El Desarrollo de Las Teorías Del Imperialismo Un Recorrido Teórico-Político (1896-1919)
El Desarrollo de Las Teorías Del Imperialismo Un Recorrido Teórico-Político (1896-1919)
El Desarrollo de Las Teorías Del Imperialismo Un Recorrido Teórico-Político (1896-1919)
Resumen
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en este período sobre el tópico, las cuales se asocian normalmente a los nombres
de Karl Kautsky, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Rosa Luxemburg, Vladimir
Lenin y Nikolai Bujarin. En numerosas monografías y obras parciales sobre la
teoría de estos autores, sucede normalmente que se abordan sólo lateralmente sus
relaciones con el contexto político y se disocian sus aportes de los de numerosos
autores previos, menos conocidos, que fueron contribuyendo al debate sobre el
imperialismo a partir de sus aportes tempranos. El presente estudio incluye el
análisis de estas obras en forma contextual y prestando especial atención al
contexto político y a los debates entre las distintas perspectivas. Este ensayo
excluye a La Acumulación del Capital, de Rosa Luxemburg, que trataremos en forma
separada. Al centrarse en la vida general de la Segunda Internacional y su sección
más importante, el partido socialdemócrata alemán (SPD por su sigla en alemán),
el presente trabajo sirve de introducción a los próximos dos ensayos de este libro,
dedicados a la teoría de Rosa Luxemburg y al debate sobre el imperialismo en la
socialdemocracia británica.
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del 44 por ciento en Estados Unidos durante la Guerra Civil para financiar los
ejércitos de la Unión, subsidiar a los ferrocarriles y proteger la manufactura
doméstica. Francia aplicó impuestos prohibitivos en 1860 sobre el hierro, la
maquinaria y los derivados de la lana provenientes de Inglaterra. En 1878-9,
Bismarck impuso tarifas sobre el hierro y los granos para pacificar tanto a la
burguesía industrial emergente como a la aristocracia Junker [aristócratas
terratenientes prusianos]. El interés británico por un imperio económico más
coherente creció a medida que otros países buscaron salvaguardar sus mercados
de los productos británicos.
Las principales manifestaciones del nuevo imperialismo británico fueron
la ocupación de Egipto bajo Gladstone en 1882, que anunció la partición de toda
África a lo largo de las décadas de 1880 y 1890, y el establecimiento de la Liga de
la Federación Imperial en Londres en 1884. La Liga esperaba compartir los costos
de la defensa del imperio mediante el establecimiento de un Estado federal con
representación de todas las colonias del Imperio Británico. La celebración del
Jubileo de la reina Victoria en 1897 condujo a un estallido de sentimiento
imperialista, pero la verdadera apoteosis del imperialismo británico tuvo lugar con
el inicio de la Guerra Anglo-bóer en 1899, que analizaremos en el ensayo 9.
El término fue similarmente dotado de un significado económico más
claro cuando fue usado para describir el nuevo giro expansionista en la política
internacional norteamericana, iniciado en 1898 con la Guerra hispano-
estadounidense. Un periodista financiero y experto en la banca de Estados
Unidos, Charles Arthur Conant (1861-1915), saludó el nuevo rumbo de la política
norteamericana con un artículo titulado “Las bases económicas del imperialismo”.
Conant atribuía la guerra al imperativo de expandir los mercados y las
exportaciones de capital:
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las Filipinas. La Liga contaba entre sus miembros al candidato presidencial
demócrata William Jennings Bryan, quien, en su discurso de aceptación a la
nominación para la presidencia desaprobó fuertemente “la doctrina arrogante,
abusiva, brutal del imperialismo” (Bryan 1900, 44).
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vista, una cuestión secundaria. Los radicales, agrupados alrededor de Bebel y
Liebknecht, y con la asistencia de Bernstein, editor de Sozialdemokrat, hicieron una
campaña de prensa contra la aprobación del subsidio por parte de la
socialdemocracia. Finalmente se llegó a un acuerdo, en el cual la fracción
parlamentaria planteó que apoyaría la propuesta de Bismarck si se cumplían dos
condiciones. La primera era que las nuevas líneas marítimas fueran utilizadas
únicamente por nuevas naves construidas enteramente en Alemania, lo que refleja
la asociación con el problema del desempleo. La segunda era que se retirara del
proyecto el subsidio a las líneas hacia Samoa y África. Las condiciones planteadas
fueron inaceptables para la mayoría del Reichstag, por lo cual el conjunto de los
diputados socialistas terminó votando en contra del subsidio (Mittmann 1975 y
Lidtke 1966, 194-203). Si bien no expresó una lucha principista entre tendencias,
porque nadie del partido se declaró en favor del colonialismo, el episodio hizo
aparecer una oposición al respecto entre el ala moderada y el ala radical del partido
que se profundizó posteriormente.
En el curso de la disputa hacia adentro del Partido, Wilhelm Liebknecht
pronunció un discurso en 1885, que encuadró la cuestión del colonialismo en
términos político-económicos y argumentó que era meramente un vano intento
de exportar la “cuestión social”:
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logros de estas “colonias de trabajo” (Estados Unidos, Canadá y Australia) con el
nefasto registro de las “colonias de explotación” (como India y las colonias
alemanas en Africa), donde las masas nativas eran explotadas por un pequeño
grupo de comerciantes europeos, funcionarios y oficiales militares. Si bien el
artículo de Kautsky de 1883 tenía la intención de incentivar la oposición a la
política colonial alemana, contrastando favorablemente las instituciones políticas
democráticas de las colonias de asentamiento inglesas con el sistema político
aristocrático y militarista alemán, su indiferencia hacia el genocidio sobre los
pueblos originarios, practicado en todas las colonias de asentamiento, es
sorprendente para un lector moderno (Kautsky 1883).
Poco después, la cuestión de la expansión colonial jugó un rol prominente
en la famosa Controversia Revisionista. El largo período de reacción que siguió al
aplastamiento de la Comuna de París, en 1871, generó el marco para un intento
de revisar las doctrinas de Marx desde una perspectiva reformista y
parlamentarista. Eduard Bernstein personificó esta tendencia, a la que defendió
en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit a fines de 1896 y
seguidamente en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
Bernstein había sido originalmente un amigo cercano de Engels, pero luego de la
muerte de Engels permaneció en Londres y fue influido por la Sociedad Fabiana,
una organización socialista reformista. En el marco de este debate, Bernstein
planteó la idea de que los socialistas no debían oponerse a la colonización en sí
misma, sino a las formas en que se realizaba bajo el régimen capitalista. Su
principal adversario en este tema fue el inglés Belfort Bax. Este importante
episodio será analizado en detalle en el capítulo 9 de este libro.
El artículo “Vieja y nueva política colonial” de Kautsky fue también parte
de la Controversia Revisionista. En el mismo rechazaba la posición pro-
colonialista de Bernstein mediante la afirmación de que, en vez de promover el
progreso histórico, la política colonial moderna era llevada adelante por un estrato
precapitalista reaccionario, principalmente Junkers, oficiales militares, burócratas,
especuladores y comerciantes, pasando por alto el rol de los bancos y de la
industria pesada alemana (Kautsky 1898). A su vez, Kautsky mencionó el
concepto de capital financiero, pero no en el sentido posterior que le dio Rudolf
Hilferding de una fusión entre el capital bancario e industrial. Para Kautsky, el
capital financiero significaba el capital monetario y su política proteccionista,
militarista e imperialista, que él contrastaba con el libre comercio pacifista y las
inclinaciones supuestamente democráticas del capital industrial (Kautsky 1900b).
Kautsky continuó su análisis del tema en otros artículos como “La guerra en
Sudáfrica” y “Schippel, Brentano y los proyectos de ley naval”, entre otros
(Kautsky 1899, 1900a).
216
la socialdemocracia alemana y otro impulsado por una corriente reformista del
socialismo francés, los posibilistas. El primer Congreso obtuvo mayor número de
adhesiones internacionales y conformó el núcleo de la Segunda Internacional.
Posteriormente en Bruselas, en 1891, se logró organizar un Congreso único, pero
los Congresos de Zúrich (1893) y Londres (1896) fueron un caos absoluto, por la
imposibilidad de acordar criterios mínimos de funcionamiento. La minoría
anarquista era especialmente ruidosa en los Congresos, sólo opacada en
disruptividad por las tendencias del socialismo francés, que adquirieron el hábito
de ventilar sus disputas en la Internacional, usando una variedad de tácticas y
maniobras contra sus adversarios (Abendroth 1972, 52). Con la expulsión de los
anarquistas en el Congreso de Londres de 1896, la Segunda Internacional
comenzó a adquirir una fisonomía propia más clara. En estos Congresos se dieron
los primeros e incipientes debates sobre la guerra, la cuestión nacional y el
colonialismo.
La lucha contra la guerra se retomó como discusión que venía de la
tradición de la Primera Internacional, en un contexto donde el vínculo con el
problema del imperialismo no aparecía todavía claramente. En este sentido, el
Congreso de Bruselas llamó a una “agitación incesante” en contra de la guerra, y
dio lugar a un debate, donde un delegado de Holanda, Domela Nieuwenhuis,
planteó la idea de que se debía responder a la guerra con la huelga general o la
negativa al servicio militar, idea que fue derrotada en el debate (Secrétariat Belge
1893, 62-77). El congreso de Londres planteó como programa del socialismo
internacional la lucha por reemplazar los ejércitos permanentes con milicias
ciudadanas, la lucha por una mayor influencia popular en las decisiones sobre la
guerra y la paz, y el apoyo a los tribunales internacionales de arbitraje para resolver
disputas entre las potencias europeas. La resolución planteaba que el fin definitivo
de la guerra sólo podría lograrse como consecuencia de la superación del sistema
capitalista (ver resolución completa en Hamon 1977, 90-1).
Por último, el Congreso de Londres discutió brevemente en torno a la
cuestión colonial. Quienes habían planteado esta cuestión al Congreso era la
organización de los guesdistas franceses, que habían obtenido varios éxitos
electorales en la década de 1890 y se había topado con cierta desorientación en
sus filas sobre cómo posicionarse frente a la expansión colonial de Francia.
Después de adoptar una resolución anti-colonial en su Congreso de Romilly en
1895, llevaron este problema a la Internacional. No obstante, la cuestión no fue
adoptada como un tema de debate en el orden del día del Congreso (Haupt y
Rebérioux 1967, 20). En medio del caos de la lucha entre marxistas y anarquistas,
sólo se discutió brevemente en el marco de la Comisión de Acción Política. Ésta
redactó un breve texto adoptado por la parte marxista del Congreso, que también
hacía referencia a la cuestión nacional.
217
capitalismo internacional (...) 5. El congreso declara que, sea cual sea el
pretexto religioso o el así llamado [pretexto] civilizador de la política
colonial, esto no es más que la extensión del campo de la explotación
capitalista en beneficio exclusivo de la clase capitalista (Hamon 1977,
151-2).
218
principios: el congreso internacional no tiene que pronunciarse
sobre este punto (Congrès Socialiste International 1901, 60-1).
219
higiene, [y] obras públicas” (Haupt y Rebérioux 1967, 23-4). La moción esquivaba
de esta manera el debate central sobre la actitud de base que los socialistas debían
tener frente al colonialismo.
El informe de Van Kol contó con el apoyo de Bernstein y es importante
porque hizo aparecer por primera vez la idea de una política colonial “positiva”,
que ganó cierto apoyo en los años siguientes entre sectores reformistas del
socialismo internacional. El proyecto de resolución y el reporte de Van Kol fueron
publicados después del Congreso en Sozialistische Monatshefte, una publicación
identificada con el ala revisionista del socialismo alemán, que venía desarrollando
una postura que no se oponía al colonialismo y al imperialismo en general, sino
sólo a la manera en que era llevada adelante en la sociedad capitalista. A su vez,
los revisionistas no tenían una política exterior homogénea. Bernstein era
anglófilo, porque creía que el poder británico tendía a ser más pacífico y
democrático. La mayoría de los intelectuales vinculados a Sozialistiche Monatshefte,
por el contrario, participaban de una tendencia que podemos denominar
revisionista nacionalista, que cada vez más apoyaba el rearme de Alemania y sus
pretensiones en política exterior bajo el principio de que la expansión de la
influencia alemana en el mundo beneficiaba a la clase obrera. Hasta 1914, los
revisionistas nacionalistas fueron un sector muy minoritario del partido, pero
lograron hacerse sentir en algunos debates, como veremos a continuación.
220
el marco de una serie de escándalos de corrupción y abusos en varias de sus
colonias, y logró presentar los comicios como un plebiscito nacionalista contra la
socialdemocracia y el Partido del Centro, vinculado a la iglesia católica. Esto
generó un intento por parte de sectores revisionistas de cambiarr la posición
tradicional del partido sobre el colonialismo, lo que se vio en el Congreso de la
Internacional Socialista celebrado en Stuttgart en 1907. Como parte de los
acuerdos que la dirección partidaria había alcanzado en 1906 con la dirección de
los sindicatos, la mitad de los delegados de la socialdemocracia alemana al
Congreso de la Internacional fueron dirigentes sindicales, y la otra mitad fue electa
por las organizaciones regionales del partido. Algunas pocas regionales estaban
controladas por sectores revisionistas o reformistas, y dado que los dirigentes
sindicales en su mayoría apoyaban estas posturas también, se aseguraron más de
la mitad de la delegación alemana y, por lo tanto, el control de toda la delegación,
a pesar de ser una minoría dentro del partido.100
En consecuencia, en el Congreso de la Internacional e Stuttgart, la mayoría
de los delegados del SPD apoyó un proyecto de resolución presentado por el
delegado holandés Henri Van Kol, que no "rechazaba en principio toda política
colonial" y argumentaba que "bajo un régimen socialista, la colonización podría
ser una fuerza para la civilización". La Segunda Internacional debía abogar por
"una política colonial socialista positiva"; la "consecuencia última" de "la idea
utópica de simplemente abandonar las colonias" sería "devolverles Estados
Unidos a los indios" (Internationaler Sozialisten-Kongress 1907, 27-9). Muchos
delegados de izquierda atacaron la idea de una política colonial socialista como un
oxímoron, entre ellos Kautsky, que se opuso a la mayoría de su propio partido.
Según Kautsky, el discuso de Van Kol implicaba dividir la humanidad en "dos
pueblos, uno destinado a dominar y el otro a ser dominado”, un argumento
propio de “esclavistas” y de “las clases dominantes”. Finalmente, el Congreso
adoptó una enmienda a la resolución que eliminaba cualquier referencia a una
política colonial “positiva” y declaraba que por su "naturaleza inherente, la política
colonial capitalista debe conducir a la esclavización, el trabajo forzado o el
exterminio de la población nativa" que fue aprobada por una estrecha mayoría de
128 votos contra 108101.
Reflexionando sobre “el extremadamente acalorado debate” de Stuttgart,
en octubre de 1907, Lenin resumió los hechos de la siguiente manera para los
lectores del periódico ruso Proletario en su artículo “El Congreso socialista
internacional de Stuttgart”:
100 Esto esporque las delegaciones alemanas, al igual que sus diputados, votaban en bloque.
Es decir que primero se veía que postura era mayoritaria dentro de la delegación y luego
todos votaban la posición de la mayoría en forma unánime.
101 Para una versión inglesa de la resolución, ver Day y Gaido (2012, 28). El detalle de la
221
reformas, falta de un programa colonial práctico, etc. Por cierto que
Kautsky (…) se vio obligado a pedir al congreso que se pronunciara
contra la mayoría de la delegación alemana. Señaló con razón que no se
trataba en modo alguno de negar la lucha por las reformas, pues en otras
partes de la resolución que no habían suscitado ninguna discusión se
hablaba de ello bien claramente. De lo que se trataba era de saber si
debemos hacer concesiones al actual régimen burgués de expoliación y
violencia. La actual política colonial debe ser discutida por el congreso,
y esa política descansa en un sometimiento sin tapujos de los salvajes. La
burguesía establece en las colonias un régimen de auténtica esclavitud,
somete a los indígenas a escarnios y violencias sin precedentes y los
“civiliza” difundiendo el alcohol y la sífilis. ¡Y se propone que, en tales
condiciones, los socialistas se dediquen a pronunciar frases evasivas
sobre la posibilidad de reconocer en principio la política colonial! Ello
equivaldría a adoptar abiertamente el punto de vista burgués. Ello
significaría dar un paso decisivo hacia la supeditación del proletariado a
la ideología burguesa, al imperialismo burgués, que ahora levanta la
cabeza con particular altivez (Lenin 1907, 70).
222
En el Congreso de Stuttgart, estas calificaciones escaparon a la atención
de Gustave Hervé, un francés que presentó una de las cuatro resoluciones sobre
el tema del militarismo. Lenin reportó a sus lectores rusos que: “El célebre Hervé,
que tanto ha dado que hablar en Francia y Europa, defendió a este respecto un
punto de vista semi-anarquista, proponiendo ingenuamente que se ‘responda’ a
toda guerra con la huelga y la insurrección” (Lenin 1907, 73-4). Hervé era una
figura curiosa, incluso bizarra. Cercano al sindicalismo revolucionario, militante
“anti-patriótico” y “anti-militarista”, según sus propias palabras, enfrentó varios
juicios por defender estos puntos de vista de manera estridente. Al salir de prisión
en 1912, dio un brusco giro político y se pasó al ala moderada del socialismo
francés, para luego apoyar la defensa de “la patria amenazada” en 1914, y,
finalmente, hacia posiciones fascistoides en la década de 1930 (ver Loughlin
2003). Este fue el primer encuentro de Hervé con el liderazgo socialista
internacional, y su resolución parece haber estado deliberadamente dirigida a
molestar a los alemanes. Consideraba al reformismo un vicio peculiarmente
alemán y asociaba al SPD con “el autoritarismo, una mentalidad burocrática, el
conformismo y una falta de fervor revolucionario” (Loughlin 2003, 523).
El SPD, sacudido por su reciente revés electoral, no tenía intención de
comprometerse con una huelga general en caso de una guerra. Como lo expresara
August Bebel, “no debemos permitirnos ser presionados para utilizar métodos de
lucha que podrían amenazar seriamente la actividad y, bajo ciertas circunstancias,
la mismísima existencia del partido” (Bebel en Riddell (ed.), 1984, 26). Bebel
insistía en que la socialdemocracia debía determinar su actitud frente a cualquier
guerra futura sobre la base de si ésta era ofensiva o defensiva: “Sostengo que es
fácil ahora determinar en cualquier caso si una guerra es defensiva o si es de
carácter ofensivo. Mientras que anteriormente las causas que llevaban a la
catástrofe de la guerra permanecían oscuras, incluso para el político atento y
entrenado, hoy éste ya no es más el caso. La guerra ha dejado de ser un secreto
de los políticos de los gabinetes”. Además, en términos puramente prácticos la
agitación antimilitarista de Hervé y sus tácticas eran “no sólo imposibles” sino
que estaban “totalmente fuera de discusión” para el SPD. Bebel hizo referencia al
caso de Karl Liebknecht, joven militante anti-militarista de la socialdemocracia
que había sido encarcelado por escribir un famoso panfleto, Militarismo y
antimilitarismo (Liebknecht 1973): “El caso de Karl Liebknecht muestra cómo
están las cosas hoy en Alemania. A pesar de que él claramente expresó sus
diferencias con Hervé en su libro y afirmó que los métodos de Hervé son
impracticables, Liebknecht ha sido acusado de alta traición” (Bebel en Riddell
(ed.), 1984, 25).
Hervé replicó que el apoyo de Bebel a la defensa nacional en caso de una
guerra contra Alemania permitiría al gobierno alemán manipular al SPD hacia una
posición patriótica en el caso de un conflicto de toda Europa:
Bebel traza una fina distinción entre las guerras ofensivas y defensivas.
Cuando el pequeño Marruecos es desguazado, esto es fácilmente
reconocido como una guerra ofensiva de brutalidad inocultable. Pero si
estallara la guerra entre dos grandes potencias, la poderosa prensa
capitalista desataría tal tormenta de nacionalismo que no tendríamos la
223
fuerza para contrarrestarla. Entonces, sería demasiado tarde para sus
finas distinciones (Hervé en Riddell (ed.) 1984, 25).
Hervé continuó: “Hoy, Bebel se pasó del lado de los revisionistas cuando
nos dijo: '¡Proletarios de todos los países, mátense unos a otros!' [Gran conmoción]”
(en Riddell (ed.), 1984, 28).
Hervé contribuyó con una retórica ostentosa al Congreso de Stuttgart. Los
términos en que se dio la disputa permitieron que delegados generalmente
identificados con posiciones bien a la izquierda de la Internacional, tales como
Luxemburg y Lenin, pudieran producir una resolución “intermedia” entre la
posición afín al sindicalismo revolucionario de Hervé y la posición defensista de
Bebel. La misma comenzaba adhiriendo a “las resoluciones adoptadas por los
congresos internacionales anteriores contra el militarismo y el imperialismo”. La
unánime resolución final también ignoraba la distinción de Bebel entre guerras
“ofensivas” y “defensivas”, declarando que “en caso de que estalle la guerra”, los
socialistas estaban obligados “a intervenir por su rápida culminación y a luchar
con todas sus fuerzas para utilizar la crisis económica y política creada por la
guerra para incitar al levantamiento de las masas y así acelerar la caída de la clase
capitalista dirigente” (Resolución en Joll 1974, 206-8). En su informe a los lectores
rusos, Lenin enfatizó esta última disposición, comentando que Hervé había
olvidado la obligación del proletariado de tomar las armas en el evento de una
guerra revolucionaria: “No se trata de impedir únicamente el desencadenamiento
de la guerra, sino de aprovechar la crisis provocada por ella para acelerar el
derrocamiento de la burguesía” (Lenin 1907, 80). Esta fue la primera formulación
de lo que más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió en la idea
central de la izquierda de Zimmerwald: convertir la guerra imperialista en un
levantamiento revolucionario.102
102 Para una historia de la izquierda de Zimmerwald y de esta idea, ver Craig Nation (1989).
224
Militarismo, defensa nacional y colonialismoen Essen
(septiembre de 1907)
103 El juicio contra Liebknecht comenzó el 9 de octubre de 1907 y duró tres días: la Corte
Suprema Imperial lo encontró culpable de abogar por la abolición del ejército permanente
y lo sentenció a 18 meses de prisión por alta traición.
104 Discurso de August Bebel en el Reichstag del 7 de marzo de 1904. Reichstag, 1904,
Stenografgphische Berichte über die Verhandlungen des Reichstags. XI. Legislaturperiode. I. Session, erster
Sessionsabschnitt, 1903/1904, Zweiter Band, pág. 1588C (para el discurso completo de Bebel
ver págs. 1583C-1592A).
225
Mientras tanto, un evento ha ocurrido (…) la Revolución Rusa [de 1905].
Como resultado de la misma, el zarismo ruso ha sido eliminado como
archienemigo, como un enemigo real; yace hecho trizas en el suelo (…)
Dada esta situación diferente, la protesta más aguda debe ser dirigida
contra estos puntos de vista, que son hoy tan reaccionarios como antes
fueron revolucionarios (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 233).
226
El Congreso de Essen del Partido Socialdemócrata alemán mostró que la
resolución adoptada unánimemente en Stuttgart sobre el militarismo no había
zanjado la cuestión. Esto era igualmente cierto sobre otro de los grandes temas
debatidos en Stuttgart, el colonialismo y su relación con el socialismo y el
imperialismo. En Essen, Paul Singer informó sobre el Congreso Internacional de
Stuttgart y trató de minimizar las diferencias expresadas allí sobre la política
colonial socialista como meramente “una disputa verbal” (Sozialdemokratische Partei
Deutschlands 1907, 266-7). August Bebel también intentó cubrir el rastro de la
mayoría de la delegación alemana en Stuttgart, afirmando que “sobre esta cuestión
no puede haber diferencias serias” y que “la lucha sobre si es posible una política
colonial socialista es una lucha totalmente improductiva que no vale el tiempo y
el papel gastados en ella”. (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 271-2).
Heinrich Laufenberg señaló que había “una clara contradicción entre la
resolución de la mayoría [del SPD] en Stuttgart y la resolución finalmente
adoptada”. (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 281-2). Karl Liebknecht
planteó:
torpe, Kautsky dijo más: “Puedes estar seguro que nunca llegará el día en que los socialistas
alemanes pedirán a sus seguidores que tomen las armas por su madre patria... Si hubiera
guerra hoy, no sería una guerra por la defensa de la patria, sería por propósitos imperialistas,
y una guerra así encontrará al total del Partido Socialista de Alemania en vigorosa
oposición. Eso podemos prometer. Pero no podemos ir demasiado lejos y prometer que
esa oposición tomará la forma de una insurrección o de una huelga general, si es necesario,
ni podemos prometer que nuestra oposición será tan fuerte como para prevenir la guerra”
(Kautsky citado en Steinberg 1972, 26).
227
cuestionó su adopción como resoluciones de compromiso (Schorske 1955, 87).
106León Trotsky y Parvus ya habían adquirido fama y notoriedad en Rusia por la teoría de
la revolución permanente. Kautsky también había contribuido a este debate, y sus
posiciones al respecto pueden verse como antecedentes de este planteo (ver Day y Gaido
2009).
228
producir todas sus materias primas y vender todos sus productos industriales en
sus propios mercados, de modo de ser absolutamente independiente”. Esta
ambición “había surgido simultáneamente con la aparición de los cárteles, las
nuevas tarifas proteccionistas, la combinación de militarismo y carrera
armamentista naval, y la nueva era colonial desde 1880”.
229
Cuando Kautsky reiteró estos puntos de vista en otro artículo en Vorwärts
(Kautsky 1907b), Eduard Bernstein respondió con su artículo “La cuestión
colonial y la lucha de clases” (Bernstein 1907). Repetía su tradicional concepción
del colonialismo:
230
participaban intelectuales austro-marxistas como Karl Renner y Otto Bauer,
postulaba una reorganización de Austria en base a la “autonomía cultural
extraterritorial”. Esto era el proyecto de crear organismos por cada nacionalidad
del Imperio, que no se basaran en ningún territorio particular y se encargaran de
administrar las instituciones culturales y educativas de cada pueblo a nivel pan-
austríaco. Luego de que el sufragio general masculino fuera obtenido en Austria
en 1907, como derivado de un movimiento de lucha por el sufragio inspirado en
la Revolución Rusa de 1905, los socialdemócratas lograron un éxito electoral
significativo: En las elecciones para el Parlamento, el SDAP ganó 87 de 516
bancas, convirtiéndose en la segunda partido con más diputados en el parlamento.
Posteriormente, el partido se vio sacudido por tensiones entre sus distintos
componentes nacionales, y su posición favorable a la reforma del Estado
austríaco, antes que a la autodeterminación y el derecho a la secesión de las
naciones que vivían allí, se vio cuestionada luego de la anexión de las provincias
de Bosnia y Herzegovina por parte de Austria en 1908.107
El imperio plurinacional de la Rusia zarista enfrentaba los mismos
problemas nacionales que Austria-Hungría, sólo que multiplicados varias veces.
La socialdemocracia rusa se había posicionado tempranamente frente a la cuestión
nacional, en base a dos principios: el sostenimiento del derecho a la
autodeterminación de las naciones oprimidas, incluyendo a separarse y a formar
su propio Estado, y la necesidad de organizar partidos únicos por Estado, sin
distinción por nacionalidad entre sus miembros. No obstante, la realidad en el
terreno era más complicada, puesto que el partido había surgido de la unión de
distintas organizaciones socialdemócratas, algunas de ellas organizadas sobre una
base nacional. Entre ellas estaba el Bund, que aspiraba al derecho de organizar en
forma exclusiva a los judíos de Rusia en una organización que desarrollaba su
actividad política principalmente en lengua Yiddish. El Bund fue influenciado por
las teorías austro-marxistas en favor de la autonomía nacional y la organización
partidaria federal, entrando en un prolongado conflicto con Lenin y los
bolcheviques. A su vez, estos fueron atacados por izquierda por otro sector: la
socialdemocracia polaca, liderada desde el exilio por Rosa Luxemburg, se oponía
a la consigna de la autodeterminación nacional, considerando que la misma
entraba en contradicción con el internacionalismo socialdemócrata y que ya no
tenía sentido sostenerla en una época donde habían terminado las revoluciones
burguesas y se desarrollaba el imperialismo. En tal época, sostenían que ya no
había reclamos nacionales que pudieran considerarse progresivos. 108
Estas tres posiciones, el anti-nacionalismo intransigente de Luxemburg, la
postura favorable al derecho a la autodeterminación, incluyendo la secesión,
propia de los bolcheviques, y la postura austro-marxista en favor de la autonomía
nacional cultural fueron las principales sobre el problema nacional en la Segunda
Internacional. Como veremos, condicionaron distintos miradas sobre las
consecuencias políticas del imperialismo.
231
Una digresión teórica: Marx sobre la acumulación de capital,
las crisis y los mercados extranjeros
232
prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las
tormentas, anunciadora de la crisis (Marx 2008b, 502).
233
19).
Los lectores más atentos de Marx eran menos optimistas, y desde 1905
hasta 1913, en los trabajos de Otto Bauer y luego de Hilferding y Luxemburg, los
esquemas de reproducción aparecieron de forma destacada en los debates
económicos cada vez más complejos que trataban el rol del imperialismo como
una respuesta a la tendencia del capitalismo a las crisis. Como veremos,
Luxemburg creía que el capitalismo sufría de un problema crónico de mercados que
sólo podía ser mitigado mediante la conquista continua de nuevos mercados en
regiones precapitalistas. Bauer y Hilferding, por el contrario, relacionaban las
exportaciones de mercancías y de capital “excedente” con intentos por moderar
el ciclo económico y rectificar la tendencia secular hacia una tasa decreciente de
ganancia.
Entre los austromarxistas, Otto Bauer fue uno de los primeros en ofrecer
una descripción lúcida del imperialismo, abordando el problema tanto desde el
punto de vista de la economía política como desde el tema de la opresión nacional.
En 1905, cinco años antes de la publicación de Capital financiero, de Hilferding,
Bauer escribió un artículo sobre “La política colonial y los trabajadores”. Según
Bauer, algunas personas sostenían “que la sociedad capitalista sería inviable sin la
continua expansión colonial. Ellos argumentaban que el problema del capitalismo
era el subconsumo, [es decir] la incapacidad de las masas de consumir los bienes
que producían, y que la sociedad capitalista iba a superar sus contradicciones
internas sólo mediante la apertura de nuevos mercados”. Bauer respondió que
este argumento estaba “básicamente errado”. La sobreproducción se originaba
“en el hecho de que cada incremento de la productividad del trabajo bajo el
capitalismo conduce al desplazamiento de la mano de obra, a la eliminación del
trabajo humano de la producción”. El consumo caía con el desempleo, pero Bauer
agregaba que ningún trabajador ni ninguna inversión de capital se mantenían
ociosos indefinidamente: la reducción de salarios durante una crisis llevaba a los
obreros desempleados de vuelta a la producción, al mismo tiempo que la caída de
precios forzaba a los capitalistas a renovar los medios de producción a través de
nuevas inversiones, las cuales eran, a su vez, facilitadas por las decrecientes tasas
de interés. De esto se desprendía que la expansión colonial no era “de ningún
modo una necesidad absoluta de la producción capitalista; el subconsumo
periódico se superaría incluso sin ella”. La necesidad real de nuevos mercados
surgía de la posibilidad que ofrecían las colonias de “eludir la caída de la tasa de
ganancia y sobreponerse a las crisis parciales y generales con menos sacrificios”
(Bauer 1905, 415-16).
En La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia [1907], Bauer
profundizó la cuestión del “expansionismo capitalista” en el sexto capítulo
mediante la introducción del concepto de “capital financiero”. En El capital, Marx
había predicho que las crisis sucesivas conducirían a la concentración y a la
centralización del capital a medida que las pequeñas empresas fueran eliminadas.
Cuando el crecimiento económico se ralentizó en Europa durante el último cuarto
del siglo XIX, la concentración se aceleró con la formación de trusts y cárteles para
234
regular la producción y suprimir la competencia con la ayuda de tarifas
proteccionistas. Bernstein pensaba que estas nuevas formas de capitalismo
disminuían el peligro de crisis mediante el ajuste deliberado de la actividad
productiva a las necesidades del mercado (Bernstein 1993, 79-97). Bauer replicó
que, junto con la concentración industrial, se daba también “la centralización del
capital monetario en los principales bancos modernos” (Bauer 2000, 378). Como
la relación entre bancos e industria se estaba volviendo “cada vez más íntima”,
tenían un interés común en expandir la producción lo más posible, escudados en
las tarifas proteccionistas. Luego utilizaban los elevados precios locales para
subsidiar el “dumping” (venta a pérdida) de mercancías industriales en el
extranjero para ganar nuevos mercados de venta de bienes e inversión de capital
en las colonias (Bauer 2000, 392).
Dado el contexto plurinacional de Austria-Hungría, Bauer también
relacionó estos cambios económicos con una transformación en el discurso
político sobre el rol de las instituciones estatales. “Los liberales cosmopolitas”,
quienes anteriormente abogaban por el libre mercado, estaban convirtiéndose
ahora en “imperialistas nacionales”, comprometidos con reemplazar “el viejo
principio burgués de la nacionalidad” por un nuevo principio nacional-
imperialista en la formación del Estado. En estas circunstancias, la voluntad del
Poder Ejecutivo se había extendido a expensas del Legislativo; “la forma ideal de
ejército imperialista” se había vuelto “un ejército de mercenarios” (Bauer 2000,
390) y la ideología del imperialismo, una creciente glorificación “del poder, del
orgullo del amo, la idea del derecho de una cultura superior” (Bauer 2000, 391),
todo lo cual apuntaba a una “futura guerra mundial imperialista” (Bauer 2000,
405). Bauer establecía una interesante relación entre la opresión a los pueblos
coloniales de ultramar con la opresión nacional en los viejos imperios de Europa:
235
todas las naciones de Austria” no podía ser “la realización de la nación-Estado [es
decir, la independencia de cada nación], sino sólo (...) la autonomía nacional
dentro del marco del Estado” (Bauer 2000, 404).
Para principios de 1909, Kautsky había completado lo que llegó a ser uno
de sus trabajos más importantes, el libro titulado El Camino al Poder. El libro
planteaba una mirada sobre estrategia política en una situación de cierto
estancamiento político y desencanto para la socialdemocracia. La dirección del
partido vio las ideas que contenía como algo extremadamente radical, al punto
que intentó impedir su distribución cuando ya estaba impreso. Sólo después de
largas negociaciones Kautsky consiguió que no se censurara (Waldenberg 1980,
313-6).
En términos de estrategia, el planteo de la obra era el siguiente. Kautsky
se oponía resueltamente a cualquier posibilidad de coalición gubernamental con
un partido burgués. Lejos de verificarse, como sostenían los revisionistas, un
aminoramiento de las contradicciones de clase, había una creciente polarización
que transformaba a la revolución en una perspectiva cercana. Kautsky repetía una
vieja convicción de que el proletariado no tenía que priorizar los métodos legales
o ilegales de lucha por sí mismos, sino que eso dependía de las circunstancias. En
la situación en que se encontraba Alemania, consideraba prioritaria la lucha por el
sufragio universal en todo el Imperio y citaba como una posibilidad el uso de la
huelga de masas con este propósito. Pero incluso la obtención de reformas que
los revisionistas buscaban entraba en contradicción con el enorme gasto
armamentista que generaba el imperialismo. Los revisionistas se decían partidarios
de la paz, pero si los revisionistas querían apoyar la política colonial, tenían
también que apoyar la carrera armamentista, “porque sería absurdo proponerse
un fin y rechazar los medios necesarios para alcanzarlo” (Kautsky 1978, 245-6). A
continuación, Kautsky atacaba a los revisionistas por su asociación con las ideas
sobre la inferioridad racial o cultural de los pueblos coloniales:
236
capitalismo casi no modificó ese estado de cosas (…) A este respecto se
produjo un cambio enorme en el período de la última generación y sobre
todo en los últimos veinte años (…) se vio a los países industriales
importar a los países bárbaros no únicamente productos sino, además, los
medios de producción y de transporte de la industria moderna (Kautsky 1978,
256).
237
El Capital Financiero de Rudolf Hilferding
238
forzados o bien a acumular stocks de mercancías o a recortar los precios. La
combinación industrial ofrecía un modo de estabilizar las ganancias para ambos
grupos. Durante una contracción, las empresas del sector I tenían un interés en
combinarse con las del sector II que usaban sus productos; durante una
expansión, las industrias livianas del sector II podían adquirir medios de
producción relativamente baratos si estaban amalgamadas con empresas de
abastecimiento: “Son, por ende, las diferencias en las tasas de ganancia lo que lleva
a las combinaciones. Una empresa integrada puede eliminar las fluctuaciones en
la tasa de ganancia” (Hilferding 1981, 195).
El capital financiero buscaba el control centralizado de los precios y de la
oferta. Mediante la restricción de la oferta en relación con la demanda, el capital
organizado podía aumentar artificialmente las ganancias de los miembros de los
cárteles a expensas de los negocios desorganizados; el plusvalor total sería
entonces redistribuido en beneficio de las empresas más grandes, con el resultado
de que “la ganancia del cártel” no representaba “sino una participación en, o
apropiación de, la ganancia de otras ramas de la industria” (Hilferding 1981, 203).
A sabiendas de que impulsarían la baja de su propia tasa de ganancia si expandían
su capacidad demasiado pronto, los cárteles enfrentaban limitaciones estrechas en
su actividad de inversión doméstica. Hilferding concluía que la expansión
imperialista no guardaba ninguna relación con un mercado local inadecuado en
forma crónica, sino que era el resultado de la búsqueda de una mayor tasa de
ganancia: “La premisa para la exportación de capital es la variación en las tasas de
ganancia” (Hilferding 1981, 315).
A pesar de que asociaba el imperialismo con cambios estructurales
orientados a sostener la tasa de ganancia del capital financiero, Hilferding también
siguió convencido de que Bernstein y los revisionistas estaban equivocados al
creer que nuevas instituciones podrían prevenir las crisis cíclicas. “Esta visión
ignora completamente la naturaleza inherente de las crisis. Sólo si la causa de las
crisis es vista simplemente como una sobreproducción de mercancías, resultante
de una falta de visión de conjunto del mercado, puede sostenerse que los cárteles
son capaces de eliminar las crisis mediante restricciones a la producción”
(Hilferding 1981, 295). En realidad, las crisis surgían de las desproporciones entre
industrias que Marx había descrito; y a pesar de su compromiso por regular la
producción, las nuevas formas organizacionales del capitalismo debían
inevitablemente colapsar en la competencia por el plusvalor.
Dada la alta composición orgánica del capital en las grandes empresas, o
su creciente dependencia de la maquinaria y de la tecnología por contraposición a
la mano de obra, cualquier caída en la producción también aumentaba
significativamente los costos de producción de cada mercancía en las grandes
compañías con costos fijos; los pequeños “forasteros”, con tecnología menos
avanzada, intervenían entonces para competir con, e incluso disolver, el cártel. El
resultado era que los cárteles no podían superar nunca la anarquía cíclica del
capitalismo. Ni prevenían las crisis ni aplacaban su severidad; sólo podían
“modificarlas” al transferir temporalmente el peso del ajuste a empresas no
organizadas. Bernstein y quienes, como él, pensaban que los ciclos económicos
desaparecerían, cometían el error lógico de confundir cantidad con calidad. Para
poner fin realmente a los ciclos y a las crisis capitalistas, era necesario nada menos
239
que un cartel único y universal que administrara la totalidad de la industria
capitalista en asociación con los grandes bancos.
240
al enfatizar que el obstáculo al capitalismo organizado en última instancia estaba
en la lucha de clases. La socialización objetiva de la producción podría comenzar
dentro de la sociedad capitalista, pero la etapa final de la economía socialista
planificada sólo llegaría cuando los expropiadores fueran expropiados.
Hilferding nunca dudó que la economía planificada del socialismo era una
consecuencia lógica de las propias tendencias organizacionales del capitalismo. A
su vez, reconocía que el capital financiero había transformado al Estado burgués
y había provocado una intensificación radical de las rivalidades entre los Estados.
En tiempos de Marx, la burguesía quería un Estado liberal; ahora el capital
financiero exigía un Estado fuerte.
241
reduce la ganancia y la competitividad del capital financiero, y podría
finalmente convertir al territorio económico más pequeño en simple
tributario de uno más grande (...) Dado que la sujeción de naciones
extranjeras tiene lugar por la fuerza (…) le parece a la nación gobernante
que esta dominación es consecuencia de algunas cualidades naturales
especiales (…) Entonces emerge la ideología racista, disfrazada de
ciencia natural, una justificación para la codicia de poder del capital
financiero, que así demuestra que tiene la especificidad y la necesidad de
un fenómeno natural. Un ideal oligárquico de dominación ha
reemplazado al ideal democrático de igualdad (Hilferding 1981, 335-6).
242
de la clase dirigente”, el libre mercado debía ser considerado “una causa perdida”
(Hilferding 1981, 365).
243
ni Hilferding concebían las leyes económicas en términos de movimiento
unidireccional. Pero, en el sentido que dio Marx al determinismo, Hilferding sí
creía que el imperialismo era una necesidad económica del capitalismo en su fase
más reciente. Eventualmente, “en el choque violento de estos intereses hostiles,
la dictadura de los magnates del capital será finalmente transformada en la
dictadura del proletariado” (Hilferding 1981, 370).
109Los documentos fueron traducidos al castellano con el título “Debate sobre la huelga
de masas” por el grupo Pasado y Presente (Aricó y Feldman (eds.) 1978a y 1978b).
244
1909, presentó una moción llamando a “un entendimiento internacional de los
grandes poderes para la limitación mutua del armamento naval”.110 Kautsky
apoyó esta iniciativa a pesar de que apenas unas semanas antes había ridiculizado
“todos los congresos pacifistas burgueses”. La moción proponía que Alemania
diera los pasos necesarios a fin de “dar lugar a un acuerdo internacional de las
grandes potencias para la limitación mutua de los armamentos navales”. 111 Dos
años después, el 30 de marzo de 1911, los diputados del SPD extendieron su
moción, llamando a un acuerdo para una limitación general de armamentos. A
pesar de que ambas mociones fueron rechazadas por la mayoría burguesa en el
Reichstag, marcaron un episodio de intensificación de divisiones internas. La
posición de Kautsky implicaba el apoyo a estos acuerdos, mientras que la
izquierda los criticaba como algo utópico, en base a la idea de que la carrera
armamentista era un aspecto inevitable de la fase imperialista y que era necesario
prepararse para enfrentar al imperialismo de conjunto con nuevas tácticas
centradas en las acciones de masas.
Poco más de un año después de la primera resolución del SPD, el punto
de vista favorable a los acuerdos de desarme logró una victoria importante en el
VIII Congreso de la Internacional Socialista, que se reunió en Copenhague en
septiembre de 1910. A diferencia de congresos precedentes, las resoluciones del
Congreso pusieron el énfasis menos en el análisis general del imperialismo y más
en la necesidad de combatir el militarismo a través de los diputados socialistas en
el parlamento, reclamando a) arbitraje internacional; b) políticas de desarme
acordadas por las potencias, en particular del armamento naval; c) abolición de la
diplomacia secreta. La resolución concluía citando el último párrafo de la
resolución de Stuttgart de 1907, llamando a los socialistas en todas partes, en el
caso de una guerra mundial, “a agitar políticamente a las masas y acelerar la caída
del dominio de la clase capitalista” (Documento del Congreso en Day y Gaido
2012, 62). A pesar de este gesto, las protestas de la izquierda fueron inmediatas.
Karl Radek planteó la futilidad de buscar acuerdos sobre la limitación de
armamentos, dada la inexistencia de un poder ejecutivo internacional capaz de
hacerlos cumplir (desarrolló estos argumentos en Radek 1910a y 1910b). Paul
Lensch (editor del Leipziger Volkszeitung) ridiculizó el desarme como una utopía
irrealizable bajo el capitalismo (Lensch 1911). Le siguieron artículos en apoyo al
desarme de miembros del Centro como Georg Ledebour (1911 y 1912), diputado
del Reichstag.
110 Reichstag, 1909, Bd. 254, N° 1311, 7485; Ratz (1966, 198).
111 Reichstag, 1909, Bd. 254, N° 1311, 7485; Ratz (1966, 198).
245
clases dominantes” (Kautsky 1911b, 99). Se desprendía de esto que “la tarea
inmediata era apoyar y fortalecer el movimiento de la pequeña burguesía contra
la guerra y la carrera armamentista”. Advirtiendo en contra de cualquier
subestimación del movimiento pacifista burgués, Kautsky continuaba:
246
pesada se beneficiaba de la carrera armamentista, vendiendo armas de guerra a
precios inflados por los cárteles a los gobiernos dispuestos a llevar adelante
contratos a largo plazo, pero Kautsky afirmaba que fuera de los bancos y de los
especuladores de guerra, era “el interés no sólo del proletariado, sino de todo el
pueblo alemán, incluso de la masa de las clases propietarias, prevenir que el
gobierno continúe con su política mundial” (Kautsky 1911c). Si el partido obrero
conseguía aislar políticamente a los magnates de la industria pesada, podía socavar
el apoyo popular al imperialismo y continuar la búsqueda del cambio social
democrático (Stargardt 1994, 120-1). Luxemburg contestó desdeñosamente que
el autor del panfleto intentaba retratar la política mundial como simplemente “un
absurdo, una idiotez” e incluso “una carga” para la mayoría de las clases
propietarias, “el producto de la mera ignorancia” y “un mal negocio para todo el
mundo”, que podía ser revertida “porque no es rentable”, dando a entender que
se esperaba ahora que los socialistas pospusieran la revolución para “iluminar” a
la burguesía sobre sus propios intereses (Luxemburg 1911).
En 1912, Kautsky publicó otro artículo en ocasión del 1° de Mayo, esta
vez dirigido contra el ala izquierda que abogaba por el sistema de milicias en
reemplazo del ejército permanente. Si el desarme era sostenido ahora como un
objetivo plausible, los críticos de Kautsky pensaban que los socialistas también
debían adoptar el llamamiento de Marx a reemplazar los instrumentos de la guerra
ofensiva con una fuerza estrictamente defensiva de ciudadanos armados. Kautsky
respondió que el desarme y la propuesta de la milicia no eran incompatibles entre
sí y de hecho se complementaban. Como un reclamo político, el llamamiento a la
creación de milicias podía democratizar las fuerzas armadas, pero no sería
necesariamente menos cara que un ejército permanente, mientras que los
acuerdos internacionales para la reducción de armamentos, particularmente entre
Alemania y Gran Bretaña, representaban un reclamo económico dirigido a aliviar
el peso impositivo del militarismo sobre las masas populares (Kautsky 1912).
En referencia a las implicancias revolucionarias que la izquierda asociaba
con el tema de las milicias, Kautsky denunció a sus críticos como “adoradores del
instinto puro de las masas” que pensaban erradamente que el socialismo era la
sola y única respuesta al imperialismo (Kautsky 1912, 99). En realidad, había una
“comunidad de intereses entre el mundo de la burguesía y el proletariado sobre
este punto” (Kautsky 1912, 105), y los trabajadores podían “encontrar aliados
entre el sector de la burguesía más visionaria” (Kautsky 1912, 101). La carrera
armamentista resultaba de “causas” económicas, pero no era una “necesidad”
económica ni era su interrupción “una imposibilidad económica” (Kautsky 1912, 107).
Retomando la noción de Hilferding de un cartel universal, Kautsky imaginaba una
etapa completamente nueva del imperialismo en la cual “la batalla competitiva
entre los Estados sería neutralizada por su relación de cartel (…) la transición a un
método menos caro y menos peligroso” (Kautsky 1912, 108). Kautsky luego dio
el nombre de “ultra-imperialismo” a la política de acuerdos entre las grandes
potencias para la división pacífica del mundo (Kautsky 1914).
El marxista holandés Anton Pannekoek debatió con Kautsky,
argumentando que “el debate gira en torno de la cuestión de si, considerando la
fuerza y la necesidad inherente de la política imperialista para la burguesía, la
prevención de la carrera armamentista es fútil e imposible, como creemos
247
nosotros, o si, a pesar de esto, todavía es posible, como suponen Kautsky y
Eckstein” (Pannekoek 1912, 815).112 Pannekoek hizo un recuento de sus
diferencias con Kautsky sobre la cuestión de la milicia. Kautsky trataba la
cuestión, tanto de la milicia como del desarme, en términos de sus implicancias
sobre la carga impositiva. Pannekoek hizo una distinción más fina: mientras “el
reclamo de desarme (en el sentido de una limitación constante de armamentos
por parte de los gobiernos)” pedía meramente “un alivio de la presión del
capitalismo sobre las masas”, el reclamo de reemplazar al ejército permanente por
una milicia popular era “una fuerza para derrocar al capitalismo” porque “pondría
una porción importante del poder en las manos del proletariado” y aceleraría la
transición al socialismo (Pannekoek 1912, 815-16). Cuando el SPD llevó adelante
su congreso anual en Chemnitz, en septiembre de 1912, rápidamente se volvió
evidente que las visiones centristas de Kautsky contaban con el apoyo de una gran
mayoría de los delegados, incluyendo en esta ocasión incluso a Karl Liebknecht.113
112 El artículo fue respondido por Eckstein 1912. Debería ser señalado que no toda el ala
izquierda estaba del lado de los críticos de Kautsky en el tema del desarme. Por ejemplo,
Julian Marchlewski, uno de los colaboradores más cercanos de Rosa Luxemburg y más
tarde cofundador de la Liga Espartaco, inicialmente apoyó la posición de Kautsky, mientras
que repudió la acusación de Radek de ser ipso facto un seguidor de la fracción del Reichstag
(Marchlewski 1911a., Radek 1911 y Marchlewski 1911b). Similarmente, de acuerdo a
Trotsky, Lenin en un primer momento dio su apoyo a Kautsky frente a Rosa Luxemburg
sobre el tema de las propuestas de desarme (Trotsky 1932).
113 Por una versión en inglés del debate de Chemnitz y su resolución sobre el imperialismo,
248
acompañadas con la organización de acciones de masas contra la dominación
capitalista y contra la amenaza de guerra. Cuarenta años más tarde, Anton
Pannekoek recordaba que su camarada, Herman Gorter, había ido a Basilea:
para provocar una discusión acerca de los medios prácticos para luchar contra
la guerra. Mandatado por un cierto número de elementos de la izquierda,
propuso una resolución de acuerdo a la cual, en todos los países, los
trabajadores debían discutir el riesgo de la guerra y considerar la posibilidad
de una acción de masas contra ella. Pero la discusión fue abortada porque la
gente decía que la expresión de nuestras diferencias sobre los medios
debilitaría la gran impresión que nuestro acuerdo causaba en los gobiernos.
Por supuesto, era justamente lo contrario: los gobiernos, sin dejarse engañar
por las apariencias, ahora sabían que no tenían que temer una seria oposición
de los partidos socialistas.114
114Pannekoek, 1952. Gorter escribió en 1914, a continuación del estallido de la guerra, que
“El congreso de Stuttgart fue el último congreso en tomar seriamente posición contra el
imperialismo. Esta actitud comenzó a batirse en retirada en Copenhague y fue derrotada
en Basilea” (Gorter 1914). Como sucedió más tarde con la Tercera Internacional, distintas
corrientes del ala izquierda de la Segunda Internacional se distinguen por sus evaluaciones
sobre el momento en el que fijan el comienzo de la degeneración de la Internacional. Esta
opinión sobre Copenhague y Basilea preanunciaba la corriente de ultraizquierda que estos
elementos holandeses formarían más adelante, el consejismo, mientras que Lenin
consideró adecuado el manifiesto de Basilea, y sólo identificó una crisis terminal de la
Internacional después de los hechos que siguieron al estallido de la guerra en 1914.
249
impuestos directos porque caían con mayor fuerza sobre la burguesía que sobre
los trabajadores.115 El eslogan de larga data del Partido siempre había sido: “¡Para
este sistema, ni un hombre ni un centavo!”; sin embargo, en esta ocasión, los
miembros del Reichstag se las ingeniaron para apoyar al militarismo
indirectamente. Luxemburg denunció la traición como la obtención de una
“reforma limitada” en los impuestos al costo de abandonar un “principio
fundamental” (Luxemburg citada en Riddell (ed.) 1984, 94).
Cuando el SPD se reunió en su congreso de Jena en septiembre de 1913,
el tema de los impuestos militares se volvió aún más entrelazado con el debate en
curso sobre la táctica política. Una resolución en apoyo de una huelga general
política fue presentada por Luxemburg, Pannekoek, Liebknecht y Geyer, La
misma fue rápidamente por 333 votos contra 142, aunque recibió mucho más
apoyo que en otras ocasiones, incluso por algunos sectores de centro y hasta
algunos revisionistas aislados que consideraban necesario el uso de la huelga
general para luchar por la democratización del gobierno monárquico de Alemania.
Empleando la terminología de la Convención durante la Revolución Francesa,
Luxemburg atribuyó esta derrota al cambio en la posición de la dirección del
partido: “Si el curso de acción de Bebel [en el congreso de Jena] en 1905 fue para
impulsar al Partido hacia adelante a fin de hacer virar a los sindicatos hacia la
izquierda, la estrategia del ejecutivo del Partido en Jena, en 1913, fue dejarse
empujar a la derecha por los sindicalistas y actuar como un ariete en favor de ellos
contra el ala izquierda del partido” (Luxemburg 1913, 148-53).
115Sobre el debate acerca de los fondos para el presupuesto militar ver Walling (ed.) (1915,
64-81).
250
se ven beneficiados al superar las diferencias (Haase 1914).
251
que ni Europa ni el resto del mundo estaban aún maduros para el socialismo
(Cunow 1915).
El primer escritor marxista en reaccionar a este clima fue Anton
Pannekoek en su artículo “El colapso de la Internacional”, que circuló
ampliamente en versiones en alemán, inglés, holandés y ruso (Pannekoek 1914).
Pannekoek proclamó categóricamente que “La Segunda Internacional está
muerta”. Lenin afirmó que Pannekoek era “el único que les ha dicho la verdad a
los trabajadores”: su dura condena de Kautsky y otros líderes del socialismo
internacional eran “las únicas palabras socialistas. Son la verdad. Son amargas,
pero son la verdad” (Lenin 1914, 174).
Pannekoek también participaba en el comité editorial del periódico
socialista holandés De Tribune, cuyos miembros colectivamente aprobaron el
trabajo de Herman Gorter, El imperialismo, la Guerra Mundial y la socialdemocracia.
Gorter veía al imperialismo como el dominio mundial de los monopolios y hacía
responsables de la guerra a “todos los Estados que siguen una política imperialista
y buscan expandir sus territorios” (Gorter 1914, 7). Como Lenin y Pannekoek,
Gorter criticaba duramente a Kautsky por su pacifismo utópico e incluso su
negación de que la guerra era consecuencia de motivos imperialistas. Luego de
todo lo que había pasado, Kautsky todavía imaginaba que el mundo podía
enderezarse sólo si el capitalismo retornaba a las alianzas políticas, a los acuerdos
comerciales y a “los medios pacíficos tales como los tribunales de arbitraje y el
desarme” (Gorter 1914, 105), una demostración de sinsentido comparado con el
Kautsky de 1909, quien había dado una explicación mucho más respetable del
imperialismo en El camino al poder. Acreditando a El capital financiero de Hilferding
como la base de sus propios puntos de vista, Gorter veía al imperialismo como el
eje alrededor del cual “giran el ascenso y la lucha del proletariado, y finalmente la
revolución misma. El imperialismo es el gran tema [de nuestros días], y es sobre
su interpretación, así como de la lucha contra él, que depende
incuestionablemente el destino del proletariado por muchos años venideros”
(Gorter 1914, 39).
Dado que los partidos de la socialdemocracia existentes se habían rendido
casi en su totalidad al nacionalismo, Gorter afirmaba que la tarea fundamental de
los socialistas era revelar a las masas el verdadero carácter de la matanza. Se
necesitaban tácticas enteramente nuevas: el parlamentarismo debía ser
reemplazado por la acción directa de masas; la lucha antiimperialista debía ocupar
el lugar central en la política nacional e internacional; y debía fundarse una nueva
Internacional (Gorter 1914, 116). Las ideas de Gorter sonaban muy similares a las
de Lenin, quien leyó el original holandés y felicitó a Gorter por su perspicacia. No
obstante, había una diferencia fundamental entre ambos, dada la aversión de
Gorter al tipo de organización partidaria centralizada que se volvió más adelante
una marca distintiva de la Tercera Internacional (Comunista). Gorter pensaba que
la experiencia desastrosa de la Segunda Internacional había dejado una lección
organizativa: “Desde la lucha pasiva, el proletariado debe avanzar a la lucha activa,
de las batallas mezquinas a través de representantes, el proletariado -por sí mismo,
solo- debe tomar el gran paso de conducir una lucha sin líderes o una lucha en la
252
cual los líderes están en segundo plano” (Gorter 1914, 77).116
Respuestas a la guerra
demanda del manifiesto de Basilea, que llamaba a la creación de una Federación de los
Balcanes en los territorios de la ex Turquía europea), Austria-Hungría (apoyaba la
disolución del Imperio Austro-Húngaro) y un estudio de los objetivos de guerra alemanes.
Trotsky rechazaba la distinción entre guerras defensivas y ofensivas, citando la respuesta
“espléndida” de Kautsky a Bebel en Essen. (Trotsky 1918, 151).
253
Rosa Luxemburg también asignaba al SPD y su evolución centrista y
reformista una culpa primordial. Denunciando al Partido por apoyar los créditos
de guerra, Luxemburg escribió en La crisis de la socialdemocracia (el Folleto de Junius)
que “en el actual entorno imperialista no puede haber más guerras de defensa
nacional” (Luxemburg 1916, 95). El capitalismo había enterrado a los viejos
partidos socialistas en el momento en que la guerra, “devastadora para la cultura
y la humanidad”, estalló: “Y en medio de esta orgía, una tragedia mundial ha
ocurrido; la capitulación de la socialdemocracia. Cerrar nuestros ojos a este hecho,
intentar esconderlo, sería lo más tonto, lo más peligroso que el proletariado
internacional podría hacer” (Luxemburg 1916, 8). “El mundo se había estado
preparando por décadas, a plena luz del día, con la más amplia publicidad, paso a
paso y hora tras hora, para la guerra mundial” (Luxemburg 1916, 32). Y ahora que
la carnicería estaba en marcha, los socialdemócratas alemanes tenían el descaro de
objetar que sus enemigos estaban reclutando a los pueblos coloniales:
254
lugar, no criticaba suficientemente al centro kautskista por su chauvinismo y su
oportunismo disfrazados de socialismo. De hecho, Luxemburg sí había escrito
una crítica realmente devastadora de Kautsky llamada “Perspectivas y proyectos”
(Luxemburg 1915). Sobre la cuestión de las guerras nacionales, sin embargo, había
una diferencia genuina. El Folleto Junius se ocupaba principalmente del conflicto
europeo, mientras que Lenin ya estaba tratando la lucha revolucionaria en
términos más amplios. Mientras que algunos socialdemócratas del ala revisionista
habían considerado durante años a los pueblos coloniales como subordinados,
atrasados, e incluso inferiores culturalmente, Lenin creía que las guerras
nacionales eran inevitables en las colonias y que serían tanto “progresivas como
revolucionarias”, llevando a la liberación de las colonias de la dominación de los
países capitalistas (Lenin 1916c, 312). Lenin creía que el Folleto de Junius sufría de
las mismas fallas que el trabajo de “ciertos holandeses [es decir, de los
“tribunistas”] y de los socialdemócratas polacos, que repudian la
autodeterminación de las naciones incluso bajo el socialismo” (Lenin 1916c, 313).
En sus propias tesis sobre “La revolución socialista y el derecho de las
naciones a la autodeterminación”, escritas a comienzos de 1916, Lenin ponía el
énfasis en un análisis mundial, ya que el capitalismo había expandido sus
contradicciones hasta incluir todos los pueblos y naciones. Los partidos
socialdemócratas nacionales siempre habían concebido a la revolución
principalmente como una lucha contra sus propios gobiernos. Lenin contestaba
que cada movimiento que ayudara a derrumbar las divisiones impuestas por el
imperialismo era un paso adelante en la reunificación última de la humanidad en
el socialismo. La revolución socialista no era ni un acto individual ni “una única
batalla en un único frente”, sino una serie entera de batallas a escala global. El
objetivo del socialismo era terminar con todo “aislamiento nacional”, y el modo
de lograr “la inevitable fusión de las naciones” era, en primer lugar, mediante “la
completa liberación de todas las naciones oprimidas, es decir, su libertad de
independizarse” (Lenin 1916a, 144, 146-7).
Lenin veía el mundo dividido tres tipos de países: primero, los países
capitalistas avanzados en Europa occidental y Estados Unidos, donde la tarea de
los trabajadores era emancipar a las naciones oprimidas dentro de su propio país
y en las colonias; en segundo lugar, Europa oriental, incluyendo Austria, los
Balcanes y Rusia, donde la lucha de clases en las naciones opresoras debía ser
fusionada con la lucha de los trabajadores de las naciones oprimidas, y en tercer
lugar, los países coloniales y semicoloniales, como China, Persia o Turquía, donde
los movimientos democrático-burgueses estaban comenzando. Aquí, los
socialistas debían “apoyar decididamente a los elementos más revolucionarios en
los movimientos democrático-burgueses por la liberación nacional... [y] asistir sus
levantamientos -o su guerra revolucionaria, si estalla una- contra los poderes
imperialistas que los oprimen” (Lenin 1916a, 151-2).
En El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito luego de las tesis sobre
la autodeterminación, Lenin escribió:
255
el rasgo característico del período que nos ocupa es la distribución
definitiva del planeta, definitiva no en el sentido de que una redistribución
sea imposible -las redistribuciones, por el contrario, son posibles e
inevitables-, sino en el sentido de que la política colonial de los países
capitalistas ha completado la incautación de todas las tierras no ocupadas
de nuestro planeta. Por vez primera, el mundo está completamente
repartido, de modo que en el futuro sólo es posible una redistribución, es
decir, los territorios sólo pueden pasar de un “propietario” a otro, en
lugar del paso de un territorio sin dueño a un “propietario” (Lenin
1916b, 375).
256
Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora K.
Kautsky, que abandonó completamente la posición marxista, que
sostenía, por ejemplo, en 1909118) han expresado la opinión de que
los cárteles internacionales, por ser una de las expresiones más
sorprendentes de la internacionalización del capital, traen una
esperanza de paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Desde el
punto de vista teórico esta opinión es completamente absurda, y en
la práctica un sofisma y una defensa deshonesta del peor
oportunismo (Lenin 1916b, 373).
118Esto es una referencia a El Camino al Poder, obra que Lenin calificó como la mejor de
sus obras polémicas contra los revisionistas (Waldenberg 1980, 311).
257
La afirmación de que los cárteles podían abolir el ciclo económico o los
conflictos imperialistas era simplemente “una fábula difundida por los
economistas burgueses”. Lenin acordaba con Hilferding que el capital a gran
escala se había vuelto temporalmente más organizado, pero las posiciones
“privilegiadas” de las firmas más grandes en la industria pesada sólo creaban “una
ausencia aún mayor de coordinación” en otras partes (Lenin 1916b, 327). Los
sectores “privilegiados” podrían tratar de aliviar las contradicciones del
capitalismo mediante la creación de una “aristocracia obrera” de trabajadores con
salarios más altos, respaldados por una porción de “los beneficios fabulosos”,
obtenidos tanto localmente como en las colonias, pero este hecho no hacía más
que explicar la base política del oportunismo socialdemócrata -los poderosos
sindicatos sin interés en la revolución (Lenin 1916b, 309). El imperialismo, fase
superior del capitalismo, de Lenin, se refería ampliamente a El capital financiero, pero
Lenin también pensaba que los grandes análisis de Hilferding habían sido
confundidos por los excesos de su propia imaginación, terminando con la idea de
que “el capitalismo organizado” podía evolucionar hasta dar lugar a un único
cártel como una “fuerza unificada”. Lenin admitía que los precios monopólicos
podían reducir la competencia a corto plazo y, por lo tanto, frustrar el progreso
tecnológico, pero éstos eran los logros del “capitalismo parasitario y en
descomposición” (Lenin 1916b, 400), y el imperialismo no era sino el capitalismo
parasitario a escala mundial.
258
Algunos meses antes de escribir El imperialismo, fase superior del capitalismo,
Lenin había escrito una introducción a La economía mundial y el imperialismo, de
Nikolai Bujarin. Bujarin era un camarada bolchevique cercano, pero había
diferencias metodológicas profundas entre los dos autores. Bujarin llevaba al
extremo todas las ideas especulativas que Lenin encontraba objetables en los
escritos de Hilferding y Kautsky, aunque sacaba de las mismas una conclusión
política distinta. En 1915, Bujarin escribió un artículo titulado “Hacia una teoría
del estado imperialista”, donde afirmaba que la guerra había finalmente superado
las divisiones en la burguesía cuando todos los partidos se volvieron partidarios
de la defensa nacional patriótica. El resultado había sido, según Bujarin, el
surgimiento de una “única camarilla capitalista financiera” (Bukharin 1915, 25) y
la transformación del Estado imperialista en “un capitalista conjunto, colectivo”
(Bukharin 1915, 22). La necesidad de concentrar la autoridad económica había
convertido a cada “sistema nacional” del capitalismo desarrollado en un
“capitalismo de Estado” colectivo (Bukharin 1915, 31).
En La economía mundial y el imperialismo [1915], Bukharin declaró que la
concentración y la centralización del capital habían llegado al punto en que las
“economías nacionales” organizadas, cada una de ellas “una compañía de
compañías”, eran los principales adversarios, reduciendo la competencia
doméstica “a un mínimo” a fin de maximizar la capacidad de lucha en la batalla
mundial de naciones (Bukharin 1929, 119). Pasando por alto las contradicciones
en el seno de la clase capitalista, Bukharin pensaba que cada trust capitalista de
Estado expresaba la “voluntad colectiva” de su propia burguesía nacional, en cuyo
interés se embarcaba en una “orgía descontrolada de armamentos” (Bukharin
1929, 127), como resultado de la cual las guerras imperialistas jugarían en adelante
un rol similar al que desempeñaron antiguamente las crisis cíclicas. El capitalismo
mundial debía moverse “en la dirección de un trust capitalista de Estado universal
mediante la absorción de formaciones más débiles” (Bukharin 1929, 139).
Kautsky estaba equivocado, por supuesto, en pensar que este proceso podía
alguna vez alcanzar su “fin lógico”, el ultra-imperialismo, y, por sus comentarios
críticos acerca de Kautsky, Bukharin fue felicitado por Lenin (Lenin en Bukharin
1929, 12-14). Pero, cuando escribió su libro, Teoría económica del período de transición,
Bujarin finalmente fue demasiado lejos:
Las diferencias entre ambos autores tenían mucho que ver con un aspecto
filosófico: cómo entender la dialéctica y aplicarla al estudio de los procesos
259
históricos y económicos.119 Cuando Bujarin propuso incluir en el nuevo programa
del Partido Bolchevique una descripción integral del imperialismo siguiendo las
líneas de su propio trabajo, Lenin se opuso:
Conclusión
260
emancipación a largo plazo, y la defensa de un punto de vista que defendía la
posibilidad de una vía de desarrollo histórico para estos pueblos que no replicara
mecánicamente el curso europeo. En relación a la defensa nacional, Kautsky, en
convergencia con la mayor parte del ala marxista de la socialdemocracia
internacional, luchó contra la interpretación de la defensa nacional de Bebel y la
dirección del SPD. El punto de vista de estos últimos tendió a extenderse, con un
fuerte elemento de inercia ideológica respecto a las viejas formulaciones rusófobas
y defensistas de los comienzos de la socialdemocracia alemana. Para el momento
en que el debate sobre la defensa tuvo nuevas rondas respecto al desarme, las
cortes de arbitraje, la milicia y los presupuestos militares (1911-13), Kautsky y los
Austro-marxistas habían girado al centro, por lo que se convirtieron en aliados de
la dirección del SPD contra sus oponentes, confinados a una minoría a la izquierda
de la socialdemocracia internacional.
Después de 1910, el debate giró, en términos teóricos, alrededor del
trabajo de Hilferding. El mismo puede verse como una culminación, mucha más
sofisticada en términos de la crítica de la economía política, de los trabajos de
Kautsky y Bauer de 1907 y 1909. Además, su análisis de las tendencias
expansionistas del imperialismo, las transformaciones en el carácter del Estado y
la ideología racista, le dieron un carácter total al trabajo de difícil superación. Sus
especulaciones sobre la cartelización internacional y los límites de la cartelización
a nivel nacional fueron, a su vez, un elemento importante para algunas de las
derivaciones de su teoría.
Exceptuando a una parte de la izquierda que derivó hacia el análisis de
Rosa Luxemburg, fundado teóricamente en una idea totalmente distinta, la
insuficiencia crónica de los mercados capitalistas, la mayor parte de la izquierda y
el centro de la socialdemocracia internacional aceptaron lo central del análisis de
Hilferding, mientras los intelectuales revisionistas se refugiaban en una crítica,
teóricamente estéril, del “economicismo” de estos análisis. El énfasis en distintos
aspectos de esta teoría llevó a conclusiones políticas diferentes en los años
posteriores. Kautsky enfatizó los pronósticos de Hilferding referentes a la
universalización de los cárteles para producir su teoría del ultra-imperialismo.
Lenin retuvo lo esencial de las conclusiones de Hilferding, rechazado las partes
de su teoría que podían dar lugar a este desliz. Los futuros comunistas consejistas
sacaron la conclusión de que el imperialismo inauguraba un momento de lucha
política radicalmente nuevo, en el cual la organización partidaria “jerárquica” no
tendría lugar. Por último, Bujarin tendió a extremar las concepciones sobre el
avance de los monopolios a nivel nacional para concebir un futuro de estatización
extremo del capitalismo, con una competencia confinada cada vez más al sector
internacional, en forma de conflictos bélicos. En defensa de Bujarin, cabe decir
que estos análisis fueron producidos en medio de la Primera Guerra Mundial,
donde las potencias en guerra efectivamente extremaron un manejo estatista de la
economía. No obstante, esto no se reveló como una tendencia permanente, y el
análisis de Lenin puede verse, en ese sentido, como más previsor, en la medida
que destacó el carácter contradictorio de las tendencias al monopolio y las
tendencias tradicionales del capitalismo competitivo. Este punto merece
destacarse en la medida en que muchas veces las polémicas contra su teoría del
imperialismo la malinterpretan, al asimilarla a la interpretación extrema de Bujarin
261
o a algunos deslices de Hilferding en el mismo sentido. Una interpretación
contextual permite así ver que la teoría de Lenin no fue una derivación mecánica
de los autores previos, sino una lucha teórica en varios frentes con cruces políticos
y teóricos muy complejos.
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