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JUAN CARLOS DAVALOS: EL NARRADOR DE SALTA

CARLOS ORLANDO NALLIM

Hay en el norte argentino, más precisamente en el noroeste,


una provincia que abarca colosales cumbres andinas que alineadas
en cordtillera, con su presencia sobria, sus altiplanicies desiertas, sus
puertos escahrosos, la separa de Chile. C on sus estepas y salitral('S
asume características de paisaje ajeno al planeta, con sus montañas
interiores que implican quebradas ásperas o valles fertilísimos, se
alarga ·h aC'ia la llanura y orientándose cada vez más al trópico se
convierte en selva cerrada, donde la fauna salvaje y el hombre es-
forzado conviven .c on inmensos tabacales, campos de caña de azú-
car, turgentes to1Tcs que señalan yacimientos petrolíferos.
Este ''.país", dentro ,del país, que progresa a pasos apres1,1rados
tiene su cabeza en la ciud~d de Salta que brinda su nombre a la
provincia. Ciudad signada desde su nacimiento, en el siglo XVI,
por -el camino real que unía la Lima virre inal con la región poco
conocida pero anhelada que denominaban el Tucumán. Los enten-
didos no se ponen aún de acuerdo sobre la el'imología del nombre.
P-rdiero adoptar la que más me gusta, la etimolog'ía aymara, y decir
que ~s la "ciudad del peñón". Peñón es el símbolo que signará su
dest_i_no histórico, porque será a la vez que hito ansiado para el
viajero de soledades, fortaleza y atalaya, baluarte y frontera. Con-
tra los indfos calchaquíes en la colonia, contra los ejércitos realistas
dui·ante la independencia. A favor de la tradición antes y d espués
de la independencia. A favor -del progreso Tápido desde hace algu-
nas 'décadas. Pero siém])re orgullosa de su estirpe, de su quehacer
é influencia difoFentes ·en la un1idad mayor que es la ·nación.
10 CARLOS o. NALLIM RUI, 12 ( 1973)-

En el siglo XVIII ya es una ciudad de arquitectura decidida,.


que podía contar con un Colegio de Humanidades, dirigido por la
Compañía, y hasta con una cátedra de filosofía. Se comía en vajilla
de plata, no en balde el tráfico d e los "peruleros" de jaba sus réditos.
Los indios vencidos se rinden ahora ante el Señor del Milagro, o ante
la Virgen del Milagro y el Señor d e las Lágrimas. Con las luchas por
la independencia, lo.s primeros cleceniios <lel XIX .la hacen cabeza
visible de una guerra que se Ilam6 gaucha, en la que la provincia
todai levantada en armas se convier.te en escudo y lanza de una
larga, cruenta y extendida guerra.
Balcones andaluces, encarnados claveles, viejas casas de za-
guán y reja que dejan ver un patio de verde y flores, todavía ~gracias:
a Dios- la distinguen y puede admirarse desde el gran balcón na-
tural que es el cerro San Bernardo que se allega. Gente culta, me-
lodía de cadencia montañesa, dulce y despaciosa. Sencilla, seño-
rial, de familias notables, conocidas, le cuesta un tanto despojarse
oe sus atributos para aceptar los nuevos raseros de mayor bienestar
y pamd6jicamente mayor alienaci6n que pretenden nivelarlo todo,
en todas partes.
A esta ciudad y a esta provincia le cant6 con amor, en verso,
y prosa, un hijo notable de cuya obra nos ocuparemos ahora. Juan
Carlos Dávalos (1887-1959), quien escribió sobre su tierra y sobre-
sn g{'nte, sobre sus paisajes tan variados y sus hombres s iempre
distintivamente salteños.
Cuando se habla de la narrativa hispanoamericana del siglo XX,.
cuando sobre todo se considera su tremendo impacto en el mundo,
e n las dos últimas décadas, el nombre de D ávalos permanece un
tanto olvidado. Amigo del "rincón" salteño, más que de la gran ciu-
dad capital federal. Ha permanecido, salvo p ara sus comprovincia-
nos y los co-noccdores, arrinconado en algunos manuales de litera-
tura o en algunas audiciones radiales o televisivas "argentinistas'\
o notas más o menos folclóricas.
Quizá, y a pesar del riesgo siempre presente de las simpHfi-
cacioncs, convenga dctc-nemos un momento en aquello de si Dá-
.· . lI

\falos es cultor del folclore. Riesgo que se ¡igranda. desmedidamente


cuando -hay que partir de: una base 'tan discutida, de un concepto-
n-0 unívoco como es el -d e folclore. · ·
Se haoe necesario distinguir entre varios folclores denh·o del
mismo mapa a~·gentino. Como saibemos, la niezcla del indíge'ua con
el español dio resultados diversos cie acuerdo con el nivel cultural
de ,los d istintos pueblos nativos que sorprendió la conquista. Así,
.poco o nada queda de los indios pampeanos cuyo escaso nivel cul-·
tural permrti.ó que su recia opos,ición al -blanco terminara en un
decidido fracaso y en la desaparición de su escas'ísimo acervo cul-
_tural. Conocido tamblién es el hecho de que los habitantes de -las
selvas del noreste quedaron marginados mientras que los ,pueblos:
del .noroeste, sometidos al dominio español, supieron con las armas
de sus culturas, en mucho superiores a las de los otros pueblos de
·la Argentina, prese rvarlas y enriqueciéndose, enriquecer a Ja que-
brotó <le su S'imbiosis con la blanca. Me~claron sus- sangres y unie-
ron sus culturas.
En este nuevo medio cultural la coexistencia de rifos cristianos·
y algunos gentiles perduraron al lado de creencias ancestrales no•
siempre disimuladas y hasta hoy vigentes. En pocas palabras, el
ambiente o los ambientes folclóricos argentinos tienen también su
cauce natural histórico hien percepti:ble y que ha sido y sigue sien-
do estudiado por especialistas de la materia, Para quien quiiera in-·
traducirse e n la materia siempre será n x:omendable se detenga en
el "mapa folklórico-literario de los ambientes convencionales" aa:gen-
tinos elaborado por Augusto Raúl Cortazar para "Floklore literario y-
literatura folklórica" 1 •
D e todos modos, quizá convenga d istinguir al escritor que es-
cribe literatura popular. Si la llamamos folclore hay que a-clarar in-

1 Este trabajo abarca -vale la p ena recordarlo- casi cuatrocientas pági-


nas del tomo V d e la Historia ele lll literatura argentina, d irigida por Rafaer
Alberto Arrietn, Buenos Aires, 1959. En este mapa los "ámbitos" se titulan
jujeño, noroéstico, cuyano, patagónico, de la selva, central, pampeano, litoral y
su sola vista ayuda a co:nprender 1a riqueza folclórica nacional, que en sucesivos.
Y sendos capítulos se analiza "ámbito" por "ámbito".
12 CARLos ó. NALLIM RLM, 12 ( 1973)

mediatamente que se trata de un folclore especial: no es creación


popular, transmitida oralmente de generaciór1 en generación, aun-
que cada generació_n sepa, a su vez, recrearla, es literatura de autor
-de nombre conocido, aunque sus motivos, cuando no .Jos temas y
los ambientes vengan desde lejos.

"El nublado tapó todos ios rumbos, el camino se borró bajo


la nieve. Tuvieron que guiarse por fas osamentas que en muchos
años de tráfico habían ido amojonando el camino con su espanto
grotesco. Veíanse, de pasada, montones de costillas y de vértebras,
grandes ·huesos que ,los zorros hablan roído, cornudas calaveras
que aun guaTdaban en el cuerpo momificado d el hocico la mueca
torturada de una agonía solitaria. Caminaron asi toda la tarde;
caminaron así toda la noche, cruza-ndo llanos, salvando cuestas,
,bordeando laderas, siempre bajo el mismo cendal de nieve silen-
ciosa, sutil, continua, inacabable. Caminaron hasta el momento
en que la cerrazón, cada vez más tupida, se antid p6 a la noche
del segun.do día. La tropa ,a,l detenerse fue derritiendo 4a nieve
con el calor de los cuerpos y quedó como encerrada, en un corral
fa.ntástrco" 2.

El arreo que llevaría el ganado al norte de Chile, se había ini-


dado, -abajo, en el vaUe de Lerma, en sus blandos pastizales. Los
-deliciosos jnvernaderos, llegado el momento en que 1a tropa arisca
y juguet-0na, cebada y veloz, iniciaba la marcha hacia las alturas,
semejarían al ganado lo que a los peones, un despedirse doloroso.
Pronto el camino escabroso se e ncargaría de discip1inar la tropa
-guiada por cuatro sufridos arrieros. Seguirían subiendo, buscando
el paso cordillerano, y arriba había que seguir: si la cordillera lo
permitía.
"Andar, andar siempre, caminaT noche y -día, es el afán cons-
tante del arriero, pues a cada legua la novillada merma de peso y
-es necesario llegar a Chile en las condiciones exigidas por l-0s con-

· 2 Juan C. Dávalos, El viento blanco. Citamos por .Ja edición El viento


blanco y otros relatos, Editorial Universitaria de Buénos Aires, 1963, p. 23.
JUAN CARLOS DÁVALOS; . EL N~IBAOOR DE SALTA 13

tr~tos". Si .la cordillera lo permite. Antenor Sánchez, el patrón, gau-


cho saheño, lo sa:'l?e, sus tres peones también lo saben. En las l!,ltu-
ras de Gatua, antes de ~niciar la.~tapa más difícil, el guatón Calloja
le había adrvertido sobre el posible próximo temporal. El cambio
de luna, no había nevado aún, fines de junio. En su "casa" de Catua.
el ,b aqueano conocía a fondo la antiplanicie y la montaña, y podía
pronosticar. . . Pero Antenor .Sánchez tenía apuro en cµmpLir con
su contrato y llevar los vacunos a San Pedro de Atacama. Valiente,
se convirtió en audaz y quiso pasar a pesar -de la advertencia de!
~migo baqueano.
Reiniciada la marcha, durante seis días en tierras de Chile no
ha.J.larían hierba, ni agua, ni refugio alguno. A la desolación pronto
se le unen las primeras ráfagas del huracán. El indio Anastasia Cruz.
hubiera deseado volver a Catua: en la noche pasada un zorro se le-
había cruzado por delante de derecha a izquierda. Sánchez no se
echaba atrás, el indio obediente volvió junto a la tropa para seguir
adelante. Luego la visión entre real y fantástica transcripta, donde
las osarne"n tas más que amojonar el camino, se convertían en sinies-
t>ros agüeros. La nieve blanca anticipó la noche oscura,· ]a sangre-
caliente y aterrada y la nieve fría e impasible.
· La tensión del relato adquiere proporciones que '1n crescendo'r
lleva al terror de las bestias y los cristianos. Olfatean la muerte, el
ganado bala quejumbroso, los hombres abatidos continúan su faena
con redoblados esfuerzos. El gaúcho patrón reflexivo, arrepentido,
pero pertinaz. Los gauchos peones sin resentimijento, siempre leales.
El que venía enfermo, Loreto, -daba pena,. ~r9 no quería molestar
y se aguantaba.
Cuando no hUJbo otra solución que apalear la nieve con las
9aronas, Antenor Sánchez pide a sus· peones que opten entre ha-
c~rlo o, para Il1ªY.ºr seguridad personal, abandonar la tropa y sal-
varse ellos más pronto. Más que peones, amigos; más que hombres,
péroes, se .decidieron por lo más difícil. Tras tanto trabajo, cuando
el camino quedó abierto, el viento blanco,•el viento huracanado de;
nieve y muerte at.ra:pó a la remesa entera y la sepultó. "Mudos,
14 CAni.os ·o. N ALLIM RLM, 12 ( 1973)

,quietos, anonadados", los hombres vieron aquella _sepultura blanca


y colectiva de su ganado. Loreto no alcan2ó a recibir fas friegas de
nieve. La nieve fue su sudario. Los tres restantes siguieron el ca-
nl'ino '~lucha ndo mano a mano con la muerte, aturdidos por el azote
q_ue les helaba la sangre, compelidos por la necesidad instintiva d e
·vivir". La narración t ermina así, la emoción prosigue más allá del
-cuento, en el cora~ón -del lector.
Pdeza de antología, ha llegado a ser la narradión de D ávalos
-por excelencia. Muchos, •h asta los menos letrados, recuerdan al autor·
por este cuento. Cuento e n que se nos aparece un paisaje o una
-ser~e de paisajes, rápidamen~e descriptos, honda mente sugeridos,
,que nos nevan del valie fértil, el de Lem1a, hasta el cordillerano·
<lo desolación, nieve, viento y muerte no sin antes ascender una que-
brada difícH o sentir la estepa de la altiplanicie. Paisajes que· se
.continúan en una ruta secular, qU:e se pueden señalar -e n un mapa
precisamente. Aquí, cabe destacar que a pesar de haber sido for-
mado en la generación modernista, morosamente descriptiva, Juan
Carlos Dávalos, también e n esto es tradicional, usa la técnica de
l a sugestión. De manera que las acciones no se desarrollan :en el
-paisaje sino que el pa-isaje se configurn y vive narrativamenee.
· Estos pa!isajes norteños están animados por una -tropa y sus arrie-
:i·os. La línea argumental es breve tanto como conviene a un cuento
muy bien equilibrado. La peripecia se reduce a un cruce cor<lille-
w no, en el que el silendo parece jugar en los muy hreves diálogos,
,én el que éstós son apenas paréntesis -aunque importantes- en las
<lescripciones también breves y en la apoyatura narrativa.
La etopeya del protagonista, Antenor Sánchez, sur.ge <le algunos
Tecursos verdaderamente maestros. El relato, por e jemplo, se inicia
con su nombre. Su autoridad, queda expuesta en la frase inicial :
·" Anten-OT Sánchez dio la voz de alto". Presencia y mando que pre-
sidirá el cuento hasta el final. Si hasta "proclama" la muerte : al final
-es él quien llama a los peones para <lar las friegas <le nieve al enfe rmo
y es ~l el que le quita el "chulo", le palpa las me jillas, lo mira en
]os ojos y exclama: "No hay caso; ya ha pasao . . . ¡está muerto!".
....... , ..
15

Cuando se de~iene en el p ersona•je lo h·aoe en dos pán-af~s: El hom-


bre de bien y perspicaz, en el primero, rematado por u¡1a ,úirma-·
• • • f

C'ión que queda vibrando: "Era hidalgo de raza y gaucho por edu-
-cación y temperamento". En el segundo. se suman las cualida:des de
su casta y las aptitudes del indio.
El animal participa de la experiencia del amq. Su mula no es
-descripta pero a ella 5e le dedica· un •inusita¡do ~logio, el de ser
""baquiana" para comer ( daba vuelta de raíz la mata estepar-ia para·
no dañarse el hocico). Al elogio en boca -de un peón, Antenor con-
testa "-Van doce viajes que me acompaña. Sahe buscarse la vida".
Tal cabaHería para tal jinete.
Los peones, los tres peones que acompañaban al gaucho patrón
también tienen su etopeya, singular quiiz.'t porque representan Ql
·gaucho salteño, que se aguantan en silencio, hablan parca y fon-
tamentc, trabajan contentos, ·resignados enfrentan los males de la
vida, alegre o de fiesta saben comunicar su contento y participar
del regocijo colectlivo. En el cuento que nos ocupa la faceta que
-se nos muestra es ]a del sacrificio: "seres pasivos y leales en cuyas
rudas almas el sufrimiento era un h ábito h eroico. Ellos no dijeron
ni una palabra de queja, pero Sáncli:ez les había visto en -d iversos
momentos ocultar su aflicción y sacudirse sollozando -0n silencio".
Obedientes, leales y amigos del gaucho que los manda con la auto-
ridad que emerge del ejemplo, cuando por él tienen que jugarse
lo hacen sin dudar, al requel'imiento de si seguir o no, cuando lia
tom1enta y el peligro son tales que arredran al más valiente, la
respuesta unái:iime de est<;>s hombres veteranos en el sufrir y. sufri-
dos sin queja,· se contiene en un "-A,. lo que usté ordene, patrón".
El baqueano, personaje infalfu.ble en todo ambiente de cordi-
llera andina, también_ tiene El viento blarn;o su · lugar, como en
todo buen cuento su importancia emerge no del escaso número de
líneas que se le dedica -sino de lo que esas líneas son capaces de
-sugerir. Her.ibertÓ CaUoja ''aprendió a conocer la cordille;á como a
'SUS manos, en vei_ n te leguas a la -redonda": "P;redecía oon certeza de
:augur los cambios de tiempo y s6lo él saibía hallar el 1'ffl'Jlbo -de·salida
).6 CARLOS o. NAL~ RLM, 12 ( 1973 >

~uando la nieve, tapando las huell¡ts, transforml!ba por completo los


aspectos habituales del camino". Cuandp- se pa cuenta de que An-
te~or Sánohez se bahía 9bcecapo en cruzar ¡t pesar de sus adverten-
cias, las concluye diciendp: "-Ta güeno, entonces. Pero con "esa"
no hay jugarse" (sic), ·refiriéndose a la epi:dHlera. Luego, cuando el
:peligro y la muerte empiezan a rodear a los arrieros, Antenor Sánchez
se arrepentirá, en sus reflexiones, de no haberlo escuchado, pero ya
no había remedio.
Personaj<!s que son verdaderos caracteres, cuya presencia vigo-
rosa casi siempre emerge de siluetas dibujadas con mano maestra,
fruto del dominio conten'ido, nunca a,spaventero, de la lengua y de
un arte maduro del relato. El cuento tuvo su primera edición en
l922. Han pasado cin?uenta años y sin embargo no ha perdido
frescura.
Quien leyó a Juan Carlos Dávalos y conoce Sa·lta observa rá-
pidamente la verdadera comunión entre el autor y el medio. En este
sentido el tiempo no ha pasado. Quizá porque todavía fa gente del
campo está aquerenciada a sus ranchos, siguen afectos a su dieta
de papa, maíz y trigo, el locro y el frangoHo siguen siendo sus platos:
favoritos. El paisaje, e~tend.i<lo, desérlioo, de vegetación escasa y
achaparrada frente al cordón o .cercado por el cordón de montañas
nevadas, de cahras trepadoras,· mulas lentas o bicicletas sin apuros,
-pircas coloreadas o grises como la -piedra, e n cualquier momento
&e convierte en ver.gel, surcado por arroyos cristalinos, donde -la vida
se -h ace menos difícil y hasta holgada. La beJleza natural de inusitada
frescura alberga la historia y costumbre, el p,aisaje puede cambiar
bY1:1sca.mente, su gente .Jo hace sin prisa. Todavía h,py es dable ver
famfüas de poncheros, donde las niñas. aprenden guii:ad-as ·p or la
~~periencia de sus mayores, la t~n anti~a. co~o do~éstica industria
9el te jido, en tejares rústicos, que sa1en de la "casa" para tenders~
~ntre árboles a~jgos. Más allá una yunta qe caballos tritura el trigo.
Como no. existe .un módulo que nos pennit¡i. decir qué cantidad
fle fábula o qué posis argumental es .n ecesaria para saber cuándo
una narración es cuento y cuándo artícuJo _de. costumbres, lo mejor
JUAN CARLOS DÁVA'LOS: EL NARRADOR DE S..\LTA 17

será _seguir ate niéndose a la Tealidad concreta. No existe la enteleqi.ria


cuento, así que es inútil excederse ofinando .Jas definiciones ge no·
lógicas. El viento blanco es un cuento, ya que lo argumental aqui
deC'isivo se une, fu diluye y paradójicamente se impone junto a lo
lírico, lo costumbrista, lo social 3 • Así en vez de un . producto refi-
nado, desde el punto de vista de los géneros, el cuento de Dávalos
lleva una inm'ensa carga de preocupaciones como ·las vive su autor,
y tra:sunta su modo de pensar y sentir. Pero tampoco confundir con
el narrador intencionado que en vez de un cuento quiere escribir
una doctrina o exponer una ideología. .
Día ,llegará, y no está muy lejos, en que el t elar rústico d e la
campaña salteña que aún perma,nece como retando a la gran indus-
tria textil urbana terminará p or desaparecer y con él, el poncho
rústico o 1a· manta que hasta en la he chura, ya antes -de la segunda
guerra mundial, se jactaba d e usar anilinas alemanas y hoy de seguir
usando las buenas nacionales. Desaparecerán las familias poncheras
y aunque -d ibujen, con sangre de la última "carneada", una cruz o
alguna imagen ritual prehispánica, las imágenes impresas o escul-
pJdas en serie ya lo invaden todo. La mula y el bun10 dejan su
lugar a la bicicleta, y ésta a la motonc,ta o al automóvil, el camión
compljte con el tren en el b·aslado d e ganado, y los arrieros desapa-
recen, las largas invernadas somnolientas y poéticas son reemplaza-
das por 11eses enfriadas ,en plantas frigorífkas y transpor~adas e:(}
unidades o cámaras de frío manuables, baratas, rápidas.
Por sobre todo ello pellllanecerá el testimonio de esaritore.5 que,
como Juan Carlos Dávalos, supieron cantar, en verso o en prosa,
l,a ale gría sí.n precio, e} ~spírltu de ~acrificio impondera ble de
homhres distintos, individualistas, que se conformaban con viv:i!r
p~o que sabían el cuánto y el cómo de esa vida. Hoy en que todo,

3 Si nos limit~mos a la edición que estamos :usando, hay que advertir que
lleva el titulo genérico de relatos ( El viento blanco y otros relatw ) con lo que
se obvia ~I inconveniente de las'difíciles precisiones. :A.si, El ata;acamino, El se-
Cf'etp del opa, De hombre a hombre, .Un se-pelio atmosférico ( Crónica de 1891),
La Zancadilla y la cola'de.J gato y Ctiatro cuentos del zorro, siguen a El v iento
blanco y llenan el tomito.
18 CARLOS o. NALLJM RLM, 12 ( 1973)

hasta la dieta gastr-0n6mica, tiende a unificar y masificar, tes-\!imo-


1.i:íos corno la obra de Dávalos adquie re n un _valor superior, sin ol-
vi-darnos, claro está, de que se trata de un valor -l'ite!·airio, artístico
y · no sólo de un buen artícufo de costtimbres, aunque el costumbrismo
ño_le sea ajeno ni mucho menos. · ·
.. · · ·cabe r ecordaT al Tespecto, que -el color local que en el Roman-
f!cismo español es fruto de una doctrina litera.ria explícita, en cieitas
i-~gioncs ?e América se impuso como una normalidad y por eso
cuando se lee a Dávalos •h ay que evitar colocarse en la perspectiva
de la naturaleza ~ná, o menos pintoresca o exótica y apre ciar que se
{rata de literatura, es d ecir, de captación de lo universal a través d-0
lo concreto. Por lo demás, en Dávalos, está viv-a la tradición española
y su modo de caracterizar a los personajes, situarlos y moverlos
no tiene solución de continuidad con una naTrativa que arranca, por
lo ;menos, de la d-el Siglo de Orn. De modo que el valor de Juan
Carlos Dáv-alos trasciende su dimens~ón documental o si se -prefiere
qu€ ésta ha -de valuarse desd e su completa lucidez de escritor culto.
Más arriba decíamos que no existe la entelequia cuento y que
es ·mejor atenerse a las realidades -concretas. Cuando de escritores
rurraigados a su suelo se habla debemos recmdar a nuestro autor.
Arraigado en Salta por haber nadido allí, en La Montaña, cerca d e
San Lorenzo. Pero sus raíces son más profundas y nos llevan 'ª
nombres de. solera criolla, Domingo Gerva-sio de Is-asmendi, por s u
abuela paterna, el último gobernador realista de la provincia, Fran-
cisca Güemes, por línea materna, hermana del famoso gaucho héroe.
Én el caso de Dáva-los hablar de estirpe, sangre, raíces, no es caér
en preju'icios sociales. Es simplemente una verdad. Quizá por eso
nuestro escritor, ni eng-r eído ni falso modesto, se sentía seguro ele
lo que quería, de lo que a maba. Si el paisaje es naturaleza subida,
quié•n mejor que Juan C arlos Dáva1os para contarlo. Quié n mejor
que él para entender a la gente d e su provincia y describir y logrrur
NteraTiamente verdaderos arquetipos que habrán de perdurar P?1"
obra de su pluma.
J UAN CARLOS D,Í,vALOS'J. EL NAll11,ADOR DE SALTA 19

Criollo, descendient~ .Qe gobernadores 'realistas y de héroes pa-


triotas. Criollo amante de su suelo y cultor. de una lengua heredada,.
1·ica y e nriquecida por esta América que la siente ·suya. No hay
gra:tuid~d en esta afümac'i6n ni sensiblerías provincianas. Desde mu-
chacho, bajado a Buenos Aires ,a estudiar, pudo -asistir a los cenáculos.
literarios de la época o a los cenáculos más fatigosos que son fas
redacciones de los periódicos y sin e mba!rg-0 cuando :recuerda aquella·
,
epoca af'1rma: . . ~

"Ninguno de los poetas que empezaban a b rillar


entonces me satisfacía, ni yo me sentía capaz tampoco de igua-
larlos, ni d e imitarlos, porque en la niñez, en '1a ,biblioteca de mi
-padre, había Jeído a Lope, Calderón, Góngora, el mal'qués d e
Santillana, Manrique, fray Luis de L eón, etcétera y así, mi cate-
cismo se sublevaba contra el aparatoso palabrerío y la manera
afectada de simbolistas y decadentes". .

Así, prefiere volver ,a su Salta, a vivir, y viviendo lo que siente


más suyo creará, es el reencuentro del poeta con su medio. Y -los
libros se suceden: De mli vida y de mi tierra, versos, 1914; Cantos
Agrestes, v,ersos, 1917; Don Juan áe Viniegra l-Ierze, teatm, 1917;
El viento blanco, c uentos, 1922; Los casos del' Zorro, cuentos, 1924;
.Aguila renga, teatro, 1929; Los gauchos, libro -de "la vida y costum-
b res" ele los gauchos -de Salta, 1928; Relatos lugareños, 1930; Los
buscadores de oro, cuentos; La tierra en armas, teatro, 1932;0toño,
versos, 1935; Los valles ele Gachí y Molinos, 1937; La venus de los
barriales, 1941; Estampas lugareñas, 1941; Cuentos y relatos del
Norte Argentino, 1946; Salta, su alma y su palisaife, 1947; Ultirnm ver~
sos, póstumo, e n 1961 4 •
Para los largos y jóvenes 72 años que vivió el autor, el número
de obras no es aho. Fue consci~te de ello y reconocía que le gust:-tba

. 4 Registramos el año de la primera edición en todos los casos. Canto8


de la montaña fue una tercera. edición, parcial, de Cantos Agrestes. Aguila renga
'Y La tierra en armas fueron h echas en colaboración con Guillermo Bianchi y
Ramón Serrano, respectivamente.
20 CARLOS o. NALLIM . RLM, 12 (1973)

más leer que escribir, más m edita-r que hacer. No hay que olvidat""
que ~ te señor, jamás señorón, que etse hombre que se sentía tan
unido a su "habitat", que .regresó Q él después d e su estanC'ia en
Buenos Aires, donde alternó con Eviar Méndez, Enrique Mé:idez.·
Calzada, Juan Allonso Carrizo y otros poetas y escritores, se sintió-
poeta y sus primeros -libros son precisamente de versos. Pronto se-
dto cuenta que se sentía más a gusto en la prosa y se nos ocurre-
pensar que hallamos tanto poesía en sus líneas cadendiosas, natural-
mente cadenciosas, como en sus medidos versos.
Es que la es'tructu11a natural de la lengua tiambién ti.ene su
ritmo y medida cuan-do se la domina y se la sabe cultivar: sencillar
sí, pero de aquella sencillez no fácil de lograr que suele distinguir
a los .buenos prosistas. A igual que Cervantes se dolía de sus "malos:
versos" Tespecto de su "buena prosa", y no obstante si leernos un
poco más sus versos, a igual que en C ervantes el sentimiento de
ma.Jos poetas que a veces los abruma es excesivo. Ya que tanto en
uno como en otro no sólo se pueden rescatar algunos versos sino que-
también encontramos verdaderos buenos poemas. Pero la fama, y ·
el sa:beme buen prosista tiene su peso 5 •
Manuel Gálv,ez en el último tomo de sus Recuerdos de la vi.da
literaria., :recuerda con desenfado a fos hombres y a los hechos, y
a pesar de su aspereza de viejo experimentado, cuando se refiere a
Júan Carlos Dávalos· lo recuerda como hombre de "tialento, y perso-
nalidad y capacidad creadora. Era un típico- argentino del Norte,.
y toda su obra tiene valor representativo. Algo -de ella viv'irá, por
lo menos E•l viento blanco, im-presionante y vigoroso reJato, que

S Vid . por ejemplo Ausencia (de su A ntología Poética): ... "y amas mis-
malos versos más que mi ,buena prosa". En la t ercera y {,!tima estrofa puede-
uno P..dmirar la frescura, la cla~icidad, la popularidad de estos pareados:
"Nuestro amor fue mirar, y reír y llorar,
y haiblar yo de mi tierra.y hablarme tú del mar,
y aun no poder vivir separados y aun no
dejar de pensar uno lo que el otro pens6"·...
JUAN CARLOS DÁVALOS: EL N ~ R DE SALTA 21

sucede en la oordillem" 0 • No importa .Ja reticencia al juzgar su obra,


que queda olvidada ,e n el mljsmo oont,exto cuando dice de su capa-
,cj,d,a,d creadora.
De acuerdo con Gá:lvez. Vemos en El viento blanco un vigor
muy especial que lo destaca del resto de la producción de nar,rador.
Pero este resto no es adocenado ni mucho menos. Quizá convenga
citar al mismo Gálvez, quien años antes del juicio transcripto decía
,en el prólogo a Salta: "Como narrador, Dávalos muestra notables
cualidades. Hay en su libro escenas de gran be1.leza : la de los burritos
'leñateros, que pasan lentamente por los caUes, curioseándolo todo
y m etiéndose dentro de las casas; la de la riña de gallos, que tiene
tanto moV'ixruento y t anto color como las descripciones a·nálogas de
-Sarmiento"; para terminar evocando la poesía montañesa presente
en la naNaci6n de los amores de Serapio Guantay. Aquí creo que
podemos encontrar preciosos testimonios de verdaderos a,rtfculos d e
costumbres.
El atafacamino por e jemplo, comienza con el "Ton, <tucutún,
tucutún, tun tun" . . . del ,r edoble monótono de la caja, que acom-
paña un violín destemplado y espaciados disparos de escopeta, todo
en honor del Niño Dios, es el misachioo quebrada ahajo, vísperas
de Nav.idad. Aquí cahe la descripción minuciosa y a la vez ágil de
la procesión que tiene oomo meta Ja capilla d el vaHe donde el padre
cura les dirá una misa. "Es la fiesta de los puest eros del oerro, la
fiesta .tradiicionaJ de 'los Sarapura, que guairdan desde hace ochenta
años en el :rancho de su jefe, un Niño Dios de encarne, vestido con
polle.I'Í!tas de seda, y muellemente tumbado .sobre un montón de
musgo, entre flores de trapo, en me dio de un cajoncillo empapelado
y oerrado con portezuelas_,de cristal". Luego, vendrá la fiesta en la
-casa -de una vecina y tendremos noticias cur,iosas de creencias, dainizas,
comidas, y hasta una puja amarga entre el fes tejante Pantaleón ViJte,
.el indio bueno y vecino, y Venrum Tinti-lay, el domador, guapo y

6 MANUEL GÁLvEZ, En el mundo de los seres reales, Buenos Aires, 1965,


p. 242. .
22 CARLOS O: NAT.lLIM RLM , 12 ( 1973>

vale ntón. Entre el indio que no ·sab é p eJem· pero que está e namorado
y el gaucho cuchillero que viola ·su prenda, está el e terno desgarro
del amante desesperado que termina matando al felón con astucia.
de indio en un escenario prieto d e rocas y matas, .de sabor y olor.
Cómo no .r ecorda.T el Idi:lio Pastoril donde las violas clásicasi
son reempfozadas por el ama noay ·blanco y el a mamcay amarillo,.
donde las delicadas ofu-e ndas flomles para los dioses ceden su lugar
al aroma de la menta· y la jarilla. La misma gruta de follaje, a ]a
hom del bochorno, la gramilla que cosquillea los pies, el .sol, el
ensueño. No es Cloe, es Faustina Renfiges, que •t ras su almuerro
de maíz y charqui espanta los pájaros del tr.iga·l , al m'ismo tiempo
que caminando trabaja con su vellón y rueca calchaquí. Es la
pajarera que gozosa ;recue rda el atrev,imiento de días pasados deI
pastor y vecino Tomasito Chocobar, y cómo pudo alejarlo sin da ño.
No ha,y aquí un F.hletas que cante a fas ninfas, toque la flauta
en h onor de Pan, explique a una pareja joven q ué es el a mor, cuál su
poder, cuál su belleza. No hace falta el consejo de vie ja teroera ail-
guna, ni el descubrir calidades principescas a los contraye ntes antes
de fa unión al son de himnos ,n upciales. Aquí el amante aparece de
súbito, e n el mome nto oportuno, en un ma rco que IJ'ecuer<la tantos
otros «idilios» que desde la antigüed ad dicen las mismas cosas, de
disth1tos modos, pero aquí se encuentran frente a frente como dos
vicuñas jóvenes.
Ahí está también el Dávalos burlón de los "opas". Cómo no
recordar, por lo menos, a Butrián, d e ".Ja especie inofensiva de los
opas beatos", que Ueva aJ a utor soca rrón a mofarse de c iertas cos-
tumbl"es Jug•a reñas pero mucho más de la estupidez de los que no
son opas. O el Dávailos, oonocedor de !la psioología y <relaciones de
esllanoier-os y servidores. F ácil es imagilnrur al iparh·6n cuando se
nos dice:
"Lucía don Santiago en su estancia la mism'.l indumentaria
que el cap ataz. Pero lo distinguía del gaucho ele medio pelo, su
altivo gesto hecho a ·mandar, su persona y b'.lrbas, más aliñad as,
sus silloneros de estima que sólo él montaba, su rico tirador con,
JUAN CARLOS DÁVALOS: EL NAIUIA.OOH DE SALTA 23

piezas de oro, su indiscutible pericia. en las cosas de a caqallo.


Nadie lo superapa en elegante destreza cuando en las yerr~~
dábase a 'pialar por pasatiempo; nadie como él era capaz de lar:
garse monte adentro como flecha por detrás de un toro arisco" .. : (

Patrón para todos, señor y dueño de su concubina. P.arco en las


~la:p_ro¡<;, med.tido en el mando pero ca.paz de admm1.r las b ellezas
de la -estancia, de respeta'l· e imponer ,r espeto; y hasta de d esarmar
con su espada a un capataz, infiiel, cuchi.J.lero. Jurun Carlos Dávailos,
aún en estas escenas, de [,e,latoiS como De hombte a hombre sabe
contenérse y no cae en fa fáchl "comedia gauchesca" que más tarde,
y después de pasar pm e l reat.ro, llenrurá muchas radionov,elas y
seguirá frecuentando fos tablas.
En su seno, el relato muestra la vetusta casona d e adobe y tejas,
9e tiempos d~ la codonia, que p11eside la vida de los enonnes 1-a:res
que fom1an fa es!Janoia d e "Los Noques". Muestra el atrevüniento
ere 11.os sobr.iinos jóvenes con ,],as jóvene<; de1 -servicio, todo di:cho oon
natu.raHdad, con •l a ·n atumlidad que puede ,da!l' una vida -de cono-
cimiento donde el anhelo no se aleja mucho de 1a realidad. Con
paternalismo si se quiere, pero. con un paternaHsmo sincero de pa-
tri,airca que conoce y ama ,su clan.
El capataz aparece en su gentil figura como "uno d e esos gauchos
de tipo mor:o, alto, corpulento, he11moso, y ágii con -s us -sesenta afias.
Pertenecía a esa roza fuerte, oon más sa.ngre española que indígena,
criada a oabaillo en -los montes de Anta". Todo en un mundo rnral
de leyendas y presentimirentos, de ruti!Ik'l. y iemooiones súbitas. Un;
y otra vez el paisaje de valle y bosque, de indefinidos rumores que
dan encanto o si1encios qu e dan miedo. Aquí también •las armas de
la famil,ia, donde no falta,n la teroe1.1ola, e l fusi!l de chispa, J.a cara-
bina, el -rern.i,ngton, "y en una panopNa, un juego de espadas de
duelo"... ·
¿Cuento? ¿Artículo de costumbres? De lo uno y de lo otro. Un
guión argumenta.1 fonto, por momentos •invisib1e, que se teje entre

7 . V:d. De liom/we· a hombre.


24 CARLOS o. NALLlM RLM, 12 (1973)

preciosas estampas, de gran p~der de evocación de Ia Salta que el


autor ha vivi•do. La intención a -la vista, el trazo :ligero, senti:do más
que convencional, con gracia, que hablan un casteMano -dulce y
anacrónico que ya se siente así comparado con el castcllano pulido
-,no afectado- del autor culto que irelata. Descripciones, estampas.
¿Cómo podía ser de otra manera? Fue el m ismo Dáva:los, qu'ien en
1921 se confesaba públicamente en una conferencia, diciendo:

"Yo estoy h echo a las cordilleras donde reinan en toda su


majestad salvaje 'las fu erzas eternas y ciegas del -mundo. Estoy
acostumbrado a contemplar más que a pensar. Soy esta cosa
sencilla: un buscador de belleza en el paisaje natal y en las almas
ingenuas de mis comprovincianos. Yo admiré en la Naturaleza, un
inmenso afán de ser, de r ealizar todas las formas y todas las ,po-
sibilidades, la trad ición y la leyenda son el ·pasado mismo que
subsiste, no en la letra muerta ni en el grabado oscuro, ni en el
vestigio arqueológico, sino en el alma de los hombres como intuí·
ción de lo ancestral, como recuerdo traslúcido d e los tiempos
heroicos, como afirmación evidente de un arraigo inveterado y
tenaz sobre la tierra. L a tierra, como la mujer, no entrega su alma
:il propietario, sino al poseedor" 8,

Queda dicho. El poeta, a quien no 'l e gustaba.u sus propios


ver.sos, siguió siando ,p oeta e n sus versos y en sus relatos, e n sus
leyendas y fábulas popularns, en su escaso teatro y hasta en los
decía-es y ,afodsmos 9 • Hay s i, en todo esto un costumbrismo q ue

8 JuAN CARLOS DÁvALOS, conferencia del 6 d e agosto de 1921, en el


Jockey Club de Buenos Aires. Citado por JORGE CA.LVETTI en Juan Carlos D á·
ó(JU)S, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1962, p. 12-13.
9 Como en este trabajo nos interesa el Dáva.Jos de los relatos, no nos
detenemos en su labor de poes¡a escrita en verso. Sin embargo, como nos
parece injusto el a veces peyorativo concepto que afirma el a'Utor tener de sus
poemas, creemos conveniente señalar el valor de esos versos. Con sus virtudes
y defectos puede rescatarse una serie de poemas qµe enorgullecerlan al mejo,r
·poeta. La rara y elocuente comunión entre espontane'dad y cu1tura -ya h emos
hablado de sus lecturas clásicas que lo acompañaron desde la niñez- h an llevado
a·l recién citado señor Calvetti a dedicar, en su tomito sobre Dávafos, un capítúlo
de subido interés a su poesía, que, esperamos, pueda extenderse algún d¡a.
JUAN CARLOS DÁv.u.os:· EL NAIU\ADOR DE SALTA 25

inbere6a por lo que contiene ·de crea1ción, por la capacidad -de i,n-
venci6,n, si.n olvidar que aún fa anécdota .}tjgera o el hecho intras-
-cende nte da,n a conocer una Argentiina ,n o muy conocida, recostada
y como abnitgada en el noroeste, lejos -d e la pri-sa que ya empi10za a
llega:r y que se va adentrando sin pedir permiso. Este costumbrismo
·•interesa no sólo porque pueoo Uevarnos un espíritu de etnólogo o
antropólogo que p1,evé la pronta pérdida de un sob erbio pa tnimonio
dig,no de estudio, sino también porque es intere~'<'l nte en sí mismo,
l>elilo, auténtico.
No es lo único argenltino, simplemenre es una forma de vida y
una forma d e hacer -literatura. dentro del más ancho campo de la
cultura. argentina. No es tiempo <le hacer "argenbini<lad" preten-
diendo agarrarse a tradiciones más o menos folclóricas, más o menos
auténticas para conf.ront.arlas en "s,logans" ·conhra otros "slogans" que
protenden cambiarlo to do. Ese va.Jor en sí imtismo de que hemos
hablado no permitiría Ia confusión, Jo auténtico no puede s·e r ma-
noseado sino cultiva.do. Juan Carlos Dávalos lo supo hacer a su modo
y con ru:tie.
Juan Oa·rlos Dávalos miró, contempló, y camtó Jo que sentía en
profundidad, no fo h izo falta estar a fa caza d e pintoresquismos,
n'i caer en ,l a frivo1idaid d e hacer ostentaciones d e un "gauchismo"
ma:l entendido con -el que ,a veces y e11r6neamente se •i dentifica a
1os argentinos. Dávaios con esa "voz vi.Ti! y suave, con esa acentua-
ción especial de los salteños que aolarga .los párrafos como una plancha
quita arrugas", al decir de Güiraldes 10, sabe hacerse sentir e n su
obra espléndido e n sus descr-ipciones, rico en sus relatos, ,sabio· e n
loo decires. Nunca s,u obra literaria •e stuvo a la busca de tipos "more
zoológlico". Esto adquiere más valor aun si p ensamos en el profesor
de Ciencias NatuTales del Colegio Naciona:1, si pensamos en su propia
observación -d e ha,lla,rse influido, e n su orientación Htera:ria, por estas

10 C1rta de Ricardo Cüiraldes a su madre ( en Buenos Aires), fechada


el 22 d e julio de 1921, ,:u Swlta, y a,parecida en Sur ( N9 1, verano· de 1937) .
Citad a por Horacio Jorge Decco en "Ricardo Güiraldes y Juan Carlos Dávalos,
en Salta", en revista Ficci6n, Buenos Aires, N9 10, noviembre--diciembre de 1957.
26 CARLOS o.,. NALLDI RUI, 12 ( 1973}

ciencias. Algun_a vez llega a ~ncerrar toda su obra en la palabra


<Íuto-biograffa, y aclara lo que entiende por autobiografiar: "narra-
ción de sucesos íntimos d e los que se es autor y expectador". Auto-
observaciones que frescas aun permanecen en un reportaje que le
hizo del diario Los Andes y que revelan tambiéJ!, su estima -na-
tural en el momento, diríamos- por •l a _filosofía positiva 11 •
El aut-0r declara -l a influencia de las ci.encias positivas en su.
orientación lite raria pero aunque no lo declare, Io cierto -es que es,
evidente que €ID sus expoJioaciones científicas usa métodos "more·
Hterario". Así, uno de sus ahmmos, admiradores y comentador~, al
r-ecorlardo cariñosamente, puede señalarnos que de todos los escri-·
tores que han escrito sobre el "cacuy", el úni.co que ha contemplado,
el misterioso pájaro es Dáva·los, quien -después de anotar sus oa•rac-
terísticas al estilo científico, finaliiza diciendo: "Ningún grrto animal'
trn.duce me jor que el alar-ido del "cacuy" -l a soledad de un alma
viviente, y es imposible oírlo sin estremecerse de espant-0" 12 • Cu-
riosidad científica, poesía.
La digresión oportuna, no pam llenar algunas páginas y ocultar
poca invención, la digresión consecuente con ella misma, cuando el
-relato lo permite o cua,ndo el autor cree que es más importante Ja.
noticia que el ·r elato. Sin embargo, fa objetividad asume permanen-
temente su papel, s1n a-ristas -de ir-igor sino con la benevolencia del
que sabe y no tiene apuro, -del que ·i magina y no teme al olv:ido ni
la •escasez. La economía del •relato será pues una consecuencia que-
nos señalará qué narraciones se acercan más al cuento -si es que
cabe definir al cuento- e -i mplicará una. técnica más estricta, una .
obra más adusta. Cuando lo que interesa es el contar o cantar cosas,
sin mayor disciplfu.1a est-ructural, tendTemos otiras -narraciones a las
cuales podremos denominar cuento, relato, conseja, apólogo, leyen-
da o artículo d e costumbres pero cuyo valor habremos de encon-

ll El reportaje ep:stolar lo hizo Sixto Martell¡ .y aparec:6 en Los Andes,.


Mendoz:t, y fue reproduc;do en La venus de los barrio1es.
1 2 A11-1ADEO RoDOLFO SmoLu, Juan Carlos Dáva!os y s u obra, S:tlta, 1964,,
J). 70.
JUAN CARLOS DÁVALOS: EL NARRADOR DE SALTA 27

trar e n la narración misma y no a paTtir de def.iniciones que actúen


como premisas o de organizaciones estructurales previas. En una u.
otra foz, en la del cuento escueto o en .Ja del costumbrismo Jo que·
vale es el escritor de genfo, quien obtendrá, como en el caso de Juan
Carlos Dávalos, logros ma gnífaoos.
M e11doza, en la primavera de 1972.

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