Resumen Derecho Civil IV Version 1
Resumen Derecho Civil IV Version 1
Resumen Derecho Civil IV Version 1
UNIDAD 1:
a) Tanto el acreedor como el deudor son titulares de un derecho real sea sobre la misma cosa, sea sobre dos
cosas vecinas. Por ello ha podido decir Aberkane que la obligación propter rem une a los titulares de dos
derechos rivales; resuelve ese conflicto instituyendo entre los derechos una coexistencia pacífica y un modus
vivendi aceptable (Solamente se constituye cuando hay relación de señorío entre el sujeto y la cosa).
b) Puesto que la obligación propter rem está siempre vinculada a un derecho real se transmite junto con ese
derecho. El enajenante queda liberado de la obligación que pasa al adquirente. Por eso se han llamado
obligaciones ambulatorias. Otra consecuencia de este carácter es que el deudor puede liberarse de su
obligación haciendo abandono de la cosa. (Se constituyen para construcción, mantenimiento de la cosa que
vinculan a ambos sujetos. Ej.: Medianera)
c) La obligación propter rem es propiamente una obligación y no un derecho real, porque el sujeto pasivo
debe una prestación de dar, hacer o no hacer, y porque responde de su cumplimiento con todo su patrimonio.
(Se extinguen cuando sujeto se desprende de la relación de señorío
Principio general, se responde con todo el patrimonio. Excepto ―expensas comunes‖, solamente hasta el valor
de la propiedad.
Las obligaciones reales, ambulatorias ó propter rem representan casos de responsabilidad objetiva, inherentes
a la cosa misma, que se transmiten con la cosa. Son una categoría de derechos patrimoniales intermedia entre
los personales y los reales.
El art. 497 que fue tomado de Freitas, establece que "a todo derecho personal corresponde una obligación
personal y que no hay obligación que corresponda a derechos reales" dando en su nota un concepto de
obligaciones reales: "son las que incumben a una persona en su calidad de poseedor de una cosa cierta". No
es una obligación pasivamente universal ó erga omnes, sino que hay una obligación específica y positiva a
cargo del obligado.
El art. 3266 parece terminante en el sentido de admitir este tipo de obligaciones, y de las cuales respondería
el sucesor particular solo "con la cosa transmitida" (y no con la totalidad de su patrimonio).
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Derechos
El art. 2416 también aporta en dicho sentido, admitiendo la existencia de obligaciones inherentes a la
posesión, y que no gravan a persona determinada sino al poseedor de una cosa determinada.
Si bien doctrinariamente las posiciones aún perduran, en la práctica se admite la existencia de las mismas en:
exigencia de un vecino a otro de deslinde y amojonamiento (art. 2746), cada condómino puede exigir a los
demás la contribución a los gastos de conservación de la cosa común (art. 2685), el nudo propietario puede
exigir del usufructuario el inventario y la fianza (art. 2849 y 2852), derechos inherentes a la posesión reales o
personales (art. 2420), la obligación del propietario de una cosa mueble perdida de recompensar a quien la
encuentra (art. 2533), las "cargas reales" como el impuesto inmobiliario. Más controvertidas pero con un
fuerte carácter propter rem son las obligaciones de contribuir a las expensas comunes que establece el art. 17
de la ley 13.512 de Propiedad Horizontal.
La importancia y la novedad que tiene este artículo, es legalizar los registros inmobiliarios, que por una
exigencia ineludible del buen orden de los negocios sobre bienes raíces, había surgido en todo el país como
creación de las legislaturas locales, creando una exigencia para la transmisión de derechos reales no
contenida en el Código Civil y cuya constitucionalidad, más que discutible, fue admitida con toda razón por
el motivo ya expresado: la imprescindible necesidad de organizar en base a ellos la transmisión de los
derechos reales.
Aunque la disposición que comentamos se refiere a todos los derechos reales, haremos su estudio al tratar de
la propiedad, porque es respecto de la transmisión de este derecho que el problema tiene singular relevancia.
Sólo advertiremos ahora que el nuevo art. 2505 Ver Texto se limita a decir que la transmisión de los derechos
reales sólo se juzgará perfeccionada mediante la inscripción en el registro, lo que implica que no se derogan
las otras exigencias contenidas en el Código, particularmente la tradición. Respecto de ella, el art. 577 Ver
Texto establece que antes de la tradición de la cosa, el acreedor no adquiere sobre ella ningún derecho real.
Esta es la regla esencial, sobre la que reposa el sistema de adquisición y transmisión del dominio en nuestro
Código.
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Derechos
Advirtamos que mientras el art. 2505 Ver Texto sólo establece el requisito del registro respecto de la
transmisión de derechos reales sobre inmuebles, el art. 577 Ver Texto exige la tradición para cualquier bien,
sea mueble o inmueble.
Pero esta regla del art. 577 Ver Texto no es absoluta. Por lo pronto, no hay desplazamientos de la cosa ni, por
tanto, tradición, en la hipoteca, ni en la prenda agraria, ni es ella una condición previa para transmisión de los
bienes por causa de muerte, que se produce en el mismo momento de la muerte del causante (arts. 3344 Ver
Texto y concordantes).
Art. 2412: “La posesión de buena fe de una cosa mueble, crea a favor del poseedor la presunción de
tener la propiedad de ella y el poder de repeler cualquier acción de reivindicación, si la cosa no hubiese
sido robada, ni perdida.
Art. 4016 bis: “El que durante tres años ha poseído con buena fe una cosa mueble robada o perdida,
adquiere el dominio por prescripción.”
Comencemos por decir que la filosofía marxista es materialista, atea. Adorando a Dios, el hombre se aliena,
se convierte en el esclavo de un ser imaginario, de un ídolo opresivo de su pensamiento.
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Derechos
Desembarazado de toda ideología o religión extraña a la realidad misma, el marxismo analiza esa realidad
con criterio estrictamente objetivo y científico. De esa observación nace una primera tesis: lo que es propio
del hombre no son las cosas (que le son extrañas, aunque pueda apropiarse de ellas), es su trabajo. De donde
surge una conclusión, a juicio del marxismo, inevitable: sólo quien trabaja para su cuenta personal es
verdaderamente libre. Desde que vende su fuerza de trabajo, se vende él mismo, desde que vende su esencia
y se convierte en esclavo de otro hombre. La historia del hombre es la historia del hombre que trabaja en
provecho de otro hombre, su empleador, que lo explota (sea ciudadano romano, señor feudal, capitalista
moderno).
La propiedad privada de los medios de producción lleva como consecuencia inevitable a que los más fuertes
y los más hábiles se apropien de ellos, en tanto que los demás, mucho más numerosos, deben limitarse a
alienar su trabajo. El modo de producción privada engendra, pues, relaciones sociales de desigualdad y de
explotación de un hombre por otro, de una clase social por otra; engendra, finalmente, la división de la
sociedad en dos campos hostiles y, con ello, la lucha de clases.
Entretanto, la clase dominante, para mantener su dominación, crea una serie de valores falsos o meramente
ideológicos: la religión, la filosofía, el Estado, el derecho, etc. De tal modo que ni la religión ni el Estado ni
el derecho son valores absolutos y eternos; su objeto no es otra cosa que el de favorecer o proteger un estado
de cosas basado en la voluntad del más fuerte.
La etapa final del marxismo es una sociedad en la que haya desaparecido el Estado y en la que todas las cosas
sean comunes, en tal forma que cada uno goce y aproveche de ellas no de acuerdo a su capacidad de trabajo,
sino de acuerdo a sus necesidades. Pero, a decir, verdad, esta etapa final no juega prácticamente sino como
una estrella polar, como un rumbo; pero no como un objetivo a alcanzar verdaderamente, pues la
imperfección humana convierte esa sociedad comunista ideal en una mera utopía.
Mientras esa etapa final no se alcance, es necesario la socialización de todos los bienes de producción,
permitiéndose en cambio la propiedad privada sobre los bienes de consumo. En la Unión Soviética —la
realización más importante y más exitosa del marxismo— se han socializado la tierra, el subsuelo, los
bosques, las usinas, las fábricas, las minas, los ferrocarriles, los transportes por agua y por aire, las empresas
rurales (Constitución de la U.R.S.S., art. 6);en cambio, se permite la propiedad individual sobre las rentas y
economías provenientes del trabajo, sobre la casa habitación y los objetos de uso doméstico y personal (id.
art. 10) (ver nota 3).
Sin embargo, estas tímidas concesiones al derecho de propiedad, no han sido suficientes para impedir el
estruendoso fracaso del marxismo, que hizo crisis en Rusia en 1991. Hoy las repúblicas que constituyeron la
Unión Soviética quieren más libertad, más justicia, más bienestar para sus ciudadanos. En el momento de
escribirse estas líneas, se están encaminando hacia una economía de mercado, con todos los dolores y
penurias que para millones de soviéticos significa la transición de un sistema a otro. Hoy resulta patente que
la ilusión marxista se ha desvanecido en aquel país.
Más adelante y dentro del mismo capítulo de declaraciones, derechos y garantías, en el Art. 17, dice que "La
propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de
sentencia fundada en ley..." en el artículo 17 el constituyente prescribe una fórmula para asegurarla: "La
expropiación por causa de utilidad pública, debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el
Congreso impone las contribuciones que se expresan en el artículo
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Derechos
Esta formulación es conocida como garantía de inviolabilidad de la propiedad. Obviamente a pesar de ser
inviolable la ley no consagra derechos absolutos. En este sentido ello es así conforme a una ley que
reglamente su ejercicio.
En este mismo sentido la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre incorporada a la
constitución, en su art. 23. que se refiere al derecho de propiedad señala que "Toda persona tiene derecho a la
propiedad privada correspondiente a las necesidades esenciales de una vida decorosa, que contribuya a
mantener la dignidad de la persona y del hogar."
Similar formulación tiene la Declaración Universal de Derechos Humanos: "Art. 17. 1. Toda persona tiene
derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad."
El Pacto de San José de Costa Rica en su Art. 21 llega a una formulación un poco más integral y
concretamente dice: "1. Toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes. La ley puede subordinar tal
uso y goce al interés social./2. Ninguna persona puede ser privada de sus bienes, excepto mediante el pago de
indemnización justa, por razones de utilidad pública o de interés social y en los casos y según las formas
establecidas por la ley./3. Tanto la usura como cualquier otra forma de explotación del hombre por el
hombre, deben ser prohibidas por la ley."
CONCEPTO DE CADA UNO DE LOS DERECHOS REALES NOMBRADOS POR EL ART. 2614.
1.1. ENFITEUSIS. Es el derecho real de usar y gozar amplia y perpetuamente o por un largo plazo, de
un inmueble rústico, ajeno, mediante el pago de un canon.
1.2. SUPERFICIE: Es el derecho real de usar, gozar y disponer perpetuamente o por un largo plazo,
sobre todo o parte de un edificio existente o a construir, sobre un inmueble ajeno, mediante el pago
de un solarium o sin él.
1.3. CENSO. Es un derecho real sobre un inmueble ajeno que permanece en poder de su dueño y que
faculta a su titular a exigir periódicamente todo o parte de su renta en dinero o en especie.
DERECHOS REALES SUPRIMIDOS; POLÍTICA SEGUIDA POR VÉLEZ SARSFIELD (ver nota 2).—
La legislación española y aun nuestro derecho derecho patrio anterior al Código admitían una serie de
derechos reales que embarazaban la propiedad, dificultaban su goce y su transmisión y hacían sumamente
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Derechos
complejo el régimen del derecho sobre las cosas. VÉLEZ SARSFIELD adoptó el buen temperamento de
suprimir algunos derechos que no desempeñaban ningún papel económico valioso ni conveniente desde el
punto de vista de los intereses generales.
Los fundamentos de tan importante reforma de la legislación de la época, están dados en la nota al art. 2502
Ver Texto . Dice VÉLEZ SARSFIELD que ―desde la Edad Media, las leyes de casi todos los Estados de
Europa crearon derechos reales por el arrendamiento perpetuo o por el contrato de cultura perpetua y por mil
otros medios. En España, la constitución de rentas perpetuas como los censos creó un derecho real sobre los
inmuebles que las debían; y el acreedor del canon tenía el derecho de perseguir la cosa a cualquier mano que
pasase. Los escritores españoles se quejan de los males que habían producido los derechos reales sobre la
misma cosa, el del propietario y el del censalista, pues las propiedades iban a su ruina. En otros casos se veía
ser uno el propietario del terreno y otro el de los árboles que en él estaban. Algunas veces, uno era el
propietario del pasto que naciera y otro el de las plantaciones que hubiese hecho. La multiplicidad de los
derechos reales sobre unos mismos bienes es una fuente fecunda de complicaciones y de pleitos y puede
perjudicar mucho a la explotación de esos bienes y la libre circulación de las propiedades, perpetuamente
embarazadas, cuando por las leyes de sucesión esos derechos se dividen entre muchos herederos, sin poder
dividir la cosa asiento de ellos‖.
Eran como se ve, buenas razones para eliminar derechos que perjudicaban la propiedad. VÉLEZ se preocupó
fundamentalmente de estructurar una propiedad fuerte (ya veremos que en este punto incurrió en
exageraciones) para crear una poderoso incentivo a la explotación de las inmensas pampas desiertas. Su
reforma tuvo un fecundo significado político y económico. Con razón se ha dicho que su Código, fue un
Código colonizador.
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12.— Fue así como quedaron suprimidos los siguientes derechos reales:
a) El de superficie, que consistía en el derecho del superficiario de poder hacer obras, edificios, plantaciones,
sobre los cuales tenía un derecho de propiedad independiente del dominio que corresponde al propietario del
terreno, el cual tenía derecho a hacer sótanos y otros trabajos subterráneos con tal de que no perjudicase los
derechos del superficiario (VÉLEZ SARSFIELD, nota del art. 2503 Ver Texto .).
VÉLEZ prefirió una propiedad plena, prolongada hasta ―el cielo y el infierno‖, es decir, que comprendiese no
sólo la superficie sino el subsuelo y el espacio aéreo correspondiente. Aunque con un significado muy
distinto al antiguo derecho de superficie, la ley de propiedad horizontal ha venido a revivir algunos de sus
principios, al permitir la división de un inmueble por pisos o departamentos.
b) La enfiteusis que consistía en la entrega de un fundo bien fuera a perpetuidad, bien por un largo tiempo,
con cargo de mejorarlo con construcciones o plantaciones y de pagar un canon anual. El enfiteuta ejerce las
acciones petitorias y posesorias, puede constituir hipotecas sobre el fundo e imponerle servidumbre (nota al
art. 2503 Ver Texto ). En nuestro país, la enfiteusis fue creada por Rivadavia como un medio de conceder
tierras fiscales sin enajenar su dominio, que quería conservar para el Estado como base de su crédito para
obtener empréstitos extranjeros. La experiencia, como tantas otras ilusiones rivadavianas, fue un completo
fracaso. Es el inconveniente de inventar soluciones legales sin ocuparse mayormente de la realidad para la
cual se legisla.
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Derechos
c) Las rentas y censos de más de cinco años. Es necesario decir que la interpretación del art. 2614 Ver Texto
suscitó en este punto alguna duda. Dice que ―los propietarios de bienes raíces no pueden constituir sobre ellos
derechos enfitéuticos, ni de superficie, ni imponerles censos, ni rentas que se extiendan a mayor término que
el de cinco años...‖ ¿La autorización por cinco años se refiere solamente a las rentas o comprende también a
los censos? A nuestro juicio la discusión ha quedado superada por la observación de ALLENDE: el concepto
de renta, en cuanto derecho real, se confunde con el de censo (ver nota 3). Es un derecho real constituido
sobre inmuebles, que obliga a una de las partes, el censatario, a abonar a la otra, el censualista, un canon en
dinero o frutos, por períodos generalmente anuales (ver nota 4).
Hay que agregar todavía que el censo puede ser: 1) enfitéutico, en el cual el dueño o censualista conserva el
dominio directo y transfiere el útil al censatario, que debe pagar un canon; 2) consignativo, en el cual el
dueño conserva el dominio directo y el útil pero se obliga a pagar al censualista un canon periódico, derecho
que éste adquiere a cambio de una suma de dinero, que es el precio del censo; 3) reservativo, en el cual el
dueño transfiere el dominio pleno, pero se reserva el derecho de percibir una renta o canon.
Estos derechos han desaparecido totalmente de nuestras prácticas. El enfitéutico ha sido reemplazado por el
contrato más moderno, más elástico, mejor legislado, del arrendamiento o la aparcería rural. El consignativo,
si no tiene carácter perpetuo (como no lo puede tener en nuestro derecho) y está limitado a cinco años, es
reemplazado con ventaja por la hipoteca, que garantiza eficazmente a quien facilita una suma de dinero (el
precio del censo) que ella le será devuelta, para lo cual goza con la garantía real del inmueble. El reservativo
ha sido sustituido con ventaja por la renta vitalicia, que puede extenderse mucho más allá de los cinco años
del censo.Como en el caso anterior, este derecho de censo, si no es perpetuo o por largo tiempo, carece de
papel en el plano de las relaciones económicas.
También ha contribuido a su desuso la total falta de reglamentación legal; nadie puede utilizar en sus
relaciones con terceros un derecho cuyo contenido y límites no se pueden determinar con exactitud.
Desde luego, no cabe duda de que el Código no extinguió los derechos reales entonces existentes; prohibió
que se constituyeran en lo sucesivo. Y no hubiera podido arrasar o dejar sin efecto alguno los derechos reales
en ese momento vigentes, pues ello hubiera importado ni más ni menos que afectar la garantía de la
propiedad, establecida en la Constitución Nacional.
Cabe preguntarse si no hay forma de eliminar los derechos reales suprimidos que todavía graven alguna
propiedad. La ley sobre redención de capellanías estableció el sistema para resolver el principal problema que
sobre esta materia quedó subsistente; pero se mantiene la cuestión de si el propietario de un inmueble no
tiene forma de desembarazarse de un derecho de enfiteusis, de superficie, de un censo o un mayorazgo.
El punto de partida para la solución de este problema debe ser esencialmente realista. Se ha dicho ya que todo
el régimen de la propiedad hace de modo inmediato el orden público. Es evidente que no puede permitirse la
subsistencia de derechos que hoy la sociedad considera contrarios a los intereses públicos. El concepto ha
quedado muy claro en la nueva redacción del art. 3 Ver Texto del Código Civil, según el cual la nueva ley se
aplica de inmediato a las relaciones y situaciones jurídicas existentes. Dado que nuestro derecho no admite ya
estos derechos reales suprimidos, considerándolos contrarios a los intereses generales, debe reconocerse al
dueño la posibilidad de liberarse de ellos. Y la única forma justa de hacerlo, evitando toda lesión al derecho
patrimonial de quien es titular de un derecho real suprimido, es demandar su anulación, ofreciendo pagar la
indemnización que los jueces fijen como justa compensación del derecho que se pierde (ver nota 6). Ello
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Derechos
permite conciliar el interés de orden público implicado en esta cuestión, con el respeto por el derecho
patrimonial de quien será privado de su derecho, pero recibiendo en cambio una justa indemnización.
En el caso de los mayorazgos, la solución es ciertamente más simple. Su supresión no perjudica sino a los
que tienen un eventual derecho a suceder a quien era titular del mayorazgo en ese momento, derecho que,
desde luego, estaba condicionado a la circunstancia de que ese pretendiente al mayorazgo sobreviviera al
titular. No se trataba, pues, de un derecho actual, incorporado al patrimonio, sino de uno puramente eventual.
De este modo, la supresión del mayorazgo no afectó en manera alguna la protección constitucional de la
propiedad, del mismo modo que no la afecta la modificación del orden sucesorio o de las porciones que tocan
a los herederos o el reconocimiento de nuevos herederos y la supresión de otros. Todo esto pueden hacer las
nuevas leyes (lo ha hecho la ley 17711 ) sin que tal reforma legislativa vulnere la garantía constitucional de la
propiedad, que sólo juega cuando un derecho está ya incorporado al patrimonio del titular, cosa que no ocurre
en el caso de los eventuales herederos. Con ello decimos que la supresión de los mayorazgos ha podido
hacerse y se ha consumado sin ningún resarcimiento en favor de los eventuales sucesores.
UNIDAD 2:
1. CUASIPOSESION
La cuasiposesión tiene su origen en el derecho romano, en el que se admitía al lado de la “possessio”,
la “cuasi possessio” o “possessio iuris”, referida especialmente a las servidumbres.
Se habla de la posesión del dueño y de la cuasiposesión del usufructuario. En el derecho romano, la
posesión recae siempre sobre una cosa, la cuasiposesión recae sobre derechos. Así el usufructuario
tenia la posesión jurídica de su derecho de usufructo.
La doctrina se divide en dos, porque discrepa sobre la existencia o no de la cuasiposesión.
En nuestro Código Civil solamente el articulo 3961 menciona la cuasiposesión, al igual que en
algunas notas como la de los artículos 2400 y 2351.
TENENCIA.
CONCEPTO:
Art. 2352: “El que tiene efectivamente una cosa, pero reconociendo en otro la propiedad, es simple
tenedor de la cosa, y representante de la posesión del propietario, aunque la ocupación de la cosa repose
sobre un derecho”
Cuando en el Art. dice: “El que tiene efectivamente una cosa...”. identificamos aquí ―el corpus‖.
El Código Civil vuelve a definir la tenencia en el Art. 2461: “Cuando alguno por si o por otro se hallase
en la posibilidad de ejercer actos de dominio sobre alguna cosa, pero solo con la intención de poseer en
nombre de otro, será también simple tenedor de la cosa”
El tenedor tiene el corpus, es decir ejerce un poder físico y efectivo sobre la cosa, pero carece de animus
domini, pues reconoce la propiedad en otro.
Ejemplos:
El Usurpador y el ladrón, aun sabiendo que no son propietarios, son poseedores.
El que encuentra un terreno desocupado, o despoja voluntariamente a quien lo ocupa y se instala en
el, lo cerca y cultiva sin pedir permiso y sin consultar a nadie, es poseedor, independientemente de
que conozca o no quien es el propietario
En cambio el tenedor reconoce que otro es el propietario o poseedor y que el lo representa en su
posesión. El Art. 2351 dice: “...el poseedor puede serlo por si o por otro. (tenedor).”.
Es tenedor: el locatario, o quien se instala en un terreno pero reconoce que se lo devolverá al
propietario en cuanto le pida la restitución.
Dijimos que en la tenencia, el tenedor tiene la cosa bajo su poder, o sea que ejerce un poder físico
sobre ella, pero reconoce que la propiedad pertenece a otra persona, comprendiendo distinto
supuestos.
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Derechos
YUXTAPOSISION LOCAL.
Implica un mero contacto físico con la cosa, en el que no interviene para nada la voluntad del sujeto.
No aparece mencionada en el Código Civil por no tener valor jurídico.
6. SUJETOS DE LA POSESIÓN:
OBSERVACIÓN PREVIA.— Tanto al tratar del sujeto como del objeto de la posesión, el Código se
resiente de un doctrinarismo estéril. Hubiera bastado con sentar uno o dos principios rectores. Ya
observaremos este exceso de prolijidad en todo el tratamiento de los derechos reales, con la consecuencia de
haber incluido no pocas disposiciones desafortunadas, que afean el sistema legal.
CAPACIDAD.— Según el art. 2392 Ver Texto , son incapaces de adquirir la posesión por sí mismos, los
que no tienen un uso completo de su razón, como los dementes, fatuos y menores de diez años; pero pueden
adquirir por medio de sus tutores o curadores.
La redacción de esta norma es bastante descuidada. Habla de los dementes y los ―fatuos‖, palabra ésta
extraña a la terminología de nuestro Código, y que no puede referirse sino a los dementes (ver nota 1), con lo
que se incurre en una redundancia estéril. Se autoriza a los menores de diez años a tomar la posesión de los
bienes, lo que no resulta muy congruente con el art. 921 Ver Texto , que reconoce discernimiento para al
celebración de los actos lícitos recién a partir de los 14 años. La contradicción es todavía más palmaria si se
piensa que el propio artículo 2392 Ver Texto niega aptitud para tomar la posesión a quienes ―no tienen uso
completo de su razón‖ y obviamente, no la tienen quienes según el art. 921 Ver Texto carecen de
discernimiento.
Ello no obstante, la disposición es clara: los menores que han cumplido diez años pueden tomar posesión de
las cosas. Si bien nos parece inadecuada la solución de reconocer capacidad general a los menores que han
cumplido diez años para tomar la posesión de cualquier bien, en cambio no cabe duda de que debe
reconocerse esa capacidad aun a los menores de 10 años si debe reputarse que tienen discernimiento e incluso
una voluntad suficientemente madura con referencia a ciertos casos particulares. Así, por ejemplo, un niño de
7 años puede poseer sus útiles de colegio (ver nota 2).
En cuanto a los dementes declarados tales en juicio, no pueden tomar posesión de las cosas ni aun en
intervalos lúcidos; en cambio, se admite que los no declarados pueden hacerlo durante los período de lucidez
(ver nota 3).
¿Pueden tomar la posesión los sordomudos que no saben entenderse por escrito? Pensamos que sí: a) porque
no puede decirse de ellos que no tienen el uso de su razón; b) porque el art. 921 Ver Texto les reconoce
discernimiento.
No cabe duda de que los inhabilitados pueden tomar posesión de las cosas, desde que las limitaciones a su
capacidad se reducen a sus atribuciones para disponer de sus bienes, y eventualmente, para algunos actos de
administración, si el Juez lo dispusiese (art. 152 bis Ver Texto ).
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La última parte del art. 2392 Ver Texto deja a salvo la posibilidad de que los incapaces tomen la posesión por
medio de sus tutores o curadores. Ya volveremos sobre este punto al hablar de la posesión tomada por los
representantes, sean legales o convencionales (nº 34).
PERSONAS JURÍDICAS.— Dice el art. 2393 Ver Texto : Tampoco pueden adquirir la posesión de las
cosas las personas jurídicas, sino por medio de sus síndicos o administradores. Es una disposición
sobreabundante. Obvio es que las personas jurídicas sólo pueden adquirir la posesión por medio de sus
representantes, ya que éstos son sus órganos de actuación. Sólo por medio de ellos pueden contratar, celebrar
actos jurídicos en general e, inclusive, cometer hechos ilícitos. Y sólo por medio de ellos podrían tomar la
posesión de las cosas.
Parece indudable que la hipótesis que se ha planteado el codificador en el art. 2394 Ver Texto es la de la
posesión tomada por quien ha recibido un poder especial para hacerlo y lo cumple del modo y en las
circunstancias previstas en el mandato. Sólo en ese caso puede presumirse que ha tomado la posesión para el
mandante. Pero, claro está, si al tomar posesión el mandatario expresa que lo hace para sí o manifiesta tal
voluntad de otro modo inequívoco, debe respetarse su acto de voluntad. No se trata propiamente del animus
de SAVIGNY; se trata de actuar como lo hace quien posee por sí o quien lo hace por otro.
¿Pero qué ocurre si se trata de un apoderado general? En este caso, parece obvio decirlo, de la simple
circunstancia de tomar posesión de una cosa, no se puede deducir la presunción de que lo ha hecho a nombre
de su mandante. Por el contrario, creemos que la presunción debe ser precisamente la opuesta; pues mientras
él no manifieste actuar a nombre de su representado o no dé signos inequívocos de ellos, debe presumirse que
lo hace a nombre propio.
La ratificación equivale al mandato y, en tal caso, la posesión se adquiere por quien ha ratificado el acto con
efecto retroactivo al día en que fue tomada por el gestor oficioso (art. 2398 Ver Texto ).
El art. 2396 Ver Texto contiene una disposición superabundante: Para la adquisición de la posesión por
medio de un tercero, no es preciso que la voluntad del mandante coincida con el acto material de su
representante. Lo que se quiere decir en esta fórmula no muy feliz, es que dado el poder y las instrucciones
para tomar la posesión de una cosa, el mandante la adquiere en el momento de la aprehensión material por el
mandatario, aunque no tenga conocimiento de que ésta ha ocurrido. Tal interpretación de este texto resulta de
las fuentes citadas al pie (ver nota 5).
Supongamos que no coincida la voluntad del tradente con la del mandatario. Aquél quiere transmitir la
posesión al mandante y el mandatario afirma tomarla para sí. El art. 2395 Ver Texto resuelve este problema
dándole prevalencia a la voluntad del tradente.Es una solución inadmisible. Por lo pronto, contraría lo
dispuesto por el art. 2394 Ver Texto , según el cual es condición para adquirir una posesión para otro, que se
la adquiera con la intención de hacerlo para el comitente. Es además, contraria a toda lógica. Cuando una
persona, en el acto de la posesión manifiesta tomar la cosa para sí y procede luego como poseedor a nombre
propio, es poseedor, cualquiera sea la intención del transmitente. Porque la posesión no depende de la
voluntad de los antecesores en ella, sino de la voluntad y de la conducta de quien la ostenta.
En la práctica, la situación se soluciona simplemente. Pueden ocurrir las siguientes situaciones: a) el tradente
manifiesta transmitir la posesión al comitente y el mandatario (no obstante tener la intención de poseer por sí)
calla; entonces, conforme con el art. 2394 Ver Texto , último párrafo, se presume que la adquirió para el
mandante; b) el tradente calla (no obstante tener la intención de transmitir la posesión al comitente) y el
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mandatario manifiesta tomarla para sí; obvio resulta decir que la posesión la toma para sí y no para el
mandante; c) el tradente manifiesta transmitir la posesión al comitente y el mandatario dice tomarla para sí.
La hipótesis es poco menos que inverosímil, pues es claro que en esas condiciones, el tradente no entregará la
posesión. Pero si esta hipótesis de laboratorio se diera alguna vez, no cabe duda de que debe privar la
voluntad del accipiens, pues quien obra por sí y no por otro, no hace adquirir a éste ningún derecho.
La posesión puede ser adquirida también por los incapaces, por medio de sus representantes legales (artículo
2392 Ver Texto ). Advirtamos que esta solución, por cierto razonable, no se concilia con la doctrina de
SAVIGNY pues los dementes, los menores de diez años, no pueden tener animus de poseer una cosa. Lo que
demuestra una vez más que, en definitiva, la posesión no es sino una relación jurídica entre una persona y
una cosa, que la ley protege. Y existen razones jurídicas y económicas importantes para reconocer este
derecho a los incapaces, del mismo modo que se reconoce su derecho a ser propietarios de una cosa.
Por lo pronto, es necesario hacer una corrección del texto, en el que se ha deslizado un evidente error
tipográfico: donde, al concluir el párrafo, dice incapaces obviamente debe decir capaces (ver nota 6). En
efecto, si los mandatarios son incapaces, la tradición es nula por esa sola razón. No tendría sentido, por
consiguiente, añadir a esa incapacidad la de los representantes. Lo que este texto ha querido disponer es que
la capacidad de los representantes no purga la incapacidad de los mandantes, lo que es razonable.
Agrega nuestro artículo que la incapacidad de los mandatarios no induce la nulidad de la tradición que
hicieren o aceptaren, si fuesen capaces para tener voluntad, cuando sus representantes tengan capacidad para
hacerla o aceptarla, observándose lo dispuesto en el Capítulo II del título del Mandato.
Es una aplicación de la regla general del art. 1897 Ver Texto que autoriza a conferir el mandato a una
persona incapaz de obligarse. Pero es necesario que el mandatario sea al menos capaz de tener voluntad. Con
esta expresión no muy técnica, el codificador ha querido significar que los que están totalmente desprovistos
del uso de razón, no pueden válidamente tomar la posesión al nombre de otro; por ejemplo, los menores de
diez años, los dementes.
7. OBJETO DE LA POSESIÓN:
CUESTIÓN EN TORNO AL OBJETO DE LA POSESIÓN.— El objeto típico de la posesión son las
cosas corporales. Pero cabe preguntarse —y ésta es una de las cuestiones clásicas planteadas en torno a la
posesión— si también los derechos sus susceptibles de ser poseídos. De acuerdo con una tesis restrictiva,
sólo las cosas materiales son susceptibles de posesión; conforme con una tesis amplia, todo derecho puede en
principio, ser objeto de ella. Dentro de este último criterio algunos sostienen que sólo los derechos reales
pueden ser objeto de posesión; otros incluyen todos los derechos reales o personales susceptibles de ser
gozados de una manera permanente; pues es obvio que los típicos derechos creditorios que se agotan con su
ejercicio no pueden ser poseídos. En la teoría clásica se distinguía la posesión propiamente dicha, que se
ejercía sobre las cosas, de la cuasiposesión, que se ejercía sobre los otros derechos (ver nota 1).
Nosotros entendemos que en la esencia de la posesión está una relación entre una persona y una cosa. De lo
que se trata, es de proteger el uso y goce de una cosa material o el ejercicio de un derecho de señorío sobre
ella. No importa que el derecho que se tenga sobre la cosa sea real (propiedad, usufructo, etc.) o personal
(arrendamiento, depósito, etc.); en cualquiera de estos casos es concebible la posesión. Decimos concebible,
porque puede también ocurrir que algunos de estos derechos no tengan la protección posesoria en un
determinado ordenamiento jurídico; o que algunos de ellos la tengan menos intensa que otros (como ocurre
en nuestro derecho positivo con los arrendatarios, que son reputados simples tenedores). Pero lo que
11
Derechos
queremos significar es que todo derecho que importe el uso y goce de una cosa, o el ejercicio de su señorío
sobre ella, puede tener la protección posesoria. En cambio, los derechos que no recaen sobre cosas tienen otra
protección legal, que no deriva de la posesión.
Cuando decimos que la protección posesoria se otorga a los titulares de derechos sobre las cosas, no
pretendemos significar que el objeto de la posesión son los derechos; el objeto son las cosas sobre las cuales
se ejerce la posesión, del mismo modo que el objeto del derecho de propiedad es también la cosa sobre la que
recae. El objeto de la posesión del usufructuario no es su derecho, sin la cosa usufructuada. Esta concepción
puede considerarse triunfante en la doctrina moderna (ver nota 2).
El hombre de cuasiposesión nació en el derecho romano como modo de explicar que se reconociera la
protección posesoria a quienes no eran propietarios (supuesto típico de posesión) sino titulares de otros
derechos reales (uso, usufructo, etc.). La distinción entre posesión y cuasiposesión nace, por consiguiente, del
prejuicio de que sólo el propietario es poseedor propiamente dicho. Es, ya lo hemos advertido, una
concepción errónea.
LA CUESTIÓN EN NUESTRO DERECHO.— Nuestro codificador no tuvo ideas claras sobre este punto.
En el art. 2400 Ver Texto dispone que todas las cosas que están en el comercio son susceptibles de posesión;
y agrega que los bienes que no fueren cosas no son susceptibles de posesión. Este concepto tan claro y tan
ajustado a la buena doctrina, aparece sin embargo confundido con la nota al mismo artículo, en la que dice:
―Hemos dicho ya que sólo las cosas corporales son susceptibles de posesión verdadera y propiamente dicha;
las cosas incorporales, aquellas quod injure consistunt, no son susceptibles de la verdadera posesión, mas lo
son de una cuasiposesión. Esta cuasiposesión de un derecho consiste en el goce que tiene aquel a quien
pertenece y es susceptible de las mismas cualidades y de los mismos vicios que la verdadera posesión‖. Y en
el art. 3961 Ver Texto , al hablar de la prescripción adquisitiva, alude a ―la cuasiposesión que le sirve de
base‖.
La idea de la cuasiposesión no se expresa, por tanto, sólo en una nota, que, como tal, no es obligatoria, sino
también en un texto como el art. 3961 Ver Texto .
En el conflicto entre la regla claramente sentada en el art. 2400 Ver Texto y la incidental mención de la
cuasiposesión en el art. 3961 Ver Texto , creemos indudable que debe estarse a la disposición específica y
terminante de la norma citada en primer término, cualquiera haya sido el pensamiento íntimo de VÉLEZ
SARSFIELD, que desde luego no interesa en tanto no haya sido plasmado claramente en la ley. En suma,
sólo las cosas, no los derechos, pueden ser objeto de posesión (ver nota 3). Es la buena solución. Hablar de
posesión de derechos o de cuasiposesión es introducir una confusión más en esta materia que tantas otras ha
provocado.
COSAS QUE PUEDEN SER OBJETO DE LA POSESIÓN.— Dilucidado este primer problema relativo a
los derechos, veamos ahora cuáles son las cosas que pueden ser objeto de posesión. Recordemos que el art.
2311 Ver Texto define las cosas como los objetos materiales susceptibles de tener un valor. La ley 17711
agregó a este texto un párrafo que establece que las disposiciones referentes a las cosas son aplicables a la
energía y a las fuerzas naturales susceptibles de apropiación; ejemplos importantes son la electricidad, la
energía atómica, etc. Disposición que se justifica plenamente, no solamente porque esas energías tienen
existencia física, corpórea, sino y principalmente, porque se comportan como cosas, desde que son
susceptibles de apropiación, uso y goce (ver nota 4).
Pero el art. 2400 Ver Texto añade una condición importante para que las cosas puedan ser objeto de
posesión: que estén en el comercio. ¿Qué debe entenderse por cosas que están en el comercio? Según el art.
2336 Ver Texto , están en el comercio todas las cosas cuya enajenación no fuere expresamente prohibida o
dependiente de una autorización pública. Y el artículo siguiente precisa el concepto disponiendo que las
cosas están fuera del comercio por su inenajenabilidad absoluta o relativa. Pero obviamente, no ha sido ésta
la comprensión con que la expresión ―cosas dentro del comercio‖ ha sido utilizada por el art. 2400 Ver Texto
12
Derechos
, pues no cabe duda alguna de que las cosas cuya enajenación se hubiera prohibido por actos entre vivos o de
última voluntad o dependiere de una autorización pública, como por ejemplo, los bienes de los incapaces, son
susceptibles de posesión. Para eliminar cualquier duda, el mismo Código, en diversas disposiciones, pero
particularmente en el art. 2392 Ver Texto se refiere a la posesión por incapaces de hecho. Está claro que
VÉLEZ siguiendo las fuentes romanísticas, ha aludido a los bienes públicos del Estado. Y conviene recordar
que tales bienes no son de propiedad del Estado. Éste es apenas un administrador, que se limita a reglamentar
su uso por los particulares; no puede usar exclusivamente de la cosa, puesto que su uso es común; no puede
disponer de ella. Es más bien un dominio eminente de características propias (ver nota 5). Son inalienables e
imprescriptibles y no pueden ser objeto de posesión ni generar acciones posesorias (ver nota 6).
COSAS DETERMINADAS.— La posesión exige actos concretos con relación a una cosa; no puede, por
consiguiente, ejercerse sobre cosas indeterminadas. Esta regla surge de disposiciones inequívocas: el art.
2402 Ver Texto , según el cual cuando una cosa se halla confundida con otras, es necesario separarla para
poder adquirir la posesión sobre ella; el art. 2389 Ver Texto , que exige la individualización de la cosa; el art.
2410 Ver Texto , según el cual no se puede poseer la parte incierta de una cosa.
COSAS FUTURAS.— Por iguales razones, es inimaginable la posesión de una cosa futura. La idea está
implícita pero clara en el art. 2376 Ver Texto que refiréndose a la posesión de cosas muebles futuras que
deban separarse de inmuebles, dice que se entiende que el adquirente ha tomado posesión de ellas desde que
comenzó a sacarlas, vale decir, desde que han comenzado a existir como cosa independiente. Lo que significa
claramente que mientras no existían no se las podía poseer. Tal es el caso de una cosecha futura.
a) Cosas accesorias.— Según el art. 2403 Ver Texto , la posesión de una cosa hace presumir la posesión de
las cosas accesorias a ella. La razón es muy simple: lo accesorio sigue la suerte de lo principal.
Esta regla se aplica en tanto la cosa accesoria no haya sido separada de la principal. Así, por ejemplo, si se
saca la puerta o la ventana de un edificio, si se retiran de él los muebles de la casa, estas cosas pueden ser
poseídas separadamente (ver nota 7).
b) Cosas que forman un solo cuerpo.— Las cosas que forman un solo cuerpo, no pueden poseerse
parcialmente: no se puede poseer una parte del cuerpo sin poseerlo todo (art. 2405 Ver Texto ). No podría
concebirse, en efecto, que una persona pudiera poseer una parte de una cosa y otra una parte distinta. Así, por
ejemplo, Juan no podría poseer la parte delantera de un automóvil y Pedro la trasera.
El art. 2405 Ver Texto se refiere sólo a las cosas individuales o como lo dice el texto, a las cosas que forman
un solo cuerpo. Porque las cosas divisibles pueden poseerse por partes (artículo 2410 Ver Texto ).
Hasta aquí las soluciones legales resultan claras. Pero luego el art. 2407 Ver Texto establece: Para tomar la
posesión de parte de una cosa indivisible, es necesario que esa parte haya sido idealmente determinada. Lo
que en verdad se quiere decir con esta disposición no muy afortunada, es que es posible la coposesión de una
cosa indivisa. Así, por ejemplo, los condóminos son coposeedores de la cosa. Pero no es exacto que se pueda
tomar posesión de una parte de la cosa; se posee toda la cosa (como expresamente lo dispone el art. 2469 Ver
Texto ), bien que reconociendo el derecho análogo del coposeedor. Una cosa indivisible no es susceptible de
una división en partes ideales; lo que se puede dividir de esa manera son los derechos sobre las cosas, pero no
las cosas indivisibles.
Tampoco es exacto que para tomar la posesión de parte de las cosas indivisibles, sea necesario que las partes
hayan sido idealmente determinadas. Aparte de la impropiedad ya señalada de hablar en este supuesto de la
posesión de una parte de la cosa, la posesión puede tomarse por varias personas sin necesidad de que haya
13
Derechos
determinado la parte de cada persona. Así, por ejemplo, nada se opone a que dos personas tomen posesión
simultánea de una unidad económica (como tal indivisible), trabajen conjuntamente la tierra, vivan de ella,
aunque nunca hayan fijado entre ellas cuál es la parte que corresponde a cada una.
En suma, en materia de cosas indivisibles, el principio es que la posesión de una parte significa la posesión
del todo, en otras palabras, que no se puede poseer parcialmente una cosa indivisa, sin perjuicio de la
posibilidad de coposeerla entre varias personas.
c) Cosas divisibles.— Ningún inconveniente hay en tomar posesión de parte de una cosa divisible, si esa
parte ha sido materialmente determinada (art. 2410 Ver Texto ). Cuando en efecto, la cosa se ha dividido
materialmente no hay problema: desde que un campo ha sido dividido en dos fracciones, cada una de ellas
puede ser poseída por personas distintas.
Pero incurriendo nuevamente en el error ya señalado en el art. 2407 Ver Texto , en esta norma se dice
también que puede tomarse posesión de la parte de una cosa dividida intelectualmente. Ya hemos dicho (nº
47) que las cosas no son susceptibles de división intelectual y no volveremos sobre el tema. Como las cosas
indivisibles, las divisibles no divididas no pueden poseerse por partes, sin perjuicio de la posibilidad de
coposesión por dos o más personas.
d) Cosas integrantes de universalidades de hecho.— Establece el art. 2404 Ver Texto que la posesión de una
cosa compuesta por muchos cuerpos distintos pero unidos bajo un mismo nombre, como un rebaño, una
piara, comprende sólo las partes individuales que comprende la cosa. La ley alude aquí a las llamadas
universalidades de hecho, es decir, a cosas que están próximas o vecinas entre sí y que son conocidas por un
nombre conjunto, pero carecen de todo vínculo jurídico, como, por ejemplo, un rebaño, una biblioteca, las
piezas que forman un juego de muebles de comedor, dormitorio, etc. Aunque el art. 2404 Ver Texto
refiriéndose a tales conjuntos los llama ―la cosa‖, es claro que no se trata de una cosa, sino de un conjunto de
cuerpos distintos que pueden poseerse separadamente.
De donde surgen estas consecuencias: 1) En un rebaño o biblioteca puede haber animales o libros poseídos
por distintas personas; el dueño de un libro que lo ha prestado a un amigo no pierde la posesión por la mera
circunstancia de que el tenedor lo haya puesto en su biblioteca; 2) Si se vende un rebaño o tropa de hacienda
y una parte queda sin entregar, los acreedores del vendedor pueden embargar la parte no entregada, porque se
trata de cosas distintas (ver nota 8); 3) Si se vende una tropa en la cual había animales que eran propiedad del
vendedor y otros robados, la regla del art. 2413 Ver Texto puede ser invocada respecto de los primeros pero
no respecto de los segundos (ver nota 9).
e) Cosas integrantes de una universalidad de derecho.— El art. 2406 Ver Texto establece que si la posesión
hubiese de tomarse de cosas que forman una masa de bienes, no basta tener la posesión de una o alguna de
ellas separadamente; es indispensable tomar la posesión de cada una de ellas, aunque la tradición se hubiese
hecho conjuntamente. Es el mismo principio que ya conocemos respecto de las universalidades de hecho. De
tal modo, que si se vende un fondo de comercio, las mercaderías que lo componen son reputadas, a los
efectos de la posesión, como cosas separadas.
Es una aplicación más del principio de que la posesión no puede recaer sobre abstracciones, sean de hecho o
de derecho, sino sobre cosas concretas, individualmente determinadas.
f) Posesión adquirida conforme con un título.— El art. 2411 Ver Texto dice que la posesión fundada sobre un
título, comprende sólo la extensión del título, sin perjuicio de las agregaciones que por otras causas hubiese
hecho el poseedor.
Esta disposición exige una aclaración previa. Estrictamente, la posesión no requiere título; es una conducta
independiente del derecho a la cosa o título. Por ello, la protección posesoria se concede sin requerir la
exhibición de título alguno (art. 2490 Ver Texto ). Pero ocurre que normalmente la toma de posesión es la
14
Derechos
consecuencia de la adquisición de otro derecho (de dominio, de usufructo, etc.) que se transmite conforme a
título o bien de una tradición hecha sobre la base de un documento que expresa los límites de la cosa que se
entrega. En tal caso, el título precisa la extensión de la posesión, que puede no resultar claramente de los
simples hechos o conducta del poseedor. Así ocurre, por ejemplo, cuando se compra un campo de pastoreo
no dividido por cercos o alambrados de los vecinos; si, además, se trata de campos extensos suele suceder
inclusive que los animales de un campo pasen ocasionalmente al vecino y viceversa. En tales casos, definir
por los simples hechos, por la simple conducta de los dueños hasta dónde ha llegado la posesión, es muchas
veces imposible. El art. 2411 Ver Texto viene a resolver la dificultad. Se presume que la posesión alcanza
toda la extensión del título y sólo ella. Decimos que se presume, pues bien puede ocurrir que un tercero haya
tomado la posesión de parte del predio delimitado por títulos; o bien que el que entra a poseer conforme a
título haya extendido su posesión a campos vecinos.
Pero hay que destacar en esta última hipótesis, que se trataría de dos posesiones distintas, una legítima y otra
de mala fe, con todas las consecuencias legales inherentes a esa diferencia (ver nota 10).
Pero es necesario precisar el alcance de esta regla. Ante todo, el principio de la exclusión rige solamente para
las posesiones de la misma naturaleza; por consiguiente, pueden coexistir la posesión del propietario con la
del usufructuario o la del usuario a la del titular de una servidumbre. Además, la ley alude a dos posesiones
iguales, es decir, el caso de que dos personas pretendan poseer con exclusividad la misma cosa; pero no se
opone la existencia de la coposesión, es decir, a la posesión que dos o más personas ejercen simultáneamente
sobre la misma cosa, reconociendo que lo hacen conjuntamente, a nombre de todos. Bien entendido que cada
uno de los coposeedores no posee una parte de la cosa, sino toda ella (art. 2409 Ver Texto ).
Estas soluciones, claras en sí mismas, pueden complicarse en situaciones peculiares. Supongamos dos
poseedores de campos vecinos y extensos, que carecen de título; en la zona limítrofe, pastan a veces los
ganados de uno, otras los del vecino. La cuestión puede ser confusa en la práctica, pero no en los principios.
Será cuestión de prueba determinar quién ha tenido la verdadera posesión, aunque permitiendo la ―pasada‖
(ver nota 12) de los animales del vecino. Y si esto no se pudiera determinar, si los actos posesorios son
análogos, habrá que admitir la existencia de una coposesión, es decir, de una posesión tenida no a título
exclusivo, sino reconociendo un derecho similar en el vecino.
Finalmente, hay que admitir una excepción a la regla del art. 2401 Ver Texto . El poseedor a quien se priva
clandestinamente de la posesión, se conserva como tal por espacio de un año (art. 2456 Ver Texto ), lo que
no impide reconocer también la posesión del usurpador
9. CONSERVACIÓN DE LA POSESIÓN:
15
Derechos
Embarcado plenamente en la concepción saviniana de la posesión, el art. 2445 Ver Texto dice que la
posesión se retiene y se conserva por la sola voluntad de continuar en ella aunque el poseedor no tenga la
cosa por sí o por otro. La voluntad de conservar la posesión se juzga que continúa mientras no se haya
manifestado una voluntad contraria.
No por ajustarse fielmente a las enseñanzas de Savigny, esta disposición deja de ser menos inexplicable. ¿No
era que la posesión requería el corpus y el animus? Ahora resulta que sólo es necesario el animus. Pero no se
trata solamente de contradicción conceptual; hay también otras contradicciones:
a) La aplicación estricta de esa idea de que la posesión se conserva sólo animus, debería llevar a la
conclusión de que pueden coexistir dos posesiones: la de quien perdió la tenencia efectiva de la cosa pero
conserva el animus de continuar poseyéndola y la de quien ha tomado posesión efectiva de la cosa. Sin
embargo, tal interpretación es imposible porque de acuerdo con el art. 2401 Ver Texto , dos posesiones
iguales y de la misma naturaleza no pueden concurrir sobre la misma cosa; y, en concordancia con esa misma
disposición, el art. 2455 Ver Texto establece que la posesión se pierde cuando por el hecho de un tercero sea
desposeído el poseedor. Debe entenderse, en consecuencia, que el art. 2445 Ver Texto se aplica solamente al
caso de que ningún tercero haya tomado posesión de la cosa cuya tenencia ha escapado al anterior poseedor.
Esto, felizmente, reduce notablemente el campo de aplicación de esta norma.
b) Puede ocurrir que el poseedor haya enloquecido. No puede hablarse en este caso de animus de retener la
posesión; sin embargo, sería muy injusto hacérsela perder; por ello, el art. 2447 Ver Texto dispone que en
este caso no se pierde la posesión. La contradicción con el art. 2445 Ver Texto resulta flagrante, sobre todo
cuando el demente no tiene todavía designado un representante legal que pueda conservar la posesión a su
nombre.
c) Todavía cabe recordar la observación de MACHADO. Dice este autor que la norma del art. 2445 Ver
Texto sólo puede aplicarse a la posesión de los inmuebles que se conservan por un título traslativo de
dominio pero no cuando se toman sin título; de lo contrario, bastaría entrar sin título a poseer un campo o una
casa aunque después se los abandonara para que la posesión continuara y diera el resultado después de
prescribirla: un solo acto haría adquirir por 30 años (ahora 20) la propiedad desocupada (ver nota 1).
De todo lo dicho resulta que el art. 2445 Ver Texto no obstante aparecer como la regla general en materia de
la posesión, tiene una aplicación práctica mínima. Felizmente es así. Consecuencia de la falsa doctrina de
Savigny sobre el corpus y el animus, la regla del art. 2445 Ver Texto es también falsa. En verdad, esta teoría
confunde todos los conceptos e ideas.
A nuestro juicio, la buena doctrina sobre el punto ha sido sentada por IHERING. Dice este autor que la
posesión debe considerarse perdida cuando la cosa se encuentra en una posición en desacuerdo con la manera
y la forma regular bajo la cual el propietario tiene el hábito de valerse de ella. En otros términos, la posesión
debe considerarse subsistente cuando la cosa poseída se encuentre en las condiciones en que normalmente la
tiene el propietario. Es el caso de los materiales depositados para una obra, los cuales estando puestos en el
lugar destinado para ella, deben reputarse como poseídos por el dueño o constructor. Por el contrario, cuando
la cosa se encuentra fuera de la condición en que regularmente se ejerce el derecho de propiedad, la posesión
debe reputarse perdida, como ocurriría en el caso de una cartera abandonada en el campo (ver nota 2).
En otras palabras: no se trata de corpus ni animus; se trata de que la conducta del poseedor corresponda a la
que normalmente se sigue para reputar como conservado el derecho de posesión. Así, por ejemplo, hay
campos en algunas regiones de nuestro país, que sólo se ocupan para pastoreo de animales en verano o en
invierno. El resto del año quedan libres de ocupación efectiva. Pero a nadie se le podría ocurrir que el dueño
o poseedor ha perdido por esa circunstancia la posesión. No se trata de que mantenga el animus de poseer; se
trata de que su manera de proceder es la corriente respecto de esa cosa.
16
Derechos
Por consiguiente, tanto cuando se trata de adquirir la posesión, como cuando se trata de conservarla, la
pregunta que debemos formularnos es la siguiente: ¿se ha comportado esa persona como acostumbra hacerlo
el propietario de una cosa? Sin embargo, es razonable establecer entre ambas situaciones una diferencia. A
los efectos de apreciar si la conducta de una persona ha sido la que corresponde al adquirente de la posesión,
la prueba debe apreciarse con mayor rigor que cuando se trata simplemente de demostrar si subsiste una
posesión anteriormente constituida (ver nota 3). Y esto por una razón muy sencilla: la toma de posesión
significa alterar un estado de cosas; por consiguiente, los jueces deben ser muy precavidos y exigentes en la
determinación de la prueba de que tal hecho existió. A esta consideración de orden general se une, en el caso
de la posesión, la circunstancia de que la toma de posesión importa una forma, todo lo imperfecta que se
quiera, pero al fin y al cabo una forma, de publicidad respecto de terceros. Es bueno, pues, que la toma de
posesión se establezca de una manera clara, que permita a los terceros saber quién es el titular del derecho y
que ese titular existe; así se verán obligados a respetarlo. Distinto es el caso de la conservación. El poseedor
no necesita exteriorizar de modo permanente y continuo la relación de señorío que lo une a la cosa; por eso,
demostrado que fue poseedor, la prueba de la posesión, puede apreciarse con un criterio más laxo, menos
riguroso.
Esta norma emplea una expresión criticable al decir que la posesión crea la presunción de tener la propiedad
de la cosa. No se trata en verdad de una presunción legal, sino de que la ley reconoce al poseedor los
derechos de propietario. En el derecho francés del cual se tomó la norma, se emplea la expresión la posesión
vale título (art. 2279, C. Civil francés). Es una manera enérgica de subrayar que la posesión equivale a la
propiedad en materia de cosas muebles.
Esta regla ha tenido sus vicisitudes históricas, que conviene conocer siquiera sea muy brevemente, para
comprender su significado e importancia práctica. En el Derecho Romano, las cosas muebles eran
reivindicables, si bien el plazo de reivindicación era breve (un año en el derecho antiguo y tres años desde la
época de la reforma de Justiniano). En el derecho germánico la solución era distinta. El propietario de una
cosa mueble tenía acción contra el tenedor derivada del contrato en virtud del cual la había entregado; pero,
en cambio, carecía de acción reivindicatoria. Regía el adagio ―los muebles son imperseguibles‖. En el siglo
XIII en Francia, bajo la influencia del Derecho Romano, comenzó a reaparecer la reivindicación de los
muebles, y a partir del siglo XVI este sistema imperaba sin discusión en aquel país. No tardaron en sentirse
los inconvenientes de esta regla, sobre todo cuando el incremento del comercio los puso más claramente en
manifiesto. En la práctica, la posibilidad de reivindicar cosas muebles significaba gravísimos problemas para
el comercio. Fue así que en el siglo XVII comenzaron a hacerse esfuerzos por retacear la reivindicación de
las cosas muebles, hasta que a mediados del siglo XVIII se introduce en las costumbres francesas el principio
―la posesión vale título‖. Se cree que la primera aplicación de este principio surgió de la jurisprudencia del
Châtelet de Paris. Y hay pruebas de que estaba incorporada ya a la Costumbre de La Rochela antes de 1756
(ver nota 23).
Fueron las exigencias del comercio las que impusieron este principio elemental de que la posesión vale título.
Del derecho francés pasó a la mayor parte de los códigos del siglo pasado y fue incorporada al nuestro en los
términos del artículo 2412 Ver Texto .
CONDICIONES DE APLICACIÓN.— Para que la posesión confiera por sí sola la propiedad de la cosa
mueble se requiere:
a) Posesión en sentido propio.— Es preciso que la posesión se tenga para sí. No basta la simple tenencia de la
cosa; el poseedor debe hacerlo a título de dueño. Por consiguiente, la presunción de propiedad no puede ser
18
Derechos
invocada por las personas que se encuentren en la tenencia de la cosa en virtud de un contrato o un acto
jurídico que los obliga a restituir (art. 2414 Ver Texto ).
En la duda debe admitirse que la posesión es a título de dueño, ya que en esta materia la regla capital es
proteger al que detenta una cosa mueble; más aun, quien pretende que esa posesión es a título precario, debe
probarlo (ver nota 24).
b) Buena fe.— No basta la posesión; es necesario además que ella sea de buena fe (art. 2412 Ver Texto ).
Ahora bien, la buena fe del poseedor se presume (art. 2362 Ver Texto ) (ver nota 25). Claro está que esa
presunción admite prueba en contrario, que puede ser producida por cualquier medio, inclusive simples
presunciones. En consonancia con este principio, se ha declarado que a efectos de probar la mala fe del
poseedor basta la circunstancia de que los hechos comprobados demuestren que el interesado no pudo o no
debió ignorar la ilegitimidad de su posesión (ver nota 26). Inclusive hay que considerar de mala fe al
poseedor que incurre en culpa al no adoptar las precauciones elementales que le son dictadas por las
condiciones del contrato (ver nota 27).
Basta que la buena fe exista en el momento de la adquisición de la posesión. Es la solución que se desprende
de la aplicación analógica del art. 4008 Ver Texto referente a la prescripción (ver nota 28).
c) Título oneroso.— Por último, para que el poseedor adquiera instantáneamente el dominio de la cosa
mueble, debe haber adquirido la posesión por título oneroso. Esta condición no se desprende del artículo
2412 Ver Texto , pero sí del art. 2778 Ver Texto , según el cual la acción reivindicatoria procede contra el
actual poseedor aunque sea de buena fe, que la hubiese de una enajenante de buena fe si la hubo por título
gratuito y el enajenante estaba obligado a restituirla al reivindicante (ver nota 29).
Sin embargo, hay que tener presente una regla muy importante: como la presunción de propiedad resulta del
solo hecho de poseer la cosa de buena fe, quien pretenda que fue adquirida a título gratuito por el poseedor,
deberá probarlo. En la mayor parte de los casos esa prueba será muy difícil o imposible, porque la
transmisión del dominio de una cosa mueble no exige documento escrito ni registro. Y consideramos que los
jueces deben ser severos en la apreciación de esa prueba, ya que en materia de muebles la regla capital es
proteger al poseedor (ver nota 30).
Ninguna otra condición se requiere. No es necesario el requisito de la posesión continua, porque el efecto
legal de la adquisición del dominio se produce instantáneamente con la posesión (ver nota 31). En cuanto al
vicio de violencia, si ella existió en el momento de la adquisición de la posesión, califica a ésta como de mala
fe, por lo que no basta para adquirir el dominio; pero si la violencia es posterior y enderazada sólo a mantener
la posesión, ella no perjudica el derecho del poseedor, desde que éste tiene por ley la facultad de repeler la
violencia con la fuerza equivalente (art. 2470 Ver Texto ).
Queda por considerar el vicio de clandestinidad. El hecho de tener una cosa mueble guardada y, por lo tanto,
oculta a la vista de terceras personas, no priva al poseedor de los derechos que emergen de su posesión. Es
decir, por sí solo el tener oculta o guardada una cosa no basta para reputar la posesión de mala fe, aun cuando
éste puede ser un elemento que, unido a otros forme la convicción del juez de que el poseedor era de mala fe
(ver nota 32).
No es necesario el justo título por la muy simple razón de que en materia de muebles la posesión equivale a
título (ver nota 33).
COSAS EXCLUIDAS DE LA REGLA DEL ART. 2412.— El principio liminar del art. 2412 Ver Texto se
aplica a todas las cosas muebles, con las siguientes excepciones:
a) Por lo pronto, el propio art. 2412 Ver Texto hace la excepción de las cosas robadas o perdidas. Es decir, la
regla del art. 2412 Ver Texto juega solamente en el caso en que el propietario se ha desprendido
19
Derechos
voluntariamente de la tenencia de la cosa, corriendo el riesgo de que el tercero, en quien él ha confiado,
pueda disponer de ella. Si el propietario asume ese riesgo, es justo que después cargue con las consecuencias
y que su conducta imprudente de confiar la cosa a quien no merecía esa confianza no resulta luego en
perjuicio de terceros de buena fe. Pero si el dueño no se ha desprendido voluntariamente de la cosa, si ésta se
ha perdido o le ha sido hurtada o robada, entonces la ley lo protege. El poseedor de buena fe sólo adquirirá el
dominio por prescripción de dos o tres años según sea una cosa mueble registrable o no (art. 4016 bis Ver
Texto ).
b) Tampoco se aplica a las cosas que forman parte del dominio público del Estado. El art. 2415 Ver Texto
habla de las cosas muebles del Estado general o de los Estados particulares sin distinguir entre el dominio
público o el privado. pero como no tiene sentido que el art. 2412 Ver Texto no se aplique al dominio privado
del Estado, cabe entender que esta norma queda referida solamente al dominio público (ver nota 34).
c) No se aplica a las cosas muebles que son accesorias de un inmueble reivindicado (art. 2415 Ver Texto ); en
este caso, producida la reivindicación, esas cosas siguen la suerte del inmueble.
d) Tampoco están comprendidas en la regla del art. 2412 Ver Texto las cosas muebles registrables, es decir,
aquellas cuyo dominio nos se puede transferir sin inscripción en registros públicos, tales como los
automotores, las aeronaves y los buques (C. de Comercio, art. 857 Ver Texto , 859 Ver Texto , 866 Ver
Texto y 867).
e) Con respecto a los semovientes, es sabido que los códigos rurales exigen la marca o señal según se trate de
ganado mayor o menor. Si bien alguna vez se discutió la constitucionalidad de estas normas provinciales que
vienen a exigir un requisito para la transmisión de la propiedad que no está en el C. Civil, lo cierto es que se
han podido compatibilizar las normas locales con las nacionales de una manera muy simple: dado que tanto
las costumbres inveteradas de nuestro campo así como los códigos rurales locales exigen las marcas o
señales, quien toma la posesión de un semoviente que no tiene su marca, no puede invocar su buena fe. Y por
cierto, la contramarca importa un delito si el que la hizo no tenía los certificados de transferencia
correspondientes.
f) En cuanto a los títulos de créditos nominales o a la orden, no se aplica la presunción del art. 2412 Ver
Texto porque la transmisión de la propiedad de dichos títulos sólo puede hacerse por endoso. En cambio, el
art. 2412 Ver Texto rige respecto de los títulos al portador, porque quien los posee puede ejercer todos los
derechos inherentes a la propiedad (ver nota 35).
Obviamente el art. 2412 Ver Texto no es aplicable a las universalidades del derecho, porque éstas no son
susceptibles de posesión; lo que se posee son cada una de las cosas que las forman. Por igual motivo la
presunción de la propiedad tampoco debe aplicarse a los fondos de comercio. La razón es siempre la misma:
el art. 2412 Ver Texto exige la posesión de una cosa mueble concreta y un fondo de comercio no lo es (ver
nota 36).
12. TENENCIA
CONCEPTO.— Nuestro Código caracteriza al tenedor diciendo que es aquella persona que tiene en su
poder una cosa, pero reconociendo en otro el derecho de posesión (arts. 2352 Ver Texto y 2461 Ver Texto ).
Es decir, mientras el poseedor tiene el corpus y el animus, el tenedor tiene sólo el corpus. Es una aplicación
más de la teoría de Savigny. Ya antes hemos demostrado la falsedad de esta distinción entre al animus y el
corpus y hemos expuesto nuestra opinión sobre lo que es, en esencia, la posesión (nº 25). Debemos ahora
volver sobre el tema para clarificar las ideas.
20
Derechos
La teoría clásica, adoptada por nuestro codificador, simplifica el problema: si hay animus de propietario (o de
titular de los otros derechos reales al que se le reconoce el carácter de poseedor), hay posesión; si no existe
tal animus, si sólo se tiene el corpus, hay simple tenencia.
Es necesario reconocer que esta idea, adoptada por nuestro Codificador, es atrayente por lo simple y
aparentemente clara.
Pero es clara sólo en apariencia. Por lo pronto, este animus aparece como un elemento subjetivo: es la
intención de poseer como propietario, usuario, usufructuario, titular de una servidumbre activa. Pero esta
intención es un estado de ánimo que como tal no puede tener relevancia jurídica en tanto no se traduzca en
hechos. Es pues la conducta del tenedor o poseedor, la que develará si se posee a uno u otro título. Por esta
vía, dice Gentile, el animus possidendi elemento subjetivo, se transforma en elemento objetivo (ver nota 1).
Avancemos un paso más. A menudo el tenedor se comporta exactamente, por lo menos para quien aprecia su
conducta sin conocer las condiciones de la tenencia, exactamente como lo haría el poseedor o dueño. Por
ejemplo, el comodatario vive en el campo que se le ha cedido, lo cultiva, quizá para los impuestos, si así se
ha acordado en el contrato. ¿Cómo distinguirlo del poseedor? Simplemente por la prueba negativa producida
por el dueño o poseedor: el contrato de comodato o de locación, o de depósito, etc. (ver nota 2)
Está claro, pues, que el poseedor para ser considerado tal, no necesita probar su ánimo. Basta que se
comporte exteriormente respecto de la cosa como lo hace normalmente el propietario. Pero ésta es también
frecuentemente —no siempre— la conducta del simple tenedor. De donde resulta que la demostración de que
es simple tenedor y no un poseedor debe hacerla el propietario (o poseedor) exhibiendo el contrato de
arrendamiento, comodato, depósito, etc. Para los terceros que no tienen en su poder este instrumento y esta
prueba, el tenedor será tenido y considerado poseedor. Y podrá actuar como tal. Aunque ya veremos que, en
el fondo, el problema es poco relevante respecto de terceros, pues la tenencia está casi tan protegida como la
posesión respecto de ellos, de modo que no se garaná mucho presentándose como poseedor y no como
tenedor.
Hemos dicho que exteriormente el tenedor se comporta frecuentemente respecto de la cosa como el propio
poseedor o dueño. Esto es rigurosamente exacto respecto de terceros, pero no de quien es el propietario
poseedor. Quién firma con él un contrato de locación, comodato, depósito, y tal carácter, y reconociendo la
titularidad del dominio de la cosa en otro, entra a ejercer la tenencia, no se comporta como quien pretende
tener un derecho de dominio; a menos, claro está, que intervierta su título.
Como si esto fuera poco, hay supuestos de verdaderos poseedores sin animus, es decir de poseedores que lo
son, a pesar de creer que están poseyendo a nombre de otro, como ocurre con el arrendatario que no sabe que
el dueño del campo arrendado ha muerto, instituyéndolo heredero.
Esto prueba que no hay entre poseedor y tenedor de una cosa, una diferencia de sustancia o naturaleza,
universalmente válida, es decir, aplicable a cualquier legislación o país. De ahí que no hay inconveniente
alguno en que la ley repute poseedor al arrendatario o al depositario (aunque ese no sea el caso de nuestro
derecho positivo). En suma, será poseedor aquel a quien la ley califique de tal y le confiera el status y la
protección correspondiente a ese encuadre legal; será tenedor aquel a quien la ley repute tal y a quien
dispense una protección menos intensa.
ENUMERACIÓN LEGAL DE CASOS DE TENENCIA.— El art. 2462 Ver Texto enumera los siguiente
supuestos de tenencia:
1º Los que poseyeren en nombre de otro, aunque con derecho personal a tener la cosa, como el locatario o
comodatario. Pueden mencionarse también al depositario (véase lo que decimos al comentar el inc. 2º), el
transportista, el locador de obra que tiene en su poder cosas del dueño, etc. Se trata de un derecho a tener la
cosa, que casi siempre surgirá en una relación contractual con el poseedor.
21
Derechos
2º Los que poseyeren en nombre de otro sin derecho a tener la cosa, como el depositario, el mandatario, el
representante. Esta disposición se hace pasible de diversas observaciones. Ante todo, es impropio decir que el
depositario tiene la cosa sin derecho a detentarla. Él la tiene en virtud de una relación contractual, que le
confiere la tenencia. No es un mandatario del depositante. Está ligado a él por un contrato de carácter
precario, pero de todas maneras, un contrato que le confiere derecho a la tenencia y le permite defenderla
contra cualquier tercero que pretenda turbarla.
En cuanto al mandatario u otro representante, no son tenedores sino servidores de la posesión; la diferencia
ha sido marcada netamente en el nuevo artículo 2490 Ver Texto . Por consiguiente, en la medida en que el
inciso 2º del art. 2462 Ver Texto se opone al nuevo art. 2490 Ver Texto , ha quedado derogado. Muy
particularmente ha quedado derogado en cuanto a las acciones posesorias, que la nueva disposición legal le
niega expresamente a los servidores de la posesión.
3º El que trasmitió la propiedad de la cosa y se constituyó poseedor a nombre del adquirente. La ley se refiere
al constituto possesorio del que hemos hablado anteriormente.
4º El que continuó en poseer la cosa después de haber cesado el derecho de poseerla, como el usufructuario,
acabado el usufructo, o el acreedor anticresista. Esto significa que la ley reconoce el carácter de poseedor al
usufructuario o al acreedor anticresista; sólo en la estricta medida de la vigencia del contrato; y que vencido
el plazo en el cual debía devolver la cosa, no le reconoce ya el carácter de poseedor sino de simple tenedor.
Claro está que si vencido el plazo, el usufructuario o acreedor anticresista se resiste a devolver la cosa
desconociendo el derecho del propietario e intervierte su título, entonces empezará a poseer por derecho
propio y en razón de la interversión.
5º El que continúa en poseer la cosa después de la sentencia que le anulase su título o que le negase el
derecho de poseerla. Son aplicables en ese caso análogas reflexiones que hemos hecho respecto del caso
anterior, particularmente en lo que atañe a la interversión del título.
6º El que continuase en poseer la cosa después de reconocer que la posesión o el derecho de poseerla
pertenece a otro. A partir de ese momento ya no se comporta como quien pretende la posesión exclusiva de la
cosa, sino como quien la detenta o tiene a nombre de otro. Es decir, se trata de una situación que guarda
estrecha analogía con la del inciso 1º.
La enumeración del art. 2462 Ver Texto es meramente enunciativa; no excluye otros supuestos de tenencia.
Es verdad, la ley debería limitarse a establecer el concepto de lo que es posesión y de lo que es tenencia, sin
entrar a una casuística que siempre corre el riesgo de errores o insuficiencias. El codificador se dejó guiar, sin
duda, deliberadamente, por la misma intención didáctica de que están inspiradas muchas de las normas del
Código.
Esta regla no es sino una expresión del principio de la legítima defensa. Del mismo modo que una persona
atacada en su integridad física tiene derecho a defenderse con todos los recursos de hecho que sean
proporcionados al ataque, también puede hacer lo propio si es atacada su posesión. Lo contrario significaría
legitimar —aunque no fuera más que transitoriamente— el uso por la fuerza del usurpador, pues mientras el
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Derechos
atacado tendría que someterse dócilmente al uso de la injusta fuerza, apelando sólo al recurso generalmente
lento de la actuación judicial, el atacante mientras la justicia llega, estaría gozando de la cosa que ha
usurpado.
Vemos ahora cuáles son las condiciones del ejercicio de este derecho:
a) Ante todo, basta el hecho de la posesión. Es decir, se protege el hecho mismo de la posesión, sin
consideración a su naturaleza o carácter. Puede tratarse de la mera tenencia o aun ser viciosa. De lo que se
trata es de que una persona tiene en su poder o tenencia un bien; si otra pretende mejores derechos a la
propiedad, posesión o tenencia, debe hacerlos valer por vía judicial, pues lo contrario sería autorizar a que los
hombres se hicieran justicia por su propia mano.
b) En segundo lugar, es necesario que las circunstancias sean tales que los auxilios de la justicia llegarían
demasiado tarde. Al hablar de justicia, la ley entiende referirse a los órganos públicos competentes para la
protección de los derechos, inclusive los policiales. Y desde luego, ante la amenaza de un ataque o ante un
ataque ya perpetrado, lo razonable y pertinente es acudir a los órganos policiales, porque de lo contrario es
casi seguro que el auxilio llegaría después que el despojo se ha consumado.
Y, claro está, nunca o casi nunca la policía llegaría con la inmediatez necesaria si ya antes y simultáneamente
con el ataque, la propia víctima no ha opuesto la resistencia necesaria.
c) Debe oponerse a la fuerza, un fuerza suficiente, es decir una que sea idónea para repeler la agresión. Pero
sin exceso. La idea de que la fuerza a emplear no debe ser excesiva está mejor expresada en la última parte
del art. 2470 Ver Texto , en el que se dice que no debe excederse los límites de la propia defensa. Así, por
ejemplo, si el que pretende apoderarse de la cosa poseída por otro, es un hombre de débil contextura que se
presenta desarmado, sería excesivo e ilícito, repeler la agresión a balazos.
d) La ley no sólo autoriza a defender la posesión atacada, sino también a recuperarla, siempre que sea sin
intervalo de tiempo. Y es que entre la defensa de la posesión propiamente dicha y la recuperación de ella sin
intervalo de tiempo, la diferencia es tan sutil, que muchas veces será imposible trazar una línea divisoria
entre una y otra situación. La distinción es más conceptual que práctica.
Pero si el despojo se hubiera completado, por breve que fuera el intervalo de tiempo entre la desposesión y el
intento de recuperación, el uso de la fuerza privada está vedado. La posesión aun violenta, está protegida en
el sentido de que el despojo no puede usar las vías de hecho y tiene necesariamente que recurrir a la Justicia
para hacer valer sus derechos.
EL PROBLEMA EN EL CÓDIGO CIVIL.— Una de las clásicas controversias en nuestra vieja doctrina, era
la relativa a la identidad o dualidad de las acciones en interdictos posesorios. Prestigiosos maestros
sostuvieron que en realidad, los interdictos no eran sino la reglamentación procesal de las acciones posesorias
legisladas en el Código Civil (ver nota 2). Pero a despecho de todos los argumentos invocados en apoyo de
ese punto de vista y de la autoridad de quienes lo sostenían, en la jurisprudencia terminó por predominar
definitivamente el criterio de que acciones posesorias e interdictos eran remedios distintos; las primeras
exigían la anualidad y la ausencia de vicios (art. 2473 Ver Texto , C. Civil), en tanto que los segundos
protegían la posesión actual, aun viciosa (ver nota 3).
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Derechos
Siendo así, no es de extrañar que las acciones posesorias propiamente dichas, fueran cayendo poco a poco en
desuso. Aun cuando se contara con el requisito de la anualidad, aun cuando la posesión estuviera exenta de
vicios, era más cómodo y práctico el interdicto, que no obligaba a probar esos extremos y con el cual se
obtenía el mismo resultado. Si se recorren los repertorios de jurisprudencia, fácil será advertir el reducidísimo
número de casos de acciones posesorias propiamente dichas, al lado de una nutridísima casuística de
interdictos y de acciones de despojo (acción ésta que tampoco exigía probar la anualidad ni la falta de vicios,
art. 2490 Ver Texto , antigua redacción).
Pero cualquiera fuera su utilidad práctica, las acciones posesorias mantenían una caracterización jurídica
perfectamente diferenciada de los interdictos. Más aún, la jurisprudencia había declarado que luego del
interdicto, era posible intentar la acción posesoria (ver nota 4), independientemente, por cierto, de la petitoria.
Veamos ahora el impacto que sobre ese sistema han tenido el nuevo Código Procesal y la ley 17711 .
El Código Procesal comenzó por poner orden en aquella vieja controversia. Legisló por separado sobre
interdictos (arts. 603 Ver Texto a 622) y acciones posesorias (art. 623 Ver Texto ) disponiendo que los
primeros tramiten por juicio sumarísimo y los segundos por propio sumario. Con esto, la tesis de que los
interdictos no eran otra cosa que la regulación procesal de las acciones posesorias quedó definitivamente
ajusticiada.
El art. 623 Ver Texto contiene una disposición de gran interés práctico: deducida la acción posesoria o el
interdicto, posteriormente sólo podrá promoverse acción real. Ya no será posible, como algunos fallos lo
habían admitido, deducir primero el interdicto, luego la acción posesoria, más tarde la reivindicatoria. Se ha
querido, con loable criterio práctico, concluir con una acumulación innecesaria de juicios. Conforme con el
Código Procesal, quien vea atacada su posesión o su tenencia, deberá elegir entre el interdicto o la acción
posesoria. Si la vía elegida fracasa, sólo podrá intentar el petitorio.
Esto sentado, es evidente que el papel de las acciones posesorias propiamente dichas (excluimos la de
despojo, que casi se identifica con los interdictos) será necesariamente muy modesto. ¿Quién recurrirá a ellas
si puede valerse de un procedimiento más simple, más rápido y que exige la demostración de menos recaudos
que la acción posesoria? Claro está que puede decirse que el proceso sumario ofrece mayores garantías y
mejoras posibilidades de probar el derecho invocado que el sumarísimo; pero como lo que hay que probar en
el interdicto es tan simple (la simple tenencia y su turbación o despojo) no es casi concebible que se utilice
una vía más complicada y larga.
En otras palabras: la sanción del Código Procesal acentuó la agonía de las acciones posesorias. Y si no las
suprimió fue simplemente porque estando legisladas ellas en el Código Civil, la legislación de forma no
podía hacerlo.
23. EL PROBLEMA EN LA REFORMA DE 1968. — Veamos ahora las consecuencias que sobre todo
este problema tuvo la reforma introducida por la ley 17711 .
Ante todo es necesario pasar una ligera revista sobre los textos originarios del Código. Disponía el art. 2469
Ver Texto que cualquiera sea la naturaleza de la posesión, nadie puede turbarla arbitrariamente. Sin embargo,
en los arts. 2473 Ver Texto y siguientes el Código no se satisface con la mera posesión cualquiera fuera su
naturaleza, sino que exige de modo expreso para hacer viables las acciones posesorias, que aquélla sea anual
y no viciosa. La única manera lógica de conciliar estas disposiciones es admitir que el art. 2469 Ver Texto
tiene su campo de aplicación específica en la defensa extrajudicial de la posesión a que alude el artículo
siguiente; en tanto que los arts. 2473 Ver Texto y siguientes se refieren al ejercicio de las acciones (ver nota
5).
Hasta ahí el sistema de VÉLEZ parece claro. Pero luego viene el art. 2490 Ver Texto a introducir dudas. Dice
que corresponde la acción de despojo a todo poseedor despojado y sus herederos, de la posesión de
24
Derechos
inmuebles, aunque su posesión sea viciosa, sin obligación de producir título alguno contra el despojante, sus
herederos y cómplices, aunque sea el dueño del inmueble. Los interrogantes surgen de inmediato. ¿No era
que se requería una posesión anual y no viciosa, para ejercer las acciones posesorias? ¿Qué sentido tiene
reconocer una acción de restituir o recobrar la posesión (art. 2487 Ver Texto ), que exige posesión anual y no
viciosa, si al propio tiempo se concede una acción que tiene exactamente el mismo objeto (art. 2490 Ver
Texto ) y se concede a todo poseedor aun vicioso y no anual?
Este sistema confuso tiene origen en las diversas fuentes de que se sirvió VÉLEZ. Así, en la nota al art. 2470
Ver Texto , el codificador hace suyo un párrafo de SAVIGNY en el que éste sostiene que la protección de la
posesión no tiene su origen en la presunción de propiedad: y poco más adelante, en apoyo de la solución del
art. 2473 Ver Texto que exige el requisito de la anualidad y la falta de vicios cita a TROPLONG, quien dice
que la ley ve un cierto número de hechos de goces públicos, no interrumpidos y pacíficos, ella los ve
continuar durante un año; ―y de esos actos reiterados y patentes, deduce que el que los ejerce es propietario.
Asimilado el poseedor anual al propietario, quiere que no sea turbado hasta que se pruebe que el poseedor no
es propietario‖ (nota al art. 2473 Ver Texto ).
El art. 2469 Ver Texto , que ya hemos transcripto en su texto originario, fue reemplazado por el siguiente: La
posesión, cualquiera sea su naturaleza, y la tenencia, no pueden ser turbadas arbitrariamente. Si ello
ocurriere, el afectado tendrá acción judicial para ser mantenido en ellas, la que tramitará sumariamente en la
forma que determinen las leyes procesales. Las diferencias son palmarias: no sólo se protege la posesión sino
también la tenencia; y, muy importante, ya no se puede sostener que el art. 2469 Ver Texto estaba dirigido
exclusivamente al derecho de repulsar por la fuerza el intento de terceros de turbar la posesión, sino que
alude expresamente al derecho de intentar acciones posesorias.
A su vez, el art. 2490 Ver Texto fue reemplazado por el siguiente: Corresponde la acción de despojo a todo
poseedor o tenedor, aun vicioso, sin obligación de producir título alguno contra el despojante, sucesores y
cómplices, aunque fuere dueño del bien. Exceptúase de esta disposición a quien es tenedor en interés ajeno o
en razón de una relación de dependencia, hospedaje u hospitalidad. Nuevamente vemos aparecer en el texto
reformado al tenedor, con lo cual la ley 17711 no hizo sino consagrar una solución jurisprudencial unánime.
No obstante prescindir del requisito de la anualidad en los arts. 2469 Ver Texto y 2490 Ver Texto , la
Reforma de 1968 no derogó las normas que requieren la posesión anual y no viciosa como fundamento de las
acciones posesorias. Cabe preguntarse si estas normas se mantienen en vigencia. Por nuestra parte, no
dudamos que ellas han quedado tácitamente derogadas por la ley 17711 .
a) Los textos no derogados por la ley 17711 subsisten a menos que exista una contradicción palmaria e
insanable entre los textos nuevos y los viejos.
b) En el fondo, la ley 17711 no ha hecho otra cosa que consagrar legislativamente lo que era una
jurisprudencia constante. Y hasta el momento de la Reforma, a nadie se le ocurrió sostener que el requisito de
la anualidad y falta de vicios exigidos por los arts. 2473 Ver Texto y siguientes no tuviera plena vigencia.
25
Derechos
c) En caso de contradicción aparente entre dos textos vigentes, el intérprete debe esforzarse en conciliarlos.
En nuestro caso, esa conciliación sería posible manteniendo la regla de la anualidad y falta de vicios como
regla general para las acciones posesorias, con la excepción de la acción de despojo que protege la posesión o
tenencia simplemente actual, aún viciosa.
Estamos de acuerdo en que sólo una contradicción irreductible entre los textos de la ley 17711 y los textos no
suprimidos del Código, permite tener a estos por derogados. También lo estamos en que al modificar estos
textos, la ley 17711 ha hecho poco más que consagrar soluciones jurisprudenciales. Pero ese poco más es
importante. Hemos dicho ya que en el espíritu del Código, el art. 2469 Ver Texto se refería exclusivamente al
derecho de oponer la fuerza al uso de la fuerza; ahora está claro que se refiere también a las acciones
posesorias. Y las concede a todo poseedor o tenedor, cualquiera sea su naturaleza. No se exige la anualidad ni
la falta de vicios. Se alude expresamente a las acciones posesorias. ¿Cómo sostener entonces que no están
derogados los requisitos de la anualidad y falta de vicios con requisitos sine qua non de las acciones
posesorias?
Pero demos un paso más. Supongamos que con la preocupación de respetar los textos no derogados
expresamente, admitamos la existencia de las siguientes acciones: a) las posesorias propiamente dichas, que
exigirían la anualidad y falta de vicios; b) la de despojo, que protege la posesión actual aún viciosa; c) los
interdictos.
Aun admitiendo esta interpretación debemos aceptar que las acciones posesorias propiamente dichas si no
derogadas, están muertas. ¿Quién sería tan irrazonable de intentar una acción de recobrar la posesión si tiene
a su disposición la de despojo? ¿Quién intentaría las acciones de manutención o de obra nueva si tiene a su
disposición los interdictos de retener y de obra nueva?
Se ha producido así un hecho curioso. Mientras algunos autores y fallos (ver nota 6) sostenían una doctrina
monista de las acciones y los interdictos, fundados en la absorción de estos por aquéllas, de los nuevos textos
legales y de la jurisprudencia interpretativa ha surgido un nuevo monismo, pero de signo contrario: las
acciones posesorias han quedado absorbidas por los interdictos (admitiendo, como es evidente, que la acción
de despojo tiene todas las características de un interdicto y no de una acción posesoria propiamente dicha).
Es una consecuencia feliz. El verdadero fundamento de los remedios posesorios es la necesidad de evitar que
nadie se haga justicia por su propia mano. Si alguien tiene la posesión o la tenencia de una cosa, no es posible
que se admita que otra persona pueda despojarlo o turbarlo prevaliéndose de su fuerza. Quien pretende
derechos a esa cosa, debe recurrir a la justicia. De ahí que se proteja la simple tenencia. En suma, se trata de
la paz social, de la seguridad, del buen orden de las relaciones jurídicas. Una vez más, la buena senda fue
señalada por la jurisprudencia que ante textos contradictorios y aun adversos, impuso la solución más
práctica y útil.
De lo dicho hasta aquí parecería desprenderse la inutilidad de todo ulterior estudio sobre las acciones
posesorias, desde que ellas han quedado absorbidas por los interdictos. Pero no es así, porque el Código
contiene disposiciones que son aplicables genéricamente a cualquiera de las vías judiciales de protección de
la posesión, porque la acción de despojo mantiene toda su vigencia y actualidad y, finalmente, porque es
necesario analizar las disposiciones que el Código dedica a las acciones posesorias para establecer cuáles
mantienen su vigencia y cuáles han quedado derogadas como consecuencia de la ley 17711 .
DEFENSA DE LA TENENCIA: DEFENSA DE HECHO.— Según el art. 2470 Ver Texto basta el hecho
de la posesión para conferir el derecho de protegerse por sí mismo y repulsar la fuerza con el empleo de una
fuerza suficiente en el caso en que los auxilios de la justicia llegaran demasiado tarde. La doctrina es
unánime en considerar que al hablar del hecho de la posesión el Código incluye asimismo a la mera tenencia
(ver nota 8); lo que es lógico, pues en definitiva de lo que se trata es de poner un obstáculo más a la
pretensión de los terceros de hacerse justicia por su propia mano. Más aún: no ya lo tenedores, sino también
26
Derechos
los simples servidores de la posesión, tienen este derecho. Remitimos en este punto a lo que dijimos en su
oportunidad (nº 240).
EL PROBLEMA.— Uno de los temas más discutidos en torno a la posesión, es el fundamento de las
acciones e interdictos posesorios (ver nota 7). De las múltiples teorías sostenidas por los autores, cabe
destacar dos, que son las que concitan la mayor parte de las opiniones:
a) Para algunos, las acciones posesorias se brindan como un medio indirecto, si se quiere, pero muy eficaz, de
defensa de la propiedad. Es verdad que a veces las acciones posesorias se vuelven contra el dueño (como
ocurre en el caso de que el dueño turbe la posesión detentada por un tercero o lo despoje), pero esto viene a
ser algo así como una consecuencia no querida por la ley. Lo cierto es que generalmente la propiedad
coincide con la posesión, de donde resulta que el propietario tendrá a su disposición un medio rápido y eficaz
de defender sus derechos, sin necesidad de recurrir al petitorio.
Esta teoría no resulta convincente. Si las acciones posesorias pueden hacerse valer contra el dueño, no se ve
cómo puede sostenerse que ellas tienen por objeto protegerlo. Tampoco es exacto que la defensa del poseedor
o tenedor contra el dueño sea excepcional; en la práctica se da con bastante frecuencia.
b) Para una opinión que hoy puede considerarse predominante, el fundamento de las acciones posesorias no
es otro que una razón de orden público o, si se quiere, policial. De lo que se trata es de evitar que las personas
se hagan justicia por su propia mano; de impedir que se perturbe o prive al poseedor o tenedor del goce y
posesión de la cosa por las vías de hecho. En suma, se trata de proteger el orden y la seguridad jurídica.
Por nuestra parte pensamos que además de este fundamento de orden público, hay otros que justifican la
protección posesoria: a veces, brinda al propietario una acción rápida y eficaz contra el agresor de su
derecho; otras, protege a quien como simple poseedor o tenedor ha tenido una conducta socialmente valiosa
(cultura de la tierra, conservación de la casa, etc.). En suma, el fundamento de la protección posesoria no es
único, sino múltiple (véase nº 30).
¿SON ACCIONES REALES O PERSONALES?— Esta es una vieja cuestión derivada de la imprecisión
de los conceptos de acciones reales y personales (véase nº 1477).
La calificación como personal parece deducirse indubitablemente de los textos legales. El art. 2757 Ver
Texto enumera las acciones reales, callando las posesorias; el art. 2482 Ver Texto dispone que el que tuviere
derecho de poseer y fuere turbado o despojado en su posesión, puede intentar la acción real que le competa o
servirse de las acciones posesorias. En sentido coincidente, el art. 623 Ver Texto , C. Procesal, establece que
deducida la acción posesoria o el interdicto, posteriormente sólo podrá promoverse acción real.
Implícitamente, estos textos niegan el carácter de real a las acciones posesorias e interdictos.
Sin embargo, es indudable que las acciones posesorias reúnen de modo inequívoco todas las notas que
tipifican la acción real (véase nº 1477). Veamos: 1) se dan en protección de un derecho real, la posesión; 2)
su objeto es mantener al poseedor en el goce de su derecho y no de extinguir el derecho por el ejercicio de la
acción; 3) se dan no contra determinada persona, el deudor, sino contra cualquiera que turba el derecho y
cuantas veces éste sea turbado; 4) se dan no sólo contra el despojante sino también contra sus sucesores a
título particular (art. 2490 Ver Texto , ref. por ley 17711 ), es decir, confieren el jus persequendi; 5)
27
Derechos
finalmente, tramitan ante el juez del lugar en que está situado el inmueble (art. 5 Ver Texto , inc. 1º, C.
Procesal), es decir, se le aplican las reglas de competencia de las acciones reales.
Es necesario admitir, por lo tanto, que nos encontramos en presencia de típicas acciones reales (ver nota 8).
De no ser así, el concepto de acción real queda totalmente desdibujado y, lo que es más grave, sin contenido
normativo. ¿Qué sentido tiene decir que se trata de acciones personales, si se le aplica el régimen de las
acciones reales? Los conceptos jurídicos tienen significado sólo en cuanto se les pueda imputar ciertas
consecuencias jurídicas. Y si a las acciones posesorias se les imputa el régimen jurídico de las acciones
reales, son acciones reales. Sin embargo, debe hacerse la excepción de la acción de despojo, que parece
encuadrar mejor dentro del concepto de acción personal (véase nº 232).
COSAS CUYA POSESIÓN DA LUGAR A ESTAS ACCIONES.— En el sistema del Código Civil
solamente la posesión de cosas inmuebles daba lugar a las acciones posesorias (arts. 2487 Ver Texto y 2488).
VÉLEZ SARSFIELD había excluido las acciones posesorias respecto de los muebles con el inconveniente
argumento de que en relación con ellos la posesión vale título, de tal modo que siempre será necesario
entablar la acción de dominio (nota al art. 2488 Ver Texto ). El codificador omitió considerar que las cosas
muebles pueden detentarse sin animus domini y que aun teniéndolo respecto de las cosas robadas o perdidas,
no hay porqué obligar al dueño a seguir un largo pleito de reivindicación cuando puede tener a su disposición
la vía más expeditiva y suficiente de las acciones posesorias.
Por ello el nuevo art. 2488 Ver Texto (ref. por ley 17711 ) dispone expresamente que las cosas muebles
pueden ser objeto de acciones posesorias, haciendo la salvedad de que ellas no corresponden contra el
sucesor particular poseedor de buena fe de cosas que no sean robadas o perdidas. Es natural que así sea,
porque el sucesor particular poseedor de buena fe y a título oneroso de cosas que no son robadas ni perdidas,
es propietario conforme con la regla liminar del art. 2412 Ver Texto y puede rechazar cualquier acción no ya
solamente posesoria sino también reivindicatoria. (CONTINUA PAG 30)
15. CONCEPTO DE TURBACIÓN.— El art. 2496 Ver Texto define la turbación de la siguiente manera:
sólo habrá turbación en la posesión, cuando contra la voluntad del poseedor del inmueble, alguien ejerciere,
con intención de poseer, actos de posesión de los que no resulte una exclusión absoluta del poseedor.
Conforme con este texto, para que haya turbación es necesario: a) que un tercero realice actos de posesión; b)
que estos actos se realicen en contra de la voluntad del poseedor del inmueble; c) que se ejecuten con
intención de poseer; d) por último que de ellos no resulte una exclusión absoluta o total del poseedor.
a) Actos posesorios.— Para que haya turbación es indispensable, conforme con nuestra ley, que el turbador
realice actos materiales de posesión. Al decidirlo así, nuestro codificador se apartó de las fuentes francesas
que admiten el carácter turbatorio no solamente de los actos posesorios de hecho, sino también de las
turbaciones de derecho, consistentes en actos judiciales o extrajudiciales que afecten la posesión. Con buen
criterio, nuestro codificador limitó la órbita de las acciones posesorias a los actos materiales, es decir, a los
ataques de hecho contra la posesión (ver nota 2). Por ello, se ha declarado que la iniciación de una demanda
de deslinde por el propietario de un campo contra sus vecinos, no es un acto de turbación de la posesión (ver
nota 3); tampoco lo es la iniciación de una demanda por cobro de un crédito hipotecario que grava la finca
poseída por el que intenta el interdicto de retener (ver nota 4). Con igual criterio se ha declarado que las
resoluciones, declaraciones u órdenes contenidas en un decreto administrativo, aun en el caso en que
involucren una pretensión al dominio o a la posesión, no importan actos de turbación mientras no medien
vías de hecho (ver nota 5). Pero si las resoluciones administrativas o judiciales se transforman en hechos
prácticos y concretos de turbación, entonces es procedente la acción o el interdicto de mantener la posesión;
así ocurre, por ejemplo, con la mensura practicada por orden de autoridades administrativas o judiciales
28
Derechos
como acto preliminar para la atribución de derechos posesorios (ver nota 6) o con la colocación de carteles de
remate en el inmueble, la realización de la subasta y el diligenciamiento del mandamiento judicial de toma de
posesión (ver nota 7).
Se ha declarado que importan actos turbatorios de la posesión la introducción de ganado al campo del
poseedor actual (ver nota 8); la instalación de un puesto en campo del poseedor (ver nota 9); la extracción de
pedregullos en terrenos del poseedor (ver nota 10); el retiro de tranqueras (ver nota 11); la destrucción de
cercos y alambrados (ver nota 12).
En cambio no constituyen actos de turbación la construcción de ventanas a una distancia inferior a la prevista
en el art. 2658 Ver Texto , Código Civil (ver nota 13); ni el embargo de las rentas de un inmueble (ver nota
14).
El mismo principio de que se requiere para que exista turbación la realización práctica de actos materiales de
posesión, ha fundado la decisión de que las simples amenazas o la posibilidad de una perturbación no bastan
y que es necesaria una turbación efectiva en la posesión o tenencia (ver nota 15).
b) Actos realizados contra la voluntad del poseedor del inmueble.— Conforme con el art. 2496 Ver Texto , es
indispensable que el acto turbatorio se haya realizado en contra de la voluntad del poseedor del inmueble. De
donde surge que si la posesión ha sido entregada voluntariamente por el actor, es improcedente la acción o el
interdicto posesorio (ver nota 16); y un Tribunal ha llegado a decidir que el mismo principio se aplica aun
cuando la posesión se haya entregado bajo presiones de orden moral (ver nota 17). La doctrina que surge del
fallo citado en último término, nos parece inaceptable; las presiones de orden moral importan una verdadera
intimidación y no es admisible que la conducta ilícita de quien ha logrado la posesión por tales medios se
encuentre a cubierto de las acciones posesorias. Las presiones morales son una forma de violencia y debe
medírselas con el mismo criterio que la violencia física.
Por igual razón deben excluirse del concepto de turbación los actos celebrados como consecuencia de un
contrato entre el poseedor y el que realiza los actos (ver nota 18); pero es indudable que si el que ha
contratado con el poseedor excediera notoriamente las facultades que le concedía el contrato, entonces puede
haber una verdadera turbación de la posesión.
c) Actos realizados con intención de poseer.— El requisito de que el turbador proceda con intención de
poseer no solamente ha sido enunciado en el art. 2496 Ver Texto , sino que en el artículo siguiente se insiste
en la idea, disponiéndose que si el acto de la turbación no tuviese por objeto el hacerse poseedor el que lo
ejecuta, la acción del poseedor será juzgada como indemnización del daño y no como acción posesoria.
En el Código lo que se requería para la procedencia de la acción de manutención era la intención de poseer,
en el sentido propio y estricto; pero como después de la reforma de la ley 17711 , las acciones posesorias
cubren no sólo la posesión sino también la tenencia, es evidente que de lo que se trata actualmente es de la
intención del turbador de tomar la posesión o la tenencia del bien.
De lo dicho surge que puede haber actos que importen una verdadera molestia o turbación para el poseedor y
que, sin embargo, no sean turbación en sentido técnico porque el que los ejecuta no tiene intención de tomar
la posesión o la tenencia del bien. Por ello se ha declarado que no constituye acto de turbación la
construcción de una ventana a una distancia inferior a la prevista en el art. 2658 Ver Texto del Código Civil
(ver nota 19). Tampoco constituyen actos turbatorios de la posesión las llamadas ―inmisiones‖ lumínicas,
sonoras, etc., como son las luces, ruidos, olores, humaredas, etc., que penetran en propiedades vecinas, las
que dan derecho a una acción para que cesen las molestias o para la reparación de los daños, tal como lo
prevé el nuevo art. 2618 Ver Texto , pero no a una acción o interdicto de manutención de la posesión o
tenencia.
29
Derechos
Es de advertir que cuando el Código exige el requisito de la intención de poseer para abrir la acción o el
interdicto de mantener en la posesión, no se alude a la intención íntima del turbador, sino a aquella que se
trasunta objetivamente de su conducta. Y esto es así por la muy simple razón de que el Derecho juzga las
intenciones de los hombres a través de su conducta extrema; de tal manera que si esa conducta extrema,
valorada con un criterio medio, permite razonablemente inferir la existencia de una voluntad de poseer,
aunque esa voluntad o intención no haya estado en el ánimo verdadero del turbador, la acción es igualmente
procedente (ver nota 20).
El art. 2497 Ver Texto contiene una disposición singular. Establece que si el que ejecuta el acto de molestia o
turbación, no tiene por objeto hacerse poseedor, la acción del poseedor será juzgada como de indemnización
de daños y no como posesoria. De tal modo que si los actos no importan una pretensión a la posesión o
tenencia del bien, pero ha existido y significado molestias para el poseedor, el juez debe rechazar la acción
posesoria y, en cambio, puede disponer la reparación de los daños y perjuicios, aunque estos no se hubiesen
reclamado.
El propósito del legislador ha sido, sin duda, evitar un nuevo pleito, y desde ese punto de vista, la solución es
plausible. Pero en la práctica, si los daños no se hubieran reclamado, la sentencia deberá limitarse a reconocer
al actor el derecho a pedirlos. Cabe preguntarse si la fijación de su monto ha de tramitar por juicio aparte o si
puede hacerse en el procedimiento de ejecución de sentencia. Por nuestra parte, nos inclinamos por la
primera solución, única que permite una consideración seria del problema frecuentemente delicado de la
prueba y valuación de los daños. De este modo, en la práctica se ve frustrado el propósito del legislador de
evitar un nuevo pleito. Y es que si no se ha accionado por daños y perjuicios (siendo que esta acción puede
acumularse con la posesoria, art. 2494 Ver Texto ), fijarlos resulta contrario al debido proceso y al principio
procesal de que el juez debe ceñirse a las cuestiones planteadas en la litis contestatio.
d) Falta de exclusión absoluta del poseedor.— La turbación supone que el poseedor se mantiene en la
posesión en el cual ha sido turbado y molestado; si, por el contrario, los actos del tercero hubieran tenido
como resultado excluirlo totalmente de la posesión, entonces no habría turbación sino despojo (art. 2497 Ver
Texto ).
Aunque la idea es en sí misma clara, en la práctica puede ser dudoso si la persona ha quedado totalmente
excluida de la posesión o no. Ésta es una cuestión de hecho, que el juez resolverá en cada caso. Pero si se ha
intentado la acción de despojo y el juez encuentra que sólo ha habido turbación o viceversa, no por ello cabe
el rechazo de la demanda. El problema se resuelve simplemente por aplicación del principio procesal de que
las partes exponen los hechos y el juez aplica el derecho correspondiente; de tal manera que si el actor ha
llamado turbación a lo que ha sido, en verdad, despojo o viceversa, el juez aplicará el derecho que
corresponda al caso, porque de lo que en definitiva se trata es de una acción tendiente a impedir que un
tercero ejerza ilegítimamente actos de posesión sobre el bien perteneciente al demandante (ver nota 21).
Esta disposición, al decir cualquiera sea su naturaleza, alude claramente a la posesión aun viciosa; además y
de manera expresa, se conceden las acciones al simple tenedor. Está claro, pues, que los requisitos de
anualidad y falta de vicios exigidos en los artículos 2473 Ver Texto y siguientes han quedado tácitamente
derogados por la reforma introducida por la ley 17711 al art. 2469 Ver Texto . Igualmente clara es la
30
Derechos
derogación tácita del art. 2480 Ver Texto según el cual sólo la posesión a título de propietario daba acciones
posesorias. Esta interpretación se reafirma por al nueva redacción dada al art. 2490 Ver Texto sobre acción
de despojo, a la cual aludiremos más adelante.
Cabe señalar, sin embargo, que la reforma es menos trascendente de lo que parece ser. Ya en el sistema del
código los requisitos de la anualidad y falta de vicios tenían un campo de aplicación extraordinariamente
reducido. El poseedor aún vicioso tenía acción de despojo (art. 2490 Ver Texto , redacción originaria);
además, la posesión no tenía necesidad de ser anual cuando era turbada por el que no es un poseedor anual ni
tiene sobre la cosa ningún derecho de posesión (art. 2477 Ver Texto ); finalmente, los interdictos protegían la
posesión actual, no anual, de donde resultaba que estos requisitos de la anualidad y falta de vicio no eran un
obstáculo para que el poseedor no anual y vicioso pudiese defenderse contra los ataques de terceros a su
posesión.
Como consecuencia de la reforma del art. 2469 Ver Texto han quedado tácitamente derogados el art. 2473
Ver Texto , que establece el requisito de la anualidad y falta de vicios; el 2474 Ver Texto , 2475 y 2476 que
establecen la forma como pueden unirse las posesiones de dos poseedores sucesivos; el art. 2477 Ver Texto ,
que liberaba del requisito de la anualidad, cuando la turbación provenía de quien no era poseedor anual; el
art. 2478 Ver Texto , que privaba de acciones posesorias a quien había adquirido la posesión con violencia; el
art. 2480 Ver Texto , que sólo concedía las acciones posesorias a quien poseyera a título de propietario; y,
finalmente, el art. 2481 Ver Texto que establecía que la posesión anual para dar derecho a las acciones
posesorias debía ser continua y no interrumpida.
Advertimos que ninguna de estas disposiciones ha sido derogada expresamente por la ley 17711 ; pero es
obvia su derogación táctica por resultar incompatible con el nuevo art. 2469 Ver Texto que expresamente
confiere las acciones posesorias a todo poseedor o tenedor, cualquiera sea la naturaleza del derecho que
ostentare.
Hemos dicho ya que las acciones corresponden a todo poseedor o tenedor; en consecuencia, gozan de ellas
los copropietarios sin necesidad del concurso de los otros copropietarios (art. 2489 Ver Texto ); el
usufructuario (art. 2876 Ver Texto ); el usuario y el titular del derecho de habitación (art. 2950 Ver Texto );
el acreedor anticresista (art. 3239 Ver Texto ) y el prendario (art. 3205 Ver Texto ); el titular de heredades
dominantes (art. 3030 Ver Texto ); el titular del derecho de retención (art. 3944 Ver Texto ). Como después
de la reforma del art. 2469 Ver Texto , las acciones posesorias corresponden a todo poseedor, aun vicioso, y a
todo tenedor, es aplicable a todas estas acciones la jurisprudencia elaborada en torno a la acción de despojo.
Puesto que el despojado no está obligado a producir título alguno contra el despojante, aunque sea dueño del
inmueble, cualquier tenedor puede ejercer las acciones posesorias, sea que su tenencia deriva de una
situación de hecho, o de un contrato, como, por ejemplo, el locatario (ver nota 9), el comodatario (ver nota
10), el depositario; el contrato de garage ha dado lugar a jurisprudencia contradictoria, pues mientras algunos
fallos se inclinan por negarle al dueño del automóvil una acción posesoria contra el garagista (ver nota 11),
otros, por el contrario, le han reconocidos dichas acciones aun en el caso en que el automóvil no tenga una
ubicación fija en el garage (ver nota 12); se ha declarado, asimismo, que es viable el interdicto de recobrar
deducido contra el socio gerente de una sociedad industrial a quien otro socio y gerente impide mediante
clausura el acceso al local donde aquélla desarrolla sus actividades (ver nota 13).
En cambio carecen de acciones posesorias los llamados sirvientes de la posesión; el art. 2490 Ver Texto en su
actual redacción excluye expresamente de la titularidad de estas acciones a quien es tenedor en interés ajeno
o en razón de una relación de dependencia, hospedaje u hospitalidad. Esta solución prevista para la acción de
despojo es obviamente extensible a cualquier otra acción o interdicto posesorio. De lo que se trata es de negar
las acciones posesorias a los servidores de la posesión. Ésta es una solución que consulta graves razones de
interés práctico. Suele ocurrir que el encargado de una casa de rentas, la sirvienta de una familia, una vez
despedidos, se niegan a abandonar la habitación que se les cedió en razón del servicio que prestaban. Si el
empleador (sea propietario, inquilino, usufructuador, etc.) consigue sacarlos de la habitación y luego impide
su entrada, está en su derecho: el dependiente o huésped carece de acciones posesorias (ver nota 14). Esta
31
Derechos
norma reconoce su fuente directa en el art. 1168 del Código Civil italiano según el cual la acción se reconoce
al detentador de la cosa, ―salvo el caso de que la tenga por razones de servicio u hospitalidad‖. Y concuerda
con la jurisprudencia anterior a la reforma que había decidido que quien habitaba una dependencia del
inmueble y al prescindir de sus servicios se niega a entregarla, comete delito de usurpación (ver nota 15).
En cuanto al constructor, le corresponden las acciones posesorias en ejercicio de su derecho de retención (art.
3944 Ver Texto ); pero el constructor de la obra no puede deducir el interdicto de despojo cuando no tiene a
su cargo la totalidad de ella, sino que su trabajo se desarrolla paralelamente al de otros contratistas (ver nota
16). Tampoco se le ha reconocido tal derecho cuando las obras son simples ampliaciones que no han
requerido la tenencia exclusiva de la totalidad del inmueble (ver nota 17), aunque sería procedente si se
acreditara la realización de tales ampliaciones en una parte independiente de la finca, sobre la cual se ha
tenido la tenencia exclusiva (ver nota 18).
También se ha declarado el derecho de interponer acciones posesorias al inquilino que desde hace quince
años ocupaba una habitación en un hotel, de la que fue privado contra su voluntad sustituyéndosela por otra
(ver nota 19).
CONTRA QUIÉN SE DA LA ACCIÓN.— Las acciones posesorias se dan contra toda persona que turbare
o despojare de su posesión al accionante. Con relación a la acción de despojo, el art. 2490 Ver Texto dice que
la acción corresponde contra el despojante, sus sucesores y cómplices, aunque fuera dueño del bien. En
relación a los sucesores, el artículo siguiente agrega que el desposeído tendrá acción para exigir el reintegro
contra el autor de la desposesión y sus sucesores universales y contra los sucesores particulares de mala fe.
Lo que significa que el sucesor particular de buena fe, sea a título oneroso o gratuito, no puede ser
demandado.
Aunque estas normas se refieren concretamente a la acción de despojo, es evidente que deben aplicarse a
todas las acciones posesorias. Estas normas no confieren propiamente una acción reipersecutoria, desde que
los sucesores particulares de buena fe están protegidos contra ellas. Es la mala fe del sucesor particular lo que
permite que se accione contra él; la ley confiere acción a todos los que han sido cómplices en el despojo, sea
por haber facilitado el hecho mismo, sea porque por maniobras posteriores se pretende dificultar la acción del
despojado para recuperar la posesión.
Sin embargo, hay verdaderos efectos reipersecutorios en los siguientes casos: que se trate de los sucesores
universales de un poseedor de mala fe y que se trate de un poseedor de buena fe (y sus sucesores universales)
de cosas robadas o perdidas (art. 2488 Ver Texto y 2490 Ver Texto ).
La acción de despojo puede dirigirse contra el despojante, aunque afirme actuar a nombre o en interés de
terceros (ver nota 20).
32
Derechos
prestándolo por haber expirado mucho tiempo antes su concesión, sin que aquélla procediera a expropiarlos o
concertara otra concesión (ver nota 26); contra la provincia que, sin cumplir los requisitos legales, abrió por
la fuerza un camino y lo libró al uso público no obstante la oposición de los poseedores (ver nota 27); contra
la provincia que sin el juicio correspondiente y sin haber depositado judicialmente el precio en que estimaba
el inmueble ha desposeído al dueño, sin que sea un óbice el derecho de expropiación derivado de leyes
especiales y las razones de urgencia que invoca la demandada (ver nota 28).
JUEZ COMPETENTE.— Para entender en las acciones posesorias e interdictos relativos a bienes
inmuebles es competente el juez del lugar en que está situada la cosa; tratándose de acciones relativas a
bienes muebles es competente el del lugar en donde se encuentra la cosa o el del domicilio del demandado a
elección del actor; y si la acción versare sobre bienes inmuebles y muebles conjuntamente, el lugar donde
estuvieran situados los inmuebles (art. 5 Ver Texto , incisos 1º y 2º, C. Procesal).
PROCEDIMIENTO.— Las acciones posesorias tramitan por juicio sumario (art. 623 Ver Texto , C.
Procesal) y los interdictos por vía sumarísima (arts. 607 Ver Texto , 611 Ver Texto , 615 Ver Texto y 619
Ver Texto , C. Procesal).
Precisamente refiriéndose al supuesto de duda, dice el artículo 2471 Ver Texto que siendo dudoso el último
estado de la posesión entre el que se dice poseedor y el que pretende despojarlo o turbarlo en la posesión, se
juzga que la tiene el que probare una posesión más antigua. Si no constase cuál fue la más antigua, júzgase
que poseía el que tuviese derecho de poseer o mejor derecho de poseer.
Es una solución lógica. La ley supone un estado de posesión dudoso; hay dos personas que han presentado
pruebas acerca de su posesión; no se puede determinar ni siquiera quién ejerció antes la posesión; en ese
caso, la ley se inclina por considerar poseedor a quien tiene título para poseer o mejor derecho de poseer, es
decir a quien prueba su dominio, usufructo, derecho de servidumbre, anticresis, etc. Es la buena solución,
porque tiende a la consolidación de los derechos del propietario o titular de un derecho real.
Bien entendido que esta prueba del derecho a poseer sólo tiene importancia en caso de verdadera duda; el art.
2472 Ver Texto lo dice muy claramente; fuera del caso del artículo anterior, la posesión nada tiene de común
con el derecho de poseer y será inútil la prueba en las acciones posesorias del derecho de poseer por parte del
demandante o demandado.
En otras palabras, una cosa es la posesión en sí misma y otra el derecho a poseer; de lo que se trata en las
acciones posesorias y los interdictos es de la posesión en sí misma; el derecho a poseer es materia del
petitorio que constituye un problema independiente como hemos de verlo a continuación.
33
Derechos
PRESCRIPCIÓN.— Las acciones posesorias prescriben el a~o contado desde al turbación o desposesión
(arts. 2493 Ver Texto y 4038 Ver Texto ).Este plazo es desde luego aplicable a los interdictos que son
también acciones posesorias en sentido lato (ver nota 31).
El término, sin embargo, no empieza a correr si los actos de turbación o despojo no son públicos (ver nota
32). Claro está que aun los actos clandestinos o no públicos hacen correr el término si se prueba que el
poseedor turbado o despojado tuvo conocimiento de ellos.
Este sistema tenía el inconveniente de generar la posibilidad de tres litigios en torno a una misma posesión; el
nuevo Código Procesal estableció que deducida la acción posesoria o el interdicto, posteriormente sólo podrá
promoverse acción real (art. 623 Ver Texto ). Vale decir, no se conciben ya estas tres etapas sino solamente
dos: los interdictos o las acciones posesorias y la petitoria.
En lo que hace a la relación entre las acciones posesorias (incluidos lo interdictos) y la acción reivindicatoria,
el art. 2482 Ver Texto dice: el que tuviere derecho de poseer y fuere turbado o despojado en su posesión,
puede intentar la acción real que le competa o servirse de las acciones posesorias; pero no podrá acumular el
petitorio y el posesorio. Si intentase acción real, perderá el derecho a intentar las acciones posesorias, pero si
usase de las acciones posesorias podrá usar después de la acción real.
Es igualmente lógico que si se intentare previamente la acción real, se pierda luego el derecho a intentar las
acciones posesorias desde que, ya se ha dicho, éstas están comprendidas en aquéllas. En cambio, si se usase
de las acciones posesorias, podrá después usarse de la acción real. Esto es así porque las acciones posesorias
y los interdictos son remedios sumarios que permiten resolver rápidamente el conflicto originado en la
turbación o desposesión. Por ello se reconoce al dueño el derecho de intentar esta vía sumaria,
independientemente de la prueba de su derecho de propiedad. Pero puede ocurrir que la acción sumaria le sea
desfavorable, lo que no lo priva de ejercer la acción petitoria pues una cosa es la posesión y otra el derecho
de poseer (art. 2472 Ver Texto ).
Cuando el propietario opta por seguir la vía sumaria de las acciones posesorias, no podrá intentar el petitorio
antes de que la instancia posesoria haya terminado (art. 2484 Ver Texto ). Ésta es una regla que hace al mero
ordenamiento del proceso y que, por consiguiente, era más propia de un Código Procesal que del Código
Civil.
De conformidad con los principios antes señalados, el fallo recaído en las acciones posesorias no hace cosa
juzgada sobre el petitorio; ello no impide, sin embargo, que el juez del petitorio pueda y deba tener en cuenta
las conclusiones del primero en cuanto a hechos y situaciones jurídicas propias de la posesión (ver nota 34).
En sentido concordante con el art. 2482 Ver Texto , el art. 2485 Ver Texto dice que el demandante en el
juicio petitorio no puede usar de acciones posesorias por turbaciones en la posesión anteriores a la
introducción de la demanda. Y agrega: pero el demandado puede usar de acciones por perturbaciones en la
posesión anteriores a la demanda (art. 2485 Ver Texto , in fine). La disposición es lógica, porque la
circunstancia de haber sido demandado por acciones petitorias no le puede privar a quien fuere turbado o
desposeído del derecho de utilizar los remedios sumarios que la ley le concede.
34
Derechos
En otras palabras: si bien la iniciación del juicio petitorio importa para el actor la renuncia a las acciones
posesorias, la circunstancia de contestar la demanda no lo priva al demandado de intentar a su vez las
acciones posesorias en virtud de turbaciones anteriores o posteriores a la fecha de la traba de la litis.
Finalmente, el Código contiene en esta materia algunas reglas de naturaleza puramente procesal. Así, el art.
2483 Ver Texto establece que el juez del petitorio puede sin embargo y sin acumular el petitorio y posesorio
tomar en el curso de la instancia, medidas provisorias relativas a la guardia y conservación de la cosa
litigiosa; disposición evidentemente sobreabundante e inútil por referirse a las medidas precautorias que son
propias de cualquier juicio. El art. 2484 Ver Texto establece que iniciado el juicio posesorio, el petitorio no
puede tener lugar antes que la instancia posesoria haya terminado; y el art. 2486 Ver Texto dispone que el
demandado vencido en el posesorio no puede comenzar el juicio petitorio sino después de haber satisfecho
plenamente las condenaciones pronunciadas contra él.
Todas las disquisiciones jurídicas trabadas en torno a este problema interpretativo, quedaron superadas por
los hechos. Porque habiendo una acción que permitía recuperar la posesión sin tener que probar ni el animus
domini, ni la anualidad ni la falta de vicios, ¿quién habría de ser tan carente de sentido común para elegir el
camino que exigía probar todos esos requisitos? La acción de restitución de la posesión (si es que realmente
fue concebida como distinta de la del art. 2490 Ver Texto ) desapareció de la práctica judicial, borrada por la
acción de despojo.
Después de la sanción de la ley 17711 , aquella discusión ha perdido el poco sentido que tenía. El nuevo art.
2469 Ver Texto confiere las acciones posesorias no sólo al poseedor propiamente dicho, sino también al
tenedor, cualquiera fuere la naturaleza de su posesión, es decir, aunque fuere no anual o viciosa. De esta
manera, todo vestigio de distinción entre la acción de restitución, del art. 2487 Ver Texto , y la acción de
despojo, legislada en el art. 2490 Ver Texto , ha desaparecido.
En cuanto al interdicto de recobrar la posesión, legislado en el Código Procesal, ninguna diferencia tiene con
la acción de despojo, como no sea que ésta debe tramitar por juicio sumario en tanto que el primero tramite
por el procedimiento sumarísmo. Ya se ha explicado en otro lugar, el porqué de esta dualidad procesal (véase
nº 188), que hoy no se justifica considerando la total identidad legal de una y otra acción conferida al simple
tenedor.
CONCEPTO DE DESPOJO.— Despojo significa privación total o parcial de una cosa. Si un tercero realiza
actos posesorios sin impedir que el poseedor también los realice simultáneamente, hay turbación y no
despojo. Sin embargo, esto no requiere necesariamente la exclusión del anterior poseedor de toda la cosa;
basta que lo excluya de una de sus partes, como puede ser una habitación de un inmueble.
Si sobre esta idea no hay divergencias, sí las ha, en cambio, respecto de los medios que deben emplearse para
que quede configurado el despojo:
35
Derechos
a) Para algunos autores, el despojo exige el ejercicio de la violencia (ver nota 4); la privación de la posesión
por medios clandestinos o por abuso de confianza no permitiría el ejercicio de esta acción. Fácil es apreciar
que esta doctrina se vincula con el problema, que hemos examinado en el número anterior, de la unidad o
dualidad de las acciones de recobrar la posesión en nuestro derecho. La teoría que limita el despojo al
supuesto de la violencia, abre el campo para admitir la autonomía de una acción posesoria de restitución,
independiente del despojo propiamente dicho, que cabría en los supuestos de clandestinidad o abuso de
confianza. Pero es una distinción arbitraria, no fundada en ningún texto legal y que no tiene justificación
razonable. Lo que en definitiva interesa es que una persona haya sido privada de la tenencia que tenía de una
cosa y que esa privación se haya consumado por medio ilegítimo. ¿Por qué distinguir entre violencia, por una
parte, y clandestinidad o abuso de confianza, por la otra? ¿Acaso el poseedor no ha sido en cualquier caso
privado de la cosa por medio ilegítimo?
b) La jurisprudencia, luego de algunas vacilaciones, no tardó en decidirse por la buena tesis: hay despojo
siempre que una persona ha sido privada de la cosa por violencia o clandestinidad (ver nota 5) o abuso de
confianza (ver nota 6). Como lo acabamos de ver, toda distinción entre esas situaciones o causas de privación
de la tenencia es arbitraria. Es propia de los juristas que no resisten la tentación de partir un pelo en dos, sin
cuidarse mayormente de las consecuencias beneficiosas o perjuidiciales de sus teorías. Pero los jueces
difícilmente caen en ese error. Ante ellos se presenta la vida real y tratan de que las instituciones jurídicas
sirvan a esa realidad viviente.
La posesión es clandestina cuando los actos de toma de posesión fueron ocultos o se tomaron en ausencia del
poseedor o adoptando precauciones para sustraerla al conocimiento de la persona que tenía derecho a
oponerse (art. 2369 Ver Texto ). Aunque la nocturnidad de los actos posesorios contribuye a configurar más
claramente la clandestinidad en modo alguno es suficiente haber actuado a la luz del día para excluirla (ver
nota 7). Así, por ejemplo, se ha declarado que existe clandestinidad cuando el demandado, actuando en forma
oculta y sorpresiva, aprovechándose que obraba en su poder una llave del departamento, instaló en él una
oficina en horas de la mañana, cuando no había nadie en el lugar (ver nota 8).
Existe abuso de confianza si el demandado ha utilizado recursos engañosos o fraudulentos para tomar la
posesión o se pretende transformar en posesión o tenencia la condición de servidor de la posesión. Así ocurre
si el sirviente o huésped se niega a abandonar la tenencia de la habitación que le ha proporcionado el
poseedor (ver nota 9). Buen ejemplo de despojo obtenido por engaños o maniobras fraudulentas es un caso
resuelto por los tribunales de la Capital: el locador pidió al locatario que le dejase el inmueble por unos poco
días para realizar una refacción y luego de hecha ésta se negó a restituirlo (ver nota 10); la Cámara Civil hizo
lugar a la acción, juzgando que ha mediado abuso de confianza.
EL ART. 2490 Y SU REFORMA.— En su anterior redacción, el art. 2490 Ver Texto disponía que
corresponde la acción de despojo a todo poseedor despojado y sus herederos, de la posesión de inmuebles,
aunque su posesión sea viciosa, sin obligación de producir título alguno contra el despojante, sus herederos y
cómplices, aunque sea el dueño del inmueble.
El texto se prestaba a dudas. ¿Se protegía sólo al poseedor, no al tenedor? ¿Era necesaria la posesión anual?
La jurisprudencia no tardó en interpretarlo con máxima amplitud. Declaró que la acción de despojo, más que
una acción posesoria propiamente dicha, era una medida de carácter policial cuya finalidad inmediata es
impedir que se altere el orden establecido, y la concedió aun al simple tenedor no anual (ver nota 11). Esta
jurisprudencia fue recogida por la ley 17711 , que dio a dicho artículo la siguiente redacción: corresponde la
acción de despojo a todo poseedor o tenedor, aun vicioso, sin obligación de producir título alguno contra el
despojante, sucesores y cómplices, aunque fuera dueño del bien. Exceptúase de esta disposición a quien es
tenedor en interés ajeno o en razón de una relación de dependencia, hospedaje u hospitalidad.
Las diferencias más notables entre los dos textos son las siguientes:
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Derechos
a) Se incluye expresamente entre las personas a quienes se concede la acción a los simples tenedores, con lo
cual no se hizo recoger la jurisprudencia imperante.
b) Se dispuso excluir de la protección posesoria a los servidores de la posesión (véase nº 198), con lo cual se
precisó una solución que había originado dudas.
c) Se eliminó la referencia a los inmuebles, porque hoy la protección posesoria se extiende también a los
muebles (art. 2488 Ver Texto ).
Hemos dicho en el párrafo anterior que con el loable propósito de extender el ámbito de la acción de despojo
también a la simple tenencia, la jurisprudencia declaró reiteradamente que no se trataba de una acción
posesoria propiamente dicha, sino más bien de una medida de carácter policial. De esta manera se salvaba el
escollo que era la exigencia de la posesión anual a título de dueño que caracteriza en el Código a las acciones
posesorias. Pero se ha dicho ya que hoy todas las acciones posesorias se conceden aun al simple tenedor sea o
no anual (véase nº 196), de modo que quedan eliminadas las diferencias que distinguían a la acción de
despojo de las otras posesorias. En el régimen actual, no cabe ya decir que la acción de despojo no es una
acción posesoria propiamente dicha.
QUIÉNES TIENEN LA ACCIÓN Y CONTRA QUIÉNES: REMISIÓN.— Hemos tratado estos temas
en los números 196 y siguientes, a los cuales remitimos.
EXTREMOS QUE DEBEN PROBARSE.— Conforme con el art. 2494 Ver Texto , el actor debe probar
los siguientes extremos: a) su posesión, entendiendo por tal inclusive la mera tenencia, sea o no viciosa (art.
2494 Ver Texto ); b) el despojo; c) el tiempo en que el demandado lo cometió.
Los dos primeros requisitos son esenciales. Sin posesión o tenencia, no hay acción; sin la prueba del despojo,
el actor carecería de causa para accionar. En rigor, la acción de despojo tiene dos aspectos: en cuanto tiende a
la recuperación de la cosa es real y son demandables el despojante y sus sucesores—sea a título universal o
particular— sean de buena o mala fe; en cuanto acción de daños y perjuicios son demandables el despojante,
sus cómplices, sus sucesores universales y los sucesores particulares de mala fe.
En cuanto al tiempo en que el demandado lo cometió, esta exigencia se vincula con el plazo de prescripción
de la acción, que es de un año (art. 2493 Ver Texto ). Pensamos que hay un error de técnica jurídica en esta
exigencia. La prescripción es una excepción, cuya alegación y prueba corresponde al demandado. Y por ello
creemos que en rigor, al actor le basta con probar la posesión y el despojo, ya que mientras el demandado no
oponga la prescripción, la acción del despojado es igualmente procedente, cualquiera sea el tiempo en que él
se produjo.
ALCANCE DE LA CONDENA.— Establece el art. 2494 Ver Texto : Juzgada la acción, el demandado
debe ser condenado a restituir el inmueble con todos sus accesorios, con indemnización al poseedor de todas
las pérdidas e intereses y de los gastos causados en el juicio, hasta la total ejecución de las sentencias.
Anotamos que el texto se refiere exclusivamente a los inmuebles, porque en el sistema del Código los
muebles no estaban protegidos por las acciones posesorias; después de la reforma de la ley 17711 , ellos
también están cubiertos por estas acciones.
En cuanto a los daños y perjuicios, si no se hubieran probado, la sentencia debe limitarse a establecer el
derecho a percibirlos por parte del actor en la medida en que los prueba en juicio sumario ulterior.
37
Derechos
UNIFICACIÓN DE ESTAS DEFENSAS POSESORIAS.— Hemos dicho anteriormente que la ley 17711 ha
producido una práctica refundición de acciones e interdictos posesorios (ver. nº 189). En el caso concreto que
ahora consideramos (acción e interdicto de mantener la posesión), esa unificación es particularmente clara.
En el Código, la distinción consistía en lo siguiente: a) la acción protegía la posesión anual, el interdicto, la
actual; b) la acción protegía la posesión no viciosa, el interdicto inclusive la viciosa; c) la acción amparaba
sólo los inmuebles, en tanto que el interdicto cubría también los muebles; d) la acción no amparaba la
tenencia, el interdicto sí. Por efecto de lo dispuesto en el art. 2469 Ver Texto , la acción de manutención de la
posesión cubre también la posesión no anual, viciosa, e inclusive, la simple tenencia; de acuerdo con el art.
2488 Ver Texto , protege también los muebles.
Como puede apreciarse no hay diferencias en lo que atañe a los recaudos de fondo entre acción e interdicto.
Sin embargo, el Código Procesal dispone que la primera tramita por vía sumaria y el segundo, por vía
sumarísima. Esta diferencia se explica porque el Código Procesal se dictó antes que la ley 17711 , y cuando
todavía se conservaban diferencias sustanciales entre acciones e interdictos. Desaparecidas esas diferencias,
no se justifica ya la diversidad de procedimiento. Pero lo cierto es que la doble vía está consagrada en el
Código Procesal, lo que significa que las partes pueden optar por una u otra.
Cualquiera de estas vías que se adopte, el actor vencido no tendrá ya otro recurso que el petitorio (art. 623
Ver Texto , C. Procesal). La escalada interdicto, acción posesoria, acción reivindicatoria, antes posible, ha
sido formalmente excluida y con razón, porque significaría una inútil multiplicación de litigios. Conforme
con el sistema que hoy nos rige, entablado y decidido el interdicto, no se puede intentar ya la acción
posesoria, quedando solamente la petitoria.
CONCEPTO.— Tanto la acción como el interdicto de obra nueva tienden a poner remedio a las turbaciones
o despojo de que es víctima el poseedor de una cosa, como consecuencia de la obra nueva realizada por el
turbador. Según el art. 2498 Ver Texto si la obra nueva se comenzara a hacer en inmuebles del poseedor, la
acción será juzgada como de despojo; y según el art. 2499 Ver Texto será juzgada sólo como turbación si la
obra nueva se hiciera en inmuebles que no son del poseedor, pero que no obstante ello produjeran un
menoscabo en su posesión.
Como puede apreciarse, según que la obra nueva se realice o no en inmuebles del poseedor, será juzgada la
acción como de despojo o de manutención en la tenencia. Y entonces cabe preguntarse si éste es realmente
un remedio distinto de las otras acciones posesorias y si se justifica que haya sido legislado separadamente.
Es que la acción de obra nueva ha sido concebida como una medida cautelar tendiente a evitar que se
continúen las obras empezadas y de las que resulta un perjuicio actual o puede resultar un perjuicio futuro
para el poseedor (ver nota 2). Por ello es que la jurisprudencia rechaza la acción o el interdicto de obra nueva
cuando la obra está terminada o por terminarse; lo que entonces corresponde es interponer derechamente la
acción de despojo o la de manutención en la tenencia, según los casos (ver nota 3).
Es verdad que el art. 2500 Ver Texto no sólo establece que interpuesta la acción de obra nueva el juez deba
mandar suspender la obra durante el juicio, sino también que terminado éste se mandará deshacer lo hecho.
Aquí no funciona ya como medida cautelar sino como remedio exactamente equivalente a la acción de
despojo o a la manutención. Es que no obstante su naturaleza esencialmente vinculada con la idea de la
medida cautelar, la acción o interdicto de obra nueva tramita con las mismas garantías e igual procedimiento
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Derechos
que las otras acciones e interdictos; y, por ello, demostrado que el que estaba haciendo la obra nueva procedía
contra derecho, es natural dictar allí mismo la sentencia que manda deshacer lo hecho, pues de lo contrario se
lo obligaría al damnificado a seguir un nuevo juicio para obtener este resultado.
De donde resulta lo siguiente: que el objeto propio de la acción e interdicto de obra nueva es funcionar como
medida cautelar destinada a impedir la prosecución de la obra; pero luego, si el juez hace lugar a la acción,
ordenará también destruir lo hecho.
De más está decir que la destrucción de lo hecho está a cargo del turbador. Si él no lo hiciere como se le
ordena, el actor podrá hacerlo a su costa, conforme con la regla general del art. 630 Ver Texto , C. Civil.
REQUISITOS LEGALES.— Para que proceda la acción y el interdicto de obra nueva es necesario:
a) Que la obra esté en ejecución; si en cambio, está terminada o prácticamente terminada, la acción no es
procedente (ver nota 4). En el número anterior hemos explicado los fundamentos de esta solución.
b) Que el accionante sufra un daño presente o futuro (ver nota 5). No es absolutamente indispensable el daño
actual; basta el futuro o eventual si es evidente que de la obra resultará un perjuicio para el accionante; como,
por ejemplo, ocurriría si el vecino que está aguas arriba comienza la construcción de una represa destinada a
desviar el curso de las aguas. Pero no basta un peligro meramente hipotético, no traducido en el comienzo de
las obras (ver nota 6).
Por el contrario, se ha desestimado el interdicto si se trata de obras de reparación, conservación e higiene que
no alteran la forma o capacidad del edificio (ver nota 14); si sólo se trata de la reconstrucción de la medianera
(ver nota 15); si no se trata de un verdadero cambio de la fachada de un edificio dividido en propiedad
horizontal, sino sólo de una pequeñísima variación, como es el cambio de vidrios de un paramiradas, pero no
altera la simetría de la fachada ni afecta la armonía del conjunto (ver nota 16), si se trata de obras de apoyo a
las que el vecino tiene derecho, sin que preste asidero a la acción la circunstancia de que el vecino no haya
pagado al accionante lo que correspondía (ver nota 17). A veces, aunque estrictamente el interdicto
aparecería como procedente, se lo ha negado por razones vinculadas con el concepto de la función social del
derecho de propiedad. Así, por ejemplo, se ha desestimado el interdicto intentado por el propietario contra el
inquilino que sin pretender otro derecho que su calidad de tal, construyó una pequeña habitación aunque
fuera excediendo los límites del permiso obtenido (ver nota 18) o el intentado contra el copropietario que
construyó una habitación en la terraza de propiedad común pero afectada a su uso exclusivo, si la actitud del
demandado obedeció a la necesidad de un ámbito habitable para una persona que siempre ha vivido en la
casa y que por razones de edad y sexo no puede seguir conviviendo en la misma habitación con la persona
que hasta entonces lo hacía (ver nota 19). Estos dos pronunciamiento son un interesante ejemplo de cómo los
jueces suelen apartarse del rigor de los principios para aplicar soluciones humanitarias fundadas en el bien
común.
39
Derechos
Respecto del demandado, el art. 619 Ver Texto del Código Procesal establece que la acción se dirigirá contra
el dueño de la obra, y si fuere desconocido, contra el director o encargado de ella.
SUSPENSIÓN DE LA OBRA.— Hemos dicho ya que la acción e interdicto de obra nueva tienen dos
objetivos: primero, la suspensión de la obra; segundo, la destrucción de ella. La destrucción de la obra no
ofrece mayores problemas: ella se decreta luego de terminado el juicio y cuando ha quedado probado no sólo
el perjuicio sufrido, sino también que el demandado ha obrado ilegítimamente al hacer la obra.
Más delicado es el problema de si, interpuesta la acción, el juez debe decretar de inmediato la suspensión o si
puede no hacerlo. La cuestión es grave, por los perjuicios que la paralización de una obra trae aparejados.
Pensamos que, demostrados prima facie los requisitos de la acción (posesión o tenencia del actor, obra en
ejecución que no esté a punto de terminarse, perjuicio actual o futuro para el actor), la medida debe ser
decretada por el juez (ver nota 20); y en previsión de los perjuicios que puede sufrir el demandado por una
suspensión decretada como consecuencia de una acción que en definitiva resulta rechazada debe exigirse
contracautela (ver nota 21), como corresponde a toda medida precautoria (art. 199 Ver Texto , C. Procesal).
Dada la gravedad de la medida que se adopta, pensamos que la cautela debe ser real.
UNIDAD 3:
Finalmente, la ley 17711 sustituyó los antiguos arts. 2513 Ver Texto y 2514 por dos nuevos textos que
alteran fundamentalmente el concepto de la propiedad, introduciendo una reforma que, quizás más que
cualquier otra, pone claramente de relieve el cambio de filosofía que supuso la reforma introducida al Código
por la ley 17711 .
El nuevo art. 2513 Ver Texto dice así: Es inherente a la propiedad el derecho de poseer la cosa, disponer o
servirse de ella, usarla y gozarla conforme a un ejercicio regular. Y el siguiente agrega: El ejercicio de estas
facultades no puede ser restringido, en tanto no fuere abusivo, aunue privare a terceros de ventajas o
comodidades.
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Derechos
b) Es el más amplio y completo derecho de señorío que se pueda tener sobre una cosa. Lo que no significa
decir que sea absoluto e ilimitado, sino sólo que es el más extenso derecho que se pueda tener sobre una cosa
conforme con el régimen legal vigente. Abarca en sí a todos los otros derechos reales que se ejercen por la
posesión, los cuales pueden considerarse como meros desgajamientos o desprendimientos de este señorío
total que es la propiedad.
Debemos anotar que el art. 2506 Ver Texto lo define como el derecho real en virtud del cual una cosa se halla
sometida a la voluntad y acción de una persona. Sin ser falsa o errónea, esta definición se caracteriza por su
imprecisión evidente (ver nota 3), porque también sería aplicable a otros derechos reales, por ejemplo, la
posesión y el usufructo, y porque no expresa los rasgos que la distinguen de ellos.
Puntualicemos una idea que se desprende de este texto. Según el art. 2506 Ver Texto el derecho de propiedad
es el que se tiene sobre una cosa; no se puede ser propietario de derechos. La llamada propiedad intelectual es
una evidente impropiedad.
c) Es perpetuo; no se pierde por el desuso o pérdida de la posesión de la cosa en tanto un tercero no la haya
poseído por el término legal de la usucapión (art. 2510 Ver Texto ). Puede ocurrir, en efecto, que nadie haya
tomado posesión de la cosa, o que ésta haya tenido varios poseedores sucesivos que sin unir sus posesiones la
hayan luego abandonado, antes de cumplir el plazo de la usucapión; el derecho de propiedad subsiste en
cabeza de su titular indefinidamente.
Este carácter de perpetuidad está discutido en el derecho moderno. No parece razonable que quien ha
procedido con incuria, desentendiéndose de la posesión efectiva de la cosa, que la ha dejado inculta con
grave perjuicio social y con desconocimiento de los deberes que importa la propiedad, no tenga la sanción de
la pérdida de su derecho.
El no ejercicio prolongado del derecho de propiedad debería hacer perder el dominio en favor del Estado.
d) No es absoluto. Conforme con el art. 2513 Ver Texto , debe ser ejercido en forma regular, es decir,
adecuada a lo que es normal, corriente; de manera no abusiva, agrega el art. 2514. Sería notorio abuso
degradarla o destruirla, derechos que le reconocía el antiguo art. 2513 Ver Texto y que quedaron eliminados
por la ley 17711 , que ha venido a infundir al derecho de propiedad un espíritu nuevo, impregnado de
contenido social. El art. 2514 Ver Texto refirma, con referencia concreta al derecho de propiedad, la regla
general del art. 1071 Ver Texto que condena el abuso del derecho.
Se afirma también que el dominio es exclusivo (art. 2508 Ver Texto ). Pero ello es exacto sólo en el sentido
de que dos personas no pueden tener al mismo tiempo un dominio exclusivo sobre una cosa. Lo que más que
un carácter del dominio es una perogrullada. Porque lo cierto es que varias personas pueden ser condóminos
de la misma cosa y que su derecho se extiende no a una parte concreto de ella, sino que se ejerce sobre toda
la cosa. De igual modo, el dominio puede coexistir con otros derechos reales (hipoteca, prenda, anticresis,
usufructo, uso, servidumbres). En consecuencia, consideramos imposible sostener que la exclusividad sea un
carácter propio del dominio.
Se vincula con el tema que acabamos de tratar este otro: ¿importa obligaciones el dominio? Hasta hace no
mucho tiempo, se lo concibió simplemente como un derecho. No es que el liberalismo, del cual fue fiel
expresión el Código de VÉLEZ SARSFIELD, olvidase el interés social, sino que consideraba que toda
interferencia del Estado en el libre y absoluto ejercicio del derecho de propiedad, se traducirá en trabas que
41
Derechos
en definitiva perjudicarían la producción; el máximo rendimiento de la propiedad, particularmente de la
propiedad inmueble, debía esperarse, según ese punto de vista, del incentivo que significaba el ejercicio de
un derecho sin trabas ni retaceos.
Pero esta concepción, ya se ha dicho, está en crisis. Y por ello cabe preguntarse si la propiedad es sólo un
derecho o si más bien es un complejo de derechos y obligaciones. El mundo moderno tiende a considerarla
más bien como un derecho y un deber, o si se quiere, como una situación jurídica de la que derivan derechos
y deberes. Verdad es que el acento está puesto sobre los primeros y es bueno que así sea para no desvirtuar la
esencia de la propiedad; pero no por ello deja de ser importante —crecientemente importante— la otra faz, la
de las obligaciones. Ya la idea está implícita en los impuestos que gravan la propiedad, particularmente la
tierra. Aunque estas leyes persiguen un propósito fundamentalmente fiscal, ya es algo hacer pesar sobre los
propietarios, más que sobre los demás ciudadanos, la carga de allegar recursos para los gastos públicos. Pero
algunos impuestos van más allá y están inspirados en el propósito de servir de acicate para aumentar la
producción de la tierra, como son el impuesto sobre la renta potencial y otros que sin llevar ese nombre, están
basados en la capacidad de producción de un predio. Estos impuestos se fundan en la obligación del
propietario de hacer producir normalmente a su tierra.
a) Originarios y derivados.— Llámase originarios a aquellos modos en los cuales la adquisición se hace por
un acto exclusivo del adquirente o bien por un hecho natural sin que en ninguna de esas hipótesis haya la
menor intervención del anterior propietario, si lo hubo. Tales son los ejemplos de apropiación, especificación,
accesión, percepción de frutos, expropiación. Los derivados son aquellos en los cuales la transmisión del
dominio resulta de un acto del dueño anterior en favor del nuevo dueño, como ocurre en la tradición; o
cuando por disposición de la ley, los derechos del adquirente se reputan derivados del transmitente, como
ocurre en la sucesión mortis causa.
Se ha discutido por algunos autores si la adquisición del dominio por prescripción debe ser reputada como
modo originario o derivado (ver nota 1).Dentro de la lógica que inspira esta clasificación, no tenemos duda
de que se trata de un medio originario, porque el adquirente no recibe su derecho del antecesor de tal manera
que el dominio de uno y otro están disociados. Esta consideración es válida aun en el caso de la usucapión
breve, en la que se exige justo título; porque no es el justo título la causa de la adquisición del dominio sino
sólo la prueba de la buena fe. Pues como hace notar MESSINEO, si el título fuese idóneo sería superflua la
exigencia de buena fe en el adquirente y el transcurso del tiempo en la posesión: el título sólo sería suficiente
para transmitir la propiedad (ver nota 2).
La doctrina clásica hacía jugar un papel importante a esta clasificación. Según ese punto de vista, si la
propiedad se adquiere por un medio originario, el nuevo propietario no está en forma alguna sujeto a las
limitaciones, restricciones o gravámenes que sobre la cosa hubiera podido constituir el antecesor. En cambio,
si se trata de una adquisición por un modo derivado, el nuevo propietario recibe el dominio con todas las
42
Derechos
cargas, gravámenes, etc., dado que nadie puede transmitir un derecho mejor o más extenso que el que tiene
(art. 3270 Ver Texto ) (ver nota 3).
Éste es un ejemplo típico de la manera de razonar de los juristas clásicos. Formulan una clasificación;
encasillan luego dentro de esa clasificación los distintos modos de adquisición del dominio; y aplican a estos
las consecuencias que se derivan de la aludida clasificación. Un método tal debe llevar necesariamente a
conclusiones erróneas; porque los modos de adquisición del dominio deben ser regulados por la ley de
acuerdo a lo que las necesidades prácticas y jurídicas exijan en cada caso, sin que pueda influir en esa
regulación la clasificación teórica de medio originado o derivado. Así se explica que en la adquisición del
dominio por prescripción permanezcan intactos los gravámenes y servidumbres, que pesaban sobre el
anterior propietario o fueron constituidas por él. Solución para la cual el legislador no ha tenido por cierto en
cuenta si se trata de un medio de adquisición originaria o derivada, sino de que ello es conveniente desde el
punto de vista práctico o económico. Tampoco es exacto que en los medios de adquisición derivada pase el
dominio al adquirente con todos los vicios, cargas, etc., desde luego, si el adquirente lo es por título oneroso
y de buena fe está protegido contra cualquier acción ulterior de reivindicación que pudiera intentar cualquiera
de los anteriores propietarios en base a los vicios del título de adquisición (art. 1051 Ver Texto , ref. por ley
17711 ). Es bueno agregar que la reforma introducida por la ley 17711 al artículo que acabamos de citar,
viene a reducir a un papel bastante modesto el principio de que nadie puede transmitir un derecho mejor ni
más extenso del que posee. Razones de seguridad jurídica han determinado que esta regla esté hoy cribada de
excepciones.
En suma, esta clasificación de medios originarios y derivados no tiene ningún interés práctico. En nuestra
opinión, ni siquiera lo tiene desde el punto de vista puramente metodológico, porque más bien contribuye a
oscurecer que a aclarar las ideas.
b) Onerosos y gratuitos.— Esta clasificación alude a la adquisición del dominio por medio de la tradición.
Resulta casi innecesario decir que ella corresponde a la de actos onerosos y gratuitos; en los primeros, hay
contraprestaciones recíprocas, en tanto que en los segundos nada se recibe a cambio de lo que se da.
Esta clasificación está llena de interés jurídico: si la adquisición es hecha por un tercero de buena fe y a título
oneroso, queda libre del riesgo de que se intente contra él la acción reivindicatoria (art. 1051 Ver Texto ); la
adquisición de la posesión de inmuebles de buena fe mediante el boleto de compraventa se considera legítima
(art. 2355 Ver Texto ), lo que convierte al adquirente en esas condiciones en el titular de un dominio
imperfecto; la posesión de muebles de buena fe y a título oneroso permite al poseedor rechazar toda acción
de reivindicación (arts. 2412 Ver Texto y 2778 Ver Texto ); si la adquisición se hubiese hecho por título
oneroso y de buena fe, la demencia del transmitente no puede hacerse valer si no es notoria (art. 473 Ver
Texto ); las acciones de reducción y colocación sólo caben para los actos gratuitos; etc.
c) Transmisión a título singular o universal.— En el primer caso, se se cede a otra persona en el dominio
de una sola cosa o de un número determinado de cosas; en el segundo, se sucede en una parte alícuota del
patrimonio del causante. Esto ocurre en caso de muerte de una persona y los múltiples efectos de esta
complicada materia han sido estudiados en el Tratado de Sucesiones.
7. . EMIGRACIÓN DE ANIMALES
RÉGIMEN LEGAL.— Establece el art. 2592 Ver Texto que, cuando los animales domesticados que gozan
de su libertad, emigraren y contrajesen la costumbre de vivir en otro inmueble, el dueño de éste adquiere
dominio de ellos, con tal de que no se haya valido de ningún artificio para atraerlos. El antiguo dueño no
tendrá opción alguna para reivindicarlos, ni para exigir ninguna indemnización.
¿Cuál es el campo de aplicación de este artículo? Por lo pronto, hay que excluir los animales salvajes que no
tienen dueño y de los cuales puede apropiarse cualquiera (arts. 2540 Ver Texto y 2605 Ver Texto ); tampoco
los animales domésticos propiamente dichos (art. 2528 Ver Texto ), que deben ser devueltos a su propietario
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Derechos
si emigran a campos vecinos. El art. 2543 Ver Texto se refiere a los animales domesticados que gozan de su
libertad, es decir, animales salvajes que han sido comesticados, pero que gozan de su libertad, no obstante lo
cual tienen la costumbre de vivir en un predio determinado. Si estos animales recuperan plenamente su
antigua libertad, cesa la propiedad de su antiguo dueño y nadie ejerce sobre ellos derecho de dominio, a
menos que los cace; pero si estos animales adquieren la costumbre de vivir en otro predio, el dueño de éste,
lo es también de los animales.
Para que el dueño del predio adquiera el dominio sobre los animales, éstos deben haber adquirido la
costumbre de vivir en su propiedad sin que haya mediado ningún artificio para atraerlos; por el contrario, si
hubiere mediado dicho artificio, su antiguo dueño tendrá derecho para reivindicarlos, siempre que se pueda
determinar su identidad (art. 2593 Ver Texto ). En caso de que no se pueda identificarlos pero sea claro que
medió artificio para atraerlos, el dueño anterior tiene acción por daños y perjuicios, ya que se trata de un
hecho ilícito (ver nota 5).
Si los materiales de construcción, semillas o plantas pertenecieren al dueño del inmueble, no se presenta
problema alguno, pero puede ocurrir que el dueño del terreno plante, siembre o edifique con materiales
ajenos o, por el contrario, que quien no es dueño del terreno edifique en él con materiales propios. En estas
situaciones se producen conflictos entre el dueño de la tierra y el dueño de los materiales, semillas, o plantas,
conflictos que el Código Civil trata en los arts. 2587 Ver Texto y siguientes.
En el primer párrafo de este artículo, se establece la solución en lo que atañe al derecho de dominio. Sea el
sembrador, el plantador o edificador de buena o mala fe, adquiere la propiedad de las semillas, plantas o
materiales ajenos utilizados por él. Y esto por la muy sencilla razón de que no es posible dividir la propiedad
y porque lo accesorio sigue la suerte de lo principal. En teoría hubiera sido posible reconocerle al dueño de
las semillas, plantas o materiales el derecho de reivindicarlos aun a costa de destruir lo sembrado, plantado o
edificado; pero ésta es una solución antisocial, que importaría destruir valores y bienes en cuya conservación
está interesada la sociedad. La ley mantiene, por consiguiente, el dominio en cabeza del dueño de la tierra,
sin perjuicio de la indemnización que deberá pagar al dueño de las semillas, plantas o materiales.
Acerca de las obligaciones que el dueño del inmueble tiene respecto del dueño de las semillas, plantas o
materiales, el art. 2587 Ver Texto distingue entre los propietarios que hubiesen actuado de buena o mala fe.
En el primer caso, sólo está obligado a pagar el valor de los materiales; en el segundo, deberá, además, pagar
todos los daños y perjuicios.
El art. 2587 Ver Texto tiene una disposición final según la cual el dueño de las semillas, plantas o materiales
podrá reivindicarlos, si le conviniere, si posteriormente se separasen.
En la nota puesta al pie del artículo, VÉLEZ SARSFIELD hace referencia a la controversia trabada sobre este
punto y expresa las razones por las cuales se inclina por la solución dada en el art. 2587 Ver Texto : afirma
44
Derechos
que si el propietario pierde la propiedad de las semillas, plantas o materiales es porque se supone que están
incorporados al suelo; pero una vez separados, el derecho de propiedad debe revivir para el que no había
consentido en perderlos, pues podría tener motivos particulares para desear recuperarlos como se hallasen.
Las razones dadas no son convincentes. Una vez incorporados al inmueble la semillas, las plantas o los
materiales de construcción, ellos pasan a ser de propiedad del propietario del inmueble; el dominio que sobre
ellos tenía su antiguo dueño se extingue y es obvio que extinguido, no puede revivir.
Esta solución por lo demás tiene el inconveniente de dejar en la incertidumbre los derechos definitivos de las
partes sobre materiales que están ya incorporados a un inmueble (ver nota 6).
Por edificador, sembrador o plantador de buena fe debe entenderse no sólo la creencia de poseer el inmueble
a justo título, sino también la de estar persuadido que la relación contractual que tiene con el dueño
(locatario, usufructuario, usuario) le permite realizar la edificación, siembra o plantación (ver nota 7).
La regla general es siempre la misma: el dueño del terreno hace suyo todo lo sembrado, edificado y plantado,
aunque el sembrador, plantador o edificador sea de buena fe, de acuerdo con el principio de que lo accesorio
sigue la suerte de lo principal. El derecho del edificador o plantador se reduce a demandar las
indemnizaciones correspondientes.
¿Qué debe entenderse por tales? No cabe duda que tiene derecho a exigir el valor de los materiales y mano de
obra empleados e inclusive, el pago del trabajo que él haya realizado personalmente. Pero puede ocurrir que
el mayor valor adquirido por el inmueble exceda del valor de los materiales y mano de obra empleados; si se
tiene en cuenta que el sembrador o edificador de mala fe tiene derecho al mayor valor adquirido por el
inmueble (art. 2589 Ver Texto ), es indudable que también debe tenerlo el de buena fe. Esto significa que
tiene a su disposición una opción: bien sea reclamar el valor de los materiales y mano de obra, bien sea
demandar el mayor valor que el inmueble ha adquirido.
El texto que comentamos dice que el dueño del terreno tendrá derecho a hacer suya la obra; lo que parecería
indicar que también tiene derecho a no hacerla, en cuyo caso su obligación se limitará a devolver los
materiales, semillas, etc. Tal solución, empero, es inadmisible. Quien ha hecho un trabajo socialmente útil y
lo ha hecho de buena fe, es decir, creyendo que tenía derecho a hacerlo, no puede luego recibir como toda
compensación la devolución de unos materiales o semillas, que probablemente habrán disminuido
sustancialmente de valor y que no compensan el gasto en mano de obra. Desde el punto de vista social, es
inconveniente una solución que destruye un bien. Debe admitirse, por tanto, que el pago de la indemnización
correspondiente, es una obligación del dueño del terreno, que no puede eludir destruyendo la mejora y
devolviendo las semillas o materiales (ver nota 8).
El edificador, plantador o sembrador tiene derecho de retención hasta que se le pague el total de sus
acreencias, conforme con lo dispuesto por el art. 3939 Ver Texto .
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Derechos
ha quedado así redactado por modificación introducida por la ley 17711 . Originariamente el Código
disponía: pero si quisiere conservar lo hecho, debe el reembolso del valor de los materiales y de la obra de
mano. Era una solución injusta. Aun de mala fe, lo cierto es que el edificador, sembrador o plantador ha
incorporado al bien un valor del cual se beneficia el propietario del terreno. Y es justo que éste pague ese
mayor valor, pues de lo contrario habría un enriquecimiento sin causa. El art. 2589 Ver Texto confiere por
tanto al dueño del terreno, en este supuesto, una opción: o bien exigir la demolición de la obra y la reposición
de las cosas a su estado primitivo, a costa del edificante, sembrador o plantador; o bien conservar lo hecho,
pagando el mayor valor del inmueble. En el primer caso, es obvio que los materiales de demolición
corresponden al edificador, puesto que vueltas las cosas a su estado primitivo, el dueño no podría pretender
conservar para sí los materiales, ya que también en este caso habría un supuesto de enriquecimiento sin
causa.
MALA FE DE AMBAS PARTES.— Dispone el art. 2590 Ver Texto que cuando haya habido mala fe, no
sólo por parte del que edifica, siembra o planta en terreno ajeno, sino también por parte del dueño, se
arreglarán los derechos de uno y otro según lo dispuesto respecto al edificante de buena fe. Se entiende haber
mala fe por parte del dueño, siempre que el edificio, siembra o plantación se hicieren a la vista y ciencia del
mismo y sin oposición suya. La solución se justifica plenamente. Si el propietario del inmueble sabe que
alguien está haciendo una construcción o plantación en su predio y guarda silencio, sin manifestar oposición
alguna, está dando un tácito consentimiento a la realización de las obras. Es lógico, por tanto, que el
edificador o plantador sea considerado de buena fe, aunque supiera que no tenía derecho a edificar o plantar
en el predio. Autorizar al propietario que ha consentido tácitamente en la edificación, plantación o siembra a
destruir lo hecho a costa del edificador, plantador o sembrador, importaría un verdadero abuso del derecho.
EDIFICACIÓN EN TERRENO PROPIO CON INVASIÓN DEL AJENO.— Suele ocurrir que al
construir un edificio sobre el lote perteneciente al dueño, se invada en algunos centímetros el predio vecino,
sea por defecto de los títulos, sea por defecto en la medición del terreno que le pertenece al edificante. La
antigua jurisprudencia aplicó con rigor los principios de la propiedad individualista e hizo lugar a la
reivindicación de la franja correspondiente al vecino (ver nota 9).
Esta solución, que obliga a destruir parcialmente el edificio a un inmenso costo, es evidentemente
antieconómica y configura un ejercicio abusivo del derecho. Por ello, la jurisprudencia no tardó en orientarse
definitivamente en negar al vecino el derecho de reivindicar la franja, limitando la obligación del edificador a
pagar el valor de la superficie ocupada y los daños que de tal menoscabo pudieran resultar (ver nota 10).
Claro está que en esta materia no se pueden sentar principios absolutos. Si la invasión del terreno contiguo
fuere importante y el derecho de propiedad del vecino se viera afectado de manera sustancial, es indudable
que cabe la acción reivindicatoria, con la consiguiente obligación del edificador de destruir lo construido a su
costa.
La indemnización que puede exigir el dueño de los materiales tiene dos limitaciones: 1) en primer lugar, ella
no puede exceder nunca del derecho que tenga el constructor; de tal modo que si tratándose de un constructor
de mala fe el propietario optase por la destrucción de la obra, el dueño de los materiales sólo podrá reclamar
los materiales de demolición, sin perjuicio, claro está, de la acción por daños y perjuicios que tenga contra el
46
Derechos
que empleó indebidamente sus materiales; 2) la indemnización a pagar al dueño de los materiales nunca
podrá exceder el valor de los mismos aunque la indemnización que reciba el constructor fuere mayor, porque
de lo contrario habría un enriquecimiento sin causa.
La acción concedida en este supuesto al dueño de los materiales es una simple aplicación de la acción
subrogatoria y se rige por las reglas propias de ésta.
El supuesto típico de adjunción, mezcla y confusión es el que se produce por un hecho de la naturaleza y sin
intervención de la mano del hombre; pero puede ocurrir también que provenga de ésta. En tal caso, no
siempre resulta sencillo distinguirlo de la especificación. El criterio de distinción a nuestro juicio es el
siguiente: si se ha operado una transformación de la cosa en un objeto nuevo y ello ha resultado
principalmente del trabajo humano, siendo los materiales utilizados de valor muy secundario, hay
especificación; si, por el contrario, lo más importante es el material empleado y el trabajo del hombre sólo
secundario, hay adjudicación o mezcla. Así ocurrirá, por ejemplo, si un joyero agrega a un anillo otra piedra
preciosa que lo hace más valioso.
ADJUNCIÓN.— Dice el art. 2594 que cuando dos cosas muebles pertenecientes a distintos dueños se unen
de tal manera que vienen a formar una sola, el propietario de la principal adquiere la accesoria, aun en el caso
de ser posible la separación, pagando al dueño de la cosa accesoria lo que valiere. Para determinar cuál es la
principal y cuál la accesoria, deben tenerse en cuenta las reglas de los arts. 2333 Ver Texto a 2335.
El Código no ha previsto la solución para el supuesto de que ambas cosas sean de igual valor y volumen, en
cuyo caso no hay cosa principal ni accesoria (art. 2334 Ver Texto ). Por analogía debe admitirse la solución
prevista por el art. 2600 Ver Texto para la confusión o mezcla: cada propietario adquiere en el todo un
derecho proporcional a la parte que le corresponda.
Es necesario destacar una inconsecuencia del codificador. En materia de especificación dispone que el
especificador no hace suya la nueva especie si ésta puede volverse a su estado anterior (véase nº 325); en
materia de adjunción, en cambio, dispone que el dueño de la cosa principal se hace dueño de la accesoria
aunque ésta pueda separarse. Esta solución que aprobamos, se justifica tanto más en el caso de especificación
en el que no es posible volver la cosa a su estado anterior sin destruir un trabajo, una creación tal vez
importante, en tanto que la adjunción permite la separación de las cosas sin destrucción de valores.
El art. 2595 Ver Texto agrega que cuando la cosa unida para el embellecimiento o perfección de la otra es
por su especie mucho más preciosa que la principal, el dueño de ella puede pedir su separación, aunque no
pueda verificarse sin algún deterioro de la cosa a la que se ha incorporado. El supuesto de que la cosa
principal tenga menos valor que la accesoria, es realmente muy excepcional porque justamente uno de los
elementos que se toman en cuenta para considerar si la cosa es principal o accesoria es su valor (art. 2334
Ver Texto ). Sin embargo, puede darse el caso de que el marco sea más valioso que la tela, como ocurriría si
aquél es antiguo o de gran valor artesanal y la tela una mala copia de un cuadro clásico; en esa u otras
hipótesis similares es aplicable la regla del artículo 2595 Ver Texto .
Puede ocurrir que la persona que realizó la adjunción haya sido de mala fe. En tal caso el art. 2596 Ver Texto
establece: el dueño de la materia empleada de mala fe puede pedir que se le devuelva en igual especie y
forma, cantidad, peso o medida que la que tenía, o que así se avalore la indemnización que se le debe. En este
caso el dueño de la materia tiene una opción: o que se le devuelva una cosa igual a la que tenía o que se le
47
Derechos
paguen los daños y perjuicios. En cambio, si el que realizó la adjudicación era de buena fe, el propietario de
la cosa accesoria sólo tiene derecho a exigir lo que ésta valiere (art. 2594 Ver Texto ).
MEZCLA Y CONFUSIÓN.— Dispone el art. 2597 Ver Texto que cuando cosas secas o fluidas de diversos
dueños se hubiesen confundido o mezclado, resultando una transformación, si una fuese la principal, el dueño
de ella adquiere el dominio del todo, pagando al otro el valor de la materia accesoria. Pero bien puede ocurrir
que no haya cosa principal ni accesoria; en ese caso y siendo las cosas separables, la separación se hará a
costa del que las unió sin consentimiento del dueño de la otra (art. 2598 Ver Texto ). Pero si la unión se
hubiera hecho con el consentimiento del otro dueño, la separación se hará a costa de ambos.
Si las cosas son inseparables, el dueño de la cosa unida sin su voluntad puede pedir al que hizo la unión o
mezcla el valor que tenía su cosa antes de la unión (art. 2599 Ver Texto ); pero si las cosas inseparables
resultaran confundidas o mezcladas por un hecho casual, y no hay cosa principal, cada propietario adquiere
en el todo un derecho proporcional a la parte que le corresponda, entendido el valor de las cosas mezcladas o
confundidas (art. 2600 Ver Texto ).
La usucapión es también un modo de resolver un problema que de otra manera no tendría solución.
Supóngase un bien abandonado largo tiempo por su dueño. Otra persona lo ocupa, lo posee, lo trabaja. Pero
no tiene título. De no mediar la usucapión, estaría siempre expuesto a una reivindicación originada en títulos
que datan quizá de 100 o 200 años atrás. En esas condiciones, con un perpetuo peligro sobre sus derechos,
que no tiene forma de eliminar, el poseedor se desanima, no hace mejoras, no invierte; en una palabra no
hace producir al bien todo lo que podría dar una explotación intensiva, protegida por la seguridad que da el
derecho de propiedad. Y si como es posible, nadie reivindica ese inmueble, quedará perpetuamente en esa
situación de incertidumbre, sin que nada pueda mejorar las condiciones del dominio. Esta situación requiere
una solución. Es lo que hace la prescripción adquisitiva.
48
Derechos
De lo dicho surge que la prescripción tiene un fundamento de orden público, como que ha sido regulada no
sólo atendiendo al interés del poseedor, sino también al interés social.
QUIÉNES PUEDEN PRESCRIBIR Y CONTRA QUIÉNES.— Siendo la usucapión una institución de orden
público, se comprende fácilmente que estén sujetas a ellas todas las personas públicas o privadas, de
existencia natural o jurídica (arts. 3950 Ver Texto y 3951).
El art. 3950 Ver Texto establece que todos los que pueden adquirir pueden prescribir. La ley se refiere a la
capacidad de derecho y no a la de hecho. En cuanto a los incapaces de hecho hay que añadir que ellos pueden
adquirir la posesión por intermedio de sus representantes legales; más aún, los menores a partir de los diez
años pueden tomar por sí la posesión de la cosa y, por consiguiente, adquirir por prescripción (art. 2392 Ver
Texto ). Hay que decir, sin embargo, que según el art. 3966 Ver Texto , en su redacción originaria, la
prescripción no corría contra los menores de edad aun emancipados ni contra los dementes o sordomudos que
no saben darse a entender por escrito; pero este privilegio fue eliminado por la ley 17711 , que, sin embargo,
reconoció a los incapaces que carecieran de representación legal el beneficio del art. 3980 Ver Texto .
Pueden adquirirse por prescripción tanto las cosas muebles como las inmuebles, aunque respecto de las
primeras hay que recordar la regla general de que la posesión de buena fe y a título oneroso otorga el derecho
de dominio sobre la cosa, salvo que ésta sea robada o perdida. En este último caso el dominio se adquiere por
prescripción de dos o tres años según que la cosa sea o no registrable (art. 4016 bis Ver Texto ). Puesto que
no son susceptibles de apropiación privada, son imprescriptibles los bienes del dominio público del Estado
(arg. art. 3951 Ver Texto ). Aplicando este principio se ha declarado que no puede adquirirse por prescripción
un camino público (ver nota 2), ni tampoco el cauce de un arroyo mientras conserva su destino (ver nota 3),
ni las fuentes termales existentes en el lecho de un río (ver nota 4), ni las islas (ver nota 5). Pero para que no
sea susceptible de prescripción el bien debe estar afectado al uso público de una manera real y actual (ver
nota 6) y no haber sido desafectado por acto del Estado (ver nota 7); si bien la forma típica de desafectación
de los bienes del dominio público es un acto formal de la administración, la desafectación puede ser también
de hecho, como ocurre en el caso de caminos desviados, abandonados, suprimidos, etc. (ver nota 8).
En cuanto a los bienes del dominio privado del Estado, ellos son susceptibles de usucapión como cualquier
otro bien particular (art. 3951 Ver Texto ); sin embargo, hay que hacer la salvedad de los bienes urbanos o
rurales del Estado nacional, provincial o municipal situados dentro de los límites de zonas de seguridad, los
cuales no pueden adquirirse por usucapión, conforme con lo dispuesto por la ley 22153 . Y, por cierto,
escapan a la prescripción aquellos bienes que por su naturaleza son insusceptibles de apropiación privada,
tales como el aire, el mar, etc.
Suscitó alguna duda el problema de si los sepulcros podían ser o no adquiridos por prescripción. Inclusive
hubo un fallo que los declaró imprescriptibles (ver nota 9). Pero evidentemente se trata de una tesis
insostenible. Que los sepulcros sean inembargables no significa que no puedan ser susceptibles de
apropiación privada y, por consiguiente, de prescripción. Actualmente la jurisprudencia está uniformada en
este sentido (ver nota 10) (sobre este tema véase infra, nº 614).
CARACTERES QUE DEBE TENER LA POSESIÓN HÁBIL PARA USUCAPIR.— Para que sea hábil
para adquirir por usucapión, la posesión debe tener los siguientes caracteres:
a) Ante todo, debe poseer la cosa a título de dueño. Esto significa que si se detenta la cosa a simple título de
tenedor, reconociendo en otro el derecho de dominio, la posesión no es hábil para usucapir.
49
Derechos
Según el art. 2351 Ver Texto , la posesión exige en el poseedor tener una cosa bajo su poder, con intención
de someterla al ejercicio del derecho de propiedad. No obstante las reservas que en su momento hiciéramos a
esta definición (véase nº 26), esta norma nos da una pauta general aplicable a la usucapión. Se requiere que el
poseedor actúe respecto de la cosa como lo haría el propietario. De donde se desprende que no es
indispensable que reúna en sí las calidades de poseedor y de detentador inmediato: puede entregar el bien en
arrendamiento, comodato, etc., a un tercero sin perder por ello la calidad de poseedor ni el derecho a usucapir
(ver nota 11). Puesto que para usucapir es necesario ejercer la posesión a título de dueño, no sirven a ese
efecto los llamados actos de tolerancia ni el ejercicio de simples facultades legales (ver nota 12).
Se llaman actos de simple tolerancia aquellos que permite el dueño a sus vecinos sin que importe
reconocerles ningún derecho de posesión o tenencia sobre la cosa; como ocurre con frecuencia en los campos
abiertos, cuando los propietarios vecinos permiten que los animales de ambos crucen los límites del campo y
pasten a determinadas horas en el del vecino. Ni el propietario de los animales tiene la menor pretensión de
dominio o posesión sobre el campo vecino, ni el propietario de éste reconoce ningún derecho al dueño de los
animales. El problema de saber cuándo se trata de un acto de simple tolerancia y cuándo de un acto posesorio
propiamente dicho, dependerá de las costumbres del lugar y de las circunstancias del caso y será materia que
el juez deberá decidir conforme a su prudente arbitrio.
Se entiende por ejercicio de simples facultades lo que es derecho del propietario, reconocido por la ley, sin
afectar por ello los derechos del vecino. Como ejemplo típico puede mencionarse la facultad que reconocen
los arts. 2655 Ver Texto a 2657 al dueño de una pared no medianera de abrir ventanas sobre la propiedad
contigua. Se trata de una simple facultad que no excluye el derecho del vecino de adquirir la medianería de la
pared y cerrar las ventanas cuando edifique, apoyándose en la medianera. En otras palabras, la facultad
reconocida al dueño de una finca de abrir luces sobre la contigua no impide al propietario de esta última
ejercer plenamente su derecho de propiedad edificando en ella.
b) En segundo lugar, la posesión debe ser continua, no interrumpida (arts. 3999 Ver Texto , 4015 Ver Texto
y 4016). Por posesión continua debe entenderse aquella que importa el ejercicio normal de los derechos del
propietario, lo que, claro está, no significa la necesidad de ejercer ininterrumpidamente actos de posesión. De
lo que se trata, repetimos, es de comportarse respecto de la cosa como lo hace normalmente el propietario.
Puede ocurrir, inclusive, que el propietario o un tercero prive brevemente al poseedor del goce de la cosa.
Ello no perjudica los derechos del poseedor, cuya posesión debe considerarse no continua solamente cuando
esa interrupción ha durado un año (art. 3984 Ver Texto ). En este caso, posesión continua e interrupción de la
posesión son conceptos paralelos; porque la posesión deja de ser continua cuando el propietario o un tercero
la interrumpe por más de un año (ver nota 13). Pero hay casos en que la prescripción puede interrumpirse no
obstante continuar la posesión. Es lo que ocurre con la interrupción derivada de la demanda (art. 3986 Ver
Texto ), del compromiso hecho en escritura pública (art. 3988 Ver Texto ) o por reconocimiento expreso o
tácito que el poseedor hace del derecho contra quien prescribía (art. 3989 Ver Texto ).
Hemos hablado hasta aquí de la interrupción por el propietario o un tercero, que son los casos de verdadero
interés práctico. Pero podría ocurrir también que la interrupción provenga de un hecho de la naturaleza.
Prevalece la opinión de que también es interrupción impide la usucapión (ver nota 14), pues le faltaría a ésta
uno de sus requisitos esenciales, la continuidad.
c) Por último, según la opinión dominante, la posesión debe ser pública y pacífica (ver nota 15). Digamos
desde ya que ningún texto, ninguna ley exige estas condiciones de la posesión para la usucapión. Sin
embargo, es necesario reconocer que el requisito de que la posesión sea pública es plenamente lógico, porque
lo que verdaderamente caracteriza el ejercicio del derecho de propiedad es su ejercicio público erga omnes.
Apenas se puede concebir una posesión no ejercida públicamente, sobre todo en materia de inmuebles. Por lo
demás, el poseedor que oculta la posesión hace imposible que los interesados conozcan la pretensión que
tiene sobre el bien y, por lo tanto, están excusados de no haberse opuesto (ver nota 16).
50
Derechos
En cambio es discutible el requisito de que la posesión sea pacífica. Por lo pronto hay que descartar el
supuesto de lo que en doctrina se conoce por violencia pasiva o sea, cuando el poseedor es objeto de
coacciones de hecho, sin cometerlas él. No sería admisible, pues, que pueda depender de un tercer convertir
en viciosa su posesión realizando actos perturbadores contra aquél (ver nota 17).
Pero supongamos que el poseedor repulsa la fuerza con una fuerza suficiente; en ese caso, no sino ejercer el
derecho que le reconoce el art. 2470 Ver Texto . No se ve cómo el ejercicio de un derecho pueda hacerle
perder el derecho de prescribir (ver nota 18), cuando ningún texto legal establece que la posesión deba ser
pacífica a lo largo de todos los años que ha durado. Distinto es el caso de que la violencia o fuerza ejercidas
por el propietario o por un tercero se haya traducido en una interrupción de usucapión, pero aquí la usucapión
no se operará, ya no porque no fuera pacífica la posesión, sino porque ésta ha sido interrumpida.
Como puede apreciarse, quien esgrime una posesión de buena fe de diez años, está en una situación
privilegiada: le basta con presentar su título y con probar su posesión actual. Si alguien pretende que esa
posesión no ha sido continuada, debe probarlo.
Por todo ello, trataremos de la prueba con más detalle cuando nos refiramos a la prescripción de veinte años.
Por ahora nos limitamos a enunciar los principios generales.
Se admite toda clase de pruebas, inclusive la testimoniales, pero el fallo no podrá basarse exclusivamente en
éstas (art. 1, inc. c, dec.-ley 5756/58).
Esta disposición tiene por objeto impedir los abusos que se realizaban con informaciones basadas
exclusivamente en testigos complacientes. La exclusión de la prueba puramente testimonial no se aplica a la
prescripción de diez años, puesto que ésta, por hipótesis, debe fundarse en un justo título, de tal manera que
ya existe necesariamente una prueba documental que abona la testimonial que se produzca en el juicio.
La ley otorga especial importancia a las boletas que demuestren el pago de la contribución territorial u otros
impuestos que graven el inmueble, aunque en los recibos no figura el nombre de quien invoque la posesión
(art, 1, inc. 6º, dec.-ley 5756/58). Sobre este tema volveremos más adelante (nº 391).
PRESCRIPCIÓN DE INMUEBLES
LAS DOS CLASES DE PRESCRIPCIÓN.— El Código legisla dos clases de prescripción: a) la de quien
ejerce la posesión por justo título y a buena fe, que adquiere el derecho de propiedad por prescripción a los
10 años (art. 3999 Ver Texto ); b) la de quien no tiene justo título o buena fe, que adquiere la propiedad por
posesión de veinte años (art. 4015 Ver Texto ).
51
Derechos
PRESCRIPCIÓN BREVE: Prescripción por diez años
REQUISITOS.— Basta la posesión continua de diez años para adquirir la propiedad inmueble siempre que
se hayan reunido estos dos requisitos: a) justo título, y b) buena fe. Trataremos de ellos en los párrafos que
siguen.
a) Justo título.— Se llama justo título aquel que es suficiente para la transmisión del dominio y que
realmente lo hubiera transmitido de haber sido el transmitente el verdadero propietario del inmueble (ver nota
1). Es decir, se trata de un título que está rodeado de todas las formalidades y demás requisitos indispensables
para la transmisión del dominio, a punto tal que de haber emanado del verdadero propietario, la transmisión
sería perfecta y no se plantearía ya la cuestión de la prescripción porque bastaría con ese título para adquirir
el dominio. Su defecto emana de que quien ha transmitido el dominio no era el verdadero dueño; por eso no
sirve para transmitirlo. Pero la ley ampara a quien, procediendo de buena fe, confió en este título,
concediéndole un plazo de prescripción breve de diez años.
Constituyen justo título para la adquisición del dominio, si están instrumentados con las formalidades que la
ley exige, los contratos traslativos de la propiedad (compraventa, permuta, donación, aportes a sociedades,
etc.). La donación inoficiosa es un caso típico de justo título (ver nota 2).
Aunque no está rodeado de las formalidades que la ley exige (escritura pública), debe considerarse también
justo título el boleto de compraventa. Conviene detenerse en este punto. La jurisprudencia anterior a la ley
17711 ha sido adversa a considerar el boleto de compraventa como justo título (ver nota 3), lo que era
coherente con el sistema del Código. Pero aquella ley agregó al art. 2355 Ver Texto un párrafo según el cual
se considera legítima la posesión de inmuebles de buena fe, adquiridos por boletos de compraventa. Posesión
legítima quiere decir que se funda en un título apto para poseer. Lo que significa que aunque el boleto de
compraventa no tiene las formalidades legales para la transmisión del dominio perfecto, la ley lo ha
asimilado al justo título. Desde el punto de vista de la justicia, la solución no puede ser más razonable. Quien
ha entrado a poseer en virtud de un boleto de compraventa y ha pagado el precio (o parte de él), debe
beneficiarse con la prescripción de diez años. No es posible que se encuentre en las mismas condiciones del
poseedor de mala fe, que ha tomado por sí y ante sí la posesión, sabiendo que no tenía derecho a hacerlo. Con
razón, pues, la Suprema Corte de Buenos Aires ha declarado que quien recibió la tradición del vendedor
como consecuencia del boleto de compraventa, es poseedor de buena fe (ver nota 4).
Agreguemos todavía que, según nuestra opinión, el boleto de compraventa unido a la posesión, brinda un
dominio perfecto sobre el inmueble (nº 272).
Es también justo título la subasta judicial (ver nota 5), como que no es sino una forma de compraventa.
En cambio, el solo carácter de heredero no constituye justo título, porque él continúa la posesión del causante
y, en consecuencia, no puede tener otro título que el que éste tenía. En otras palabras, no basta la calidad de
heredero de buena fe de una persona que poseía un bien sin justo título sin buena fe, para pretender
beneficiarse con la prescripción corta; todo lo que el heredero puede hacer, es unir su posesión a la del
causante y prescribirá a los 10 años si aquél tenía buena fe y justo título y a los 20 años en caso contrario (ver
nota 6).
Para precisar el concepto de justo título el art. 4011 Ver Texto agrega: El título debe ser verdadero y aplicado
en realidad al inmueble poseído. El título putativo no es suficiente, cualesquiera sean los fundamentos del
poseedor para creer que tenía un título suficiente. ¿Qué ha querido decir la ley con estas expresiones: ―título
putativo‖, ―título verdadero‖?
Sabemos ya que el justo título debe estar rodeado de las condiciones intrínsecas (actos traslativos de la
propiedad) y extrínsecas (cumplimiento de las formalidades legales) para transmitir el dominio. Cuando
ahora la ley exige que el título sea verdadero, no quiere decir que tenga eficacia real y concreta para
transmitir la propiedad pues entonces sería innecesario recurrir a la usucapión, sino que no sea falsificado
52
Derechos
(ver nota 7); y cuando la ley habla de título putativo se refiere precisamente a la hipótesis de que haya sido
falsificado (ver nota 8).
Se ha querido prever el caso de un título por sí apto para transmitir el dominio, y además rodeado de todas las
formalidades legales, pero que ha sido falsificado, con o sin la complicidad del escribano interviniente.
Cabe notar que el título putativo es suficiente para reputar la buena fe (salvo prueba en contrario) al poseedor
a todos los efectos que derivan de la posesión de buena fe (art. 2357 Ver Texto ), salvo para usucapir.
La solución es de justicia más que dudosa. Si el adquirente es de buena fe; si ostenta un título que
razonablemente ha podido hacerle confiar en que es el legítimo dueño; si a más de eso prueba haber poseído
el inmueble durante diez años, parece justo beneficiario con la prescripción breve.
El artículo 4011 Ver Texto dice además que el título debe ser aplicado en realidad al inmueble poseído. Por
consiguiente, el justo título no existe cuando se pretende prescribir una superficie mayor que la que el título
abarca o un inmueble distinto del que alude el título, por más que el poseedor haya creído de buena fe que
estaba poseyendo el terreno indicado en él.
¿Es justo título el emanado de una información posesoria? La cuestión ha sido planteada en muy contados
casos con relación al problema de las informaciones posesorias, pues ya dijimos que son excepcionales las
que se fundan en el justo título y la buena fe (ver nota 9). En cambio, se ha planteado con mucha frecuencia
en el supuesto, a todas luces análogo, de si los títulos emanados de una información treintañal (ahora
veinteñal) deben considerarse perfectos a los efectos de cumplir la cláusula de un boleto de compraventa que
exige tal condición. La jurisprudencia se ha inclinado decididamente a considerar tales títulos como perfectos
(ver nota 10). Es obvio que si se reputan perfectos estos títulos, debe también considerárselos como justos
títulos a los efectos de la prescripción. Esta solución es tanto más incuestionable luego que la ley 14159 y el
decreto ley 5756/58 han establecido el juicio contradictorio en sustitución de la mera información que antes
bastaba para acreditar la usucapión.
Por último, el Código prevé los efectos que sobre el carácter de justo título tiene la condición. Si la condición
fuere suspensiva, el título no es eficaz para la prescripción sino desde el incumplimiento de la condición; en
cambio, si estuviere sometido a una condición resolutoria, es útil para prescribir desde la fecha misma del
título (art. 4014 Ver Texto ).
b) Buena fe.— Además del justo título, la prescripción corta requiere buena fe en el poseedor. Se lo reputa
de buena fe a aquel que tiene la creencia de ser el señor exclusivo de la cosa (art. 4006 Ver Texto ). Debe
tratarse de una creencia sin duda alguna, tal como lo dice el art. 4006 Ver Texto ; lo que significa que si el
poseedor tuviese dudas acerca de su derecho, no se lo reputa de buena fe. Porque como dice el codificador en
la nota al mencionado artículo, la duda es una término medio entre la buena y la mala fe. Debe tratarse,
además, de una creencia seria y fundada. Por eso, la falta de título excluye la buena fe, porque nadie puede
creerse seriamente propietario de la cosa si no tuviese justo título para ello. Pero no basta el justo título para
tener por cumplido el requisito de la buena fe; porque puede ocurrir que aun teniéndolo, el poseedor sepa que
ese título está viciado por una causa de nulidad, como ocurriría si la transmisión se hiciera por dolo o
violencia ejercidas por el poseedor. En otras palabras, la falta de justo título excluye la buena fe; pero el justo
título no supone necesariamente la buena fe; sin embargo, la hace presumir, puesto que la buena fe se
presume siempre (art. 4008 Ver Texto ), tanto más si existe justo título (ver nota 1). Eso significa que
habiendo justo título, corre por cuenta del propietario la prueba de que el poseedor era de mala fe.
La buena fe supone la falsa creencia de ser poseedor legítimo de la cosa. Ahora bien: para que esa falsa
creencia configure la buena fe que autoriza la prescripción corta, debe tratarse de un error de hecho, porque el
error de derecho es inexcusable (art. 4007 Ver Texto ) (ver nota 2). Por eso mismo, el vicio de forma en el
título de adquisición hace presumir la mala fe en el poseedor (art. 4009 Ver Texto ). En rigor, el art. 4009 Ver
53
Derechos
Texto es una disposición sobreabundante, porque el vicio de forma significa que el poseedor carece de justo
título; bastaba con ello para hacer improcedente la prescripción corta.
Hemos hecho anteriormente la crítica de la disposición que excluye el error de derecho como posible
fundamento de la buena fe; es sin duda, una disposición injustificada (véase nº 60).
Basta que la buena fe exista en el momento de la adquisición (art. 4008 Ver Texto ); por consiguiente el
conocimiento posterior que el poseedor tenga de la falta de derechos de su enajenante para transmitir la
propiedad, no lo perjudica (ver nota 3).
La solución es justa. Si una persona adquiere de buena fe, paga el precio de la cosa, realiza quizá mejoras en
ella, no puede verse afectada por la circunstancia de que más tarde se entere de que el que le transmitió la
cosa no tenía derecho a hacerlo. Sería causarle un injusto perjuicio porque él adquirió de buena fe, y aunque
luego se entere de que la enajenación estaba viciada, ello no puede privarlo de su carácter de adquirente de
buena fe.
SUCESIÓN EN LA POSESIÓN.— Dispone el artículo 4004 Ver Texto que el sucesor universal del
poseedor del inmueble aunque sea de mala fe puede prescribir por diez años cuando su autor era de buena fe;
y recíprocamente no es admitida la prescripción en el caso contrario, a pesar de su buena fe personal. Es una
solución discutible, que se funda en la ficción de la continuación de la persona del causante. Según el sistema
de nuestra ley, lo que en definitiva interesa es la buena o mala fe del causante. Es ella que determinará si la
usucapión será de diez o de veinte años.
Con relación a la sucesión particular (es decir, cuando se ha sucedido al antiguo poseedor a título de
comprador, cesionario, legatario, etc.) se ha seguido una solución distinta, a nuestro juicio, más razonable. El
sucesor particular de buena fe puede prescribir por diez años aunque la posesión de su autor hubiese sido de
mala fe (art. 4005 Ver Texto ). A la inversa, cuando el sucesor particular es de mala fe, no lo beneficia la
buena fe de su autor. Por último, si ambas posesiones son legales, es decir de buena fe, puede el sucesor unir
su posesión a la del autor (art. 4005 Ver Texto ).
PLAZO DE PRESCRIPCIÓN.— En el Código Civil la prescripción breve se operaba a los diez años entre
presentes y veinte entre ausentes. Se juzgaban presentes las personas que vivían en una misma jurisdicción y
ausentes las que habitaban en distintas jurisdicciones. Este sistema podría tener explicación en la época de la
sanción del Código Civil, en que las distancias y la deficiencia de las comunicaciones justificaban un
tratamiento distinto de estos casos. En la actualidad, la diferencia no tiene justificación alguna. El progreso
de las comunicaciones ha reducido y casi hecho desaparecer las distancias. De ninguna manera se justifica
prolongar el plazo de diez años, so color de que las personas habitan en distinta jurisdicción.
Además, el sistema estaba lleno de inconvenientes prácticos. Podía ocurrir que las personas hubiesen estado
algún tiempo presentes y otro ausentes, lo que complicaba el cálculo y la prueba. Además, conducía a
verdaderas aberraciones como las siguientes: un vecino de Pergamino se consideraba presente respecto de
otro de Carmen de Patagones, en tanto que eran ausentes dos personas que habitaban una en la Boca y otra en
Avellaneda, separadas apenas por el Riachuelo.
La ley 17711 terminó con estos problemas y resolvió la cuestión con un criterio más moderno, unificando el
plazo en diez años, sin distinción entre presentes y ausentes (artículo 3999 Ver Texto ).
54
Derechos
de diez años de la prescripción breve, sino que el derecho quedará definitivamente adquirido desde la
transmisión misma del inmueble.
Las disposiciones relativas a la usucapión breve, conservan interés solamente en los casos de adquisición a
título gratuito, pues esa hipótesis no está cubierta por la regla del art. 1051 Ver Texto .
Los códigos más recientes redujeron considerablemente aquel término,fijándolo en veinte años el código
italiano, art. 1158; el portugués, art. 1296; el venezolano, art. 1977. El código mexicano ha avanzado más,
fijando este plazo en diez años (art. 1152, inc. 3º).
La ley 17711 , siguiendo el criterio más generalizado, redujo el plazo de treinta a veinte años.
Basta con la posesión continua, con los caracteres que hemos visto en otro lugar (véase nº 370, inc. b; no es
necesario ni la buena fe ni el justo título (art. 4016 Ver Texto ). Es decir que quien se posesiona de una
propiedad ajena, con pleno conocimiento y conciencia de que no es suya (ver nota 2), adquiere, no obstante
ello, el dominio después de veinte años de posesión.
¿Desde cuándo empieza a transcurrir el plazo de veinte años para la usucapión por el poseedor de mala fe?
Como principio, el punto de partida es el de la fecha de la toma de la posesión. Pero un Tribunal de la Capital
ha declarado que es necesario distinguir entre la posesión simple y la viciosa; por ello, si la posesión fuere
clandestina, para el poseedor anterior la posesión se pierde al año más otro período igual correspondiente a
las acciones de despojo o de recobrar la posesión, momento éste en que recién empezaría a correr el plazo de
veinte años (ver nota 3).
INTERVERSIÓN DEL TÍTULO.— Cuando la posesión se ha tenido siempre a título de dueño, basta
probar cuándo empezó ella para establecer el punto de partida del plazo. Pero puede ocurrir que quien
empezó a poseer por otro pretenda que, en un momento dado, siguió poseyendo para sí. Por ejemplo, una
persona ha recibido un inmueble a título de comodatario, arrendatario, etc., pero sostiene que al cabo de
cierto tiempo, cesó de reconocerle al dueño el carácter de tal y comenzó a poseer por sí. Es lo que se llama la
interversión del título. Como el reconocimiento (y tal vez la prueba) de que se ha empezado a poseer a
nombre de otro es una presunción contraria a la usucapión que se pretende, la interverción del título, es decir,
el hecho de haber comenzado a poseer para sí, debe ser clara, inequívoca. Y, naturalmente, debe probarse no
solamente la posesión actual, sino también el momento en que se empezó a poseer para sí. En otras palabras,
si se comenzó a poseer por otro se presume la continuidad de este título en tanto no se pruebe lo contrario
(ver nota 4).
55
Derechos
posesión sea clara, debe admitirse la usucapión en perjuicio de los condóminos. Así, se ha declarado que si
durante muchos años el condómino percibió los arrendamientos y se negó repetidamente a reintegrar a los
condóminos los derechos que éstos pretendían, ejercitando actos posesorios a título personal y exclusivo,
prescribe el inmueble (ver nota 6). Desde luego, basta una interversión de hecho siendo innecesaria la
interversión de jure, es decir el cambio de título y la inscripción a nombre propio del usucapiente (ver nota
7).
En 1952, al dictarse la ley 14159 sobre Catastro Nacional, se introdujeron dos disposiciones, los arts. 24 Ver
Texto y 25, que establecieron el carácter contencioso del procedimiento y exigencias severas en materia de
prueba. En verdad, esas exigencias fueron excesivas y motivaron, pocos años después, la sanción del decreto-
ley 5756/1958 que, manteniendo el sistema del juicio contencioso, atenuó el rigor de las disposiciones
relativas a la prueba.
En los párrafos que siguen, nos ocuparemos de los aspectos salientes del procedimiento de la usucapión.
a) Carácter contencioso del juicio.— Al iniciar la demanda debe presentarse una certificación del Registro
de la Propiedad o del Catastro sobre la titularidad del dominio del inmueble que se intenta prescribir y el
juicio deberá tramitar con intervención del titular. Si no se pudiere determinar quién es el titular, se procederá
en la forma establecida en los Códigos de procedimientos para la citación de personas desconocidas (dec.-ley
5756/1958); en caso de no dar resultados la citación por edictos, debe darse intervención al defensor de
ausentes (ver nota 2).
b) Juez competente. Es competente para entender en el juicio el juez del lugar en que está situado el
inmueble (art. 5 Ver Texto , inc. 1, Cód. Procesal).
c) Recaudos que hay que acompañar con la demanda.— Con la demanda es necesario acompañar el plano
de mensura del inmueble, suscripto por profesional autorizado y aprobado por la oficina técnica respectiva, si
la hubiere en la jurisdicción (art. 1, inc. b], decreto-ley 5756-58).
d) Prueba.— Ya hicimos referencia a la ligereza con que antiguamente se admitía cualquier prueba,
especialmente la testimonial. El art. 24 Ver Texto de la ley 14159 sentó el principio de que la prueba no
podía ser exclusivamente testimonial y agregó que con la demanda debían acompañarse los certificados de
las oficinas recaudadoras de los que resultare que el poseedor había pagado a su nombre el impuesto relativo
al inmueble durante todo el lapso de la prescripción. Esta disposición era excesiva porque la posesión puede
haberse detentado y ejercido plenamente sin pagar los impuestos; era también excesiva porque, por lo
general, las oficinas recaudadoras no alteran el nombre del contribuyente si no es sobre la base de los títulos
y, por hipótesis, en nuestro caso no podía haber títulos. La aplicación práctica de este sistema ocasionó
numerosas dificultades e hizo necesaria la reforma de la ley. El decreto-ley 5756/1958 mantuvo la regla de
56
Derechos
que todas las pruebas son admisibles, aunque el fallo no podrá basarse exclusivamente en la testimonial. Y
agrega: será especialmente considerado el pago por parte del poseedor de impuestos o tasas que gravan el
inmueble, aunque los recibos no figuren a nombre de quien invoca la posesión (art. 1, inc. c).
Como puede apreciarse, la diferencia es importante. La ley 14159 exigía la constancia del pago de los
impuestos como condición sine qua non de la aprobación de la usucapión veinteñal; más aún, exigía que los
recibos de los impuestos figurasen a nombre del poseedor. Conforme con el régimen actual, la acreditación
del pago de impuestos, figuren o no los recibos a nombre del poseedor, es una prueba que debe ser
―especialmente considerada‖, pero que no es ineludible (ver nota 1). Durante la vigencia del art. 24 Ver
Texto de la ley 14159 se discutió si era indispensable demostrar que los impuestos se habían pagado a su
debido tiempo para que sirvieran como prueba de la posesión o si, por el contrario, bastaba el pago hecho por
una sola vez, generalmente antes de iniciar la acción posesoria. La cuestión ha perdido importancia desde que
el pago de dichos impuestos no es una condición esencial de la aprobación de la posesión; es obvio, por
tanto, que el pago de los impuestos aun efectuados en una sola vez, sirve como prueba corroborante (ver nota
2) aunque, sin duda, su valor se debilita considerablemente.
Si bien por desconfianza en la prueba testimonial la ley exige que se presente alguna otra prueba
corroborante, lo cierto es que aquélla seguirá siendo fundamental en este tipo de juicios dada la naturaleza de
los hechos a probar. Los actos puramente posesorios (cultivo de la tierra, habitación, usufructo, etc.), no
siempre se pueden documentar, sobre todo cuando se trata de hechos realizados varios años atrás. De ahí que
la prueba testimonial sea tan importante. Por lo mismo que tiene esa importancia, debe ser analizada por los
jueces cuidadosamente. Así, se ha declarado que no son hábiles para fundar la aprobación de la información
sobre la posesión treintañal (ahora veinteñal) los testigos que se limitan a afirmar el hecho de la posesión por
más de treinta año sin expresar en qué ha consistido esa posesión y cuáles han sido los actos materiales en
que se concretó (ver nota 3); que no debe hacerse lugar a la declaración de usucapión larga, si los testigos
ofrecidos no precisan en sus dichos ni el tiempo ni el carácter de la tenencia (ver nota 4); o cuando media tal
uniformidad en sus declaraciones que resultan sospechosas, según las reglas de la sana crítica (ver nota 5).
Son también pruebas importantes la documentación que acredite la explotación del campo poseído, los
informes de casas consignatarias de hacienda o de otros comerciantes que demuestren las relaciones
comerciales vinculadas con la explotación del campo. Inclusive, es viable la inspección ocular, aun cuando
ésta tiene interés para demostrar la posesión actual pero no la ocurrida durante los años anteriores (ver nota
6). En suma, la prueba aportada para acreditar la posesión veinteñal debe reunir condiciones sustanciales de
exactitud, claridad y precisión (ver nota 7). Sin embargo, hay que tener presente en esta materia un
importante pronunciamiento de la Cámara Civil de la Capital, que declaró que en los casos dudosos de
reivindicación, la interpretación debe volcarse en favor del poseedor de la tierra, es decir, de quien la ha
trabajado durante largos años y no de quien invoca la abstracta prerrogativa de un título que no ha hecho
efectivo durante un largo lapso (ver nota 8). Es, nos parece, una jurisprudencia moralizadora y acorde con el
concepto moderno de la función social de la propiedad.
Es necesario decir que el pago de los impuestos tiene importancia como demostración del ánimo de poseer
por sí; pero no es en sí mismo un acto posesorio, de tal modo que el pago hecho por el verdadero titular del
dominio, no tiene efecto interruptivo de la prescripción adquisitiva (ver nota 9).
e) Efectos de la sentencia.— La sentencia que se dicte en el juicio contradictorio hará cosa juzgada respecto
de las partes intervinientes en él, puesto que está rodeado de todas las garantías del proceso contradictorio
(ver nota 1). Más aún: en cuanto la sentencia que reconoce la usucapión brinda un título de propiedad, tiene
efecto erga omnes como que brinda un título perfecto (ver nota 2). Ello, por cierto, sin perjuicio del derecho
del dueño o condómino que no ha sido oído, de reivindicar el inmueble demostrando que la posesión no tenía
los caracteres legales que permiten usucapir.
f) Ámbito de aplicación de estas normas.— Todas las disposiciones del decreto-ley 5657/1958 relativas a
la prueba y a los recaudos que deben acompañarse con la demanda son aplicables sólo cuando la posesión
57
Derechos
veinteñal se plantea como acción; en cambio, no lo son si la usucapión es opuesta como defensa (art. 1,
decreto citado). Se explica que así sea, porque lo que la ley ha querido es poner fin a la corruptela de
informaciones hechas sin ningún contralor y sobre la base de pruebas más que deficientes. Desde el momento
en que la prescripción se opone como defensa, eso supone un juicio contradictorio en el que la otra parte
estará interesada más que nadie en controlar la seriedad de las pruebas que se produzcan y en donde el
procedimiento está rodeado de todas las garantías del juicio ordinario. En consecuencia, no rige en este caso
el principio de que el juez no podrá basar el reconocimiento de la usucapión en una prueba exclusivamente
testimonial.
PRESCRIPCIÓN DE MUEBLES
EL ART. 4016 BIS .— Hemos tenido oportunidad de estudiar anteriormente la regla del art. 2412 Ver Texto ,
según el cual la posesión de buena fe de una cosa mueble crea en favor del que la posee la presunción de
tener la propiedad de ella y el poder de repeler cualquier acción de reivindicación, si la cosa no fuere robada
o perdida. Esta regla cubre la mayor parte de los casos de posesión de cosas muebles y respecto de ellos no se
presenta el problema de la prescripción, pues la mera posesión de buena fe confiere el derecho de propiedad.
Quedan, sin embargo, tres hipótesis que no están cubiertas por la regla del art. 2412 Ver Texto : a) la
posesión de mala fe; b) la posesión de buena fe por título gratuito (art. 2778 Ver Texto ); c) la posesión de
buena fe de cosas robadas o perdidas. La primera hipótesis no tiene solución dentro de nuestro Código.
ninguna norma permite adquirir el derecho por prescripción al poseedor de mala fe. Esta omisión del
legislador tiene diversos fundamentos. Cuando una persona toma posesión de un inmueble, lo cultiva, lo hace
producir, realiza actos socialmente útiles; es lógico, pues, que luego de largos años, la ley le confiera el
derecho de propiedad aunque el cultivador tuviera perfecta conciencia de que el inmueble no era suyo. Cosa
distinta ocurre con los muebles. El poseedor de mala fe generalmente es un delincuente que se ha apoderado
de la cosa mediante hurto o robo; y si se trata de una cosa perdida, ha omitido la obligación legal de
denunciar el hallazgo; además, las cosas muebles no son por sí productoras de fruto sino cuando son
accesorias de un inmueble; todas éstas son razones para mirar con más benevolencia al poseedor de mala fe
de un inmueble que al de una cosa mueble (ver nota 1).
No obstante ello, varios códigos extranjeros establecen plazos de prescripción aun para la posesión de mala
fe de cosas muebles (C. Civil español, 6 años, art. 1955; italiano, 20 años; art. 1161; chileno, 30 años, art.
2510).
Respecto de la posesión de buena fe de cosas muebles robadas o perdidas tampoco establecía nada el Código
Civil. Este vacío fue llenado por la ley 17711 que agregó un artículo, el 4016 bis Ver Texto , según el cual el
que durante 3 años ha poseído con buena fe una cosa mueble robada o perdida, adquiere el dominio por
prescripción. Si se trata de cosas muebles cuya transferencia exija inscripción en registros creados o a
crearse, el plazo para adquirir su dominio es de dos años en el mismo supuesto de tratarse de cosas robadas o
perdidas. En ambos casos la posesión ha de ser de buena fe y continua.
Como puede apreciarse, se prevén dos casos diferentes: a) cosas registrables, cuyo dominio se adquiere a los
dos años. La ley no dice desde cuándo empieza a correr este plazo, pero obviamente no puede ser sino a
partir de la fecha de la inscripción en el Registro, pues sin ese requisito no puede hablarse de buena fe del
adquirente (ver nota 2). Como al pretender inscribir una cosa registrable en el Registro respectivo se exige el
correspondiente título de propiedad, este plazo de prescripción sólo es aplicable al caso de que el título
resulte después nulo o anulable o al caso de que haya resultado falsificado; b) tratándose de cosas no
registrables, el plazo es de tres años desde que se la ha comenzado a poseer. En ambos casos, la posesión
debe ser no sólo de buena fe, sino también continua.
Adviértase que el art. 4016 bis Ver Texto sólo exige la buena fe; por consiguiente, el poseedor se beneficia
con este plazo, aunque haya adquirido la posesión por título gratuito. Más aún, aunque el art. 4016 bis Ver
Texto no prevé el caso de cosas no robadas ni perdidas, pero adquiridas de buena fe (por ejemplo, la
58
Derechos
donación hecha por un incapaz) es obvio que también a ellas se aplican los plazos de prescripción contenidos
en esta norma.
SUSPENSIÓN DE LA PRESCRIPCIÓN
REMISIÓN.— La suspensión de la prescripción adquisitiva se rige por los mismos principios y tiene las
mismas causas jurídicas de la prescripción liberatoria. Nos remitimos, por consiguiente, a lo que hemos dicho
sobre ésta en nuestro Tratado de Obligaciones, 3ª ed., t. 2, nº 1024 y siguientes.
INTERRUPCIÓN DE LA PRESCRIPCIÓN
CONCEPTO Y REMISIÓN.— La interrupción de la prescripción supone borrar los efectos de la posesión
transcurrida hasta el momento de la interrupción, reanudándose nuevamente el término de prescripción a
partir del cese de la causa de interrupción. La interrupción significa una prescripción no cumplida, porque
desde el momento en que el término legal ha transcurrido íntegramente, se produce ipso jure la adquisición
del dominio y la prescripción ha consumado todos sus efectos.
También la interrupción de la prescripción adquisitiva se rige por los mismos principios de la liberatoria, por
lo que remitimos a lo dicho en el Tratado de Obligaciones, 3ª ed., t. 2, nº 1046. Sin embargo, es necesario
referirse en concreto a las causas de interrupción porque algunas de ellas tienen problemas específicos en
materia de usucapión.
Según el art. 3985 Ver Texto , quedan también anulados los efectos de la interrupción en el siguiente caso: el
propietario o un tercero han tomado la posesión que ostentaba el usucapiente, pero antes de cumplirse el año
de la interrupción el poseedor interpone una acción posesoria y el demandado, a raíz de esta acción, reconoce
el derecho del poseedor. Pero hay que notar que los efectos interruptivos de la toma de posesión han quedado
ya anulados por la demanda del poseedor, de modo que el reconocimiento hecho por el demandado no tiene
otro efecto que hacer innecesaria la sentencia.
b) Demanda contra el poseedor.— También se interrumpe la prescripción por demanda instaurada por el
propietario contra el poseedor aunque sea interpuesta ante juez incompetente o sea nula por defecto de forma,
y aunque el demandante no tuviera capacidad para accionar (art. 3986 Ver Texto ). En esta materia son del
todo aplicables las soluciones que hemos estudiado en otro lugar respecto de la interrupción de la
prescripción liberatoria por demanda contra el deudor (véase Tratado de Obligaciones, nº 1047 y sig.).
59
Derechos
Texto ). Esta disposición es confusa. Se comprende bien que si dos personas discuten su derecho a la
propiedad de una cosa y una de ellas, pudiendo también invocar la usucapión no lo hace, el compromiso
arbitral debe tener efectos interruptivos, pues importa una renuncia tácita a hacer valer la prescripción. Pero
si lo que se somete a árbitros es si existió o no la posesión con los caracteres y durante el tiempo que la ley
exige para usucapir, entonces no hay renuncia a la usucapión cumplida, pero el usucapiente no podrá invocar
el término posterior al compromiso arbitral. También en este punto remitimos a lo dicho respecto de la
prescripción liberatoria (Tratado de Obligaciones, t. 2, nº 1064).
d) Reconocimiento del derecho del dueño.— Por último, la prescripción adquisitiva es interrumpida por el
reconocimiento expreso o tácito que el poseedor haga del derecho del dueño (art. 3989 Ver Texto ). Es lógico
que así sea, porque desde el momento en que se reconoce en otro el derecho de propiedad, no se tiene el
carácter de poseedor propiamente dicho, sino de mero tenedor de la cosa. La posesión no reviste entonces los
caracteres indispensables para autorizar al poseedor a usucapir. Más aún, este reconocimiento no tendrá
efectos solamente respecto del pasado sino también del futuro hasta tanto el reconociente no intervierta en
forma clara su título, demostrando por actos inequívocos que empieza a poseer a nombre propio y no ya a
nombre del propietario cuyo derecho había reconocido anteriormente.
Respecto de los demás problemas derivados del reconocimiento, remitimos a nuestro Tratado de
Obligaciones, t. 2, nº 1058 y siguientes.
Para resolver esta cuestión hay que distinguir las diversas causas de interrupción. Con respecto a la
interrupción natural, es decir, la que se ha operado por privación de la posesión de la cosa durante más de un
año, ella aprovecha al propietario aunque sea hecha por un tercero (art. 3990 Ver Texto ). La solución es
lógica, porque para usucapir el poseedor necesita demostrar que ha tenido la posesión continua de la cosa
durante el término de ley y en este caso no podrá demostrarlo puesto que esa posesión ha sido interrumpida y
carece, por lo tanto, del carácter de continuidad.
También beneficia al propietario el reconocimiento hecho por el poseedor de que posee la cosa a nombre de
un tercero que no era el verdadero propietario. Este reconocimiento, aunque sea hecho por error, creyendo
que el dueño era otra persona que la que verdadera y legítimamente ostenta ese título, es, sin embargo, la
prueba de que no se poseía la cosa para sí, de que la detentaba a nombre de otro, y de que, por consiguiente,
la posesión no tenía los caracteres necesarios para usucapir.
En cambio, cuando la interrupción ha sido hecha por demanda o compromiso arbitral, sólo beneficia a quien
es autor de ella; esta solución se aplica inclusive al caso de copropiedad, de tal forma que si uno de los
copropietarios interrumpe la prescripción, su acto no beneficia a los demás, a menos que, ya lo dijimos, la
interrupción consista en la privación de la posesión (art. 3992 Ver Texto ).
EFECTOS DE LA PRESCRIPCIÓN
DESDE CUÁNDO SE PRODUCEN.— La adquisición de la propiedad se produce en el momento mismo en
que se cumplen los términos fijados por la ley; de tal manera que una interrupción de la usucapión por
desposesión o demanda carece de eficacia si ha tenido lugar después del vencimiento de los plazos legales de
la usucapión (ver nota 1). Es claro que si vencido el término legal para prescribir, el poseedor reconoce en
60
Derechos
otro el derecho de propiedad, la prescripción no se opera porque esa declaración es la prueba de que no tenía
ánimo de poseer para sí y, por consiguiente, la posesión carece de los caracteres que permiten adquirir el
dominio.
Pero una cosa es el momento en que se opera la usucapión y otra desde cuándo se lo reputa propietario al que
ha usucapido. Es doctrina unánime que operada la usucapión, ella tiene efectos retroactivos al día en que se
empezó a poseer (ver nota 2). La retroactividad se impone como un recurso para resolver con criterio
razonable y justo los siguientes problemas:
a) Los frutos percibidos por el poseedor durante todo ese tiempo son adquiridos por él aunque fuera de mala
fe. Si no se atribuyera efecto retroactivo a la sentencia, el poseedor de mala fe tendría que restituir los frutos
al propietario, lo que sería extremadamente injusto.
b) Los terceros que hayan adquirido derechos reales concedidos por el usucapiente, ven consolidados esos
derechos. Sería verdaderamente absurdo que el usucapiente pudiera invocar la circunstancia de que en el
momento de constituirse un usufructo, una servidumbre, carecía del derecho de propiedad y pretendiese
desligarse así de su compromiso. Lo mismo cabe decir de las hipotecas constituidas por el usucapiente, caso
posible sobre todo en la usucapión breve en la que existe justo título que ha podido registrarse.
c) Más delicado es el problema de los derechos reales constituidos por el anterior dueño durante el término de
la prescripción. También aquí predomina la doctrina de los efectos retroactivos de la usucapión, que en el
caso se traduce en la nulidad de todos los derechos constituidos por el anterior propietario (ver nota 3). La
solución parece indudablemente justa en lo que atañe a los derechos reales que importan una desmembración
del dominio. Se justifica plenamente que el que ha adquirido del anterior propietario un usufructo, un uso,
una servidumbre que no ha ejercicio nunca, no pueda después invocar el contrato celebrado con el anterior
dueño para pretender se le reconozca su derecho real. Decimos que el adquirente de esos derechos reales no
los ha ejercicio nunca, porque si el inmueble estaba poseído por el usucapiente, el dueño carecía de la
posesión sin la cual no podía hacer efectiva la tradición, que es requisito ineludible para la adquisición de un
derecho real (art. 577 Ver Texto ). En cambio, no resulta igualmente justa respecto de los derechos reales de
garantía, particularmente la hipoteca, que es el caso más importante. Si el propietario anterior ha constituido
regularmente la hipoteca, mientras todavía era dueño, y se la ha inscripto en el Registro de la Propiedad, el
derecho del acreedor debe estar a cubierto de la sorpresa de que después resulte que ese bien estaba en
posesión de un tercero. Los acreedores no tienen porqué indagar cada vez que se les ofrece un inmueble en
garantía hipotecaria de su crédito, si ese inmueble está poseído o no por un tercero y si esa posesión tiene
carácter precario o legítimo. Constituida regularmente la hipoteca, pensamos que el usucapiente no puede
hacer valer la retroactividad de la usucapión para privar al acreedor de la garantía que le corresponde. Se
podrá argüir, quizá, que el mismo peligro existe cuando la garantía se ha constituido después de operada la
usucapión y antes de que el usucapiente haya inscripto su dominio en el Registro. Y evidentemente en ese
supuesto sería inadmisible que pesara sobre el nuevo dueño la hipoteca constituida por el anterior. Sin duda
que ello es así; pero en este caso el usucapiente podrá invocar un argumento muy fuerte: que en el momento
en que se constituyó la hipoteca ya era él el propietario y es lógico, por lo tanto, que no se le pueda oponer un
derecho constituido por quien, en el momento en que se constituyó la hipoteca, no era ya dueño del inmueble.
Nada de esto ocurre en el caso de la hipoteca constituida durante el plazo de vencimiento de la usucapión,
porque en ese momento todavía el constituyente de la hipoteca era el dueño (ver nota 4).
Puesto que los efectos legales de la usucapión se operan por el mero cumplimiento del plazo legal, el
usucapiente puede hacerla valer sin necesidad de que previamente haya seguido la acción declarativa. No
sólo puede oponerla como defensa ante el propietario que intenta recuperar el inmueble, sino que también le
permite interponer acción de reivindicación contra terceros (ver nota 5).
61
Derechos
9. EXTINCIÓN DEL DOMINIO
EXTINCIÓN ABSOLUTA Y RELATIVA.— Hay que distinguir dos casos distintos de extinción o pérdida
del dominio: a) la que importa una extinción del dominio sobre una cosa que no es adquirida por nadie
(extinción absoluta); y b) la pérdida del dominio para una persona, porque es adquirido por otra (extinción
relativa).
EXTINCIÓN ABSOLUTA
DISTINTOS CASOS.— Hay extinción total del dominio sobre la cosa en los siguientes casos:
a) Por destrucción o consumo total de la cosa (art. 2604 Ver Texto ). Estrictamente son dos hipótesis
distintas: la destrucción significa la pérdida del dominio por desaparición de la cosa, como ocurre, por
ejemplo, cuando es destruida por el fuego, por una explosión, etc.; el consumo es también una forma de
destrucción, pero es la destrucción proveniente del uso natural de la cosa, como ocurre con los alimentos. A
veces, la cosa destruida no lo es totalmente; en este caso, la propiedad se transfiere de la cosa a sus elementos
integrantes, como, por ejemplo, si se destruyere un mueble, el propietario sigue siéndolo de las maderas que
restan. Es preciso distinguir esta hipótesis de la especificación. En ésta, no hay propiamente una destrucción
de la cosa sino una transformación de ella. No es, por tanto, un medio de extinción absoluta del dominio sino
solamente relativa.
b) Se pierde la cosa que ha sido puesta fuera del comercio. Supongamos que un inmueble se expropia para
hacer un paseo público. En ese caso se extingue el dominio del propietario anterior sin que nadie adquiera, ni
siquiera el Estado, el dominio de la cosa nueva. El Estado tiene solamente lo que se llama el dominio público,
que no es un derecho de propiedad en sentido estricto.
c) Los animales salvajes o domesticados se pierden cuando recuperan su antigua libertad o pierden la
costumbre de volver a la residencia de su dueño (art. 2605 Ver Texto ). La extinción es absoluta porque nadie
adquiere el dominio de la cosa; sin perjuicio de que ulteriormente ese animal pueda ser cazado por otra
persona, que adquirirá entonces su dominio (ver nota 1).
d) Se pierde también el dominio por abandono que se haga de la cosa, aunque nadie se apropie de ella (art.
2607 Ver Texto ). Ordinariamente se considera que esa hipótesis es un supuesto de extinción relativa, pues
cualquier persona puede apropiarse de esa cosa (ver nota 2), lo que nos parece, es un error. La pérdida del
dominio se produce en el momento del abandono. Nadie es dueño de ella. La extinción del dominio es
absoluta. Si luego alguien se la apropia, nacerá un nuevo derecho de propiedad no conectado con el anterior.
Es lo mismo que ocurre con los animales salvajes o domesticados que recuperan su antigua libertad.
Cabe preguntarse si el abandono puede referirse tanto a las cosas muebles como a las inmuebles. Ninguna
duda cabe respecto de las primeras. En cambio, es más dudoso si puede haber abandono de los inmuebles,
porque el no uso no importa abandono, de tal modo que quien se apodera de un inmueble desatendido por su
dueño, sólo adquiere la propiedad por prescripción. A nuestro juicio, sólo sería posible reputar que existe
abandono de un inmueble cuando el dueño anterior ha manifestado expresamente su voluntad de hacerlo. En
cambio, en materia de muebles, basta que de las circunstancias que rodean el caso resulte claro el propósito
del anterior dueño de hacer abandono de la cosa.
Cualquiera puede apropiarse de las cosas abandonadas y, por cierto, el propio dueño anterior, quien es libre
de arrepentirse, y de adquirir nuevamente el dominio (art. 2607 Ver Texto ), siempre que cumpla con el
recaudo de la apropiación.
Supongamos ahora una cosa indivisa. El propietario de una de las partes puede hacer abandono de ella (art.
2608 Ver Texto ). Normalmente el abandono favorecerá a los copropietarios, a menos que todos ellos hagan
abandono de su parte. Pero el propietario de toda la cosa no puede abandonarla por una parte indivisa (art.
62
Derechos
2608 Ver Texto ). Se explica que así sea. El abandono supone un desinterés total en la cosa. No se concebiría
que se pudiera abandonar una parte indivisa de ella, conservando la propiedad de las otras.
a) La enajenación voluntaria de una cosa por un título capaz de transferir el dominio (venta, donación, aporte
a sociedades, permuta, cesión de derechos, etc.).
b) la sucesión mortis causa. Se puede suceder con carácter de heredero, legatario o beneficiario de cargo. En
el primer caso, la sucesión es universal; en los dos últimos, es particular. Pero en todos ellos se produce la
transferencia del dominio del fallecido al heredero, legatario o beneficiario del cargo.
c) La transferencia del dominio por los distintos modos establecidos en la ley: transformación, accesión o
prescripción (art. 2606 Ver Texto ).
17 a 20.
RESTRICCIONES Y LÍMITES DEL DOMINIO
CONCEPTO.— Por más absoluto que se repute el derecho de propiedad (y en este punto nadie avanzó tanto como
VÉLEZ SARSFIELD) se hace inevitable reconocer ciertas restricciones y límites, fundados algunos en razones de
interés público y otros resultantes de la mera coexistencia del derecho análogo de los vecinos. Así lo reconoce nuestro
Código, que dedica al tema el título VI del libro tercero. Esas restricciones serán el objeto del estudio del presente
capítulo. Pero antes de entrar a la consideración de esas disposiciones, es indispensable decir que después de la reforma
de 1968 pesa sobre el propietario una limitación genérica fundada en el nuevo concepto del derecho de propiedad. Éste
ya ha dejado de ser absoluto, para convertirse en un derecho que debe ser ejercido en función social. De ahí que el art.
2513 Ver Texto prescriba que es inherente a la propiedad de derecho de poseer la cosa, disponer o servirse de ella,
usarla y gozarla conforme a un ejercicio regular. Y ratificando ese concepto el artículo siguiente dice que el ejercicio de
estas facultades no puede ser restringido en tanto no fuere abusivo. De donde surge una restricción genérica que pesa
sobre todos los propietarios y que, ya lo hemos dicho se vincula con el concepto mismo del derecho de propiedad.
OBSERVACIÓN METODOLÓGICA.— El título dedicado a las restricciones y límites del dominio (arts. 2611 Ver
Texto y sigs.) se hace pasible de serias observaciones metodológicas: a) Se incluyen en él disposiciones tendientes no a
restringir el dominio, sino precisamente a mantenerlo irrestricto; tales son las disposiciones relativas a la cláusula de no
enajenar contenida en un contrato de transferencia que prohíben al propietario gravar al inmueble con otros derechos
reales que no sean los permitidos expresamente por el Código. El objeto de estas disposiciones no es gravar con una
restricción el derecho del enajenante o disponente, sino, por el contrario, el de mantener incólume el derecho del actual
propietario; b) Se legisla sobre el dominio de las aguas, lo que nada tiene que ver con las restricciones a la propiedad;
c) Por último, algunas disposiciones incurren en un detallismo impropio de un Código Civil, estableciendo
disposiciones que deben ser materia de reglamentación municipal, tal como ocurre, por ejemplo, con los arts. 2622 Ver
Texto , 2623, 2624, 2658 Ver Texto , 2659, 2660, etc.
63
Derechos
establecimientos en zonas destinadas a viviendas, las prescripciones referentes a la salubridad, higiene, etc.; las que
conciernen a los ruidos molestos; etc.
a) Son ilimitadas en su número, como que atienden a razones de interés público de la más diversa especie.
b) Generalmente importan una obligación de dejar hacer o de no hacer impuesta al propietario, aunque a veces van más
allá de imponen una verdadera obligación de hacer, tal como la que pesa sobre los propietarios de construir la vereda, a
cercar los terrenos baldíos, o hacer las paredes del ancho y características señaladas por el Código de la Edificación.
c) No dan lugar a indemnización, a menos que se trate de una grave restricción que menoscabe el derecho del
propietario más allá de lo razonable, en cuyo caso habría o bien una servidumbre administrativa o bien un
cercenamiento tal del dominio que haga surgir el derecho del propietario a exigir la expropiación del bien (ver nota 1).
CLÁUSULA DE NO ENAJENAR.— Diversas disposiciones legales (arts. 1364 Ver Texto , 2612 Ver Texto , 2613,
3781 Ver Texto , C. Civil, y art. 51 Ver Texto , ley 14394) limitan las facultades del disponente de un bien para
imponer al adquirente la condición de no enajenar la cosa transmitida. ya hemos dicho que no se trata en este supuesto
de una restricción al dominio, porque el propósito legal es precisamente el de mantener íntegras las facultades que
corresponden al propietario actual de la cosa.
En los actos a título oneroso es nula la cláusula que prohíbe al adquirente del bien enajenarlo a persona indeterminada;
pero, en cambio, es válida la prohibición de venderlo a persona determinada (arts. 1364 Ver Texto y 2612 Ver Texto ).
Hemos tratado el tema en nuestro Tratado de Contratos, t. 1, nº 294 y sigs.
En lo que atañe a la transmisión a título gratuito los donantes y testadores no pueden prohibir a sus sucesores que
enajenen los bienes muebles o inmuebles que les donaren o dejaren en testamento, por un término mayor que el de 10
años (arts. 2613 Ver Texto y 3781 Ver Texto ; véase nuestro Tratado de Sucesiones, nº 1285 y sigs.). Por iguales
motivos es inválida la condición de no dividir la herencia por un término mayor de 10 años, salvo que se trate de un
bien determinado o de un establecimiento comercial, industrial, ganadero o minero que constituya una unidad
económica, en cuyo caso la condición de no dividir la herencia puede prolongarse hasta la mayoría de edad de todos los
herederos (art. 51 Ver Texto , ley 14394).
CONSTITUCIÓN DE DERECHO REALES.— Los propietarios de un bien mueble o inmueble no pueden constituir
sobre ellos ningún derecho real que no sea de los expresamente admitidos por el Código; en particular, no pueden
gravarlos con derechos enfitéuticos ni de superficies ni imponerles censos ni rentas que se extiendan a mayor término
que el de cinco años, ni hacer en ellos vinculación alguna.
A primera vista, estas disposiciones parecerían un restricción al derecho de propiedad, al no permitir que los bienes
puedan gravarse por otros derechos reales que los establecidos en la ley. Pero ya se ha dicho que éste es el régimen
normal en materia de derechos reales, puesto que todo lo que atañe a ellos es materia que interesa vivamente al orden
público, sólo pueden admitirse aquellos derechos reales que la ley reconoce. En el fondo, lo que se procura con el art.
2614 Ver Texto no es imponer una restricción a los derechos del dueño, sino, por el contrario, liberar a la propiedad de
gravámenes que limitaban considerablemente la facultad de uso, goce y disposición de la cosa. Vale decir, que también
en este caso bajo la apariencia de una restricción del dominio en realidad lo que se ha querido es que los propietarios
conserven ampliamente sus facultades de uso, goce y disposición, poniéndolos al abrigo de sus propias decisiones.
ART. 2617: SU DEROGACIÓN.— El art. 2617 Ver Texto prohibía la división de los edificios en propiedad
horizontal. Esta disposición, gravemente inconveniente para el desarrollo de las urbes modernas, fue derogada por la
ley 13512 que estableció en nuestro país el régimen de la propiedad horizontal. Sobre toda esta importante materia
trataremos más adelante (Cap. XII).
EL CAMINO DE SIRGA (de rivera).— Dispone el art. 2639 Ver Texto que los propietarios limítrofes con los ríos o
con canales que sirven a la comunicación por agua, están obligados a dejar una calle o camino público de treinta y
cinco metros hasta la orilla del río o del canal; dentro de las ciudades o poblaciones, las municipalidades pueden
reducir el ancho de la calle pública a no menos de quince metros (art. 2640 Ver Texto ).
64
Derechos
Esta franja dejada a lo largo de ríos y canales es lo que se llama camino de sirga. Históricamente se origina en que, en
la antigüedad, para remontar las embarcaciones corriente arriba, era necesaria la tracción a sangre desde las orillas. El
vapor y los modernos combustibles han eliminado este método anticuado de navegación, de tal manera que
actualmente los arts. 2639 Ver Texto y 2640 no tienen justificación alguna y, con razón, se ha propuesto su derogación
(ver nota 2).
Algunos autores sostienen la conveniencia de mantener el camino de sirga no ya para utilizarlo como tal, sino
considerando que el uso de las márgenes de los ríos puede ser necesario para otros fines de interés social, como la
construcción de nuevos puertos, astilleros, mercados, frigoríficos del Estado, paseos públicos, etc. (ver nota 3). El
argumento no parece convincente porque, como ya veremos, la instalación de tales obras dentro de la franja exigirá
siempre la expropiación por parte del Estado, de manera que los derechos de éste no varían, haya o no camino de sirga
(ver nota 4).
Por lo demás, el trazado de los caminos públicos nunca coincide con el de los ríos, porque obedece a razones de
comunicación que nada tiene que ver con el trayecto de aquéllos; sólo en las ciudades el trazado de las calles públicas
suele acompañar el curso de los ríos.
Pero lo que demuestra acabadamente que los arts. 2639 Ver Texto y 2640 no obedecen a una verdadera razón de interés
general, es que se han convertido en letra muerta. En la práctica, los propietarios ribereños cercan el camino de sirga, lo
trabajan y hasta hacen construcciones, a pesar de la disposición expresa en contrario del art. 2639 Ver Texto .
Debemos agregar que en el derecho comparado no siempre se legisla sobre el camino de sirga y cuando se lo hace, se
prevé un ancho considerablemente menor al establecido en nuestro Código.
En Francia, en los ríos navegables o flotables debe dejarse en una margen 7,80 metros y en la otra 3,25 metros (art. 46,
ley del 8 de abril de 1898). En España las márgenes de los ríos están gravadas con dos clases de servidumbres: las de
uso público, en interés general de la navegación, la flotación, la pesca y el salvamento, cuyo ancho es de 3 metros y el
camino de sirga cuyo ancho es de 1 metro si se lo destina a peatones y 2 si se lo destina a caballos (C. Civil, art. 553;
ley de aguas, arts. 36 y 112). Semejante es la legislación del Perú (Código de aguas, arts. 36 y 123), de Bolivia (ley de
aguas, arts. 51 y 151) y del Uruguay (Código Rural, arts. 393 y 493) (ver nota 5).
En los números que siguen vamos a ocuparnos de los distintos problemas originados en el camino de sirga.
a) Naturaleza jurídica.— Se ha discutido en nuestro derecho si el camino de sirga es una restitución al dominio del
propietario ribereño (ver nota 6), o una servidumbre administrativa (ver nota 7). En nuestro concepto, esta discusión es
estéril, porque carece de verdadero contenido jurídico. Lo tendría si de las dos alternativas que se proponen surgieran
consecuencias jurídicas distintas. Pero en nuestro caso, nada de eso ocurre. El contenido del camino de sirga, es decir,
las limitaciones a los derechos del propietario, y los derechos que sobre esa franja posee el Estado, son exactamente los
mismos sea que se lo califique como restricción del dominio o como servidumbre. En otras palabras, la discusion se
plantea en el terreno de la pura técnica jurídica, es decir, de una técnica insustancial, como que no está al servicio de
ningún contenido normativo concreto. Por ello, es decir, porque no están en juego valores jurídicos sustanciales, la
polémica no tiene solución. En el fondo es una cuestión estética. A algunos autores les parece más apropiado y
armonioso desde el punto de vista técnico, ubicar el camino de sirga entre las restricciones del dominio; a otros, dentro
de las servidumbres. En el fondo, nada cambia.
b) Derechos del propietario y del Estado.— Aunque alguna vez se ha sostenido que el propietario ribereño pierde el
dominio sobre la zona del camino de sirga (ver nota 8), hoy está fuera de duda que no es así (ver nota 9). Por lo tanto,
el propietario puede disponer de los productos naturales de la franja de 35 metros, tales como pastos, leña, madera, etc.
(ver nota 10); de igual modo, le corresponde la mitad del tesoro encontrado dentro de dicha franja en su carácter de
propietario (ver nota 11). En nuestra doctrina prevalece la opinión de que el propietario no tiene derecho a sembrar y
cultivar la zona del camino de sirga, ni extraer de ella arenas o piedras, porque tales actos serían inconciliables con la
obligación del propietario de dejar una calle o camino público (ver nota 12). No compartimos esta opinión. A menos
que la calle o camino haya sido construido realmente por el Estado, debe reconocerse al propietario ribereño amplias
facultades para explotar esa zona (ver nota 13). Lo contrario importaría dejar sin cultivo enormes extensiones, con
grave perjuicio del interés público. De más está decir que, en la práctica, los propietarios ribereños trabajan la tierra
hasta el límite mismo de las aguas.
65
Derechos
Pero los propietario ribereños no pueden hacer en el camino de sirga ninguna construcción ni reparar las antiguas que
existan, ni deteriorar el terreno en manera alguna (art. 2639 Ver Texto ). Esta restricción del dominio debe soportarla el
propietario sin ninguna indemnización (art. citado).
Por su parte, el Estado tiene derecho a reglamentar el uso de esa franja con el único destino que marca la ley, es decir,
el de calle o camino público. Puede, claro está, realizar todos los trabajos que sean necesarios a ese fin; pero no puede
utilizar el camino de sirga para la realización de otras obras, tales como muelles, astilleros, puertos, para todo lo cual es
indispensable la expropiación de la superficie necesaria (ver nota 14).
De lo dicho surge que los arts. 2639 Ver Texto y 2640 imponen al propietario una restricción de su dominio destinada a
facilitar la circulación por calles o caminos públicos y también para las necesidades de la navegación. no se deja libre
para que puedan usar o gozar de esa zona los particulares, sean o no vecinos. La Cámara Federal de La Plata resolvió
un interesante caso de un propietario que tenía dos fundos ribereños separados por otro de propiedad de una tercera
persona; aquel propietario pretendió exigir de la dueña del fundo intermedio que le dejase libre el camino de sirga para
poder comunicar sus dos propiedades; la Cámara rechazó la demanda diciendo, con razón, que el camino de sirga no
está hecho para comodidad de los vecinos sino para servir a un interés público de otro orden (ver nota 15).
c) ¿Se necesita un acto administrativo de afectación del camino de sirga?— Se discute en nuestra doctrina si la
aplicación de los arts. 2639 Ver Texto y 2640 exige un acto administrativo que declare la formación o construcción de
la calle o camino público. SALVAT se pronuncia por la afirmación, sosteniendo que son las autoridades
administrativas las que pueden y deben apreciar si las calles o caminos son o no requeridos para las necesidades de la
navegación; de tal modo que si ellas consideran que no es necesario, los dueños de los fundos ribereños conservan el
derecho de disponer de su propiedad con toda amplitud sin quedar sometidos a ninguna de las restricciones que la ley
establece (ver nota 16). Otros autores, por el contrario, opinan que la restricción no necesita ninguna declaración por
parte de la administración pública (ver nota 17). Por nuestra parte, nos inclinamos sin vacilación alguna por la primera
tesis. Hemos dicho ya que el camino de sirga obedece a una necesidad desaparecida; que, en consecuencia, no responde
a ningún verdadero interés público; que, en la práctica, los propietarios ribereños no lo respetan; todo ello hace
aconsejable admitir una teoría que no sólo significa interpretar la ley en el sentido más favorable a los intereses
públicos y privados, sino que también elimina el escándalo de una ley incumplida.
Admitimos, por consiguiente, la doctrina de SALVAT aunque con la siguiente salvedad: que si el propietario levanta
construcciones en la zona del camino de sirga, lo hace a su riesgo, de tal manera que si más tarde la administración
pública decide abrir la calle o camino, podrá destruirlas sin indemnización alguna, tal como lo prescribe el art. 2639
Ver Texto (ver nota 18).
Distinto sería si por haberse rectificado el lecho del río o haberse abierto un canal navegable, quedaran dentro de la
zona de los 35 metros, construcciones realizadas con anterioridad por el propietario. En este caso, es obvio que no
podría abrirse el camino de sirga y echarse abajo lo construido, sin indemnizar al propietario (ver nota 19).
También debe exceptuarse el caso de que dentro del egido de las ciudades, la Municipalidad haya concedido permiso
para construir dentro de la zona de 36 metros y luego resuelva abrir la calle. En ese caso, el particular ha podido confiar
en el acto del Estado que lo autorizaba a construir y que revela el propósito de la administración pública de no utilizar
el camino de sirga, por lo menos con el ancho establecido en el art. 2639 Ver Texto ; si más tarde la administración
pública revé esa política, es justo que indemnice al propietario que construyó basado en una autorización otorgada por
el propio municipio.
d) Ríos y canales a los que se aplica.— El art. 2639 Ver Texto habla de los ríos o canales que sirven a la
comunicación por agua. Se comprenden, por tanto, en las disposiciones de la ley no solamente los ríos o canales
navegables, sino también los llamados flotables, es decir, aquellos que pueden ser utilizados para el transporte de
materiales (particularmente maderas), aunque no tengan profundidad suficiente para una navegación regular (ver nota
20).
Debe entenderse que para la existencia del camino de sirga basta con que el curso de agua tenga aptitud para la
comunicación, sin que sea indispensable que ésta se realice de hecho (ver nota 21).
Si un curso de agua es navegable o flotable sólo en algunos trechos de su recorrido, la obligación de dejar el camino de
sirga se refiere únicamente a esas partes y no a aquellas en que deja de ser navegable o flotante (ver nota 22).
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Derechos
e) Concepto de propiedades limítrofes.— El art. 2639 Ver Texto grava con esta restricción a las propiedades
limítrofes de los ríos o canales. Cabe preguntarse si pesa también dicha obligación sobre las propiedades que no siendo
limítrofes, están dentro de los 35 metros. Ninguna duda cabe de la respuesta afirmativa, porque en definitiva lo que la
ley ha querido es dejar expedita esa franja a lo largo de los ríos o canales navegables (ver nota 23).
f) Mutaciones naturales del curso de agua.— Sabido es que los ríos suelen desplazarse, modificando o aun
cambiando su lecho. En tal caso, resulta indudable que el camino de sirga también se desplaza junto con el río. Si en la
nueva zona de 35 metros hubiera construcciones, pensamos que el Estado no puede ordenar su destrucción para hacer
efectivo el camino de sirga sin indemnizar al propietario (ver nota 24), puesto que, al construir, éste se ajustó a su
derecho;si después, por un acontecimiento natural que tiene todas las características de la fuerza mayor, esa
construcción queda dentro del camino de sirga y el Estado resuelve abrirlo realmente, es natural que se indemnice a
quien obró conforme a derecho.
Puede ocurrir también que antes del desplazamiento del río, el Estado hubiera construido realmente el camino o calle
pública, sin indemnizar al propietario, conforme con el derecho que le atribuye el art. 2639 Ver Texto . Desplazada la
corriente de agua, parece quedar sin justificación el aprovechamiento de la calle por el Estado sin indemnización; nos
inclinamos, sin embargo, a considerar que una vez hecha la calle o camino público, éste debe reputarse un derecho
definitivamente adquirido por el Estado en interés de la comunidad y que, por consiguiente, el propietario carece de
derecho a reclamar indemnización.
El problema estaba insuficientemente tratado en el Código Civil. El art. 2618 Ver Texto disponía que el ruido causado
por un establecimiento industrial debe ser considerado como que ataca el derecho de los vecinos cuando por su
intensidad o continuidad viene a ser intolerable para ellos y excede la medida de las incomodidades ordinarias de la
vecindad. El artículo siguiente agregaba que aunque la obra o el establecimiento que cause perjuicio al vecino hubiese
sido autorizado por la administración, los jueces pueden acordar indemnización a los vecinos mientras existan estos
establecimientos. La indemnización se determina según el perjuicio material causado a las propiedades vecinas y según
la disminución del valor locativo o venal que ellas sufren.
Estas normas se hacían pasibles de serias observaciones: sólo contemplaban la hipótesis del ruido, pero no de otras
incomodidades, tales como la luz, los olores, las vibraciones, etc.; aludían solamente a los perjuicios causados por un
establecimiento industrial, cuando obviamente las molestias pueden originarse también en comercios y casas
particulares; no contemplaban la posibilidad de que el juez ordenara el cese de las molestias, reconociendo solamente
acción de daños y perjuicios. Era natural la insuficiencia con que el problema había sido tratado, dada la época en que
se sancionó el Código Civil, en la cual ni siquiera podía imaginarse la gravedad que el problema asumiría en las
sociedades contemporáneas.
La ley 17711 suprimió el art. 2619 Ver Texto y redactó el 2618 Ver Texto de la siguiente manera: Las molestias que
ocasionen el humo, calor, olores, luminosidad, ruidos, vibraciones o daños similares para el ejercicio de actividades en
los inmuebles vecinos, no deben exceder la normal tolerancia teniendo en cuenta las condiciones del lugar y aunque
mediare autorización administrativa para aquéllas. Según las circunstancias del caso, los jueces pueden disponer la
indemnización de los daños o la cesación de tales molestias. En la aplicación de esta disposición, el juez debe
contemporizar las exigencias de la producción y el respeto debido al uso regular de la propiedad; asimismo tendrá en
cuenta la prioridad en el uso. El juicio tramitará sumariamente.
Esta disposición tuvo su fuente inmediata en el art. 844 del Código Civil italiano, que a su vez tenía como antecedentes
los códigos alemán, art. 906, y suizo, art. 684.
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Derechos
MOLESTIAS INTOLERABLES.— El art. 2618 Ver Texto alude al humo, calor, olores, luminosidad, ruidos,
vibraciones o daños similares, por el ejercicio de actividades en los inmuebles vecinos. Se trata de lo que en doctrina se
conoce con el nombre de inmisiones.
La enumeración legal de los hechos que pueden ocasionar molestias en los vecinos es amplia, pero aun así,
simplemente enunciativa (ver nota 1); ello surge claramente del propio texto legal que se refiere, luego de hacer la
enumeración de distintas molestias, a los daños similares; vale decir, los jueces pueden tomar en cuenta también otras
molestias cualquiera que sea su naturaleza.
Pero no cualquier molestia da lugar a esta acción; es necesario que ella exceda la normal tolerancia. Pues es bien sabido
que la vecindad en pueblos y ciudades suele traer aparejadas algunas incomodidades, que, sin son tolerables, deben
aceptarse como un precio, a veces duro, de la civilización moderna. Pero si se demuestra que la molestia excede lo
razonable, hay que ponerle coto.
La obligación de suprimir las molestias es independiente de la culpa o dolo del vecino (ver nota 2). Pero si la hay la
conducta del que las produce debe ser sancionada con mayor severidad. Desde luego, hay culpa si la molestia es
fácilmente subsanable; éste es uno de los más interesantes elementos de juicio a considerar por el juez (ver nota 3),
pues en tal caso no cabe disponer la indemnización de daños, sino la cesación de la molestia.
La acción de los vecinos no queda trabada por la circunstancia de que la actividad molesta cuente con autorización
administrativa (art. 2618 Ver Texto ). La disposición es lógica. La autoridad administrativa concede su autorización
siempre que estén cubiertas las condiciones generales contenidas en leyes y reglamentos, pero no podría atender por
anticipado a las consecuencias y molestias que las actividades permitidas puedan eventualmente ocasionar a los
vecinos. Así, por ejemplo, la Municipalidad autoriza dentro de ciertos barrios, los letreros luminosos. Pero si el letrero
instalado, previa autorización, causa molestias a los vecinos, turbándoles el dueño o violando la paz y la tranquilidad
del hogar, como ocurre con frecuencia, es indudable que puede pedirse la cesación de la molestia.
FACULTADES JUDICIALES.— La ley otorga amplias facultades a los jueces, bien sea para fijar una
indemnización, bien para ordenar la cesación de las molestias.
Hará lo primero si la eliminación de la molestia conduce necesariamente a la supresión de una actividad en cuyo
mantenimiento hay un interés social comprometido, como, por ejemplo, si se trata de los ruidos o vibraciones
producidos por una fábrica, cuyo cierre significa el despido de los empleados y obreros o el cese de una producción
necesaria o útil. Pero, a nuestro juicio, sólo en estos caso excepcionales puede el juez limitarse a una indemnización de
daños y siempre que la causa de las molestias no sea subsanable; de lo que se trata es de poner fin a las molestias y no
de concluir el problema con el pago de una indemnización (ver nota 4).
La norma da ciertas pautas, por cierto flexibles, para que sirvan de guía al juez en la opción entre la indemnización de
los daños y la cesación de las molestias: deberá tenerse en cuenta las exigencias de la producción y la prioridad del uso.
Ya hemos aludido al primer supuesto; en cuanto a la prioridad del uso, es un criterio no autónomo, sino
complementario al de las exigencias de la producción (ver nota 5). Es, nos parece, una solución razonable. Si las luces
de un letrero, el ruido producido por una discoteca, molestan a los vecinos, deben suprimirse por más que el vecino
haya adquirido o alquilado su vivienda cuando ya existían aquéllos. así se resolvió en el caso de un vecino que adquirió
una casa lindera al local donde desde años atrás funcionaba un club de bochas; no obstante la prioridad que favorecía al
club, se ordenó la realización de obras para hacer cesar el ruido pues el juego de bochas no es una actividad social de
suficiente relevancia como para postergar la protección de un interés privado (ver nota 6). Distinta es la solución si una
persona se va a vivir al lado de una fábrica en funcionamiento. Entonces la prioridad del uso unida al interés de la
producción puede ser decisiva en la sentencia.
Si las molestias derivan de la culpa o dolo del vecino, el juez debe ordenar la cesación pues no se concibe que pueda
permitirse la continuación de una conducta ilícita.
El juez puede ordenar la cesación de las molestias ya sea poniendo fin a la actividad molesta, ya sea ordenando se
adopten las medidas necesarias tendientes a su cesación. La sentencia, incluso, puede fijar cuáles deben ser esas
medidas (ver nota 7) y si luego resultara que ellas han sido insuficientes, el vecino interesado puede pedir una
ampliación de aquéllas (ver nota 8), sin que la contraria tenga derecho a invocar la cosa juzgada proveniente del
anterior pronunciamiento, para sotener que las medidas que fueron ordenadas en el primer juicio, no pueden ya
ampliarse.
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Derechos
La decisión recaída sobre si las molestias ocasionadas exceden o no la normal tolerancia es cuestión que escapa al
recurso de casación y al de inaplicabilidad de la ley (ver nota 9).
El art. 2618 Ver Texto dice que los jueces pueden disponer la indemnización de los daños o la cesación de tales
molestias. Es decir, se establece una solución alternativa no acumulativa (ver nota 10). Pensamos, por consiguiente,
que el vecino no puede ser condenado a cesar en las molestias e indemnizar los daños, a menos que haya obrado con
culpa o dolo, pues en tal caso la aplicación de las normas generales sobre hechos ilícitos permite acumular la orden de
cesación y la indemnización (ver nota 11).
Puede ocurrir que el actor al demandar, reclame la cesación de las molestias o la indemnización de los daños. En tal
caso, la solución es simple para el juez: debe optar por aquella que sea más justa, teniendo en cuenta las pautas legales,
es decir, las exigencias de la producción, el respeto debido al uso regular de la propiedad y la prioridad en el uso. Pero
puede ocurrir también que el actor haya reclamado sólo uno de los términos de las alternativas ofrecidas por el art.
2618 Ver Texto : bien sea la indemnización, bien sea el cese de las molestias.
Si lo que se ha pedido es el cese de las molestias, y esta medida, a juicio del tribunal, resulta excesiva, pensamos que
puede disponerse la indemnización de los daños; en cambio, si lo que se ha pedido es sólo la indemnización, no
creemos que el juez pueda disponer el cese de las molestias, porque ello significaría ir más allá de lo reclamado por la
propia parte.
QUIÉNES TIENEN LA ACCIÓN Y CONTRA QUIÉNES.— La acción derivada del art. 2618 Ver Texto no sólo
compete al propietario, sino también al locatario, al usufructuario, y, de una manera más general, a todo aquel que tiene
la tenencia del inmueble por un título legal, cualquiera que sea (ver nota 12); como que el derecho surge de la calidad
de vecino y no de propietario.
La acción no requiere la prueba de un perjuicio material (ver nota 13); basta el daño puramente moral derivado de la
perturbación del sueño, del descanso, de la tranquilidad, o de cualquier otra molestia que exceda la normal tolerancia.
Por la misma razón aducida en el número anterior de que esta acción deriva de la vecindad propiamente dicha y no de
la propiedad, la acción se tiene contra el que ejerce la actividad molesta, sea o no el propietario.
Cuando los responsables de la indemnización de daños son varios y no existe culpa o dolo de ellos, no hay solidaridad
(ver nota 14), pues la ley no la ha previsto. Y no se podría aplicar la regla de los hechos ilícitos, puesto que las
molestias del art. 2618 Ver Texto de por sí no lo son, como lo prueba el hecho de que el juez puede permitir la
continuación de la actividad molesta, lo que no se concebiría si fuera un hecho ilícito. En cambio, si hubiera mediado
culpa o dolo, el hecho ilícito queda configurado y, por consiguiente, hay solidaridad entre los responsables, conforme
con los principios generales.
SUPUESTO DEL ART. 2625.— El art. 2625 Ver Texto establece que aun separados de las paredes medianeras o
divisorias nadie puede tener en su casa depósitos de aguas estancadas que puedan ocasionar exhalaciones infestantes, o
infiltraciones nocivas, ni hacer trabajos que transmitan a las casas vecinas gases fétidos o perniciosos que no resulten
de las necesidades o usos diarios; ni fraguas ni máquinas que lancen humo excesivo a las propiedades vecinas.
Como puede apreciarse, también esta norma trata de las inmisiones. Pero se trata de supuestos especialmente graves, en
los cuales no cabrá ya la alternativa de la indemnización de daños, sino que el juez deberá decretar lisa y llanamente la
cesación de la molestia; sin perjuicio del pago de los daños ocasionados (ver nota 15), si ha habido culpa o dolo por
parte del causante de la molestia.
Como en el caso general del art. 2618 Ver Texto , la autorización administrativa no impide la acción judicial destinada
a hacer cesar la molestia.
¿ES PRESCRIPTIBLE LA ACCIÓN DERIVADA DE LOS ARTS. 2618 Ver Texto Y 2625 Ver Texto— Esta
cuestión está controvertida. Un fallo de la Cámara Civil del a Capital, Sala A, declaró que la acción es imprescriptible
(ver nota 16); pero la misma Sala, en su ulterior composición, declaró que era aplicable la prescripción de 10 años (ver
nota 17). Compartimos sin vacilaciones la solución dada por el primer fallo, puesto que mientras duran las molestias,
éstas obran a manera de interrupción continuada de la prescripción.
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Derechos
Es una restricción prudente, destinada a salvaguardar los derechos del propietario vecino. La norma no establece la
distancia en la cual es permitido abrir las excavaciones o fosos, lo que es razonable, como el mismo VÉLEZ
SARSFIELD lo demuestra en la nota perspectiva: ―No es posible determinar las distancias de los edificios vecinos a las
cuales pueden hacerse excavaciones o abrirse fosos. El peligro que puede sobrevenir a los edificios depende en mucha
parte de la clase de terreno, ya sea piedra o tierra sólida, o por el contrario, arena o tierra deleznable; y también de la
clase del edificio vecino, que puede ser de un gran peso o sólo tener por ese lado paredes sencillas o meramente
divisorias. En un caso dado, los jueces, con informes de peritos resolverán sobre la distancia a que debe abrirse un foso
y el género de calza que debe tener para evitar derrumbes‖.
El derecho del vecino a accionar judicialmente no depende de que la ruina del edificio o el desmoronamiento de tierra
se haya producido; basta el peligro de que ello ocurra. En consecuencia, el vecino tiene una doble acción: a) para
impedir que se continúe una excavación que ha empezado a hacerse; b) para exigir que la excavación se cierre o bien
para que la tierra o las paredes se calcen. Todo ello sin perjuicio de la acción por los daños que se hubieran producido.
Cabe advertir que la norma dice que el propietario no puede hacer excavaciones ni abrir fosos, lo que parecería indicar
que en caso de infracción lo que corresponde es obligarlo a llenar la excavación, sin la alternativa de la calza del
terreno a que se refiere la nota. Sin embargo, hay que admitir que también esta solución es viable, porque calzado
debidamente el terreno, el propietario vecino no podría aducir interés alguno para obligar a llenar la excavación. Más
aún, esto ocurre con gran frecuencia en las ciudades, en que las excavaciones indispensables para levantar un nuevo
edificio afectan casi siempre la estabilidad del edificio lindero, lo que se resuelve mediante calzas que, al par que
resguardan la seguridad del inmueble vecino, permiten realizar la nueva obra.
La falta de conservación en debido estado del edificio, importa una negligencia y, por lo tanto, el propietario es
responsable de los daños ocasionados a los vecinos o transeúntes, conforme con la regla que rige los hechos ilícitos
(ver nota 1). Es decir, no estamos en presencia de una restricción del dominio, sino de las consecuencias de un hecho
ilícito.
Esta disposición se vincula estrechamente con el art. 1132 Ver Texto , según el cual el propietario de una heredad
contigua a un edificio que amenace ruina no puede pedir al dueño de éste garantía alguna por el perjuicio eventual que
podrá causarle su ruina. Tampoco puede exigirle que repare o haga demoler el edificio. Esta disposición importó la
abolición de la caución damni infecti, que en el Derecho Romano se otorgaba al propietario de un fundo vecino cuando
un edificio amenazaba ruina. VÉLEZ la suprimió entendiendo que la admisión de una acción preventiva en esta materia
da lugar a pleitos de una resolución más o menos arbitraria y que los intereses de los vecinos de un edificio que
amenace ruina, están garantizados por la vigilancia de la policía y por el poder generalmente concedido a las
municipalidades de ordenar la reparación o demolición del edificio que amenace ruina (nota al art. 1132 Ver Texto ). El
acierto del criterio de nuestro codificador es más que discutible; no es admisible condenar a los vecinos a que
permanezcan impasibles ante la amenaza de ruina de un edificio que puede provocarles ingentes daños materiales y aun
personales;y tampoco es posible librarlo todo a la diligencia de las autoridades policiales o municipales que, ya se sabe,
no siempre cumplen con su deber.
La necesidad de conceder al vecino una acción para exigir las medidas de seguridad necesarias era palmaria; fue
reconocida por todos los proyectos de reforma (Anteproyecto de BIBILONI, arts. 1424 y 2427; Proyecto de 1936, art.
868 y 1561; Anteproyecto de 1954, art. 1563), y consagrada finalmente por la ley 17711 , que agregó al art. 2499 Ver
Texto el siguiente párrafo: quien tema que de un edificio o de otra cosa deriva un daño a sus bienes puede denunciar
ese hecho al juez, a fin de que se adopten las oportunas medidas cautelares.
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Derechos
Del cotejo de este párrafo con el art. 1132 Ver Texto resulta: a) que éste se mantiene en vigor en cuanto niega la acción
damni infecti, es decir, el vecino puede pedir garantía contra el perjuicio eventual que pueda causar la ruina del
edificio; b) que ha quedado derogado el segundo párrafo que niega acción para reclamar la reparación o demolición del
edificio, ya que el art. 2499 Ver Texto permite pedir las medidas cautelares tendientes a evitar el daño.
ACCIÓN DE DAÑO TEMIDO.— ¿Quién tiene la acción del art. 2499 Ver Texto , 2º párrafo? La ley dice: quien
tema que de un edificio o de otra cosa derive un daño a sus bienes. La disposición es amplísima; no sólo tiene la acción
el propietario vecino, sino toda persona que tema pueda resultarle un daño a sus bienes: el poseedor, sea de buena o
mala fe, el simple tenedor, el que ostenta un simple derecho personal como el locatario, el comodatario, el depositario,
etc. (ver nota 2). Además, y esto es muy importante, la acción no sólo puede nacer del peligro originado en la ruina de
un edificio, sino también de cualquier otro evento.
De más está decir que no se necesita ser vecino en el sentido de colindante con la cosa que amenace ruina. Puede muy
bien ocurrir que los mismos ocupantes de la cosa que amenace ruina soliciten esas medidas.
En cuanto al procedimiento, el texto del art. 2499 Ver Texto es claro en el sentido de que se trata de una medida
cautelar, es decir, que el juez puede tomar las providencias del caso inaudita parte (ver nota 3). Pero pensamos que si la
medida que se pide es la demolición del edificio o cosa, el juez no podría adoptarla sin escuchar al dueño, pues de lo
contrario se afectaría la garantía constitucional de la propiedad (ver nota 4).
El art. 2621 Ver Texto establece que nadie puede construir cerca de una pared medianera o divisoria, pozos, cloacas,
letrinas, acueductos, que causen humedad; establos, depósitos de sal o de materias corrosivas, artefactos que se muevan
por vapor, u otras fábricas, o empresas peligrosas a la seguridad, solidez y salubridad de los edificios o nocivas a los
vecinos, sin guardar las distancias prescriptas por los reglamentos y usos del país, todo sin perjuicio de lo dispuesto en
el artículo anterior. A falta de reglamento, se recurrirá a juicio de peritos.
Se discute en doctrina si esta disposición es aplicable sólo al supuesto de que las propiedades linderas pertenezcan a
distintos vecinos o si también lo es en el caso de que ambas propiedades pertenezcan al mismo propietario. Se ha
sostenido que en esta última hipótesis no regiría la prescripción del art. 2621 Ver Texto , porque la circunstancia de que
el propietario sea dueño exclusivo de la pared medianera lo autoriza a realizar los actos de disposición material a sí
mismo (ver nota 5). Por nuestra parte, pensamos que estas disposiciones se aplican siempre, aun cuando el titular del
inmueble vecino sea el mismo. Basta pensar que esta disposición tiene por objeto proteger a los que efectivamente
viven en un inmueble; que aunque el inmueble vecino pertenezca al mismo propietario, éste puede haberlo alquilado,
dado en comodato, etc.; que, finalmente, puede disponer de uno de los inmuebles, enajenándolo a una tercera persona.
Es decir, que estas disposiciones tienen por objeto asegurar de manera permanente las buenas condiciones de
habitabilidad de un inmueble, cualquiera que sea su propietario (ver nota 6).
Completando la regla general del art. 2621 Ver Texto , los siguientes establecen disposiciones concretas referidas a
ciertos casos especiales. El art. 2622 Ver Texto dispone que el que quiera hacer una chimenea o un fogón o un hogar
contra una pared medianera, debe hacer construir un contramuro de ladrillo o piedra de dieciséis centímetros de
espesor. A continuación, el art. 2623 Ver Texto dispone que el que quiera hacer un horno, o fragua contra una pared
medianera, debe dejar un vacío o intervalo entre la pared y el horno o fragua de dieciséis centímetros. Finalmente, el
art. 2624 Ver Texto establece que el que quiera hacer pozos, con cualquier objeto que sea, contra una pared medianera
o no medianera, debe hacer un contramuro de treinta centímetros de espesor.
71
Derechos
salvo, claro está, que el lindero que destruyó la pared no la levante inmediatamente tal como lo dispone la ley; por el
contrario, si ha demorado más del tiempo indispensable en hacerlo y de ello ha resultado un perjuicio al vecino o si al
levantar la nueva pared le causa perjuicio por su culpa, entonces la indemnización es evidentemente procedente (ver
nota 7). Por su parte, el art. 2627 Ver Texto agrega que si para cualquier obra fuese indispensable poner andamios u
otro servicio provisorio en el inmueble del vecino, el dueño de éste no tendrá derecho para impedirlo, siendo a cargo
del que construye la obra la indemnización del daño que causare.
Desde luego, sólo son reparables aquellos perjuicios que sobrevengan por falta de la técnica debida en la construcción
o reparación o los que se ocasionan por falta de la debida diligencia, pero no las molestias que son connaturales o
propias de la restricción al dominio que el texto impone (ver nota 8).
Nos hemos limitado aquí a hacer una brevísima exégesis de los arts. 2626 Ver Texto y 2627, pues el estudio detallado
de estas normas y de otras concordantes, es propio del tema de la medianería que abordaremos más adelante.
La distancia señalada por la ley debe contarse desde el centro del árbol y no de la corteza exterior, porque ésta está
expuesta a las modificaciones permanentes que resultan del mayor desarrollo del árbol (ver nota 9).
La prohibición comprende tanto las plantas puestas por el hombre, como las nacidas espontáneamente (ver nota 10).
La ley distingue entre árboles y arbustos, señalando la distancia de tres metros para los primeros y de uno para los
segundos. La cuestión de si se trata de árbol o arbusto es problema que queda librado a la apreciación judicial (ver nota
11). De igual modo, es cuestión de hecho determinar si ciertas plantas de poco desarrollo son o no arbustos, porque la
ley no establece ninguna limitación para aquellas que no pueden ser calificadas como árboles o arbustos. Por
consiguiente, las otras plantas o almácigos pueden llegar hasta la misma línea divisoria; así, por ejemplo, se ha resuelto
que las enredaderas que cubren el alambrado divisorio de los fundos no están comprendidas en la prohibición del art.
2628 Ver Texto (ver nota 12).
La ley se aplica a toda clase de inmuebles, sean rurales o urbanos, estén o no cercados y aunque ambas sean heredades
de bosques (art. 2628 Ver Texto ).
RAMAS Y RAÍCES.— También las ramas y raíces pueden extenderse sobre la propiedad lindera aun tratándose de
árboles ubicados a más de tres metros del linde. Para este supuesto el art. 2629 Ver Texto dispone: si las ramas de
algunos árboles se extendiesen sobre las construcciones, jardines o patios vecinos, el dueño de estos tendrá derecho
para pedir que se corten en todo lo que se extendiesen en su propiedad; y si fuesen las raíces las que se extendiesen en
el suelo vecino, el dueño del suelo podrá hacerlas cortar por sí mismo, aunque los árboles en uno y otro caso estén a las
distancias fijadas por la ley. Aunque la ley habla solamente de la invasión de las ramas sobre las construcciones,
jardines o patios vecinos, debe entenderse que la ley ha querido indicar toda invasión de propiedad vecina, trátese de
una finca urbana o rural (ver nota 16).
Adviértase que, respecto de las ramas, la ley reconoce al vecino solamente el derecho de pedir que se corten las que se
extiendan sobre su predio; en tanto que, tratándose de raíces, le da derecho a cortarlas por sí mismo. No parece
justificarse la distinción. Desde el momento que el árbol vecino invada el suelo o el espacio aéreo que pertenece al
colindante, es evidente que éste debe tener el derecho a proceder por sí al corte de raíces o ramas. En el fondo, tanto un
supuesto como otro supone una turbación de la posesión, que el poseedor está autorizado a repeler por las vías de
hecho (art. 2469 Ver Texto ); no es razonable obligarlo a recurrir a un juicio por causas generalmente nimias.
72
Derechos
que en adelante hicieren, de manera que las aguas pluviales caigan sobre su propio suelo o sobre la calle o sitios
públicos y no sobre el suelo del vecino (art. 2630 Ver Texto ). A continuación se prevé el caso de que el edificio
estuviese ya construido de manera que las goteras cayeran sobre el vecino: cuando por la costumbre del pueblo, los
edificios se hayan construido de manera que las goteras de una parte de los tejados caigan sobre predio ajeno, el dueño
del suelo no tiene derecho para impedirlo. Una construcción semejante no importa una servidumbre del predio que
recibe las goteras y el dueño de él puede hacer construcciones sobre la pared divisoria que priven al goteraje del predio
vecino, pero con la obligación de hacer las obras necesarias para que el agua caiga en el predio en que antes caía (art.
2631 Ver Texto ).
Son éstas, materias que deben dejarse libradas a la reglamentación municipal y que no son propias de un Código Civil.
AGUAS PLUVIALES.— Dispone el art. 2634 Ver Texto que el propietario de una heredad no puede por medio de un
cambio que haga en el nivel de su terreno, dirigir sobre el fundo vecino las aguas pluviales que caían en su heredad.
Aquí no se trata ya de las aguas que caen sobre los techos, sino de las que caen sobre el terreno mismo. y con razón se
prohíbe toda obra que desvíe las aguas al fundo vecino pues ello importaría un uso abusivo de la propiedad.
AGUAS DE POZOS O SERVIDAS.— Según el art. 2632 Ver Texto , el propietario de una heredad por ningún
trabajo u obra puede hacer correr por el fundo vecino las aguas de pozo que él tenga en su heredad, ni las de servicio de
su casa, salvo lo que en adelante se dispone sobre las aguas naturales o artificiales que hubiesen sido llevadas o sacadas
allí para las necesidades de establecimientos industriales. El artículo siguiente agrega que el propietario está obligado
en todas las circunstancias a tomar las medidas necesarias para hacer correr las aguas que no sean pluviales o de
fuentes, sobre terreno que le pertenezca o sobre la vía pública.
Con respecto a las aguas de pozo, el principio es que el propietario que las ha alumbrado debe tomar todas las
precauciones necesarias para evitar que ellas puedan correr sobre el fundo vecino. Sin embargo, cuando se han
alumbrado aguas sea para riego, sea para establecimientos industriales, que por su abundancia no pueden contenerse en
el terreno superior, los dueños de los terrenos inferiores están obligados a recibirlas debiendo satisfacerles una justa
indemnización por los perjuicios que les causaren (art. 2650 Ver Texto y 3097 Ver Texto ).
ARENAS Y PIEDRAS.— De igual modo está obligado el dueño de los terrenos inferiores a recibir las arenas y
piedras que arrastren en su curso las aguas pluviales o las que naturalmente desciendan a ellos (arts. 2649 Ver Texto y
2651 Ver Texto ).
Así como el dueño de los terrenos inferiores no puede reclamar porque desciendan a ellos piedras o arenas de los
fundos superiores, tampoco el dueño de éstos puede reclamar la propiedad de las arenas o piedras que hayan sido
depositadas en los terrenos inferiores arrastradas por el curso de las aguas que descienden naturalmente a ellos (art.
2649 Ver Texto ).
73
Derechos
dirigiendo las aguas a un solo punto o haciendo de cualquier modo más impetuosa la corriente, de manera que pueda
perjudicar al terreno inferior (art. 2653 Ver Texto ).
La disposición es razonable, porque si bien es justo que el propietario de los fundos inferiores sufra el perjuicio de las
aguas que descienden naturalmente a ese terreno, en cambio no lo es que deba sufrir también una agravación de su
obligación debida a los trabajos realizados en el terreno superior. Esto no quiere decir que el dueño del terreno superior
no pueda realizar ningún trabajo que suponga un desvío de las aguas, sino sólo que está prohibido el desvío que
perjudique al terreno inferior. Así, por ejemplo, se ha resuelto que los canales para escurrimiento de las aguas abiertos
en el fundo superior no contrarían la prohibición del art. 2653 Ver Texto si no está probado que hubieran venido a
agravar o a perjudicar la condición del fundo inferior (ver nota 18). La violación de esta prohibición legal da derecho al
propietario del fundo inferior a reclamar la remoción o destrucción de la obra que hubiera desviado o hecho más
perjudiciales el curso de las aguas y a pedir la indemnización de los daños.
OBRAS EN LOS TERRENOS INFERIORES.— Consecuencia de la obligación del dueño del terreno inferior de
recibir las aguas que desciendan naturalmente de los terrenos o fundos superiores, es la prohibición legal que pesa
sobre él de hacer ningún dique o construcción que contenga o haga refluir sobre el terreno superior las aguas, arenas o
piedras que naturalmente desciendan a él; y aunque la obra haya sido vista y conocida por el dueño del terreno superior
puede éste pedir que se destruya si no hubiese comprendido el perjuicio que le haría y si la obra no tuviese veinte años
de existencia (art. 2651 Ver Texto ).
Conforme con esta disposición, el derecho a pedir la destrucción de la obra sólo se pierde:
a) Por haber visto y conocido la construcción de la obra cuando es evidente que ésta tendría por resultado hacer refluir
las aguas sobre el terreno superior. Lo que se quiere evitar con esta disposición es que el vecino dueño del terreno
superior permita dolosamente la construcción de una obra cuyo resultado conoce y cuya destrucción se propone pedir.
Si, en cambio, ha podido razonablemente creer que la obra no le causaría perjuicio o que el propietario del fundo
inferior adoptaría las precauciones necesarias para evitarlo, la circunstancia de haber visto y conocido que se construía
no lo priva del derecho de reclamar la destrucción.
b) Si la obra tuviese una existencia de veinte años. En este caso se adquiere defintivamente el derecho de mantener la
obra, y consecuentemente, se extingue la acción del dueño del terreno superior para pedir su destrucción. Es una
solución razonable y práctica, porque aclara y define los derechos de las partes con relación al curso de las aguas y
pone fin a eventuales acciones destinadas a modificar un estado de cosas que el largo tiempo transcurrido ha convertido
en normal.
Lo dicho en el número anterior se refiere al supuesto de aguas que corren naturalmente desde los fundos superiores a
los inferiores, es decir, al caso de que el dueño del fundo inferior no tenga derecho a impedir la entrada de agua. En
cambio, es perfectamente legítimo que el propietario del fundo inferior haga obras para impedir la entrada de aguas que
su terreno no está obligado a recibir y, en tal caso, no responderá por el daño que tales obras puedan causar (art. 2652
Ver Texto ). Es natural que así sea, porque el dueño del fundo superior no tiene derecho a desviar las aguas hacia los
fundos inferiores y, por consiguiente, no tiene tampoco derecho a agraviarse por la construcción de obras que aseguran
los derechos que la ley reconoce a los dueños de los fundos inferiores.
LUCES Y VISTAS
CONCEPTO.— Se llaman luces a las ventanas o aberturas que permiten sólo el pasaje de la luz o el aire, no así la
vista hacia el exterior. Son vistas, en cambio, aquellas aberturas que permiten también ver los fundos contiguos. El
Código contiene una serie de disposiciones tendientes a evitar que las luces y, particularmente las vistas, puedan
perturbar la vida de vecindad.
PAREDES MEDIANERAS.— En caso de que se trate de muros medianeros, ninguno de los condóminos podrá abrir
ventanas o troneras en dicho muro, sin consentimiento del condómino (art. 2654 Ver Texto ). La disposición es lógica,
porque se trata de un muro que pertenece en condominio a ambos propietarios y, por consiguiente, no es posible
admitir que uno de los condóminos horade el muro para hacer una ventana sin el consentimiento del otro.
PAREDES NO MEDIANERAS.— Sobre luces y vistas en paredes no medianeras el Código contiene disposiciones
excesivamente minuciosas, propias de una reglamentación municipal, pero no de un Código Civil.
74
Derechos
a) Luces.— El art. 2655 Ver Texto establece que el dueño de una pared no medianera contigua a finca ajena puede
abrir en ella ventanas para recibir luces a tres metros de altura del piso de la pieza a que quiera darse luz, con reja de
fierro cuyas barras no dejan mayor claro que tres pulgadas. El artículo siguiente aclara que esas luces constituyen una
servidumbres y el dueño de la finca de propiedad contigua puede adquirir la medianería de la pared y cerrar las
ventanas de luces siempre que edifique apoyándose en la pared medianera. A mayor abundamiento el artículo 2657 Ver
Texto agrega que el que goza de luz por ventanas abiertas en su pared no tiene derecho para impedir que en el suelo
vecino se levante una pared que la cierre y le prive de la luz.
b) Vistas.— Nuestro Código distingue dos clases de vistas: las que están de frente al predio vecino y las oblicuas a la
divisoria de los predios.
El art. 2658 Ver Texto dispone que no se puede tener vistas sobre el predio vecino cerrado o abierto por medio de
ventanas, balcones u otros voladizos, a menos que intermedie una distancia de tres metros de la línea divisoria. Y el
artículo siguiente agrega que tampoco pueden tener vistas de costado u oblicuas sobre propiedad ajena, si no hay
setenta centímetros de distancia.
Las ventanas o balcones que estén a menor distancia que la establecida, deben clausurarse (ver nota 19). Pero si se trata
de paredes no divisorias levantadas a una distancia menor que la prescripta en los arts. 2658 Ver Texto y 2659, es
posible la apertura de luces (no vistas), puesto que éstas pueden abrirse aun en las paredes divisorias no medianeras
conforme con lo dispuesto en el art. 2655 Ver Texto (ver nota 20) y en las condiciones señaladas por esta norma o sea a
tres metros de la altura del piso.
El art. 2660 Ver Texto agrega que las distancias que prescriben los artículos anteriores se cuentan desde el filo de la
pared donde no hubiese otras voladizas; y desde el filo exterior de éstas, donde las haya; y para las oblicuas, desde la
línea de separación de las dos propiedades.
TITULARES DE LA ACCIÓN.— El contralor del cumplimiento de los reglamentos legales, sean leyes propiamente
dichas u ordenanzas municipales, corresponde a las autoridades del municipio. Son ellas, por medio de las oficinas
pertinentes, las encargadas de hacer cerrar las aberturas que contrarían dichas disposiciones. Pero además los
propietarios y los poseedores tienen acción contra los que violan las reglamentaciones legales, como que las
disposiciones de los artículos sobre luces y vistas han sido establecidas en beneficio de ellos. En cuanto a los
poseedores propiamente dichos, su acción surge de lo dispuesto en el art. 2418 Ver Texto .
Se discute, en cambio, si tienen también acción los locatarios. Nos inclinamos decididamente por reconocerles
legitimación. Las restricciones referidas a las vistas, no tienen en mira al inmueble vecino, ni al derecho de propiedad o
posesión en sí mismo, sino sobre todo al vecino, a la persona de carne y hueso que habita en el inmueble contiguo y a
quien se afecta en su derecho a la privacidad, que la ley procura resguardar (ver nota 21).
Aunque la disposición tiene carácter general, es claro que la preocupación esencial que inspiró esta norma es poner
coto al minifundio. Muchas tierras regadas del país han quedado inutilizadas por su excesiva y antieconómica división.
Así, por ejemplo, el valle de Catamarca está en buena medida esterilizado por la excesiva e incontrolada división de la
tierra, a punto que se ha convertido en un lugar en donde los habitantes de la ciudad tienen sus pequeñas propiedades
de fin de semana. Si se piensa que aquella provincia padece un agudo problema de falta de agua, se comprenderá la
inusitada gravedad de que una de las pocas extensiones aptas para cultivos intensivos de la provincia, haya quedado
inutilizada. El mismo fenómenos se repite en La Rioja, Jujuy y Santiago del Estero, principalmente.
El agregado al artículo 2326 Ver Texto deja librado a las autoridades locales la fijación de la superficie mínima de las
unidades económicas. Debe entenderse por tal la mínima extensión compatible con el aprovechamiento óptimo de la
tierra, conforme las modernas técnicas agrícolo-ganaderas. Y es natural que no se fije una superficie uniforme para
todo el país, porque muy distinta es la unidad económica en la Patagonia y en la pampa húmeda; muy distinta también,
en tierras con riego artificial y en tierras de secano. Aun dentro de las tierras con riego, la unidad puede variar según
sea el destino más adecuado de la tierra, teniendo en cuenta su clima y demás características peculiares.
75
Derechos
21.
EXPROPIACIÓN
Conceptos Generales
CONCEPTO.— La expropiación consiste en la apropiación de un bien por el Estado, por razones de utilidad pública,
mediante el pago de una justa indemnización. Decimos de un bien, porque no sólo las cosas sino también los derechos
pueden expropiarse.
La expropiación no está limitada a los bienes de los particulares, también puede expropiarse el dominio de un Estado
Provincial, y aun su dominio público.
La utilidad pública está en la esencia de la institución: es su razón de ser, su justificación. Este concepto de utilidad
pública tiende a expandirse en el derecho moderno abarcando área que antes no comprendía, bajo la influencia
creciente de la socialización del derecho (véase nº 424).
Integra el concepto de expropiación el pago de la indemnización. En nuestro derecho, ella debe en principio, ser previa;
pero en verdad esto no es un requisito esencial porque es concebible un régimen en que la indemnización no sea previa
y aun nuestra legislación vigente permite que el Estado tome posesión del bien antes de pagarse toda la indemnización.
En cambio debe ser siempre justa. Sin ello no hay expropiación sino confiscación. Dejamos así esbozado el concepto y
los caracteres de la expropiación; todas estas ideas serán motivo de los indispensables desarrollos en las páginas
siguientes.
FUNDAMENTOS.— Aunque mucho se ha discutido acerca de los fundamentos de la expropiación (ver nota 2), las
principales teorías pueden reducirse a tres:
a) Para algunos, la expropiación es simplemente una venta forzada. Éste era el concepto de VÉLEZ SARSFIELD, que
incluyó a la expropiación entre los supuestos de venta forzada (art. 1324 Ver Texto , inc. 1º). Pero es indudable que en
el acto administrativo por el cual el Estado se apropia de un bien particular, no hay ni la sombra de un contrato; el
Estado procede como poder público; no discute con el dueño, no negocia condiciones. Impone una solución y luego por
razones de justicia y de respeto a la propiedad privada, indemniza al dueño; vale decir, no paga un precio sino una
reparación.
Esta vieja teoría ha pretendido ser revivida por algunos autores que, defendiendo la tesis contractualista, afirman que
hay un consentimiento presunto o anticipado del dueño: quien adquiere una propiedad acepta desde ese momento
someterse a las leyes del Estado que lo obliga a vender en caso de necesidad o conveniencia pública (ver nota 3). Es un
razonamiento que no resiste la crítica. Todo ciudadano está sometido a las leyes del Estado, las acepte o no, puesto que
la vigencia de aquéllas no depende en absoluto del consentimiento de los súbditos. Decir que quien adquiere una
propiedad, acepta que el Estado se la expropie, es expresar una idea falsa e inútil. No es extraño por tanto, que esta
teoría haya sido desechada en el derecho moderno.
b) De acuerdo con un segundo punto de vista, la expropiación tiene su fundamento en el dominio eminente del Estado;
el derecho de expropiar derivaría de la supremacía que es característica del Estado soberano (ver nota 4).
Esta teoría no parece compaginarse con el concepto del Estado de derecho, en el cual todas las personas y el mismo
Estado, se encuentran sometidos a la ley, al orden jurídico. La teoría del dominio eminente conduciría a que el Estado
por sí, sin justa causa, por decisión fundada meramente en su libre y soberano arbitrio, pueda apropiarse de un bien
particular. No sería de la esencia de la expropiación ni la utilidad pública ni la justa indemnización.
c) Finalmente, por otra teoría, que por nuestra parte compartimos, la expropiación encuentra su fundamento en la teoría
de los fines del Estado y en la esencial función de éste de promover el bien común (ver nota 5).
Ese bien común exige frecuentemente hacer prevalecer sobre los intereses particulares, los de carácter general; pero
como es propio en un estado de derecho, el sacrificio no puede imponerse arbitrariamente al particular a quien se priva
de su propiedad; de allí la exigencia inevitable de la indemnización, que distribuye el peso de ese sacrificio en toda la
sociedad.
76
Derechos
Por lo demás, esta explicación es evidentemente más realista que la del dominio eminente; porque la expropiación se
lleva a cabo y se justifica por una razón de interés público o social. En la medida en que se está sirviendo ese interés
social es legítima la expropiación.
Sujetos
EL EXPROPIANTE.— La expropiación es un acto del poder público. Originariamente sólo el Estado —nacional o
provincial puede expropiar; en nuestro régimen jurídico esta conclusión surge lógicamente del principio constitucional
de que la utilidad pública debe ser calificada por ley. Pero si el poder de expropiar compete originariamente sólo al
Estado, éste puede delegarlo: a) en los municipios, cuando la ley orgánica de la municipalidad lo autoriza (ver nota 1);
b) en las entidades autárquicas o empresas del Estado, si están facultadas para ello por sus leyes orgánicas o por una ley
especial; c) en los particulares, sean personas jurídicas o de existencia visible. Respecto de estos últimos dice el art. 2
Ver Texto , ley 21499, que los particulares podrán actuar como expropiantes cuando estuvieran autorizados por la ley o
por acto administrativo fundado en ley. Aunque la ley no lo dice expresamente, pensamos que sólo los concesionarios
de obras o servicios públicos pueden ser investidos de esta facultad excepcional, que en principio sólo corresponde a
los poderes públicos. El concesionario, repetimos, obra siempre por delegación del poder político y previa declaración
de utilidad pública hecha por ley.
EL EXPROPIADO.— El caso más frecuente y típico es la expropiación de bienes pertenecientes a los particulares.
Pero el Estado nacional puede expropiar también los bienes del dominio del Estado provincial o municipal (art. 3 Ver
Texto , ley 21499), no importa que se trate de dominio público o privado (art. 4 Ver Texto , ley 21499) (ver nota 1).
Si la facultad del Estado nacional de expropiar los bienes del dominio público o privado de las provincias, no suscita
dudas, en cambio es particularmente compleja la solución del problema inverso: si el Estado provincial puede
expropiar un bien público o privado de la Nación. A primera vista, parece anárquico que la provincia tenga derecho a
que se reconozca la supremacía de su interés público local, sobre el interés público nacional. Pero ocurre a veces que la
necesidad local puede revestir mayor importancia que la necesidad nacional o general que en ese momento satisface el
bien público nacional situado dentro de la provincia. Supongamos que una obra pública de carácter provincial, como
puede ser un camino, un canal, un dique, exija necesariamente la expropiación de una propiedad pública del Estado
Nacional donde funcione, por ejemplo, una escuela de agricultura. O bien que la apertura de una calle exija la
apropiación de un inmueble donde funciona una escuela o un museo o una oficina de Correos nacionales. El conflicto
no puede sino definirse a favor de la expropiación. Esta solución pierde bastante el carácter escandaloso que a primera
vista tiene la supremacía del interés público local sobre el interés público nacional, si se piensa que la expropiación
deberá tramitar ante la justicia federal, dado que se trata de una demanda contra la Nación; es decir, que será en
definitiva un órgano de la Nación, su Poder Judicial, el que juzgará acerca de la supremacía de los fines del interés
provincial invocado por la expropiante. En suma, pensamos que si bien como principio, no debe admitirse la
expropiación por las provincias de un bien del dominio público nacional, por excepción debe admitírselo cuando el
interés público local revista notoria mayor importancia que el nacional (ver nota 2).
¿Pueden expropiarse los edificios pertenecientes a embajadas extranjeras? La cuestión es delicada. Marienhoff sostiene
que no se puede, no tanto por el controvertido principio de la extraterritorialidad de los inmuebles, sino porque la falta
de acuerdo entre las partes puede llevar a la necesidad de someter el conflicto a conocimiento de los tribunales, para lo
cual a su vez es preciso el consentimiento del Estado extranjero en cuestión (ver nota 3).
En consecuencia, pueden expropiarse todas las cosas, sean muebles o inmuebles, y todos los derechos, sean reales,
personales o intelectuales. Dentro de los derechos, revisten particular importancia los citados en último término, porque
muchas veces, un invento, un descubrimiento técnico o científico, puede resultar de una enorme utilidad desde el punto
de vista público. Y si bien el monopolio de explotación que implica el reconocimiento del derecho intelectual, es un
estímulo importante y justo para quien ha sido el creador de la obra intelectual, es obvio que si el progreso de la
sociedad exige su expropiación, el Estado debe proceder a hacerlo.
77
Derechos
El dinero no puede expropiarse por ser la cosa fungible por excelencia (ver nota 1); pero pueden expropiarse monedas
que tengan valor numismático (ver nota 2).
Respecto de la cuestión de si pueden expropiarse los edificios pertenecientes a embajadas extranjeras, véase nº418 in
fine.
Se discutía en nuestro derecho si era posible expropiar el subsuelo con independencia de la propiedad superficial. La
cuestión tenía especial importancia para la construcción de los subterráneos de las grandes ciudades; porque la
posibilidad de que se expropiara el subsuelo con independencia del suelo, hacía mucho menos onerosas esas grandes
obras cuya utilidad pública obvio resulta destacar. La solución que permite expropiar el subsuelo con independencia
del suelo, chocaba con el principio vigente en el Código Civil según el cual la propiedad se extiende a todo el subsuelo
y al espacio aéreo; sin embargo, la Ley de Expropiaciones 13264 resolvió con acierto el problema, facultando la
expropiación del subsuelo sin necesidad de hacer lo propio con la superficie (art. 10 ). Esta solución ha sido mantenida
por la ley 21499 (art. 6 Ver Texto ). De igual modo pueden expropiarse separadamente las unidades de una propiedad
horizontal (art. citado).
BIENES NO INDISPENSABLES A LA OBRA PÚBLICA.— Hemos dicho ya que la única limitación a la facultad
expropiatoria del Estado es que los bienes que se expropian satisfagan una utilidad pública. En esto no cabe distinguir
entre aquellos bienes que son indispensables a la realización de la obra pública y aquellos que solamente sean
convenientes, sea material o financieramente. En cualquier caso la expropiación es procedente (art. 7 Ver Texto , ley
21499).
UTILIDAD PÚBLICA
CONCEPTO.— El concepto de utilidad pública, base y fundamento de la expropiación, se ha ido ampliando a medida
que el derecho perdía paulatinamente su carácter individualista. Así, por ejemplo, las constituciones francesas de 1791
y 1793 hablaban de expropiación por causa de necesidad pública; pero ya el Código Napoleón aludía simplemente a la
utilidad pública (art. 545) y ésta es la expresión que pasó a nuestro derecho a través de la Constitución Nacional (art. 17
Ver Texto ) y el Código Civil (art. 2511 Ver Texto ). De una manera general, puede decirse que dentro del concepto de
utilidad pública está comprendido todo lo que es conveniente al progreso general del país, o como dice la ley 21499 ,
todo lo que procure la satisfacción de un bien común, sea de naturaleza material o espiritual (art. 1 Ver Texto ). El caso
típico es, desde luego, la realización de una obra pública de evidente e indudable interés general, como puede ser un
camino, un canal, un dique, etc. Pero en el derecho moderno el concepto de utilidad pública se ha extendido a todo
aquello que, por una razón o por otra, es conveniente al progreso social. No es necesaria la realización de una obra
concreta; basta que la expropiación sirva al bien común. La sola circunstancia de que un propietario mantenga una
explotación deficiente de su propiedad, puede justificar la expropiación para entregar el inmueble a una explotación
racional. En este punto conviene recordar las enseñanzas de la Encíclica Popularum Progressio: ―El bien común exige,
pues, algunas veces la expropiación, si por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria
que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de
obstáculo a la prosperidad general‖ (ver nota 1).
Lo que evidentemente no es lícito quitar una propiedad a una persona para dársela a otra, sin beneficio público alguno
(ver nota 2). Pero adviértase bien que decimos que esta solución no es posible cuando de ello no deriva ningún
beneficio público, como ocurriría si se expropia un bien a un particular y se lo entrega a otro, con lo cual la
expropiación no ha cumplido otro objeto que cambiar el titular del dominio. Pero si se expropia un latifundio para
promover una colonización, entregando su propiedad a numerosos propietarios o se expropia un gran inmuebles
ubicado dentro de una ciudad que detiene su expansión, para lotearlo, no obstante que la propiedad se entrega a
particulares, la expropiación es lícita, pues ha resultado de todo ello un beneficio general.
78
Derechos
En suma, cabe en el concepto de utilidad pública todo lo que convenga al progreso general del país, a su prosperidad, a
la mayor justicia en la distribución de las riquezas, porque esa justicia hace a la paz social y, por consiguiente, no puede
negarse su utilidad pública. Así, la Corte Suprema de la Nación declaró que se cumple con el requisito de la utilidad
pública si se expropia una fábrica para ponerla a disposición de los cultivadores de caña para la explotación en su
propio beneficio, dado que de esta manera se consiguen los fines sociales previstos en la ley (ver nota 3).
En principio, la calificación legal debe hacerse con relación a bienes determinados (art. 5 Ver Texto , ley 21499). Sin
embargo, podrá también referirse genéricamente a los bienes que sean necesarios para la construcción o la ejecución de
un plan o proyecto; en tal caso, la declaración de utilidad pública deberá hacerse sobre la base de estudios técnicos
referidos a planos descriptivos, análisis de cotos u otros elementos que fundamenten los planes y programas a
concretarse mediante la expropiación de los bienes, debiendo surgir la directiva vinculación o conexión de los bienes a
expropiar con la obra, plan o proyecto. En caso de que la declaración genérica de utilidad pública se referiese a
inmuebles, deberán determinarse, además, las distintas zonas, de modo que a falta de individualización de cada
propiedad, queden especificadas las áreas afectadas por la expresada declaración (art. 5 Ver Texto , ley 21499).
Son todos requisitos tendientes a evitar expropiaciones genéricas, hechas con ligereza y sin un estudio a fondo de las
necesidades o la utilidad pública que se sirve con la expropiación.
Es necesario recordar el principio de que la expropiación puede comprender no solamente las propiedades
indispensables para realizar la obra sino también los bienes adyacentes con el objeto de llevar a cabo planes de
mejoramiento social.
Dentro de esta hipótesis reviste especial interés la expropiación de inmuebles vecinos a una obra pública que se supone
han de ser valorizados por ella. No obstante que esos inmuebles no son necesarios ni útiles para la realización de la
obra, pueden ser expropiados porque es legítimo que el Estado aproveche la valorización resultante de la obra pública
para beneficio general, evitando que sólo se aprovechen de ella los propietarios linderos (ver nota 3). En este sentido, la
ley 21499 dispone que basta para justificar la expropiación que ésta vea conveniente financieramente.
INDEMNIZACIÓN PREVIA
CONDICIONES QUE DEBE REUNIR.— La indemnización debe reunir las siguientes condiciones: a) debe ser
justa; b) debe ser previa. La primera condición no está exigida explícitamente por la Constitución nacional pero surge
implícitamente del art. 17 Ver Texto , ya que una indemnización que no es justa no es verdaderamente una
indemnización (ver nota 1). Además, el Código Civil consagra expresamente este principio (art. 2511 Ver Texto ). La
segunda condición es exigida expresamente por el art. 17 Ver Texto de la Constitución Nacional.
La indemnización debe pagarse en dinero efectivo, salvo conformidad del expropiado para que el pago se efectúe en
otra especie de valor (art. 12 Ver Texto , ley 21499).
Veamos ahora los principios que sirven de base a la fijación de una indemnización justa.
Indemnización justa
RUBROS COMPRENDIDOS EN LA INDEMNIZACIÓN.— En la indemnización justa quedan comprendidos los
siguientes rubros:
a) Valor del bien. El valor del bien debe fijarse con un criterio objetivo (art. 10 Ver Texto , ley 21499), vale decir, sin
considerar los valores estrictamente subjetivos o de afección. A tal efecto debe tenerse en cuenta su valor venal (ver
nota 1), es decir, el que tiene en el mercado. Con respecto a los inmuebles que es el supuesto más frecuente de
79
Derechos
expropiación, debe computarse los valores de inmuebles cercanos, sobre todo si esos valores resultan de subastas
públicas, dada la objetividad y seriedad de esas operaciones que las pone a cubierto del peligro de los precios ficticios
que frecuentemente, por razones impositivas o de otra índole, suelen aparecer en las transacciones privadas (ver nota
2). De ahí que es importante el valor fijado por los Tribunales en sentencias de expropiación recaídas sobre los
inmuebles cercanos o colindantes (ver nota 3). En nuestra jurisprudencia ha motivado decisiones encontradas la
cuestión de si la indemnización debe ser suficiente para adquirir un inmueble semejante al expropiado (ver nota 4). De
lo que en rigor se trata, es de fijar el valor del inmueble expropiado; el valor de los inmuebles análogos o cercanos son
datos que el Tribunal de Tasaciones y el juez tendrán en cuenta para fijar la indemnización justa, pero sin olvidar las
características propias del bien que se indemniza.
Se ha declarado que a los efectos de fijar la indemnización, el dictamen del Tribunal de Tasaciones es, en principio, de
importancia decisiva (ver nota 5), pero no obliga al juez, quien puede apartarse de sus conclusiones cuando haya
cometido errores manifiestos o no haya tenido en cuenta circunstancias relevantes que influyen en la apreciación de los
valores (ver nota 6).
b) Consecuencias directas e inmediatas.— También son indemnizables los daños que sean una consecuencia directa e
inmediata de la expropiación (art. 10 Ver Texto ley 21499). Como se podrá apreciar en las páginas que siguen, este
criterio se aplica con rigor por los Tribunales. Está bien que la indemnización sea justa e integral; pero ella no debe ser
una fuente de beneficio para el expropiado. En consecuencia, todo daño indirecto, no conectado en forma inmediata y
necesaria con la expropiación, debe ser desestimado. Pues no hay que olvidar que, en definitiva, la expropiación es una
institución que obedece a una razón de bien público, de modo que, salvada la debida garantía de la propiedad, la
indemnización debe fijarse con criterio restrictivo.
c) Gastos de cancelación de la hipoteca.— Los gastos que se originan con motivo de la cancelación de la hipoteca que
gravaba el inmueble, son a cargo del expropiante (ver nota 7). Bien entendido que se trata de los gastos que demanda el
acto jurídico de cancelar la hipoteca y no el importe de la deuda hipotecaria que naturalmente pesa sobre el deudor
expropiado.
d) Ruptura del contrato de trabajo.— La indemnización debida por la expropiación comprende también los daños y
perjuicios derivados de las indemnizaciones que sea necesario pagar con motivo de la ruptura de los contratos
individuales de trabajo (ver nota 8).
e) Mudanza.— El expropiante debe indemnizar los gastos de mudanza del expropiado por ser ésta una consecuencia
directa e inmediata de la expropiación (ver nota 9). Ellos se deben aunque no se hayan verificado todavía, pues se trata
de un gasto cierto e inevitable (ver nota 10).
f) Intereses.— El expropiante debe pagar intereses del 6% a partir de la fecha de la desposesión hasta la del pago sobre
la diferencia entre la suma consignada y el monto de la condena (art. 20 Ver Texto , ley 21499) (ver nota 11).
g) Línea telefónica.— La línea telefónica de un inmueble expropiado implica la privación de un bien y es, por tanto, un
daño indemnizable (ver nota 12).
h) Modificación del frente del edificio.— Deben indemnizarse los gastos resultantes de la modificación que tiene que
hacer el expropiado del frente de su edificio como consecuencia de una expropiación parcial (ver nota 13).
i) Valor llave de un fondo de comercio.— La llave de un fondo de comercio tiene un valor que debe indemnizarse (ver
nota 14).
COSAS MUEBLES.— El principio en esta materia es que debe pagarse una indemnización igual al valor de plaza al
contado de la cosa mueble expropiada.
INMUEBLES LINDEROS A UNA OBRA PÚBLICA.— Se ha resuelto que los inmuebles linderos a una obra
pública y afectados por ésta en razón de haber disminuido su valor locativo y venal, tienen derecho a una
indemnización y puede considerarse que hay lógicamente una expropiación.
Indemnización previa
EL PRINCIPIO CONSTITUCIONAL.— La indemnización no solamente debe ser justa; conforme con el art. 17 Ver
Texto de la Constitución Nacional, ella debe ser previa. En verdad, el carácter previo de la indemnización no hace a la
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Derechos
esencia de la expropiación. Lo que en definitiva interesa es que la indemnización sea justa. Pero en nuestro derecho
positivo el requisito de que la indemnización sea previa es un recaudo más que asegura la integridad y oportunidad de
su pago.
Sin embargo, una aplicación rigurosa del principio de la indemnización previa podría acarrear graves inconvenientes,
sobre todo cuando se trata de obras públicas de urgencia que podrían ser postergadas en forma más o menos indefinida
por litigantes poco escrupulosos que dilatasen deliberadamente al juicio. Por eso la ley 21499 ha arbitrado un sistema
que permite al Estado entrar en posesión inmediata del bien. Conforme con el art. 22 Ver Texto , el expropiante deberá
consignar ante el juez respectivo el importe de la valuación que hubiere practicado el Tribunal de Tasaciones de la
Nación. Efectuada dicha consignación, el juez le otorgará al expropiante la posesión del bien.
Más aún, en el art. 2512 Ver Texto del Cód. Civil se establece que cuando la urgencia de la expropiación tenga un
carácter de necesidad de tal manera imperiosa que sea imposible otra forma de procedimiento, la autoridad pública
puede disponer inmediatamente de la propiedad privada bajo su responsabilidad. Y en la nota, VÉLEZ SARSFIELD
cita el ejemplo de una ciudad en estado de guerra en la cual una orden del jefe del pueblo y aun en caso de urgente
necesidad, del jefe de las tropas, basta para autorizar la demolición de un edificio.
Pero está claro que el procedimiento autorizado por el art. 2512 Ver Texto , C. Civil, sólo puede utilizarse en casos de
necesidad extrema y de tal modo imperiosa que sea imposible toda forma de procedimiento judicial. De lo contrario, se
debe apelar al procedimiento normal del art. 18 Ver Texto de la Ley de Expropiación, que rápidamente le permite al
expropiante entrar en posesión del inmueble.
Se vincula con este problema del carácter previo de la indemnización, la jurisprudencia mantenida firmemente por la
Corte Suprema de que las sentencias contra el Estado en materia de expropiación son ejecutables. Lo cual quiere decir
que no es aplicable en su caso la regla del art. 7 Ver Texto de la ley 3952 (ver nota 1). Es razonable que así sea, porque
de lo contrario podría ocurrir que el Estado, que ha tomado ya la posesión de la cosa en virtud del art. 18 Ver Texto de
la Ley de Expropiación, dilate indefinidamente el pago del saldo del precio, con lo cual se burlaría el precepto
constitucional de la indemnización previa.
Procedimiento
EXPROPIACIÓN POR AVENIMIENTO
NORMAS LEGALES.— Dispone el artículo 13 Ver Texto , ley 21499 que declarada la utilidad pública de un bien, el
expropiante podrá adquirir directamente del propietario dentro de los valores máximos que estime el Tribunal de
Tasaciones de la Nación para los bienes inmuebles, o las oficinas técnicas correspondientes que en cada caso se
designarán para los bienes que no sean inmuebles. Tratándose de inmuebles, el valor máximo estimado será
incrementado automáticamente y por todo concepto en diez por ciento.
Es decir, la ley establece un procedimiento para concretar la expropiación por acuerdo directo, entre expropiante y
expropiado. En el sistema de la ley 13264 , en este caso la indemnización no podía exceder del valor dado por la
avaluación para la contribución territorial, más un 30%. Era un límite excesivamente bajo, por lo cual la expropiación
extrajudicial era prácticamente imposible, obligando invariablemente a recurrir a juicio; ahora se adopta una base más
realista, que ha permitido un empleo más frecuente de esta vía, con la consiguiente eliminación de pleitos innecesarios.
Desgraciadamente, el sistema de la ley es confuso. En efecto, el art. 15 Ver Texto dispone que no habiendo
avenimiento respecto del valor de los bienes inmuebles, la cuestión será decidida por el juez, quien requerirá dictamen
del Tribunal de Tasaciones de la Nación, el que deberá expedirse dentro de los noventa días. Ahora bien: para que haya
acuerdo sobre el precio debe mediar previo dictamen del Tribunal, condición ineludible para que el Estado pueda
ofrecer un precio; y si el Tribunal ya se ha expedido, no tiene sentido la intervención judicial. Pensamos que la solución
de este problema es la siguiente: que el expropiante pueda dirigirse extrajudicialmente al Tribunal de Tasaciones
requiriéndole la tasación del inmueble y sobre esa base, ofrecer un precio, conforme con la regla del art. 13 Ver Texto .
Esto significa que nunca sería necesaria la intervención del juez para requerir la tasación en esta expropiación por
avenimiento.
Respecto de los inmuebles, agrega el art. 13 Ver Texto que las maquinarias o instalaciones adheridas al inmueble que
se expropiará, se tasarán conforme con lo establecido para los bienes que no sean inmuebles.
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Derechos
En cuanto a los muebles, si no hubiere avenimiento respecto del precio, deberá sustanciarse prueba pericial, sin
perjuicio de la intervención de las oficinas técnicas a que alude el art. 13 Ver Texto .
En este supuesto, el régimen legal es claro: si la tasación hecha por las oficinas técnicas del Estado no es aceptada por
el expropiado, se ocurrirá ante el juez que designará un perito a propuesta de cada una de las partes y un tercero de
oficio, a menos que las partes se pusieran de acuerdo en el nombramiento de uno solo (art. 17 Ver Texto ). Pensamos
que en último caso, el dictamen del perito designado de común acuerdo tiene el carácter de laudo arbitral, que no
podría ser modificado por el juez. En cambio, habiendo varios peritos, la fijación definitiva del precio la hará el juez,
teniendo en cuenta los distintos dictámenes, así como la opinión de las oficinas técnicas (art. 17 Ver Texto ).
La operación concertada bajo el régimen del avenimiento tiene todas las apariencias legales del contrato de
compraventa del derecho civil. Las partes discuten el precio, se ponen de acuerdo respecto de él y el expropiado
transmite la propiedad al expropiante. La circunstancia de que el Estado no pueda pagar más que los valores máximo
establecidos en la ley, no quita a la operación el aspecto de compraventa. Sin embargo, la ley habla con propiedad de
expropiación y de indemnización, y no de compraventa o precio, porque los efectos jurídicos son los que corresponden
a la expropiación. Esto tiene particular importancia, tanto respecto del expropiado como del expropiante: a) el
propietario tendrá derecho a ejecutar al Estado que no le paga el precio convenido (véase nº 454), lo que no podría
hacer si se tratara de una compraventa común; b) el Estado no podría ser demandado por evicción por terceros que
pretendieran derechos sobre el inmueble; conforme con lo que ocurre con la expropiación tramitada regularmente, sus
derechos se transfieren de la cosa al precio, quedando aquélla libre de todo gravamen (art. 28 Ver Texto , ley 21499); c)
no se considerarán válidos respecto del expropiante los contratos celebrados por el propietario con posterioridad a la
vigencia de la ley que declaró afectado el bien a expropiación (art. 16 Ver Texto , ley 21499).
Todo ello prueba que estamos en presencia de una verdadera expropiación por más que el precio se fije por acuerdo de
partes.
La Corte Suprema ha declarado procedente actualizar la suma pactada en el avenimiento cuando hay demora entre el
acuerdo y el depósito del precio pactado (ver nota 1).
EXPROPIACIÓN JUDICIAL
NORMAS PROCESALES.— La ley 21499 ha establecido una serie de normas destinadas a que la expropiación se
haga efectiva por un procedimiento sumario, aunque rodeado de todas las garantías necesarias para expropiante y
expropiado.
a) Juez competente.— Dispone el art. 21 Ver Texto que tratándose de inmuebles, incluso por accesión, será
competente el juez federal en lo contencioso administrativo del lugar donde se encuentre el bien a expropiar.
Obviamente, la ley alude a la expropiaciones hechas por el Estado Nacional o por entidades autárquicas o particulares
que estuvieren autorizados para expropiar por ley de la Nación; si la expropiación es hecha por los Estados
provinciales, es competente la justicia local.
Tratándose de bienes que no sean inmueble es competente el juez del lugar en que se encuentren o el del domicilio del
demandado, a elección del actor (art. citado). Aunque la ley no lo dice expresamente, es obvio que se trata del juez
federal, puesto que el actor es el Estado Nacional o una persona de derecho público o privado cuya facultad
expropiatoria deriva de la ley nacional.
Pero los juicios en que la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires sea parte, tramitarán ante la Justicia nacional en
lo Civil de la Capital Federal (art. 21 Ver Texto , in fine).
El juicio por expropiación no está sujeto al fuero de atracción de los juicios universales.
b) Trámite del juicio.— El juicio tramitará por el procedimiento sumario, con las modificaciones establecidas por la
ley 21499 (art. 19 Ver Texto ).
Promovida la acción, se dará traslado por quince días al demandado. Si se ignora su domicilio,, se publicarán edictos
por cinco días en el diario de publicaciones legales de la Nación (que es el Boletín Oficial) y en el de la Provincia que
correspondiere (art. citado). Pero la notificación por edictos sólo procede previa justificación sumaria de que se han
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Derechos
realizado sin éxito gestiones tendientes a conocer el domicilio de la persona a quien se deba notificar (art. 145 Ver
Texto , C. Procesal).
Si existiesen hechos controvertidos, el juicio se abrirá a prueba por el plazo que el juez estime prudente. Las partes
podrán alegar por escrito sobre la prueba dentro del plazo común de diez días, computados desde que el Secretario
certificare de oficio sobre la producción de dicha prueba (art. 19 Ver Texto ). Puesto que el plazo es común, ello
implica que las partes no podrán retirar el expediente para alegar.
Presentados los alegatos o vencido el plazo para hacerlo, el juez llamará autos para sentencia, la que deberá
pronunciarse dentro de los treinta días de quedar firme aquella providencia (art. citado).
Es improcedente en este juicio la caducidad de la instancia, a partir del momento en que el expropiante haya tomado
posesión del bien y el expropiado sólo cuestionare el monto de la indemnización (art. 30 Ver Texto , ley 21499).
La litis se anotará en el Registro de la Propiedad, siendo desde ese momento indisponible e inembargable el bien (art.
24 Ver Texto ).
c) Entrega de la posesión.— En el régimen de la ley 13264 el expropiante podía entrar en posesión del inmueble
depositando en el juicio el importe de la contribución territorial, más el 30%. El régimen actual es más favorable para
el expropiado: si se tratare de inmuebles, el expropiante no puede entrar en posesión del bien antes de que se haya
expedido el Tribunal de Tasaciones y el expropiante haya consignado el monto de la valuación (art. 22 Ver Texto ). Si
la expropiación versare sobre bienes que no sean inmuebles, el expropiante obtendrá la posesión de ellos, previa
consignación judicial del valor que se determine por las oficinas técnicas competentes (art. 25 Ver Texto ).
El expropiado podrá retirar la suma depositada previa justificación de su dominio, que el bien no reconoce hipoteca u
otro derecho real y que no está embargado ni pesan sobre él restricciones a la libre disposición de sus bienes (art. 23
Ver Texto ).
d) Tasación.— La ley ha querido rodear a la tasación de los bienes inmuebles de un procedimiento serio, que evite la
eventualidad de que un perito tasador designado judicialmente, pueda proceder con deshonestidad, fijando valores
superiores a los reales. Se dispone así que la tasación sea hecha por el Tribunal de Tasaciones creado por decreto-ley
33405/1944 y compuesto por tres miembros en representación de las entidades vinculadas a los problemas técnicos de
la propiedad inmobiliaria: dos representantes de los intereses de los contribuyentes; un funcionario superior de la
Dirección General de Ingenieros del Ministerio de Guerra;un funcionario superior de Obras Sanitarias de la Nación; un
funcionario superior de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; un funcionario superior de la Dirección
Nacional Inmobiliaria (art. 74, dec.-ley 33405/1944). La ley 13264 preveía la integración de este Tribunal con un
representante del Ministerio de Obras Públicas de la Nación y otro del expropiado (art. 14 ). Esta importante garantía
para el expropiado ha sido suprimida por la ley 21499 , lo que constituye un grave error.
Tratándose de muebles, será necesario el dictamen de las oficinas técnicas competentes, sin perjuicio de lo cual deberá
sustanciarse prueba pericial. Si las partes no se pusieran de acuerdo en la designación de un perito único, designará
cada una su propio perito y el juez un tercero (arts. 17 Ver Texto y 19 Ver Texto ).
El dictamen del Tribunal de Tasaciones no obliga a los jueces, pero sólo cabe apartarse de sus conclusiones en caso de
error manifiesto o de violaciones sustanciales del procedimiento seguido ante él, no resultando bastante simple la
disconformidad con el valor establecido por dicho Tribunal, si no se puntualizan concretamente las impugnaciones (ver
nota 1).
Se ha decidido con razón, que no corresponde incrementar la indemnización expropiatoria en el 10% previsto por el art.
13 Ver Texto de la ley 21499, cuando media proceso judicial (ver nota 2).
e) Costas.— El art. 28 de la ley 13264 establecía un complicado e injusto sistema que hacía pesar muchas veces las
costas sobre el expropiado no obstante que la tasación del bien hubiera demostrado la insuficiencia de la suma ofrecida
por el expropiante. La ley 21499 ha eliminado esa anomalía: las costas se imponen de acuerdo con las reglas generales
del Código Procesal (art. 18 Ver Texto ). Pero esta directiva general es, en nuestro caso, insuficiente. En efecto, el
principio general es que las costas se imponen al vencido (art. 68 Ver Texto , C. Procesal). ¿Pero quién es el vencido en
el juicio de expropiación? No lo es el expropiante, cuya acción se acoge; tampoco lo es el expropiado, que no se opone
al progreso de la acción y que se ha limitado a seguir un procedimiento destinado a fijar el justo valor de su bien.
83
Derechos
Pensamos por consiguiente, que las costas, como principio, deben estar a cargo del expropiante, pues deben
considerarse como parte de la indemnización. De lo contrario el expropiado no recibiría el justo precio, pues del valor
fijado en la sentencia como justo tendría que deducir el importe de las costas. Y la idea general del sistema
expropiatorio es que el expropiado salga indemne del proceso (ver nota 3). Sólo cabría hacer la excepción del supuesto,
en la práctica excepcional, de que el demandado no se limite ya a controlar la valuación del bien, sino que se oponga a
la procedencia de la expropiación, alegando, por ejemplo, que su bien no está dentro de los que fueron declarados de
utilidad pública. Demostrada que su oposición era improcedente, es justo imponerle las costas.
Sólo en caso de desistimiento de la acción, la ley contiene una disposición clara: las costas serán a cargo del
expropiante (art. 29 Ver Texto ).
f) Desistimiento.— El expropiante podrá desistir de la acción promovida en tanto la expropiación no haya quedado
perfeccionada. Se entenderá que ha quedado perfeccionada cuando se ha operado la transferencia del dominio al
expropiante mediante sentencia firme, se haya tomado la posesión y se haya pagado la indemnización (art. 29 Ver
Texto , ley 21499).
Se ha resuelto que aun mediando sentencia firme de expropiación y pago de toda la indemnización, el Estado puede
desistir si no ha habido toma de la posesión (ver nota 4). Estamos en desacuerdo con esa solución, porque el
expropiado puede haber dispuesto del precio y obligarlo a devolver indexado puede causarle un gravísimo perjuicio.
Los derechos de los particulares no pueden quedar librados al caprichoso arbitrio del Estado.
CÓMO SE OPERA LA TRANSFERENCIA DEL DOMINIO.— Para la transferencia del dominio no se requerirá
escritura pública otorgada ante escribano, siendo suficiente al efecto la inscripción en el Registro de la Propiedad del
decreto que apruebe el avenimiento o, en su caso, de la sentencia judicial que haga lugar a la expropiación (art. 32 Ver
Texto , ley 21499).
REQUISITOS.— Para que el expropiado tenga derecho a intentar la acción por expropiación indirecta o inversa, es
necesario que se reúnan los siguientes requisitos:
a) Declaración de utilidad pública.— Como principio la acción de expropiación indirecta requiere la existencia de una
ley que declare de utilidad pública el bien de que se trata (ver nota 1) (art. 51 Ver Texto , ley 21499).
Sin embargo, puede ocurrir que el Estado, aun sin mediar una ley que declare el bien de utilidad pública, haya tomado
posesión de él, incorporándolo al dominio público del Estado. En ese caso, cabe también la acción de expropiación
indirecta, con el agregado de que en este supuesto la indemnización no debe ceñirse a los rubros estrictamente
comprendidos en la ley general de expropiaciones, sino que debe indemnizar al propietario todos los daños y perjuicios
conforme con las normas del derecho común (ver nota 2). Es una solución lógica, porque falta el requisito de la
declaración de utilidad pública que es el fundamento del criterio restrictivo para la fijación de la indemnización.
De igual modo, procede la expropiación irregular, aun sin ley que califica la utilidad pública, cuando el Estado
imponga al derecho del titular un bien o cosa una indebida restricción o limitación, que importen una lesión a su
derecho de propiedad (art. 51 Ver Texto , inc. c, ley 21499). En el número siguiente volveremos sobre este tema.
b) Cercenamiento del derecho de propiedad.— La legislación y jurisprudencia anterior a la sanción de la ley 21499
era muy rigurosa respecto de la procedencia de la acción por expropiación irregular y se había declarado que la mera
declaración de utilidad pública de un bien no autorizaba al propietario a intentar esta acción (ver nota 3). La nueva ley
84
Derechos
tiene un criterio más benévolo y más justo. Conforme con el art. 51 Ver Texto , ley 21499, procede la acción de
expropiación irregular en los siguientes casos: a) Cuando existiendo una ley que declara de utilidad pública un bien, el
Estado lo toma sin haber cumplido con el pago de la respectiva indemnización; b) cuando con motivo de la ley de
declaración de utilidad pública, de hecho una cosa mueble o inmueble resulte indisponible por evidente dificultad o
impedimento para disponer de ella en condiciones normales; c) cuando el Estado imponga al derecho del titular de un
bien o cosa una indebida restricción o limitación, que importen una lesión a su derecho de propiedad. Adviértase que
en este último caso, no es necesario que haya mediado una declaración de utilidad pública; basta la lesión al derecho de
propiedad. Y si en este caso no es un requisito indispensable la declaración de utilidad pública, tampoco debe serlo en
el caso de que el Estado haya tomado posesión del bien, incorporándolo al dominio público, tal como lo ha decidido la
jurisprudencia (véase nº 465 y notas 446 y 452), puesto que el apoderamiento del bien es la máxima lesión al derecho
de propiedad.
De una manera general se puede decir, que para que proceda la expropiación inversa o irregular es indispensable que el
uso y goce del inmueble se encuentre menoscabado o cercenado sustancialmente por algún acto del poder público (ver
nota 4).
Se ha decidido que existe cercenamiento suficiente del derecho del propietario en los siguientes casos:
1) Cuando la Municipalidad ha denegado el permiso de construcción o la línea para edificar (ver nota 5).
2) Cuando la Municipalidad autoriza la construcción bajo condición de que se renuncie al valor de las mejoras a
introducirse en el inmueble (ver nota 6). La solución es lógica, porque la condición impuesta en este caso por el poder
público implica no poder edificar, ya que nadie hará una obra que puede ser expropiada al día siguiente sin
indemnización alguna del mayor valor y con pérdida total de lo que se ha invertido en ella.
3) Cuando existe una demora excesiva en acordar el permiso de construcción pedido por el propietario, aunque no haya
recaído resolución negativa expresa (ver nota 7).
4) Cuando ha mediado desposesión por parte del poder público que se ha apoderado del bien (ver nota 8). Éste es, por
cierto, el caso más típico y claro, porque no hay un mero cercenamiento del derecho de la propiedad sino una privación
total de él.
5) cuando un inmueble ha sido sometido a reserva para obras o planes de ejecución de obras, pues se ha considerado
que el caso cae dentro de lo normado por el art. 51, inc. b) (ver nota 9).
Establece el art. 52 Ver Texto , ley 21499, que no corresponde la acción de expropiación irregular cuando el Estado
paraliza o no activa los procedimientos, después de haber obtenido la posesión judicial del bien. Es razonable que así
sea. En primer término, porque el expropiado puede activar él los procedimientos. Y en segundo lugar, porque el
Estado no puede entrar en posesión judicial sin haber depositado la suma que resulta de la valuación del Tribunal de
Tasaciones, si el bien fuere inmueble, o de las oficinas técnicas, si fuere mueble. Esto significa que el interés del
expropiado está suficientemente resguardado.
PROCEDIMIENTO.— Rigen las mismas normas procesales de la expropiación regular, en cuanto fueren aplicables
(art. 55 Ver Texto ); en particular, rigen las mismas normas para por fijar los valores indemnizables (art. 54 Ver Texto
).
El que acciona por expropiación irregular, no está obligado a la reclamación administrativa previa (art. 53 Ver Texto ).
Retrocesión
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Derechos
CONCEPTO.— Suele ocurrir que después de expropiado un bien, el Estado no le da el destino de utilidad pública
para el cual se dictó la ley que permitió su expropiación. A veces, no se le da destino alguno; a veces se le da un
destino diferente. Esto suele obedecer a un cambio de política respecto de la obra pública, que se pensaba emprender o
bien a la falta de fondos necesarios para realizarla. En esos casos, el expropiado tiene derecho a demandar la restitución
del bien mediante la acción de retrocesión. Es necesario agregar que hasta la sanción de la ley 21499 , la legislación no
preveía esta acción, no obstante lo cual la jurisprudencia de los tribunales fue unánime en admitirla. Se explica que así
fuera. Los particulares sólo pueden ser privados de su propiedad en virtud de una causa de utilidad pública. Si esta
utilidad no existe (como lo revela el hecho de que la obra no se realiza), la expropiación queda privada de su
fundamento esencial y es natural que el particular tenga derecho a recuperar el bien.
b) Que el bien haya recibido un destino distinto del previsto en la ley expropiatoria o no se le haya dado destino alguno
transcurrido un lapso de dos años desde que la expropiación quedó perfeccionada (arts. 42 Ver Texto , inc. b, 35 Ver
Texto y 29 Ver Texto ). No se podría, por ejemplo, expropiar un inmueble para construir una escuela y luego destinarlo
a oficinas, a la construcción de un mercado. Sin embargo, se considerará que no hay cambio de destino cuando el
acordado al bien mantenga conexidad, interdependencia o correlación con el específicamente previsto en la ley;
tampoco se considerará que medió cambio de destino si a una parte del bien expropiado se le asignara uno
complementario o que tiende a integrar o facilitar el previsto por la ley (art. 39 Ver Texto ).
Pero si el bien expropiado hubiera ya cumplido el fin para el cual fue expropiado y por esa circunstancia quedase
desvinculado de esa finalidad, la retrocesión será improcedente (art. 40 Ver Texto , ley 21499). La solución es justa
pues habiéndose cumplido el fin que motivó la expropiación, ésta queda firme.
Cuando al bien no se le hubiera dado destino alguno, el expropiado deberá intimar fehacientemente al expropiante para
que se asigne al bien el destino que motivó la expropiación; transcurridos seis meses desde la intimación sin que el
expropiante hubiera asignado al bien ese destino o sin que se hubieran iniciado los respectivos trabajos, la acción de
retrocesión queda expedita sin necesidad de reclamo administrativo previo (art. 39 Ver Texto , ley 21499).
c) Que el accionante, dentro del plazo que fije la sentencia, reintegre al expropiante lo que percibió de éste en concepto
de indemnización, con la actualización correspondiente (art. 42 Ver Texto , inc. c, ley 21499).
d) Que no hayan transcurrido más de 20 años desde que el Estado tomó posesión del inmueble, pues si ha transcurrido
ese lapso, el Estado puede invocar la prescripción adquisitiva (ver nota 2). Pero se ha declarado con razón que el
Estado no puede invocar la prescripción decenal frente a una acción de retrocesión, pues si ha hecho abandono del fin
de utilidad pública que motivó la expropiación, ha perdido el justo título.
Ocupación temporánea
CONCEPTO.— Suele ocurrir que razones circunstanciales hacen necesario la utilización con carácter temporario y
precario, de algún bien de propiedad privada. No se trata de la expropiación, que priva definitivamente de la propiedad
del bien al expropiado, sino solamente de una ocupación temporaria, al cabo de la cual se restituye el bien a su dueño.
Dispone el art. 57 Ver Texto , ley 21499 que cuando por razones de utilidad pública fuese necesario el uso transitorio
de un bien o cosa determinada, mueble o inmueble, o de una universalidad determinada de ellos, podrá la
administración pública recurrir a la ocupación temporánea.
La ocupación temporánea puede ser normal o anormal, de ellas nos ocuparemos en los números que siguen.
OCUPACIÓN TEMPORARIA NORMAL.— Es la que se funda en necesidades normales no inminentes (art. 58 Ver
Texto ). La ley regula su aplicación de la siguiente forma:
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Derechos
a) Requisitos.— La ocupación temporánea normal requiere la declaración de utilidad pública por ley; deberá ser
dispuesta por la autoridad judicial a requerimiento de la Administración Pública, a menos que ésta pueda entrar en
posesión del bien por avenimiento con el propietario (artículo 61 Ver Texto ).
b) Duración.— Ninguna ocupación temporánea normal puede durar más de dos años; vencido ese plazo, el propietario
intimará fehacientemente la desocupación del bien y si transcurridos treinta días desde dicha intimación, el bien no
hubiere sido devuelto, el propietario podrá exigir la expropiación, promoviendo la acción por expropiación irregular
(art. 64 Ver Texto ). ¿Tiene también acción para pedir la restitución del bien? Aunque el art. 64 Ver Texto no lo dice,
es indudable que sí, pues, si el Estado carece de título para retener el bien, es evidente que ante el reclamo del dueño
debe devolverlo. Por lo demás, el art. 70 Ver Texto reconoce implícitamente la existencia de esta acción al fijarle un
plazo de prescripción. Esto significa que el dueño tiene ante si una opción: o bien demanda la restitución de la cosa o
bien acciona por expropiación irregular. Pero si el bien se hubiera incorporado al dominio público del Estado, no cabría
sino la acción por expropiación irregular, porque habiendo salido la cosa del comercio, no puede ser reclamada por su
antiguo dueño.
Es lógico que así sea, pues la privación del bien por un tiempo mayor causa una lesión gravísima al derecho de
propiedad.
d) Efectos.— Sin conformidad del propietario, el ocupante temporáneo de un bien o cosa no puede alterar su sustancia
ni extraer o alterar elementos que integren el bien (art. 66 Ver Texto ). Empero, si los materiales o elementos hubieran
debido extraerse necesaria e indispensablemente, con motivo de la ocupación, el ocupante deberá pagar los daños y
perjuicios consiguientes (art. 62 Ver Texto ).
La mera ocupación temporánea normal trae aparejada la obligación del ocupante de indemnizar al propietario del bien
los daños y perjuicios derivados de la privación del uso de la cosa y de los perjuicios ocasionados al bien o cosa
ocupados (art. 62 Ver Texto ).
El bien ocupado no podrá tener otro destino que el que motivó su ocupación (art. 63 Ver Texto ). Si se le diere otro
destino, el propietario tendrá derecho a reclamar su inmediata devolución, puesto que en ese caso, la Administración
Pública carecería de título para continuar en la posesión del bien. Asimismo, el propietario tendrá derecho a reclamar
los daños y perjuicios por la ocupación ilegítima.
OCUPACIÓN TEMPORÁNEA ANORMAL.— La ocupación anormal debe obedecer a una razón urgente,
imperiosa o súbita; puede ser dispuesta directamente por la Administración Pública, sin intervención judicial (art. 58
Ver Texto ).
Se trata de casos extremos, de gran urgencia, que no se compadecen con la inevitable lentitud de los procedimientos
judiciales.
Ninguna ocupación temporaria anormal tendrá mayor duración que el lapso estrictamente indispensable para satisfacer
la respectiva necesidad (art. 60 Ver Texto ). ¿Qué ocurre si, a pesar de tan terminante disposición legal, la
Administración Pública no devolviere el bien ocupado? Evidentemente, el propietario tiene acción para reclamar la
restitución del bien y el pago de los daños. En cambio, no tiene, como en el caso de la ocupación temporánea normal,
acción por expropiación irregular, porque no mediando ley que declare la utilidad pública, la expropiación es
imposible, a menos que el bien se hubiera incorporado al dominio público del Estado, conforme con la jurisprudencia
que hemos citado en el nº 465, a.
La ocupación temporánea anormal, a diferencia de la normal, no da lugar a indemnización alguna, salvo la reparación
de los daños y deterioros que se causaren a la cosa o el pago de daños y perjuicios debidos por el uso posterior de la
cosa en menesteres ajenos a los que estrictamente determinaron su ocupación (art. 59 Ver Texto , ley 21499).
Aun con estas salvedades, no puede justificarse esta solución de no indemnizar al propietario de la cosa que ha sido
ocupada temporariamente. La ley supone, sin duda, que dicha ocupación tendrá muy breve término y que, frente a la
necesidad imperiosa que se ha satisfecho con la ocupación, no cabe reclamo por un daño que se supone de menor
cuantía. Pero en la práctica, las cosas pueden ocurrir de modo muy diferente. Que la necesidad sea súbita y urgente, no
87
Derechos
quiere decir necesariamente que deba ser de muy breve duración. Por el contrario, ésta puede ser prolongada. Y sea
breve o prolongada, es justo indemnizar a quien ha sido privado del uso de una cosa por una razón de utilidad pública.
Y tanto más indispensable parece reconocer el derecho a la indemnización de los daños, cuanto que la ocupación
temporánea anormal se lleva a cabo sin la garantía de la intervención judicial. En suma, nos parece que la solución de
la ley afecta el derecho de propiedad amparado por la Constitución nacional.
Entretanto, es obvia la necesidad en que se encuentra el Estado de regular el uso de todos los recursos hídricos
naturales y de concluir con el aprovechamiento irracional y antisocial de las aguas por los particulares, especialmente
por los propietarios en cuyos predios brota natural o artificialmente el agua o por los cuales cruzan ríos y arroyos.
Este requerimiento de las sociedades modernas debe necesariamente reflejarse en la legislación, que hoy reputa
pertenecientes al dominio público aguas que antiguamente eran del dominio privado del dueño de la tierra, y que regula
cada vez más prolijamente su aprovechamiento.
Ya veremos cómo la reforma del Código Civil de 1968 ha seguido esa tendencia legislativa en normas destinadas a
tener una gran repercusión en todo lo que atañe a la propiedad y uso de las aguas.
AGUAS PÚBLICAS Y PRIVADAS; LÍMITES DE NUESTRO ESTUDIO.— Por las razones que hemos dado en
el número precedente, la mayor parte de las aguas pertenecen al dominio público del Estado. En esta situación se
encuentran: a) el mar territorial (art. 2340 Ver Texto , inc. 1º, C. Civil, ley 17094 ); b) los ríos y demás cursos de agua
que corren por cauces naturales (art. 2340 Ver Texto , inc. 3º, y art. 2637 Ver Texto ); c) los lagos navegables (art.
2340 Ver Texto , inc. 5º); en cuanto a los no navegables se plantea una cuestión que estudiaremos en su lugar (nº 539);
d) las aguas subterráneas (art. 2340 Ver Texto , inc. 3º); e) las aguas pluviales que caigan en lugares públicos (art. 2636
Ver Texto ); f) finalmente, cualquier agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general (art.
2340 Ver Texto , inc. 3º). En cambio pertenecen al dominio privado; a) las aguas pluviales que caen en los inmuebles
de los particulares o entran en ellos (art. 2635 Ver Texto ); b) las aguas que brotan en los terrenos de los particulares
siempre que no corran por cauces naturales (art. 2637 Ver Texto ); c) las vertientes que nacen y mueren dentro de una
misma heredad aunque formen cauce (art. 2350 Ver Texto ). Dada la índole de este Tratado, que solamente se ocupa
del derecho privado, limitaremos nuestro estudio a las aguas sobre las cuales se puede ejercer el derecho de propiedad
aunque para ello será ineludible referirse a los casos en los cuales existen dudas de si pertenecen al dominio público o
privado, como también a los problemas derivados de la transformación de aguas del dominio privado en aguas del
dominio público, como consecuencia de la reforma de la ley 17711 .
Aguas pluviales
NATURALEZA JURÍDICA.— Las aguas pluviales que caen sobre la tierra tienen distintos destinos: a veces, sirven
simplemente de riego, confundiéndose con la tierra que fertilizan; en ocasiones, sobre todo cuando son copiosas,
penetran a través de las capas superiores de la tierra, aumentando el caudal de las napas subterráneas e indirectamente
el de los ríos y arroyos que nacen de vertientes; otras veces, sobre todo cuando la capa superficial es impermeable,
forman depósitos de agua ya sea naturales (bañados, lagunas, etc.) o bien resultantes de la obra del hombre (represas).
Para establecer la naturaleza jurídica de las aguas pluviales, es necesario distinguir entre las que caen en terreno
privado y las que caen en terreno público del Estado.
88
Derechos
Respecto de las primeras, el art. 2635 Ver Texto prescribe que ellas pertenecen a los dueños de las heredades donde
cayesen o donde entrasen.
No cabe duda, por tanto, que ellas pertenecen al dominio privado del propietario. Pero se discute si ese dominio se
adquiere por ocupación o por accesión. Los autores que se inclinan por la primera teoría, sostienen que el agua de
lluvia es, por naturaleza, res nullius y, por tanto, se necesita un acto de apropiación para adquirir el dominio, acto que
no puede realizar legalmente sino el propietario del fundo donde las aguas han caído (ver nota 2).
Por nuestra parte, nos inclinamos por la teoría de la accesión. Nos parece decisivo para rechazar la idea de que en este
caso existe ocupación o apropiación, el argumento basado en que la apropiación requiere un acto de aprehensión
realizado con el ánimo de apropiarse de las cosas (art. 2525 Ver Texto ). Es evidente que nada de esto ocurre en el caso
de las aguas pluviales, cuya propiedad adquiere el dueño del terreno aun ignorando que hayan caído en él.
Bien entendido que las aguas pluviales pertenecen a los dueños de las heredades en tanto continúen dentro de los
límites de su propiedad; si, por el contrario, luego de caer en una propiedad, se desviasen o entrasen en la de un vecino,
desde el momento que entran en la propiedad de éste, le pertenecen (art. 2635 Ver Texto ), lo que constituye otro
importante argumento en favor de la teoría de la accesión.
Queda ahora por considerar la naturaleza jurídica de las aguas caídas en lugares públicos. Advertimos, ante todo, que al
hablar de lugares públicos, aludimos a la tierra que es propiedad del Estado y no al mar, los ríos o los lagos del dominio
público, porque el agua, al caer sobre éstos, se confunde con las aguas del mar, ríos y lagos, perdiendo su
individualidad, de tal manera que no puede determinarse (ver nota 3).
Respecto de las aguas caídas en terrenos públicos se renueve la discusión relativa a la naturaleza jurídica. El art. 2636
Ver Texto dice que todos pueden reunir las aguas pluviales que caigan en lugares públicos o que corran por lugares
públicos, aunque sea desviando su curso natural, sin que los vecinos puedan alegar ningún derecho adquirido. Éste
parece ser un argumento irrebatible en favor de la tesis de que el agua pluvial caída en propiedad pública del Estado es
res nullius, dado que cualquier particular puede apropiarse de ella. Éste es el punto de vista sostenido por la mayor
parte de los autores (ver nota 4). Otros, por el contrario, sostienen que se trata de aguas de dominio público y que el art.
2636 Ver Texto lo único que hace es reconocer a todos el derecho de usar este bien del dominio público que es el agua
pluvial, con lo que no se hace sino reglamentar la disposición general del art. 2341 Ver Texto , según el cual los
particulares tienen el uso y goce de los bienes públicos del Estado (ver nota 5).
Sin embargo, una cosa es usar y gozar de los bienes públicos del Estado, dejándolos indemnes y en condiciones de ser
aprovechados también por otras personas (que es el derecho que reconoce el art. 2341 Ver Texto ) y otra apropiarse de
las aguas pluviales, que es lo que claramente prescribe el art. 2636 Ver Texto . Es necesario concluir, por consiguiente,
que las aguas pluviales caídas en lugares públicos son res nullius y que cualquier particular puede apropiarse de ellas.
Sin embargo, hay que hacer la salvedad, de que si esas aguas comienzan a correr por cauces naturales formando un río
o arroyo, pierden su condición de res nullius para transformarse en cosas de derecho público (ver nota 6). Y si dichas
aguas caídas en lugares públicos corren hacia terrenos particulares sin formar ríos o arroyos, desde el momento que
entran dentro de los límites particulares se convierten en propiedad de los dueños del terreno (ver nota 7).
No obstante admitir que dentro de nuestro derecho positivo las aguas pluviales caídas en lugares públicos son res
nullius, reconocemos que es indudable la conveniencia de considerarlas como cosas del dominio público, porque de
esta manera se permitiría la reglamentación de uso y el mejor aprovechamiento del agua (ver nota 8).
USO DE LAS AGUAS CAÍDAS EN TERRENOS PRIVADOS.— Dispone el art. 2635 Ver Texto que las aguas
pluviales pertenecen a los dueños de las heredades donde cayesen o donde entrasen y les es libre disponer de ellas o
desviarlas sin detrimento de los terrenos inferiores. Vale decir, el dueño de la heredad donde cae el agua, es propietario
de ella y tiene, por consiguiente, todos los derechos de uso, goce y consumo propios del derecho de propiedad. Muy
importante es la facultad que se concede al propietario de desviar las aguas, pues ello significa que las aguas que
naturalmente discurrirían hacia los fundos vecinos, pueden ser desviadas por represas o tajamares por fines de riego,
acumulación de aguas en represas, etc. Cabe notar que este artículo ha sido tomado de FREITAS (art. 4270), del que se
aparta, sin embargo, en un punto importante. Donde nuestro Código dice sin detrimento, la fuente dice en detrimento.
BIBILONI creyó encontrar en este cambio un simple error de imprenta que debía rectificarse (nota al art. 2484 del
Anteproyecto). Por nuestra parte, pensamos que no ha habido un error de imprenta o de traducción, sino una
modificación deliberada del texto que sirvió de fuente. La rectificación, además, es razonable, y concuerda con el art.
89
Derechos
2653 Ver Texto , según el cual está prohibido al dueño del fundo superior desviar las aguas de modo de hacer más
impetuosa o perjudicial la corriente que cae sobre el terreno inferior. Tampoco podría desviarla hacia partes del terreno
vecino que antes no las recibía o hacer desagotar en el terreno vecino las aguas que antes quedaban en el fundo superior
(ver nota 9).
Hemos dicho, que el propietario del fundo donde las aguas pluviales han caído tiene un derecho de dominio sobre ellas
y que puede desviarlas impidiendo que las aguas corran hacia el fundo inferior. Cabe preguntarse, sin embargo, si el
dueño del fundo inferior no puede adquirir el derecho a recibir dichas aguas. No cabe duda alguna que ese derecho
puede adquirirse por contrato, constituyéndose una servidumbre en favor del dueño del fundo inferior; tampoco es
dudoso que puede adquirirse por disposición de última voluntad del dueño de los dos terrenos que luego se dividen
entre sus herederos (ver nota 10). Pero cabe preguntarse si se puede adquirir también por prescripción de veinte años.
La mayor parte de los autores se inclina por la solución afirmativa (ver nota 11). Puesto que en definitiva estamos en
presencia de una servidumbre, es evidente que ella se puede adquirir por todos los medios establecidos para ésta, o sea
por contrato (art. 2977 Ver Texto ), por disposición de última voluntad y destino del padre de familia (art. 2978 Ver
Texto ) y por usucapión de veinte años (art. 3017 Ver Texto ).
Asimismo, puede adquirirse el derecho del propietario del fundo inferior a no recibir las aguas del predio superior; ese
derecho puede resultar también de contrato, de disposición de última voluntad y de prescripción. Pero para que se
adquiera por prescripción el derecho de no recibir, es indispensable que se hayan realizado obras en el fundo inferior
que revelen el propósito del propietario de ejercer el derecho de no recibir aguas. Esta prescripción se cumple en el
plazo de veinte años (art. 2651 Ver Texto ) (ver nota 12).
AGUAS QUE CAEN SOBRE TIERRA DEL DOMINIO PÚBLICO.— Se ha dicho ya que las aguas caídas en
lugares públicos son res nullius. La consecuencia de este punto de partida es que la autoridad administrativa no puede
conceder a los particulares el uso exclusivo de las aguas caídas en terrenos públicos, ya que el Estado no puede otorgar
una concesión sobre bienes que no le pertenecen (ver nota 13).
Es necesario llamar la atención sobre lo que consideramos un error del art. 2636 Ver Texto . Dice, en efecto, que todos
pueden reunir las aguas pluviales que caigan en lugares públicos o corran en lugares públicos aunque sea desviando su
curso natural. No se advierte cómo podría un particular desviar el curso natural de las aguas caídas en terrenos públicos
sino mediante la realización de obras, que por la misma razón de ser un dominio público, no pueden realizar los
particulares. Ni siquiera, creemos, podrían hacerlo con autorización del Estado, porque ello significaría en la práctica
conceder el uso y utilización exclusiva de las aguas caídas en terreno público, lo que, ya lo dijimos, escapa a las
facultades de la Administración Pública.
Ríos y arroyos
RÍOS Y ARROYOS DEL DOMINIO PÚBLICO Y DEL DOMINIO PRIVADO.— El principio general es que los
ríos y arroyos y demás aguas que corren por sus cauces naturales pertenecen al dominio público del Estado (art. 2340
Ver Texto , inc. 3º y art. 2637 Ver Texto ). En el Código Civil esta disposición estaba completada por otra, el art. 2637
Ver Texto , que limitaba sus efectos considerablemente. Decía así: las aguas que broten en los terrenos privados
pertenecen a los dueños de éstos y pueden libremente usar de ellas y mudar su dirección natural. El simple hecho de
correr por los terrenos inferiores no da a los dueños de éstos derecho alguno, pero si ellos fuesen el principal alimento
de un río o fuesen necesarios a algún pueblo, están sujetos a expropiación por utilidad pública.
Resultaba contradictorio que, por una parte, el art. 2340 Ver Texto , inc. 3º, estableciera que todas las aguas que corren
por sus cauces naturales son del dominio público, y que, por otra, el art. 2637 Ver Texto hiciese la muy importante
excepción de las aguas que brotan en el terrenos privados.
Todos los innumerables ríos y arroyos que nacen, por ejemplo, en las sierras de Córdoba, brotan de vertientes. El art.
2637 Ver Texto significaba que no obstante el indudable carácter público de tales cursos de agua, los propietarios de
los fundos en los cuales nacen podían represar, detener y desviar sus aguas, extinguiendo los ríos o arroyos.
Así, la solución del art. 2637 Ver Texto no sólo era contradictoria con el art. 2340 Ver Texto , inc. 3º, sino también
gravemente contraria a los intereses públicos.
La ley 17711 dio al art. 2637 Ver Texto la siguiente redacción: las aguas que surgen en los terrenos de particulares
pertenecen a sus dueños, quienes pueden usar libremente de ellas y cambiar su dirección natural. El hecho de correr por
90
Derechos
los terrenos inferiores no da a los dueños de éstos derecho alguno. Cuando constituyen un curso de agua por cauces
naturales pertenecen al dominio público y no pueden ser alterados.
Como puede apreciarse, la ley distingue ahora dos cursos de agua: los que corren por sus cauces naturales, que
pertenecen al dominio público del Estado aunque tengan su vertiente en una propiedad privada, y los que por su poca
importancia no llegan a formar un cauce natural, que pertenecen al dueño del predio donde brota. Hay que agregar, sin
embargo, que también pertenecen al dominio privado del propietario las vertientes que nacen y mueren dentro de una
misma heredad (art. 2350 Ver Texto ), aunque lleguen a formar un cauce natural.
Se ha criticado la nueva redacción del art. 2637 Ver Texto afirmándose que las aguas siempre corren por sus cauces
naturales, de tal modo que la primera parte del art. 2637 Ver Texto no tendría aplicación posible (ver nota 14). La
crítica no parece justa. En verdad existen numerosas vertientes que por su poco caudal o por la naturaleza del suelo por
el que corren no llegan a formar verdaderos cauces. El que las cruza no advierte otra cosa que pastos más verdes y
lozanos allí donde corre el agua. No hay ninguna diferencia morfológica entre la tierra por donde corre el agua y las
adyacentes; no hay cauce o lecho propiamente dicho. A ello se agrega que estos cursos de agua suelen variar de
recorrido en forma muy caprichosa, sobre todo cuando la pendiente no es pronunciada. Esto acontece principalmente
en las vertientes que sólo tienen agua durante las temporadas de lluvias o de deshielo; mientras están secas, la erosión
eólica, un ligero deslizamiento de tierra, bastan para hacerlas cambiar de recorrido. Éstas son las aguas que conforme a
la nueva disposición legal, pertenecen al propietario del fundo en donde nacen, aunque en su recorrido lleguen a
propiedades abajeñas. Y se justifica de modo pleno que sólo respecto de estos cursos de agua de menor importancia
pueda el dueño del terreno donde nacieron disponer de ellas y hasta privar a los abajeños del agua. Pero si la corriente
tiene importancia como para haber formado su propio lecho, entonces ya no puede ser considerada como dominio
privado. La importancia de su caudal justifica que se la considere de dominio público y que nadie pueda pretender
derecho exclusivos sobre sus aguas.
Lagos
PROPIEDAD DE LOS LAGOS.— En su redacción original, el art. 2340 Ver Texto , inc. 5º, establecía que
pertenecen al dominio público del Estado general o de los Estados particulares, los lagos navegables por buques de más
de 100 toneladas y también sus márgenes. Consecuente con su propósito de extender al máximo el dominio público de
las aguas, la reforma de 1968 dio al inc. 5º la siguiente redacción: los lagos navegables y sus lechos. Es decir, ya no se
requiere para ser considerado del dominio público que el lago sea navegable por buques de más de 100 toneladas; basta
que sea navegable. Esta reforma era tanto más necesaria en nuestro país, cuanto que existen numerosos lagos y lagunas
no navegables por buques de más de 100 toneladas pero que, sin embargo, tienen una utilidad pública notoria. Bastaría
recordar que la laguna de Iberá o la de Chascomús no son navegables por buques de más de 100 toneladas, para
comprender cómo era necesario extender el dominio público también a estas aguas.
Hoy basta la simple posibilidad de navegar en lancha sobre un espejo de agua para que él pertenezca al dominio
público. Creemos, sin embargo, que por aplicación analógica del art. 2350 Ver Texto deben considerarse del dominio
privado los lagos o lagunas que estén comprendidos dentro de una misma heredad.
Si no cabe dudar acerca del carácter de bienes públicos de los lagos y lagunas navegables, no ocurre lo mismo respecto
de los que no lo son. La duda surge del art. 2349 Ver Texto , según el cual el uso y goce de los lagos que no son
navegables, pertenecen a los propietarios ribereños. La interpretación de esta norma ha dado lugar a dos doctrinas
opuestas:
a) Conforme con una de ellas, estos lagos pertenecen al dominio privado de los ribereños. Esta doctrina se funda en lo
siguiente: 1) Puesto que el art. 2340 Ver Texto , inc. 5º sólo menciona como bienes del dominio público a los lagos
navegables, por argumento a contrario surge claramente que los lagos que no son navegables pertenecen al dominio
privado; 2) Si el art. 2349 Ver Texto da a los ribereños el derecho exclusivo de usar y gozar los lagos, quiere decir que
les reconoce el dominio, porque sólo él justifica la exclusividad (ver nota 18).
b) De acuerdo con una segunda opinión, que por nuestra parte compartimos, los lagos y lagunas no navegables,
pertenecen al dominio público del Estado. En apoyo de esta tesis se aduce: 1) El argumento a contrario tiene muy poco
valor interpretativo; la circunstancia de que en el art. 2340 Ver Texto , inc. 5º, no se haya mencionado a los lagos no
navegables entre los del dominio público, no significa excluirlos; 2) el art. 2349 Ver Texto habla de que solamente el
uso y goce de dichos lagos pertenece a los ribereños, lo que está indicando claramente que no les pertenece el derecho
de propiedad; 3) esta solución es la que mejor consulta los intereses generales (ver nota 19).
91
Derechos
Ello no significa, sin embargo, que cualquier espejo de agua, por pequeño que sea, deba considerarse como propiedad
pública del Estado. Pensamos que por aplicación analógica del art. 2350 Ver Texto , los lagos cuyos límites están
íntegramente dentro de una propiedad privada pertenecen al dominio privado de su propiedad. Del mismo modo, deben
considerarse del dominio privado de los propietarios ribereños las lagunas más o menos extensas que suelen formarse
en la pampa húmeda como consecuencia de las precipitaciones pluviales. En verdad, más que lagunas son represas,
cuyo caudal varía según las lluvias y que llegan inclusive a desaparecer por temporadas. También aquí, una costumbre
inmemorial ha hecho que estas lagunas sean reputadas del dominio privado de los propietarios de la tierra, como es
razonable y conveniente.
Recordamos que en la redacción primitiva del inc. 5º, art. 2340 Ver Texto , no solamente se consideraban del dominio
público los lagos navegables sino también sus márgenes; al sustituir este inciso, la ley 17711 lo redactó de la siguiente
manera: los lagos navegables y sus lechos. Sin duda ha sido un error de la reforma no incluir las márgenes de los lagos
dentro del dominio público, lo que haría más claro el derecho de todos los ciudadanos de utilizarlas (ver nota 20).
Pensamos, sin embargo, que en la práctica esta omisión no ha de traer inconvenientes.
DERECHO DE LOS PARTICULARES SOBRE LOS LAGOS.— En cuanto a los lagos navegables, los derechos
de todos los habitantes son los mismos que hemos enumerado respecto de los cursos de agua (véase nº 532 y sig.).
Respecto de los lagos no navegables, esos derechos quedan limitados a los propietarios ribereños, sin perjuicio de las
atribuciones que le corresponden al Estado en su carácter de titular del dominio público. De cualquier modo, esas aguas
nunca podrían ser usadas abusivamente, por ejemplo volcando en ellas desperdicios o sustancias químicas que las
hicieran inaprovechables para los otros propietarios ribereños (arg. art. 2638 Ver Texto ).
En cuanto a los lagos que son del dominio privado del propietario del suelo, este dominio supone todas las facultades
reconocidas por los arts. 2513 Ver Texto y 2514.
Aguas subterráneas
SU RÉGIMEN EN EL CÓDIGO CIVIL Y EN LA LEY 17711.— El Código Civil no tenía disposición alguna
respecto de las aguas subterráneas, pero por aplicación del art. 2518 Ver Texto , según el cual la propiedad del suelo se
extiende a toda su profundidad, era doctrina admitida que ellas pertenecían al propietario del suelo (ver nota 21). La
solución era razonable en la época en que se sancionó el Código Civil, porque no existían entonces los poderosos
medios mecánicos que en la actualidad permiten extraer el agua subterránea en cantidades enormes agotando muchas
veces esta importante fuente hídrica. Era indispensable, por consiguiente, la reforma del Código y así lo hizo la ley
17711 , que en el inc. 3º del art. 2340 Ver Texto establece que pertenecen al dominio público las aguas subterráneas,
sin perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida
de su interés y con sujeción a la reglamentación.
Se ha puesto en cuestión la constitucionalidad de esta norma. MARIENHOFF sostiene que ella importa un
cercenamiento del derecho de propiedad del dueño de la superficie; que en nuestro régimen jurídico, ello no es posible
sin la expropiación y la indemnización previa de los propietarios. Agrega que no obsta a esa conclusión ni siquiera la
circunstancia de que las aguas subterráneas no hayan sido aún aprovechadas por los dueños de la superficie; ello
influirá, sin duda, en el monto de la indemnización, pero no altera el principio acerca de su procedencia (ver nota 22).
Esta crítica es la expresión de un pensamiento rígidamente individualista, que no se compagina ya con las ideas de
nuestra época. La tesis de que sólo mediante expropiación previa pudo haberse establecido esta disposición, no resiste
la crítica. El principio de la inviolabilidad de la propiedad privada, establecido por la Constitución no significa que tal
derecho deba permanecer impoluto e indemne a toda restricción o modificación de su contenido, por más razonable que
ella fuera. Significa así que la esencia de la propiedad, el derecho de usar y gozar de la cosa debe sustancialmente
mantenerse. Ésta ha sido doctrina invariable de nuestra Corte Suprema, que ha convalidado las leyes de prórrogas de
las locaciones y de los arrendamientos rurales, la de moratoria hipotecaria y muchas otras que implicaban un evidente
cercenamiento del derecho de la propiedad, si bien razonable, según lo juzgó en su momento el Alto Tribunal. Si la
doctrina que impugnamos fuera exacta, habría que admitir que también es inconstitucional la reforma de los arts. 2513
Ver Texto y 2514 (hecha por la ley 17711 ) que privó al propietario del derecho de degradar y destruir la propiedad y le
quitó al dominio su carácter absoluto, al imponerle un ejercicio regular, no abusivo de sus atribuciones. ¡Son
importantes restricciones a la potestad del dueño! Y, sin embargo, a nadie se le ha ocurrido sostener que tal reforma sea
inconstitucional, simplemente porque éste es el derecho de propiedad reconocido por la conciencia jurídica de nuestro
tiempo. En nuestro caso, la restricción al dominio del propietario del suelo que importa declarar del dominio público
las aguas subterráneas no sólo era razonable, sino también impostergable. Hemos dicho ya que las máquinas modernas
permiten extraer aguas subterráneas en cantidades enormes. Así, es perfectamente posible que uno de los vecinos
92
Derechos
utilice máquinas que disminuyan de una manera sensible o agoten las aguas subterráneas que son indispensables para el
predio vecino. Actualmente, en distintas regiones de nuestro país se están aprovechando napas subterráneas para
regadío de tierras, lo que ha convertido algunos desiertos en verdaderos vergeles. Se comprende que el
aprovechamiento de estas aguas tenga que ser controlado por el Estado y sujeto a reglamentación. De lo contrario, se
harían posibles los mayores abusos. El argumento de que hubiera sido necesario la expropiación e indemnización
previa aun a los propietarios que no hacen uso actual de sus aguas subterráneas, no se sostiene. Significaría que una
medida tan necesaria como ésta no podría adoptarse sin indemnización a todos los propietarios de la Argentina. Basta
mencionarlo para comprender que ello no sólo es imposible, sino también es irrazonable. ¿Cómo se fijaría esa
indemnización si se ignora el caudal de aguas subterráneas de la inmensa mayoría de las tierras argentinas? ¿Será
necesario perforar metro por metro el territorio nacional para evaluar su riqueza acuífera? Por lo demás, sería bien
injusto indemnizar a una propietario en razón de una disposición que, en la gran mayoría de los casos, deja las cosas
como están, permitiendo a los dueños de la superficie hacer un uso racional del agua; sólo que el Estado se reserva la
facultad de reglamentarlo (o de usar esa agua) cuando mediaran razones de interés general que lo impusieran.
La doctrina del autor que hemos glosado llega al extremo de afirmar que no pudo haberse declarado de propiedad
pública las aguas subterráneas ni aun por vía de reforma constitucional, porque tal reforma sería también
inconstitucional, como ocurre cuando vulnera una garantía esencial asegurada en la Constitución originaria. Tal criterio
nos parece francamente inadmisible. Podrá decirse que el contenido de una reforma constitucional es injusto, contrario
al derecho natural; pero si la reforma ha sido hecha conforme al procedimiento debido, no puede afirmarse que es
inconstitucional sin introducir en esta idea una confusión de conceptos insoluble.
Por nuestra parte, pensamos que sólo habría lugar a expropiación si el Estado impidiera al propietario de la superficie el
uso y goce normal de las aguas subterráneas (ver nota 23). Por uso normal entendemos aquel que se adecua a la
reglamentación del Estado hecha con el propósito de conciliar los intereses del dueño con los de sus vecinos y los de la
comunidad.
USO POR EL PROPIETARIO DE LA SUPERFICE.— Si bien el art. 2340 Ver Texto , inc. 3º, declara que las
aguas subterráneas son del dominio público, se trata de un dominio público de características singulares, desde que se
reconoce al propietario de la superficie el derecho a extraer las aguas subterráneas en la medida de su interés y con
sujeción a la reglamentación. El reconocimiento de este derecho demuestra que, en verdad, no se ha cercenado de una
manera fundamental el derecho del propietario. La mejor prueba de ello es que el aprovechamiento de las aguas
subterráneas en la inmensa mayoría de los casos ha seguido como antes, sin perjuicio alguno para el propietario del
suelo. En suma, la reforma introducida por la ley 17711 , no importa privar al propietario de la superficie del derecho
de utilizar las aguas subterráneas y de extraerlas en una forma no abusiva ni perjudicial para su vecino. Mientras el
ejercicio de ese derecho se haga sin perjuicio de la comunidad, la Administración Pública no intervendrá en él; pero
cuando pudiese derivar un daño, intervendrá reglamentando la extracción, de manera de hacer compatible el interés del
propietario con el de sus vecinos y el de la comunidad.
Pero es evidente que si el propietario del suelo está explotando aguas terminales o minerales, para lo cual ha hecho
obras e instalaciones, el Estado no podría apropiarse de ellas sin indemnizar al propietario del suelo, que ha hecho las
obras. De no proceder de este modo, habría, en este caso sí, un cercenamiento muy importante e injusto del derecho de
propiedad.
93
Derechos
UNIDAD 4:
1.
ANTECEDENTES HITÓRICOS.— Los orígenes del condominio en Roma son un tanto oscuros. En la doctrina más
moderna priva la opinión de que tal origen debe encontrarse en la comunidad familiar derivada de la muerte del padre
de familia; como esta comunidad de bienes se demostró útil en ciertas situaciones, posteriormente se admitió que
también se podía establecer dicha comunidad por convenio o contrato entre varias personas (ver nota 2). En su última
etapa y tal como ha llegado a nosotros a través del Corpus Juris, el condominio es un derecho real que recae sobre toda
una cosa, pero por una parte indivisa. De esta manera, cada uno de los condóminos podía disponer libremente de su
parte indivisa, con lo cual el Derecho Romano puso más el acento en la protección del interés individual de los
copropietarios que en el interés del grupo social (ver nota 3).
También el condominio germánico tuvo su origen en la comunión que se verificaba naturalmente entre los
componentes de la familia a la muerte del jefe. Pero en esa forma típica del derecho germano actual que se llama la
gesammte hand, se ha mantenido la predominancia del interés colectivo sobre el individual de una manera notable. A la
inversa de lo que ocurre en el condominio del tipo románico, los miembros de la propiedad en mano común o
gesammte hand, no pueden disponer de su cuota ni gravarla ni tampoco pueden reclamar la disolución de la
comunidad. En realidad, no existen tampoco cuotas sino que la cosa es gozada en común entre todos los comuneros. En
definitiva, aunque esta comunidad no sea propiamente una persona jurídica, en la práctica viene a comportarse como
tal.
1) El condominio es un derecho real que se tiene sobre una cosa; la sociedad confiere a los socios un derecho personal;
2) la sociedad sólo puede surgir del acuerdo de voluntades, en tanto que el condominio puede resultar además del
testamento o de la ley; 3) la sociedad puede ser titular de cualquier derecho patrimonial, en tanto que el condominio
sólo puede recaer sobre cosas, no sobre derechos (art. 2674 Ver Texto ); 4) en cuanto al funcionamiento y
administración de la sociedad, ella depende del contrato social que crea los órganos de gobierno de la entidad; en tanto
que la administración del condominio está regida por las disposiciones de la ley; 5) En la sociedad no existe la
institución del abandono, que en cambio puede ser hecho por el condómino (art. 2685 Ver Texto ).
Nos limitamos a destacar las diferencias más notorias, porque en realidad ellas son múltiples y derivan de la
circunstancia antes apuntada de que la sociedad es un ente distinto y nuevo, lo que no corre en el condominio.
b) Con la indivisión hereditaria.— Aquí el paralelismo es más estrecho, porque el condominio es también una forma
de comunidad. Pero las diferencias son claras: 1) el condominio sólo puede recaer sobre cosas (art. 2674 Ver Texto ); la
comunidad hereditaria existe también sobre bienes que no son cosas; 2) en el condominio la administración de la cosa
común es decidida por la mayoría (art. 2700 Ver Texto ); en la indivisión hereditaria la minoría no está constreñida a
conformarse con la decisión de la mayoría y es el juez quien debe decidir estas diferencias (art. 3451 Ver Texto ); 3) la
comunidad hereditaria es forzada y esencialmente transitoria, caracteres que no se dan nunca unidos en el condominio
que o bien es voluntario y, en tal caso, esencialmente precario (art. 2692 Ver Texto ), o bien es forzoso, y en tal caso no
hay posibilidad de división; 4) el condominio tiene por objeto servir los intereses actuales de los titulares, intereses que
se sirven precisamente manteniendo la indivisión; la comunidad hereditaria tiene un objeto de liquidación; no sirve los
intereses de los coherederos sino en cuanto medio de terminar con la indivisión; 5) la indivisión hereditaria nace
solamente de la muerte del causante; en tanto que el condominio puede surgir también del acuerdo de voluntades.
Todavía debemos agregar que a nuestro concepto, la comunidad hereditaria es una persona jurídica (véase Tratado de
sucesiones, t. 1, nº 507), lo que ya hemos dicho no se da en el supuesto del condominio.
94
Derechos
En el supuesto de sucesión singular en la parte de un condómino sobre un inmueble, también se requiere escritura
pública (art. 1184 Ver Texto , inc. 1º). Finalmente, en el caso de usucapión conjunta, basta la sentencia que reconoce el
derecho.
En todos estos casos, la constitución del condominio no producirá efectos respecto de terceros mientras no sea inscripto
en el Registro de la Propiedad (art. 2505 Ver Texto ).
Una consideración especial exige el problema del condominio surgido de la comunidad hereditaria. Hemos dicho ya
anteriormente que la comunidad hereditaria por sí misma no es un típico condominio. Pero a veces esa situación se
prolonga, con el añadido de que la declaratoria de herederos es inscripta en el Registro de la Propiedad. Cabe
preguntarse cuándo la indivisión hereditaria se transforma en condominio propiamente dicho.
De acuerdo con una opinión que debe considerarse predominante, para que tal efecto se opere no basta con la
inscripción de la declaratoria de herederos en el Registro de la Propiedad, sino que es indispensable el otorgamiento de
la escritura pública (arts. 2675 Ver Texto y 1184 Ver Texto , inc. 2º) (ver nota 1). Para llegar a la conclusión de que la
inscripción de la declaratoria de herederos no puede por sí sola transformar la indivisión en condominio basta, nos
parece, la consideración de que tal inscripción puede ser pedida por uno solo de los coherederos y no se concibe la
constitución de un condominio sin la conformidad de todos los interesados. Por nuestra parte, estamos de acuerdo, en
principio, en que la constitución del condominio exige otorgamiento de escritura pública; pero las circunstancias del
caso pueden inducir a reconocer su existencia sin el cumplimiento de ese requisito formal si la inscripción en el
Registro, pedida por todos los herederos data de largos años, durante los cuales los coherederos se han comportado
como condóminos. Así lo han reconocido nuestros tribunales (ver nota 2). De igual modo sería suficiente la aprobación
de una cuenta particionaria en la que con la conformidad de todos los herederos se hubiese constituido un condominio
sobre todos o parte de los bienes del sucesorio e inscripto como tal en el Registro de la Propiedad.
¿La conocieron y practicaron en Roma? Algunos textos un tanto equívocos, han dado pie a sostener que no fue
ignorada en aquella ciudad (ver nota 3), pero prevalece definidamente la opinión de que los romanos no la practicaron.
En realidad la propiedad horizontal nace a comienzos del siglo XV y se encuentra ya regulada en las Costumbres de
Bretaña, art. 714, de Orléans, art. 257, de Berry, título 11, arts. 15 y 16, etc. De allí pasó al Código Napoleón, que fue
el primer Código moderno que acogió la institución.
VÉLEZ SARSFIELD, temiendo las cuestiones que pudieran surgir entre los copropietarios, la proscribió de manera
expresa en el art. 2617 Ver Texto . Pero a mediados de este siglo la necesidad de admitir y regular la propiedad
horizontal se hizo impostergable, dictándose en 1948 la ley 13512 , que derogó el art. 2617 Ver Texto y estableció el
régimen de propiedad horizontal en nuestro país.
IMPORTANCIA ACTUAL.— La explosión demográfica que está presenciando el mundo contemporáneo ha venido
acompañada de otro fenómeno no menos intenso: la concentración masiva de la población en las grandes ciudades. En
ellas y muy particularmente en los barrios de mayor densidad, la vivienda horizontal es un anacronismo dado el
elevadísimo costo del terreno. Más aún, razones urbanísticas obligan a los municipios a dictar reglamentaciones
estableciendo en ciertas zonas y calles algunas mínimas.
95
Derechos
Afrontar una construcción de varios pisos es hoy inalcanzable para muchas personas que, en cambio, reunidas, pueden
hacerlo. Ello explica el incremento notable de la construcción de viviendas producida a partir de la sanción de la ley
13512 . Nuestras grandes ciudades han crecido y se han modernizado.
Además, la ley de propiedad horizontal permitió a muchos inquilinos transformarse en propietarios. Los dueños de las
grandes casas de renta, impulsados por la congelación de los alquileres, vendieron las casas a sus inquilinos a precios
razonables, lo que les permitió recuperar su capital al tiempo que los locatarios se convertían en dueños.
El acceso a la propiedad privada de la vivienda es un importante factor de estabilidad social; no es ésta, por cierto, una
de las menores ventajas del sistema. Y si bien es verdad que la convivencia forzosa en un mismo edificio con personas
extrañas suele ser fuente de rocas y disgustos, lo cierto es que en la práctica el sistema de desenvuelve en la gran
mayoría de los casos sin graves inconvenientes y con grandes ventajas.
15. PRE-HORIZONTALIDAD:
EL PROBLEMA: LEY 19724 (ver nota 1).— La aplicación práctica de la Ley de Propiedad Horizontal trajo
aparejados algunos graves problemas con relación a la venta de los departamentos, sobre todo en la etapa de la
construcción. Constructores desaprensivos ofrecían en venta departamentos sobre terrenos aún no escriturados o
hipotecaban el bien vendido, obligando a los compradores que ya habían pagado el precio a levantar la hipoteca, o
simplemente, después de haber cobrado una parte importante del precio, caían en quiebra, arrastrando a ella los
departamentos todavía no escriturados. El agudo problema de la vivienda impulsaba a los compradores a adquirir
departamentos sin tomar las seguridades del caso, suscribiendo verdaderos contratos de adhesión, en los que todas las
cláusulas eran fijadas por el vendedor. Numerosas iniciativas se propusieron para resolver la situación de los
adquirentes, e incluso se dictó el decreto-ley 9032/63, destinado precisamente a la protección de los adquirentes, pero
que nunca llegó a tener vigencia efectiva por la imposibilidad práctica de estructurar el complejo mecanismo
administrativo que requería. El nuevo art. 1185 bis Ver Texto , C. Civil, introducido por la ley 17711 , atenuaba
algunos de estos graves inconvenientes para el caso de quiebra del vendedor de los departamentos. Pero la solución
integral del problema fue afrontada recién por la ley 19724 que crea el régimen llamado de prehorizontalidad.
19. .— El administrador
DESIGNACIÓN.— No es concebible la vida del consorcio como persona jurídica sin un órgano que la represente. Por
ello la ley establece que el reglamento de copropiedad debe contener obligatoriamente la designación de un
administrador (art. 9 Ver Texto , inc. a).
Como la ley dispone que la primera designación se hará en el reglamento de copropiedad y la reforma de éste requiere
dos tercios de votos (art. 9 Ver Texto ), se ha sostenido que el nombramiento de los nuevos administradores requiere
también esa mayoría (ver nota 1). Es una opinión insostenible; la designación de nuevo administrador no importa la
reforma del reglamento, que es un cuerpo normativo; si la ley existe que el reglamento provea a su designación, es
porque quiere asegurarse que desde el primer momento tenga el consorcio su representante legal. Pero la designación
es un hecho administrativo, no una norma reglamentaria. Y como tal, basta la mayoría absoluta prevista por la ley para
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Derechos
todos los asuntos de interés común (art. 10 Ver Texto ) (ver nota 2), a menos que el reglamento determine una mayoría
distinta (art. 9 Ver Texto , inc. d).
La designación se hará por escritura pública (art. 9 Ver Texto , inc. b); pero este requisito formal es riguroso solamente
respecto de terceros; los copropietarios no pueden fundar en la falta de escritura la impugnación de la designación de
administrador que ha sido tomada por la asamblea conforme a las mayorías establecidas en el reglamento (ver nota 3).
Nos parece que el requisito de la designación del administrador por escritura pública es excesivo e innecesariamente
oneroso. Debería bastar el acta autenticada de la asamblea. Por ello aprobamos un fallo de la Cámara del Trabajo de la
Capital que resolvió que basta con la protocolización del acta de la asamblea en que se designó el administrador para
acreditar en juicio la representación del consorcio (ver nota 4).
Supongamos ahora que el administrador haya sido designado por una mayoría insuficiente conforme con el reglamento,
pero que, no obstante ello, actúe de hecho como tal, percibiendo de todos los consorcistas las expensas comunes y
pagando los gastos. El caso se planteó ante la Cámara Civil de la Capital, a raíz de la impugnación del nombramiento
del administrador por su consorcista. El Tribunal decidió que la falta de mayoría viciada de nulidad la designación,
pero que dicha nulidad era simplemente relativa y no absoluta, por lo que podía ser confirmada. En el caso planteado,
se consideró que el vicio de la designación había quedado purgado con el pago al administrador de las expensas
comunes durante casi un año (ver nota 5).
Compartimos la solución del Tribunal, aunque los fundamentos de la decisión nos parecen susceptibles de ser
formulados con mayor rigor técnico. La designación de administrador no es un contrato. Es un acto plurilateral por el
cual se da un representante al consorcio. No se trata sólo de reglar las relaciones entre las partes (campo en el que el
instituto de la conformación tiene su esfera de acción específica), sino también de darle al consorcio su órgano
ejecutivo, su representante ante terceros. Por ello, el cumplimiento de las formalidades legales son requisitos
ineludibles para la validez del acto. Lo que ocurre es que los consorcistas que reconocen al administrador haciéndole
pagos o de otra manera, dan su aprobación tácita a la designación, renuncian implícitamente a la acción de nulidad.
Pero no hay confirmación propiamente dicha. La confirmación es válida erga omnes. Y aquí, respecto de terceros, el
vicio no queda compurgado. Si no hay mayoría reglamentaria y escritura pública, los terceros a quienes el
administrador del consorcio pretenda demandar, pueden negarle personería.
Pensamos, pues, que no debió hablarse de conformación de un acto que adolece de nulidad relativa, sino de caducidad
del derecho de los consorcistas a plantear la nulidad (ver nota 6).
La misma solución cabe adoptar en el supuesto de que sin ninguna designación, ni aun minoritaria, una persona actúe
de hecho como administrador, con la aquiescencia tácita de los consorcistas.
Puede ocurrir, finalmente, que los copropietarios no se pongan de acuerdo y no les sea posible reunir la mayoría
establecida en el reglamento por la designación del administrador. En tales casos, debe hacerse por el juez, ya que no es
concebible el funcionamiento del consorcio sin el administrador (ver nota 7). El procedimiento está indicado en el art.
10 Ver Texto , in fine, ley 13512, que dispone que el juez deberá resolver el problema en forma sumarísima sin más
procedimiento que una audiencia y deberá citar a los propietarios en la forma que procesalmente corresponda a fin de
escucharlos.
La designación puede recaer en cualquier persona capaz, sea un copropietario o un tercero (art. 9 Ver Texto , inc. a),
trátese de una persona de existencia visible o jurídica.
FUNCIONES.— La ley caracteriza la función del administrador como la de mandatario (art. 11 Ver Texto ) y la
jurisprudencia ha resuelto en forma pacífica que la relación entre el consorcio y el administrador es, en efecto, la que
surge del contrato de mandato (ver nota 1).
Bien entendido que la relación de mandato es entre el consorcio y el administrador y no entre éste y los copropietarios
(ver nota 2); sólo así se explica que el representante legal pueda demandar a los copropietarios en representación del
consorcio (ver nota 3).
Como corresponde a todo mandatario (art. 1909 Ver Texto , C. Civil) está obligado a rendir cuentas.
97
Derechos
a) Funciones administrativas.— La función esencial del representante es administrar las cosas de aprovechamiento
común y proveer a la recaudación y empleo de los fondos necesarios (art. 9 Ver Texto , inc. a). Le compete, por
consiguiente, cuidar de las partes comunes del edificio, de su limpieza y mantenimiento; del funcionamiento de los
servicios tales como ascensor, calefacción, agua caliente, etc. Ello supone naturalmente el derecho de elegir y despedir
el personal de servicio de la casa (art. 9 Ver Texto , inc. a). Tiene, además, todas las otras funciones que especifiquen
los reglamentos y le corresponde ejecutar las resoluciones de la asamblea (ver nota 4).
Asimismo, está obligado a asegurar el edificio contra incendio (art. 11 Ver Texto , ley 13512). El seguro debe
comprender todo el edificio y no solamente las partes comunes (ver nota 5). Supuesto que los consorcistas se nieguen a
contribuir al pago de la prima, el administrador tiene dos caminos a seguir: o bien pagar la prima de su bolsillo y luego
reclamar inclusive judicialmente su reintegro a los propietarios, o bien renunciar a la administración. Pero no se exime
de responsabilidad alegando que los propietarios se negaron a pagar la prima, pues de lo contrario bastaría una
resolución de la asamblea de no contratar el seguro para dejar incumplida una disposición legal que tiene carácter
imperativo (ver nota 6).
Debe llevar los libros del consorcio, que son: el libro de actas de las asambleas y el libro de administración del
inmueble (art. 5, decreto 18734/1949).
b) Representación administrativa.— El administrador tiene funciones de representación en todas las gestiones ante
las autoridades administrativas de cualquier clase; a ese fin la ley lo reputa mandatario legal y exclusivo de los
copropietarios (art. 11 Ver Texto ).
c) Representación judicial.— El problema de la representación judicial del consorcio ha dado lugar a una cuestión
que interesa examinar detenidamente dada su importancia. Está fuera de duda que el administrador tiene la
representación judicial del consorcio para demandar a los copropietarios que violan las obligaciones que les impone el
art. 6 Ver Texto (art. 15 Ver Texto , ley 13512). Igualmente, está fuera toda discusión posible la legitimación del
administrador para representar al consorcio cuando ello le ha sido encomendado por el reglamento de copropiedad o
por asamblea (ver nota 7). En cambio, se discute si, no mediando mandato contenido en el reglamento u otorgado por
la asamblea y no tratándose de los casos del art. 6 Ver Texto el administrador tiene la representación judicial del
consorcio. Sobre esta cuestión se han sostenido dos puntos de vista contradictorios:
1) De acuerdo con una primera opinión, predominante en la jurisprudencia, el administrador no tiene la representación
legal del consorcio, salvo los casos antes aludidos (ver nota 8). Esta opinión se funda en que el art. 11 Ver Texto sólo le
confiere representación para actuar ante las autoridades administrativas. A contrario sensu ello significa que carece de
representación judicial. En nuestro caso, el argumento a contrario se ve reforzado por los antecedentes de la discusión
parlamentaria de la ley. El proyecto originario del Poder Ejecutivo contenía una disposición según la cual ―el
representante de los propietarios actuará en casos judiciales de interés común, como juicios de expropiación,
reivindicación del terreno, etc.‖. Esta cláusula fue eliminada a iniciativa del miembro informante de la Comisión de
Legislación, quien para explicar la exclusión dijo que se trataba de una norma simplemente ejemplificativa porque ―da
casos y ejemplos que se pueden vincular en ocasiones con la disposición principal‖ (ver nota 9). Además, hay que decir
que el mismo Poder Ejecutivo había propuesto la supresión de las facultades de la representación judicial ―por
considerarse excesivo conferir poderes a los representantes de los propietarios en materia de litigios judiciales en los
que se requieren idoneidad y títulos de los que se puede carecer‖.
2) Según otra opinión, que por nuestra parte compartimos, el administrador tiene la representación judicial del
consorcio a menos que el reglamento o las decisiones de la asamblea limiten sus atribuciones en ese terreno (ver nota
10).
Ante todo, es necesario decir que los argumentos que abonan la posición contraria son de una debilidad palmaria. El
argumento a contrario está hoy demasiado desprestigiado para poder fundar en él una solución legal. Igualmente
desacreditado está el fundado en la discusión parlamentaria (véase nuestro Tratado de Parte General, t. 1, nº 209 y sig.),
porque lo que en definitiva interesa al intérprete moderno no es lo que en su fuero íntimo pueden haber querido o
pretendido las personas que intervinieron en la confección de la ley, sino lograr de ésta los resultados que mejor
resuelvan los intereses individuales y sociales en juego. Por lo demás, en nuestro caso la discusión parlamentaria es un
punto de apoyo extremadamente débil para la doctrina que combatimos. Si conforme lo dijo el miembro informante de
la Comisión, la exclusión de la cláusula que confería representación judicial de los propietarios al administrador debía
eliminarse porque se trataba de una norma simplemente ejemplificativa, ello quiere decir que, en el pensamiento del
98
Derechos
legislador, el inconveniente que tenía la cláusula incluida en el proyecto originario era su carácter ejemplificador,
cuando en verdad lo deseable era una solución de carácter general.
Lo que verdaderamente no puede entenderse es que una persona jurídica carezca del órgano que la represente en juicio.
Y resulta llamativo que la jurisprudencia, que con tanta audacia y decisión admitió el carácter de persona jurídica del
consorcio, haya sido, por el contrario, tan reticente en reconocerle atribuciones de representante judicial, al
administrador. El problema es especialmente grave en los casos en que el consorcio es demandado, porque en el breve
plazo fijado por la ley ritual para la contestación de la demanda, debe reunirse el consorcio, ponerse de acuerdo sobre
quién haya de representarlo, y otorgar el poder. Si se piensa además que el acuerdo puede ser dificultoso, que al
apoderado que se designe hay que entregarle los antecedentes del caso, y que es necesario un estudio de ellos para
contestar la demanda, se comprenderá que la situación puede ser verdaderamente angustiosa. Lo normal y lógico es que
el administrador del consorcio sea un representante para todo tipo de actuación, sea judicial o extrajudicial, con las
limitaciones que el propio consorcio fije.
Felizmente la mayor parte de las dificultades que surgen de la doctrina prevaleciente en la jurisprudencia, quedan
resueltas en la práctica porque los reglamentos de copropiedad casi siempre atribuyen facultades de representación
judicial a los administradores.
REMOCIÓN.— La administración supone un acto de confianza en el administrador; por consiguiente, los mandantes
pueden revocar en cualquier momento el mandato de administración, sin necesidad de invocar justas causas para ello
(ver nota 1).
La remoción del administrador es procedente aun cuando el reglamento hubiera establecido la irrevocabilidad de su
mandato (ver nota 2). Es razonable que así sea, porque no se trata de los casos en los cuales por vía de excepción, el art.
1977 Ver Texto legitima la cláusula de irrevocabilidad. Tanto más cuanto que los organizadores del consorcio suelen
incluir este tipo de cláusulas para asegurarse definitivamente la administración, maniobra que los tribunales no pueden
convalidar.
La remoción puede ser hecha por los jueces, a pedido de alguno o algunos de los copropietarios si demuestran que
existen causas serias que aconsejan tal solución y a pesar de que los peticionantes no reúnan la mayoría exigida por el
reglamento para tomar esa determinación (ver nota 3).
DESIGNACIÓN JUDICIAL.— La vida de los consorcios suele presentar conflictos que hacen indispensable la
intervención judicial. Se ha declarado que procede la designación judicial del administrador si en el seno de la
asamblea no se ha logrado reunir la mayoría necesaria conforme con el reglamento (ver nota 1), o cuando la tirantez y
falta de confianza entre los propietarios hacen aconsejable la remoción del administrador del consorcio y el
nombramiento de uno judicial, aun a pedido de la minoría (ver nota 2), o cuando peligra la propia vida o subsistencia
del consorcio y la convivencia dentro del inmueble (ver nota 3) o cuando existen profundas desinteligencias entre los
diferentes grupos de consorcistas y el administrador (ver nota 4).
En algunos casos, la profunda anarquía dentro del consorcio ha movido a los jueces a nombrar interventores con
funciones que exceden las de la mera administración encuadrada en el reglamento (ver nota 5).
De más está decir que tanto la designación del administrador judicial como del interventor, son medidas excepcionales
a las que debe recurrirse sólo en caso de que el conflicto no tenga otra solución, pues el gobierno del consorcio debe
hacerse por medio de sus órganos naturales (ver nota 6).
21.
PROCEDIMIENTO.— El puntual cumplimiento de las obligaciones que surgen de la convivencia en la propiedad
horizontal, es fundamental para el buen funcionamiento del consorcio. Es natural entonces que éste disponga de
acciones rápidas para obtener el pago de las expensas comunes. La ley 13512 no había previsto el procedimiento
ejecutivo para la sustanciación del juicio; pero resultaba tan evidente su necesidad práctica, que los tribunales
empezaron a admitirlo, no obstante que ninguna disposición legal lo autorizaba, cuando el reglamento de copropiedad
preveía esa vía ejecutiva para el cobro de la obligación. Esa jurisprudencia cada vez más firme fue finalmente
convalidada por el nuevo Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, cuyo art. 524 Ver Texto dispone que
constituirá título ejecutivo el crédito por expensas comunes de edificios sujetos al régimen de propiedad horizontal. En
el escrito en que se promueve la ejecución deberán acompañarse certificados de deuda que reúnan los requisitos
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Derechos
exigidos por el reglamento de copropiedad. Si éste no los hubiera previsto, deberá agregarse copia protocolizada de las
actas de las reuniones del consorcio, celebradas de conformidad con el reglamento, en las que se ordenaron o aprobaron
las expensas.
Como puede apreciarse, la disposición legal prevé dos situaciones distintas: que el reglamento de copropiedad haya
previsto o no los requisitos que deberán acompañarse con el certificado de deuda. Si los ha previsto, debe estarse a lo
dispuesto en el reglamento de copropiedad, aunque siempre será indispensable presentar el testimonio del reglamento
como prueba de cuáles son los requisitos que exige y el certificado de deuda.
Si el reglamento no los hubiera previsto, deberá acompañarse: copia protocolizada de las actas de las reuniones del
consorcio en las cuales se ordenaron o aprobaron las expensas; y constancia de la deuda líquida y exigible y del plazo
concedido a los copropietarios para abonarla, expedido por el administrador a quien haga sus veces.
Los Tribunales han declarado reiteradamente que si bien la ley manda ser cuidadoso en el examen del instrumento que
lleva aparejada ejecución, no debe extremarse innecesariamente ese rigor dentro de un sistema en que el cobro regular
de las expensas comunes es fundamental para su normal funcionamiento (ver nota 1). Por ello mismo, se ha declarado
que en el juicio ejecutivo por cobro de expensas comunes, no procede discutir la nulidad de la designación del
administrador del consorcio (ver nota 2); ni la nulidad de la asamblea que fijó el saldo deudor del consorcista y la
proporción con que debía contribuir a los gastos del edificio (ver nota 3); ni cuestionar las cláusulas del reglamento de
copropiedad (ver nota 4); ni aducirse la ineficacia o nulidad de la asamblea de los copropietarios que modificó el
reglamento de copropiedad (ver nota 5). Se ha declarado asimismo que los certificados de las actas emanadas de un
escribano que da fe de que son copia fiel de sus originales, equivale al acta protocolizada a que se refiere el reglamento
de copropiedad para el cobro de las expensas comunes (ver nota 6); que la exigencia formal contenida frecuentemente
en los reglamentos de copropiedad de notificar telegráficamente al deudor moroso antes de iniciar el juicio ejecutivo
por cobro de expensas comunes, no constituye un requisito esencial, desde que el requerimiento quedará cumplido
suficientemente con la intimación del pago y citación de remate que habrá de realizarse (ver nota 7).
En todas estas decisiones se revela la firme tendencia de los Tribunales de evitar toda cuestión que dilate el
cumplimiento puntual de la obligación de pagar las expensas comunes.
PRIVILEGIO.— Según el art. 17 Ver Texto , ley 13512, el crédito del consorcio contra los propietarios que no han
pagado las expensas comunes goza del privilegio y derechos previstos en los arts. 2686 Ver Texto y 3901 Ver Texto
del C. Civil.
El primero de ellos confiere el derecho de retención al condómino que hubiera realizado gastos de conservación o
reparación de la cosa común hasta tanto sea pagado por sus condóminos. Sin embargo, hay que advertir que la
posibilidad de que funcione el derecho de retención en la propiedad horizontal es remota, porque las deudas se originan
mientras el deudor continúa teniendo en su poder el departamento; y, por consiguiente, el consorcio no puede usar del
derecho de retención sobre una cosa que no tiene en su poder. Sólo excepcionalmente, en caso de que se hubiera
tratado de reformas importantes que hubiera exigido la entrega de la tenencia del departamento al consorcio, éste podrá
retenerlo hasta no ser pagado en la parte que corresponde al propietario deudor.
El art. 3901 Ver Texto se refiere al privilegio del conservador; vale decir, el consorcio tiene el mismo privilegio de
aquél. Cabe añadir que conforme con la ley 19551, art. 265 Ver Texto , en caso del concurso o quiebra del deudor, los
gastos hechos para la construcción, mejora o conservación de una cosa sobre ésta mientras exista en poder del
concursado, gozan del segundo rango entre los privilegios especiales, inmediatamente después del que goza el
retenedor de la cosa. Esa disposición es aplicable en un todo a los gastos de expensas comunes, que, por consiguiente,
ocupa el segundo rango entre los privilegios especiales.
Una colisión frecuente se produce entre el privilegio del acreedor hipotecario y el del consorcio por expensas comunes.
La jurisprudencia ha decidido invariablemente que tiene preferencia el crédito del acreedor hipotecario (ver nota 1).
Sin embargo, después de entrar en vigencia la nueva Ley de Concursos 19551 , esta jurisprudencia sólo es aplicable al
caso de que la concurrencia de ambos privilegios se opere sin que se haya dictado el concurso civil o comercial del
deudor; por el contrario, en caso de concurso, los gastos por expensas comunes, tienen privilegio respecto de los
créditos garantizados con hipoteca, prendas u otros derechos reales. Es lo que disponen claramente los arts. 265 Ver
Texto y 267 Ver Texto , ley 19551, respecto del crédito de conservación, al cual, ya lo dijimos, hay que equiparar el
nacido de las expensas comunes.
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Derechos
Pero no cabe duda que carece de sentido que el crédito del acreedor hipotecario tenga preferencia sobre las expensas
comunes si no hay quiebra o concurso y que, en caso de haberlo, se invierta el orden de preferencia. Pensamos que
dado la nueva situación surgida de la ley 19551 , los Tribunales deberán revisar su jurisprudencia y decidir en todo
caso, haya o no concurso, que el privilegio por expensas comunes tiene preferencia respecto del acreedor hipotecario.
La aplicación práctica de estas disposiciones ha dado origen a frecuentes problemas, que trataremos a continuación.
a) Destino de las unidades.— Hemos dicho ya que conforme con el art. 6 Ver Texto , ley 13512, los propietarios no
pueden destinar sus unidades a usos contrarios a la moral o buenas costumbres o a fines distintos a los previstos en el
reglamento de copropiedad y administración. Es habitual la inclusión de cláusulas en el reglamento de copropiedad
relativas al destino de las unidades, ya sea estableciendo que solamente puede destinarse a vivienda, o solamente a
oficinas, etc.
Se ha cuestionado la legitimidad de las cláusulas del reglamento que prohíben el establecimiento de un consultorio
médico, dental o un estudio jurídico o arquitectónico, aduciéndose que los copropietarios no tienen el derecho de
impedir el uso de su propiedad por cada uno de los condóminos, conforme a una actividad física, no contraria a la
moral y a las buena costumbres. Sin embargo, la jurisprudencia ha sido invariable en el sentido de reconocer la
legitimidad de esas cláusulas (ver nota 1). Se justifica que así sea, porque ellas tienen por objeto evitar a los
condóminos las molestias que implican el establecimiento de estos estudios, consultorios o comercios, con su
inevitable secuela de afluencia de clientela, uso excesivo de las instalaciones comunes, particularmente, el ascensor,
mayores gastos de electricidad, etc. (ver nota 2) Es frecuente que los reglamentos de copropiedad, luego de establecer
que las unidades serán destinadas exclusivamente a viviendas, agreguen que los que las habiten pueden ejercer en ellas
profesiones liberales. Se ha planteado la cuestión de si el propietario de la unidad puede destinarla exclusivamente a
consultorio o estudio jurídico, sin habitarla. La Cámara Civil de la Capital ha resuelto que el propietario puede ejercer
su profesión aunque no habite el departamento (ver nota 3), solución que parece razonable, porque el perjuicio que
puede resultar de la existencia de un consultorio o estudio, se produce lo mismo habitando o no la unidad su dueño.
Se ha decidido que si el reglamento de copropiedad sólo permite que se instalen en las unidades consultorios de
profesionales liberales, no puede dedicarse la unidad al expendio de productos ópticos, aunque a su frente esté un
profesional con título correspondiente (ver nota 4); ni una peluquería de señoras, máxime si tiene varios empleados (ver
nota 5); que puede instalarse un consultorio médico oftalmológico, aunque el reglamento prohíba la instalación de
consultorios para la atención de enfermedades infecciosas y contagiosas (ver nota 6); que si el reglamento de
copropiedad ha dispuesto que los departamentos deben destinarse exclusivamente para vivienda, corresponde condenar
al propietario de la unidad donde se ha instalado una escuela maternal recreativa a que haga cesar el funcionamiento de
ella (ver nota 7); de igual modo, corresponde ordenar el cese de actividades de una galería de arte (ver nota 8); que si el
reglamento de copropiedad sólo autoriza el ejercicio en las unidades de profesiones que no tienen otra exteriorización
que una chapa en la puerta y escasa o nula concurrencia de público, sin letreros comerciales ni exhibición de
mercaderías, no puede ejercerse en ellas la profesión de relojero, que reviste aspecto comercial derivado de su anuncio
mediante un cartel y la exhibición de mercaderías (ver nota 9). En cambio, no puede impedirse que la propietaria dé
clases individuales en su departamento (ver nota 10); tampoco pueden prohibirse tareas menores, cuando se efectúan
sin las molestias que estuvo en la razonable intención de las partes evitar (ver nota 11).
Suele ocurrir a veces que no obstante las disposiciones en contrario del reglamento de copropiedad, los copropietarios
toleran la existencia de actividades prohibidas tales como consultorios, estudios jurídicos, arquitectónicos, etc.
Consideramos que si esa tolerancia es de larga data y no existen hechos nuevos que impongan un cambio (por ejemplo,
un aumento inusitada de la clientela, una extensión del negocio a otras actividades, etc.) debe reputarse que hay tácito
consentimiento en que se dé a la unidad otro destino del previsto en el reglamento, creando así una situación jurídica
que no puede ser modificada por voluntad de los demás consorcistas (ver nota 12). En sentido coincidente, se ha
declarado que constituye un ejercicio abusivo del derecho, la acción contra un copropietario exigiéndole el
cumplimiento de disposiciones contractuales respecto al destino del inmueble no respetadas por otros consorcistas, que
101
Derechos
ejercen actividades ajenas al destino específico de vivienda familiar, sin que la administración del consorcio hubiese
intentado hacerla cesar (ver nota 13).
En otro caso se declaró que si el reglamento establece que los departamentos se destinarán exclusivamente a vivienda,
debe cesar en sus actividades comerciales un negocio de modas que funcionaba desde largo tiempo atrás en el
departamento que alquilaba quien más tarde lo adquirió, porque después de incorporado al consorcio como propietario
debe respetar las prescripciones del reglamento (ver nota 14). No estamos de acuerdo con la solución dada por el
Tribunal que pasó por alto el prolongado consentimiento tácito prestado a la actividad que se desarrollaba en el
departamento. Pues tanto el consorcio como cualquiera de los copropietarios pudo haber demandado la cesación de tal
actividad, sea que el desarrollara un condómino o un inquilino. Al haberla consentido durante largos años, se pierde a
nuestro juicio la acción.
Si el reglamento de copropiedad no contuviera ninguna restricción, el propietario puede darle libremente cualquier
destino que no sea contrario a la moral o a las buenas costumbres, que no comprometa la seguridad del inmueble o sea
perjudicial para el edificio (art. 6 Ver Texto , incs. a y b, ley 13512). Con fundamento en estas disposiciones se ha
resuelto que debe prohibirse en forma total el funcionamiento de un negocio de venta de artificios pirotécnicos (ver
nota 15).
De igual modo está prohibido perturbar con ruidos la tranquilidad de los vecinos (art. 6 Ver Texto , inc. b). Por ello se
condenó a cesar en sus actividades a un taller mecánico, no obstante que el reglamento no contenía previsión alguna
(ver nota 16).
La autorización por las autoridades administrativas para la instalación de un negocio o industria en un edificio de
propiedad horizontal, en forma alguna es suficiente para allanar la prohibición contenida en el reglamento de
copropiedad (ver nota 17). Es una solución lógica, porque la autorización administrativa sólo alude a que la instalación
del negocio, consultorio, etc., se ajusta a las disposiciones generales del Código de la Edificación; lo que nada tiene que
ver con la situación específica de cada edificio de propiedad horizontal, cuyo destino puede ser fijado por los
reglamentos respectivos.
Comprobada la infracción al destino del inmueble, el juez dispondrá el cese de la infracción, pudiendo ordenar el
allanamiento del domicilio, y el uso de la fuerza pública, si fuera menester (art. 15 Ver Texto , ley 13512). Más aún,
comprobada la transgresión el juez tiene facultades para imponer al culpable pena de arresto hasta de 20 días o multa
en beneficio del Fisco de $ 200 a $ 5.000; y si el infractor fuera un ocupante no propietario, podrá ser desalojado en
caso de reincidencia (art. citado). Todo ello sin perjuicio de la acción por daños y perjuicios que compete al propietario
o propietarios afectados (art. citado).
En la práctica, los jueces nunca hacen uso de la atribución de arrestar al transgresor, lo que parece excesivo dado que
las otras medidas son suficientes para amparar el derecho violado de los copropietarios.
b) Ventanas.— Si bien las ventanas son, en principio, de propiedad del dueño de cada unidad, el hecho de estar
colocadas en una pared que da hacia el exterior, restringe los derechos del dueño. La prohibición del art. 5 Ver Texto
de cambiar la forma externa del frente o decorar las paredes o recuadros existentes con tonalidades distintas a las del
conjunto, debe considerarse aplicable a ellas. Se ha decidido así, que el propietario no tiene derecho a modificar las
ventanas, alterando la uniformidad natural de una de las partes del espacio de aire y luz interna del edificio y ampliando
la vista hacia el patio y hacia las habitaciones de la unidad que ocupa el actor (ver nota 1); es igualmente contrario al
art. 5 Ver Texto de la ley 13512, la transformación de la ventana de una unidad de planta baja en vidriera (ver nota 2).
Es claro que no debe exagerarse el alcance de estas restricciones, de tal modo que si no hay un verdadero perjuicio
estético o de otro orden, debe admitirse el derecho del propietario a modificar sus ventanas. Así, por ejemplo, se ha
decidido que el propietario no puede ser obligado a restablecer un balcón que cerró, dado que el cierre no afecta el
frente principal del edificio sino la fachada lateral que mira al interior, y frente a la cual y a escasa distancia se ha
construido un edificio que le resta vista y perspectiva (ver nota 3).
102
Derechos
c) Puerta de entrada a las unidades.— Las puertas de entrada a las unidades son propias del dueño del departamento y,
por lo tanto, pueden ser modificadas mientras no desentonen con el resto de la construcción (ver nota 5); por ello, se ha
resuelto que el consorcio no tiene facultades para lograr que se restituya al estado anterior una puerta cuyo traslado
hecho por el dueño sólo cambió su ubicación sin alterar la estructura ni la estética del palier del edificio (ver nota 6);
asimismo, se ha resuelto que la oposición de la mayoría de los consorcistas no obsta a que se conceda autorización
judicial a uno de ellos, propietario de un local con vivienda y entrada independiente desde la calle, para abrir una puerta
que le permita el acceso por la entrada principal, si se demuestra que ella es necesaria y no afecta en nada la estructura,
solidez, salubridad, estética y destino del edificio (ver nota 7).
Si el reglamento de copropiedad prohíbe la tenencia de animales domésticos que molesten a los vecinos, es necesario
probar las molestias para pedir el retiro de los animales; a este respecto son suficientes los ladridos persistentes, los
malos olores, los detritos, etc. (ver nota 3). Ocurriendo estas molestias, el retiro procede aunque el reglamento no haya
previsto el caso expresamente (ver nota 4), pues el art. 6 Ver Texto , ley 13512 prohíbe perturbar con ruidos o de
cualquier manera la tranquilidad de los vecinos.
Si los tenedores de animales domésticos se niegan a retirarlos de las unidades, se puede disponer para ello de la fuerza
pública (ver nota 5).
e) Acceso a las unidades.— Los copropietarios están obligados a permitir el acceso a su unidad de operarios y del
administrador del consorcio para la reparación de caños u otros elementos comunes (ver nota 1); se ha declarado que
cuando el copropietario no solamente no prestó la debida colaboración sino que obstruyó la acción del consorcio
destinada a evitar filtraciones en el piso inferior, se hace pasible del máximo de la multa prevista en el art. 15 Ver
Texto de la ley 13512 (ver nota 2).
f) Modificación de las unidades.— Los propietarios tienen el derecho a modificar internamente su unidad, cuando de
esos trabajos no resulte perjuicio para los copropietarios (ver nota 3); pero no les está permitido realizar obras que
puedan perjudicar la solidez o seguridad del edificio o cambiar su destino, desvalorizar las unidades, etc. (ver nota 4).
g) Actos contrarios a la normal convivencia.— Sobre todo vecino, aunque no se trate de propiedad horizontal, pesa el
deber de evitar las molestias que pueden ocasionar el humo, calor, olores, luminosidad, ruidos, vibraciones o daños
similares (art. 2618 Ver Texto , C. Civil; véase nº 490 y sig.); pero la vida en común dimanada del régimen de
propiedad horizontal hace que esa obligación deba ser contemplada con un criterio más estricto que en la simple
vecindad (ver nota 1).
La apreciación de cuándo una actividad, un animal doméstico, los ruidos o la música o cualquier otro género de
inmisiones perturban la tranquilidad de los demás consorcistas, es cuestión que queda librada al criterio judicial, cuya
apreciación debe fundarse en el buen sentido y en lo que indican los cánones ordinarios de la vida (ver nota 2).
En consonancia con estos criterios, se ha declarado que el funcionamiento de una whiskería donde se efectúa música
ruidosa, es incompatible con las reglas de convivencia de la propiedad horizontal, por lo que corresponde decretar su
clausura (ver nota 3).
LOCATARIOS.— El locatario de una unidad está obligado tanto como el propietario, a respetar el reglamento de
copropiedad y las normas de convivencia propias de la propiedad horizontal (ver nota 1).
En caso de que el inquilino reincida en la violación al régimen de la propiedad horizontal, cabe inclusive demandar su
desalojo (art. 15 Ver Texto , ley 13512).
Para que haya reincidencia en el concepto de la ley, es necesario que exista un primer pronunciamiento del Tribunal
obligando al inquilino a cesar en la actividad contraria a la ley o al reglamento de copropiedad. Si no obstante dicha
resolución persistiera en su conducta, entonces el propietario o el consorcio podrán accionar para obtener el desalojo
(art. 15 Ver Texto , ley 13512) (ver nota 2).
22.
103
Derechos
Innovaciones y mejoras
MAYORÍA REQUERIDA.— El principio general en materia de condominio normal es que no se puede hacer en la
cosa común innovaciones materiales sin el consentimiento de todos los condóminos (art. 2681 Ver Texto , C. Civil).
Pero evidentemente este sistema no se aviene con la propiedad horizontal. No sería admisible que la voluntad de un
solo propietario, quizá caprichoso o irrazonable, impidiera a los demás realizar obras que son importantes para el
mejoramiento del edificio común. Por ello, el sistema de la unanimidad ha sido reemplazado en este caso por el de la
mayoría. Basta con ésta para disponer las innovaciones tendientes a obtener el mejoramiento del edificio o de su uso y
goce, o hacerlo más cómodo u obtener una mayor renta (art. 8 Ver Texto , ley 13512). La regla es la mayoría absoluta
de votos (art. 10 Ver Texto ), salvo que el reglamento de copropiedad establezca una proporción distinta.
Sin embargo, esta facultad de la mayoría no puede ejercerse arbitrariamente. No sería lógico que se impusiera a la
minoría mejoras excesivas, que tal vez algunos propietarios no estén en condiciones de afrontar.
Por eso el art. 8 Ver Texto dispone que cuando las innovaciones ordenadas por los propietarios fueren, a juicio de
cualquiera de ellos, de costo excesivo o contrarias al reglamento o a la ley o perjudiciales para la seguridad, solidez,
salubridad, destino o aspecto arquitectónico exterior o interior del edificio, pueden ser objeto de reclamación formulada
ante la autoridad judicial; es decir, puede oponerse a su realización, debiendo tramitar el juicio mediante el
procedimiento del interdicto de obra nueva, aunque la resolución de la mayoría no será suspendida sin una orden
expresa de dicha autoridad (art. 8 Ver Texto , ley 13512).
De lo que se trata, es suma, es de que la mayoría utilice la facultad de hacer innovaciones o mejoras dentro de lo
razonable y sin imponer a los propietarios disidentes un sacrificio excesivo.
Se ha decidido que si las obras que se realizaran en los lugares comunes significan modificar el porcentaje aplicable a
alguna de las unidades de vivienda, es requisito indispensable la conformidad unánime de los copropietarios para
llevarlas a cabo (ver nota 1).
Cabe advertir que el segundo párrafo del art. 7 Ver Texto , ley 13512, establece que toda obra nueva que afecte el
inmueble común no puede realizarse sin la autorización de todos los propietarios. A primera vista, esta disposición
resulta contradictoria con la del art. 8 Ver Texto , que autoriza a realizar innovaciones por la sola decisión de la
mayoría. Consideramos que la única forma de resolver esta contradicción aparente, es vinculando el aludido párrafo del
art. 7 Ver Texto con el primero del mismo artículo, que se refiere a obras realizadas en beneficio de uno de los
propietarios: en ese caso, cualquier obra nueva podrá hacerse solamente con autorización de todos los copropietarios.
Precisemos el concepto: el segundo párrafo del art. 7 Ver Texto , que establece la regla de la unanimidad, se refiere a
las obras nuevas realizada en beneficio de uno de los condóminos; la regla de la mayoría establecida en el art. 8 Ver
Texto , alude a las obras nuevas realizadas en beneficio común (ver nota 2).
Aun en el caso de obras realizadas por uno de los propietarios, la jurisprudencia ha interpretado el art. 7 Ver Texto con
criterio elástico. Se ha declarado así, que esta norma no reviste carácter de orden público ni está dotada de una
inflexibilidad tan rigurosa que impida la valoración de los motivos que aconsejan el mantenimiento de la obra hecha
por uno de los condóminos sin haber requerido el consentimiento de todos los restantes (ver nota 3).
PRIVILEGIO.— Según el art. 17 Ver Texto , ley 13512, el crédito del consorcio contra los propietarios que no han
pagado las expensas comunes goza del privilegio y derechos previstos en los arts. 2686 Ver Texto y 3901 Ver Texto
del C. Civil.
El primero de ellos confiere el derecho de retención al condómino que hubiera realizado gastos de conservación o
reparación de la cosa común hasta tanto sea pagado por sus condóminos. Sin embargo, hay que advertir que la
posibilidad de que funcione el derecho de retención en la propiedad horizontal es remota, porque las deudas se originan
mientras el deudor continúa teniendo en su poder el departamento; y, por consiguiente, el consorcio no puede usar del
derecho de retención sobre una cosa que no tiene en su poder. Sólo excepcionalmente, en caso de que se hubiera
tratado de reformas importantes que hubiera exigido la entrega de la tenencia del departamento al consorcio, éste podrá
retenerlo hasta no ser pagado en la parte que corresponde al propietario deudor.
El art. 3901 Ver Texto se refiere al privilegio del conservador; vale decir, el consorcio tiene el mismo privilegio de
aquél. Cabe añadir que conforme con la ley 19551, art. 265 Ver Texto , en caso del concurso o quiebra del deudor, los
gastos hechos para la construcción, mejora o conservación de una cosa sobre ésta mientras exista en poder del
concursado, gozan del segundo rango entre los privilegios especiales, inmediatamente después del que goza el
104
Derechos
retenedor de la cosa. Esa disposición es aplicable en un todo a los gastos de expensas comunes, que, por consiguiente,
ocupa el segundo rango entre los privilegios especiales.
Una colisión frecuente se produce entre el privilegio del acreedor hipotecario y el del consorcio por expensas comunes.
La jurisprudencia ha decidido invariablemente que tiene preferencia el crédito del acreedor hipotecario (ver nota 1).
Sin embargo, después de entrar en vigencia la nueva Ley de Concursos 19551 , esta jurisprudencia sólo es aplicable al
caso de que la concurrencia de ambos privilegios se opere sin que se haya dictado el concurso civil o comercial del
deudor; por el contrario, en caso de concurso, los gastos por expensas comunes, tienen privilegio respecto de los
créditos garantizados con hipoteca, prendas u otros derechos reales. Es lo que disponen claramente los arts. 265 Ver
Texto y 267 Ver Texto , ley 19551, respecto del crédito de conservación, al cual, ya lo dijimos, hay que equiparar el
nacido de las expensas comunes.
Pero no cabe duda que carece de sentido que el crédito del acreedor hipotecario tenga preferencia sobre las expensas
comunes si no hay quiebra o concurso y que, en caso de haberlo, se invierta el orden de preferencia. Pensamos que
dado la nueva situación surgida de la ley 19551 , los Tribunales deberán revisar su jurisprudencia y decidir en todo
caso, haya o no concurso, que el privilegio por expensas comunes tiene preferencia respecto del acreedor hipotecario.
23.
Extinción de la Propiedad Horizontal
CAUSALES.— La ley 13512 ha previsto dos causales de extinción de la propiedad horizontal: la ruina o destrucción
total del edificio o parcial de más de dos terceras partes de su valor (art. 12 Ver Texto ) y la vetustez (art. 16 Ver Texto
). A estas causales legales puede agregarse, todavía, la concentración de derechos, que se opera cuando una misma
persona adquiere todas las unidades y desafecta al inmueble del régimen de la propiedad horizontal (ver nota 1).
RUINA O DESTRUCCIÓN DEL EDIFICIO.— Dispone el art. 12 Ver Texto de la ley que en caso de destrucción
total o parcial de más de dos terceras partes del valor, cualquiera de los propietarios puede pedir la venta del terreno y
materiales. Si la mayoría no lo resolviera así, podrá recurrirse a la autoridad judicial.
Al hablar de valor debe incluirse por cierto el terreno, que integra el valor del inmueble (ver nota 2).
El tercer párrafo del art. 12 Ver Texto dice que si la destrucción fuere menor, la mayoría puede obligar a la minoría a
contribuir a la reconstrucción, quedando autorizada en caso de negarse a ello dicha minoría, a adquirir la parte de ésta
según valuación judicial.
Vale decir, se le brinda a la minoría una opción: o bien contribuir a la reconstrucción o bien vender forzadamente a la
mayoría su unidad, conforme con la valuación judicial.
Vale decir, se le brinda a la minoría una opción: o bien contribuir a la reconstrucción o bien vender forzadamente a la
mayoría su unidad, conforme con la valuación judicial.
Las soluciones dadas por el art. 12 Ver Texto son de justicia más que dudosa. Supongamos que un edificio haya sido
parcialmente destruido por un rayo, una bomba, un incendio. ¿Por qué los dueños de las unidades indemnes han de
contribuir al pago de la reconstrucción de las unidades dañadas? Es razonable que contribuyan al pago de las cosas
comunes destruidas, pero no se ve porqué han de contribuir también al pago de las partes privativas.
Claro está que si como consecuencia del evento dañoso ha sufrido la estructura del edificio y su reconstrucción impone
la demolición total, entonces se hace inevitable la venta del terreno y los materiales, incluida la parte que quedó
indemne. Pero si no es así, si la reconstrucción es posible sin afectar las partes que han quedado sanas, los propietarios
de las unidades no dañadas no deberían contribuir a rehacer las unidades privativas dañadas o destruidas.
VETUSTEZ DEL EDIFICIO.— Según el artículo 16 Ver Texto , ley 13512, en caso de vetustez del edificio la
mayoría que represente más de la mitad del valor podrá resolver la demolición y venta del terreno y materiales. Si
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Derechos
resolviera la reconstrucción, la minoría no podrá ser obligada a contribuir a ella, pero la mayoría podrá adquirir la parte
de los disconformes, según valuación judicial.
A diferencia del caso anterior, en éste la solución legal se justifica de modo pleno. Comprobada la vetustez del edificio,
es natural que la mayoría pueda resolver la demolición y venta del terreno y materiales. Más aún, pensamos que si el
grado de vetustez fuere tal que entrañare peligro, cualquiera de los condóminos puede pedir judicialmente la
demolición y venta del terreno y materiales. Independientemente, claro está, de las atribuciones que tienen las
autoridades municipales de ordenar la demolición de un edificio que amenace peligro.
La apreciación del grado de vetustez del edificio no es cuestión que quede librada a la mayoría; de tal modo que
cualquiera de los copropietarios disconformes puede recurrir ante la justicia y demostrar que el edificio no está en
condiciones tales de vetustez que justifique su demolición.
En otras palabras, lo que la mayoría puede hacer es disponer de demolición y venta del edificio comprobada que sea la
vetustez; pero no puede por sí, y arbitrariamente declarar vetusto un edificio que realmente no lo está.
El segundo párrafo del art. 16 Ver Texto dice que si la mayoría resolviera la reconstrucción, la minoría no podrá ser
obligada a contribuir a ella, pero la mayoría podrá adquirir la parte de los disconformes según valuación judicial.
Está bien que la minoría no pueda ser obligada a contribuir a la reconstrucción, inclusive porque puede no tener
posibilidades económicas de hacerlo; pero su actitud no debe ser obstáculo para la reconstrucción del edificio, si la
mayoría decide adquirir la parte de los disconformes.
24. SEPULCROS
NATURALEZA JURÍDICA.— El problema de la naturaleza jurídica de los sepulcros es de las cuestiones más
complejas y controvertidas. Se explica que así sea por el carácter peculiar de estos bienes y porque confluyen a
complicar la cuestión problemas de derecho público y de derecho privado. Prescindiendo de matices y de opiniones
intermedias, puede afirmarse que las principales teorías son las siguientes:
a) De acuerdo con un primer puntos de vista, las sepulturas concedidas a perpetuidad son una propiedad sui generis del
titular. Ésta puede considerarse la opinión tradicional en esta materia (ver nota 2). No es una propiedad típica, desde el
momento que sólo puede destinarse a sepulcros, lo que limita fundamentalmente el contenido del dominio; tampoco
puede dividirse libremente, y hasta está considerablemente limitado el derecho a disponer de la parte indivisa que
corresponde a los condóminos. Estas limitaciones fundamentales, desdibujan, sin duda, la tipicidad del derecho de
propiedad, pero no lo desvirtúan; de tal modo que las bóvedas pueden enajenarse, son susceptibles de acciones
posesorias y de reivindicación y aun pueden adquirirse por prescripción.
Esta opinión tradicional tropieza con el grave inconveniente de que hoy es unánime la opinión de que los cementerios
constituyen un bien del dominio público del Estado (ver nota 3). Prueba inequívoca de ello es que el Estado puede
clausurar un cementerio transfiriendo los restos a otro lugar.
b) Acorde con otra doctrina, el derecho a la sepultura es simplemente una concesión otorgada por el Estado a un
particular sobre una porción de un bien del dominio público; esta concesión se rige por las propias leyes y ordenanzas
dictadas a fin de reglamentar las condiciones del uso del dominio público (ver nota 4).
Esta concepción simple y clara del derecho a los sepulcros, encuentra, sin embargo, algunas objeciones derivadas del
régimen tradicional en esta materia; si el sepulcro es una simple concesión, no se explica que se pueda ceder su uso y
goce a perpetuidad, ni que sea adquirible por usucapión, ni que los interesados puedan enajenar sus derechos sin
intervención ninguna del concedente.
c) Se sostiene, asimismo, la necesidad de hacer una distinción: respecto del terreno, el concesionario tendría nada más
que el uso y goce de él; en cambio, sería propietario de las construcciones o edificios levantados en dicho terreno.
Esta concepción choca con el inconveniente que supone dividir la propiedad del suelo, de lo que es accesorio de él. Se
ha pretendido explicar esta anomalía diciendo que la concesión municipal lleva implícito un derecho real de superficie
en favor del concesionario y que este derecho de superficie autoriza a edificar sobre suelo del Estado, manteniendo la
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Derechos
propiedad de lo edificado como separada de la propiedad del suelo (ver nota 5). Esta concepción peca de artificiosa,
proque en nuestro derecho no se pueden admitir otros derechos reales que los establecidos expresamente en la ley (art.
2502 Ver Texto ) y no hay ninguna ley de derecho privado o público que cree este derecho de superficie (ver nota 6).
Encasillar un determinado derecho dentro de una figura o categoría jurídica, tiene sentido cuando esa categoría ha sido
admitida y reglamentada por la ley, pues entonces se aplicará al derecho en cuestión esa reglamentación legal. Pero ya
dijimos que ninguna ley ha creado ni regulado este supuesto derecho de superficie; de tal manera que afirmando que el
derecho sobre las sepulturas es de superficie, no avanzamos un solo paso en la dilucidación de los problemas relativos a
los sepulcros. Es, cuanto más, una pura elucubración teórica, sin contenido práctico ni jurídico.
d) Finalmente, se ha sostenido que la concesión administrativa implica reconocer al concesionario un derecho real
administrativo sobre la fracción del terreno que se le ha cedido; derecho para cuya defensa el concesionario tiene las
acciones judiciales pertinentes frente al concedente y frente a terceros que lo turben en su ejercicio (ver nota 7).
Tal como está configurado actualmente a través de nuestra jurisprudencia, es necesario admitir que el derecho a los
sepulcros es un régimen híbrido (ver nota 8), que participa de algunos caracteres del régimen de la propiedad y del
régimen de las concesiones administrativas. Así, por ejemplo, de la propiedad tiene el carácter de perpetuidad (aunque
pueda ser temporaria), el derecho de uso y goce (aunque estrictamente limitado al destino de sepulcros), la posibilidad
de usucapir, la enajenabilidad (aunque también muy limitada, según veremos), el goce de las acciones posesorias y
petitorias. De la concesión tiene el carácter de que se trata de un servicio público, que el terreno es del dominio público
del Estado, que el origen del derecho es un acto del poder concedente, que éste tiene derecho a clausurar el cementerio
o transportar un cementerio de un lugar a otro (aunue en este último caso se reconoce generalmente al concesionario el
derecho a reclamar un terreno igual en el nuevo cementerio) (ver nota 9) y que, finalmente, el uso y goce del inmueble
está sujeto a las reglamentaciones administrativas.
Lo dicho hasta acá tiene aplicación especial referido a las concesiones a perpetuidad. En cambio, tratándose de
concesiones temporarias, el derecho del usuario se tipifica más claramente como una concesión del Estado. No cabe ya
hablar de propiedad (ni aun limitando el concepto con el aditamento de que es sui generis, porque el carácter esencial
del derecho de propiedad es su perpetuidad. Pero la precariedad de la concesión no obsta al reconocimiento de un
derecho real en favor del concesionario y surgido como consecuencia del acto administrativo. Lo cierto es que aparte
de la diferencia, sin duda muy importante, de la precariedad o temporaneidad del derecho, en lo demás el régimen legal
de los sepulcros concedidos a perpetuidad o por un término de años prolongado (por ejemplo, 75 o 99 años), es
sustancialmente el mismo.
Cabe agregar finalmente que debido a la ausencia de disposiciones legales, el régimen de los sepulcros está regido casi
exclusivamente por la jurisprudencia. Y cabe decir, en honor de nuestros jueces, que el régimen articulado resuelve de
manera satisfactoria la mayor parte de los problemas planteados. Empero, no siempre la jurisprudencia es firme y la
falta de regulación legal crea incertidumbres que sería bueno despejar legislando una materia tan importante (ver nota
10).
PRESCRIPCIÓN ADQUISITIVA.— La cuestión de si los sepulcros pueden adquirirse por usucapión, dio lugar en
nuestro país a jurisprudencia contradictoria, que motivó un plenario de las cámaras civiles de la Capital, que se
pronunciaron en el sentido de la prescriptibilidad de los sepulcros (ver nota 11). En ese plenario se puso de relieve que
la divergencia tenía su origen en la distinta concepción acerca de la naturaleza jurídica de los sepulcros. Los jueces que
coincidían en que los sepulcros no eran susceptibles de usucapión partían de la base de que no se trataba de un derecho
de propiedad sino, o bien de una concesión del poder público (ver nota 12), o bien de una fundación (ver nota 13). Y
siendo así, no se concibe la usucapión. Se adujo, asimismo, otra razón de no poco peso: que la posesión del dueño está
latente en todo su vigor mientras se mantenga el uso que constituye el destino especial de la concesión o sea la guarda
de los restos humanos que se encuentran dentro del sepulcro; basta con ello, aunque el dueño del sepulcro no concurra
a visitar la tumba ni haga otro acto de posesión, porque para ésta basta con la conservación de los restos; y la posesión
así caracterizada, se adujo, excluye e impide toda otra posesión encaminada a la usucapión (ver nota 14).
No obstante tan importantes razones terminó predominando en el plenario la tesis de que los sepulcros podían
adquirirse por prescripción, pues el derecho que se tiene sobre el sepulcro es una propiedad sui generis, susceptible de
ser poseída y, por lo tanto, adquirible por usucapión. Sea como se lo llame, el derecho que posee el titular de una
concesión tiene un valor económico y forma parte de su patrimonio. En consecuencia, es transmisible por causa de
muerte y susceptible de protección posesoria y de reivindicación, lo que conduce a decidir que el derecho de uso y goce
del concesionario puede ser materia de prescripción (ver nota 15).
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Derechos
Son actos posesorios en materia de sepulcros: la detentación de las llaves, la inhumación de cadáveres, la disposición
sobre el destino de los restos sepultados, la contratación y pago del cuidador (ver nota 16). En cuanto a la detentación
del título no es en sí un acto posesorio, sino algo que brinda la posibilidad de hacer actos posesorios (ver nota 17).
INDIVISIBILIDAD DE LOS SEPULCROS.— La naturaleza peculiar de los sepulcros, su destino de guardar los
restos de los ascendientes u otras personas de la familia, el respeto casi sagrado que el hombre común suele sentir por
la sepultura de sus familiares, ha movido a los jueces a sentar el principio de la indivisibilidad del condominio, a menos
que medien razones graves o especiales que aconsejen lo contrario (ver nota 18). En verdad, por más que los sepulcros
tienen un valor económico, son adquiridos no con ánimo de lucro ni de acrecentar el patrimonio de su dueño, sino para
darse a sí mismo y a su descendencia un lugar de descanso definitivo. No es posible que las querellas o el espíritu
utilitario de los herederos aventen el cadáver del causante, privándolo del lugar de reposo. La tumba con los restos de la
familia debe permanecer en condominio forzoso para perpetuar la tradición y la veneración por los antepasados (ver
nota 19).
Empero se ha admitido la división no obstante la oposición de alguno de los condóminos, en los siguientes casos:
a) Si el sepulcro se encuentra desocupado (ver nota 20), pues lo que hace respetable la oposición de los coherederos a
la venta es la presencia en el sepulcro de los restos del causante o de los ascendientes o allegados de los que se oponen.
Consideramos que también debería hacerse lugar a la división si la tumba sólo tuviera restos desconocidos o de
personas que no tienen relación de parentesco con el causante o el heredero que se opone.
Claro está que para que se pueda invocar la desocupación como causal que permite reclamar la división, esa
desocupación debe haberse producido regularmente y no por un acto arbitrario del que luego reclama la división (ver
nota 21).
b) Cuando el sepulcro puede ser materialmente dividido entre los condóminos, de manera que los cadáveres puedan ser
conservados en el mismo recinto, aunque deban ser cambiados de lugar (ver nota 22) y siempre que el sepulcro no se
desvalorice ni se menoscabe su estructura arquitectónica (ver nota 23).
Debe agregarse, sin embargo, que no es practicable la división de la bóveda en propiedad horizontal (ver nota 24), ni
tampoco es procedente la adjudicación entre los condóminos de los catres de la bóveda, ya que ésta integra un todo
indivisible por su naturaleza y finalidad (ver nota 25).
La necesidad de mejorar la situación económica de uno de los condóminos no es razón suficiente para apartarse del
principio de la indivisibilidad, pues por muy respetable que pueda ser aquel motivo, debe ceder ante los más
fundamentales de orden moral (ver nota 26). Tampoco basta que el pedido sea hecho por al mayoría de los condóminos
(ver nota 27); sólo la unanimidad puede disponer la venta. Habiendo unanimidad de los condóminos nada se opone a la
división (ver nota 28).
¿Puede el condómino vender su parte en el sepulcro? En principio, cabe reconocerle esa facultad, desde que ya no está
en juego la división de la bóveda (ver nota 29). Es claro que ello posibilita la intromisión de un extraño en el
condominio, la que puede significar inconvenientes serios; por ello, se ha declarado que debe hacerse lugar a la
oposición formulada por los demás condóminos a la venta de la porción indivisa cuando se afectan los fines piadosos o
los sentimientos de los restantes condóminos (ver nota 30). En consecuencia con estos principios, se decidió que no
correspondía admitir la cesión de la porción que corresponde en una indivisión forzosa a los herederos, si el testamento
decía ―que en realidad su deseo sería que nunca se enajenara‖ (ver nota 31). Pero se ha resuelto razonablemente, que si
la porción indivisa es el único bien con que el heredero cuenta para afrontar el pago del impuesto a la herencia y demás
gastos del juicio sucesorio, debe reconocerse el derecho de vender dicha parte indivisa, tanto más si se ofrece a los
condóminos la oportunidad de adquirirla (ver nota 32).
INEMBARGABILIDAD.— Son inembargables los sepulcros, salvo que el crédito corresponda a su precio de venta,
construcción o suministro de materiales (art. 219 Ver Texto , C. Procesal). Esta norma contenida en el Código Procesal
de la Nación, recoge una solución tradicional (art. 12 , ley 4128), admitida invariablemente por la jurisprudencia (ver
nota 33). Esta solución es aplicable tanto a la ejecución individual como a la colectiva resultante de un concurso o
quiebra (ver nota 34). Por iguales razones, se ha decidido que en la cesión de bienes hecha por el concursado no queda
incluido el derecho de condominio que tiene sobre un sepulcro (ver nota 35).
108
Derechos
De la prohibición de embargar y vender los bienes, quedan exentos los créditos derivados del precio de venta, la
construcción o suministros de materiales, sea para la construcción o refacciones del sepulcro. Es una excepción que se
justifica plenamente, porque en ese caso el crédito tiene su fundamento justamente en la adquisición o construcción del
sepulcro y no sería lógica que tales créditos no se pudieran hacer valer respecto de la cosa enajenada o construida. Por
iguales motivos pensamos que el constructor posee el derecho de retención sobre la sepultura hasta tanto se le pague su
crédito.
Se ha declarado que el constructor puede hacer enajenar el sepulcro para hacer efectivo el saldo de su crédito por esa
obra pese a la prohibición de toda enajenación de la autoridad concedente (ver nota 36).
UNIDAD 5:
2.
Derechos y obligaciones del nudo propietario
DERECHOS.— El usufructo supone una disgregación de la nuda propiedad y del derecho a usar y gozar de la cosa.
En esta materia, por consiguiente, el principio es que el propietario conserva todos los derechos que sean compatibles
con los de uso y goce transferidos al usufructuario. En consecuencia, puede vender el objeto sometido al usufructo,
donarlo, gravarlo con hipotecas o servidumbres que tengan efecto después de terminado el usufructo y ejercer todas las
acciones que pertenezcan al propietario en su calidad de tal (art. 2916 Ver Texto ).
La enajenación o venta de la nuda propiedad en nada afecta los derechos del usufructuario, desde, que el nuevo nudo
propietario deberá respetar el usufructo tanto como el anterior. En cuanto a las hipotecas o servidumbres, el nudo
propietario sólo puede constituirlas con la condición de que tendrá efecto después de terminado el usufructo.
También le reconoce el art. 2916 Ver Texto el derecho de intentar todas las acciones que pertenezcan al propietario. En
tal sentido, tiene las acciones posesorias y las de reivindicación, porque todo ataque a la posesión o dominio afecta no
solamente el derecho del usufructuario, sino también su propio derecho, de propiedad. De igual modo se le reconoce el
derecho a ejercer la acción de deslinde (véase nº 668).
Hasta aquí hemos visto los actos jurídicos que puede realizar el propietario. Veamos ahora los actos materiales que
puede realizar. Para ello debemos tener en cuenta que la posesión ha sido transferida al usufructuario; y que, por
consiguiente, el nudo propietario no puede en principio, realizar ningún acto material sobre el bien, sin autorización del
usufructuario. Pero el art. 2917 Ver Texto reconoce al nudo propietario el derecho para ejecutar todos los actos
necesarios para la conservación de la cosa. Puede también reconstruir los edificios destruidos por cualquier accidente,
aunque por tales trabajos y durante ellos, le resulte al usufructuario alguna incomodidad o disminución de su goce.
Adviértase que aunque la ley le reconoce al nudo propietario el derecho de hacer estos trabajos, no podría, sin embargo,
hacerlos por sí, ante la oposición del usufructuario. Como éste tiene la posesión de la cosa, podría impedir que el
propietario realice los trabajos de conservación; ante esa oposición, el nudo propietario tendrá que intentar las acciones
judiciales correspondientes y el usufructuario será responsable por todos los daños y perjuicios que ocasionase a la cosa
su resistencia a permitir que el propietario haga las mejoras.
Finalmente, el nudo propietario tiene derecho a impedir que el usufructuario realice actos de goce que alteren la
sustancia de la cosa o se desvíen del destino económico que ella tenía (véase nº 850). Es decir, el derecho del
propietario ante una conducta abusiva del usufructuario no se limita a su facultad de exigir los daños y perjuicios, sino
que tiene el derecho concreto de impedir que continúe el usufructuario en su conducta abusiva.
OBLIGACIONES.— El principio es que el nudo propietario está obligado a permitir al usufructuario el uso y goce de
la cosa, pero no a hacerlo gozar de ella. Su actitud es pasiva, no activa. Ésta es, ya lo dijimos, la diferencia sustancial
con el arrendamiento, en el cual el propietario asume la obligación de hacer gozar de la cosa al arrendatario.
En principio, por consiguiente, el nudo propietario cumple entregando la cosa dada en usufructo y garantizando al
usufructuario contra la evicción. Veamos los problemas derivados de estas obligaciones:
109
Derechos
a) Obligación de entrega.— Dispone el art. 2910 Ver Texto que el nudo propietario está obligado a entregar al
usufructuario el objeto gravado con el usufructo, con todos sus accesorios en el estado que se hallasen, aun cuando no
puedan servir para el uso o goce propio de su destino.
Esto significa que el propietario debe entregar la cosa tal como se encuentra, sin obligación de practicar las
reparaciones necesarias y aun cuando sin esas reparaciones no pueda servir para el uso o goce propio de su destino. Es
al usufructuario al que le corresponde hacer dichas reparaciones si quiere usar y gozar de la cosa.
La cosa debe entregarse con todos sus accesorios; pero la segunda parte del art. 2910 Ver Texto agrega: no son
accesorios para ser entregados al usufructuario, las crías ya nacidas de animales dados en usufructo, aun cuando sigan a
las madres, ni tampoco los títulos de propiedad.
Si el usufructo fuese de créditos representados por instrumentos, la entrega de éstos debe ser hecha al usufructuario
como si fuere cesionario, para poderlos cobrar (art. 2911 Ver Texto ). La razón es que sin el instrumento que representa
el crédito éste no reporta ningún beneficio al usufructuario, que no podrá cobrar los intereses ni menos aún el capital.
La entrega de los títulos debe hacerse como si el usufructuario fuere cesionario, es decir, con todas las formalidades
establecidas para la cesión de créditos (arts. 1454 Ver Texto y 1459 Ver Texto ).
b) Obligación de no cambiar el estado de la cosa.— Como principio general, el art. 2914 Ver Texto establece que el
nudo propietario nada puede hacer que dañe al goce del usufructo o restrinja su derecho. Aunque, en verdad, con esta
principio basta, el Código trae una serie de aplicaciones prácticas. Así el art. 2912 Ver Texto establece que el nudo
propietario no puede, contra la voluntad del usufructuario, cambiar la forma de la cosa gravada de usufructo, ni
levantar nuevas construcciones, ni extraer del fundo piedras, arenas, etc., sino para hacer reparaciones en él; ni destruir
cosa alguna; ni remitir servidumbres activas; ni imponer servidumbres pasivas, sino con la cláusula de poder ponerse
en ejercicio después de la extinción del usufructo. Pero puede adquirir servidumbres activas. Y el artículo siguiente
agrega: tampoco puede cortar los árboles grandes de un fundo aunque no produzcan fruto alguno. Sobre este último
artículo observamos que la ley alude solamente a los árboles grandes, pero obviamente el propietario tampoco puede
cortar los árboles de menor tamaño, a tenor del principio general del art. 2914 Ver Texto . En efecto, no se explica en
forma alguna que el propietario pueda tener derecho a sacar árboles cualquiera que sea su volumen, si el uso y goce de
la cosa corresponde al usufructuario (ver nota 1).
c) Garantía de evicción.— Dispone el art. 2915 Ver Texto que cuando el usufructo es constituido por título oneroso el
nudo propietario debe garantir al usufructuario el goce pacífico de sus derechos. Esta garantía es de la misma clase que
la que debe el vendedor al comprador. Es decir, se trata de la garantía de evicción.
En cambio, esta garantía no se debe si el usufructo fuese a título gratuito o de cosa fungible (art. 2915 Ver Texto , in
fine). En cuanto al usufructo constituido a título gratuito, el principio de que el nudo propietario no debe la garantía de
evicción es conforme con el principio general de que ésta sólo se debe en los casos de transmisión de derechos a título
oneroso (art. 2089 Ver Texto ). Sin embargo, aun en el caso de usufructo gratuito habría que admitir la garantía de
evicción en los casos en que ésta se pone a cargo del donante (arts. 2146 Ver Texto y sigs.); la aplicación analógica de
las reglas de la donación parece de toda justicia (ver nota 2). En cuanto a que no existe la, obligación de garantía
cuando se trata de cosas fungibles, es la consecuencia de que dichas cosas no son reivindicables (art. 2762 Ver Texto )
y, por consiguiente, no puede jugar la garantía de evicción.
CUASI USUFRUCTO.—El cuasi usufructo, llamado también usufructo imperfecto, es el que recae sobre cosas cuyo
uso o goce consiste en disponer de ellas o consumirlas; o, para decirlo con las palabras del art. 2808 Ver Texto , el de
cosas que serían inútiles al usufructuario si no las consumiese o cambiase su sustancia, como los granos, el dinero, etc.
La diferencia con el usufructo perfecto es neta; en éste, el usufructuario adquiere solamente un derecho de uso y goce
de la cosa, pero no su propiedad; en cambio, el cuasi usufructuario adquiere el dominio de la cosa y puede disponer de
ella libremente. Más aún, el cuasi usufructo se constituye para que el usufructuario disponga de la cosa. La
transferencia del dominio está, pues, en la naturaleza del cuasi usufructo. Al término del usufructo el cuasiusufructuario
no estará ya obligado a devolver la misma cosa, sino otras cosas de la misma especie, calidad y cantidad o bien el valor
estimativo que se les haya dado (art. 2871 Ver Texto ).
Esto sentado, resulta evidente que no hay ninguna diferencia entre el cuasi usufructo y el préstamo de consumo
legislado en los arts. 2240 Ver Texto y siguientes. Por ello es que esta categoría de cuasi usufructo ha sido justamente
impugnada en doctrina. PUIG BRUTAU dice que no se trata de un derecho real sobre una cosa ajena, sino de una
110
Derechos
obligación que surge a cambio de la transferencia de la propiedad de una cosa (ver nota 3); más brevemente, KIPP dice
que el cuasi usufructo no es usufructo (ver nota 4).
En suma, la sobrevivencia del cuasi usufructo (cuyos orígenes en el Derecho Romano son oscuros y discutidos), se
explica sólo por una razón de tradición jurídica. Pero ni su designación ni su ubicación metodológica dentro de los
derechos reales altera la verdad sustancial: que el cuasi usufructuario adquiere la propiedad de las cosas y que puede
consumirlas, venderlas o disponer de ellas como mejor le parezca (art. 2811 Ver Texto ). Por lo tanto, no se trata de un
derecho real sobre una cosa ajena, sino de una deuda de cosas consumibles o de su estimación en dinero.
Si bien el Código alude solamente a las cosas consumibles, es evidente que el usufructo de cosas fungibles es también
un cuasi usufructo pues caracterizándose éstas porque pueden ser reemplazadas las unas por las otras en igual calidad y
cantidad, esa característica permite al cuasi usufructuario disponer de las cosas recibidas y devolver otras semejantes,
sin perjuicio alguno para el nuevo propietario (ver nota 5).
Recordemos, finalmente, que el concepto de fungibilidad y consumibilidad de las cosas no dependen sólo de su
naturaleza intrínseca (que es lo normal), sino que también puede depender de la voluntad de las partes (ver nota 6). Por
ello, es posible constituir un cuasi usufructo, con la consiguiente transferencia del dominio, en cosas que por su
naturaleza no serían propiamente fungibles o consumibles; así lo dice VÉLEZ SARSFIELD en la nota al art. 2808 Ver
Texto , en la que expresa que ―aunque el cuasi usufructo se aplica a las cosas de las que no se puede hacer uso sin
consumirlas, sin embargo el autor de la constitución del usufructo o las partes pueden extenderlo a las cosas mismas
que serían susceptibles del usufructo propiamente dicho porque según el caso puede parecer más conveniente
considerarlas como cantidades. Esta intención aun podría no ser expresa, sino inducirse de las circunstancias‖ (ver nota
7).
5. SERVIDUMBRES PREDIALES:
La existencia de una servidumbre implica, correlativamente, un derecho de propiedad desmembrado, o de alguna
manera restringido, ya fuere porque el propietario tiene vedado hacer todo lo que normalmente podría conforme su
calidad de sueño, ya porque se ve obligado a tolerar que otra persona realice alguna actividad que normalmente su
calidad de dominus le habría dado derecho a impedir.
Las hay personales, es decir instituidas en beneficio de una persona determinada, o prediales, las que se constituyen
sobre un fundo (llamado sirviente) y en favor de otro (denominado dominante), tal como enseña Marciano en D.
8.1.1). De éstas últimas, de las servitutes praediorum (Ulpiano, en D. 8.4.1.1), concretamente, es que voy a ocuparme.
111
Derechos
h) Debe basarse en una causa perpetua, es decir una condición permanente de los fundos que haga siempre útil y
posible su ejercicio. De suerte que si bien es posible una servidumbre de sacar agua de un lago, no lo sería si la fuente
de líquido fuese una cisterna.
i) Su ejercicio debe ser posible, tanto material como jurídicamente. Así no puede constituirse una servidumbre de
acueducto entre dos fundos separados por un camino público, aunque entre los mismos sí cabría la de sacar agua
(Paulo, en D. 8.1.14.2)..
j) Como la servidumbre implica una desmembración del derecho real de propiedad, nunca se presume que exista.
Su prueba corresponde a quien la invoca.
k) Revistan dentro de la categoría de derechos reales sobre cosa ajena, iura in re aliena. Se cuentan entre los más
antiguos que existen, ya que se ocupa de las servidumbre la sexta de las XII Tablas.
l) Se hallan tuteladas por una in rem actio, denominada confessoria, ya que tiene por objeto el hacer reconocer -
confesar- el derecho que compete a su titular.
m) Son típicas, esto es que el derecho romano primitivo no conoció la categoría general de las servidumbres, sino
ciertas y concretas servidumbres determinadas.
n) Pueden constituirse para ser usadas durante ciertos momentos del día, o ciertos días o meses en el año. Así dice
Gayo en D. 8.1.5.pr, que "el uso de las servidumbres puede distribuirse por tiempos, por ejemplo para que use uno de
tal derecho después de la hora tercia y hasta la hora décima, o en días alternos".
o) Pueden constituirse y correlativamente remitirse sobre determinadas partes de un fundo (Paulo, en D. 8.1.6). Ello
de ninguna manera se contradice con el principio de que la servidumbre no puede adquirirse pro parte, como enseña
Ulpiano en D. 8.4.6.1.
p) Son cosas corporales, aunque estén constituidas sobre predios, que por naturaleza son corporales (Paulo, en D.
8.1.14).
a) Servidumbres rústicas.
Ensayando una primer y somera distinción, podría señalar que las hay de dos grandes clases, iura itinerum y iura
aquarum, esto es los derechos de paso y los derechos vinculados al agua. En esta línea de razonamiento, las Institutas
de Justiniano dice que existen las de paso, conducción, camino y acueducto (I. 2.3.pr), a las que luego agrega las de
sacar agua, abrevar el ganado, apacentar, cocer cal y excavar arena (I. 2.3.3). Así existieron:
1. La servidumbre de paso, subdividida a su vez en iter, actus y via.
- Llamábase iter al derecho de paso de una persona ya fuere a pie, a caballo, o en litera (Ulpiano, en D. 8.3.1.pr,
Modestino en D. 8.3.12, y Paulo, en D. 8.3.7.pr).
- Actus implicaba la facultad de conducir caballerías o carros por el fundo sirviente. Incluye al iter (Ulpiano, en
D. 8.3.1.pr, Modestino en D. 8.3.12, y Paulo en D. 8.3.7.pr).
- Por su parte, la servidumbre de via, la forma más amplia de las tres y que comprende a las otras dos (Ulpiano,
en D. 8.3.1.pr), no solamente permitía pasar, sino también transportar cargas de piedras, maderas o materiales de
construcción, a través del terreno ajeno (Paulo, en D. 8.3.7.pr). Implicaba un verdadero camino cuyas dimensiones
eran en principio, de ocho pies en las rectas (in porrectum) y dieciséis en las curvas (in anfractum), medidas éstas que
se remontarían a las XII Tablas, según enseña Gayo en D. 8. 3. 8, aunque dichas dimensiones podían variar, siempre y
cuando se mantuviese el requisito esencial de que su anchura permitiese pasar vehículos (Paulo, en D. 8.3.23.pr).
112
Derechos
2. Una variedad, dentro de las precedentemente señaladas, sería la servidumbre de paso a un sepulcro, iter ad
sepulcrum, que es de derecho privado, no obstante el carácter de cosa religiosa de aquél (Paulo, en D. 8.1.14.1).
3. A las mencionadas podría adicionarse la servitus navigandi, que da el derecho de pasar por un estanque o lago,
siempre que sea perpetuo, ubicado en el fundo sirviente (Paulo, en D.8.3.23.1).
4. La servidumbre de acueducto, o acquae ducendae, que implicaba el derecho de derivar aguas provenientes del
fundo ajeno (Ulpiano, en D. 8.13.1.pr), o de conducirlas a través de un inmueble ajeno. Quizás fue mencionada
también en las XII Tablas, aunque no tenemos sobre ello ningún dato preciso. Tenía por objeto las aguas vivas, es decir
perennes, como las que se toman de un río, pudiendo en su origen establecerse sólo desde la fuente de agua, aunque
Paulo expresa en D. 8.3.9 que "hoy suele constituirse desde cualquier lugar". Por su naturaleza es de ejercicio
continuado, aunque podía darse durante todo el año o solamente en algunos meses del mismo. Implica el derecho de
colocar los correspondientes tubos para hacer pasar el agua a través del fundo dominante (Pomponio, en D. 8.3.15),
aunque no el de levantar conductos de mampostería, y siempre que ello no haga al dueño del fundo sirviente más
gravosa la carga de la servidumbre.
5. La servidumbre de sacar agua, servitus aquae haustus o aquae hauriendae, implicaba la facultad de tomar agua de
una fuente (ex capite vel ex fonte) existente en un inmueble ajeno Ulpiano, en D. 8.3.1.1). Justiniano la amplió,
haciéndola efectiva a los manantiales . Por su naturaleza implicaba también el derecho de paso (ius itineris),
imprescindible para poder ejercerla (Ulpiano, en D. 8.3.3.3).
6. La servidumbre de abrevar el ganado en el fundo sirviente, servitus pecoris ad aquam adpellendi, (Ulpiano, en D.
8.3.1.1) que como en el caso anterior, implicaba el derecho de pasar, esta vez con animales (actus).
7. La servidumbre de pastaje, a favor del ganado de labor existente en el fundo dominante (Ulpiano, en D. 8.3.1.1 y
D. 8.3.3.pr), servitus pascui o pecoris pascendi, que comprendía la servitus actus, igual que en el caso anterior.
8. Posteriormente fueron agregándose otras, posiblemente por creación pretoriana (Ulpiano, en 8.3.1.2). Así
aparecieron las servidumbres que daban derecho a tomar piedras, greda, arena, cal, estacas para las viñas (ius lapidis
eximendi, cretae eximendae, arenae fodiendae, calcis coquendae, sylvae caeduae ut pedamenta in vineis non desint),
siempre con destino a ser utilizadas en el fundo dominante y en interés de éste y no únicamente de su dueño (Ulpiano,
en D. 8.3.1 y 2 y Paulo, en D.8.3.6.pr y 1).
b) Servidumbres urbanas.
Existen numerosas especies de servidumbres urbanas, algunas de las cuales son enumeradas por las Institutas
justinianeas: apoyar vigas, soportar cargas en la pared medianera, recibir o no recibir agua de tejados y canalones del
techo del vecino, impedir construcciones que obstaculicen el paso de la luz (I. 2.3.1), enunciación que repiten de
manera coincidente Gayo en D. 8.2.2, y Ulpiano, en D. 8.2.3. A los fines de intentar un ordenamiento podemos
agruparlas en iura stillicidiorum (relativas a las cañerías), iura parietum (atinentes a las paredes) e iura luminum
(relacionadas con las luces o vistas).
1. Son atinentes a las paredes las siguientes servidumbres:
- Ius tigni immitendi, consistente en el derecho de apoyar vigas o materiales de construcción en el muro del fundo
sirviente Pomponio, en D. 8.2.25.pr y 1).
- Servitus oneris ferendi, que era el derecho de hacer descansar cualquier construcción sobre el muro medianero
del edificio del vecino, a cuyo fin éste estaba obligado a mantener en buen estado dicho edificio, salvo que abandonase
la propiedad de la pared o columna que servía de sostén.
- Ius proiiciendi, que facultaba tener balcones u otros salientes sobre espacios libres de la propiedad del vecino.
- Ius protegendi, que implicaba el derecho de construir por encima de un espacio cubierto del fundo sirviente
- Servitus luminum, que consistía en poder abrir ventanas en el muro medianero, o aún en la pared propia, pero en
contra de lo establecido por los estatutos locales que regulaban las construcciones, siempre que no fuesen de orden
público.
2. Tienen relación con las cañerías, las servidumbres que a continuación se enumeran:
- Servitus stillicidii vel fluminis recipiendi, avertendi vel immitendi, en virtud de las cuales el propietario de un
fundo está obligado a recibir las aguas provenientes del inmueble contiguo, ya fuere gota a gota, ya por medio de una
cañería o canaleta (Ulpiano, en D. 8.2.17.3 y 4)..
- Ius stillicidii non recipiendi, vendría a significar lo inverso, esto es la liberación de la obligación de recibir las
aguas pluviales que los estatutos locales impusiesen como norma común a las propiedades que fuesen vecinas.
- Servitus cloacae, que permite hacer pasar las aguas servidas provenientes del fundo dominante a través de un
conducto extendido a través del fundo sirviente (Paulo, en D. 8.1.7).
3. Finalmente, son atinentes a las luces y vistas, las siguientes:
- Servitus ne luminibus, ne prospectui officiatur, que veda levantar construcciones en el fundo sirviente que
obstaculicen el paso de la luz, o impidan la vista a los ocupantes del fundo dominante. (Paulo, en D. 8.2.4).
- Servitus altius non tollendi, por la cual se prohibía levantar edificios más allá de cierta altura (Ulpiano, en
D.8.2.12 y 15), para no perjudicar las vistas.
113
Derechos
- servitus altius tollendi que, a la inversa de la anterior, permitía construir edificios más altos de lo que las
ordenanzas reguladoras de las construcciones permitiesen, siempre que no fueren de orden público.
114
Derechos
es decir la posesión del fundo sirviente durante el período indicado, de modo tal que haya hecho imposible el ejercicio
de la servidumbre Gayo, en D. 8.2.6).
d) Por la confusión en una misma persona de las calidades de propietario del fundo dominante y el fundo sirviente,
ya que en este caso se trataría de ejercitar servidumbre sobre cosa propia, lo cual no tiene sentido (Gayo, en D, 8, 6.1;
Paulo, en D.8.2.30). Recibe el nombre de consolidación.
UNIDAD 6:
115
Derechos
ACCIONES REALES
Nociones generales
ACCIONES LEALES Y PERSONALES.— De acuerdo con una clásica distinción, las acciones patrimoniales se
dividen en reales y personales. Las primeras son las que se dan en protección de los derechos reales y tienen las
siguientes características generales: a) gozan del ius persequendi, o sea de la facultad de hacer valer el derecho contra
cualquiera que se halle en posesión de la cosa; b) tienden al mantenimiento del derecho y, por lo tanto, se ejercen tantas
veces como sea necesario para defenderlo; c) deben instaurarse ante el juez del lugar en donde está situada la cosa.
Las acciones personales, en cambio se dan en protección de los derechos personales y tienen las siguientes
características: a) solamente pueden ser ejercitadas contra él o los obligados; b) tienden a la extinción del derecho
porque una vez ejercida la acción y cobrado el crédito se extingue la obligación; c) es competente para entender en
ellas el juez del lugar en donde debe cumplirse la obligación o el del domicilio del demandado.
Sería un error, sin embargo, creer que esta tipificación de las acciones es neta. En realidad, los caracteres señalados
más bien sirven como tendencia general que como expresión de caracteres típicos. Así, por ejemplo, el ius persequendi
está hoy muy limitado, inclusive respecto de la más típica de las acciones reales, la reivindicatoria, que queda
paralizada cuando el adquirente de la cosa es de buena fe y a título oneroso (art. 1051 Ver Texto ). Por el contrario, hay
acciones personales que tienen una suerte de ius persequendi, como ocurre con las obligaciones propter rem, que
pueden ser ejercidas contra el actual titular de la cosa de la cual surge la obligación.
También es relativa la segunda pauta de la distinción antes señalada. Hay acciones personales que no están dirigidas a
la extinción del derecho, como sucede, por ejemplo, con la acción de rendición de cuentas que tiene el administrado
respecto de su administrador o las acciones que derivan del contrato de sociedad, mientras éste mantiene su vigencia;
es decir, se trata en estos casos de acciones personales que aunque ejercidas exitosamente no extinguen el derecho del
acreedor, sino que lo mantienen vivo.
En cuanto a la competencia del juez, su reglamentación es bastante compleja. Así, si se trata de acciones reales
ejercidas respecto de bienes inmuebles es competente el juez del lugar en que se encuentren o el del domicilio del
demandado a elección del actor (art. 5 Ver Texto , inc. 2, C. Procesal); pero también las acciones de medianería,
mensura y deslinde y división de condominio, que son personales, deben tramitar en el lugar donde está situado el
inmueble que da lugar a la acción; lo mismo ocurre con las acciones posesorias y los interdictos cuyo carácter real o
personal está discutido, si bien el Código Procesal parece reputarlas personales (inc. 1, art. 5 Ver Texto ).
En suma, la calificación de acción real no permite por sí misma atribuirle los efectos que hemos señalado como
característicos de estas acciones, sino que en definitiva esos efectos dependen en cada caso de la reglamentación legal.
Según el art. 2757 Ver Texto , las acciones reales son las de reivindicación, la confesoria y la negatoria. Cabe
preguntarse si esta enumeración es limitativa o si, por el contrario, hay otras acciones reales. Veamos los casos que han
dado lugar a vacilaciones y dudas.
a) Se discute, por lo pronto, si las acciones posesorias y los interdictos son reales o personales; por las razones que
hemos dado en otro lugar nos inclinarnos a pensar que son reales (véase nº 193).
b) Respecto de las acciones que surgen de la hipoteca es necesario distinguir entre las que tiene el acreedor hipotecario
para mantener incólume su garantía (art. 3157 Ver Texto ) y la acción para obtener el pago de la obligación garantizada
por la hipoteca. Las primeras son inequívocamente de carácter real; tienden a proteger un derecho de esa naturaleza; se
pueden ejercer tantas veces como exista un peligro para el inmueble hipotecado y su fin es mantener el derecho y no
extinguirlo.
En cambio, cuando la hipoteca se ejecuta, lo que en verdad se está ejecutando es la obligación principal a la cual la
hipoteca accede; esa obligación es de carácter personal y, por lo tanto, la acción que se ejerce tiene también carácter
personal. Es verdad que el acreedor hipotecario tiene derecho a ejecutar el bien cualquiera sea su actual propietario o
poseedor; es decir, tiene el ius persequendi. Esta consecuencia no alcanza a alterar la fisonomía de la relación
establecida entre acreedor y deudor, que es el asiento sobre el cual se funda el derecho hipotecario. Y como lo
accesorio sigue la suerte de lo principal, la acción hipotecaria tendrá la naturaleza propia de la acción principal que se
ejercita. Los Tribunales no han vacilado nunca en reconocer la competencia del juez del domicilio del demandado en
este tipo de acciones; lo que supone reconocer carácter personal a la acción instaurada.
116
Derechos
c) Es confuso el carácter de las acciones derivadas de las obligaciones ambulatorias o propter rem, que están vinculadas
a un derecho real (sobre el concepto de estas obligaciones, véase nuestro Tratado de Obligaciones, t. 1, nº 7 y sig.). Se
trata de obligaciones que se transmiten junto con el derecho real, de tal manera que el enajenante queda liberado de la
obligación, que pasa al adquirente. Puesto que en definitiva se trata de obligaciones y no de derechos reales, las
acciones que los protegen deben tener carácter personal; empero, el Código de Procedimientos establece la
competencia del lugar en donde está situado el inmueble cuando se ejercitan las acciones derivadas de la medianería,
de restricciones y límites al dominio, de mensura y deslinde y de división de condominio, que son típicas obligaciones
propter rem.
El fenómeno jurídico de las obligaciones ambulatorias no fue perfilado conceptualmente en el Derecho Romano; pero
no escapó a los jurisconsultos de Roma el carácter singular de ciertas acciones en las que encontraban elementos reales
y personales: así fue que llamaron mixtas las acciones de deslinde (finium regundorum), de partición (familiae
erciscundae) y la de división de condominio (communi dividundo). Nuestro derecho no admite esta categoría de
acciones mixtas, y todos estos supuestos caen dentro de las acciones personales, bien que la competencia judicial se
determina por las mismas reglas que las acciones reales.
Habiendo tratado antes de las acciones posesorias (véase nº 185 y sig.), nos ocuparemos en adelante de las acciones
reales enumeradas en el art. 2757 Ver Texto .
ÁMBITO DE APLICACIÓN DE LAS ACCIONES REALES.— El ámbito de aplicación de las acciones reales ha
dado lugar a dificultades, no sólo porque los textos del Código no son todo lo claro que sería de desear, sino también
porque el sistema elaborado por VÉLEZ se apartó de las fuentes romanas, todo lo cual ha originado una cierta
confusión.
Sin embargo, un análisis cuidadoso de las disposiciones de nuestro Código, aclarado por la compulsa de las fuentes.
permite definir con claridad el sistema seguido por VÉLEZ SARSFIELD.
Conforme con nuestro Código, que en este punto ha seguido muy de cerca, a veces literalmente, las enseñanzas de
FREITAS, el ámbito de aplicación de las tres acciones enumeradas en el art. 2757 Ver Texto es el siguiente:
a) La acción reivindicatoria se brinda en defensa de todos los derechos reales que se ejercen por la posesión: dominio,
condominio, usufructo, uso y habitación, prenda y anticresis. Para su procedencia es necesario que haya mediado
desposesión.
b) La acción negatoria se brinda en defensa de estos mismos derechos reales, es decir aquellos que se ejercen por la
posesión y para defenderla no ya contra un ataque grave, como la desposesión, sino ante un ataque o lesión de menor
importancia; como, por ejemplo, si alguien pretende tener una servidumbre respecto de un inmueble cuya posesión no
se discute.
c) La acción confesoria se brinda en defensa de las servidumbres activas (ver nota 2); asimismo, protege al acreedor
hipotecario contra los actos del deudor que disminuyen o afectan la garantía.
Nos limitamos, por ahora, a dejar sentados estos conceptos previos, a manera de introducción al tema de las acciones
reales; al estudiar cada una de ellas precisaremos su ámbito de aplicación y sus efectos.
El Anteproyecto de BIBILONI (arts. 2547 y sig.) y el Proyecto de 1936 (arts. 1818 y sig.) han seguido de cerca el
sistema del Código Civil; es lamentable que al definir el ámbito de aplicación de la acción confesoria no se haya
precisado que se limita a las servidumbres activas. El Anteproyecto de 1954 es todavía más confuso. Al definir la
acción confesoria dice que ella pertenece al titular de un derecho real diverso del dominio contra quien impida de
cualquier modo el pleno ejercicio del derecho de que se trata (art. 1800 Ver Texto ). En esta disposición está claro que
esta acción no corresponde solamente al titular de una servidumbre activa sino al de cualquier otro derecho real que no
sea el dominio. Siendo así hay una evidente superposición entre esta acción y la reivindicatoria o la negatoria.
IMPORTANCIA DE LAS ACCIONES REALES.— A la época de dictarse el Código Civil las acciones reales,
particularmente la reivindicatoria, eran muy importantes. En un sistema dominado por la regla nemo plus iuris (nadie
puede transmitir un derecho mejor ni más extenso del que posee) y en el que no había Registros, a todo lo cual se
agregaba todavía la muy frecuente deficiencia en los títulos, la importancia práctica de la acción reivindicatoria era
117
Derechos
notable. Esta situación ha cambiado en este momento. La organización de los Registros, el creciente perfeccionamiento
de los títulos, el saneamiento derivado de la prescripción adquisitiva, y finalmente la drástica limitación a la regla nemo
plus iuris por efecto de la reforma al art. 1051 Ver Texto , han reducido de modo notable las oportunidades de ejercicio
de estas acciones. En los Tribunales de la Capital es excepcional una acción reivindicatoria y casi desconocidas la
confesoria o negatoria. Sin embargo, en las regiones apartadas del país donde la tierra vale poco, y los propietarios con,
frecuencia no hacen las sucesiones, ni inscriben sus títulos, la reivindicación de inmuebles es más frecuente.
Lo cierto es que hoy, en la mayor parte de los casos basta para la protección de la propiedad con las acciones
posesorias y los interdictos. Estos constituyen el gran instrumento de defensa de los derechos reales, como lo
demuestra la gran frecuencia con que este tipo de acciones se plantea ante los Tribunales. Y es de suponer que el
creciente perfeccionamiento de catastros y registros vaya disminuyendo cada vez más el interés de las acciones reales,
y muy particularmente de la negatoria. Se hace difícil comprender el interés jurídico de esta acción, destinada a poner
coto a lesiones de los derechos reales que no importan una desposesión total, cuando para ese efecto bastan los
remedios más rápidos y eficaces brindados por las acciones e interdictos posesorios.
En ese tema hemos seguido la convincente exposición de ALLENDE, Ámbito de aplicación de las acciones reales,
L.L., t. 89, p. 794; véase también SALVAT, t. 3, nº 2029 y sigs.; LAFAILLE, t. 3, nº 2036.
Acción reivindicatoria
CONCEPTO.— EL artículo 2758 Ver Texto define esta acción en los siguientes términos: la acción de reivindicación
es una acción que nace del dominio que cada uno tiene de cosas particulares, por la cual el propietario que ha perdido
la posesión la reclama y la reivindica contra aquel que se encuentra en posesión de ella.
Sin duda, ésta es una de las definiciones menos felices del codificador. Ante todo, es objetable que se emplee en la
definición la misma palabra que se quiere definir, lo que vuelve oscuro el concepto. Pero la definición del art. 2758 Ver
Texto tiene otros defectos más graves.
Se dice que la acción de reivindicación nace del dominio, cuando en verdad surge de cualquiera de los derechos reales
que confieren la posesión de la cosa. Tampoco es rigurosamente exacto que la acción nace cuando el propietario ha
perdido la posesión, pues también la tiene en algunos casos en que nunca adquirió dicha posesión.
Con mayor propiedad podría definírsela como la acción que puede ejercer el que tiene derecho a poseer una cosa para
reclamarla de quien efectivamente la posee.
Adviértase que decimos ―el que tiene derecho a poseer‖ una cosa, no el que la posee. La posesión está amparada por
las.acciones posesorias y los interdictos; estos remedios no se otorgan para proteger el derecho a poseer, sino la
posesión en sí misma. En cambio, la acción reivindicatoria se vincula con el título, con el derecho a poseer, con
independencia de la posesión misma.
118
Derechos
COMPRADOR A QUIEN NO SE HIZO LA TRADICIÓN.— ¿Tiene el comprador a quien no se hizo la tradición
la acción reivindicatoria? La situación debe analizarse en las relaciones con el vendedor y con los terceros.
Con relación al vendedor que no le ha entregado la posesión de la cosa, el comprador tiene una acción de cumplimiento
de contrato, que lo protege suficientemente. Si la escritura pública se ha otorgado ya, demandará simplemente la
entrega de la cosa; si la escritura no se ha otorgado, demandará la escrituración y la posesión (sobre este punto, véase
Tratado de Contratos, t. 1, nº 460 y sig.). Algunos pronunciamientos reconocieron también al comprador un interdicto
de adquirir (ver nota 2). Pero esta solución no resulta ya sostenible frente al texto del nuevo art. 607 Ver Texto del
Código Procesal (posterior a las decisiones citadas), según el cual para que proceda el interdicto de adquirir se requiere
que nadie tenga la posesión de los bienes que constituyen el objeto del interdicto; y como en nuestro caso, por
hipótesis, ese bien está poseído por el vendedor, es claro que el interdicto no procede.
Pero la cuestión verdaderamente importante es la de si el comprador que no ha recibido la tradición de la cosa tiene
acción de reivindicación contra el tercero que la posee. Sobre esta cuestión se han sostenido dos teorías encontradas:
a) Conforme con la primera, el comprador no tiene acción reivindicatoria, porque ésta nace del dominio y no habiendo
recibido la tradición de la cosa, nunca ha ostentado dicho dominio. En consecuencia, no puede reivindicar (ver nota 3).
b) De acuerdo con una segunda opinión, hoy decididamente predominante, el comprador que no ha recibido la
tradición tiene acción reivindicatoria contra los terceros. Los fundamentos de esta doctrina parecen incontrovertibles.
Hay que observar, en primer término, que acción real y derecho real no son conceptos equivalentes y, por ello, es
perfectamente posible el ejercicio de una acción real sin la titularidad actual de un derecho real, dado que la
transmisión de las acciones reales es independiente de los derechos reales que le sirven de base (ver nota 4). A ello se
debe que se admita unánimemente la posibilidad de ceder la acción reivindicatoria (véase nº 1486). Y si esto es así
debe entenderse que el vendedor no se reserva ningún derecho sobre la cosa y que se desprende y transmite al
comprador todas las acciones que tenía respecto de ella. Resulta evidente que quien enajena una cosa que no entrega el
adquirente, simultánea y necesariamente le transmite también el poder jurídico de reclamarla contra cualquiera (ver
nota 5). Esto explica que tanto en la jurisprudencia como en la doctrina domine hoy la opinión de que el adquirente
tiene la acción reivindicatoria contra terceros (ver nota 6).
Bien entendido que el contrato de compraventa permite al comprador ejercer la acción de reivindicación en tanto
cesionario de los derechos y acciones del vendedor; de tal modo que si éste careciera de la acción de reivindicación,
tampoco la tiene el comprador. Este supuesto se da en la siguiente hipótesis: el propietario de un inmueble firma boleto
de compraventa en favor de A y le da la posesión; luego escritura en favor de B. Como el propietario carecía de acción
reivindicatoria contra A (véase nº 57 b), B tampoco la tiene, ya que no puede tener derechos mejores ni más extensos
que el cedente.
Compete también al heredero aun cuando no haya tenido él personalmente la posesión de la cosa, puesto que sucede al
causante en todos sus derechos (ver nota 9).
En cuanto al legatario de cosa determinada, está expresamente autorizado a reivindicarla de los terceros detentadores
por el art. 3775 Ver Texto .
Ninguna duda cabe tampoco de que los herederos de una persona ausente con presunción de fallecimiento tienen la
acción reivindicatoria, dado el carácter de sucesores universales que invisten (arts. 28 Ver Texto y sig., ley 14394).
Tampoco cabe dudar de que la tiene el nudo propietario (ver nota 10). En cambio, se ha declarado que no la tienen los
socios ni sus herederos o cesionarios, porque el dominio pertenece a la sociedad y sólo ella puede reivindicar (ver nota
11).
119
Derechos
a) Reivindicación entre condóminos.— Este primer problema está expresamente resuelto por el art. 2761 Ver Texto
según el cual son también reivindicables las partes ideales de los muebles o inmuebles por cada uno de los condóminos
contra cada uno de los coposeedores.
Esta disposición prevé el supuesto de que uno de los condóminos le niegue a otro su derecho a la cosa y lo prive de su
posesión, uso y goce. El Código confiere expresamente la acción reivindicatoria. Estrictamente no se trata de una
acción de reivindicación, pues no se puede reivindicar un algo inmaterial, ese conjunto de derechos y obligaciones
sobre la cosa que es esa llamada parte ideal. Como dice FORNIELES, no hay propiamente una acción de
reivindicación, sino simplemente una acción dirigida a que los otros comuneros reconozcan el derecho del actor a
coparticipar en el dominio (ver nota 12).
b) Reivindicación contra terceros.— Supongamos ahora que la cosa perteneciente en condominio a varias personas
se encuentre en poder de un tercero. Se cuestiona si uno de los condóminos puede tan sólo reivindicar su parte indivisa
en la cosa o si tiene derecho a reivindicarla en su totalidad.
1) En favor de la primera teoría se aduce que nadie puede reclamar un derecho más extenso del que posee. Si el
condómino es propietario sólo de una parte de la cosa ¿con qué título podría reclamar las otras partes? Todavía puede
aducirse en favor de esta tesis el art. 3450 Ver Texto , aplicable por analogía, según el cual los herederos en estado de
indivisión pueden reivindicar contra terceros los inmuebles de la herencia hasta la concurrencia de su parte (ver nota
13).
2) Pero hoy predomina decididamente la opinión según la cual el condómino tiene derecho a reivindicar la totalidad de
la cosa contra terceros. Esta tesis tiene, por lo pronto, un fundamento de derecho positivo muy importante en el art.
2679 Ver Texto , según el cual cada uno de los condóminos puede reivindicar contra un tercero detentador, la, cosa en
que tenga su parte indivisa; pero no puede reivindicar una parte material y determinada de ella. La acción, por
consiguiente, se confiere por el todo. Además, la reivindicación tiene principalmente en mira reintegrar al demandante
en la posesión y las partes indivisas no son susceptibles de ser poseídas; lo que se reivindica, por consiguiente, es la
cosa, no la parte ideal. Como dice LAFAILLE, el artificio técnico de las partes indivisas ha sido arbitrado para el
régimen interno del condominio, pero no sería lógico extenderlo en relación a otros (ver nota 14). Finalmente, desde el
punto de vista práctico, es evidentemente superior la solución que permite al actor reivindicar la totalidad de la cosa y
no colocarlo en una situación híbrida respecto de una persona que se ha demostrado no ser propietaria de la cosa
reivindicada (ver nota 15).
Todavía puede agregarse en apoyo de esta tesis, que por nuestra parte compartimos, que la propiedad de cada
condómino no es esencialmente diversa de la propiedad exclusiva y que el señorío del condómino se extiende a toda la
cosa, como surge del art. 2684 Ver Texto , según el cual todo condómino puede gozar de la cosa común conforme al
destino de ella, con tal que no la deteriore en su interés particular. Porque tiene este derecho al uso y goce de la cosa,
dice ARGAÑARAZ, sin otra limitación que la de no contrariar el igual derecho de los demás condóminos, y porque
esta limitación no ampara a quien no es copropietario, cada condómino tiene el derecho de apartar de la comunidad a
quien no forma parte de ella
a) Como principio, la acción reivindicatoria se otorga contra cualquiera que tiene la cosa, sea a título de poseedor
propiamente dicho o de simple tenedor (ver nota 1). Es la solución que surge expresamente del primer párrafo del art.
2782 Ver Texto , según la cual la reivindicación puede dirigirse contra el que posee a nombre de otro; concepto que,
por otra parte, está ratificado por la nota al art. 2758 Ver Texto , en la cual VÉLEZ SARSFIELD dice que ―la palabra
poseer, poseedor se aplica en el caso del artículo y respecto al demandado, tanto al que posee como dueño de la cosa
como al que meramente la tiene‖.
Sin embargo, el simple tenedor, que tiene la cosa a nombre de un tercero, puede desviar de sí la acción declarando el
nombre y la residencia de la persona a cuyo nombre la tiene; desde que así lo haga, la acción debe dirigirse contra el
verdadero poseedor de la cosa (art. 2782 Ver Texto ).
120
Derechos
La solución es razonable: si el tenedor no pretende tener ningún derecho a la posesión de la cosa, salvo el que emerge
de una relación contractual con un tercero, es entre el reivindicante y este tercero que debe trabarse el litigio.
Para que el tenedor pueda desviar de sí la acción, debe declarar el nombre y domicilio del poseedor hasta el momento
de la traba de la litis, siendo extemporánea una manifestación posterior (ver nota 2).
Si no obstante la manifestación del demandado de no ser poseedor y de tener la cosa a nombre del tercero, el actor
insistiera en que aquél es el verdadero poseedor, el juicio debe proseguir bajo la responsabilidad del actor, que deberá
probar su afirmación (ver nota 3); y, por cierto, la reivindicación es procedente contra el tenedor, aunque declare qu e
posee a nombre de otro, si de las pruebas resulta la inexactitud de su afirmación (ver nota 4).
No basta que el simple tenedor de la cosa diga que tiene este carácter, sin expresar al propio tiempo el nombre y el
domicilio de la persona por la cual posee o que lisa y llanamente niegue ser poseedor. El juicio se seguirá contra él y el
reivindicante recuperará la posesión de la cosa desde que pruebe que se encuentra en poder del demandado (art. 2783
Ver Texto ). Ello sin perjuicio del derecho que tiene la persona a cuyo nombre poseía el tercero de discutir el derecho a
la cosa con el reivindicante (ver nota 5).
b) De todo lo dicho hasta aquí surge la siguiente conclusión: que el reivindicante tiene acción reivindicatoria contra el
poseedor o el simple tenedor; pero que si éste da el nombre de la persona por quien posee, la acción debe dirigirse
contra éste. Pero puede ocurrir que el tenedor detente la cosa no a nombre de un tercero, sino por entrega hecha por el
propio reivindicante. Supongamos que el demandado tenga la cosa como consecuencia de un contrato de locación, de
mandato, de depósito, de comodato, etc. Y supongamos también que al propietario no le resulte cómodo instaurar la
acción nacida del contrato, por ejemplo, porque ha perdido la prueba de éste. En ese caso, ninguna duda cabe de que el
propietario tiene la acción de reivindicación, que es propia de todo dueño y la tiene contra el simple tenedor, aunque
éste no pretenda tener la posesión en sentido propio (ver nota 6).
REIVINDICACIÓN CONTRA EL HEREDERO DEL POSEEDOR.— Dispone el art. 2773 Ver Texto que la
acción de reivindicación no se da contra el heredero del poseedor sino cuando el heredero es poseedor él mismo de la
cosa sobre que versa la acción y no está obligado por la parte de que sea heredero del difunto poseedor, sino en cuanto
a la parte que tenga en la posesión.
Advirtamos, ante todo, que el texto se refiere a la posesión de la cosa en sí misma y no a la posesión hereditaria; de
donde resulta claro que el art. 2773 Ver Texto alude al supuesto de reivindicación promovida después de la partición de
los bienes de la herencia (ver nota 7). Si la cosa ha sido adjudicada en la partición a un solo heredero, es éste el único
que puede ser demandado; si ha sido adjudicada en condominio a varios, cada uno de los condóminos no está obligado
sino en cuanto a la parte que tenga en la posesión.
Pero si la reivindicación fue intentada durante el estado de indivisión, todos los herederos son responsables (ver nota
8).
a) Según el art. 2784 Ver Texto , el que de mala le se da por poseedor sin serlo, será condenado a la indemnización de
cualquier perjuicio que de este engaño haya resultado al reivindicante. La sentencia no podría condenar a la restitución
de la cosa, puesto que el demandado no es poseedor ni tenedor; pero sería injusto exonerar de toda responsabilidad a
quien ha inducido en error al reivindicante. La ley castiga su mala fe imponiéndole la indemnización de todos los daños
y perjuicios resultantes de este engaño.
b) Por lo pronto, deberá cargar con las costas del juicio; pero pueden haber ocurrido otros daños. Así, por ejemplo, es
posible que durante el tiempo que duró el trámite del juicio, se haya operado la prescripción adquisitiva en favor del
poseedor verdadero. En esa hipótesis el reivindicado que declaró ser poseedor, sin serlo, tendrá que pagar los daños
121
Derechos
sufridos por el reivindicante como consecuencia de la pérdida de su propiedad. De igual modo, deberá indemnizarlo
por los frutos dejados de percibir durante el tiempo que duró el pleito.
b) Por su parte, el art. 2785 Ver Texto dispone que la reivindicación podrá intentarse contra el que por dolo o hecho
suyo ha dejado de poseer para dificultar o imposibilitar la reivindicación. La ley supone el caso de que el demandado
haya enajenado la cosa a un tercero; si éste es a título oneroso y de buena fe, la reivindicación se habrá hecho
imposible; si lo ha sido de mala fe o a título gratuito la reivindicación se dificulta, pero no se hace imposible. En ambos
casos, el que ha procedido con dolo debe indemnizar todos los daños y perjuicios sufridos por el reivindicante.
Advirtamos que la ley habla del que hubiera procedido por dolo o hecho suyo, lo que parecería indicar que se trata de
dos situaciones distintas. Sin embargo no es así. El hecho suyo de que habla la ley debe ser realizado para dificultar o
imposibilitar la reivindicación. Debe tratarse, por tanto, de un hecho intencional. Y siendo intencional, es doloso.
Concluimos, pues, que las palabras dolo o hecho suyo son dos maneras reiterativas de expresar la misma idea. En
cambio, la reivindicación no cabe si el demandado ha dejado de poseer por simple negligencia, como ocurriría si
hubiera perdido la cosa sin perjuicio de la acción por daños y perjuicios que eventualmente pudiera corresponder.
Decimos eventualmente, porque esta acción de daños y perjuicios puede o no nacer en favor del propietario de la cosa;
tendrá derecho a ella si hubiera confiado la tenencia de la cosa a un tercero y éste la perdiere; no la tendrá, en cambio,
contra el tercer adquirente a título gratuito y de buena fe que por negligencia la perdiere.
Se explica que así sea, porque esta acción de daños es contractual; el que está ligado al dueño por un contrato, de
depósito, locación, etc., responde de su negligencia; pero no, el tercer poseedor no ligado al dueño por contrato alguno.
Por el contrario, la acción derivada del art. 2785 Ver Texto no surge de un contrato, sino del dominio, por lo cual se
brinda contra cualquier poseedor que por su dolo haya hecho imposible la reivindicación.
Por nuestra parte pensamos que es un error de técnica jurídica llamar reivindicación a la acción que se intenta contra el
que por dolo ha dejado de poseer para dificultar o imposibilitar la reivindicación; lo que se tiene contra él es una acción
de daños y perjuicios y no la reivindicatoria, cuyo objeto fundamental es recuperar la posesión de la cosa. Claro está
que si el demandado ha dejado de poseer después de iniciado el juicio de reivindicación, entonces la acción debe seguir
adelante y transformarse en una de daños y perjuicios.
VENDEDOR DE COSAS INMUEBLES.— Acorde con el art. 3923 Ver Texto , el vendedor de cosas inmuebles que
no ha dados término para el pago, puede reivindicarlas del comprador o de terceros poseedores. En la práctica, en las
relaciones entre comprador y vendedor, basta con la acción de resolución por incumplimiento del contrato; con
respecto a los terceros poseedores, la acción reivindicatoria procederá solamente si estos son de mala fe o han
adquirido la cosa por título gratuito, según hemos de ver más adelante (véase nº 1500 y sig.).
DERECHO DE PERSECUCIÓN DEL LOCADOR.— El art. 3883 Ver Texto del C. Civil establece un privilegio en
favor del locador, que afecta los muebles que se encuentran en la casa que sirven para la explotación de la hacienda
rural; y el art. 3885 Ver Texto le confiere un derecho de persecución sobre esas cosas, que puede hacerse efectivo
durante un mes después de retiradas de la cosa alquilada, aunque el poseedor de ellos sea de buena fe.
No se trata, por cierto, de una acción de reivindicación puesto que el titular de ella no es propietario ni tiene tampoco
ningún derecho real que confiera la posesión de la cosa; tampoco se compadece con la naturaleza de la reivindicación
el brevísimo término de caducidad que se fija para la acción del art. 3885 Ver Texto . Pero tiene con ella alguna
analogía porque confiere, aunque sea brevemente, un derecho de persecución para hacer efectivo el privilegio que la
ley reconoce al locador.
OBJETO DE LA ACCIÓN
PRINCIPIO.— Ya hemos dicho que el objeto de la acción reivindicatoria es la recuperación de la posesión de cosas
muebles o inmuebles. Debe referirse siempre a cosas particulares, es decir, a cosas físicamente determinadas, sean
muebles o inmuebles. Este principio surge del mismo artículo en que se define la acción de reivindicación, el 2758, en
el que se dice que esta acción es la que nace del dominio que cada uno tiene de cosas particulares; y el concepto está
refirmado en el art. 2759 Ver Texto , según el cual las cosas particulares de que se tiene dominio, sean muebles o
raíces, pueden ser objeto de la acción de reivindicación.
Por cosas particulares debe entenderse aquellas que pueden determinarse físicamente. Para eliminar algunas posibles
dudas, el Código agrega que son reivindicables los títulos de créditos que no fuesen al portador, aunque se tengan
cedidos o endosados si fuesen sin transferencia de dominio, mientras existan en poder del poseedor imperfecto o simple
122
Derechos
detentador (art. 2760 Ver Texto ). La ley se refiere claramente a los títulos nominativos o a la orden; en cuanto a los
títulos al portador, véase nº 1496, d.
Del mismo modo, son reivindicables las cosas muebles o inmuebles por su carácter representativo (art. 2759 Ver Texto
), es decir los instrumentos destinados a documentar la existencia de derechos reales o personales. Por consiguiente,
puede reivindicarse el título de propiedad de un inmueble o el que compruebe la existencia de otros derechos reales o
personales.
UNIVERSALIDADES DE BIENES Y DE COSAS.— Dispone el art. 2764 Ver Texto que una universalidad de
bienes tales como una sucesión cuestionada, no puede ser objeto de la acción de reivindicación; pero puede serlo una
universalidad de cosas. La ley distingue, por consiguiente, entre las universalidades de bienes y de cosas. La
universalidad de bienes o universalidad jurídica, es un conjunto patrimonial integrado por bienes y cosas y cuya
composición es indeterminada. Tal es el caso del acervo sucesorio o de la masa que constituye el patrimonio de un
deudor concursado. En ninguno de estos caso cabe la acción reivindicatoria referida al conjunto de dichos bienes; en el
caso de la herencia cabe, empero, la acción de petición de herencia; en el casa de la masa de un concurso o quiebra,
cabe la acción reivindicatoria respecto de cosas determinadas, pero no de la masa en sí.
En cambio las simples universalidades de cosas llamadas también de hecho, como, por ejemplo, una biblioteca, una
majada, pueden ser reivindicadas.
COSAS QUE NO SON REIVINDICABLES.— Dispone el art. 2762 Ver Texto que no son reivindicables los bienes
que no sean cosas, ni las cosas futuras, ni las cosas accesorias aunque lleguen a separarse de las principales, a no ser
éstas reivindicadas, ni las cosas muebles cuya identidad no puede ser reconocida como el dinero, títulos al portador, o
cosas fungibles.
a) Ante todo, no son reivindicables los bienes que no sean cosas, es decir, los derechos. Conviene recordar que en, el
Código se llama cosas a los objetos materiales susceptibles de tener un valor (art. 2311 Ver Texto ). La ley 17711
agregó a este artículo un apartado que resuelve un problema que era objeto de debates doctrinarios; el de si las energías
eran o no cosas. Dice así la nueva disposición legal: las disposiciones referentes a las cosas son aplicables a la energía y
a las fuerzas naturales susceptibles de aprovechamiento. Es decir, las energías son cosas o deben ser tratadas como
cosas. Ahora bien: ¿son reivindicables? Por lo general, la apropiación de energía implica simultáneamente su consumo;
por consiguiente no se concibe la reivindicación de algo que ya no existe (ver nota 1). Excepcionalmente puede darse el
caso de que la energía de la cual una persona se haya apropiado indebidamente no esté consumida sino almacenada en
acumuladores. Aún así pensemos que no es susceptible de reivindicación porque se trata de una cosa evidentemente
fungible (un kw de electricidad es exactamente igual a otro) y, por lo tanto, no puede ser identificada ni reivindicada.
b) No son reivindicables las cosas futuras, es decir, aquellas que no han llegado todavía a tener existencia jurídica, tal
como ocurre con una cosecha en pie. La acción reivindicatoria exige la existencia actual de la cosa.
c) Tampoco son reivindicables las cosas accesorias aunque lleguen a separarse de las principales, a no ser éstas
reivindicadas. Lo que la ley quiere significar es que mientras las cosas accesorias estén unidas a las principales, no son
reivindicables con independencia de éstas. La redacción de este párrafo del art. 2762 Ver Texto no es feliz cuando dice
aunque lleguen a separarse de las principales. Parece dar a entender que las cosas accesorias ni aun separadas de las
principales pueden ser reivindicadas. No es ésta, sin embargo, la interpretación correcta de la ley.
Cuando las cosas accesorias han sido legítimamente separadas de las principales por quien tiene derecho a hacerlo,
dejan de ser accesorias y se convierten en principales; como tales, pueden ser reivindicadas. Lo que la ley quiere decir
es que las cosas accesorias no pueden ser reivindicadas aunque puedan separarse de las principales o aunque se
separasen de ellas de manera indebida o ilegítima (ver nota 2).
Esta inteligencia del texto legal está corroborada por el art. 2763 Ver Texto , según el cual si la cosa ha perecido en
parte o si sólo quedan los accesorios de ella, se pueden reivindicar los accesorios.
d) No son reivindicables las cosas muebles cuya identidad no puede ser reconocida como el dinero, títulos al portador o
cosas fungibles. Esta solución es una consecuencia de que la acción reivindicatoria sólo se concibe respecto de cosas
determinadas de manera precisa y las cosas fungibles son indeterminadas. En cuanto a los títulos al portador, en
123
Derechos
principio no pueden ser identificados y, por lo tanto, tampoco cabe la acción reivindicatoria; sin embargo, el Código de
Comercio establece varias disposiciones tendientes a la identificación de títulos al portador de los cuales el propietario
haya sido desposeído por robo, abuso de confianza, estafa, pérdida o inutilización (arts. 746 Ver Texto y sig.); y si
conforme con el procedimiento legal, pudieran identificarse los títulos en poder de un tercero de mala fe, el art. 765
Ver Texto confiere al propietario el derecho de reivindicarlos.
Se ha declarado que no son reivindicables las cuotas de capital de una sociedad de responsabilidad limitada porque no
tienen individualidad corpórea (ver nota 3), pero si las acciones de una sociedad anónima (ver nota 4).
En cuanto a las cosas fungibles, si bien el principio es que no pueden reivindicarse, podría darse el supuesto que
determinadas cosas fungibles estén separadas, localizadas e individualizadas; como podría ocurrir con una cosecha de
maíz o trigo, almacenada en los galpones de una estancia. En tal supuesto, la reivindicación es admisible (ver nota 5).
EXTINCIÓN PARCIAL DE LA COSA.— El art. 2763 Ver Texto dispone que si la cosa ha perecido en parte, o si
sólo quedan accesorios de ella, se puede reivindicar la parte que subsiste o los accesorios; determinando de un modo
cierto lo que se quiere reivindicar.
Ya nos hemos referido anteriormente al supuesto de los accesorios (véase nº 1496, c); en cuanto a las cosas perdidas o
perecidas parcialmente, es obvio el derecho que tiene el propietario a reivindicar la parte que queda subsistente. Todo
ello, sin perjuicio de la eventual acción de daños y perjuicios que pudiera corresponderle contra la persona por cuyo
dolo o culpa la cosa ha sido deteriorada.
En consecuencia, para que el actual poseedor esté en condiciones de repeler la acción de reivindicación del propietario
se requieren las siguientes circunstancias:
a) Que la cosa no sea robada o perdida. De serlo, la ley se inclina por proteger al dueño originario. Aunque ya
volveremos sobre el concepto de cosas robadas, adelantemos que la ley supone que la cosa ha sido sustraída sin que la
haya entregado el propietario; por el contrario, si éste la ha entregado voluntariamente y la persona que la recibió, por
abuso de confianza, defraudación, etc., dispone de ella enajenándola a un tercero, entonces éste está amparado por el
art. 2412 Ver Texto . Para que la presunción del art. 2412 Ver Texto no cubra al tercero, es necesario que el propietario
haya sido desposeído de la cosa por un acto no voluntario, como ocurre en el caso de robo o pérdida.
b) Que el poseedor sea de buena fe. Si el actual poseedor sabe que la cosa que se le transfirió pertenecía a un tercero,
no puede pretender el amparo del art. 2412 Ver Texto . Menos aún puede pretenderlo el poseedor que hubiera recibido
directamente la cosa del propietario, como locatario, comodatario, depositario, etc. Ninguna de estas personas podría
pretender ampararse en su posesión para rechazar la acción de reivindicación del propietario, porque carece de buena
fe. Hay que notar que en estos supuestos, el propietario tiene, además de la acción reivindicatoria, la acción nacida del
contrato en virtud del cual entregó la cosa.
c) Que el poseedor la haya adquirido por título oneroso. Si bien el requisito del título oneroso no está previsto en el art.
2412 Ver Texto , sí lo está en los arts. 2767 Ver Texto y 2778 Ver Texto .
124
Derechos
En cuanto al requisito de la mala fe, su prueba a cargo del reivindicante es obvia, puesto que la buena fe se presume.
Igualmente evidente es que al reivindicante compete la prueba de que la cosa fue robada o perdida, ya que se trata de
circunstancias de excepción, cuya acreditación corresponde a quien la invoca. También es clara la solución del
problema acerca de la prueba de la onerosidad o gratuidad de la adquisición por el poseedor. Ya dijimos que el gran
principio en esta materia lo sienta el art. 2412 Ver Texto . Conforme con esta norma liminar, la presunción de
propiedad surge de la posesión de buena fe de una cosa mueble. En principio, pues, basta con eso. El reivindicante que
pretenda hacer prevalecer su derecho sobre el del poseedor, deberá demostrar que éste adquirió la cosa a título gratuito
y que, por consiguiente, la reivindicación procede conforme a los arts. 2767 Ver Texto y 2778 Ver Texto .
Y como la venta de muebles no requiere instrumentación (salvo el caso de los muebles registrables, de que hablaremos
más adelante) ni el dueño necesita ostentar otro título que la propia posesión, la demostración por el reivindicante de
que la enajenación fue gratuita será, en la mayor parte de los casos, prácticamente imposible. Tratándose de cosas no
robadas ni perdidas, la posesión será generalmente invencible. Decimos generalmente, porque la ley abre la posibilidad
siquiera sea remota, pero existente, de que el reivindicante demuestre que el poseedor era de mala fe o por título
gratuito.
CASO DE PRENDA.— Dispone el art. 2781 Ver Texto que el acreedor que de buena fe, ha recibido en prenda una
cosa mueble puede repulsar, hasta el pago de su crédito, la reivindicación dirigida contra él por el propietario.
Esta norma es coherente con el art. 2412 Ver Texto : puesto que la posesión de buena fe de una cosa mueble crea la
presunción de que el que la posee es su dueño, el acreedor prendario ha podido recibirla confiando en que la persona
que le entregó la cosa era efectivamente su dueño y tenía legitimación para prendarla. El art. 2781 Ver Texto no sólo
protege al acreedor de buena fe, sino también la seguridad del crédito.
Naturalmente, para que el acreedor tenga derecho a repeler la acción de reivindicación dirigida contra él, no debe
tratarse de una cosa robada o perdida, tal como expresamente lo dispone el art. 3213 Ver Texto , con toda lógica;
porque si el dueño de una cosa robada o perdida tiene derecho a reivindicarla del que la adquirió a título oneroso, es
natural que tenga también derecho a hacer lo propio respecto del que la tiene en calidad de simple acreedor prendario.
CONCEPTO DE COSA ROBADA.— Conforme con el art. 2766 Ver Texto , la calidad de cosa robada sólo es
aplicable a la sustracción fraudulenta de la cosa ajena y no a un abuso de confianza, violación de un depósito ni a
ningún acto de engaño o estafa que hubiese hecho salir la cosa del poder del propietario.
Por consiguiente, debe haber robo o hurto (ver nota 1); si, por el contrario, el propietario ha hecho entrega voluntaria de
la cosa, aunque sea por engaño, pierde el derecho de reivindicarla (ver nota 2).
De todo lo dicho se desprende que si el tercero ha adquirido de buena fe y a título oneroso una cosa que la persona que
se la transfirió ha recibido en concepto de locación, depósito, préstamo, mandato, etc., la acción de reivindicación no es
procedente (ver nota 3).
Dado que la acción de evicción contra el enajenante es muchas veces teórica (como ocurre en el caso de que el
enajenante sea insolvente) la solución que niega al poseedor de buena fe reivindicado el derecho a recuperar el precio
pagado del reivindicante, es dura; y por ello la ley la atenúa en algunos supuestos en que la injusticia es, si se quiere,
más resaltante:
125
Derechos
a) Si el tercero poseedor adquirió la cosa en un lugar en donde se vendieren otras cosas iguales, en una venta pública, o
en casa de venta de objetos semejantes, el tercer poseedor de buena fe tiene derecho a ser reembolsado del precio que
por ella hubiese pagado (art. 2768 Ver Texto ); lo mismo ocurre si lo hubiera adquirido a un individuo que
acostumbraba a vender cosas semejantes (art. 3214 Ver Texto ).
Adviértase que la ley no obliga a pagar el valor de la cosa, sino lo que ella le hubiera costado al deudor. La diferencia
es importante, sobre todo en materia de cosas robadas o perdidas, que suelen venderse a precios considerablemente
inferiores a lo que ellas realmente valen. No se trata, por consiguiente, de una reparación integral, sino de la restitución
del precio que se hubiese pagado. Ello no excluye por cierto, la actualización del valor de lo pagado, sin lo cual no se le
restituiría al deudor lo que la cosa efectivamente le costó, como lo quiere el art. 3214 Ver Texto , in fine (ver nota 4).
De cualquier modo, el reivindicante que ha debido de volver al reivindicado el precio que éste pagó por la cosa, tiene
acción de restitución de ese precio contra el comerciante en cuya casa se compró la cosa (ver nota 5).
b) El otro supuesto está previsto en el art. 2422 Ver Texto que establece: sucediendo la reivindicación de la cosa, el
poseedor de buena fe no puede reclamar lo que haya pagado a su cedente por la adquisición de ella; pero el que por un
título oneroso y de buena fe ha adquirido una cosa perteneciente a otro, que el propietario la hubiera difícilmente
recuperado sin esa circunstancia, puede reclamar una indemnización proporcionada.
Para precisar el ámbito de aplicación de esta norma es necesario tener en cuenta que el tercero que adquiere de buena fe
y por título oneroso una cosa mueble, tiene derecho a rechazar la acción reivindicatoria a menos que se trate de una
cosa robada o perdida. Por consiguiente, el art. 2422 Ver Texto al conceder este derecho a la indemnización sólo puede
aludir a cosas robadas o perdidas (ver nota 6).
Cuándo debe entenderse que está dado el caso, de la difícil recuperación por parte del propietario, es una cuestión de
hecho que queda librada al arbitrio judicial (ver nota 7).
Se ha declarado que debe apreciarse con criterio restrictivo el supuesto de cosa difícilmente recuperable sin la
adquisición por el tercero de buena fe, porque no debe olvidarse que el principio general establecido en el Código
cuando sucede la reivindicación de la cosa, es la falta de derecho del poseedor de buena fe a reclamar lo que haya
pagado a su cedente por la adquisición de ella (ver nota 8). Nos parece una solución discutible. El criterio con que debe
decidirse la cuestión no debe ser restrictivo ni amplio, sino fundado en una prudente apreciación de las dificultades que
el dueño hubiera tenido para recuperar la cosa de no hallarse ella en poder de quien se hallaba.
Dadas las circunstancias previstas en el art. 2768 Ver Texto (compra en una venta pública o en casa de venta de objetos
semejantes o a un individuo que acostumbre vender cosas semejantes) se presume la buena fe del adquirente. Pero esta
presunción admite prueba en contrario. Vale decir, el reivindicante puede demostrar que el tercero poseedor sabía que
la cosa era robada o perdida. Sin embargo, esta prueba debe ser inequívoca: los anuncios de hurtos o de pérdidas no
bastan para hacer presumir la mala fe de] poseedor de cosas hurtadas o perdidas que las adquirió después de tales
anuncios, si no se probase que tenía de ello conocimiento cuando adquirió las cosas (art. 2770 Ver Texto ). Es una
disposición razonable, porque los anuncios de cosas hurtadas o perdidas, hechos en periódicos, pasan inadvertidos para
la mayor parte de la gente. Pero, naturalmente, si el reivindicante prueba que el tercero poseedor tenía conocimiento de
esos anuncios, basta con ello para descartar su buena fe. A su vez el art. 2771 Ver Texto agrega: será considerado
poseedor de mala fe el que compró la cosa hurtada o perdida a persona sospechosa que no acostumbra a vender cosas
semejantes o que no tenía capacidad o medios para adquirirla. En realidad es una disposición sobreabundante; el
beneficio excepcional de recuperar el precio, pagado por la cosa que se concede al tercero poseedor de buena fe, lo es a
condición de que compre la cosa a persona que estaba acostumbrada a vender cosas semejantes o que la compra haya
sido hecha en una venta pública de cosas semejantes. No dándose estas circunstancias, el que compre la cosa no tiene
derecho a requerir la restitución del precio pagado, sea de buena o de mala fe.
Al reivindicado de buena fe que no tiene derecho a resarcimiento, sólo le queda acción de daños y perjuicios contra el
vendedor (ver nota 9).
Automotores
RÉGIMEN-LEGAL.— El decreto ley 6582/1958 , estableció un régimen peculiar para la transmisión del dominio de
los automotores, distinto del que es propio de las cosas muebles en general.
126
Derechos
De acuerdo con el art. 1 Ver Texto , la transmisión del dominio de los automotores deberá formalizarse por instrumento
público o privado y sólo producirá efectos entre las partes y con relación a terceros desde la fecha de su inscripción en
el Registro de la Propiedad del Automotor.
Respecto de la acción de reivindicación, el art. 2 Ver Texto dice que la inscripción de buena fe de un automotor en el
Registro confiere al titular de la misma la propiedad del vehículo y el poder de repeler cualquier acción de
reivindicación si el automotor no hubiese sido hurtado o robado.
Como puede apreciarse basta la inscripción de buena fe del automotor; no es necesario el título oneroso.
Si el automotor hubiese sido hurtado o robado, el propietario podrá reivindicarlo contra quien lo tuviese inscripto a su
nombre, debiendo resarcirlo de lo que hubiese abonado, si la inscripción fuera de buena fe y conforme con las normas
establecidas por este decreto ley (art. 3 Ver Texto ).
La solución del art. 3 Ver Texto es coherente con el sistema del Código Civil; de acuerdo con éste, cuando la cosa
mueble se adquiere en un lugar en que se acostumbra a vender cosas semejantes, la buena fe y la seguridad de las
transacciones exige la indemnización del adquirente reivindicado; en nuestro caso, ese resarcimiento procede cuando el
automotor adquirido esté inscripto en el Registro de la Propiedad.
a) De carácter personal; en este caso el acreedor se satisface con que otra persona cuya solvencia le merece crédito,
afiance la obligación, de tal modo que ahora el acreedor tendrá dos deudores, aunque su confianza generalmente está
puesta en el fiador.
b) Pero suele ocurrir que, o bien el acreedor no se satisface con una garantía meramente personal o bien el deudor no
está en condiciones de ofrecer ningún garante al acreedor. Entonces la deuda se garantiza con una cosa: es la llamada
garantía real. Esta garantía real puede asumir distintas formas: 1) El deudor entrega al acreedor en plena propiedad una
cosa con el compromiso por parte de éste de restituirla una vez que el deudor haya pagado su deuda. Es la llamada
venta con pacto de retroventa; 2) Puede ocurrir también que el deudor no transfiera al acreedor la propiedad de la cosa,
sino simplemente su posesión, comprometiéndose a devolver la cosa cuando la deuda sea pagada. Es lo que ocurre con
la prenda y la anticresis. Esta modalidad de garantía admite variantes: o bien el acreedor tiene solamente la tenencia de
la cosa, pero no el derecho de uso, goce, disfrute y aprovechamiento; o bien tiene estos derechos y debe imputar los
frutos y productos percibidos para amortizar la deuda; 3) Finalmente, la garantía puede consistir, no en la adquisición
de la propiedad o de la posesión de la cosa, sino en el derecho de ejecutarla y hacerla vender en subasta pública, para
cobrarse su crédito con el producido de la venta. Fácil es advertir que esta última garantía corresponde a una cultura
jurídica más refinada: el acreedor no pone la mano sobre la casa pero, por medio de ciertos recursos que la ley le
reconoce, está en cierta forma en la condición de quien la tiene en su poder. Ésta es sustancialmente la idea a la que
responde la hipoteca. Veamos cómo se elaboró el concepto.
BREVE NOTICIA HISTÓRICA SOBRE LA HIPOTECA (ver nota 3).— Las distintas formas de garantías reales
que hemos trazado esquemáticamente en el número anterior, se ven reflejadas en la evolución que ellas tuvieron en
Roma. En el Derecho Romano primitivo se practicó la llamada fiducia cum creditore, que consistía en una efectiva
transmisión de la propiedad de la cosa con el compromiso por parte del comprador de restituirla al vendedor si le era
pagado el crédito asegurado.
En una segunda etapa nace el pignus, que consistía en la transferencia no ya de la propiedad sino simplemente de la
posesión de la cosa, que era devuelta cuando la deuda era satisfecha.
127
Derechos
La insuficiencia de estos medios de garantía se puso de manifiesto particularmente en las relaciones entre arrendador y
arrendatario. El problema consistía en garantizar al arrendador el pago del arriendo pactado; pero el arrendatario no
podía entregar, en garantía de ello, las únicas cosas que constituían su verdadera hacienda, es decir los instrumentos de
labranza (invecta et illata), porque entonces se veía privado precisamente de los instrumentos que le permitían hacer
producir a la propiedad. En el caso, coincidían el interés del propietario y del arrendatario en dejar esos instrumentos de
labranza en manos de éste. Pero era necesario arbitrar un medio que supusiera una garantía para el arrendador. Un
pretor llamado SALVIUS introdujo un interdicto que permitía al arrendador no pagado tomar posesión de los
instrumentos de labranza en el caso de que la deuda no fuera pagada a su debido tiempo. Pero el remedio era
insuficiente, porque el arrendador no tenía derecho de persecución, de tal manera que si el arrendatario se había
desprendido de los instrumentos de labranza, aquél perdía el derecho que le confería el interdicto Salviano (ver nota 4).
Entonces otro pretor llamado SERVIUS, introdujo una acción que le permitía al arrendador perseguir los instrumentos
de labranza de cualquier persona que los poseyera, creando así una preferencia con todos los caracteres esenciales de la
actual hipoteca.
Habiendo demostrado la experiencia la utilidad del procedimiento, la acción serviana fue extendida a otras hipótesis y,
finalmente, a toda clase de pignus por JULIANO, al redactar el Edicto Perpetuo, en tiempo de ADRIANO. Esta acción
es llamada actio quasi serviana o hypothecaria, con todos los caracteres de una acción reipersecutoria.
¿ES LA HIPOTECA UN DERECHO REAL? (ver nota 5).— Tradicionalmente se ha reputado a la hipoteca como
un derecho real. Esta concepción ha sufrido los embates de la doctrina moderna, que le ha negado tal carácter. Se
sostiene que desde el momento en que el acreedor hipotecario no adquiere la posesión de la cosa que permanece en
poder del deudor, no se da el elemento característico de los derechos reales, que es la relación directa e inmediata entre
el titular y la cosa. Y ni siquiera en caso de incumplimiento de la obligación, tiene el acreedor derecho a quedarse con
la cosa; su derecho se limita a hacerla vender y pagarse con el producido de su venta, lo que puede hacer con cualquier
otro bien del patrimonio del deudor.
Así, MARCADÉ ha sostenido que la hipoteca no es un derecho real sino un derecho creditorio que se ejerce contra un
inmueble (ver nota 6).
Con mayor rigor científico, CARNELUTTI niega también que la hipoteca tenga el carácter de un derecho real sobre el
inmueble; sostiene que se trata simplemente de un derecho que acuerda rango preferente en el momento de distribuirse
el producto de la expropiación forzada; es decir, no se trata de un derecho sustantivo, sino de un derecho subjetivo
procesal. Por ello, no debe hablarse de un derecho real de hipoteca sino de acción hipotecarla; la acción hipotecaria
sería tan sólo una acción ejecutiva pero considerablemente reforzada, ya que permite ejecutar el inmueble aun cuando
éste hubiere salido del patrimonio del deudor y además le confiere al acreedor un privilegio respecto de los otros
acreedores (ver nota 7).
Aunque atrayente a primera vista, la doctrina procesalista no termina convenciendo de que estemos en presencia
simplemente de una acción procesal y no de un verdadero derecho real. Es verdad que la hipoteca no confiere al
acreedor la posesión de la cosa, ni un derecho de goce de ella; pero también el propietario que arrienda la cosa, pierde
su posesión en sentido estricto, que significa la tenencia, goce y disfrute de una cosa, y no por eso deja de tener un
derecho real sobre ella. De lo que no puede dudarse, es de que el acreedor hipotecario tiene derechos que recaen sobre
la cosa misma. Ese derecho sobre la cosa se demuestra inequívocamente en la obligación que el art. 3157 Ver Texto
hace recaer sobre el propietario de abstenerse de cualquier acto de disposición material o jurídica que directamente
tenga por consecuencia disminuir el valor del inmueble hipotecado; de igual modo el art. 2999 Ver Texto dispone que
no pueden ser opuestas al acreedor hipotecario las servidumbres que el dueño del inmueble hubiese constituido sobre
ese bien. Ese derecho sobre la cosa se pone de manifiesto también en la circunstancia de que el acreedor puede
ejecutarla cualquiera que sea su actual propietario; en otras palabras, es indiferente quién sea el titular del dominio: la
cosa queda así bajo la manus del acreedor, cualesquiera sean las transmisiones de propiedad sobre ella. Y justamente
por esta razón, un inmueble hipotecado disminuye de manera sustancial su valor de venta, de tal manera que queda
afectada la libre disposición del bien en uno de sus elementos esenciales. Es verdad que el propietario conserva siempre
el derecho de enajenar el inmueble, pero se trata de un derecho cuyo significado económico ha disminuido
sustancialmente. Esto explica que en toda la economía de nuestro Código la hipoteca sea reputada un acto de
disposición; en la nota al art. 3755 Ver Texto se dice que es una manera de enajenación y el art. 3119 Ver Texto dice
que es necesario tener capacidad de enajenar bienes inmuebles para constituir hipoteca.
En suma, pensamos que no puede dudarse de que la hipoteca es un derecho real (ver nota 8). Aunque hay que
reconocer que se trata de un derecho real de naturaleza peculiar, desde el momento que no brinda ni la posesión ni el
128
Derechos
goce de la cosa. Es un derecho real de naturaleza refinada, en donde el poder o señorío sobre la cosa se ejerce, no a
través del contacto con ella, sino del juego de instituciones jurídicas que equivalen a que el acreedor la tenga en su
poder para cobrarse de ella. Que esto es así, se advierte claramente en la evolución histórica de las garantías reales en
Roma, donde se demuestra cómo se llegó a lo que podríamos llamar la espiritualización de ese derecho real sobre la
cosa que es la hipoteca.
DEFINICIÓN Y CARACTERES.— El art. 3108 Ver Texto define la hipoteca de la siguiente manera: es el derecho
real constituido en seguridad de un crédito en dinero sobre los bienes inmuebles que continúan en poder del deudor.
Esta definición ha sido tachada de insuficiente, porque no expresa todos los caracteres de la hipoteca y porque no
menciona que la hipoteca puede ser constituida por una persona distinta del deudor. Pero una definición es
simplemente un concepto general, y no es necesario que enuncie todos los caracteres de la institución, si éstos, de todas
maneras, surgen de otras disposiciones legales (ver nota 9). Y nos parece que el art. 3108 Ver Texto da una idea
bastante clara de lo que es la hipoteca en nuestro Código, si bien admitimos que el concepto podría precisarse de
manera algo más rigurosa. Vaya, como ejemplo, el art. 1707 del Anteproyecto de 1954 que define la hipoteca como el
derecho constituido en garantía de una deuda cierta en dinero, propia o ajena, sobre alguna cosa inmueble que continúa
en poder del constituyente.
De la definición del art. 3108 Ver Texto y de otras disposiciones del Código que en su momento estudiaremos, surgen
los siguientes caracteres de la hipoteca: a) es un derecho accesorio de un crédito en dinero; b) recae sobre inmuebles; c)
es solemne; d) es indivisible; e) es convencional; f) está sujeta a la regla de la especialidad. Nos ocuparemos de todos
estos caracteres en los números que siguen.
ACCESORIEDAD DE LA HIPOTECA
PRINCIPIO Y CONSECUENCIAS.— Según lo hemos dicho ya, la hipoteca es un derecho real constituido en
seguridad de un crédito en dinero (art. 3108 Ver Texto , C. Civil). De allí surge naturalmente que la hipoteca es
accesoria de la obligación personal contraída por el deudor. Las consecuencias que se desprenden de esta idea son las
siguientes:
a) La hipoteca sigue la suerte de la obligación principal: si ésta se extingue por pago o prescripción, se extingue
también la hipoteca; si la obligación principal se declara anulada, queda inválida la hipoteca. Sobre este punto hay que
distinguir la extinción del derecho real de hipoteca y la cancelación de su inscripción en el
Registro de la Propiedad. Es posible que la obligación principal se haya extinguido o anulado, y que, sin embargo, no
se haya procedido a cancelar la hipoteca en el Registro. La cancelación es nada más que el cumplimiento de una mera
formalidad; hasta que no se cumpla podrá traer algunos inconvenientes para la disponibilidad del bien, pero de
cualquier manera la hipoteca está ya extinguida. Por la misma razón de que la hipoteca sigue la suerte de la obligación
principal, la cesión del crédito al cual sirve de garantía significa la cesión de la hipoteca (art. 1458 Ver Texto ). Lo
mismo ocurre en caso de transmisión del crédito mortis causa (arts. 3417 Ver Texto y 3786 Ver Texto ).
b) Como consecuencia del mismo principio de la accesoriedad, se ha decidido que es competente para entender, en la
ejecución hipotecaria el juez que lo sea en la acción personal nacida del crédito que se ejecuta (ver nota 1). Por idéntica
razón, las ejecuciones hipotecarias son atraídas por los juicios universales, sean sucesorios (ver nota 2) o concursos
(ver nota 3).
Se ha sostenido que si bien es verdad que en el caso normal de ejecución hipotecaria, es competente el juez
correspondiente a la acción personal ejercida, en cambio no lo sería si se ejerce una pura acción real de hipoteca, como,
ocurre en el caso de que se ejecute a un tercer poseedor, quien no siendo deudor adquiere la cosa hipotecada y tiene que
soportar la ejecución precisamente por el carácter real del derecho que grava la cosa (ver nota 4). No es ese, sin
embargo, el sistema seguido por el Código Procesal. En el art. 599 Ver Texto se establece que si del informe del
Registro de la Propiedad resultare que el deudor transfirió el inmueble hipotecado, dictada la sentencia de remate
contra aquél se intimará al tercer poseedor para que dentro del plazo de cinco días pague la deuda o haga abandono del
inmueble, bajo apercibimiento de que la ejecución se seguirá también contra él. Esto significa que la ejecución contra
el tercer poseedor presupone siempre la previa ejecución del deudor primitivo y que en caso de no ser pagado éste, el
tercer poseedor es llamado a juicio en el mismo expediente y por consiguiente, por el mismo juez que intervino en la
acción seguida contra el deudor, es decir, el juez competente en las acciones personales.
En cambio, es indudable que la acción puramente hipotecaria que brinda el art. 3158 Ver Texto al acreedor para
impedir que el deudor disminuya el valor del inmueble hipotecado, es una acción real tendiente a resguardar la garantía
129
Derechos
hipotecaria y, por consiguiente, es competente el juez del lugar en donde está situado el inmueble (art. 5 Ver Texto ,
inc. 1º, C. Procesal) (ver nota 5).
CARÁCTER SOLEMNE
PRINCIPIO LEGAL.— Dispone el art. 3128 Ver Texto que la hipoteca sólo puede ser constituida por escritura
pública o por documentos que sirviendo de títulos al dominio o derecho real estén expedidos por autoridad competente
para darlos y deben hacer fe por sí mismos.
Estos requisitos formales tienen carácter solemne, de tal modo que su falta priva de todo efecto a la hipoteca (arts. 3115
Ver Texto y 3128 Ver Texto ). En consecuencia no sería válida una hipoteca constituida por instrumento privado
aunque fuere protocolizado (ver nota 1). Es necesario agregar que la hipoteca sólo queda perfeccionada como derecho
real cuando se la inscribe en el Registro de la Propiedad (art. 2505 Ver Texto ); hasta ese momento ella no produce
efectos contra terceros (arts. 2505 Ver Texto y 3135 Ver Texto ). Pero esta regla no es absoluta porque respecto del
escribano y los testigos que han intervenido en el otorgamiento de la escritura, la hipoteca produce todos los efectos de
tal aunque no se haya inscripto (art. 3135).
CONVENCIONALIDAD DE LA HIPOTECA
REGLA LEGAL.— El art. 3115 Ver Texto del Código Civil establece categóricamente el principio de que no hay,
otra hipoteca que la convencional. El codificador juzgó indispensable fijar en forma expresa el principio, dado que en
la legislación española vigente hasta entonces en nuestro país, se admitían los llamados peños legales y judiciales
(Partida 5ª, título 13, leyes 14, 23, 24, 26, 28 y 33). Las hipotecas legales surgían de la misma ley; así, por ejemplo, la
que pesaba sobre los bienes del marido para responder por los bienes dotales de su mujer; la que pesaba sobre los
guardadores de menores por los saldos de las cuentas de la administración, etc. Estas hipotecas generales que subsisten
todavía en algunos países, tienen gravísimos inconvenientes sobre todo porque son indeterminadas y ocultas, desde que
surgen por mera disposición legal y con independencia de su registro. Con buen criterio, VÉLEZ SARSFIFLD decidió
suprimirlas.
En cuanto a las llamadas hipotecas judiciales, no eran sino un gravamen que recaía sobre los inmuebles presentes y
futuros del deudor que había sido condenado judicialmente a cumplir su obligación.
En nuestro derecho este sistema está sustituido con ventaja por el embargo y las inhibiciones.
INDIVISIBILIDAD DE LA HIPOTECA
EL PRINCIPIO.— El art. 3112 Ver Texto sienta enfáticamente el principio de la indivisibilidad de la hipoteca.
Dispone que la hipoteca es indivisible; cada una de las cosas hipotecadas a una deuda y cada parte de ellas están
obligadas al pago de toda la deuda y de cada parte de ellas. Esto significa que mientras haya un saldo impago, la
hipoteca subsiste íntegra sobre la totalidad del inmueble.
El principio de indivisibilidad de la hipoteca se aplica aun al caso en que una hipoteca comprenda varios inmuebles. El
acreedor tiene en tal caso el derecho a perseguir todos los inmuebles simultáneamente o a hacer ejecutar uno sólo de
ellos, aun en el caso de que algunos de dichos inmuebles se encuentren actualmente en el dominio, de terceros
poseedores (arts. 3113 Ver Texto y 3114). En este punto, la ley 17711 ha introducido una interesante novedad. En su
texto primitivo el art. 3113 Ver Texto disponía que el acreedor cuya hipoteca se extiende a varios inmuebles tiene
derecho a elegir cualquiera de dichos inmuebles para ser pasados con su valor de la totalidad de su crédito aunque
sobre él se hubiesen constituido posteriormente otras hipotecas. Este texto fue reemplazado por el siguiente: el acreedor
cuya hipoteca comprenda varios inmuebles podrá a su elección perseguirlos a todos simultáneamente o sólo a uno de
ellos, aunque hubieren pertenecido o pasado al dominio de diferentes personas o existieren otras hipotecas. Ello no
obstante, el juez podrá, por causa fundada, fijar un orden para la venta de los bienes afectados.
130
Derechos
La nueva norma mantiene los principios consagrados por los arts. 3113 Ver Texto y 3114 en su redacción originaria,
pero introduce una importante salvedad: autoriza al juez a que, por causa fundada, fije un orden con independencia de
la voluntad del acreedor.
La solución es muy importante, porque a veces el acreedor, con evidente abuso, suele elegir el inmueble cuya ejecución
más perjuicios ocasione al deudor o a un tercero. Veamos algunas hipótesis: a) El acreedor elige, entre los distintos
inmuebles aquel en el cual el deudor tiene constituido su hogar, cuando sin inconveniente para él, puede elegir otros. El
caso es todavía más irritante si el deudor está separado, de su familia que vive en el inmueble ejecutado, pudiendo
haber incluso colusión entre el acreedor y el deudor para ejecutar precisamente ese bien; b) El acreedor elige entre;
varios inmuebles el que tiene una segunda hipoteca, con lo cual el segundo acreedor hipotecario se queda sin garantía
real; c) El inmueble ejecutado ha sido vendido posteriormente a un tercero; éste se verá privado de su propiedad
cuando el acreedor hipotecario podía haber elegido otro inmueble que permanece en poder del deudor.
De una manera general puede afirmarse el principio de que cuando la ejecución de alguno de los varios inmuebles
hipotecados puede ocasionar perjuicios innecesarios al deudor o a un tercero, el juez está autorizado a fijar el orden
para la venta de los bienes gravados. Es una norma moralizadora y una aplicación concreta de la teoría del abuso del
derecho, también acogida por la ley 17711 . Claro está que el acreedor puede aducir razones serias para seguir el orden
elegido por él; en ese caso el juez deberá reconocer el derecho de elección que le brinda el principio general sentado
por los arts. 1113 Ver Texto y 3114 Ver Texto , pues entonces no hay abuso en su conducta, aunque al deudor o a
terceros pudiera convenirles un orden distinto de venta.
Debe reconocerse personería para pedir al juez la fijación del orden en que deben hacerse las ventas no sólo al deudor
ejecutado, sino también a los terceros afectados por la ejecución.
Otra de las consecuencias de la indivisibilidad de la hipoteca es que la cancelación parcial de la deuda no da lugar a la
extinción parcial de la hipoteca (arts. 3112 Ver Texto y 3187 Ver Texto ).
El carácter indivisible de la hipoteca no afecta en lo más mínimo la divisibilidad del crédito al cual sirve de garantía,
porque la hipoteca es un simple accesorio. De allí surge que el codeudor propietario del inmueble hipotecado, si es
deudor simplemente mancomunado, está facultado para pagar su parte en la deuda y el acreedor no podría rehusar el
pago invocando la indivisibilidad de la hipoteca; de igual modo, cada uno de los coacreedores sólo tiene el derecho a
reclamar el pago de su parte en el crédito, sin que el deudor pueda rehusar el pago de ella (ver nota 1).
Se entiende que el principio de la indivisibilidad de la hipoteca, no excluye la posibilidad de que las partes convengan
expresamente que ella será divisible, ya que la indivisibilidad no hace a la esencia de la hipoteca sino a su perfección
como garantía del pago de la obligación principal. Pero si el mismo acreedor está de acuerdo en la división de la
hipoteca ningún inconveniente hay en que así se haga (ver nota 2).
LAS EXCEPCIONES.— El principio de la indivisibilidad refuerza de una manera notable la seguridad que importa la
hipoteca para el acreedor; pero a veces conduce a soluciones injustas con grave e innecesario perjuicio para el deudor.
En nuestra ley se admiten hoy dos excepciones muy importantes a este principio:
a) Venta en lotes.— En su redacción originaria el art. 3112 Ver Texto se limitaba a establecer el principio de la
indivisibilidad. En la práctica, su aplicación rigurosa conducía, a veces a resultados muy injustos. No obstante ser
evidente que la deuda podía ser atendida con la venta de sólo una parte del inmueble, el rigor del art. 3112 Ver Texto
impedía atender este razonable pedido del deudor. El inconveniente de la solución legal se puso de manifiesto de una
manera muy viva a raíz de la crisis de 1930 e indujo al legislador a dictar en 1933 la ley 17725 que dispuso se agregara
al art. 3112 Ver Texto del Código Civil el siguiente párrafo: sin embargo en la ejecución de bienes hipotecados, cuando
sea posible la división en lotes o si la garantía comprende bienes separados, los jueces podrán ordenar la enajenación en
lotes, y cancelación parcial de la hipoteca, siempre que de ello no se siga lesión al acreedor.
1) Primero que esa división sea posible. Obviamente la posibilidad no alude tan sólo a la material o física, sino que hay
que tener en cuenta si con ello no se perjudica sustancialmente el inmueble. Hacemos notar que la ley habla de lotes;
pero evidentemente también puede dividirse un inmueble en propiedad horizontal. De igual manera si la hipoteca
comprende varios inmuebles es evidente que se los puede vender separadamente (ver nota 3).
131
Derechos
2) Es necesario además que la división no produzca un perjuicio al acreedor como ocurriría si de ella resultara una
disminución eventual del precio a obtener, y hubiera peligro de que no se pudiera atender la totalidad del crédito; o si
las dificultades administrativas para la aprobación del plano amenazan prolongarse por largo tiempo (ver nota 4).
Supongamos ahora que el contrato de mutuo hipotecario contenga una cláusula según la cual la venta debe hacerse en
bloque ¿puede no obstante ello el juez disponer la venta en lotes? La jurisprudencia se inclina a considerar que el art.
3112 Ver Texto no es de orden público y que, por lo tanto, debe prevalecer el principio de la autonomía de la voluntad:
la venta pues, debe hacerse en bloque (ver nota 5). No compartimos ese criterio. Sabido es que en el mutuo hipotecario
el que impone las condiciones es casi siempre el prestamista; entre las numerosas cláusulas de protección de sus
intereses que ellos o los escribanos suelen introducir en las escrituras, está la de la venta en bloque, que los deudores
aceptan sin reparar muchas veces en su verdadero sentido. Si planteada la cuestión el juez aprecia que de la división no
se sigue perjuicio al acreedor (requisito indispensable para que proceda la venta en lotes) no podrá pretender el
acreedor hacer uso del derecho que le da la escritura hipotecaria sin incurrir en un verdadero abuso del derecho.
Hacemos notar que la jurisprudencia a que hemos aludido es anterior a la ley 17711 ; es dudoso que ella se pueda
mantener después de la reforma que esa ley introdujo al art. 1071 Ver Texto , C. Civil.
¿Quién tiene legitimación para pedir el fraccionamiento? Desde luego no cabe ninguna duda que la tiene el deudor.
Pero cabe preguntarse si la tiene también el propio acreedor hipotecario ejecutante. Podría ocurrir, en efecto, que la
venta en lotes fuera más conveniente porque permite alcanzar precios más elevados. En tal caso, es lógico concederle
también al deudor el derecho a pedir el fraccionamiento (ver nota 6). Inclusive parece razonable reconocerle igual
derecho al segundo acreedor hipotecario (ver nota 7), que puede tener interés en lograr un precio mayor que permita
atender también su crédito.
El pedido de división en lotes puede hacerse hasta el momento de quedar firme el auto que ordena la venta (ver nota 8).
La decisión de si procede o no la venta fraccionada, si ella ocasiona o no perjuicio al deudor, es cuestión que queda
librada a la prudente apreciación judicial (ver nota 9).
Si hay oposición por parte del acreedor a la venta fraccionada, la cuestión debe decidirse en incidente sumario, en el
que la prueba de peritos para apreciar la pertinencia y conveniencia de la venta en bloques es de particular importancia
(ver nota 10).
Hecha la venta en lotes, se ordenará la cancelación parcial de la hipoteca (art. 3112 Ver Texto , segundo párrafo)
cuando el resultado de la venta no haya cubierto el monto total del crédito.
b) Propiedad horizontal.— La ley 19724 sobre prehorizontalidad ha reconocido el derecho de los adquirentes de los
departamentos a obtener la cancelación parcial de la hipoteca al escriturar cada unidad (art. 23 Ver Texto ). A nuestro
juicio ese derecho no solamente lo tienen en el momento de escriturar, sino que también pueden hacerlo en el momento
de la ejecución de la hipoteca. Es la solución que surge claramente tanto del espíritu de la ley 19724 , como del mismo
art. 3112 Ver Texto , C. Civil.
Esta posibilidad de cancelar parcialmente la hipoteca tiene la mayor importancia desde el punto de vista de los
compradores, que de esta manera pueden liberar su departamento sin verse arrastrados a una subasta pública por la
insolvencia del constructor o por la falta de recursos de los restantes adquirentes.
ESPECIALIDAD DE LA HIPOTECA
EL PRINCIPIO; REMISIÓN.— Se entiende por principio de la especialidad el que exige que la hipoteca se
constituya sobre inmuebles determinados y por una suma de dinero también cierta y determinada. De este importante
principio que nuestro Código ha admitido expresamente, nos ocuparemos más adelante (nº 1171 y sig.).
Objeto de la hipoteca
COSAS QUE PUEDEN SER HIPOTECADAS
EL PRINCIPIO: SÓLO LOS INMUEBLES PUEDEN SER HIPOTECADOS.— Nuestro Código sienta
categóricamente el principio de que la hipoteca sólo puede ser constituida sobre bienes inmuebles (arts. 3108 Ver Texto
, 3109 y correlativos). Sin embargo, lo que verdaderamente tipifica el derecho de hipoteca y lo distingue de la prenda,
no es la naturaleza del objeto que sirve de garantía a la deuda en dinero, sino la circunstancia de que la cosa permanece
en poder del deudor.
132
Derechos
¿A qué obedece, pues, esta enfática afirmación contenida en nuestro Código —siguiendo a todos los de la época—
según la cual la hipoteca solamente se puede constituir sobre inmuebles? Se comprenderá mejor la razón de la
disposición legal haciendo una ligera referencia histórica.
En Roma, ya se ha dicho, la hipoteca se podía constituir tanto sobre bienes muebles como sobre bienes inmuebles; a tal
punto que el origen de la institución se encuentra precisamente en la hipoteca sobre los instrumentos de labranza del
arrendatario (Véase nº 1117). Este principio se incorporó a todas los países que acogieron el Derecho Romano; en
España, las Partidas establecieron el principio de que la hipoteca podía recaer tanto sobre bienes muebles como
inmuebles (Partida 5ª, tít. 13, ley 1ª). Ésta era la legislación vigente en nuestro país hasta la sanción del Código Civil.
Pero la aplicación de la hipoteca a las cosas muebles ofrecía graves inconvenientes. El deudor que retenía la cosa en su
poder podía destruirla, enajenarla, hacerla desaparecer. Dejar la cosa mueble que garantizaba una deuda en poder del
deudor, era extremadamente peligroso. No ocurre lo mismo con los inmuebles, cuya indestructibilidad y permanente
situación física, permiten dejar la cosa gravada en poder del deudor sin demasiados riesgos para el acreedor. Sorprende,
por consiguiente, que se tardara tantos siglos para llegar al principio de que sólo las cosas inmuebles podían
hipotecarse.
Las primeras manifestaciones de esta reacción deben verse en una institución del derecho germánico: la llamada nueva
satzung (siglo XIII), institución paralela de la hipoteca romana pero referida solamente a inmuebles (ver nota 1).
Con el aumento del tráfico comercial y la importancia de los derechos reales de garantía, se advirtieron claramente los
inconvenientes que tenía la hipoteca sobre bienes muebles; y así fue que a comienzos del siglo XIX el Código
Napoleón establece el principio de que las hipotecas solamente pueden constituirse sobre bienes inmuebles (art. 2118
Ver Texto ), principios que luego es incorporado a todos los códigos posteriores de la época.
Pero en el derecho moderno, la cuestión ha cambiado debido a dos factores fundamentales: a) ante todo, hay cosas
muebles que tienen no solamente en sí mismas un valor extraordinario, sino que son productoras de grandes ganancias.
Si la cosa se transfiere al acreedor (como lo requiere la prenda) el deudor deja de tener en su patrimonio el instrumento;
que le permite producir rentas y pagar la deuda; b) en segundo lugar, la importancia económica de ciertos muebles ha
hecho que se creen respecto de ellos registros similares a los de la propiedad inmueble, en los cuales deben inscribirse
todas las transferencias de dominio, los gravámenes, etc. Si a ello se agrega que el acreedor tiene en sus manos la
posibilidad de exigir del deudor la constitución de un seguro contra el riesgo de pérdida de la cosa, se comprenderá que
la situación en que se encuentra el acreedor con un derecho real de garantía sobre una cosa mueble registrable, es
prácticamente, idéntico al que tiene el acreedor sobre una cosa inmueble.
Ello explica que en el derecho moderno se esté operando un ―retorno a las fuentes‖: algunos códigos civiles permiten
expresamente la hipoteca mobiliario, bien entendido que limitada a las cosas muebles susceptibles de registro (Código
Civil italiano, art. 2810; portugués, art. 688; mexicano, art. 2893). En otros países la hipoteca sobre bienes muebles, no
admitida en el Código Civil está, sin embargo, aceptada en algunas leyes especiales. Es lo que ocurre en nuestro país
con los buques y las aeronaves. En estos casos, las leyes hablan sin rodeos de hipoteca mobiliario. Pero en otros casos,
cediendo a la tradición de que no es posible constituir hipotecas sobre cosas muebles, la ley ha preferido hablar de
prenda sin desplazamiento, lo que es un contrasentido porque lo que verdaderamente caracteriza la prenda es que la
cosa se entrega al acreedor. Más propio y más jurídico sería llamarlas hipotecas mobiliarias (ver nota 2).
Pero en verdad las hipótesis son muy distintas: en el caso de la avulsión y el aluvión, los aumentos se
producen o bien en forma paulatina e insensible o bien son de poco significado económico. En cambio, la
adquisición de un inmueble contiguo supone una fracción distinta del inmueble hipotecado, por más que el
propietario los haya unido materialmente.
133
Derechos
TESOROS.— El tesoro hallado en un inmueble hipotecado no está comprendido en la hipoteca (art. 2566
Ver Texto ). La ley no lo considera accesorio del inmueble, sino una cosa separada y distinta de él.
Constitución de la hipoteca
CONDICIONES DE FONDO
ENUMERACIÓN.— Las condiciones de fondo exigidas para la constitución de una hipoteca son las siguientes: 1)
Que el constituyente sea propietario del inmueble gravado; 2) Que tenga capacidad de enajenar sus bienes; 3) Que
tratándose de bienes gananciales o de inmuebles, en los que está constituido el hogar conyugal, el cónyuge preste su
asentimiento; 4) Que se respete el principio de la especialidad.
Este problema de la hipoteca constituida sobre bienes ajenos, tiene un interés puramente teórico, salvo los casos de
propiedad simulada o aparente; porque debiendo otorgarse la hipoteca por escritura pública y siendo indispensable
como requisito previo a su otorgamiento el respectivo informe del Registro de la Propiedad, el escribano no otorgará la
escritura si el inmueble no aparece inscripto a nombre del constituyente.
Por ello, el problema solamente tiene interés en el caso de que el bien figurase inscripto a nombre de quien no es el
verdadero dueño. Pero precisamente en estos casos de propiedad aparente es donde el principio deviene inaplicable.
Siempre que los bienes estén inscriptos a nombre del constituyente, la escritura será válida respecto del acreedor de
buena fe, sea que se trate de un heredero aparente (ver nota 1) sea que: se trate de quien ostenta el carácter de
propietario en virtud de un acto simulado (ver nota 2). Y no podría ser de otro modo, pues de lo contrario se
perjudicaría la seriedad y seguridad de los negocios jurídicos y se burlaría la buena fe de los terceros que han
contratado confiados en el título que exhibe el hipotecante.
El art. 3127 Ver Texto agrega que la nulidad de la hipoteca constituida sobre bienes ajenos, puede ser alegada no sólo
por el propietario del inmueble sino aun por aquellos a quienes el constituyente hubiese vendido el inmueble después
de ser dueño de él y aun por el mismo constituyente, a menos que hubiese obrado de mala fe. Por las razones dadas
hasta aquí, nos parece una disposición sin aplicación práctica, pues, ya lo dijimos, la hipoteca no puede ser constituida
por nadie que no sea el propietario, salvo que se trate de una propiedad aparente, en cuyo caso la hipoteca es válida, a
menos que el acreedor hipotecario sea de mala fe, es, decir, a menos que él sepa que el hipotecante no es el dueño. Pero
este supuesto es casi inconcebible: quien tiene dinero se asegura la mejor garantía posible y no daría un préstamo, a
quien sabe que no es el propietario, con lo que correría un riesgo completamente inútil.
Los arts. 3126 Ver Texto y 3127, repetimos, carecen de toda relevancia práctica. Se explica porque cuando el Código
entró en vigencia, no existían los Registros de la Propiedad; y entonces podía darse el caso de que se hipotecase una
propiedad ajena. Después de la organización de los Registros, quien tiene inscripta la propiedad a su nombre es
propietario real o aparente. En ambos casos los aludidos artículos son inaplicables.
PROPIEDAD SUJETA A CONDICIÓN, RESCISIÓN O RESOLUCIÓN.— Dispone el art. 3125 Ver Texto que el
que no tiene sobre un inmueble más que un derecho sujeto a una condición, rescisión o resolución, no puede constituir
hipotecas sino sometidas a las mismas condiciones, aunque así no se exprese. La expresión condición, rescisión o
resolución es confusa. Obviamente, cuando la ley habla de condición no puede referirse sino a la resolutoria, de modo
que hubiera bastado con hablar de resolución. Seguramente el propósito del codificador fue aludir a toda resolución,
resultara ella de una condición puesta por las partes en sus contratos, o de una disposición de la ley. En estos casos, la
solución legal es clara: es posible constituir una hipoteca por un propietario sobre cuyo derecho se cierne el peligro de
una resolución; pero en ese caso, la hipoteca está también sujeta a resolución, aunque nada diga de ella el contrato de
mutuo.
Si el significado de lo dispuesto por el art. 3125 Ver Texto en materia de resolución es claro, no tanto resulta la
referencia a la rescisión. En su acepción propia, rescisión es el acuerdo, de las partes que resuelven dejar sin efecto el
contrato que las liga. En otras palabras, es el disenso o sea, el acuerdo por el cual las partes se desvinculan de un
134
Derechos
contrato. En materia de transmisión del dominio, no puede hablarse de disenso propiamente dicho. Si quien ha vendido
a otra persona un inmueble transfiriéndole la propiedad, decide luego de común acuerdo con el comprador dejar sin
efecto la operación y recupera el dominio, no hay rescisión del contrato de venta, sino un acto nuevo por el cual se
opera una retransmisión del dominio. Si en el tiempo en que el comprador fue propietario y tuvo el dominio inscripto a
su nombre hipoteca el inmueble, obvio es que esa hipoteca no caduca por la circunstancia de que le retransmita la
propiedad del inmueble a quien se lo vendió. La hipoteca mantiene todo su vigor.
¿Cómo se explica entonces esta referencia a la rescisión? Lo que ocurre es que el codificador ha utilizado esta palabra
con gran imprecisión técnica, aludiendo a veces a la rescisión propiamente dicha, otras a la resolución, otras, en fin, a
la revocación. Puesto que en este caso no ha podido aludir a la rescisión propiamente dicha (como lo hemos
demostrado), ni a la resolución (porque ello sería absurdamente reiterativo) es preciso concluir que ha aludido a la
revocación. Pero hay que admitir que esta solución es francamente mala. Supuesto que la donación de un inmueble sea
revocada por ingratitud del donatario, es muy injusto que se anule la hipoteca constituida por éste.
Por su parte el art. 3117 Ver Texto agrega que el que hubiese enajenado un inmueble bajo una condición resolutoria o
bajo un pacto comisorio expreso o tácito no puede hipotecarlo antes del cumplimiento de la condición resolutoria. La
razón es muy simple: hasta el cumplimiento de la condición resolutoria, el enajenante queda privado de su derecho de
propiedad y, por lo tanto, no puede constituir la hipoteca. De igual modo el adquirente de un inmueble bajo condición
suspensiva, no puede constituir hipoteca sobre él, ya que hasta el cumplimiento de la condición y la tradición no habrá
adquirido sobre el inmueble ningún derecho real (ver nota 3).
Capacidad
PRINCIPIO LEGAL; PERSONAS INCAPACES.— Para constituir la hipoteca es necesario tener capacidad para
enajenar bienes inmuebles (art. 3119 Ver Texto ). De este principio se desprende que son incapaces las siguientes
personas:
a) Los menores de edad no emancipados; salvo el caso de los menores con más de 18 años que hubiesen adquirido
bienes inmuebles con el producto de su trabajo personal, quienes tienen sobre estos bienes facultades de libre
disposición y pueden, por consiguiente, hipotecarlos (art. 128 Ver Texto ).
b) Los menores emancipados, sólo en relación a los bienes que hubiesen recibido a título gratuito; respecto de lo demás
tienen facultades de libre disposición (art. 135 Ver Texto ). Y aun respecto de los adquiridos a título gratuito, pueden
hipotecarlos si mediare autorización judicial o la del otro cónyuge, si fuera mayor de edad (art. 135 Ver Texto ).
c) Los dementes, sean o no declarados tales en juicio, salvo los derechos de los acreedores hipotecarios de buena fe
(art. 473 Ver Texto ).
d) Los sordomudos que no saben darse a entender por escrito (arts. 54 Ver Texto , inc. 4 y 153 Ver Texto ).
e) Los condenados a pena de reclusión o prisión de más de tres años (art. 12 Ver Texto , C. Penal).
Naturalmente que los representantes legales de los incapaces pueden gravar sus bienes con hipoteca bajo las
condiciones que la ley determina (arts. 56 Ver Texto , 297 Ver Texto , 435 Ver Texto y 443 Ver Texto , inc. 13), vale
decir, con autorización judicial.
En cuanto a los comerciantes fallidos y concursados civiles, la hipoteca constituida por ellos después del
desapoderamiento de sus bienes es inoponible a los acreedores; pero si desinteresados éstos y levantado el concurso o
quiebra, el inmueble permaneciese en el patrimonio del deudor, la hipoteca tiene plena validez.
Pero el asentimiento del cónyuge no es necesario si la hipoteca se constituye en el momento de adquirir un inmueble,
como garantía del pago del saldo de precio (véase Tratado de Familia, 8ª ed., t. 1, nº 392).
135
Derechos
BIENES PROPIOS.— Los bienes propios pueden ser hipotecados libremente por el cónyuge propietario, salvo que se
trate del inmueble en que se encuentra ubicado el hogar conyugal y existan hijos menores de edad (art. 1277 Ver Texto
). En este caso excepcional, aun tratándose de bienes propios, es necesario el asentimiento del cónyuge.
Con respecto al inmueble, el principio es reiterado en los arts. 3131 Ver Texto y 3132. El primero establece que el acto
constitutivo de la hipoteca debe contener: ... 3) la situación de la finca y sus linderos y si fuera rural, el distrito a que
pertenece; y si fuera urbana, la ciudad o villa y la calle en que se encuentre; y el segundo agrega que una designación
colectiva de los inmuebles que el deudor hipoteque como existentes en un lugar o ciudad determinada, no es bastante
para dar a la constitución de la hipoteca la condición esencial de la especialidad del inmueble gravado. La escritura
hipotecaria debe designar separada e individualmente cada inmueble.
Con respecto al crédito, hemos visto ya que el art. 3109 Ver Texto establece que no se pueden constituir hipotecas sino
por una suma de dinero también cierta y determinada. El principio es ratificado por el art. 3131 Ver Texto que enumera
entre las enunciaciones que debe contener el acto constitutivo de la hipoteca la cantidad cierta de la deuda; y
finalmente, respecto de los intereses, el art. 3152 Ver Texto establece que la hipoteca garantiza tanto el principal del
crédito como los intereses que corren desde su constitución, si estuvieran determinados en la obligación. Al constituirse
la hipoteca por un crédito anterior, los intereses atrasados si los hubiere, deben liquidarse y designarse en suma cierta.
La indicación de que la hipoteca comprende los intereses atrasados sin designación de su importancia es sin efecto
alguno. Como puede apreciarse, el principio de la especialidad no solamente se refiere al capital en sí mismo, sino
también a los intereses.
Este principio de la especialidad, destinado, por una parte, a evitar las hipotecas ocultas y, por la otra, a hacer precisos
los derechos de las partes y de terceros respecto de los bienes afectados, no es sin embargo riguroso. Con respecto al
inmueble gravado, su precisa determinación es condición inexcusable de la hipoteca; pero ya sabemos que la hipoteca
se extiende a todos los accesorios, mientras estén unidos al principal; y que las mejoras sobrevinientes al inmueble,
también quedan comprendidas en la hipoteca (art. 3110 Ver Texto ). Esto significa que si los accesorios se separan por
el propietario, dejan de integrar la garantía, que, por consiguiente, se ve disminuida, en tanto que se ve aumentada con
las mejoras sobrevinientes.
Con respecto al crédito, el art. 3109 Ver Texto admite inclusive los créditos condicionales o eventuales y aun los
indeterminados en su valor o que tengan por objeto prestaciones en especie, (no ya en dinero) u obligaciones de hacer o
no hacer, siempre que en el acto constitutivo se declare el valor estimativo de dicha obligación. De donde resulta que es
perfectamente posible constituir una hipoteca en garantía del pago de una obligación en especie o indeterminada o de
hacer o no hacer, siempre que se haya estimado su valor en dinero al constituirse la hipoteca.
Supongamos ahora que quien ha garantizado con hipoteca el cumplimiento de una obligación indeterminada, o de
especie o de hacer o no hacer, haya incurrido en incumplimiento. ¿Podría el acreedor exigir directamente y
ejecutivamente el pago de la suma estimada como valor del crédito asegurado con la hipoteca? Si hay confesión del
incumplimiento, no cabe duda de que la ejecución por la cantidad estimada es procedente; de lo contrario, la ejecución
no procede, porque para ello se necesita la existencia de una deuda líquida y exigible (art. 523 Ver Texto , inc. 3, C.
Procesal) y mientras esté en discusión si ha habido o no cumplimiento, si ese cumplimiento ha sido parcial o no, no hay
título ejecutivo; deberá seguirse el juicio ordinario, y determinar allí el monto de la deuda. El bien hipotecado será
ejecutado por dicho monto, siempre que no exceda la estimación en el acto constitutivo. Si la excede, por el saldo el
acreedor hipotecario tiene carácter simplemente quirografario (ver nota 2).
136
Derechos
pero sí las presentaban en los préstamos con garantía hipotecaria, porque parecían contrariar el principio de la
especialidad de la hipoteca, según el cual la suma debida debía ser cierta y determinada (art. 3109 Ver Texto ). El
problema de la validez o nulidad de las hipotecas constituidas con cláusulas indexatorias dio lugar a una larga
controversia doctrinaria y jurisprudencia (ver nota 3), a la cual puso fin la ley 21309 , sancionada en 1976, que
convalidó las hipotecas así constituidas. Y aunque la ley no lo decía expresamente, la jurisprudencia convalidó también
las hipotecas constituidas en moneda extranjera (ver nota 4).
Ahora bien: la ley 23928 , llamada de convertibilidad del austral, que entró en vigencia el 1/4/1991, estableció
rígidamente el principio nominalista y dispuso que el deudor de una suma de dinero cumple su obligación dando el día
de su vencimiento la cantidad nominalmente expresada; en ningún caso se admitirá la actualización monetaria,
indexación por precios, variación de costos o repotenciación de deudas, cualquiera fuere su causa, haya o no mora del
deudor (art. 7 Ver Texto ). Quedó así derogada la ley 21309 en cuanto permitía cláusulas indexatorias en las hipotecas;
pero, en cambio, se sancionó expresamente la posibilidad de hacer préstamos en moneda extranjera (art. 619, nueva
redacción); y el decreto 628/1991 del 12/4/1991 estableció que se registrará el documento que constituya derecho real
de hipoteca y que consigne su valor en moneda nacional o en moneda extranjera, sin necesidad en este último caso, de
que se haga constar la conversión correspondiente en moneda nacional (art. 125, nueva redacción del decreto 2080/80).
Haciendo aplicación de estas disposiciones, el Registro de la Propiedad Inmueble de la Capital Federal, dictó una
resolución conforme con la cual serán objeto de toma de razón a partir del 19 de abril de 1991 las hipotecas
constituidas en garantía de un crédito en moneda extranjera, no exigiéndose su estimación en moneda argentina (art. 1);
y a la inversa, se dispuso que no serán objeto de toma de razón las cláusulas de ajuste pactadas en las constituciones
hipotecarias, sea cual fuere la forma adoptada en los documentos autorizados a partir del 1/4/1991 (art. 4 de la
resolución del 16 de abril de 1991).
Pero si no se permiten cláusulas de reajuste de la deuda originaria, nada impide que se pacten intereses, más aún, el art.
3152 Ver Texto los convalida expresamente. Todavía más: el nuevo art. 623 Ver Texto (ref. por ley 23928 ) permite la
capitalización periódica de los intereses si así se hubiera pactado expresamente. Pero la disposición citada contiene una
importante limitación: son válidos los convenios de capitalización de lntereses en tanto se basen en la evolución
periódica de la tasa de interés de plaza. Es una disposición destinada a poner un coto a la usura.
De igual modo, nada se opone a que en el contrato de constitución de hipoteca se fije un interés variable, por ejemplo,
en un préstamo hipotecario a un año, se puede fijar una tasa de interés de 6% para los seis primeros meses y 8% para
los últimos seis.
Pero los jueces no deben perder el control del monto de los intereses pactados y deben limitarlos prudentemente cuando
ellos resulten usurarios. En este sentido, las XIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil celebradas en Buenos Aires en
1991 declararon que a partir de la sanción de la ley 23928 se pueden establecer en las hipotecas intereses a tasa variable
y capitalizable, con los límites que la jurisprudencia tradicionalmente impuso a las tasas usurarias.
CONDICIONES DE FORMA
La escritura
ESCRITURA PÚBLICA.— La hipoteca sólo puede ser constituida por escritura pública (art. 3128 Ver Texto ). El
Código habla también de la constitución por documentos que sirviendo de títulos al dominio o derecho real estén
137
Derechos
expedidos por autoridad competente para darlos y que deban hacer fe por sí mismos (art. citado); pero esta disposición
tenía sentido solamente hasta la sanción de la ley reglamentaria de la Escribanía General de Gobierno (Ley 9078 , de
1913), porque muchos actos jurídicos que interesaban al Estado se otorgaban por simples resoluciones dictadas en los
expedientes administrativos. Como hoy todos estos actos se otorgan por la Escribanía General de Gobierno en el orden
nacional y las Escribanías de Gobierno de las Provincias, esta disposición ha perdido interés práctico (ver nota 1).
Cabe preguntarse qué ocurre si la hipoteca ha sido constituida por instrumento privado. ¿Vale como promesa de
hipoteca que permite al acreedor exigir el otorgamiento de la escritura pública y el ulterior registro?
La cuestión está discutida (ver nota 2); por nuestra parte, pensamos que la promesa de hipoteca es plenamente válida
entre las partes, vale decir, permite exigir del deudor el otorgamiento de la correspondiente escritura pública. Ninguna
disposición legal otorga a la escritura pública el carácter de formalidad ad solemnitatem; y, por consiguiente, debe
privar el principio de libertad de las convenciones, en tanto ellas no sean contrarias al orden público. Va de suyo, que la
promesa de hipoteca no tiene efecto alguno respecto de terceros, mientras no se haya otorgado la correspondiente
escritura y se la haya inscripto en el Registro.
ACEPTACIÓN POR EL ACREEDOR.— La constitución de la hipoteca debe ser aceptada por el acreedor (art. 3130
Ver Texto ). Esto resulta del carácter convencional de la hipoteca: puesto que la convención es un requisito esencial
para la existencia de ella, no se concebiría su constitución sin la aceptación del acreedor.
Sin embargo el art. 3130 Ver Texto , en su segunda parte, dispone que cuando ha sido establecida por una escritura
pública en que el acreedor no figure, podrá ser aceptada ulteriormente con efecto retroactivo al día mismo de su
constitución. Esto significa que no es indispensable que el acuerdo de voluntades se exprese en un mismo acto. Puede
serlo por actos separados, pero de todas maneras el acuerdo debe existir porque sin él no hay hipoteca.
Cabe preguntarse si es posible registrar una hipoteca constituida por el deudor cuando todavía no hay aceptación por el
acreedor. Por nuestra parte, pensamos que el Registro, debe rechazar el pedido de inscripción (ver nota 3), por la muy
simple razón de que no es posible registrar una hipoteca que todavía no tiene existencia legal desde que le falta un
requisito esencial como es el convenio de las partes. Resulta así claro que el efecto retroactivo dispuesto por el art.
3130 Ver Texto no puede perjudicar ni tener efectos respecto de terceros (ver nota 4), con lo cual lo dispuesto por esta
norma no tiene aplicación posible.
La aceptación por acto ulterior debe ser hecha en escritura pública. Si el art. 3130 Ver Texto exige esta formalidad para
la constitución de la hipoteca, como ésta sólo queda constituida por el acuerdo de partes, tanto el consentimiento del
deudor como el del acreedor deben ser hechos con las formalidades exigidas por la ley (ver nota 5).
ENUNCIACIONES QUE DEBE CONTENER LA ESCRITURA.— La escritura hipotecaria debe, ante todo, llenar
los requisitos que son generales a toda escritura, conforme con lo dispuesto en los arts. 997 Ver Texto y siguientes.
Pero la ley ha establecido algunos requisitos propios de la escritura hipotecaria. En este sentido el art. 3131 Ver Texto
dispone: El acto constitutivo de la hipoteca debe contener: 1) el nombre, apellido y domicilio del deudor y las mismas
designaciones relativas al acreedor, los de las personas jurídicas por su denominación legal y el lugar de su
establecimiento; 2) la fecha y la naturaleza del contrato a que accede y el archivo en que se encuentra; 3) la situación de
la finca y sus linderos, y si fuere rural, el distrito a que pertenece; y si fuere urbana, la ciudad o villa y la calle en que se
encuentre; 4) la cantidad cierta de la deuda.
El artículo siguiente agrega: una designación colectiva de los inmuebles que el deudor hipoteque como existentes en un
lugar o ciudad determinada, no es bastante para dar a la constitución de la hipoteca la condición esencial de la
especialidad del inmueble gravado. La escritura hipotecaria debe designar separada e individualmente la naturaleza del
inmueble.
Éstas son pues las enunciaciones esenciales de la escritura hipotecaria, vinculadas unas con la determinación precisa de
las partes intervinientes y su domicilio, otras con la individualización del contrato a que acceden y, las dos últimas, con
el principio de la especialidad.
Estas disposiciones formales deben ser interpretadas con una cierta laxitud. El mismo Código dice que la constitución
de la hipoteca no se anulará por falta de algunas de las designaciones prevenidas siempre que se pueda venir en
conocimiento positivo de la designación que falte (art. 3133 Ver Texto ). Corresponde a los Tribunales decidir el caso
por la apreciación del conjunto de las enunciaciones del acto constitutivo de la hipoteca. Así, por ejemplo, podría
138
Derechos
ocurrir que no se hubiese determinado con precisión los linderos de la finca pero que, sin embargo, bastara en el caso
con la enunciación de su ubicación
Registro de la hipoteca
SISTEMA DEL CÓDIGO CIVIL.— Si bien el codificador en la nota final al título de la hipoteca se manifestó
contrario a implantar el registro como sistema general de publicidad de los derechos reales, en cambio, lo admitió para
la hipoteca. Esto se explica porque VÉLEZ SARSFIELD juzgaba que la tradición era una publicidad suficiente de la
transmisión de los derechos reales; pero la tradición no se opera en la hipoteca, que si no se registra, permanece como
un acto oculto entre propietario y acreedor. Si se quería proteger a los terceros contra eventuales maniobras del
propietario, era inevitable crear el registro de hipotecas y, efectivamente, así lo hizo VÉLEZ SARSFIELD en los arts.
3134 Ver Texto y siguientes.
El sistema de registro establecido en el Código Civil, ha sufrido luego el impacto de la ley 17801 , que ha ratificado
algunas de sus disposiciones y modificado otras; también la ley 20089 ha modificado los arts. 3137 Ver Texto y 3149
Ver Texto .
El art. 3139 Ver Texto dispone que la inscripción o toma de razón, debe contener los siguientes datos mínimos: a)
fecha del instrumento hipotecario, es decir, de la escritura pública; b) el escribano ante quien se ha otorgado; c) los
nombres de los otorgantes, su vecindad; d) la calidad de la obligación o contrato; con estas palabras un tanto impropias,
el codificador ha querido referirse a los datos esenciales de la operación que da lugar al otorgamiento de la garantía
hipotecaria, incluyendo su monto (ver nota 1); e) los bienes raíces gravados, con expresión de sus nombres, situaciones
y linderos. Es necesario agregar respecto de este último requisito, que conforme con el sistema de la ley 17801 todos
estos datos de identificación del inmueble están ya contenidos en el folio real en el que se anota la hipoteca.
A su vez el art. 3144 Ver Texto dispone que la toma de razón de las hipotecas debe hacerse en los registros
sucesivamente, sin dejar blancos, en que se pudiese anotar otro registro. Esta disposición coincide con el art. 14 Ver
Texto de la ley 17801 y tiene por objeto evitar intercalaciones fraudulentas.
El art. 3145 Ver Texto dispone que tomada razón de la hipoteca debe anotarse el acto en la escritura de la obligación
por el oficial encargado del oficio de hipotecas, bajo su firma, expresando el día en que lo ha hecho y el folio de su
libro donde se ha tomado razón de la hipoteca. Concuerda con esta disposición el art. 28 Ver Texto de la ley 17801,
que además exige que se exprese en la nota que debe poner el registrador en el documento, el número de orden de la
registración practicada.
PRIORIDAD Y RESERVA DE RANGO (ver nota 3).— En materia hipotecaria el principio esencial es que quien
inscribe primero su hipoteca, tiene prioridad sobre los posteriores. Para decirlo con más rigor, la prioridad entre dos o
más inscripciones se establece por la fecha de la escritura y el número de orden de presentación en el Registro (art. 19
Ver Texto , ley 17801). Ha quedado derogado tácitamente el art. 3934 Ver Texto in fine, que disponía que las hipotecas
inscriptas el mismo día concurrían a prorrata.
Ahora bien: la ley 17711 agregó al art. 3135 Ver Texto el siguiente párrafo, que constituye una importante novedad: al
constituir la hipoteca, el propietario puede, con consentimiento, del acreedor, reservarse el derecho de constituir
ulteriormente otra de grado preferente, expresando el monto a que ésta podrá alcanzar.
La nueva norma, si bien mantiene el principio de la prioridad fundada en la registración, permite lo que se llama la
reserva de rango. Es una institución de gran significado práctico, pues permite mejorar las posibilidades crediticias del
dueño del inmueble. Es particularmente importante para obtener crédito de instituciones oficiales que no lo dan sino en
primera hipoteca. Pero los trámites para obtenerlo suelen ser largos y, entre tanto, las necesidades financieras del
propietario pueden adquirir urgencia. Recurre entonces al crédito particular, reservando el primer rango para la
hipoteca de la institución oficial que ofrece siempre condiciones más ventajosas.
Para la reserva del rango es necesario: a) el consentimiento del acreedor; b) la determinación del monto a que pueda
alcanzar la hipoteca posterior que vendría a tener preferencias. Esta segunda condición que la ley impone en protección
del primer acreedor que admite la reserva del rango, no puede a nuestro juicio omitirse ni aun con consentimiento del
acreedor. Es una disposición tendiente a evitar que las personas de buena fe, puedan ser víctimas de engaños que en
definitiva frustren sus derechos.
139
Derechos
¿Qué debe entenderse por monto que podrá alcanzar la hipoteca ulterior? ¿La cantidad fijada se refiere sólo al capital o
debe comprender también los intereses? No dudamos de que la última es la solución correcta (ver nota 4). De lo que se
trata es de fijar una cantidad hasta la cual el primer acreedor cede su prioridad. De lo contrario, sería fácil burlar sus
derechos dejando acumular los intereses moratorias y aun los punitorios, con lo que se excedería sustancialmente la
cantidad prevista.
En otras palabras: la cantidad fijada para la preferencia de una hipoteca ulterior no puede ser excedida por el conjunto
de capital e intereses. En lo que la excedan, el exceso ocupará un rango posterior al acreedor que cedió su rango.
La ley dice que al constituir la primera hipoteca puede hacerse la reserva de constituir otra hipoteca de grado
preferente. Cabe preguntarse si es un requisito ineludible hacerlo en ese momento o si el acreedor hipotecario podría
dar su consentimiento por un acto posterior. No parece discutible que debe tenerse por válido el consentimiento del
acreedor hipotecario cualquiera sea el momento en que lo preste (ver nota 5). Al referirse al momento de la
constitución la ley ha previsto la hipótesis normal, pues será difícil que el acreedor hipotecario acepte después de tener
inscripta la hipoteca y asegurado su primer rango, que la ceda a otro acreedor. Difícil pero no imposible, porque podría
obtenerse su consentimiento sobre la base de un aumento de la tasa de interés u otras ventajas. Sobre todo si el
inmueble cubre holgadamente ambas hipotecas.
La circunstancia de que la ley hable de la hipótesis normal del consentimiento prestado al constituirse la hipoteca, no
puede convertir esta disposición en una formalidad sine qua non. Las formalidades establecidas por la ley también
tienen su fin, y si éste se satisface, la formalidad debe considerarse cumplida, aunque no se ajuste de modo perfecto a la
literalidad del texto legal. Lo que la ley quiere es que el acreedor hipotecario que registró primero su hipoteca, no
pueda ser postergado por otros sin su consentimiento. Pero logrado éste, es indiferente que se preste al constituir la
hipoteca o con posterioridad.
La reserva de rango afecta al derecho real hipotecario y, por tanto, debe ser inscripta en el Registro Inmobiliario para su
oposición a terceros (ver nota 6).
¿Hasta qué momento puede hacer uso el propietario del derecho que se ha reservado? Pensamos que su derecho sólo
caduca cuando el inmueble ha sido embargado, sea por terceros acreedores (ver nota 7), sea por el acreedor hipotecario
que consintió la reserva, pero que ante el incumplimiento del deudor ejecuta su crédito. No basta, desde luego, la
notificación de la demanda ejecutiva (ver nota 8), porque dicha demanda puede ser ignorada por el tercero con quien el
deudor contrata un préstamo, atribuyéndole el primer rango que se había reservado.
Y no sería justo privarle de ese rango en virtud de un incumplimiento y una demanda ejecutiva que no tenía modo de
conocer.
Supongamos ahora que el deudor ha constituido una segunda hipoteca, utilizando el rango reservado. Luego levanta
esta hipoteca. ¿Puede volver a utilizar la reserva para una nueva hipoteca? La cuestión está discutida. Algunos autores
opinan que utilizada la reserva, no puede el acreedor conferir el rango preferente a una tercera hipoteca sin el nuevo
consentimiento del acreedor que había autorizado la reserva originariamente. En otras palabras, utilizada la reserva,
caducaría el derecho del deudor a ubicar en rango preferente a un nuevo acreedor (ver nota 9). No compartimos esta
opinión.
Cuando un acreedor hipotecario autoriza a su deudor a que hipoteque nuevamente el bien con preferencia a su propia
crédito y hasta un monto determinado, no le interesa cuántas veces utiliza de ese derecho el deudor. Su único interés
legítimo es que no se exceda el monto autorizado. Pensamos pues, que extinguida la hipoteca que ocupó el rango
reservado, el deudor puede constituir una nueva confiriéndole esa preferencia (ver nota 10).
Supongamos que, conforme.con el art. 3135 Ver Texto , el propietario se haya reservado la facultad de constituir otra
hipoteca de grado preferente. ¿Significa esto que su derecho está limitado a una sola hipoteca o puede constituir varias
mientras no se exceda el límite del monto establecido? El más elemental buen sentido indica que mientras respete el
monto fijado, al acreedor que concedió la reserva le es indiferente que ese monto sea cubierto por una o varias
hipotecas. El hecho de que el art. 3135 Ver Texto hable de otra hipoteca, en singular, no da pie suficiente para sostener
una interpretación restrictiva que carecería de sustento lógico (ver nota 11). Pensamos que aunque en la escritura
hipotecaria en la que se hace reserva del rango, se estipule de manera taxativa e inequívoca que sólo podrá contratarse
una única hipoteca de grado preferente, la oposición del primer acreedor a que se grave el inmueble con más de una
hipoteca debe desestimarse como abusiva, mientras no se exceda el límite convenido.
140
Derechos
PUBLICIDAD.— EL art. 3146 Ver Texto establecía que el oficial encargado de las hipotecas no debía dar sino por
orden del juez, certificado de las hipotecas registradas o de que determinado inmueble está libre de gravamen. Era una
disposición inconveniente, porque si el objeto de los Registros es precisamente la publicidad y la defensa de los
intereses de terceros, parece indudable que debe reconocerse a cualquier interesado el derecho de conocer cuál es el
estado del inmueble. En consonancia con estas ideas, el art. 21 Ver Texto , ley 17801 ha establecido que el registro es
público para el que tenga interés legítimo en averiguar el estado jurídico de los bienes, documentos, limitaciones e
interdicciones inscriptas. Esta disposición ha venido a derogar tácitamente el art. 3146 Ver Texto .
RENOVACIÓN DE LA HIPOTECA.— Lo normal es que la renovación de la inscripción sea hecha a pedido del
acreedor hipotecario, que es quien tiene interés en ella, aunque se ha admitido que puede pedirla también toda persona
que demuestre tener un interés legítimo (ver nota 18).
Para obtener la renovación le basta al acreedor hipotecario con presentar al Registro el título hipotecario donde consta
la inscripción que se renueva, sin que sea necesaria la conformidad del deudor, porque se trata de una medida de
carácter conservatorio que el acreedor tiene derecho a tomar por sí (ver nota 19).
La nueva inscripción debe tener una indicación precisa de la que se renueva; de lo contrario sólo valdrá como
inscripción primera (art. 3935 Ver Texto ).
Vencido el plazo de caducidad, el acreedor hipotecario conserva el derecho de hacer reinscribir su hipoteca, pero
entonces ella producirá todos los efectos de una nueva inscripción; de tal modo que si se hubiesen inscripto con
anterioridad otras hipotecas, son éstas las que tienen prioridad (ver nota 20). No procede la reinscripción tardía si en el
momento de efectuarse había sido declarada la quiebra del deudor (ver nota 21).
Se ha decidido que promovida la ejecución de la hipoteca por falta de pago, el acreedor hipotecario ejecutante queda
relevado de la obligación de renovar la inscripción hipotecaria cuyo término hubiese vencido antes del remate y
adjudicación del inmueble (ver nota 22).
Modalidades de la hipoteca
PLAZO Y CONDICIÓN.— La hipoteca puede sujetarse a plazo o condición (art. 3116 Ver Texto ).
a) Ante todo, la hipoteca puede constituirse bajo plazo suspensivo o resolutorio: desde un día cierto o hasta un día
cierto, dice el art. 3116 Ver Texto .
b) Igualmente puede constituirse la hipoteca bajo condición suspensiva o resolutoria (art. 3116 Ver Texto ).
Agreguemos que esta norma dice que la hipoteca se puede constituir bajo cualquier condición; lo que evidentemente
alude a cualquier condición lícita, ya que sería inconcebible que se admitieran condiciones ilícitas (ver nota 1).
c) Igualmente puede constituirse una hipoteca en garantía de una obligación condicional (art. 3116 Ver Texto ). Aquí lo
que se condiciona no es la garantía hipotecaria en sí misma, sino la obligación de la cual es un accesorio. De más está
decir que la hipoteca sigue en este caso la suerte de la obligación a la cual accede. Si la condición fuese suspensiva, la
garantía hipotecaria nacerá el día en que se cumpla la condición, con efecto retroactivo al día de la convención
hipotecaria (art. 3116 Ver Texto in fine). Si la condición es resolutoria, la hipoteca cesará en sus efectos desde el día
del cumplimiento de la condición.
Agrega el art. 3116 Ver Texto que otorgada la hipoteca bajo condición suspensiva o desde cierto día, no tendrá valor
sino desde que se cumpla la condición o desde que llega el día; pero cumplida la condición o llegado el día será su
fecha la misma en que se hubiese tomado razón de ella en el oficio de hipotecas.
OBLIGACIONES NATURALES.— ¿Puede constituirse una hipoteca en garantía de una obligación natural? El
problema debe ser analizado según quien sea el obligado, si el propio deudor o un tercero. En el primer caso, la
constitución de una hipoteca importa el reconocimiento de la deuda y, por lo tanto, la conversión de la obligación
natural en civil. Por lo que no cabe duda de que la hipoteca es válida. Hay sin embargo, una hipótesis, en que no se
produce esa conversión: las deudas de juego. El reconocimiento que se haga de ellas no convierte la obligación natural
en civil (véase Tratado de Obligaciones, t. 1, nº 400). En ese caso, la hipoteca que se constituyera sería nula, porque
ella requiere como presupuesto necesario la existencia de una deuda válida y exigible (ver nota 2).
141
Derechos
Supongamos ahora la hipótesis de una hipoteca constituida por un tercero en garantía de la deuda de otro. La ley
expresamente las declara válidas (art. 518 Ver Texto ). Se da así una situación curiosa: una obligación no exigible al
deudor principal y exigible al tercero que la garantizó con hipoteca. Es una clara excepción al principio de la
accesoriedad de la hipoteca (ver nota 3).
Es también un error. No se justifica que siendo inexigible la obligación principal, pueda exigirse el cumplimiento de la
accesoria. Esto explica que, en materia de hipoteca, el art. 518 Ver Texto sea letra muerta. Como dice FORNIELES, no
hay memoria de que semejante contrato se haya dado alguna vez en la práctica; si ya es raro que una persona consienta
en hipotecar sus bienes propios en garantía del pago de una deuda ajena, es inverosímil que lo haga cuando esa deuda
no puede ser exigida por el acreedor. Concluye FORNIELES diciendo que no vale la pena considerar los problemas
que surgen de la hipoteca dada por un tercero en garantía de una obligación natural porque entraríamos en un terreno de
pura especulación, del que hay que huir, porque vicia el espíritu, es decir, lo acostumbra a trabajar en el vacío (ver nota
4).
Hasta aquí hemos considerado el supuesto de que la hipoteca se haya constituido en garantía de una obligación que en
el momento de la constitución de la garantía era ya natural. Pero si el tiempo ha operado la conversión de una
obligación civil en natural (caso de la prescripción), la hipoteca constituida tanto por el propio deudor como por un
tercero cuando la obligación era todavía exigible, deviene inválida (ver nota 5). Aquí el principio de la accesoriedad
recupera todo su vigor: la inexigibilidad de la obligación principal hace inexigible la hipoteca.
ALGUNAS CLÁUSULAS USUALES.— Las escrituras hipotecarias suelen contener frecuentemente algunas
cláusulas sobre las que conviene detenerse:
a) Renuncia a los trámites del juicio ejecutivo. Era habitual que las escrituras hipotecarias contuviesen una cláusula
por la cual el deudor renunciaba a todos los trámites del juicio ejecutivo hasta la sentencia de trance y remate inclusive.
Primeramente la jurisprudencia se orientó en el sentido de convalidar estas cláusulas; pero poco a poco se produjo una
reacción contra ellas, pues eran claramente contrarias al principio de la inviolabilidad de la defensa en juicio. El Código
Procesal de la Nación dispone expresamente que son irrenunciables la intimación de pago, la citación para oponer
excepciones y la sentencia (art. 543 Ver Texto ).
b) Prohibición de alquilar.— También suelen incluir las escrituras de constitución de hipoteca la obligación adquirida
por el propietario de no locar el inmueble gravado o de no hacerlo sin el consentimiento escrito del acreedor. La
cuestión ha adquirido relevante importancia a raíz de la prórroga legal de las locaciones; el inmueble alquilado pierde
gran parte de su valor venal de modo que la existencia de un contrato de locación puede ser gravemente lesiva para los
intereses del acreedor hipotecario.
No es extraño, por consiguiente, que la jurisprudencia haya convalidado tales cláusulas, disponiendo que en caso de
ejecución de la hipoteca el acreedor hipotecario tiene derecho a exigir el previo desalojo del inquilino (ver nota 7).
Conviene precisar que la hipoteca no invalida el contrato de locación celebrado en contravención de lo dispuesto, en la
escritura hipotecaria; simplemente le es inoponible al acreedor hipotecario, de tal suerte que si ejecuta su crédito Por
incumplimiento del propietario puede obtener la venta del bien libre de ocupantes.
Claro está que si la hipoteca es posterior a la locación ésta no se verá afectada por aquélla. De lo contrario sería muy
fácil a los propietarios burlar las obligaciones contraídas con el locatario hipotecando el inmueble simuladamente y
haciéndolo ejecutar por quien actúa como presta nombre. Sin contar con que el que acepta como garantía un inmueble
alquilado no tiene motivo de queja si ese estado de ocupación continúa al ejecutarse la obligación.
c) Caducidad del plazo.— También es habitual en las escrituras hipotecarias la cláusula según la cual el atraso o falta
de pago de los intereses estipulados en los períodos establecidos en la escritura, provoca la caducidad del plazo y da
derecho al acreedor a exigir la restitución inmediata de todo el capital. Se trata de cláusulas perfectamente legítimas,
que obran a modo de estímulo para obligar al deudor a cumplir fielmente sus obligaciones.
Efectos de la hipoteca
ENTRE LAS PARTES
ACLARACIÓN PREVIA.— Ordinariamente los autores enumeran entre los derechos que tiene el acreedor
hipotecario el de hacer ejecutar el bien una vez vencido el plazo y no cumplida la obligación por el deudor. Se trata, a
142
Derechos
nuestro juicio, de un error de método. La ejecución de los bienes del deudor, inclusive el inmueble hipotecado, es la
consecuencia del incumplimiento de la obligación principal; y para hacer efectiva la obligación del deudor, se seguirá
la vía ejecutiva o la vía ordinaria, según que el título reúna o no las condiciones exigidas por las leyes procesales para
que proceda la vía ejecutiva. En la práctica, las obligaciones garantizadas con hipoteca casi siempre tienen pactada la
vía ejecutiva o ésta resulta del título de la obligación. Pero no es inconcebible que pueda requerirse, la vía ordinaria,
como ocurriría en el caso de que la hipoteca garantice una obligación condicional y el acreedor tenga que probar que la
condición se ha cumplido. En lo esencial, la llamada ejecución hipotecaria no es otra cosa que la ejecución común sólo
que en este caso, el crédito tiene una garantía especial que es la hipoteca. Eso, repetimos, hace a la garantía del pago de
la deuda pero no al procedimiento a seguir. Algunas reglas especiales contenidas en los Códigos de Procedimientos no
altera la identidad sustancial de ambos procedimientos.
Por eso excluiremos de nuestro estudio toda referencia a la llamada acción hipotecaria, que reiteramos, no difiere para
nada de la acción ejecutiva común. Nos ocuparemos, en, cambio, de los efectos propios de la hipoteca, vale decir en
qué situación se encuentran el dueño que ha hipotecado su inmueble (o en su caso, el tercero que ha dado la hipoteca en
garantía de una deuda extraña), el acreedor hipotecario y, finalmente, los terceros.
a) Enajenar la propiedad del inmueble sea por venta, donación, permuta, etc., nada de lo cual perjudica al acreedor
hipotecario, pues él conserva íntegra la garantía que surge del gravamen; y oportunamente, si el deudor que ha
enajenado el inmueble, no paga la deuda, el acreedor hipotecario podrá hacer vender el inmueble, quien quiera sea el
actual dueño. Como dice MESSINEO, al acreedor le es indiferente quién ostente la titularidad del inmueble luego de
constituida válidamente la hipoteca (ver nota 1).
Sin embargo, a veces la enajenación puede disminuir el valor del bien, como ocurriría si se lo lotea en fracciones
antieconómicas. Tal enajenación es inoponible al acreedor hipotecario, quien al momento de ejecutar su crédito, puede
vender el inmueble en su conjunto, como una unidad (ver nota 2).
b) Puede constituir sobre el inmueble otras hipotecas de grado inferior. Estas hipotecas no dañan al acreedor
hipotecario de primer rango, ya que tiene preferencia para el cobro total de su crédito. Inclusive, puede constituir
hipotecas de grado preferente siempre que se haya reservado este derecho al constituirse la primera hipoteca,
expresando el monto a que puede alcanzar la hipoteca posterior a la cual se reconoce rango preferente (art. 3135 Ver
Texto , ap. 2º, agregado por ley 17711 ).
c) Puede dar el inmueble en usufructo, uso, habitación, anticresis, puede constituir sobre él servidumbres reales o
personales, puede arrendarlo o darlo en aparcería. Sin embargo, en la medida en que estos derechos disminuyan el
valor del inmueble, son inoponibles al acreedor hipotecario. Volveremos sobre este punto más adelante (véase núm.
1222).
d) Puede introducir modificaciones y reformas en el inmueble siempre que ellas no disminuyan su valor; naturalmente
tampoco hay límite a la realización de mejoras, que no hacen sino aumentar la garantía del acreedor.
e) Puede, finalmente, realizar todos los actos de goce, disfrute y explotación normal del inmueble. Justamente una de
las ventajas fundamentales de la hipoteca es que deja al propietario en posesión del inmueble y le permite extraer de él
los frutos que le ayudarán a pagar la deuda contraída. Es necesario agregar que los frutos del inmueble una vez
separados de éste dejan de estar afectados a la hipoteca (art. 3110 Ver Texto ); sólo las cosechas en pie, es decir las que
todavía no han sido recolectadas, integran la garantía. Sin embargo, se reconoce al dueño el derecho de vender las
cosechas en pie, sin perjuicio del derecho del acreedor hipotecario a hacerlas embargar cuando estén reunidos los
requisitos procesales para obtener tal medida (ver nota 3).
143
Derechos
derechos del acreedor hipotecario, ejercer ningún acto de desposesión material o jurídica que directamente tenga por
consecuencia disminuir el valor del inmueble hipotecado.
Ante todo es necesario una breve aclaración. En la norma transcripta se habla de desposesión material o jurídica;
obviamente se trata de un error tipográfico y debe entenderse que dice disposición (ver nota 1).
Cuando la ley habla de disposición material, se refiere a todos los actos que materialmente disminuyen el valor del
inmueble tal como la demolición de una construcción, la tala de un bosque (salvo que se trate de la explotación normal
del inmueble), etc. Los actos de disposición jurídica prohibidos por el art. 3157 Ver Texto , son todos aquellos por
medio de los cuales se reconocen derechos a terceros sobre el inmueble, disminuyendo el valor económico de éste:
usufructo uso, habitación, anticresis, servidumbres, arrendamientos aparcerías, etc. El art. 3157 Ver Texto dice que el
propietario no puede ejercer ningún acto de disposición jurídica; lo cual ha movido a algunos autores a hablar de
nulidad de los actos celebrados en contravención de esta norma (ver nota 2). Pero no se trata de nulidad. Ya dijimos
anteriormente que el propietario conserva todas las facultades propias del ejercicio de su derecho de propiedad,
inclusive la de constituir sobre el inmueble todos estos derechos a los cuales ahora estamos aludiendo (véase nº 1221,
c). Lo que no puede es constituir esos derechos en perjuicio del acreedor hipotecario. El problema se resuelve de una
manera muy simple: estos contratos son plenamente válidos entre el propietario y el tercero con el cual contrató; pero
son inoponibles al acreedor hipotecario (ver nota 3), quien al ejecutar el inmueble, puede hacerlo libre de gravámenes y
ocupantes (ver nota 4). En otras palabras, constituido el derecho de usufructo, uso, etc., o arrendado el inmueble, el
tercero entra en posesión del bien y el contrato se cumple en todas sus partes hasta llegado el momento de la ejecución
hipotecaria. En ese momento, el acreedor hipotecario tiene derecho a que el inmueble se venda libre de todo gravamen
y desocupado.
Conviene detenerse en el supuesto del arrendamiento o alquiler, que es el que se presenta con más frecuencia práctica.
En tiempos normales, cuando el régimen de locación del C. Civil imperaba en todo su rigor y simplicidad, un contrato
de arrendamiento normal y de breve plazo, no disminuía el valor de la propiedad. Por ello, los Tribunales sólo
declaraban la inoponibilidad de los contratos al acreedor hipotecario, cuando las condiciones del contrato eran tales que
significaban un verdadero desmedro del valor de la propiedad como, por ejemplo, si la locación era por cinco años
prorrogable por otros cinco y por un canon irrisorio (ver nota 5) o si se trataba de un arrendamiento a largo plazo y de
pago adelantado (ver nota 6) o con fecha apenas anterior al vencimiento de la hipoteca o posterior a él (ver nota 7).
Pero luego el régimen de prórroga legal de las locaciones determinó una gran disminución del valor venal de los
inmuebles alquilados, cualquiera fuera el plazo o el alquiler pactado. Eso motivó que la jurisprudencia, sin tener en
cuenta las condiciones del contrato, juzgara que los contratos de arrendamiento eran siempre inoponibles al acreedor
hipotecario (ver nota 8). Y con tanta mayor razón si el mutuo hipotecario prohíbe al hipotecante alquilar el inmueble
(véase nº 1216).
En el momento actual, los contratos de locación están exentos del régimen de prórroga, pero lo cierto es que el grave
problema de la vivienda subsiste, que ya nadie duda de la legitimidad del intervencionismo estatal en esta materia y
que, por tanto, se cierne sobre todo inmueble arrendado el riesgo de que se dicte una ley prorrogando la locación. Esta
inestabilidad en el régimen de las locaciones (inestabilidad que es una consecuencia inevitable de la falta de estabilidad
económica y social) determina que todo inmueble alquilado disminuya considerablemente su valor. Por ello
compartimos la jurisprudencia actual que reconoce el derecho al acreedor hipotecario a que el inmueble se venda libre
de ocupantes, cualquiera que sea el plazo y condiciones del contrato de alquiler.
Bien entendido que nos referimos a los contratos posteriores a la hipoteca; porque el acreedor que acepta como garantía
un inmueble alquilado no tiene motivo de quejas si ese estado de ocupación continúa al ejecutarse la obligación.
Ahora bien, la jurisprudencia exige para que el inquilino pueda hacer valer su condición de tal anterior a la hipoteca,
que acompañe recibos de fecha cierta anterior a la constitución de la hipoteca (ver nota 9). La exigencia de la fecha
cierta está destinada a impedir la burla de los derechos del acreedor hipotecario sobre la base de recibos antidatados;
pero pensamos que debe admitirse toda prueba que acredite de modo cierto e inequívoco la anterioridad de la locación.
El desalojo del locatario puede hacerse por el trámite de los incidentes en la misma ejecución hipotecaria (ver nota 10).
ACCIONES PREVENTIVAS.— Dispone el art. 3158 Ver Texto que todo acreedor hipotecario aunque su crédito sea
a término o subordinado a una condición tiene derecho a asegurar su crédito pidiendo las medidas correspondientes
contra los actos sobre los que dispone el artículo anterior; o sea, contra los actos de disposición material o jurídica de la
cosa que disminuyan la garantía. Mientras el deudor se comparte normalmente y no incurra en ninguno de los actos que
le están prohibidos, ninguna acción tiene el acreedor; pero desde que la conducta del deudor revela su propósito de
realizar actos que disminuyen la garantía, el acreedor tiene derecho, a pedir las medidas correspondientes. Supongamos
que el dueño del inmueble haya firmado un contrato por el que venda la demolición del edificio o la producción de la
tala de un bosque. En tal caso debe reconocerse al acreedor los siguientes derechos:
a) Si la demolición o venta no ha tenido todavía principio de ejecución o si habiendo tenido principio de ejecución
puede todavía evitarse mayores perjuicios para la garantía, el acreedor tiene derecho a pedir una medida de no innovar
e inclusive solicitar la designación de un administrador o depositario judicial que tome posesión del inmueble evitando
que continúe su deterioro (ver nota 1).
b) Si las cosas accesorias (árboles, muebles, etc.) hubieran sido retiradas del inmueble por un tercero adquirente de
buena fe, el acreedor hipotecario pierde todo derecho a perseguirlas (arts. 2412 Ver Texto y 3162 Ver Texto ). Si el
tercero adquirente de buena fe adeuda el precio, el acreedor hipotecario tiene derecho a embargarlo (ver nota 2).
SUPLEMENTO DE GARANTÍA.— El Código no solamente brinda medidas preventivas contra los actos de
disposición material o jurídica de la cosa realizados por el deudor, sino también otras destinadas a proteger los
derechos del acreedor cuando ya el deterioro se ha producido. Establece el art. 3159 Ver Texto que cuando los
deterioros hubiesen sido consumados y el valor del inmueble hipotecado se encuentre disminuido a término de no dar
plena y entera seguridad a los acreedores hipotecarios, éstos podrán, aunque sus créditos sean condicionales o
eventuales, pedir la estimación de los deterioros causados, y el depósito de lo que importen, o demandar un suplemento
a la hipoteca.
La norma exige por consiguiente dos condiciones: a) Que los deterioros hayan sido consumados; b) Que como,
consecuencia de ello el valor del inmueble hipotecado se encuentre disminuido a límites de no dar plena y entera
seguridad a los acreedores hipotecarios.
En la apreciación de cuándo los actos importan disminuir la garantía a límites de no dar plena y entera seguridad a los
acreedores hipotecarios, los Tribunales deben ser severos con el deudor, por la muy simple razón de que a éste le están
prohibidos todos los actos que disminuyan la garantía. Sólo cuando sea a todas luces evidente que la insignificancia del
deterioro en relación al valor del inmueble y al crédito garantizado con hipoteca, no hace correr ningún riesgo al
acreedor, podrá negársele los derechos que el art. 3159 Ver Texto le reconoce.
Además debe tratarse de deterioros producidos por actos del deudor y no de aquellos que resulten de caso fortuito o
fuerza mayor, puesto que el deudor no es responsable en principio del caso fortuito (ver nota 3).
Producido el deterioro por obra del deudor el acreedor tiene derecho a exigir el depósito de lo que importa el deterioro
o demandar un suplemento a la hipoteca.
Igual derecho tienen los acreedores hipotecarios cuando el propietario de un fundo o de un edificio enajena los muebles
accesorios a él y los entrega a un adquirente de buena fe (art. 3160 Ver Texto ).
CADUCIDAD DEL PLAZO.— Finalmente el art. 3161 Ver Texto agrega que en los casos de los tres artículos
anteriores (que aluden a los actos de disposición material o jurídica, deterioros consumados y enajenación de muebles
accesorios al inmueble), los acreedores hipotecarios podrán, aunque sus créditos no estén vencidos, demandar que el
deudor sea privado del beneficio del término que el contrato le daba. En otras palabras, se produce la caducidad del
plazo y la obligación se hace inmediatamente exigible.
145
Derechos
Es necesario agregar que este derecho sólo se acuerda a los acreedores a plazo; en cuanto a los condicionales sólo
pueden reclamar las medidas de carácter conservatorio que autorizan los arts. 3158 Ver Texto y 3159 (ver nota 4).
a) El capital adeudado (art. 3152 Ver Texto ), que es naturalmente el principal objeto de la garantía.
b) Los intereses que corren desde la constitución, si estuvieran determinados en la obligación (art. 3152 Ver Texto ). Lo
que la ley exige es que ellos estén determinados en la obligación, sin que sea indispensable que en la inscripción se
haga mención de los intereses estipulados.
Sin embargo, la garantía de los intereses no es indefinida; ella se limita a los intereses o rentas de dos años y los que
corran durante el juicio de ejecución hasta hacerse efectivo el pago (art. 3936 Ver Texto ). Sería injusto, en efecto, que
un acreedor indolente dejase acumular indefinidamente intereses y luego hiciera valer su derecho de preferencia o de
persecución respecto de terceros. Bien entendido que al establecer la ley que la garantía hipotecaria queda limitada a
dos años, se refiere a los efectos de la hipoteca con relación a terceros, porque entre las partes, los intereses se siguen
adeudando mientras no estén prescriptos.
Conviene insistir en el criterio de que la garantía cubre los intereses que corren desde la constitución de la hipoteca; por
el contrario, si la hipoteca se constituyera para garantizar un crédito anterior y hubiese intereses atrasados, éstos no
están cubiertos por la hipoteca a menos que al constituirla se los haya liquidado y designado en una suma cierta. La
indicación de que la hipoteca comprende los intereses atrasados, sin designación de su monto, carece de todo efecto
(art. 3152 Ver Texto ).
c) También las costas y gastos participan, como accesorios del crédito principal, de las seguridades hipotecarias (art.
3111 Ver Texto ). Por costas debe entenderse todos los gastos realizados con motivo de la ejecución hipotecaria:
impuesto de justicia, sellado de actuación, honorarios de los profesionales intervinientes. Se sobreentiende que la ley se
refiere a los gastos incurridos por el ejecutante; los honorarios devengados para la defensa del ejecutado carecen de
privilegio (ver nota 1).
Dentro de estos gastos tienen un significado especial los de ejecución y venta del inmueble, que están amparados por el
privilegio que la ley acuerda por los gastos de justicia hechos en interés común de los acreedores (art. 3879 Ver Texto ,
inc. 1º). En virtud de este privilegio no derivado de la hipoteca sino de lo dispuesto por la ley respecto a los gastos de
justicia, deriva una preferencia que inclusive pueden esgrimir los acreedores hipotecarios de rango posterior sobre los
de rango anterior (ver nota 2).
Se ha decidido que no están comprendidos en el privilegio los intereses devengados por la mora del deudor en pagar los
honorarios devengados en el juicio hipotecario (ver nota 3). En otras palabras, el privilegio alcanza a los honorarios
pero no a los intereses devengados por la falta de pago oportuno de ellos.
d) Por último, están comprendidos también dentro de la garantía hipotecaria los daños y perjuicios a que el deudor
puede ser condenado por causa de la inejecución de la obligación (art. 3111 Ver Texto ).
Derecho de persecución
NOCIÓN GENERAL.— Lo que verdaderamente define el derecho del acreedor hipotecario es la posibilidad de
perseguir el bien hipotecado, cualquiera sea su actual titular, hacerlo vender y cobrarse con preferencia a los demás
acreedores del producido de la venta. El ius persequendi y el ius preferendi son así las notas esenciales características
de la garantía hipotecaria.
146
Derechos
El derecho de persecución está consagrado por el Código Civil en el art. 3162 Ver Texto : Si el deudor enajena sea
título oneroso o lucrativo el todo o una parte de la cosa a una desmembración de ella que por sí sea susceptible de
hipoteca, el acreedor podrá perseguirla en poder del adquirente y pedir su ejecución y venta, como podría hacerlo
contra el deudor.
CONCEPTO DE TERCERO POSEEDOR.— Por tercero poseedor se entiende toda persona que no está
personalmente obligada al pago de la deuda y que ostenta actualmente la titularidad del dominio del inmueble (ver nota
1).
En consecuencia, tienen el carácter de tercero poseedor: a) El propietario que ha dado en garantía de la deuda de un
tercero su propio inmueble, sin constituirse en fiador de la obligación; pues de haberse constituido en fiador sería
también el deudor y, por lo tanto, no es un tercero; b) El adquirente del inmueble por actos entre vivos, sea por título
gratuito u oneroso; c) El legatario del inmueble (ver nota 2).
a) Los herederos del hipotecante ya que en su carácter de tales están personalmente obligados al pago de las deudas; la
solución no varía por la circunstancia de que la herencia haya sido aceptada bajo beneficio de inventario, porque
también en, este caso, el heredero está obligado al pago de las deudas, sólo que su obligación está limitada por el monto
de los bienes que reciba; pero la acción debe dirigirse contra él (ver nota 3).
b) El tercero que posee el inmueble no a título de dueño, sino como usufructuario, usuario, anticresista, arrendatario,
etc. Estos derechos reales o personales podrán ser opuestos al ejecutante si han sido constituidos con anterioridad a la
hipoteca; pero ello no confiere al titular del derecho la calidad de tercero poseedor: la acción deberá dirigirse siempre
contra el titular del dominio.
c) Los poseedores del inmueble que lo han adquirido por boleto de compraventa (ver nota 4). Hemos sostenido
anteriormente que estos poseedores adquieren un dominio imperfecto sobre, el inmueble. Pero la falta de registro hace
que su derecho sea inoponible a los acreedores hipotecarios (art. 2505 Ver Texto ) trátese de adquisiciones anteriores o
posteriores a la hipoteca.
Si los casos mencionados en el párrafo anterior son claros, hay otros supuestos que ofrecen dudas y merecen una
consideración especial.
Tal vez el más delicado y controvertido de ellos sea la situación del usucapiente. ¿Debe o no considerárselo como
tercero poseedor? ¿Tiene derecho el acreedor hipotecario a hacer vender judicialmente el bien que ese tercero ha
usucapido? Hemos tratado anteriormente esta cuestión (véase nº 407) y nos hemos pronunciado por la siguiente
solución: si en el momento de inscribirse la hipoteca el usucapiente había ya adquirido el dominio por el transcurso de
los plazos legales, queda libre de la acción del acreedor hipotecario aunque todavía no hubiera realizado el juicio de
información posesoria ni inscripto su título; en cambio, si la hipoteca fue inscripta mientras corría el plazo de la
usucapión no cumplida, el acreedor hipotecario tiene derecho a la ejecución del bien. No debe considerarse tercero
poseedor al propietario aparente que otorgó la hipoteca (ver nota 5). Él es parte en el contrato hipotecario de manera
que no es tercero; y ciertamente la ejecución debe seguirse contra él ya que el bien está inscripto a su nombre. En
cuanto al legatario de parte alícuota, sólo puede ser considerado como tercero poseedor cuando el inmueble gravado
con hipoteca que está comprendido en el legado le ha sido entregado. Hasta tanto se haya hecho efectiva la entrega, la
acción del acreedor hipotecario debe dirigirse contra los herederos (ver nota 6).
Extinción de la hipoteca
MODOS DE EXTINCIÓN.— La hipoteca puede extinguirse bien sea como consecuencia de la extinción de la
obligación principal a la que ella accede; bien sea por la extinción de la hipoteca en sí misma, sin afectar la obligación
principal. Nos ocuparemos sucesivamente de ambas hipótesis.
Adviértase que la ley exige para que se opere la extinción de la hipoteca, que se haya producido la extinción total de la
obligación principal; porque si se produce solamente una extinción parcial, la hipoteca se mantiene sobre la totalidad
del inmueble. Una aplicación de este principio es el art. 3188 Ver Texto que establece el codeudor o coheredero del
deudor que hubiere pagado su cuota en la hipoteca, no podrá exigir la cancelación de la hipoteca, mientras la deuda no
esté totalmente pagada. El coacreedor o coheredero del acreedor a quien se hubiese pagado su cuota, tampoco podrá
hacer cancelar su hipoteca mientras los otros acreedores o coherederos no sean enteramente pasados, sin perjuicio de
las liberaciones y cancelaciones parciales autorizadas por el art. 3112 Ver Texto . En el primer caso previsto en este
artículo, si bien alguno de los codeudores y coherederos del deudor han pagado toda su deuda, lo cierto es que la
obligación no ha sido todavía totalmente extinguida por falta de pago de la parte que corresponde a los restantes
codeudores. Y por ello mismo, porque subsiste una parte de la deuda, la hipoteca se mantiene íntegra.
El segundo caso es el del coacreedor o coheredero a quien se hubiere pagado la totalidad de su cuota subsistiendo
empero el crédito de los otros acreedores o coherederos: mientras éstos no sean íntegramente pagados la hipoteca
subsiste. Pero este principio no es absoluto. Si en la ejecución de los bienes hipotecados es posible la división en lotes o
si la garantía comprende bienes separados, los jueces podrán ordenar la enajenación en lotes y cancelación parcial de la
hipoteca siempre que de ello no se siga lesión al acreedor. Así lo dispone el art. 3112 Ver Texto , al cual remite el
último párrafo del art. 3188 Ver Texto (ver nota 1).
El art. 3192 Ver Texto dispone que la consignación de la cantidad debida hecha por el deudor a la orden del acreedor
no extingue la hipoteca antes que el acreedor la hubiese aceptado o que una sentencia pasada en cosa juzgada le
hubiese dado fuerza de pago. En rigor era innecesario decirlo. Se trata de una simple aplicación de lo dispuesto en el
art. 759 Ver Texto sobre el momento en que se producen los efectos de la consignación.
El art. 3198 Ver Texto contiene una disposición que ha dado lugar a algunas dificultades interpretativas, sobre todo
porque la confusión ha sido facilitada por expresiones contenidas en la nota respectiva. Dice el artículo mencionado
que si la propiedad irrevocable y la calidad de acreedor hipotecario se encuentran reunidas en la misma persona, la
hipoteca se extingue naturalmente.
En su texto mismo, esta disposición es irreprochable; para que se produzca la extinción es necesario que se trate de una
propiedad irrevocable, porque el dominio revocable no extingue la hipoteca. Pero la nota ha ido más allá y dice:
―hablamos precisamente de la calidad de irrevocable en el dominio adquirido, porque no siéndolo así, la hipoteca no se
extingue. La dación en pago, por ejemplo, no extingue el crédito antiguo y sus accesorios; sino cuando hay una
traslación irrevocable del dominio‖. De ello resultaría que si la cosa dada en pago es reivindicada por un tercero,
reviviría la hipoteca. Pero el párrafo de la nota que hemos transcripto es francamente contradictorio con el art. 783 Ver
Texto , según el cual si el acreedor fuese vencido en juicio sobre la propiedad de la cosa dada en pago, tendrá el
derecho para ser indemnizado como comprador, pero no podrá hacer revivir la obligación primitiva. Hay que concluir,
por tanto, que las hipotecas quedan definitivamente extinguidas con la dación en pago (ver nota 2).
Un supuesto que exige una consideración especial es el de la extinción de la obligación principal por confusión.
Como hemos explicado en otro lugar (Tratado de Obligaciones, t. 1, nº 954) la confusión no es realmente un medio
extintivo de las obligaciones, sino más bien una paralización de las acciones, puesto que de acuerdo con lo dispuesto
por el art. 867 Ver Texto , si la confusión cesa por un acontecimiento posterior que vuelve a separar la calidad de
acreedor y deudor, la obligación primitiva revive con todos sus accesorios. Así, pues, si la confusión cesa, revive la
hipoteca.
Sin embargo, es necesario hacer una salvedad importante. Para que la hipoteca reviva, es indispensable que la causa
jurídica por la cual cesa la confusión tenga efectos retroactivos, como ocurre si el contrato ha quedado resuelto o se
declaró nulo. Pero la hipoteca no revive si la confusión ha cesado por un hecho posterior de la persona en cuya cabeza
se operó. Así ocurre si la confusión se ha operado por herencia, y el heredero cede sus derechos sucesorios a un tercero
(ver nota 3).
También se extingue la hipoteca cuando se ha operado la prescripción liberatoria de la obligación principal. Es verdad
que la prescripción no extingue la obligación en sí misma, sino que simplemente priva de acciones al acreedor,
quedando la obligación en calidad de natural. Sin embargo, puesto que por desidia del acreedor ha sido privado por la
ley de sus acciones para cobrar el crédito es lógico que pierda también la garantía con que la ley lo protegía. De lo
contrario tendría un medio indirecto para obligar al deudor a cumplir una obligación prescripta (ver nota 4).
148
Derechos
a) Renuncia.— Según lo dispone el art. 3193 Ver Texto , la hipoteca se extingue por la enuncia expresa y constante en
escritura pública, que el acreedor hiciere de su derecho hipotecario, consintiendo la cancelación de la hipoteca. El
deudor en tal caso tendrá derecho a pedir que así se anote en en Registro hipotecario o toma de razón y en la escritura
de la deuda.
Conforme con este texto, la renuncia debe ser expresa y debe constar en escritura pública. Cabe preguntarse qué
validez tiene una renuncia hecha en instrumento privado. Pensamos que la exigencia del art. 3193 Ver Texto es ad
probationem y no, ad solemnitatem. En consecuencia, mientras la renuncia sea hecha por simple instrumento privado,
no puede tomarse, nota de ella en el Registro hipotecario; pero el deudor que la ha aceptado puede exigir del
renunciante la elevación a escritura pública para después hacerla anotar en el Registro.
¿Puede ser retractada una renuncia hecha conforme los requisitos formales del art. 3193 Ver Texto ? Aunque la
cuestión está discutida, la solución a nuestro juicio es clara. Toda renuncia, hasta el momento de la aceptación, Puede
ser retractada (arts. 868 Ver Texto y 875 Ver Texto ), sin perjuicio del derecho que los terceros hubiesen adquirido en
el ínterin sobre la cosa, dado que la retractación en este caso opera ex nunc (ver nota 1).
La aceptación de la renuncia puede ser expresa o tácita; esta última resultará principalmente del pedido de que se anote
en el Registro hipotecario la renuncia, derecho que le confiere al deudor el art. 3193 Ver Texto , in fine.
De más está decir que si un acto unilateral como la renuncia a la hipoteca es suficiente para extinguirla, también se
extingue ésta por acuerdo entre acreedor y deudor.
b) Resolución del derecho de propiedad del otorgante de la hipoteca.— Dispone el art. 3194 Ver Texto que la extinción
de la hipoteca tiene lugar cuando el que la ha concedido no tenía sobre el inmueble más que un derecho resoluble o
condicional y la condición no se realiza, o el contrato por el cual lo adquirió se encuentra resuelto.
Esta disposición habla ante todo de derecho resoluble. Aquí la palabra resolución ha sido tomada en su sentido propia,
es decir, de la extinción de derechos con efectos retroactivos. Si sólo se trata de una revocación, cuyos efectos se
producen ex nunc, es decir, para el futuro, entonces la hipoteca no se extingue (ver nota 2), tal como ocurre en el caso
de revocación de la donación por ingratitud del donatario, en el cual la hipoteca no se extingue (art. 2672 Ver Texto ).
Aclaremos las hipótesis legales. Una persona adquiere un inmueble con condición resolutoria; luego lo hipoteca;
finalmente, la condición se cumple, quedando revocado el dominio con efecto retroactivo. Naturalmente, la hipoteca
queda extinguida. Supongamos ahora que una persona recibe un inmueble en donación; más tarde lo hipoteca; luego
incurre en ingratitud y la donación es revocada. Como esta revocación no tiene efectos retroactivos, la hipoteca
subsiste.
Para que la cláusula resolutoria tenga efectos extintivos de la hipoteca, debe constar en el título de propiedad del
otorgante (art. 2668 Ver Texto ) (ver nota 3). Es natural que así sea, pues de lo contrario el acreedor hipotecario podría
ser fácilmente burlado en sus derechos.
El art. 3194 Ver Texto se refiere también al derecho condicional agregando que la hipoteca se extingue si la condición
no se realiza. Evidentemente alude a la condición suspensiva. Se trata de una aplicación irreflexivo de soluciones de las
fuentes francesas en las que se inspiró VÉLEZ, sin considerar que en nuestro derecho no es posible hipotecar un
inmueble adquirido bajo condición suspensiva (ver nota 4).
c) Destrucción de la cosa hipotecada.— Según el art. 3195 Ver Texto , si el inmueble hipotecado tiene edificios y estos
son destruidos, la hipoteca sólo subsiste sobre el suelo y no sobre los materiales que formaban el edificio. La solución
es lógica porque estos materiales han recuperado su carácter de cosa mueble y, por consiguiente, dejan de estar
comprendidos en la hipoteca. Pero si el edificio es reconstruido, la hipoteca vuelve a gravarlo (art. 3195 Ver Texto , in
fine). Es una simple aplicación del principio general de que la hipoteca se extiende a todos los accesorios y mejoras del
inmueble (art. 3110 Ver Texto ). En caso de destrucción por incendio, la hipoteca se extiende a la indemnización
debida por los aseguradores (art. 3110 Ver Texto ). Como puede apreciarse, se trata de un caso de extinción parcial de
149
Derechos
la hipoteca, porque ésta continúa siempre gravando el inmueble sobre el cual se levantaba el edificio o las mejoras
destruidas.
d) Expropiación. La hipoteca se extingue también por expropiación del inmueble por causa de utilidad pública; el
privilegio del acreedor pasa a ejercerse sobre el precio de la expropiación (art. 26 , ley 23264) (ver nota 5).
e) Venta judicial.— También se extingue la hipoteca por subasta judicial del inmueble. Así lo dispone el art. 3196 Ver
Texto : la hipoteca se extingue aunque no esté cancelada en el Registro de hipotecas, respecto del que hubiese
adquirido la finca hipotecada en remate público, ordenado por el juez con citación de los acreedores que tuviesen
constituida hipoteca sobre el inmueble, desde que el comprador consignó el precio de la venta a la orden del juez. Por
consiguiente, para que la extinción de la hipoteca tenga lugar es necesario:
1) Que la venta se haya efectuado en remate judicial ordenado por juez competente. Se ha declarado, con razón, que
para que se opere la extinción de la hipoteca por subasta judicial no es indispensable que ésta se haya ordenado en un
juicio ejecutivo; igual eficacia tiene si el remate se lleva a cabo en un juicio sucesorio o de división de condominio.
(ver nota 6)
2) Que el remate haya sido decretado con citación de los acreedores que tuviesen constituidas hipotecas sobre el
inmueble.
La notificación debe ser hecha en tiempo hábil como para darles oportunidad a los acreedores para que puedan hacer
valer los derechos que les correspondan (ver nota 7). En un caso se consideró hecha en tiempo hábil una notificación
practicada tres días antes de la subasta (ver nota 8); nos parece una solución excesivamente rigurosa para los
acreedores, que en tan breve lapso carecen materialmente de tiempo de preparar sus defensas, encontrar abogado que
los defienda, presentarse en los autos, etc.
Notificada personalmente la fecha de la primera subasta a los acreedores, es innecesario notificarles en igual forma la
que se realiza posteriormente por fracaso de la anterior (ver nota 9), a menos que hayan mediado interrupciones
prolongadas en la tramitación del juicio (ver nota 10), en cuyo caso es prudente que los jueces ordenen una nueva
notificación.
La citación de los acreedores no se suple con los anuncios de remate del inmueble (ver nota 11); si se ignora el
domicilio del acreedor hipotecario se lo debe citar por edictos (ver nota 12).
Los acreedores hipotecarios citados están facultades para intervenir en todo lo referente a la base con que se ha de
efectuar la subasta (ver nota 13); igualmente se les ha reconocido el derecho de apelar las regulaciones de honorarios
hechas en favor de los profesionales que intervienen por el ejecutante (ver nota 14); e intervenir en lo relativo a la
liquidación del crédito de quien sacó a la subasta el inmueble, siempre que la reducción que persigue pueda
beneficiarlo (ver nota 15).
La falta de citación de los acreedores hipotecarios no produce la nulidad de la subasta pero determina la subsistencia de
las hipotecas constituidas en favor de aquéllos (ver nota 16). Sin embargo, se ha reconocido al comprador el derecho de
optar entre mantener la adjudicación cargando con la hipoteca o rescindir la compra (ver nota 17). Es lógico que así sea
porque el comprador ha ofrecido el precio sobre la base de que adquiría un inmueble libre de gravámenes. El no tiene
obligación, antes del remate, de revisar los autos y comprobar si el procedimiento se ha llevado adelante en forma
normal y ajustada a derecho. Si luego aparece subsistente una hipoteca, es indiscutible su derecho a desistir de la
compra.
3) Finalmente, es necesario que el comprador haya consignado el precio. Se trata de una condición esencial ya que los
derechos de los acreedores hipotecarios se tranfieren entonces al precio pagado por el comprador, de tal manera que
hasta ese momento sería injusto privarlos de su garantía.
f) Confusión.— Aquí no tratamos de la confusión de la calidad de acreedor y deudor, que extingue la obligación
principal y, por consiguiente, la hipoteca que es accesoria de ella; sino de la confusión entre las cualidades de acreedor
y de propietario del inmueble. En este caso, la deuda subsiste pero la hipoteca se extingue, porque no se puede concebir
una hipoteca sobre un bien propio. En este sentido dispone el art. 3198 Ver Texto que si la propiedad irrevocable y la
calidad de acreedor hipotecario se encuentran reunidas en la misma persona, la hipoteca se extingue naturalmente.
150
Derechos
Para que esta disposición tenga aplicación es necesario:
a) Que se trate de una propiedad irrevocable; tratándose de un dominio revocable, no hay extinción porque sobre el
dominio se cierne un peligro de resolución que lo hace incierto y precario.
b) Que no existan otras hipotecas de rango inferior sobre el mismo inmueble. Si éstas existen, el adquirente puede
hacer valer el orden que le correspondía a su hipoteca antes de ser propietario del inmueble (art. 3182 Ver Texto ).
Si el dominio adquirido por el acreedor hipotecario queda resuelto como consecuencia de la declaración de nulidad del
acto por el cual adquirió el dominio, la hipoteca renace (ver nota 18). Es una consecuencia normal de la nulidad, cuyo
efecto es retrotraer la situación de las partes al momento que tenían antes de celebrarse el acto anulado.
Cancelación de la hipoteca
CONCEPTO Y DISTINTOS CASOS.— Para precisar los conceptos, se hace necesario distinguir la extinción de la
hipoteca de su cancelación. En el primer caso, que es el que hasta aquí hemos estudiado, desaparece la hipoteca con
todos sus efectos; en la cancelación lo que se extingue es la inscripción de la hipoteca en el Registro.
Mientras en el primer caso lo que está en juego es la hipoteca misma, tanto en relación a las partes como a terceros, en
el segundo sólo se afectan los efectos de la inscripción en el Registro, es decir los efectos de la hipoteca con relación a
terceros; pero, la hipoteca se mantiene viva entre las partes.
La cancelación se opera: a) por vía indirecta, como consecuencia de la extinción de la hipoteca por cualquiera de los
modos antes estudiados; b) por vía directa, cuando, la registración queda sin efecto sin afectar la hipoteca en sí misma.
Esto puede ocurrir por voluntad de las partes o bien por el transcurso de veinte años si antes no ha sido renovada (art.
3197 Ver Texto ).
Con prescindencia de que la cancelación haya sido lograda por vía directa o por vía de consecuencia, nos ocuparemos
en los párrafos que siguen de la cancelación voluntaria y de la obtenida por sentencia judicial, que son las hipótesis
previstas por nuestra ley (art. 3199 Ver Texto ).
CANCELACIÓN VOLUNTARIA.— Según el artículo 3199 Ver Texto la hipoteca y la toma de razón se cancelarán
por consentimiento de partes que tengan capacidad para enajenar sus bienes. En verdad, la cancelación del registro no
exige el consentimiento del deudor sino sólo del acreedor hipotecario, único interesado en el mantenimiento del
registro. Como éste tiene efectos respecto de terceros y no entre acreedor y deudor hipotecario, es perfectamente
concebible que el acreedor acceda a la cancelación de la hipoteca por un acuerdo con los otros acreedores hipotecarios
o quirografarios; en cambio, el consentimiento del deudor es inoperante, porque la cancelación se produce en beneficio
suyo. En otras palabras, se trata de un derecho al que puede renunciar unilateralmente el acreedor (ver nota 1).
Lo dicho no excluye la posibilidad de un acuerdo entre acreedor y deudor para cancelar la inscripción, porque el deudor
puede tener interés en hipotecar el bien en favor de terceros, en ese caso, el acuerdo de voluntades tiene plena validez y
la cancelación podría ser demandada tanto por el acreedor como por el deudor (ver nota 2).
El Código exige capacidad para enajenar en quien da el consentimiento para la cancelación de la hipoteca. Se refiere,
por cierto, al acreedor que es quien por ese acto renuncia a los importantes privilegios que le confiere la hipoteca (ver
nota 3).
Procede también la cancelación a solicitud de parte interesada acompañada del documento en que conste la extinción
del derecho registrado; para que el oficial público pueda cancelar la hipoteca, la extinción debe resultar de escritura
pública y ésta debe contener el consentimiento del titular del derecho inscripto, sus sucesores o representantes
legítimos (art. 36 Ver Texto , ley 17801). Estrictamente no se requiere el consentimiento para la cancelación de la
hipoteca, sino la manifestación de haber sido totalmente pagada la deuda que fue garantizada con la hipoteca.
CANCELACIÓN POR SENTENCIA JUDICIAL.— La cancelación por sentencia judicial procede en los siguientes
casos:
a) Cuando la inscripción no se ha fundado en instrumento suficiente para constituir la hipoteca (art. 3200 Ver Texto ),
tal como podría ser un título constitutivo que no llena las formalidades legales, como el otorgado por instrumento
privado, o el anulado en razón de que el notario estaba personalmente interesado, etc.
151
Derechos
b) Cuando el crédito ha sido pagado (art. 3200 Ver Texto ). Hemos dicho ya que no es necesario la sentencia judicial
cuando la extinción del crédito consta en escritura pública en la cual el acreedor da su consentimiento para la
cancelación o manifiesta haber sido íntegramente desinteresado. Pero si tal manifestación no existe en instrumento
público, entonces el pago debe acreditarse judicialmente y la cancelación sólo se anotará por sentencia judicial.
Obviamente, debe acreditarse el pago, no solamente del capital, sino también de todos los accesorios, intereses y
costas.
c) Cuando la hipoteca ha dejado de existir por cualquier causa legal (art. 3200 Ver Texto ). Si el acreedor manifiesta su
consentimiento con la extinción de la obligación o la cancelación de la hipoteca, haciendo esa manifestación por
instrumento público, el Registro puede proceder por sí a la cancelación. Pero si no mediara tal consentimiento, deberá
demostrarse judicialmente la extinción de la deuda y la cancelación sólo podrá hacerse por sentencia judicial.
Agrega el art. 3203 Ver Texto que si el acreedor estuviera ausente y el deudor hubiese pagado la deuda podrá pedir al
juez del lugar donde el pago debía hacerse que se cite por edictos al acreedor para que haga cancelar la hipoteca y no
compareciendo le nombrará un defensor con quien se sigue el juicio sobre el pago del crédito y cancelación de la
hipoteca.
CANCELACIÓN DE PLENO DERECHO POR TRANSCURSO DE VEINTE AÑOS.— Dispone el art. 3197 Ver
Texto que los efectos de la inscripción de la hipoteca se extinguen pasados veinte años desde que fue registrada. Es la
nueva redacción dada a este texto por la ley 17711 . El artículo originario decía: La hipoteca se extingue pasados diez
años desde su registro en el oficio de hipotecas.
a) El ahora vigente alude a la extinción de los efectos de la inscripción, en tanto que el anterior hablaba con evidente
error de técnica, de la extinción de la hipoteca. Hay que decir, sin embargo, que el viejo texto fue siempre interpretado
como correspondía, es decir, en el sentido de que lo que caducaba era el registro, o sea, los efectos con relación a
terceros y no la hipoteca en sí misma, que continúa vigente entre las partes (ver nota 4).
b) Pero lo verdaderamente importante es la modificación del término de la vigencia de los efectos de la inscripción, que
se amplía a veinte años. El término del Código era demasiado breve. Con frecuencia las hipotecas se arrastran durante
largos años por conveniencia de ambas partes. De pronto se vencía el término de diez años, sin que se renovara la
inscripción, fuera por ignorancia de la ley, por descuido, por confianza en el deudor. Y así, el acreedor se encontraba
sin garantía. El nuevo plazo hace mucho más improbable esta situación.
La extinción de los efectos de la inscripción se opera de pleno derecho, sin necesidad de solicitud alguna (art. 37 Ver
Texto , ley 17801). Debe agregarse que antes de que las leyes 17417 y 17801 dispusieran la caducidad de pleno
derecho de la anotación de la hipoteca por el transcurso del plazo legal, la jurisprudencia exigía la intervención judicial
con audiencia del acreedor (ver nota 5). Era una solución irrazonable. Puesto que la caducidad de la inscripción se
opera por el transcurso del plazo legal, es obvio que no era necesaria la intervención del juez ni la audiencia del
acreedor interesado; si el crédito estaba pendiente, éste tenía una sola vía para obtener el mantenimiento de la
inscripción: pedir su reinscripción.
La iniciación de la ejecución hipotecaria interrumpe el plazo del art. 3197 Ver Texto (ver nota 6), de tal modo que no
es necesaria la reinscripción, aunque durante el procedimientos venza dicho plazo. Claro está que si no se hubiese
trabado el embargo dispuesto por el art. 598 Ver Texto , C. Procesal, y luego de vencido el plazo del art. 3197 Ver
Texto se anotare otra hipoteca, ésta tendrá prioridad respecto de la que ha caducado. Esta solución es de estricta justicia
respecto del nuevo acreedor hipotecario, que ha debido confiar en que el inmueble estaba libre de hipotecas y no es
injusta respecto del anterior que tiene a su disposición el medio para evitar todo perjuicio a sus intereses, como es la
traba del embargo.
¿Cuál es el procedimiento a seguir para la reinscripción? ¿Es necesaria la intervención judicial? Aunque la cuestión se
ha discutido, no se ve razón alguna para exigir la orden judicial; basta, por consiguiente, que el acreedor se presente
ante el Registro con el título hipotecario donde conste la inscripción que se renueva (ver nota 7).
Cuando se ha seguido la vía judicial, los Tribunales han resuelto que el pedido formulado antes del vencimiento de la
inscripción, debe ser proveído de conformidad, sin necesidad de darle intervención al deudor (ver nota 8) (lo que, por
152
Derechos
lo demás, prueba lo innecesario de la intervención judicial); en cambio, se declaró que es indispensable darle traslado
del cedido al deudor, si la inscripción estuviera ya vencida (ver nota 9).
La reinscripción tardía de la hipoteca importa un nuevo registro (ver nota 10), es decir, tiene efectos a partir de la
reinscripción y no desde la inscripción originaria. Lo que significa que las hipotecas inscriptas durante el transcurso del
plazo y antes de la reinscripción, tienen preferencia sobre la reinscripta (ver nota 11); y que ésta no puede hacerse valer
contra los terceros poseedores que hubieran registrado su dominio antes de la reinscripción (ver nota 12).
Lo mismo puede decirse de la letra con garantía hipotecaria; pero el casi nulo interés de esta figura, que no ha entrado
en la práctica de los negocios, nos mueve a referirnos en adelante en forma casi exclusiva a los pagarés.
Digamos antes de seguir adelante, que nuestro Código se ocupa de este tema en un solo artículo, en el que alude a la
forma en que se cancelan las hipotecas cuando se han emitido letras o pagarés hipotecarios. Es el art. 3202 Ver Texto
que dice: si la deuda por la cual la hipoteca ha sido dada, debe pagarse en diferentes plazos y se han dado al efecto
letras o pagarés, estos documentos y sus renovaciones deben ser firmados por el anotador de hipotecas, para ser
tomadas en cuenta del crédito hipotecario; y con ellos el deudor o un tercero, cuando estuviesen pagados en su
totalidad, pueden solicitar la cancelación de la hipoteca. El anotador de hipotecas debe mencionar la fecha del acto de
donde se derivan esos instrumentos. Ésta es toda la reglamentación legal del instituto. Es natural que sobre la base
legislativa tan endeble, surjan muchos problemas y controversias en torno a las múltiples cuestiones que plantean estos
pagarés.
Sin embargo, es necesario agregar que la mayor parte de estas dificultades están siendo superadas por la labor de la
doctrina y de la jurisprudencia.
El pagaré hipotecario supone: a) una obligación garantizada con hipoteca; b) la emisión de uno o varios pagarés, cada
uno correspondiente a los distintos vencimientos de la obligación; c) la anotación hecha por el oficial del Registro en el
pagaré, en la que debe constar el registro de la hipoteca.
El pagaré hipotecario ¿tiene carácter accesorio respecto de la obligación principal? Quizá nada ponga tanto de
manifiesto la naturaleza híbrida del pagaré hipotecario como esta cuestión. Algunos fallos han declarado su carácter
accesorio, sea para admitir la competencia de la justicia civil (ver nota 2), sea para sostener que el tenedor del pagaré se
beneficia con las cláusulas de caducidad de plazo y mora automática establecidas en la escritura del mutuo (ver nota 3),
sea para aplicar a los pagarés el plazo de prescripción de la obligación principal (ver nota 4), sea, en fin, para declarar
procedente la ejecución iniciada sobre la base de la escritura hipotecaria y sin acompañar los pagarés (ver nota 5).
Pero aparte de que estas soluciones concretas que se desprenden del principio de la accesoriedad no son pacíficas, está
fuera de cuestión que el pago hecho por el deudor al acreedor originario no lo libera de hacer frente a los pagarés y que
la nulidad de la obligación principal no afecta tampoco la validez y ejecutabilidad de los pagarés. Y no puede llegarse a
estas soluciones si no se admite el carácter autónomo, no accesorio, de los pagarés (ver nota 6).
Es éste un buen ejemplo de cómo la lógica de los principios debe ceder ante la justicia y las conveniencias prácticas.
Los jueces han admitido aquí o allá el principio de la accesoriedad o lo han negado en tales otras situaciones, según
conviniera a la justicia del caso. Y de ello ha resultado una jurisprudencia en que la lógica sale malparada, pero que ha
ido elaborando un sistema de soluciones concretas, sensatas y equitativas.
CANCELACIÓN DE LA HIPOTECA.— Dispone el art. 3202 Ver Texto que teniendo el deudor o un tercero en su
poder los pagarés, pueden solicitar la cancelación de la hipoteca. Basta, por tanto, la tenencia del pagaré para poder
153
Derechos
solicitar la cancelación, sin que sea necesaria otra prueba del pago de la obligación. Es natural que así sea, porque la
costumbre comercial es que los pagarés se devuelven contra su pago.
La cancelación podrá ser total, como ocurrirá si se presentan todos los pagarés, o solamente parcial, si se presentan
algunos. En cualquier caso el oficial del Registro hará la anotación marginal correspondiente de la que resulte la
reducción parcial de la deuda o su extinción (ver nota 16).
Un problema delicado se presenta en caso de pérdida de los pagarés. No cabe duda de que el endosatario que lo ha
perdido, tiene a su disposición el procedimiento establecido en el art. 89 Ver Texto del decreto ley 5965/63, para hacer
valer sus derechos (ver nota 17). El mencionado decreto se refiere al extravío de letras y pagarés en general sin prever
el caso de los de carácter hipotecario, pero no se ve razón para no aplicar también a ellos sus normas. Y precisamente
por prever el supuesto de letras y pagarés en general, sólo ha tenido en cuenta el interés del tenedor del documento que
lo ha perdido. Pero en nuestro caso, quien también puede tener un interés muy vivo en la cancelación de la hipoteca es
el dueño del inmueble que desea pagar su deuda para liberar la propiedad. ¿Contra quién dirigir la acción de
consignación?
Pensamos que debe dirigirse contra el acreedor originario y contra quien resulte tenedor del documento. El juez hará
lugar a la consignación, los fondos consignados quedarán a disposición del que presente oportunamente el documento y
se ordenará la cancelación de la hipoteca.
Preanotación hipotecaria
CONCEPTO.— Se vincula con el problema del registro de la hipoteca, una institución propia del derecho bancario, la
preanotación hipotecaria. Suele ocurrir que los interesados en gestionar un préstamo hipotecario de alguna institución
bancaria oficial, inician los trámites y obtienen el correspondiente acuerdo; sin embargo, desde ese momento hasta el
del otorgamiento de la escritura hipotecaria suele transcurrir un tiempo bastante prolongado durante el cual el
interesado en el préstamo, no puede hacer uso de él no obstante haber decisión del Banco de otorgárselo. La
preanotación hipotecaria permite resolver este problema: mientras se concluyen los trámites, el Banco libra un oficio al
Registro de la Propiedad disponiendo la preanotación, hecho lo cual da al interesado un adelanto sobre el préstamo
concedido.
Esta anotación tiene una vigencia de 45 días, pero es prorrogable por el mismo lapso a pedido del Banco cuantas veces
sea necesario (art. 2, decreto ley 15347/46).
Como puede apreciarse, la preanotación hipotecaria desempeña el papel de una medida cautelar impidiendo que,
durante su vigencia puedan constituirse sobre el inmueble otros derechos reales. Pero es algo más que una medida
cautelar: origina una carga real (art. 2, decreto ley 15347/46) sobre el inmueble, con todos los efectos propios de la
hipoteca: privilegio sobre el inmueble por el capital, intereses y costas, derecho de ejecución, etc. (ver nota 24).
¿Significa esto que se ha extendido a los bancos oficiales provinciales el derecho de la preanotación hipotecaria? La
cuestión está discutida. Un sector de la doctrina sostiene que la ley 15283 se ha referido solamente a los privilegios y al
derecho de ejecución especial de que goza el Banco Hipotecario, pero no a la preanotación (ver nota 25). Otros autores,
a cuya opinión adherimos, sostienen que los bancos provinciales gozan del derecho de la preanotación (ver nota 26).
Los fundamentos de esta doctrina parecen incontrovertibles. Por lo pronto, la preanotación es evidentemente un
privilegio y queda, por tanto, comprendido en los términos latos de la ley 15283 ; además, en la carta orgánica del
Banco Hipotecario Nacional se menciona a la preanotación hipotecaria como una de las atribuciones del Banco (art. 11
, inc. i), que por la ley 15283 se extiende a los bancos provinciales.
FRACASO DE LA ESCRITURACIÓN.— Puede ocurrir también que la escritura hipotecaria no se otorgue, sea por
incumplimiento del contrato, por fallecimiento del interesado o por cualquier otra causa. En tal hipótesis, el Banco está
autorizado a disponer la ejecución inmediata del inmueble como si se tratara de una deuda de plazo vencido
garantizada con derecho real de hipoteca en el grado en que se halla preanotada y conforme con los procedimientos
especiales de ejecución propios del Banco Hipotecario. El remate saldrá con la base del anticipo, más los intereses,
impuestos, tasas y gastos (art. 4, decreto ley 15347/1946).
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