El Desarrollo de Las Teorías Del Imperialismo Un Recorrido Teórico-Político (1896-1919)

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El desarrollo de las teorías del imperialismo:

Un recorrido teórico-político (1896-1919)

Manuel Quiroga y Daniel Gaido

Resumen

Este capítulo analiza el desarrollo general de las teorías del imperialismo


en el marco de la Segunda Internacional durante el período de preguerra y la
crisis que atravesó el socialismo en la Primera Guerra Mundial. A través de un
recorrido centrado en los Congresos de la Segunda Internacional y las
principales obras sobre el tema producidas por militantes de sus organizaciones,
con énfasis en la socialdemocracia alemana, analizamos como los primeros
análisis de la expansión colonial europea y los conflictos entre potencias fueron
derivando, a partir de la confrontación de las distintas tendencias de la Segunda
Internacional, en los desarrollos teóricos más importantes del período,
normalmente asociados a los nombres de Karl Kautsky, Otto Bauer, Rudolf
Hilferding, Rosa Luxemburg, Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin. El objetivo del
presente artículo es situar estas teorías en su debate mutuo entre sí, explicarlas a
partir de un análisis político contextual y recuperar numerosos autores olvidados
que tuvieron importancia para el desarrollo de estas obras de síntesis. Pretende
explicar cómo la disputa de tendencias al interior de la socialdemocracia es el
marco crucial en el que deben explicarse las diferencias teóricas que dividieron
primero a los marxistas de los revisionistas y, posteriormente, generaron una
ruptura al interior de los primeros entre las perspectivas del centro (Kautsky,
Bauer, etc.) y la izquierda, que comenzó en 1910 y se intensificó durante la
Primera Guerra Mundial. La parte final del artículo se centra en mostrar las
reacciones de los militantes internacionalistas frente a la guerra y en explicar la
teoría de Lenin, mostrando como la misma fue formada en el marco no sólo de
las luchas contra el centro marxista, sino también en el curso de una disputa con
teorías alternativas creadas desde la izquierda de la socialdemocracia, lo que
permite situar sus características teóricas específicas.
Introducción

El presente trabajo recorre el proceso histórico que dio lugar al


surgimiento de lo que se conoce normalmente como teorías clásicas del
imperialismo. Tiene tres objetivos. El primero es ofrecer una breve introducción
a los orígenes del concepto de imperialismo, que comenzó a ser usado de en
Inglaterra y EEUU en el último cuarto del Siglo XIX. El segundo es ofrecer un
trasfondo histórico general de los debates socialistas sobre el imperialismo,
centrado en los Congresos de la Segunda Internacional y en la historia política de
la socialdemocracia alemana de la época, aunque comentaremos algunas obras
relevantes de autores de otros países y algunos debates ocurridos en otros partidos
socialistas, en la medida en que sean relevantes para una mirada general sobre el
tema. El tercero, es ofrecer un análisis de las principales obras teóricas producidas

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en este período sobre el tópico, las cuales se asocian normalmente a los nombres
de Karl Kautsky, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Rosa Luxemburg, Vladimir
Lenin y Nikolai Bujarin. En numerosas monografías y obras parciales sobre la
teoría de estos autores, sucede normalmente que se abordan sólo lateralmente sus
relaciones con el contexto político y se disocian sus aportes de los de numerosos
autores previos, menos conocidos, que fueron contribuyendo al debate sobre el
imperialismo a partir de sus aportes tempranos. El presente estudio incluye el
análisis de estas obras en forma contextual y prestando especial atención al
contexto político y a los debates entre las distintas perspectivas. Este ensayo
excluye a La Acumulación del Capital, de Rosa Luxemburg, que trataremos en forma
separada. Al centrarse en la vida general de la Segunda Internacional y su sección
más importante, el partido socialdemócrata alemán (SPD por su sigla en alemán),
el presente trabajo sirve de introducción a los próximos dos ensayos de este libro,
dedicados a la teoría de Rosa Luxemburg y al debate sobre el imperialismo en la
socialdemocracia británica.

Los orígenes del término “imperialismo”

La historia temprana de la palabra “imperialismo” fue estudiada por


Richard Koebner y Helmut Dan Schmidt, quienes concluyeron que la palabra
“imperialismo” fue introducida al inglés como una glosa al Segundo Imperio
Francés de Louis Napoléon (1852-70; ver Koebner y Schmidt 1965: 1). La palabra
impérialisme entró en uso como un neologismo junto con bonapartisme. La palabra
fue dos veces usada como sinónimo de Bonapartismo en El 18 brumario de Louis
Bonaparte (1852), donde Marx argumentó que “la parodia del imperialismo (des
Imperialismus) era necesaria para liberar a la masa de la nación francesa del peso de
la tradición y hacer que se destacase nítidamente la contraposición entre el Estado
y la sociedad” (Marx 1978, 128).
El término “imperialismo” comenzó a ser utilizado más ampliamente en
Gran Bretaña con la aprobación de la Ley de Títulos Nobiliarios de abril de 1876,
que reconocía a la reina Victoria como “Emperatriz de la India”. Pero Koebner y
Schmidt notan que “el término imperialismo estaba asociado en la mente británica
con el detestado régimen de Napoleón III (...) el término ocasionalmente aparecía
para denunciar una forma de gobierno extranjera que hacía uso de la apelación
directa a las multitudes, el falso esplendor militar, las aventuras en el extranjero
(...) el gobierno arbitrario y despótico; todo encajaba perfectamente con lo que los
liberales sentían que Disraeli [cuyo título era Lord Beaconsfield] representaba, el
fraude, ‘el charlatán’, como lo llamó la revista Punch” (Koebner y Schmidt 1965,
147-8).
Casi dos décadas después de la gestión de Disraeli como primer ministro,
un autor de su época remarcaba que “por mucho que el imperialismo de Lord
Beaconsfield pueda ser criticado en relación a los detalles, poca duda cabe ahora
que él ha delineado la política general que debe seguir la raza británica, si va a
sostener su lugar predominante en el mundo” (Rose citado en Koebner y Schmidt
1965, 21). Los escritores marxistas, asociaban los cambios en las actitudes de Gran
Bretaña con el hecho de que los rivales de Gran Bretaña estaban adoptando
crecientemente el proteccionismo. Abraham Lincoln había introducido una tarifa

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del 44 por ciento en Estados Unidos durante la Guerra Civil para financiar los
ejércitos de la Unión, subsidiar a los ferrocarriles y proteger la manufactura
doméstica. Francia aplicó impuestos prohibitivos en 1860 sobre el hierro, la
maquinaria y los derivados de la lana provenientes de Inglaterra. En 1878-9,
Bismarck impuso tarifas sobre el hierro y los granos para pacificar tanto a la
burguesía industrial emergente como a la aristocracia Junker [aristócratas
terratenientes prusianos]. El interés británico por un imperio económico más
coherente creció a medida que otros países buscaron salvaguardar sus mercados
de los productos británicos.
Las principales manifestaciones del nuevo imperialismo británico fueron
la ocupación de Egipto bajo Gladstone en 1882, que anunció la partición de toda
África a lo largo de las décadas de 1880 y 1890, y el establecimiento de la Liga de
la Federación Imperial en Londres en 1884. La Liga esperaba compartir los costos
de la defensa del imperio mediante el establecimiento de un Estado federal con
representación de todas las colonias del Imperio Británico. La celebración del
Jubileo de la reina Victoria en 1897 condujo a un estallido de sentimiento
imperialista, pero la verdadera apoteosis del imperialismo británico tuvo lugar con
el inicio de la Guerra Anglo-bóer en 1899, que analizaremos en el ensayo 9.
El término fue similarmente dotado de un significado económico más
claro cuando fue usado para describir el nuevo giro expansionista en la política
internacional norteamericana, iniciado en 1898 con la Guerra hispano-
estadounidense. Un periodista financiero y experto en la banca de Estados
Unidos, Charles Arthur Conant (1861-1915), saludó el nuevo rumbo de la política
norteamericana con un artículo titulado “Las bases económicas del imperialismo”.
Conant atribuía la guerra al imperativo de expandir los mercados y las
exportaciones de capital:

El exceso de ahorro, con la resultante acumulación de mercancías sin


consumir en los grandes países industriales es uno de los grandes
problemas de la situación económica de hoy. Es la raíz de gran parte del
descontento industrial, y explica (…) las condiciones que se
establecieron alrededor de 1870, cuando los grandes países
industrializados parecen por primera vez haberse vuelto completamente
capitalizados para satisfacer todas las demandas que los consumidores
estaban dispuestos a realizar con sus ingresos (…) La gran acumulación
de capital y dinero, las convulsiones que sufrieron los grandes países
capitalistas, más allá de sus respectivas políticas tarifarias y estándares
monetarios, y la caída continua de la tasa de ganancia del capital; todas
estas tendencias indican un exceso de capital ahorrado por sobre la
demanda efectiva de la comunidad como la causa subyacente (...) Bajo el
presente orden social se está volviendo imposible encontrar en casa, en
los grandes países capitalistas, un uso para el capital acumulado que sea
a su vez seguro y rentable (Conant 1898, 330).

Un rol importante en la expansión del uso del término imperialismo, con


sus connotaciones negativas modernas, fue jugado por la Liga Anti-Imperialista,
establecida en Estados Unidos en junio de 1898 para luchar contra la anexión de

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las Filipinas. La Liga contaba entre sus miembros al candidato presidencial
demócrata William Jennings Bryan, quien, en su discurso de aceptación a la
nominación para la presidencia desaprobó fuertemente “la doctrina arrogante,
abusiva, brutal del imperialismo” (Bryan 1900, 44).

Debates tempranos sobre la cuestión colonial

En Alemania, los primeros comentarios sobre el imperialismo también


fueron influenciados por preocupaciones domésticas. El historiador Carl
Schorske remarca cómo el Partido Socialdemócrata, fundado en 1875, se mantuvo
comprometido con las tradiciones de la revolución democrática burguesa en favor
de la unidad nacional de Alemania, al mismo tiempo que se oponía al militarismo
prusiano y al zarismo, visto como el gendarme de la reacción en Europa. La
“rusofobia” se combinaba con un compromiso con la defensa nacional en caso
de un ataque extranjero, al tiempo que la socialdemocracia reclamaba la abolición
del ejército imperial permanente y su substitución por un ejército democrático de
ciudadanos: una milicia (Schorske 1955, 67). Sólo gradualmente las nuevas
realidades económicas y diplomáticas introdujeron cambios mayores en las
convicciones del ala izquierda de la socialdemocracia sobre política exterior,
incluyendo el abandono del slogan de la defensa nacional, el cual Friedrich Engels
había apoyado para Alemania hasta entrado el año 1892 (ver Engels 1892).
La prehistoria de las teorías marxistas del imperialismo en Alemania cubre
el período desde 1884 hasta 1898, comenzando con un debate acalorado sobre
los subsidios a la flota [Dampfersubventionsstreit] en 1884-5. El 23 de mayo de 1884,
un proyecto de ley fue enviado al Reichstag proponiendo subsidios a las
compañías navieras para expandir el comercio alemán, mediante el
establecimiento de líneas marítimas desde Hamburgo o Bremen hacia diferentes
puntos de Asia, Australia y África. En particular las líneas hacia África y Samoa
apuntaban a una vinculación con el colonialismo que el gobierno negaba. 94 Una
confrontación estalló entre los socialdemócratas sobre si los subsidios propuestos
debían ser tratados puramente como una cuestión de transporte, digna de ser
apoyada en términos de creación de empleo, o como una iniciativa asociada a la
expansión colonial de Alemania. Si bien el problema colonial no se había debatido
todavía nunca en un Congreso del SPD, la mayoría del partido daba por sentado
una posición general de oposición. En ese marco, las notas en la prensa partidaria
habían calificado al colonialismo como una forma más de acumulación de capital
y criticado la idea de que las colonias podían expandir el comercio de la
producción alemana. Sólo un intelectual socialista, Höchberg, de inclinación
reformista, tenía una mirada pro-colonial, pero era demasiado marginal dentro del
partido como para influenciar su política. El ala moderada del partido, que
agrupaba a una mayoría de la fracción del Reichstag (18 de 24), defendió la idea
de apoyar el subsidio, en términos de creación de empleo, y criticó los intentos
por forzar una posición unificada sobre este tema, que era, desde su punto de

94Alemania comenzó tardíamente, en relación a Gran Bretaña y Francia. En 1884 había


adquirido su primera colonia importante en el África Sudoccidental Alemana (la actual
Namibia), y avanzaba en la penetración de otras regiones de África y Oceanía, incluyendo
Samoa.

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vista, una cuestión secundaria. Los radicales, agrupados alrededor de Bebel y
Liebknecht, y con la asistencia de Bernstein, editor de Sozialdemokrat, hicieron una
campaña de prensa contra la aprobación del subsidio por parte de la
socialdemocracia. Finalmente se llegó a un acuerdo, en el cual la fracción
parlamentaria planteó que apoyaría la propuesta de Bismarck si se cumplían dos
condiciones. La primera era que las nuevas líneas marítimas fueran utilizadas
únicamente por nuevas naves construidas enteramente en Alemania, lo que refleja
la asociación con el problema del desempleo. La segunda era que se retirara del
proyecto el subsidio a las líneas hacia Samoa y África. Las condiciones planteadas
fueron inaceptables para la mayoría del Reichstag, por lo cual el conjunto de los
diputados socialistas terminó votando en contra del subsidio (Mittmann 1975 y
Lidtke 1966, 194-203). Si bien no expresó una lucha principista entre tendencias,
porque nadie del partido se declaró en favor del colonialismo, el episodio hizo
aparecer una oposición al respecto entre el ala moderada y el ala radical del partido
que se profundizó posteriormente.
En el curso de la disputa hacia adentro del Partido, Wilhelm Liebknecht
pronunció un discurso en 1885, que encuadró la cuestión del colonialismo en
términos político-económicos y argumentó que era meramente un vano intento
de exportar la “cuestión social”:

¿cuál es el actual propósito de la llamada política colonial? Si llegamos a la


raíz de la misma, se proclama que su propósito es controlar la
superproducción y superpoblación. Pero ¿qué es la superproducción y qué
es la superpoblación? Estos son términos muy relativos... La
superpoblación existe porque tenemos malas instituciones sociales y
económicas, y lo mismo sucede con la superproducción. Los fabricantes
se quejan de que no pueden vender sus productos. Sí, señores, ¿por qué
no los pueden vender? Porque la gente no los puede comprar (…) ¿La
política colonial logrará algo en esta dirección? No, caballeros, ustedes sólo
exportan la cuestión social y conjuran frente a los ojos de la gente una
especie de espejismo en los desiertos y pantanos de Africa. 95

Los primeros escritos de Kautsky

Kautsky fue sin dudas el principal referente teórico de la Segunda


Internacional, y la amplia variedad temática de sus escritos incluyó numerosas
piezas dedicadas al colonialismo y el imperialismo. Sus contribuciones abarcaron
más de cuarenta años e incluyeron varios cambios de énfasis. De acuerdo con su
propia descripción autocongratulatoria, en su folleto Socialismo y política colonial
(1907): “En el primer volumen de Die neue Zeit, publicado en 1883, apareció un
extenso ensayo mío sobre ‘Emigración y colonización’, en el cual ya formulaba el
punto de vista que ha determinado la postura de nuestro partido sobre política
colonial desde entonces al presente” (Kautsky 1907, 13). Kautsky contrastaba los

95 Reichstag 1871-1918, VI. Legislaturperiode. I. Sessionsabschnitt, 58. Sitzung. Mittwoch den


4. Marz 1885, pág. 1.540, énfasis en el original (para el texto completo del discurso de
Liebknecht, ver págs. 1.539-44).

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logros de estas “colonias de trabajo” (Estados Unidos, Canadá y Australia) con el
nefasto registro de las “colonias de explotación” (como India y las colonias
alemanas en Africa), donde las masas nativas eran explotadas por un pequeño
grupo de comerciantes europeos, funcionarios y oficiales militares. Si bien el
artículo de Kautsky de 1883 tenía la intención de incentivar la oposición a la
política colonial alemana, contrastando favorablemente las instituciones políticas
democráticas de las colonias de asentamiento inglesas con el sistema político
aristocrático y militarista alemán, su indiferencia hacia el genocidio sobre los
pueblos originarios, practicado en todas las colonias de asentamiento, es
sorprendente para un lector moderno (Kautsky 1883).
Poco después, la cuestión de la expansión colonial jugó un rol prominente
en la famosa Controversia Revisionista. El largo período de reacción que siguió al
aplastamiento de la Comuna de París, en 1871, generó el marco para un intento
de revisar las doctrinas de Marx desde una perspectiva reformista y
parlamentarista. Eduard Bernstein personificó esta tendencia, a la que defendió
en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit a fines de 1896 y
seguidamente en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
Bernstein había sido originalmente un amigo cercano de Engels, pero luego de la
muerte de Engels permaneció en Londres y fue influido por la Sociedad Fabiana,
una organización socialista reformista. En el marco de este debate, Bernstein
planteó la idea de que los socialistas no debían oponerse a la colonización en sí
misma, sino a las formas en que se realizaba bajo el régimen capitalista. Su
principal adversario en este tema fue el inglés Belfort Bax. Este importante
episodio será analizado en detalle en el capítulo 9 de este libro.
El artículo “Vieja y nueva política colonial” de Kautsky fue también parte
de la Controversia Revisionista. En el mismo rechazaba la posición pro-
colonialista de Bernstein mediante la afirmación de que, en vez de promover el
progreso histórico, la política colonial moderna era llevada adelante por un estrato
precapitalista reaccionario, principalmente Junkers, oficiales militares, burócratas,
especuladores y comerciantes, pasando por alto el rol de los bancos y de la
industria pesada alemana (Kautsky 1898). A su vez, Kautsky mencionó el
concepto de capital financiero, pero no en el sentido posterior que le dio Rudolf
Hilferding de una fusión entre el capital bancario e industrial. Para Kautsky, el
capital financiero significaba el capital monetario y su política proteccionista,
militarista e imperialista, que él contrastaba con el libre comercio pacifista y las
inclinaciones supuestamente democráticas del capital industrial (Kautsky 1900b).
Kautsky continuó su análisis del tema en otros artículos como “La guerra en
Sudáfrica” y “Schippel, Brentano y los proyectos de ley naval”, entre otros
(Kautsky 1899, 1900a).

Los primeros congresos de la Segunda Internacional

El Congreso que habitualmente se toma como el origen de la Segunda


Internacional se celebró en París en 1889. En realidad, ese año se realizaron dos
Congresos, uno impulsado por la corriente marxista francesa de Jules Guesde 96 y

96 Para una historia de esta corriente, ver Willard (1965).

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la socialdemocracia alemana y otro impulsado por una corriente reformista del
socialismo francés, los posibilistas. El primer Congreso obtuvo mayor número de
adhesiones internacionales y conformó el núcleo de la Segunda Internacional.
Posteriormente en Bruselas, en 1891, se logró organizar un Congreso único, pero
los Congresos de Zúrich (1893) y Londres (1896) fueron un caos absoluto, por la
imposibilidad de acordar criterios mínimos de funcionamiento. La minoría
anarquista era especialmente ruidosa en los Congresos, sólo opacada en
disruptividad por las tendencias del socialismo francés, que adquirieron el hábito
de ventilar sus disputas en la Internacional, usando una variedad de tácticas y
maniobras contra sus adversarios (Abendroth 1972, 52). Con la expulsión de los
anarquistas en el Congreso de Londres de 1896, la Segunda Internacional
comenzó a adquirir una fisonomía propia más clara. En estos Congresos se dieron
los primeros e incipientes debates sobre la guerra, la cuestión nacional y el
colonialismo.
La lucha contra la guerra se retomó como discusión que venía de la
tradición de la Primera Internacional, en un contexto donde el vínculo con el
problema del imperialismo no aparecía todavía claramente. En este sentido, el
Congreso de Bruselas llamó a una “agitación incesante” en contra de la guerra, y
dio lugar a un debate, donde un delegado de Holanda, Domela Nieuwenhuis,
planteó la idea de que se debía responder a la guerra con la huelga general o la
negativa al servicio militar, idea que fue derrotada en el debate (Secrétariat Belge
1893, 62-77). El congreso de Londres planteó como programa del socialismo
internacional la lucha por reemplazar los ejércitos permanentes con milicias
ciudadanas, la lucha por una mayor influencia popular en las decisiones sobre la
guerra y la paz, y el apoyo a los tribunales internacionales de arbitraje para resolver
disputas entre las potencias europeas. La resolución planteaba que el fin definitivo
de la guerra sólo podría lograrse como consecuencia de la superación del sistema
capitalista (ver resolución completa en Hamon 1977, 90-1).
Por último, el Congreso de Londres discutió brevemente en torno a la
cuestión colonial. Quienes habían planteado esta cuestión al Congreso era la
organización de los guesdistas franceses, que habían obtenido varios éxitos
electorales en la década de 1890 y se había topado con cierta desorientación en
sus filas sobre cómo posicionarse frente a la expansión colonial de Francia.
Después de adoptar una resolución anti-colonial en su Congreso de Romilly en
1895, llevaron este problema a la Internacional. No obstante, la cuestión no fue
adoptada como un tema de debate en el orden del día del Congreso (Haupt y
Rebérioux 1967, 20). En medio del caos de la lucha entre marxistas y anarquistas,
sólo se discutió brevemente en el marco de la Comisión de Acción Política. Ésta
redactó un breve texto adoptado por la parte marxista del Congreso, que también
hacía referencia a la cuestión nacional.

4. El Congreso se declara en favor de la autonomía de todas las


nacionalidades. Expresa su simpatía a los trabajadores de todos los
países, que actualmente sufren bajo el yugo del despotismo militar,
nacional, o de cualquier otro despotismo; y hace un llamamiento a los
trabajadores de todos los países para luchar codo a codo con la clase
obrera de todos los países y organizarse con ella, para derribar el

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capitalismo internacional (...) 5. El congreso declara que, sea cual sea el
pretexto religioso o el así llamado [pretexto] civilizador de la política
colonial, esto no es más que la extensión del campo de la explotación
capitalista en beneficio exclusivo de la clase capitalista (Hamon 1977,
151-2).

Nuevos debates internacionales de París a Amsterdam

El problema de la “política mundial” [Weltpolitik], término alemán


utilizado en un sentido similar al de imperialismo, se discutió en el Congreso de
la Internacional Socialista celebrado en París en septiembre del 1900. En el mismo
se discutió un proyecto de resolución, redactado por Luxemburg, que analizaba
en la situación internacional "el mismo militarismo, la misma política naval, la
misma caza de colonias, la misma reacción en todas partes y, ante todo, un peligro
permanente de guerra internacional". Llamaba al proletariado a oponer "a la
alianza de la reacción imperialista un movimiento de protesta internacional".
Luxemburg emergió como la crítica más perspicaz del imperialismo y su potencial
catastrófico, retratando la lucha de las potencias europeas por adquirir colonias
en términos histórico-mundiales. La resolución que se adoptó recomendaba el
estudio de la cuestión colonial por parte de los partidos socialistas, la creación de
partidos socialistas en las colonias y el establecimiento de relaciones entre los
mismos (ver Day & Gaido 2012, 21-2 para una versión inglesa de la resolución).
Esto representó una derrota para las posiciones revisionistas, algo que el mismo
Bernstein tuvo que admitir (Bernstein 1900).
A su vez, un tema central de debate en el Congreso de París del año 1900
provino del socialismo francés. Las distintas tendencias y organizaciones del
socialismo francés se dividieron ante un problema central, cuando un diputado
socialista, Alexandre Millerand, fue nombrado ministro de un gobierno burgués
en el año 1899. El gobierno incluía miembros radicales y republicanos y, para
escándalo de muchos, incluía a uno de los represores de la Comuna de París como
ministro. Así, una parte del socialismo francés tomó una posición
“ministerialista”, en apoyo al ingreso de Millerand al gobierno, visto como un
paso necesario en defensa de la República, y otra parte tomó una postura “anti-
ministerialista”, considerando este compromiso como inaceptable y peligroso. Al
mismo tiempo, el socialismo alemán estaba atravesado por la Controversia
Revisionista. Ambas cuestiones estaban relacionadas, pues era evidente una cierta
solidaridad de los revisionistas alemanes con la posición ministerialista dentro del
socialismo francés. En relación este tema, la Internacional adoptó una resolución
de compromiso, redactada por Kautsky y apoyada por la inmensa mayoría del
socialismo internacional, que decía lo siguiente:

La entrada de un socialista aislado en un gobierno burgués no


puede considerarse como el comienzo normal de la conquista del
poder político, sino solamente como un recurso forzado,
transitorio y excepcional.
Si, en un caso particular, la situación política requiere de esta
experiencia peligrosa, se trata de una cuestión de táctica y no de

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principios: el congreso internacional no tiene que pronunciarse
sobre este punto (Congrès Socialiste International 1901, 60-1).

La discusión con el revisionismo continuó dentro de la socialdemocracia


alemana hasta el Congreso de Dresden, celebrado en septiembre de 1903, en el
que el SPD condenó oficialmente el revisionismo de Bernstein y se comprometió
a "continuar más vigorosamente que nunca la lucha contra el militarismo, contra
la política colonial e imperialista, contra todo tipo de injusticia, opresión y
explotación" (De Leon 1904, 96-7).
Esta condena al revisionismo se trasladó al Congreso de Amsterdam de la
Internacional Socialista, en 1904, que adoptó la misma resolución de Dresden y
declaró que “La socialdemocracia no puede buscar participar en el gobierno bajo
la sociedad burguesa, esta decisión se ajusta a la resolución de Kautsky aprobada
en el Congreso Internacional de París en 1900” (De Leon 1904, 97). La relación
de fuerzas se había vuelto contra los revisionistas, y aunque el Congreso declaró
que no había contradicción con la resolución de París en el 1900, claramente hubo
un cambio de énfasis.
El Congreso también mostró un debate sobre el problema colonial, que
por primera vez opuso dos posiciones en un Congreso de la Internacional, aunque
las mismas se presentaron sólo en los reportes a una comisión cerrada, y no se
llevaron al pleno del Congreso. Uno de los reportes estuvo a cargo del socialista
holandés Van Kol. Éste era un personaje peculiar, que tenía experiencia práctica
en el tema por haber sido durante muchos años un ingeniero de plantación en la
colonia holandesa de Java. El reporte y propuesta de resolución de Van Kol, que
tenía el aval de la socialdemocracia holandesa, se basaba en la idea de que la
colonización era inevitable, que no se podía abandonar a los pueblos coloniales
sin más, porque no estaban acostumbrados a autogobernarse, y que la
colonización debía seguir incluso bajo un régimen socialista, debido a las
necesidades de materias primas de las sociedades industriales en expansión. En
este marco, era importante desarrollar una política colonial “socialista” o
“positiva” que permitiera “educar en el autogobierno” a los nativos, lo que
requería formular programas mínimos para cada grupo específico de territorios
coloniales.97 El otro informe estuvo a cargo de Henry Mayers Hyndman, líder
socialista británico, fuertemente anticolonialista, que conocía de cerca la situación
de la India y tenía fluidas relaciones con varios dirigentes nacionalistas indios. 98
El mismo denunciaba los crímenes de las potencias capitalistas en las colonias y
planteaba una actitud de denuncia y condena de la colonización, que producía
estos crímenes y fortalecía a las clases dominantes en su lucha contra “los
verdaderos productores de riqueza”. La comisión produjo una resolución de
compromiso que repudiaba la “política colonial capitalista”, esquivando el asunto
de si era posible otro tipo de política colonial, “socialista” o “positiva”, aconsejaba
crear grupos de estudios coloniales y trabajar por “todas las reformas que lleven
a mejorar las condiciones de las poblaciones coloniales: creación de escuelas,

97 El proyecto de resolución y el reporte de Van Kol fueron publicados después del


Congreso en Sozialistische Monatshefte, una publicación identificada con el ala revisionista del
socialismo alemán. Una versión castellana puede consultarse en Aricó (ed., 1978, 22-38).
98 Ver el capítulo 9 de este libro para más información sobre su figura.

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higiene, [y] obras públicas” (Haupt y Rebérioux 1967, 23-4). La moción esquivaba
de esta manera el debate central sobre la actitud de base que los socialistas debían
tener frente al colonialismo.
El informe de Van Kol contó con el apoyo de Bernstein y es importante
porque hizo aparecer por primera vez la idea de una política colonial “positiva”,
que ganó cierto apoyo en los años siguientes entre sectores reformistas del
socialismo internacional. El proyecto de resolución y el reporte de Van Kol fueron
publicados después del Congreso en Sozialistische Monatshefte, una publicación
identificada con el ala revisionista del socialismo alemán, que venía desarrollando
una postura que no se oponía al colonialismo y al imperialismo en general, sino
sólo a la manera en que era llevada adelante en la sociedad capitalista. A su vez,
los revisionistas no tenían una política exterior homogénea. Bernstein era
anglófilo, porque creía que el poder británico tendía a ser más pacífico y
democrático. La mayoría de los intelectuales vinculados a Sozialistiche Monatshefte,
por el contrario, participaban de una tendencia que podemos denominar
revisionista nacionalista, que cada vez más apoyaba el rearme de Alemania y sus
pretensiones en política exterior bajo el principio de que la expansión de la
influencia alemana en el mundo beneficiaba a la clase obrera. Hasta 1914, los
revisionistas nacionalistas fueron un sector muy minoritario del partido, pero
lograron hacerse sentir en algunos debates, como veremos a continuación.

Cambios de época y el debate sobre el colonialismo en Stuttgart

El año 1905 llevó a un movimiento internacional de radicalización del


movimiento obrero internacional bajo el impacto de la Revolución Rusa. En
Alemania fue un año de grandes disputas sindicales. En este escenario, se abrió
un importante debate en el partido, en el que la izquierda presionó para la
adopción por parte del SPD de la huelga de masas política como un arma en la
lucha por el poder. Esto dio lugar a una disputa entre los dirigentes de los
sindicatos vinculados a la socialdemocracia99 y otros sectores del SPD que
culminó en el Congreso del partido celebrado en Mannheim en septiembre de
1905, donde se adoptó una resolución que establecía que el lanzamiento de una
huelga general debía contar con la aprobación de la dirección sindical, otorgándole
a ésta un poder de veto efectivo (Schorske 1955, 51). Los dirigentes sindicales
lograron así asegurarse ciertos mecanismos para coartar la radicalización del
partido, que, desde su punto de vista, ponía en riesgo la legalidad de las
organizaciones sindicales que habían logrado construir.
Otro elemento que le dio aire al conservadurismo dentro del partido fue
el resultado de las "elecciones de Hotentotes" celebradas en Alemania el 25 de
enero de 1907, en el contexto del genocidio de los pueblos Nama y Herero por
parte del ejército alemán en la actual Namibia. Un estallido chauvinista condujo a
un voto masivo por parte de ciudadanos previamente indiferentes, lo que redujo
la fracción del SPD en el Reichstag de 81 a 43 diputados, aunque su número de
votantes en realidad aumentó. El gobierno había participado de las elecciones en

99Los sindicatos asociados a la socialdemocracia alemana se conocen como Sindicatos


Libres, y estaban reunidos en la Generalkommission der Gewerkschaften Deutschlands.

220
el marco de una serie de escándalos de corrupción y abusos en varias de sus
colonias, y logró presentar los comicios como un plebiscito nacionalista contra la
socialdemocracia y el Partido del Centro, vinculado a la iglesia católica. Esto
generó un intento por parte de sectores revisionistas de cambiarr la posición
tradicional del partido sobre el colonialismo, lo que se vio en el Congreso de la
Internacional Socialista celebrado en Stuttgart en 1907. Como parte de los
acuerdos que la dirección partidaria había alcanzado en 1906 con la dirección de
los sindicatos, la mitad de los delegados de la socialdemocracia alemana al
Congreso de la Internacional fueron dirigentes sindicales, y la otra mitad fue electa
por las organizaciones regionales del partido. Algunas pocas regionales estaban
controladas por sectores revisionistas o reformistas, y dado que los dirigentes
sindicales en su mayoría apoyaban estas posturas también, se aseguraron más de
la mitad de la delegación alemana y, por lo tanto, el control de toda la delegación,
a pesar de ser una minoría dentro del partido.100
En consecuencia, en el Congreso de la Internacional e Stuttgart, la mayoría
de los delegados del SPD apoyó un proyecto de resolución presentado por el
delegado holandés Henri Van Kol, que no "rechazaba en principio toda política
colonial" y argumentaba que "bajo un régimen socialista, la colonización podría
ser una fuerza para la civilización". La Segunda Internacional debía abogar por
"una política colonial socialista positiva"; la "consecuencia última" de "la idea
utópica de simplemente abandonar las colonias" sería "devolverles Estados
Unidos a los indios" (Internationaler Sozialisten-Kongress 1907, 27-9). Muchos
delegados de izquierda atacaron la idea de una política colonial socialista como un
oxímoron, entre ellos Kautsky, que se opuso a la mayoría de su propio partido.
Según Kautsky, el discuso de Van Kol implicaba dividir la humanidad en "dos
pueblos, uno destinado a dominar y el otro a ser dominado”, un argumento
propio de “esclavistas” y de “las clases dominantes”. Finalmente, el Congreso
adoptó una enmienda a la resolución que eliminaba cualquier referencia a una
política colonial “positiva” y declaraba que por su "naturaleza inherente, la política
colonial capitalista debe conducir a la esclavización, el trabajo forzado o el
exterminio de la población nativa" que fue aprobada por una estrecha mayoría de
128 votos contra 108101.
Reflexionando sobre “el extremadamente acalorado debate” de Stuttgart,
en octubre de 1907, Lenin resumió los hechos de la siguiente manera para los
lectores del periódico ruso Proletario en su artículo “El Congreso socialista
internacional de Stuttgart”:

Los oportunistas se agruparon en torno de Van Kol. En nombre de la


mayoría de la delegación alemana, Bernstein y David propusieron que se
reconociera la “política colonial socialista" y vapulearon a los radicales,
acusándoles de estéril negación, incomprensión del significado de las

100 Esto esporque las delegaciones alemanas, al igual que sus diputados, votaban en bloque.
Es decir que primero se veía que postura era mayoritaria dentro de la delegación y luego
todos votaban la posición de la mayoría en forma unánime.
101 Para una versión inglesa de la resolución, ver Day y Gaido (2012, 28). El detalle de la

votación en Internationaler Sozialisten-Kongress. (1907, 38-9). Posteriormente, el voto en favor


de la resolución enmendada fue unánime.

221
reformas, falta de un programa colonial práctico, etc. Por cierto que
Kautsky (…) se vio obligado a pedir al congreso que se pronunciara
contra la mayoría de la delegación alemana. Señaló con razón que no se
trataba en modo alguno de negar la lucha por las reformas, pues en otras
partes de la resolución que no habían suscitado ninguna discusión se
hablaba de ello bien claramente. De lo que se trataba era de saber si
debemos hacer concesiones al actual régimen burgués de expoliación y
violencia. La actual política colonial debe ser discutida por el congreso,
y esa política descansa en un sometimiento sin tapujos de los salvajes. La
burguesía establece en las colonias un régimen de auténtica esclavitud,
somete a los indígenas a escarnios y violencias sin precedentes y los
“civiliza” difundiendo el alcohol y la sífilis. ¡Y se propone que, en tales
condiciones, los socialistas se dediquen a pronunciar frases evasivas
sobre la posibilidad de reconocer en principio la política colonial! Ello
equivaldría a adoptar abiertamente el punto de vista burgués. Ello
significaría dar un paso decisivo hacia la supeditación del proletariado a
la ideología burguesa, al imperialismo burgués, que ahora levanta la
cabeza con particular altivez (Lenin 1907, 70).

A pesar de que el congreso enmendó la moción original de la comisión


por 128 votos contra 108, con diez abstenciones, Lenin remarcó que el resultado
fue posible sólo por el voto combinado de los delegados de las naciones pequeñas.
En otros Estados, el “afán de conquistas” había llegado “a contaminar un poco
incluso incluso al proletariado”. En un comentario que anticipaba su posterior
descripción de la “aristocracia obrera”, Lenin expresaba la preocupación de que
Stuttgart “había revelado un rasgo negativo del movimiento obrero europeo”,
debido al “oportunismo socialista” y a la posición privilegiada de los trabajadores
europeos en relación al “trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de
las colonias” (Lenin 1907, 70-1).

Militarismo y defensa nacional en el Congreso de Stuttgart


(agosto de 1907)

El Congreso de Stuttgart debatió un número de otras cuestiones en agosto


de 1907, incluyendo el voto femenino, la emigración y las relaciones de los
partidos socialistas con los sindicatos. Aparte de la cuestión del colonialismo, sin
embargo, la resolución más importante para los propósitos del presente estudio
versó sobre el anti-militarismo. Si el imperialismo estaba ahora relacionado
inseparablemente con la agresión y la conquista en interés de la explotación
capitalista, parecía obvio que el uso del poder militar debía ser condenado con
igual fuerza. El asunto es que la tradición socialista previa tampoco podía
asimilarse a un pacifismo sin más: por ejemplo, Marx y Engels apoyaron de
manera entusiasta la lucha defensiva de los comuneros de París contra el gobierno
de Thiers, luego de la derrota de Francia en 1871 bajo la Alemania de Bismarck.
Apoyándose en las tradiciones revolucionarias que se remontaban al siglo XVIII,
habían llamado al reemplazo de los ejércitos permanentes por “el pueblo armado”
en la forma de una milicia permanente de ciudadanos.

222
En el Congreso de Stuttgart, estas calificaciones escaparon a la atención
de Gustave Hervé, un francés que presentó una de las cuatro resoluciones sobre
el tema del militarismo. Lenin reportó a sus lectores rusos que: “El célebre Hervé,
que tanto ha dado que hablar en Francia y Europa, defendió a este respecto un
punto de vista semi-anarquista, proponiendo ingenuamente que se ‘responda’ a
toda guerra con la huelga y la insurrección” (Lenin 1907, 73-4). Hervé era una
figura curiosa, incluso bizarra. Cercano al sindicalismo revolucionario, militante
“anti-patriótico” y “anti-militarista”, según sus propias palabras, enfrentó varios
juicios por defender estos puntos de vista de manera estridente. Al salir de prisión
en 1912, dio un brusco giro político y se pasó al ala moderada del socialismo
francés, para luego apoyar la defensa de “la patria amenazada” en 1914, y,
finalmente, hacia posiciones fascistoides en la década de 1930 (ver Loughlin
2003). Este fue el primer encuentro de Hervé con el liderazgo socialista
internacional, y su resolución parece haber estado deliberadamente dirigida a
molestar a los alemanes. Consideraba al reformismo un vicio peculiarmente
alemán y asociaba al SPD con “el autoritarismo, una mentalidad burocrática, el
conformismo y una falta de fervor revolucionario” (Loughlin 2003, 523).
El SPD, sacudido por su reciente revés electoral, no tenía intención de
comprometerse con una huelga general en caso de una guerra. Como lo expresara
August Bebel, “no debemos permitirnos ser presionados para utilizar métodos de
lucha que podrían amenazar seriamente la actividad y, bajo ciertas circunstancias,
la mismísima existencia del partido” (Bebel en Riddell (ed.), 1984, 26). Bebel
insistía en que la socialdemocracia debía determinar su actitud frente a cualquier
guerra futura sobre la base de si ésta era ofensiva o defensiva: “Sostengo que es
fácil ahora determinar en cualquier caso si una guerra es defensiva o si es de
carácter ofensivo. Mientras que anteriormente las causas que llevaban a la
catástrofe de la guerra permanecían oscuras, incluso para el político atento y
entrenado, hoy éste ya no es más el caso. La guerra ha dejado de ser un secreto
de los políticos de los gabinetes”. Además, en términos puramente prácticos la
agitación antimilitarista de Hervé y sus tácticas eran “no sólo imposibles” sino
que estaban “totalmente fuera de discusión” para el SPD. Bebel hizo referencia al
caso de Karl Liebknecht, joven militante anti-militarista de la socialdemocracia
que había sido encarcelado por escribir un famoso panfleto, Militarismo y
antimilitarismo (Liebknecht 1973): “El caso de Karl Liebknecht muestra cómo
están las cosas hoy en Alemania. A pesar de que él claramente expresó sus
diferencias con Hervé en su libro y afirmó que los métodos de Hervé son
impracticables, Liebknecht ha sido acusado de alta traición” (Bebel en Riddell
(ed.), 1984, 25).
Hervé replicó que el apoyo de Bebel a la defensa nacional en caso de una
guerra contra Alemania permitiría al gobierno alemán manipular al SPD hacia una
posición patriótica en el caso de un conflicto de toda Europa:

Bebel traza una fina distinción entre las guerras ofensivas y defensivas.
Cuando el pequeño Marruecos es desguazado, esto es fácilmente
reconocido como una guerra ofensiva de brutalidad inocultable. Pero si
estallara la guerra entre dos grandes potencias, la poderosa prensa
capitalista desataría tal tormenta de nacionalismo que no tendríamos la

223
fuerza para contrarrestarla. Entonces, sería demasiado tarde para sus
finas distinciones (Hervé en Riddell (ed.) 1984, 25).

Con desprecio hacia la dirección del SPD, Hervé explícitamente atribuyó


su debilidad -dramatizada por “la elección de los hotentotes”- a su compromiso
creciente con el parlamentarismo:

Ustedes se han vuelto ahora una máquina electoral y contable, un partido


de cajas registradoras y bancas parlamentarias. Quieren conquistar el
mundo mediante votaciones. Pero les pregunto: cuando los soldados
alemanes sean enviados a restablecer el trono del zar en Rusia, cuando
Prusia y Francia ataquen a los proletarios, ¿qué harán? Por favor, no
contesten con metafísica y dialéctica, sino abierta y claramente,
prácticamente y tácticamente, ¿qué harán? (Hervé en Riddell (ed.) 1984,
24).

Hervé continuó: “Hoy, Bebel se pasó del lado de los revisionistas cuando
nos dijo: '¡Proletarios de todos los países, mátense unos a otros!' [Gran conmoción]”
(en Riddell (ed.), 1984, 28).
Hervé contribuyó con una retórica ostentosa al Congreso de Stuttgart. Los
términos en que se dio la disputa permitieron que delegados generalmente
identificados con posiciones bien a la izquierda de la Internacional, tales como
Luxemburg y Lenin, pudieran producir una resolución “intermedia” entre la
posición afín al sindicalismo revolucionario de Hervé y la posición defensista de
Bebel. La misma comenzaba adhiriendo a “las resoluciones adoptadas por los
congresos internacionales anteriores contra el militarismo y el imperialismo”. La
unánime resolución final también ignoraba la distinción de Bebel entre guerras
“ofensivas” y “defensivas”, declarando que “en caso de que estalle la guerra”, los
socialistas estaban obligados “a intervenir por su rápida culminación y a luchar
con todas sus fuerzas para utilizar la crisis económica y política creada por la
guerra para incitar al levantamiento de las masas y así acelerar la caída de la clase
capitalista dirigente” (Resolución en Joll 1974, 206-8). En su informe a los lectores
rusos, Lenin enfatizó esta última disposición, comentando que Hervé había
olvidado la obligación del proletariado de tomar las armas en el evento de una
guerra revolucionaria: “No se trata de impedir únicamente el desencadenamiento
de la guerra, sino de aprovechar la crisis provocada por ella para acelerar el
derrocamiento de la burguesía” (Lenin 1907, 80). Esta fue la primera formulación
de lo que más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió en la idea
central de la izquierda de Zimmerwald: convertir la guerra imperialista en un
levantamiento revolucionario.102

102 Para una historia de la izquierda de Zimmerwald y de esta idea, ver Craig Nation (1989).

224
Militarismo, defensa nacional y colonialismoen Essen
(septiembre de 1907)

A pesar de las decisiones tomadas en Stuttgart, la disputa sobre el


militarismo y la defensa nacional reapareció poco tiempo después en el congreso
del SPD llevado a cabo en Essen, del 15 al 21 de septiembre de 1907. El evento
tuvo lugar en el contexto del juicio inminente contra Liebknecht por las
afirmaciones contenidas en su folleto Militarismo y antimilitarismo.103
El foco de la renovada disputa fueron ciertos discursos defensistas y
patrióticos pronunciados en el Parlamento por Bebel y un joven diputado, Gustav
Noske. En una de las primeras rondas de debate sobre el tema, el 7 de marzo de
1904, Bebel había declarado en el Reichstag que, si Alemania era atacada,
“nosotros, todos, hasta el último hombre (…) estaremos listos para defender
nuestro suelo alemán, no por vuestro bien sino por el nuestro y, si es necesario, a
pesar de ustedes. Vivimos y luchamos en este suelo, por esta patria, que es tan
nuestra, incluso más nuestra, que de ustedes”.104
Antes del Congreso de Essen del SPD, Gustav Noske había pronunciado
un discurso similar en el Reichstag, el 25 de abril de 1907, cuando se debatía el
presupuesto militar de Alemania. Noske, quien, en 1919, siendo funcionario de
gobierno, sería responsable de los asesinatos de sus ex-compañeros de partido
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg a manos de los “cuerpos libres”paramilitares
de la derecha (Freikorps), Noske negó la idea común de que los representantes del
SPD eran “vagabundos sin patria”, agregando que la posición del partido sobre el
militarismo estaba “condicionada por nuestra aceptación del principio de
nacionalidad”. Debido a su apoyo a la independencia de cada nación, los
socialdemócratas lucharían en caso de un ataque contra Alemania “con la misma
determinación que cualquier caballero sentado a la derecha del Reichstag”. En ese
sentido, Noske planteó: “Deseamos que Alemania sea capaz de defenderse [de
estar armada, wehrhaft] tanto como sea posible, deseamos que el pueblo alemán
tenga interés en la institución militar, que es necesaria para la defensa de nuestra
patria". Pero esto sólo podría lograrse si el gobierno “trabajase con la
socialdemocracia” para hacer de Alemania un país donde fuera más fácil vivir, un
país más libre y culturalmente grande (Schorske 1955, 77).
El ala izquierda del Partido enfáticamente rechazó la actitud patriótica de
Noske y Bebel. Paul Lensch, editor del periódico Leipziger Volkszeitung, argumentó
que el planteo de Bebel en favor de la defensa nacional era “correcto cincuenta
años atrás, pero hoy es absolutamente falso”, porque la situación política
internacional había cambiado completamente:

103 El juicio contra Liebknecht comenzó el 9 de octubre de 1907 y duró tres días: la Corte
Suprema Imperial lo encontró culpable de abogar por la abolición del ejército permanente
y lo sentenció a 18 meses de prisión por alta traición.
104 Discurso de August Bebel en el Reichstag del 7 de marzo de 1904. Reichstag, 1904,

Stenografgphische Berichte über die Verhandlungen des Reichstags. XI. Legislaturperiode. I. Session, erster
Sessionsabschnitt, 1903/1904, Zweiter Band, pág. 1588C (para el discurso completo de Bebel
ver págs. 1583C-1592A).

225
Mientras tanto, un evento ha ocurrido (…) la Revolución Rusa [de 1905].
Como resultado de la misma, el zarismo ruso ha sido eliminado como
archienemigo, como un enemigo real; yace hecho trizas en el suelo (…)
Dada esta situación diferente, la protesta más aguda debe ser dirigida
contra estos puntos de vista, que son hoy tan reaccionarios como antes
fueron revolucionarios (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 233).

Karl Liebknecht también atribuyó los puntos de vista de Noske y Bebel al


“efecto depresivo de los resultados electorales”, argumentando que “Noske ha
sido fuertemente arrastrado por el alboroto nacionalista de la campaña electoral”.
Liebknecht se maravillaba por el hecho de que el discurso de Noske no contuviera
“una sola sílaba sobre la solidaridad internacional, ¡como si las tareas de la
socialdemocracia acabaran en las fronteras alemanas!” (Sozialdemokratische Partei
Deutschlands 1907, 246-7). En su propio discurso en Essen, Bebel respaldó a
Noske: “sería muy triste si hoy, cuando más y más grandes círculos de personas
están interesadas en la política de todos los días, no pudiéramos juzgar en cada
caso en particular si estamos enfrentando una guerra de agresión o no”. Bebel
repitió que él estaba listo para “ponerse el fusil al hombro” si estallaba una guerra
con Rusia, “el enemigo de toda la cultura y de todos los oprimidos, no sólo en su
propio país, sino también el enemigo más peligroso de Europa, y especialmente
de nosotros, los alemanes” (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 254-5).
El principal crítico de Bebel en Essen fue Kautsky, cuyo discurso Trotsky
citó favorablemente, luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en su obra
La guerra y la Internacional (Trotsky 1918, 149-50). Kautsky desechó la cuestión de
guerra ofensiva y defensiva:

Pensemos en Marruecos, por ejemplo. Ayer, el gobierno alemán fue


ofensivo, mañana lo será el gobierno francés, y no podemos saber si
pasado mañana lo será el gobierno inglés. Eso cambia constantemente.
Marruecos, sin embargo, no vale la sangre de un solo proletario. Si
estallara la guerra en Marruecos, deberíamos rechazarla de plano, incluso
si fuéramos atacados. De hecho, una guerra no sería una cuestión
nacional para nosotros sino internacional, porque una guerra entre
grandes potencias se volvería una guerra mundial, implicaría a toda
Europa y no sólo a dos países. Algún día, el gobierno alemán podría
hacer creer a los proletarios alemanes que están siendo atacados; el
gobierno francés podría hacer lo mismo con los proletarios franceses, y
tendríamos entonces una guerra en la cual los trabajadores franceses y
alemanes seguirían a sus respectivos gobiernos con igual entusiasmo (…)
Eso debe ser evitado, y será evitado si no adoptamos el criterio de la
guerra ofensiva, sino el de los intereses del proletariado, que al mismo
tiempo son intereses internacionales... Los trabajadores alemanes están
unidos con los trabajadores franceses, y no con los belicistas alemanes y
los Junker.105

105 Sozialdemokratische Partei Deutschlands (1907, 261-2). En una carta escrita el 25 de


septiembre de 1909 al escritor socialista americano Upton Sinclair en un inglés más bien

226
El Congreso de Essen del Partido Socialdemócrata alemán mostró que la
resolución adoptada unánimemente en Stuttgart sobre el militarismo no había
zanjado la cuestión. Esto era igualmente cierto sobre otro de los grandes temas
debatidos en Stuttgart, el colonialismo y su relación con el socialismo y el
imperialismo. En Essen, Paul Singer informó sobre el Congreso Internacional de
Stuttgart y trató de minimizar las diferencias expresadas allí sobre la política
colonial socialista como meramente “una disputa verbal” (Sozialdemokratische Partei
Deutschlands 1907, 266-7). August Bebel también intentó cubrir el rastro de la
mayoría de la delegación alemana en Stuttgart, afirmando que “sobre esta cuestión
no puede haber diferencias serias” y que “la lucha sobre si es posible una política
colonial socialista es una lucha totalmente improductiva que no vale el tiempo y
el papel gastados en ella”. (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 271-2).
Heinrich Laufenberg señaló que había “una clara contradicción entre la
resolución de la mayoría [del SPD] en Stuttgart y la resolución finalmente
adoptada”. (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 281-2). Karl Liebknecht
planteó:

Queremos llevar adelante una política de civilización, ¡de cultura! El lema


“política colonial socialista” es una contradicción en los términos,
porque la palabra “colonia” ya incluye el concepto de “tutelaje”,
“dominación” y “dependencia”.
Que la cuestión en discusión no es un debate filológico, que la expresión
“política colonial” fue expresada en ese sentido por el mayor defensor
de la resolución, van Kol, queda demostrado por el énfasis en la
necesidad de tratar a los pueblos en un estadio más bajo de desarrollo
como niños de ser necesario, y, de hecho, confrontarlos con la fuerza de
las armas. Por lo tanto, no fue sólo un forcejeo de palabras, sino un serio
y sincero debate (Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1907, 282-3).

Cuando Karl Kautsky se sumó al debate, reiteró su oposición a una política


colonial socialista: la idea de que era “necesario que los pueblos con una cultura
más avanzada ejercieran control sobre los menos avanzados” contradecía el
compromiso del SPD con “la independencia de los pueblos” (Sozialdemokratische
Partei Deutschlands 1907, 282-3).
Tanto respecto al problema militar como a la cuestión colonial, las
diferencias quedaron planteadas, pero no hubo ganadores ni perdedores. El
Congreso de Essen simplemente ratificó las resoluciones que había adoptado el
Congreso de la Internacional en Stuttgart. Si bien estas podían ser insatisfactorias
para los revisionistas, y, parcialmente, para la dirección del partido, nadie

torpe, Kautsky dijo más: “Puedes estar seguro que nunca llegará el día en que los socialistas
alemanes pedirán a sus seguidores que tomen las armas por su madre patria... Si hubiera
guerra hoy, no sería una guerra por la defensa de la patria, sería por propósitos imperialistas,
y una guerra así encontrará al total del Partido Socialista de Alemania en vigorosa
oposición. Eso podemos prometer. Pero no podemos ir demasiado lejos y prometer que
esa oposición tomará la forma de una insurrección o de una huelga general, si es necesario,
ni podemos prometer que nuestra oposición será tan fuerte como para prevenir la guerra”
(Kautsky citado en Steinberg 1972, 26).

227
cuestionó su adopción como resoluciones de compromiso (Schorske 1955, 87).

El folleto “Socialismo y política colonial”, de Kautsky,


y la crítica de Bernstein

Los capítulos finales de la disputa de Essen sobre el colonialismo fueron


escritos en un nuevo choque entre Kautsky y Bernstein. Kautsky desencadenó el
intercambio con su panfleto “Socialismo y política colonial”, publicado en
septiembre de 1907 en una gran edición de 11.000 copias. El folleto fue escrito
inmediatamente luego de Stuttgart, con la intención de que apareciera antes de
que el SPD retornara a las discusiones en Essen, pero finalmente se publicó más
tarde. Kautsky utilizó este ensayo para explicar en mayor detalle la posibilidad de
que los pueblos coloniales se saltearan etapas históricas. Planteaba la cuestión de
la siguiente manera: “¿Desean van Kol y David asegurar que todos los pueblos
arribaron a su estadio de desarrollo presente por el mismo camino y que tuvieron
que pasar por todos los mismos estadios tempranos de desarrollo que otras
naciones igualmente desarrolladas o más altamente desarrolladas?” (Kautsky
1907a, 56).

La política colonial actual, que depende de la exportación de


capital, se distingue por el hecho de que lleva la explotación
capitalista y la producción capitalista a todas las colonias sin
importar su nivel de desarrollo. Por lo tanto, puede afirmarse que
no hay una colonia que no se saltee uno o más estadios de
desarrollo (Kautsky 1907a, 57).

Kautsky añadía que las naciones atrasadas siempre habían aprendido de


las más avanzadas, y que usualmente habían “sido capaces de saltearse de golpe
varios estadios de desarrollo que habían sido escalados con cansancio por sus
predecesores”. De ese modo, con infinitas variaciones se erigía el desarrollo en
las diferentes naciones, “y estas variaciones se acrecientan aún más a medida que
disminuye el aislamiento entre las naciones individuales, a medida que se
desarrolla el comercio mundial, y que nos acercamos así a la era moderna”
(Kautsky 1907a, 58). Se desprendía de esto que “extender el capitalismo en los
países atrasados definitivamente no es un requerimiento para la expansión y la
victoria del socialismo” (Kautsky 1907a, 59).106 Argumentar lo contrario era
meramente suscribir al tipo de “orgullo y megalomanía” de los europeos, que
dividía “a la humanidad en razas inferiores y superiores” (Kautsky 1907a, 46).
Luego de repetir su problemática distinción entre colonialismo de
asentamiento progresivo (“colonias de trabajo”) en áreas templadas y la mera
ocupación (“colonias de explotación”) en áreas tropicales y subtropicales,
Kautsky atacó explícitamente a la “idea imperialista” de “crear un Imperio,
autosuficiente económicamente, suficientemente amplio para ser capaz de

106León Trotsky y Parvus ya habían adquirido fama y notoriedad en Rusia por la teoría de
la revolución permanente. Kautsky también había contribuido a este debate, y sus
posiciones al respecto pueden verse como antecedentes de este planteo (ver Day y Gaido
2009).

228
producir todas sus materias primas y vender todos sus productos industriales en
sus propios mercados, de modo de ser absolutamente independiente”. Esta
ambición “había surgido simultáneamente con la aparición de los cárteles, las
nuevas tarifas proteccionistas, la combinación de militarismo y carrera
armamentista naval, y la nueva era colonial desde 1880”.

[Es] el fruto de la misma situación económica que ha transformado


crecientemente al capitalismo de un medio para desarrollar la mayor
productividad del trabajo a un medio para limitar este desarrollo.
Mientras más crecen las barreras tarifarias entre los Estados capitalistas
individuales, más siente cada uno de ellos la necesidad de asegurarse un
mercado del cual nadie lo pueda excluir y del cual obtener suministros
de materia prima que nadie pueda suspender (Kautsky 1907a, 65).

De allí la incesante “ansia de expansión colonial de los grandes Estados”,


la acelerada carrera armamentista y “el peligro de una guerra mundial” (Kautsky
1907a, 66).
Kautsky rastreó la cruzada por las colonias hasta la década de 1880, cuando
el modo capitalista de producción “parecía haber alcanzado el límite de su
capacidad de expansión” (Kautsky 1907a, 35). Pero los capitalistas habían
encontrado nuevos recursos para prolongar su dominio. El primero era limitar la
competencia extranjera mediante tarifas proteccionistas y la eliminación de la
competencia interna mediante el establecimiento de cárteles y de los trusts
(conglomerados empresariales). El segundo era deshacerse de la producción
excedente mediante el consumo improductivo del Estado, a través del
militarismo. El tercero era exportar capital a países agrícolas atrasados,
particularmente a las colonias. “En otras palabras, los capitalistas no exportan sus
productos como mercancías a la venta (…) sino como capital para la explotación de
los países extranjeros” (Kautsky 1907a, 39).
En este marco, Kautsky sostenía que los socialistas “deben apoyar con
igual entusiasmo todos los movimientos independentistas de los nativos de las
colonias. Nuestro objetivo debe ser: la emancipación de las colonias; la
independencia de las naciones que las habitan” (Kautsky 1907a, 45).
Kautsky señalaba que este objetivo no podía ser logrado en el corto plazo.
La tarea era rechazar nuevas conquistas coloniales y:

trabajar celosamente para incrementar el autogobierno de los nativos.


Los levantamientos de los nativos para expulsar a la dominación
extranjera siempre contarán con la simpatía de los luchadores
proletarios. Pero el poderío armamentista de las naciones capitalistas es
tan inmenso que no puede esperarse que ninguno de estos
levantamientos llegue ni cerca de su objetivo (…) por más
profundamente que simpaticemos con los rebeldes, la socialdemocracia
no puede incentivarlos, así como no apoya golpes de Estado proletarios
inútiles en la propia Europa (Kautsky 1907a, 76).

229
Cuando Kautsky reiteró estos puntos de vista en otro artículo en Vorwärts
(Kautsky 1907b), Eduard Bernstein respondió con su artículo “La cuestión
colonial y la lucha de clases” (Bernstein 1907). Repetía su tradicional concepción
del colonialismo:

la cuestión colonial es una cuestión humana y cultural de primer orden.


Es la cuestión de la extensión de la cultura y, mientras existan grandes
diferencias culturales, es una cuestión de la propagación, o más bien la
afirmación, de la cultura más elevada. Porque tarde o temprano,
inevitablemente sucederá que las culturas altas y bajas chocarán, y con
respecto a este choque, a esta lucha por la existencia entre culturas, la
política colonial de los pueblos civilizados debe ser considerada un
proceso histórico. El hecho de que usualmente se lleve adelante por
otros motivos, con medios y en formas que nosotros, los
socialdemócratas, condenamos, puede llevarnos a rechazarla y pelear en
contra de ella en casos específicos, pero esto no puede ser motivo para
cambiar nuestra opinión sobre la necesidad histórica del colonialismo
(Bernstein 1907, 989).

El imperialismo desde otro punto de vista: la cuestión nacional

Los intentos por conceptualizar el imperialismo partieron desde distintos


problemas. Los debates que hemos visto hasta ahora estaban relacionados con
identificar las tendencias de la economía política contemporánea que daban lugar
al imperialismo o, en el plano político, con los aspectos del problema asociados a
las consecuencias internas y externas del imperialismo sobre las principales
potencias imperialistas: las conquistas coloniales, el riesgo de guerra y la defensa
nacional.
No obstante, el imperialismo tiene también otra dimensión: el problema
de la opresión de algunas naciones sobre otras. La particular situación histórica
del momento, hizo que el debate sobre las nacionalidades surgiera, en un primer
momento, en dos partidos: las socialdemocracias austríaca y rusa. En estos países,
la existencia de grandes imperios con nacionalidades dominantes y numerosas
nacionalidades oprimidas generó el imperativo de posicionarse tempranamente
frente a estas realidades. Estos antecedentes fueron fundamentales como base del
posicionamiento de algunos de los principales intelectuales de estos partidos
sobre el imperialismo. Pasamos a revisar brevemente esta historia previa.
El Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Austria
(Sozialdemokratische Arbeiterpartei, SDAP), fue fundado en 1889 bajo el liderazgo de
Víctor Adler. En su congreso de Viena de 1897, el Partido se transformó en una
federación, una “pequeña internacional”, como la llamó Adler, que agrupaba en
un Partido Pan-Austríaco a partidos organizados separadamente por
nacionalidad: austro-alemanes, checos, polacos, italianos y eslavos del sur.
Posteriormente, se sumó un partido ruteno. En su programa de Brno (Brünn), de
septiembre de 1899, el SDAP adoptó un programa nacional basado en la idea de
que Austria debía reorganizarse federalmente en base a unidades territoriales por
lengua mayoritaria. Una corriente inicialmente minoritaria del partido, de la que

230
participaban intelectuales austro-marxistas como Karl Renner y Otto Bauer,
postulaba una reorganización de Austria en base a la “autonomía cultural
extraterritorial”. Esto era el proyecto de crear organismos por cada nacionalidad
del Imperio, que no se basaran en ningún territorio particular y se encargaran de
administrar las instituciones culturales y educativas de cada pueblo a nivel pan-
austríaco. Luego de que el sufragio general masculino fuera obtenido en Austria
en 1907, como derivado de un movimiento de lucha por el sufragio inspirado en
la Revolución Rusa de 1905, los socialdemócratas lograron un éxito electoral
significativo: En las elecciones para el Parlamento, el SDAP ganó 87 de 516
bancas, convirtiéndose en la segunda partido con más diputados en el parlamento.
Posteriormente, el partido se vio sacudido por tensiones entre sus distintos
componentes nacionales, y su posición favorable a la reforma del Estado
austríaco, antes que a la autodeterminación y el derecho a la secesión de las
naciones que vivían allí, se vio cuestionada luego de la anexión de las provincias
de Bosnia y Herzegovina por parte de Austria en 1908.107
El imperio plurinacional de la Rusia zarista enfrentaba los mismos
problemas nacionales que Austria-Hungría, sólo que multiplicados varias veces.
La socialdemocracia rusa se había posicionado tempranamente frente a la cuestión
nacional, en base a dos principios: el sostenimiento del derecho a la
autodeterminación de las naciones oprimidas, incluyendo a separarse y a formar
su propio Estado, y la necesidad de organizar partidos únicos por Estado, sin
distinción por nacionalidad entre sus miembros. No obstante, la realidad en el
terreno era más complicada, puesto que el partido había surgido de la unión de
distintas organizaciones socialdemócratas, algunas de ellas organizadas sobre una
base nacional. Entre ellas estaba el Bund, que aspiraba al derecho de organizar en
forma exclusiva a los judíos de Rusia en una organización que desarrollaba su
actividad política principalmente en lengua Yiddish. El Bund fue influenciado por
las teorías austro-marxistas en favor de la autonomía nacional y la organización
partidaria federal, entrando en un prolongado conflicto con Lenin y los
bolcheviques. A su vez, estos fueron atacados por izquierda por otro sector: la
socialdemocracia polaca, liderada desde el exilio por Rosa Luxemburg, se oponía
a la consigna de la autodeterminación nacional, considerando que la misma
entraba en contradicción con el internacionalismo socialdemócrata y que ya no
tenía sentido sostenerla en una época donde habían terminado las revoluciones
burguesas y se desarrollaba el imperialismo. En tal época, sostenían que ya no
había reclamos nacionales que pudieran considerarse progresivos. 108
Estas tres posiciones, el anti-nacionalismo intransigente de Luxemburg, la
postura favorable al derecho a la autodeterminación, incluyendo la secesión,
propia de los bolcheviques, y la postura austro-marxista en favor de la autonomía
nacional cultural fueron las principales sobre el problema nacional en la Segunda
Internacional. Como veremos, condicionaron distintos miradas sobre las
consecuencias políticas del imperialismo.

107 Hemos estudiado en detalle el abordaje de la cuestión nacional por parte de la


socialdemocracia austríaca en Quiroga (2019).
108 Un acercamiento a estos debates puede verse en Quiroga y Massó (2017).

231
Una digresión teórica: Marx sobre la acumulación de capital,
las crisis y los mercados extranjeros

La nacionalidad y la cultura, clase y civilización, militarismo y autodefensa,


subconsumo y exportaciones de capital -todos estos temas reaparecían
continuamente en los primeros intentos de la socialdemocracia por conceptualizar
las causas y consecuencias del imperialismo. Sin abandonar estos temas, en las
obras teóricas más profundas se fue consolidando una tendencia a darle prioridad
a ciertas tendencias de la economía política de la época como fundamento último
del imperialismo. Normalmente, para la socialdemocracia, esto implicaba
reinterpretar las cuestiones inmediatas con referencia a la teoría económica de
Marx y, en particular, a los análisis contenidos en El capital. Marx nunca escribió
su proyectado volumen sobre la economía mundial, pero El capital tenía mucho
que decir sobre las crisis económicas cíclicas y Marx explícitamente relacionó en
el Volumen III la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con las tendencias
compensatorias surgidas del mercado extranjero y de la exportación de capital a
las colonias. La dificultad estaba en que El capital en sí mismo dejaba lugar a
interpretaciones rivales. Antes de continuar nuestra exposición sobre los debates
en la socialdemocracia acerca del imperialismo, será necesario, por lo tanto, revisar
brevemente las ideas del propio Marx sobre la reproducción del capital, que se
volvieron en poco tiempo uno de los focos principales de controversia entre las
teorías de Kautsky, Bauer, Hilferding, Luxemburg, Lenin y Bujarin.
Desde el inicio, la cuestión del imperialismo había sido relacionada
periódicamente con las convicciones acerca de la imposibilidad del capitalismo de
crear suficientes mercados para absorber el total de la producción. Este era el
punto de vista de Wilhelm Liebknecht en 1885, cuando denunció los intentos
capitalistas de exportar la “cuestión social”; del banquero norteamericano Conant
en 1898, cuando festejó el expansionismo norteamericano; etc. Para muchos
lectores de El capital, parecía que Marx asociaba las crisis periódicas del
capitalismo con el subconsumo de la clase obrera. De hecho, Marx le dio cierta
credibilidad a esta idea. En el Volumen III de El capital escribió que “La razón
última de todas las crisis reales siempre sigue siendo la pobreza y la restricción del
consumo de las masas” (Marx 2008c, 623). Sin embargo, en el Volumen II,
desechaba las teorías del subconsumo de la siguiente manera:

Decir que las crisis provienen (…) de la carencia de consumidores


solventes, es incurrir en una tautología cabal (...) Pero si se quiere dar a
esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que
la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto
y que, por ende, el mal se remediaría no bien recibiera aquélla una
fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues,
bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por
un período en que el salario sube de manera general (…) Desde el punto
de vista de estos caballeros del "sencillo"(!) sentido común, esos
períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues, que la
producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena
o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa

232
prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las
tormentas, anunciadora de la crisis (Marx 2008b, 502).

¿Cómo pudo Marx argumentar que un achicamiento de los mercados era


“la razón última” de las crisis y simultáneamente afirmar que las teorías del
subconsumo eran tautológicas? La aparente inconsistencia surgía del hecho de
que la contradicción entre producción y consumo era expresión de un problema
más general de “desproporciones” en la reproducción expandida del capital. Marx
vio variar en el tiempo la capacidad absorbente de los mercados: los capitalistas
achicaban el mercado cuando despedían trabajadores y reducían salarios en una
crisis cíclica; creaban un mercado cuando retomaban la inversión, expandían la
producción y empleaban más trabajadores. La creación de mercados y la
destrucción de mercados eran tendencias dialécticamente opuestas en el ciclo
económico capitalista.
En el pico de una expansión cíclica, la falta de mano de obra creaba lo que
Marx llamó “una desproporción entre el capital y la fuerza de trabajo explotable”
(Marx 2008a, 769). Salarios temporalmente altos significaban que los obreros de
hecho recibían “una porción mayor de la parte del producto anual destinada al
consumo”, pero esto ocurría justamente en el momento en que la caída de la
inversión iba a precipitar otra crisis. El resultado final debía ser el desempleo
masivo y el consecuente consumo restringido de las masas. Marx creía que, en
una sociedad capitalista, donde la inversión no puede ser coordinada de antemano
y en la cual la racionalidad social se hace valer únicamente a posteriori, “pueden y
tienen que producirse sin cesar grandes perturbaciones” (Marx 2008b, 385). La
regulación espontánea mediante “la ley del valor” significaba que “dentro de la
producción capitalista, la proporcionalidad entre los diversos ramos de la
producción se establece como un proceso constante a partir de la
desproporcionalidad” (Marx 2008c, 329-30).
Marx consideraba al ciclo económico como la característica distintiva del
capitalismo comparado con todos los modos de producción anteriores. Para
rastrear los requerimientos de proporcionalidad y los orígenes de la
desproporción, en el Volumen II de El capital, Marx dividió el total de la
producción en dos sectores, uno que produce los medios de producción, el otro,
bienes de consumo. Mediante la coherente colocación de inversión en ambos
sectores, los “esquemas de reproducción” mostraban la posibilidad abstracta de
que la acumulación capitalista continuara sin crisis cíclicas.
Los esquemas de reproducción eran un modelo abstracto de capitalismo
puro, que omitían cualquier referencia a la producción no capitalista y a los
mercados extranjeros. La preocupación de Marx era establecer las condiciones
necesarias para la expansión capitalista libre de crisis a fin de, por inferencia, ver
más claramente las causas potenciales de las crisis periódicas. Para algunos
lectores, como Eduard Bernstein, la explicación de Marx de las leyes del
capitalismo parecía haber demostrado la posibilidad de superar las
contradicciones inherentes del sistema. “En la sociedad moderna -declaraba
Bernstein-, nuestra comprensión de las leyes del desarrollo, y particularmente del
desarrollo económico, está creciendo. Este conocimiento está acompañado... por
una habilidad creciente para dirigir el desarrollo económico” (Bernstein 1993, 18-

233
19).
Los lectores más atentos de Marx eran menos optimistas, y desde 1905
hasta 1913, en los trabajos de Otto Bauer y luego de Hilferding y Luxemburg, los
esquemas de reproducción aparecieron de forma destacada en los debates
económicos cada vez más complejos que trataban el rol del imperialismo como
una respuesta a la tendencia del capitalismo a las crisis. Como veremos,
Luxemburg creía que el capitalismo sufría de un problema crónico de mercados que
sólo podía ser mitigado mediante la conquista continua de nuevos mercados en
regiones precapitalistas. Bauer y Hilferding, por el contrario, relacionaban las
exportaciones de mercancías y de capital “excedente” con intentos por moderar
el ciclo económico y rectificar la tendencia secular hacia una tasa decreciente de
ganancia.

Otto Bauer: austromarxismo e imperialismo

Entre los austromarxistas, Otto Bauer fue uno de los primeros en ofrecer
una descripción lúcida del imperialismo, abordando el problema tanto desde el
punto de vista de la economía política como desde el tema de la opresión nacional.
En 1905, cinco años antes de la publicación de Capital financiero, de Hilferding,
Bauer escribió un artículo sobre “La política colonial y los trabajadores”. Según
Bauer, algunas personas sostenían “que la sociedad capitalista sería inviable sin la
continua expansión colonial. Ellos argumentaban que el problema del capitalismo
era el subconsumo, [es decir] la incapacidad de las masas de consumir los bienes
que producían, y que la sociedad capitalista iba a superar sus contradicciones
internas sólo mediante la apertura de nuevos mercados”. Bauer respondió que
este argumento estaba “básicamente errado”. La sobreproducción se originaba
“en el hecho de que cada incremento de la productividad del trabajo bajo el
capitalismo conduce al desplazamiento de la mano de obra, a la eliminación del
trabajo humano de la producción”. El consumo caía con el desempleo, pero Bauer
agregaba que ningún trabajador ni ninguna inversión de capital se mantenían
ociosos indefinidamente: la reducción de salarios durante una crisis llevaba a los
obreros desempleados de vuelta a la producción, al mismo tiempo que la caída de
precios forzaba a los capitalistas a renovar los medios de producción a través de
nuevas inversiones, las cuales eran, a su vez, facilitadas por las decrecientes tasas
de interés. De esto se desprendía que la expansión colonial no era “de ningún
modo una necesidad absoluta de la producción capitalista; el subconsumo
periódico se superaría incluso sin ella”. La necesidad real de nuevos mercados
surgía de la posibilidad que ofrecían las colonias de “eludir la caída de la tasa de
ganancia y sobreponerse a las crisis parciales y generales con menos sacrificios”
(Bauer 1905, 415-16).
En La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia [1907], Bauer
profundizó la cuestión del “expansionismo capitalista” en el sexto capítulo
mediante la introducción del concepto de “capital financiero”. En El capital, Marx
había predicho que las crisis sucesivas conducirían a la concentración y a la
centralización del capital a medida que las pequeñas empresas fueran eliminadas.
Cuando el crecimiento económico se ralentizó en Europa durante el último cuarto
del siglo XIX, la concentración se aceleró con la formación de trusts y cárteles para

234
regular la producción y suprimir la competencia con la ayuda de tarifas
proteccionistas. Bernstein pensaba que estas nuevas formas de capitalismo
disminuían el peligro de crisis mediante el ajuste deliberado de la actividad
productiva a las necesidades del mercado (Bernstein 1993, 79-97). Bauer replicó
que, junto con la concentración industrial, se daba también “la centralización del
capital monetario en los principales bancos modernos” (Bauer 2000, 378). Como
la relación entre bancos e industria se estaba volviendo “cada vez más íntima”,
tenían un interés común en expandir la producción lo más posible, escudados en
las tarifas proteccionistas. Luego utilizaban los elevados precios locales para
subsidiar el “dumping” (venta a pérdida) de mercancías industriales en el
extranjero para ganar nuevos mercados de venta de bienes e inversión de capital
en las colonias (Bauer 2000, 392).
Dado el contexto plurinacional de Austria-Hungría, Bauer también
relacionó estos cambios económicos con una transformación en el discurso
político sobre el rol de las instituciones estatales. “Los liberales cosmopolitas”,
quienes anteriormente abogaban por el libre mercado, estaban convirtiéndose
ahora en “imperialistas nacionales”, comprometidos con reemplazar “el viejo
principio burgués de la nacionalidad” por un nuevo principio nacional-
imperialista en la formación del Estado. En estas circunstancias, la voluntad del
Poder Ejecutivo se había extendido a expensas del Legislativo; “la forma ideal de
ejército imperialista” se había vuelto “un ejército de mercenarios” (Bauer 2000,
390) y la ideología del imperialismo, una creciente glorificación “del poder, del
orgullo del amo, la idea del derecho de una cultura superior” (Bauer 2000, 391),
todo lo cual apuntaba a una “futura guerra mundial imperialista” (Bauer 2000,
405). Bauer establecía una interesante relación entre la opresión a los pueblos
coloniales de ultramar con la opresión nacional en los viejos imperios de Europa:

Ya no es más la libertad, la unidad y la independencia del Estado de cada


nación el ideal del capitalismo actual, sino el sojuzgamiento de millones
de miembros de pueblos extranjeros bajo el dominio de la nación propia.
Se acabó el tiempo del pacífico intercambio de mercancías entre las
naciones, en cambio, cada nación debe armarse hasta los dientes de
modo de ser capaz de mantener la opresión de los pueblos de manera
constante y alejar a los rivales de su esfera de explotación. Esta completa
transformación de la conformación del Estado dentro de la sociedad
capitalista nace en última instancia del hecho de que, con la
concentración del capital, los métodos de la economía capitalista han
cambiado (…) La idea de unidad de la nación propia y su dominación
de pueblos extranjeros al servicio de las ansias de los industriales por
ganancias de cártel [es decir, monopolísticas], al servicio del capital
financiero, deseoso de las ganancias extraordinarias que se pueden
obtener en las jóvenes tierras extranjeras, al servicio de los corredores de
bolsa hambrientos de especulación: éste es “el principio de nacionalidad
del imperialismo” (Bauer 2000, 380-1, 395).

La respuesta correcta era reconciliar a las minorías nacionales a través del


principio de autonomía cultural. “El objetivo primario de los trabajadores de

235
todas las naciones de Austria” no podía ser “la realización de la nación-Estado [es
decir, la independencia de cada nación], sino sólo (...) la autonomía nacional
dentro del marco del Estado” (Bauer 2000, 404).

La publicación de El Camino al Poder de Kautsky y el imperialismo


(1909)

Para principios de 1909, Kautsky había completado lo que llegó a ser uno
de sus trabajos más importantes, el libro titulado El Camino al Poder. El libro
planteaba una mirada sobre estrategia política en una situación de cierto
estancamiento político y desencanto para la socialdemocracia. La dirección del
partido vio las ideas que contenía como algo extremadamente radical, al punto
que intentó impedir su distribución cuando ya estaba impreso. Sólo después de
largas negociaciones Kautsky consiguió que no se censurara (Waldenberg 1980,
313-6).
En términos de estrategia, el planteo de la obra era el siguiente. Kautsky
se oponía resueltamente a cualquier posibilidad de coalición gubernamental con
un partido burgués. Lejos de verificarse, como sostenían los revisionistas, un
aminoramiento de las contradicciones de clase, había una creciente polarización
que transformaba a la revolución en una perspectiva cercana. Kautsky repetía una
vieja convicción de que el proletariado no tenía que priorizar los métodos legales
o ilegales de lucha por sí mismos, sino que eso dependía de las circunstancias. En
la situación en que se encontraba Alemania, consideraba prioritaria la lucha por el
sufragio universal en todo el Imperio y citaba como una posibilidad el uso de la
huelga de masas con este propósito. Pero incluso la obtención de reformas que
los revisionistas buscaban entraba en contradicción con el enorme gasto
armamentista que generaba el imperialismo. Los revisionistas se decían partidarios
de la paz, pero si los revisionistas querían apoyar la política colonial, tenían
también que apoyar la carrera armamentista, “porque sería absurdo proponerse
un fin y rechazar los medios necesarios para alcanzarlo” (Kautsky 1978, 245-6). A
continuación, Kautsky atacaba a los revisionistas por su asociación con las ideas
sobre la inferioridad racial o cultural de los pueblos coloniales:

La política colonial o imperialista reposa sobre la hipótesis de que los


pueblos de civilización europea son los únicos capaces de desarrollarse
espontáneamente. Los hombres de las demás razas pasan por niños,
idiotas o bestias de carga (…) Hasta hay socialistas que comparten este
modo de ver, puesto que quieren hacer política colonial, claro está que
de manera ética. Mas (…) el principio de igualdad de todos los hombres,
proclamado por nuestro partido, no es una simple frase sino un hecho
positivo. Es verdad que los pueblos extraños a la civilización europea se
han mostrado, durante estos últimos siglos, incapaces (…) de oponer
una resistencia durable; pero no hay que buscar la causa en una
inferioridad natural (…) los pueblos extraños a la civilización europea
son muy capaces de iniciarse en nuestra vida intelectual. Hasta ahora no
ha faltado a esos pueblos más que las condiciones materiales para
alcanzar dicho progreso. Durante mucho tiempo la expansión del

236
capitalismo casi no modificó ese estado de cosas (…) A este respecto se
produjo un cambio enorme en el período de la última generación y sobre
todo en los últimos veinte años (…) se vio a los países industriales
importar a los países bárbaros no únicamente productos sino, además, los
medios de producción y de transporte de la industria moderna (Kautsky 1978,
256).

A su vez, Kautsky analizaba las consecuencias políticas e ideológicas de


esta traslación, en un análisis que predijo el desarrollo de los movimientos de
liberación nacional en las colonias:

En tanto que se aclimataba el nuevo modo de producción introducido


por los europeos, se elevaban súbitamente al nivel del espíritu europeo
las facultades intelectuales de esos pueblos hasta entonces bárbaros. Sin
embargo (…) el despertar del espíritu europeo en los países orientales
no los hizo amigos de Europa, sino enemigos (…) En Asia y en África
se incuba por todas partes el espíritu de rebelión, al mismo tiempo que
se extiende el uso de nuestras armas y que aumenta la resistencia contra
la explotación europea. Es imposible trasplantar a un país la explotación
capitalista, sin sembrar en él el grano de la rebeldía contra esta
explotación (…) la revuelta dejará de ser pasajera para convertirse en
abierta y permanente, y los llevará por fin a sacudirse el yugo extranjero
(…) Combaten, pues, al mismo enemigo que el proletariado europeo
(…) No los lleva a la revuelta el deseo de asegurar al proletariado la
victoria sobre el capital, sino el de oponer al capitalismo extranjero un
capitalismo nacional. No debemos forjarnos ilusiones a este respecto
(…) Mas esto no impide que los nuevos competidores debiliten el
capitalismo europeo y sus gobiernos, y que aporten al mundo un
elemento de trastornos políticos (…) Oriente va a atravesar una era
análoga de revoluciones, una era de conspiraciones, de golpes de Estado,
de insurrecciones (…) que durarán hasta que esos países obtengan las
condiciones necesarias para un desenvolvimiento pacífico, y las garantías
de su independencia nacional (Kautsky 1978, 257-9).

Este pronóstico, hecho en 1909, es indistinguible de cualquier análisis de


Rosa Luxemburg u otros dirigentes radicales del partido. Esto es muy significativo
porque, apenas un año después, Kautsky comenzó a desviarse de este pronóstico,
relativizando el peligro de guerra y sus posibles consecuencias revolucionarias. A
su vez, el trabajo nombraba varias veces al imperialismo como una “política”. Si
bien en este momento esto no generó polémica, y era más o menos usual
intercambiar los términos de “política colonial”, “política mundial” e
“imperialismo”, entre otros, en los años posteriores se generó una diferencia de
interpretación importante con otros marxistas, que enfatizaron que el
imperialismo era una fase necesaria del capitalismo, antes que una política
contingente de los Estados burgueses.

237
El Capital Financiero de Rudolf Hilferding

En 1910 se publicó la obra monumental de Rudolf Hilferding El capital


financiero: un estudio de la última fase del desarrollo capitalista. Heinrich Cunow fue uno
de los muchos que aclamó la obra como “un valioso suplemento a los tres
volúmenes de El capital de Marx” (Cunow 1910). Kautsky fue aún más efusivos,
calificando al libro como el cuarto volumen faltante de El Capital que el mismo
Marx podría haber escrito si hubiera vivido para hacerlo (Kautsky 1911a).
Hilferding, nacido en Austria, comenzó colaborando con Kautsky en Die
neue Zeit en 1902. Durante los siguientes tres años, siguió adelante con su
profesión de médico mientras continuaba sus estudios teóricos en Viena. En
1906, Bebel lo convocó a Berlín para enseñar Economía política e Historia
económica en la escuela del SPD alemán. Durante su estadía en Berlín, Hilferding
estuvo inicialmente con el ala izquierda del Partido.
En El capital financiero, Hilferding desechó cualquier noción que explicara
el imperialismo en términos de subconsumo crónico. Como Marx, Hilferding
pensaba que el nivel de consumo estaba siempre determinado por cambios en la
producción: “ya que la recurrencia periódica de las crisis es un producto de la
sociedad capitalista, las causas deben residir en la naturaleza del capital”
(Hilferding 1981, 241). Hilferding comenzó su estudio de las nuevas formas del
capitalismo enfocándose sobre el tópico de Marx de la concentración y la
centralización del capital, finalizando con la aparición de enormes empresas en las
cuales el reemplazo de mano de obra por maquinaria inmovilizaba al capital por
un período de rotación continuamente más prolongado. Ya que el capital fijo no
podía ser rápidamente reasignado a otra rama de la producción en caso de caída
de precios, las grandes empresas se volvieron más dependientes de los bancos
para ajustarse a los cambios a corto plazo en el mercado, mientras que los bancos
a su vez protegían sus inversiones crecientes en la industria mediante la
colaboración en la formación de trusts y cárteles. Mientras más grandes los trusts y
los cárteles, mayores eran los requerimientos crediticios, haciendo que la
combinación industrial estimulara una centralización paralela del capital bancario
y la eventual fusión de los bancos con la industria. “Llamo (…) al capital
monetario que de hecho se transforma de este modo en capital industrial, capital
financiero (…) Una creciente proporción del capital utilizado en la industria es
capital financiero, capital a disposición de los bancos usado por los industriales”
(Hilferding 1981, 225).
Hilferding integró este análisis del capital financiero a la teoría de Marx del
ciclo económico, enfatizando cómo las variaciones cíclicas en la tasa de ganancia
reforzaban la tendencia hacia la concentración. En los esquemas de reproducción,
Marx había dividido el total de la economía en dos sectores, el primero de los
cuales produce los medios de producción y, el segundo, los bienes de consumo.
Siguiendo a Marx, Hilferding destacó que, durante una expansión cíclica, los
precios y las ganancias se elevaban más rápidamente en el sector I, ya que éste
respondía a la nueva demanda de inversiones. El alza en los precios de la
maquinaria y los materiales tendería entonces a reducir la tasa de ganancia en el
sector II. Inversamente, con una contracción cíclica, las ganancias caerían más
rápidamente en el sector I, a medida que los productores de industria pesada eran

238
forzados o bien a acumular stocks de mercancías o a recortar los precios. La
combinación industrial ofrecía un modo de estabilizar las ganancias para ambos
grupos. Durante una contracción, las empresas del sector I tenían un interés en
combinarse con las del sector II que usaban sus productos; durante una
expansión, las industrias livianas del sector II podían adquirir medios de
producción relativamente baratos si estaban amalgamadas con empresas de
abastecimiento: “Son, por ende, las diferencias en las tasas de ganancia lo que lleva
a las combinaciones. Una empresa integrada puede eliminar las fluctuaciones en
la tasa de ganancia” (Hilferding 1981, 195).
El capital financiero buscaba el control centralizado de los precios y de la
oferta. Mediante la restricción de la oferta en relación con la demanda, el capital
organizado podía aumentar artificialmente las ganancias de los miembros de los
cárteles a expensas de los negocios desorganizados; el plusvalor total sería
entonces redistribuido en beneficio de las empresas más grandes, con el resultado
de que “la ganancia del cártel” no representaba “sino una participación en, o
apropiación de, la ganancia de otras ramas de la industria” (Hilferding 1981, 203).
A sabiendas de que impulsarían la baja de su propia tasa de ganancia si expandían
su capacidad demasiado pronto, los cárteles enfrentaban limitaciones estrechas en
su actividad de inversión doméstica. Hilferding concluía que la expansión
imperialista no guardaba ninguna relación con un mercado local inadecuado en
forma crónica, sino que era el resultado de la búsqueda de una mayor tasa de
ganancia: “La premisa para la exportación de capital es la variación en las tasas de
ganancia” (Hilferding 1981, 315).
A pesar de que asociaba el imperialismo con cambios estructurales
orientados a sostener la tasa de ganancia del capital financiero, Hilferding también
siguió convencido de que Bernstein y los revisionistas estaban equivocados al
creer que nuevas instituciones podrían prevenir las crisis cíclicas. “Esta visión
ignora completamente la naturaleza inherente de las crisis. Sólo si la causa de las
crisis es vista simplemente como una sobreproducción de mercancías, resultante
de una falta de visión de conjunto del mercado, puede sostenerse que los cárteles
son capaces de eliminar las crisis mediante restricciones a la producción”
(Hilferding 1981, 295). En realidad, las crisis surgían de las desproporciones entre
industrias que Marx había descrito; y a pesar de su compromiso por regular la
producción, las nuevas formas organizacionales del capitalismo debían
inevitablemente colapsar en la competencia por el plusvalor.
Dada la alta composición orgánica del capital en las grandes empresas, o
su creciente dependencia de la maquinaria y de la tecnología por contraposición a
la mano de obra, cualquier caída en la producción también aumentaba
significativamente los costos de producción de cada mercancía en las grandes
compañías con costos fijos; los pequeños “forasteros”, con tecnología menos
avanzada, intervenían entonces para competir con, e incluso disolver, el cártel. El
resultado era que los cárteles no podían superar nunca la anarquía cíclica del
capitalismo. Ni prevenían las crisis ni aplacaban su severidad; sólo podían
“modificarlas” al transferir temporalmente el peso del ajuste a empresas no
organizadas. Bernstein y quienes, como él, pensaban que los ciclos económicos
desaparecerían, cometían el error lógico de confundir cantidad con calidad. Para
poner fin realmente a los ciclos y a las crisis capitalistas, era necesario nada menos

239
que un cartel único y universal que administrara la totalidad de la industria
capitalista en asociación con los grandes bancos.

La regulación parcial, que involucra la unificación de una rama de la


industria en un solo negocio, no tiene ninguna influencia sobre las
relaciones proporcionales en el total de la industria (...) La producción
planificada y la producción anárquica no son opuestos cuantitativos, de
modo que agregar más y más “planificación” no hará que surja de la
anarquía una organización consciente. (...) Quién ejerce este control (…)
es una cuestión de poder. En sí mismo, un cártel general que lleve
adelante el total de la producción, y así elimine las crisis, es
económicamente imaginable, pero en términos sociales y políticos
semejante arreglo es imposible, porque inevitablemente fracasaría ante
el conflicto de intereses, que se intensificaría hasta el extremo. Pero
esperar la abolición de las crisis de los cárteles individuales demuestra
lisa y llanamente una falta de comprensión de las causas de las crisis y de
la estructura del sistema capitalista (Hilferding 1981, 296-7).

Si la expansión de los cárteles era un proceso continuo, que obtenía nuevo


ímpetu con cada crisis cíclica, la cuestión de cuán lejos podría avanzar el proceso
debía eventualmente plantearse. Sobre este tema, Hilferding daba vuelo a su
imaginación.

Si ahora planteamos la cuestión de los límites reales de la cartelización,


la respuesta debe ser que no hay límites absolutos. Al contrario, hay una
tendencia constante a la extensión de la cartelización (...) El resultado
último de este proceso sería la formación de un cártel general. El total
de la producción capitalista estaría entonces regulado por un organismo
único que determinaría el volumen de producción en todas las ramas de
la industria. La determinación de precios se volvería una cuestión
puramente nominal, involucrando sólo la distribución del total de la
producción entre los magnates de los cárteles de un lado y todos los
miembros de la sociedad del otro (...) El dinero no tendría un rol. De
hecho, podría desaparecer completamente, ya que la tarea a realizar sería
la distribución de las cosas, no la distribución de valores. La ilusión del
valor objetivo de la mercancía desaparecería junto con la anarquía de la
producción, y el dinero en sí mismo dejaría de existir (...) Esta sería una
sociedad conscientemente regulada, pero en forma antagónica
(Hilferding 1981, 234).

La “división social del trabajo”, mediada anteriormente por el dinero y el


mercado, sería reemplazada por “una división técnica de la mano de obra”,
mediada por una oficina central que gobernaría el total de la producción y de la
distribución. Por primera vez en la historia, el capital aparecería como una “fuerza
unificada”. En contraste con Kautsky, quien eventualmente llegó a la expectativa
de que una fase de “ultra-imperialismo” podía convertirse en una realidad
duradera, Hilferding siempre estableció límites a sus propias proyecciones lógicas

240
al enfatizar que el obstáculo al capitalismo organizado en última instancia estaba
en la lucha de clases. La socialización objetiva de la producción podría comenzar
dentro de la sociedad capitalista, pero la etapa final de la economía socialista
planificada sólo llegaría cuando los expropiadores fueran expropiados.

La función social del capital financiero facilita enormemente la tarea de


superar al capitalismo. Una vez que el capital financiero ha puesto bajo
su control a las principales ramas de la industria, es suficiente para la
sociedad, mediante su órgano ejecutivo consciente -el Estado
conquistado por la clase obrera- hacerse del capital financiero para ganar
el control inmediato de estas ramas de la producción. Ya que todas las
otras ramas de producción dependen de ellas, el control de la industria a
gran escala provee la forma más efectiva de control social, incluso sin
mayor socialización. Una sociedad que tiene control sobre la minería, la
industria del acero y el hierro, la de maquinaría, la electricidad, y las
industrias químicas, y dirige el sistema de transporte, es capaz, en virtud
de este control sobre las esferas más importantes de la producción, de
determinar la distribución de materias primas hacia otras industrias y el
transporte de sus productos. Incluso hoy, tomar posesión de los seis
grandes bancos de Berlín significaría tomar posesión de las esferas más
importantes de la industria a gran escala, y facilitaría enormemente las
fases iniciales de la política socialista durante el período de transición,
cuando la contabilidad capitalista aún podría ser útil (Hilferding 1981,
367-8).

Hilferding nunca dudó que la economía planificada del socialismo era una
consecuencia lógica de las propias tendencias organizacionales del capitalismo. A
su vez, reconocía que el capital financiero había transformado al Estado burgués
y había provocado una intensificación radical de las rivalidades entre los Estados.
En tiempos de Marx, la burguesía quería un Estado liberal; ahora el capital
financiero exigía un Estado fuerte.

Los antiguos libremercadistas creían en el libre mercado no sólo como


la mejor política económica sino también como el comienzo de una era
de paz. El capital financiero hace tiempo ha abandonado esta creencia.
No tiene fe en la armonía de los intereses capitalistas, y sabe bien que la
competencia se está convirtiendo crecientemente en una disputa por el
poder político. El ideal de la paz ha perdido su encanto, y en lugar de la
idea de humanidad emerge la glorificación de la grandeza y del poder del
Estado. El Estado moderno surgió como una realización de la aspiración
de unidad de las naciones. La idea nacional (...) consideraba las fronteras
de los Estados como determinadas por los límites naturales de la nación,
[pero] se ha transformado ahora en la noción de elevar la nación propia
sobre todas las demás. El ideal ahora es asegurar para la nación propia
la dominación del mundo, una aspiración tan desenfrenada como la
ambición capitalista por la ganancia de la cual emana (...) Estos esfuerzos
se vuelven una necesidad económica, porque cada fracaso en el avance

241
reduce la ganancia y la competitividad del capital financiero, y podría
finalmente convertir al territorio económico más pequeño en simple
tributario de uno más grande (...) Dado que la sujeción de naciones
extranjeras tiene lugar por la fuerza (…) le parece a la nación gobernante
que esta dominación es consecuencia de algunas cualidades naturales
especiales (…) Entonces emerge la ideología racista, disfrazada de
ciencia natural, una justificación para la codicia de poder del capital
financiero, que así demuestra que tiene la especificidad y la necesidad de
un fenómeno natural. Un ideal oligárquico de dominación ha
reemplazado al ideal democrático de igualdad (Hilferding 1981, 335-6).

La forma exacta en que estas contradicciones se desarrollarían era


imposible de prever. Los costos de la guerra eran enormes, pero mientras más
desiguales eran las fuerzas en disputa, más probable era el conflicto armado. Hasta
que tuviera lugar la victoria final del socialismo, parecía que la mejor chance de
evitar las hostilidades recaía en la posibilidad de la “cartelización internacional”.
Las tarifas proteccionistas servían como arma ofensiva, pero también dotaban de
gran estabilidad a los cárteles nacionales y de ese modo facilitaban acuerdos entre
cárteles. “El resultado total de estas dos tendencias es que estos acuerdos
internacionales representan una especie de tregua más que una comunidad de
intereses duradera, dado que cada cambio en las tarifas, cada variación en las
relaciones de mercado entre los Estados, altera la base del acuerdo y hace
necesario llegar a nuevos acuerdos” (Hilferding 1981, 313). La cartelización
internacional era completamente consistente con la visión de Hilferding de un
mundo gradualmente más racional y organizado. Las problemáticas implicancias
se volvieron obvias, sin embargo, cuando más adelante Karl Kautsky olvidó la
caracterización que hizo Hilferding sobre la inestabilidad de los cárteles
internacionales, decidiendo en cambio que el “ultra-imperialismo” podía evitar el
uso de la fuerza a través de acuerdos internacionales que permitirían a los países
avanzados conjuntamente “explotar, de una manera mucho más vigorosa e
ilimitada que antes, el área total de por lo menos el hemisferio este” (Kautsky
1912a, 108).
La recepción de El Capital Financiero

A pesar de que la lógica política de Hilferding era afín a la de Kautsky y el


Austro-Marxismo, su refutación económica del revisionismo fue decisiva y le
otorgó a su obra una recepción casi unánimemente halagadora (ver la opinión de
Marchwleski 1910, identificado con el ala izquierda, Bauer 1910, Nachimson
1910a y 1910b, etc.). La reseña que expresaba menos entusiasmo provenía, como
era de esperarse, de Eduard Bernstein.
En Sozialistische Monatshefte, Bernstein comentó que Hilferding tenía que
proveer “mucho más abundante material empírico” si esperaba probar su tesis
“según la cual el capital financiero, representado por los bancos, juega el rol
decisivo en la determinación de la política económica” (Bernstein 1911, 951).
Una de las críticas más bizarras de Bernstein incluía una completa
distorsión de la visión política de Hilferding. En El capital financiero, Hilferding
había escrito que, ya que “las tarifas proteccionistas” eran “la demanda en común

242
de la clase dirigente”, el libre mercado debía ser considerado “una causa perdida”
(Hilferding 1981, 365).

el proletariado evita el dilema burgués, proteccionismo o librecambio,


con una solución propia; ni proteccionismo ni libre mercado, sino
socialismo, la organización de la producción, el control consciente de la
economía (...) por y para la sociedad entera… El socialismo deja de ser
un ideal remoto, un ‘objetivo último’ (...) y se vuelve un componente
esencial de la política práctica inmediata del proletariado (Hilferding
1981, 366-7).

Bernstein negaba que el capital financiero estuviera interesado en el


proteccionismo, citando ejemplos tanto de industrias cartelizadas como de
políticos burgueses que abogaban por el libre cambio. Bernstein caricaturizaba la
posición de Hilferding:

Naturalmente, si la socialdemocracia sólo diera batallas


extraparlamentarias, como lo quiere el sindicalismo revolucionario,
podría confrontar de una manera puramente crítica la disputa entre
proteccionismo y libre cambio, junto con la batalla (…) sobre el
imperialismo agresivo o una política de paz consistente, sobre la
construcción naval sin límites o las limitaciones al armamento. Como
participante en la legislación no puede hacerlo (Bernstein 1911, 954).

Bernstein concluía que la principal falla de la obra de Hilferding residía en


sus implicancias impracticables, las cuales atribuía despectivamente a una
“hipóstasis de conceptos” y una caída en “el método de la especulación dialéctica”
en lugar de un análisis sobrio de datos empíricos (Bernstein 1911, 953).
Bernstein descalificaba El capital financiero en nombre de la crítica al
“determinismo económico” y creía que Marx había descubierto sólo “tendencias”
del desarrollo histórico. En Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia,
Bernstein afirmaba que la sociedad moderna “es, en teoría, más libre de la
causalidad económica que nunca antes” (Bernstein 1993, 19). Hilferding, por el
contrario, afirmó en su prefacio que El capital financiero estaba dedicado “al
descubrimiento de relaciones causales. Conocer las leyes de la sociedad
productora de mercancías es ser capaz, al mismo tiempo, de develar los factores
causales que determinan las decisiones conscientes de las diversas clases de esta
sociedad” (Hilferding 1981, 23).
Tanto Marx como Hilferding trataban la causalidad y el determinismo en
términos de resultados necesarios implícitos dentro de las contradicciones
existentes. Pero, en El capital, Marx habló de “leyes” y “tendencias” de forma
intercambiable, tomando en cuenta el hecho de que, a corto plazo, toda tendencia
económica conllevaba su propia tendencia contraria. En el tercer volumen de El
capital, el título que dio Marx a la sección que lidiaba con la tasa decreciente de
ganancia era “La ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia”. A largo plazo, la
tasa de ganancia debe caer; pero dentro de cualquier ciclo económico en particular
la tasa ascendería y caería, dependiendo de las circunstancias específicas. Ni Marx

243
ni Hilferding concebían las leyes económicas en términos de movimiento
unidireccional. Pero, en el sentido que dio Marx al determinismo, Hilferding sí
creía que el imperialismo era una necesidad económica del capitalismo en su fase
más reciente. Eventualmente, “en el choque violento de estos intereses hostiles,
la dictadura de los magnates del capital será finalmente transformada en la
dictadura del proletariado” (Hilferding 1981, 370).

La ruptura entre el centro y la izquierda

Los orígenes de la división entre lo que pasó a conocerse como la


tendencia de centro de la socialdemocracia alemana, aglutinada alrededor de
Kautsky y los Austro-marxistas, y la tendencia de izquierda, con referentes como
Rosa Luxemburg, Franz Mehring y Paul Lensch, entre otros, pueden encontrarse
en un debate sobre la huelga de masas en 1910. En ese momento, se estaba
desarrollando una lucha de masas demandando el universal masculino igualitario
en Prusia, donde existía un sistema de votación censitario, que dividía a la
población en tres clases con distinto peso electoral según la riqueza. En marzo de
1910, Rosa Luxemburg envió un artículo a Die Neue Zeit urgiendo a la huelga
general como medio de conseguir el sufragio universal en Prusia, al mismo tiempo
que planteóaba que el partido debía luchar bajo la consigna de reemplazar el Reich
por una república, a fin de promover la acción revolucionaria. Bajo la presión del
ejecutivo del partido, Kautsky rechazó publicar el artículo.109 En El camino al poder,
Kautsky había hecho referencia a “un nuevo período de revoluciones”,
posiblemente incluyendo “la huelga general” (Kautsky 1909, 110), pero Kautsky
estaba fundamentalmente comprometido con la política parlamentaria, ya que
creía que la democracia “no puede abolir la revolución, pero sí puede prevenir
muchos intentos revolucionarios prematuros (…) y volver superfluos muchos
levantamientos revolucionarios (...) La dirección del desarrollo por lo tanto no es
modificada, pero su curso se vuelve más firme y más pacífico” (Kautsky 1909, 53-
4). En repudio a los llamados de Luxemburg a la huelga general, Kautsky ahora
desarrollaba su llamada estrategia de “desgaste” -o de “agotar al enemigo”
[Ermattungsstrategie]- por contraposición a la estrategia de Luxemburg de “derrotar
al enemigo” [Niederwerfungsstrategie]. El propio Kautsky nominó su posición como
el “centro marxista”, opuesta tanto a los revisionistas como a la izquierda del
partido.
Si bien la idea de que el socialismo debía impulsar internacionalmente la
reducción de armamentos en los ejércitos de las potencias europeas no era nueva,
a partir de 1909 el SPD comenzó a lanzar iniciativas parlamentarias en este
sentido. El objetivo era que el gobierno alemán llegara a un entendimiento para
la reducción de armamentos con potencias como Gran Bretaña y Francia. En este
marco, el partido comenzó a plantear una postura pública favorable a las
conferencias de desarme que habían lanzado algunos gobiernos europeos, cuando
tradicionalmente la postura dominante había sido de desconfianza hacia estos
eventos. En este marco, la fracción parlamentaria del SPD, el 29 de marzo de

109Los documentos fueron traducidos al castellano con el título “Debate sobre la huelga
de masas” por el grupo Pasado y Presente (Aricó y Feldman (eds.) 1978a y 1978b).

244
1909, presentó una moción llamando a “un entendimiento internacional de los
grandes poderes para la limitación mutua del armamento naval”.110 Kautsky
apoyó esta iniciativa a pesar de que apenas unas semanas antes había ridiculizado
“todos los congresos pacifistas burgueses”. La moción proponía que Alemania
diera los pasos necesarios a fin de “dar lugar a un acuerdo internacional de las
grandes potencias para la limitación mutua de los armamentos navales”. 111 Dos
años después, el 30 de marzo de 1911, los diputados del SPD extendieron su
moción, llamando a un acuerdo para una limitación general de armamentos. A
pesar de que ambas mociones fueron rechazadas por la mayoría burguesa en el
Reichstag, marcaron un episodio de intensificación de divisiones internas. La
posición de Kautsky implicaba el apoyo a estos acuerdos, mientras que la
izquierda los criticaba como algo utópico, en base a la idea de que la carrera
armamentista era un aspecto inevitable de la fase imperialista y que era necesario
prepararse para enfrentar al imperialismo de conjunto con nuevas tácticas
centradas en las acciones de masas.
Poco más de un año después de la primera resolución del SPD, el punto
de vista favorable a los acuerdos de desarme logró una victoria importante en el
VIII Congreso de la Internacional Socialista, que se reunió en Copenhague en
septiembre de 1910. A diferencia de congresos precedentes, las resoluciones del
Congreso pusieron el énfasis menos en el análisis general del imperialismo y más
en la necesidad de combatir el militarismo a través de los diputados socialistas en
el parlamento, reclamando a) arbitraje internacional; b) políticas de desarme
acordadas por las potencias, en particular del armamento naval; c) abolición de la
diplomacia secreta. La resolución concluía citando el último párrafo de la
resolución de Stuttgart de 1907, llamando a los socialistas en todas partes, en el
caso de una guerra mundial, “a agitar políticamente a las masas y acelerar la caída
del dominio de la clase capitalista” (Documento del Congreso en Day y Gaido
2012, 62). A pesar de este gesto, las protestas de la izquierda fueron inmediatas.
Karl Radek planteó la futilidad de buscar acuerdos sobre la limitación de
armamentos, dada la inexistencia de un poder ejecutivo internacional capaz de
hacerlos cumplir (desarrolló estos argumentos en Radek 1910a y 1910b). Paul
Lensch (editor del Leipziger Volkszeitung) ridiculizó el desarme como una utopía
irrealizable bajo el capitalismo (Lensch 1911). Le siguieron artículos en apoyo al
desarme de miembros del Centro como Georg Ledebour (1911 y 1912), diputado
del Reichstag.

Nuevos debates sobre la guerra, el desarme y la milicia

El 28 de abril de 1911, ante la cercanía del 1° de Mayo, Kautsky publicó


un artículo en apoyo a la segunda moción de la fracción socialdemócrata en el
Reichstag sobre el desarme y el arbitraje. Lo interesante de estos escritos es que
Kautsky comenzó a elaborar la posición del centro con un análisis que afirmaba
que había una sección de la burguesía que no quería la guerra: “la aversión a la
guerra crece rápidamente no sólo entre las masas populares sino también entre las

110 Reichstag, 1909, Bd. 254, N° 1311, 7485; Ratz (1966, 198).
111 Reichstag, 1909, Bd. 254, N° 1311, 7485; Ratz (1966, 198).

245
clases dominantes” (Kautsky 1911b, 99). Se desprendía de esto que “la tarea
inmediata era apoyar y fortalecer el movimiento de la pequeña burguesía contra
la guerra y la carrera armamentista”. Advirtiendo en contra de cualquier
subestimación del movimiento pacifista burgués, Kautsky continuaba:

no deberíamos bajo ninguna circunstancia confrontar la demanda por


acuerdos internacionales para preservar la paz o limitar los armamentos
(...) con la observación de que la guerra está ligada íntimamente a la
naturaleza del capitalismo y es, por lo tanto, inevitable. El asunto no es
tan simple. Y cuando se hacen propuestas de parte de la burguesía para
la preservación de la paz o la limitación de los armamentos que son hasta
cierto punto viables, tenemos todos los motivos para apoyarlas y forzar
a los gobiernos a declarar su posición al respecto. Cuando nuestra
fracción parlamentaria hizo esto recientemente en el Reichstag, actuó de
manera completamente correcta (Kautsky 1911b, 101).

Kautsky reconocía que tales acuerdos no eran garantía de una paz


duradera, que requeriría en última instancia “la unión de los Estados de la
civilización europea en una federación con una política comercial en común y un
ejército federal, la formación de los Estados Unidos de Europa” (Kautsky 1911b,
105). Pero en el futuro inmediato todo socialista comprometido con la causa de
evitar la guerra estaba obligado, según Kautsky, a buscar terreno en común con
los elementos progresistas de la burguesía.
Una semana después, Rosa Luxemburg respondió con un artículo titulado
“Utopías de paz”. Sus puntos de vista eran exactamente opuestos a los de
Kautsky; la tarea de los socialdemócratas era “mostrar la impracticabilidad de la
idea de una limitación parcial de los armamentos” y “dejar en claro al pueblo que
el militarismo está íntimamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y
a la política mundial”. El imperialismo era “el último y más alto estadio del
desarrollo capitalista” y el militarismo era “el resultado lógico del capitalismo”.
Los socialdemócratas debían, por lo tanto, descartar todas las “payasadas sobre el
desarme” y despiadadamente “disipar todas las ilusiones sobre los intentos de
alcanzar la paz hechos por la burguesía”. En referencia al proyecto de los
“Estados Unidos de Europa”, no representaba más que la esperanza de “una
unión aduanera para guerras comerciales contra los Estados Unidos de América”. La piedra
angular del socialismo no era “la solidaridad europea”, sino “la solidaridad
internacional, que abarca a todas las partes del mundo, a todas las razas y a todos
los pueblos” (Luxemburg 1911).
La disputa entre Kautsky y Luxemburg continuó en ocasión del segundo
conflicto marroquí, o crisis de Agadir (1° de julio - 4 de noviembre de 1911). En
agosto de 1911, Kautsky escribió, a pedido del ejecutivo del SPD, un panfleto
anónimo titulado “¡Política mundial, guerra mundial y socialdemocracia!”, en el
cual argumentaba que la política mundial no respondía al interés ni siquiera de la
mayoría de los estratos de la burguesía: “En Alemania ni siquiera los intereses de
las clases propietarias demandan esta clase de política mundial” porque “la política
colonial y la construcción naval no sólo no reportan ninguna ganancia, sino que
de hecho van en detrimento de las masas de las clases poseedoras”. La industria

246
pesada se beneficiaba de la carrera armamentista, vendiendo armas de guerra a
precios inflados por los cárteles a los gobiernos dispuestos a llevar adelante
contratos a largo plazo, pero Kautsky afirmaba que fuera de los bancos y de los
especuladores de guerra, era “el interés no sólo del proletariado, sino de todo el
pueblo alemán, incluso de la masa de las clases propietarias, prevenir que el
gobierno continúe con su política mundial” (Kautsky 1911c). Si el partido obrero
conseguía aislar políticamente a los magnates de la industria pesada, podía socavar
el apoyo popular al imperialismo y continuar la búsqueda del cambio social
democrático (Stargardt 1994, 120-1). Luxemburg contestó desdeñosamente que
el autor del panfleto intentaba retratar la política mundial como simplemente “un
absurdo, una idiotez” e incluso “una carga” para la mayoría de las clases
propietarias, “el producto de la mera ignorancia” y “un mal negocio para todo el
mundo”, que podía ser revertida “porque no es rentable”, dando a entender que
se esperaba ahora que los socialistas pospusieran la revolución para “iluminar” a
la burguesía sobre sus propios intereses (Luxemburg 1911).
En 1912, Kautsky publicó otro artículo en ocasión del 1° de Mayo, esta
vez dirigido contra el ala izquierda que abogaba por el sistema de milicias en
reemplazo del ejército permanente. Si el desarme era sostenido ahora como un
objetivo plausible, los críticos de Kautsky pensaban que los socialistas también
debían adoptar el llamamiento de Marx a reemplazar los instrumentos de la guerra
ofensiva con una fuerza estrictamente defensiva de ciudadanos armados. Kautsky
respondió que el desarme y la propuesta de la milicia no eran incompatibles entre
sí y de hecho se complementaban. Como un reclamo político, el llamamiento a la
creación de milicias podía democratizar las fuerzas armadas, pero no sería
necesariamente menos cara que un ejército permanente, mientras que los
acuerdos internacionales para la reducción de armamentos, particularmente entre
Alemania y Gran Bretaña, representaban un reclamo económico dirigido a aliviar
el peso impositivo del militarismo sobre las masas populares (Kautsky 1912).
En referencia a las implicancias revolucionarias que la izquierda asociaba
con el tema de las milicias, Kautsky denunció a sus críticos como “adoradores del
instinto puro de las masas” que pensaban erradamente que el socialismo era la
sola y única respuesta al imperialismo (Kautsky 1912, 99). En realidad, había una
“comunidad de intereses entre el mundo de la burguesía y el proletariado sobre
este punto” (Kautsky 1912, 105), y los trabajadores podían “encontrar aliados
entre el sector de la burguesía más visionaria” (Kautsky 1912, 101). La carrera
armamentista resultaba de “causas” económicas, pero no era una “necesidad”
económica ni era su interrupción “una imposibilidad económica” (Kautsky 1912, 107).
Retomando la noción de Hilferding de un cartel universal, Kautsky imaginaba una
etapa completamente nueva del imperialismo en la cual “la batalla competitiva
entre los Estados sería neutralizada por su relación de cartel (…) la transición a un
método menos caro y menos peligroso” (Kautsky 1912, 108). Kautsky luego dio
el nombre de “ultra-imperialismo” a la política de acuerdos entre las grandes
potencias para la división pacífica del mundo (Kautsky 1914).
El marxista holandés Anton Pannekoek debatió con Kautsky,
argumentando que “el debate gira en torno de la cuestión de si, considerando la
fuerza y la necesidad inherente de la política imperialista para la burguesía, la
prevención de la carrera armamentista es fútil e imposible, como creemos

247
nosotros, o si, a pesar de esto, todavía es posible, como suponen Kautsky y
Eckstein” (Pannekoek 1912, 815).112 Pannekoek hizo un recuento de sus
diferencias con Kautsky sobre la cuestión de la milicia. Kautsky trataba la
cuestión, tanto de la milicia como del desarme, en términos de sus implicancias
sobre la carga impositiva. Pannekoek hizo una distinción más fina: mientras “el
reclamo de desarme (en el sentido de una limitación constante de armamentos
por parte de los gobiernos)” pedía meramente “un alivio de la presión del
capitalismo sobre las masas”, el reclamo de reemplazar al ejército permanente por
una milicia popular era “una fuerza para derrocar al capitalismo” porque “pondría
una porción importante del poder en las manos del proletariado” y aceleraría la
transición al socialismo (Pannekoek 1912, 815-16). Cuando el SPD llevó adelante
su congreso anual en Chemnitz, en septiembre de 1912, rápidamente se volvió
evidente que las visiones centristas de Kautsky contaban con el apoyo de una gran
mayoría de los delegados, incluyendo en esta ocasión incluso a Karl Liebknecht.113

El Congreso Internacional Socialista de Basilea


(24-5 de noviembre de 1912)

En noviembre de 1912, poco tiempo después del estallido de la primera


Guerra de los Balcanes, un Congreso Socialista Internacional Extraordinario fue
convocado en Basilea, que contó con la presencia de 545 delegados de 22 países.
Gankin y Fisher señalan que “El Congreso de Basilea fue la última sesión general
de la Segunda Internacional antes de la guerra mundial (…) en contraste con las
resoluciones previas adoptadas por la Internacional con respecto al militarismo y
conflictos internacionales, este congreso declaró por primera vez (…) que un
período de guerras imperialistas había comenzado” (Gankin y Fisher (eds.) 1940,
79). El manifiesto de Basilea, que Lenin más tarde incluyó como apéndice a El
imperialismo, fase superior del capitalismo, llamaba a los trabajadores de todos los países
a “movilizar a la opinión pública” contra todas las ambiciones beligerantes e
incluso a “alzarse simultáneamente en revuelta contra el imperialismo”. También
repetía el llamado del congreso de Stuttgart en 1907 a realizar todos los esfuerzos
posibles para prevenir el estallido de la guerra y, si eso resultara infructuoso, “a
utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar al pueblo y
de ese modo apresurar la caída del dominio de la clase capitalista” (Walling (ed.)
1915, 100-3). Pero las declaraciones encendidas fueron desmentidas por el hecho
de que el centro socialdemócrata se estaba volviendo crecientemente hostil al ala
izquierda revolucionaria, la cual repetidamente demandaba que las palabras fueran

112 El artículo fue respondido por Eckstein 1912. Debería ser señalado que no toda el ala
izquierda estaba del lado de los críticos de Kautsky en el tema del desarme. Por ejemplo,
Julian Marchlewski, uno de los colaboradores más cercanos de Rosa Luxemburg y más
tarde cofundador de la Liga Espartaco, inicialmente apoyó la posición de Kautsky, mientras
que repudió la acusación de Radek de ser ipso facto un seguidor de la fracción del Reichstag
(Marchlewski 1911a., Radek 1911 y Marchlewski 1911b). Similarmente, de acuerdo a
Trotsky, Lenin en un primer momento dio su apoyo a Kautsky frente a Rosa Luxemburg
sobre el tema de las propuestas de desarme (Trotsky 1932).
113 Por una versión en inglés del debate de Chemnitz y su resolución sobre el imperialismo,

ver SPD Party Congress (1912).

248
acompañadas con la organización de acciones de masas contra la dominación
capitalista y contra la amenaza de guerra. Cuarenta años más tarde, Anton
Pannekoek recordaba que su camarada, Herman Gorter, había ido a Basilea:

para provocar una discusión acerca de los medios prácticos para luchar contra
la guerra. Mandatado por un cierto número de elementos de la izquierda,
propuso una resolución de acuerdo a la cual, en todos los países, los
trabajadores debían discutir el riesgo de la guerra y considerar la posibilidad
de una acción de masas contra ella. Pero la discusión fue abortada porque la
gente decía que la expresión de nuestras diferencias sobre los medios
debilitaría la gran impresión que nuestro acuerdo causaba en los gobiernos.
Por supuesto, era justamente lo contrario: los gobiernos, sin dejarse engañar
por las apariencias, ahora sabían que no tenían que temer una seria oposición
de los partidos socialistas.114

El SPD y la política militar alemana (1912-1913)

A pesar de los crecientes conflictos internos, el Partido Socialdemócrata


alemán obtuvo una gran victoria electoral en enero de 1912. 113 diputados fueron
electos de un total de 397 bancas, convirtiendo a la fracción parlamentaria
socialdemócrata en el grupo más grande del Reichstag. El SPD se había vuelto un
mastodonte organizativo, con más de 1.100.000 miembros, 86 periódicos y el
apoyo de tres cuartas partes de los sindicatos de Alemania. La cuestión saliente
era cómo este poder aparente sería utilizado. En la primavera de 1913, el gobierno
alemán presentó al Reichstag un nuevo presupuesto militar demandando en
tiempos de paz un incremento del ejército permanente de 136.000 efectivos. El
gobierno afirmaba que la expansión era necesaria debido al estallido de la primera
Guerra de los Balcanes y a la extensión del servicio militar obligatorio de dos a
tres años en Francia. El gasto iba a ser financiado, como lo habían sido medidas
similares en Gran Bretaña, por impuestos a los ingresos y a la propiedad. Esto
significaba que dos proyectos de ley estaban en discusión en el Reichstag: un
proyecto de armamento (o gasto militar) y otro de correspondiente apropiación
de impuestos (o impuesto militar). Cuando el proyecto de gasto militar fue
aprobado a pesar de la oposición del SPD, el grupo socialdemócrata del Reichstag
apoyó el proyecto de ley sobre los impuestos argumentando que, en este caso, el
punto no era si se debía emplear en el ejército, lo cual ya se había decidido, sino
sólo cómo recaudar ingresos, y los socialistas siempre habían apoyado los

114Pannekoek, 1952. Gorter escribió en 1914, a continuación del estallido de la guerra, que
“El congreso de Stuttgart fue el último congreso en tomar seriamente posición contra el
imperialismo. Esta actitud comenzó a batirse en retirada en Copenhague y fue derrotada
en Basilea” (Gorter 1914). Como sucedió más tarde con la Tercera Internacional, distintas
corrientes del ala izquierda de la Segunda Internacional se distinguen por sus evaluaciones
sobre el momento en el que fijan el comienzo de la degeneración de la Internacional. Esta
opinión sobre Copenhague y Basilea preanunciaba la corriente de ultraizquierda que estos
elementos holandeses formarían más adelante, el consejismo, mientras que Lenin
consideró adecuado el manifiesto de Basilea, y sólo identificó una crisis terminal de la
Internacional después de los hechos que siguieron al estallido de la guerra en 1914.

249
impuestos directos porque caían con mayor fuerza sobre la burguesía que sobre
los trabajadores.115 El eslogan de larga data del Partido siempre había sido: “¡Para
este sistema, ni un hombre ni un centavo!”; sin embargo, en esta ocasión, los
miembros del Reichstag se las ingeniaron para apoyar al militarismo
indirectamente. Luxemburg denunció la traición como la obtención de una
“reforma limitada” en los impuestos al costo de abandonar un “principio
fundamental” (Luxemburg citada en Riddell (ed.) 1984, 94).
Cuando el SPD se reunió en su congreso de Jena en septiembre de 1913,
el tema de los impuestos militares se volvió aún más entrelazado con el debate en
curso sobre la táctica política. Una resolución en apoyo de una huelga general
política fue presentada por Luxemburg, Pannekoek, Liebknecht y Geyer, La
misma fue rápidamente por 333 votos contra 142, aunque recibió mucho más
apoyo que en otras ocasiones, incluso por algunos sectores de centro y hasta
algunos revisionistas aislados que consideraban necesario el uso de la huelga
general para luchar por la democratización del gobierno monárquico de Alemania.
Empleando la terminología de la Convención durante la Revolución Francesa,
Luxemburg atribuyó esta derrota al cambio en la posición de la dirección del
partido: “Si el curso de acción de Bebel [en el congreso de Jena] en 1905 fue para
impulsar al Partido hacia adelante a fin de hacer virar a los sindicatos hacia la
izquierda, la estrategia del ejecutivo del Partido en Jena, en 1913, fue dejarse
empujar a la derecha por los sindicalistas y actuar como un ariete en favor de ellos
contra el ala izquierda del partido” (Luxemburg 1913, 148-53).

El estallido de la Primera Guerra Mundial y la crisis de la Internacional

A pesar de que el estallido de la guerra en 1914 tomó a muchos


diplomáticos europeos por sorpresa, los socialdemócratas deberían haber sido el
grupo menos propenso a compartir esa reacción. Durante una década y media,
los líderes con mayor visión del movimiento socialista internacional habían
advertido en literalmente miles de ocasiones, en congresos, artículos y discursos,
que el imperialismo estaba inextricablemente ligado con la amenaza de guerra.
Aun así, el estallido de las hostilidades el 13 de agosto de 1914 tomó a varios
líderes del socialismo internacional desprevenidos. Quizás el indicador más
saliente de este hecho fue un documento elaborado por Hugo Haase para el
Congreso Socialista Internacional, que estaba planeado para fines de agosto de
1914 y fue cancelado a causa de la guerra. Hablando en nombre del ejecutivo del
SPD, el documento proclamaba solemnemente que:

Los sentimientos de enemistad que existían entre Gran Bretaña y


Alemania (…) el mayor peligro para la paz de Europa, han dado lugar
ahora a un mejor entendimiento y un sentimiento de confianza. Esto es
en gran parte consecuencia de los esfuerzos constantes de la
Internacional y también del hecho de que por fin las clases dirigentes en
ambos países se están dando cuenta gradualmente de que sus intereses

115Sobre el debate acerca de los fondos para el presupuesto militar ver Walling (ed.) (1915,
64-81).

250
se ven beneficiados al superar las diferencias (Haase 1914).

Esto es lo que Georges Haupt ha llamado la “ilusión de deténte”, una idea


que varios socialistas desarrollaron a partir del fin de las guerras balcánicas en
1913, que consideraba que el período de las crisis más violentas en Europa había
pasado, y el riesgo de que estallara un conflicto había disminuido (Haupt 1972,
103-8). Enfrentados con el hecho de la declaración de guerra de Gran Bretaña a
Alemania, el 4 de agosto de 1914, la delegación socialdemócrata del Reichstag
votó por 96 a 14 aprobar el presupuesto para la guerra, nominados habitualmente
como “créditos de guerra”, en el Parlamento. Tradicionalmente, la delegación
votaba en forma unánime a favor de la postura de la mayoría, por lo cual no hubo
voces disidentes en el Reichstag. Hugo Haase, a pesar de que desacordaba con la
posición en privado, fue el encargado de presentar la posición pública del partido
(Schorske 1955, 291). Esta fue su justificación:

enfrentamos el hecho irrevocable de la guerra. Estamos amenazados por


los horrores de la invasión. La decisión, hoy, no es a favor o en contra
de la guerra; sólo puede haber una pregunta para nosotros: ¿por qué
medios será llevada adelante? (…) todo está en riesgo para nuestro
pueblo y para su futuro, si el despotismo ruso, manchado con la sangre
de su propio pueblo, resulta vencedor (…) Por lo tanto, llevaremos
adelante lo que siempre hemos prometido: en la hora del peligro no
abandonaremos a nuestra madre patria. En esto sentimos que estamos
en armonía con la Internacional, que siempre ha reconocido el derecho
de cada pueblo a su independencia nacional, ya que acordamos con la
Internacional en denunciar enfáticamente cada guerra de conquista.
Impulsados por estos motivos, votamos a favor de los créditos de guerra
solicitados por el gobierno (Haase citado en Luxemburg 1916).

León Trotsky más adelante recordó que, cuando el número de Vorwärts


que contenía el informe sobre el debate en el Reichstag llegó a Suiza, Lenin pensó
que era una falsificación publicada por el Estado Mayor alemán para engañar a
sus enemigos (Trotsky 1930, 184). La prensa socialdemócrata rumana se refirió a
los informes del discurso de Haase en el Reichstag como “una mentira increíble”
y afirmó que “los censores habían cambiado el texto de acuerdo con los deseos
del gobierno” (Craig Nation 1989, 29). El descreimiento general fue acompañado
de decisiones políticas igualmente sorprendentes. Benito Mussolini, editor del
periódico socialista italiano Avanti!, abandonó el socialismo para comenzar un
camino que lo llevaría al fascismo. Gustave Hervé, el enfant terrible del
antimilitarismo y del anticolonialismo francés, se volvió un nacionalista, e iría
girando a la derecha hasta llegar a posturas fascistoides. En Bélgica, Emil
Vandervelde, ex presidente del Buró Internacional, aceptó un Ministerio en el
gobierno, como lo hizo Jules Guesde, el “padre del marxismo francés”. Gueorgui
Plejanov, el pope del marxismo ruso, quien durante la guerra ruso-japonesa había
estrechado en público la mano del socialista japonés Sen Katayama, apoyó al
gobierno zarista. Heinrich Cunow, anteriormente un feroz anti-revisionista,
declaró que el imperialismo era una etapa necesaria en la evolución capitalista y

251
que ni Europa ni el resto del mundo estaban aún maduros para el socialismo
(Cunow 1915).
El primer escritor marxista en reaccionar a este clima fue Anton
Pannekoek en su artículo “El colapso de la Internacional”, que circuló
ampliamente en versiones en alemán, inglés, holandés y ruso (Pannekoek 1914).
Pannekoek proclamó categóricamente que “La Segunda Internacional está
muerta”. Lenin afirmó que Pannekoek era “el único que les ha dicho la verdad a
los trabajadores”: su dura condena de Kautsky y otros líderes del socialismo
internacional eran “las únicas palabras socialistas. Son la verdad. Son amargas,
pero son la verdad” (Lenin 1914, 174).
Pannekoek también participaba en el comité editorial del periódico
socialista holandés De Tribune, cuyos miembros colectivamente aprobaron el
trabajo de Herman Gorter, El imperialismo, la Guerra Mundial y la socialdemocracia.
Gorter veía al imperialismo como el dominio mundial de los monopolios y hacía
responsables de la guerra a “todos los Estados que siguen una política imperialista
y buscan expandir sus territorios” (Gorter 1914, 7). Como Lenin y Pannekoek,
Gorter criticaba duramente a Kautsky por su pacifismo utópico e incluso su
negación de que la guerra era consecuencia de motivos imperialistas. Luego de
todo lo que había pasado, Kautsky todavía imaginaba que el mundo podía
enderezarse sólo si el capitalismo retornaba a las alianzas políticas, a los acuerdos
comerciales y a “los medios pacíficos tales como los tribunales de arbitraje y el
desarme” (Gorter 1914, 105), una demostración de sinsentido comparado con el
Kautsky de 1909, quien había dado una explicación mucho más respetable del
imperialismo en El camino al poder. Acreditando a El capital financiero de Hilferding
como la base de sus propios puntos de vista, Gorter veía al imperialismo como el
eje alrededor del cual “giran el ascenso y la lucha del proletariado, y finalmente la
revolución misma. El imperialismo es el gran tema [de nuestros días], y es sobre
su interpretación, así como de la lucha contra él, que depende
incuestionablemente el destino del proletariado por muchos años venideros”
(Gorter 1914, 39).
Dado que los partidos de la socialdemocracia existentes se habían rendido
casi en su totalidad al nacionalismo, Gorter afirmaba que la tarea fundamental de
los socialistas era revelar a las masas el verdadero carácter de la matanza. Se
necesitaban tácticas enteramente nuevas: el parlamentarismo debía ser
reemplazado por la acción directa de masas; la lucha antiimperialista debía ocupar
el lugar central en la política nacional e internacional; y debía fundarse una nueva
Internacional (Gorter 1914, 116). Las ideas de Gorter sonaban muy similares a las
de Lenin, quien leyó el original holandés y felicitó a Gorter por su perspicacia. No
obstante, había una diferencia fundamental entre ambos, dada la aversión de
Gorter al tipo de organización partidaria centralizada que se volvió más adelante
una marca distintiva de la Tercera Internacional (Comunista). Gorter pensaba que
la experiencia desastrosa de la Segunda Internacional había dejado una lección
organizativa: “Desde la lucha pasiva, el proletariado debe avanzar a la lucha activa,
de las batallas mezquinas a través de representantes, el proletariado -por sí mismo,
solo- debe tomar el gran paso de conducir una lucha sin líderes o una lucha en la

252
cual los líderes están en segundo plano” (Gorter 1914, 77).116

Respuestas a la guerra

En octubre de 1914, el mismo mes de la aparición de “El colapso de la


Internacional” de Pannekoek, León Trotsky publicó La guerra y la Internacional y
afirmó que el fin de la Segunda Internacional era un “hecho trágico”: “Todos los
esfuerzos por salvar a la Segunda Internacional sobre las viejas bases, mediante
métodos diplomáticos personales y concesiones mutuas, son totalmente inútiles.”
Organizados en torno de líneas nacionales, los viejos partidos socialdemócratas
eran ellos mismos “la principal traba” para el internacionalismo proletario
(Trotsky 1918, 33 y 36). El SPD alemán era el peor infractor de todos:
“subordinaba el futuro entero de la Internacional a la cuestión -ajena a los
intereses de la Internacional- de la defensa de las fronteras del Estado de clase
porque sentía antes que nada que era él mismo un Estado conservador dentro del
Estado” (Trotsky 1918, 209).117
Trotsky entendía el imperialismo en términos de una contradicción entre
los medios de producción modernos y los confines limitados del Estado nacional.
La clase obrera no tenía mayor interés “en defender la exánime y anticuada ‘patria’
nacional, que se ha vuelto el principal obstáculo al desarrollo económico. La tarea
del proletariado es crear una patria mucho más poderosa... los Estados Unidos de
Europa republicanos como la base de los Estados Unidos del mundo”.

La nación continúa existiendo como un hecho cultural, ideológico y


psicológico, pero su fundamento económico ha sido socavado. Todo el
palabrerío sobre la guerra sangrienta actual como un acto de defensa
nacional es una demostración de hipocresía o de ceguera. Al contrario,
el significado real, objetivo de la guerra es el derrumbe de los centros
económicos nacionales actuales, y su sustitución por una economía
mundial (…) La guerra anuncia la caída del Estado nacional (…) La
guerra de 1914 es el derrumbe más colosal conocido por la historia de
un sistema económico destruido por sus propias contradicciones
internas (Trotsky 1918, 21-3).

116 Gorter y el grupo de tribunistas holandeses fueron parte de la izquierda de la


Internacional Comunista, criticada por Lenin en El izquierdismo, enfermedad infantil del
comunismo. No todos compartían en un primer momento la aversión de Gorter a la
organización centralizada, pero con el paso del tiempo esta opinión fue volviéndose común
entre los tribunistas, que más adelante pasaron a denominarse “consejistas”. Sobre la
evolución política posterior de los tribunistas, ver Gerber (1989). Para una historia del
consejismo, ver van der Linden, (2004).
117 Los análisis específicos de Trotsky incluían la cuestión de los Balcanes (repetía la

demanda del manifiesto de Basilea, que llamaba a la creación de una Federación de los
Balcanes en los territorios de la ex Turquía europea), Austria-Hungría (apoyaba la
disolución del Imperio Austro-Húngaro) y un estudio de los objetivos de guerra alemanes.
Trotsky rechazaba la distinción entre guerras defensivas y ofensivas, citando la respuesta
“espléndida” de Kautsky a Bebel en Essen. (Trotsky 1918, 151).

253
Rosa Luxemburg también asignaba al SPD y su evolución centrista y
reformista una culpa primordial. Denunciando al Partido por apoyar los créditos
de guerra, Luxemburg escribió en La crisis de la socialdemocracia (el Folleto de Junius)
que “en el actual entorno imperialista no puede haber más guerras de defensa
nacional” (Luxemburg 1916, 95). El capitalismo había enterrado a los viejos
partidos socialistas en el momento en que la guerra, “devastadora para la cultura
y la humanidad”, estalló: “Y en medio de esta orgía, una tragedia mundial ha
ocurrido; la capitulación de la socialdemocracia. Cerrar nuestros ojos a este hecho,
intentar esconderlo, sería lo más tonto, lo más peligroso que el proletariado
internacional podría hacer” (Luxemburg 1916, 8). “El mundo se había estado
preparando por décadas, a plena luz del día, con la más amplia publicidad, paso a
paso y hora tras hora, para la guerra mundial” (Luxemburg 1916, 32). Y ahora que
la carnicería estaba en marcha, los socialdemócratas alemanes tenían el descaro de
objetar que sus enemigos estaban reclutando a los pueblos coloniales:

Nuestra prensa partidaria está repleta de indignación moral sobre el


hecho de que los enemigos de Alemania llevan a hombres salvajes y
bárbaros, a negros, sijs y maoríes, a la guerra. Sin embargo, estos pueblos
juegan un rol casi idéntico en esta guerra al jugado por el proletariado
socialista en los Estados europeos. Si los maoríes de Nueva Zelanda
están deseosos de arriesgar sus cabezas por el rey de Inglaterra,
demuestran tan poco entendimiento de sus propios intereses como la
fracción del SPD en el Reichstag que intercambió la existencia, la libertad
y la civilización del pueblo alemán por la pervivencia de la monarquía de
los Habsburgo, de Turquía y de las bóvedas del Deutsche Bank. Hay una
sola diferencia entre ambos: hace una generación, los maoríes eran
todavía caníbales y no estudiantes de filosofía marxista (Luxemburg
1916, 65).

Las implicancias del análisis de Luxemburg de la guerra, incluyendo sus


ficticias racionalizaciones y sus causas reales, fueron resumidas en las doce “Tesis
sobre las tareas de la socialdemocracia internacional”, que fueron adoptadas en
una conferencia del grupo Die Internationale de Berlín (el antecesor de la Liga
Espartaco), el 1° de enero de 1916, y fueron agregadas como apéndice a la edición
alemana del Folleto de Junius. La tesis 5 declaraba que “en esta era de imperialismo
descontrolado no puede haber más guerras nacionales. Los intereses nacionales
sirven sólo como un medio de engañar a las masas de la clase trabajadora y
hacerlas serviles a su archienemigo, el imperialismo”. La tesis 8 rechazaba los
llamamientos de Kautsky y Trotsky a crear unos Estados Unidos de Europa como
un proyecto “utópico” o “reaccionario”. La tesis 9 declaraba que el imperialismo
era la “última fase” del capitalismo y “el archienemigo común del proletariado de
todos los países” (Luxemburg 1916).
A pesar de que Lenin no sabía quién había escrito el Folleto de Junius, lo
recibió como “un espléndido trabajo marxista”. Sin embargo, Lenin también
pensaba que contenía “dos errores”: primero, quien lo hubiera escrito se
equivocaba en afirmar que no podía haber más guerras nacionales y, en segundo

254
lugar, no criticaba suficientemente al centro kautskista por su chauvinismo y su
oportunismo disfrazados de socialismo. De hecho, Luxemburg sí había escrito
una crítica realmente devastadora de Kautsky llamada “Perspectivas y proyectos”
(Luxemburg 1915). Sobre la cuestión de las guerras nacionales, sin embargo, había
una diferencia genuina. El Folleto Junius se ocupaba principalmente del conflicto
europeo, mientras que Lenin ya estaba tratando la lucha revolucionaria en
términos más amplios. Mientras que algunos socialdemócratas del ala revisionista
habían considerado durante años a los pueblos coloniales como subordinados,
atrasados, e incluso inferiores culturalmente, Lenin creía que las guerras
nacionales eran inevitables en las colonias y que serían tanto “progresivas como
revolucionarias”, llevando a la liberación de las colonias de la dominación de los
países capitalistas (Lenin 1916c, 312). Lenin creía que el Folleto de Junius sufría de
las mismas fallas que el trabajo de “ciertos holandeses [es decir, de los
“tribunistas”] y de los socialdemócratas polacos, que repudian la
autodeterminación de las naciones incluso bajo el socialismo” (Lenin 1916c, 313).
En sus propias tesis sobre “La revolución socialista y el derecho de las
naciones a la autodeterminación”, escritas a comienzos de 1916, Lenin ponía el
énfasis en un análisis mundial, ya que el capitalismo había expandido sus
contradicciones hasta incluir todos los pueblos y naciones. Los partidos
socialdemócratas nacionales siempre habían concebido a la revolución
principalmente como una lucha contra sus propios gobiernos. Lenin contestaba
que cada movimiento que ayudara a derrumbar las divisiones impuestas por el
imperialismo era un paso adelante en la reunificación última de la humanidad en
el socialismo. La revolución socialista no era ni un acto individual ni “una única
batalla en un único frente”, sino una serie entera de batallas a escala global. El
objetivo del socialismo era terminar con todo “aislamiento nacional”, y el modo
de lograr “la inevitable fusión de las naciones” era, en primer lugar, mediante “la
completa liberación de todas las naciones oprimidas, es decir, su libertad de
independizarse” (Lenin 1916a, 144, 146-7).
Lenin veía el mundo dividido tres tipos de países: primero, los países
capitalistas avanzados en Europa occidental y Estados Unidos, donde la tarea de
los trabajadores era emancipar a las naciones oprimidas dentro de su propio país
y en las colonias; en segundo lugar, Europa oriental, incluyendo Austria, los
Balcanes y Rusia, donde la lucha de clases en las naciones opresoras debía ser
fusionada con la lucha de los trabajadores de las naciones oprimidas, y en tercer
lugar, los países coloniales y semicoloniales, como China, Persia o Turquía, donde
los movimientos democrático-burgueses estaban comenzando. Aquí, los
socialistas debían “apoyar decididamente a los elementos más revolucionarios en
los movimientos democrático-burgueses por la liberación nacional... [y] asistir sus
levantamientos -o su guerra revolucionaria, si estalla una- contra los poderes
imperialistas que los oprimen” (Lenin 1916a, 151-2).

El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin

En El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito luego de las tesis sobre
la autodeterminación, Lenin escribió:

255
el rasgo característico del período que nos ocupa es la distribución
definitiva del planeta, definitiva no en el sentido de que una redistribución
sea imposible -las redistribuciones, por el contrario, son posibles e
inevitables-, sino en el sentido de que la política colonial de los países
capitalistas ha completado la incautación de todas las tierras no ocupadas
de nuestro planeta. Por vez primera, el mundo está completamente
repartido, de modo que en el futuro sólo es posible una redistribución, es
decir, los territorios sólo pueden pasar de un “propietario” a otro, en
lugar del paso de un territorio sin dueño a un “propietario” (Lenin
1916b, 375).

Al comienzo de este ensayo, hablamos de los documentos que hemos


traducido como una historia del “descubrimiento del imperialismo”. Lenin
intentó escribir el capítulo final de esa historia: el imperialismo era la fase
“superior” y final del capitalismo, un sistema global de contradicciones en
movimiento que debe ser derrocado por una revolución mundial.
El imperialismo, fase superior del capitalismo fue llamado por Lenin mismo “un
resumen popular”. El trabajo sintetiza las ideas y los datos de otros autores,
especialmente Hobson, al que analizaremos en el ensayo 9, y Hilferding, pero uno
de sus logros más importantes fue relacionar la fase “superior” del capitalismo
con el análisis de Marx sobre el desarrollo cíclico del capitalismo. Lenin veía el fin
del imperialismo no como el colapso terminal proyectado por Rosa Luxemburg,
sino más bien como un proceso desigual como resultado del cual los pueblos en
todas partes se movilizarían, resistiendo simultáneamente la explotación a pesar
de que sus historias y etapas de desarrollo eran radicalmente diferentes.
En sus ensayos tempranos de crítica a los narodniki rusos, Lenin ya había
concluido en base a los esquemas de reproducción de Marx en El capital que las
crisis periódicas eran causadas por una “desproporción en el desarrollo de las
diferentes industrias” (Lenin 1899b, 66). En El imperialismo, fase superior del
capitalismo, asimismo, Lenin atribuía la política mundial capitalista a la necesidad
de obtener recursos tales como materias primas y alimentos, a la necesidad de
aplacar periódicamente las crisis cíclicas a través de las exportaciones, y más
importante aún, a la necesidad de exportar capital en búsqueda de tasas de
ganancia más altas. Pero la contribución decisiva vino de la traducción de Lenin
de la descripción de Marx del crecimiento cíclico del capitalismo, con su
irregularidad continua entre las diferentes ramas de la industria, en una fórmula
global para el desarrollo desigual del imperialismo como una totalidad. Al comienzo de su
capítulo sobre la exportación de capital, Lenin escribió que “el desarrollo desigual,
a saltos, de las distintas empresas y ramas de la industria y de los distintos países,
es inevitable bajo el capitalismo” (Lenin 1916b, 361). Lenin aplicó el análisis de
Marx del crecimiento desproporcionado dentro de una economía capitalista
individual a las relaciones entre naciones e imperios enteros.
El hecho de que el desarrollo desigual ocurriera en una escala global
significaba que el balance cambiante del poder militar y económico llevaría
inevitablemente a guerras imperialistas para redividir las posesiones coloniales.

256
Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora K.
Kautsky, que abandonó completamente la posición marxista, que
sostenía, por ejemplo, en 1909118) han expresado la opinión de que
los cárteles internacionales, por ser una de las expresiones más
sorprendentes de la internacionalización del capital, traen una
esperanza de paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Desde el
punto de vista teórico esta opinión es completamente absurda, y en
la práctica un sofisma y una defensa deshonesta del peor
oportunismo (Lenin 1916b, 373).

La “estúpida fabulita de Kautsky sobre el ultra-imperialismo ‘pacífico’”


no era más que “el intento reaccionario de un pequeño burgués asustado, de
ocultarse de la terrible realidad” de las guerras imperialistas y de sus implicancias
revolucionarias (Lenin 1970, 394). Kautsky no había podido ver que todo
monopolio o cártel era inherentemente inestable y debía desintegrarse
periódicamente en la disputa por la apropiación del plusvalor. En conexión a esto,
Lenin podría haber citado a Marx en La miseria de la filosofía:

En la vida práctica encontramos no solamente la competencia, el


monopolio y el antagonismo entre la una y el otro, sino también su
síntesis, que no es una fórmula, sino un movimiento. El monopolio
engendra la competencia, la competencia engendra el monopolio.
Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser
monopolistas. Si los monopolistas restringen la competencia entre
ellos por medio de asociaciones parciales, se acentúa la competencia
entre los obreros y cuanto más crece la masa de proletarios frente a
los monopolistas de una nación, tanto más desenfrenada se hace la
competencia entre los monopolistas de las diferentes naciones. La
síntesis consiste en que el monopolio no puede mantenerse sino
librando continuamente la lucha de la competencia (Marx 1977, 146-
7).

Sin citar a Marx directamente, Lenin sostenía el mismo punto: “Los


monopolios, que surgieron de la libre competencia, no la eliminan, sino que
existen por encima de ella y al lado de ella, engendrando así contradicciones,
fricciones y conflictos muy agudos e intensos” (Lenin 1916b, 386). Kautsky había
olvidado:

las profundas y radicales contradicciones del imperialismo: las


contradicciones entre el monopolio y la libre competencia, que existe
lado a lado con él, entre las gigantescas ‘operaciones’ (y los gigantescos
beneficios) del capital financiero y el comercio ‘honrado’ en el mercado
libre, la contradicción entre los cárteles y los trusts, por un lado, y la
industria no cartelizada, por otro, etc. (Lenin 1916b, 414).

118Esto es una referencia a El Camino al Poder, obra que Lenin calificó como la mejor de
sus obras polémicas contra los revisionistas (Waldenberg 1980, 311).

257
La afirmación de que los cárteles podían abolir el ciclo económico o los
conflictos imperialistas era simplemente “una fábula difundida por los
economistas burgueses”. Lenin acordaba con Hilferding que el capital a gran
escala se había vuelto temporalmente más organizado, pero las posiciones
“privilegiadas” de las firmas más grandes en la industria pesada sólo creaban “una
ausencia aún mayor de coordinación” en otras partes (Lenin 1916b, 327). Los
sectores “privilegiados” podrían tratar de aliviar las contradicciones del
capitalismo mediante la creación de una “aristocracia obrera” de trabajadores con
salarios más altos, respaldados por una porción de “los beneficios fabulosos”,
obtenidos tanto localmente como en las colonias, pero este hecho no hacía más
que explicar la base política del oportunismo socialdemócrata -los poderosos
sindicatos sin interés en la revolución (Lenin 1916b, 309). El imperialismo, fase
superior del capitalismo, de Lenin, se refería ampliamente a El capital financiero, pero
Lenin también pensaba que los grandes análisis de Hilferding habían sido
confundidos por los excesos de su propia imaginación, terminando con la idea de
que “el capitalismo organizado” podía evolucionar hasta dar lugar a un único
cártel como una “fuerza unificada”. Lenin admitía que los precios monopólicos
podían reducir la competencia a corto plazo y, por lo tanto, frustrar el progreso
tecnológico, pero éstos eran los logros del “capitalismo parasitario y en
descomposición” (Lenin 1916b, 400), y el imperialismo no era sino el capitalismo
parasitario a escala mundial.

El crecimiento extraordinario de una clase, o, mejor dicho, de un


sector de rentistas, es decir, de personas que viven de “recortar
cupones”, que no participan en ningún tipo de empresa y cuya
profesión es la ociosidad. La exportación del capital, una de las
bases económicas esenciales del imperialismo, acentúa todavía más
el divorcio entre los rentistas y la producción e imprime el sello de
parasitismo a todo el país que vive de la explotación del trabajo de
unos cuantos países de ultramar y colonias (Lenin 1916b, 398).

En El capital, Marx había hecho abstracción del mercado externo y de las


exportaciones de capital para analizar la reproducción en su forma “pura”. Pero
Lenin consideraba al cártel universal de Hilferding y el ultra-imperialismo de
Kautsky como mucho más que abstracciones metodológicas, porque sugerían, en
particular en la visión de Kautsky, que esta especie de “capitalismo puro” podía
llegar a materializarse en la vida real.

No existen, no pueden existir en la naturaleza ni en la sociedad


fenómenos “puros”, tal como nos enseña precisamente la
dialéctica de Marx, que muestra que el propio concepto de pureza
indica una cierta estrechez y unilateralidad del conocimiento
humano, el cual no puede abarcar plenamente un objeto en toda
su complejidad y totalidad. En el mundo no hay ni puede haber
capitalismo “puro”; siempre se halla mezclado con elementos
feudales, pequeñoburgueses o algo así (Lenin 1915, 236).

258
Algunos meses antes de escribir El imperialismo, fase superior del capitalismo,
Lenin había escrito una introducción a La economía mundial y el imperialismo, de
Nikolai Bujarin. Bujarin era un camarada bolchevique cercano, pero había
diferencias metodológicas profundas entre los dos autores. Bujarin llevaba al
extremo todas las ideas especulativas que Lenin encontraba objetables en los
escritos de Hilferding y Kautsky, aunque sacaba de las mismas una conclusión
política distinta. En 1915, Bujarin escribió un artículo titulado “Hacia una teoría
del estado imperialista”, donde afirmaba que la guerra había finalmente superado
las divisiones en la burguesía cuando todos los partidos se volvieron partidarios
de la defensa nacional patriótica. El resultado había sido, según Bujarin, el
surgimiento de una “única camarilla capitalista financiera” (Bukharin 1915, 25) y
la transformación del Estado imperialista en “un capitalista conjunto, colectivo”
(Bukharin 1915, 22). La necesidad de concentrar la autoridad económica había
convertido a cada “sistema nacional” del capitalismo desarrollado en un
“capitalismo de Estado” colectivo (Bukharin 1915, 31).
En La economía mundial y el imperialismo [1915], Bukharin declaró que la
concentración y la centralización del capital habían llegado al punto en que las
“economías nacionales” organizadas, cada una de ellas “una compañía de
compañías”, eran los principales adversarios, reduciendo la competencia
doméstica “a un mínimo” a fin de maximizar la capacidad de lucha en la batalla
mundial de naciones (Bukharin 1929, 119). Pasando por alto las contradicciones
en el seno de la clase capitalista, Bukharin pensaba que cada trust capitalista de
Estado expresaba la “voluntad colectiva” de su propia burguesía nacional, en cuyo
interés se embarcaba en una “orgía descontrolada de armamentos” (Bukharin
1929, 127), como resultado de la cual las guerras imperialistas jugarían en adelante
un rol similar al que desempeñaron antiguamente las crisis cíclicas. El capitalismo
mundial debía moverse “en la dirección de un trust capitalista de Estado universal
mediante la absorción de formaciones más débiles” (Bukharin 1929, 139).
Kautsky estaba equivocado, por supuesto, en pensar que este proceso podía
alguna vez alcanzar su “fin lógico”, el ultra-imperialismo, y, por sus comentarios
críticos acerca de Kautsky, Bukharin fue felicitado por Lenin (Lenin en Bukharin
1929, 12-14). Pero, cuando escribió su libro, Teoría económica del período de transición,
Bujarin finalmente fue demasiado lejos:

(…) la reorganización de las relaciones productivas del capitalismo


financiero ha seguido un camino que conduce a la organización de
un estado capitalista universal, a la eliminación del mercado de
mercancías, a la conversión del dinero en una unidad de cuenta, a
la organización de la producción a escala nacional, y a la
subordinación del de todo el mecanismo “económico nacional” a
los objetivos de la competencia internacional, es decir,
principalmente a la guerra (Bukharin 1920, 51).

Las diferencias entre ambos autores tenían mucho que ver con un aspecto
filosófico: cómo entender la dialéctica y aplicarla al estudio de los procesos

259
históricos y económicos.119 Cuando Bujarin propuso incluir en el nuevo programa
del Partido Bolchevique una descripción integral del imperialismo siguiendo las
líneas de su propio trabajo, Lenin se opuso:

El imperialismo, en realidad no reestructura ni puede reestructurar de


arriba abajo al capitalismo. El imperialismo complica y agudiza las
contradicciones del capitalismo, “entrelaza” la libre concurrencia
con el monopolio, pero no puede suprimir el intercambio, el mercado,
la concurrencia, las crisis, etc. (Lenin 1917, 448).

Por eso era incorrecto sustituir un análisis de esta complejidad por un


análisis del imperialismo como un todo: “no existe tal todo. Existe un tránsito de
la competencia al monopolio (…) esta conjunción de los dos ‘principios’
contradictorios, a saber, la competencia y el monopolio, es la esencia del
imperialismo” (Lenin 1917, 449).
Tanto el trabajo de Lenin como el de Bujarin se basaban extensamente en
Hilferding, pero en opinión de Lenin, Bujarin había tomado de Hilferding los
errores junto con las partes más perspicaces de su análisis:

El imperialismo puro, sin la base fundamental del capitalismo


[competitivo], nunca ha existido, no existe en ninguna parte y
nunca existirá. Esta es una generalización incorrecta de todo lo que
se dijo sobe los consorcios capitalistas, los cárteles, los trusts y el
capitalismo financiero, cuando el capitalismo financiero fue
descrito como si no tuviera ninguno de los fundamentos del viejo
capitalismo en su base (Lenin 1919, 33).

Conclusión

Hemos analizado los principales debates de la socialdemocracia


internacional, y su sección más importante, el SPD, ante el imperialismo. Si los
primeros debates, hasta 1900, muestran la importación del concepto del
imperialismo desde la literatura general a su uso por parte de los socialistas, y los
primeros intentos vacilantes por conceptualizarlo, los debates de 1900 hasta 1907
clarificaron un conflicto interno de tendencias. En este marco, la posición
favorable a ciertos tipos de colonialismo del ala revisionista se consolidó, así como
sus temas principales: la superioridad cultural europea y una visión rígidamente
etapista de la historia de las sociedades humanas en general y de las no europeas
en particular. Cabe destacar que este punto de vista fue rebatido tanto por los
Congresos de la Internacional como por algunos de los principales intelectuales
de la socialdemocracia de lengua alemana, como Kautsky y los Austro-marxistas.
En términos teóricos los trabajos de estos últimos se basaron en el rechazo de las
teorías infraconsumistas para explicar el imperialismo y su insistencia creciente en
el carácter fundamental de la exportación de capitales. En relación a las colonias,
su posición fue de simpatía hacia los pueblos colonizados y sus perspectivas de

119 En relación a este tema, ver Day (1976).

260
emancipación a largo plazo, y la defensa de un punto de vista que defendía la
posibilidad de una vía de desarrollo histórico para estos pueblos que no replicara
mecánicamente el curso europeo. En relación a la defensa nacional, Kautsky, en
convergencia con la mayor parte del ala marxista de la socialdemocracia
internacional, luchó contra la interpretación de la defensa nacional de Bebel y la
dirección del SPD. El punto de vista de estos últimos tendió a extenderse, con un
fuerte elemento de inercia ideológica respecto a las viejas formulaciones rusófobas
y defensistas de los comienzos de la socialdemocracia alemana. Para el momento
en que el debate sobre la defensa tuvo nuevas rondas respecto al desarme, las
cortes de arbitraje, la milicia y los presupuestos militares (1911-13), Kautsky y los
Austro-marxistas habían girado al centro, por lo que se convirtieron en aliados de
la dirección del SPD contra sus oponentes, confinados a una minoría a la izquierda
de la socialdemocracia internacional.
Después de 1910, el debate giró, en términos teóricos, alrededor del
trabajo de Hilferding. El mismo puede verse como una culminación, mucha más
sofisticada en términos de la crítica de la economía política, de los trabajos de
Kautsky y Bauer de 1907 y 1909. Además, su análisis de las tendencias
expansionistas del imperialismo, las transformaciones en el carácter del Estado y
la ideología racista, le dieron un carácter total al trabajo de difícil superación. Sus
especulaciones sobre la cartelización internacional y los límites de la cartelización
a nivel nacional fueron, a su vez, un elemento importante para algunas de las
derivaciones de su teoría.
Exceptuando a una parte de la izquierda que derivó hacia el análisis de
Rosa Luxemburg, fundado teóricamente en una idea totalmente distinta, la
insuficiencia crónica de los mercados capitalistas, la mayor parte de la izquierda y
el centro de la socialdemocracia internacional aceptaron lo central del análisis de
Hilferding, mientras los intelectuales revisionistas se refugiaban en una crítica,
teóricamente estéril, del “economicismo” de estos análisis. El énfasis en distintos
aspectos de esta teoría llevó a conclusiones políticas diferentes en los años
posteriores. Kautsky enfatizó los pronósticos de Hilferding referentes a la
universalización de los cárteles para producir su teoría del ultra-imperialismo.
Lenin retuvo lo esencial de las conclusiones de Hilferding, rechazado las partes
de su teoría que podían dar lugar a este desliz. Los futuros comunistas consejistas
sacaron la conclusión de que el imperialismo inauguraba un momento de lucha
política radicalmente nuevo, en el cual la organización partidaria “jerárquica” no
tendría lugar. Por último, Bujarin tendió a extremar las concepciones sobre el
avance de los monopolios a nivel nacional para concebir un futuro de estatización
extremo del capitalismo, con una competencia confinada cada vez más al sector
internacional, en forma de conflictos bélicos. En defensa de Bujarin, cabe decir
que estos análisis fueron producidos en medio de la Primera Guerra Mundial,
donde las potencias en guerra efectivamente extremaron un manejo estatista de la
economía. No obstante, esto no se reveló como una tendencia permanente, y el
análisis de Lenin puede verse, en ese sentido, como más previsor, en la medida
que destacó el carácter contradictorio de las tendencias al monopolio y las
tendencias tradicionales del capitalismo competitivo. Este punto merece
destacarse en la medida en que muchas veces las polémicas contra su teoría del
imperialismo la malinterpretan, al asimilarla a la interpretación extrema de Bujarin

261
o a algunos deslices de Hilferding en el mismo sentido. Una interpretación
contextual permite así ver que la teoría de Lenin no fue una derivación mecánica
de los autores previos, sino una lucha teórica en varios frentes con cruces políticos
y teóricos muy complejos.

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