Represion
Represion
Represion
Puede ser el destino de una moción pulsional chocar con resistencias que quieran
hacerla inoperante. Bajo condiciones a cuyo estudio más atento pasaremos enseguida,
entra entonces en el estado de la represión. Si se tratase del efecto de un estímulo
exterior, es evidente que la huida sería el medio apropiado. En el caso de la pulsión, de
nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo. Más tarde, en algún
momento, se encontrará en la desestimación por el juicio (juicio adverso) un buen
recurso contra la moción pulsional. Una etapa previa al juicio adverso, una cosa
intermedia entre la huida y el juicio adverso, es la represión, cuyo concepto no podía
establecerse en el período anterior a los estudios psicoanalíticos.
La posibilidad de una represión no es fácil de deducir en la teoría. ¿Por qué una moción
pulsional habría de ser víctima de semejante destino? Para ello, evidentemente, debe
llenarse la condición de que el logro de la meta pulsional depare displacer en lugar de
placer. Pero este caso no se concibe bien. Pulsiones así no existen, una satisfacción
pulsional es siempre placentera. Deberían suponerse constelaciones particulares, algún
proceso por el cual el placer de satisfacción se mudara en displacer.
Para deslindar mejor la represión podemos traer al debate algunas otras situaciones
pulsionales. Puede ocurrir que un estímulo exterior sea interiorizado, por ejemplo si
ataca o destruye a un órgano; entonces se engendra una nueva fuente de excitación
continuada y de incremento de tensión. Tal estímulo cobra, así, notable semejanza con
una pulsión. Según sabemos, sentimos este caso como dolor. Ahora bien, la meta de esta
seudo-pulsión es sólo el cese de la alteración de órgano y del displacer que conlleva.
Otro placer, un placer directo, no puede ganarse con la cesación del dolor. El dolor es
también imperativo; puede ser vencido exclusivamente por la acción de una droga o la
influencia de una distracción psíquica. Pero el ejemplo del dolor es muy poco
trasparente para que sirva de algo a nuestro propósito. Tomemos el caso en que un
estímulo pulsional como el hambre permanece insatisfecho. Entonces se vuelve
imperativo, únicamente la acción de satisfacción puede aplacarlo, y mantiene una
continuada tensión de necesidad. Pero en todo esto no asoma nada parecido a una
represión.
Por consiguiente, el caso de la represión no está dado cuando la tensión provocada por
la insatisfacción de una moción pulsional se hace insoportablemente grande. Los medios
de que el organismo dispone para defenderse contra esa situación han de elucidarse en
otro orden de consideraciones. Atengámonos preferentemente a la experiencia clínica
tal como nos la brinda la práctica psicoanalítica. Aprendemos entonces que la
satisfacción de la pulsión sometida a la represión sería sin duda posible y siempre
placentera en sí misma, pero sería inconciliable con otras exigencias y designios. Por
tanto, produciría placer en un lugar y displacer en otro. Tenemos, así, que la condición
para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la
satisfacción. Además, la experiencia psicoanalítica en las neurosis de trasferencia nos
impone esta conclusión: La represión no es un mecanismo de defensa presente desde
el origen; no puede engendrarse antes que se haya establecido una separación nítida
entre actividad consciente y actividad inconsciente del alma, y su esencia consiste en
rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella.
Pues bien; tenemos razones para suponer una REPRESIÓN PRIMORDIAL, una
primera fase de la represión que consiste en que a la agencia representante psíquica
(agencia representante-representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo
consiente. Así se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia
representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella. Esto
acontece a consecuencia de las propiedades de los procesos inconscientes, que hemos de
considerar después.
Bajo la influencia del estudio de las psiconeurosis, que pone ante nuestros ojos efectos
sustanciales de la represión, tendemos a sobrestimar su contenido psicológico y con
facilidad olvidamos que la represión no impide a la agencia representante de pulsión
seguir existiendo en lo inconsciente, continuar organizándose, formar retoños y anudar
conexiones. En realidad, la represión sólo perturba el vínculo con un sistema psíquico:
el de lo consiente. Empero, con respecto a lo que es sustancial para comprender los
efectos de la represión en las psiconeurosis, el psicoanálisis puede mostrarnos algo más.
No es lícito olvidar que es muy poco lo que enunciamos acerca de una moción pulsional
cuando afirmamos que está reprimida. Es que, sin perjuicio de su represión, puede
encontrarse en muy diversos estados: puede estar inactiva, es decir, escasamente
investida con energía psíquica, o investida en grados variables y así habilitada para la
actividad. Su activación no tendrá, por cierto, la consecuencia de cancelar directamente
la represión, sino que pondrá en movimiento todos los procesos que se cierran con la
irrupción en la conciencia a través de rodeos. En el caso de los retoños no reprimidos de
lo inconciente, la medida de la activación o investidura suele decidir el destino de cada
representación singular. Es un hecho cotidiano que un retoño así permanezca no
reprimido mientras es representante de una energía baja, aunque su contenido sería
idóneo para provocar un conflicto con lo que impera en lo conciente. Es que el factor
cuantitativo resulta decisivo para el conflicto; tan pronto como esa representación en el
fondo chocante se refuerza por encima de cierto grado, el conflicto deviene actual y
precisamente la activación conlleva la represión. Por tanto, en materia de represión, un
aumento de la investidura energética actúa en el mismo sentido que el acercamiento a lo
inconciente, y una disminución, en el mismo que el distanciamiento respecto de lo
inconciente o que una desfiguración. Comprendemos así que las tendencias represoras
puedan encontrar en el debilitamiento de lo desagradable un sustituto de su represión.
Ahora queremos inteligir el mecanismo del proceso represivo y saber, sobre todo, si hay
un mecanismo único de la represión o varios, y si cada psiconeurosis acaso se
singulariza por un mecanismo represivo propio. Al empezar esta indagación
tropezamos, empero, con complicaciones. El mecanismo de la represión sólo nos es
asequible cuando podemos inferirlo retrospectivamente desde los resultados de ella. Si
circunscribimos la observación a los resultados que afectan a la parte del representante
constituida por la representación, advertimos que la represión crea, por regla general,
una formación sustitutiva. Ahora bien, ¿cuál es el mecanismo de una formación
sustitutiva de esa índole, o hay que distinguir también aquí varios mecanismos?
Sabemos también que la represión deja síntomas como secuela. ¿Haremos coincidir
formación sustitutiva y formación de síntoma? Y si esto puede aceptarse globalmente,
¿se superponen el mecanismo de la formación de síntoma y el de la represión? Por
ahora parece verosímil que ambos divergen, que no es la represión misma la que crea
formaciones sustitutivas y síntomas, sino que estos últimos, en cuanto indicios de un
retorno de lo reprimido deben su génesis a procesos por completo diversos. Parece
recomendable también indagar los mecanismos de la formación sustitutiva y de la
formación de síntoma con anterioridad a los de la represión. Es claro que la
especulación ya nada tiene que hacer aquí, y debe relevarla el análisis cuidadoso de los
resultados de la represión observables en el caso de las diferentes neurosis. No obstante,
tengo que proponer que pospongamos también este trabajo hasta formarnos algunas
representaciones confiables sobre el nexo de lo conciente con lo inconciente. Y con el
solo fin de que la presente elucidación no quede del todo infecunda, anticiparé que: 1) el
mecanismo de la represión de hecho no coincide con el o los mecanismos de la
formación sustitutiva; 2) existen muy diversos mecanismos de la formación sustitutiva,
y 3) los mecanismos de la represión tienen al menos algo en común, la sustracción de la
investidura energética (o libido, si tratamos de pulsiones sexuales). Quiero mostrar
también con algunos ejemplos, circunscribiéndome a las tres psiconeurosis más
conocidas, el modo en que se aplican al estudio de la represión los conceptos que
acabamos de introducir. De la histeria de angustia escogeré el ejemplo, bien analizado,
de una fobia a los animales.'" La moción pulsional sometida a la represión es una actitud
libidinosa hacia el padre, apareada con la angustia frente a él. Después de la represión,
esta moción ha desaparecido de la conciencia y el padre no se presenta en ella como
objeto de la libido. Como sustituto se encuentra en posición análoga un animal más o
menos apto para ser objeto de angustia. La formación sustitutiva de la parte constituida
por la representación [en el representante de pulsión] se ha establecido por la vía del
desplazamiento a lo largo de una trabazón regida por cierto determinismo. La parte
cuantitativa no ha desaparecido, sino que se ha traspuesto en angustia. El resultado es
una angustia frente al lobo en lugar de un requerimiento de amor al padre. Desde luego,
las categorías aquí empleadas no bastan para satisfacer los requisitos de una
explicación, ni siquiera del caso más simple de psiconeurosis. Todavía tienen que entrar
en cuenta otros puntos de vista. Una represión como la del caso de la fobia a los
animales puede definirse como radicalmente fracasada. La obra de la represión consistió
solamente en eliminar y sustituir la representación, pero el ahorro de displacer no se
consiguió en modo alguno. Por eso el trabajo de la neurosis no descansa, sino que se
continúa en un segundo tempo para alcanzar su meta más inmediata, más importante.
Así llega a la formación de un intento de huida, la fobia en sentido estricto: una cantidad
de evitaciones destinadas a excluir el desprendimiento de angustia. En una indagación
más específica podemos llegar a comprender los mecanismos por los cuales la fobia
alcanza esa meta. A una apreciación por entero diversa del proceso represivo nos fuerza
el cuadro de la genuina histeria de conversión. Lo sobresaliente en ella es que consigue
hacer desaparecer por completo el monto de afecto. El enfermo exhibe entonces hacia
sus síntomas la conducta que Charcot ha llamado «la belle indifference des
hystériquesy> Otras veces esta sofocación no se logra tan completa, y una dosis de
sensaciones penosas se anuda a los síntomas mismos, o no puede evitarse algún
desprendimiento de angustia que, a su vez, pone en acción el mecanismo de formación
de una fobia. El contenido de representación de la agencia representante de pulsión se
ha sustraído radicalmente de la conciencia; como formación sustitutiva —y al mismo
tiempo como síntoma—se encuentra una inervación hiperintensa —somática en los
casos típicos—, unas veces de naturaleza sensorial y otras de naturaleza motriz, ya sea
como excitación o como inhibición. El lugar hiperinervado se revela, a una
consideración más atenta, como una porción de la agencia representante de pulsión
reprimida que ha atraído hacia sí, por condensación, la investidura íntegra. Desde luego,
tampoco estas puntualizacíones describen por completo el mecanismo de una histeria de
conversión; sobre todo resta agregar el factor de la regresión, que debe ser apreciado en
otro contexto." La represión de la histeria [de conversión] puede juzgarse totalmente
fracasada en la medida en que sólo se ha vuelto posible mediante unas extensas
formaciones sustitutivas; pero con respecto a la finiquitación del monto de afecto, que
es \ genuina tarea de la represión, por regla general constituye éxito completo. El
proceso represivo de la histeria de comisión se clausura entonces con la formación de
síntoma, y no necesita recomenzar en un segundo tiempo —o en verdad proseguir
indefinidamente—, como ocurre en el caso de la histeria de angustia. Un aspecto por
entero distinto muestra también la represión en la tercera de las afecciones que veremos
con fines comparativos, la neurosis obsesiva. Aquí nos asalta al comienzo una duda:
¿Hemos de considerar al representante sometido a la represión como una aspiración
libidinosa o como una aspiración hostil? Esa incertidumbre se debe a que la neurosis
obsesiva descansa en la premisa de una regresión por la cual una aspiración sádica
remplaza a una aspiración tierna. Este impulso hostil hacia una persona amada es el que
cae bajo la represión. El efecto es totalmente diverso en una primera fase del trabajo
represivo que en una fase posterior. Primero alcanza un éxito pleno: el contenido de
representación es rechazado y se hace desaparecer el afecto. Como formación sustitutiva
hallamos una alteración del yo en la forma de unos escrúpulos de conciencia extremos,
lo cual no puede Uarnarse propiamente un síntoma. Divergen entonces formación
sustitutiva y formación de síntoma. También aprendemos algo sobre el mecanismo de la
represión. Como lo hace dondequiera, esta ha producido una sustracción de libido, pero
a este fin se sirve de la formación reactiva por fortalecimiento de un opuesto. La
formación sustitutiva responde aquí, pues, al mismo mecanismo que la represión, y en el
fondo coincide con esta; pero tanto en el tiempo cuanto en el concepto se aparta de la
formación de síntoma. Es muy probable que la situación de ambivalencia en que se
insertó el impulso sádico que debe reprimirse posibilite el proceso en su conjunto. Esa
represión inicialmente buena no resiste, empero; en el circuito ulteriof, su fracaso se
esfuerza resaltando cada vez más. La ambivalencia, en virtud de la cual se había echo
posible la represión {esfuerzo de desalojo} por formación reactiva, es también el lugar
en el cual lo reprimido consigue retornar. El afecto desaparecido retorna mudándose en
angustia social, en angustia de la conciencia moral, en reproches sin medida; la
representación rechazada se remplaza mediante un sustituto por desplazamiento, a
menudo por desplazamiento a lo ínfimo, a lo indiferente."'' En la mayoría de los casos
hay una tendencia inequívoca a la producción intacta de la representación reprimida. El
fracaso en la represión del factor cuantitativo, afectivo, pone en juego el mismo
mecanismo de la huida por medio de evitaciones y prohibiciones de que tomamos
conocimiento en la fobia histérica. Pero el rechazo que pesa sobre la representación en
cuanto a su ingreso a lo conciente se mantiene con tenacidad porque trae consigo la
coartación de la acción, el aherrojamiento motor del impulso. Así, en la neurosis
obsesiva el trabajo de la represión desemboca en una pugna estéril e interminable.