Jesús El Galileo
Jesús El Galileo
Jesús El Galileo
SAL TERRAE
Colección
«P R E S E N C IA T E O L Ó G IC A »
S e n é n V id a l
Jesús el Galileo
Diseño de cubierta:
Femando Peón / <[email protected]>
Con las debidas licencias
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 84-293-1640-X
Dep. Legal: BI-454-06
Impresión y encuademación:
Grafo, S.A. - Basauri (Vizcaya)
Indice
Presentación 9
P rimera Parte
LOS INICIOS
S egunda Parte
LA MISIÓN GALILEA
T ercera Parte
LA MISIÓN FINAL
14. El gran reto ........................................................................ 183
14.1 .La crisis de la misión galilea ................................... 183
14.2.El inicio de la etapa decisiva ...................................... 189
Bibliografía 245
Presentación
deja entrever el sentido decisivo de esa etapa inicial, que tuvo una en-
tidad histórica propia y sirvió de base para la misión autónoma pos-
terior de Jesús. Esta surgió cuando Juan desapareció de escena vio-
lentamente, quedando así interrumpido su proyecto. Su primera épo-
ca, la de la misión galilea, fue cronológicamente la más amplia y es
también la mejor documentada en la tradición evangélica (Segunda
Parte). También esta etapa se vio interrumpida por la oposición fron-
tal que encontró el proyecto jesuano de renovación del aldeano pue-
blo galileo. Pero esa crisis se convirtió en el inicio de la etapa final
de su misión, que tenía por objeto la renovación definitiva del pueblo
completo de Israel por medio de la implantación en Jerusalén de un
reino mesiánico especial (Tercera Parte). Lo que realmente desenca-
denó ese intento de Jesús fue su muerte en la cruz. Pero precisamen-
te esa muerte violenta del agente mesiánico, que aparentemente era la
confirmación definitiva del fracaso de su proyecto, fue interpretada
por Jesús como el nuevo camino paradójico para la realización del
reino mesiánico y del consiguiente reino de Dios. Fue esta última es-
peranza de Jesús la que se convirtió en la base del mapa de la espe-
ranza del cristianismo naciente*.
2003). Ese ensayo es la base imprescindible a la que habrá que recurrir perma-
nentemente para justificar la exposición hecha en este libro. Lo que éste inten-
ta es hacer un poco más accesible la argumentación más detenida y analítica de
aquel ensayo, aligerándola de muchos pormenores y de las indicaciones biblio-
gráficas particulares. Con ello, sin embargo, no creo que se haya difuminado la
imagen histórica de la misión de Jesús, sino que, por eí contrario, me parece que
surge más diáfana y precisa, dado que ahora cobran mayor realce sus rasgos de-
cisivos. Ahí radica precisamente el particular interés del presente libro en com-
paración con aquel ensayo anterior.
P rimera Parte
LOS INICIOS
Los inicios
sorprendentes
zá porque los grupos cristianos que hay detrás de ese evangelio se en-
contraban en una singular relación y competitividad con los grupos
baptistas seguidores de Juan. En ese evangelio, el propio Juan Bau-
tista hace una confesión pública de la posición cristiana, rebajándose
a sí mismo a simple testigo de la superioridad de Jesús e interpretan-
do en ese sentido el bautismo de éste (Jn 1,6-8.15.19-34); se narra la
conversión de algunos discípulos de Juan en discípulos de Jesús pre-
cisamente por causa del testimonio de aquél (Jn 1,35-51); y Juan mis-
mo reconoce la superioridad del bautismo efectuado por Jesús, equi-
valente al bautismo de los grupos cristianos, con respecto al efectúa- 17
do por él mismo, equivalente al rito bautismal de los grupos baptistas
seguidores suyos (Jn 3,22-30).
21
E l origen
del profeta Juan
24
2.2. La crisis de Israel
a) Juan, judío palestino del siglo primero, tuvo que experimentar con
fuerza esa crisis del Israel de su tiempo. La escueta tradición evangé-
lica sobre él permite entrever su especial diagnóstico de la menciona-
da crisis. La visión que Juan tenía de ésta era, en efecto, mucho más
radical que la de los diversos movimientos de renovación contempo-
ráneos suyos. Era la visión del profeta del momento decisivo en la
historia de Israel. Un poderoso testimonio de dicha visión es el trans-
mitido por la fuente Q 3,7-9:
«7 Juan decía a la gente que venía a ser bautizada:
- Engendros de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que llega?
8 Dad, pues, un fruto digno de la conversión y no os creáis que po- E l origen del p ro fe ta J u a n
déis decir: “Tenemos por padre a Abrahán”. Porque os digo que Dios
puede hacer surgir de estas piedras hijos a Abrahán. 9 Ya está puesta
el hacha junto a la raíz de los árboles. Todo árbol, pues, que no dé
buen fruto será cortado y arrojado al fuego».
Para Juan, Israel estaba en una situación de total fracaso, aboca-
do a la perdición. Ya no valían las componendas. Ni siquiera valía el
recurso al privilegio de la elección que Dios había hecho del pueblo
en su padre Abrahán, porque la alianza sagrada estaba rota.
Esa visión radical de Juan fue el punto de partida y la base de su
misión profética. Pero hay que tener muy en cuenta que la radicalidad
de esa visión tenía la función de señalar la radicalidad de la liberación
y de la renovación del pueblo que Juan ofertaba en su misión. Es en
ese gran horizonte de salvación donde hay que enmarcar el fuerte to-
no de advertencia y de juicio de la proclamación de Juan. Al igual que
en los profetas israelitas anteriores a él, ese tono tenía por objeto, no
la condena de Israel, sino precisamente su liberación y transforma-
ción. La radical denuncia apuntaba a la radical salvación.
E l origen d e l p ro fe ta J u a n
Revueltas populares
(apéndice)
&
*
S
*
*Sí
λ
י8
.&0
37
E l profeta
del nuevo comienzo
42
* Cf. el apéndice «Movimientos proféticos populares» en pp. 49-50.
hacía de ella, Juan aparecía como el profeta del nuevo y definitivo
comienzo liberador para Israel.
Según toda la exposición anterior, es claro que los signos del «de-
sierto» y del bautismo en el Jordán marcaban el carácter provisional
de la misión de Juan. El era el profeta en el «desierto», es decir, en la
misma frontera de la tierra prometida, pero aún fuera de ella. La ac-
tuación definitiva de Yahvé iba a acontecer en el futuro inmediato, pe-
ro ya dentro de la tierra habitada por Israel. Juan no era, pues, el agen-
te mesiánico del acontecimiento definitivo de Dios. Era, simplemen-
te, el profeta precursor de ese acontecimiento. Su función consistía
exactamente en proclamar la pronta venida de ese acontecimiento y
en preparar a Israel para su llegada, denunciando su situación de mal-
dad extrema, invitándolo a una conversión radical y haciéndolo in-
gresar de nuevo, por medio del bautismo en el Jordán, en la heredad
que Dios le había concedido.
Los evangelios citan dos textos de la tradición israelita para des-
cribir esa función precursora de Juan. Y es muy posible que fuera el
mismo Juan quien recurriera a ellos para su autopresentación como
profeta, de manera análoga a lo que hacían las otras figuras proféticas
de los movimientos populares contemporáneos, que también se sir-
vieron de la tipología tradicional para su caracterización. El primer
texto es Isaías 40,3 (Me 1,3; Q 3,4; Jn 1,23): «Voz del que grita en el
desierto: Preparad el camino del Señor, haced rectos los senderos de
nuestro Dios». La tradición evangélica coincide con la versión griega
y con otros escritos judíos en que el «desierto» es el lugar de la «voz
del que grita», mientras que en el texto hebreo el «desierto» es el lu-
gar del trazado del «camino» y de los «senderos» de Dios. Con ese
texto de la tradición israelita, Juan se presentaba como el precursor de
la venida definitiva de Yahvé, proclamando en el «desierto» su pron-
ta llegada y disponiendo al pueblo a prepararle el «camino». Curiosa-
mente, también la comunidad de Qumrán justificaba desde ese mis-
mo texto por qué se había retirado al desierto para preparar el cami-
no de la venida de Dios mediante el estudio y la práctica de la ley
(Regla de la Comunidad [1QS] 8,12-16).
Más difícil de precisar es el segundo texto de la tradición israeli- E l p ro fe ta del nuevo com ienzo
ta, citado en Me 1,2 y en la fuente Q 7,27. Para aclarar su sentido, son
necesarias algunas indicaciones de detalle. En Me 1,2, sin duda bajo
el influjo de la cita de Isaías 40,3 en Me 1,3, el texto se introduce
equivocadamente como perteneciente al libro de Isaías, mientras que
en la fuente Q 7,27 se cita, sin más, como perteneciente a la Escritura
(«ha sido escrito»). Tanto el texto de Me como el de Q, con pequeñas
diferencias entre sí, parecen ser una combinación del texto griego de
Éxodo 23,20 («y he aquí que yo [Yahvé] envío a mi mensajero delante
de ti [Israel] para que te proteja en el camino, a fin de que te intro-
duzca en la tierra que te preparé») con el texto griego de Malaquías
3,1 («he aquí que yo [Yahvé] envío a mi mensajero, y se cuidará del 47
camino delante de mí»). Normalmente, esa conjunción de los dos tex-
los escriturísticos se entiende como una transformación cristiana de la
figura de Juan, que de precursor de Yahvé (Malaquías 3,1) se habría
convertido en precursor de Jesús (el «tú» del texto). Es posible que así
sea, pero me parece más probable que se trate de una interpretación
original, no cristianizada, de la figura de Juan. Los mayores contac-
tos de la cita evangélica de Marcos y de la fuente Q con Éxodo 23,20
señalan a ese texto como el primordial: Juan sería el «mensajero» de
Dios para guiar al pueblo de Israel por el desierto en su camino hacia
la tierra prometida, por lo que habría que identificar con Israel, no con
Jesús, el «tú» a quien se dirige Dios («delante de ti», «tu camino»).
El texto de Malaquías 3,1, acomodado al de Éxodo 23,20, serviría pa-
ra identificar a ese «mensajero» con la figura de Elias que iba a apa-
recer al final, siguiendo la interpretación de Malaquías 3,23-24. La
combinación del «mensajero» de Éxodo 23,20 con el «mensajero» de
Malaquías 3,1 no era, por otra parte, algo extraño en la tradición ju-
día, que en ocasiones conjugaba ambos textos para señalar que al fi-
nal se iba a repetir el milagro del Éxodo. Esa interpretación del texto
cuadraría perfectamente con lo expuesto anteriormente sobre el sen-
tido de la figura de Juan: era el «mensajero» de Yahvé que guiaba a
Israel en el desierto y lo introducía en la tierra prometida (Éxodo
23,20-23), cumpliendo así la función del Elias esperado, que restau-
raría a Israel con vistas a la llegada de Dios para transformar a su pue-
blo (Malaquías 3,1.23-24).
De hecho, la caracterización de Juan como el Elias esperado apa-
rece expresamente en varios estratos de la tradición sinóptica (Me
9,11-13; Mt 11,14; Le 1,16-17). La declaración contraria de los tex-
tos del evangelio de Juan, que expresamente niegan que Juan fuera
Elias e incluso un profeta (Jn 1,21.25), se explica desde la polémica
de los grupos cristianos juánicos con los grupos baptistas seguidores
Jesú s e l Galileo
1) Al final del gobierno del prefecto Pilato (26-36 d.C.), un profeta sa-
maritano innominado provocó un movimiento de renovación del
templo del monte Garizim, prometiendo que al pueblo que le acom-
pañara habría de mostrarle los utensilios sagrados que Moisés ha-
49
bía enterrado allí (Antigüedades 18,85-87).
2) Durante el gobierno del procurador Fado (44-46 d.C.), el «impos-
tor» Teudas, que se daba el título de «profeta», convenció a un
gran número de personas para que tomaran sus bienes y lo siguie-
ran hasta el Jordán, cuyas aguas se abrirían a su orden y les ofre-
cerían un paso fácil, al igual que en el tiempo del Israel de los co-
mienzos (Antigüedades 20,97-98; Hch 5,36 lo localiza, equivocada-
mente, antes del censo del año 6 d.C. y habla de cuatrocientos
hombres que lo siguieron).
3) Durante el gobierno del procurador Félix (probablemente 53-55
d.C.), varios «impostores y seductores» convencieron a la gente
para que los siguiera al desierto, donde «les mostrarían prodigios y
signos claros, realizados conforme a la providencia de Dios»
(Guerra 2,258-260; Antigüedades 20,167-168).
4) En ese mismo tiempo, un personaje procedente de Egipto, que se
declaraba «profeta», condujo a una gran multitud por el desierto
hasta el monte de los Olivos, prometiendo que a su orden se iban a
derrumbar las murallas de Jerusalén, abriéndoles así el acceso a la
ciudad (Guerra 2,261-263; Antigüedades 20,169-172; cf. Hch 21,38).
5) En el gobierno de Festo (probablemente 55-62 d.C.), un «impos-
tor» anónimo prometió «salvación y descanso de las calamidades»
si le seguían al desierto (Antigüedades 20,188).
6) Incluso cuando el templo estaba en llamas (70 d.C.), una multitud
se refugió en uno de los pórticos del atrio exterior porque «un fal-
so profeta» les había anunciado que recibirían allí «los signos de su
liberación». Josefo añade que en ese tiempo el pueblo fue enga-
ñado por «muchos profetas» que le animaban a «esperar la ayuda
de Dios» (Guerra 6,283-288).
7) Después de la victoria de los romanos, un tal Jonatán, tejedor y
perteneciente al grupo de los sicarios, huyó a Cirene y convenció a
muchos judíos pobres de allí a seguirlo al desierto, «prometiendo
mostrarles signos y apariciones» (Guerra 7,437-442; Vida 424-425).
Jesús el Galileo
50
L a esperanza
del profeta Juan
dora de Yahvé. Dado que Juan esperaba que tal actuación de Dios se-
ría definitiva, esa persona mediadora tendría también un carácter defi-
nitivo, lo que equivale a decir que sería un agente mesiánico.
La esperanza de Juan estaba así en conformidad con la esperanza
mesiánica tradicional del judaismo. En ésta, la espera de la manifes-
tación liberadora definitiva de Dios no excluía, sino que incluía, la
54 aparición de un agente mesiánico mediador de la misma. Y ésa era
precisamente la función del «más poderoso» anunciado por Juan.
Nada da a entender en la proclamación de Juan que ese agente de Dios
esperado sería un ser no humano, por ejemplo, un supuesto «hijo del
hombre» celeste, o una figura angélica. De acuerdo con la permanen-
te tradición mesiánica judía, el «más poderoso» que Juan anunciaba
debía ser, más bien, una persona histórica que iba a cumplir la función
de mediador de la transformación definitiva del pueblo de Israel. Se
explica así fácilmente que la tradición cristiana identificara ese «más
poderoso» anunciado por Juan con la persona histórica de Jesús.
Dios» no fue tan típica en Juan como lo fue más tarde en Jesús. A eso
apuntaría el texto redaccional de Mt 3,2, al presentar a Juan procla-
mando la cercanía del reino de Dios («reino de los cielos» según la
formulación mateana), en paralelismo con la proclamación de Jesús
(Mt 4,17). En cualquier caso, la misión de Juan estuvo ligada, en
cuanto a su sentido más profundo, con el proyecto del reino de Dios
que Jesús proclamará y escenificará en su misión autónoma posterior.
jesús
en el m ovim iento de Juan
Aquila y Priscila. Con todo, ese texto confirma que el autor de He-
chos sí tenía información de la existencia de grupos seguidores de
Juan en Palestina, como lo testifica su escrito evangélico (Lucas).
Jesús en el m o v im ie n to de J u a n
a) Según se ha señalado ya en el capítulo 1, la noticia de que Jesús re-
cibió el bautismo de Juan en el Jordán es uno de los datos históricos
más seguros de toda su vida. La razón principal para aceptar su his-
toricidad está precisamente en el embarazo que la noticia causó en las
comunidades cristianas. No pudo ser, por tanto, una creación de esas
comunidades, sino un recuerdo de la realidad histórica, que ellas in-
tentaron aclarar e interpretar de diversos modos.
Ya el relato más antiguo {Me 1,9-11), debido sin duda a una tra-
dición, es muy estilizado y está configurado desde la interpretación
cristiana del acontecimiento, según se verá en el análisis posterior del
texto. Es muy difícil decidir sobre la existencia de una narración pa-
ralela en la fuente Q. Inducen a aceptarla algunas pequeñas coinci- 61
dencias lingüísticas de Mateo y Lucas frente a Marcos, y la referen-
cia en el relato de la fuente Q sobre la estancia de Jesús en el desier-
to al «Espíritu» (Q 4,1) y al título «Hijo de Dios» (Q 4,3.9), que pa-
recen suponer una narración anterior sobre el bautismo en la que fi-
guraran esas expresiones. De todos modos, no parece que ese hipoté-
tico relato de la fuente Q difiriera mucho del de Marcos.
Muy significativos son los textos paralelos de los otros evange-
líos. El añadido de Mt 3,14-15 tiene por finalidad justificar el hecho
escandaloso para la comunidad cristiana de que Jesús, el mesías, el
«más poderoso», que bautiza con Espíritu santo, fuera bautizado por
Juan, su precursor, que no impartía ese bautismo con el Espíritu: de-
bería ser Juan quien hubiera recibido el bautismo de Jesús, no al re-
vés (Mt 3,14). Creo que ahí no se trata aún de la cuestión sobre la im-
pecabilidad de Jesús, según la cual éste no tendría que recibir el bau-
tismo de conversión para el perdón de los pecados. Esa será la cues-
tión planteada en el evangelio de los Nazareos, citado por Jerónimo
(Contra los pelagianos 3,2), que niega en absoluto que Jesús fuera
bautizado por Juan. Por su parte, el evangelio de Lucas concluye en
3,20 la narración sobre la misión de Juan con la noticia sobre su pren-
dimiento, dejando entonces sin especificar quién es el que bautiza a
Jesús (Le 3,21-22). Pero el más atrevido es el evangelio de Juan, el
cual, por su interés polémico contra los grupos baptistas, llega inclu-
so a suprimir el relato del bautismo de Jesús, haciendo referencia al
hecho únicamente en cuanto signo de revelación a Juan de que Jesús
es el elegido de Dios que bautiza con Espíritu santo (Jn 1,31-34). El
texto juánico parece presuponer un relato tradicional sobre el bautis-
mo de Jesús, que habría sido sustituido por la narración actual.
c) Pero como ese hecho histórico del bautismo de Jesús por manos de
Juan era algo embarazoso para la comunidad cristiana, ésta lo ínter-
pretó como el acontecimiento fundante de la misión de Jesús. El tes-
timonio más antiguo es el relato de Me 1,9-11:
«9 Y sucedió en aquellos días que vino Jesús desde Nazaret de
Galilea y fue bautizado en el Jordán por Juan. 10 E inmediatamen-
te, subiendo del agua, vio rasgándose los cielos y al Espíritu des-
cendiendo como una paloma hacia él. 11 Y una voz se produjo des-
de los cielos:
Jesús en el m o v im ie n to de J u a n
- Tú eres mi Hijo el amado, tú me agradaste».
72
Segunda Parte
LA MISIÓN GALILEA
E l origen
de la misión autónoma
«H Y le preguntaban diciendo:
- ¿Por qué dicen los letrados que Elias debe venir primero?
12 Y él les dijo:
- ¿Elias, viniendo primero, restablece todo? ¿Y cómo es que es-
tá escrito sobre el hijo del hombre que va a padecer mucho y ser des-
preciado? 12 Más bien, os digo que Elias sí vino y le hicieron cuan-
to quisieron, según está escrito sobre él».
El texto es complejo y requiere algunas precisiones de detalle. La
escena es, probablemente, una construcción de la comunidad cristia-
na, que trataba de explicar así el destino violento de Juan, el Elias es-
perado, como anticipo del destino violento de Jesús, en cuanto que
ambos destinos acontecieron en conformidad con la voluntad de
Dios, según el testimonio de la Escritura sobre el destino violento de
los profetas. Con todo, creo que su tono un tanto enigmático apunta
como base de la escena al recuerdo histórico de cómo Jesús se en-
frentó a su previsible final violento, viéndolo desde la perspectiva del
final violento de Juan. Eso era explicable, dado que el apresamiento
y la consiguiente muerte de Juan, su maestro, tuvo que causar un gran
impacto en él. Es natural, pues, que le resultaría inmediata la compa-
ración con el destino de su maestro al experimentar él mismo el re-
chazo de su propia misión, que previsiblemente desembocaría tam-
bién en un final violento. De hecho, ese mismo tipo de comparación
figura en el texto de la fuente Q 7,31-35, que relaciona el rechazo de
Juan y el de Jesús. Dentro del contexto de esa comparación, la argu-
mentación lógica del texto de Marcos afirmaría expresamente que
Juan, el Elias esperado, no pudo cumplir su misión de «restablecer to-
do» en el pueblo de Israel (Malaquías 3,23-24; Eclesiástico 48,10; Le
1,16-17), porque fue eliminado violentamente; y la demostración de
que no pudo cumplir esa misión suya era el hecho de que ahora Jesús
encontraba el rechazo y estaba a punto de sufrir también un destino
violento. En ese sentido habría que entender el difícil dicho de Jesús
en el v. 12, construido en forma de dos preguntas lógicamente cone-
xionadas entre sí. La primera pregunta («¿Elias, viniendo primero,
E l origen de la m isión autónom a
restablece todo?») debe tener una respuesta negativa, si es verdad, co-
mo lo es, que la segunda («¿cómo es que está escrito sobre el hijo del
hombre que va a padecer mucho y ser despreciado?») tiene una res-
puesta positiva. La frase completa equivaldría, en cuanto a su sentido,
a ésta: «Si Elias, viniendo primero, hubiera restablecido todo, enton-
ces ¿cómo es que está escrito sobre el hijo del hombre que va a pa-
decer mucho y ser despreciado?». Lo que el dicho afirmaría, por tan-
to, es que Juan, el Elias esperado, no pudo cumplir su función de res-
taurar a Israel, porque, si lo hubiera hecho, Jesús no se encontraría
ahora con el rechazo violento. Con otras palabras, el texto declararía
el fracaso de la conversión de Israel, que era precisamente el objetivo
de la misión de Juan.
Toda esa tradición evangélica reseñada anteriormente implica que
la nueva misión de Jesús incluía un nuevo proyecto, diferente del de
Juan. No se trataba, ciertamente, de un proyecto de ruptura con la es-
peranza de Juan, sino, más bien, de una radicalización de la misma.
Pero suponía que Jesús consideraba fracasado el proyecto de su maes-
tro. En ese sentido tuvo que entender el apresamiento de Juan, que de-
jaba sin concluir incluso la etapa inicial de su estrategia. Por tal razón,
Jesús no continuó la misión de su maestro, a diferencia de lo que hi-
cieron otros discípulos suyos. Por otra parte, a Jesús, que vivía inmer-
so en la tradición israelita, no tuvo que parecerle eso algo extraño den-
tro de la historia del pueblo, ya que a lo largo de ella habían fracasado
sucesivos proyectos de salvación, dando paso a otros nuevos.
82
ψ E l cambio de escenario
1. RELATOS PARABÓLICOS
- Marcos (y paralelos)
12.1- 11 (Mt 21,33-44; Le 20,9-18): los arrendatarios homicidas
13,34-36 (cf. Le 12,35-38): los siervos vigilantes
- Marcos y fuente Q (paralelos)
Me 3,23-25; Q 11,17 (Mt 12,25): el reino y la casa divididos
Me 3,27; O 11,21-22 (Mt 12,29): el asalto de la casa
- Fuente Q
6,47-49(Mt 7,24-27): la construcción de la casa
11.24- 26 (Mt 12,43-45): la vuelta del espíritu inmundo
12,39-40 (Mt 24,43-44): el ladrón
12,42-46 (Mt 24,45-51): el criado fiel y el infiel
E l cambio de escenario
93
q E l nuevo agente
mesiánico
* Cf. el apéndice «Textos sobre “el hijo del hombre”» en pp. 103-106.
95
rios textos paralelos de los evangelios sinópticos la expresión sea in-
tercambiable con el pronombre personal de primera persona dan a en-
tender que se refiere siempre a Jesús: «este hombre (que os está ha-
blando)». Es, por tanto, semejante a otras autodesignaciones en ter-
cera persona, no infrecuentes en diversas lenguas, incluidas la griega
y la castellana, como el caso, por ejemplo, de 2 Corintios 12,2-5, don-
de Pablo se designa a sí mismo como «un hombre».
Por otra parte, los datos no avalan la antigua opinión, repetida aún
con frecuencia, sobre la existencia de un título «hijo del hombre» en
la tradición apocalíptica judía y que se aplicaría a un personaje ce-
leste especial esperado para los tiempos finales. A mi entender, esa hi-
pótesis no es más que uno de los tantos mitos que la investigación ha
creado en torno a esa categoría de la «apocalíptica». Porque los tex-
tos a los que se recurre no testifican ni tal título ni tal personaje ce-
leste misterioso. Concretamente, no es ningún testimonio de ello el
texto al que suele recurrirse básicamente, Daniel 7, porque la expre-
sión «uno como un hijo de hombre» que ahí aparece no es en absolu-
to titular y, muy probablemente, se refiere a la representación celeste
del pueblo oprimido de Israel, en oposición a las figuras bestiales re-
presentantes de los imperios opresores. Tampoco son testimonio de
ello 1 Henoc 37-71 y 4 Esdras 13, porque lo que hacen esos textos es
asumir la expresión de Daniel 7, aplicándola ahora a una figura me-
siánica que, además de su carácter individual, incluye también el co-
lectivo de representatividad del pueblo oprimido de Israel. Esto cierra
el paso a la hipótesis, presentada con diversas variantes, sobre el orí-
gen apocalíptico de la expresión evangélica, el cual no hay que bus-
cario en Daniel 7 (que sólo figura en Me 13,26 y Me 14,62 [y parale-
los]). Más bien, el recurrir a Daniel 7 fue un intento de explicitación
de la expresión jesuánica por parte del cristianismo antiguo. Además,
tampoco en su origen la expresión evangélica tuvo un carácter apoca-
líptico, sino que fue una simple autodesignación del propio Jesús.
Jesús e l Galileo
102
Textos sobre «el hijo del hombre»
(apéndice)
1. ACTIVIDAD PRESENTE
7,34 (Mt 11,19): el hijo del hombre que come y bebe, a diferencia
de Juan;
9,58 (Mt 8,20): el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza;
11,30 (Mt 12,40): igual que Jonás fue un signo para los ninivitas, así
lo será el hijo del hombre para esta generación (Mt 12,40 lo
transforma en referencia al signo de la muerte y resurrección);
12.10 (Mt 12,32): perdón de la palabra contra el hijo del hombre, y
no de la blasfemia contra el Espíritu santo.
Mateo (2 veces en textos propios):
13,37: el que siembra la buena semilla es el hijo del hombre (Ínter-
pretación de la parábola de la cizaña);
16,13: ¿quién dicen los hombres que es el hijo del hombre? (Mt
transforma el texto de Me 8,27, que, al igual que el paralelo de
Le, está formulado en primera persona).
- Lucas (1 vez en textos propios):
19,10: el hijo del hombre vino a buscar y salvar lo perdido (conclu-
sión del relato sobre Zaqueo).
3. ACTIVIDAD FUTURA
17 veces en textos independientes: 3 en Me; 5 en Q; 6 en textos
propios de Mt; 3 en textos propios de Le.
Contando los paralelos: 27 veces en total: 3 en Me: 13 en Mt (3 de
Me, 4 de Q, 6 de textos propios); 11 en Le (3 de Me, 5 de Q, 3 de tex-
tos propios).
- Marcos (3 veces):
8,38 (Mt 16,27; Le 9,26): el hijo del hombre se avergonzará de él
cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles
(parusía; Mt explícita el juicio);
73.26- 27 (Mt 24,30-31; Le 21,27): y entonces verán al hijo del hom-
bre viniendo en nubes con mucho poder y gloria (parusía, con
referencia a Daniel 7,13-14, y congregación de los elegidos en
Me y Mt);
14,62 (Mt 26,64; Le 22,69): veréis al hijo del hombre sentado a la
derecha de la potencia y viniendo con las nubes del cielo (paru-
sía, con referencia a Daniel 7,13-14 y a Salmo 110,1; Le supri-
me la referencia a Daniel 7,13-14: desde ahora el hijo del hom-
bre estará sentado a la derecha de la potencia de Dios).
- Fuente Q (5 veces):
12,8: declaración del hijo del hombre ante los ángeles de Dios en
favor de quien lo confiese ante los hombres (Mt 10,32-33 cam-
bia el texto de Q a la primera persona);
12,39-40 (Mt 24,43-44): venida inesperada del hijo del hombre, co-
mo el ladrón en la noche;
17,24 (Mt 24,27): parusía del hijo del hombre como el rayo (Le
17,25 alarga el dicho con el motivo de la pasión);
17.26- 30 (2 veces: M t 24,37-39 [2 veces)): parusía repentina del hi-
jo del hombre, como la catástrofe en los días de Noé (y de Lot,
en Le).
- Mateo (6 veces en textos propios):
E l nuevo agente m esiánico
126 *
Cf. el apéndice «Parábolas evangélicas» en pp. 91-93.
rrespondencia con la imagen del banquete que Jesús empleaba para
describir la gran fiesta del reino de Dios. Pero el mismo tono mostra-
ban sus curaciones, en cuanto signos de la presencia del reino que li-
beraba y sanaba al pueblo enfermo y oprimido, restituyéndolo al dis-
frute de la vida, don del Dios creador. Y lo mismo hay que decir de
las diversas acciones de acogida del pueblo humilde y marginado,
donde se hacía visible el nuevo ámbito de comunión de vida social
que se estaba creando con el acontecimiento transformador del reino.
Toda la misión de Jesús, en definitiva, era el gran signo de la pre-
sencia inmediata del Dios creador, señor de la tierra y de la vida en
ella. Las diversas manifestaciones del acontecer de la creación y de la
vida del pueblo en ella se convertían en parábola del reino del Dios
creador y liberador. Ahí aparecía el Dios inmediato, que no necesitaba
la mediación de un ámbito sagrado, porque el verdadero templo don-
de habitaba su presencia era el pueblo y las criaturas que vivían en su
heredad. Era en ese ámbito de la creación y de la vida en ella donde se
desplegaban la soberanía y la potencia salvadora de aquel que era y se-
guía siendo siempre el «amigo de la vida» (Sabiduría 11,26).
Es muy significativo que Jesús se dirigiera a ese Dios con el tér-
mino Abba (Padre), una invocación extraña en la tradición israelita,
pero que fue, al parecer, la típica empleada por Jesús. No se explica-
ría de otro modo su aparición en arameo dentro de unos textos escri-
tos en griego e incluso como una aclamación cúltica de unas comuni-
dades cristianas de habla griega. Ese es el caso, concretamente, del
texto de Me 14,36, donde el término arameo aparece dentro de una
oración de Jesús, y de los textos de Romanos 8,15 y Gálatas 4,6, don-
de ese mismo término arameo figura como una aclamación bautismal E l carácter del acontecim iento
extática, actuada directamente por el Espíritu para testificar la filia-
ción divina de los recién bautizados. Con esa invocación, Jesús asu-
mió sin duda el título divino de «Padre», ordinario en la tradición is-
raelita, pero le dio una especificación muy especial. Ese título solem-
ne, que en las invocaciones judías se utilizaba frecuentemente acom-
pañado de otros (como «Padre nuestro, Rey nuestro») y con el que se
designaba al Señor soberano creador del universo y del pueblo de
Israel, lo convirtió Jesús en la invocación familiar ordinaria de abba,
que la tradición israelita no veía adecuada para dirigirse a Dios.
Ciertamente, la invocación jesuánica no restaba nada en absoluto a la
soberanía del Dios Señor creador; pero pienso que apuntaba precisa- 127
mente a su inmediatez en la creación y en la vida, en cuanto padre
cercano cuidador de ellas. Su presencia viva estaba ahí, sin tener que
recurrir a la solemnidad del ámbito sagrado. Es muy sintomático que
en varios dichos de la fuente Q aparezcan expresamente conexiona-
dos los motivos del Dios Padre (quizás Abba en los dichos originales
jesuánicos) y del Dios creador: Q 6,35-36; 10,21; 11,9-13 (donación
del alimento); 12,6-7; 12,22-31 (cf. v. 30). También se podría aducir
la oración jesuánica del Padrenuestro en Q 11,2-4, donde la invoca-
ción inicial «Padre» (probablemente Abba en la forma original ara-
mea) apunta al Dios creador que da el alimento (v. 3).
puede limitarse a un acto instantáneo, de tipo casi mágico, sino que de-
be tratarse de una acción continuamente creadora, que desencadena y
sostiene permanentemente el proceso dinámico de transformación.
Según eso, la afirmación de que el reino de Dios se realiza (o se
realizará) por un acto instantáneo de Dios, además de no cuadrar con
los datos de la tradición evangélica, según se verá a continuación, no
130 hace justicia a lo que significa un acontecimiento histórico. Esa afir-
mación, repetida con mucha frecuencia, está basada, en definitiva, en
una comprensión del sentido de la acción de Dios y de su efecto en la
realidad histórica, que difiere en gran medida de la visión bíblica.
Creo, pues, que son convenientes unas indicaciones de tipo funda-
mental sobre este tema, ya que tiene implicaciones importantes para
descubrir el sentido del acontecimiento del reino de Dios escenifica-
do por Jesús. La clave de la visión bíblica está en el sentido de la ac-
ción creadora de Dios. Lo que ésta produce, según ella, no es una rea-
lidad fija, es decir, una «naturaleza» cerrada, determinada por su pro-
pío ser y por sus propias potencias. Lo que produce es, más bien, una
realidad abierta, una auténtica «creación», es decir, un acontecimien-
to dinámico en realización continua, sostenido por la acción perma-
nentemente creadora de Dios. Esa realidad, entonces, está siempre en
proceso, abierta al futuro, de tal modo que la verdad de su ser se en-
contrará únicamente en su final. Así, su entidad auténtica es precisa-
mente la que le viene y asalta en el presente desde ese futuro de su
plenitud final. Eso es lo que significa la llamada dimensión escatoló-
gica, que es algo esencial a la realidad en cuanto creación según la en-
tiende la Biblia.
La tradición evangélica es bien explícita, a mi parecer, en la pre-
sentación de ese proceso de realización del acontecimiento del reino
de Dios. Concretamente, lo describen espléndidamente tres parábo-
las que tienen una introducción con referencia expresa al reino de
Dios: la de la semilla que crece sola (Me 4,26-29; referencia en evan-
gelio de Tomás 21), la del grano de mostaza (Me 4,30-32; Q 13,18-
19 y evangelio de Tomás 20) y la de la levadura (Q 13,20-21 y evan-
E l carácter d e l acontecim iento
gelio de Tomás 96):
«26 Así es el reino de Dios, como si un hombre echara la semilla so-
bre la tierra 27 y durmiera y se levantara noche y día, y la semilla
brotara y creciera como él no sabe. 28 Por sí misma la tierra produ-
ce fruto: primero hierba, después espiga, después grano pleno en la
espiga. 29 Y cuando permite el fruto, en seguida envía la hoz, por-
que ha llegado la cosecha» (Me 4,26-29).
«2° ¿Cómo compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos? 21 Como con un grano de mostaza, que, cuando se
siembra sobre la tierra, es la más pequeña de todas las semillas de
sobre la tierra, 22 y cuando se siembra, asciende y se convierte en
mayor que todas las hortalizas y produce ramas grandes, de tal mo- 131
do que los pájaros del cielo pueden habitar bajo su sombra»
(Me 4,30-32).
«18 ¿A qué es semejante el reino de Dios y a qué lo compararé?
19 Es semejante a un grano de mostaza, que tomándolo un hombre
lo echó en su huerto, y creció y se convirtió en árbol, y los pájaros
del cielo habitaron en sus ramas» (Q 13,18-19).
«20 ¿A qué compararé el reino de Dios? 21 Es semejante a la leva-
dura, que tomándola una mujer la escondió en tres medidas de hari-
na hasta que todo fermentó» (Q 13,20-21).
Muy cercana a las dos primeras es la parábola de la siembra y la
cosecha (Me 4,3-8 y evangelio de Tomás 9), que también tiene por
tema el acontecimiento del reino de Dios, aunque no figura una in-
troducción explícita en referencia a él:
«3 He aquí que salió el sembrador a sembrar. 4 Y sucedió en el sem-
brar que algo cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y lo co-
mieron. 5 Y otro poco cayó sobre lo pedregoso, donde no tenía mu-
cha tierra, e inmediatamente surgió por no tener profundidad de tie-
rra, 6 y cuando salió el sol, se agostó y, por no tener raíz, se secó.
2 Y otro poco cayó en las zarzas, y ascendieron las zarzas y lo aho-
garon, y no dio fruto. 8 Y otro poco cayó en la tierra buena, y daba
fruto, ascendiendo y creciendo, y uno llevaba treinta, otro sesenta, y
el otro cien» (Me 4,3-8).
Esas cuatro parábolas realzan ciertamente el contraste entre el co-
mienzo humilde y el final grandioso. Pero también señalan expresa-
mente el proceso de crecimiento que une ambos extremos. La pará-
bola de la semilla que crece sola lo describe detenidamente: se dice
que la semilla «brota y crece», y se marcan los pasos de su crecí-
miento: «primero hierba, después espiga, después grano pleno en la
espiga» (Me 4,27-28). La parábola del grano de mostaza narra cómo
el grano «asciende y se convierte en mayor que todas las hortalizas y
Jesús el Galileo
11.1. La perspectiva
las aldeas de Galilea y de su entorno tenía que ser, pues, tan sólo el
primer estadio de un proceso que debía concluir en un estadio final
que alcanzaría a la totalidad del pueblo de Israel. Pero el hecho es que
ese estadio final nunca llegó a iniciarse durante la primera misión de
Jesús. Y ello, por una simple razón: porque ni siquiera el primer esta-
dio del proyecto, el de la renovación de los poblados de Galilea, pu-
do concluirse, debido al rechazo con que se encontró la misión de
Jesús en esa región. Por eso, los contornos de ese estadio final pro-
yectado por Jesús no están perfilados en la tradición evangélica. Más
bien, hay que inferirlos a partir de algunas indicaciones que parecen
apuntar a la lógica del proyecto general de Jesús y, sobre todo, a par-
tir de su última misión, en la cual sí se inició la realización de ese es-
tadio final, aunque tampoco entonces se llegó a concluir, según se ve-
rá en los capítulos 14-17. En este momento se adelantan en esquema
los resultados de la exposición que se hará en esos capítulos de la
Tercera Parte, para poder tener así una visión de conjunto de todo el
proceso del proyecto global que animaba la misión galilea de Jesús.
bre el nuevo templo como casa de oración «para todos los pueblos»,
Me 13,10, que declara la proclamación del evangelio «a todos los
pueblos», y Me 15,38-39, al hablar de la rasgadura del velo del tem-
pío y de la confesión del centurión.
154
L a escenificación
m isional
boles imaginativas, bien realzadas por las imágenes del entierro de los
muertos por parte de los muertos y de la mirada atrás del que ara, pa-
ra señalar la urgencia de la misión del reino. El mismo tono de ur-
gencia de la misión, y no un talante antisocial, refleja la prohibición
a los misioneros de «saludar» en sus viajes (Q 10,4), ya que el «salu-
do» (quizá se refiere a visitar a familiares y amigos, lo cual podía lie-
var mucho tiempo) retrasaría la misión urgente.
Por otra parte, según se verá en el próximo capítulo, las instruc-
ciones de tono radical, que en ocasiones se interpretan como dirigidas
exclusivamente al grupo misionero itinerante, tenían más bien por
destinatario al pueblo sedentario en su conjunto. La eliminación del
agobio por el sustento y el vestido (Q 12,22-31), el abandono de las
riquezas (Me 10,17-22; Q 12,33-34; 16,13), la superación de los la-
zos familiares cerrados y excluyentes (Me 3,31-34; Q 14,26; cf.
Q 12,51-53), la eliminación del afán de seguridad y de ganar la vida
(Me 8,34-37; Q 14,27; 17,33), la renuncia a la venganza y a los pro-
pios derechos, el amor a los enemigos y el perdón incondicional
(Q 6,27-36; 17,3-4; Mt 18,23-35)... no eran exigencias exclusivas pa-
ra el grupo de los seguidores itinerantes, sino para todo el pueblo, al
que el acontecimiento del reino estaba transformando en el auténtico
pueblo del Dios de la alianza. Además, ninguna de esas exigencias re-
fleja tampoco un tono ascético, sino más bien un talante de celebra-
ción gozosa y confiada del Dios liberador del pueblo humillado.
b) Pero la amplia misión no podía ser labor de uno solo; por eso, Jesús
escogió a unos colaboradores para esa tarea misional. Así presentan
a los acompañantes de Jesús numerosos textos evangélicos que, sin
duda, conservan un recuerdo histórico, ya que sus noticias y su tono
general concuerdan perfectamente con la práctica misional de Jesús.
Éste no actuó solo en su misión, sino que eligió a otras personas pa-
ra que, junto con él y en dependencia suya, fueran los obreros del rei-
no en la gran pesca y en la gran recolección de la cosecha de Dios,
que era el pueblo disperso por las aldeas, representante de todo el
pueblo disperso de Israel.
La función de esos acompañantes de Jesús la señalan con claridad
los relatos de su elección. La tradición antigua es atestiguada por el
evangelio de Marcos (Me 1,16-20; 2,14; 3,13-15). Los otros textos
paralelos tienen un carácter especial. El texto de Le 5,4-11 es una va-
ríante lucana del relato de Me 1,16-20, sirviéndose del motivo sim-
bólico misional de la pesca milagrosa, el mismo que aparece en el re-
lato de aparición pascual en Jn 21,1-14. El relato de Jn 1,35-51 es, co-
mo se ha visto en el capítulo 5 (p. 68), una narración especial que re-
fleja la historia de los grupos juánicos, no la de Jesús. Y originaria-
mente las escenas de Q 9,57-60, al igual que la de Le 9,61-62, no eran
relatos de elección de los seguidores, sino instrucciones sobre las exi-
gencias de la vida del seguidor. Fue probablemente el autor del evan-
gelio de Lucas quien transformó la segunda escena de la fuente Q
(9,59-60) en un relato de elección, al introducir la invitación de Jesús
(«sígueme») y el envío misional («tú vete a anunciar el reino de
Dios»),
Jesús el Galileo
«19 Elias marchó de allí y encontró a Elíseo, hijo de Safat, que es-
taba arando; tenía ante sí doce yuntas de bueyes, y él llevaba la dúo-
décima. Elias pasó junto a él y le echó encima su manto. 20 Enton-
ces Elíseo dejó los bueyes y corrió tras Elias, y le dijo: 161
- Déjame despedirme de mi padre y de mi madre, y te seguiré.
Le respondió:
- Anda y vuélvete, pues ¿qué te he hecho?
21 Volvió atrás Elíseo, tomó la yunta de bueyes y los sacrificó.
Con el yugo de los bueyes asó la carne y la distribuyó entre la gen-
te para que la comiera. Luego se levantó, siguió a Elias y se puso a
su servicio».
El paralelismo de este texto con los relatos evangélicos citados
señala el sentido de éstos. La invitación que Jesús hace a algunas per-
sonas concretas a seguirlo equivale a una auténtica elección proféti-
ca. Los seguidores van a ser, ni más ni menos, profetas que compar-
tirán con Jesús su tarea de profeta ambulante.
Las instrucciones misionales (Me 6,6-13; Q 10,2-16) especifican
la tarea de esos profetas del reino de Dios. Participan de la labor mi-
sional y de los poderes del mismo Jesús: son los «obreros» de la gran
cosecha definitiva (Q 10,2), que proclaman la presencia del reino de
Dios (Q 10,9) y escenifican su poder salvífico por medio de los sig-
nos de liberación del poder del mal y de sanación del pueblo enfermo
(Me 6,7.13; Q 10,9; cf. Me 3,14-15). Son los representantes de Jesús,
que los envía, y los representantes, en definitiva, de Dios mismo, el
dueño de la cosecha (Q 10,2), que ha enviado a Jesús (Q 10,16). Ése
es el sentido de la terminología de «enviar» (Me 3,14; 6,7; 9,37; Q
10,3.16; 11,49; 13,34; Mt 15,24; Le 4,18.43; 10,1; 22,35) y «envía-
do» (apostólos: Me 3,14; 6,30; Le 11,49; 17,5; 22,14; 24,10). El ori-
gen y el sentido de esta terminología, que se convertirá en algo fijo en
el cristianismo naciente, hay que buscarlos en el envío autoritativo
por parte de Jesús de los profetas misioneros del reino de Dios, no en
otro tipo de institución. Se explica así el carácter profético del «após-
tol» cristiano, testificado ya en las cartas auténticas de Pablo, los do-
cumentos cristianos más antiguos que se nos conservan.
Jesús el Galileo
* Cf. los apéndices «Revueltas populares» en pp. 33-37, y «Movimientos proféti- 163
eos populares» en pp. 49-50.
c) Únicamente desde esa función al servicio del reino de Dios se pue-
de entender el estilo de vida de los seguidores de Jesús. Se trataba de
la vida de itinerancia misional por los poblados galileos. Como se ha
indicado en el apartado anterior, ésta exigía el abandono temporal de
la vida sedentaria: la casa, la familia, la profesión (Me 1,18.20; 2,14;
10,28-29; Q 9,57-60; Le 5,11; 9,61-62). Y esa nueva existencia de iti-
nerancia comportaba necesariamente experiencias de indigencia, in-
defensión y marginalidad (Me 6,8-9.11; Q 9,57-60; 10,3-4.10-11; Le
9,61-62). Quizá un reflejo de las tensiones del misionero itinerante
con la propia familia se dé en Me 3,21.31-35, y con la comunidad lo-
cal en Me 6,1-6. Pero los misioneros itinerantes no llevaban una vida
a la absoluta intemperie. Su subsistencia se la ganaban con la nueva
profesión de «obreros» del reino, por medio de la acogida recibida en
los poblados (Me 6,10; Q 10,5-9), en la cual hay que enmarcar las re-
ferencias a la acogida de los misioneros en las casas. En esa acogida
en los poblados encontraban los misioneros una ganancia en «casas,
hermanos, hermanas, madres, hijos y campos» (Me 10,30).
No hay que olvidar que el centro de referencia en la misión itine-
rante del reino de Dios no era el grupo de misioneros itinerantes, si-
no el pueblo residente en las aldeas, al que servían con su misión. Y
consiguientemente, por decirlo una vez más, el estilo de vida de esos
misioneros ambulantes no apuntaba para nada a un elitismo de de-
nuncia social, de radicalismo religioso o de perfeccionismo ascético,
sino precisamente a la misión del reino en favor de ese humillado
pueblo sedentario.
d) Sólo dentro de ese contexto misional se puede decir que los misio-
ñeros itinerantes eran signos proféticos vivos de la presencia libera-
dora del reino de Dios para el pueblo sedentario de las aldeas. Su mis-
mo estilo de vida, además de los signos que efectuaban, se convertía
en una escenificación de aquel acontecimiento salvífico de Dios cuya
Jesús el Galileo
L a escenificación m isio n a l
167
L a renovación
del pueblo aldeano
168
* Cf. el apéndice «Relatos de milagros» en pp. 177-180.
exaltado, como en el caso de la travesía a pie del lago (Me 6,45-51) y
de la tempestad calmada (Me 4,35-41), donde el agua tiene el carác-
ter simbólico de elemento caótico sobre el que domina aquel que es
el Señor. Tienen un carácter simbólico, como en el caso de las comí-
das para la multitud (Me 6,32-44 [paralelo: Jn 6,1-15]; Me 8,1-9), de
la pesca milagrosa (Le 5,4-11; cf. Jn 21,1-13) o de la higuera seca
(Me 11,12-14.20). Y tienen un tono etiológico o justificativo, como
en el caso de la abundancia de vino en un banquete en Caná (Jn 2,1-
11), o un carácter novelístico, como en el caso de la moneda en la bo-
ca del pez (Mt 17,27), que realmente no es un relato de milagro, sino
una simple nota tópica novelística.
Por otra parte, y éste es un argumento muy importante, sólo de las
curaciones, y no de los demás milagros, se habla en el resto de los tex-
tos evangélicos fuera de los relatos de milagros. Así en algunas tradi-
ciones, como en la disputa sobre los exorcismos (Me 3,22-30; Q
11,15-18.21-22), en la referencia a las curaciones en Nazaret (Me
6,5), en la escena de la pregunta de Juan Bautista (Q 7,18-23), en el
dicho sobre los exorcismos como signos de la llegada del reino de
Dios (Q 11,19-20), en la parábola sobre el regreso del espíritu in-
mundo (Q 11,24-26), en la referencia a las mujeres curadas (Le 8,2)
y en la respuesta de Jesús a Herodes Antipas por medio de los farise-
os, sus emisarios (Le 13,32). Probablemente, también a terapias y
exorcismos se refiere el término «obras poderosas» en Me 6,2, Me
6,14 y Q 10,13. También mencionan únicamente curaciones los nu-
merosos sumarios o compendios redaccionales de los evangelios. Y
también se habla sólo de curaciones como milagros efectuados por
los discípulos de Jesús (Me 3,15; 6,7.13; Q 10,9; Mt 7,22; Le 10,17-
20) o por simpatizantes y extraños (Me 9,38-40; Q 11,19).
Coincide con todos esos datos el hecho significativo de que la tra-
dición evangélica rechace expresamente las peticiones de signos por-
tentosos de legitimación y de milagros en propio provecho, como es el
caso de las tentaciones en el desierto (Q 4,1-13), del signo portentoso
de legitimación (Me 8,11-12 y Q 11,16.29-30), del signo en la cruz
(Me 15,31-32), del fuego celeste de castigo para la aldea samaritana
(Le 9,54-55) o del signo esperado por Herodes Antipas (Le 23,8-9).
L a renovación d el pu eb lo aldeano
En conformidad con el carácter social del acontecimiento del reino de
Dios, la perspectiva de la ética de Jesús no era de tipo individualista
o de renovación de la vida de los individuos aislados, sino de tipo co-
munal o de renovación de la vida del pueblo en su conjunto, comen-
zando por la de las comunidades locales de las aldeas galileas. La vi-
da de los individuos se encuadraba en ese contexto comunal del pue-
blo. Según se expuso en el capítulo 11, la estrategia proyectada por
Jesús contaba con que la renovación de las comunidades de las alde-
as galileas desencadenaría un proceso imparable de transformación
que alcanzaría al pueblo entero de Israel. En esas comunidades alde-
anas, oprimidas por las normas y prácticas que los estamentos de po-
der les imponían conforme a sus propios intereses, había que avivar
la tradición ancestral israelita, en la que se manifestaba la auténtica
voluntad liberadora del Dios vivo de la alianza.
Relatos de milagros
(apéndice)
Los relatos de milagros en los evangelios, sin contar los paralelos ni los
sumarios o compendios, suman en total 33: 18 en Marcos; 2 en la
fuente Q; 3 en los textos propios de Mateo; 6 en los textos propios de
Lucas; 4 en Juan (sin contar los 3 paralelos a la tradición sinóptica). Es
L a renovación d el p u eb lo aldeano
probable que pronto se confeccionaran colecciones de relatos de mila-
gros que más tarde habrían utilizado los autores de los evangelios. Así,
es posible que en la base de Me 4,35-6,52 esté una colección tradi-
cional de seis milagros en torno al lago de Galilea: 4,35-41 (la tempes-
tad calmada); 5,1-20 (el endemoniado de la región de Gerasa); 5,21-34
(dos relatos entrelazados de curaciones a mujeres: la mujer con flujo
de sangre durante doce años y la resurrección de la hija de Jairo de do-
ce años); 6,32-44 (la comida a los cinco mil); 6,45-52 (la travesía a pie
del lago). Y también me parece probable que Juan utilizara una colee-
ción de siete milagros. Por otra parte, colecciones de ese tipo se dan
también fuera de los evangelios, como los ciclos de milagros de Elias
(1 Reyes 17-18) y de Elíseo (2 Reyes 2,19-25; 4-6), los milagros de
Esculapio en Epidauro y los milagros de Apolonio de Tiana (9 relatos
que utilizó Filostrato para escribir la vida de ese personaje). 177
Se distinguen dos tipos fundamentales de relatos de milagros, ca-
da uno de los cuales enmarca tres formas:
a) En el primer tipo, el centro del relato es la persona:
1) demonio, agente de la enfermedad, según la cosmovisión de
la antigüedad: exorcismos o curaciones como expulsiones
de la potencia demoníaca;
2) enfermo: terapias o curaciones como restauración de la vida
individual y social del enfermo (en esta forma se incluyen las
resurrecciones);
3) taumaturgo: epifanías o manifestaciones del poder del
taumaturgo.
b) En el segundo tipo, el centro del relato es un asunto:
4) liberación de una amenaza: liberaciones, con una forma si-
milar a los exorcismos: superación de la potencia caótica;
5) superación de una carencia: donaciones, con una forma si-
milar a las terapias: signos del don del reino;
6) signo efectivo de algo detrás: demostraciones, con una for-
ma similar a las epifanías.
1. exorcismos (6 casos)
- Marcos (y paralelos)
1.23- 28: poseso en la sinagoga (Le 4,33-37);
5.1- 20: poseso en Gerasa (Mt 8,28-34; Le 8,26-39);
7.24- 30: hija de la sirofenicia (Mt 15,21-28);
9,14-29: poseso epiléptico (Mt 17,14-21; Le 9,37-43a).
- Fuente O
11,14 (Mt 12,22-23): poseso mudo.
- Mateo (texto propio)
9,32-34: poseso mudo.
Jesús el Galileo
3. EPIFANÍAS (1 Caso)
- Marcos (y paralelos);
4. LIBERACIONES (1 Caso)
- Marcos (y paralelos)
4,35-41: tempestad calmada (Mt 8,23-27; Le 8,22-25).
5. DONACIONES (4 CaSOS)
- Marcos (y paralelos)
6,32-44: comida a los cinco mil (Mt 14,13-21; Le 9,10b-17; pa-
ralelo: Jn 6,1-15);
8,1-9: comida a los cuatro mil (Mt 15,32-39).
- Lucas (texto propio)
5,4-11: pesca milagrosa (leyenda de elección).
- Juan (no paralelo a los sinópticos)
2,1-11: abundancia de vino en un banquete en Caná.
6. DEMOSTRACIONES (2 CaSOS)
- Marcos (y paralelos)
11,12-14.20 (Mt 21,18-19): el signo de la higuera.
- Mateo (texto propio)
17,27: la moneda en la boca del pez (sólo motivo novelístico).
180
T ercera Parte
LA MISIÓN FINAL
ü E l gran reto
dica el plan: «Y saliendo los fariseos, en seguida tomaron con los he-
rodianos un acuerdo contra él, para eliminarlo». Desde ahí se explica
la advertencia de Jesús sobre el fermento de corrupción y malas in-
tenciones de los fariseos y de Herodes Antipas en Me 8,15. El texto
de Le 13,31-33, en cambio, presenta la amenaza formal del soberano
galileo contra Jesús, enviada por medio de sus emisarios oficiales, los
fariseos: 185
«31 En aquella hora se acercaron algunos fariseos diciéndole:
- Sal y márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.
32 Y les dijo:
- Id a decir a ese zorro: “Mira, expulso demonios y realizo cu-
raciones hoy y mañana, y al tercer día estoy cumplido. 33 Sin em-
bargo, es necesario que hoy y mañana y pasado siga adelante, por-
que no es posible que un profeta perezca fuera de Jerusalén”».
La respuesta de Jesús describe bien la tensión con su soberano, a
quien llama un astuto don nadie («zorro»), remitiendo a su propia in-
dependencia en cuanto a su actividad sanadora del pueblo, escenifi-
cada en sus exorcismos y curaciones. Pero quizás apunta también a
que esa amenaza formal de muerte por parte de su soberano significó
para Jesús el signo de que debía iniciar yendo a Jerusalén, un nuevo
proyecto de implantación del reino de Dios.
E l g ran reto
E l intento
del reino mesiánico
pretender ser el rey mesiánico de Israel? ¿En qué se fundaron las au-
toridades judías y romanas para acusarlo y condenarlo?
El caso es que la trama de Jesús como soberano mesiánico apare-
ce con toda claridad a lo largo de todo el relato de la pasión, que re-
presenta, sin duda alguna, la tradición evangélica más antigua y más
fiable, históricamente hablando. Tanto el relato tradicional de los
evangelios sinópticos como el del evangelio de Juan coinciden en se-
ñalar que Jesús fue apresado, juzgado, condenado y ejecutado por
pretender ser el rey mesiánico (Me 14,61-62; 15,2.9.12.18.26.32; Jn
18,33.37.39; 19,3.12.14.15.19.21). Esa noticia fija e insistente de to-
da la tradición evangélica antigua sólo se puede explicar como refle-
jo de la realidad histórica. Parece ineludible, pues, suponer que los
que acusaron y condenaron a Jesús como tal pretendiente mesiánico
tuvieron que encontrar un punto de apoyo en su actuación anterior. Si
no, quedaría sin aclarar históricamente el hecho decisivo de su muer-
te en la cruz.
Es más, parece que Jesús mismo, tanto ante las autoridades judí-
as (Me 14,61-62) como romanas (Me 15,2; Jn 18,37), contestó afir-
mativamente a la pregunta acerca de su pretensión de ser el rey me-
siánico. Sin entrar en la compleja cuestión de la historicidad del pro-
ceso judicial, lo que me parece claro es que, si Jesús fue condenado y
ejecutado por su pretensión mesiánica regia, su proceso ante las au-
toridades judías del templo -fuera del tipo jurídico que fuese- y ante
el gobernador romano tuvo que incluir una pregunta acerca de su me-
sianidad y una respuesta afirmativa, al menos implícitamente, por
parte del propio Jesús. Y, efectivamente, en la noticia sobre esa res-
puesta afirmativa de Jesús coinciden la tradición sinóptica (Me 14,61-
62; 15,2) y la juánica (Jn 18,37), según la interpretación más proba-
ble de esos textos. Aunque el sentido y el modo de la pretensión de
Jesús eran diferentes de lo que pensaban las autoridades judías y ro-
manas, se trataba de una auténtica pretensión mesiánica regia, y así la
confesó Jesús mismo. Hasta ahora la había expresado, no por medio
de una definición titular, sino mediante acciones y palabras simbóli-
cas. Pero ahora, en esa situación de juicio de pena capital, ya no era E l in te n to d e l reino m esiánico
b) Hay una pista certera para seguir esa trama mesiánica en la actúa-
ción anterior de Jesús. Se trata de la acusación contra él de intentar
destruir el templo y construir uno nuevo, que aparece dos veces en el
antiguo relato de la pasión, en la escena del juicio ante las autorida-
des judías (Me 14,58) y en la de la crucifixión (Me 15,29):
«Nosotros le escuchamos diciendo: “Yo destruiré este templo, he-
cho por manos, y en tres días construiré otro, no hecho por manos”»
(Me 15,58). 193
«Y los que pasaban lo injuriaban meneando sus cabezas y diciendo:
“¡Ah, el que destruye el templo y lo construye en tres días!”»
(Me 15,29).
El hecho de que tal dicho se presente en la escena del juicio (Me
14,55-59) y también, aunque indirectamente, en la de la crucifixión
(Me 15,29-32) como una acusación falsa contra Jesús, quizá se deba
a la incomodidad que representaba para la comunidad cristiana el he-
cho de que lo enunciado por ese dicho no se hubiera cumplido. Pero
todos los indicios apuntan a que en su base hay un dicho auténtico de
Jesús, que habría tenido por contenido la destrucción del templo ac-
tual y la construcción de uno nuevo, fuera cual fuese el tenor de su
formulación original. Porque, en primer lugar, la invención de un di-
cho de ese tipo como acusación contra Jesús es inexplicable sin un
cierto punto de apoyo en su misma actuación. Y, sobre todo, confir-
man su historicidad el curioso recurso a él en la escena de la crucifi-
xión (Me 15,29), su aparición en la tradición juánica, independiente
de la sinóptica (Jn 2,19), y la referencia a él en Hechos 6,13-14. No
es de extrañar, pues, que la historicidad del dicho sea ampliamente
aceptada en la investigación actual.
Pero hay que avanzar un poco más. Ese dicho de Jesús, presenta-
do como acusación contra él en el antiguo relato de la pasión, remite
sin duda a su acción en el templo (Me 11,15-17; Jn 2,14-22), cuyo
sentido él habría explicado con el famoso dicho. De hecho, esa cone-
xión figura expresamente en el relato de la tradición juánica (Jn 2,19).
Muy probablemente, en esa acción simbólica de Jesús encontraron las
autoridades judías la razón para su arresto y para la consiguiente acu-
sación contra él ante el gobernador romano, que lo condenó y ejecu-
tó como pretendiente mesiánico regio. La consecuencia, pues, es evi-
dente: la acción simbólica de Jesús en el templo tuvo un carácter me-
siánico regio, y así lo entendieron las autoridades judías. A eso apun-
Jesú s e l Galileo
198 *
Cf. el apéndice «Revueltas populares» en pp. 33-37.
acción simbólica la expresa la aclamación de la gente: el que entra en
la ciudad va a instaurar el reino mesiánico (Me 11,9-10). No se trata
de una simple aclamación festiva, de recibimiento de los peregrinos a
su entrada en Jerusalén. La aclamación de Me 11,9, tomada del
Salmo 118,25-26, que formaba parte del ritual de entrada en las fies-
tas de peregrinación, se explícita en Me 11,10 con la inaudita acia-
mación al «reino de nuestro padre David que llega». En el relato juá-
nico la aclamación del ritual de entrada se especifica con la aclama-
ción expresa al «rey de Israel» (Ja 12,13). Algo por el estilo hacen los
relatos de Mateo y de Lucas al añadir los títulos «el hijo de David»
(Mt 21,9) o «el rey» (Le 19,38). Todas esas formulaciones apuntan,
evidentemente, a la instauración del reino mesiánico y reflejan, sin
duda, el sentido del signo histórico de Jesús.
d) Desde ese contexto del reino mesiánico, quizá cabría sugerir una
nueva interpretación para la curiosa anécdota de la higuera seca, que
en la tradición evangélica está entrelazada con los relatos de la entra-
da en Jerusalén y la acción en 01 templo (Me 11,12-14.20-25). En la
redacción actual parece que se trata de un símbolo del Israel rebelde
que no da frutos. Pero eso no explica, a mi entender, el origen de la
anécdota y algunos detalles de la misma, en especial el hecho de que
entonces no fuera tiempo de higos (Me 11,13). De ahí las diversas hi-
pótesis sobre la formación de la anécdota. Sugiero que, en su origen,
pudo tratarse de un nuevo signo mesiánico de Jesús, referido a la
transformación traída por el reino mesiánico recién inaugurado: la hi-
güera debería dar fruto en ese tiempo, a pesar de que no era el tiem-
E l in te n to d e l reino mesiánico
po natural de higos, porque había comenzado ya la nueva época me-
siánica, que incluía la feracidad permanente de la tierra transformada.
224
E l nuevo horizonte
de la esperanza
* Cf. el apéndice «Textos sobre “el hijo del hombre”», en pp. 103-106. 227
capítulo 16 (pp. 210-211). De hecho, la incomprensión de los discí-
pulos es realzada en los textos (Me 8,32-33; 9,10; 9,32; Le 24,25), al-
go que sería acorde con la realidad histórica. Lo confirma la reacción
de los discípulos ante los sucesos de la pasión y muerte de Jesús.
Pero hay que tener muy en cuenta el carácter especial de la resu-
rrección de Jesús dentro del escenario del reino mesiánico. No se tra-
taba de una resurrección cualquiera, sino de una resurrección muy
cualificada, porque era precisamente la resurrección del mesías que
iba a instaurar su reino mesiánico, la cual tenía que significar, enton-
ces, su entronización por parte de Dios como tal soberano mesiánico,
que algún día se manifestaría con pleno poder.
Ése parece ser el escenario de los numerosos dichos sobre «el hi-
jo del hombre» que hablan de su parusía futura y de los acontecí-
mientos ligados a ella. En ese sentido aparece la expresión tres veces
en Marcos, cinco en la fuente Q, seis en textos propios de Mateo, y
tres en textos propios de Lucas**. Lo decisivo en la cuestión, Ínter-
minablemente debatida, sobre la autenticidad jesuánica de ese tipo de
dichos no es el análisis atomístico de los textos aislados, sino más
bien el escenario de la misión de Jesús en el que esos dichos encaja-
rían o no. Ciertamente, la formulación de muchos de ellos está in-
fluida por la confesión de fe y el esquema de esperanza del cristia-
nismo antiguo. Pero el tono de algunos de ellos y, sobre todo, su am-
plio conjunto no se explican, a mi entender, sin un núcleo histórico
jesuánico. Y el lugar de este habría sido el escenario que se le abría a
Jesús al enfrentarse a su muerte violenta y tener entonces que expli-
car desde ella el destino de su proyecto de instaurar el reino mesiáni-
co. De acuerdo con el talante de la expresión «el hijo del hombre» y
el carácter del resto de los anuncios de Jesús sobre su muerte y resu-
rrección, de seguro que ese núcleo jesuánico fue mucho más velado
que la formulación de los dichos actuales.
En ese mismo escenario estaría la base de los textos evangélicos
Jesús el Galileo
228 ** Cf. el apéndice «Textos sobre “el hijo del hombre”», en pp. 103-106.
Me 11,10, con la aclamación «bendito el reino de nuestro padre
David que viene», en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén;
Mt 13,41, al hablar del «reino» del hijo del hombre;
Mt 16,28, transformando la expresión «reino de Dios» de Me 9,1
en la de «reino» del hijo del hombre;
Mt 20,21, cambiando la expresión «en tu gloria», de Me 10,37,
por «en tu reino»;
Le 1,33: «su reino no tendrá fin»;
Le 22,29-30 (dos veces), alargando el dicho de la fuente Q sobre
el reino mesiánico de Jesús junto con los doce: «y yo os asig-
no un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que co-
máis y bebáis a mi mesa en mi reino y os sentéis en tronos juz-
gando a las doce tribus de Israel»;
Le 23,42: «acuérdate de mí cuando vengas para tu reino»;
Jn 18,36 (tres veces): «mi reino» no tiene su origen en este
mundo.
1. Los inicios
2. La misión galilea
3. La misión final
dente que aún no habían aparecido los signos magníficos que se es-
peraban para la época mesiánica. Aún continuaba la situación de ca-
lamidad y de opresión, bien alejada de la liberación y la plenitud de
vida que debía comportar el reino mesiánico. El cristianismo nacien-
te superó esa aparente contradicción distinguiendo dos etapas en la
época mesiánica. La etapa actual, de esta historia, era realmente me-
242 siánica, porque el mesías estaba ya entronizado en el ámbito de Dios,
y su presencia salvífica se experimentaba en la vida del pueblo me-
siánico. Pero no era aún la etapa del reino mesiánico esplendoroso,
que se inauguraría con la futura parusía del soberano mesiánico en el
ámbito de esta tierra. Sólo entonces se manifestaría plenamente la po-
tcncia transformadora del acontecimiento del reino mesiánico y del
reino de Dios con respecto a esta creación y a esta historia. De ese
modo, la realización plena de la liberación seguía siendo en el mapa
pascual cristiano un asunto de esperanza, al igual que lo había sido en
los diversos proyectos de la misión de Jesús.
Conclusión
Bibliografía
Brescia 1988.
Luz, U., «Warum zog Jesús nach Jerusalem?», en (J. Schroter - R. Brucker
[eds.]) D er historische Jesús. Tendenzen und Perspektiven d er gegenwar-
tigen Forschung (BZNW 114), Berlín / New York 2002, pp. 409-427.
M a c D o n a l d , M.Y., Las mujeres en el cristianism o prim itivo y la opinión pa-
gana. El p o d e r de la m ujer histérica, Verbo Divino, Estella 2004.
Collegeville 2003.
M urphy - O ’ C o n n o r , J., «John the Baptist and Jesús: History and Hypotheses»:
NTS 36 (1990), pp. 359-374.
N e y r e y , J.H., H onor y vergüenza. Lectura cultural del Evangelio de Mateo,
Sígueme, Salamanca 2005.
N i e m a n d , C., «Jesu Abendmahl. Versuche zur historischen Rekonstruktion
und theologischen Deutung», en (Id. [ed.]) Forschungen zum Neuen
Testament und seiner Umwelt. FS A. Fuchs, Frankfurt 2002, pp. 81-122.
N o r d s i e c k , R., D as Thomas-Evangelium. Einleitung - Z u rfrage des historis-
chen Jesús - Kommentierung a ller 114 Logien, Neukirchener, Neukirchen
/ Vluyn 2004.
N L . , Messiah, the H ealer o fth e Sick. A Study o f Jesús as the Son o f
o v a k o v ic ,
9 788429 316407
salterrae