Kessler La Experiencia Escolar Fragmentada
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D .F. Sarmiento
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Prólogo
Emilio Tenti Fanfani
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Introducción
individuo. Tal como afirman los autores, valores y normas “aparecen como
coproducciones sociales, conjuntos compuestos de metas múltiples y a menudo
contradictorias, coproducciones en las cuales los hábitos, los interese diversos,
instrumentales y emocionales, las políticas jurídicas y sociales desembocan en
equilibrios y formas más o menos estables en el seno de los cuales los individuos
construyen sus experiencias y se construyen como actores y como sujetos”. La
desinstitucionalización engendra la separación de dos procesos que aparecían
imbricados para la sociología clásica: la socialización y la subjetivación.
En el caso concreto de la escuela – y de Francia –, lo que los autores llaman
escuela republicana fue una institución que tenía un objetivo único y coherente: la
formación de ciudadanos, que a su vez construía una separación entre la vida escolar y
la vida del niño o adolescente extramuros. Era una institución legítima porque aparecía
como paradójicamente justa, paradojal porque al interior esa justicia reposaba sobre una
injusticia en la selectividad social. La escuela de masas, la entrada de nuevos sectores,
el auge del individualismo, trastocan ese equilibrio al mismo tiempo que las condiciones
sociales de funcionamiento de la escuela como institución.
Las instituciones pierden homogeneidad, los conflictos sociales entran a la
escuela, el maestro y el profesor no pueden escudarse tras un rol y la personalidad y el
carácter toman un lugar central en las imágenes que unos construyen sobre otros. Se
personalizan y psicologizan vínculos que la sociología consideró relaciones de roles; la
motivación y – como aporte autóctono argentino – la contención se vuelven centrales; la
escuela se ve así, obligada a coordinar objetivos contradictorios: integrar grupos y
fomentar la competencia, exigir con criterios de justicia generales pero atenuarlos para
alumnos con problemas sociales, aceptar la particularidad pero resguardar la
homogeneidad. Desde el punto de vista de los actores, se produce una ampliación del
campo de estrategias a fin de construir – con los límites de cada institución y rol – una
experiencia educativa lo más ajustada posible a intereses y posibilidades.
El horizonte presentado nos habla de un retorno del sujeto, de la valoración de las
diferencias y de la autonomía individual, de un mayor margen de acción para cada
escuela así como de un vínculo más estrecho entre la escuela y la sociedad. Y en cuanto
a las desigualdades históricas del sistema, las desnaturaliza haciéndolas más visibles, lo
cual es un proceso de partida imprescindible para toda acción reformadora.
En el caso argentino estas tendencias son concomitantes a la disminución de la
protección social del Estado, el aumento de la pobreza, a la mercantilización de la
educación y a la profundización de la segmentación, por lo que la desimbricación entre
socialización y subjetivización lleva a que este último proceso quede muy ligado a la
pertenencia de clase de los alumnos y sus escuelas. Es decir, la vida exterior ocupa un
lugar mayor en la escuela, los conflictos sociales se instalan en clase en un marco en
que la sociedad en general, y las escuelas en particular, son cada vez más heterogéneas
entre sí en cuanto a públicos y recursos, por lo que la subjetividad se va construyendo
muy tamizada por lo que podrán llamarse experiencias de clase particulares, sin las
tendencias compensadoras de un sistema educativo más homogéneo. Se trata de un
proceso recursivo: dicha experiencia de clase no es totalmente externa a la escuela ni
indisociable de ella.
En este contexto, desinstitucionalización y segmentación son dos procesos de
mutuo reforzamiento en la profundización de la desigualdad de las experiencias. En
cuanto a la escuela media, en este proceso las tres funciones básicas van perdiendo
homogeneidad: la formativa, ligada a la socialización; la selectiva, tendiente a orientar
hacia el mercado de trabajo; y la relacional, que entiende a la escuela como un espacio
de sociabilidad.
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I
Las experiencias educativas
al “grupo” como un sujeto colectivo. Este “nosotros” pareciera ser el primer paso a la
construcción de vínculo de homogeneidad de clase, formación de grupo que se beneficia
por la cantidad de horas que pasan en la escuela – comparados a otros sectores – así
como las actividades extraescolares que realizan juntos. El grupo es también un
contrapeso a la lógica de competencia entre estudiantes, al punto que muchos
consideran que una buena o mala integración es definitoria para el desempeño escolar
individual.
La construcción de un nosotros es un rasgo distintivo de todos los colegios del
estrato, resultado de un juego combinado de homogeneidad y heterogeneidad en la
experiencia escolar. Heterogeneidad porque perciben claramente que hay un colegio
para cada uno: laicos, religiosos, modernos, “progres”, bilingües, con acento en lo
artístico y una variedad muy amplia de combinaciones. Como cada familia elige una
institución acorde a sus exigencias, el perfil económico y cultural de aquellos que se
concentran en la misma institución tiende a semejarse, generándose un proceso de
homogeneización interna que favorece la identificación del grupo de pares.
Esta identificación de clase se cristaliza en la imagen compartida de vivir en una
escuela “burbuja”, lo cual se expresa de dos modos distintos. En primer lugar, burbuja
por la homogeneidad de las clases sociales al interior de las escuelas. Su escuela es una
burbuja social. Esto los posiciona como parte de una elite o al menos de los sectores
favorecidos.
En segundo lugar, consideran burbujas a sus escuelas porque han desarrollado una
serie de dispositivos para compensar los problemas de la educación pública, no hay
paros, los profesores parecen relativamente conformes, los días de huelga general se
pasa a buscar a los profesores en remises.
La cuestión de la burbuja evidencia rasgos de la formación actual de las clases
medias-altas. En un primer momento, la burbuja significa que la institución garantiza
una protección frente a los disfuncionamientos del sistema educativo, brindándole
mayores oportunidades de una experiencia clásicamente escolar que a aquellos que no
pueden acceder a ese tipo de escuelas. Tal protección les permite presumiblemente, una
mejor formación que el resto y un distanciamiento de la realidad necesario para tomar
posiciones y pensar sobre ella. A su vez, su lugar social relativamente privilegiado
genera ciertas obligaciones respecto de un país cada vez más pobre y desigual. Por eso
la centralidad de la politización o la tarea social, porque contribuye a definir el rol y la
relación que le cabe a una clase favorecida con el resto de la sociedad.
Más que burbujas se asemejan a fortalezas como aquellas de la Edad Media, con
entradas protegidas que permiten organizar la relación con la realidad exterior y, al
mismo tiempo, favorecen la generación de regulaciones endógenas.
trabajo escolar en estas instituciones parece estar orientado a dar respuestas a este tipo
de interrogantes, construir reglas locales, minimizar los efectos anómicos de dicho
desajuste imponiendo al interior una imagen de meritocracia, de respeto, de supremacía
del conocimiento que funda las bases de legitimidad de una posición social. En este
sentido siguiendo a S. Duschatzky y C. Corea (2002), en estas escuelas se genera una
narrativa escolar de alta eficacia simbólica, no necesariamente porque cumpla aquellos
objetivos que promete, sino porque es un discurso institucional que mantienen su
potencia como productor de subjetividad, es decir, capaz de constituir a un sujeto
alrededor de un conjunto de normas y valores que rigen su lugar en la vida social.
La segunda expresión de la crisis se refiere a los padres. Critican la creciente des-
responsabilización de los padres por la escolaridad de sus hijos. Agobiados por la
situación les otorgan una rápida autonomía a los hijos sin que estén en condiciones de
asumirla. Esto repercute en un aumento de las tareas del colegio y es un núcleo de
conflicto latente entre el colegio y la familia. Constantemente parecen estar intentando
que los padres se preocupen más de una experiencia escolar que ellos consideran un
asunto a ser resuelto entre sus hijos y la institución.
Para los docentes la crisis actual es un catalizador de una serie de tendencias de
más larga data: pérdida de autoridad de los padres y más poder del lado de los hijos;
crisis de modelos de proyectos de vida; cambios ideológicos muy profundos.
Hay un crecimiento acelerado de los adolescentes y también hay un cambio muy
rápido de lo que es su autonomía total. Los docentes diagnostican un “déficit
valorativo” en los padres.
Aunque, en realidad, lo que sucede es que los estudiantes parecen estar bajo la
tensión que atraviesa el individualismo moderno; la presión por la racionalización, la
búsqueda de resultados, la competitividad y, por el otro lado, la valoración de la
expresividad, del crecimiento personal.
En este contexto, se evidencia una tensión entre la escuela-institución y la escuela-
servicio. Dentro de la lógica del padre-consumidor se elige un servicio y espera que éste
satisfaga por sí sólo una serie de demandas que van incrementándose. Por parte de la
escuela la lógica de competencia inter-institucional las lleva a aumentar la oferta de
servicios para sus usuarios. Esto significa proponer nuevas actividades, ocuparse de
múltiples aspectos de la formación de sus alumnos, etc. Es en ese punto que la escuela-
institución provoca una tensión, porque cada nueva actividad incrementa, de un modo u
otro, la demanda de compromiso y, a veces, de participación personal de los padres en
tanto miembros de la “comunidad educativa”.
Parecería que la salida de los sectores altos de ciertas escuelas transformó el perfil
general del alumnado e implicó una pérdida de poder, justamente por la salida de
sectores altos con más capacidad de demanda. En efecto, la sesión hacia colegios
privados parece haber dejado una impronta muy fuerte en los que quedaron en la
escuela pública. Habría que preguntarse en cuánto la expansión de un mercado de
escuelas privadas no está naturalizando el hecho de que las críticas y el poder de cambio
por parte de los usuarios esté del lado de las privadas- en tanto se paga – mientras se
visualiza al ámbito público como el área donde hay menos posibilidades de influir.
Dicho de otro modo, la ciudadanía escolar se ve menoscabada por la preponderancia en
la sociedad argentina de la figura de un ciudadano-consumidor, fundamento legítimo del
ejercicio del derecho en las instituciones.
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Es el grupo donde la defensa del status es más fuerte, quizá porque los profesores
se sienten más identificados con el sistema escolar tradicional. Mientras que los
profesores del grupo anterior, aceptan de buen grado la menor institucionalidad general
del sistema educativo, en este caso hay una mayor defensa de la homogeneidad del
modelo. Es en este estrado donde conviven con mayor presencia lo tradicional y lo
moderno: contenidos, profesores, reglas, instituciones con prestigio de antaño hoy
bastantes deteriorados. La crisis no es la única variable en juego, sino que
simultáneamente al empobrecimiento se fue produciendo una democratización de la
escuela media que los ubica en una situación particular: hay menos recursos de todo tipo
para llevar a cabo un cambio de relación muy profundo en la enseñanza y con los
estudiantes.
La defensa del status es indisociable a la de los rasgos más homogeneizantes de la
escuela. Esto se expresa en dos ejes de discusión: primero en torno a las características
de la adolescencia. No acuerdan con las corrientes que destacan la necesidad de
considerar las particularidades de la juventud actual en la tarea docente. Profesores con
larga trayectoria sostienen que hay dimensiones evolutivas de los adolescentes que se
mantienen constantes en el tiempo.
Apelar a un perfil del alumno inmutable es la contracara lógica de un status
construido en torno, a la labor formativa de ese perfil de estudiante que se quiere
defender.
En segundo lugar, la sensación de fragmentación educativa es muy fuerte.
Lamentan la pérdida de unidad del sistema y así como los estudiantes se sorprenden de
las diferencias entre sus escuelas, algo similar sucede con los profesores.
Un tema central que preocupa a los profesores hoy y en el que influye la dirección
de la escuela es el de las presiones para que los alumnos aprueben, aún cuando no sepan
nada.
Mientras se va perdiendo el interés por el conocimiento de parte de los alumnos,
en contraposición señalan la creciente valoración de la sociabilidad, aunque a diferencia
del grupo anterior, la idea del grupo como unidad no aparezca tan presente. Todo sucede
como si el relajamiento de normas y exigencias pedagógicas, sumadas a la
conflictividad creciente de sus familias, transformara a la escuela y al grupo de
pertenencia, en el marco de contención e identificación afectiva central. Si bien esto ha
sido en parte siempre así en la vida adolescente, ahora pareciera que esta función va
cobrando más relevancia frente a aquellas de tipo pedagógico o socializador.
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En este sentido los docentes coinciden en que el punto de conflicto entre docentes
y alumnos no es tanto de tipo generacional o cultural, sino una diferencia de intereses en
la escuela.
Los profesores consideran que su rol en esta nueva situación es restablecer el
marco de la acción docente, reconstruir un modelo de estudiante que se asemeje al ideal
del pasado.
El debate en torno a la desinstitucionalización y la pérdida de homogeneidad de
las escuelas se evidencia en otro tema acerca del sentido del guardapolvo por parte de
los estudiantes, y los profesores tratan en todo momento de explicar y defender su uso.
El guardapolvo aparece como un símbolo de la institución, de una identidad de
alumno y como último bastión de la igualdad perdida. De todos modos coinciden en
que la deslegitimación del guardapolvo en parte es resultado de un resquebramiento
justamente al interior del cuerpo docente, donde ya no prima tampoco entre ellos un
acuerdo básico sobre las normas en general.
En relación a los padres, si bien los profesores describen que existe de parte de
estos un desinterés, no se trata de un tema altamente conflictivo. En estas instituciones
la exhortación por el compromiso de los padres es menor, puesto que son menores las
instancias y el personal que se ocupa de la relación con ellos.
Los profesores de estos colegios saben que penden sobre ellos la sospecha de
permisividad para que los alumnos pasen de año. Las reformas van hacia una
ampliación de las oportunidades de los alumnos para no repetir el año y/o para evitar la
deserción. Para que esto no sea sinónimo de un relajamiento de las normativas escolares
es preciso transformar esas mayores oportunidades en instancias de asistencia, apoyo y
evaluación paulatina de los estudiantes.
Son conscientes de los riesgos de deslegitimación por un aumento de las
oportunidades y una disminución de las presiones sobre los alumnos. El panorama
temido es la imagen de las escuelas en la provincia de Buenos Aires, donde advierten
que el objetivo de retención y mayor cobertura escolar va en desmedro de la calidad.
El grupo focal reunía a alumnos de colegios del Gran Buenos Aires, en su mayoría
públicos, en los que predomina una clase media-media y media-baja del conurbano. Una
serie de factores confluyen: el fuerte empobrecimiento del alumnado, la situación del
conurbano bonaerense, los problemas salariales de los docentes y lo cambios, aún en
ejecución, ligados a las reformas educativa.
La sensación generalizada de la experiencia escolar se caracteriza por falta de
reglas claras, desinterés de parte de los estudiantes y de los profesores. Los alumnos
observan que la organización meritocrática de la escuela ha entrado en crisis.
Se hace evidente que mantener un sistema meritocrático requiere de un fuerte
trabajo de organización, de coordinación, de capacitación, así como de sostener algunas
decisiones frente a los alumnos. Son conscientes de la baja calidad de sus escuelas, en
parte porque comparan con otras clases, con otro colegios, y en parte porque hay una
memoria de hermanos mayores o de sus padres de una escuela secundaria más
organizada y más exigente.
Hay sin duda una presión normativa a exigir más nivel: es indudable de que se dan
cuenta de que sus títulos y sus competencias están degradados dado que aprenden
menos que sus pares de otros colegios, pero al mismo tiempo el bajo nivel de exigencias
les resulta muy cómodo. La preocupación por el bajo nivel adquirido aparece, cuando
piensan en entrar a la universidad.
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Este grupo está compuesto por una primera generación que ingresa al secundario,
producto de la extensión de la cobertura de la escuela media en los últimos años. En
general, eran los primeros de sus familias que concurren al nivel medio, ya que ni
siquiera sus hermanos mayores habían logrado entrar a él. Por eso el hecho de ir al
secundario es de por sí una forma de ascenso social y esto tiñe toda su experiencia y
juicios sobre el colegio; esta es una primer diferencia de este grupo con respecto a todos
los otros.
Es una escuela en la que prima el intento de retención escolar con menor acento en
la calidad; donde la cuestión social está omnipresente, tanto en docentes como en
alumnos: como realidad, como límite cultural, como problemática central a ser
trabajada. Los estudiantes señalan una intensificación de los problemas señalados en los
otros grupos: falta total de autoridad, descontrol en las distintas esferas, por
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II
La relación con los profesores
Los jóvenes del grupo de estratos superiores ven a sus docentes “interesados en su
trabajo” en gran medida porque no trabajan en tantos colegios como los pertenecientes a
los otros grupos. Aparece matizada la imagen de “profesores taxi”, aunque no por ello
dejan de estar mal por la situación económica y los bajos sueldos.
Si bien los profesores pueden ser buenos individualmente, no aparece la idea de un
cuerpo docente constituido. Hay también una desinstitucionalización en este sentido. Se
ha perdido, aún en las instituciones más organizadas, la idea del cuerpo de profesores y
aparece una suma de docentes evaluados en forma individual.
Sin embargo, no deja de haber una mirada “desde arriba”, sobre todo en los
privados: son en un punto los prestadores de un servicio que ellos pagan.
En esa mirada “desde arriba” a los profesores está muy presente la mala situación
económica. O sea, al mismo tiempo que sus profesores están bien formados,
capacitados, sienten una cierta distancia social por pertenecer a una fracción superior de
la clase media en contacto con una fracción inferior. Los profesores son los “nuevos
pobres”, y no faltan ocasiones donde se deslegitima la acción docente producto de ese
empobrecimiento.
La concepción sobre la escuela-servicio donde cada prestador es evaluado por sus
méritos refuerza la sensación que no necesariamente la palabra de los profesores es
importante. Se ha perdido la autoridad que emanaba del hecho de ser profesor, ahora
deben ganarlo por su propio desempeño.
No soportan ni a los profesores más autoritarios ni a los que no ponen límites a la
relación. Se establece entre los alumnos y profesores un juego estratégico que tiene dos
momentos, uno de reivindicación y otro de aparente sumisión. Primero se discute, se
charla, se cuestiona aquello sobre lo que no hay acuerdo, pero cuando perciben que esta
discusión puede volverse contra ellos, prefieren quedarse callados, aceptar todo,
terminar la materia y contentarse con un silencioso desprecio o burla contra el docente.
Otros en cambio adoptan una postura de cuestionamiento a la autoridad como una forma
de marcar la oposición. Este grupo diferencia dos tipos de cuestionamiento. Uno ligado
al aprendizaje, como parte del proceso, y otro más ligado a cuestionar la autoridad del
profesor.
La materia también es un factor de generación de autoridad: las consideradas
difíciles o importantes generan respeto o temor en los alumnos. Nadie puede explicar
claramente qué es la autoridad, pero cuando se la reconoce, se la acata.
La particularidad en este grupo es una mirada crítica a los profesores, que son
vistos “desde abajo”. Los profesores son un estrato superior para ellos. La docencia
aparece por lo general desprovista de su aspecto vocacional, es un trabajo que trata de
hacerse de manera lo menos comprometida posible. Establecen alguna diferencia entre
los que trabajan sólo por el sueldo y los que no.
En cuanto a las dificultades para mantener la autoridad en clase, no está claro si no
pueden controlar o simplemente no les interesa tomarse el trabajo de imponer su
autoridad sobre los alumnos. Un factor es la extrema juventud de los profesores y la
falta de experiencia.
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III
La fragmentación de la experiencia educativa
en el nivel medio
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naturalizado que, en la práctica sólo el pago de una cuota da derecho a los padres y a los
alumnos, mientras que en la escuela pública se debe “soportar lo que venga”.
Una característica común a todas las instituciones, de la clase social que sean, es la
coexistencia entre reglas que en teoría son válidas, prohibiendo determinadas acciones,
pero que en la realidad no actúan como límite para ninguna acción. La sensación es que
todo es negociable, toda regla es franqueable.
No se trata de un cuestionamiento de las normas, hay un reconocimiento de su
valor para el proceso de formación personal. No se objeta la existencia de las normas,
sino su inconsistencia, falta de transparencia y arbitrariedad en muchos casos. Tampoco
se trata de ningún modo, de un problema de los colegios de sectores populares, sino de
todos. Más bien depende del tipo de regulación interna y “contrato de convivencia” que
se establezca en cada institución.
En los colegios del estrato más alto hay situaciones diferenciales. En algunas
instituciones parecería que las reglas escolares tienen fuerte validez y en otras los
alumnos perciben la falta general de reglas.
En este último caso los alumnos perciben que todo el orden es negociable porque
desde la autoridad misma es también negociable ese orden. Consideran tener derecho a
romper las reglas hasta de faltar el respeto si ellos tienen razón. Hay una suerte de
situación de competencia entre los distintos jóvenes para demostrar quien se enfrenta
más a la autoridad. También son notables las acciones de toda la clase en el
enfrentamiento con los profesores. Hay un juego de poder: ellos regulan también como
un recurso la falta de respeto para mostrarle al profesor que está “quebrado”, que ellos
son los que tienen el poder. Sienten que como todo es negociable, la última palabra, la
decisión sobre lo que hacen o no hacen, la tienen ellos. Parecería que sus escuelas tienen
un doble discurso: por un lado no se pueden hacer ciertas cosas, pero por otro no pasa
nada.
En este grupo hay más reglas en la casa que en la escuela. En algunos casos hay
una cierta homología, en el sentido que si hay reglas en sus casas, también las habrá en
la escuela. En todo caso, la primacía en la imposición de las reglas la tiene el hogar.
Tampoco desde la casa hay un apoyo central al sistema de reglas del colegio: están
sometidas a un juicio diferencial. O sea no todas las sanciones son de por sí fuente de
castigo, de reprobación, sino que interviene la escala de valores de los padres.
En el grupo 2 de la ciudad de Buenos Aires también aparece la sensación de que
todo se puede hacer. Al ser en su mayoría colegios públicos, la posibilidad de franquear
las reglas no es por la lógica del cliente, sino por un sistema normativo que nadie pone
el esfuerzo de sostener en su totalidad. A veces afirman que las reglas también se
rompen del lado de los profesores y preceptores, como es el caso del preceptor que ante
un conflicto con un estudiante, lo invita a “arreglar las cosas afuera”.
En este grupo aparece del lado de los estudiantes la posibilidad de realizar ciertas
venganzas personales fuera de la escuela, le pintan o rayan el coche a un profesor, lo
insultan. En cuanto a la conveniencia o no de la violencia o vandalismo contra los
profesores: para algunos es un opción a tomar en cuenta, si la descartan es sobre todo
por una cuestión estratégica. En cambio, la violencia aparece cuando sienten que son los
profesores los que han roto ciertos pactos, por ejemplo, humillarlos en clase. En este
grupo aparece como cuestión central la desigualdad y la pérdida de lugar propios del
empobrecimiento. Por ello lo que más molesta es la sensación de “humillación, cuando
el profesor te hace sentir menos”.
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Conclusiones
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