Los Comensales-Ensayo-Argote

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE JUJUY

FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES

 LICENCIATURA EN LETRAS

 LITERATURAS DEL NOA

 ESTUDIANTE: LAURA C. ARGOTE LE- 1907

ENSAYO CRÍTICO: LITERATURAS DEL OBRAJE: Los comensales y una


cartografía de la orfandad

Marginado del horizonte común, desechado del mundo cotidiano,


paria de la opinión y del dinero, no tenía acceso a la mesa
de los comensales satisfechos
(DEMITROPULUS, 91)

Escribir un ensayo sobre la novela Los comensales, de Libertad Demitropulus es


una tarea que representa un gran desafío para la selección del tópico y la mirada
a aplicar. En sus páginas surgen múltiples posibilidades de problematización,
posicionamientos, discursos para analizar.
Inserta en la llamada Literaturas del obraje, este relato nos brinda una
construcción discursiva que describe la violenta relación entre la tierra y
aquellos que llegaron para someterla.
Para el presente ensayo se escogió abordar el tópico de la orfandad desde los
estudios literarios de frontera, dado que en el abordaje interpretativo de la obra
confluyen múltiples sentidos: los sujetos subalternos de la historia regional, la
apelación a la cartografía como la textualización de un territorio donde existe
una dinámica propia que pone en funcionamiento tensiones y relaciones
interculturales, políticas, económicas, de poder.
Los comensales es la historia de múltiples orfandades. La orfandad es una marca
fundacional para el territorio donde se enmarca este relato. Se describe la
construcción de una genealogía bastarda, marcada por la marginalidad, la
desigualdad social, la legitimación de violencias patriarcales a partir de las que
se erigen múltiples otredades: mujeres, indios, mestizos. Sujetos subalternos que
orbitan en una lógica de abusos, abandonos y exclusión. Rita Segato nos habla
de múltiples modalidades de violencia que en esta obra podemos observar
claramente como, por ejemplo, la introducción disruptiva y prejuiciosa de ideas de
pecado y malignidad asociadas al cuerpo femenino y a la sexualidad con consecuentes
daños morales misóginos (…) que afectan la posición de la mujer (…) en el contexto
comunitario (SEGATO, 2015).
El cuerpo de la mujer es un territorio de resistencias y violencias. Es un espacio
que se presenta como lugar de conquista, de saqueo y explotación, objetivizado
y disociado de quien lo porta y lo habita. Ese cuerpo, como resultado de su
conquista, engendra hijos bastardos, con el desarraigo como marca identitaria.

Los comensales inicia con el relato de una fundación, a partir de la cual se


reconoce y describe un territorio complejo, heteroglósico. La tierra es
personificada como un cuerpo maldito y tanático, marcado por la enfermedad, el
hambre y la desesperación.

“Cuando en vida del general don Miguel de Ledesma y Balderrama con sus
ayudantes escogía el sitio donde iba a levantarse el Fuerte se dice que, aún
lúcidos, comenzaron a sentir los primeros escalofríos. Por suerte para ellos
fueron liquidados por las lanzas mocovíes antes que por el paludismo”

El territorio conocido por sus primeros pobladores como “las Pampas de


Ledesma” es un cuerpo indómito, amenazante, resistente a la voluntad del
hombre blanco que busca imponer su lógica productiva. A partir de ese cuerpo
indómito se establecen analogías con los cuerpos femeninos, desde el mismo
texto del Archivo Capitular de Jujuy:
“Otros hombres fueron llegando a medida que el indio reculaba y a la
devoradora, infiel, le plació acostarse con extraños”
La tierra es un cuerpo femenino en el que convergen los ideologemas de la
conquista: la orfandad, la otredad, el fracaso, la muerte (NALLIM,121)
La muerte se presenta como un modo de escape, de huida, de vuelta a un origen
maldito y monstruoso.
La novela comienza con un suicidio, el de Rosario, quien decide quitarse la vida
en una tierra que no es la suya. Quien nos presenta el hecho es Valentín
Riquelme, un viejo amante que la abandonó después de dejarla embarazada.
Valentín inicia entonces un viaje doble: geográficamente se traslada con el
cuerpo de Rosario hacia Balderrama, la tierra de la que huyó hace quince años
atrás y asimismo comienza un viaje temporal, protagonizado por la memoria.
Memorias entretejidas en un discurso polifónico, a partir de las cuales se nos
presenta el panorama de una región que se construyó sobre la violencia y la
explotación de los cuerpos otros, mujeres, indios y mestizos.
El cuerpo de Rosario en la morgue y todo el relato del proceso de
reconocimiento de la muerta dispara diversas interpretaciones en el lector: un
hombre es nombrado por ella en su última manifestación antes del suicidio y
este es citado a dar testimonio en la policía. A los diferentes interrogantes
responde con vergüenza, evita dar detalles, las respuestas son obtenidas por el
apuro de la autoridad más que por la sinceridad del declarante.
“- Conoce a María del Rosario Valero? -preguntó el oficial de policía.
Como si el nombre fuera una mancha que trataba de ocultar respondió:
-¿Rosario Valero?... La verdad es que…
-¿La conoce o no?
-Sí
-Debe acompañarme. Se está investigando su muerte.”

La información que brinda nos va abriendo un recorrido narrativo que apela a los
lugares que en las sociedades conservadoras se ubica a la mujer. Valentín relata su
vinculación con Rosario como alguien con la que tuvo “relaciones ilícitas”.
Inmediatamente la autoridad relaciona esa declaración con la práctica de la prostitución
lo que es desmentido por el declarante y reduce la historia con ella a una “caída”,
erigiéndose una representación del sexo como una transgresión, cuya culpa recae casi
exclusivamente sobre el cuerpo femenino, que no supo poner resistencia ante la
tentación. También aquí aparece otro hombre vinculado con ella: Luciano Suárez, el
hombre de Buenos Aires con el que Rosario decidió abandonar Balderrama.

Después de reconocer el cuerpo, los dos hombres de Rosario entablan un diálogo


absurdo, propio de los finales a los que nos enfrenta la muerte:

-“En los últimos tiempos le había entrado por volver al pago. Se acordaba
hasta del último rufián de Balderrama pero tenía miedo de que el muchacho, su
hijo no la perdonase. Francamente estaba insoportable”
(…)

-Mire, usted sabrá que yo no estuve enamorado de ella: quise tenderle una
mano y nada más. Eso sí, otro tipo se hubiera sentido celoso de usted. Para mí
no fue otra cosa que la costurerita que dio el mal paso. Así y todo, creyó que
podía seducirme. Creo que estaba metida conmigo. (Los comensales,12)

Este dialogo de dos hombres expresa la disputa por el sufrimiento y el amor que pudo
haber sentido Rosario en vida. Y de este modo, aparece un tercer hombre: Silverio, el
hijo de Rosario, quien fue abandonado en dos oportunidades, primero por su padre,
quien huyó cobardemente en un tren a la madrugada luego de las amenazas de una
familia conservadora que no quería ver manchada su reputación en el pueblo. Y en una
segunda oportunidad, lo abandonó su madre, que aprovechó la huida de Suarez después
de una huelga fallida, escapando de los juicios morales y de la condena social por haber
sido una madre soltera.

La orfandad como una marca identitaria empieza a construirse desde esta primera parte.
Primero a través del viaje que inicia Valentín después de reconocer el cuerpo de
Rosario:

“Continuó subiendo la calle en dirección de la comisaría. Se sentía como


quince años atrás, un extranjero en la ciudad devoradora de hombres. Otra vez
aquella otra, la bárbara y terrible, lo había atrapado. Ya no era aquí ni estaba
allá. Caminaba como un sonámbulo. (Los comensales, 14)

Las fronteras temporales y espaciales comienzan a borrarse, se manifiesta la marca del


desarraigo. La muerte de Rosario deja a Valentín de vuelta frente a la pregunta de la
identidad, frente a un camino de regreso hacia un destino fatídico que ya parece intuir.
Resulta muy significativo que el inicio de ese retorno se activa ante la presencia de un
cuerpo inerte, que se erige como un mapa. “(…) un mapa en donde pueden leerse las
huellas personales de Rosario, pero sobre todo los signos de una genealogía cultural”
(NALLIM, 122)

En la segunda parte de la novela comienza el tejido de historias y memorias fundantes


que van construyendo esa genealogía cultural que quiere mostrarnos la autora. Charito,
Valentín, Suarez son los primeros. Aquí el lector va armando la red vincular
protagónica de la historia situada a su vez en esta tierra infernal (Balderrama) marcada
por la desigualdad social y económica; la política como gesto impotente ante la
autocracia y la violencia de las fuerzas de seguridad (Arzelán y el Quique); las normas
morales hipócritas que construyen al sujeto femenino como un objeto a poseer, dualidad
de pecado y santidad, Estamos frente a una realidad que se fundó sobre la explotación,
en la que la mujer marginada queda destinada a usar su cuerpo como objeto de
intercambio para la supervivencia, y del que sirven los hombres (Don Miguel y la
Virgencita).

Un párrafo aparte merece la descripción del personaje de la madre de Charito. El sujeto


femenino aquí reproduce y cumple con los mandatos convencionales de la sociedad
patriarcal de Balderrama. Es un sujeto migrante, oriunda de España, que enviuda
trágicamente, cuando su esposo muere de rabia, contagiado por la mordedura de un
perro. La viudez le otorga entonces una condición marginal en una sociedad donde el
hombre se instituye como protector y dador de seguridad material. Sobrevive lavando y
planchando ropa para otras personas. El personaje de Encarnación se constituye desde
una posición femenina contrapuesta relación con su hija. Reproduce y transmite los
valores de una sociedad conservadora, donde la dignidad es sostenida a través de la
abnegación y de asumir “la pobreza con decencia” realizando tareas domésticas y
significando el hogar como un espacio protector, privado e íntimo. En su discurso
reproduce los valores morales de la época: menciona el sufrimiento que padeció su hija
al ser abandonada por Valentín después de embarazarla

“(…) tan solo yo que la madre puedo decir todo lo que la infeliz tuvo que
soportar, tanto desprecio, señor, y tanta ignominia. La pobreza al lado de esto
era una dignidad para nosotras. Y ahora ¿qué me haré sola?” (LC, 54)

Construye la figura de su nieto como producto del pecado, asemejándolo con una
desgracia, con una tormenta que arrasa todo y que anega a su familia y a su honra.

“Y qué le digo del pequeño, con ese carácter sombrío y huraño: una calamidá
de niño. Siempre callado, con unos ojos que, no le miento, a veces me miran
como acusándome.”

Su hija es culpable de haber seguido las órdenes del cuerpo, por haber cesado en resistir
ante el deseo: la culpa es de la mujer y de su cuerpo entregado al placer. Asimismo,
exonera de culpa a Valentín, y lo reconoce como una víctima de los deseos carnales
producidos por el cuerpo de su hija.
Luego de enterarse de la muerte de Rosario, en el velorio, se ve tomada por la locura,
enajenada repite que es consciente de que ella es la próxima en ser metida en un cajón.
Todos aquellos que juzgaron a su hija ahora se constituyen en sus verdugos y quieren
enterrarla junto a ella. En su locura no puede ver que ella también se erigió como juez
ante la conducta de su hija, y en ese juicio la condenó.

Queda aquí reflejado el doble sino que tienen los sujetos femeninos en el relato de Los
Comensales: la mujer será “yuguiada” cuando cae ante la tentación de la carne, ante el
mandato del cuerpo; o también será “la loca” cuando perdiendo todo el sentido de la
realidad y de los mandatos sociales se vea enajenada de toda razón.

En esta polifonía se sucede la secuencia que dará origen a la orfandad que será la marca
identitaria de Silverio. Una mujer dotada de un cuerpo hermoso, que debe resistir y
defenderse del acoso y la violencia de los hombres. Una lucha contra el deseo, contra
una lógica determinista:

“Por lo tanto, no se debe defraudarlos: primero hay que crecer, un día llamar
la atención con el cuerpo y concitar la lujuria, después aparecer con el fruto de
la caída (ya la han voltiao). (Los Comensales, 20)

Ante este hecho inevitable (la caída), se producirá un doble abandono: Valentín huye a
Buenos Aires, dejando a Charito embarazada y con la “honra” manchada. Tiempo
después, será ella quien huya, dejando a ese niño bajo el cuidado de una abuela que se
ganaba la vida lavando y planchando ropas ajenas.

En el regreso de Valentín a Balderrama se produce el encuentro más importante:


informado por la muerte de su madre, Silverio asiste al velorio y tiene la oportunidad de
vengar su infancia, sus carencias, las violencias vividas. Antes de matar a su padre,
busca respuestas que den sentido a lo vivido, pero no las halla.

“-¿Le importaba a uste saber que yo me iba a dormir con el estómago vacío y al
otro día, a las cinco de la mañana, tiritando de frío, me iba a la estación a
hacer alguna changa que, porque me veían chico, nunca eran más de diez
centavos? ¿Dónde estaban mis padres cuando caía enfermo y tenía fiebre?

(…) Despreciable. Culpar al sol de Balderrama por sus actos. Cobarde y ruin.
¿Perdió, entonces, por no haberlo conocido, escuchado, obedecido, admirado?
¿Era lamentable su ausencia en las enfermedades cuando afiebrado deseaba
estrecharle la mano entre las suyas? ¡Qué poca valía! ¿Qué carajo de hombre
era, que el apellido, la opinión le habían hecho renegar de su sangre, la
consecuencia de sus actos? (Los Comensales, 89)

La muerte se constituye como una metonimia de liberación en los personajes principales


de esta genealogía bastarda: el suicidio de Rosario pone fin a la culpa del abandono y de
la transgresión de los mandatos morales de la castidad y la maternidad, por un lado, y da
fin a través de una venganza de la culpa de huir de una de las pocas e invisibles
responsabilidades masculinas (reconocer a un hijo y casarse con la mujer).

La resolución de esta historia en el parricidio cierra un relato en el que se entretejen


varios semas: la tierra como destino fatal, como territorio que simboliza también el
cuerpo femenino como lugar de origen de hijos guachos y con un gran desarraigo. En
Los Comensales, las opciones de la mujer se constituyen en dos posibilidades:
yuguiarse, como sucedió con Rosario, quien huyendo del destino fatal de Balderrama,
elige huir con Suarez, abandonando a su hijo y a su madre. La disyuntiva que queda, la
representa Encarnación, quien enloquece en la espera, y con la llegada del cuerpo sin
vida de su hija, se enajena, representando el tópico de la locura, como el desenlace
alternativo.

Bibliografía:

Demitropulus, L. (1967), Los Comensales, Buenos Aires, Ed. Testimonio

Nallim, A. El viaje de lo femenino desde la frontera de la literatura y desde la literatura


de frontera en la obra de Libertad Demitropulus. Universidad Nacional de Jujuy

Nallim, A. (2008) Territorios identitarios en la narrativa de Libertad Demitrópulos: una


cartografía viajera. Extracto de Tesis

Segato, R (2015): La norma y el sexo, en Género y Des/posesión, coordinado por


Belausteguigoitia, M y Saldaña-Portillo, M. UNAM. México.

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