repetía una y mil veces que lo odiaba por como
la había tratado, la verdad es que no podía dejar de pensar en él y de anhelar
su tacto.
Jadeante de placer ante el recuerdo de ella entre sus brazos Shenna solo
tuvo que cerrar los ojos para dejarse llevar por su imaginación, recreando en
su mente la sensación de tenerlo cerca mientras percibía la fuerza de sus
músculos, el olor de su piel y el sonido de su respiración.
Su concentración era tal, que incluso se olvidó del recato que toda dama
debía mostrar, ya que se creía a solas y no esperaba que nadie interrumpiera
en su recámara cuando se estaba bañando. Como consecuencia de ello el
pudor quedó a un lado, para dar paso a la deliciosa búsqueda del placer que le
quemaba por dentro, sintiéndose osada por primera vez en mucho tiempo.
Pero lo que Sheena no sabía es que Malcom hacía unos minutos que
había entrado en la estancia sin llamar, pues su impulsividad le había vuelto a
cometer la imprudencia de olvidar sus modales, y una vez dentro de la
recámara y ante la visión erótica de ella mojada y cubierta de espuma dentro
de la bañera, se había quedado paralizado y sin ni siquiera poder hablar para
avisar de su presencia.
Viendo como ella bajaba el paño por su pierna hasta perderse entre sus
muslos hizo que de forma involuntaria soltara un gruñido, al desear con todas
sus fuerzas ser él quien tuviera el regocijo de tocar esa parte de su cuerpo.
El sonido que Malcom soltó ante la imagen erótica de ella bañándose le
pasó desapercibido a Sheena, hasta que movido por el impulso de hacerla
suya Malcom avanzó unos pasos llamando así su atención al sobresaltarla y
hacer que gritara.
—¿Qué hacéis en mi recámara? —enojada y avergonzada a partes
iguales, deseó que en esos momentos la tierra se la tragara, pues estaba segura
de que ese hombre, que ahora la miraba con un fuego que la hacía estremecer,
la había visto dándose placer como si fuera una vulgar mujerzuela.
Sin saber muy bien qué hacer, decidió que mientras el Campbell
estuviera ante ella comiéndosela con los ojos no podía levantarse de la bañera
para cubrirse y alejarse, pues quedaría ante él desnuda y desprotegida, siendo
eso algo completamente impensable.
Además, estaba segura de que como hombre consideraría ese acto como
una provocación, y en cuestión de segundos acabaría reclamándola como suya
para satisfacer su deseo. Lo había aprendido por las malas durante su breve
matrimonio, pues aunque su marido apenas le había prestado atención, sí se
había dejado llevar por la lujuria cada vez que la tenía ante él en la cama, o la
pillaba a medio vestir.
Por ese motivo decidió cubrirse con la espuma y hacerse un ovillo en la
bañera, hasta que ese hombre que la estaba poniendo nerviosa por su
escrutinio y su silencio se marchara.
Pero para su sorpresa el muy canalla continuó ante ella sin demostrar
nada de educación, al seguir con la mirada fija en su cuerpo cubierto de
espuma, mientras que con el paso de los segundos cada vez se ponía más
nerviosa ante el silencio de ambos y su cercanía.
Empezando a asustarse Sheena miró tras él, con la esperanza de ver
aparecer a algún criado que interrumpiera esta indeseada visita, aunque solo
aportara más chismes sobre ellos por el castillo. Un pequeño pago que en ese
instante estaba dispuesta a aceptar, si con ello conseguía que la mirada de ese
hombre le dejara de quemar la piel o de hacerla sentir tan fuera de lugar.
Desesperada decidió que lo mejor sería enfrentarse a él, pues no podía
permitir que la tratara de esa manera, por muy laird que fuera de ese clan de
brabucones y ella fuera su prisionera.
—¿Es que piensa permanecer ahí parado toda la mañana?
—Lo estoy pensando —le contestó el muy canalla dejándola petrificada
por su descaro.
Pero lo que Sheena no sabía es que Malcom le había dicho la verdad,
pues hacía ya unos minutos que había perdido la capacidad de pensar con
coherencia, y solo deseaba meterse en la bañera con ella.
Había sido tanta la sorpresa de saber que estaba ante él excitada y
desnuda, además de estar sola en su recámara, que se le había olvidado el
resto del mundo y más en concreto cuál era el motivo de su visita.
Al ver su piel blanca, casi perlada, descubierta ante él, solo podía
imaginar sus labios sobre sus hombros para después ascender hasta su cuello y
su rostro y por último alcanzar la ambrosía de sus labios. Todo ello, como no,
mientras sus manos recorrían despacio su espalda y sus piernas para
aprenderse cada rincón de su cuerpo.
Fue cuando recorría con sus ojos el trayecto que harían sus manos
cuando se percató de las cicatrices que surcaban su espalda, sintiendo en ese
preciso instante una rabia devastadora ante esta aberración, pues era
inconcebible que algo tan hermoso hubiera sido maltratado de semejante
manera.
—¿Quién te ha hecho eso? —inquirió severo, olvidándose de sus
modales, de que él no tenía ningún derecho a reclamarle nada, y por último, de
que no era el momento apropiado para ello.
Al darse cuenta de que él había visto algunas de las marcas del látigo en
su espalda, Sheena se sintió avergonzada, pues no quería que supiera algo tan
personal y humillante de ella. De hecho, muy pocas personas habían visto
como había quedado su espalda después de los castigos, pues aunque todos los
del clan estaban al corriente de los abusos y vejaciones que le infringía su
marido, había tenido cuidado de no enseñar sus cicatrices, como ellos se
aseguraban de no comentar algo de lo que habían visto o escuchado.
Sintiéndose traicionada por ese hombre que había interrumpido sin
demostrar remordimientos en la privacidad de su cuarto, solo pudo agachar la
cabeza al no saber qué hacer para impedir que él la viera como si fuera algo
sin valor, que había sido golpeada sin clemencia.
Saber que él podía pensar que ella había sido considerada como una
simple cosa la entristeció, pues el poco orgullo que aún le quedaba y la escasa
vanidad que sentía por su persona, le hacía desear que él la viera como una
mujer fuerte y dueña de su destino.
Pero los pensamientos de Malcom no estaban encaminados en esa
dirección, ya que al contemplarla con la cabeza gacha, en silencio, temblando
y acurrucada en la bañera, solo podía verla como una mujer de carne y hueso a
la que deseaba proteger con absoluta desesperación.
Si ella hubiera sido consciente de la necesidad que despertó en él por
cogerla entre sus brazos y jurarle que nadie más la dañaría, no se hubiera
sentido tan devastada, y quizá hubiera visto en sus ojos ese anhelo y esa
ternura que le despertaba al verla tan vulnerable y tan hermosa.
Pero Sheena se sentía demasiado mortificada como para mirarle a la
cara, y por ello simplemente se quedó quieta, mientras en su interior los
recuerdos de esos días plagados de tristeza volvían a su mente bloqueando su
voluntad y su autoestima.
—Os lo vuelvo a preguntar, ¿quién os ha hecho eso?
El cambio en su voz al pasar de furia a petición consiguió que algo en
ella despertara, al traer a su mente el recuerdo de que su verdugo había muerto
a manos de ese hombre, y ahora ella jamás tendría que soportar más
desplantes, golpes y mucho menos correctivos.
Suspirando Sheena consiguió encontrar el valor suficiente para alzar la
cabeza, evocando el juramento que hizo en su castillo cuando prometió que
nunca más se dejaría pisotear por nadie, y mucho menos por su enemigo
Malcom Campbell.
—Vos no sois quién para hacerme esa pregunta.
Ni ella misma pudo creer que se hubiera atrevido a contestarle de
semejante manera, pero no podía negar que cada vez que estaba cerca de él en
vez de despertar en ella temor, como hubiera ocurrido con su marido, lo único
que sentía era enfado y nerviosismo, a pesar de saber que era peligroso
provocarle.
—Estáis en mi propiedad y por lo tanto me concierte todo lo vuestro —
soltó Malcom apretando los puños con fuerza, al no querer admitir que ella
tenía razón y no le pertenecía.
Malcom no podía creerse que esa mujer pudiera alterarle tanto en
cuestión de segundos, pero era evidente por la excitación de su cuerpo y por la
forma que lo hacía pasar de cordial a enfadado, que con solo una mirada le
hacía soltar lo primero que le venía a la cabeza, sin pensar en las
consecuencias, ni en el consejo de su amigo Blair para que la sedujera y así le
fuera más fácil que aceptara el casamiento.
Pero en la mente de Malcom había demasiadas dudas y temores para
recordarlo, ya que no podía soportar pensar que esas marcas habían sido
realizadas por el carcelero mientras ella, por su culpa, había estado
prisionera. Solo con pensar en esa posibilidad sentía que perdía los estribos, y
una ira irracional le recorría el cuerpo al saber que él era el único
responsable de ese sufrimiento.
Al ver como ella alzaba la mirada, y por primera vez le miraba a los
ojos, le hizo apretar con fuerza la mandíbula, pues en ellos vio una frialdad
hacia su persona que solo podía ser el reflejo de su odio. Algo que no podía
reprocharle, pero que tampoco podía soportar al resultarle demasiado
doloroso.
Con su mirada fija en la suya notó como su ira se iba agrandando al
saber que ella no correspondía a sus sentimientos, y con la única intención de
provocarla para que no se percatara de lo que le hacía sentir, le dijo con tono
altanero:
—Ahora me debéis obediencia y tenéis que decirme quién os ha hecho
algo semejante.
No tardó mucho en darse cuenta de que había conseguido su propósito,
pues pudo observar como el cuerpo de ella se tensaba, y estaba seguro de que
si no fuera porque estaba desnuda, se hubiera erguido para enfrentarse a él
cara a cara.
—No os debo obediencia al no perteneceros, como tampoco tengo que
deciros nada respecto a mi persona.
Viendo que iba por buen camino al atosigarla, pues ahora en su rostro no
había vestigios de humillación o vergüenza sino todo lo contrario, Malcom
decidió seguir con su idea para estimular su enfado.
—Estáis muy equivocada al creer que no me pertenecéis, ya que todo lo
que está en Inveraray me concierne.
—Entonces me marcharé cuanto antes, y así todo quedará solucionado.
Con un enojo que apenas podía disimular, y según Malcom la hacía más
encantadora, Sheena estuvo a punto de cometer una falta imperdonable al
intentar levantarse de la bañera sin recordar que estaba desnuda.
Si no hubiera sido porque al alzar la cabeza había visto un principio de
sonrisa en la boca de él, estaba segura de que no se habría dado cuenta, y el
sonrojo de su rostro hubiera sido tan intenso que le hubiera cubierto todo el
cuerpo en cuestión de segundos.
—Si fuerais un caballero os habríais percatado de lo impropio de
vuestra presencia y os retiraríais de mis aposentos.
—Si no fuera un caballero ya estaríais complaciéndome en la cama en
vez de seguir en la bañera —fue su contestación mientras permanecía frente a
ella sin apartar su mirada.
Sin poder creer su descaro Sheena se quedó abriendo y cerrando la
boca como si fuera un pez fuera del agua, al no encontrar las palabras que ese
individuo sin educación se merecía por su insolencia, hasta que vio lo
hinchado de orgullo que se sentía al tenerla en esa situación tan
desvergonzada, y fue entonces cuando explotó perdiendo sus modales por
primera vez en su vida.
—¡¿Cómo os atrevéis?! —gritó colérica tapándose los pechos con las
manos.
—Además, os recuerdo que estáis en mi recámara, por lo que si alguien
debe marcharse esa sois vos —le comentó como si nada cruzándose de brazos.
—Sabéis muy bien que no puedo salir de la bañera mientras que vos
permanezcáis en la recámara.
—Entonces solo tenéis que contestar a mi pregunta y os dejaré a solas
gustoso —le dio como respuesta aparentando tranquilidad, aunque por dentro
estaba ardiendo de excitación por ella.
Durante unos segundos ambos se retaron con la mirada, mientras el
silencio se apoderaba de la instancia siendo solo interrumpido por las
respiraciones aceleradas de ella, a pesar de ser él quien estaba perdiendo la
paciencia.
—Milady, vais a contármelo para que pueda castigar al culpable —optó
por decirle para que viera que no pretendía humillarla sino vengar su ofensa.
Pero Malcom solo consiguió más silencio, haciéndole pensar que sería
imposible sacarle una confesión por las buenas. Se preguntó cuánto aguantaría
esa enigmática mujer sin darle una respuesta, en caso de que usara otros
métodos disuasorios como sacarla de la bañera y apretarla contra su pecho.
Por desgracia para Malcom no tuvo que llegar a ese extremo para
obtener una contestación, al escuchar en voz baja aquello que tanto le costaba
decir.
—Ya lo hicisteis, pues os recuerdo que le cortasteis la cabeza.
Nada más escucharla Malcom se quedó pensativo por unos segundos,
hasta que se percató de quién había sido el culpable de semejante aberración y
se sintió como un idiota por no haberlo averiguado antes.
Saber que su marido la había golpeado con tanta brutalidad le hizo
sentir una rabia que solo había experimentado al ver los cuerpos calcinados de
su familia, notándose confuso al sentir una emoción tan fuerte por una mujer a
la que apenas conocía.
Pero en ese instante de furia y pesar también se coló en su corazón otra
emoción, al percibir como un orgullo por su determinación se iba infiltrando
poco a poco en su coraza. Siempre estaría en su memoria aquella primera vez
que la había visto altiva frente a su ejército, como si en su interior gobernara
una fortaleza que le hacía ser capaz de realizar cualquier proeza, y le había
dejado tan encandilado por ella que había perdido la cordura.
Advirtió que el dolor que guardaba en su pecho ya no se hacía tan
molesto, y como su sed de venganza disminuía ante una mujer que había
sufrido durante demasiado tiempo los tormentos de un monstruo, y sin
embargo, en ella no reinaba el pesar sino la esperanza de saber que esos días
amargos ya no volverían.
Aun así, se percató de que el tiempo transcurrido como esposa del
MacDougall la habían marcado no solo con cicatrices en el cuerpo, sino con
otras heridas que se asemejaban mucho a las que él sentía por la pérdida de
sus seres queridos, por lo que se dijo que debía tener paciencia con ella.
Pero ver las marcas de sus flagelaciones hizo que el odio hacia el
MacDougall renaciera, y le hiciera decir algo que debería haberse callado.
—Nunca debisteis consentirlo —soltó a modo de reproche, aunque no
pretendía que sonara de esa manera.
Sorprendida ante su acusación, pues así se había tomado esas palabras,
Sheena se enfadó al creer que la estaba culpando de los castigos de su esposo.
Algo completamente injusto y de mal gusto, pero que por desgracia era
bastante frecuente, al ser común que los hombres culparan a las mujeres de
provocarles sin querer ver que eran ellos los injustos.
—¿Y cómo se supone que debía impedirlo? ¿Acaso podía enfrentarme a
él sin recibir más golpes? ¿O realmente creéis que podía recapacitar con él
como si mi opinión o mis sentimientos le importaran?
—No me refería a eso, es solo que debéis ser más cuidadosa la próxima
vez que elijáis un marido —le dijo tratando de serenarla al percatarse de
como la había alterado, y sintiéndose un estúpido al haber dicho algo tan fuera
de lugar, cuando debería estar preparándola para comunicarle su deseo de
hacerla su esposa.
—No debéis preocuparos por ello, ya que no deseo volver a contraer
matrimonio —le soltó enfadada y queriendo terminar cuanto antes con ese
tema al hacerla sentir incómoda.
Nada más escucharla a Malcom se le empezó a formar un nudo en el
estómago, al mismo tiempo que volvía a encolerizarse al entender que
mientras se aferrara a esa posibilidad jamás conseguiría hacerla su esposa, y
aunque una parte de él lo entendía, al hacerse cargo de cuanto había sufrido
durante su breve matrimonio y por como él la había tratado nada más
conocerla, también sabía que solo el matrimonio podría ofrecerle un futuro a
ella y a su clan.
Tratando de hacerle ver que esa opción era la más beneficiosa continuó
hablando, aunque con cada palabra que pronunciaba, más iba perdiendo la
paciencia, pues era obvia la obstinación que reflejaban sus ojos de
permanecer sin marido.
—En vuestra posición, no debéis pensar en lo que deseéis para vos, ya
que lo más importante es el bien de vuestro clan.
Sheena no podía creer que fuera él precisamente el que le aconsejara
que pensara en el bien de su gente, cuando había sido el causante de su
cautiverio y de perder su castillo. Pero no estaba dispuesta a rendirse
permitiendo que ese hombre mandara sobre su vida, al no tener ningún derecho
a ordenarle nada, y por ello se propuso hacerle perder la paciencia usando su
mismo juego.
—Os recuerdo que ya no tengo clan, pues mi castillo ha sido tomado por
mis enemigos.
—Entonces lo más sensato es que pactéis con vuestro enemigo para
recuperarlo e instaurar la paz.
Malcom no podía evitar sentirse cada vez más enojado, al ver cómo le
rebatía sin querer asumir que él tenía toda la razón. Sin embargo, por extraño
que pareciera, tenerla ante él retándole no le provocaba el deseo de someterla
por la fuerza hasta verla vencida, sino que le hacía hervir la sangre de
excitación, sintiendo que estaba ante un oponente que merecía su respeto.
Por el contrario los pensamientos de Sheena estaban encaminados en
otra dirección completamente diferente, al creer que la obstinación que él
mostraba por convencerla del matrimonio, se debía a que pretendía casarla
con alguno de sus hombres de confianza, y así tener bajo su dominio el clan de
los MacDougall sin que estos pudieran levantarse contra él al tener un
Campbell como laird.
El enfado de ella aumentó al oír su respuesta, aunque no sabía si era a
causa de la manipulación a la que él pretendía someterla; pues solo había
pensado en su propio bien más que en el de ella, o a que hubiera considerado
la opción de dársela a otro hombre cuando debería ser él como laird el que
asumiera el papel de ser su marido.
Al percatarse del camino que estaban tomando sus pensamientos se puso
colorada, al no poder negar el deseo que sintió de que fuera él su esposo y el
único que la tocase, hasta que recordó que él la odiaba al considerarla su
enemiga y por lo tanto jamás podría amarla.
La sensación de pesar que percibió en su pecho la sorprendió, ya que se
negaba a creer que después de como la había tratado empezara a sentir algo
por él. Mirándole detenidamente advirtió como su mirada la calentaba y la
alteraba, haciéndola pensar que tal vez había perdido la cabeza al estar
notando un hormigueo que solo le traería problemas, por lo que recapacitó
sabiendo que sería mejor no dejarse llevar por esa emoción.
Volviendo a pensar en la opción de casarse con un Campbell; que no
fuera él, reparó en que si aceptaba tendría que olvidar para siempre la
posibilidad de encontrar un amor correspondido, y ese pensamiento la
entristeció al ser consciente de que tendría que renunciar al amor, siendo ese
un sueño que le había acompañado desde niña.
Aun así, era evidente que el matrimonio con un Campbell era la mejor
solución para poner fin a los enfrentamientos con ambos clanes, pero algo
dentro de ella se negaba a rendirse y a conformarse con una vida que no había
elegido y que además le negaría lo que más anhelaba.
Por ello, y sin querer someterse de nuevo a la voluntad de un hombre,
decidió que valía la pena luchar por su deseo de ser libre para encontrar el
amor, en vez de agachar la cabeza y consentir en un matrimonio que en
realidad no deseaba.
—Y seguro que vos me diréis gentilmente quién es el caballero con
quien debo casarme. ¿O debo decir mejor con quien me obligaréis a casar?
Dándose cuenta del reto que había en su mirada y en sus palabras
Malcom se le acercó furioso ante su descaro, ya que nunca nadie se había
atrevido a hablarle de semejante manera. Su osadía al retarle en cualquier otra
persona hubiera sido impensable, ya que como laird toda su gente le respetaba
y obedecía, al igual que era valorado en el resto de las Highland.
Sin embargo, esa mujer que apenas le llegaba a los hombros se
enfrentaba a él como una auténtica leona, consiguiendo que su deseo por ella
aumentara, más aún cuando sin darse cuenta al erguirse había dejado al
descubierto sus pezones.
Ante la visión tan espléndida de la blancura de sus senos Malcom
perdió la cabeza, y con una voz excesivamente alta como para ser tomada
como amistosa, y mucho menos como seductora, no se le ocurrió otra cosa que
soltarle a la cara:
—Podéis estar segura de que os lo diré, ya que no solo es el mejor
candidato que podáis encontrar, sino que os conviene tenerlo como marido y
aliado.
—¿Es una amenaza? Porque no pienso aceptar a un Campbell por
esposo —afirmó categórica, ya que no estaba dispuesta a dejarse doblegar por
él, por mucho que le gritara y se le acercara para amenazarla.
—Los Campbell tienen más honor en un dedo que cualquier MacDougall
en todo su cuerpo —le indicó furioso al sentirse ofendido sin darse cuenta de
que estaba gritando.
—Los Campbell son unos bárbaros que no merecen ni besar el suelo por
el que piso.
Enojado él se le acercó hasta quedarse a escasos centímetros de ella, la
cual permanecía sentada y tiesa dentro de la bañera ya que no podía hacer otra
cosa.
—Vas a casarte con un Campbell —le susurró con voz amenazante
cambiando así de estrategia, pues creyó que de esta manera sonaba más
rotundo.
—¡No! —declaró firme mientras se levantaba y quedaba desnuda a
escasos centímetros de él, con el firme propósito de desafiarle pero
desgraciadamente olvidando que estaba desnuda.
El silencio que siguió se hizo tan denso que hubiera sido posible
cortarlo con un cuchillo, hasta que Sheena observó como un músculo de la
mandíbula de él se contraía al apretarla con fuerza, dándose cuenta por
primera vez de su enfado y de las posibles consecuencias.
Estaba segura de que si se hubiera enfrentado a su marido se hubiera
ganado una paliza que la hubiera dejado en cama varios días, pero por alguna
extraña razón notaba que ante ese hombre, que era un absoluto desconocido,
no sentía temor hacia él al percibir que no la haría daño.
Y estaba en lo cierto, ya que en ese instante Malcom solo deseaba
abrazarla con todas sus fuerzas para después besarla con una pasión que jamás
olvidaría, y así demostrarle lo que era capaz de hacer un Campbell cuando
tenía ante sí a una mujer hermosa.
Sabiendo que no sería honesto dejarse llevar en ese momento por sus
impulsos, Malcom tuvo que hacer grandes esfuerzos por contenerse, aunque su
cuerpo le temblaba por el deseo que sentía de hacerla suya.
Mirándola por última vez al rostro pudo contemplar la intensidad de sus
ojos verdes, y tras distinguir la bruma que los envolvía a causa de su enfado,
quiso descubrir cuáles serían los sentimientos de Sheena en esos momentos,
para así estar seguro del siguiente paso que se veía forzado a tomar.
Sabiendo que si permanecía ante ella un segundo más perdería la
cordura, se giró para dejar de contemplar esa mirada que lo retaba y lo
excitaba, de la misma manera que le perturbaba su cuerpo desnudo.
Notando como su corazón latía a mil por hora se dirigió a la puerta
deseando poner distancia cuanto antes entre ellos, aunque algo dentro de él no
pudo evitar saberse vencedor, por lo que en el último instante, justo antes de
salir de la estancia, se volvió hacia ella para ordenarle con voz potente:
—Te casarás conmigo o no saldrás nunca de este castillo.
Y sin más se marchó dando un portazo, dejándola temblando de rabia e
incrédula ante lo que acababa de escuchar, mientras que permanecía con ella
la última mirada que él le lanzó, mostrándole un gris tan profundo que le hizo
dudar que él la odiaba y que sentía por ella algo más que pasión.
CAPÍTULO 9

Habían pasado tres días desde su encuentro en la recámara y Sheena


había hecho todo lo posible por mantenerse apartada de él, resultándole
sencillo al haber pasado la mayor parte del tiempo recluida en su estancia;
aunque en esta ocasión asegurándose de que la puerta permaneciera
debidamente cerrada.
Pero esa mañana tía Elsbeth le había hablado de la rosaleda de la madre
de Malcom, situada en la parte trasera del castillo, y habían decidido dar un
pequeño paseo por ella para así tomar un poco de aire, y sobre todo, para
dejar de pensar en ese hombre que se había apoderado de su mente, de sus
sueños y mucho se temía de su cuerpo, pues este se alteraba cada vez que lo
recordaba.
Por eso ahora se encontraba encantada al estar observando unas rosas
del color de la sangre que trepaban por el muro del castillo, y formaban un
maravilloso jardín que la rodeaba pero que por desgracia en su mayoría
estaba cubierto de maleza.
Desde muy pequeña a Sheena le había gustado ocuparse del huerto de su
familia, que si bien era pequeño, estaba muy bien cuidado gracias al cariño
que ella y su madre sentían por él, por lo que el recuerdo de esos tiempos
felices hizo que no pudiera resistirse y terminara arrancando unos yerbajos
que tenía ante ella, mientras tía Elsbeth la observaba asombrada pues a ella
nunca le había gustado verse rodeada de bichos.
—¿Estás segura de que no te importa mancharte las manos y tocar esas
plantas verdes? —le preguntó tía Elsbeth mientras miraba asustada en todas
direcciones como si en cualquier momento un saltamontes asesino quisiera
morderla.
Levantando la vista de la trepadora que necesitaba a voces una poda
Sheena sonrió a tía Elsbeth, ya que le agradecía que estuviera acompañándola
cuando era evidente que temía a cada insecto que se le aproximaba.
—Completamente segura. De hecho me encanta este lugar y estoy segura
de que en otro tiempo debió ser un jardín magnífico. Si por mí fuera estaría
encantada de ocuparme de él —confesó mientras miraba maravillada a su
alrededor.
—Era el sitio favorito de mi hermana Avery. A la pobre le encantaban
sus rosas y se ocupaba personalmente de ellas.
Sheena contempló una rosa de un color blanco marfil que tenía ante ella,
y se entristeció ante el abandono de ese lugar tan especial, ya que según su
opinión su familia debió hacer que se siguiera cuidando en su memoria.
—Es una lástima que esté tan abandonado, pero estoy segura de que con
un poco de trabajo este jardín volvería a ser tan hermoso como antes.
—Estoy segura de ello, aunque no sé si al laird le agradará esa idea.
Al ver el ceño fruncido de Sheena tía Elsbeth intentó explicarse, al estar
tratando un asunto delicado ya que el recuerdo de Avery aún estaba muy
presente en el castillo.
—Es posible que al principio no lo acepte ya que lleva cuatro años sin
que nadie se moleste en cuidarlo, pero estoy segura de que a este clan le
vendría bien dejar atrás esos recuerdos tan dolorosos.
—¿Por qué nadie quiso cuidarlo? —no pudo evitar preguntar, al sentirse
cada vez más intrigada por la historia de esa familia.
—No sé si es apropiado que sea yo quien te cuente estas cosas, pero
viendo que nadie más lo hará y que eres nuestra invitada, no creo que sea tan
grave que lo sepas.
Y sin más tía Elsbeth se sentó en un banco cercano, que estaba medio
escondido entre la hierba alta, e hizo un gesto con la mano a Sheena para que
se sentara a su lado.
—Creo que será mejor que te cuente todo desde el principio.
Sheena no estaba segura de si sería apropiado que le contara sobre estos
temas familiares, ya que era algo demasiado delicado que debería ser tratado
con discreción, pero tampoco podía evitar sentir curiosidad por la historia de
la madre de Malcom. Quizá porque de esta manera podría conocerle mejor, y
entender esos cambios bruscos de humor que tanto la trastornaban y que eran
tan frecuentes en él.
Suspirando se dio cuenta que su curiosidad era más grande que su
prudencia, y sin poner mucha resistencia se sentó en el banco junto a tía
Elsbeth; la cual comenzó a hablar nada más verla colocarse a su lado
satisfecha al tener un oyente.
—Avery fue una mujer muy hermosa y delicada, pero sobre todo muy
querida por todos. Su marido Seamus se enamoró de ella nada más verla
cuando se encontraba visitando nuestro clan, y no tardó mucho en pedir su
mano aunque yo era la mayor y aún permanecía soltera. Fue evidente desde el
principio que se trataba de un amor a primera vista por parte de ambos, y por
ello mis padres dieron el visto bueno al matrimonio.
«En cuanto a su relación con sus dos hijos fue extraordinaria, aunque la
pequeña Mysie siempre ocupó un lugar especial en su corazón. Madre e hija
eran muy parecidas; no solo físicamente, pero lo que más llamaba la atención
era la fuerte conexión que había entre ellas
Por desgracia hace cuatros años el invierno fue demasiado frío, y la
pobre Avery cogió unas fiebres que la mataron en pocos días sin que se
pudiera hacer nada para salvarla. Desde entonces el dolor de su pérdida sumió
al clan en una profunda tristeza, y este jardín acabó siendo un lugar en el que
nadie se atrevía a entrar.
—¿Pero, por qué? —no pudo evitar preguntar, ya que la rosaleda no
tenía por qué convertirse en un mausoleo, en vez de ser un lugar hermoso
donde recordarla con amor.
—Pienso que ella está muy presente en este sitio y la gente es
demasiado supersticiosa como para entrar en él.
—Yo jamás hubiera podido dejar un rincón tan especial para alguien al
que amé en semejante abandono.
Durante unos minutos se quedó mirando en silencio todo aquello que la
rodeaba, apreciando cosas que parecían tan insignificantes que apenas
reparabas en ellas a pesar de su belleza, cosas como los pájaros que piaban y
revoloteaban en todas direcciones, las rosas que luchaban por buscar un rayo
de luz entre las zarzas, o la variedad de colores que la rodeaba al estar todo
bañado del verde de las plantas como el brezo, de las rosas y del blanco y
amarillo de las cientos de flores silvestres que cubrían todo el jardín.
Observando la rosaleda se sintió como si estuviera en un lugar donde el
tiempo había tratado de seguir adelante, a pesar de los intentos del hombre por
detenerlo, consiguiendo que aflorara en ella el deseo de cuidarlo.
—En realidad a mi sobrina Mysie le gustaba sentarse en este banco
durante horas. Decía que aquí notaba la presencia de su madre y que solía
hablar con ella, pero yo nunca he sentido nada al entrar en él.
Al escucharla Sheena volvió a la realidad para prestar atención a todo
cuanto le decía, pero al comprobar que no seguía hablando, estuvo a punto de
preguntarle si Malcom también entraba en la rosaleda para recordar a su
madre.
No podía explicarse por qué sentía tanta curiosidad por ese hombre que
tanto la perturbaba, pero la verdad era que deseaba saber si ese corazón que
en ocasiones le había parecido tan frío podría llegar a sentir algo, o si por el
contrario le resultaba imposible llegar a amar a causa del resentimiento y el
dolor que guardaba en su interior.
De pronto recordó sus miradas cargadas de deseo y algo más que no
lograba entender, y en como ambos cuerpos reaccionaban cuando estaban
cerca sin que pudieran evitarlo. El ardor que notó en ese instante entre sus
muslos la hizo enrojecer, sobre todo al recordar que se encontraba en un lugar
que se podría considerar sagrado.
Sintiéndose que estaba invadiendo ese refugio tan especial sin el
permiso del laird, se puso nerviosa, más aún al sentirse como una
desvergonzada al haber tenido esos pensamientos tan poco apropiados para
una dama. Incómoda ante este giro inesperado intentó convencer a tía Elsbeth
para que dejaran ese sitio cuanto antes, pues con su mala suerte estaba segura
de que acabaría pagando su osadía con una desgracia.
—Tal vez sería mejor que volviéramos al interior del castillo, ya que no
estoy muy segura de que al laird le agrade verme aquí.
—Tonterías, tienes el mismo derecho que los demás de disfrutar de este
lugar.
Pero aunque tía Elsbeth parecía convencida de ello Sheena tenía sus
dudas, ya que todavía no estaba segura si era una prisionera, una invitada o tal
vez la prometida del laird según las últimas palabras que escuchó de él.
Más enrojecida aún ante este recuerdo, y empezando a estar incómoda
en ese banco que ahora se le antojaba duro y húmedo, no se percató del sonido
de unas pisadas decididas que se les acercaban por su izquierda, hasta que
estas no estuvieron demasiado cerca, y por consiguiente, ya era demasiado
tarde para esconderse o salir huyendo.
Para su sorpresa cuando por fin contempló al hombre que se les
acercaba se percató de que se trataba de la misma persona que ocupaba sus
pensamientos, y esto hizo que los latidos de su corazón se aceleraran tanto,
que incluso creyó que este se le saldría del pecho o le causaría algún
desmayo.
Por su parte Malcom había sabido por un sirviente que lady
MacDougall estaba en la parte trasera del castillo con tía Elsbeth, por lo que
no le costó mucho descubrir dónde se había escondido esta vez de él.
Era consciente que desde el incidente en que le ordenó; más que le
pidió, que fuera su esposa ella le había estado rehuyendo, por lo que su
consciencia le dictaba hacer algo para aclarar el malentendido y así poner fin
a esa disputa entre ellos. La escasa paciencia que le quedaba así se lo exigía,
y saber que ella estaba en la rosaleda de su madre le hizo decidirse a
intentarlo al ser un lugar perfecto para ello.
Lo que no se esperaba era verla tan espléndida en medio de las flores
silvestres y de la maleza, ya que resultaba exquisita al ver como el rojo de sus
cabellos rivalizaba en belleza con las rosas que la rodeaban.
Le hubiera gustado permanecer parado en ese lugar para siempre y así
poder observar detenidamente cada matiz de ella hasta estar saciado, aunque
mucho se temía que ni teniendo toda la eternidad disfrutaría del tiempo
suficiente para apreciar cada parte de ella.
Perdido en su figura siguió acercándose, hasta que de pronto se percató
de como Sheena se tensaba, y supo sin lugar a dudas, que en ese preciso
instante, ella había notado su presencia. Notando como su corazón se le
alteraba decidió acercarse despacio, hasta que estuvo tan cerca que pudo
contemplar como sus mejillas, hasta ahora ligeramente coloreadas por el sol,
se volvían escarlata ante su presencia.
Y es que Sheena hubiera deseado que se la tragara la tierra nada más
escucharle, pues de nuevo se encontraba ante él en una situación embarazosa,
al estar convencida de que no le agradaría descubrirlas en un lugar tan
especial e íntimo.
Pero cuál fue su sorpresa cuando Malcom se paró justo en frente y le
sonrió consiguiendo que se acalorara aún más, para después saludarlas
educadamente con una reverencia mientras ella, sin saber muy bien por qué, lo
único que fue capaz de hacer fue saltar del banco como si algún insecto le
hubiera picado en una parte muy poco respetable de su cuerpo.
—Es un placer encontrar en mi paseo a unas damas tan encantadoras —
les dijo con tono seductor, aunque no logró engañarla, pues era más que
evidente que no se había cruzado con ellas dando un paseo por un sitio donde
apenas nadie entraba.
—Eres muy amable, sobrino —soltó tía Elsbeth ajena a las miradas que
Malcom le lanzaba a Sheena y como esta anhelaba salir corriendo—. Le
estaba enseñando a nuestra invitada el jardín de tu madre, ya que parece ser
que le encanta la jardinería, y estábamos comentando que es una lástima que se
encuentre tan abandonado, por lo que si te parece bien, lady MacDougall
podría ocuparse en devolverle a la rosaleda su esplendor.
Si no hubiera sido porque se trataba de tía Elsbeth Sheena hubiera
jurado que cada palabra había sido dicha con el fin de provocar el enfado de
Malcom, pero en la cara de ambos solo apareció una sonrisa que parecía
sincera, por lo que se dijo que tal vez su nerviosismo le había hecho caer en
un engaño.
—Me parece perfecto. Este jardín lleva demasiado tiempo abandonado
y sería un honor que milady se preocupara por él —le dijo Malcom mirándola
fijamente y sin mostrar que esa idea le desagradara.
Durante unos segundos Sheena permaneció en silencio al no esperarse
esta reacción del hombre que debería considerar como su enemigo, pues había
creído que se enojaría con ella al haber invadido su privacidad, y al haber
querido ocupar el puesto de su madre en el cuidado del jardín. Pero sobre
todo porque debido al tono de su voz, le había sonado como si esas palabras
llevaran una doble intención, ya que parecía pedirle que le cuidara a él en vez
de a su jardín; una idea que la hizo quedarse sin respiración y sin palabras.
—Yo…
—Debo marcharme —la interrumpió tía Elsbeth levantándose del banco
a toda prisa mientras se sacudía las manos—. Se me ha olvidado que debo
ocuparme de un asunto muy importante en la cocina y me estarán esperando.
Y sin más tía Elsbeth se alejó de ellos a una velocidad inusual para una
anciana, pillando tan de sorpresa a Sheena que cuando quiso darse cuenta le
resultó imposible acompañarla. Al advertir su error, ya que ahora tendría que
estar a solas con el laird, le empezaron a sudar las manos, olvidándose de
todo lo que no fuera ser consciente de su cercanía y de que estaban a solas en
un lugar donde sería improbable que alguien los descubriera.
Tragando saliva, se atrevió a mirarle a los ojos, viendo en ellos la
determinación de no dejarla marchar, y consiguiendo que por su mente pasaran
mil ideas inapropiadas de lo que podrían hacer los dos solos en el jardín.
Unos pensamientos que la hicieron suspirar ruidosamente mientras sus piernas
le temblaban, y que lamentablemente Malcom escuchó al aparecer en sus
labios una sonrisa.
Divertido ante la reacción de ella Malcom se propuso aprovechar al
máximo la ventaja de tenerla a solas, y con el fin de no dejarla escapar, se le
acercó más mientras le preguntaba:
—¿Qué iba a decir, milady?
Al observar cómo se le aproximaba, pero sobre todo al escuchar el tono
seductor de su voz, Sheena retrocedió unos pasos en un acto reflejo, al creer
tontamente que podía escaparse tan fácilmente de él.
—¿A qué se refiere? —pudo preguntarle, a pesar de que con solo
mirarle se le olvidara todo aquello que estaba pensando.
—Iba a decirme algo respecto al jardín —le aclaró mientras no se
perdía ningún detalle de su rostro, el cual pudo contemplar a su gusto al estar a
poca distancia, mientras ella hacía serios esfuerzos por no bajar la vista y así
quedar como una cobarde.
Divertido con este enfrentamiento de miradas Malcom se propuso
desarmarla hasta alzarse victorioso, sin percatarse de que cuanto más la
contemplaba más se le iba clavando esa mujer en el fondo de su pecho.
Decidida a mantener una conversación coherente Sheena se irguió
intentando disimular su nerviosismo y el sudor de sus manos, mientras rezaba
a todos los ángeles por no decir una incoherencia y quedar como una boba.
—Solo quería agradecerle la confianza que ha depositado en mí, y
prometerle que mientras esté en Inveraray pondré toda mi atención en él.
Al saber que ella creía que solo estaría en el castillo durante una
temporada, Malcom no pudo evitar alzar una ceja, pues para nada estaba de
acuerdo con esa idea. Como tampoco estaba conforme de que solo se ocupara
del jardín en vez de estar pensando en su proposición de matrimonio, y por
consiguiente, en conocer el funcionamiento del castillo al poder ser en breve
su nueva señora.
Sin embargo, Sheena no había pensado en ninguna de estas opciones,
por lo que al ver su gesto de incredulidad no supo qué creer, ya que no sabía si
se debía a que había dicho que pretendía marcharse, o quizá al haberle hecho
creer que pretendía usurpar el lugar de su madre en el jardín.
Fuera como fuese no le llevó mucho tiempo decidir que debía
explicarse, antes de que volviera a sacar su mal genio y la volviera a gritar o a
encarcelar como había hecho anteriormente.
—Pero debo decirle que conozco la importancia que tiene esta rosaleda,
por lo que entendería que prefirierais dejarla tal y como está para mantener el
recuerdo de su madre.
—En realidad mi padre y yo decidimos no tocar nada por mi hermana,
ya que a ella le gustaba venir a diario para sentirse cerca de mi madre. Pero
ahora que Mysie ya no está, me parece una buena idea empezar a dejar el
pasado atrás.
Al escucharle Sheena pudo percibir el dolor que sentía por la pérdida
de su familia, y algo dentro de ella se rompió al comprender como el
sufrimiento por sus muertes podía hacerle desear venganza, sobre todo si se
trataba de algo relacionado con un MacDougall.
Se dio cuenta de que en su lugar posiblemente ella también hubiera
entrado en cólera y deseado matar a su asesino, para después arrasar con todo
lo que estuviera relacionado con él. Se figuró que este pesar había nublado el
juicio de Malcom cuando invadió su castillo, y fue esa misma amargura la que
le condenó a la mazmorra.
Ante la visión de su desconsuelo, pues este era evidente en su voz y en
sus ojos, Sheena anheló tocarle para así darle su consuelo, pero nada más
pensarlo supo que jamás se atrevería a hacerlo ya que esto solo les llevaría a
desear más del otro.
Aun así, sintió la necesidad de confortarle, pues ella sabía lo que era
sentirse sola y abatida en un mundo injusto, y como unas palabras de aliento
marcaban la diferencia que separaba la tristeza de la esperanza. Del mismo
modo sabía que con su petición y su presencia en el jardín le había hecho
recordar cosas que era mejor que permanecieran encerradas, y sin querer ser
la causa de su pesar se propuso disculparse.
—Lamento traerle malos recuerdos, aunque le aseguro que no fue mi
intención hacerlo y mucho menos si estos resultaban tan dolorosos.
—No debe disculparse, sé que ha obrado de buena fe y por ello le
agradezco su ofrecimiento —le dijo pareciendo sincero, pero algo dentro de
ella le impedía creerle al ser evidente su dolor, y por ello, sentía más la
necesidad de consolarle.
Haciendo grandes esfuerzos por permanecer en silencio este acabó
siendo incómodo, al haberse quedado ambos callados demasiado tiempo. Por
suerte para los nervios de Sheena, Malcom se atrevió a hablar tras haberse
calmado un poco, ya que estar en ese lugar hablando de su familia le hacía
recordar otros tiempos felices que jamás volverían, y esto había hecho que su
garganta se cerrase y su corazón sangrara.
Asombrado se percató de que ya no quería la venganza que tanto había
necesitado en días pasados, notando que su dolor y su furia había empezado a
aplacarse, quizá gracias a esa mujer que con su fortaleza ante las injusticias, le
había demostrado que no se podía vivir con el dolor del pasado marcando
nuestro futuro, haciéndole sentir la esperanza de poder vencer sus demonios.
Decidido a dejar atrás todo lo malo y centrarse en lo bueno que la vida
todavía podía ofrecerle, Malcom se le acercó un paso más y le dijo
convencido:
—De hecho, la idea de hacer cambios en este lugar para devolverle su
esplendor me parece una idea brillante, pues quizá se convierta en el detonante
para que las cosas entre ambos clanes empiecen a cambiar —comentó pensado
que de esta manera lograría que ella se vinculara con ese lugar, y además, le
daría la opción de pasar más tiempo con ella y así conseguir que sintiera algo
por él.
—Pero, ¿no cree que sería mejor que lo hiciera alguien de su clan? No
creo que sea apropiado que una…
—Una MacDougall —le interrumpió, aunque ella había querido decir
una prisionera.
Avergonzada por las mariposas que empezó a sentir en el estómago al
advertir que la contemplaba fijamente, solo pudo asentir, pues no quería que él
averiguara como la perturbaba con solo su presencia, aunque la idea de que
dejara de ser su enemigo le agradaba mucho más de lo que se hubiera podido
imaginar.
—Tomémoslo entonces como una penitencia por el mal que el
MacDougall hizo en mi clan —señaló con el fin de que ella aceptara, y siendo
consciente de que no había sido capaz de decir que el MacDougall era su
marido.
Pensativa Sheena se volvió para mirar la trepadora que subía por los
muros del castillo de Inveraray, preguntándose si unas simples rosas podrían
apaciguar la sed de venganza de un hombre que había perdido lo que más
quería quedándose solo, así como el olvido de unos actos tan despreciables
que apenas podían considerarse humanos.
Sosteniendo una rosa entre sus manos se inclinó para olerla, deseando
en silencio que el corazón de ambos tuviera la capacidad necesaria para
perdonar y así poder seguir adelante con sus vidas.
Perdida en sus cavilaciones no se percató de unos ojos que seguían de
cerca cada uno de sus movimientos, ni percibió el anhelo de un hombre que
deseaba con todas sus fuerzas ser esa rosa que ella sostenía entre sus manos, y
cuyos labios rozaban sus pétalos de la misma forma en que él quería probar su
boca.
De pronto, al retirar la mano de la flor de forma distraída, Sheena no
advirtió las espinas, y acabó pinchándose con una de ellas en la punta del
dedo índice. El dolor que sintió en ese instante hizo que diera un respingo, e
inmediatamente Malcom se colocó a su lado para averiguar qué le había
pasado.
Al ver como la pequeña herida sangraba Malcom no se lo pensó dos
veces, y sin mediar palabra, cogió el bajo de su tartán para rajar una tira fina
de él dejando a Sheena con la boca abierta. Después, con delicadeza pero de
forma decidida le agarró la mano herida, para a continuación colocarla ante su
vista e inspeccionarla durante unos segundos.
Contemplándolo con detenimiento se quedó paralizada al ver el cuidado
con que trataba esa herida sin importancia, pero sobre todo por como envolvía
el dedo dañado con sumo cuidado, mientras la venda improvisada se
manchaba con unas pocas gotas de su sangre.
Maravillada por la rapidez con que había reaccionado, y por la
delicadeza con que había actuado, no podía dejar de preguntarse si esa sangre
que pertenecía a un MacDougall, y ahora manchaba el tartán de un Campbell,
sería la última gota que ambos derramaran como enemigos.
Observándole a los ojos vio esa misma duda en la mirada de él, y deseó
con todas sus fuerzas ser capaz de llevar la paz a esos clanes, como también
esperaba llevarlo a su corazón, pues si un hombre que nada más conocerla le
había demostrado lo que era odiar tanto como para perder la razón y dejarse
llevar por el odio, esa misma persona le acababa de demostrar que también
era capaz de preocuparse por ella sin considerarla un adversario.
—Tu sangre es tan roja como la mía —le dijo Malcom sosteniendo aún
su mano herida—. La misma que corre por mi cuerpo y atraviesa mi corazón.
Con ambos rostros cada vez más cerca, Malcom colocó la mano que
sostenía de ella en su pecho, para que así notara su galopar y comprobara
como le afectaba estar en su compañía. En ese momento dejaron de ser una
MacDougall y un Campbell para convertirse en una mujer y en un hombre, que
deseaban que su sangre no fuera motivo para tenerse rencor y sí para sentirla
hervir por sus venas.
Con solo mirarse ambos pudieron comprobar como entre ellos surgía
algo que nunca antes habían experimentado, al notar como su piel se erizaba,
sus pulsaciones se aceleraban y al mismo tiempo un hormigueo se asentaba en
sus estómagos y subía hasta sus gargantas.
—Sheena —le susurró él con su boca a escasos centímetros de la de
ella, haciendo que su vello se rizara y su respiración se volviera frenética.
Dividida entre el deseo que empezaba a experimentar por él, ante este
nuevo comportamiento tan amable, y por el recuerdo del temperamento
inestable que le había demostrado en más de una ocasión, Sheena simplemente
suspiró dejándose llevar por su olor a sándalo y por la fuerza que emanaba de
él, pues esta le atraía con una desesperación tan agobiante, que solo era capaz
de pensar en probar sus labios y de perderse en el deseo que sentía por
primera vez en su vida.
Anhelaba ese beso porque para ella significaba mucho más de lo que se
podía suponer, pues nunca la habían besado bajo el influjo de un sentimiento,
ya que hasta ahora solo habían marcado sus labios con la rabia de la lujuria y
la pretensión de poseer una parte de su inocencia.
A punto de cerrar los ojos Sheena descubrió una tormenta en la mirada
gris de Malcom, y sin saber muy bien cómo interpretarla, simplemente se dejó
llevar sin pensar en las consecuencias abriendo su boca en una invitación que
ningún hombre podría rechazar.
Pero justo cuando Malcom se inclinaba para apoderarse de sus labios
escucharon como alguien a sus espaldas carraspeaba, con la firme intención de
interrumpir el beso.
Por desgracia ambos se dieron cuenta de que ya era demasiado tarde
para no ser sorprendidos, y ahora que el ardor del deseo había sido detenido,
se percataron de lo cerca que habían estado de cometer un error, pues ella solo
deseaba regresar a su castillo y él conquistarla sin que más tarde ella se
arrepintiera.
Al oír como esa persona que los había interrumpido carraspeaba por
segunda vez, ella enrojeció teniendo que bajar la vista, al mismo tiempo que
Malcom maldecía su mala suerte, ya que solo deseaba que volviera a mirarlo
como lo había estado haciendo hasta hacía unos instantes.
—Disculpe laird, pero hay un tema importante que debo comunicarle
cuanto antes.
Malcom reconoció la voz de Blair que aún seguía a sus espaldas, y le
hubiera gustado decirle que se diera media vuelta y lo dejara unos minutos a
solas con la dama. También pensó que de paso aprovecharía para decirle que
jamás volviera a interrumpirle mientras estuviera con Sheena, a menos que los
invadiera un ejército inglés o el clan entero estuviera en llamas.
Pero por desgracia no le dio tiempo a decir nada, ya que Sheena se le
adelantó y se despidió de ellos con una inclinación de cabeza, para después
salir a toda prisa del jardín sin que sus miradas volvieran a cruzarse.
—¿Nunca te he dicho que eres muy inoportuno? —le preguntó Malcom a
su amigo, mientras este se le acercaba y él permanecía mirando por donde se
acababa de marchar Sheena.
—No, creo que no —le respondió colocándose a su lado—. ¿Al final
has decidido casarte con ella?
—Así es, aunque lo voy a tener más difícil si me interrumpes cada vez
que intento seducirla.
Blair sonrió ante el comentario, pero no pudo evitar advertir el anhelo
en sus ojos al verla alejarse, preguntándose si el único que había sido
seducido en ese encuentro había sido su amigo.
—Por cierto, ¿qué era eso tan importante que debías decirme? —señaló
Malcom mientras ambos caminaban hacia la salida del jardín.
—Venía a avisarte de que Lorna acaba de llegar al castillo, y por lo que
me han dicho, ha entrado en cólera cuando se ha enterado de la presencia de
lady MacDougall en su recámara.
Ante esta noticia Malcom paró en seco ante lo que esto significaba, pues
estaba convencido de que su actual amante le daría problemas al saber que
otra mujer usurpaba su puesto.
Temiéndose lo peor suspiró resignado ante su infortunio, al no sentirse
preparado para mediar entre dos mujeres cuando una de ellas era una delicada
dama y la otra una fiera salvaje; hasta que recordó como Sheena se había
enfrentado a él en más de una ocasión, y no pudo evitar sonreír ante lo que le
esperaba a Lorna.
CAPÍTULO 10

Sheena aún no podía entender como había permitido que sus instintos se
hicieran con el control de su cuerpo y de sus pensamientos, pues no le
convenía dejarse embaucar por un hombre que posiblemente solo buscara
casarse con ella para tener el control sobre su clan y su castillo.
Aun así no podía quitarse de la cabeza la forma tan ardiente como la
miraba, consiguiendo que se preguntara si el interés de él era mucho más
profundo o si solo la quería como medio de conseguir un objetivo. Pero lo que
más la perturbaba era ser consciente del deseo que sintió por probar sus
labios, y esa necesidad de estar a su lado que no entendía y que cada vez la
ponía más nerviosa.
Tratando de alejarse lo más posible de ese lugar, y de un beso que a
pesar de no haber sido dado aún le quemaba en los labios, cruzó el gran salón
visiblemente alterada, como si la distancia que pusiera entre ellos pudiera
mantenerla a salvo de todo lo que ese hombre le hacía sentir.
A pesar de saber que se había comportado como una cobarde al huir de
él, no pudo evitar aprovechar la llegada de Blair antes de perder su voluntad y
acabar entre sus brazos, pues estaba segura que jamás se hubiera perdonado
haber perdido el control volviéndose tan débil.
Sabiendo que no podía permitir que esto sucediera de nuevo se dirigió a
las escaleras que conducían a su recámara, sin percatarse de como la miraban
extrañados aquellos con los que se cruzaba, al ser la primera vez que la veían
tan alterada, pues ya se habían habituado a verla por el castillo sin
considerarla una enemiga; sobre todo desde que supieron que había sido una
víctima más de su marido, igual que lo fueron todos en el clan de los
MacDougall.
Ajena a las miradas extrañadas que la observaban prosiguió su camino,
intentando calmarse para dejar atrás los recuerdos de lo sucedido, pues los
últimos minutos vividos en el jardín volvían a ella una y otra vez,
consiguiendo que sus piernas temblaran mientras se preguntaba si él estaría
sintiendo lo mismo, o si solo le había afectado a ella su cercanía.
Negándose a pensar en él, y sobre todo en no evocar el tacto de su mano
cuando le había vendado el dedo, aligeró el paso con el corazón acelerado y
la necesidad de refugiarse en su estancia al no querer dejarse llevar por sus
emociones, pues no podía permitirse tomar una decisión que afectaría a su
futuro basándose en el deseo y no en la conveniencia, ya que no podría
soportar otro matrimonio donde fuera tratada como un objeto.
Entrando como un vendaval en su recámara Sheena al principio no
observó nada diferente, hasta que advirtió algunos de sus vestidos y enseres
tirados por el suelo, y una mujer morena de curvas generosas y enormes
pechos que la miraba con descaro, y con un odio en sus ojos que en cualquier
otro momento a ella le hubiera preocupado.
—Disculpe, no sabía que estaban limpiando la recámara —señaló al
creer que esa muchacha era una sirvienta, ya que había creído que se estaba
ocupando de arreglar la habitación, aunque le resultó extraño que para ello
esparciera por todas partes sus pertenencias.
—Yo no soy ninguna sirvienta —le respondió la mujer ofendida y
colocando las manos a ambos lados de las caderas.
Fue entonces cuando Sheena advirtió la calidad de las ropas de la
mujer, las cuales eran mejores que la del resto de los sirvientes; pero inferior
a las suyas, por lo que empezó a sospechar que debía tener algún rango en el
castillo.
Confundida ante la actitud retadora de la desconocida, y ante el hecho
de encontrarla a solas y en esas condiciones en su recámara, decidió cambiar
de táctica al estar demasiado alterada para aguantar los desplantes de esa
mujer, ya que solo deseaba quedarse a solas para serenarse, antes de que se
acercara más la hora de la cena y tuviera que presentarse visiblemente
afectada.
Suspirando la miró a los ojos, que la observaban retadores y furiosos, y
le dijo para intentar empezar de cero y descubrir qué quería de ella:
—¿Podrías decirme quién eres y qué haces en mi recámara?
—Soy la única que comparte la cama del laird —le respondió con
altivez y descaro, mientras alzaba la cabeza como si la retara a negarlo.
Sorprendida ante esta contestación que no se esperaba simplemente alzó
las cejas, al no saber a qué venía ese comentario tan ordinario. Pero sobre
todo se asombró del estallido de celos que sintió al escucharla, pues aunque se
repetía una y mil veces que Malcom no le importaba, en realidad una parte de
ella no tardó en estallar en gritos llamándola mentirosa.
De pronto se acordó de que tía Elsbeth le había hablado algo sobre una
tal Lorna que era la amante del laird, y que según su consejo no le convenía
volverla en su contra, ya que esta tenía cierto poder en el castillo y contaba
con el favor de Malcom.
—Quiero que te quede claro que no pienso compartirlo con otra ramera,
por mucho que te embadurnes de perfume y te vistas con trapos caros —siguió
diciendo esa mujer que la miraba de arriba a abajo como si la estuviera
evaluando, consiguiendo que Sheena deseara echarla de su recámara sin
miramientos, pues estaba empezando a perder la poca paciencia que le
quedaba.
Aun así no podía olvidar que ella poseía unos modales que al parecer
Lorna había olvidado, y negándose a denigrarse por esa mujer sacándola a
empujones al haberla insultado, decidió que lo más justo sería dejar bien claro
quién era ella y qué estaba haciendo en ese lugar, antes de que siguiera
diciendo estupideces que la hicieran perder los estribos.
—Me parece que ha habido un malentendido…
—Eso está claro.
Volviendo a suspirar recordó que no había cerrado la puerta al entrar,
por lo que podrían ser escuchadas por alguien que pasara por el pasillo y no
era aconsejable que dieran un espectáculo, por lo que se giró para cerrarla y
después situarse ante esa mujer para aclararlo todo.
—Si me permites presentarme…
—No me interesa saber quién eres. Lo único que tienes que entender es
que no pienso hacerme a un lado y ver cómo me robas a mi hombre.
Con la boca abierta a causa del descaro de esa mujer, y por qué ahora
no le cabía ninguna duda del puesto que ocupaba en el castillo, Sheena se
dispuso a asegurarle de que ella no había llegado con ese fin, aunque su humor
cada vez era peor y se temía que en cualquier momento, como esa mujer
siguiera provocándola, iba a perder la poca paciencia que le quedaba.
—No voy a robarte nada…
—¿Te crees que no conozco a las de tu calaña? Quieres cazarlo para ser
la señora del castillo, pero aquí la única que manda soy yo, y no pienso dejar
que me robes lo que me he ganado con tanto esfuerzo.
Volviendo a alzar las cejas Sheena se preguntó qué habría estado
haciendo con Malcom en la cama para afirmar que se había ganado el puesto
con esfuerzo, pero su buena educación hizo que se guardara el comentario al
no ser digno de una dama.
Aun así, no pudo evitar imaginarse a Malcom siendo un hombre
insaciable que la tomaba sin descanso durante toda la noche, hasta que un
ardor entre sus piernas hizo que se acalorara y que apartara esa visión antes de
quedar en ridículo.
—No pretendo…
—Ya lo creo que sí —siguió hablando con la voz cada vez más alzada y
sin ni siquiera escucharla—. Quieres echarme del castillo para ser la única
que le caliente la cama, pero no pienso irme hasta que él me lo diga, y te
puedo garantizar que cuando un hombre me prueba no me deja marchar
fácilmente.
Era evidente que esa mujer estaba completamente confundida con ella, y
aunque no quería saber nada de Malcom y de su falsa propuesta de
matrimonio; pues se la había dicho en pleno ataque de furia y no había vuelto a
recordársela, tampoco podía permitir que la amante de ese hombre la insultara
en su propia cara.
—Además no me voy a ir sin más porque…
—¡Basta! —le cortó al no soportar ni por un segundo más su verborrea,
y lamentando su mala suerte al haber encontrado a una mujer que hablaba aún
más que la tía Elsbeth, tuvo que olvidar sus modales para conseguir que se
callara.
Sorprendida Lorna enmudeció al instante quedándose además con la
boca abierta, ya que no estaba acostumbrada a que en ese castillo nadie le
negara nada, y mucho menos que la trataran sin respeto, por lo que pasó a
observarla como si no pudiera creer que esa desconocida le hubiera dado una
orden.
—No voy a robarte a tu hombre ni a echarte del castillo, y por supuesto
que no pienso compartir mi cama con el laird. Soy lady Sheena MacDougall y
lo único que deseo es regresar cuando antes a mi clan y olvidar a todos los
Campbell.
Más perpleja aún al enterarse de quién se trataba, Lorna la miró ahora
más detenidamente, dándose cuenta por primera vez de que estaba ante una
dama, y no ante otra mujer a la que el laird se hubiera encontrado por el
camino y la hubiera reclamado.
Se percató de que su impulsividad le había jugado una mala pasada,
como le había sucedido en más de una ocasión, pues en cuanto le habían
contado que no podía ir a la recamara del laird porque esta ya estaba ocupada
por otra mujer, había perdido los estribos, y se había dirigido a toda prisa a la
estancia para echar a la supuesta ramera sin atender a más comentarios.
—¿Eres una MacDougall? ¿Qué haces en Inveraray? —le preguntó
curiosa, pues le costaba creer que precisamente esa mujer a la que
supuestamente Malcom odiaba, estuviera durmiendo en su recámara, y una
idea nada alentadora le pasó por la cabeza al imaginar que Malcom quería
hacerla suya como castigo, o quizá para forzarla a un acuerdo matrimonial que
no le convenía.
Por su parte Sheena al ver como Lorna la miraba cavilando si
considerarla amiga o enemiga, decidió no contarle nada sobre su cautiverio ni
sobre la posible idea de Malcom de casarse con ella, al querer terminar
cuanto antes con este encuentro tan desagradable y que la estaba poniendo
cada vez de peor humor.
—Solo estoy aquí de forma temporal, y te puedo asegurar que no tengo
ningún interés en el laird.
Aunque aún tenía serias dudas ante el papel que jugaba esa mujer para
Malcom, Lorna decidió seguirle la corriente, pues pensó que ya se enteraría en
las cocinas de todo lo que había sucedido en su ausencia. Escondiendo su mal
genio y su altanería le mostró una sonrisa tan falsa que no logró engañar a
Sheena, pues su cambio de ramera vengativa a muchacha dulce e inocente no
convencería ni al más necio.
—En ese caso no tenemos que ser enemigas, aunque seas una
MacDougall —le aseguró mientras se le acercaba y le sonreía tontamente,
haciéndole desear a Sheena poner los ojos en blanco—. Comprendo que como
invitada ocupes este cuarto, y mientras tengas las manos apartadas de mi
hombre no tendrás ningún problema conmigo.
Cansada ante esta nueva amenaza que le hizo perder la paciencia, no
solo por no poder soportar su tono zalamero sino también debido a su
falsedad, Sheena decidió no aminorarse ante ella, al haber tratado durante
años con los sirvientes y saber que no debía permitir que desde el principio le
faltaran al respeto.
—¿Me estás amenazando? —la frialdad de su tono y su mentón alzado
consiguió que la sonrisa de Lorna se congelara en su cara, para después
desaparecer en cuestión de segundos.
—Jamás se me ocurriría, solo te digo que mientras no te metas en mi
camino no tendrás nada que temer —le contestó, intentando erguirse para
colocarse a la misma altura de Sheena y así no parecer inferior.
Decidida a dejar las cosas claras entre ellas al no querer estar tratando
este tema en más ocasiones, Sheena se le acercó con paso lento hasta quedarse
a pocos pasos para así mirarla fijamente, mostrando una actitud amenazante
que no recordaba haber tenido con otra persona.
—Te aconsejo que guardes tus intimidaciones —le soltó sonando tan
fría que incluso ella se sorprendió.
—¿Por qué? ¿Acaso crees que no soy capaz de cumplirlas? —Quiso
seguir el reto Lorna aunque ya no parecía tan segura como antes.
—No, es porque ninguna Campbell amenaza a una MacDougall sin que
tenga que pagar un alto precio por ello —afirmó categórica, aunque sabía que
era una mentira, al tratarse de simples celos y no por ser de clanes enemigos.
Retándose descaradamente con la mirada ambas permanecieron frente a
frente durante unos segundos como si estuvieran calibrando hasta donde era
capaz de llegar la otra, convirtiéndose en un juego de voluntades para saber
quién sería la primera en rebajarse y bajar la mirada.
Aunque Lorna estaba furiosa ante la mirada retadora de esa
MacDougall, sabía que era ella la que más se arriesgaba al provocarla, al ser
la invitada del laird y por lo tanto estar bajo su protección.
La experiencia le decía que no debía fiarse de nadie, y que los hombres
cambiaban de mujer con la misma frecuencia con que se cambiaban las
sábanas, por lo que debía ser cauta para no perder el favor de Malcom, pues si
este tenía planes para esa MacDougall, ella debería ser lista para mantenerse
como su amante pasara lo que pasase.
—Por el momento creeré en tu palabra de que solo eres una invitada,
pero cuidado con quitarme lo que es mío.
Mirándose aún fijamente Sheena tuvo que apretar con fuerza los puños
para contenerse, pues estaba segura de que en breve dejaría de ser esa mujer
dulce y comprensiva; y hasta que conoció a Malcom sumisa, para convertirse
en otra distinta.
—Además, a Malcom le gustan las mujeres de verdad y no las que solo
tienen huesos.
Al escucharla Sheena sabía que había llegado al límite de su aguante, y
sin darle tiempo a pensarlo, se acercó quedando a escasos centímetros para
decirle con una frialdad que helaría hasta el infierno.
—En ese caso no tienes de qué preocuparte, ¿o temes que una dama
como yo le robe el hombre a una muchacha sin clase como tú?
Por la expresión de su cara fue evidente que Lorna no se esperaba esta
respuesta, ya que le había parecido que era una mujer sin arrojo que podía
manejar como quisiera.
Sabiendo que había cometido un error al juzgarla y que podía estar en
peligro su lugar en el castillo, Lorna se enfadó al haberse dejado engañar por
esa mujer, pues pretendía hacerla creer que no le importaba el laird cuando
cualquiera podía ver que eso era mentira.
—Tú jamás podrás darle lo que necesita en la cama.
—Es posible, pero lo que yo puedo ofrecerle no lo puede conseguir en
cualquier lugar por unas pocas monedas.
Sheena se mantenía erguida y amenazante en su sitio, pero sobre todo sin
poder creerse lo que acababa de decir, ya que había sonado como si quisiera
marcar a Malcom como suyo cuando en realidad no era cierto, pero algo
dentro de ella; que quizá podría ser orgullo, le hacía responderle de esa
manera.
Por su parte Lorna no se dejó amedrentar, y alzando la voz le soltó
orgullosa mientras sentía como el cuerpo le temblaba a causa de la rabia que
experimentaba:
—Nadie me llama puta a la cara sin pagar por ello.
—Entonces será mejor que te vayas acostumbrando.
Roja de rabia Lorna estuvo a punto de abofetearla al presentarle batalla,
pero sabía que antes de hacer algo tan drástico debía saber si ella seguía
contando con el favor de Malcom.
—Por tu bien espero que el laird tenga planes para ti, o de lo contrario
seré yo misma quien te eche a rastras del castillo.
—Ponme un solo dedo encima y sabrás lo que es capaz de hacer una
dama cuando pierde la paciencia —le respondió con voz susurrante pero que
sonó con la fuerza de cien gritos.
Visiblemente enfadada, y sabiendo que era inútil seguir en ese lugar,
pues solo lograría empeorar las cosas, Lorna se dirigió a la puerta disgustada
por ser ella la que tuviera que marcharse al no saber qué estatus ocupaba,
mientras se juraba que esa mujer no le robaría nada de lo que era suyo.
A punto de salir de la recámara Lorna decidió que aún tenía algo que
decir, y girándose para enfrentarla le comentó con descaro:
—Vigila tus espaldas de damita porque nadie toca lo que es mío.
Y sin más se marchó dando un portazo que seguro se oyó en todo el
castillo, aunque a esas alturas Sheena se temía que el clan entero había
escuchado la discusión entre ellas.
Ahora que estaba sola y se daba cuenta de lo que había sucedido, se
disgustó consigo misma al haberse dejado llevar por su enojo, cuando debió
haber mantenido la calma y haber hecho que esa mujer se marchara sin haberla
convertido en su enemiga.
Recordando todo lo que se habían dicho no pudo evitar preguntarse cuál
sería el verdadero motivo para que hubiera perdido los estribos, hasta que se
percató de que solo podía ser aquello que sentía por Malcom cuando estaban a
solas.
Maldiciendo su debilidad, al no querer volver a sufrir por culpa de un
hombre, decidió que pasara lo que pasase sería fuerte, y sintiéndose confusa al
estar enfrentadas sus emociones contra su lógica, se dirigió a la ventana para
contemplar como el sol se acercaba al horizonte.
Abriendo su corazón descubrió que no podía seguir negando sus
sentimientos por Malcom, pero no estaba segura de cómo podría enfrentarse a
él estando su amante presente. De lo único que estuvo segura fue de que jamás
volvería a esconderse de nadie, por lo que decidió demostrar el coraje que
aún poseía y presentarse en la cena para enfrentarse a cualquiera que quisiera
retarla.
Alzando el dedo que se había herido con una espina en el jardín,
contempló el trozo de tartán que Malcom había anudado con suavidad, y con el
recuerdo de ese momento que tanto la había emocionado, se armó de valor y
se dispuso a preparase para una velada que prometía ser intensa.
CAPÍTULO 11

Había llegado la hora de la verdad, pues por primera vez desde su


llegada Sheena compartiría una comida en la mesa central, al haberlas tomado
hasta el momento en el refugio de su recámara. Un hecho que ahora lamentaba,
al tener que enfrentarse a la vez con las especulaciones del clan, la malicia de
Lorna y con el hombre que la hacía temblar con solo mirarle.
A pesar de todo a lo que tenía que enfrentarse, era ese encuentro con el
Campbell el que más la perturbaba, pues no sabía cómo reaccionaría cuando
lo tuviera delante y recordara el beso que no había llegado a su destino. Y es
que si de algo estaba segura era de que nada más verlo se acordaría de ese
momento, pues este le había acompañado desde que se había marchado
precipitadamente del jardín.
Respecto a Lorna sabía que su presencia sería como mínimo molesta,
pero estaba segura de que no se atrevería a hacerle algo de lo que más tarde
acabaría arrepintiéndose, ya que ella era una invitada del laird y le debía
respeto. Aun así, algo le decía que debía tener cuidado con esa mujer, y por
eso pensaba estar bien atenta e incluso plantarle cara si hiciera falta.
Suspirando comprobó que la hora de la verdad había llegado, y tras
haberse arreglado con su mejor traje y esmerado con su peinado, se dispuso a
salir de su recámara decidida a cenar aunque el estómago lo tuviera revuelto.
Orgullosa con el resultado conseguido, gracias a la sirvienta que se
ocupaba de atenderla, bajó las escaleras con la gracia de una reina, pues esa
noche acudiría ante el laird y su clan como una igual y no como una cautiva, al
querer demostrar a todo el mundo que Sheena MacDougall no estaba dispuesta
a rendirse y mucho menos a ser de nuevo menospreciada.
Suspirando para inspirarse confianza alzó la barbilla cuando al final
llegó al pie de la escalera, y armándose de valor entró en el gran salón cuando
este se encontraba prácticamente lleno de miembros del clan; tanto de mujeres
como de hombres, que no tardaron en girarse para contemplarla mientras
bajaban las voces hasta volverse murmullos.
A Sheena no le extrañó convertirse en el centro de atención nada más
aparecer en la estancia, ya que sabía que los miembros del clan estaban
esperando su aparición tras la cantidad de rumores que circulaban por el
castillo desde su llegada, y más aún desde que se supo de su enfrentamiento
con Lorna.
La concurrencia era tal que Sheena tardó unos segundos en encontrar
con la mirada a Malcom, a pesar de ser de los más altos y de encontrarse en el
centro del salón conversando con sus hombres. Nada más verlo sintió un
hormigueo que se extendió por su cuerpo a un ritmo vertiginoso, más aun
cuando él alzó la mirada y se quedó observándola visiblemente deslumbrado.
Era la primera vez que lo veía vestido de gala con su feileadh mor[10] y
debía reconocer que el resultado era impresionante. Sin poder evitarlo se
quedó paralizada ante su porte varonil y provocador, necesitando de toda su
fortaleza para que al acercarse él no viera lo mucho que le había impactado su
presencia.
Malcom había estado nervioso desde que le había comunicado que por
fin había aceptado la invitación de bajar a cenar en su compañía, y aunque no
iban a estar solos, sabía que este podía ser un paso importante para que ambos
se conocieran mejor y acabara aceptando su propuesta de matrimonio.
Por ese motivo había estado esperando su llegada con expectación, y le
había costado disimular la ilusión que le hacía que por fin dejara de
esconderse, ya que no sabía si lo hacía porque le temía o porque no quería
tener ningún contacto.
Estaba convencido que los escasos minutos que habían pasado en el
jardín había influenciado en este cambio, y por eso había decidido que de
alguna manera se las arreglaría para pasar más tiempo juntos y así irse
conociendo.
Pero a pesar de estar al corriente de que ella llegaría en cualquier
momento, y de saber que era muy hermosa, no se había esperado contemplar a
una diosa que con su belleza y elegancia le había dejado sin palabras, no solo
a él sino a todo el clan, ya que nada más aparecer los presentes se callaron
para observarla maravillados.
Mientras se acercaba despacio sintiendo la boca seca y las manos
sudorosas, descubrió fascinado el brillo en los ojos de Shenna que lo dejaron
tan perplejo, que incluso llegó a olvidar que estaban rodeados de más
personas. Por unos segundos solo fueron un hombre y una mujer que se
contaban con la mirada muchas más confidencias que usando palabras, pues en
sus ojos había una verdad que jamás se atreverían a decir en voz alta.
Dispuesto a ser esa noche el perfecto anfitrión, ya que sabía que se
jugaba mucho en esa velada y quería empezar con buen pie su conquista, se
paró ante ella sin dejar de mirarla y le dijo con solemnidad:
—Milady, permitidme que os diga que estáis exquisita —le confesó
cuando estuvo ante ella y se inclinó para saludarla, para después cogerle la
mano con galantería dejando a los presentes boquiabiertos, al ser la primera
vez que veían a su rudo laird comportarse de semejante manera.
Avergonzada al saber que todos los observaban no se atrevió a mirarle a
los ojos, y simplemente colocó gentilmente su mano pequeña y pálida sobre la
de Malcom grande y oscura, para después encaminarse despacio hacia la
cabecera de la mesa donde ocuparían sus asientos.
—Espero que no tengáis ningún inconveniente en compartir la cabecera
de la mesa con mi hermano James y conmigo —le dijo conduciéndola a la silla
que se encontraba junto a la de él presidiendo la velada, mientras James la
sonreía encantado al tenerla como compañera.
—Será un placer. De hecho me alegro de volver a ver a James —indicó
con una sonrisa en los labios, mientras Malcom la acomodaba en su asiento y
ella miraba a James que se había sonrojado.
—¿Y a mí, milady, no me habéis echado de menos? —le susurró
Malcom malicioso en su oído, aprovechando que los presentes estaban
ocupando sus asientos y con el revuelo pasarían inadvertidos.
Acalorada y sin saber qué contestar prefirió callarse y fingir que no le
había escuchado, aunque por la sonrisa triunfal que él mostró mientras se
sentaba supo que no le había engañado.
Negándose a mirarle para no tener que mantener una conversación con
él, pues se temía que esta estaría cargada de comentarios que la harían
sonrojarse y perder el poco apetito que tenía, se dedicó a observar a la gente
que se había sentado a su alrededor para asegurarse de que no estaba Lorna,
alegrándose que frente a ella se sentara Blair, pues no quería encontrarse de
nuevo con esa mujer que seguro la pondría en ridículo.
Pasados unos minutos y tras comprobar que todo estaba tranquilo al
haber sido recibida sobre todo con curiosidad; aunque unos pocos la miraron
con descaro y gestos despectivos, Sheena pudo relajarse un poco y empezar a
disfrutar de la compañía de James que se mostraba encantado y servicial al
tenerla a su lado.
—He echado de menos vuestra compañía —le aseguró ella
consiguiendo que el muchacho se sonrojara aún más.
—Mi hermano me ha mantenido ocupado con los entrenamientos,
milady, pero seguro que podré sacar unos minutos mañana para acompañaros a
pasear, si así lo deseáis —le respondió con los ojos iluminados de emoción.
—Es una idea maravillosa, podrías enseñarme los alrededores.
—Le podría enseñar…
—Me temo que mi hermano pequeño, el cual apenas tiene trece años y
no tiene permiso para saltarse los entrenamientos, no va a poder acompañarla.
Avergonzado por el comentario de Malcom, James agachó la cabeza,
mientras los sirvientes comenzaban a traer cerveza y vino para empezar la
cena.
—Estoy segura de que sabrá de alguien que sí podrá acompañarme y
tenga una edad más apropiada para ser mi escolta —comentó ella con ironía,
ya que ambos sabían la respuesta.
—Ahora que lo dice, tengo la intención de…
Sin previo aviso Malcom sintió como unas manos se colocaban a ambos
lados de su cara, y sin apenas tiempo para reaccionar, observó perplejo como
Lorna se inclinaba para besarle en la boca con total descaro interrumpiendo
así su charla.
Al ver lo que Lorna estaba haciendo, pues era evidente que solo quería
provocarla, todos los presentes enmudecieron al contemplarla, mientras
Sheena se moría de rabia ante la grosería de esa mujer, que volvía a demostrar
que no tenía educación y que estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de ser
el centro de atención y marcar su territorio.
En solo dos segundos, que a Sheena le parecieron eternos, Malcom
reaccionó levantándose de golpe del asiento enfadado, mientras apartaba sin
miramientos a Lorna de su lado.
—¿Se puede saber qué haces mujer?
—Besarte como siempre lo he hecho, cariño, ¿o es que ya no te
acuerdas? —le respondió Lorna sin temor ante su tono serio ni ante la furia
que soltaban sus ojos.
—Lo que sí recuerdo es que te pedí expresamente que esta noche no
aparecieras —le dijo con voz contenida para que la conversación fuera más
privada, pero demasiados ojos estaban puestos en ellos para que esto
sucediera.
Sin hacer caso del aviso que había en las palabras y en la mirada de él,
Lorna se le volvió a acercar insinuante colocando una de sus manos sobre su
musculoso y amplio pecho, al mismo tiempo que miraba a su adversaria para
ver su fastidio, aunque no encontró la satisfacción que esperaba al comprobar
que Sheena no les observaba y que Malcom le apartaba con prontitud su mano.
Aun así no se dio por vencida y siguió con su ataque, pues esa noche
había aparecido en el gran salón para dejar bien claro a todos los presentes, y
en especial a la MacDougall que el laird era suyo, por lo que siguió soltando
su veneno sin pensar en las consecuencias.
—Pero no podía perderme la esperada aparición de tu invitada. Al fin y
al cabo es la primera vez que un MacDougall se sienta en esta mesa.
—Cuidado con tus palabras muchacha, porque no pienso aguantar ni un
solo insulto —le indicó Malcom en voz baja, pero con la suficiente convicción
en su voz para no dejar ninguna duda de que su aviso iba en serio.
Por si a Lorna aún no le había quedado claro que no era bien recibida,
Malcom la cogió del brazo para apartarla de su lado, y empezó a alejarla de la
mesa hasta que malhumorada se soltó de su agarre de un tirón y se dirigió
sonriente a Blair con aire zalamero.
—Sé bueno y déjame este sitio —le ordenó al querer sentarse junto al
laird y justo enfrente de Sheena para incomodarla durante la cena.
—No —le contestó convencido al saber sus intenciones.
—Levántate de este asiento por las buenas, o me subo a la mesa y doy
un espectáculo que no olvidarás en la vida —afirmó decidida inclinándose
ante él para poder susurrárselo, aunque por el rictus de Malcom fue evidente
que también la había escuchado.
Sin saber qué hacer Blair miró a su amigo y laird pidiendo una
respuesta, pues conocía lo suficiente a Lorna para saber que estaba hablando
en serio y sería capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya.
Malcom también conocía el temperamento fuerte de Lorna, por lo que
suspiró resignado y asintió a Blair para que le cediera su lugar, al pensar que
al estar sentada entre ellos dos podrían controlarla con facilidad si se
extralimitaba.
—Ian, levanta —le ordenó Blair a su compañero de mesa para ocupar
su puesto, no quedándole más remedio al asombrado guerrero que levantarse y
buscarse otro asiento.
Satisfecha al haber conseguido lo que quería Lorna se sentó en el
asiento que había estado ocupando Blair junto al laird, y con una sonrisa
maliciosa miró a Sheena para jactarse de su triunfo.
Por desgracia para ella Sheena había estado todo ese tiempo ocupada
con James, pues el muchacho le había estado contando sus últimas proezas en
los entrenamientos con el propósito de distraerla, y aunque no había sido
capaz de escuchar ni una sola de sus palabras al estar pendiente por el rabillo
del ojo de lo que pasaba, le estaría eternamente agradecida por ello.
Desde ese momento el ambiente en toda la mesa cambió volviéndose
tenso y frío, consiguiendo que las sonrisas desaparecieran y las charlas se
volvieran susurros, del mismo modo que la galantería de Malcom ahora se
transformaba en silencio.
La tensión era tan intensa entre Lorna, Sheena, Malcom y Blair que ni el
vino que bebían lograba relajarlo, hasta que Lorna no aguantó por más tiempo
e interrumpió la conversación de James y que al parecer nadie escuchaba.
—Y dígame, milady, ¿le gusta su nueva recámara? Según tengo
entendido es mucho mejor que la primera que tuvo al llegar al castillo.
La intención maliciosa de la pregunta fue bastante clara para todos, pues
consiguió que los presentes se callaran a la espera de la respuesta.
Reconociendo el desafío Sheena no se aminoró, pues por nada del
mundo estaba dispuesta a darle ventaja a esa mujer y permitir que la dejara en
ridículo delante del clan. Pero además, por alguna extraña razón saber que
contaba con el apoyo de Malcom y James le daba ánimos, pues por primera
vez en mucho tiempo no sintió la opresión de estar sola mientras sufría una
humillación en público. Algo que siempre le sucedía cuando su marido bebía
más de la cuenta y la insultaba sin miramientos.
—La verdad es que estoy agradecida con el cambio, ya que la nueva
recámara tiene mejor luz y la llave está más a mano —contestó con aire
divertido y aparentando indiferencia, aunque estaba tan nerviosa que necesitó
llevarse una copa de vino a los labios para tratar de calmarse.
No se tardó mucho en escuchar las carcajadas de los presentes después
de su comentario, consiguiendo de esta manera que se destensara un poco el
ambiente que hasta el momento era demasiado opresivo.
Pero lo que más disfrutó Sheena; además del rictus en la boca de Lorna
al no obtener la contestación que esperaba, fue el agradecimiento en la mirada
de Malcom al ser evidente que ese tema le incomodaba al sentirse culpable.
Pero además sirvió para que Sheena se diera cuenta de que ya no sentía
rencor hacia Malcom, ya que no había aprovechado esta oportunidad delante
de su clan para dejarle en ridículo, como hubiera hecho hacía escasos días. No
estaba segura de a qué se debía este cambio, pero quiso pensar que era porque
ahora su antipatía recaía en Lorna, y no por lo que había sucedido entre ellos
en el jardín.
Sin querer pensar más en ello Sheena se dispuso a seguir con su cena y
con la conversación que había dejado a medias con James, cuando se percató
por la forma en que Lorna la miraba que estaba dispuesta a seguir con su
provocación, y de que esta vez su ataque sería más hiriente que la vez anterior.
No tuvo que esperar ni un segundo para que esto sucediera, pues
decidida a dejarla en ridículo, Lorna le preguntó con tanta ironía en sus
palabras que le resultó imposible de disimular.
—¿Es cierto, que para conseguir comida del carcelero tenía que abrirse
de piernas?
—¡Ya está bien Lorna! Si no sabes comportarte será mejor que te vayas
de inmediato —soltó colérico Malcom mientras se levantaba de su asiento y la
miraba con frialdad, al mismo tiempo que el silencio volvía a apoderarse del
gran salón.
—¿Por qué? ¿Acaso no es verdad? ¿No te ofrece sus servicios como
ramera? —le indicó pretendiendo aparentar inocencia e indignación, pero sin
conseguir engañar a nadie, pues todos en el clan ya la conocían y sabían de su
falsedad, de su arrogancia y de su envidia.
Sheena también sabía que Lorna solo pretendía humillarla delante de
todos al darse cuenta de que el laird ya no la prefería, y aunque se negaba a
ser la esposa, la amante o la prisionera de Malcom, detestaba imaginarse a esa
mujer en sus brazos, como odiaba que él la viera débil.
Dispuesta a no permitir semejante desplante Sheena se levantó furiosa
para defenderse, y tras mirarla con una aversión que crecía por segundos,
cogió con elegancia su copa llena de vino, y sin dudarlo le tiró a Lorna el
líquido cobrizo empapando así su cara, su cabello y parte de su vestido,
mientras paralizada, asombrada y boqueando, Lorna no sabía cómo reaccionar
al no esperárselo.
Los asistentes al encuentro estaban expectantes y divertidos ante el
enfrentamiento de las dos mujeres, ya que más de uno había sufrido la cólera
de Lorna y ahora estaban encantados de que recibiera su merecido.
Todos ellos sabían que ella era muy vengativa, y por eso a nadie le
extrañó que justo dos segundos después rabiosa y chorreando aún vino de su
barbilla, intentara lanzarse sobre Sheena como una poseída, sin importarle
tener que subirse a la mesa para llegar hasta ella a rastras.
Por suerte Blair estaba a su lado y en seguida se percató de las
intenciones de Lorna, por lo que la sujetó con fuerza del brazo mientras esta no
paraba de insultarla a pleno pulmón, dejando a todos los presentes perplejos.
—Eres una ramera —repetía gritando rabiosa.
—Blair sácala de aquí —le pidió Malcom a su lugarteniente, mientras
contemplaba a Sheena que se mantenía erguida en su sitio demostrando una
gran fortaleza, aunque al contemplarla más detenidamente se percató de que
estaba temblando.
—¿Te crees que nadie sabe que te acuestas con él? ¡Todos saben la
clase de mujerzuela que eres! —seguía vociferando Lorna mientras era sacada
a a rastras del gran salón.
—No la escuches, todos en el clan saben que esa acusación es falsa —
le dijo Malcom acercándose a ella al querer calmarla, ya que no le gustaba
verla tan alterada.
—¿Estás seguro? ¿No crees que muchos se preguntan qué hace una
MacDougall en la recámara del laird de los Campbell?
A punto de llorar a causa del dolor que sentía en su pecho Sheena se
dispuso a marcharse, ya que no quería que los centenares de ojos que la
contemplaban; algunos con pena y otros con desprecio al haber creído la
acusación de Lorna, la vieran soltar una sola lágrima.
Sabía que lo único de valor que le quedaba en la vida era su orgullo y
su valor, y no estaba dispuesta a perderlo por una mujer que la había puesto en
ridículo delante de todos, pues la había hecho comportarse como una mujer
impulsiva y sin educación que se dejaba llevar por sus emociones; algo
completamente indigno de una dama de su posición.
Además, escuchar sus insultos le había hecho revivir demasiados
momentos de su matrimonio, ya que su marido también la había tratado de una
manera denigrante sin importar quién los mirara, y la había convertido en una
sombra de la persona que había sido, llegando incluso a odiarse por ser tan
cobarde y por haber permitido que la utilizara.
Por ese motivo no podía soportar que la miraran a la cara, pues no
quería que vieran el dolor que aún sentía cuando lo recordaba, y menos aún si
ese alguien era Malcom, ya que quería ser para él una mujer diferente a la que
había sido para que la respetara y la valorara.
Sin soportar por más tiempo ser el centro de atención al sentirse
demasiado alterada, y negándose a mirarle a los ojos para no ver su lástima,
Sheena se limpió con su pañuelo blanco de encaje algunas gotas de vino que le
habían caído en la mano, y disculpándose apenas sin voz empezó a caminar
hacia las escaleras, tratando de no caerse al suelo a causa del temblor de su
cuerpo.
Podía escuchar tras ella la voz de Malcom llamándola desesperado,
pero su único deseo era salir de ese lugar cuanto antes al necesitar
desesperadamente el refugio de su cuarto.
Solo cuando había subido las escaleras se dio cuenta de que no podía
dar ni un solo paso más, y apoyando el cuerpo en la pared se tapó la cara con
las manos para cubrir su vergüenza, para después romper a llorar con
desesperación igual que lo había hecho en sus primeros meses de recién
casada, cuando se había percatado de que el resto de su vida sería un infierno.
Sumida en su pena no advirtió que alguien la había seguido, notando
solo su presencia cuando unos brazos fuertes la abrazaron y la cobijaron en el
calor de su pecho, como queriendo de esa manera hacerla olvidar todo lo
pasado.
Por su fuerza mezclada con ternura, y por ese olor que incluso le había
acompañado en sus sueños, supo con total certeza de quién se trataba, pues
solo Malcom conseguía calmarla con una caricia.
—No llores más pequeña —le susurró en su oído mientras cobijaba su
cabeza en su pecho y besaba sus cabellos.
Sin poder mediar ni una sola palabra Sheena simplemente se dejó
consolar, y por segunda vez en pocos días, Malcom la cogió con cuidado entre
sus brazos y la llevó a su habitación, mientras ella se abrazaba a él con
desesperación al necesitar con urgencia ese cariño que él le ofrecía.
Se había sentido tan sola, perdida y confusa durante tanto tiempo que
ahora se sentía extraña al ser protegida por alguien, pero debía reconocer que
le encantó esa sensación y que pronto se relajó entre sus brazos, al sentir que
por fin podía confiar en alguien.
Lo supo por cómo la había defendido, por cómo se había mantenido a su
lado, y por cómo había sabido lo que necesitaba cuando se había marchado
destrozada.
Suspirando se dejó llevar hasta que Malcom la depositó con cuidado en
el suelo, justo al lado de la cama, y fue entonces cuando se atrevió a mirarlo a
los ojos y enfrentarse a lo que vería en ellos.
Para su sorpresa en su mirada no vio lástima, pesar o desilusión, al
percibir solamente algo que en muy pocas veces había contemplado y que
creyó distinguir como amor. No muy segura de lo que veía se fijó más
detenidamente en ellos, hasta que comprobó cómo se perdía en su profundidad
y en una candidez que la envolvía y la hacía estremecerse de placer.
Solo cuando notó su mano rozando su rostro pudo salir del profundo
pozo que formaba el gris de su mirada, y cerrando sus ojos se centró en sentir
la caricia de sus dedos sobre su piel, cuando él comenzó a limpiar con su
pañuelo de encaje blanco las lágrimas de sus mejillas.
—Sheena, mi Sheena —le escuchó decir y no pudo evitar estremecerse
al sentir su aliento en su cara—. ¿Cómo puedo demostrarte que no debes
temerme?
—Bésame —le pidió convencida, sorprendiendo a Malcom con su
propuesta.
Incluso ella misma se asombró al escucharse, al no haber creído posible
que confiara en otro hombre después de la terrible experiencia de su
matrimonio, pero estaba tan cansada de esconder sus miedos para que nadie
los notase y de disimular su corazón destrozado, que solo deseaba olvidarse
de todo y dejarse llevar por sus emociones.
Necesitaba con desesperación volver a sentirse deseada y comprobar
por ella misma si era verdad lo que su pecho le decía cuando estaba con él, al
no poder dejar de recordar lo que sentía ante el roce de sus manos y el aliento
de su boca, por lo que pensó que sería una buena idea averiguarlo a través de
un beso.
—¿Estás segura? —Le preguntó desconcertado ante su petición, pues
era la primera vez que se mostraba tan abierta a él y eso le desconcertaba.
Viendo que él estaba dividido entre el deseo de cumplir su petición y el
desconcierto de no entender a qué se debía su cambio, decidió tomar medidas
y hablarle claro.
—Bésame, para que pueda estar segura de que no me mientes cuando me
pides que no te tema, para que puedas demostrarme que no eres como él, y
para que me convenzas de que a tu lado podría ser feliz.
Contemplando su mirada para asegurarse de que sus palabras eran
ciertas, Malcom descubrió la necesidad que ella sentía por saber la verdad,
apareciendo ante ella como una mujer que deseaba dejar atrás un pasado que
la perseguía y la hacía desconfiar.
Sin apartar su mirada de la suya cobijó su rostro entre sus manos, y con
toda la dulzura que pudo reunir se inclinó despacio para unir sus labios a los
de ella, buscando así su aprobación al no querer asustarla con la intensidad de
su deseo.
Nada más percibir el sabor de su boca Malcom perdió la cordura, y
solo fue capaz de profundizar el beso para perderse en ella, olvidándose de
que había prometido ser delicado. Cuanto más tiempo pasaba saboreando su
boca más necesidad sentía de tenerla cerca, por lo que no tardó en soltar el
agarre de su cara para encerrarla entre sus brazos, y así poder notar a su
antojo su proximidad y el calor de su cuerpo.
Por su parte Sheena jamás había experimentado una delicia semejante,
pues nada más sentir el roce de sus labios había dejado de pensar para
experimentar una sensación exquisita de frenesí y libertad, donde se sintió una
mujer nueva gracias a la magia de un beso, que le había demostrado que seguía
viva y que podía sentir placer junto a Malcom.
Darse cuenta de ello la hizo sentir vulnerable, por lo que se abrazó con
todas sus fuerzas a ese hombre que le acababa de demostrar que a pesar de los
golpes sufridos y del desencanto, estaba preparada para amar.
Notar como sus pechos se hinchaban, sus labios le ardían y el calor se
extendía por todo su cuerpo a causa de ese devastador beso, le hizo
comprender que aunque quisiera ignorarlo era evidente que lo deseaba, y
aunque en un principio ese pensamiento le sorprendió, tuvo que reconocer que
desde la primera vez que lo había visto lo había presentido.
Con cada fibra de su ser puesta en ese beso ambos percibieron que algo
definitivamente había cambiado entre ellos, pues al haberse dado una
oportunidad dejando a un lado los perjuicios y los miedos, habían descubierto
que junto al otro se sentían completos.
Algo confundidos ante la intensidad que habían percibido pusieron fin a
su beso para después mirarse a los ojos, descubriendo que estos ahora
brillaban con la emoción de todo un universo de sensaciones.
Maravillado ante lo que acababa de sentir, Malcom la abrazó con más
fuerza sin querer dejar de mirarla, al querer encontrar en sus ojos si ese beso
había significado para ella lo mismo que para él. Quería creer que la tibieza
de sus labios y su abandono había sido producto del placer, pero necesitaba
tanto saber qué era lo que sentía por él que no pudo remediar susurrárselo.
—Si pudiera hacerte comprender lo que significas para mí, estoy
convencido de que me abrirías tu corazón. Pero me cuesta tanto convencerte,
que a veces pienso que voy a volverme loco por no saber cómo hacerlo.
—Sé que sientes algo por mí, pero es imposible que sea amor —se
resistía a creerlo a pesar de haberlo visto reflejado en sus ojos y en su rostro,
y de haberlo percibido con fuerza en el beso.
—¿Por qué no? ¿Acaso tú lo has sentido antes y no lo reconoces en mí,
o con solo mirarme puedes saber qué es lo que siento? —la retó dolido a que
le contestara, pues no soportaba que no quisiera ver la verdad incluso cuando
la tenía delante.
Avergonzada ante la mirada desafiante de él, Sheena suspiró, sin
quedarle más remedio que contestarle negando con la cabeza.
—Entonces concédeme el privilegio de la duda para que lo llame amor,
y diga que esto que siento por ti es puro, intenso y me hace sentir vivo.
—Malcom, ojalá fuera tan sencillo para mí.
—No te equivoques, pequeña, no fue sencillo descubrir que te amaba,
pero tampoco me resulta fácil negarlo cuando es tan evidente.
Sorprendida al escucharlo, pues habría jurado que lo que él sentía era
deseo al pensar que los hombres no eran capaces de amar, se quedó sumergida
entre dudas, al advertir por primera vez que él podría estar diciéndole la
verdad y podría amarla.
Aun así, la esperanza de un futuro sin soledad al lado de un hombre le
pedía que le tomara en serio, y que le diera por lo menos la oportunidad de
conocerse más a fondo, pues no podía olvidar que una alianza con él no solo
podría ser beneficioso para ella sino también para su clan.
Viendo su vulnerabilidad Malcom quiso aprovecharlo, al estar
dispuesto a todo para conseguir el premio de su amor, o para que por lo menos
tuviera la oportunidad de que tomara en serio su propuesta, ya que aún no
había tenido respuesta y se temía que esta nunca llegaría.
—Sé que no te pareció sincera mi petición de matrimonio, pero quiero
que pienses en ella porque no voy a desistir hasta que seas mía.
Dándole un último beso la dejó sin aliento, a pesar de haber sido mucho
más rápido y menos profundo que el anterior, pero aun así estuvo cargado de
tanta necesidad y de tanta emoción, que Sheena no pudo resistirse a su fuerza.
Sabiendo que debía irse, pues escuchaba como se acercaban unos pasos
por el pasillo que reconocería en cualquier parte, Malcom se alejó soltándola
de su abrazo a pesar de desear todo lo contrario.
—¿Te marchas? —le preguntó confusa al creer que él ponía fin a ese
momento tan importante, hasta que recordó que era ella la que ponía barreras y
pedía distancia y por lo tanto no era quien para reprocharle.
—Si por mi fuera no te dejaría nunca —le susurró feliz al comprender
que por mucho que lo negara ella también quería estar con él—. Pero por
desgracia no puedo luchar contra tía Elsbeth, y temo que tendré que dejarte en
sus manos —le siguió diciendo para después guiñarle un ojo.
Sheena no pudo evitar sonreír ante la picardía que acababa de descubrir
en ese hombre, y se preguntó qué más cosas podría descubrir de él si le
permitía acercarse.
Decidida a dejar atrás el pasado se le aproximó unos pasos, a pesar de
escuchar como alguien se acercaba a la recámara.
—¿Volveremos a estar a solas?
—De eso puedes estar segura, milady —afirmó Malcom mirándola
fijamente con unos ojos cargados de promesas, al mismo tiempo que le cogía
la mano y se la besaba dulcemente, consiguiendo que su cuerpo volviera a
estremecerse.
La voz de tía Elsbeth entrando como un vendaval en la recámara
reprochando el descaro de Lorna los hizo separarse, al mismo tiempo que la
anciana no paraba de ir de un lado a otro enfadada, y farfullando sobre la
vulgaridad de esa descarada que había insultado a su invitada delante de todo
el clan, dejando en evidencia la decisión de Malcom como laird.
La pobre mujer estaba tan ensimismada en sus reproches que ni siquiera
se percató de la excitación de la pareja, que ajenos a sus palabras se
despedían con una sonrisa en los labios y el anhelo de otro encuentro privado.
Sintiendo ya la ausencia de Malcom, aunque este no hacía ni un segundo
que había dejado el cuarto, Sheena suspiró sin recordar porqué se había
marchado del gran salón o había acabado llorando, hasta que la cháchara de
tía Elsbeth lo recordó y descubrió divertida que ya no le importaba el
desplante de Lorna, ni lo que creyeran los demás en el clan, pues ahora solo
podía recordar el sabor de ese beso y la promesa del amor de Malcom.
CAPÍTULO 12

Sheena no sabía cuánto tiempo llevaba dormida cuando un ruido fuerte


procedente del exterior del cuarto la despertó, consiguiendo que se
sobresaltara por el susto y en un acto reflejo, se sentara en la cama para
comprobar si había entrado alguien en la recámara.
No estaba muy segura de si aquello que había oído había sido algo real
o producto de un sueño, pero al comprobar que todo permanecía en silencio, y
ver gracias a la luz del hogar que no había nadie en la estancia, decidió que
todo había sido una ilusión y volvió a tumbarse para intentar dormirse de
nuevo.
Por desgracia no tardó mucho en volver a sobresaltarse al escuchar un
escalofriante grito de mujer, que la hizo dudar de si realmente estaba despierta
o estaba sufriendo los efectos de una pesadilla.
Durante unos segundos se quedó paralizada en la cama sin saber qué
hacer, hasta que unos minutos después distinguió voces de hombre que
hablaban entre ellos intentando no hacer ruido. Debido a la hora tan avanzada
de la noche y al grito que había resonado por el pasillo, era lógico pensar que
debía haber sucedido algún accidente, por lo que Sheena dudó si debía
asomarse para averiguar si podía ser de ayuda.
Recelosa a dejar la cálida y cómoda cama no supo qué hacer, hasta que
se percató de que las voces seguían discutiendo. Fue entonces cuando pensó
que le sería imposible dormir si no averiguaba qué estaba ocurriendo, pues de
lo contrario pasaría el resto de las horas sacando conclusiones que la
atemorizarían sin dejarla dormir.
Con la decisión tomada Sheena se levantó de la cama y se cubrió con
una manta, al ser lo primero que tuvo más a mano, para después encender una
vela y así poder calzarse sin problemas. Una vez preparada salió de la
recámara, y algo inquieta al no encontrar a nadie por el pasillo, avanzó por
este mientras escuchaba más claramente las voces que procedían del final de
las escaleras.
Curiosa y algo asustada siguió andando hasta encontrar las escaleras,
las cuales tuvo que bajar despacio debido a que la única vela que estaba
encendida era la suya. Un hecho muy extraño, ya que ese sitio siempre estaba
muy bien iluminado al ser un tramo peligroso, pero Sheena apenas le dio
importancia al tener todo su pensamiento puesto en lo que encontraría más
adelante.
Al estar ahora más cerca del lugar de donde provenían los ruidos pudo
distinguir claramente el llanto de una mujer, junto a las voces de unos hombres
que discutían entre ellos. Con los nervios cada vez más en tensión siguió
avanzando con cuidado, hasta que ante ella apareció la imagen más horrible
que había visto en su vida.
Al pie de las escaleras, entre un remolino de miembros retorcidos y
faldas revueltas, se encontraba el cuerpo sin vida de una mujer. No había que
ser un experto para advertir que la pobre se había roto el cuello al caer por las
escaleras, al verse claramente cómo la cabeza estaba girada de una forma muy
poco natural.
Nada más ver este amasijo sin vida Sheena no pudo evitar dar un grito
de horror, sin darse cuenta de que con ello llamaba la atención de los tres
hombres que rodeaban el cuerpo.
Sin querer mirar más esa atroz escena se giró mientras comenzaba a
temblar sin control, sintiendo pena por esa pobre mujer que con las prisas y a
causa de la oscuridad se había roto el cuello.
Su atención había estado tan centrada en los restos sin vida que no había
distinguido quiénes eran los individuos que estaban junto al cadáver, hasta que
volvió a reunir el valor suficiente para alzar la vista, y vio a Blair junto a
otros dos guerreros Campbell que la miraban serios y con el ceño fruncido.
Sin saber qué hacer ante esas miradas de censura se quedó parada en su
sitio, al no comprender por qué la contemplaban como si fuera la culpable de
ese horrible accidente. Mientras tanto el silencio de esos hombres se hacía
cada vez más molesto y pesado, siendo solo interrumpido por el llanto cada
vez más lejano de una mujer que se hacía eco entre las sombras del castillo.
Justo cuando estaba a punto de marcharse incómoda ante su escrutinio
llegó Malcom como si lo hubiera invocado, y aunque fue evidente que él no se
había dado cuenta de su presencia, el simple hecho de saber que estaba ahí
consiguió que se tranquilizara.
Para Malcom todo este suceso le estaba resultando bastante confuso,
pues si bien había sido de los primeros en llegar al oír el grito, no había
acudido cuando escuchó el fuerte ruido en las escaleras, y ahora, al ver quién
era la víctima, se arrepentía de ello.
Ante la duda de qué había sucedido solo tenía el testimonio de una
doncella que juraba que había visto a una mujer al lado del cuerpo sin vida, y
que nada más verla había desaparecido escaleras arriba sin que pudiera llegar
a distinguirla.
Dispuesto a aclarar lo ocurrido había regresado al lugar del accidente
para preguntar a su lugarteniente si se había descubierto algo nuevo en su
ausencia, por lo que se colocó al lado de Blair dispuesto a escuchar lo que
había averiguado.
Pero nada más llegar le extrañó que Blair se mantuviera en silencio
mientras miraba hacia el interior de la escalera, y cuando confuso se asomó
para saber qué era lo que pasaba, se quedó petrificado al encontrar a Sheena
observándoles entre las sombras temblando de miedo, en lo que parecía una
alucinación por la escasa luz que la envolvía y por la palidez de su rostro.
—Sheena, ¿qué haces aquí? —le preguntó mientras pasaba al lado del
cadáver y se le acercaba para abrazarla.
Agradecida al sentir su calor Sheena se cobijó en su pecho, y de nuevo
esa noche tuvo el consuelo de su abrazo en un momento en que lo necesitaba
desesperadamente.
—Escuché un ruido que me despertó y luego oí un grito —le contestó
sin poder dejar de temblar.
—No debiste haber salido —le reprendió Malcom, pues sabía que la
visión de ese cadáver la acompañaría en sus pesadillas durante bastante
tiempo.
—¿Qué hacemos con ella? —Les interrumpió Blair claramente
enfadado, aunque Sheena no sabía el motivo.
—Llevarla a su cuarto y que las mujeres la preparen para enterrarla
mañana —ordenó Malcom con voz fría, indicándole a Sheena que esos dos
hombres tenían algún tema de discusión pendiente.
—¿Y ya está? —soltó Blair desafiando por primera vez en su vida al
laird, el cual se tensó al escucharle, pues quería dejar zanjado el tema cuanto
antes.
—No hay nada más que decir.
Al escuchar el tono de voz de ambos hombres, y sabiendo que había
algo más oculto en este tema, Sheena alzó la vista para mirar a Malcom a la
cara y tratar de descubrir que estaba sucediendo.
Ante ella apareció un Malcom visiblemente enfadado que miraba a
Blair con aspereza, mientras este la miraba a ella con ojos acusadores que la
dejaron confusa. Sobresaltada al ver la frialdad con que Blair la contemplaba
se le quedó mirando durante unos segundos, tratando de recordar si había
dicho o hecho algo que le había ofendido.
Fue entonces cuando algo dentro de ella empezó a preguntarse si la
creería culpable de la muerte de esa mujer, y cuando estaba a punto de
descartar esa posibilidad al ser demasiado descabellada, le asaltó la duda de
quién podía ser la víctima.
—¿Quién es la mujer? —le preguntó a Malcom sin poder apartar la
mirada del cadáver, ya que desde donde se encontraba no podía distinguir de
quién se trataba—. ¿Quién ha muerto? —volvió a preguntar al no obtener
respuesta.
El silencio que siguió a su pregunta hizo que girara la cabeza para poder
mirar a Malcom, comprobando que este observaba a Blair con rabia como si
lo culpara de algo que a ella se le escapaba.
—¿Por qué no se lo dices? —Le indicó Blair que los miraba fijamente
—. ¿O acaso crees que no hace falta que se lo digas porque ella ya lo sabe?
—No voy a permitir que ni tú ni nadie la acuse de esto —le respondió
colérico Malcom mientras la apretaba más fuerte contra su pecho, aunque
Sheena no se percató de ello al estar absorta en sus pensamientos.
Y es que la acusación que iba implícita en esas palabras la había dejado
boquiabierta, ya que por nada del mundo se hubiera esperado que la culparan
de esa muerte.
Volviendo a contemplar el cuerpo sin vida que se encontraba a los pies
de las escaleras, se preguntó quién podía ser esa mujer para que la culparan de
su muerte, y solo un segundo después supo de quién se trataba y por qué la
acusaban con sus miradas.
—Es Lorna, ¿verdad?
El silencio que siguió le confirmó que no se había equivocado, y de
pronto sintió náuseas al comprender por qué todos la creían responsable de
ese accidente, si es que había sido un accidente.
—Yo no… —empezó a decir pero una arcada impidió que siguiera
hablando, por lo que tuvo que girarse para dejar de tener ante ella la imagen
de Lorna con el cuello roto.
—Sheena, ¿estás bien? —escuchó a su espalda la voz preocupada de
Malcom mientras ella se llevaba una mano a la boca.
Sintiéndose mareada y confusa, pues saber quién era la víctima le había
afectado, solo pudo asentir para que Malcom dejara de preocuparse por ella.
—No debes hacerle caso, nadie te está culpando de su muerte —afirmó
Malcom lo suficientemente alto para que los tres hombres que estaban
presentes lo escucharan.
—Pero ellos creen que fui yo por lo que pasó en la cena —le respondió
apenas sin voz, al sentir la garganta seca y cerrada.
—Ellos no te conocen como yo, y por eso no saben que es imposible
que lo hicieras.
Sheena agradeció sinceramente las palabras de Malcom, del mismo
modo que agradeció que creyera en ella cuando los demás la habían
condenado por el simple hecho de que esa noche, durante la cena, ambas
mujeres habían discutido y creían que los celos o la envidia la habían
conducido a ese asesinato.
Necesitando encontrar una explicación que lo aclarara todo, Sheena
miró hacia donde estaba el cuerpo de Lorna, y se encontró con la atroz escena
de como levantaban el cuerpo entre los dos guerreros para llevársela a donde
les había indicado Malcom.
Fue entonces cuando ante la mirada de todos apareció de debajo del
cadáver un pequeño pañuelo blanco de encaje propio de una dama, el cual
estaba manchado de vino y se convertiría en una prueba que demostraba la
culpabilidad del asesino.
—¿Es esto suyo milady? Lo digo porque lleva bordado sus iniciales —
le preguntó Blair a Sheena acercándole el pañuelo, tras haberlo cogido del
suelo y haber leído las letras de encaje.
—Eso es imposible —señaló categórico Malcom, que inmediatamente
se acercó a Blair para quitarle el pañuelo de la mano y así poder verlo más de
cerca.
No necesitó mucho tiempo para reconocer ese fino lienzo, pues hacía
pocas horas que lo había visto en las manos de Sheena, y de que incluso él lo
sostuviera entre sus manos para secarle las lágrimas de su rostro.
Mirándolo confundido se quedó observando la prenda, pues a pesar de
esta nueva prueba seguía creyendo en la inocencia de Sheena, y ni la
declaración de la sirvienta asegurando que había visto a una mujer, ni la
evidencia del pañuelo, le harían desconfiar de ella.
El silencio que siguió se hizo tan denso, que a Sheena le empezó a
costar respirar mientras esperaba que Malcom dijera algo después de revisar
el pañuelo. Aunque aún no lo había observado de cerca algo dentro de ella le
decía que ese trozo de tela era en verdad suyo, pero lo que no entendía era
cómo pudo haber aparecido debajo del cuerpo de Lorna, cuando ella no había
salido del cuarto una vez que la habían dejado sola, y era imposible que Lorna
hubiera entrado sin que ella se enterara.
La idea de que Malcom estuviera envuelto en este turbio asunto le pasó
por la cabeza, aunque desechó esta idea al no tener sentido, pues él no saldría
ganando nada con ello y era el único que la defendía. Es más, si sus
verdaderas intenciones eran hacerla su esposa, no le convenía que apareciera
ante su clan como una asesina, ya que a su gente le costaría olvidar algo así y
les sería difícil aceptarla como su señora.
Sin ninguna explicación lógica Sheena sintió un fuerte deseo de regresar
a Dunstaffnage y olvidarse de todo, hasta que contempló a Malcom y supo que
ni él la dejaría marchar, ni ella quería irse; por no mencionar que ella no era
ninguna cobarde y que jamás permitiría que su nombre quedara manchado por
una falsa acusación.
El sonido de pasos acercándose les indicó que alguien se aproximaba, y
todos se tensaron a la espera de quién podría ser el sujeto, por si tendría algo
que ver con la macabra muerte de Lorna.
Para sorpresa de todos la persona que apareció ante ellos fue un
somnoliento James, que nada más ver el cadáver llevado entre los dos
hombres se quedó mirándolo perplejo, como si no diera crédito a lo que veían
sus ojos.
—¿Qué ha pasado?
—¿Se puede saber qué haces aquí James? —le preguntó Malcom
mientras con un movimiento de cabeza les indicaba a sus guerreros que se
llevaran de una vez el cadáver, antes de que alguien más los viera.
—Me ha parecido oír como lloraba una mujer y he salido al pensar que
podía ser lady MacDougall.
—Esa maldita sirvienta va a despertar a todo el mundo. —Farfulló
Malcom, pues quería que todo se mantuviera en silencio hasta que tuviera
tiempo de pensar qué hacer con todo este asunto—. Como puedes ver lady
MacDougall está perfectamente.
Incómoda al ser de nuevo el centro de atención Sheena se movió al
quererse refugiar en los brazos de Malcom, hasta que la cabeza de Lorna se
giró mientras era transportada, quedando ante la vista de todos la expresión de
terror en sus ojos sin vida.
—¡Dios mío! ¿Es Lorna?
La exclamación de sorpresa de James se unió al chillido angustiado de
Sheena, al contemplar la terrible visión de ese rostro desfigurado por el
miedo, ya que ninguno había esperado ver la mueca de espanto en el cadáver.
Por suerte Malcom estaba lo suficientemente cerca para cobijar entre sus
brazos a Sheena, que ahora no dejaba de temblar asustada mientras intentaba
ser valiente y no llorar.
Maldiciendo a los dos guerreros que con su lentitud y negligencia
habían provocado que tanto Sheena como James vieran algo que no debían
haber presenciado, les instó con una mirada gélida a que se llevaran el cuerpo
de una vez y tuvieran más cuidado.
Con Sheena estremeciéndose entre sus brazos a causa del espanto y del
frío, sentía como a cada instante que pasaba más se le estaba escapando este
asunto, y supo que tenía que zanjarlo cuanto antes si quería controlar el rumor
para que cuando amaneciera, no se pensara que Sheena tenía algo que ver con
la muerte de su examante.
Decidido a acabar cuanto antes, pues era evidente que Sheena apenas se
tenía en pie, Malcom se irguió para empezar a dar órdenes, esperando que
fuera suficiente callar algunas cosas e inventar otras para que todo terminara
en un simple accidente.
—James, acompaña a Sheena a su cuarto, y si es preciso, quédate con
ella hasta que se duerma.
El asentimiento de cabeza de su hermano le aseguró que por lo menos
Sheena estaría apartada de todo esto en breve, y ahora tendría tiempo para
centrarse en detener las acusaciones.
—Una cosa más —les dijo deteniéndoles, justo cuando empezaban a
alejarse—. No quiero que comentéis nada de lo que ha sucedido aquí esta
noche, y si alguien os lo pregunta, vosotros no escuchasteis nada, ni salisteis
de vuestra recámara.
Sus palabras dejaban claro que Malcom no quería implicar a ninguno de
los dos con ese asunto, y con una inclinación de cabeza ambos asintieron, al
saber que era lo más inteligente en ese instante si querían permanecer ajenos a
todo este asunto.
A Sheena le hubiera gustado agradecerle de otra manera su ayuda y
consideración, pero se sentía tan cansada y tan deseosa de alejarse lo antes
posible de ese lugar, que solo pudo contestarle con un asentimiento de cabeza.
Aun así, sabía que después de esa noche le debería mucho al querer desviar
las acusaciones de ella, y estaba convencida de que en circunstancias
contrarias no todos los hombres habrían creído tan ciegamente en su inocencia,
sobre todo cuando las pruebas eran tan incriminatorias.
Sin más por decir James y Sheena se marcharon escaleras arriba,
sabiendo que para Malcom la noche se le presentaba difícil, pues tenía que
convencer a Blair para que callara.
—¿Crees que será suficiente decir que no saben nada para parar los
comentarios? —le preguntó Blair una vez que se encontraron a solas.
—Sí, si se les asegura que fue un accidente —le respondió convencido,
pues así quería creerlo.
—¿Y qué hacemos con esto? —le dijo señalando al pañuelo de Sheena
que Malcom aún sostenía con fuerza en su puño.
—Nada. Y quiero que te ocupes de acallar cualquier comentario donde
la culpen de lo ocurrido.
Durante unos instantes ambos hombres se retaron con la mirada, pues
había quedado claro que Malcom no quería que ella fuera considerada
culpable a pesar de las pruebas, mientras Blair no estaba de acuerdo con ello
al creer que era la asesina.
Blair sabía que como laird Malcom tenía el poder para dar esa orden,
pero no estaba de acuerdo con ello al poder estar dejando suelta a una mujer
que podía ser peligrosa si se la provocaba. Como lugarteniente del castillo
estaba bajo su cuidado la protección del laird, y no podía permitir que una
MacDougall anduviera a sus anchas cuando todo indicaba que podía ser una
amenaza.
Aun así, tenía las manos atadas al tener que obedecer la orden de su
laird, aunque no estuviera de acuerdo con ella, pues le había jurado
obediencia y su honor le exigía que cumpliera con su palabra. De todas formas
no estaba dispuesto a dejar este asunto sin investigar, ya que pretendía llegar
al fondo de la verdad guardando toda la discreción posible, aunque con ello
destrozara a su amigo pues era evidente que sentía algo por esa mujer.
—Como ordenes —le contestó tratando de disimular su disgusto, aunque
sin engañar a Malcom, pues este le conocía demasiado bien y sabía que no
desistiría tan fácilmente de descubrir al culpable.
—Blair —le llamó Malcom cuando ya se alejaba, consiguiendo que este
se detuviera—. Sé que ella es inocente.
La seguridad en sus palabras dejaron en silencio a Blair durante unos
segundos, pero la sensación de que había algo oscuro en todo este asunto le
impedía confiar en el criterio de su amigo y desconfiara de la MacDougall.
—Las pruebas dicen que alguien la empujó y todo apunta a que pudo ser
ella —le indicó para hacerle pensar, ya que no era razonable que se olvidara
de las evidencias para guiarse solo de lo que le dictaba el corazón.
—No me importa lo que digan las pruebas, yo sé que no fue ella.
Reconociendo que sería inútil discutir con él, pues era evidente que no
quería escuchar la verdad, Blair solo pudo encogerse de hombros y contestarle
resignado:
—Tú eres el laird.
Y sin más Blair se marchó dispuesto a cumplir la orden de su laird de
acallar los rumores y asegurar que había sido un accidente, mientras Malcom
se quedaba a los pies de las escaleras con mil dudas en la cabeza por aclarar.
Debía resolver que hacía Lorna a esas horas en las escaleras, quién era
la mujer que la había empujado y había visto la sirvienta, cómo era posible
que el pañuelo de Sheena apareciera bajo el cadáver, y sobre todo, tenía que
averiguar quién podría tener motivos para matar a su examante.
Al pensar en todo ello un mal presagio se apoderó de su lógica,
comprendiendo que ante estos datos Blair desconfiara de Sheena, ya que en su
lugar él haría lo mismo. Tenía la certeza de que más miembros del clan
creerían en su culpabilidad, pero él no era capaz de ver a la mujer que amaba
como una asesina por más pruebas que apuntaran hacia ella.
Quería creer en su inocencia aunque al hacerlo se jugara su propia vida,
pues algo dentro de él le decía que esa mujer que le había robado el corazón
no podía haberle engañado tanto.
—Espero que tengas razón —se dijo a sí mismo cuando se quedó a
solas con sus dudas en medio de la noche.
CAPÍTULO 13

Hacía tiempo que Sheena no pasaba una noche tan horrible. De hecho,
tras la muerte de su marido había creído que por fin podía dejar atrás las
largas horas de vigilia esperando a que él apareciera en su recámara, rezando
para que el sol saliera antes de que él subiera a reclamarla borracho y
excitado.
Durante esas interminables noches había temido a un hombre de carne y
hueso que la golpeaba e insultaba, pero en esta ocasión su temor no tenía
forma al tratarse de un miedo diferente. Lo que ahora le asustaba era que todo
el mundo la culpara de la muerte de Lorna, pero más que nada le atemorizaba
pensar que Malcom cambiara de opinión y la creyera culpable, ya que eso
significaría que volvería a estar sola.
Pensar en la necesidad que sentía de su aprobación le hizo verse como
una estúpida, al haberse dejado llevar por sus emociones cuando se había
jurado que jamás lo haría. Se había propuesto ser una mujer fuerte que se
enfrentaría al mundo sin importarle las consecuencias, y en cambio se
encontraba encerrada por propia voluntad en su recámara esperando a que los
demás la juzgaran sin poder hacer nada.
De pronto se dio cuenta de que lo quisiera o no estaba en las manos de
Malcom, pues como laird era el único que podía juzgar y condenar cada delito
cometido en el clan. Sin embargo, al pensar en ello no temió por su vida, como
tampoco creyó que él aprovecharía esta oportunidad para chantajearla u
obligarla a aceptar su propuesta de matrimonio, pues aunque lo conocía poco,
estaba segura de que su honor de Highlander le impediría hacer semejante
crueldad.
Paseando de un lado a otro de la estancia los minutos fueron pasando
cada vez más despacio, mientras no podía dejar de lamentar su mala suerte, ya
que justo cuando había decidido darle una oportunidad a su corazón, este
podría quedar destrozado ante la desconfianza de Malcom, pues en más de una
ocasión había sido testigo de lo maliciosos y dañinos que podían llegar a ser
los rumores.
Para cuando el castillo por fin comenzó a tener actividad ella ya se
había vestido y peinado, y sin nada más por hacer solo le quedó esperar,
notando como la paciencia se le iba agotando a cada segundo que pasaba. Por
eso ahora que escuchaba a los sirvientes hacer sus tareas con premura, se
preguntaba si ya se habrían enterado de la tragedia que había pasado durante
la noche, y si la culparían de ello como lo habían hecho Blair y los otros dos
guerreros.
Sin poder dejar de mirar la puerta de su recámara se preguntó cuánto
tiempo tardaría en aparecer alguna sirvienta para despertarla, para poco
después, como solía hacer cada día, presentarse tía Elsbeth como un
torbellino, dispuesta a hacerla compañía y contarle durante horas cualquier
cosa que le pasara por la cabeza.
Esa mañana deseaba desesperadamente su llegada, no solo para que la
distrajera y así dejara de pensar en todo lo sucedido, sino porque estaba
segura que con su cháchara incesante, le informaría sin necesidad de preguntar
sobre todo lo ocurrido hasta el momento en el castillo.
Pero cuál fue su sorpresa cuando la puerta por fin se abrió y ante ella
apareció un receloso James, que nada más verla se sorprendió ante su
apariencia ojerosa y nerviosa, aunque también pudo influir que ella se le
abalanzara sin esperar ni un segundo para saber qué estaba pasando.
Por suerte el muchacho era lo suficientemente caballeroso para no hacer
ningún comentario ante su intranquilidad, y simplemente disimuló su
desconcierto con una sonrisa, queriendo demostrarle lo encantado que estaba
de ser el encargado de hacerla compañía.
—Buenos días, milady. Mi hermano me ha pedido que os acompañe esta
mañana.
—¿Tan grave es? —le preguntó asustada al haber sacado sus propias
conclusiones ante su llegada, pues pensó que si ni siquiera Malcom se había
atrevido a ir a su encuentro para así no avivar los rumores, y menos aún a
dejarla sola, solo podía significar que los problemas eran serios.
A pesar de su juventud a James no le pasó desapercibido el tono de
angustia en la voz de Sheena, intuyendo que se debía a que aún no sabía cómo
se habían tomado en el castillo la noticia de la muerte de Lorna.
Sabía que tenía que contarle que estaba pasando para que así se
tranquilizara, pero debía de tener cuidado para que nadie les escuchara o
podrían estar metiéndose en serios problemas. Si a todo esto le unías que no
debían cerrar la puerta de la estancia para quedarse a solas, al no ser
apropiado, la dificultad era mucho mayor y las opciones más bien escasas.
Resignado ante la falta de expectativas James optó por acercarse a ella,
y así poder contarle en privado y entre susurros todo lo que sabía hasta el
momento.
—Milady, no tenéis de que preocuparos, los sirvientes ya hace un buen
rato que se han enterado de lo sucedido y nadie os culpa, aunque…
—¿Aunque…?
—Hay algunos que comentan vuestro encuentro con Lorna durante la
cena, y dicen que su muerte os ha venido muy bien, pero por supuesto nadie lo
afirma abiertamente.
En un acto reflejo Sheena se abrazó a sí misma colocando sus brazos
alrededor de su cintura, como si de esa manera pudiera sentir la seguridad que
le daba la cercanía de Malcom y que ahora tanto necesitaba.
—¿Estáis seguro de ello?
—Os lo puedo asegurar. Tanto en el gran salón como en las cocinas solo
se comenta lo terrible que ha sido el accidente.
Suspirando Sheena sintió como si le quitaran de encima un gran peso, y
aunque estaba segura de que James le ocultaba cosas para no alarmarla,
decidió calmarse y confiar en las palabras del muchacho.
—En ese caso, ¿debo esperar a que llegue tía Elsbeth como cada
mañana o seréis vos mi acompañante? —le preguntó ya sin susurros y sin tanto
agobio.
La sonrisa que apareció en la cara de James la tranquilizó un poco, más
aún cuando este le ofreció el brazo para ser su acompañante, pues estaba
convencida de que él no le mentiría al ser evidente que sentía por ella un gran
cariño.
—Malcom me ha pedido que os acompañe al jardín, ya que tía Elsbeth
no se encuentra muy bien esta mañana.
—¿Le sucede algo? ¿Quizá deberíamos ir a visitarla primero? —le
preguntó preocupada por la mujer, ya que desde su llegada había sido su
mayor apoyo al haber estado a su lado en todo momento.
—No os preocupéis por ella, ya que suele sufrir de estos dolores
algunas veces. Al parecer sus huesos se quejan de vez en cuando y tiene que
guardar reposo —y acercándose aún más a Sheena el muchacho le susurró
como si fuera una confidencia—: Aunque me parece que lo único que quiere
es estar más tiempo en la cama.
Sin poder evitarlo Sheena comenzó a reír por su ocurrencia, y agradeció
a Malcom que hubiera pensado en James para acompañarla y animarla, pero
sobre todo para no tener que bajar sola al salón sin saber qué podía encontrar
cuando apareciera.
—En ese caso vayamos al jardín y esperemos que los huesos de tía
Elsbeth estén más descansados a media mañana.
Más tranquila Sheena salió del brazo del muchacho decidida a no temer
lo que se encontraran, hasta que atravesaron el pasillo ahora bien iluminado
por la luz del sol, y llegaron al tramo de las escaleras donde la noche anterior
Lorna había aparecido muerta.
Solo entonces el semblante risueño de ambos cambió a serio, pero
ninguno de los dos aminoró el paso o hizo algún intento de retroceder al
negarse a seguir avanzando.
Sabiendo que estaba en juego ser el centro de algunos rumores
maliciosos, Sheena apretó con más fuerza el brazo del muchacho para
inspirarse confianza, y sin querer pensar en ello bajó los últimos escalones
adentrándose en el gran salón, como si no supiera que hacía solo unas horas
había visto el cuerpo sin vida de una mujer en ese mismo sitio.
Apoyándose en James, que supo responderle y ofrecerle confianza y
fortaleza, Sheena siguió avanzando mientras saludaba a algunas mujeres con
quien solía bordar por las tardes, pero sobre todo, agradeciendo la presencia a
su lado del muchacho que se comportaba como todo un hombre.
Suspirando Sheena observó el movimiento que había en el gran salón y
después en el patio, dando la sensación de que era un día normal y que no
había sucedido una tragedia la pasada noche. Fue entonces cuando se preguntó
si Lorna tendría algún familiar o amiga que velara por ella, y se reprendió al
haber sido tan impulsiva la velada de la cena, cuando lo más seguro es que
Lorna estuviera defendiendo lo único que la separaba de la pobreza.
Sin querer pensar más en ello siguió caminando hasta llegar al jardín, y
nada más atravesar sus puertas percibió la calma que emanaba de él y
conseguía serenarla. Solo entonces se percató de que durante todo el trayecto
James le había estado hablando sin que apenas le prestara atención,
sintiéndose como una pésima amiga al no ser la primera vez que le ocurría, y
se propuso estar más atenta cuando estuviera en su compañía.
Desde ese momento hasta que llegó la media mañana no dejaron de
hacer comentarios, de reír y de trabajar en la rosaleda, estando tan absortos en
sus asuntos que no se enteraron de cuando Lorna fue enterrada, pues Malcom
así lo quiso, apareciendo en el cementerio solo un par de mujeres y algunos
hombres para presentar sus respetos.
El resto de la mañana pasó tan rápida para Sheena, que si no hubiera
sido por el sonido que hicieron las tripas de James a causa del hambre, no se
hubiera percatado de que la hora de la comida estaba cerca.
Sonriendo se giró encontrándolo completamente avergonzado, por lo
que Sheena se sintió en deuda con él a causa de su falta de tino.
—Me temo que no nos hemos acordado de desayunar —señaló tratando
de contener la sonrisa, hasta que percibió por la forma en que él se negaba a
mirarla que él sí se había acordado y se sintió aún más culpable.
Al parecer James había acudido a su recámara para acompañarla
durante toda la mañana, incluyendo con ello ir al gran salón para el desayuno,
y sin embargo, al tener ella el estómago cerrado a causa de los nervios, no se
había acordado de desayunar y lo había llevado directamente al jardín sin
mermar su ayuno.
Reprochándose no haber pensado en las necesidades del muchacho, más
aun cuando a su edad se tenía hambre a todas horas, decidió hacer algo
especial para compensarle.
—¿Qué te parece si te acercas a la cocina y pides un aperitivo para
tomarlo aquí? —le preguntó tuteándole, pues después de pasar la mañana
compartiendo recuerdos y sonrisas le parecía más apropiado al verlo ahora
como un amigo.
—¿Cómo si fuera un picnic en el jardín? —ilusionado ante la
perspectiva, pues hacía años que no organizaban algo así, se le olvidó la
vergüenza y en cuestión de segundos su rostro volvió a iluminarse de
expectación.
—Eso es.
Sin necesidad de decir nada más James salió disparado hacia la cocina
olvidando sus modales con las prisas, pero consiguiendo que Sheena sonriera
ante su inocencia e entusiasmo. Le recordaba tanto a como era ella antes de su
matrimonio; cuando creía que tenía una vida por delante llena de posibilidades
y retos, que le era imposible no sentir simpatía por ese muchacho que amaba
la vida con tanta pasión.
Suspirando ante los recuerdos que venían a su mente comenzó a recoger
los utensilios que habían usado, dispuesta a que su pasado no le impidiera
disfrutar de la espléndida mañana de sol que los había acompañado, y que
todo indicaba que seguirían teniendo durante las siguientes horas.
Sabiendo que disponía de unos minutos de intimidad comenzó a caminar
por la rosaleda, observando cada rincón de esta con satisfacción tras haber
trabajado en ella y empezarse a apreciar los cambios.
Se encontraba tan distraída pensando qué nuevos proyectos debería
poner en práctica para mejorarla, que no advirtió que alguien se acercaba
hasta que este se colocó tras ella y carraspeó discretamente para que se
percatara de su presencia.
Creyendo que la persona que estaba tras ella era James se giró
divertida, dispuesta a comentarle que le había estado esperando hambrienta y
que estaba a punto de ir a buscarle a la cocina. Pero cuál fue su sorpresa
cuando ante ella encontró a Malcom sonriéndole con picardía, como si hubiera
estado esperando a que ella se quedara paralizada mirándole.
La impresión fue tan grande e inesperada que por un momento solo pudo
observarle, hasta que el deseo de lanzarse a sus brazos se interpuso en su
pensamiento, ya que buena parte de la mañana lo había echado de menos y no
había dejado de preguntarse cuándo volvería a verle. Por suerte pudo
contenerse a tiempo a pesar de estar imponente con su kilt y su sonrisa, pues
de lo contrario no estaba segura de cómo habrían acabado tras el abrazo.
El hormigueo de su cuerpo y las mariposas en su estómago le indicaban
que debía tener cuidado cuando estaba cerca de él, pues cada vez que lo tenía
delante más estragos le causaba.
—Espero que no le importe, pero acabo de tropezar con James; en el
más amplio de los sentidos, y me ha contado su aventura de comer con vos al
aire libre.
—Así es —solo pudo contestarle al estar mirándola tan fijamente que le
estaba costando incluso respirar.
—En ese caso debo deciros que ha habido un cambio de planes y ahora
seré yo su acompañante —le indicó sin ninguna muestra de arrepentimiento
por haber dejado al pobre James sin su picnic, pero además mostrando
orgulloso una cesta de mimbre que hasta entonces escondía a sus espaldas.
—¿Le ha quitado la cesta al pobre James? —le preguntó bromeando,
aunque intentaba disimularlo.
—Jamás se me ocurriría hacer algo semejante —le aseguró haciéndose
el ofendido por su acusación—. Solo hemos hecho un cambio.
Siguiendo la broma, pues se estaba divirtiendo y eso era algo que
necesitaba en ese momento desesperadamente, Sheena trató de poner cara de
disgusto, aunque por como amplió Malcom la sonrisa no pareció que hubiera
logrado engañarle.
—¿Y puede saberse cuál ha sido ese cambio?
—El placer de ser yo quien le haga compañía a cambio de un día libre
de entrenamiento.
La carcajada de ambos resonó por todo el jardín, consiguiendo que el
sol pareciera más brillante, el aroma de las rosas más intenso y la sonrisa de
ella más radiante.
—Me parece que James ha salido ganando —le aseguró Sheena sin
poder disimular su diversión, pues estaba encantada ante esta nueva faceta de
Malcom que desconocía y que no esperaba encontrar en alguien tan serio como
él.
—No lo creo así, milady. De hecho estoy convencido de que soy yo el
que ha salido ganando —afirmó mientras le indicaba un lugar bajo la sombra
del único árbol del jardín, para que fuera en ese lugar donde colocaran el
picnic.
Dispuestos a pasar una velada agradable, aunque Sheena dudaba que
pudiera probar un bocado por culpa de la agitación que sentía en su compañía,
ambos se acercaron al frondoso árbol y tras colocarse uno enfrente del otro,
Malcom empezó a sacar todo lo que había en el interior de la cesta.
Una hogaza de pan, un buen trozo de queso, un pollo asado y una
selección de sus pasteles favoritos de moras fueron algunas de las cosas que
se colocaron sobre la manta a cuadros; que previamente habían colocado, para
después añadir al conjunto un odre de vino para poder disipar la sed que dicha
comida les causaría.
—¡Por San Jorge! ¡Es demasiada comida! —exclamó ella al ver todos
los alimentos expuestos, divirtiendo a Malcom por su arranque espontáneo.
—No estoy tan seguro. Tengo tanta hambre que me comería un oso —
soltó Malcom mientras sacaba su sgian dubh[11] para cortar un trozo de pan y
ofrecérselo.
Al verlo en una actitud tan desenfadada y risueña Sheena consiguió
relajarse, aunque tenerlo sentado ante ella, de tal manera que su kilt no dejara
al descubierto sus secretos, la ponía nerviosa y le hacía sonrojarse al
imaginarse qué escondería bajo esta prenda.
La tos que Malcom soltó para llamar su atención consiguió que ella
volviera a la realidad, y al levantar la vista de su kilt para mirarlo a los ojos
descubriera que este la observaba con una sonrisa pícara y una ceja alzada,
como si supiera lo que había estado pensando y le pareciera divertido.
Absolutamente colorada le hubiera encantado que en ese momento la
tierra se abriera y se la tragara, pero tuvo que conformarse con coger el trozo
de pan que Malcom le ofrecía, para después agradecérselo con una ligera
sonrisa, ya que las palabras se negaban a salir de su boca.
Por suerte fue Malcom el primero en romper el silencio que se había
impuesto entre ellos, y decidida a no volver a mirar más debajo de su torso, se
dispuso a escucharle y así dejar atrás el bochorno.
—Estar aquí sentado me trae muchos recuerdos.
—Espero que buenos
—Los mejores. La mayoría de ellos son de mi infancia, de cuando mi
madre organizaba picnic en este mismo lugar y veníamos toda la familia a
pasar aquí buena parte de la tarde —su nostalgia fue más que evidente,
consiguiendo que sintiera pena por ese hombre que había perdido algo tan
valioso.
—Debes haber vivido unos momentos muy bonitos.
A ella le hubiera gustado tener recuerdos tan hermosos de su familia,
pero aunque su madre fue una mujer muy cariñosa y sabía que su padre las
amaba, nunca habían compartido momentos familiares al estar siempre
ocupados con sus tareas. Quizá por ese motivo al escucharle hablar de su
familia sintió celos, pues a ella le hubiera encantado disfrutar de algo
parecido.
Ajeno a los pensamientos de Sheena, ya que él mismo estaba bajo el
embrujo de los suyos, Malcom siguió hablando, sin advertir que con eso le
estaba abriendo más su corazón.
—Mi madre fue una mujer especial que llenó de magia y de luz este
lugar. Desde su muerte daba la sensación de que cada vez todo era más oscuro
y solitario, e incluso llegué a creer que jamás volvería ver como la belleza
regresaba a este lugar.
Al percibir la añoranza que guardaba en su interior se le quedó mirando,
intentando descubrir si ese Malcom que tenía ante ella era real o producto de
un deseo, al anhelar tanto encontrar a un hombre que sintiera emociones
sinceras.
Sin embargo, algo le decía que ese cambio que veía en él se debía a que
ahora ella era consciente del amor que él sentía por su familia, convirtiendo su
rudeza y su apariencia brutal en algo menos agresivo, al saber que era capaz
de amar y sentir con tanta intensidad.
Se dio cuenta de que ese hombre de aspecto tosco; pero de una manera
fascinante y masculina, que poseía una mirada tan fiera que podía hacer
temblar hasta al más valiente, tenía además esa otra faceta donde podía ser
divertido, amable y tierno, y con la capacidad suficiente como para
enamorarla.
Pero lo que Sheena no podía imaginar era que la causante de este
cambio era ella, ya que desde la muerte de su familia Malcom no había vuelto
a sentir la necesidad de formar parte de otra persona, ni de mostrarse tal y
como era sin temor a no ser considerado ese laird fuerte y dominante que
debía manejar con mano firme al clan.
Al observarla sentada ante él, con el cabello despeinado saliéndole del
crispinette[12], con manchas de barro en el vestido y sin más adornos, joyas ni
maquillaje que su sonrojo, se percató de que era la mujer más hermosa del
mundo, no solo por su belleza, sino también por su sencillez, su bondad y su
pasión, consiguiendo que en ese momento la deseara como jamás había
deseado a alguien en toda su vida.
Sin poder dejar de contemplarla comprendió que desde la primera vez
que la había sostenido entre sus brazos se había sentido completo y feliz, ni
necesitaba demostrar su fuerza a cada momento, ni de vigilar que era
conveniente decir o qué debía hacer para seguir siendo ese líder seguro que
todos esperaban que fuera.
Perdiéndose en la candidez que emanaba de sus ojos Malcom notó como
se disipaba el peso que hasta entonces había sostenido sobre sus hombros,
pues desde que fue nombrado el nuevo laird, se había sentido como si le
hubiera usurpado el puesto a su padre. La confianza que le hacía sentir esa
mirada, había conseguido que dejara de pensar de esa manera, y se preguntó si
ese resentimiento que había guardado había sido la causa de su odio y su
comportamiento hacia ella.
Convencido que desde su llegada todo eso había cambiado, y más desde
que podía estar a su lado sin percibir su tensión, se sintió por fin liberado y
dispuesto a conseguirla, por lo que se dispuso a arriesgarse y decirle todo lo
que sentía por ella.
—En realidad todo era oscuro hasta que tú llegaste
—No puedes decir algo así, no me conoces —le respondió ella casi en
un susurro al sentir como su mirada la traspasaba volviéndola vulnerable.
—Te conozco lo suficiente. Sé que eres una mujer fuerte, aunque tú no lo
creas, y que tienes un gran corazón dispuesto a amar a pesar del daño que te
han hecho en el pasado. Pero sobre todo sé que eres incapaz de albergar odio
o maldad en tu corazón, al ser una persona noble, lo que te hace ser digna de
todo el amor que te mereces.
—Estas equivocado, yo no soy así. Si supieras más sobre mí sabrías
que fui una cobarde que se rindió a un futuro sin esperanza, y que hubiera dado
cualquier cosa por escapar del matrimonio sin importar que rompiera mis
votos.
—Puede que te consideres cobarde, pero no lo eres. Es más, fuiste
inteligente al someterte porque lograste sobrevivir, y de hecho estoy
convencido de que tu marido hubiera terminado asesinándote sin haber tenido
remordimientos ni haber sufrido represalias, y ahora, sin embargo, eres tú la
que estás viva y él el que está muerto.
Volver a recordar el sufrimiento que tuvo que soportar hizo que una
lágrima cayera por su mejilla, pero al verla Malcom no dudó en atraparla con
su mano dispuesto a que no volviera a llorar por ese hombre.
—No llores por él, no merece ni una sola de tus lágrimas.
—No lloro por él, sino por mí. Por no haberte conocido antes.
Sorprendido ante sus palabras, pero sobre todo ante su cambio, ya que
hasta hacia muy poco no había mostrado sentir algo por él, colocó una de sus
manos en su rostro para conseguir que le mirase y así poder preguntarle
directamente a los ojos:
—¿Lo dices en serio?
Asintiendo Sheena se le quedó mirando, a la espera de que él asimilara
todo lo que encerraba lo que le estaba insinuando.
—¿Eso significa que te casarás conmigo?
La sonrisa que ella le dedicó fue la respuesta que él tanto había
esperado, y sin poder esperar ni un solo segundo más se apoderó de su boca,
dispuesto a devorar sus labios hasta que solo pudiera decir su nombre.
—¡Many a mickle makes a muckle![13] —le susurró Malcom cuando
interrumpió el beso, logrando que ella sonriera aún entre sus brazos.
Durante los siguientes minutos ambos se besaron como si supieran que a
partir de ese instante nada volvería a ser lo mismo, pues ahora habían
admitido que se amaban y que deseaban compartir sus vidas.
Pero cuando la felicidad no podía ser más plena a Sheena le asaltaron
algunas dudas, al no querer que por su culpa Malcom perdiera el favor de su
clan, al ser ella una Campbell y al estar demasiado reciente la muerte de
Lorna. Dispuesta a esperar por el bien de Malcom se apartó de su abrazo, ya
que necesitaba hacerle una pregunta que lo podía cambiar todo.
—¿Todavía quieres casarte conmigo después de todo lo que ha pasado?
—Ahora más que nunca
—Pero pueden pasar mil cosas. Pueden culparme de la muerte de Lorna,
mi clan puede negarse a nuestra unión y revelarse, o puede que sea el tuyo el
que se resista a unirse con los MacDougall.
—No me importa lo que opinen los demás, ya sean los Campbell o los
MacDougall, y mucho menos creo que te culpen de la muerte de Lorna porque
creo en ti y sé que eres inocente.
Necesitando estar cerca de ella se la acercó más a su lado, y colocando
su boca casi junto a la suya le susurró convencido.
—Solo sé que desde que llegaste a Inveraray ha vuelto a resurgir la luz
en mi vida, a pesar de creer que nunca más volvería a verla. Por favor, no me
pidas que viva de nuevo en la oscuridad, cuando sé que no podría soportarlo.
Pletórica de felicidad, al no haber creído que la amara tanto, se lanzó a
sus brazos y le besó con entrega al no caberle dudas respecto a sus
sentimientos.
—En ese caso me convertiré en tu luz, pero debes prometerme que
nunca cambiarás.
—Te lo prometo. Seré siempre igual de cabezón, orgulloso, pedante y
mandón.
Las risas de ambos resonaron por el jardín, devolviéndole la alegría de
otros tiempos ya pasados.
—¡Ah! Y no olvidemos glotón —le dijo llevándose un pastel de ciruela
a la boca.
Nada más darle el primer mordisco Malcom puso cara de asco,
provocando que Sheena volviera a reír al ver las muecas que hacía al no saber
si escupirlo o tragárselo.
—Eso te pasa por robarme mis pasteles favoritos —le reprochó
divertida, más aun cuando vio cómo se lo tragaba con gran esfuerzo y
repugnancia.
—¡Odio los pasteles de ciruela! —gruñó enfadado, mientras se llevaba
el odre de vino a los labios para dar un buen trago y así quitarse ese sabor que
tanto le desagradaba.
Al escucharle farfullar sobre pasteles asquerosos de ciruela cuando los
de crema estaban mucho mejor, Sheena se dijo que ahora que le conocía y
había visto su lado tierno y sensible, no lo cambiaría por ningún otro, pues sus
arrebatos de mal genio e impulsividad también formaban parte de él y por eso
también lo amaba.
—Recuérdame que le diga a la cocinera que no prepare esas cosas
cuando volvamos a organizar un picnic —le dijo llevándose la mano al
estómago como si le doliera.
—De acuerdo —le aseguró encantada ante la idea de volver a repetir
esa escapada en el jardín—. Pero no puedes culpar a la cocinera ya que
preparó la comida para James y para mí.
—En ese caso la próxima vez te dejo todos los pasteles para ti. Incluso
creo que me ha hecho daño en el estómago —le aseguró mientras se inclinaba
como si le diera un retortijón.
—Un solo pastel no puede hacerte daño —indicó Sheena que ahora no
sonreía al ver cómo se retorcía cada vez con más dolor y la frente empezaba a
perlarse de sudor.
—Pues debía de tener algo, porque me está quemando por dentro.
Asustada al verlo cada vez peor empezó a temer que el pastel le hubiera
dañado de alguna manera, y sin saber qué hacer le tumbó colocando su cabeza
sobre su regazo al mismo tiempo que le secaba el sudor de la frente.
—No es posible que te haga tanto daño —se dijo para sí misma confusa,
mientras observaba los pasteles intactos sobre el mantel improvisado, ya que
él había sido el único que se había comido uno, y ella no podía creer que un
pequeño pastel le causara tanto dolor.
Al notar que no se movía y se mantenía en silencio se asustó, por lo que
empezó a llamarlo y a zarandearlo hasta que horrorizada descubrió que yacía
inmóvil entre sus brazos, con el rostro blanquecino y el cuerpo sudoroso.
El grito de angustia que dio debió poner en alerta a medio castillo, pues
en cuestión de segundos al jardín acudieron un buen número de sirvientes y
guerreros, entre los que se abrió paso a empujones Blair, que al verla llorar
desesperada con el cuerpo inerte de Malcom entre los brazos se quedó
absorto, contemplando lo que parecía el asesinato de su laird a manos de una
MacDougall.
CAPÍTULO 14

La confusión que se produjo después del grito de Sheena fue tan grande,
que nadie prestó atención a los pequeños pasteles que habían causado el
malestar de Malcom, por lo que estos acabaron esparcidos y pisoteados por
los hombres que se acercaron a socorrer a su laird, perdiéndose unas
evidencias que hubieran podido ayudar a resolver todo el asunto.
El primero de los Campbell en aproximarse fue Blair, que en cuestión
de segundos tomó el control de lo que estaba sucediendo, y empezó a dar
órdenes para que se llevasen a Malcom a su recámara y para que encerraran a
Sheena en su estancia hasta saber qué había sucedido, ya que por el momento
no se fiaba de ella y no quería arriesgarse a dejarla junto a su amigo.
Verla junto al cuerpo inerte le había enfurecido, pues a pesar de haber
desconfiado de su inocencia en la muerte de Lorna, lo había dejado pasar a
petición de Malcom, y ahora, al estar implicada en otra posible muerte sin que
él hubiera hecho nada por impedirlo, le hacía sentirse culpable y arrepentido.
Pero no fue el único en creerla culpable, ya que no pasó desapercibido
para ningún miembro del clan la forma en que su laird fue llevado en brazos e
inconsciente al interior del castillo, y en como lady MacDougall era agarrada
por dos guardias y llevada tras ellos mientras esta lloraba desesperada.
Como una marea imparable empezó a surgir diferentes versiones de lo
que había ocurrido, consiguiendo que muchos de ellos dieran por válida la
noticia de la muerte del laird a manos de la MacDougall, y otros asegurasen
que ambos habían sido atacados por extraños.
Mientras, ajenos a todo este alboroto que se estaba produciendo en el
patio los portadores del cuerpo de Malcom llegaron a su recámara, y lo
depositaron con sumo cuidado en la cama esperando a que la curandera
llegara en cualquier momento. Pero el primero en aparecer desesperado fue
James, que apesadumbrado observó como su hermano y único familiar que le
quedaba luchaba por su vida.
—¿Qué ha pasado?
—Aún no lo sabemos muchacho, pero creo que Sheena ha tratado de
matar a tu hermano.
La cara de asombro e incredulidad de James pilló por sorpresa a Blair,
al haber creído que el muchacho la creería culpable, pues había sido uno de
los pocos testigos de la implicación de Sheena en el asesinato de Lorna. Un
hecho que no podía negar al ser evidente gracias a la aparición del pañuelo y
la testigo, pero que los hermanos Campbell tendían a olvidar metiéndoles en
problemas.
Incrédulo ante esta acusación James permaneció en silencio, recordando
su conversación con Malcom esa misma mañana, y cómo habían llegado a un
acuerdo para que fuera él quien la acompañara en el picnic. Se veía a su
hermano tan complacido de poder pasar unas horas con lady MacDougall, que
James no pudo negarse y aceptó encantado creyendo que estaba haciéndole un
favor.
Por nada del mundo hubiera creído que Sheena intentara asesinarle
cuando quedaran a solas, pues por mucho que lo pensaba había varios motivos
que la exculpaban, tales como que al intentar asesinarle estando solos todas
las culpas recaerían sobre ella, más aun cuando la noche anterior había estado
tan cerca de ser acusada de asesinato.
Otra muestra de su inocencia era que ella realmente no tenía motivos de
importancia para asesinar a un poderoso laird, al traerle solo problemas a ella
y a su clan; aunque Blair se negara a verlo, y por último, que aunque no la
conocía mucho era evidente que lady MacDougall no era una asesina.
Por todo esto decidió que hasta que no tuviera toda la información de lo
que hubiera sucedido no la juzgaría, pues su padre siempre le había recalcado
lo importante que era no hacer juicios apresurados sobre las personas, y más
en asuntos de tanta importancia.
La aparición en la estancia de tía Elsbeth puso fin a cualquier
comentario que ambos pudieran decir, pues la mujer se lanzó desesperada ante
el cuerpo de Malcom sin dejar de llorar ni de negar lo que sus propios ojos
contemplaban.
Blair entendió que ese momento debía ser íntimo para la familia, por lo
que despejó el cuarto de curiosos y cerró la puerta tras de sí, hasta que poco
tiempo después llegó la curandera visiblemente agitada por el esfuerzo de
apresurarse.
Los minutos que siguieron fueron los más largos de sus vidas, al
observar como la anciana revisaba el rostro blanquecino, la boca seca, los
ojos dilatados y las manos frías de Malcom en busca de algo que le indicara
qué le había ocurrido.
Cuando negando con la cabeza la mujer se incorporó después de haber
escuchado el tenue latir de su corazón, las esperanzas de que no fuera nada
grave se desvanecieron como si fueran cenizas al viento, consiguiendo que el
silencio que reinaba en la estancia se hiciera insoportable.
—¿Se va a morir? —preguntó Blair a la sanadora, al ser el único que
reunió la voluntad necesaria para saber la verdad.
—En realidad está más muerto que vivo, pero haré todo lo que pueda
para traerlo de vuelta —le contestó mientras comenzaba a revisar sus hierbas.
El escalofrío que sintieron los presentes al escucharla se acentuó tras
notar la ráfaga de aire que entró por la ventana, pues aunque hacía unos
minutos el sol había estado brillando, ahora las nubes ocupaban buena parte
del cielo oscureciéndolo todo.
Parecía como si el mismísimo cielo se hubiera vestido de luto a la
espera del desenlace, consiguiendo que fuera más difícil tener esperanza.
—Blair, no puedes dejar que muera —le pidió James tratando de
contener las lágrimas, mientras se negaba a apartarse de los pies de la cama de
su hermano por miedo a que este muriera sin que él estuviera cerca.
—No está en mis manos, muchacho —le aseguró Blair, al mismo tiempo
que le colocaba una mano en su hombro para intentar consolarle, al ser
evidente que estaba pasando por una situación muy dolorosa.
El sonido del llanto de tía Elsbeth resonó por toda la estancia,
recordándoles que el tiempo iba en su contra y que por mucho que quisieran no
podían hacer nada para salvarle.
La anciana había llegado visiblemente afligida a la recámara nada más
recibir la noticia, y presurosa se había sentado a su lado cogiéndole de la
mano como si su tacto pudiera curarlo. Y es que desde el nacimiento de
Malcom tía Elsbeth había sentido un cariño muy especial por él, habiéndolo
consentido desde niño al tratarle más como a un hijo que como a un sobrino.
Ese amor tan especial que le procesaba no extrañó a nadie, al haber
permanecido soltera y centrado su vida en el cuidado de su familia. Por ese
motivo aunque su llanto resultaba molesto y de mal agüero, a ninguno de los
presentes se les ocurrió pedirle que se marchara, al no querer negarle que
estuviera junto a él por si tenía que despedirse en cualquier momento.
Resignados a esperar sintiéndose impotentes permanecieron en silencio,
hasta que James recordó a Sheena extrañándole que no estuviera con ellos
acompañando a Malcom en lo que podrían ser sus últimas horas.
—¿Dónde está milady?
—Que yo sepa sigue en su recámara esperando —le respondió Blair
cada vez más furioso con esa mujer que había conseguido engañar a todos—.
Aunque debería haberla mandado a las mazmorras —terminó farfullando entre
dientes.
—Lady MacDougall no es culpable. La vi en el pasillo llorando
desesperada cuando vine a comprobar que era lo que estaba sucediendo, y un
dolor tan grande no puede ser fingido —aseguró James al sentir la necesidad
de defenderla, pues estaba convencido de que su hermano así lo hubiera
querido si no estuviera tan grave.
—No es la primera vez que una mujer simula llorar para librarse de un
castigo.
Al escucharle fue evidente el desagrado que Blair sentía ante este
hecho, y por primera vez James se preguntó si su desconfianza por Sheena
tenía que ver con alguna mujer que en el pasado le había engañado, y ahora
esa amargura le nublaba la mente.
Sintiendo cada vez más ganas de defenderla, sobre todo si había sido ya
juzgada precipitadamente, James se propuso ser su defensor hasta que su
hermano se recuperara, pues estaba convencido de que este haría todo lo
posible por aferrarse a la vida al haber sido siempre un luchador.
—Pero ella no es así, yo sé que es inocente. Además, aún no sabemos
qué le ha pasado a Malcom.
—Fue envenenado —soltó la curandera, que había estado escuchando
en silencio la conversación mientras preparaba un brebaje—. Aún no sé qué le
dieron ni qué cantidad, pero estoy segura de que fue veneno
La noticia cayó como una bomba silenciando a los presentes, pues
aunque todo indicaba que había sido envenenado las implicaciones de esa
acusación eran muy graves.
—¿No cabe ninguna duda? —le preguntó Blair, pues era preciso saber
toda la verdad cuanto antes.
—Completamente. Llevo muchos años en esto y te puedo asegurar que
reconozco estos síntomas.
La seguridad de la anciana acabó con todas las dudas, y ni el sollozo de
tía Elsbeth, ni los ruidos procedentes del exterior de la estancia consiguieron
acallar la idea de que entre ellos se encontraba un enemigo que quería
dañarles.
—¿Sigues pensando que es inocente? —no fue necesario que le
explicara a quién se refería, pues estaba muy claro de quien se trataba.
Sin titubear ni un segundo James le contestó cada vez más convencido
de ser su defensor.
—Sí. Yo estuve toda la mañana con ella en el jardín, por lo que no pudo
hacerse con el veneno.
—Pues yo no estoy tan seguro, pudo tenerlo escondido en algún lugar y
cuando se vio a solas con Malcom utilizarlo.
Pero cuando James se disponía a contarle que era una idea absurda, al
haber sido todo improvisado y al haber sido él quien se acercó a la cocina
para pedir la comida para el picnic, la puerta se abrió de par en par,
apareciendo ante ellos una Sheena desesperada, seguida de cerca por un
guardia que aún aturdido se tocaba la cabeza como si se la hubieran golpeado.
—¿Qué haces aquí? —la rudeza de Blair le dejó bien claro que no era
bien recibida.
—Necesito verle —fue su única contestación mientras sus ojos
buscaban a Malcom.
Solo hacía falta mirarla a la cara para saber el tormento por el que
estaba pasando, pues esos ojos cargados de dolor no podían mentir a nadie,
cuando en ellos aparecía de forma tan clara que daría cualquier cosa por tener
alguna noticia sobre el estado de Malcom.
Pero Blair tenía el corazón demasiado duro como para ver más allá de
su amigo postrado en cama, y de cómo esa mujer intentaba con sus lágrimas y
su pena engañarles para aparecer ante ellos inocente. Si bien era cierto que
hacía tiempo que no se fiaba de las féminas, menos aún lo haría cuando la vida
de su laird estaba en peligro, y ante él tenía a una MacDougall que hasta hacía
bien poco había sido su enemiga.
Por ello no tuvo ningún problema en interceptarla cogiéndola del brazo
cuando se disponía a acercarse a la cama, impidiéndole así que se saliera con
la suya mientras él estuviera presente.
—No voy a permitirlo.
—Blair, déjala, ¿no ves que es incapaz de hacerle daño?
La mirada de súplica que vio en sus ojos, así como su angustia, no le
hicieron cambiar de opinión, al no estar probada su inocencia y ser peligroso
que ella estuviera cerca de Malcom.
—Te lo suplico Blair, déjame ir con él —escuchó como le rogaba, y
aunque seguía sin fiarse de ella, se le ocurrió que podría desenmascararla si la
vigilaba de cerca, ya que en cualquier momento podría cometer un error.
Nada más verse liberada de su agarre Sheena corrió junto a Malcom,
que seguía inconsciente sobre la cama, sin importarle la mirada acusatoria de
Blair que no la perdía de vista para estar atento a todos sus movimientos.
—¿Cómo está? ¿Puedo hacer algo por él?
—Tengo que vaciarle el estómago para que expulse el veneno —le dijo
la curandera mientras se acercaba a Malcom y mostraba un brebaje que
apestaba.
—¿Veneno? —preguntó ella incrédula.
—No te hagas la inocente, sabes perfectamente que fue envenenado —la
acusó Blair abiertamente.
Sintiendo como la bilis le subía por la garganta Sheena retrocedió unos
pasos ante la mirada de odio que le lanzó Blair. Había escuchado algunos
murmullos que la acusaban cuando la conducían a su recámara, como también
sabía que muchos miembros del clan la miraron de forma fría cuando la
contemplaron en el jardín sosteniendo el cuerpo inerte de Malcom, pero no se
había imaginado que la acusación de que fuera la culpable fuera tan firme, ya
que resultaba evidente que ella no podía haberlo envenenado.
Por eso le alegró tanto la siguiente pregunta que James le hizo, pues le
dio la posibilidad de contar su historia. Un hecho que hasta entonces nadie se
había molestado en saber.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Al rato de marcharte llegó Malcom con el picnic y nos acercamos a
un árbol para sentarnos a su sombra —empezó a relatarle.
—¿Alguien más se les acercó o vieron a alguien rondando por las
cercanías?
—No, que yo sepa estuvimos todo el tiempo a solas.
Si no hubiera estado tan preocupada por la salud de Malcom la mirada
irónica que Blair le lanzó la hubiera enfurecido, al darle la sensación de que
él había tomado estas palabras como una evidencia de su culpabilidad, al
admitir que estuvieron todo el rato a solas y por lo tanto ser la única que
hubiera podido envenenarle.
Suspirando se dio cuenta de que por mucho que tratara de mostrar la
verdad ese hombre; y quizá otros del clan, jamás la creerían, pero aun así,
debía tratar de esclarecer qué había sucedido para que atraparan al culpable,
por lo que centrándose en James le siguió contando.
—Estábamos hablando mientras comíamos tranquilamente, cuando de
repente se empezó a sentir mal —comenzó a contarle, callando la parte en que
él le pidió en matrimonio al no creer que fuera el momento para mencionarlo.
—¿A qué se refiere, milady? —insistió James.
—Se acababa de comer un pastel de moras cuando empezó a retorcerse
y a decir que le quemaba por dentro.
—¡Miente! —le interrumpió Blair sobresaltándola—. Cualquiera que
conozca a Malcom sabe que él odia esos pasteles y jamás se comería uno.
—Lo sé —le aseguró ella y volvió a mirar a James para seguir contando
lo sucedido—. Creo que lo cogió sin darse cuenta, estábamos riéndonos sobre
algo y sin más cogió uno y se lo comió.
—¡No veis que está mintiendo! Lo que dice no tiene sentido —soltó
Blair al no poder soportar ni un segundo más las palabras que ella decía y que
para él sonaban falsas.
Cansado de las interrupciones de Blair, y sobre todo de que ya la
hubiera juzgado sin ni siquiera haberla escuchado, James se enderezó y por
primera vez en su vida dejó de ser un chiquillo, para comportarse como un
hombre y así imponerse para que oyera su versión de lo sucedido, dejando de
estar obcecado por el odio.
—Sí lo tiene. Esa comida fue preparada de improviso para lady
MacDougall y para mí, y por eso le pedí a la cocinera que nos añadiera los
pasteles favoritos de milady. ¿Verdad que sí, tía Elsbeth?
—¿Qué tiene que ver tu tía con todo esto, muchacho? —quiso saber
Blair al no comprender cómo podían seguir creyéndola cuando era evidente
que todo cuanto decía era mentira.
—Ella estaba en la cocina tomándose un vaso de leche y me oyó
decirlo.
Tras sus palabras todos los presentes se volvieron para mirarla y así
descubrir si era cierto lo que decía James, pues ese punto era muy importante
para determinar la acusación de Sheena.
—El muchacho dice la verdad, yo estaba tomándome mi medicina
cuando escuché cómo pedía que les sirvieran la comida para llevarla al jardín,
y les decía que añadieran los pasteles de moras al ser sus favoritos.
—Pero eso no demuestra nada —siguió insistiendo Blair, aunque el tono
de su voz ya no era tan severo ni exigente.
—Milady dice que estaba bien hasta que se comió un pastel. Lo más
lógico es pensar que estos estaban envenenados y que el culpable debió
hacerlo en la cocina.
Su declaración debió satisfacerlo al creer que había demostrado la
inocencia de Sheena, pues miró con orgullo a Blair como si ahora todo
quedara resuelto gracias a él. Sin embargo lo que en realidad había
conseguido era que quedasen más preguntas sin resolver que la hacían más
culpable, por lo que Blair volvió con sus acusaciones con más determinación.
—Hay demasiadas cosas que no cuadran. En primer lugar si todo fue
improvisado, ¿cómo sabía el asesino que Malcom iba a comer en el jardín con
milady? Y es más, ¿cómo pudo envenenarlos sin que ni tú ni tía Elsbeth os
dierais cuenta? —Y girándose para mirar de manera desafiante a Sheena
siguió diciendo con un deje irónico en su voz—: Por no mencionar que a pesar
de ser los pasteles favoritos de milady, ella afortunadamente no probó
ninguno.
Pero nadie sabía cómo responder a esas preguntas, pues en ese momento
en el jardín solo estaban Sheena y Malcom, y uno de ellos se encontraba
inconsciente en su lecho, por lo que solo tenían la palabra de una de las
personas que más posibilidades tenía para envenenarlos.
Sabiendo que la acusación de envenenamiento empezaba a cobrar
sentido si no se defendía, Sheena se propuso contar todo lo que sabía para
intentar esclarecer lo sucedido, y alzando la vista para que vieran con sus
propios ojos que no ocultaba nada, les dijo tratando de que las lágrimas no
regresaran a su rostro:
—Solo puedo decir que nada me pareció fuera de lugar durante la
comida, es más, estábamos pasando un rato muy agradable hasta que se comió
el pastel.
—Como he dicho antes, muy conveniente que solo fuera él quien se los
comiera, dando por hecho que fueran los pasteles los causantes de su malestar
—repuso Blair siguiendo con su ataque.
—Le aseguro que me cambiaría por él de inmediato —afirmó mirando
esta vez a Malcom que permanecía pálido sobre la cama mientras la curandera
le hacía beber un brebaje.
—Es curioso que diga eso cuando hace unos días le consideraba un
enemigo —volvió a insistir al querer que ella se derrumbara y admitiera su
culpa.
—Hace unos días todo era muy distinto entre nosotros, aunque de todas
formas yo nunca le consideré mi enemigo —confesó entristecida, mientras
recordaba los primeros días que estuvo en Inveraray y como poco a poco la
visión que tenía de él había cambiado, y ahora en vez de verlo como un fiero y
sanguinario guerrero sin corazón lo consideraba un hombre tierno, orgulloso y
sincero.
—¿Ni cuando la encerró en las mazmorras?
—Ya basta Blair —le acalló James, pues estaba claro que Blair no se
rendiría fácilmente y mientras dañaba a Sheena con sus acusaciones—. Está
claro que los pasteles estaban envenenados y que Malcom se comió uno sin
darse cuenta que eran de moras.
—Pues yo no lo tengo tan claro —volvió a insistir pues se negaba a ver
que había demasiadas posibilidades que estudiar y que Sheena solo era una de
ellas.
El ambiente se había puesto tan tenso con el cruce de acusaciones, que
todos los presentes se mostraban nerviosos y recelosos, por lo que sumado a
la tensión de saber qué pasaría con Malcom, el resultado era una sensación
demasiado asfixiante.
—Por favor dejen ese tema, lo importante ahora es que Malcom se salve
—se vio obligada a intervenir tía Elsbeth, a pesar de no querer formar parte
de todo este asunto al importarle más el bienestar de su sobrino.
—Está bien, lo dejaremos por el momento, pero este tema no ha
acabado —terminó cediendo Blair, pues al contemplar el cuerpo de su amigo
sobre el lecho le pareció que el momento para las acusaciones podía esperar.
—Si ya han terminado de discutir entre ustedes, necesitaré que alguien
me ayude a hacerle devolver todo lo que ha tomado —intervino la curandera
que hasta el momento había preferido mantenerse al margen mientras se
centraba en su trabajo.
—Yo la ayudaré —se ofreció de inmediato Sheena, aunque Blair le
lanzó un gruñido no muy convencido de que fuera ella quien ayudara a la
anciana.
—Tranquilízate grandullón —le dijo la curandera—. Esta muchacha no
puede hacerle ningún daño con tantos ojos sobre ella.
Sheena agradeció a la anciana que la defendiera, aunque ninguna de las
dos pudo impedir que Blair se les acercara más para vigilar cada uno de sus
movimientos.
—Si vas a estar en medio entonces podrías ayudarnos —le indicó la
curandera a Blair que la comenzó a mirar con los ojos entrecerrados al no
tener ni idea de qué hacer—. Solo tienes que mantenerlo erguido mientras él
devuelve. ¿Me imagino que podrás hacerlo sin desconfiar que ella lo asesine,
no?
El gruñido de Blair le indicó que no le había gustado ese último
comentario, pero se mantuvo a distancia y sin responderla, por lo que James se
le adelantó y respondió por él mientras lo miraba por el rabillo del ojo.
—Ya me ocupo yo.
Sin más por decir James se acercó a Malcom hasta colocarse a su lado,
para después levantar su cuerpo hasta que este estuvo sentado en la cama.
—Ahora siéntate detrás de él y rodea con tus brazos su pecho para que
no se caiga.
Incómodo al no haber sido él quien se presentara voluntario para ayudar
a su amigo, y sabiendo que en realidad había sido injusto con Sheena al haber
aprovechado un momento de dolor para intentar acusarla, Blair decidió
marcharse para destensar el ambiente y así se pudieran centrar en ayudar a
Malcom.
Sabía que se había dejado llevar por la furia ante la posibilidad de
perder a su amigo, pero no podía olvidar que Sheena tenía motivos para
matarle, y que era la única que estaba presente cuando Malcom fue
envenenado; sin olvidar que hasta su aparición en el castillo no habían sufrido
ningún altercado parecido.
Suspirando mientras veía cómo se esforzaban en hacer vomitar a
Malcom, no aguantó ni un segundo más estar de brazos cruzados, y decidido a
hacer algo útil se vio media vuelta dirigiéndose hacia la puerta, dispuesto a
aplacar el alboroto del patio antes de que se extendiera el rumor de que su
laird había muerto.
Mirando por última vez hacia la cama donde todos se esforzaban por
salvarle la vida, deseó que pudieran conseguirlo, pues por nada del mundo
estaba dispuesto a perder a un laird que le había enseñado lo que era la
lealtad, el compromiso y el honor.
Durante los siguientes minutos agotados y sudorosos tuvieron que
hacerle beber el brebaje que había preparado la curandera, para que después
lo devolviera arrastrando junto al líquido pastoso buena parte de lo que se
encontraba en su estómago.
Por suerte consiguieron que Malcom devolviera una gran cantidad de
veneno, trayendo de nuevo la esperanza de que pudiera recuperarse, aunque al
no saber de qué veneno se trataban no podían estar seguros de que el riesgo
hubiera pasado.
Por eso ahora, con el estómago de Malcom ya vacío y tumbado de nuevo
en la cama sin la palidez de antes, la pregunta que nadie se atrevía a hacer era
si habían hecho lo suficiente y si habían llegado a tiempo.
—¿Ya está fuera de peligro? —Fue James el primero en decidirse a
preguntar lo que tanto temían averiguar.
—Tendremos que esperar hasta mañana para saber si sobrevivirá, pero
es un hombre fuerte y joven y ha devuelto bastante.
—No puede morir, él no —soltó tía Elsbeth que hasta el momento se
había mantenido apartada y en silencio a la espera de lo que pasara.
Suspirando Sheena contempló a Malcom tumbado sobre la cama,
deseando ser ella la que estuviera en el lugar del hombre que había puesto a su
alcance la felicidad, y sin poder dejar de recordar el beso que se habían dado
y sus palabras de amor, como si fueran una especie de amuleto que le
aseguraba que él no podría dejarla.
Sabiendo que solo quedaba esperar y que cualquier ayuda era
bienvenida, se arrodilló junto a su lecho y se puso a rezar pidiendo por su
vida, pues no podría soportar la idea de un mundo sin su presencia, donde solo
le quedara un dolor en su pecho que le acompañaría para siempre, al haberse
llevado con su muerte buena parte de su corazón.
CAPÍTULO 15

No sabía cuánto tiempo había permanecido sumido en las sombras, ni


qué había pasado desde que se encontraba en esa especie de letargo, donde no
podía sentir ni percibir nada que no fuera el frío y la oscuridad, pero se
alegraba de estar lúcido de nuevo aunque sintiera como si le hubiera pasado
por encima una manada de caballos salvajes.
En seguida se dio cuenta de que algo no estaba bien, ya que notaba su
mente como si estuviera sumida en una especie de niebla que le impedía
pensar con claridad, y lo peor de todo, recordar que le había sucedido para
encontrarse en el lecho en esas condiciones tan lamentables.
Lo único que podía asegurar era que desde hacía unos segundos había
vuelto a la consciencia, y con ello le vinieron sus cinco sentidos de golpe y la
sensación de que algo grave le había pasado sin que se hubiera enterado de
nada.
Lo primero que fue capaz de percibir fue el calor que poco a poco
empezó a sustituir el frío que le agarrotaba y que sentía de forma intensa, para
después comenzar a escuchar el viento y cómo este le traía el sonido del
chillido de un águila real, como si fuera una señal de los cielos indicándole
que había nacido de nuevo.
El peso de algo sobre su costado fue lo siguiente que notó al dificultarle
la respiración, para inmediatamente después sentir un fuerte dolor de cabeza
cuando intentó alzarla para ver de qué se trataba, seguido de una sensación de
pesadez cuando levantó una mano con mucha dificultad.
Resignado al advertir que le era imposible levantarse al estar tan débil,
se tuvo que conformar con permanecer acostado en la cama, maldiciendo al
sentirse como un inválido. Sin poder hacer nada solo le quedó observar como
la tenue luz de la mañana se filtraba por la ventana, comprendiendo en ese
instante de que debía ser muy temprano al estar comenzando un nuevo día.
Agudizando el oído percibió que apenas se escuchaban los cotidianos
sonidos del castillo, como el ruido de las mujeres acarreando cubos mientras
hablaban entre ellas o el de los hombres que se preparaban para empezar con
sus oficios, dando por sentado que la vida continuaba pasara lo que pasase, y
que él era muy afortunado por haber despertado.
Sabiendo que no podría a ir a ningún sitio y que debía esperar hasta
recuperar sus fuerzas, solo le quedó respirar profundamente para intentar
llenarse de esa paz y tranquilidad que le rodeaba, y que estaba seguro que en
breve se desvanecería, pues estaba convencido que le sería muy difícil
soportar estar encerrado y sin poder hacer nada.
Al volver a notar ese peso oprimiéndole el pecho Malcom apartó
cualquier otro pensamiento de su mente, y reuniendo todas sus fuerzas se
incorporó lo suficiente para descubrir de qué se trataba.
Lo primero que sintió al ver una melena de color rojizo fue
incredulidad, pues no podía imaginarse qué podía haber sucedido para que
alguien hubiera apoyado la cabeza sobre su torso y se hubiera quedado
dormido. Pero cuando descubrió maravillado como los rayos del sol jugaban
con los cabellos consiguiendo que estos parecieran lenguas de fuego, no pudo
evitar sonreír al estar seguro de que esa mujer solo podía ser Sheena.
No tenía ni idea de cómo había acabado reclinada junto a él, y más a
esas horas de la madrugada, pero se sentía agradecido de que fuera ella la
primera persona que veía después de regresar de la oscuridad.
Con suma ternura para no despertarla enterró sus dedos entre sus
cabellos, notando enseguida una suavidad parecida al tacto de la seda. Sin
querer molestarla simplemente apartó un mechón de su cara, y se quedó
observándola hasta que percibió como alguien se movía en un rincón de la
estancia, para después deslizarse entre las sombras hasta acercársele
despacio.
Nada más advertir el movimiento Malcom se puso tenso, pues sus años
de entrenamiento le hacían ponerse en alerta en cuestión de segundos, sobre
todo cuando presentía que algo estaba fuera de lugar o cuando intuía que
estaba en peligro, como le estaba sucediendo ahora.
En un acto reflejo alargó la mano que tenía libre para coger su
Claymore, mientras que con la otra cubría la cabeza de Sheena como si con
ello pudiera apartarla del peligro, hasta que advirtió que estaba tumbado sobre
el lecho desnudo, desarmado y sin apenas fuerzas, sintiendo por primera vez
en su vida miedo al encontrarse indefenso ante lo desconocido.
—Me alegro de verte despierto.
La voz que Malcom escuchó le resultó familiar, pero tuvieron que pasar
unos segundos hasta que su mente se aclaró lo suficiente como para que
reconociera a quién pertenecía. Nada más darse cuenta de ello su cuerpo se
destensó y pudo volver a respirar con normalidad, pues la persona que le
había hablado era su amigo Blair, un hombre de su total confianza al saber que
jamás osaría alzar su mano contra él.
—Pues casi consigues matarme del susto —le reprendió Malcom ahora
ya más tranquilo, pero notando inmediatamente su boca seca.
La risa divertida de Blair consiguió que Malcom se relajara un poco
más, entendiendo que este se había quedado en la habitación para protegerle.
Fue entonces cuando el recuerdo de lo sucedido en el picnic le vino a la
memoria, pero no consiguió recordar qué había sucedido después de sentir el
fuerte dolor de estómago y cómo las fuerzas le abandonaban hasta perder la
consciencia.
—¿Qué sucedió?
—¿No recuerdas nada? —le preguntó ya serio, consiguiendo que
Malcom frunciera el ceño al intuir que algo grave debía de haber pasado.
Esforzándose por saber qué había ocurrido comenzó a recordar poco a
poco, viniéndole a la cabeza imágenes de él besando a Sheena bajo el gran
árbol del jardín, y cómo ella había aceptado su proposición de matrimonio
entre besos y abrazos.
Volver a revivir ese momento le hizo experimentar una gran emoción, al
darse cuenta del inmenso amor que sentía por esa mujer que se había adueñado
de su corazón, y que le había devuelto la ilusión que creía haber perdido tras
tantas desgracias. Una mujer que ocupaba un lugar privilegiado en su mente y
en su vida, al serle imposible pensar en otra cosa que no fuera ella y en lo
mucho que la quería.
Sin poder evitarlo sus ojos regresaron a ella como si fuera su sustento, y
volviendo a acariciar su cabello se la quedó mirando fijamente para así
empaparse de ella. Estaba tan absorto en sus recuerdos que no se percató de la
ternura que mostraba al contemplarla, ni de como Blair le observaba siendo
testigo mudo del amor y la ternura que mostraban sus actos.
Aún perdido en sus pensamientos Malcom comenzó a hablar sin darse
cuenta del rostro serio que Blair mostraba, ya que este por nada del mundo
quería dañarle, pero mucho se temía que eso sería imposible cuando le contara
sus sospechas respecto a la mujer que amaba.
—Lo último que recuerdo es estar hablando tranquilamente con lady
MacDougall, y de cómo fui tan impulsivo que acabé comiéndome un pastel de
moras. Después de eso solo me acuerdo de que me quejaba de lo poco que me
gustaban esos dichosos pasteles, mientras reíamos por mí glotonería y le
prometía que la próxima vez tendría más cuidado. Fue entonces cuando
empecé a sentir fuertes calambres en el estómago, hasta que acabaron
convirtiéndose en un intenso dolor y por último la oscuridad.
Blair había escuchado en silencio su declaración, comprendiendo
pensativo que su amigo le había contado la misma versión que ella le había
dado cuando la interrogó, pero que él no la creyó posible al dar por sentado
que Malcom jamás se comería por accidente un pastel que detestaba.
Ese había sido uno de los puntos fuertes de su acusación, pero ahora tras
escucharle relatar lo sucedido, había confirmado que Sheena le había dicho la
verdad. Sabiendo que era primordial averiguar cuanto antes que era lo que
pasaba, Blair se dispuso a contarle lo que sabía, esperando con ello aclarar lo
sucedido.
—Esos pasteles estaban envenenados, por eso sentiste ese fuerte dolor y
terminaste perdiendo la consciencia.
La cara de incredulidad y miedo de Malcom le dijeron que no podía
creerse lo que le estaba relatando, pero por desgracia eso solo era el
comienzo de todo lo que tenía que contarle.
—Has estado a punto de morir al no saber qué tipo de veneno habías
ingerido, pero por suerte consiguieron que devolvieras todo lo que tenías en el
estómago y lograron salvarte.
—¿Ella también…? —No se atrevió a terminar de hacer la pregunta,
aun sabiendo que a ella no le había pasado nada al tenerla frente a él, pero aun
así con solo pensar que pudo haberlos probado y haber estado en peligro se le
revolvían las entrañas.
—No llegó a probarlos. Según me contó te comiste el primero y todo
fue tan rápido que a ella no le dio tiempo a coger ninguno.
—Menos mal —le dijo tras soltar un suspiro—. ¿Fui el único
envenenado en todo el castillo?
La afirmación de Blair le hizo encogerse de miedo, pues eso significaba
que no se trataba de un error del cocinero al haber equivocado la harina con
algún matarratas, sino de que fue un intento frustrado de asesinato.
—Has estado a punto de morir —el comentario le hizo comprender que
estaba en lo cierto, al quedar claro la intención del asesino de matarle, por lo
que ahora quedaba averiguar quién deseaba su muerte.
Blair se percató que a pesar de haberle dicho que fue el único
envenenado, y de estar a solas con Sheena en ese momento, en ningún momento
sospechó que fuera ella la culpable, pues por la forma con que le acariciaba el
cabello, como si estuviera velando su sueño, daba más la sensación de querer
protegerla que de acusarla.
Fue por eso que, a pesar de la confianza que se tenían, no sabía cómo
comunicarle sus sospechas hacia ella, al estar convencido de que sin pruebas
jamás permitiría que la incriminara, pues conocía lo suficiente a su amigo para
saber que defendía a los suyos con uñas y dientes, e ir en contra de ella solo
conseguiría ponerlo en alerta.
Ajeno a estos pensamientos Malcom no podía dejar de mirar a Sheena
que aún permanecía dormida sobre su torso, dándole las gracias al cielo al no
haber seguido sus pasos y haberse comido un pastel envenenado. De haber
sido así estaba convencido que no hubiera podido soportar el dolor de su
pérdida, y hubiera acabado desquiciado y solo en un mundo donde ya nada
tendría sentido.
—Se la ve cansada —murmuró más para sí que para su amigo, pero
Blair no dudó en responderle.
—Se ha pasado los dos días que has estado inconsciente cuidándote.
—No debiste permitírselo.
—¿Crees que no lo intenté? Incluso le prohibí que permaneciera a tu
lado y como puedes imaginar, no me hizo caso y se mantuvo junto al lecho —
decidió omitir que en realidad en un principio le había prohibido permanecer
a su lado al creerla culpable del envenenamiento.
—Debe descansar, no quiero que enferme por mi culpa.
Acariciándola con ternura, y mirándola con todo el amor reflejado en
sus ojos, Malcom se sentía dividido, pues aunque hubiera preferido que pasara
la noche dormida confortablemente en su recámara, no podía dejar de
agradecer que se hubiera preocupado tanto por él como para que lo hubiera
cuidado sin apenas descansar, ya que eso significaba que debía sentir por él
algo mucho más profundo de lo que en un principio había creído.
Aun así, no podía estar seguro de llamarlo amor; a pesar de haber
aceptado su propuesta de matrimonio, pues ella apenas le había hablado de sus
sentimientos, aunque estaba convencido que con el tiempo y paciencia
conseguiría enamorarla.
Imaginándose a su pequeña guerrera enfrentándose con Blair para
exigirle quedarse a su lado, le hizo sonreír, sin ni siquiera sospechar que en
realidad la lucha de Sheena fue mucho más dura y dolorosa, al haber sido
acusada de su envenenamiento y por ese motivo desconfiar que no volviera a
dañarlo si se quedaba a solas con él.
Malcom no sospechó que ese era el verdadero motivo por el que Blair
estaba en la estancia, ni vio nada raro en como su amigo le observaba,
mientras pensativo se preguntaba cómo se tomaría su laird la acusación de
intento de asesinato por parte de la mujer que amaba.
Pero Blair no tuvo la ocasión de comentarle nada, pues justo en ese
instante Sheena se despertó.
Se había sentido tan agotada tras haber pasado dos días luchando
incansable por la vida de Malcom, que con la noche ya avanzada y sabiendo
que Malcom ya no estaba en peligro, no había podido remediar quedarse
dormida sobre su pecho.
Escuchar el latir de su corazón latiendo ahora con más fuerza le hacía
sentirse mejor, después de haber pasado la experiencia más aterradora de su
vida. Ni cuando su marido la golpeaba, ni cuando había estado convencida de
que este terminaría matándola había sentido tanto terror, pues con solo
imaginar perder al hombre que le había devuelto la fe en el amor se sentía
destrozada.
Por eso al despertar y verle sonriente ante ella le hizo que el corazón le
diera un brinco, y hubiera deseado poder lanzarse a sus brazos para llorar de
alivio durante horas, si no hubiera sido porque sabía que estaba demasiado
débil como para sostenerla entre sus brazos.
Aun así la sonrisa que se posó en sus labios fue la más dulce bienvenida
que pudo ofrecerle, y por como él amplió la suya supo que esta había sido
bien recibida.
—Me alegro de verte despierto.
—Y yo me alegro de verte despertar en mi lecho.
El sonrojo de ella le hizo sonreír más ampliamente, y si sus fuerzas se lo
hubieran permitido, la hubiera cogido entre sus brazos para poder besarla
como tanto ansiaba.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó sentándose junto a él, para
inmediatamente después colocar su mano sobre su frente y así tomarle la
temperatura.
—Si no fuera por el dolor de cabeza y porque creo que me ha pisoteado
una manada de reses, te diría que perfecto.
Su cara de preocupación hizo que se arrepintiera de haber sido tan
franco, pues era evidente que no le gustó escuchar que estaba sufriendo.
—La curandera me dio unas hierbas para que hiciera una infusión con
ellas cuando despertaras —recordó al instante, y se levantó apresurada para ir
a toda prisa a la cocina a prepararla—. Me dijo que sería normal que tuvieras
algunos dolores, pero me he quedado dormida y no he podido prepararte nada.
Su voz sonaba tan lastimera y arrepentida que Malcom sintió deseos de
levantarse y hacer él mismo la infusión, aunque sabía que eso era algo
imposible y solo podía calmarla si la convencía de que su dolor de cabeza no
era tan grave.
Pero no tuvo la oportunidad de decir nada, ya que Blair se le adelantó, e
hizo algo que parecía impensable.
—Si me permitís milady, iré a ordenar la infusión de inmediato para
que vos podáis seguir cuidando del laird.
Por suerte Malcom no vio la cara de asombro que puso Sheena al
escucharle, ya que Blair se había negado a dejarla a solas con él al desconfiar
de ella y ahora sin embargo no parecía importarle.
—Os estaría muy agradecida —consiguió decir Sheena sin poder
creerse su cambio.
Pero lo que Sheena no sabía es que ahora que los había visto juntos ya
no estaba tan seguro de que ella fuera culpable, pues ninguna mujer que mirara
de esa manera a un hombre podría odiarlo y mucho menos desear su muerte.
Ser testigo del afecto que se procesaban le hizo replantearse muchas
cosas, pero sobre todo le hizo preguntarse quién podía ser la persona que
podía desear la muerte de su laird. Nada más pensarlo una idea le pasó por la
cabeza, acusándose de estúpido por no haberlo descubierto antes.
Decidido a averiguar si estaba en lo cierto se dispuso a marcharse,
hasta que Malcom le detuvo diciendo:
—Blair, te agradecería que no le contaras a nadie que estoy despierto.
Necesito un poco de intimidad para hablar con milady y será imposible
conseguirlo cuando todos se enteren.
—Así lo haré —le aseguró su amigo al no haber ninguna duda sobre
ello, y sin más por decir hizo una reverencia y se marchó cerrando la puerta
tras de sí.
Una vez a solas ambos se quedaron en silencio mientras ponían en orden
sus pensamientos, hasta que el carraspeo de Malcom hizo que Sheena
reaccionara en el acto.
—Perdonad, debéis de tener sed.
A Malcom le hizo gracia que ella volviera a las formalidades cuando le
había tuteado al despertarse, y pensó que podría deberse al haber escuchado el
tratamiento formal de Blair y haber creído que era indecoroso, más aun ahora
que se habían quedado a solas.
Quería suponer que se debía a que tras su beso y su aceptación del
matrimonio había surgido entre ellos una necesidad de proximidad, en vez de
pensar que simplemente se había despertado tan cansada que no se había
percatado de ello, aunque eso también implicaba que se sentía tan cómoda a su
lado que no se había acordado.
De todas formas tenerla a solas para él era todo un privilegio, que
pretendía aprovechar para asegurarse que supiera lo mucho que la amaba.
Mientras, Sheena estaba nerviosa al no saber qué le iba a preguntar,
pues aunque odiaría mentirle, tampoco estaba preparada para contarle que
estaba siendo considerada la causante de su envenenamiento, y mucho se temía
que también de la muerte de Lorna.
Durante los dos días que le estuvo cuidando apenas había prestado
atención a las miradas de censura y las insinuaciones de Blair, e incluso en
ocasiones de la tía Elsbeth, pero ahora que Malcom estaba fuera de peligro y
sabía que quería respuestas, le daba miedo enfrentarse a su mirada cuando se
enterara de que la consideraban culpable.
Queriendo dejar atrás estos pensamientos se incorporó para acercarse a
una mesa cercana, donde cogió con manos temblorosas una jarra con agua
fresca que habían preparado los sirvientes, y llenando un vaso con el
refrescante líquido, regresó a su lado intentando disimular su nerviosismo.
—Tomad, bebed un poco —le pidió ayudándole a incorporarse mientras
él trataba de disimular el dolor que sintió en todo el cuerpo, en especial en la
cabeza y el estómago.
—¿No vas a tutearme? —le preguntó Malcom cuando el vaso aún no
había tocado sus labios y el dolor se hubo aplacado.
—No creo que sea apropiado —le respondió intentando centrar sus
pensamientos en lo que estaba haciendo, en vez de en su cercanía y en el
escalofrío que percibió cuando alzó su mirada y vio la forma intensa con que
la miraba.
—No estoy de acuerdo, al fin y al cabo estamos solos y si no recuerdo
mal aceptaste ser mi esposa.
La reacción de Sheena no fue la que él hubiera esperado, ya que había
creído que le sonreiría y admitiría que tenía razón. En vez de eso bajó la
cabeza al mismo tiempo que su rostro se entristecía, consiguiendo que el
sorbo de agua que acababa de dar le acentuara el dolor de estómago, por culpa
de un presentimiento más nefasto que el mismísimo veneno que había tomado.
—¿Qué sucede?
El silencio de ella le hizo temerse lo peor, aunque no lograba
comprender qué pudo haber sucedido en los dos días que estuvo inconsciente
para que se produjera ese cambio.
—Tenéis que beber —intentó ganar tiempo para cambiar de
conversación, pero la obstinación de Malcom no se lo iba a permitir.
—¿Qué pasa, Sheena?
Al escuchar como la llamaba dulcemente por su nombre alzó la mirada,
para encontrarse de inmediato con la suya, y al verle tan preocupado por ella
soltara una lágrima. El torrente de emociones que notó la hizo estremecerse, al
venirle de golpe todo el miedo que sintió al creer que le perdía, y toda la
impotencia que experimentó al no saber qué hacer para demostrar su
inocencia.
Fue por ello que dejando a un lado el vaso suspiró resignada, pues
había llegado el momento de abrirse a él y contarle el infierno que había
pasado, tanto por creer que le perdía como por ser acusada de ser su asesina.
—Cuando quedaste inconsciente sobre mi regazo sentí que se paraba el
mundo. Jamás había notado un miedo tan intenso en toda mi vida, pero fue
peor darme cuenta de que no sabía qué podía hacer para salvarte mientras
notaba cómo te estabas muriendo entre mis brazos. Fue algo que nunca
olvidaré, al hacerme comprender lo frágil que es la vida y lo estúpida que fui
al tener tanto miedo de amarte.
Al escucharla decir por primera vez que lo amaba Malcom sintió como
si a su alma le hubieran crecido alas, pues notaba como su corazón se había
vuelto ligero al abrirse por completo a ella.
—Sabes —empezó a decirle mientras le cogía de las manos y lo
acercaba a él—, si estar a las puertas de la muerte te ha hecho comprender que
puedes amarme, entonces ha merecido la pena todo el peligro y el dolor que he
padecido.
—No digas eso —afirmó al mismo tiempo que le rodeaba el cuello con
sus brazos y se fundían en un abrazo—. No hubiera soportado perderte.
—¿Eso quiere decir que me amas? —quiso saber Malcom cauteloso.
Al ver que no le contestaba y seguía abrazada a él, insistió, pero esta
vez la apartó lo suficiente como para hacerle la pregunta mientras se miraban a
los ojos.
—¿Me quieres?
Durante unos segundos ambos permanecieron perdidos en la
profundidad de sus miradas, y tras sentir la necesidad de sincerarse con él,
Sheena confesó lo que ni ella misma se atrevía a considerar.
—Más que a nada en el mundo.
El suspiro que se escuchó en la recámara llenó cada rincón de la
habitación, pues Malcom llevaba demasiado tiempo queriendo oír esas
palabras, y ahora que se había cumplido su deseo, le costaba creer que fuera
cierto.
Lleno de felicidad la besó con todas las fuerzas que pudo reunir,
descubriendo que los besos saben más dulces cuando tienes la certeza de que
provienen del corazón.
—He deseado tanto oírte decir esas palabras, que me parece mentira
escucharlas ahora —le confesó mientras le besaba la nariz, los párpados y por
último la boca.
—Pero…
Al percibir el dolor que ocultaba esa palabra Malcom se puso en alerta
y la contempló, descubriendo un rostro surcado de lágrimas que contrastaban
con la alegría que él sentía.
—¿Qué sucede, pequeña?
Que Sheena se separara de él sentándose erguida y no volviera a
atreverse a mirarle a la cara no le gustó nada, pues le hacía pensar que había
algo malo que le ocultaba y no sabía cómo decírselo.
—Tengo que contarte algo, pero me da miedo que después de oírlo no
quieras saber nada más de mí.
—Eso es imposible —y alzándole la barbilla le dijo mirándola
fijamente—: No importa lo que tengas que decirme, lo que siento por ti no
podrá cambiarlo nada ni nadie.
—¿Ni si quiera si te dicen que creen que fui yo quien te envenenó? —le
soltó con tono incrédulo, como si le estuviera retando a que lo negara.
Poniéndose rígido Malcom enderezó su espalda, y con el semblante
serio le preguntó:
—¿Es eso lo que van diciendo de ti?
La vergüenza que sintió en ese instante Sheena fue tan grande, que solo
fue capaz de afirmar con la cabeza pues las palabras se negaban a salir de su
boca.
—¿Quién? —le preguntó aún más enfadado, haciéndole creer a Sheena
que su enojo era con ella, y por eso comenzara a temblar de furia y crispación,
consiguiendo que deseara salir corriendo de esa recámara, de ese castillo y de
todo el maldito clan de los Campbell.
—Eso no importa —logró decir alzando la cabeza, pues no estaba
dispuesta a ser de nuevo acusada injustamente.
—Sí importa, porque no voy a consentir que te calumnien de forma tan
injusta.
La ira con que fue dicha esta amenaza la dejó sin aliento, al haber
pensado que él le preguntaría sobre las pruebas que tenían contra ella, y tras
hablarlo, llegara a una conclusión. Pero bajo ningún concepto hubiera
imaginado que él la creyera inocente sin más, pues eso demostraba que su fe
en ella era inquebrantable.
Que una persona como Malcom de carácter fuerte, seguro y decidido,
pero a la vez poseedor de unas emociones que lo volvían impulsivo y receloso
respecto a temas del corazón, le hubiera dado ese voto de confianza sin más,
le hizo darse cuenta de que apenas le conocía, al haber en su interior mucho
más de lo que mostraba y nunca hubiera imaginado que existía.
—¿No crees que sea culpable? —no pudo remediar preguntarle.
—No —le contestó con absoluta sinceridad.
—Pero Blair dice que las pruebas…
—No me importa lo que digan las pruebas, porque cuando te miro a los
ojos no veo a una asesina.
—¿Y qué ves en ellos? —quiso saber a pesar de temer su respuesta.
—A una mujer fuerte y segura que ha vivido demasiado tiempo
agachando la cabeza, y ahora le cuesta confiar en los demás y sobre todo en sí
misma. Una mujer que sin embargo se enfrenta con decisión a los problemas, y
que ha conseguido conquistar mi corazón al demostrarme que el valor puede
estar oculto entre capas de miedo, pero no por ello deja de ser valor lo que
siente cada vez que tiene que enfrentarse al mundo y a sus temores.
—¿Cómo puedes ver eso en mí cuando ni yo misma lo veo? —apenas
consiguió susurrarle, pues su confianza la había emocionado y desconcertado
al no habérselo esperado.
—Porque yo creo en ti.
La convicción en sus palabras consiguió que Sheena se rompiera, y de
ella comenzara a emanar una mezcla de sentimientos que la envolvieron y que
iban de la alegría a la tristeza, pasando por la ilusión y terminando en puro
amor.
Sin nada más por decir simplemente se besaron, descubriendo en el otro
la sensación de haber llegado al hogar, al sentirse por fin libres de ser ellos
mismos sin temor a ser reprendidos o ridiculizados.
Durante los siguientes minutos solo fueron un par de amantes que con
sus caricias se hicieron mil promesas de amor, y con sus anhelos sellaron su
destino al estar dispuestos a enfrentarse contra gigantes si con ello
permanecían juntos.
Un destino que Malcom estaba seguro que compartirían, aunque primero
tendría unas palabras con Blair ya que no iba a permitir que acusara a su
prometida de algo tan absurdo. Después pensaba gritar desde la montaña más
alta de todas las Highlands que ella era suya, y que se enfrentaría a cualquiera
que quisiera acusarla de cualquier delito.
Pletórico de felicidad miró a la mujer que le había devuelto la
esperanza, y a pesar de que le hubiera gustado hacerle el amor durante horas,
se conformó con acariciar su rostro con suavidad mientras le decía:
—Te quiero Sheena MacDougall, y aunque todos me aseguren que eres
mi enemiga, para mí siempre serás mi único y verdadero amor.
Emocionada y agradecida no dudó en abrazarlo, no solo por su amor
incondicional o por saber que se salvaría de la muerte, sino por comprender
que era muy afortunada al ser la dueña de su corazón.
—Y ahora vuelve a besarme para que pueda ver las estrellas brillando
en tus ojos —le pidió Malcom, aunque su urgencia por volver a saborearla
hizo que su petición sonara a súplica.
Satisfecha Sheena le sonrió dispuesta a complacerle, y acercándose
despacio dejó su boca a escasos centímetros de la suya para poder decirle:
—No sé si lograrás verlas, pero te juro que haré todo lo posible para
que el laird de los Campbell no pueda reprochar que un MacDougall no puso
todo su empeño en abrirle las puertas del cielo.
La carcajada de Malcom no tardó en escucharse, y tras agradecer su
buena fortuna, la abrazó con todas sus fuerzas para posteriormente besarla
hasta que ambos perdieron la noción del tiempo.
Sucedió entonces que entre besos y abrazos fueron encontrados por un
buen número de Campbell, que tras saber por Blair la noticia de que su laird
se había despertado, habían subido a celebrarlo quedándose paralizados en la
puerta, sin saber si dejar solos a la pareja, o interrumpir lo que parecía el
fervoroso reencuentro de dos enamorados.
Entre las risas de algunos; como la de James, el suspiro resignado de
otros; como el de Blair, y la perplejidad de los más despistados, como fue el
caso de tía Elsbeth; que necesitó su medicina para poder reponerse, al final
decidieron retroceder para darle privacidad a la pareja, y para celebrar la
recuperación de su laird, pues al verle tan entregado al beso no cabía duda de
que estaba bastante recuperado.
CAPÍTULO 16

Los días que siguieron a la mejora de Malcom fue una continua lucha de
voluntades, ya que cada vez resultaba más difícil mantener en el lecho a un
cabezota laird, que se negaba a permanecer inactivo hasta estar completamente
recuperado.
Los continuos cuidados de Sheena y tía Elsbeth le habían encantado al
principio, hasta que comenzaron a regañarle por intentar ponerse en pie
cuando se sintió recuperado, pues según ellas aún debía permanecer en cama
como mínimo una semana. Fue entonces cuando empezó una auténtica batalla
campal que hasta el momento habían ganado sus cuidadoras, pero esa mañana
Malcom estaba decidido a salirse con la suya.
Y es que si bien Malcom agradecía sus mimos y desvelos estaba
cansado de sentirse tan pasivo, más aun cuando tenía tanto por hacer, y lo más
importante, cuando tenía que resolver la falsa acusación que pendía sobre
Sheena, si no quería perderla para siempre a manos de un verdugo. Por ello
era primordial que encontrara cuanto antes al verdadero culpable, para que así
Sheena pudiera estar a salvo y él dejara de sentir que la estaba defraudando.
Por desgracia hasta el momento las mujeres apenas le habían dejado a
solas con Blair para poder hablar de este asunto sin reservas, y cuanto más
tiempo pasaba tumbado en la cama, más se impacientaba por aclarar todo este
asunto sintiendo que a cada segundo que pasaba más se alejaba el asesino.
La preocupación por mantener a Sheena a salvo de las acusaciones o
posibles rumores que pudieran surgir, era lo que le había dado la fuerza
necesaria para levantarse de la cama tras tres días de convalecencia, y ahora,
ante una Sheena furiosa, se disponía a enfrentarse a ella para que le dejara
llevar a cabo su cometido.
Durante su ausencia había conseguido ponerse el kilt, aprovechando que
ella se había marchado para dejar la bandeja del desayuno, y sabiendo que
cuando regresara necesitaría de toda su perspicacia para salirse con la suya.
Debía reconocer que la cara de asombro que puso ella al verlo ya vestido fue
digno de recordar, sobre todo cuando nada más abrir la puerta de la recámara,
lo había pillado colocándose los pliegues de su kilt para así aparecer ante su
clan lo más presentable posible.
Al advertir cómo su mirada viajaba por su cuerpo notó como su hombría
se calentaba, y en otras circunstancias le hubiera dejado encantado que le
quitara la ropa y le metiera en la cama, pero en esta ocasión estaba decidido a
salir de esa estancia como fuera, por lo que apartó de su cabeza la placentera
sensación que ella le estaba haciendo sentir, y se propuso imponerse con su
voz más autoritaria.
—Es absurdo que permanezca en esta cama cuando me encuentro
perfectamente —afirmó categórico, aunque al ver como ella fruncía el ceño se
cruzó de brazos para afianzar su determinación.
—Pues yo no pienso permitir que salgas por esa puerta y eches a perder
tu recuperación.
—Ya me encuentro perfectamente y pienso ocuparme de mis
obligaciones durante toda la mañana —le aseguró mientras notaba como la
bilis le subía por la garganta y la habitación comenzaba a darle vueltas.
Alzando una ceja y cruzándose de brazos frente a él Sheena se dispuso a
imitar su porte arrogante, para que así se percatara de que no podía engañarla,
al ser evidente que apenas se tenía en pie y que ella era igual de cabezota, por
lo que no se dejaría impresionar por su tamaño y bravuconería.
En otras circunstancias a Malcom le hubiera hecho sonreír ver a Sheena
obstinada frente a él, sin mostrar ni un ápice de miedo a pesar de haber puesto
su mirada más fiera, pero lo que no se esperó fue que arremetiera contra él
utilizando un arma que todos en el castillo temían.
—Si sales ahora por esa puerta no pienso cuidarte más. Tendrás que
vértelas con la cháchara incesante de tía Elsbeth hasta que te sangren los
oídos.
—¡¿No te atreverás a hacerme algo así?! —le contestó fingiendo una
expresión de espanto e intentando disimular su sonrisa, al haberle parecido
gracioso que utilizara como su mejor arma para convencerle a su tía. Una
muestra más de que poseía un corazón sin malicia.
Al ver la expresión de fingido espanto de Malcom ella no pudo evitar
esbozar una amplia sonrisa, reconociendo que estaba perdida cuando ese
hombre utilizaba sus encantos como lo estaba haciendo en ese instante. Por
eso, cuando se le acercó despacio mirándola fijamente como si fuera un felino
dispuesto a devorarla, supo sin lugar a dudas que estaba perdida.
—Tú nunca harías algo tan horrible. Eres demasiado buena —le susurró
Malcom mientras alargaba su mano y le acariciaba el rostro, decidido a
demostrarle que para él era una deliciosa y refrescante caja de sorpresas.
Suspirando solo le quedó asentir al haberse quedado sin palabras nada
más sentir su tacto.
—Está bien. Tú ganas, pero te pido por favor que aún no entrenes.
Sabiendo que aunque quisiera estaba demasiado débil para
desobedecerla, pues apenas tenía las fuerzas necesarias para mantenerse en
pie, no dudó en complacerla.
—Me sentaré como un niño bueno en el gran salón y no levantaré nada
más pesado que una jarra de cerveza.
Riendo encantada al reparar en que no tenía de qué preocuparse, y más
tranquila al saber que no pondría en peligro su recuperación, se dispuso a
ayudarlo.
—Está bien, apóyate en mí y juntos bajaremos por la escalera. No voy a
arriesgarme a que te desmayes y caigas por ellas —le indicó al mismo tiempo
que le rodeaba con un brazo la cintura, hasta que ambos se quedaron
paralizados al venirles el recuerdo del cadáver de Lorna con el cuello roto.
Por unos instantes ninguno supo qué hacer o decir, pues había
demasiadas cosas que hasta el momento se habían callado, y ahora, tras el
pasar de los días, no sabían cómo comenzar con una conversación que a los
dos les disgustaba, pues debían tratar temas tan embarazosos como la
aparición de su pañuelo debajo del cuerpo de Lorna.
No había que ser muy observador para advertir que Sheena no se sentía
cómoda con este asunto, y sin querer violentarla más, optó por cambiar de
tema. Al fin y al cabo prefería primero discutir el asunto con Blair, y una vez
tuviera conocimiento de todos los datos ya tendría tiempo para interrogarla.
Apartándose de ella Malcom consiguió mostrar una cara de desagrado,
al preferir empezar otra guerra verbal que verla tan abatida.
—No puedo aparecer ante el clan siendo ayudado por una mujer —
afirmó haciéndose el ofendido, y por suerte no tuvo que esperar mucho para
percatarse de que había conseguido su objetivo.
Nada más escucharle y ver como se apartaba irritado Sheena volvió a
colocar el entrecejo fruncido, preparándose para otro segundo asalto, al haber
creído que el orgullo de ese laird testarudo le impedía presentarse ante sus
hombres siendo ayudado por una mujer, sin advertir de que había sido una
estrategia para alejarla de los funestos recuerdos de todo lo relacionado con la
muerte de Lorna, por lo que no dudó en contestarle:
—¿Y cómo pretendes bajar las escaleras sin romperte la cabeza?
Fue una suerte que en ese momento apareciera en la puerta Blair, al
conseguir con su presencia liberar a Malcom de contestar una pregunta para la
cual no tenía respuesta.
—Buenos días laird, milady —les saludó Blair entrando decidido, sin
saber que con su llegada había sacado de un apuro a su amigo.
—¡Blair me ayudará!
Extrañado al no saber a qué se refería Blair se le quedó mirando por
unos segundos, como si le estuviera pidiendo que le explicara en qué quería
que le socorriera. Pero solo tuvo que contemplar a Malcom cruzado de brazos
frente a Sheena para saber la respuesta, al ser evidente que le había puesto
como excusa para conseguir algo que quería.
Por eso, decidido a apoyar a su amigo, no dudó en decir:
—Puedes contar conmigo para lo que desees.
Al escucharle Malcom amplió la sonrisa, no quedándole más remedio a
Sheena que darse por vencida, aunque a decir verdad, estaba más contenta de
que fuera Blair quien le ayudara a bajar por las escaleras, ya que este tenía
más fuerza y estarían más seguros.
—Está bien, entonces os dejo a solas.
Y sin más se encaminó hacia la puerta sabiendo que los ojos de Malcom
estarían fijos en ella, por lo que maliciosa se giró para decir con tono meloso
y una actitud que pretendía ser de inocencia, aunque no consiguió engañar a
nadie:
—Laird, si me necesitáis, estaré tomándome un baño.
En el acto Malcom se adelantó unos pasos dispuesto a ayudarla con ese
menester, pero Sheena fue más rápida y desapareció mostrando una gran
sonrisa.
Quedándose quieto ante la puerta Malcom maldijo entre murmullos su
mala suerte, olvidando por completo que hasta hacía unos minutos su mayor
prioridad era quedarse a solas con Blair, y así le explicara sus acusaciones
respecto a Sheena.
La tos que soltó Blair para llamar su atención consiguió que Malcom
volviera al presente, y resignado se girara tras cerrar la puerta para
encontrarse a su amigo mirándolo fijamente.
—Venía a hablaros de ciertos asuntos —confesó Blair visiblemente
incómodo, por lo que Malcom supo que a su amigo no le gustaba el tema que
tenían que tratar.
—Yo también quería comentarte algo de vital importancia.
Sin decir nada más los dos hombres se acercaron al hogar que
permanecía encendido para caldear la recámara, sabiendo que en cualquier
momento podían ser interrumpidos.
—Según tengo entendido tu sospechoso principal es lady MacDougall
—soltó Malcom sin rodeos mientras le miraba a los ojos, pues le gustaba ser
directo en sus conversaciones.
Sabiendo que el momento de la verdad había llegado Blair le devolvió
la mirada, dispuesto a contarle todo lo que sabía aunque con ello le dañara.
—Lo hago basándome en las pruebas.
—¿Y cuáles son estas? —le preguntó sin titubear.
—En el asesinato de Lorna la criada vio a una mujer junto al cadáver y
su pañuelo estaba debajo del cuerpo. Y en cuanto al envenenamiento, ella era
la única que estaba presente.
Malcom asintió, pues hasta el momento no le había dicho nada que él no
supiera. Por unos segundos pudo respirar más tranquilo al percatarse de que
en los tres días que estuvo convaleciente Blair no había conseguido encontrar
pruebas contra Sheena, por lo que resultaría más sencillo demostrar su
inocencia.
—Sabes que todo eso no demuestra nada. La sirvienta no vio con
claridad a la mujer, por lo que pudo ser cualquiera, y respecto al pañuelo,
estoy convencido de que se puede encontrar una explicación razonable sin
implicar a lady MacDougall. En cuanto al envenenamiento, te recuerdo que yo
estaba con ella y no vi nada extraño. Así que, ¿qué más tienes contra ella?
—Es una MacDougall —afirmó categórico como si con ello lo
explicara todo.
Suspirando resignado Malcom negó con la cabeza, como si estuviera
cansado de discutir este tema sin llegar a solucionar nada.
—Te recuerdo que hasta hace poco más de un año los Campbell y los
MacDougall éramos aliados, y fue por culpa de su laird y no de Sheena por lo
que entramos en batalla.
—Sé que el odio de nuestro clan es por el MacDougall y no por su
gente. Pero, Inveraray era segura antes de que ella llegara —rebatió Blair al
querer exponer todo lo que tenía en su contra.
—Eso es cierto, pero tal vez contemos con más de un enemigo y no nos
estemos dando cuenta.
—¿Como quién? —le preguntó confuso, ya que hasta el momento no se
le había ocurrido esa posibilidad al creer que Sheena era la sospechosa más
probable.
—El carcelero, por ejemplo. Le eché del clan y tal vez esté haciendo
todo esto por venganza.
Durante unos segundos ambos permanecieron en silencio, recordando a
ese detestable hombre que había maltratado a Sheena, y que al ser reprendido
por ello había demostrado ser un cobarde.
Al pensar en ello era cierto que el carcelero podía haber buscado la
revancha por haber sido repudiado, pero a pesar de haberlo inculpado,
Malcom no estaba convencido de que ese despojo humano tuviera las agallas
necesarias para hacerlo. Además, no creía que fuera lo suficientemente
inteligente como para preparar un plan donde pudiera matar sin ser
descubierto, más aún cuando se trataba de un laird en su propio clan.
—Él no pudo haber sido. —acabó asegurando Blair tras meditarlo—.
Fue una mujer a la que vieron junto al cadáver de Lorna, por lo que no pudo
ser él, además, ¿cómo consiguió el pañuelo de lady MacDougall y cómo logró
colarse en la cocina sin que nadie le viera?
La mente de los dos hombres se puso a repasar una y otra vez todo lo
que recordaban, intentando encontrar un detalle que hubieran pasado por alto y
fuera la clave que necesitaban para resolverlo.
—Tal vez tenga un cómplice o quizá… —empezó a decir Blair, hasta
que Malcom le interrumpió para comentarle algo que creía de vital
importancia.
—Es verdad que todas las pruebas incriminan a Sheena, pero puedo
asegurarte que mi envenenamiento no fue obra de ella al haber sido todo
improvisado.
—¿Entonces?
Blair conocía demasiado bien a su amigo y sabía que una idea le había
empezado a rondar por la cabeza, por lo que se mantuvo en silencio a la
espera de que Malcom ordenara todo en su cabeza.
—Creo que nos hemos precipitado y hemos cometido un error
imperdonable. —Le dijo mientras empezaba a caminar de un lado a otro frente
a la chimenea—. ¿Y si no encontramos un culpable porque nos hemos
equivocado de víctima?
—¿Qué quieres decir? —le preguntó sin comprender a qué se refería.
—¿Y si no hubiera sido a Lorna a quien esperaban para empujar por las
escaleras y no fuera a mí a quien querían envenenar?
—Pero eso…
—Piénsalo. Quizá el asesinato de Lorna fue pensado para despistarnos
o para inculpar a Sheena. Tal vez querían que la culpáramos y la ejecutáramos,
y así el asesino tendría lo que quería sin arriesgarse.
Interesado ante esta idea Blair le preguntó:
—¿Y el envenenamiento? ¿También pretendía lo mismo?
—Quizá fuera una manera de forzarnos a que la culpáramos al no
haberlo conseguido con la muerte de Lorna, o lo que es más seguro, lo que
quería era matarla. Al fin y al cabo eran sus pasteles preferidos los que
estaban envenenados.
—Pero también se los podía haber comido James —le rebatió Blair,
aunque debía reconocer que el asunto del envenenamiento era el que tenía
menos claro, al no haber nada que inculpara a Sheena directamente.
—Entonces estamos ante alguien que es capaz de cualquier cosa con tal
de salirse con la suya —afirmó Malcom parando en seco, al advertir por
primera vez del riesgo que estaban corriendo al andar entre ellos un asesino.
—¿Y quién puede odiar tanto a lady MacDougall?
Permaneciendo pensativo, y muerto de miedo al ser ella la que podía
estar en peligro, Malcom prosiguió diciendo:
—Esa es una buena pregunta. Ha habido muchas muertes injustas entre
ambos clanes, y quizá alguien pretenda tomarse la justicia por su mano.
—¿Como tú pretendías al encarcelarla en las mazmorras? —indicó
Blair sin pretender ofenderle, ya que solo quería entender el punto de vista de
su amigo.
Avergonzado Malcom asintió, preguntándose por primera vez si no
había sido el único que buscara venganza con la persona equivocada. De
pronto se percató que quizá él al encerrarla en una celda había hecho que el
odio de algunas personas de su clan recayera sobre ella, y al haberla liberado
sin dar explicaciones, ahora buscaran impartir justicia por su cuenta. Aunque
de ser así, ¿por qué habían asesinado a Lorna?
Advirtiendo que no conseguían avanzar en todo este asunto suspiró
malhumorado, sintiéndose cansado tanto física como mentalmente, al tener
cada vez más preguntas y menos respuestas.
—Al parecer esa persona la odia tanto que está dispuesta a todo para
conseguir su propósito.
Tras meditar todo lo que se había dicho, Blair continuó diciendo:
—Estoy de acuerdo en que es una idea aceptable creer que lady
MacDougall puede ser la víctima y no la culpable, como también es posible
que tú estés en peligro, pero hay una cosa que no me cuadra. Si como dices es
alguien que busca venganza asesinándola, debe de tratarse de un Campbell, ya
que todos los MacDougall la adoran.
A Malcom no le quedó más remedio que asentir pues sabía que era
cierto, ya que en los días que estuvo en Dunstaffnage había sido más que
evidente el respeto y el cariño que sentían por su señora.
Pero Blair aún no había terminado de decirle aquello que pensaba.
—De igual modo te aseguro que ningún Campbell, ya sea hombre, mujer
o niño, levantaría su mano contra su laird, por lo que volvemos al principio al
no saber si se trata de un Campbell que busca venganza queriendo asesinar a
milady, o quizá es un MacDougall que quiere verte muerto y está utilizando a
milady para llegar hasta ti.
Dándose cuenta de que era cierto, pues de sobra sabía que ninguno de su
clan osaría alzarse contra él, llegó a la decepcionante conclusión de que todas
las posibilidades seguían abiertas al no conseguir encontrar respuestas.
—Creo que necesitaremos reflexionar más sobre todo esto y revisar las
pistas —comentó Blair al sentir lo mismo que su laird.
Volviéndose para observar las llamas del hogar Malcom se quedó
pensativo durante unos segundos, al saber que tenían mucho por reflexionar si
querían llegar a aclarar todo este asunto.
Ante ellos se abría un desafío al tener que descubrir quién podía estar
interesado en causar este daño, e intentar averiguar si era por venganza o por
cualquier otro motivo. Ante ellos se abría todo un abanico de posibilidades,
que podrían llevarles meses de investigación hasta que lograran tener
resultados.
—El problema es que el tiempo se nos agota y mientras, si tengo razón y
la víctima es Sheena, podría estar en peligro.
Apenas logró susurrarle Malcom a las llamas, pues ante él se
encontraba el mayor miedo al que podría enfrentarse: la pérdida de la mujer
que amaba.
CAPÍTULO 17

Sentada frente a su tocador Sheena se cepillaba de forma distraída el


cabello, tras haberse dado un baño caliente que le había relajado sus
doloridos músculos.
Mirándose en el espejo de plata pulida se preguntó qué sería lo que
sucedería ahora con Malcom, pues aunque estaba convencida de que él la
amaba, no estaba muy segura de que su unión fuera aceptada por todos los
Campbell.
Al fin y al cabo habían sucedido demasiadas cosas entre ambos clanes
en los últimos meses, y aunque no sería la primera vez que dos enemigos se
unían a través de un matrimonio para fortalecer una alianza de paz, también era
cierto que al haber sido encerrada en las mazmorras nada más llegar, tenía en
su contra haber levantado demasiados comentarios maliciosos al respecto.
Pero a pesar de todos los inconvenientes que se le presentaban, no
podía dejar de pensar que si no aprovechaba la oportunidad de convertirse en
la esposa del hombre que amaba, se arrepentiría de ello durante el resto de su
vida. Además, estaba convencida de que no se perdonaría si no se servía de la
ocasión para poner un punto final a las rencillas entre los Campbell y los
MacDougall, ya que ambos clanes necesitaban dejar atrás todo el pasado para
poder seguir hacia adelante.
Pensando en ello decidió que sería un precio muy pequeño a pagar, si
tuviera que aguantar alguna que otra mirada de desplante o escuchar algún que
otro murmullo a su paso, pues lo que había en juego era algo mucho más
importante. Estaba convencida que con el pasar de los días se iría ganando el
respeto y el cariño del clan, siempre y cuando todo se resolviera y no acabara
juzgada como asesina.
Fue entonces cuando recordó las acusaciones de asesinato que pendían
sobre su cabeza, y tras sentir un escalofrío recorriendo su cuerpo, se preguntó
cómo lograría demostrar su inocencia.
—Veo que tu cabello ya está casi seco —la voz de tía Elsbeth la
sobresaltó al no haberla esperado.
Con el corazón latiendo a mil por hora Sheena se volvió para ver de pie
a su lado a tía Elsbeth, la cual le sonreía discretamente como pidiéndole
perdón por haberla asustado. Y es que, había estado tan absorta en sus
pensamientos que no la había escuchado entrar en la recámara, como tampoco
la había oído acercarse a ella a pesar de estar todo en silencio.
—Perdona querida, ¿te he sobresaltado? —le preguntó tía Elsbeth como
si no fuera evidente al contemplar su rostro pálido y su respiración acelerada,
o como si Sheena no estuviera agarrando con fuerza su cepillo de pelo a modo
de arma defensiva.
Tras darse cuenta de que era tía Elsbeth la que la había sorprendido
volvió a respirar con normalidad, pues en esos breves segundos en que no la
había visto al estar tras ella, y por lo tanto no haberla reconocido, por su
cabeza habían pasado un centenar de imágenes de alguien que le asaltaba en
busca de venganza.
Soltando un suspiro recordó que tía Elsbeth era una mujer
completamente inofensiva, que no tenía la culpa de haber entrado justo cuando
ella estaba absorta en sus cavilaciones, por lo que se dispuso a tranquilizarse
y a quitarle importancia al incidente.
—No ha sido nada. Es solo que no la esperaba.
—Sé que debo corregir mi manía de entrar sin llamar, pero me dijeron
que Blair iba a ver a Malcom e imaginé que se quedarían hablando un buen
rato.
—Así es, por eso he aprovechado para darme un baño —le respondió
mostrándole una sonrisa.
—Sí, he visto subir los cubos a tu recámara hace una media hora —
comentó, para después hacer una pausa antes de seguir diciendo—: Por eso he
creído que ya habías terminado y que podríamos hablar de un asunto.
Lo cierto era que a Sheena no le extrañaba esta petición, pues por la
forma con que la miraba desde la noche anterior, ya había intuido que quería
conversar a solas con ella. Pero, a pesar de ese presentimiento, la verdad era
que no tenía ni idea sobre qué tema quería conversar, aunque por lo mucho que
había demostrado querer a Malcom, estaba segura de que debía estar
relacionado con él
—Por supuesto, tomemos asiento para estar más cómodas —le dijo al
saber que les llevaría un buen rato.
Tras el asentimiento de cabeza de tía Elsbeth, Sheena se levantó, e
indicó que la siguiera hasta un conjunto de sillones que se hallaban frente al
hogar. Una vez allí ambas tomaron asiento, advirtiendo que por primera vez
desde que conocía a tía Elsbeth a esta le costaba comenzar una conversación,
un hecho que incrementó su curiosidad he hizo que le diera pie para que
empezara.
—¿Qué desea contarme?
—Verás, lo que tengo que decirte no es muy agradable, pero te tengo en
alta estima y no puedo permanecer callada mientras puedes estar en peligro.
Nada más oírla se tensó, pues no esperaba que comenzara diciéndole
algo semejante. Había creído que le comentaría sobre la recuperación de
Malcom y el hecho de que ya quisiera bajar al gran salón, pero al ser siempre
una mujer tan despistada que apenas advertía lo que pasaba a su alrededor,
jamás hubiera imaginado que estuviera al corriente de todo lo que estaba
sucediendo en el castillo.
Aun así, era cierto que ella también había creído que podría estar en
peligro, ya que tras la muerte de Lorna y el posterior envenenamiento de
Malcom, la intuición le decía que había alguien tras todo esto que quería
dañarla al ser una MacDougall.
Volviéndole de nuevo las palpitaciones a su corazón, le instó a que le
contara lo que sabía, o por lo menos lo que tía Elsbeth pensaba que podía
ocurrir, por si descubría algo que hasta el momento se le había pasado por
alto.
—¿A qué se refiere?
—Me imagino que sabes que se rumorea que tuviste algo que ver con el
intento de asesinato de Malcom, por no hablar de el de Lorna.
Sheena asintió avergonzada, aunque lo cierto es que solo unos pocos
seguían recriminándola al respecto, con sus miradas de censura o con rumores
maliciosos. Aun así, no se atrevió a comentar nada, ya que ese no era el
momento para explicar de nuevo que era inocente, pues ahora lo que le
interesaba era descubrir qué sabía tía Elsbeth de este asunto para llegar a la
conclusión de que estaba en peligro y viniera a avisarla.
—Yo sé que eres inocente, pero otros en el clan no piensan lo mismo y
podrían tomarse la justicia por su cuenta e ir a por ti.
Angustiada Sheena volvió a asentir, al recordar cómo se había asustado
cuando tía Elsbeth había llegado a la recámara sin haberse percatado de su
presencia, pues había creído que justamente era alguien que pretendía dañarla.
—Sé que Malcom te protegería incluso con su vida si fuera necesario,
ya que es evidente que te quiere y defiende tu inocencia a toda costa, pero, ¿de
verdad vas a poner al laird en contra de su clan? ¿Crees que podrá matar a uno
de sus guerreros sin que los remordimientos le consuman por haberlo hecho?
—No. Él no resistiría algo así —respondió abatida, pues había estado
tan centrada en su recuperación que hasta ahora no se había cuestionado nada,
más aun cuando estando a su lado y sabiendo que le correspondía con su amor
nada más le había importado.
Pero lo cierto es que ahora todo parecía cambiar conforme iban pasando
los minutos, volviéndose cada vez más complicado. Desde luego no había
pensado en la posibilidad de que tuviera que enfrentarse a muerte con uno de
sus hombres, ya que había creído que todos acatarían sus órdenes cuando
anunciara el casamiento, pero, ¿y si tía Elsbeth tenía razón y algunos se
rebelaban? ¿Se quedaría callada mientras observaba cómo Malcom se
enfrentaba a ellos?
Reconocía que no podía hacerle eso a Malcom, pues lo amaba
demasiado y sabía que su gente era todo lo que le quedaba tras perder a su
familia.
—No creas que no me duele lo que he venido a pedirte, pero después de
pensarlo creo que es lo mejor que puedes hacer.
Sin atreverse a decir una sola palabra, ya que no sabía cómo responder
a esas preguntas sin que de su pecho surgiera un agudo dolor, simplemente se
la quedó mirando expectante, como si estuviera esperando a que le mostrara la
solución que tanto le costaba asimilar.
—Creo que por el bien de los dos deberías marcharte de Inveraray.
El silencio que siguió a esas palabras lo dijo todo, pues por desgracia
Sheena escuchó aquello que tanto temía oír y tanto se negaba a aceptar, ya que
significaba que tendría que perder lo que más quería en la vida y estaba segura
que no podría hacerlo.
—Soy consciente de que es algo muy duro para ti alejarte de él porque
le quieres, pero si te quedas aquí sin pensar en las consecuencias, solo
conseguirás que vuestro amor muera poco a poco a causa de los continuos
enfrentamientos.
—Pero le amo tanto. No creo que pudiera dejarle.
—Lo sé, pero es la única manera para que podáis ser felices.
—¿Y si no es así? ¿Y si se equivoca? —insistió Sheena al negarse a
dejarle solo por una suposición y no por un hecho demostrable.
—Si solo fueran rumores no te pediría que le dejaras, pues con ello
también dañaría a Malcom, pero lo cierto es que el peligro existe y Malcom ha
estado a punto de pagar con su vida.
Sin poder rebatir esa afirmación, pues de sobra sabía que era cierta,
Sheena se quedó sin saber cómo defender su permanencia junto al hombre que
amaba. Era cierto que había sido envenenado, que Lorna había muerto en
circunstancias extrañas, y que alguien quería incriminarla al colocar su
pañuelo bajo el cadáver de esta, pero no podía imaginar que la única solución
fuera marcharse.
Negando con la cabeza Sheena comenzó a llorar, al saber que jamás
podría dejarle, pues al hacerlo les estaría sentenciando a ser infelices. Se
había imaginado una vida a su lado llena de esa felicidad que ahora parecía
estar escapándose de entre las manos, y se preguntó si por algún motivo que
desconocía había sido maldita con no conocer la dicha.
La pena que sintió ante este pensamiento la hizo estremecerse, pues
recordaba demasiado bien lo que era ser infeliz, y aunque había jurado que
jamás volvería a someterse a un hombre o a tenerle miedo, lo cierto es que era
mil veces más horrible saber que por su culpa lo ponía en peligro.
Al verla tan abatida tía Elsbeth imaginó el dolor que debía estar
sufriendo, por lo que se le acercó para abrazarla con fuerza y así tratar de
consolarla. Por propia experiencia sabía que en ese momento necesitaba de su
apoyo, pues recordaba lo que había sufrido cuando supo que jamás sería
amada por nadie, quedándole solo el recuerdo de un amor imposible y un
pesar que se hizo casi insoportable.
Queriendo consolarla trató de hacerla entender que la vida no se
acababa al renunciar al hombre que amaba, pues esta siempre ofrecía nuevas
oportunidades que podían ofrecerle una vida llevadera.
—Aunque ahora te parezca imposible, eres muy joven y la vida está
llena de sorpresas. Dentro de unos años, cuando la pena sea soportable,
descubrirás que tomaste la decisión acertada. Confía en mí, yo también tuve
que tomar una decisión parecida en mi vida y nunca me arrepentí de ello.
Intentando ser fuerte Sheena se secó las lágrimas, y separándose lo justo
para mirarla a la cara le respondió:
—Pero aunque yo quiera irme Malcom no me lo permitirá, y no seré
capaz de enfrentarme a él y mentirle.
—Entonces tienes que engañarle, debes ocultar tus intenciones de
marcharte, y cuando lo hagas, refúgiate por un tiempo en algún convento para
que no te encuentre, ya que lo más seguro es que el primer lugar en el que mire
será en tu clan.
—No creo tener las fuerzas necesarias para dejarle —le aseguró
Sheena, pues sabía que su necesidad de estar con él le impediría alejarse de su
lado.
Acariciándole la cara con dulzura tía Elsbeth continuó diciéndole con el
fin de convencerla:
—Eres una mujer con un bondadoso corazón y sé que lo amas mucho,
pero mereces ser feliz después de todo por lo que has pasado y estoy
convencida de que con Malcom no lo conseguirás.
—Esta conversación ha terminado. Tía Elsbeth, será mejor que se retire
a su recámara.
La voz de Malcom; profunda, imponente y casi beligerante, las
sobresaltó haciendo que se levantaran de sus asientos de golpe, al haber
retumbado por toda la recámara con la misma fuerza que un trueno. Al
escucharle ninguna de las dos mujeres tuvo alguna duda de que Malcom las
había oído, y por la frialdad de su mirada que se sentía como un manto helado
sobre la piel, resultaba indudable que no le había gustado lo que se había
dicho.
Suspirando Sheena reconoció que en su lugar ella también se habría
enfadado, pues al no haber defendido su amor contra todas las adversidades
posibles, no había presentado batalla negándose rotundamente a alejarse de su
lado.
No podía recriminar a Malcom que se sintiera desilusionado con ella,
pues ahora se daba cuenta que se había dejado llevar por el miedo y las dudas
en vez de estar convencida de su amor, y como gracias a él, serían capaces de
salvar cualquier obstáculo.
Sintiendo vergüenza ante lo que Malcom podría estar pensando, no se
atrevió a mirarle a la cara, aunque sí notó como se le acercaba despacio
mientras le decía a su tía:
—En cuanto acabe de hablar con lady MacDougall iré a hablar con
usted.
Mirándose las manos, que se las retorcía en un acto de nerviosismo,
Sheena escuchó los pasos de su tía que se alejaba sin hacer ningún reproche, o
como si no quisiera defenderse al haber sido descubierta aconsejando a
Sheena que se marchara y engañara a Malcom.
Apenada por la pobre anciana que solo había buscado el bien de su
sobrino, aunque sin tener en cuenta la voluntad de este, Sheena quiso
levantarse y defenderla, hasta que recordó que ella tampoco estaba en
condiciones de pedir clemencia, al ser tan culpable como ella.
En breve ambos se quedaron completamente a solas y sumidos en un
silencio tan intenso, que Sheena hubiera jurado que se podía escuchar por toda
la recámara el precipitado latir de su corazón.
Por su parte Malcom más que enfadado estaba desilusionado, pero no
con Sheena como ella creía, sino con su tía al meterle esas ideas en la cabeza.
Jamás hubiera pensado que hiciera algo semejante, pues desde el
principio había creído que su tía quería a Sheena y que aprobaba su relación.
Lamentaba haberse equivocado, aunque una parte de él le decía que su tía solo
estaba tratando de protegerle.
Aun así, no tenía ningún derecho a decir algo semejante, pues con
alejarla de su lado lo único que hubiera conseguido es dañarlo más
intensamente que con una espada.
De todas formas, tenía la intención de hablar con ella para dejarle las
cosas bien claras, y explicarle que desde ese mismo instante, Sheena era todo
su mundo y no iba a permitir que ni ella ni nadie la apartara de su lado.
CAPÍTULO 18

Aún le costaba creer lo que acababa de escuchar, pero solo tenía que
evocar la cara de espanto de ambas mujeres para tener la certeza de que no se
había equivocado.
Tratando de calmarse, pues se negaba a mirar atrás al querer olvidar
cuanto antes este incidente, contempló a Sheena que seguía sentada
visiblemente abatida y posiblemente asustada, ya que se negaba a mirarle a la
cara quizá por temor a lo que podía encontrar en su mirada.
Lo cierto es que las dos se merecían una buena reprimenda por haber
pensado en algo semejante, pero sabiendo que Sheena había pasado por
situaciones muy complicadas con su difunto esposo, no quería asustarla.
Ante la posibilidad de que estuviera rememorando el miedo y los golpes
que debió experimentar durante su matrimonio, se negó a que permaneciera
por más tiempo callada y cabizbaja, no solo porque no quería que continuara
sufriendo, sino porque parecía como si estuviera esperando a que en cualquier
momento se le acercara para gritarle, como si fuera igual que ese monstruo.
Decidido a que no le temiera, bajo ningún concepto, pensó que lo mejor
sería aclarar cuanto antes este asunto en privado, primero con Sheena y luego
con su tía, para que así ninguna volviera a insinuar algo semejante, y sobre
todo, para que nunca interfirieran en sus decisiones aunque fuera con buenas
intenciones
Un poco más tranquilo, ahora que tenía el propósito de aclarar el asunto,
se colocó frente a Sheena para alzarle la cabeza con su dedo índice y poder
mirarla a los ojos.
Tenía pendiente aclararle algunas cosas, como que la amaba con todo su
ser y nunca permitiría que lo dejara, aunque para ello tuviera que atarla a su
cama. Del mismo modo, pretendía explicarle que no iba a permitir que le
temiera bajo ninguna circunstancia, pues no estaba dispuesto a que su vida en
común empezara con recelos e inseguridades.
La conocía lo suficiente como para saber que su gran corazón le había
hecho dudar qué hacer, al haber creído que por su culpa podría estar en
peligro. Entendía esta forma de pensar ya que en su lugar tal vez él hubiera
hecho lo mismo, pero debía entender que si ambos permanecían juntos nada
podría dañarles.
Dispuesto a demostrárselo por todos los medios que tuviera a su
alcance, buscó su mirada, encontrándose unos ojos llenos de lágrimas que lo
contemplaban con pesar.
—Lo siento, —empezó a decirle sintiendo un nudo en su garganta y en
su pecho—. Te pido perdón por no haber insistido más en quedarme, pero no
puedo evitar tener miedo a que te pase algo por mi culpa.
Negando con la cabeza Malcom no podía dejar de observarla,
emocionado por la cantidad de amor que se veía reflejado en sus ojos. Ser
consciente de lo mucho que significaba para ella le hizo hincharse de orgullo,
pues era la primera mujer que le mostraba la belleza de ser amado sin pedir
nada a cambio.
Queriendo consolarla le acarició con delicadeza el rostro, mientras con
tono dulce comenzó a expresarle todo lo que guardaba en su corazón solo para
ella.
—No busco tu perdón o una excusa, tan solo te pido que nunca más
vuelvas a pensar en abandonarme.
Conmovida al comprender que Malcom no estaba enfadado con ella, a
pesar de merecérselo por su falta de determinación, sintió la necesidad de
explicarle sus motivos para plantearse su marcha, ya que en lo único que había
pensado era en protegerlo, aunque para ello tuviera que anteponer su felicidad.
Para ella era importante que él supiera que por encima de todo le quería
incluso más que a su propia vida, y estaba dispuesta a demostrárselo costara
lo que costase. Había sido muy duro haberse enterado de que quizá por su
culpa habían intentado envenenarlo, y mientras existiera la posibilidad de que
ella le causara algún mal, haría lo que fuera para impedirlo.
Por ello, y a pesar de que él no quería excusas, necesitó explicarle sus
motivos.
—Cuando supe que te habían envenenado, no creí que fuera por mi
culpa. Si lo hubiera sabido, si ni siquiera hubiera imaginado que era la
causante de todo, jamás… —tuvo que dejar de hablar pues solo pensar en esa
posibilidad la dañarla.
—Y no lo haces, nada de lo que está sucediendo es culpa tuya —le
aseguró convencido, pues era un sinsentido que creyera que era la causante de
lo que estaba sucediendo, cuando en realidad no había nada seguro y por el
momento todo eran especulaciones.
—Pero tía Elsbeth…
Contemplando cómo el dolor crecía en ella no pudo resistirlo por más
tiempo, y si poder esperar ni un segundo más la cogió de la mano para tirar de
ella y acercarla a su cuerpo, e inmediatamente después la abrazó con fuerza,
para así acercarla hasta sentirla pegado a él.
—Aunque te cueste creerlo, tía Elsbeth no lo sabe todo —prosiguió
diciendo con su boca recorriendo su mejilla, por lo que le fue fácil detectar la
fugaz sonrisa que sus palabras provocaron en ella.
Sabiendo que poco a poco conseguía calmarla, y lo que era más
importante, convencerla de que nada de lo ocurrido hasta el momento tenía que
ver con ella, decidió proseguir por ese camino y así hacerle ver que no era tan
malo como ella creía.
—Ella siempre me ha sobreprotegido, pero ya va siendo hora de que
entienda que soy mayorcito y puedo cuidarme por mí mismo —y separándose
de ella lo preciso, le pasó con suavidad su mano por la cara mientras le seguía
diciendo—: Pero sobre todo, ya va siendo hora de que entienda que no puede
interferir en mi vida, diciéndole a la mujer que amo que me abandone.
—Estoy segura de que tenía buenas intenciones —se vio obligada a
defenderla, pues estaba convencida que para su tía Malcom lo era todo y por
ello jamás haría nada con el fin de perjudicarlo.
—Eso no lo dudo, pero no podemos permitir que vuelva a meterte ideas
tontas en la cabeza. Y ahora, por si no te ha quedado claro, te quiero y te
prohíbo que me dejes pase lo que pase.
Nada más escucharle Sheena le volvió a abrazar, pues oírle hablar con
tanta sinceridad sobre sus sentimientos la había sobrecogido. Saber que un
hombre formado para la batalla, el deber y el control era capaz de perder los
estribos por ella, así como hacerla conmover con las palabras que solo un
poeta sabría manejar, era la cosa más extraordinaria que le había sucedido.
Percatándose de lo afortunada que era por encontrar un hombre así; y de
lo estúpida que habría sido si se hubiera marchado, se dejó llevar por sus
caricias y por el calor que emanaba de su cuerpo.
Solo una persona como él podía hacer que olvidara todo lo que la
atormentaba para centrarse en la seguridad que le transmitía, dejando atrás las
dudas y el dolor de saber que con su relación lo podía poner en peligro. Aun
así, algo en su cabecita le repetía sin descanso que no estaba bien que él
tuviera que sacrificarse por ella, por lo que decidida a acallar cualquier
desconfianza le preguntó:
—¿Estás seguro de querer casarte conmigo?
—¿Qué clase de pregunta es esa? Sabes que te quiero.
—Lo sé, y no dudes de que yo también te quiero muchísimo, pero me
doy cuenta de que hay cosas que te inquietan y no me cuentas para no
angustiarme. Aun así, quiero que sepas que no soportaría que te pasara algo si
formalizáramos nuestra unión, por lo que te ruego que seas sincero conmigo y
me digas mirándome a los ojos que no estás en peligro.
Sabiendo que estaba ante un momento decisivo en su vida se la quedó
mirando, tratando de encontrar las palabras adecuadas para zanjar de una vez
por todas este asunto.
Estaba convencido de que tía Elsbeth había exagerado al decirle que
algunos del clan podían tomar represalias, pues era innegable que respecto a
ese tema no había ningún motivo para alarmarse. Aun así, tras hablar con Blair
tenían la sospecha de que alguien quería dañarles, ya sea MacDougall o
Campbell, pero quería pensar que solo a su lado Sheena podía estar a salvo al
tener el propósito de que siempre estuviera vigilada.
Por supuesto, no tenía ninguna intención de contarle sobre este asunto
para no inquietarla más, al estar confiado de que en breve solucionarían el
problema. De hecho, había empezado a idear una trampa para poder apresar al
culpable cuanto antes, por lo que no podía considerarse una mentira si le
aseguraba que no tenía de qué preocuparse.
—Quiero que te quede claro un par de cosas. Lo primero es que te
quiero, pero no con un amor que se lo pueda llevar el viento y acabe en el
olvido, sino con un sentimiento que perdurará hasta el fin de los tiempos. Y lo
segundo y más importante, es que lucharé por nosotros ante cualquiera, porque
no pienso renunciar a ti aunque me cueste la vida.
—¿Pero no podíamos posponer la boda hasta que todo estuviera más
calmado?
—No. Tía Elsbeth ha exagerado la reacción de la gente. Conozco a mi
clan y sé que te aceptarán en cuanto nos casemos y vean lo mucho que te amo.
Pensando en sus palabras, a Sheena solo le quedó suspirar, pues aunque
era cierto que Malcom debía conocer mejor a su clan al ser su laird, no podía
olvidar el aviso de tía Elsbeth de que le podría poner en peligro.
Con el corazón gritándole que permaneciera a su lado Sheena le abrazó
con todas sus fuerzas, mientras trataba de olvidar el miedo que sintió al verlo
desfallecer ante ella sin que pudiera hacer nada. Recordaba como en ese
momento le había rogado al cielo que lo salvara, ofreciendo incluso su vida a
cambio de la suya, y ahora, como si fuera una cruel broma del destino, podría
estar de nuevo en peligro.
—No soportaría perderte.
—Y no lo vas a hacer, te lo aseguro.
Sin más palabras que merecieran ser dichas, la besó entregándose por
entero, pues quería demostrarle con su cariño y su pasión que estaban hechos
el uno para el otro.
—No voy a pedirte de nuevo que seas mi esposa, porque en mi corazón
ya lo eres, lo único que te voy a pedir es que me des tu confianza de igual
manera que me has dado tu amor.
—Confiaré en ti y dejaré de tener miedo, pero a cambio te pido que me
hagas tuya.
Extrañado ante su petición, pues jamás se la hubiera imaginado, la miró
tratando de encontrar la verdad en sus ojos mientras le preguntaba:
—¿Estás segura?
—Completamente segura. Quiero sentir por primera vez lo que es ser
deseada y poder llenarme por completo del hombre que amo.
Sintiendo un escalofrío de placer recorriendo su cuerpo anheló cogerla
en brazos para girar con ella de pura felicidad, pues hacía mucho que soñaba
con poder tenerla y le costaba reconocer que se lo hubiera pedido; más aún
cuando hasta el momento sus únicas experiencias sexuales habían sido más
cercanas a la violación que a la entrega.
Sin nada más por decir la besó con el propósito de transmitirle toda la
pasión que sentía, con la intención de que en ningún rincón de su mente
apareciera un solo recuerdo doloroso del pasado. Quería que esta primera vez
estando los dos juntos fuera también algo completamente nuevo y mágico para
ella, para así demostrarle que el amor es algo maravilloso cuando quien te
posee es la persona amada.
Con la presteza de unos labios que ambicionaban deleitarse con el sabor
de su boca, Malcom la condujo hacia un desconocido mundo de erotismo,
donde sin poder evitarlo se perdieron en la profundidad de sus sentimientos.
Absolutamente conmovida por la fuerza de aquel beso el corazón de
Sheena se paralizó, nada más sentir la lengua de Malcom invadiendo su boca y
robando su aliento.
Una mezcla de asombro y excitación se apoderó de ella, mientras
fascinada por todo lo que estaba sintiendo se dejó llevar por esa nueva
intimidad que se abría paso ante ella.
Queriéndola provocar hasta sentirla desfallecer, continuó su beso
deslizando sus labios por su mejilla hasta llegar a su oreja, para después
atraparla con sus dientes consiguiendo que se estremeciera con violencia.
Consciente de haber llegado a un punto sin retorno, no solo por su
excitación, sino porque después de tenerla entre sus brazos estaba convencido
de que jamás habría otra mujer en su vida, se propuso dejarle claro que nunca
renunciaría a ella del mismo modo que nunca podría renunciar a respirar, pues
ella lo era todo.
Por ello, decidido a demostrárselo, le susurró directamente en su oído
mientras con sus manos recorría su cuerpo y acababa envolviéndola en un
abrazo posesivo.
—No voy a esperar más para decirle a todo el mundo que vas a ser mía.
Esta misma noche se lo comunicaremos al clan, y cuando te aclamen como su
nueva señora se acabarán tus dudas.
Su respuesta no se hizo esperar, y con la respiración acelerada tanto por
lo que le acababa de decir como por la ferocidad con que fueron expresadas
sus palabras, se dispuso a aclararle cuales eran sus pensamientos respecto a
este asunto:
—Ya no tengo dudas, me las has arrancado con cada beso de tu boca y
con cada caricia de tus manos.
—En ese acaso seguiré besándote hasta que te hormigueen los labios —
afirmó con tono fanfarrón, al mismo tiempo que su mano se deslizaba hasta su
pecho y lo cubría con la palma.
Un pequeño gemido escapó de los labios de Sheena al sentir como
acariciaba el pezón por encima de su ropa, consiguiendo que un calor
abrasador se extendiera por su cuerpo y una caliente humedad apareciera entre
sus muslos.
Sin poder soportar ni un segundo más ese dulce tormento, Sheena pasó
sus brazos por el cuello de Malcom para acercarlo más a su boca y poder
decirle antes de que su mente se quedara en blanco:
—Entonces empieza cuando antes, porque no puedo esperar ni un
segundo más a que me lo demuestres.
Saber que en breve iba a ser suya hizo que un nuevo placer se instalara
en su entrepierna, causando que se endureciera aún más y que el beso que
estaban disfrutando se volviera desenfrenado. Agarrándola con fuerza por el
trasero la pegó a él, al desear con desesperación estar dentro de ella.
Al sentirla temblar no pudo evitar gruñir de satisfacción, y sabiendo que
no podría aguantar ni un segundo más sin estar dentro de ella, la apartó para
salir del círculo de sus brazos y así poder llevarla a la cama.
Durante unos segundo se la quedó mirando como si quisiera regodearse
en la expresión que mostraba su rostro, quizá porque le gustara verla tan
alterada por su causa. Con los ojos brillando de excitación, los labios
hinchados y entreabiertos y el rostro acalorado y ruborizado, la imagen de
Sheena parecía sacada del cuento de las mil y una noches.
Sin mencionar una sola palabra Malcom alzó su mano esperando la
suya, al intuir que no hacía falta decir nada para que supiera lo que deseaba.
Sin poder resistirse a su llamada Sheena colocó gustosa su mano pequeña
encima de la de él, dispuesta a ser conducida hasta los albores del placer por
ese hombre que no dejaba de sorprenderla con sus continuos detalles.
Sin dejar de observarse Malcom apretó su mano sabiendo que era la
confirmación de su entrega, y sin más dilación la guió hasta el lecho que por
primera vez compartirían. Parándose al lado de la cama solo tuvo que volver a
mirarla para apreciar el deseo que emanaba de ella y rivalizaba en intensidad
con el suyo, necesitando detenerse unos segundos para deleitarse con el brillo
de pura dicha que encontró en sus ojos.
Por la reacción de su cuerpo ante sus caricias estaba convencido de que
le deseaba, pero jamás se habría imaginado ver en su rostro esa muestra tan
inequívoca de confianza, pues a pesar de su pasado lleno de dolor y maltrato
le estaba demostrando que tenía fe ciega en él.
Emocionado por esa prueba inequívoca de amor murmuró una oración
de agradecimiento al cielo, mientras alzaba su mano para acariciar su rostro
preguntándose cómo había podido tener la suerte de encontrar un ángel en
medio del infierno.
—Sheena...
Fue entonces cuando la imagen de Gordon MacDougall se coló en su
pensamiento, haciendo que se preguntara cómo ese hombre pudo ser tan
estúpido de no saber apreciar a la maravillosa mujer que tuvo como esposa.
Agradecido de que Sheena no recordara nada en ese momento de su relación
marital la volvió a besar, decidido a que bajo ningún concepto ese monstruo
volviera a interferir en sus vidas.
Pero lo que Malcom no sabía es que Sheena sí había recordado algunos
de los instantes de sufrimiento y humillación que había padecido bajo el
dominio de su marido, pero no estaba dispuesta a permitirle que estropeara
ese primer encuentro entre ella y Malcom.
Convencida de que a partir de ese instante dejaría zanjado su pasado,
enterró en lo más profundo de su ser el recuerdo de los años vividos con el
MacDougall, para después abrir su corazón al hombre que tenía entre sus
brazos y había conseguido que la vida volviera a tener sentido.
Había estado tan metida en sus cavilaciones que se sorprendió al
escuchar el desgarro de la tela de su corpiño, pero debió reconocer con una
sonrisa que no le importaba en absoluto el destrozo de sus ropas si con ella
Malcom la desnudaba en segundos.
Sintiendo la fría brisa tocando sus hombros, así como los tenues rayos
de luz que entraban por las ventanas entrecerradas, descubrió maravillada que
ambos estaban envueltos en un halo de luz que les brindaba la posibilidad de
mirarse con todo detalle.
Notando la espalda desnuda al estar quitándole Malcom la ropa con una
eficiencia exquisita, solo pudo sentir satisfacción al ver cómo sus ojos
recorrían cada centímetro de la piel que quedaba al descubierto.
En cualquier otra circunstancia estaba segura que se hubiera sentido
avergonzada ante esta falta de pudor, pero para su sorpresa no sintió nada
relacionado con la vergüenza o el desagrado, sino todo lo contrario.
En unos segundos más las manos expertas de Malcom la dejaron
desnuda, quedando expuesta a su mirada mientras esta vagaba por su cuerpo
como si la estuviera acariciando suavemente con su mirada.
—Ah... eres preciosa —aseguró con admiración mientras su respiración
se aceleraba y su virilidad se endurecía.
Sin poder aguantar más Malcom empezó a desnudarse deshaciéndose
primero del kilt, teniendo que apartar la mirada un instante para quitarse la
camisa por la cabeza y posteriormente arrojarla al suelo, para después luchar
contra sus botas las cuales acabaron siendo tiradas por la recámara sin
importar dónde cayeran.
Ante ella quedó la impresionante visión de su desnudez, revelándose
ante ella la completa plenitud de su sexo, pues el sol parecía interesado en
dejar al descubierto cada detalle de su perfecto y musculoso cuerpo.
Una sacudida de posesión la atravesó con fuerza, jurándose al instante
que ella sería la última mujer que vería su cuerpo desnudo y excitado.
Convencida de ello se dispuso a demostrarle que con ella a su lado jamás
necesitaría a otra mujer, y sin más se giró despacio y se subió a la cama para
así tumbarse sobre ella ofreciéndose a él.
—Demuéstrame que soy tuya —le retó mirándolo a los ojos,
encontrando en estos el ardor de su pasión.
Gimiendo de excitación Malcom no dudó en complacerla, y gustoso con
su orden se dispuso a demostrarle que para él ella siempre sería única e
incomparable.
Colocándose sobre ella dejó caer el peso de su cuerpo con cuidado
mientras la besaba, para así sentir el calor de ambos fundiéndose, y como los
pezones de Sheena se endurecían llamando a gritos a su boca para que los
poseyera.
Decidido a darle placer comenzó a bajar su boca hasta los pechos, para
acto seguido mordisquearlos y lamerlos mientras pellizcaba suavemente el
otro pezón con la mano. Con el sabor de su piel en la boca sintió como ella se
arqueaba y recorría sus hombros con sus uñas, como si estuviera pidiéndole
más y marcándolo como suyo.
Saber que le deseaba con desesperación le hizo poner duro,
agradeciendo al destino que no fuera virgen, pues estaba seguro que no hubiera
podido aguantar la dulzura que necesitaría para desvirgarla.
Sintiéndose completamente abrumado por la intensidad de todo lo que
estaba sintiendo, decidió subir su boca hasta sus labios, y perdiéndose en el
juego erótico de sus lenguas se dispuso a perder la poca cordura que aún le
quedaba.
Frenético por poseerla deslizó sus manos por los costados de su
estrecha cintura, notando sus suaves curvas bajo su cuerpo duro. Percibir este
contraste liberó sus instintos más ocultos y posesivos, instándola con sus
manos y el movimiento de su cadera para que abriera las piernas y así pudiera
recibirlo.
El ansia de posesión también se apoderó de Sheena, que decidida a
entregarse a él separó no solo sus muslos sino su boca, para gritar su nombre
con la determinación de una súplica.
—Malcom.
Solo hizo falta una mirada para que él supiera lo que le estaba pidiendo,
ya que la ferocidad con que le rodeó con sus brazos y sus piernas exigiéndole
que la hiciera suya resultó más que evidente.
Sin poder esperar ni un segundo más Malcom se apoyó en sus codos,
para después deslizar la punta de su miembro hasta la entrada de su feminidad.
Dispuesto a penetrarla quiso asegurarse de que estuviera preparada para
recibirlo, por lo que la contempló perdiéndose en la profundidad de unos ojos
verdes que brillaban como esmeraldas.
—Malcom —gimió ella con una voz entrecortada, para volverle a exigir
que siguiera.
—No dejes de mirarme, pequeña. Jamás dejes de mirarme.
Perdido en su mirada se dio cuenta de que la había deseado desde el
mismo instante en que la había visto por primera vez, y ahora que por fin la
iba a hacer suya, estaba convencido de que no existía en el mundo una
felicidad tan plena como la que sentía ahora.
No tenía ninguna duda de que para ellos este era solo el inicio, pues
estaba dispuesto a amarla hasta que llegara su último aliento.
Sabiendo que el momento había llegado se hundió de un golpe en su
interior, notando en ese mismo instante que había alcanzado el paraíso. La
rigidez de su cuerpo contrarrestaba con la suavidad de su compañera, que
tersa y cálida se había quedado paralizada tras soltar un gemido.
Al no estar seguro de haberla dañado prefirió contenerse para así
asegurarse, ya que por nada del mundo quería que Sheena sintiera dolor
cuando estaban juntos. Con todas las fuerzas que pudo reunir se quedó inmóvil
durante unos segundos, esperando a que ella se adaptara a su tamaño mientras
él conseguía recobrar el aliento.
—¿Te he hecho daño? —le susurró con la voz entrecortada debido a los
esfuerzos a los que estaba sometido, ya que le estaba costando el alma
mantenerse quieto.
Conmovida por su preocupación Sheena negó con la cabeza, al serle
imposible mencionar una sola palabra. Dividida entre los latidos de su
corazón desbocado y la sensación de estar sintiendo un placer que nunca antes
había experimentado, solo pudo negar mientras deseaba gritar al mundo de
pura felicidad, pues por primera vez en su vida se sentía dichosa de tener a un
hombre dentro de ella llenándola, y excitada ante las sensaciones tan
maravillosas que estaba sintiendo.
Demostrándole la ternura que siempre profesaba por ella Malcom la
volvió a besar, al mismo tiempo que comenzaba a penetrarla de nuevo con sus
embestidas. En un baile donde los dos se fundieron en uno solo poco a poco
fueron perdiendo el control, hasta que sudorosos y excitados alcanzaron el
clímax.
Si no hubiera sido imposible de creer Malcom hubiera jurado que había
muerto y había llegado al cielo, pues la sensación de puro deleite que recorrió
cada poro de su cuerpo así se lo aseguraba.
Exhausto y convencido de que era su ángel rodó hacia un lado para no
aplastarla, llevándosela con él para que se recostara sobre su pecho, pues por
nada del mundo estaba dispuesto a alejarla de su abrazo.
La tenía tan cerca que podía escuchar los latidos acelerados de su
corazón, y aunque le hubiera gustado decirle mil cosas; como que había sido
una experiencia única, simplemente permanecieron tumbados y abrigados con
las mantas, dispuestos a disfrutar de ese pedacito de paraíso.
La sensación de ella abriéndose sin miedos a él, su entrega, su pasión y
su espontaneidad lo había excitado desde el primer beso, pero ahora ya más
calmado, al pensar en ello, se dio cuenta de que lo que ella le había
demostrado en esa recámara no solo era deseo sino un amor incondicional y
sin frenos.
Suspirando de satisfacción al haber sido testigo de algo tan perfecto y
hermoso, se propuso demostrarle de la misma manera todo lo que sentía por
ella, ya que su corazón no solo estaba repleto de amor sino también de orgullo
y confianza.
Con el firme pensamiento de que jamás amaría a otra mujer que no fuera
Sheena, se volvió para mirarla, encontrándose con la sorpresa de que se había
quedado profundamente dormida.
Conmovido ante la delicadeza de sus rasgos y la dulzura de su expresión
se hinchó de arrogancia, al percatarse de que se había dejado vencer por el
sueño cansada por el esfuerzo y satisfecha con su unión, pues la sonrisa que
había en sus labios así lo demostraba.
Besando su boca se quedó recostado a su lado a pesar de estar a media
mañana y tener muchas cosas que preparar, pero se sentía demasiado feliz para
abandonar la cama y menos aún para separarse de ella.
—No me importa si mañana mismo se caen las estrellas, porque nada
impedirá que cada noche duermas a mi lado —le aseguró en un susurro para
después volver a besarla, mientras se juraba que en cuanto despertara delante
del clan la reclamaría como suya; pese a las consecuencias.
CAPÍTULO 19

Bajo el silencio que otorgaba la noche, y ante el amparo de las sombras,


una figura se iba deslizando sigilosa por el solitario pasillo.
El intruso había tenido que esperar durante horas a que el castillo de
Inveraray volviera a su tranquilidad, pues tras el anuncio del compromiso del
laird con la MacDougall, el alboroto parecía no tener fin. Los continuos
brindis por los novios y la paz entre ambos clanes se sucedieron casi sin
cesar, y tras ver cómo la pareja se miraba con una adoración más que
evidente, la celebración no pareció tener fin.
Pero lo peor de todo fue tener la paciencia necesaria para soportar ese
arrebato injustificado de alegría, pues parecía como si nadie se diera cuenta
de que esa unión solo podía traer problemas. Resignándose a disimular una
felicidad que no sentía tuvo que esforzarse por sonreír cuando se le acercaban
a efectuar algún brindis o darle la enhorabuena, sintiendo como a cada paso
con que avanzaba la noche el nudo en su estómago se le hacía más grande.
Por suerte con el pasar del tiempo el festejo se fue aplacando, y ahora,
debido a lo avanzado de la madrugada, la gran mayoría de los Campbell se
encontraban dormidos, borrachos, o lo que era más probable, ambas cosas.
Sabiendo que su oportunidad había llegado salió de su escondite con
sigilo, con la certeza de que sus oscuros ropajes le ocultarían de cualquier
mirada curiosa con que se encontrara. Avanzando por el pasillo que conducía
a las habitaciones principales no se topó con nadie que pudiera delatarle,
mientras se iba preparando para lo que se veía forzado a hacer por el bien de
su laird, pues por ningún concepto podía permitir que este se casara con una
MacDougall.
Reconocía que no tenía nada en contra de la mujer, excepto que había
sido la esposa de Gordon MacDougall, pero por mucho que le gustara no
podía permitir que esa unión llegara a su fin. Había demasiadas cosas que
temer si eso sucedía, y como parecía que Malcom estaba completamente
cautivado por ella y no atendía a razones, no le quedaba más remedio que
buscar una solución.
Por desgracia nada de lo que había hecho hasta el momento había tenido
el efecto deseado, y sabiendo que el tiempo se le agotaba, debió tomar la
decisión de poner fin a la vida de la muchacha. Debía reconocer que no fue
una resolución fácil de tomar, ya que odiaba mancharse las manos con su
sangre, pero después de pensarlo durante horas no se le ocurrió otra forma de
acabar con todo esto, ya que cuanto más se esforzaba en separarlos más se
empeñaban ellos en mantenerse juntos.
Con el corazón latiendo desbocado continuó por el pasillo sin
encontrarse con nadie, hasta que por fin llegó ante la puerta de la recámara de
Sheena. Teniendo la precaución de mirar de reojo de izquierda a derecha para
comprobar que no lo habían detectado se dispuso a entrar, pero antes se
aseguró de tenerlo todo preparado al agarrar con fuerza el sgian dubh[14] que
sostenía en su mano.
Teniendo la certeza de que Sheena no notaría su presencia, al no ser la
primera vez que se había colado en esa estancia sin que nadie se percatara,
abrió la puerta lentamente para así hacer el menor ruido posible, y con sumo
cuidado entró en la oscura alcoba al estar iluminada tan solo por un pequeño
fuego en el hogar.
Sabiendo que pronto el amanecer comenzaría a cubrir las cumbres de
las montañas se dispuso a acercarse a la cama, notando como su cuerpo
temblaba a causa del frío, o quizá de los remordimientos. A pesar de que sus
piernas se sentían pesadas y su corazón le taladraba los oídos siguió andando,
al no poder permitirse flaquear y dejarla con vida.
Había demasiadas cosas en juego como para dejar a la suerte el destino
de Malcom, por lo que no podía fallarle al ser su única baza para salir de la
espiral de desgracias a la que parecía destinado.
Pero a pesar de saber que estaba haciendo lo adecuado no podía evitar
que la mano le temblara mientras sostenía el puñal, y tras colocarse al lado de
la cama, pudo ver gracias a la escasa luz proveniente del hogar, la forma de un
cuerpo acurrucado entre las sábanas que permanecía quieto al estar sumergido
en un profundo sueño.
Suspirando a causa de la resignación, al tener la obligación de apuñalar
a un ser indefenso mientras descansaba, aferró con fuerzas el sgian dubh como
si la vida le fuera en ello. Notando el ritmo cardiaco golpeando bajo su pecho
se esforzó por dejar atrás cualquier sentimiento de clemencia, aunque para
ello tuviera que perder parte de su alma.
Aun así, no pudo evitar perder unos preciados segundos para despedirse
de Sheena, y con suavidad, acercó la palma de su mano a la sábana dispuesta a
deslizarla por ella. Justo en el último instante, cuando ya casi podía sentir el
suave toque de la tela, se contuvo, y apartó la mano a toda prisa como si algo
la hubiera quemado.
Se percató de que si la tocaba podía hacer que aparecieran los
remordimientos, por lo que no se pudo permitir el lujo de que esto ocurriera.
Suspirando advirtió que en su cabeza resultaba más sencillo ejecutar el plan,
pero una vez frente a la víctima era mucho más difícil llevarlo a la práctica,
pues debía reconocer que se le hacía duro robarle la vida mientras dormía.
Cerrando por un instante los ojos se recordó los motivos que le habían
llevado a cometer ese crimen, y tras repasarlos todos y ver que no había otra
salida, volvió a contemplar el cuerpo que aún permanecía dormido.
Sabiendo que no podía permitirse ni un segundo más de debilidad se
decidió a seguir adelante, y respirando profundamente se acercó todo lo que
pudo al lecho para no fallar cuando la apuñalara.
Con sus sudorosos dedos adquiriendo un tono blanquecino fruto de la
tensión, sus manos agarraron el puñal con fuerza mientras trataba de contener
la respiración, y sin querer mirar el cuerpo de Sheena sobre la cama, giró la
cabeza, cerró los ojos, y en una décima de segundo introdujo el puñal en el
fondo de su pecho, sintiendo como la carne blanda cedía abriéndose ante el
avance de la hoja afilada de acero.
Con un escalofrío recorriendo su cuerpo no quiso pensar en lo que
estaba haciendo, y perdiendo por completo la cordura al querer acabar cuanto
antes, se dejó llevar por el descontrol. En una consecución desesperada volvió
a apuñalar una y otra vez el cuerpo de Sheena, hasta que perdió la cuenta de
las puñaladas que le había dado.
Sintiendo la sangre manchando su mano, la respiración acelerada y las
lágrimas corriendo por sus mejillas, solo le quedó apartarse del cadáver para
santiguarse y pedir por su alma.
Debía reconocer que no recordaba nada de lo que había sucedido tras la
primera puñalada, por lo que agradeció al cielo no haber escuchado sus gritos
de dolor o angustia, ni de removerse bajo las sábanas. Con la certeza de que
eso significaba que había muerto sin sufrir volvió a respirar para
tranquilizarse, mientras seguía retrocediendo al no querer que la luz del sol la
sorprendiera observándola y le mostrara el lecho cubierto de sangre.
—Lo siento, Sheena. Lo he hecho por tu bien.
—¿La has asesinado por su bien?
La inesperada voz de Malcom consiguió que se paralizara deteniéndose
en seco, para después volverse despacio al tener que asegurarse de que no era
una ilusión fruto de sus remordimientos.
La imponente figura del laird observando cada uno de sus movimientos
con la expresión más fría que le había visto en su vida, consiguió que se
estremeciera, y teniendo que apartar la mirada al no soportar contemplarle
comenzó a retroceder despacio, mientras buscaba una explicación que
justificara sus actos.
—Malcom, tenía que impedir que te casaras con ella.
—Jamás habría creído esto de ti tía. Jamás —señaló furioso cortando su
explicación al no interesarle lo que tenía que decirle.
Al escuchar la frialdad de su tono, ver el dolor de sus ojos y contemplar
la expresión de tristeza en su rostro, tía Elsbeth empezó a temer que el hombre
al que quería como a un hijo acabara odiándola. Si eso sucedía estaba segura
que no soportaría seguir viviendo, pues desde que Malcom nació había sido lo
único que de verdad le había aportado felicidad a su vida.
Por eso cuando él prosiguió con sus acusaciones, ella comenzó a sentir
como poco a poco su corazón se rompía en mil pedazos.
—Eres como una madre para mí, ¿y me lo pagas así? —le reprochó
conteniendo su furia.
—Yo… —no supo que más decirle ante sus recriminaciones.
Mirando hacia abajo tía Elsbeth observó sus manos y su ropa
manchadas de sangre, y al contemplar la evidencia de su crimen se sintió
avergonzada por lo que había hecho. Negándose a contemplar la mirada fría y
acusatoria de Malcom permaneció cabizbaja, pues no soportaba la idea de que
dejara de verla como la mujer dulce y cariñosa que siempre lo había cuidado.
Creer que podía llegar a odiarla había sido el principal motivo para que
actuara a escondidas, pues estaba convencida que su sobrino no compartiría su
preocupación por su bienestar, como tampoco entendería la necesidad de
sacrificar a la mujer que amaba para conservar la vida.
De pronto, como si hasta ese mismo instante no se hubiera percatado de
él, notó el peso del sgian dubh en su mano, y en un acto reflejo lo soltó
dejándolo caer al suelo al recordar la sensación de atravesar el cuerpo de
Sheena con él.
Fue entonces cuando se percató de un detalle importante, pues había
creído que Malcom se enfurecería ante el asesinato de su prometida y pondría
el grito en el cielo. Sin embargo, se encontraba ante ella quieto observándola,
como si no le importara el cadáver ensangrentado que se encontraba entre las
sábanas.
Sintiendo la necesidad de asegurarse de que el cuerpo sin vida
continuaba en la cama, se volvió, teniendo que enfrentarse a una escena donde
el color rojo lo teñía todo.
—No lo entiendo. Tú la amabas —susurró tratando de encontrar una
explicación ante la falta de emociones de Malcom, mientras permanecía quieta
frente al lecho macabro.
—Sabías que la amaba y aun así la asesinaste —afirmó Malcom cada
vez más abatido, ante el dolor de recordar a esa anciana que adoraba
apuñalando repetidas veces a Sheena.
—Ya te lo he dicho, lo he hecho por tu bien, la quería pero no podía
seguir entre nosotros —confusa al no entender por qué él no la comprendía
continuó diciendo—: Tienes que entenderme Malcom, te estaba poniendo en
peligro y tenía que protegerte.
Malcom contempló a la anciana que empezaba a temblar y a encogerse,
como si de pronto estuviera perdiendo toda su vitalidad y solo quedara ante él
una mujer que no comprendía lo que había hecho.
Al verla ante él manchada de sangre y ante la atrocidad que podía llegar
a cometer sintió repulsa, pero no podía olvidar que parte de la culpa era suya
al no haber advertido antes su estado mental. Tampoco podía olvidar todo el
amor que le había brindado desde que nació, y que todo este asunto había
surgido de la enfermiza creencia de tía Elsbeth de que le estaba ayudando.
Sumido en un mar de pena no supo cómo enfrentarse a ella, por lo que
se centró en aclarar cuanto antes lo que había sucedido para acabar con todo
este asunto.
—¿Puedes explicarme cómo me ponía Sheena en peligro? —le preguntó
alzando la voz al no lograr entender la forma de pensar de su tía.
—Ella es una MacDougall y ellos buscaran venganza por haberla
raptado. No pararán hasta que la liberen y te asesinen. ¿Es que no lo
entiendes?
De pronto Malcom lo comprendió todo y se sintió aún más culpable de
lo que estaba sucediendo, pues él había sido el motor que lo había iniciado.
Al haber llevado a Sheena como una prisionera a Inveraray tía Elsbeth,
y posiblemente muchos más, habían creído que el odio por los MacDougall no
había acabado con la muerte de Gordon, y aunque él se había asegurado de
dejar claro que ella no era ninguna prisionera y que la amaba, sin duda la
semilla del desconcierto había germinado en una mente tan confusa como la de
tía Elsbeth.
Se culpó por haber sido tan impulsivo respecto a Sheena, pues solo
había conseguido traer complicaciones desde el principio. Suspirando supo
que le costaría convencer a su tía de que todos esos problemas que presagiaba
solo existían en su cabeza, ya que el resto de ambos clanes habían acogido de
buena gana la alianza entre ellos.
—¿Y ahora que ha muerto a manos de un Campbell, no buscarán
venganza? —le dijo con la intención de hacerle entender lo erróneo de su plan.
La anciana se quedó pensativa por unos instantes, hasta que abriendo los
ojos como platos exclamó aterrada:
—¡Por San Cristóbal! ¡No había pensado en eso! —y volviéndose hacia
la cama comenzó a correr desesperada hasta alcanzarla—. Corre Malcom,
ayúdame a despertarla antes de que alguien se entere.
Tras escuchar las palabras de su tía Malcom no tuvo ninguna duda de su
debilidad mental, ya que en su delirio no había pensado lo que significaba
realmente matar a alguien. No había resultado complicado llegar a esta
conclusión, al querer ahora despertar a un cadáver, pues cualquier persona en
su sano juicio sabría que eso era imposible.
Sabiendo que le aguardaba una sorpresa a su tía se quedó quieto
observando, sin tener que esperar mucho para que llegara ese momento.
—¡Dios Todopoderoso! —exclamó asustada y retrocediendo, después
de haber apartado la sábana y haber dejado al descubierto los despojos
ensangrentados de un porcino—. El demonio se ha llevado el cuerpo de la
muchacha para castigarme.
Temblando a causa del terror tía Elsbeth comenzó a retorcerse las
manos y a murmurar oraciones que protegieran su alma, mientras en su mente
confusa y atormentada consideraba cada sombra como una entrada el
mismísimo infierno.
—Tienes que ayudarme Malcom, tienes que impedir que Satanás me
atrape.
Al verla tan asustada Malcom sintió pena por ella, pues al observarla en
ese estado enloquecido supo que no podía juzgarla con dureza, por lo que no
tuvo corazón para continuar la falsa y que siguiera aterrada.
—No has matado a Sheena —le aseguró para tratar de tranquilizarla
—Pero yo le clave el puñal, tengo su sangre en mis manos. Estoy
condenada —tuvo que bajar la cabeza para asegurarse de que era cierto, ya
que había empezado a desconfiar de todo aquello que le mostraban sus ojos.
—Mataste a un cerdo. Sheena está viva.
Y con esas simples palabras logró confundir por completo a tía Elsbeth,
más aún cuando giró la cabeza, y pudo ver como su sobrino alargaba la mano
hacía la sombra que ocultaba la esquina que se hallaba tras la puerta.
Como si algo le impidiera apartar la mirada de esa esquina oscurecida
tía Elsbeth se quedó quieta observándola, viendo incrédula como despacio
salía de entre la oscuridad una figura que avanzaba sin ningún reparo.
Poco a poco la figura se colocó al amparo de la escasa luz de la
recámara, y para su sorpresa pudo ver con total claridad cómo esa silueta de
mujer era en realidad Sheena, que gracias a la capa negra con capucha en la
que se cobijaba, había pasado desapercibida todo el tiempo en esa esquina.
Teniendo que taparse la boca con la mano para no soltar un grito tía
Elsbebth retrocedió, al creer nada más verla que se trataba del espíritu de
Sheena que salía del infierno para atormentarla por su crimen.
Solo cuando se quitó la capucha y vio su rostro pálido y con las mejillas
cubiertas de lágrimas tuvo la certeza de que estaba viva, más aun cuando se
colocó junto a Malcom y le agarró de la mano.
—¡Estás viva! —afirmó temblando, pues aún le costaba creer todo lo
que sus ojos le mostraban.
—Así es.
Al escucharla quiso acercarse para asegurarse de que estaba viva, hasta
que una mano la aferró con fuerza del brazo para impedirle que se le acercara,
consiguiendo que soltara un grito tan desgarrador que llenó todo el silencio y
puso los pelos de punta a todo el que lo escuchó.
De nada sirvió que esa mano que la había sujetado fuera la de Blair que
estaba escondido tras ella, atento a cada uno de sus movimientos, y que tanto
Malcom como Sheena fueran corriendo a abrazarla y consolarla, en un intento
de que su mente perturbada dejara de atormentarla.
Por un instante al ver el estado de la anciana los tres se sintieron
culpables, pues habían sido ellos los que habían ideado esa trampa para
atrapar al culpable.
Una trampa que al final había sumido en la locura al verdugo,
convirtiéndole en su propia víctima.
CAPÍTULO 20

Una vez pasada la conmoción de lo sucedido la calma volvió a reinar en


la recámara, aunque fue necesario preparar una infusión de hierbas para que
tía Elsbeth lograra tranquilizarse.
Solo entonces Malcom, Sheena y Blair comprendieron el alcance de lo
que había sucedido, pues era evidente que tía Elsbeth había dejado de
diferenciar la realidad de la fantasía. Los tres sabían que nunca más podrían
arriesgarse a dejarla sola por temor a que cometiera alguna locura, como
dañarse a sí misma o a cualquier otra persona, del mismo modo que podría
prender fuego al castillo con todos ellos dentro.
Ajena a estos pensamientos tía Elsbeth se encontraba sentada frente al
fuego contemplando las llamas, mientras en silencio permitía que Sheena le
limpiara la sangre de las manos y de la cara. Sheena había insistido en ser ella
la que se ocupara de ese asunto, al no querer que nadie del castillo la viera en
esas condiciones y sacaran conclusiones que pudieran perjudicar a la anciana.
Por su parte Malcom sentía el corazón encogido a causa de la pena,
pues odiaba ver a su tía en ese estado tan lamentable. Era como si en unos
pocos minutos la vida le hubiera pasado en un instante, y ahora parecía más
pequeña, confusa y vieja que nunca.
Suspirando observó cómo permanecían juntas las dos mujeres,
preguntándose qué hubiera sucedido si no hubiera pensado que era Sheena la
que corría peligro, y siguiendo un impulso, hubieran montado esa trampa para
demostrar que estaba en lo cierto y así poder atrapar al responsable.
Solo de imaginar la escena del cuerpo de Sheena ensangrentado en la
cama su corazón se paralizaba, más aún al saber que la culpable de ese
asesinato hubiera sido la mujer a la que quería como a una madre.
Deseando borrar de su cabeza esa imagen funesta de Sheena apuñalada
se propuso impedir que algo así pudiera suceder, pues en ese caso estaba
convencido que la locura también le alcanzaría a él.
Contemplando como Sheena la cuidaba en silencio mostrando una
sonrisa apaciguadora, se preguntó cómo podía estar tan tranquila a pesar de
todo, pues estaba convencido de que cualquier otra persona hubiera sufrido un
fuerte impacto al estar en esa misma situación, como también estaba seguro de
que hubiera exigido un castigo por sus actos.
Sin embargo había demostrado tener una extraordinaria fortaleza al
haber sido capaz de asumir la situación en cuestión de segundos, y sabiendo
que era lo correcto, se había hecho con el control tomando bajo su cuidado a
tía Elsbeth. Solo hacía falta observar con que cuidado la trataba para darse
cuenta de que tenía un corazón misericordioso, así como una inteligencia vivaz
al convertirse en su razón en este momento tan difícil.
Pero a pesar de contar con su apoyo se sentía cansado después de todo
lo que había sucedido, por lo que solo deseaba que esa maldita noche pasara
cuanto antes para así dejarla sumergida en el olvido.
—Sabes que tarde o temprano habrá que hacer algo con ella —la voz de
Blair consiguió sacarlo de sus cavilaciones.
—Sheena cree que no debemos castigarla, que bastante martirio tiene ya
con su locura.
—¿Y tú qué opinas? —por como Sheena se tensó supo que les estaba
escuchando.
Por un instante permaneció en silencio pensando en ello, y en si era de
buen cristiano condenar a una persona demente por un crimen que no
recordaba haber cometido. Debía también considerar que parte de la culpa
recaía en él como laird y en cada miembro del clan, pues durante años nadie
se había percatado del estado mental de la anciana, siendo más cómodo
dejarla libre y tachar sus actos de excentricidades.
Sabiendo que debía tomar una decisión que fuera justa con su condición,
pero que no pusiera en peligro a nadie, recordó su terror al creer que los
demonios se la llevarían y al miedo que había cogido a la oscuridad, por lo
que decidió que tendría suficiente castigo en una vida donde temiera a cada
sombra y a cada esquina.
Pero además estaba el hecho de que nunca podría darle la espalda u
odiarla, pues no podía evitar quererla a pesar de todo lo que había hecho,
como tampoco podía olvidar el sufrimiento que su familia había sufrido en los
últimos años, y en como ahora solo deseaba ser feliz y dejar todo el rencor, el
odio y la venganza a un lado.
—Opino lo mismo —dijo al fin, sabiendo que sería incapaz de ser su
juez, del mismo modo que estaba convencido de que tía Elsbeth no estaba
fingiendo sus arrebatos de locura.
Pudo ver como Sheena suspiraba de alivio al escuchar sus palabras,
siendo esta la confirmación que necesitaba para saber que estaba obrando
correctamente.
—He decidido que desde hoy mismo siempre la acompañe uno de los
hombres, y que haga guardia en la puerta de su recámara cuando permanezca
dentro. También quiero que una de las mujeres se ocupe de acompañarla en
todo momento, no solo para cuidarla, sino para que no la deje cometer alguna
imprudencia.
—Así se hará —le contestó Blair afirmando con la cabeza al creer que
era una buena solución, pues así la tendrían controlada y sin embargo la
anciana no tendría que sufrir un encierro perpetuo en su recámara.
Pero antes de ir a buscar a alguien para que se quedara vigilándola y así
todos se pudieran ir a descansar, Blair tenía algo importante que decirle y que
le estaba consumiendo, aunque decidió dar un pequeño rodeo al serle difícil
abrirse a él.
—¿Sabe que lo de esta noche fue una trampa? —siguió preguntando
mientras trataba de encontrar el valor.
—La verdad es que no tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza. Me
imagino que al ver el porcino apuñalado en la cama se debió dar cuenta, pero
ya la oíste gritar diciendo que el demonio se había llevado el cadáver.
Blair asintió al opinar lo mismo, y decidido, soltó aquello que le
llevaba consumiendo desde que comprobó que el culpable era en realidad tía
Elsbeth.
—Al final tenías razón y la víctima era Sheena y no tú —afirmó algo
avergonzado por no haberle creído y haber culpado de todo a un inocente.
—Fue más bien un presentimiento. Demasiadas coincidencias entorno a
ella que no me cuadraban —le contestó sin ninguna muestra de reproche, ya
que entendía que Blair como jefe de la seguridad tenía que desconfiar de
todos, aunque le hubiera gustado que no hubiera sospechado de Sheena
—Yo creo que en realidad te negabas a verla culpable.
—Ambos hicimos algo parecido, ya que solo queríamos ver lo que más
nos convenía.
Blair sabía que había sido injusto con Sheena al haberla culpado desde
el principio, y por ello sentía la necesidad de disculparse, aunque su orgullo
se lo estaba poniendo difícil.
—Te pido perdón por ello, me dejé llevar por mis propias
desconfianzas y no supe ver la realidad.
—A mí no me debes las disculpas, sino a Sheena.
—Lo sé, y te prometo que se las daré cuando la encuentre a solas —le
dijo agradecido de que no le diera mayor importancia al tema y dejaran
zanjado el asunto.
Sin más por decir, Blair contempló por última vez a Sheena, sabiendo
que en breve tendría que pedirle perdón por su insistencia al culparla.
Convencido de que no le guardaría rencor se marchó decidido a cumplir las
órdenes de Malcom, para que pudieran dejar atrás esa dramática noche cuanto
antes.
Tras su marcha la estancia permaneció en silencio mientras Malcom
observaba a las dos mujeres frente al fuego, percatándose de que su tía le
había cogido de la mano a Sheena cuando esta se había sentado a su lado.
—¿Crees que Malcom me odia? —la pregunta de tía Elsbeth pilló por
sorpresa a los dos al no esperársela.
Al oírla Sheena giró la cabeza para mirarla, siendo recibida por unos
ojos bañados en lágrimas que la observaban con tristeza, y que expresaban sin
palabras cuánto temía que eso llegara a suceder. Advirtió que ante ella tenía a
una anciana desesperada que no soportaba la idea de encontrarse sola y sin
amor, en vez de a una enemiga que pretendía dañarla sin mostrar
remordimientos.
Con solo mirarla era evidente que los actos de tía Elsbeth no habían
sido fruto de la avaricia, el odio o el rencor, por lo que a Sheena le resultaba
imposible estar ante ella resentida y vengativa, más aun cuando la mujer que
tenía delante no se parecía en nada a la de antes, ya que ahora tan solo
quedaba unos ojos llenos de tristeza y miedo, en vez de esa otra alegre,
orgullosa y enérgica que había conocido.
Por ese motivo le dedicó una genuina sonrisa, y conociendo lo suficiente
a Malcom como para saber que su gran corazón le impediría dañarla de algún
modo, le contestó con total sinceridad:
—Malcom jamás podría odiarte porque te quiere demasiado —le
aseguró mirándola con ternura.
—¿De verdad lo crees? —le insistió con la esperanza puesta en su
mirada.
—Claro que sí. ¿No es verdad, Malcom? —le preguntó a sabiendas de
que estaba cerca de ellas escuchándolas y de que solo él podría aplacar sus
temores.
Conmovido de que lo que más temiera su tía fuera que él la odiara se le
acercó despacio, y poniéndose en cuclillas delante de ella le acarició la cara
con ternura, sabiendo que jamás la reconocería como a una enemiga a la que
despreciar, ya que solo podía ver ante él a una mujer que siempre había sido
importante en su vida.
Tras ver el anhelo de su perdón reflejado en su mirada y en los rasgos
envejecidos de su rostro, Malcom supo que solo podía perdonarla, y
mostrando en sus ojos y en sus palabras lo que sentía por ella le contestó:
—Así es tía, sabes que te quiero y no hay nada que puedas hacer para
que deje de hacerlo.
—Temía tanto perderte… Llevo toda la vida perdiendo a las personas
que quiero, y no soportaría que eso sucediera contigo.
Su respuesta consiguió que todo rastro de reproche o recelo muriera en
él, al entender por fin que ese temor a que él desapareciera era lo que la había
hecho enloquecer, impidiendo que pensara con claridad.
—Y no lo harás —le aseguró, pues él también estaba cansado de perder
a las personas que amaba, y pretendía fijar desde ese mismo instante un punto
final con todo ello.
—¿Sabes? Una vez me enamoré de un hombre y por no ser valiente lo
perdí, por eso no podía volver a permanecer quieta mientras podías estar en
peligro.
Tanto Sheena como Malcom se miraron extrañados al desconocer ese
asunto, mientras algo en su interior les decía que estaban a punto de escuchar
una historia que cambió para siempre a tía Elsbeth y que todos desconocían.
—Fue hace muchos años, cuando era joven. Él era el lugarteniente de tu
padre y del mismo modo que Seamus se enamoró a primera vista de mi
hermana, yo me enamoré de él. Se llamaba Duggan, y nunca supe si él se fijó
en mí.
Durante unos minutos la habitación se quedó de silencio, siendo
evidente que tía Elsbeth se había recluido en sus recuerdos olvidándose de
que no estaba sola en el cuarto. Resultó escalofriante ver como la anciana se
quedaba quieta con la mirada fija en la nada, como si fuera capaz de
desconectarse de su propio cuerpo mientras su alma viajaba.
Sintiendo la necesidad de que tía Elsbeth volviera a la realidad Sheena
le apretó la mano para que la notara, y con voz dulce para no perturbarla le
preguntó con la intención de devolverla a la realidad:
—¿Y qué pasó entre vosotros?
Como si al escucharla volviera a conectarse tía Elsbeth se giró para
mirarla, dando la sensación de que no era consciente de su desvanecimiento,
dejando sorprendidos a ambos ante lo que acababan de presenciar y nunca
habían sospechado.
Ajena a sus caras de asombro tía Elsbeth prosiguió hablando
tranquilamente, como si estuviera frente a la chimenea de una tarde cualquiera
y todo el espanto vivido hacía escasos instantes jamás hubiera sucedido.
—Me enteré de que estaba casado con una mujer de su clan y supe que
jamás podría ser su esposa. Luego, mi hermana se casó con Seamus y desde
ese preciso instante supe que jamás volvería a ser feliz, ya que de la noche a
la mañana me había quedado sin el amor de mi vida y sin la hermana que había
sido mi amiga y confidente.
»Fue una época muy dura para mí al empezar a sentir lo que era la
soledad y la nostalgia, pero sobre todo al darme cuenta de que nunca se
curaría la herida que ese amor le había hecho a mi corazón.
Tía Elsbeth hablaba con tanta emoción en sus palabras que no les costó
olvidar que se trataba de una mujer enferma, ya que solo pudieron ver a una
persona que había sufrido demasiado en su vida.
Por ello durante unos segundos la recámara volvió a permanecer en
silencio al estar cada uno sumido en sus pensamientos. Todos ellos habían
experimentado el dolor que producía amar sin saber si eras correspondido,
pero reconocer que no significabas nada para la persona que amabas, debía
ser un golpe muy duro que podía dejar una huella profunda en el alma y en la
consciencia.
De todas formas la historia de tía Elsbeth no había hecho más que
empezar, ya que los recuerdos de esa época ya tan lejana, se habían desatado
en su memoria y necesitaba compartirlos por primera vez en su vida, para
intentar mitigar el pesar que cada día le habían provocado hasta haberla
llevado a la locura.
—Fue entonces cuando empecé a tener un comportamiento taciturno y
hacer cosas que no gustaron a mis padres, como dejar de comer con los demás
y pasar la mayor parte del tiempo sola, pero no era locura, sino mi manera de
intentar aplacar mi pena. Echaba mucho de menos a mi hermana del mismo
modo que no podía dejar de pensar en Duggan, por lo que me veía consumida
por un pesar que me aplastaba y me consumía.
»Después, un día como otro cualquiera me enteré por casualidad de que
él había muerto, y mi mundo se vino abajo. Empecé a llorar por cualquier
motivo, a hablar con Duggan para dejar de pensar que estaba muerto, y a
deambular por las noches para no soñar con el hombre que se había adueñado
de mi mente. Pasado un tiempo todo el mundo empezó a decir que estaba loca
y mi prometido rompió el compromiso.
—Cuánto lo siento, debiste sufrir mucho y sentirte muy sola —indicó
Sheena conmovida por sus palabras, pues entendía que si a ella le pasara lo
mismo y un día se enterara que Malcom había muerto, estaba segura de que
también enloquecería.
Un pensamiento que debió compartir Malcom, pues la miró como si
necesitara asegurarse de que era real y de que estaba a su lado, pero sobre
todo sabiendo que si eso sucedía también se llevaría consigo su vida al no
poder soportar estar sin ella.
Pero había algo más que a Sheena no le había gustado, y no pudo
callárselo al parecerle injusto y desconsiderado.
—De todos modos, tu prometido tuvo que estar a tu lado apoyándote, al
ser injusto que rompiera el compromiso como si ya no le valieras.
—Sin embargo agradecí que lo hiciera y nunca le he guardado rencor
por ello —continuó hablando tía Elsbeth—. En realidad me alegré al
enterarme de que esa unión nunca se celebraría, al tratarse de un matrimonio
concertado. Mi padre lo había sellado cuando yo aún era una niña, y después
de saber lo que era el amor gracias a Duggan, sabía que con ese hombre nunca
llegaría a ser feliz. Tras eso fueron pasando los meses y los rumores sobre mi
extraña forma de ser se fueron extendiendo, por lo que mis padres asumieron
que nadie me querría en ese estado y dejaron de preocuparse por mí.
De pronto algo en ella cambió, ya que dejó a un lado el halo de
melancolía con que hablaba, y contemplando con adoración a Malcom, siguió
contando su historia, pero esta vez con un atisbo de alegría en su mirada.
—Solo cuando recibimos noticias del embarazo de Avery volví a sentir
que mi vida tenía sentido, y les pedí a mis padres que me permitieran
quedarme con los Campbell para cuidarte. Como podéis imaginar no se
opusieron, y en cuanto naciste y te tuve entre mis brazos ya no pude dejarte.
—Siempre estuviste a mi lado. Incluso en mis primeros recuerdos estás
tú —comentó emocionado Malcom al comprender lo mucho que había
significado él en la vida de su tía, pues a pesar de saber que lo quería
muchísimo, nunca pensó que fuera el centro de su universo.
—Mi niño, tú lo has sido todo para mí. El hombre que amé nunca fue
mío, mi prometido me repudió, a mis padres no les importaba y mi hermana
tenía un hogar del que ocuparse, pero yo te tenía a ti, y con eso tuve suficiente
para el resto de mi vida.
Sin poder aguantar ni un segundo más Malcom la abrazó emocionado, al
estar convencido de que ambos necesitaban del consuelo de sentirse entre sus
brazos. Sintiendo como lo aferraba con fuerza y como sus lágrimas mojaban su
camisa, agradeció al cielo el privilegio de haber tenido dos madres que le
amaron sin condiciones al haberle entregado todo su amor.
Tras un momento en que solo se escucharon los sollozos y los suspiros
por fin lograron serenarse lo suficiente para continuar hablando, pues en el
corazón de tía Elsbeth aún quedaban cosas por sacar a la luz y así espantar sus
miedos.
—Te cuento esto, no para que me tengas lástima, sino para que sepas
que haría cualquier cosa por ti, por protegerte, porque tú lo eres todo para mí.
—Lo comprendo y te agradezco tu preocupación, pero debiste confiar
en mí cuando te dije que no estaba en peligro.
—Te pido perdón por ello, sobre todo a ti Sheena —le dijo mirándola
con cariño y pesar—, no sé qué fue lo que sentí cuando escuché que te ibas a
casar con ella, pero solo veía a todos celebrándolo sin advertir el peligro que
creía que representaba esa unión, y pensé que solo yo podía arreglarlo.
Comprendiendo que la locura de tía Elsbeth la había hecho actuar de
forma exagerada ante el anuncio de su compromiso, Sheena se sintió incapaz
de juzgarla con dureza, más aún ahora que sabía lo mucho que Malcom
significaba para ella. Por ese motivo no tuvo ningún problema en darle su
perdón, para que así pudieran seguir hacia adelante con sus vidas sin
prejuicios que los acompañaran.
—No pienses más en eso, ya no merece la pena mortificarse por ello —
y cogiéndole de la mano le sonrió y le pidió—: Aunque me gustaría que a
partir de ahora me dejaras entrar en tu corazón, y me vieras como a una
sobrina.
Visiblemente emocionada tía Elsbeth la miró agradecida, aunque una
sombra de pesar aún cubría sus ojos.
—Me encantaría que así fuera, pero no puedo borrar lo que he hecho y
me siento muy mal por haber querido dañarte.
—Entonces hagamos un pacto ahora mismo —afirmó decidida Sheena
—. Juremos que cuando salga el sol no volveremos a hablar de este asunto y
todo quedará olvidado.
La sonrisa de tía Elsbeth comenzó a agrandarse, y tras mirarse los tres y
asentir felices con la cabeza así lo juraron sellando para siempre ese pacto.
Aunque como era de esperar en esa noche de revelaciones, tía Elsbeth aún les
tenía guardada una sorpresa.
—¿Creéis que Lorna también podrá perdonarme?
Al escucharla Malcom y Sheena se tensaron, para después mirarse con
incredulidad mientras tía Elsbeth continuaba hablando sin advertir que ya
nadie sonreía.
—Lo digo porque la pobre muchacha se cayó por las escaleras mientras
discutíamos.
—¿Viste esa noche a Lorna? —le preguntó Malcom con discreción, al
no querer preguntarle abiertamente si la había matado, y sabiendo que era su
única oportunidad de conocer lo que había sucedido.
—Sí. Me encontraba paseando por el castillo mientras todos dormían,
como suelo hacer a menudo, y la descubrí subiendo las escaleras decidida a ir
a tu recámara. La muy desvergonzada se atrevió a decirme que quería meterse
en tu cama para vengarse de Sheena, y como podéis imaginar le eché una
buena bronca.
Sin poder creer lo que escuchaba Sheena miró a Malcom, que incrédulo
se había quedado paralizado mientras centenares de preguntas se formaban en
su mente, por lo que Sheena decidió ser ella la que continuara con el
interrogatorio.
—¿Intentó Lorna hacerte daño?
—Así fue querida. Se puso como loca y gritó que la dejara en paz, luego
me empujó y estuve a punto de caerme, pero me agarré a ella y lo demás que
recuerdo es a Lorna cayendo por las escaleras.
—¿Quieres decir que no la empujaste? —quiso asegurarse Malcom,
aunque por la forma en que su tía le miraba supo que le decía la verdad, pues
en sus ojos no había rastro de culpabilidad.
—¡Claro que no! ¿Para qué iba a empujar a esa pobre muchacha?
—¿Y el pañuelo de Sheena? ¿Sabes cómo acabó en manos de Lorna?
—Lo vi tirado en el suelo de tu recámara cuando entre para comprobar
si estabas durmiendo, y al ver que estaba manchado de vino, lo cogí para
llevarlo a la cocina y así pudieran lavarlo al día siguiente. Pero me encontré
con Lorna y debió quitármelo porque cuando empecé a buscarlo no lo encontré
—terminó diciendo enfadada, como si le recriminara a Lorna que se lo hubiera
robado, cuando lo más seguro es que al llevarlo en la mano, Lorna se lo
hubiera quitado al tratar de agarrarse a él para no caerse.
Tanto Sheena como Malcom se quedaron con la boca abierta al
escucharla, al advertir que durante días, o quizá años, tía Elsbeth había
deambulado por el castillo sin control, entrando por las noches en cualquier
recámara y pudiendo hacer cualquier cosa sin que nadie se enterara.
Pero además Malcom se reprochó que a pesar de saber que tía Elsbeth
deambulaba por las noches, jamás pensó en ello cuando encontraron el
cadáver, ya que eso hubiera resuelto todo mucho antes al haberle preguntado a
su tía si se había encontrado con Lorna esa noche.
Intentando comprenderlo todo y dejar de una vez todo este asunto a un
lado, le terminó preguntando:
—¿Por qué no dijiste nada al día siguiente?
—Dijeron que fue un accidente y yo no recordaba muy bien qué fue lo
que pasó —Malcom sintió ganas de reír ante lo simple que era la verdad.
—¿Y el envenenamiento? ¿A caso no te diste cuenta de lo peligrosos
que fueron tus actos? Estuviste a punto de matarme.
Fue evidente el pesar de tía Elsbeth, pues nada más escucharle bajó sus
hombros y su mirada se volvió triste, demostrando que ese tema también le
causaba un profundo pesar.
—Y yo hubiera muerto contigo si eso hubiera sucedido —le aseguró
llorando—. Pero no quería matar a nadie, solo le eché por encima los polvos
que me da la curandera para mi reuma, aunque creo que con las prisas y los
nervios se me fue la mano y puse demasiado.
—¡¿Para el reuma?! —preguntó Sheena incrédula, pues si bien había
permanecido callada en todo el asunto del pañuelo, en esto no pudo remediar
mostrar su incredibilidad.
—¿Pero qué querías conseguir? —prosiguió Malcom con el
interrogatorio, al serle cada vez más complicado entender la motivación de su
tía.
Avergonzada agachó la cabeza al no querer mirarle, pues no soportaba
ver su enfado.
—Sentía celos. Estaba en la cocina cuando James vino a decirnos lo del
picnic y aproveché un despiste del muchacho. Yo solo quería que me
volvierais a hacer caso, y creí que al tomar los polvos Sheena tendría
retortijones y podríamos pasar más tiempo juntos.
—¿Retortijones? —Soltó incrédulo y con los ojos como platos.
Tía Elsbeth asintió inocentemente, dando la sensación de ser una niña
pequeña a la que estuvieran recriminando por haber robado caramelos.
—A mí me pasó cuando empecé a tomar esos polvos, y tuve que estar
tres días pegada a un orinal.
Malcom se quedó perplejo al saber que no le habían administrado
veneno, pero que aun así estuvo a punto de morir al haber tomado una
sobredosis de polvos para el reuma. Si el asunto no hubiera sido tan grave le
hubiera entrado ganas de reír, pues a pesar de haber estado a punto de morir,
el brutal criminal que los había mantenido en jaque era en realidad una
anciana celosa que quería propinar una diarrea a su adversaria.
—Tienes que prometerme que nunca más vas a volver a hacer algo
semejante.
—Te lo prometo. Además, la curandera me ha cambiado esos polvos
por otros —contestó resuelta como si con ello quedara zanjado lo ocurrido.
Teniendo demasiadas cosas en las que pensar Malcom simplemente
decidió dejar por el momento el asunto, ya que al conocer toda la verdad de lo
sucedido se sentía dividido. Por una parte sentía alivio de que todo fuera
producto de los celos y la mente perturbada de su tía, pero por otra parte no
podía olvidar que Sheena había estado en serio peligro por una tontería.
Aun así, prefería que el asesino al que buscaban no fuera alguien de
alguno de los dos clanes, pues eso significaba que por fin podrían respirar
tranquilos y empezar a disfrutar una nueva etapa de paz.
Suspirando al saber que su mayor problema estaba solucionado, levantó
de la silla a su tía para abrazarla con fuerza, jurándose que nunca más volvería
a estar tan centrado en sus asuntos como para dejar de lado a su familia.
Justo en ese instante Blair entró en la recámara acompañado de la mujer
que cuidaría de tía Elsbeth, aunque al ver que tía y sobrino estaban abrazados
decidió mantenerse a la espera.
—Será mejor que vayas a dormir un rato —señaló Sheena una vez que
terminó el abrazo y siendo evidente el agotamiento de la anciana.
—Tienes razón querida, estoy un poco cansada —visiblemente exhausta
se dejó guiar hasta la puerta, donde la mujer la esperaba para llevársela a su
estancia sin que pusiera ninguna resistencia.
Por su parte Blair le dedicó una mirada a Malcom que le decía que
tenían pendiente una conversación para ponerse al día, y sabiendo que la
pareja quería estar a solas, se marchó cerrando tras él la puerta para darles
intimidad.
Una vez solos Malcom no tardó en acercarse a Sheena para aferrarla
entre sus brazos, ya que desde que había visto como su tía apuñalaba a aquel
cerdo en su lecho, había deseado abrazarla con fuerza.
—Necesitaba sentirte entre mis brazos —afirmó Sheena leyéndole el
pensamiento.
—Yo también lo necesitaba, ha sido una noche muy larga.
Por un momento los dos permanecieron en silencio al tener demasiadas
cosas que decirse, y solo cuando se miraron a los ojos y vieron en ellos la paz
que tanto ansiaban, volvieron a sentirse seguros y unieron sus bocas en un beso
que sabía a esperanza.
Ambos sabían que una vez solucionado el problema de quién quería
dañarles ya nada les impedía estar juntos, pues ahora estaban convencidos de
que cada uno era el dueño de su destino y libremente habían elegido
compartirlo.
—¿Crees que podremos dejar atrás todo el pasado? —le preguntó
Sheena, al saber que esa noche que estaba a punto de acabar marcaría el inicio
de una nueva vida, aunque el recelo a que algo pudiera salir mal después de
tantas penas seguía estando presente.
—Creo que juntos seremos capaces de cualquier cosa —le aseguró
convencido de cada una de sus palabras.
La sonrisa que Sheena le dedicó lo llenó de dicha, necesitando volver a
besarla para asegurarle que ya no habría que temer a nada ni a nadie.
Cuando por fin separaron sus labios fueron sus manos las que
consiguieron el protagonismo, pues Malcom no dudó en acariciar el rostro de
la mujer que amaba como si quisiera asegurarse que en él no había ni rastro de
tristeza.
—Te quiero Sheena, y cada día le doy gracias al cielo por haberte
encontrado.
Conmovida por su declaración sintió como sus ojos se empañaban de
lágrimas, a pesar de estar sintiendo una felicidad tan plena, que de haber
podido hubiera gritado a pleno pulmón su dicha aunque con ello despertara a
todo el castillo.
—Yo también te quiero —le pudo contestar a pesar de sentir un nudo en
su pecho que apenas le dejaba hablar.
—Entonces sé mi esposa mañana mismo.
—¡Pero si ya es mañana! —repuso entre divertida y asombrada, al
contemplar por la ventana como los primeros rayos de sol rompían al alba.
—Entonces que sea hoy, incluso ahora mismo, porque no quiero esperar
ni un segundo más para empezar a vivir la vida que deseo.
Sin saber qué contestar Sheena se le quedó mirando en silencio, pues
sabía que su necesidad de unirse a ella se debía al miedo que había sentido
esa noche a perderla. Lo sabía por qué ella también lo había sentido, pero
creía que a ambos les vendría bien unos días para dejar atrás tanta tensión y
tantas cosas malas que habían vivido.
—Yo también deseo más que nada ser tu esposa, pero me gustaría poder
disfrutar de una boda donde podamos celebrar no solo nuestra felicidad, sino
la unión de ambos clanes.
La risa de Malcom pilló por sorpresa a Sheena, pues no se esperaba que
su respuesta le hiciera tanta gracia, aunque por la forma tan intensa con que la
miraba sabía que algo se había encendido en su cabeza.
—¿Por qué te ríes? —no pudo evitar preguntarle con la sonrisa dibujada
en el rostro.
—Por nada preciosa, tan solo pensaba que eres perfecta para mí —al
ver cómo le alzaba la ceja sorprendida continuó diciendo—: Como sabes
suelo ser impulsivo, y me acabas de demostrar que serás mi paciencia, mi
sentido común y mi guía.
—Y tú siempre serás mi laird gruñón e impulsivo que va a convertir mi
vida en una excitante caja de sorpresas.
—Eso ni lo dudes —le respondió risueño para después besarla.
Sumergidos en un abrazo observaron como el sol rompía en la mañana,
anunciando un nuevo amanecer donde cualquier cosa era posible, y donde la
felicidad era algo que podían alcanzar con solo desearlo.
Comprendiendo que el futuro se habría ante ellos Malcom la pegó más a
su cuerpo, al necesitar sentirla cerca del mismo modo que necesitaba gritar al
viento todo su amor y su dicha.
—Entonces, futura señora de los Campbell, ¿qué te parece si para
nuestra boda organizamos la mayor fiesta que se haya celebrado en todas las
Highlands?
Por un segundo Sheena se quedó en blanco al escucharle, hasta que fue
capaz de reponerse y de fingir que se lo estaba pensando. Después, haciendo
un gran esfuerzo por no reírse se apartó de su abrazo, y llevándose la mano a
la barbilla comenzó a frotársela mientras Malcom se cruzaba de brazos
sonriendo ante ella.
—Creo que sería posible, siempre y cuando no te dé por encerrar a los
invitados en las mazmorras.
—¡Serás…! —en solo un segundo Malcom se había lanzado a por ella y
la había cogido entre sus brazos, mientras ambos reían a carcajadas.
Una vez calmados Sheena se cobijó en su pecho, y con el deseo
brillando en sus ojos, solo hubo una cosa más por decir.
—En una semana serás mía y nadie ni nada podrá impedirlo.
Sheena sonrió complacida al escucharle, hasta que las palabras calaron
en su consciencia y exclamó alarmada:
—¡En una semana! ¿Quieres que prepare la mayor fiesta de las
Highlands en una semana?
—Ni un día más, ni un día menos.
—Pero… —no pudo seguir hablando cuando advirtió que Malcom la
sacaba de la recámara en brazos—. ¿A dónde me llevas?
—A mi cuarto. Voy a hacerte el amor hasta que me supliques que pare.
—¡Pero no tengo tiempo! ¡Tengo que hacer muchas cosas! Hay que
preparar el banquete y avisar a… —no pudo seguir hablando al haber sido
silenciada con un beso.
Una vez que Malcom la tuvo sumisa entre sus brazos la sacó de la
habitación y la condujo por el pasillo hasta su estancia, al no querer empezar
su nueva vida en el lecho donde tía Elsbeth había apuñalado al porcino.
Decidido la introdujo en la que por el momento sería la recámara de
ambos, con la firme intención de hacerle el amor durante horas, pues ni el sol
que acababa de asomar por el horizonte, ni las risas de los sirvientes con los
que se cruzaron, iban a impedir que el poderoso y fiero laird de los Campbell
cumpliera su promesa, y le diera placer a la señora de los MacDougall hasta
que esta le suplicara clemencia.
Una promesa que pensaba cumplir a conciencia desde ahora y hasta el
fin de sus días.
EPÍLOGO

Justo una semana después.


Castillo de Inveraray
De pie frente al espejo de plata pulida, Sheena observaba su imagen
vestida de novia sin poder creerse que estuviera a punto de casarse de nuevo.
Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo que aún le costaba
asumirlas, pero sobre todo se daba cuenta de cómo había cambiado, ya que
ante ella veía la imagen de una mujer segura de sí misma y del rumbo que
estaba tomando su vida.
Aún podía recordar a esa muchacha alegre y despreocupada que se
había preparado para su boda con Gordon cargada de ilusión, y cómo en
apenas unas horas sus sueños de niña habían muerto a manos de ese canalla.
Sin embargo, hoy se sentía confiada al estar convencida del amor que se
procesaban, y de que tanto los Campbell como los MacDougall habían
aceptado su unión como una bendición que les traería paz y prosperidad.
Con una felicidad que parecía que se había instalado en su corazón de
forma permanente se giró, encontrándose con el grupo de mujeres que la
habían estado ayudando a vestirse. Entre ellas se hallaba Glinis, que desde su
llegada de Dunstaffnage se había convertido en la castellana, ocupándose
personalmente de los preparativos de la boda junto a Sheena, que sumida en
sus quehaceres se sentía una más del clan de los Campbell,
—Le queda perfecto —le aseguró Glinis visiblemente emocionada.
Tocando su corpiño plateado y decorado con centenares de perlitas se
sintió hermosa, al no estar acostumbrada a unas prendas tan delicadas y que se
amoldaran tan perfectamente a su cuerpo.
Debía admitir que las mujeres de ambos clanes se habían esmerado en
la confección de sus vestiduras, pero lo que más le emocionaba era compartir
ese momento tan especial en un ambiente festivo, donde todo el rencor y el
resentimiento habían quedado atrás por el bien común.
Notando el peso de la tiara de plata colocada sobre su cabeza se la tocó
para comprobar que estaba en su sitio, mientras al moverse sentía cómo el
velo que cubría su cabeza y caía por su espalda hasta llegar a sus pies estaba
perfectamente sostenido. Después, en un acto reflejo se tocó el único adorno
que lucía, y que consistía en un colgante también de plata que había
pertenecido a su madre ya fallecida.
Por último, como era habitual en las Highlands, solo quedaba un último
detalle por añadir para que la novia estuviera preparada, y con total
solemnidad le colocaron un broche con el escudo de los Campbell, que iba
sobre la banda que llevaba cruzada a su pecho con los colores del que iba a
ser su clan. De esta manera se representaba que la novia dejaba atrás a los
MacDougall, para ser desde el momento de su casamiento una más de los
Campbell.
Por todo ello Sheena estaba preciosa y visiblemente emocionada, al
resultarle increíble que en breve se hicieran realidad sus sueños. Se la veía
tan deslumbrante de felicidad que más de uno se quedaría con la boca abierta
al observarla, más aún un novio que se había mostrado ansioso porque llegara
el día de verla junto a él en el altar.
—Seguro que deja sin palabras al laird —aseguró otra de las mujeres,
consiguiendo que todas las presentes sonrieran ante su comentario.
Lo cierto era que le resultaba imposible dejar de pensar en él, y en lo
rápido que pasaban los días cuando se era feliz, como tampoco podía dejar de
soñar que en breve sería la esposa del hombre al que le había entregado el
corazón de forma absoluta e incondicional.
Desde la noche que habían compartido la cama no habían vuelto a
separarse, y cada mañana se sentía repleta de dicha al despertar entre sus
brazos, sabiendo que él la amaba con la misma intensidad con que ella lo
hacía.
Con solo recordar esos momentos de pasión ya sentía cómo su cuerpo
ardía, haciéndole desear que llegara de nuevo la noche para volver a
convertirse en dos amantes que se unían bajo la clandestinidad de las estrellas.
—Me parece que la señora está pensando en la noche de bodas.
Las risas que acompañaron el comentario la sacaron de sus
cavilaciones, advirtiendo por primera vez que la observaban sonriendo. Con
un carraspeo Glinis consiguió llamar la atención de las presentes, e
irguiéndose con un brillo travieso en sus ojos les dijo:
—No os metáis con la señora, al fin y al cabo no debe ser fácil domar a
un Campbell.
Tanto las mujeres del clan de los Campbell como las de los MacDougall
rieron al saber que Sheena había conseguido lo que hasta entonces parecía
imposible, pues Malcom se había convertido en un hombre diferente donde el
ceño fruncido había dejado paso a un rostro sereno y desenfadado.
Era evidente que había dejado atrás toda muestra de resentimiento y
enfado, para mirar al futuro con la ilusión del que sabe que tiene un dulce
camino por delante al no estar solo.
Enrojeciendo ante las miradas de complicidad solo le quedó sonreír,
hasta que el ruido de trompetas dando la alarma consiguió sobresaltarla,
haciendo que su corazón comenzara a latir acelerado mientras se preguntaba
qué podría estar sucediendo.
De pronto una idea le cruzó por la cabeza consiguiendo que un
escalofrío recorriera su cuerpo, al pensar en algo que creían tener controlado
y sin embargo podía no ser cierto.
—¿Dónde está tía Elsbeth? —preguntó alterada temiéndose lo peor.
Lo cierto era que desde el incidente de hacía siete días tía Elsbeth no
había dado más problemas, y al tenerla ocupada con los preparativos de la
boda, la habían mantenido tranquila y sobre todo encantada de ser útil.
Era evidente que había dejado de considerar a Sheena una amenaza,
pero al estar rodeada de tantos extraños era posible que hubiera sufrido una
recaída. Además, también estaba la posibilidad de que se les hubiera
escapado con tanto alboroto, y lo que era peor, que hubiera hecho una de las
suyas en la cocina o en cualquier otra parte del castillo.
—No debe preocuparse, el laird ha pensado en todo y además de Moira
y su guardián también está con ella James —le contestó Glinis mientras la
agitación en el patio era cada vez más evidente.
—¿Estás segura?
—Completamente, señora.
Pero a pesar de que le tranquilizara que tía Elsbeth estuviera controlada
era evidente que algo estaba sucediendo, y sin pensárselo dos veces se dirigió
a la ventana. Desde ella pudo ver cómo en el patio las gentes engalanadas con
sus mejores ropajes iban de un sitio a otro intentando averiguar qué estaba
sucediendo, mientras los guardias de las almenas miraban hacia el exterior
como si algo se estuviera aproximando.
—¿Qué puede estar pasando? —preguntó Glinis frunciendo el ceño ante
el alboroto que se escuchaba.
Cuando se disponía a tranquilizarlas las puertas se abrieron de golpe
asustándolas a todas, hasta que vieron que ante ellas se encontraba Malcom
vestido con su feileadh mor[15] de gala.
A causa de la sorpresa el corazón de Sheena se paralizó, pero fue al
verle vistiendo de una forma tan imponente cuando su pecho comenzó a latir
de manera descontrolada.
Ante ella tenía a un guerrero que hubiera hecho suspirar a cualquier
fémina, pero sobre todo se encontraba ante un hombre que con solo su
presencia conseguía alterarla hasta hacerla perder el sentido.
Por su parte Malcom se había paralizado en el umbral de la puerta al
verla, al no poder dejar de contemplar cómo brillaba ante él con una luz
propia que provenía de su interior, derramándose como un rayo de luz e
iluminándolo todo.
Se la veía tan magnífica y hermosa que solo le quedó dar las gracias al
cielo por haberla puesto en su camino, y sintiéndose pletórico de dicha olvidó
para qué había irrumpido en su recámara.
—Estás preciosa —fue lo único capaz de decir quedando los dos frente
a frente en absoluto silencio, mientras todo a su alrededor se volvía caótico a
cada minuto que pasaba.
Como si nada a su alrededor tuviera importancia dejaron de percibir
otra cosa que no fueran ellos, al mismo tiempo que sus ojos se devoraban con
la mirada pidiendo a gritos un beso y unas caricias que saciaran sus anhelos.
Como si temiera que ella se desvaneciera Malcom se le acercó
despacio sin dejar de contemplarla, hasta que quedó a escasos centímetros y
con reverencia le acarició la cara, sintiendo como un hormigueo nacía en la
punta de sus dedos al notar su tacto, y como este crecía hasta hacerle
estremecer.
—No puedo esperar para hacerte mía.
Con el anhelo brillando en sus ojos Sheena se mordisqueó el labio,
consiguiendo que Malcom tragara con dificultad al observarlo e hiciera un
gran esfuerzo por no atrapar ese labio entre los suyos.
Le hubiera gustado decirle el millón de cosas que le hacía sentir y lo
mucho que la amaba, pero solo fue capaz de robarle una sonrisa mientras
deslizaba su dedo por su cuello.
Solo la llegada de Blair a la recámara y el aumento de las voces
consiguieron que se rompiera el lapsus en que ambos permanecían, y como si
acabaran de advertir donde estaban y qué estaba sucediendo se irguieron y se
alejaron un paso.
—Se están acercando —informó Blair logrando que la confusión se
acrecentara.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Sheena una vez que sintió como su
mente se aclaraba después de haber visto a Malcom.
—Tienes que ver algo —fueron las únicas palabras de Malcom, a las
que acompañó elevando su mano hasta colocarla frente a ella en una clara
invitación a que la cogiera para seguirle.
Sin pensárselo dos veces Sheena posó su mano junto a la de él,
fundiéndose así en una sola, percibiendo cómo el calor de su piel se extendía
por su cuerpo. Con una sonrisa de satisfacción ante su muestra de confianza
Malcom tiró de ella para acercarla, y cuando la tuvo a su lado, comenzaron a
caminar saliendo del cuarto.
Solo entonces Malcom comenzó a contarle todo cuanto sabía, mientras a
su paso se les iban uniendo invitados y gente del clan, todos ellos visiblemente
confusos.
—Han llegado unos emisarios. Al parecer el laird de los Bucheman se
acerca y exige verte.
Al escucharle Sheena se paró en seco al no poder creerse la noticia que
acababa de darle. Le parecía tan irreal que su hermano Alan estuviera
acercándose, que en un principio y ante la tranquilidad de Malcom, pensó que
se trataba de una broma.
Pero al recordar un hecho que había sucedido el día en que Malcom
había tomado Dunstaffnage, todo empezó a tener sentido, ya que ante la
amenaza de los Campbell había enviado un mensaje a Alan pidiéndole su
ayuda. Habían sucedido tantas cosas desde entonces, que no había pensado en
esa carta ni en el hermano que no veía desde su primer matrimonio con
Gordon.
Fue entonces cuando se percató de que tras ella se encontraba Angus
visiblemente angustiado, como si fuera culpa suya que se le hubiera olvidado
comentárselo a Malcom. Preocupada suspiró al pensar que quizá con su
llegada se podría estropear el día de su boda, hasta que volvió a mirar a
Malcom y lo encontró observándola tranquilo.
Comprendiendo que le debía una explicación ante la llegada repentina
de su hermano comenzó a decirle:
—Le mandé una misiva pidiendo su ayuda cuando te acercabas a
Dunstaffnage. Sabía que no llegaría a tiempo para impedir que tomaras el
castillo, pero pensé que tal vez encontraría la forma de solucionar el
problema.
—Pues parece que ya ha pensado en todas las posibilidades y te trae la
respuesta en persona.
Con una sonrisa en los labios Malcom continuó la marcha hasta salir al
patio, sin que ninguno de los dos dijera nada más al sobrar más explicaciones,
pues ya nada podía impedir que Alan Bucheman llegara para reclamarles con
su ejército de guerreros.
Con andares seguros no tardaron en llegar a las almenas, mientras eran
recibidos por sonrisas nerviosas y ojos temerosos, hasta que veían la calma de
Malcom y suspiraban aliviados al creer que todo ello formaba parte de la
boda.
Solo cuando llegó a lo alto y tuvo una visión completa de lo que sucedía
Sheena se quedó paralizada, al contemplar ante ella una nube de polvo que se
les acercaba por el horizonte y se dirigía directamente hacia ellos.
—¡Dios mío! —solo fue capaz de decir al ver lo que se les aproximaba.
—No te preocupes, todo está controlado —le susurró Malcom al oído
mientras le pasaba un brazo por la cintura para acercarla a él.
Sin poder apartar la vista del ejército que se les acercaba Sheena
simplemente asintió, aunque no estaba muy segura que Malcom pudiera lidiar
con ello, al conocer de buena mano el genio de su hermano Alan.
—Los mensajeros han traído una única petición.
Las palabras de Blair la sacaron de su ensimismamiento, dándose cuenta
de que le estaba ofreciendo el pergamino con el mensaje, por lo que asumió
que Malcom ya lo había leído y quizá ese fuera el motivo de que estuviera tan
relajado.
—¿Qué es lo que solicita? —le preguntó asustada mientras cogía el
mensaje, al no estar muy segura de poder entender lo que leería al estar tan
nerviosa.
Conocía de sobra a su hermano y estaba convencida de que pediría su
rendición, a cambio de no asaltar el castillo y así mantener a salvo a los
habitantes de Inveraray. Pero lo peor de todo es que estaba segura de que
pediría la entrega incondicional de Malcom para ser castigado por su
secuestro, sabiendo de antemano que cualquier Campbell preferiría mil veces
la lucha antes que entregar a su laird.
Solo esperaba poder aplacar con sus palabras el genio de Alan, si es
que le permitía hablar y que le explicara que todo había sido un malentendido,
pues poseía un temperamento demasiado fuerte y sería complicado que
mantuviera la calma.
Convencida de que estaba en sus manos la salvación del hombre que
amaba se recordó que era importante no contarle a Alan algunas de las cosas
que le había sucedido desde su llegada al clan, si no quería que le cortaran la
cabeza a Malcom por haberla puesto en peligro en repetidas ocasiones, sin
olvidar que no sería de su agrado que se enterara que ya habían compartido el
lecho.
Dispuesta a protegerle, aunque fuera mintiendo, se irguió decidida a
enfrentarse con el clan de los Bucheman al completo si fuera necesario, ya que
no les iba a permitir que ahora que estaba tan cerca de hacer realidad sus
sueños, se los arrebataran de entre las manos sin presentar batalla.
Dándose cuenta de ello Malcom sonrió y la apretó más fuerte contra él,
sintiendo un orgullo por su valentía que nunca antes había experimentado por
ninguna otra mujer. Después de todo lo que había vivido iba conociendo a la
mujer fiera y atrevida en que se estaba convirtiendo, consiguiendo con ello
que se sintiera absolutamente enamorado.
—Tranquila preciosa. Pienso aceptar sus exigencias.
—Si crees que me voy a quedar parada viendo cómo te arrestan estás
muy equivocado.
La risa de él la pilló por sorpresa, de igual modo que su abrazo y el
beso que le dio en los labios.
—Quién me iba a decir que eras toda una fierecilla —le dijo mientras
contemplaba divertido su rostro turbado.
Al escuchar las risas de las personas que los rodeaban se sonrojó
avergonzada, consiguiendo con ello que Malcom riera más fuerte y ella se
sonrojara con más intensidad.
—No es momento para bromas, pueden hacerte daño —le susurró,
aunque de nada sirvió ya que todos pudieron oírlo y las risas continuaron.
Encantado con la actitud protectora de su futura esposa la abrazó con
más fuerza, a pesar de que debía estar enfadado ante la poca confianza que
mostraba ante él.
—No van a hacerme daño, ni a mí ni a nadie —afirmó dispuesto a que
nada pudiera estropearle el día más feliz de su vida.
Advirtiendo que ni él ni los hombres que los rodeaban estaban
preocupados, sino más bien divertidos, comenzó a preguntarse qué estaría
sucediendo realmente, y sobre todo, qué era lo que su hermano le había
exigido para que Malcom no se hubiera enfadado, pues ambos hombres eran
impulsivos y de fuerte temperamento.
—¿Qué pide mi hermano?
—Más que pedir en realidad exige, lo que me hace pensar que tu genio
debe venir de familia —le indicó en tono burlón, ganándose con ello un
codazo por parte de Sheena.
Tratando de contener las ganas de reír se colocó detrás de ella, para así
juntos poder mirar hacia los jinetes que ya se distinguían en el horizonte. De
pie ante el ejército que se les acercaba, Malcom la abrazó pasando sus brazos
por su cintura, para atraerla hacia él y así poder empaparse de su fragancia y
de su cercanía.
Sabía que estaba nerviosa ante la visión que tenía ante ella, por lo que
quiso tranquilizarla cuanto antes al no tener sentido que temiera la llegada de
su hermano. Para ello pegó su mejilla a la suya, y tras darle un dulce beso le
dijo cuáles eran sus exigencias.
—Tu hermano quiere que me case de inmediato contigo, y si me niego,
su ejército arrasará con todo el clan y me encerrará en las mazmorras.
Al escucharle pensó que sería irónico que él acabara encerrado en la
misma mazmorra que ella, hasta que de pronto se percató de algo que había
pasado por alto y de seguro era el causante de las sonrisas divertidas.
Al parecer Alan quería que se casara con ella como reparación a su
ofensa, al pensar que con ello su hermana recuperaría su honor y su posición
en el clan.
Una idea que hubiera resultado brillante, si no fuera porque esas
exigencias habían llegado el día de su boda. Un hecho que le indicó a Sheena
que Alan no se había enterado de sus planes de casamiento para ese mismo
día, y sin lugar a dudas ese era el motivo de la sonrisa y la tranquilidad de
Malcom, al saber que estaba más que dispuesto a cumplir con su exigencia.
—Nadie le ha dicho que nos casamos —afirmó más que preguntó,
comenzando a sonreír ante la cara que pondría Alan cuando vestida de novia
le estuviera esperando para que la llevara al altar.
—Así es —le aseguró malicioso, al querer que su boda fuera una
sorpresa—. Pero hay más. Al parecer tu hermano ha pensado en todo, y para
asegurarse de que acepte el trato ha traído consigo a un testigo.
—¿Un testigo? —le preguntó intentando recordar de quién podría
tratarse, pues el único familiar vivo que tenía era su hermano, y no conocía a
nadie más que pudiera ir para obligar a Malcom a que se casara con ella.
Entonces una idea se le ocurrió de pronto, aunque era tan absurda que no
creyó que pudiera ser cierta. Aun así la sospecha de que fuera posible era
demasiado grande, por lo que comenzó a decir:
—Ese testigo no será…
—El rey
Durante unos segundos todo quedó en silencio a la espera de su
reacción, mientras ya se empezaban a escuchar los caballos acercándose a la
muralla del castillo. De improviso la risa de Sheena estalló resonando con
fuerza, consiguiendo con ello que Malcom sonriera asombrado por su
arrebato, al haber creído que se pondría nerviosa ante el honor de que el
monarca acudiera a su boda.
—¿Qué te parece tan divertido? —le preguntó al no entender por qué
estallaba en carcajadas.
—Todo —le respondió sin poder parar de reír—. Querías la mejor
boda de todas las Highland, y ahora con la presencia del rey sin duda lo has
conseguido.
Al comprender a qué se refería Malcom la acompañó en sus carcajadas,
consiguiendo que poco a poco las risas se fueran extendiendo por las murallas
hasta llegar a los pies de la comitiva, los cuales sorprendidos, empezaron a
mirarse unos a otros para intentar averiguar a qué venía tanta gracia.
Mientras, en lo alto de la torre Sheena reía rodeada por los brazos del
hombre que amaba por encima de todo, sin poder dejar de pensar que solo con
la fuerza del amor había conseguido vencer a su enemigo y a sus temores.
Por ello, en ese día donde su vida volvería a comenzar de nuevo, se
alegraba de que Alan estuviera junto a ella para presenciar la boda entre el
temerario Campbell y la intrépida MacDougall, que con su ternura y su bondad
no solo había conseguido la paz entre ambos clanes, sino el corazón de su
amado laird.

Fin
NOTA DE LA AUTORA

Construir un libro de una idea es una tarea lenta y laboriosa, pero que
resulta gratificante cuando la tienes terminada.
Según mi experiencia, el comienzo de una nueva novela es un momento
muy especial, al ir formando la historia y los personajes del mismo modo que
se forman los sueños. Pero hay algo extraordinario cuando se trata de una
novela histórica, al tener que buscar la información necesaria para hacer una
buena ambientación, encontrándonos a cambio pequeñas joyas que se quedan
para siempre en tu mente.
En el caso de “La venganza del Highlander” el descubrimiento del clan
de los Campbell fue toda una aventura, pues pude conocer su fascinante
historia así como visitar Inveraray; el castillo que durante generaciones ha
pertenecido al clan. Fue apasionante saber sobre el actual laird de los
Campbell; desde el 2001 es Torquhil Campbell (decimotercer hombre en
llevar este título), y que posee entre otros títulos el de duque de Argyll y
maestro de la casa de Escocia.
Al adentrarme en su mundo mis ganas por formar parte de este clan
crecieron, y por ello no pude resistirme a imaginarme una historia de amor
entre un Campbell y un MacDougall, aunque he de admitir que suavicé
bastante la enemistad que existe entre ambos clanes.
Por ello os pido perdón por las libertades históricas que me he tomado,
(como la conquista de Dunstaffnage a manos de los Campbell al no ser como
relato en el libro) al no pretender otra cosa que amenizar una tarde de lectura.
Por último, os recomiendo a todos los amantes de las buenas historias
de las Highlands que conozcáis la de este clan, pues os garantizo que está
llena de anécdotas que saciarán vuestra curiosidad.
OTRAS NOVELAS DE LA SERIE
SINOPSIS
En una Escocia medieval donde todo es posible y el amor es eterno, dos
amantes tendrán que enfrentarse al poder de una profecía que pretende
separarles.
Kennan MacKenzie jamás hubiera imaginado que una extraña mujer cautivara
su solitario corazón, pero su amor le fuera prohibido al ser la prometida de un
hombre misterioso.
Una novela de fantasía, romance y aventura, donde dos amantes son obligados
a permanecer unidos pero sin poder amarse, y donde lo irracional es su única
esperanza.
Aunque este libro pertenece a una serie se puede leer de forma independiente,
ya que cada tomo contará una historia diferente ambientada en la escocia
medieval.
SINOPSIS
Tras la muerte de su padre, el laird de los MacLead, a manos del clan vecino y
con un traidor entre sus muros, a Maisie solo le quedaba recibir la ayuda de un
impresionante inglés llegado de las cruzadas, cuya presencia no sería bien
recibida por su clan al creer que se trataba de un demonio llegado del infierno.
Rohan Glaymore estaba acostumbrado a que todo el mundo le temiera, al
haber nacido con el rostro marcado, y ser considerado una aberración. Una
marca que solo le había traído soledad y tristeza, hasta que una valerosa
escocesa lo miró directamente a la cara sin mostrar temor, desafiando con
cada mirada a que su corazón la amara.
Traición, romance, aventura y todo un mundo de supersticiones, en esta
segunda entrega de esta serie medieval.
OTRAS NOVELAS DE LA ESCRITORA
SINOPSIS
¿Podrá el joven corazón de Jane enamorarse profundamente de lord Brandbury
y conseguir de este olvide a su verdadero amor?
Lord Brandbury es un conde obligado por las circunstancias a elegir entre su
amor por Charlotte o el cariño que le despierta Jane. Una rica y jovial
heredera que con su matrimonio pondría sacarlo de la bancarrota, aunque para
ello se viera obligado a renunciar a la mujer que durante años fue su amor
secreto.
Un triángulo amoroso donde los engaños, el orgullo, y los sentimientos
enfrentados se entremezclan en una relación en la que nada es lo que parece.
Una novela inspirada en la obra de Jane Austen, en donde la bondad de un
corazón sincero luchará por aprender lo que significa amar.
SINOPSIS
¿Qué serías capaz de hacer para enamorar a tu esposo? ¿Y para perdonar su
infidelidad?
Jane por fin ha cumplido su sueño de casarse con el hombre que ama aun
sabiendo que está enamorado de otra mujer. Pero su inocencia y juventud no la
preparan para el engaño de su marido, y verá como su mundo se desmoronan
ante sus ojos.
Braxton creía que solo una mujer era la dueña de su corazón, hasta que se casa
con Jane y descubre que la felicitad es posible a su lado. Es entonces cuando
los celos le hacen cometer un error imperdonable que pondrá en peligro su
matrimonio, comprendiendo entonces que sus sentimientos por Jane son
profundos. Pero, ¿conseguirá su perdón y su confianza? ¿Logrará enamorarla
de nuevo?
SINOPSIS
Imaginaos la iglesia de Saint James de Londres, y dentro de ella, a toda la
nobleza ataviada con sus mejores galas mientras espera a una novia que se
retrasa. Dicha novia, angustiada ante un matrimonio dispuesto por su madre
con un viejo licencioso, se encuentra escapando por una de las ventanas de
dicha iglesia. Gracias a la ayuda de su tía Henrietta y de su buena amiga Jane,
lady Madison puede huir con la esperanza de conseguir una nueva oportunidad
para ser feliz, y de hallar el amor que durante años ha anhelado.
Pero como eso solo sería un buen comienzo, imaginaos además que al fugarse
se confunde de barco, y acaba embarcando en uno que va rumbo a América y
no a su destino en Irlanda.
Esta historia en sí ya sería interesante si no se enredara cada vez más, y
resultara que tanto el barco como el camarote donde se esconde pertenecen a
Aron Sheldon, un rico comerciante que detesta a la nobleza de la que no ha
recibido más que desplantes. A pesar de su reserva Aron se verá atraído por
esa condesita, que ha conseguido cautivar a todo el mundo con su espíritu
desafiante.
Una huida, un encuentro, un viaje de negocios convertido en una aventura, y
una mujer decidida a encontrar su propio destino, son algunos de los
elementos que podréis descubrir en esta novela. Pero sobre todo, es una
historia que nos cuenta como dos personas opuestas pueden llegar a sentir una
pasión tan intensa, que les hará olvidar todas sus diferencias.
PRÓXIMAMENTE
SINOPSIS
Repudiada por su familia, con el corazón destrozado y escondiendo un pasado
que podría arruinarla, lady Amy debe empezar una nueva vida lejos de todo lo
que conoce.
Pero cuando años después llega un nuevo inquilino a la mansión que colinda
con su actual hogar, descubrirá que su dura coraza no es tan fuerte como creía,
sin saber que el hombre que le ha devuelto la fe en el amor también esconde un
secreto que podría separarlos.
Mentiras, enredos y celos en una historia donde solo una promesa puede tener
la fuerza necesaria para unirles.
SINOPSIS
¿Qué pasaría si perdieras al amor de tu vida en un accidente de tráfico?
¿Qué darías por volver a tenerlo a tu lado? Aunque la pregunta más importante
sería, ¿renunciarías al cielo por amor?
Christine es una mujer que sabe lo que es sentirse sola, ya que de niña sufrió
el abandono de sus padres y tuvo que ser criada por su abuela. Por eso,
cuando de una forma inesperada el amor llama a su puerta se entrega a él en
cuerpo y alma, dispuesta a todo por salvar al hombre que ama, aunque para
ello tenga que retroceder en el tiempo y poner en riesgo su propia vida.
Pero con el paso de los años la tragedia vuelve a alcanzarla, y esta vez llegará
hasta lo imposible por salvar de la muerte al dueño de su corazón.
Vive de la mano de Christine y Brian una apasionante historia de amor donde
la ternura, el deseo, y lo paranormal se unen para dar paso una novela cargada
de esperanza y romanticismo.
NOTAS

[1]
Es una espada típica de los Highlanders escoceses, cuyo uso precisaba de las dos manos
para ser blandida debido a su gran tamaño.
[2]
Construido en el S. XIII se considera unos de los castillos más antiguos de Escocia y fue
el hogar de los MacDougall hasta que terminó pasando a manos de los Campbell en el S. XV
(Hecho que modifico en el libro).
[3]
Ha sido la sede de los duques de Argyll, jefes del clan Campbell, desde el siglo XVIII.
[4]
Persona que se ocupaba del mantenimiento del castillo.
[5]
Es el edificio principal de un castillo. Está formado por varios pisos de altura donde se
encuentran emplazados el gran salón, el almacén, los dormitorios y en ocasiones la cocina.
[6]
Eran necesarias para la paz de la heredad y las presidía el señor del castillo, al constituir
este la ley e imponer las sanciones.
[7]
El frisón es una raza de caballo grande, elegante y normalmente de color negro, con una
gran abundancia de pelo en las patas y que proviene de los Países bajos.
[8]
Es una gorra de red con forma de bolsas o mallas para limitar el cabello. Están hechos de
oro, plata y sedas de colores.
[9]
Es una prenda típica de Escocia, con la peculiaridad de ser una falda que visten los
hombres, y cuyos colores diferencia a los clanes de las tierras altas.
[10]
O kilt original, era una prenda larga sin confeccionar, de unos 5 metros, que envolvía el
cuerpo y se pasaba sobre el hombro, sujetándolo con un broche en la parte superior y con
un cinturón para ceñirlo a la cintura.
[11]
Es el nombre gaélico escocés de un pequeño puñal que solía llevarse siempre consigo y
que actualmente forma parte del traje tradicional de las Tierras Altas de Escocia
[12]
Es una gorra de red para limitar el cabello que tiene forma de bolsas o mallas. Están
hechos de oro, plata y sedas de colores y solían usarlo las damas.
[13]
Dicho gaélico que quiere decir algo así: ‘poquito a poco se consigue mucho’.
[14]
El sgian dubh (en inglés, skean Dhu) es el nombre gaélico escocés de un pequeño puñal
que forma parte del traje tradicional de las Tierras Altas de Escocia.
[15]
O kilt original, era una prenda sin confeccionar que envolvía todo el cuerpo y se ceñía
con un cinturón. La tela que quedaba por encima de la cintura se pasaba sobre el hombro y
se sujetaba con un broche.

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