Cuentos
Cuentos
Cuentos
Caperucita Roja
Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como
la niña la usaba muy a menudo, todos la llamaban Caperucita Roja.
—¡Qué buena niña eres! —exclamó el lobo. —¿Qué tan lejos tienes que
ir?
—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo
Caperucita con una sonrisa.
Patito Feo
Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto.
Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no
tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo
de allí ante el rechazo de todos. Acabó en una ciénaga donde conoció a dos
gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un
día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De
hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los
perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un
gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que
abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio
cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.
El resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a
menudo muerto de hambre también. Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por
fin llegó la primavera.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida
le había negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él
nunca acabó de acostumbrarse.
Pinocho
Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz
haciendo juguetes de madera para los niños de su pueblo.
Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió
llamarla Pinocho. En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano
carpintero:
Sin embargo, las intenciones del malvado titiritero eran muy diferentes; su
plan era hacerse rico con la única marioneta con vida en el mundo. De
inmediato, encerró a Pinocho y a Pepe Grillo en una jaula. Fue entonces que
Pinocho reconoció su error y comenzó a llorar. El hada azul apareció de la
nada.
Aunque el hada azul conocía las razones por las cuales Pinocho se
encontraba atrapado, aun así, le preguntó:
—Cada vez que digas una mentira, tu nariz crecerá — dijo el hada azul.
—Ven conmigo al País de los Juguetes. ¡En este lugar todos los días son
vacaciones! —dijo el niño con emoción—. Hay juguetes y golosinas y lo mejor
de todo, ¡no tienes que ir a la escuela!
Olvidando nuevamente los consejos del hada azul y Pepe Grillo, Pinocho
salió corriendo con el niño al País de los Juguetes. Al llegar, se divirtió
muchísimo jugando y comiendo golosinas.
De pronto, las orejas de Pinocho y los otros niños del País de los
Juguetes comenzaron a hacerse muy largas. Por no querer ir a la escuela, ¡se
estaban convirtiendo en burros!
En un pueblito no muy lejano, vivía una mamá cerdita junto con sus tres
cerditos. Todos eran muy felices hasta que un día la mamá cerdita les dijo:
—En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, deben aprender a trabajar
para lograr sus sueños.
El cerdito del medio, que era medio perezoso, medio prestó atención a las
palabras de mamá cerdita y construyó una casita de palos. La casita le quedó
chueca porque como era medio perezoso no quiso leer las instrucciones para
construirla.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino al
piso. Afortunadamente, el cerdito menor había escapado hacia la casa del
cerdito del medio mientras el lobo seguía soplando.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de palo se vino
abajo. Por suerte, los dos cerditos habían corrido hacia la casa de la cerdita
mayor mientras que el lobo feroz seguía soplando y resoplando. Los dos
hermanos, casi sin respiración le contaron toda la historia.
—Hermanitos, hace mucho frío y ustedes la han pasado muy mal, así que
disfrutemos la noche al calor de la fogata —dijo la cerdita mayor y encendió la
chimenea. Justo en ese momento, los tres cerditos escucharon que tocaban la
puerta.
La cerdita respondió:
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas, pero la casita de ladrillos
resistía sus soplidos y resoplidos. Más enfurecido y hambriento que nunca
decidió trepar el techo para meterse por la chimenea. Al bajar la chimenea, el
lobo se quemó la cola con la fogata.
“En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, debemos trabajar para lograr
nuestros sueños”.
Ricitos de oro
Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el
bosque. Papá Oso era muy grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito
era pequeño.
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno,
pero como estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir
de paseo por el bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una
niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta. Al no
encontrar respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.
En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una
mediana y una pequeña. Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía
deliciosa. Primero, probó la avena de la taza grande, pero la avena estaba muy
fría y no le gustó. Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena
estaba muy caliente y tampoco le gustó. Por último, probó la avena de la taza
pequeña y esta vez la avena no estaba ni fría ni caliente, ¡estaba perfecta! La
avena estaba tan deliciosa que se la comió toda sin dejar ni un poquito.
Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá
Oso notó inmediatamente que la puerta se encontraba abierta:
—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y
probó mi avena —dijo Papá Oso con una gran voz de enfado.
Y Osito dijo:
Leyendas
Se dice que antes de que Jasy bajara, los hombres estaban tan ocupados
en sus propios quehaceres que apenas se miraban o conversaban un poco.
Jasy era inmensa, refulgente, poderosa. Era magia y luz. Porque Jasy era la
luna, y plantada sobre el firmamento, alumbraba cada noche las copas de los
árboles y los caminos, pintaba de color plata el curso de los ríos y revelaba los
sonidos, que sigilosos y aterrorizantes, se escondían en la penumbra de la
selva.
El paso lento y decidido. Las zarpas listas para ser clavadas y las fauces
dispuestas a atacar. Pero una flecha atravesó como la luz el corazón de la
bestia. Jasy y Arai no acababan de entender lo sucedido cuando vieron a un
viejo cazador que desde el otro extremo de la selva las saludaba con un gesto
amistoso. El hombre dio media vuelta y se retiró en silencio.
Recuerda una antigua leyenda guaraní que allá en táva guasú (ciudad
grande) había una kuñatãí (moza) de singular belleza, que era la más famosa y
festejada por sus encantos naturales, entre toda la gran familia de los carios.
Desde lugares lejanos, los apuestos mancebos acudían atraídos por esa
bellísima mujer; su altivez despreciativa la hacía inconmovible ante los
galanteos y reclamos de amor y los pretendientes regresaban a sus lares,
desconsolados ante el fracaso.
Con la llegada de la primavera las plantas florecen y dan sus frutos; los
pájaros hacen nido y arrullan a sus pichones, pero la moza no da hijos como
las demás mujeres; ¿qué dirá Tupã?
Al verle, la hija del mburuvichá guasú fue presa de una extraña sensación;
emocionada y subyugada por las palabras de amor que le diera el forastero,
tembló por primera vez ante la presencia de un hombre; la atracción que le
produjo fue extraordinaria e incontenible desde el primer instante, por lo que no
tardó en comunicar a su padre la impresión que le causaba aquel esbelto mozo
y su anhelo de casarse con él.
Esa costumbre, que era de todos los días, llegó a provocar la curiosidad
tanto de ella como de su madre, quien la acosaba continuamente con
preguntas. Un día, la flamante kuñakaraí (esposa) interrogó a su esposo sobre
la razón de su desaparición diurna.
El hombre le contestó que le contaría un secreto, toda vez que ella fuera
fiel depositaria del mismo; de lo contrario, lo perdería para siempre. Cuál no
sería el asombro y la alegría de la mujer al saber que su esposo era el Sol,
señor de los cielos, convertido en ser humano y futuro padre de la criatura que
ya sentía latir en sus entrañas
El parecido del recién nacido con el padre era muy notable. La madre, en
su deseo de comunicarse con kuarahy (Sol), su esposo, para que supiera la
buena nueva y, a la vez, implorarle su perdón, se subió a un árbol, ensayó un
movimiento y se sintió convertida en pájaro. En tal estado deseó llegar hasta el
ser amado, pero, impotente, apenas pudo posarse en la copa más alta de otro
árbol.
Allí se quedó extasiada con los ojos llenos de lágrimas, siempre fijos en
su ya perdido amor, y al comprobar que no había sido perdonada rompió en
quejumbroso lamento al esconderse el sol.
Según la leyenda, Karãu fue un joven que, en una noche en que su madre
estaba muy enferma, éste salió a buscar remedios para ella. Pero en el camino
encontró una fiesta y allí se quedó a bailar con la señorita más hermosa de la
noche, prometiéndose que sólo se quedaría un momento.
Dijo que desde ahora vagaría sin rumbo por los esteros y en esos lugares
se vestiría por siempre como perro. Por haber sido un mal hijo, Tupã lo castigó
y lo convirtió en un pájaro negro y estaría condenado a llorar todos los días.
Mientras José oraba al pie del árbol, una luz cayó sobre él, apareciéndose
la imagen de la Virgen que debía de tallar, y en ese momento sus enemigos
pasaron cerca de él sin verlo.