31 Pesacador de Hombres

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 3

31

Pescador de hombres
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Isaías 6,1-2a. 3-8; 1 Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11

El Evangelio de este Domingo es conocido como el Evangelio de la pesca


milagrosa. Antes de descender a los detalles, es útil traer a la mente o recordar el
conjunto del relato. Entre otras cosas, esta página del Evangelio nos ayuda a
hacernos una idea bastante fiel de cómo en la práctica se desarrollaba la actividad de
Jesús y del mundo que le rodeaba.
Un día Jesús estaba enseñando en la orilla del lago de Genesaret. Mientras
otra gente iba llegando, él se veía como empujado siempre más hacia la orilla hasta
que fue obligado a subirse sobre una barca y a separarse un poco de la orilla para
poder continuar hablando a la gente. Habiendo terminado de hablar, expresó al
propietario de la barca, que se llamaba Simón, de remar mar adentro y calar las redes
para la pesca. Simón le hizo observar que precisamente no era una jornada buena
para la pesca; pero, que fiado en su palabra echaría las redes. El resto ya lo sabemos.
Recogieron tal cantidad de peces que tuvieron necesidad de hacerse ayudar por otra
barca, que estaba por aquel lugar. Era el milagro que hacía falta para convencer a un
pescador, como era Simón Pedro. Éste se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Pero, Jesús le respondió con estas
palabras, que representan la culminación del relato y el motivo por el que el episodio
ha sido recordado:

«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».

Jesús se ha servido de dos imágenes para ilustrar el deber de sus


colaboradores: la de pescadores y la de pastores. Ambas imágenes tienen necesidad
hoy de ser explicadas, si no queremos que el hombre moderno las halle poco
respetuosas a su dignidad y las rechace. ¡A nadie le gusta hoy ser llamado «pescado»
por alguien o ser una «oveja» del rebaño!
La primera observación a hacer es ésta. En la pesca ordinaria, el pescador
busca su utilidad y, ciertamente, no la de los peces. Lo mismo, el pastor; él apacienta
y custodia el rebaño, no para el bien de la grey sino para el propio bien: ya que el
rebaño le da leche, lana y corderillos. En el significado evangélico, acontece lo
contrario: es el pescador el que sirve al pescado; es el pastor el que se sacrifica por
las ovejas, hasta dar la vida por ellas.
Por otra parte, cuando se trata de hombres, ser «pescados» o «repescados»,
no es una desgracia sino la salvación. Pensemos en las personas dominadas por las
olas, en alta mar, después de un naufragio, de noche, con el frío. Preguntadles a ellos
si, en este caso, consideran humillante ver una red o una lancha lanzada hacia ellos o
no lo consideran como la suprema de sus aspiraciones. Es así como debemos
concebir el quehacer de los pescadores de hombres: como un lanzar una chalupa de
salvamento a quienes, frecuentemente, combaten la propia vida en el mar en la
tempestad.
Pero, la dificultad, de la que hablaba, apunta bajo otra forma. Pongamos,
incluso, que tenemos necesidad de pastores y de pescadores. Pero, ¿por qué algunas
personas deben tener el papel de pescadores y otras el de peces o pescados?;
¿algunas el de pastores y otras el de ovejas o rebaño? La relación entre el pescador y
los peces, como el del pastor y las ovejas, sugiere una idea de desigualdad, de
superioridad. A nadie le gusta ser un número cualquiera en el rebaño y reconocer por
encima de él a un pastor. El lema de la revolución francesa: «Igualdad, libertad,
fraternidad» encuentra un eco profundo en el corazón de todo hombre moderno.
Aquí debemos tener a menos un prejuicio. En la Iglesia nadie es sólo pescador
o sólo pastor y nadie es sólo un pescadillo o una ovejita. Todos somos, a la vez, a
título distinto, una y otra cosa. Cristo es el único, que solamente es pescador y
solamente pastor. Antes de llegar a ser pescador de hombres, Pedro ha sido él mismo
pc do y repescado muchas veces. Fue repescado cuando, caminando sobre las
aguas, tuvo miedo y estuvo hasta apunto de hundirse. Fue repescado, sobre todo,
después de su traición. Debió experimentar qué significa ser una «oveja descarriada»
para que aprendiese qué significa ser un buen pastor; debió ser repescado desde el
fondo abismo, en el que había caído, para que aprendiese qué quiere decir ser
pescador de hombres.
Uno que había entendido muy bien todo esto fue san Agustín, En el día del
aniversario de su ordenación episcopal, hablando al pueblo, decía: «Para vosotros yo
soy obispo; pero, con vosotros-soy cristiano». Lo más importante de lo que distingue
al clero y a los laicos, pastores y ovejas, es lo que les une y les pone en común.
Cierto, decía todavía Agustín, nosotros pastores somos vuestros maestros en la fe,
ejercitamos un magisterio; pero, a un nivel más profundo, somos todos
«condiscípulos» del mismo Maestro, que es Cristo (san Agustín, Sermones 340, 1 y
340A, 4).
Los dos deberes de los pastores y de los pescadores vienen interpretados a la
luz de otro título, que los resume todos, el de siervos o esclavos. «El que quiera ser el
primero entre vosotros, será esclavo de todos» (Marcos 10,44; Mateo 20, 26). San
Pablo ha dado una definición maravillosa del apóstol y del pastor de la Iglesia. Dice:

«No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que


contribuimos a vuestro gozo» (2 Corintios 1,24).

¡Colaboradores en el gozo de la gente! Sinceramente, debemos reconocer que


no siempre ha sido así. Tal vez, hemos merecido el improperio que Ezequiel dirigía a
los malos pastores de Israel, esto es, el apacentarse a sí mismos en vez de hacerlo al
rebaño (cfr. Ezequiel 34, 1ss.). Entre los muchos perdones que la Iglesia pide hoy (a
los científicos, a los hebreos, a los indios, a las mujeres) hay, posiblemente, uno que
añadir: el del clero a los laicos. Y esta es, quizás, una buena ocasión para comenzar,
visto que, de cualquier modo, también yo pertenezco al clero. ¡Jesús ha querido para
su Iglesia al clero; no, el clericalismo!
Pero, los abusos de autoridad no deben hacernos olvidar el heroísmo, de
tantos pescadores de hombres, que han dado la vida y continúan también dándola
hoy en el ejercicio de su misión en tierras lejanas. ¿Cómo no incluir entre ellos al
sucesor de Simón Pedro, Juan Pablo II? Él literalmente se ha consumido en el
esfuerzo de recorrer el mundo para anunciar a todos el Evangelio. Ha obedecido el
mandato, que Jesús dio aquel día a Simón: «Rema mar adentro». En él vemos
plenamente realizada la promesa de Jesús a Pedro: «Serás pescador de hombres».
Pero, es necesario sacar una conclusión práctica de lo que hemos dicho. Si, a
título distinto, todos los bautizados son pescados y pescadores a la vez, entonces, se
abre aquí un gran campo de acción para los laicos. Nosotros sacerdotes estamos más
preparados para hacer de pastores que no de pescadores. Encontramos más fácil
nutrir con la Palabra y los sacramentos a las personas, que vienen espontáneamente
a la iglesia, que no tener que ir nosotros mismos a buscar a los alejados. Por lo tanto,
permanece manifiesto en gran parte el papel de pescadores. Los laicos cristianos, por
su más directa inserción en la sociedad, son colaboradores insustituibles en este
deber. El Evangelio de este Domingo contiene un detalle instructivo. Una vez caladas
las redes en la palabra de Jesús, Pedro y los que estaban con él en la barca cogieron
tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces, está escrito,
«Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron
las dos barcas, que casi se hundían».

También hoy, el sucesor de Pedro y los que están con él en la barca, los obispos y los
sacerdotes, hacen señal a los de la otra barca para que vengan a ayudarles. Piden a
los laicos que hagan llegar el anuncio del Evangelio en la familia, en el ambiente de
trabajo, en todo el tejido de la sociedad. Es el mensaje que el Papa ha dirigido a los
laicos en la encíclica Christifideles laici con las palabras del Evangelio: «Id también
vosotros a mi viña» (Mateo 20,4).
Cada conversión auténtica es la historia de un pasar de pescado a pescador.
Uno de los primeros, que vivió esta aventura, fue precisamente nuestro amigo san
Agustín. Convertido por las oraciones de la madre y bautizado por san Ambrosio, a
continuación, llegó él mismo a ser un gran pescador de hombres. Escuchando la
narración de los hombres y de las mujeres, que se habían convertido a Cristo, un día
él se dijo a sí mismo: «Si éstos y éstas, ¿por qué yo no?» Esto es: si han podido
hacerlo ellos, ¿por qué no podré hacerlo también yo? Son las palabras que yo quisiera
que repitieran dentro sí muchos laicos, que hoy están leyendo esta reflexión sobre el
Evangelio.

También podría gustarte