EL ACOMPAÑAMIENTO FAMILIAR Y LAS
ESTRATÉGIAS DE PROXIMIDAD
MARINA CAL GARET
INSTITUTO DEL NIÑO Y ADOLESCENTE DEL URUGUAY
[email protected] GUSTAVO MACHADO MACELLARO
UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA.
[email protected] 585
Sumario. 1. Introducción. 2. La construcción del problema. 3. Dimensiones de
la proximidad. 4. Límites y potencialidades de las estrategias de proximidad
en el acompañamiento familiar. 5. Referencias. 5.1 Otras fuentes documentales
referenciadas.
RESUMEN: Las estrategias de proximidad en el acompañamiento familiar
refieren a modalidades de intervención profesional caracterizadas por la
intensidad, sistematicidad y abordaje en la vida cotidiana de los sujetos. Ello
configura características singulares de la relación del técnico con las familias
por algunos factores que son analizados y problematizados en el artículo y
refieren a implicancias teóricas, metodológicas y éticas. Entre ellas podemos
distinguir las dimensiones temporales, espaciales, vinculares y socio-
asistenciales. En ellas se analizan como se conjugan lo común y lo singular,
las políticas universales y focalizadas, la personalización del vínculo entre el
técnico y las familias, el alcance de la conversación y las acciones, el cuidado
por la intimidad de los sujetos y la afectación de la vida cotidiana. En Uruguay,
se desarrollan desde hace varias décadas estrategias de proximidad, pero
es en la última que tomaron protagonismo con los denominados programas
de proximidad, que renunciaron a la espera de la demanda de las personas
o familias para ir a su encuentro, estableciendo una intervención desde sus
necesidades particulares y espacios cotidianos. El análisis de las dimensiones
enunciadas y los supuestos ético-políticos y teórico-metodológicos son el
centro del artículo para desarrollar la conceptualización crítico-comprensiva
del acompañamiento familiar desde estrategias de proximidad.
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1. Introducción
El capítulo analiza las estrategias de proximidad implementadas como
componentes de programas públicos de acompañamiento familiar.
El objeto del artículo son los fundamentos teóricos, metodológicos y ético-
políticos, por lo que no se profundizará en el análisis de sus definiciones e
implementaciones institucionales ni de los mecanismos de focalización y
caracterización de la población a la que se dirigen.
No obstante, el rastreo analítico de sus orígenes, fundamentos y modalidades
de intervención permitirá comprender sus alcances, límites y posibilidades en
el trabajo técnico con familias.
Las estrategias de proximidad tomaron protagonismo y visibilidad en la esfera
pública en Uruguay, con el surgimiento e implementación a partir de 2012 de los
programas públicos: Uruguay Crece Contigo (UCC)1, Jóvenes en Red (JRed)2
y la Estrategia de Fortalecimiento de las Capacidades Familiares - Cercanías
(Cercanías)3, dirigidos particularmente a la población en situación de extrema
pobreza o indigencia, como componentes de la matriz de protección social
(Presidencia, 2012)
Más allá de la existencia de ciertos antecedentes en el Uruguay y en la región,
parece identificarse recientemente una expansión de la etiqueta léxica referida
1 UCC se propone la atención integral a la primera infancia a través distintos dispositivos de
cuidados y protección de las mujeres embarazadas y el desarrollo integral de niños y niñas
menores de cuatro años. En su origen se creó en el ámbito de la OPP y a partir del 2015 se
inscribe en el MIDES, perdiendo mayormente su carácter interinstitucional.
2 JRed se propone promover el ejercicio de derechos de los adolescentes y jóvenes de 14 a 24
años, desvinculados del sistema educativo y del mercado formal de empleo desde un abordaje
integral y territorial.
3 Cercanías surge como una estrategia interinstitucional para la atención de familias en
situación de extrema vulnerabilidad, se propone la articulación de los servicios a nivel territorial,
promoviendo el trabajo en red y la integralidad en el primer nivel de atención y desarrollar un
segundo nivel especializado en trabajo de proximidad con las familias para favorecer el acceso
a las prestaciones sociales básicas existentes a través de Equipos Territoriales de Atención
Familiar (ETAF)
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-estrategia de proximidad-. La misma es mencionada cuando se invoca como
necesidad el “acortar distancias”, el ir a los espacios cotidianos donde se
encuentran los sujetos y el aumentar los encuentros con éstos.
En la investigación documental se observan distintas modalidades de
acompañamiento familiar, pero en el esfuerzo de buscar una definición, se
referiría a un tipo de intervención sistemática y sostenida por un período de
tiempo, que se estructura a partir del cumplimiento de metas y que involucra
la participación de la familia para modificar sus condiciones de vida, acceso a
servicios y prestaciones y prácticas que mejoren el bienestar de sus integrantes.
Dicha actuación está vinculada a un sistema de protección social más amplio,
apoyada en procesos de monitoreo y evaluación (Jara y Sorio, 2013)
2. La construcción del problema
La elaboración del presente artículo supuso tomar distancia de nuestras
implicancias institucionales y profesionales4 para analizar el acompañamiento
familiar desde un conjunto de documentos, investigaciones y publicaciones
sobre los programas de proximidad en América Latina.
Pero, ¿cómo se configura el espacio familiar en las situaciones de pobreza
extrema como un problema de la política social?, ¿cómo pasa la familia a ser
sujeto de la política?
El giro a la izquierda (Moreira, 2009) en los gobiernos de América Latina a
principios de este siglo modificó las matrices de protección social, incorporando,
con contradicciones, la perspectiva de derechos y el incremento de políticas
redistributivas.
La reducción de la pobreza en contextos de crecimiento económico fue una
situación común en los gobiernos latinoamericanos progresistas. No obstante,
4 Los autores formaron parte de la coordinación interinstitucional de Cercanías por INAU,
Gustavo Machado desde la formulación en el Consejo Nacional de Políticas Sociales (2010)
hasta 2014 y Marina Cal desde el 2011 hasta el 2016.
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persistía una porción de la población que verifica la reproducción de la pobreza
transgeneracional, con expresiones mayores en las familias con niños, niñas y
adolescentes.
Se observa que a pesar de la ampliación de la oferta de prestaciones y
servicios de la matriz de protección y de la focalización de las transferencias
monetarias, persiste lo que se denominó “núcleo duro” de la pobreza extrema,
o como llama Adriana Clemente (2016) la pobreza persistente, que llevó a
los gobiernos a revisar los modos de intervención y generar nuevos formatos
socio-asistenciales.
Dicha autora identifica tres concepciones dominantes de la pobreza que derivan
en distintas respuestas estatales, que tienen límites difusos y nos están exentos
de contradicciones o híbridos en su implementación.
La primera es la que comprende la pobreza como externalidad del modelo
de mercado, es una construcción típica de posturas neoliberales, como una
consecuencia de un desfasaje del mercado, apostando a la gerencia social, a
una co-responsabilidad, compartida entre la familia, el mercado y el Estado,
integran la territorialización de la política, pero no para atender las causas de la
pobreza, sino para contener y dar respuesta a los efectos (Clemente, 2016). En
lo que respecta a los programas de acompañamiento familiar, podemos asociar
los que apuestan al familismo, a la activación de los recursos propios de las
familias y/o la comunidad para dar respuesta a los problemas.
Una segunda concepción es la pobreza como amenaza a la convivencia social. Es
entendida como una posición, por ello se atiende con programas segmentados,
con un enfoque normativo, de control y disciplinamiento, donde el modelo
tutelar es el que mejor lo representa (Clemente, 2016). En el acompañamiento
familiar se identifican el enfoque normativo y moralizante de individualización
(De Martino, 2014).
La tercera concepción es la que entiende la pobreza como vulneración de
derechos, como consecuencia de la desigualdad, por tanto, al Estado como
garante, no exento de disputas sociales por los alcances y formas de distribución
de la riqueza (Clemente, 2016).
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El acompañamiento familiar, en estos casos, busca producir transformaciones
en las condiciones de vida de las familias, por la consecución de la pobreza
persistente, asociado a la matriz de protección social, Clemente (2016) las
identifica como intervenciones situadas.
La perspectiva situacional del abordaje de la pobreza combina condiciones
estructurales y materiales de vida con los aspectos vinculares y cotidianos de
reproducción social.
Se reseñan a continuación algunos de componentes comunes a los programas
de acompañamiento familiar analizados y las características centrales de las
estrategias de proximidad:
a) la identificación de la población objetivo a partir de
b) mecanismos de focalización que definen indicadores de pobreza y de
vulnerabilidades específicas.
c) la priorización de la familia como sujeto de la intervención y no los
individuos, aunque no en todos se aborda el conjunto de los integrantes.
d) la perspectiva situada, el reconocimiento del territorio donde residen
los sujetos destinatarios como escenario privilegiado para la intervención, para
promover el acceso a servicios y recursos.
e) la intensidad y frecuencia del acompañamiento supone un contacto
permanente y sistemático que opera directamente sobre la cotidianeidad,
acciones y necesidades de las familias.
f) la perspectiva de integralidad y el requerimiento de un accionar
articulado de las políticas públicas en la búsqueda de dar respuesta a la
multidimensionalidad implicada en los problemas y potencialidades que
los sujetos portan. Se integra la focalización como “puente” a lo universal,
no como oposición del enfoque universal con el focalizado, sino “de modo
complementario por el problema que aborda” (Clemente, 2016, p.20).
g) implica un acompañamiento singularizado a las distintas familias
atendidas.
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En el acompañamiento familiar de las estrategias de proximidad se trata de
compartir intencionalmente un trayecto vital con finalidades. Emprender
procesos que tiendan a la mejora sustentable de las condiciones de vida de las
familias, involucra la transformación de aspectos, en términos de accesibilidad
u obtención de materialidades concretas. Pero al mismo tiempo corresponde
considerar que, para el conjunto de sujetos humanos, no sólo para aquellos que
se encuentran en situación de pobreza persistente, lograr un mayor bienestar
depende también del reconocimiento y búsqueda de soluciones en torno de
problemas y necesidades de orden psicosocial, que no la explican, pero la
condicionan.
En el entrecruzamiento de estas direcciones, en la capacidad de abordar
simultáneamente aspectos diversos y de alta significación para los sujetos, se
encuentra probablemente parte de los motivos por los cuáles estas metodologías
resultan más potentes para contribuir a la superación de las situaciones de
extrema vulneración de derechos, que aquellas que las anteceden.
3. Dimensiones de la proximidad
Las estrategias de proximidad reúnen componentes que podemos integrar en
cuatro dimensiones comprendidas como una configuración de conjunto, lo que
pauta efectos recíprocos entre ellas. Un anudamiento donde ninguna de éstas si
fuese tomada aisladamente daría lugar a este tipo de abordaje.
Las dimensiones mencionadas son: la espacial, la temporal, la afectivo-
relacional y la socio-asistencial.
La dimensión espacial: la localización de las prácticas
Todas las prácticas sociales definen ámbitos de actuación y encuadres
particulares, en tanto ello, son diversos los escenarios y emplazamientos donde
se desarrollan.
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Es oportuno insistir en que establecer un relacionamiento de proximidad, no
depende solamente de los espacios ocupados para el encuentro, sino que cómo
se propone, está ligado a las otras variables, no obstante, la localización de las
intervenciones se convierte también en una clave para que lo próximo pueda
desplegarse.
El principal criterio orientador para definir los espacios dónde llevar adelante
los encuentros con la población a la que se orienta la tarea, se refiere a ubicar
lugares portadores de sentido para ésta.
Para Augé (1993) el término lugar refiere a una construcción concreta y
simbólica del espacio, que conforma un principio de sentido para los sujetos
que lo habitan. Estos lugares pueden ser variados, pero en todos los casos
exponen por lo menos tres rasgos comunes: ser espacios constitutivos de la
identidad para los sujetos, relacionales e históricos (en el sentido de vivir la
historia) (Augé, 1993).
Sujetos que indudablemente se constituyen en relación a otros y las acciones
afiliadas al mantenimiento de la vida, siendo por lo tanto un espacio constructor
de sentido para éstos, cargado de quehaceres y hechos singulares, con los que
se vuelve necesario tomar contacto.
Dicho de otro modo, tomar la vida cotidiana como ámbito de actuación supone
inaugurar acciones intencionadas donde transcurre la vida misma, con sus
recorridos de lo rutinario, lo obvio, pero también donde se da lugar a lo diverso,
a lo imprevisto, a las variaciones y a lo insospechado.
Los ámbitos potenciales de actuación, por tanto, son diversos, e incluso
distantes, exige la capacidad de los técnicos de movilidad, de desplazamiento,
capacidad en definitiva de acompañar los recorridos singulares de los sujetos.
La noción de clínica móvil que Rodríguez Nebot (2004) desarrolla para el
abordaje psicoterapéutico, se valora que resulta aplicable al desarrollo de estas
metodologías, la noción de un quehacer profesional móvil, transhumante y en
tránsito.
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Dicho autor expresa la importancia de lograr encontrar “puntos de intersección
en esas rutas en donde puedan abrir determinados espacios reflexivos (...)
que permitan el desarrollo de una reflexión o el desarrollo posible de una
potenciación del devenir” (Rodríguez Nebot, 2004, p.36). Es así entonces,
que el emplazamiento puede reunir al menos dos condiciones: la de conectar
espacios de sentido para los sujetos, para que esos sentidos sean capturados y
se vuelvan “motores” de la intervención y al mismo tiempo tener la capacidad
de no permanecer, necesariamente, anclado en un sólo ámbito sino también
coincidir, acompañar y en ocasiones, co-construir nuevos itinerarios para que
los sujetos recorran.
La dimensión temporal: más de un tiempo entre otros tiempos
Las diferentes experiencias de acompañamiento familiar con estrategias de
proximidad relevados en nuestro país y en la región implican siempre un período
de intervención preestablecido, expresado en un máximo de meses disponibles,
que dependen de parámetros que cada una de ellas pauta. La duración de los
procesos ésta ceñida a la particularidad de los objetivos, capacidades y de la
disponibilidad de bienes y servicios requeridos para efectivizar el ejercicio de
ciertos derechos vulnerados.
Antes bien existe una condición inaugural y punto de partida fundante para
la modalidad de atención que nos ocupa, condición que determina incluso si
se dará lugar o no a la misma: son los propios sujetos, para quienes no está
prevista la formulación de un pedido previo de atención o demanda previa, los
que en definitiva aceptan o no el acompañamiento técnico.
La característica mencionada expresa que el acuerdo inicial de trabajo se
genera bajo expresa aceptación de los destinatarios, lo que no obsta a señalar la
relación de poder y los condicionamientos y determinaciones que se establecen
a partir de una política pública y el saber técnico que la representa.
Lo antedicho pone de manifiesto que no existe posibilidad de dominio absoluto
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del tiempo por parte de los sujetos (Leopold, Baráibar, González y Paulo,
2015), lo que limita su autonomía, pero existe sí, una alternativa que es la de no
de inaugurar (ningún tiempo) o interrumpir, bajo su voluntad y consecuencias,
la posibilidad de un trayecto a recorrer conjuntamente.
Sin lugar a dudas la intención de la transformación que el acompañamiento
familiar promueve, exige disponer de ocasiones que admitan el conocimiento
mutuo, el establecimiento de confianzas que instituyan la posibilidad de
transitar plazos, orientados a la consecución de cambios favorables en las
condiciones de vida de los sujetos involucrados.
En este sentido hay en la proximidad un rasgo distintivo en lo que refiere a
la administración del tiempo disponible, que es la insistencia en lograr una
alta frecuencia de encuentros, de establecimiento de contactos, de instancias
presenciales que los técnicos buscan sostener. Se lo entiende como distintivo,
justamente porque anudado a la localización privilegiada para el desarrollo
de las propuestas -la vida cotidiana- se configura la potente oportunidad de
estar frecuentemente disponibles, allí donde la vida de los sujetos acontece. Lo
antedicho no asegura que en cada encuentro o actividad planificada devenga
un acontecimiento o aprendizaje significativo, pero sí se persiste en crear
combinatorias donde el ámbito, la frecuencia, la intencionalidad y la modalidad
de estar e interactuar, generan la apertura y la oportunidad de acción.
Otro aspecto asociado a la dimensión temporal es la divergencia entre los
tiempos reales y los tiempos subjetivos, constituyéndose en un verdadero reto
que exige una importante disposición y esfuerzo de las partes a “encontrarse”, a
generar conexiones y estructuras de demora que les permitan comprenderse. A
dicho reto, debe sumarse la tensión provocada por otros tiempos institucionales,
donde se identifican las mayores debilidades en las experiencias uruguayas
(Leopold et al, 2015). Ello tensionado por la búsqueda de producir estabilidad
(Merklen y Filardo, 2019) en las familias en un tiempo signado por la
contingencia y la estrategia de sobrevivencia
De todas formas, no se puede concebir el tiempo como una linealidad, sino
como suma de discontinuidades. Es justamente aquí donde se inscribe la lógica
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de los acontecimientos, donde la cualidad de lo que novedoso, que irrumpe en
la repetición de lo cotidiano, genera oportunidades de transformación.
La definición de una intervención temporalizada, opera a la vez como
organizador de los procesos y como resguardo, por lo menos en parte, de
establecer relaciones que estimulen la sobreimplicación, tutela y prolongación
de prácticas que no promuevan la autonomía de los sujetos.
Al mismo tiempo saber que hay un período finito para llevar adelante un
plan de trabajo acordado impulsa a intensificar la búsqueda y conquista de
otras plataformas relacionales para los sujetos, sostenes necesarios en tanto
convivencia humana y no signados prevalentemente por la perspectiva de
sujetos frágiles o tutelas institucionales.
La dimensión afectivo relacional: la cualidad de lo próximo
Las prácticas disponen las coordenadas que establecen una localización y
tiempos peculiares en los sentidos anteriormente formulados, y hospedan la
oportunidad de desplegar el componente que entendemos como insoslayable:
el afectivo- relacional.
Generar una modalidad de relacionamiento cercano, próximo, se sustenta en
una condición fundacional: el establecimiento de un vínculo.
En el concepto de vínculo desarrollado por Berenstein Puget (Käes,
Fernández, Mercado Vallejo y Solis, 2012) aparece intrincada la noción de
“dimensión dos”; se referencia a ésta como paradigmática de lo vincular, como
una dimensión lógica para pensar los llamados “efectos de presencia”. En este
sentido se destaca la imposición respectiva de los habitantes del vínculo en
su calidad de ajenos entre sí, dando lugar así a que lo inédito puede devenir
en cada encuentro. Concebir a cada uno de las personas a las que se orientan
las prácticas, como un “otro”, un ser particular, previene de anticiparse a sus
reacciones, a sus gustos, a su racionalidad, a sus motivaciones y desvelos. Exige
así a los sujetos involucrados, contactarse, conocer las lógicas de sentidos de
cada cual, para poder establecer un relacionamiento significativo.
595
Lo recién expuesto deja de manifiesto que construir un vínculo vuelve
ineludible la capacidad de reconocimiento del otro. Honneth (2010) sostiene
que todo sujeto precisa de un otro para constituirse como tal y que es a partir
del reconocimiento que esto puede darse.
Se establece un marco de confianza y comprensión recíproca, de diálogos
fundantes que permite construir un “entre”, una zona común, que admite
exponer y explorar historias, apreciaciones, significaciones de cada uno de los
actores intervinientes en el vínculo.
Sin comunicación dialógica, sin el reconocimiento de la afectación mutua y del
otro como sujeto, el acercamiento a la vida cotidiana de las familias se tornaría
una invasión a la intimidad, en absoluto orientada a promover procesos de
bienestar y fortalecimiento de los sujetos5.
En suma, las personas y familias participan del relacionamiento con todo lo
suyo (Sisto, 2008), con sus historias, sus contextos, sus cuerpos, sus enojos e
ilusiones, sus transparencias y “zonas opacas” que se implican en el vínculo
afectivo que establecen. Apareciendo así un aporte sustantivo de estas
metodologías, la capacidad de generar una vinculación con la textura de las
singularidades, fundada en un lazo humanizante, que genera condiciones para
que lo próximo se manifieste y que cobra sentido en la medida que inaugura un
campo de producción donde lo novedoso y productivo emerge.
La dimensión socio-asistencial
Los programas de acompañamiento familiar se inscriben como componentes
de las matrices de protección social, en el marco de las políticas socio-
asistenciales.
Al identificar la condición de extrema pobreza para su elegibilidad, la
5 Requiere advertir y objetivar que en la intervención “esa comunicación particular entre lo
íntimo y lo público se convierta en una nueva forma de desigualdad social, entre las familias
cuya intimidad se ve intervenida y aquellas que pueden vivir su cotidianeidad a distancia de
los profesionales” (Merklen y Filardo, 2019, p. 93).
596
intervención técnica cobra sentido en la resolución de las necesidades que se
identifican como derechos vulnerados.
En el caso de Cercanías, como ejemplo, se establecía una afirmación que
expresa claramente lo enunciado:
(…) el eje de las prestaciones sociales es central dado que, si no se
construyen cambios en las condiciones materiales de vida, difícilmente
pueden modificarse otros aspectos de la cotidianeidad, de los vínculos,
de la estructura relacional, del desarrollo de capacidades y aprendizajes.
A su vez, si no existe un proceso de acompañamiento psico-socio-
educativo que coopere y sostenga para el acceso o restitución de los
derechos vulnerados, es improbable el tránsito hacia procesos de
inclusión y bienestar social sostenidos en el tiempo. (Consejo Nal. de
Políticas Sociales, 2012)
Ello tiene distintos grados de concreción en los programas analizados, unos en su
propia definición, buscando solo movilizar recursos familiares y comunitarios
y otros, que se plantean garantizar derechos sociales, aunque estos tienen como
límite la ineficiencia de las prestaciones y bienes públicos en su acceso en el
contexto de las intervenciones. (Vecinday, 2019; Leopold et al, 2015)
La relevancia del componente socio-asistencial en la transformación de las
condiciones de vida de las familias en situación de pobreza e indigencia es
la contracara de explicaciones moralizantes y/o “responsabilizantes” (o
culpabilizantes) de las propias familias por su situación.6 Las investigaciones
y evaluaciones sobre los programas (Leopold et al, 2015; Jara y Sorio, 2013)
expresan que la mayor dificultad está en el pasaje de los programa focales a las
políticas universales y el ajuste y disponibilidad de la oferta pública para las
familias atendidas.
Otro elemento a analizar es que la proximidad construye en la relación entre los
técnicos y las familias una identificación de los primeros como los portadores
de decisiones sobre “el dar” (Merklen y Filardo, 2019), por el lugar de las
6 Ver Documento de la Comisión Político-técnica interinstitucional de Cercanías
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intervenciones, no asociadas a las institucionalidades donde están inscriptas, lo
que configura una tensión en el acceso de las políticas asistenciales.
4. Límites y potencialidades de las estrategias de proximidad en el
acompañamiento familiar
El despliegue del acompañamiento con metodologías de proximidad sitúan, al
menos dos posiciones: por un lado a los sujetos en situación de vulneración de
derechos, seleccionados por la persistencia de la pobreza y otras problemáticas
particulares de acuerdo a los programas, sin manifestación de interés o pedido
alguno de integrarse a los programas; por el otro a los técnicos con el encargo
de ubicarlos, contactarlos y formular la invitación a emprender un recorrido
generador de posibles cambios.
Es posible suponer que lo que estos modos de hacer vienen a recobrar, por
lo menos en parte, la posibilidad de superación de un desencuentro entre las
oportunidades brindadas por el sistema de protección público y las características
y condiciones de existencia de los sectores poblacionales aludidos; así como
a contribuir en la resolución de situaciones problemáticas con efecto negativo
sobre las personas y su entorno, identificando y fortaleciendo las capacidades
a partir de las cuales promover un proceso de mejoras de la calidad de vida.
Los técnicos muchas veces provienen de otros contextos, resulta que tomar
contacto con circunstancias vitales tan injustas les supone tener que aceptar
lo que aparece como inverosímil a sus ojos: la constatación de las crudas
circunstancias de existencia del otro, es decir un choque cultural, como
afirma Rebellato (1989), que en algunos casos tiende a generar actitudes de
beneficencia.
En otro extremo, pero con prácticas similares, se niega el proceso histórico y
societal en los sujetos, asimilando situaciones a las propias, con recomendaciones
morales y normativas, lo que De Martino llama “acompañamiento subjetivo”
(2014, p.107).
598
Es frecuente encontrar en las investigaciones (Leopold et al, 2015) expresiones
de los técnicos que entienden a las condiciones vida de estos sectores
poblacionales como injustas, deshumanizantes, extrañas e intolerables.
La proximidad descrita, está mediada por actitudes y acciones que la
atraviesan: el distanciamiento, la culpabilización o victimización de los
sujetos, la cosificación como sujeto carente, la idealización y negación de
algunos aspectos, la tendencia a la materialización y protocolización excesiva
de las intervenciones, entre otros procesos, que se juegan por la incomodidad,
del malestar, de la frustración, el desasosiego o paralización que provoca la
constatación de los niveles de inequidad e injusticia que se han construido
socialmente.
Estas situaciones construyen posturas profesionales diversas, donde sus
extremos son, como señala Iamamoto (2003), una postura fatalista que entiende
imposible el cambio y la determinación de las condiciones estructurales frente
a las situaciones particulares, paralizando la acción profesional o en la otra,
una visión mesiánica, voluntarista, que niega las condiciones estructurales,
para confiar omnipotentemente en las condiciones del agente profesional.
El aporte de estas metodologías en el acompañamiento familiar supone
poner en suspenso los prejuicios y representaciones previas y los “registros
negativos” de los encuentros, exige insistir, tolerar, atravesar esas instancias de
desencuentro y desconcierto, intentar que la perplejidad “no tenga el correlato
de sufrimiento” (Lewkowicz, 2004), tratar de despojarse de las afectaciones
negativas, y encontrar las porosidades que permitan construir con el otro la
inauguración de nuevos territorios de sentido y de existencia.
Toma sentido Frigerio cuando sostiene “la asociación: resistir, interrumpir,
inaugurar, es lo que hace el sentido de la habilitación y se vuelve próxima a la
noción de emancipación, al decir de Rancière, a la verificación de la igualdad
de cualquier ser hablante con cualquier otro” (2005, p.147).
Contrario a la perspectiva de proximidad reseñada, es concebirla aisladamente
como solución a la multidimensionalidad de problemas que afectan a los sujetos.
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Es decir, sería un gran error suponer que los sujetos con mayores niveles de
vulneración de derechos podrán revertir su situación sólo como consecuencia
del esfuerzo y voluntad que dispongan para ello, lo que es consecuencia de la
individualización de los problemas sociales. Las situaciones en las que viven,
y parte de su solución, depende de aspectos estructurales y del repertorio de
respuestas que componen el sistema de protección social. En este sentido
resulta sugerente el planteo de Paula Baleato: “Nos ubicamos entre lo micro y
lo macro, entre las biografías y las políticas sociales o, mejor dicho intentando
ponerle biografía a las políticas sociales, que es otra manera de llamar a las
intervenciones de cercanías” y continúa “Se dice que estamos en una época de
soluciones biográficas a condiciones sistémicas (...) en nuestro caso siempre
nos hemos resistido a la idea contraria: ofrecer soluciones sistémicas a las
contradicciones biográficas” (2013, s/p).
La tarea ética y política es dar visibilidad al impacto de la desigualdad en la
vida cotidiana de las familias (Mallardi, 2016).
Ello devela la cuestión central de las metodologías analizadas, es que la
proximidad con lo cotidiano hace evidente la desigualdad, asumirla o no, es lo
que distingue prácticas que buscan la protección de las familias o la protección
a través de las familias.
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pobreza en el Uruguay progresista. (pp. 27-52). Montevideo, Uruguay:
FCS-UDELAR.
602
Líneas de Debate y Problematización
1. Analice/n usted/es las dimensiones de las estrategias de cercanías
identificadas por los autores. Reflexione/n sobre sus alcances y limitaciones,
así como sobre sus vinculaciones.
2. Existen tres capítulos en el presente libro dedicados a las estrategias de
cercanía. Realice las comparaciones pertinentes entre ellos, en la medida que
poseen diferencias interesantes tanto en sus marcos referenciales como en sus
focos de atención. Nos referimos al presente artículo y al de Beatriz Rocco
(Primera Parte) y Marina Pintos (Segunda Parte).
3. Si usted/es han tenido experiencias profesionales en programas
caracterizados por este tipo de estrategia, a la luz del presente artículo,
analice/n los componentes de sus prácticas profesionales indicando
limitaciones y potencialidades a nivel institucional, político y profesional.
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