Represion

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REPRESIÓN

El concepto de represión se retrotrae a los comienzos mismos del psicoanálisis.


La primera publicación en que se lo mencionó fue “Sobre el mecanismo psíquico de los
fenómenos histéricos: comunicación preliminar”. El concepto de represión fue sugerido
imperiosamente por el fenómeno clínico de la resistencia, que a su vez salió a relucir a
raíz de una innovación técnica: el abandono de la hipnosis en el tratamiento catártico de
la histeria.

La palabra utilizada para describir el proceso no es en realidad «represión»


sino «defensa».

En esa época Freud empleaba ambos términos indistintamente, casi como


equivalentes, aunque tal vez «defensa» era más común. Pronto, como señala en su
trabajo sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis comenzó a
remplazar este último por aquel. Por ejemplo, en el historial clínico del «Hombre de las
Ratas» examinó el mecanismo de la «represión» en las neurosis obsesivas —o sea, el
desplazamiento de la investidura afectiva de la representación chocante, a diferencia de
su destierro total de la conciencia en la histeria— y aludió a «dos tipos de represión».

De hecho, en el presente artículo el término es usado en este sentido amplio,


como se ve en el examen de los diversos mecanismos de represión en las distintas
variedades de psiconeurosis que efectúa hacia el final. La forma de represión a la que
Freud aludía fundamentalmente aquí era la que se presenta en la histeria; y mucho
después, en Inhibición, síntoma y angustia, propuso restringir el término «represión» a
este mecanismo en particular y restaurar el uso de «defensa» como «designación general
para todas las técnicas de que se sirve el yo en los conflictos que eventualmente llevan a
la neurosis». La índole de la fuerza impulsora que pone en marcha a la represión
constituyó un permanente problema para Freud, aunque en este trabajo apenas alude a
él. Se planteaba, en particular, el interrogante acerca del vínculo entre la represión y la
vida sexual; en sus primeros tiempos, Freud dio variables respuestas a esto, como puede
verse en muchos lugares en su correspondencia con Fliess, más tarde rechazó
firmemente todo intento de «sexualizar» la represión. Se hallará una amplia discusión
arrojó una nueva luz sobre el asunto sosteniendo que la angustia no era, como había
afirmado antes, una consecuencia de la represión sino una de sus principales
fuerzas impulsoras.

Puede ser el destino de una moción pulsional chocar con resistencias que quieran
hacerla inoperante. Bajo condiciones a cuyo estudio más atento pasaremos enseguida,
entra entonces en el estado de la represión. Si se tratase del efecto de un estímulo
exterior, es evidente que la huida sería el medio apropiado. En el caso de la pulsión, de
nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo. Más tarde, en algún
momento, se encontrará en la desestimación por el juicio (juicio adverso) un buen
recurso contra la moción pulsional. Una etapa previa al juicio adverso, una cosa
intermedia entre la huida y el juicio adverso, es la represión, cuyo concepto no podía
establecerse en el período anterior a los estudios psicoanalíticos.

La posibilidad de una represión no es fácil de deducir en la teoría. ¿Por qué una moción
pulsional habría de ser víctima de semejante destino? Para ello, evidentemente, debe
llenarse la condición de que el logro de la meta pulsional depare displacer en lugar de
placer. Pero este caso no se concibe bien. Pulsiones así no existen, una satisfacción
pulsional es siempre placentera. Deberían suponerse constelaciones particulares, algún
proceso por el cual el placer de satisfacción se mudara en displacer.

Para deslindar mejor la represión podemos traer al debate algunas otras situaciones
pulsionales. Puede ocurrir que un estímulo exterior sea interiorizado, por ejemplo si
ataca o destruye a un órgano; entonces se engendra una nueva fuente de excitación
continuada y de incremento de tensión. Tal estímulo cobra, así, notable semejanza con
una pulsión. Según sabemos, sentimos este caso como dolor. Ahora bien, la meta de esta
seudo-pulsión es sólo el cese de la alteración de órgano y del displacer que conlleva.

Otro placer, un placer directo, no puede ganarse con la cesación del dolor. El dolor es
también imperativo; puede ser vencido exclusivamente por la acción de una droga o la
influencia de una distracción psíquica. Pero el ejemplo del dolor es muy poco
trasparente para que sirva de algo a nuestro propósito. Tomemos el caso en que un
estímulo pulsional como el hambre permanece insatisfecho. Entonces se vuelve
imperativo, únicamente la acción de satisfacción puede aplacarlo, y mantiene una
continuada tensión de necesidad. Pero en todo esto no asoma nada parecido a una
represión.

Por consiguiente, el caso de la represión no está dado cuando la tensión provocada por
la insatisfacción de una moción pulsional se hace insoportablemente grande. Los medios
de que el organismo dispone para defenderse contra esa situación han de elucidarse en
otro orden de consideraciones. Atengámonos preferentemente a la experiencia clínica
tal como nos la brinda la práctica psicoanalítica. Aprendemos entonces que la
satisfacción de la pulsión sometida a la represión sería sin duda posible y siempre
placentera en sí misma, pero sería inconciliable con otras exigencias y designios. Por
tanto, produciría placer en un lugar y displacer en otro. Tenemos, así, que la condición
para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la
satisfacción. Además, la experiencia psicoanalítica en las neurosis de trasferencia nos
impone esta conclusión: La represión no es un mecanismo de defensa presente desde
el origen; no puede engendrarse antes que se haya establecido una separación nítida
entre actividad consciente y actividad inconsciente del alma, y su esencia consiste en
rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella.

Este modo de concebir la represión se complementaría con un supuesto, a saber, que


antes de esa etapa de la organización del alma los otros destinos de pulsión, como la
mudanza hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia, tenían a su exclusivo
cargo la tarea de la defensa contra las mociones pulsionales.* Ahora caemos en la
cuenta de que represión e inconsciente son correlativos en tan grande medida que
debemos posponer la profundización en la esencia de la primera hasta saber más sobre
la composición del itinerario de instancias psíquicas y sobre la diferenciación entre
inconsciente y consiente. Antes de ello no podemos hacer más que resumir de un modo
puramente descriptivo algunos caracteres de la represión que conocemos por la
experiencia clínica, y ello a riesgo de repetir tal cual mucho de lo ya dicho en otros
lugares.

Pues bien; tenemos razones para suponer una REPRESIÓN PRIMORDIAL, una
primera fase de la represión que consiste en que a la agencia representante psíquica
(agencia representante-representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo
consiente. Así se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia
representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella. Esto
acontece a consecuencia de las propiedades de los procesos inconscientes, que hemos de
considerar después.

La segunda etapa de la represión, LA REPRESIÓN PROPIAMENTE DICHA, recae


sobre retoños psíquicos de la agencia representante reprimida o sobre unos itinerarios de
pensamiento que, procedentes de alguna otra parte, han entrado en un vínculo asociativo
con ella. A causa de ese vínculo, tales representaciones experimentan el mismo destino
que lo reprimido primordial. La represión propiamente dicha es entonces un «esfuerzo
de dar caza». Por lo demás, se comete un error cuando se destaca con exclusividad la
repulsión que se ejerce desde lo consiente sobre lo que ha de reprimirse. En igual
medida debe tenerse en cuenta la atracción que lo reprimido primordial ejerce sobre
todo aquello con lo cual puede ponerse en conexión. Probablemente, la tendencia a la
represión no alcanzaría su propósito si estas fuerzas {atracción y repulsión} no
cooperasen, si no existiese algo reprimido desde antes, presto a recoger lo repelido por
lo consiente.

Bajo la influencia del estudio de las psiconeurosis, que pone ante nuestros ojos efectos
sustanciales de la represión, tendemos a sobrestimar su contenido psicológico y con
facilidad olvidamos que la represión no impide a la agencia representante de pulsión
seguir existiendo en lo inconsciente, continuar organizándose, formar retoños y anudar
conexiones. En realidad, la represión sólo perturba el vínculo con un sistema psíquico:
el de lo consiente. Empero, con respecto a lo que es sustancial para comprender los
efectos de la represión en las psiconeurosis, el psicoanálisis puede mostrarnos algo más.

Por ejemplo: la agencia representante de pulsión se desarrolla con mayor riqueza y


menores interferencias cuando la represión la sustrajo del influjo consciente. Prolifera,
por así decir, en las sombras y encuentra formas extremas de expresión que, si le son
traducidas y presentadas al neurótico, no sólo tienen que parecerle ajenas, sino que lo
atemorizan provocándole el espejismo de que poseerían una intensidad pulsional
extraordinaria y peligrosa. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resultado de un
despliegue desinhibido en la fantasía y de la sobreestasis producto de una satisfacción
denegada.
Esta última consecuencia se anuda a la represión, lo cual nos señala el rumbo en que
hemos de buscar la genuina sustancialidad de esta. Pero si ahora nos volvemos al
aspecto contrario, comprobamos que ni siquiera es cierto que la represión mantenga
apartados de lo consciente a todos los retoños de lo reprimido primordial.'" Si estos se
han distanciado lo suficiente del representante reprimido, sea por las desfiguraciones
que adoptaron o por el número de eslabones intermedios que se intercalaron, tienen, sin
más, expedito el acceso a lo conciente. Es como si la resistencia que lo conciente les
opone fuese una función de su distanciamiento respecto de lo originariamente
reprimido. Cuando practicamos la técnica psicoanalítica, invitamos de continuo al
paciente a producir esos retoños de lo reprimido, que, a consecuencia de su
distanciamiento o de su desfiguración, pueden salvar la censura de lo conciente. No otra
cosa son las ocurrencias que le pedimos previa renuncia, por su parte, a toda
representación-meta conciente y a toda crítica, y desde las cuales restablecemos una
traducción conciente de la agencia representante reprimida. Entonces observamos que el
paciente puede devanar una serie de ocurrencias de esa índole hasta que tropieza en su
decurso con una fortnación de pensamiento en que el vínculo con lo reprimido se le
hace sentir tan intensamente que se ve forzado a repetir su intento de represión.
También los síntomas neuróticos tienen que haber llenado esa condición {el
distanciamiento}, pues son retoños de lo reprimido, que, por intermedio de estas
formaciones {los síntomas}, ha terminado por conquistarse su denegado acceso a la
conciencia. ¿Hasta dónde tiene que llegar la desfiguración, el distanciamiento respecto
de lo reprimido? Es algo que no podemos indicar en general. Ahí opera un fino
sopesamiento cuyo juego se nos oculta; empero, las modalidades de su acción eficaz nos
hacen colegir que se trata de detenerse antes que se llegue a determinada intensidad en
la investidura de lo inconciente, rebasada la cual lo inconciente irrumpiría hacia la
satisfacción. La represión trabaja, entonces, de manera en alto grado individual; cada
uno de los retoños de lo reprimido puede tener su destino particular; un poco más o un
poco menos de desfiguración cambian radicalmente el resultado. Dentro de este orden
de consideraciones, se comprende también que los objetos predilectos de los hombres,
sus ideales, provengan de las mismas percepciones y vivencias que los más aborrecidos
por ellos, y en el origen se distingan unos de otros sólo por ínfimas modificaciones. Y
aun puede ocurrir, según hallamos en la génesis del fetiche, que la agencia originaria
representante de pulsión se haya descompuesto en dos fragmentos; de ellos, uno sufrió
la represión, al paso que el restante, precisamente a causa de ese íntimo enlace,
experimentó él destino de la idealización. Lo mismo que se consigue con un más o un
menos de desfiguración puede alcanzarse, por así decir en el otro extremo del aparato,
mediante una modificación en las condiciones de producción de placer-displacer.
Existen técnicas particulares creadas con el propósito de provocar alteraciones tales en
el juego de las fuerzas psíquicas que lo mismo que de otro modo produciría displacer
pueda por una vez resultar placentero; y tan pronto como uno de estos medios técnicos
entra en acción, queda cancelada la represión de una agencia representante de pulsión
que de otro modo sería rechazada. Esas técnicas sólo se han estudiado hasta ahora con
precisión respecto del chiste Por regla general, la cancelación de la represión es sólo
provisional; enseguida se restablece. Ahora bien, experiencias de esta índole bastan para
hacernos notar otros caracteres de la represión. Ella no sólo es, como acabamos de
consignarlo, individual, sino en alto grado móvil. No tenemos que imaginarnos el
proceso de la represión como un acontecer que se consumaría de una sola vez y tendría
un resultado perdurable, como si aplastáramos algo vivo que de ahí en más quedara
muerto. No, sino que la represión exige un gasto de fuerza constante; si cejara,
peligraría su resultado haciéndose necesario un nuevo acto represivo. Podemos
imaginarlo así: Lo reprimido ejerce una presión continua en dirección a lo consciente, a
raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse por medio de una contrapresión
incesante." El mantenimiento de una represión supone, por tanto, un dispendio continuo
de fuerza, y en términos económicos su cancelación implicaría un ahorro. Por otra parte,
la movilidad de la represión encuentra expresión en los caracteres psíquicos del estado
del dormir, el único que posibilita la formación del sueño. Con el despertar, las
investiduras de represión recogidas se emiten de nuevo.

No es lícito olvidar que es muy poco lo que enunciamos acerca de una moción pulsional
cuando afirmamos que está reprimida. Es que, sin perjuicio de su represión, puede
encontrarse en muy diversos estados: puede estar inactiva, es decir, escasamente
investida con energía psíquica, o investida en grados variables y así habilitada para la
actividad. Su activación no tendrá, por cierto, la consecuencia de cancelar directamente
la represión, sino que pondrá en movimiento todos los procesos que se cierran con la
irrupción en la conciencia a través de rodeos. En el caso de los retoños no reprimidos de
lo inconciente, la medida de la activación o investidura suele decidir el destino de cada
representación singular. Es un hecho cotidiano que un retoño así permanezca no
reprimido mientras es representante de una energía baja, aunque su contenido sería
idóneo para provocar un conflicto con lo que impera en lo conciente. Es que el factor
cuantitativo resulta decisivo para el conflicto; tan pronto como esa representación en el
fondo chocante se refuerza por encima de cierto grado, el conflicto deviene actual y
precisamente la activación conlleva la represión. Por tanto, en materia de represión, un
aumento de la investidura energética actúa en el mismo sentido que el acercamiento a lo
inconciente, y una disminución, en el mismo que el distanciamiento respecto de lo
inconciente o que una desfiguración. Comprendemos así que las tendencias represoras
puedan encontrar en el debilitamiento de lo desagradable un sustituto de su represión.

En las elucidaciones anteriores consideramos la represión de una agencia representante


de pulsión, entendiendo por aquella a una representación o un grupo de representaciones
investidas desde la pulsión con un determinado monto de energía psíquica (libido,
interés). Ahora bien, la observación clínica nos constriñe a descomponer lo que hasta
aquí concebimos como unitario, pues nos muestra que junto a la representación
interviene algo diverso, algo que representa a la pulsión y puede experimentar un
destino de represión totalmente diferente del de la representación. Para este otro
elemento de la agencia representante psíquica ha adquirido carta de ciudadanía el
nombre de monto de afecto corresponde a la pulsión en la medida en que esta se ha
desasido de la representación y ha encontrado una expresión proporcionada a su
cantidad en procesos que devienen registrables para la sensación como afectos. Desde
ahora, cuando describamos un caso de represión, tendremos que rastrear separadamente
lo que en virtud de ella se ha hecho de la representación, por un lado, y de la energía
pulsional que adhiere a esta, por el otro. Nos gustaría enunciar algo general sobre estos
dos diversos destinos. Podremos hacerlo después de orientarnos un poco. El destino
general de la representación representante de la pulsión difícilmente pueda ser otro que
este: desaparecer de lo conciente si antes fue conciente, o seguir coartada de la
conciencia si estaba en vías de devenir conciente. La diferencia es desdeñable; da lo
mismo, por ejemplo, que yo despache de mi salón, o de mi vestíbulo a un huésped
desagradable, o que después de individualizarlo no le deje pisar el umbral de mi casa.'"
El factor cuantitativo de la agencia representante de pulsión tiene tres destinos posibles,
como nos lo enseña una ojeada panorámica a las experiencias que nos ha brindado el
psicoanálisis: La pulsión es sofocada por completo, de suerte que nada se descubre de
ella, o sale a la luz como un afecto coloreado cualitativamente de algún modo, o se
muda en angustia.'" Las dos últimas posibilidades nos ponen frente a la tarea de
discernir como un nuevo destino de pulsión la trasposición de las energías psíquicas de
las pulsiones en afectos y, muy particularmente, en angustia. Recordemos que la
represión no tenía otro motivo ni propósito que evitar el displacer. De ahí se sigue que
el destino del monto de afecto de la agencia representante importa mucho más que el
destino de la representación. Por tanto, es el decisivo para nuestro juicio sobre el
proceso represivo. Si una represión no consigue impedir que nazcan sensaciones de
displacer o de angustia, ello nos autoriza a decir que ha fracasado, aunque haya
alcanzado su meta en el otro componente, la representación. Desde luego, la represión
fracasada tendrá más títulos para nuestro interés que la lograda de algún modo, pues
esta casi siempre se sustraerá de nuestro estudio.

Ahora queremos inteligir el mecanismo del proceso represivo y saber, sobre todo, si hay
un mecanismo único de la represión o varios, y si cada psiconeurosis acaso se
singulariza por un mecanismo represivo propio. Al empezar esta indagación
tropezamos, empero, con complicaciones. El mecanismo de la represión sólo nos es
asequible cuando podemos inferirlo retrospectivamente desde los resultados de ella. Si
circunscribimos la observación a los resultados que afectan a la parte del representante
constituida por la representación, advertimos que la represión crea, por regla general,
una formación sustitutiva. Ahora bien, ¿cuál es el mecanismo de una formación
sustitutiva de esa índole, o hay que distinguir también aquí varios mecanismos?
Sabemos también que la represión deja síntomas como secuela. ¿Haremos coincidir
formación sustitutiva y formación de síntoma? Y si esto puede aceptarse globalmente,
¿se superponen el mecanismo de la formación de síntoma y el de la represión? Por
ahora parece verosímil que ambos divergen, que no es la represión misma la que crea
formaciones sustitutivas y síntomas, sino que estos últimos, en cuanto indicios de un
retorno de lo reprimido deben su génesis a procesos por completo diversos. Parece
recomendable también indagar los mecanismos de la formación sustitutiva y de la
formación de síntoma con anterioridad a los de la represión. Es claro que la
especulación ya nada tiene que hacer aquí, y debe relevarla el análisis cuidadoso de los
resultados de la represión observables en el caso de las diferentes neurosis. No obstante,
tengo que proponer que pospongamos también este trabajo hasta formarnos algunas
representaciones confiables sobre el nexo de lo conciente con lo inconciente. Y con el
solo fin de que la presente elucidación no quede del todo infecunda, anticiparé que: 1) el
mecanismo de la represión de hecho no coincide con el o los mecanismos de la
formación sustitutiva; 2) existen muy diversos mecanismos de la formación sustitutiva,
y 3) los mecanismos de la represión tienen al menos algo en común, la sustracción de la
investidura energética (o libido, si tratamos de pulsiones sexuales). Quiero mostrar
también con algunos ejemplos, circunscribiéndome a las tres psiconeurosis más
conocidas, el modo en que se aplican al estudio de la represión los conceptos que
acabamos de introducir. De la histeria de angustia escogeré el ejemplo, bien analizado,
de una fobia a los animales.'" La moción pulsional sometida a la represión es una actitud
libidinosa hacia el padre, apareada con la angustia frente a él. Después de la represión,
esta moción ha desaparecido de la conciencia y el padre no se presenta en ella como
objeto de la libido. Como sustituto se encuentra en posición análoga un animal más o
menos apto para ser objeto de angustia. La formación sustitutiva de la parte constituida
por la representación [en el representante de pulsión] se ha establecido por la vía del
desplazamiento a lo largo de una trabazón regida por cierto determinismo. La parte
cuantitativa no ha desaparecido, sino que se ha traspuesto en angustia. El resultado es
una angustia frente al lobo en lugar de un requerimiento de amor al padre. Desde luego,
las categorías aquí empleadas no bastan para satisfacer los requisitos de una
explicación, ni siquiera del caso más simple de psiconeurosis. Todavía tienen que entrar
en cuenta otros puntos de vista. Una represión como la del caso de la fobia a los
animales puede definirse como radicalmente fracasada. La obra de la represión consistió
solamente en eliminar y sustituir la representación, pero el ahorro de displacer no se
consiguió en modo alguno. Por eso el trabajo de la neurosis no descansa, sino que se
continúa en un segundo tempo para alcanzar su meta más inmediata, más importante.
Así llega a la formación de un intento de huida, la fobia en sentido estricto: una cantidad
de evitaciones destinadas a excluir el desprendimiento de angustia. En una indagación
más específica podemos llegar a comprender los mecanismos por los cuales la fobia
alcanza esa meta. A una apreciación por entero diversa del proceso represivo nos fuerza
el cuadro de la genuina histeria de conversión. Lo sobresaliente en ella es que consigue
hacer desaparecer por completo el monto de afecto. El enfermo exhibe entonces hacia
sus síntomas la conducta que Charcot ha llamado «la belle indifference des
hystériquesy> Otras veces esta sofocación no se logra tan completa, y una dosis de
sensaciones penosas se anuda a los síntomas mismos, o no puede evitarse algún
desprendimiento de angustia que, a su vez, pone en acción el mecanismo de formación
de una fobia. El contenido de representación de la agencia representante de pulsión se
ha sustraído radicalmente de la conciencia; como formación sustitutiva —y al mismo
tiempo como síntoma—se encuentra una inervación hiperintensa —somática en los
casos típicos—, unas veces de naturaleza sensorial y otras de naturaleza motriz, ya sea
como excitación o como inhibición. El lugar hiperinervado se revela, a una
consideración más atenta, como una porción de la agencia representante de pulsión
reprimida que ha atraído hacia sí, por condensación, la investidura íntegra. Desde luego,
tampoco estas puntualizacíones describen por completo el mecanismo de una histeria de
conversión; sobre todo resta agregar el factor de la regresión, que debe ser apreciado en
otro contexto." La represión de la histeria [de conversión] puede juzgarse totalmente
fracasada en la medida en que sólo se ha vuelto posible mediante unas extensas
formaciones sustitutivas; pero con respecto a la finiquitación del monto de afecto, que
es \ genuina tarea de la represión, por regla general constituye éxito completo. El
proceso represivo de la histeria de comisión se clausura entonces con la formación de
síntoma, y no necesita recomenzar en un segundo tiempo —o en verdad proseguir
indefinidamente—, como ocurre en el caso de la histeria de angustia. Un aspecto por
entero distinto muestra también la represión en la tercera de las afecciones que veremos
con fines comparativos, la neurosis obsesiva. Aquí nos asalta al comienzo una duda:
¿Hemos de considerar al representante sometido a la represión como una aspiración
libidinosa o como una aspiración hostil? Esa incertidumbre se debe a que la neurosis
obsesiva descansa en la premisa de una regresión por la cual una aspiración sádica
remplaza a una aspiración tierna. Este impulso hostil hacia una persona amada es el que
cae bajo la represión. El efecto es totalmente diverso en una primera fase del trabajo
represivo que en una fase posterior. Primero alcanza un éxito pleno: el contenido de
representación es rechazado y se hace desaparecer el afecto. Como formación sustitutiva
hallamos una alteración del yo en la forma de unos escrúpulos de conciencia extremos,
lo cual no puede Uarnarse propiamente un síntoma. Divergen entonces formación
sustitutiva y formación de síntoma. También aprendemos algo sobre el mecanismo de la
represión. Como lo hace dondequiera, esta ha producido una sustracción de libido, pero
a este fin se sirve de la formación reactiva por fortalecimiento de un opuesto. La
formación sustitutiva responde aquí, pues, al mismo mecanismo que la represión, y en el
fondo coincide con esta; pero tanto en el tiempo cuanto en el concepto se aparta de la
formación de síntoma. Es muy probable que la situación de ambivalencia en que se
insertó el impulso sádico que debe reprimirse posibilite el proceso en su conjunto. Esa
represión inicialmente buena no resiste, empero; en el circuito ulteriof, su fracaso se
esfuerza resaltando cada vez más. La ambivalencia, en virtud de la cual se había echo
posible la represión {esfuerzo de desalojo} por formación reactiva, es también el lugar
en el cual lo reprimido consigue retornar. El afecto desaparecido retorna mudándose en
angustia social, en angustia de la conciencia moral, en reproches sin medida; la
representación rechazada se remplaza mediante un sustituto por desplazamiento, a
menudo por desplazamiento a lo ínfimo, a lo indiferente."'' En la mayoría de los casos
hay una tendencia inequívoca a la producción intacta de la representación reprimida. El
fracaso en la represión del factor cuantitativo, afectivo, pone en juego el mismo
mecanismo de la huida por medio de evitaciones y prohibiciones de que tomamos
conocimiento en la fobia histérica. Pero el rechazo que pesa sobre la representación en
cuanto a su ingreso a lo conciente se mantiene con tenacidad porque trae consigo la
coartación de la acción, el aherrojamiento motor del impulso. Así, en la neurosis
obsesiva el trabajo de la represión desemboca en una pugna estéril e interminable.

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