Infabilidad de Justin Popovic

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Textos ortodoxos para uso parroquial

OBSERVACIONES SOBRE LA “INFALIBILIDAD”

DEL HOMBRE EUROPEO

San Justin Popovic

Nº 7

1
1 Indiscutiblemente el hombre es, después de Dios, el ser más

misterioso y el más enigmático de todos los mundos conocidos del

pensamiento humano. En las profundidades insondables e infinitas de la

existencia humana, viven y se arremolinan contradicciones insuperables: la

vida y la muerte, el bien y el mal, Dios y el diablo, lo que existe en ellos y

entorno a ellos. El género humano, en todas sus religiones, en todas sus

filosofías, su ciencia, sus culturas espirituales y materiales, ha intentado

resolver en sustancia un único problema, un problema inmenso: el

problema del hombre. Por si mismo ha forjado, con todos sus sufrimientos

y todos sus mártires, una divinidad suprema, que ha venerado como el

valor supremo y el último criterio de todas las cosas. Esta divinidad

suprema es: “el hombre medida de todo”. Es decir, que el hombre es la

medida de todos los seres y de todas las realidades. A pesar de esto, su

divina Majestad, el hombre, no ha resuelto el problema del hombre, pues

midiéndose él mismo a si mismo, no ha comprendido ni a él mismo ni el

mundo que está a su alrededor (2Co 10, 12). En efecto, es en vano que ha

sufrido, ha encarado el espejo en un espejo. Todo está resumido en ese

grito conmovedor, en esta confesión asustada: “no tengo conciencia de

nada” (1Co 4, 4). No conozco nada por mí mismo, no sé que es el hombre,

ni que es Dios, ni que es la muerte, ni que es la vida. Mas bien, en todo mi

ser, siento que soy esclavo de la muerte, esclavo del mal y, por el pecado,

2
esclavo del diablo. El fruto de la actividad del hombre ha sido el haber

formado un único cuerpo de todo el género humano, el “cuerpo de la

muerte”. Y cada hombre forma parte, es miembro del cuerpo de la muerte.

¿Y qué se esconde en el cuerpo de la muerte? La hediondez, la corrupción,

hacia… “¡Pobre de mi! ¿Quién me liberará de este cuerpo de la muerte?”

(Rm 7,24).

Nadie, nadie, salvo el Dios-Hombre. Pues el Dios-Hombre, Cristo,

habiendo vencido la muerte por su Resurrección, ha disuelto el “cuerpo de

la muerte” como realidad ontológica (Ap 20, 14, 10), ha liberado al género

humano de la muerte, le ha dado el don de la Vida eterna, de la Verdad

eterna, del Amor eterno, de la Justicia eterna, de la Alegría eterna y todos

los bienes eternos que sólo puede dar el Dios de Amor y amigo de los

hombres. Y es así que ha resuelto el problema del hombre, el inmenso

problema del hombre. Verdaderamente, después que Dios se ha hecho

hombre, que se ha manifestado como Dios-Hombre, y ha permanecido en

el mundo terrestre por su Cuerpo –la Iglesia-, ha devenido él mismo una

vez por todas, el valor supremo y el último criterio del género humano, él

el único Dios verdadero, y él el único Hombre verdadero, el único Dios

perfecto, y el único hombre perfecto. Como tal, es él quien es el valor

supremo y el último criterio del hombre en su entidad psicosomática, y en

su potencialidad divino-humana, y de todo lo que es humano y del hombre.

Únicamente en el Dios-Hombre, que el hombre es visto por primera vez

3
perfecto y eterno. Y se reconoce él mismo en todas sus dimensiones. De

ahí, para el género humano, el nuevo principio universal de las virtudes y

del conocimiento: “el Dios-Hombre medida de todo”.

Pero el principio “el hombre medida de todo”, continúa reinando y

dominando, la mayor parte del tiempo por “el hierro y el fuego”, en este

mundo no cristiano, idólatra y panteísta. Es por esto que el muy sabio

conocedor del hombre y del Dios-Hombre, el apóstol Pablo, resume todas

las filosofías del género humano a dos: la filosofía según el hombre y la

filosofía según el Dios-Hombre (Col 2, 8).

2 Únicamente el Dios-Hombre es un hombre perfecto y consumado.

Pero simultáneamente: y Dios perfecto y hombre perfecto. Aquí la persona

del Dios-Hombre es el factor más importante. Es esto lo que confesaron

claramente los santos padres del IV concilio ecuménico de Calcedonia, y es

lo que explicaron bajo la inspiración divina. En el Dios-Hombre, el Cristo,

el hombre ha llegado a todas las perfecciones. En Dios, él ha perfeccionado

y completado su alma y su conciencia, su voluntad y su intelecto, su

corazón y su cuerpo; en una palabra, todo él. Y ha devenido el milagro más

importante y el más digno de amor: el Dios-Hombre, se ha dado él mismo

al mundo terrestre y a todos los mundos, como Iglesia, como su Cuerpo,

para que cada hombre sea capaz de ser “partícipe del Cuerpo” del Dios-

Hombre, y así conseguir todas las perfecciones (Ef 3, 6). Es sólo en el

4
Dios-Hombre y por el Dios-Hombre, que cada existencia humana puede

acceder a ser un verdadero hombre, un hombre perfecto, un hombre

completo. Es únicamente con el Dios-Hombre, en la Iglesia y por la Iglesia,

“con todos los santos”, que es posible llegar al “hombre perfecto, a la

medida de la dimensión de la plenitud de Cristo” (Ef 3, 18; 4, 11-16). En el

Dios-Hombre, el Cristo, “habita corporalmente toda la plenitud de la

divinidad” (Col 2, 9-10). A esto, cada uno de nosotros no puede acceder si

no es “con todos los santos”, por los santos misterios y las santas virtudes,

bajo la conducta de la santa fe y de la santa caridad (Ef 3, 17-20).

Sin el Dios-Hombre, el hombre es en realidad privado de la cabeza, y es

además privado de sí mismo, sin su “yo” eterno, inmortal, “a la Imagen de

Dios”. Fuera del Dios-Hombre, no existe el hombre, sino siempre un infra-

hombre, un medio-hombre, un no-hombre. Aquí es necesario añadir esta

verdad: sin el Dios-Hombre, el hombre es siempre esclavo de la muerte,

esclavo del pecado, esclavo del diablo. Es únicamente por el Dios-Hombre

que el hombre llega al destino que le ha sido reservado por Dios: “deviene

Dios por la gracia”, y así llega a la plenitud de su existencia y de su

personalidad. Llega a su eternidad divina por la divina-humanidad.

Viviendo en el Cuerpo divino-humano de la Iglesia, “con todos los santos”,

el hombre deviene progresivamente Dios-Hombre por los santos misterios

y las santas virtudes. Y se llena de la alegría de esta santa proclamación, de

esta divina ordenanza de san Basilio el Grande: “Ser una criatura de Dios

5
que ha recibido la orden de ser Dios”1. Creado virtualmente Dios-Hombre,

el hombre se esfuerza también en el Cuerpo divino-humano de la Iglesia,

de asimilar a Dios su inteligencia, de transfigurarla en intelecto- de Dios

(“tenemos la inteligencia de Cristo”) (1Co 2, 16); se esfuerza también en

asimilar su conciencia y transfigurarla en consciencia-de-Dios, de asimilar

a Dios su voluntad y transfigurarla en voluntad-de-Dios, asimilar su cuerpo

al Cuerpo del Dios-Hombre y de transfigurarlo en Cuerpo-de-Dios (“el

cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” 1Co 6, 13). Divino-

humanizado por la Iglesia y en la Iglesia, el hombre se vuelve a sí mismo

en la “Imagen de Dios” anterior a la caída2, llenándose de la

sobreabundancia de la belleza divina de la maravillosa imagen de Cristo

(Gal 4, 19; 3, 27; Rm 8, 29). Sin el Dios-Hombre y lejos del Dios-Hombre,

el hombre corre siempre el peligro de devenir a “imagen del diablo”; y

actuando en el pecado, alejado del Dios-Hombre, deviene familiar del

diablo: “Aquél que ha pecado es del diablo” (1Jn 3, 8). No ha de pasarnos

inadvertido que el fin principal del diablo es el de privar al hombre de la

imagen de Dios, de des-divino-humanizarlo, de des-divinizarlo y de hacerlo

así un ser semejante a él mismo. El antropocentrismo humanista es por

esencia diábolo-centrista, pues ambos desean la misma cosa: pertenecerse

sólo a sí mismos, ser sólo ellos-mismos, para ellos-mismos. Pero de cierta

1
En: Gregorio el Teólogo. Discurso 43. Migne PG, 36, col. 506.
2
Oficio de Difuntos. “devuélveme a la resemblanza…”

6
forma, ellos se trasladan en realidad al reino de la “segunda muerte”, donde

no está Dios ni nada de Dios (Ap 21, 8; 20, 14).

Lo que ha estado dicho hasta aquí no es otra cosa que el divino-humanismo

evangélico, apostólico, patrístico y ortodoxo.

Todos los humanismos europeos, del más primitivo al más sutil, del

fetichismo al papismo, se fundan sobre la fe en el hombre, tal cual es en su

situación empírica y en su historicidad psico-física. En realidad toda la

sustancia de cada humanismo es el hombre. El hombre es su valor

supremo, su valor total; el hombre es su último criterio, su único criterio:

“el hombre medida de todo”. Resumido por su ontología, todo humanismo

no es otra cosa que el culto del hombre. Es el nudo de todo humanismo, de

todo culto del hombre... Por esto todos los humanismos, todos los cultos

del hombre, en último análisis, proceden de la idolatría, del politeísmo.

Todos los humanismos europeos, los anteriores al renacimiento, los del

renacimiento y posteriores, los humanismos protestantes, filosóficos,

religiosos, sociales, científicos, culturales y políticos, buscan consciente o

inconscientemente una única cosa y la buscan sin descanso: oponer a la fe

en el Dios-Hombre la fe en el hombre, oponer al evangelio del Dios-

Hombre el evangelio según el hombre, a la filosofía del Dios-Hombre la

filosofía según el hombre, a la cultura según el Dios-Hombre, la cultura

según el hombre. En una palabra, oponer a la vida del Dios-Hombre, la

vida según el hombre.

7
Esto se ha ido desarrollando a los largo de los siglos, hasta que en el último

siglo, en 18703, en el Concilio Vaticano Primero, todo esto fue recapitulado

en el dogma de la infalibilidad papal. Después este dogma se convierte en

el dogma central del papismo. Es por esto, que en nuestros días, en el

Concilio vaticano segundo, la inviolabilidad y la inmutabilidad de este

dogma han estado discutidas y mantenidas con tanta habilidad y

perseverancia. Este dogma tiene una significación cosmo-histórica para

todo el destino de Europa, y particularmente para los tiempos de la

Apocalipsis donde ella ya ha entrado. En este dogma, todos los

dogmatismos europeos han encontrado su ideal y su ídolo: el hombre ha

sido proclamado divinidad suprema, única divinidad. El Panteón humanista

europeo ha encontrado su Zeus.

La sinceridad es la lengua de la verdad. El dogma del siglo XX sobre la

infalibilidad del Papa no es otra cosa que el renacimiento de la idolatría y

del politeísmo, el renacimiento del sistema idolátrico de valores y criterios.

Es horrible decirlo, pero esto ha de ser dicho: por la infalibilidad del Papa,

lo que es erigido en dogma, es el humanismo idolátrico, y el primero de

todos, el griego. Lo que es establecido como dogma, es el valor universal,

el criterio universal de la cultura griega, de la civilización griega, de la

poesía, de la filosofía, del arte, de la política, de la ciencia: “El hombre

medida de todo”.

3
Este artículo es del año 1967.

8
¿Y que es todo esto? Una introducción al dogma de la idolatría. Es de esta

forma que se llega al dogma de la autarquía, de la autosuficiencia del

hombre europeo, de la cual todos los humanismos europeos tienen

nostalgia durante siglos.

El dogma sobre la infalibilidad del Papa es la afirmación nietzscheana: “Ja

Sagung”, creación total del hombre humanista europeo. “Ja-Sagung” en su

cultura y civilización que son ambas más idolátricas y politeístas en sus

fines y en sus métodos. El Evangelio y el mandamiento del Dios-Hombre,

son: “Buscad primero la realeza de los Cielos y su justicia, y el resto os

será dado por añadidura” (Mt 6, 33). ¡Y esto no ha sido proclamado dentro

de la cultura y civilización humanistas como finalidad de la existencia

humana y como método de trabajo del hombre! El Dios-Hombre. Quien

salva al hombre del pecado, de la muerte y del diablo, el único en el mundo

que renueva, que restituye la inmortalidad, que resucita, que eleva, que

inmortaliza y diviniza y divino-humaniza al hombre, en todos los mundos,

el Dios-Hombre, asigna clara y explícitamente como finalidad suprema de

la vida y de la existencia humanas que el hombre deviene perfecto como

Dios (Mt 5, 48).

Mientras tanto ¿Qué ideal, en lugar de todo esto, ha sido colocado y

asignado como fin de la existencia humana por el hombre del humanismo

europeo?

9
Es irrefutable esta verdad evangélica, que “el mundo entero yace en el

poder del maligno”, incluso después de la labor en la tierra del Dios-

Hombre (1Jn 5, 19-21). Más aún, según el santo Apóstol Pablo, “el diablo

es el dios de este siglo” (2Co 4, 4). Entre tal mundo, que es

voluntariamente “basado en el mal”, y el hombre que sigue al Dios-

Hombre, el Cristo, no hay conciliación posible... Aquel que sigue al Dios-

Hombre no puede transigir a expensas de la verdad evangélica con el

hombre del humanismo que justifica todo esto y lo erige en dogma. Se trata

aquí siempre del dilema, de la elección decisiva y crucial: o el Dios-

Hombre o el hombre. Pues el hombre del humanismo, en todos sus actos,

se presenta y se comporta como activo para si mismo, como valor supremo,

como el criterio más elevado. Aquí no hay lugar para el Dios-Hombre. Por

esto, en el reino del humanismo, el lugar del Dios-Hombre es ocupado por

el Vicario de Cristo, el Papa y el Dios-Hombre ha sido relegado al cielo.

Esto representa seguramente una forma especial de desencarnación de

Cristo-Dios. ¿No es así?

Por el dogma de la infalibilidad, apropiándose para él, es decir para el

hombre, todo el poder y todos los juicios que pertenecen únicamente al

Dios-Hombre, el papa en realidad se ha autoproclamado Iglesia dentro de

la Iglesia papista, se ha convertido en su seno, todo en todos. Una especie

de Todopoderoso. Es por esto que el dogma sobre la infalibilidad papal

1
constituye el dogma central del papismo. Y el papa, no lo puede derogar de

ninguna forma, en la medida que es el Papa del papismo humanista4.

4 En la historia del género humano, hay tres caídas principales: la de

Adán, la de Judas, y ésta del papa. La esencia de la caída en el pecado es

siempre la misma: uno quiere llegar a ser bueno por si mismo; uno quiere

llegar a ser perfecto por si mismo; alguno quiere llegar a ser dios por sí

mismo. Pero de esta forma el hombre se pone inconscientemente al nivel

del diablo. Es por esto que él ha querido ser Dios por sí mismo. Y dentro de

ésta suficiencia, deviene enseguida diablo, radicalmente separado de Dios y

plenamente levantado contra Dios. La esencia pues del pecado, de todo

pecado, consiste en ésta ilusión presuntuosa. Es ésta la esencia del mismo

diablo, de Satán. No es otra cosa que el querer volver hacia su propia

naturaleza, de no querer nada que no sea a sí mismo. El diablo se encuentra

todo él en esto: rechazar totalmente a Dios en si mismo, querer estar

siempre solo, pertenecerse siempre a sí mismo, siempre solo consigo

mismo, todo para sí mismo, siempre herméticamente cerrado en relación a

Dios y a todo lo que corresponde a Dios. ¿Y esto, qué es?

El egoísmo y el amor se han abrazado para siempre, es decir, el infierno.

Tal es en su esencia el hombre humanista: permanece todo él en sí mismo,


4
Nota del T.: estas palabras me recuerdan a Benito XVI, durante su discurso en los campos de
exterminio nazis, preguntándose donde estaba Dios cuando esto sucedía. La prensa, toda emocionada,
titulaba “El papa se pregunta por el silencio de Dios”. Es interesante también leer su discurso por otro
motivo, vuelve a hablar de ignorancia de lo que sucedía, por parte de los alemanes, con los deportados a
los campos de exterminio. La libre ausencia del hombre se imputa a Dios.

1
consigo mismo, para sí mismo, siempre obstinadamente cerrado a Dios. En

esto consiste todo humanismo, todo culto del hombre. La cima del

humanismo diabólico es el querer ser bueno por la vía del mal, de querer

llegar a ser Dios por medio del diablo. Es también el motivo de la promesa

del diablo a nuestros ancestros en el paraíso “seréis como dioses” (Gn 3, 5).

El hombre ha sido creado por Dios, amigo de los hombres, como dios-

hombre, sobre el fundamento de la “imagen de Dios” de su naturaleza. Pero

el hombre, por su libertad, ha buscado la ausencia de pecado por medio del

pecado, a Dios por medio del diablo. Ciertamente, siguiendo esta vía, se

habría convertido en una especie de diablo, si Dios, en su inmenso amor

por el hombre, no hubiese intervenido. Habiéndose Encarnado, es decir,

Dios-Hombre, ha conducido al hombre al Dios-Hombre. Lo ha conducido

también por la Iglesia, su Cuerpo, a la plenitud de la divino-humanización,

por los santos misterios y las santas virtudes. Ha dado así al hombre la

posibilidad de llegar “al hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de

Cristo” (Ef 4, 13). Es decir, a lograr su destino divino, de llegar a ser

libremente Dios por la gracia.

La caída del Papa consiste en querer dirigirse al Dios-Hombre por medio

del hombre.

5 En nuestro humano mundo, según palabras del santo autor de la

Exposición de la Fe ortodoxa, san Juan damasceno, solo el Dios-Hombre,

1
el Cristo, es “lo único nuevo bajo el sol”5. Pues bien, Él es eternamente

nuevo, tanto por su personalidad divino-humana, como por su obra divino-

humana, y por su Cuerpo divino-humano, la Iglesia. Pero el hombre

también es nuevo, únicamente en el Dios-Hombre (“nueva creación”),

siempre nuevo, eternamente nuevo; en todas las existencias divino-

humanas por el camino de la salvación, de la santificación, de la

transfiguración, de la divinización, de la divino-humanización. En este

mundo terrestre, todo envejece y todo muere. Sólo el hombre incorporado

en el Dios-Hombre, y divino-humanizado, “participando del Cuerpo de

Cristo”, incorporado por el Dios-Hombre a la Iglesia y eclesializado, no

envejece y no muere, pues deviene viviente, miembro del santo y eterno

cuerpo divino-humano de Cristo, - la Iglesia-, en la que la persona humana

se desarrolla y sin cesar crece del “crecimiento de Dios” (Col 2, 19),

“hasta el hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13),

Lo que significa que crece y se desarrolla infinitamente y sin límites, según

las medidas “a imagen de Dios”.

El Dios-Hombre, Cristo, es por excelencia nuevo, el uno y único por

excelencia, aunque en realidad la “Verdad” ha sido por Él (Jn 1, 17), y ha

permanecido por Él en nuestro humano mundo. Antes de Él y sin Él –ahora

y siempre- la verdad cómo si no existiera. Y verdaderamente ella no existe,

pues sólo, la Persona divino-humana es la Verdad: “Yo soy la Verdad” (Jn

5
Juan Damasceno. Exposición de la fe ortodoxa. MIGNE. PG 94, col. 984.

1
14, 6). Por el hombre, no hay verdad sin el Dios-Hombre, pues no existe

ningún hombre sin el Dios-Hombre.

Todo es nuevo en el Dios-Hombre y por el Dios-Hombre, primero Él

mismo, después la salvación, la enseñanza respecto de la salvación, y sobre

el modo de la salvación. Es nueva y sin equivalencia para el género

humano, este anuncio del Dios-Hombre: el apartar el pecado del pecador,

de odiar el pecado y amar al pecador; de matar el pecado y salvar al

pecador, el no igualar el pecador con el pecado; de no condenar al pecador

a causa del pecado, sino de salvarlo del pecado. Un ejemplo estremecedor

es el de la mujer acusada de adulterio. El muy misericordioso Salvador ha

separado el pecado de la mujer, de su existencia “a imagen de Dios”, ha

condenado el pecado, y hace misericordia al pecador: “Yo no te condeno,

ves y no peques más” (Jn 8, 11). Este es el método erigido en dogma por la

Ortodoxia para salvar al pecador del pecado. Método transmitido por la

tradición, desarrollado por la Sabiduría divina y transmitido a la Iglesia

Ortodoxa por los santos Padres. Ha estado formulado bajo la inspiración

divina por san Simeón el Nuevo teólogo: “El bien no es bien cuando no es

llevado a término correctamente”.

Dentro del prisma de esta tradición ortodoxa evangélica y sagrada, es un

horror anti-evangélico y anticristiano el matar al pecador por causa del

pecado. En este caso, ninguna Santa Inquisición no puede ser llamada

santa. En último análisis, todos los humanismos matan al pecador a causa

1
del pecado, exterminan el pecador con el pecado. Pues no quieren del Dios-

Hombre, quién es la única salvación para el hombre, del pecado, de la

muerte y del diablo. Aquél que no es por el Dios-Hombre es por esto según

el hombre, y por esto mismo se dirige hacia el suicidio. Pues abandona al

hombre a todo el poder del pecado, de la muerte y del diablo, de los que

solo el Dios-Hombre puede salvarlo, y nadie más bajo el cielo. Actuando

así respecto del pecador, el hombre del humanismo inevitablemente se

suicida: mata su propia alma y se lanza él mismo al infierno, a la compañía

eterna del diablo, este antiguo “homicida” (Jn 8, 44).

6 ¿Qué da el Dios-Hombre al hombre que nadie más puede darle? La

victoria sobre la muerte, el pecado, el diablo. La Vida eterna, la Verdad

eterna, la Justicia eterna, el Bien eterno, el Amor eterno, la Alegría eterna;

toda la plenitud de la Divinidad y las perfecciones divinas. O, como dice el

apóstol: el Dios-Hombre da a los hombres “lo que ni el ojo no vió, ni el

oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, todo lo que Dios preparó para

los hombres que le aman” (1Co 2, 9; Is 64, 3; Jr 3, 26).

En verdad, solo Él, el maravilloso Dios-Hombre, es el “único necesario”

(Lc 10, 42) para el hombre, en todos sus mundos y cada una de sus vidas.

Es por lo que solo el Dios-Hombre es digno de esperar del hombre lo que

ningún otro no ha osado esperar. Es decir, que cada hombre lo ame más

que a sus padres, sus hermanos, sus hermanas, sus hijos, sus amigos, que la

1
tierra, los ángeles, más que sea lo que sea, en todos los mundos visibles e

invisibles (Mt 10, 37-39; Lc 14, 26; Rm 8, 31-39).

7 El Concilio Vaticano Segundo constituye el renacimiento de todos

los humanismos europeos, el renacimiento de todos los cadáveres.

Después que el Dios-Hombre, el Cristo, está presente en el mundo terrestre,

cada humanismo es un cadáver. Las cosas son así porque el Concilio se ha

obstinado en perseverar en el dogma de la infalibilidad del papa, es decir,

del hombre. Visto desde el punto de vista del Dios-Hombre siempre vivo,

de Jesús-Cristo histórico, todos los humanismos se asemejan, más o menos,

a las utopías criminales, pues en nombre del hombre matan de diferentes

formas y aniquilan el hombre como entidad psico-física. Todos los

humanismos representan una única obra, absurdamente trágica: cuelan el

mosquito y tragan el camello (Mt 23, 24) es esta labor la que se ha erigido

en dogma por el dogma sobre la infalibilidad del Papa. Todo esto es

terrible, bien seguro que terrible. ¿Por qué? Porque este dogma sobre la

infalibilidad del papa no es otra cosa que el entierro pavoroso de todo

humanismo, desde el humanismo vaticano, elevado a dogma, hasta el

humanismo satánico de Sartre. En el panteón humanista de Europa, todos

los dioses están muertos, con Zeus a su cabeza. Muertos, hasta que en su

corazón se alce la conversión hasta la perfecta renuncia de si mismo, con su

trueno y sus dolores del Gólgota, con el temblor de tierra de la

resurrección, con su transfiguración, con sus tempestades y sus ascensiones

1
fructuosas. ¿Y, entonces? Entonces serán interminables sus cantos a la

gloria del Dios-Hombre, siempre vivificante y sanador, del único Amigo

del hombre en todos los mundos.

8 ¿Cuál es el nudo del dogma de la infalibilidad del papa, es decir, de

los hombres? La deshumanización del hombre. Es esto lo que buscan todos

los humanismos, incluso el religioso. Todos conducen al hombre a la

idolatría y al politeísmo, a la doble muerte espiritual y física. Alejado del

Dios-Hombre, todo humanismo se transforma gradualmente en nihilismo.

Es esto lo que muestra la bancarrota contemporánea de todos los

humanismos, con el papismo a su cabeza, padre directo o indirecto,

voluntario o involuntario, de todos los humanismos europeos. Esta

bancarrota que destruye el papismo viene del dogma sobre la infalibilidad

del papa. Y, este dogma, es la cima del nihilismo. Por este dogma, el

hombre europeo, de una forma dogmáticamente definitiva, ha proclamado

el dogma de la auto-suficiencia del hombre, manifestando así

definitivamente que el Dios-Hombre no le es necesario, y que sobre la

tierra, no hay lugar para el Dios-Hombre. El sustituto, el Vicario de Cristo,

lo reemplaza plenamente. En realidad, es de este dogma que vive, es de

éste dogma que sigue y confiesa obstinadamente todo humanismo europeo.

Todos los humanismos del hombre europeo no son por esencia otra cosa

que una insurrección permanente contra el Dios-Hombre, el Cristo. De

1
todas las formas posibles, constituyen una “Umwertung aller Werte”: “una

subversión de todos los valores”: el Dios-Hombre es en todo lugar

cambiado por el hombre; sobre todos los tronos de Europa es entronizado

el hombre del humanismo europeo. Es por esto que no existe un único

vicario de Cristo, sino que son innumerables, bajo uniformes diferentes.

Pues, en último análisis, por el dogma de la infalibilidad papal, es la

infalibilidad del hombre en general que ha estado proclamada. De ahí los

innumerables papas de toda la Europa, y el del Vaticano y los del

protestantismo. Entre ellos no hay diferencias fundamentales, porque el

papismo es el primer protestantismo, según palabras del visionario de la

verdad: Khomiakov.

9 La infalibilidad es una característica divino-humana natural y un

servicio divino-humano natural de la Iglesia como Cuerpo divino-humano

de Cristo, del que la Cabeza natural es la Verdad, toda Verdad, la Segunda

Persona de la Santa Trinidad, el Dios-Hombre, el Señor Jesús-Cristo.

Por el dogma de la infalibilidad del papa, en realidad, es el papa quien ha

estado proclamado cabeza en la Iglesia, el papa-hombre ha cogido el lugar

del Dios-Hombre. Es el triunfo definitivo del humanismo, pero al mismo

tiempo, la “segunda muerte” (Ap 20, 14; 21, 8) del papismo, por él, con él

y de todo humanismo. Mientras tanto, según la verdadera Iglesia de Cristo,

que después de la aparición del Dios-Hombre, el Cristo, existe en nuestro

1
mundo terrestre como Cuerpo divino-humano, el dogma de la infalibilidad

del Papa es no únicamente una herejía, sino la herejía por excelencia (pan-

herejía). Pues ninguna herejía se ha alzado tan radicalmente y totalmente

contra el Dios-Hombre, el Cristo, y contra su Iglesia como ha hecho el

papismo proclamando el dogma de la infalibilidad del Papa-hombre. Sin

ninguna duda: este dogma es la herejía de las herejías, una rebelión sin

precedente, contra el Dios-Hombre, el Cristo. Este dogma representa, ¡por

desgracia!, un terrible rechazo de Nuestro Señor Jesús-Cristo fuera de la

tierra, una nueva traición a Cristo, no sobre la madera, sino sobre la cruz de

oro de la humanización papista. Esto es el infierno, el infierno para el

miserable ser terrestre que llamamos hombre.

10 ¿Existe una salida a estos innombrables infiernos humanistas?

¿Existe una resurrección a estas innombrables tumbas europeas? ¿Existe un

remedio para estas innombrables enfermedades mortales? Sí, ciertamente,

existe una: “la conversión por el conocimiento de la Verdad” (2Tm 2, 25).

No puede creerse de otra forma el Evangelio de Salvación del Dios-

Hombre, este es el anuncio eterno del Evangelio del Dios-Hombre:

“Convertiros y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15). La conversión ante el

Dios-Hombre es la única conversión contra todo pecado, incluso para el

pecado-total. Sin ninguna duda la conversión es también la reparación para

el “pecado total” del papismo, contenido en el dogma presuntuoso de la

1
infalibilidad del Papa, pero también para todo pecado de cada humanismo

en particular, de todos ellos en su conjunto. Sí, sí, sí, de su “pecado total”

favorito de la “infalibilidad”, el hombre europeo “infalible”, el humanismo

europeo, no puede salvarse si no es convirtiéndose de todo corazón,

transfigurándose totalmente delante del maravilloso Señor, inmensamente

bueno y misericordioso, el Dios-Hombre, Jesús-Cristo, el único que salva

verdaderamente al género humano de todo pecado, de todo mal, de todo

infierno, de todo diablo, de todo racionalismo humanista y, en general, de

todos los pecados que la imaginación humana pueda inventar.

Por estas palabras, todos los santos Padres teóforos e inspirados de los siete

concilios ecuménicos, reducen todos los problemas de la Iglesia de Cristo a

la persona del Dios-Hombre, el Cristo, el valor más grande y único, el valor

más precioso para el ser humano, que se encuentre en la tierra o en otro de

los mundos de Dios. El problema cristológico reafirma la totalidad de los

demás... Por ellos, el Dios-Hombre, el Cristo, es el único valor total de la

Iglesia de Cristo, en todos los mundos. Su consigna, santo y seña constante

y eterna es: “¡Ofrécele todo a Cristo! ¡No renuncies a Cristo por nada!” Y,

en esta consigna, santo y seña resuena la buena nueva inolvidable: ¡nada de

humanismo, sino el divino-humanismo! ¡Nada del hombre, sino el Dios-

Hombre! ¡El Cristo antes de nada y por encima de todo!

2
11 ¿Cómo se siente el fiel ortodoxo ante la Persona del Dios-Hombre,

el Cristo? Completamente pecador: es éste su sentimiento, es ésta su

actitud, su forma de actuar, su intelecto, su palabra, su conciencia, su

confesión, y todo él. Este sentimiento de ser todo él, toda su persona,

pecadora delante del Muy dulce Señor Jesús es el alma de su alma y el

corazón de su corazón. Dirigid una mirada sobre las plegarias de la

conversión, sobre las odas, los troparios, las esticheras, en el Paráclito; en

seguida, constataréis que este sentimiento constituye un deber sagrado y

realmente, sin ninguna excepción, una plegaria para todo cristiano

ortodoxo. Es en esta dirección que nuestros maestros inmortales, los santos

Padres, caminan y nos guían. Citaremos solamente a dos: san Juan

Damasceno y san Simeón el Nuevo Teólogo. Su santidad es ciertamente

digna de los Querubines, su plegaria seguramente seráfica; sin embargo,

ellos mismos tienen plenamente consciencia y reconocen su estado de

pecador, pero al mismo tiempo tienen una actitud de profunda conversión.

Es ésta la antinomia vivida por nuestra fe ortodoxa, evangélica y

apostólica, y de nuestra vivencia en ésta misma fe.

El hombre “infalible” y delante el hombre “pecador”, por un lado el

espíritu humillado y en el otro el espíritu de exaltación. El incomparable

ruiseñor del Evangelio del Dios-Hombre, san Juan Crisóstomo, lo anuncia:

“Es la humildad que es el fundamento de nuestra filosofía”. El espíritu de

humildad es el fundamento de nuestra filosofía sobre la vida y respecto del

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mundo, el tiempo y sobre la eternidad, respecto del Dios-Hombre y la

Iglesia. En cambio el fundamento de todo humanismo, incluso de aquel que

ha sido erigido en dogma, es el espíritu de exaltación, la fe en la palabra del

hombre, en su intelecto y en su razón. Este espíritu de exaltación que ha

transformado en diablo al mismo Ángel radiante de la Aurora (Lucifer). El

espíritu de exaltación es la enfermedad incurable del intelecto del diablo.

Es en él que se encuentran, es de él que fluyen todos los otros males

diabólicos. Mientras que el espíritu de humildad nos enseña a poner toda

nuestra esperanza y tener una confianza absoluta en el Espíritu santo,

católico y divino-humano de nuestra Iglesia, “el intelecto de Cristo”.

“Nosotros tenemos el espíritu de Cristo” (1Co 2, 26). Nosotros, en el

cuerpo divino-humano de Cristo, la Iglesia ortodoxa, en la que el Dios-

Hombre, es todo; y la cabeza, el Cuerpo, la vida y la verdad y el amor y la

justicia. El tiempo y la eternidad; pero también nosotros por la fe en Él y

por la vida en Él (Ef 4, 11-21). Pues “todo ha estado creado por Él y en

Él, Él es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia, a fin de ser el primero en

todo” (Col 1, 16-18). El, el Dios-Hombre, y no cualquier hombre.

12 Pido humildemente perdón, pues soy también pecador,

verdaderamente todo-pecado, y he osado balbucear algunas palabras sobre

el Concilio vaticano segundo. Lo he hecho por “obediencia”. Me lo han

pedido, a mi que no soy nada, y todo-pecado. He cumplido la obediencia

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con sinceridad, con conciencia, con suspiros y angustias de corazón,

apoyándome sobre el santo Apóstol y corifeo (Pe 3, 15). Si alguien,

leyendo estas líneas, se siente ofendido, que me perdone, pues soy pecador

y no sé expresar mejor la verdad sobre la Total Verdad. Y que ruegue al

muy dulce Señor Jesús, que es siempre misericordioso por todo pecador

arrepentido, que me perdone, a mí que soy también muy pecador, todos mis

pecados, los nuevos y los antiguos, Pues creo, creo de todo corazón, que la

“plegaria del justo es poderosa” (Jm 5, 16), incluso para mi un gran

pecador, como lo soy yo en todo mi ser.

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