Resumen Bethell, Comp. Cap 7
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Resumen Bethell, Comp. Cap 7
españoles, y vimos cómo fue la conquista y posterior organización de esos territorios y los de
Mesoamérica por parte de los conquistadores. En este capítulo vamos a ver cómo fue y qué significó
para esos pueblos la conquista.
América, aislada del resto del mundo durante miles de años, tuvo una historia diferenciada, libre de
influencias externas. Era, por lo tanto, una compleja interacción de factores internos que tuvo lugar a
principios del 1500, y confirió a las variadas sociedades indígenas formas muy diferentes: estados
sumamente estructurados, jefaturas más o menos estables, grupos y tribus nómadas y seminómadas.
Este mundo de repente experimentó el choque con un mundo completamente diferente. La reacción
de los nativos de América ante la invasión de los españoles fue variada: desde el ofrecimiento de
alianzas hasta la colaboración más o menos forzada, desde la resistencia pasiva hasta una hostilidad
constante. En todas partes, sin embargo, la llegada de estos seres desconocidos causó el mismo
asombro, no menos intenso que el experimentado por los mismos conquistadores: ambas partes
estaban descubriendo una nueva raza de hombres cuya existencia ni siquiera habían sospechado.
EL TRAUMA DE LA CONQUISTA
Inmediatamente, tanto en México como en Perú
los documentos indígenas exhalan una
atmósfera de terror religioso ante la llegada de
los españoles. Tales descripciones testimonian
el trauma experimentado por los nativos
americanos: profecías vaticinaban el fin de los
tiempos; luego, de repente, aparecieron unos
monstruos de cuatro patas montados por
criaturas blancas de aspecto humano (no había
caballos en América, nunca habían visto uno).
En Tenochtitlan, capital azteca, un misterioso
fuego incendió el templo del dios
Huitzilopochtli; después de que fuera destruido el de Xiuhtecuhtli por un rayo. Entre los mayas, el
Chilam Balam (una especie de Biblia maya) profetizó (acaso después del acontecimiento) la
alborada de una nueva época: «Cuando levanten su señal en alto, cuando la levanten con el Árbol de
la Vida, todo cambiará repentinamente. Y aparecerá el sucesor del árbol de la vida y para todo el
pueblo el cambio será cierto». En Perú, los últimos años del rey Huayna Cápac fueron perturbados
por una serie de violentos y extraños temblores de tierra. Un rayo destruyó el palacio del Inca y
aparecieron cometas en el cielo. Finalmente, una noche, “la luna pareció estar rodeada por un triple
halo, el primero color de sangre, el segundo de un negro verdoso, el tercero parecía humo: los
adivinos profetizaron que el rojo de sangre indicaba que una guerra cruel desgarraría en pedazos a
los hijos de Huayna Cápac; el negro anunciaba la destrucción del imperio inca; y el último halo, que
todo desaparecería con el humo.”
DESESTRUCTURACIÓN
El trauma de la conquista no se limitó al impacto psicológico de la llegada del hombre blanco y a la
muerte de los antiguos dioses. El dominio español, en tanto que se sirvió de las instituciones nativas,
al mismo tiempo llevó a cabo su desintegración, dejando sólo estructuras parciales que sobrevivieron
fuera del contexto relativamente coherente que les había dado sentido. Las consecuencias
destructoras de la conquista afectaron a las sociedades nativas en todos los niveles: demográfico,
económico, social e ideológico.
Tras este primer contacto con los europeos, las poblaciones amerindias sufrieron en todas
partes un hundimiento demográfico de excepcionales proporciones históricas. En la meseta central
mexicana, según estudios, había unos 25 millones de habitantes antes de la llegada de los españoles
y en los Andes alrededor de 10 millones (para todo el imperio inca). En los 30 años siguientes a la
invasión la población descendió a una velocidad vertiginosa. Los indios de la isla de La Española,
por ejemplo, fueron exterminados completamente (y como vimos en el texto anterior, tuvieron que
ser reemplazados por esclavos), mientras que en la meseta mexicana la población se redujo en más
de un 90 por 100. La caída de la tasa de población parece haber sido menos pronunciada en los
Andes: los indios de las áreas frías, especialmente los del altiplano, sobrevivieron mejor a la
catástrofe que en otras partes.
¿Cuáles fueron las razones de esta catástrofe?
La causa principal fue la enfermedad. Los europeos
trajeron con ellos nuevas enfermedades (viruela,
sarampión, gripe, plagas) contra las que los indios
americanos, aislados por miles de años del resto de la
humanidad, no tenían defensas. Tan pronto como en
1519 (en la imagen, una ilustración azteca al respecto),
la resistencia azteca se quebrantó por la epidemia de
viruela, que brotó durante el sitio de Tenochtitlan. La epidemia se extendió por toda la América
Central, y tal vez tan lejos como hasta los Andes: en 1524, antes de la primera expedición de Pizarro,
una extraña enfermedad, caracterizada como una especie de viruela o sarampión, causó miles de
muertos (incluido el rey Huayna Cápac) en el imperio inca (sí, el imperio Inca estaba en una guerra
de sucesión cuando los españoles llegaron, por culpa de los mismos españoles).
En los años entre 1529-1534 el sarampión invadió de nuevo, primero el Caribe, más tarde
México y América Central. El matlazahuatl (la peste) asoló Nueva España (México) en 1545 y
Nueva Granada (Colombia) y Perú durante el año siguiente. En 1557, una epidemia de gripe, que
venía directamente de Europa, golpeó la América Central; en 1558-1559, de nuevo la viruela se
extendió por Perú. Y durante los años 1586-1589 una triple epidemia de viruela, sarampión y gripe
procedente del Cuzco, Quito y Potosí, asoló por entero los Andes.
Incluso si se acepta que estas epidemias eran la causa principal del descenso demográfico, no
se puede negar que la conquista española fue un período de cruel opresión. Los primeros censos de
la población nativa muestran una tasa de mortalidad masculina excesivamente alta, probablemente
debido a la guerra y a las exacciones de impuestos. Otros documentos se refieren a suicidios
individuales o colectivos y a prácticas de abortos, que al mismo tiempo revelaban un talante
desesperado y se utilizaban como forma de protesta (por eso hay que tener mucho cuidado cuando se
habla del aborto en otras épocas; nuestras antepasadas
indígenas no eran “libres de abortar” en el sentido que
le damos nosotras, porque no le daban a la maternidad
el mismo sentido que nosotras, como pretenden hacerlo
ver hoy en día en ciertos círculos, sino que responde a
traumas sociales y también se combinaba con el
abandono o sacrificio de los recién nacidos ante la
imposibilidad de alimentarlos o por miedo a que los
mataran los españoles). Las pirámides de edad que
pueden construirse para la segunda mitad del siglo XVI,
sugieren una caída en la tasa de natalidad que podría interpretarse como otra consecuencia del
trauma de la conquista. Está claro que un derrumbamiento en la población de tal magnitud
desorganizó completamente las estructuras tradicionales de las sociedades nativas. Las causas del
declive se debían por orden de importancia a las guerras, las epidemias, las migraciones de los
pueblos y los trabajos excesivos. En resumen, los cambios demográficos reflejaban la
desintegración del mundo nativo.
Antes del surgimiento del Tahuantinsuyu (el estado inca), esta extensa área estaba poblada
por decenas de grupos distintos de muy diferentes tamaños: así, por ejemplo, los chupachos de la
región de Huánuco se componían de una pequeña jefatura de alrededor de 10.000 personas, mientras
que los lupacas en la orilla oeste del lago Titicaca componían un reino poderoso de unos 100.000
habitantes. Los incas de la región del Cuzco representaban, al principio, un grupo étnico de una
importancia relativamente pequeña, que se distinguieron de los demás sólo por su singular puesto en
la historia. La unidad básica de los diferentes grupos étnicos eran los ayllu1 (como vimos en el
resumen del capítulo 3) que formaban un núcleo endogámico, reuniendo un determinado número de
parentescos que poseían colectivamente un
territorio concreto (a menudo desconectado).
Agrupadas colectivamente, las unidades
básicas se formaban por mitades, y después
1
https://es.wikipedia.org/wiki/Aillu (te dejo el link de la Wiki porque es básicamente la definición de la RAE, corta y
concisa).
formaban unidades aún más amplias, hasta que abarcaban todo el grupo étnico. El mismo término
ayllu puede aplicarse a todos los diferentes niveles superpuestos de esta manera unos sobre otros, en
el que cada uno incluía al anterior. El estado inca era de esta manera la cima de esta estructura
inmensa de unidades interconectadas. Se impuso un aparato político y militar a todos estos grupos
étnicos, mientras seguían confiando en la jerarquía de los señores o curacas. Dentro del ayllu en el
sentido estricto del término, los pastos eran sostenidos por la comunidad y la tierra cultivable
repartida a las unidades familiares domésticas en proporción a su tamaño; así, en teoría, este reparto
tenía lugar periódicamente. De acuerdo con la idea de la autosubsistencia, que era un rasgo de la
sociedad andina, una unidad familiar podía reclamar un trozo de tierra en cada uno de los diferentes
sectores ecológicos, y reunir productos de diferentes altitudes (maíz, papas, quinoa, pastos para las
llamas, etc.). Esta petición no estaba restringida sólo a los medios de producción (como tierra o
ganado), también se extendía a la mano de obra: cada cabeza de familia tenía derecho a solicitar a
sus relaciones, aliados o vecinos para venir a ayudarle a cultivar su parcela de tierra; a cambio,
estaba obligado a repartir después alimentos y chicha (la bebida alcohólica ceremonial), y además a
ayudar cuando se lo solicitaran. Esta ayuda mutua era la base ideológica y material de todas las
relaciones sociales y regía todo el proceso de producción. Este sistema de intercambio se extendía a
todos los niveles de la organización social: entre los miembros del ayllu en la base; dentro de las
mitades, y en el grupo étnico al servicio de un curaca; y al nivel del imperio en el servicio al Inca.
No obstante, desde un nivel al siguiente había una transición gradual de reciprocidad basada en la
simetría y la igualdad hasta una reciprocidad jerárquica y desigual.
Los servicios de los subditos de Tahuantinsuyu eran una extensión de los que ofrecían a los
dioses locales y a los curacas. Trabajaban colectivamente las tierras del Inca y del Sol, con un
espíritu de rito religioso, y a cambio recibían alimentos, chicha y coca; o hacían telas y paños
utilizando los rebaños del Inca; y por último realizaban periódicamente el servicio de la mita,
trabajos públicos o servicios para la guerra. Pero mientras que en el nivel del ayllu (e incluso en el
del grupo étnico) el parentesco seguía regulando la organización del trabajo, la distribución de la
tierra y el consumo de lo que se producía, en el nivel del sistema imperial, los servicios
proporcionados por los subditos del Inca, permitían el desarrollo de una infraestructura (graneros,
fortalezas, caminos, etc.) de diferente naturaleza. En otras palabras, el modo de producción del
imperio inca se basaba en el antiguo modo de producción comunal que permanecía vigente, mientras
que se explotaba el principio de reciprocidad para legitimar su gobierno. La extensión del sistema
mitmaq (grupos de familias separadas de sus comunidades por el Imperio inca y trasladadas de
pueblos para trabajar de manera forzada), ya aplicado a la estructura del grupo étnico constituyó uno
de los logros más destacados del imperio inca. Sabemos que los asentamientos nucleares de las
tierras altas —dedicados a la cría de ganado y a la producción de tubérculos— realizaban su ideal de
autosubsistencia enviando «colonos» (mitmaq) a los asentamientos de altitudes más bajas, para tener
acceso a la producción de los valles cálidos (maíz, algodón, coca, etc.). En estas «colonias»
complementarias, algunos miembros de grupos situados en las tierras altas, muy alejadas, se
encontraron viviendo de las tierras bajas, de modo que la población de sus pequeñas «islas» aparecía
entremezclada; pero desde los centros de donde procedían no ejercían control político sobre los
territorios que estaban situados en medio, y de esta manera formaban «archipiélagos verticales» de
distinto tamaño.
El estado inca realizó este método de organización para sus propios fines, con objeto de
ordenar las amplias áreas de cultivo. Un ejemplo: Huayna Cápac, el penúltimo inca, expulsó a casi
todas las poblaciones indígenas del valle (los cotas y los chuis), y las asentó en Pocona, más al este,
para proteger la frontera contra los chiriguanos; y se apoderó de sus tierras a favor del estado. Para
cultivar estas tierras, trasladó al valle 14.000 trabajadores «de todas las naciones» principalmente
desde el altiplano, pero a veces incluso de tierras más lejanas, de la región de Cuzco e incluso de
Chile. Se puede suponer que algunos vivían permanentemente (perpetuos) cerca de los campos y
graneros de Cochabamba, mientras que otros hacían el camino todos los años, como mita (que era
una forma de tributo en trabajo). Cada «nación» o grupo étnico tenía bajo su responsabilidad un
número determinado de parcelas o suyus.
Todo el maíz cosechado se destinaba principalmente al ejército. Pero cierta cantidad de
parcelas se
apartaba para el
mantenimiento de
los trabajadores, y
otras se asignaban
a los diferentes
curacas que
distribuían los
alimentos entre
sus súbditos. Este
proceso se
reprodujo en
numerosas
regiones de Tahuantinsuyu: aunque el modelo de «archipiélago vertical» (este concepto que vimos
en el resumen del capítulo 3, de los diferentes cultivos a diferentes alturas) ya estaba profundamente
arraigado en la sociedad andina, el estado inca lo extendió a unos ámbitos desconocidos, y envió al
mitmaq por todo el imperio. Este sistema se desarrolló más aún por el aumento del número de yanas,
personas dependientes, a las que se había cortado todo vínculo familiar, empleadas por el Inca en
varios niveles dentro del área bajo su control.
Tras la captura y muerte de Atahualpa por parte de los hombres de Pizarro, las estructuras del estado
se colapsaron; las instituciones
regionales y, sobre todo locales,
sobrevivieron pero separadas del sistema
global que les había dado sentido.
Numerosos mitmaq volvieron a sus
lugares de origen, y los «archipiélagos»
que el inca había organizado
desaparecieron. Pero el modelo de
autosubsistencia y «complementariedad
vertical» siguieron aplicándose en el nivel de los grupos étnicos: de este modo, la sociedad de los
Andes se precipitó en un largo proceso de fragmentación. De este modo, el antiguo reino de los
lupacas se convirtió en un repartimiento de la corona mientras que «las colonias» de la costa del
pacífico se otorgaban a españoles.
Así el modelo del archipiélago andino entró en conflicto con la idea española que vinculaba a
los indios con el lugar donde vivían; el modelo andino logró sobrevivir, pero restringido a unas áreas
cada vez más pequeñas. Los fenómenos que hasta aquí habían sido desconocidos transformaron el
mundo precolombino: los elementos más importantes observados de este proceso de
desestructuración han sido las nuevas formas de tributos, la introducción de la moneda y la economía
de mercado. Los trastornos fueron ciertamente más profundos en Perú que en México, donde los
subditos del Inca sólo estaban obligados con el estado por servicios en trabajos y no pagaban en
especias.
Desde el principio del período colonial hasta mediados del siglo XVI, tanto en México como
en Perú, el nivel de los tributos proporcionados
por los encomenderos no estaba regulado por
ninguna norma oficial. La primera disposición de
tasas fue redactada en la década de 1550; además
incluía servicios de trabajos (que en los Andes
comprendía la antigua tradición de la mita)
consistentes en numerosos y dispares pagamentos:
maíz, trigo, patatas, ovejas, cerdos, aves, peces,
frutas, coca, sal, ropa y diferentes artículos manufacturados. A menudo cuando no tenían algunos de
estos productos, los indios habían de obtenerlos mediante el intercambio, lo que les obligaba a
recorrer grandes distancias. También proceden de esta época los tributos en plata, pero fue una
cantidad limitada, comparada con el total de los pagos. Pronto las disposiciones se simplificaron: los
artículos de importancia secundaria desaparecieron, mientras que se incrementó la plata,
convirtiéndose en la forma dominante de tributo desde la década de 1570.
¿Cómo era el tributo español en comparación con el precolombino? Desde el principio los
encomenderos impusieron sus decisiones arbitrariamente y sin restricciones, y más tarde no siempre
respetaron la letra de las leyes tributarias. Hubo muchos ejemplos de abusos. El método de tasación
fue además injusto. En cada repartimiento las obligaciones fueron tasadas según el número de
tributarios, y los indios eran responsables colectivamente del pago. Aunque en un sentido
continuaron las obligaciones que en el pasado se debían al estado precolombino, los tributos
españoles fracturaron el sistema del que formaba una parte armónica. Por ejemplo, los indios
chupachos debían un tributo en tejidos, como en tiempos de Tahuantinsuyu. Pero el Inca tenía quién
le abastecía de materia prima, en este caso lana, se las entregaba y ellos hacían sus telas. Ahora el
encomendero solicitaba paños de algodón, y el intercambio era el único medio por el que los indios
podían proveerse de algodón, o cultivándolo en sus propios campos.
Los españoles (encomenderos o no), ayudados por el descenso de la población, que significó
un incremento de las tierras baldías, no tardaron en usurpar algunas de las tierras que hasta el
momento eran trabajadas por los indios. Desde que los
nuevos gobernantes se apoderaron de las tierras con
mejor suelo, estas apropiaciones arrojaron a los indios
hacia los terrenos marginales. En todo el Perú, las tierras
del Inca, del Sol y de las huacas (templos) fueron
consideradas propiedad de la corona, cuyos súbditos se
beneficiaron de ellas en forma de «mercedes» (favores).
Así, la carga de los impuestos se desvió sobre las tierras
comunales de los indios. La ideología sobre la que se
basaba el sistema inca estaba en ruinas. En la nueva
sociedad dominada por los españoles, toda idea de
reciprocidad y redistribución perdió su sentido. El
sistema español hizo uso de los fragmentos del sistema
antiguo, la reciprocidad continuó formando parte de las
relaciones entre los ayllu y los curacas (jefes), y todavía los curacas proporcionaban un vínculo
entre los indios y los nuevos gobernantes; pero mientras que en el Tahuantinsuyu la reciprocidad dio
origen a una rotación de la riqueza (si bien ésta era teórica y desigual) entre los ayllu, los curacas y
el Inca, el dominio español condujo a una transferencia en una única dirección, sin reciprocidad. En
resumen, si los españoles habían heredado el papel centralizador del Inca, fracasaron al
asegurar la distribución de la riqueza en beneficio de todos. Mientras que el sistema de pagos
(real o simbólico) funcionó en el imperio inca dentro de una estructura equilibrada y circular, el
tributo español era desequilibrado y unilateral.
El desarrollo del tributo en plata desde 1550
obligó a los indios a desarrollar nuevas actividades con el
fin de obtener el necesario metal precioso. Las minas de
México, especialmente las de Zacatecas desde 1545,
sufrieron una invasión de trabajadores libres (naboríos).
Las minas de Potosí, en la actual Bolivia (en la imagen de
arriba, el cerro de Potosí representado como la Virgen,
saque ud sus conclusiones) llegaron a ser el principal
centro de atracción en los Andes centrales y meridionales.
Desde 1553 los indios de la provincia de Chucuito (el
antiguo reino lupaca) enviaron mitayos (trabajadores bajo
el sistema mita) a las minas, permitiendo a sus señores reunir los 2.000 pesos necesarios para el
tributo. Una nueva contribución lo elevó a 18.000 pesos en 1559 y estipuló que se enviasen 500
mitayos. Otros indios se contrataron con los comerciantes españoles para transportar mercancías (en
las caravanas de llamas) o iban a las ciudades para trabajar en la construcción de edificios. De esta
forma se desarrolló en algunos sectores una economía de mercado en detrimento de la economía
tradicional.
Los curacas se quejaron de que muchos de sus súbditos trabajaban lejos de los campos y no
volvían. Pero en Potosí los indios sabían cómo imponer sus condiciones de trabajo a los españoles.
Durante cerca de treinta años, desde 1545 hasta alrededor de 1574, controlaron tanto el proceso
técnico de la extracción del mineral como su transformación en plata. Por otra parte, durante el
mismo período los mitayos aportaron tan sólo una pequeña parte de la fuerza de trabajo que provenía
principalmente de los indios separados de sus propias comunidades, y considerados como
yanaconas (servidores personales del Inca, no voluntarios). Formaron equipos de trabajadores que
hicieron que fueran, en efecto, contratados como mineros: se proporcionaron sus propias
herramientas, acordaron entregar una cantidad fija de mineral y decidieron quedarse el excedente
para ellos.
Los «mineros» recurrieron de nuevo al trabajo de los nativos para transformar su parte de
mineral, y esta fue la fuente más importante de mantenimiento para los indios. Los españoles
hicieron numerosos intentos para liberarse del monopolio tecnológico de los indios pero todos sus
intentos fracasaron (las técnicas de los nativos eran mucho más efectivas). No fue hasta que el
proceso de amalgama (un proceso novedoso para la época para extraer y purificar la plata extraída)
fuera introducido bajo el virrey Toledo en 1574, que los españoles no fueron capaces de romper el
control de los indios sobre la producción de plata. Este fue el comienzo de una nueva era en la
historia colonial. Pero lo cierto es que, durante la fase huayra (el método indígena), toda la plata
producida por los indios volvió a la circulación dentro del sistema colonial. Quienes iban a trabajar a
Potosí con objeto de pagar el tributo lo entregaban a sus encomenderos o a la corona. Y como los
españoles, por otra parte, dominaban el resto del mercado (especialmente el de la coca y el maíz),
recuperaron el remanente de plata que se hallaba en poder de los trabajadores libres por medio del
comercio.
Por lo tanto, la introducción del dinero integró finalmente a los indios dentro del sistema
económico como reserva de trabajo. Los cambios en el sistema económico estuvieron acompañados,
tanto en Perú como en México, por el desmantelamiento de la estructura social, pero el proceso
adquirió formas diferentes según las áreas. No se sabe hasta qué punto los ayllu y los calpulli
(equivalente azteca del ayllu) se vieron afectados por las consecuencias de la invasión europea, pero
parece que ambos continuaron funcionando como células básicas de la sociedad india. La
naturaleza de la catástrofe apareció con mayor claridad en los dos extremos de la escala social: los
indios, con creces la mayor proporción de la población, que no eran la mayor parte del sector
comunal de la economía, y los señores que habían perdido muchos de sus tradicionales poderes.
2
El imperio Inca terminó transformándose en el Virreinato del Perú y el azteca en el Virreinato de Nueva España.
El grueso de la población andina se dividió en dos categorías: los hatunruna (o indios de las
comunidades que estaban sujetos al tributo y la mita); y los yanaconas, considerados como el status
social más bajo, pero en realidad libre de las obligaciones debidas por los otros indios. Fuera de esta
distinción, en los siglos siguientes se desarrolló una importante diferencia entre ambos virreinatos.
En Perú, el crecimiento del número de yanaconas (y después de forasteros) creó un problema cuya
gravedad, aunque no era evidente en el siglo XVI, apareció claramente en el siglo XVII y
permaneció a lo largo de todo el período colonial; éste contenía el embrión de la lucha entre, por una
parte, los hacendados (que conservaban la influencia sobre parte de los trabajadores) y por la otra,
los mineros (privados de mitayos) y la corona (privada de tributos): el problema de someter a los
yanaconas y forasteros a las obligaciones que se imponían al resto de los indios fue el dominante en
la historia futura de los Andes centrales y meridionales.
Es cierto que los intereses de los hacendados, los mineros y la corona eran diferentes en
México. Pero la clase de los mayeques mexicanos, comparables de alguna manera a los yanaconas
de los Andes, excepto en que formaban una proporción mayor entre la población, sufrieron un
destino completamente diferente. Antes de la llegada de los españoles, los mayeques debían pagar
los impuestos no a los representantes de los tlatoani (jefes, como los curacas de los Andes pero
aztecas) de Tenochtitlan si no a los señores locales nativos. Como los impuestos españoles estaban
trazados según el sistema azteca, esos indios, como los yanaconas de los Andes, al principio se
libraron del pago que las comunidades debían pagar a sus encomenderos. Pero después de 1560 los
mayeques fueron registrados a su vez como tributarios, lo que borró las distinciones con el mundo
precolombino: en este sentido la población nativa de México llegó a ser cada vez más indiferenciada.
En el otro extremo de la escala social, los miembros de la nobleza nativa fueron obligados en el
futuro a actuar como intermediarios entre los españoles y los indios que debían tributos.
Los descendientes de las viejas castas gobernantes perdieron la esencia de su poder, aunque
continuaron desempeñando un papel importante, mantuvieron su posición privilegiada sólo porque
aceptaron colaborar con los españoles. Los herederos de Moctezuma (Diego Huanintzin, Diego
Tehuetzqui, Cristóbal de Guzmán Cecepátic, Luis de Santa María Cípac, todos hijos mestizos de
españoles y princesas aztecas) retuvieron el cargo de tlatoani y gobernador de Tenochtitlan hasta
1565. Desde entonces la dinastía «legítima» dejó de ocupar cualquier puesto importante en la
administración: Ya los nativos de México no serían gobernadores México Tenochtitlan. Ya no habría
descendientes de los grandes tlatoque, o tlacotlatocapipiltin. En Perú, los hijos de Huayna Cápac,
actuaron según los deseos de Pizarro o Almagro. Cuando el hijo de Manco (el hijo menor de Huayna
Cápac, que en 1536 había encabezado una revuelta), Sayri Túpac, se rindió, le fue confirmada su
propiedad de la encomienda de Yucay, entre otras posesiones; su hija, la princesa Beatriz, fue casada
con Martín García de Loyola (ambos en la imagen) y sus
descendientes fueron rápidamente hispanizados.
En el nivel intermedio de los señores los vínculos
de reciprocidad sobrevivieron intactos al proceso de
desestructuración. Por otra parte, en el nivel más bajo, el
de los señores del ayllu, hubo un colapso total. El antiguo
reino lupaca se componía de unos ciento cincuenta ayllu,
esto es, el mismo número que los curacas. La mayoría de
los señores del ayllu perdieron sus privilegios y estaban sujetos a las mismas obligaciones que los
otros indios. Estos ejemplos ilustran una doble evolución, una fragmentación y una concentración de
poder: la fragmentación fue un resultado de la pérdida de status de los antiguos curacas, y la
concentración benefició el nivel intermedio de los curacas de las mitades, a costa de los señores del
ayllu. En el Perú colonial las mitades (recordemos que toda la organización andina era en dos
mitades, los de más arriba y los de más abajo, ver resumen capítulo 3) formaban generalmente las
unidades para el pago de tributos (como se hizo en México en las regiones bajo la jurisdicción de los
tlatoani que formaban las cabeceras).
Los señores de rango intermedio, responsables de la recaudación de tributos para los
encomenderos o la corona ocupaban una posición estratégica, y formaban el eje de la organización
colonial. Y frecuentemente explotaban esta posición de autoridad para hacer que sus súbditos
realizaran servicios que estaban fuera del sistema de los vínculos tradicionales de reciprocidad. Así,
los curacas, abusando de su autoridad y colaborando con los nuevos gobernantes, debilitaron su
propio prestigio. Pero la historia de las jefaturas de los Andes y de México se diferenciaba en algo
fundamental: a pesar de todos los cataclismos, los primeros gozaban de un cierto elemento de
continuidad, mientras que los últimos se
vieron afectados radicalmente por la
hispanización de las estructuras política y
administrativa.
Desde mediados del siglo xvi los
españoles implantaron en México los
cabildos, formados por gobernadores,
alcaldes y regidores elegidos por uno o
varios años. La función de estos cabildos
consistía en el control de la recaudación del
tributo, la administración de la economía de
la comunidad y de la justicia en casos
menores. La historia de México se
caracterizaba por una rápida diferenciación
entre los cargos de gobernador y tlatoani:
personas diferentes ocupaban ambos
cargos, de modo que los recién llegados, se
incorporaban a los cabildos y aportaban
sangre nueva a los grupos gobernantes. Pero en el virreinato de Perú, los curacas generalmente
continuaban uniendo su cargo al de gobernador, de modo que la renovación de las clases
gobernantes fue menos importante. Las principales familias continuaron desempeñando un papel
importante hasta el fin de la era colonial, mientras que al mismo tiempo de forma creciente
adoptaban el modo de vida de los españoles.
Las nuevas formas de tributo en trabajo, hasta el momento totalmente desconocido en el
mundo precolombino, introdujo ideas extrañas en las normas tradicionales que habían formado la
actividad económica y social en un complejo coherente de conceptos, ritos, y creencias religiosas.
Por otra parte, los españoles justificaron su hegemonía en el hecho de que habían traído la verdadera
fe a los indios: a los ojos de los misioneros, las prácticas y creencias de los nativos eran la obra del
diablo, y la «conquista espiritual» requería que éste fuera espantado. La religión oficial, ligada a la
estructura del estado, desapareció rápidamente tanto en México como en Perú. El culto local
continuó más o menos ilícitamente, pero los indios tuvieron que dejar sus fiestas más importantes y
las prácticas que les parecían más horribles a los españoles, sobre todo los sacrificios humanos. Se
destruyeron sistemáticamente los templos, se quemaron códices y quipus (ese sistema de nudos en
sogas que tenían los incas), los sacerdotes nativos fueron perseguidos. Como resultado, el transcurso
normal de la vida diaria se transformó drásticamente. Sólo hay que pensar en los efectos que las
costumbres cristianas imponían en el matrimonio (la definición de nuevos tabúes sexuales, la
prohibición de la poligamia) o en el entierro de los muertos. Entre la nobleza nativa la educación de
los niños en la religión cristiana ocasiona un choque generacional (al menos son las consecuencias
inmediatas de la conquista). Así en 1524, los antiguos sacerdotes de Tlaxcala se asombraron de que
uno de sus miembros fuera ejecutado por jóvenes que habían sido educados por los franciscanos:
Todos los que creían y adoraban a los ídolos estaban horrorizados ante la insolencia de los
muchachos. Esos jóvenes, yendo en grupo criticaban a los ídolos y denunciaban las prácticas
paganas.
Para profundizar en este tema te dejo el capítulo correspondiente de Historia de América Latina
(Colonización y nueva sociedad):
https://www.youtube.com/watch?v=4PmAGhkUNDM&list=PL1F6B62B785000192&index=12
La extensión del uso de la hoja de coca, en los Andes era una muestra de un fenómeno
parecido aunque de consecuencias menos nocivas. La hoja de coca era una planta que, como la
chicha, se había utilizado principalmente en las ceremonias religiosas. Después de la conquista la
producción de coca se incrementó considerablemente. Los mismos españoles extendieron la
superficie de las plantaciones de coca,
a veces a costa de la producción de
alimentos; y el consumo de coca llegó
a extenderse a toda la población,
aunque la planta también conservó su
significado religioso. La coca era
especialmente necesaria para el trabajo
de los indios en las minas dado que les
permitía trabajar casi sin comer. Los mercaderes españoles controlaban el mercado de la hoja de
coca, pero sólo la consumía la masa de la población india. Por consiguiente, 40 años después de la
conquista, la sociedad nativa había sufrido un proceso de desestructuración a todos los niveles:
demográfico, económico, social y espiritual. Ciertas estructuras sobrevivieron, pero fragmentadas
y aisladas de su contexto original y trasplantadas al mundo colonial. Sin embargo, esos elementos de
continuidad aseguraron que las tradiciones nativas, algo modificadas, se transmitieran, mientras que
al mismo tiempo soportaban la hegemonía española.
TRADICIÓN Y ACULTURACIÓN
Las tradiciones nativas se enfrentaron, bajo la dominación española, a nuevas prácticas que
introdujeron los europeos. ¿En qué medida fueron aceptadas o rechazadas? ¿Ayudó el fenómeno
de aculturación a reintegrar a la sociedad?
Se llama “aculturación”, al proceso por el cual las sociedades pierden o mezclan sus costumbres,
creencias y formas de organización bajo la dominación de otra cultura.
La aculturación económica tuvo lugar rápidamente, aunque se limitó al uso de cierto número de
productos europeos que ampliaron la gama de recursos de que los nativos disponían, sin que en
realidad sustituyeran a los que se usaban: tanto en México como en Perú, el consumo de alimentos se
mantuvo igual que en la época precolombina. Algunos productos vegetales (naranjas, manzanas,
higos, coles, nabos, etc.) se desarrollaron rápidamente allí donde las condiciones climatológicas eran
favorables, pero parece que el ganado europeo se adaptó más fácilmente en México o en el norte de
los Andes que en los Andes centrales y meridionales, donde la cría de llamas ya era una de las
principales actividades. Así, cuando el consumo de carne se generalizó en el Ecuador a finales del
siglo xvn, significó una evolución importante en la dieta habitual. El cultivo de trigo se introdujo a
instancia de los españoles para el pago de tributos exclusivamente, y no para el consumo de los
indios.
La aculturación global sucedió por medio de la selección de artículos importados por los españoles
que sencillamente estaban yuxtapuestos, a los que se usaban sin modificar en otro aspecto la vida
nativa. Las técnicas tradicionales sobrevivieron aunque algunos señores ya poseían arados desde
finales del siglo XVI. Se produjo un contraste entre la rápida aculturación social de numerosos
señores y el mantenimiento de la tradición por los plebeyos. Los señores pronto aprendieron a hablar
y escribir español, mientras continuaron utilizando las lenguas nativas. La aculturación lingüística
parece que ocurrió aún más rápida en México que en Perú. El objetivo prioritario era hispanizar un
grupo escogido para formar una clase dirigente que obedeciera a los españoles. De acuerdo con esta
política, ciertos miembros de la nobleza nativa (según su status) adoptaron la vestimenta europea y
algunos símbolos de prestigio de la cultura dominante, montando a caballo, llevando una espada o
usando armas de fuego. Pero tales privilegios
estaban reservados sólo para los señores de alto
rango
A la inversa, los indios de las comunidades
mostraban su fidelidad con las antiguas costumbres.
Continuaron hablando las lenguas nativas y
normalmente vestían ropa tradicional, combinada a
veces con el sombrero español.
Mientras que el sistema económico colonial introdujo el dinero, vemos que el sector nativo
permaneció engranado en la producción de subsistencia, complementada por el trueque. Es cierto
que las migraciones forzadas de población rompieron radicalmente los modelos de asentamiento e
intentaron por la fuerza que los indios vivieran en aldeas según el modelo español, en el que las
calles se trazaban en forma de red, y la plaza estaba rodeada por la iglesia, la residencia del cabildo,
la prisión y el patíbulo. Pero, a pesar de tales cambios, el viejo sistema de organización comunal
(que tenía como centro el ayllu y el calpulli) permaneció o fue reconstruido sobre la base de los
lazos de parentesco y ayuda mutua sobre los que sus miembros se unían. Tras el reasentamiento de la
población, las aldeas y sus tierras continuaron organizadas sobre un modelo dual, asegurando así la
continuidad de las creencias religiosas establecidas por la asociación que los indios hacían entre su
tierra y sus antepasados.
En el plano religioso la fidelidad de los indios a sus tradiciones manifestaba su rechazo a la
dominación colonial, aunque, de nuevo, había diferencias en cuanto a eso. Mientras que en México
durante la primera década de la época colonial (hasta 1570), los indios parecían mostrar un
verdadero entusiasmo por el cristianismo, este no fue el caso de Perú. Pero en ambos casos, los
indios se aferraban tenazmente a sus propias creencias y ritos. Esta continuidad estuvo acompañada
por un proceso de fragmentación similar al de las instituciones. Si los cultos oficiales al Sol y al Inca
desaparecieron en los Andes inmediatamente después de la conquista, el culto popular vinculado a
los huacas (dioses locales) sobrevivió. Los indios continuaron trabajando comunalmente los campos
destinados a su culto, y desenterraron a los muertos de los camposantos, llevándolos a sus
cementerios tradicionales (cerca de los sitios que habían abandonado con motivo de las reducciones).
Mientras que parecían someterse a los signos externos del culto cristiano, ocultaban sus ritos
tradicionales. Los españoles fomentaron esta ambigüedad erigiendo cruces e iglesias en los antiguos
lugares sagrados, en tanto que, a la inversa, los indios disimulaban sus ídolos y ritos con velo
cristiano. Mientras que los españoles consideraban a los dioses locales como manifestaciones del
diablo, los indios interpretaban el cristianismo como una forma de idolatría. Sin embargo, en vez de
fundirse ambas en una síntesis, las dos religiones permanecieron yuxtapuestas. Si los indios admitían
la existencia de un dios cristiano consideraban que su esfera de influencia se limitaba al mundo de
los españoles, y cuidaban ellos mismos de la protección de sus propios dioses. La esfera religiosa
reflejaba así la división entre el mundo de los europeos y el de los indios.
Por lo tanto, los resultados de la aculturación quedaron limitados en su totalidad a México y
Perú, y la gran masa de la población nativa rechazó la mayoría de las prácticas importadas por los
españoles. En la acción recíproca que resultaba de continuidad y cambio, la tradición prevaleció
sobre la aculturación. En general, cuando los indios se apropiaron de los elementos de la cultura
foránea, tan sólo les añadieron elementos de su propia cultura o los usaron como un modo de
simulación. Incluso en los casos de los señores más hispanizados, se puede advertir la persistencia de
las tradicionales formas de pensamiento. Si adoptaron ciertas costumbres europeas, las introdujeron
en el sistema de la cultura india.
Según la tradición, el imperio Inca había estado precedido por 4 soles y 4 razas de hombres.
Cada una de estas épocas había durado un millar de años, y el final de cada una de ellas estaba
precedido de grandes catástrofes. Según cálculos españoles, el imperio inca había sido fundado en
una fecha que correspondía al año 565 de la era cristiana. Y,
también, se había hundido en un verdadero cataclismo tras la llegada
de los extranjeros, criaturas blancas y barbudas. En 1565, mil años
después de la fundación del imperio, Titu Cusi Yupanqui (en la
imagen), el nieto de Huayna Cápac, preparaba una sublevación
general de los indios. El plan de la revuelta, por lo tanto, se ajustaba
dentro del tradicional entramado de ideas que se interpretaban como
una nueva forma de respuesta a la situación colonial. Desde la
conquista los huacas (templos sagrados) por mucho tiempo no
habían recibido los sacrificios rituales, y, en su lugar, andaban errantes, abandonados, «asolados y
muertos de hambre». Para vengarse enviarían enfermedades y muerte a todos los indios que habían
aceptado el bautismo; además vagarían cabeza abajo o se convertirían en llamas o vicuñas. Sólo los
indios fieles al culto de los huacas serían admitidos en el “imperio prometido”. A este movimiento se
le llamó Taqui Onkoy. Sin embargo, no adoptó la forma de una acción militar. Los indios esperaban
que su liberación llegara no tanto por una acción violenta contra los españoles, como por una
victoria de los huacas contra el dios cristiano. Los predicadores recorrían aldea tras aldea
restaurando el culto en los lugares sagrados con rituales de «resurrección». El movimiento estaba
acompañado por terroríficos rumores. Se extendían epidemias de miedo. Corría la voz de que la
gente blanca había venido a Perú para matar a los indios en busca de sebo humano, que ellos
utilizaban como medicina contra ciertas enfermedades. De terror, los indios huían de todo contacto
con los españoles. La iglesia denunció a Taqui Onkoy como una secta de herejes y apóstatas. Hacia
el 1570 desapareció todo rastro de Taqui Onkoy.