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La Iglesia y La Independencia de América Latina Introducción

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La Iglesia y la independencia de América Latina


Introducción
The Church and the Independence of Latin America.
Introduction

Alberto de la Hera

En la inmediata proximidad ya del segundo centenario de la independencia de la


América española, abundarán sin duda los estudios sobre aquel momento capital de la histo-
ria de España y de las nuevas naciones surgidas de su Imperio. Y se analizarán las causas y
las concausas, los elementos que favorecieron y los que obstaculizaron el proceso, el influjo
positivo o negativo en éste de los más diferentes factores.
Entre ellos, por supuesto, la Iglesia. Con cuidadosa atención, la Corona había aislado
a las Indias del proceso de enfrentamientos religiosos que constituyó un cáncer presente du-
rante buena parte de la Edad Moderna en las tierras europeas. Nada similar sucedió tampoco
en nuestra América a lo que se dio en las colonias inglesas; a las costas de los futuros Estados
Unidos llegaron durante dos siglos grupos de fugitivos que escapaban de la radicalidad del
anglicanismo oficial; y los mismos, católicos o protestantes de diversos credos, dieron vida
a los primeros atisbos históricos de libertad religiosa precisamente porque fueron hasta allí
huyendo de la intolerancia.
Pero a la América hispana no llegaron, desde el Descubrimiento a la Independencia,
precisamente fugitivos, sino gentes que buscaban un posible enriquecimiento económico, o
la satisfacción de su sed de aventuras, o el desempeño de funciones oficiales o comerciales,
pero siempre españoles de adscripción más o menos profunda a la fe católica, nunca herejes
ni disidentes. Y entre tales emigrantes, fueron siempre numerosos los clérigos y religiosos,
que acudían movidos por un afán cristianizador en relación con el indio, y de atención pas-
toral, cultural y asistencial en relación con la sociedad criolla. Y, como no podía dejar de
ocurrir, en el seno de ésta brotarán cada vez en mayor número vocaciones eclesiásticas que,
en tantos casos, formarán parte de las élites sociales del nuevo mundo.
De manera que, cuando el sistema de pensamiento que había sido el inspirador ideo-
lógico del Antiguo Régimen hace crisis, en los comienzos del xix, en medio de los grandes
movimientos políticos y culturales que van a tipificar el nacimiento de la Edad Contempo-
ránea, lógicamente resultará también imparable en la América española la presencia de un
espíritu similar al que se va a adueñar poco a poco de toda Europa, con bases doctrinales

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propias del liberalismo, el librepensamiento, la democracia representativa, el auge industrial,


el surgimiento de nuevas clases sociales... Una nueva realidad en la que la independencia de
toda América resultaba un hecho ya insoslayable, y que acabó por imponerse en los territo-
rios ingleses, franceses, portugueses y españoles mediante vías diferentes pero con resulta-
dos semejantes.
Un proceso, concretándonos ahora al caso español, en el que la Iglesia no podía me-
nos de jugar un papel protagonista. Y empleo la voz Iglesia para referirme a dos realidades
distintas: la Santa Sede, obligada a tomar postura en el conflicto entre la Metrópoli y las
nuevas naciones, y el clero –regular y secular– que ocupaba en América una posición social
de singular relieve e influencia, y que igualmente tuvo que decidirse por la Corona o por la
independencia. Y aún cabe una tercera realidad, si hacemos caso de un dicho que no entonces
pero sí hoy resulta de uso habitual («Iglesia somos todos»): también los gobernantes civiles
y la propia sociedad fueron de algún modo Iglesia ante el proceso independentista, ya que
hubieron de optar los segundos por apoyar y apoyarse en uno u otro sector del clero, y hu-
bieron los primeros de reclamar de la Iglesia oficial (la Jerarquía) una actitud o en favor de
la Monarquía española o en pro de los nuevos Gobiernos independientes.
Por lo que hace a la Santa Sede, es lógico que de entrada se decantara por el apoyo a
la Corona. El Estado español había sido durante tres siglos un Estado misionero, y se le debía
el surgimiento de un nuevo e inmenso continente católico. La inspiración ideológica de los
movimientos independentistas procedía de la Revolución francesa; la ruptura con la tradi-
ción y la aceptación de una nueva Edad escapaba aún a la percepción del Pontificado Roma-
no; a los defensores de la independencia se les consideraba representantes de realidades tan
peligrosas como pudieran ser la masonería u otras sociedades secretas, el nuevo liberalismo
y los movimientos revolucionarios subvertidores del orden y de la paz. Que en principio el
Rey Católico, destronado por Napoleón, bajo el peligro en su propia patria de verse sometido
a una Constitución liberal, en conflicto con las colonias atlánticas rebeldes, contara con la
simpatía y la protección de Roma, es de todo punto normal. Sólo años adelante, cuando de
hecho la independencia esté de facto consolidada, y España ya no se encuentre en situación
de proveer a las necesidades espirituales de los nuevos pueblos, el Papado buscará el camino
para que las almas no queden sin atención, el lugar de la Iglesia en la sociedad se restablezca,
y una nueva Jerarquía presida, sin dependencia ya de la antigua Metrópoli, la vida religiosa
de América.
Un punto singular de conflicto en torno a la Iglesia y la independencia fue el Regio
Patronato. Concedido a los Reyes españoles a principios del xvi para todos los territorios
indianos, en América no se había designado un obispo en tres siglos sin previa presentación
por la Corona. Mientras se desarrollaron las guerras emancipadoras, de las que Roma des-
confía y cuyo resultado es incierto, es comprensible que no cupiese –«en tiempos de alboroto
no hacer mudanza»– que el Papado aceptase otro ejercicio patronal que el regio; cuando
algunos pueblos van alcanzando su independencia, ni el Rey de España se avendrá a que les
sustituyan los nuevos gobernantes –para él ilegítimos– en el derecho de presentación, ni los
Gobiernos nacientes estarán dispuestos a que la Jerarquía se designe a propuesta de la Coro-
na. Llegará un momento en que realmente España habrá perdido su poder y la emancipación
estará consumada; si el Patronato seguirá o no siendo un privilegio del poder político en la

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América independiente constituirá ya un problema nuevo, que tiene en los diversos lugares
diferentes soluciones, pero que supera a la problemática religiosa específica del momento
emancipador. Mientras esto no ocurrió, el reconocimiento de la Jerarquía eclesiástica por
parte de los líderes y de la sociedad en vías de independencia constituirá uno de los grandes
problemas históricos de aquel momento singular.
Pero la historia de la relación entre la Iglesia y la independencia de la América es-
pañola no se reduce –aunque la historiografía liberal se haya esforzado por reducirla de
hecho– al interrogante sobre si aquélla apoyó o no a la revolución emancipadora. Hasta aquí
hemos presentado sumariamente ese cuadro, pero tan sólo como marco de la problemática a
considerar por las actuales investigaciones y reflexiones de los especialistas. Hoy las bases
del estudio sobre la Iglesia en los tiempos de la independencia son mucho más ricas y ofre-
cen aspectos mucho más enraizados en las realidades sociales y culturales que configuran
la fisonomía histórica de las naciones que se incorporaron durante el siglo xix al concierto
universal de los pueblos libres. Y de ello es testimonio de primera mano el cuaderno mono-
gráfico de Anuario de Historia de la Iglesia que ahora nos ocupa. Este nuevo cuaderno es
la apertura de la revista al fenómeno de la independencia en su ya inmediato bicentenario.
Aparecen en él recogidos diversos trabajos de autores de origen y formación muy distintos y
a la vez de similar –ciertamente alta– calidad científica. Y si variados son los autores, no es
menos rica la riqueza de las cuestiones tratadas.
Resulta inevitablemente arbitrario llevar a cabo una clasificación cualquiera del con-
tenido de este conjunto de ensayos. Ningún trabajo es reducible a un monotema que se pueda
encuadrar en un único apartado de un posible cuadro sistematizador. Sin embargo, siendo
necesario ofrecer al lector una idea previa de la oferta que el volumen le hace, cuando menos
me arriesgaré a referirme a las líneas fundamentales de la investigación llevada a cabo por
sus autores.
Como no podía ser menos, la actitud de la Iglesia ante la independencia es objeto
de un número prevalente de artículos. Me refiero a los que tratan de casos muy concretos,
como la defensa que algunos obispos –aquí, en particular, Abad y Queipo y González del
Campillo– realizaron del régimen colonial; o, por el contrario, a los que se ocupan del clero
insurgente, sea en la Nueva España, sea el Perú, sea en Chile; también a los que contemplan
el fenómeno desde un perspectiva de mayor extensión, como es el análisis de la revolución
emancipadora como una revolución clerical; o la investigación –que demuestra la super-
ficialidad de muchas actitudes historiográficas anteriores– sobre la situación de la Iglesia
en Chile durante la primera mitad del siglo xix, lo que supone entrar en el estudio de un
fenómeno social y cultural, y sobre todo religioso, que llega bastante más allá de la época
independentista y permite conocer las consecuencias a largo plazo de la misma.
No son menos atractivos otros dos conjuntos de trabajos de particular interés: los tres
que se refieren a las relaciones entre la Iglesia y los Estados, y los cuatro que se adentran en
el terreno de las perspectivas culturales de los fenómenos emancipadores. En el primer su-
puesto, encontraremos un estudio sobre las consecuencias económicas de las desvinculacio-
nes de bienes eclesiásticos en el Perú, en su último tiempo español y en sus primeros años de
independencia: el gran tema desamortizador, que tanta bibliografía ha producido y que tarda-
rá mucho en llegar a agotarse; otro en relación con la personalidad concreta de José Ignacio

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Cienfuegos, cuya condición de nacionalista y patronatista nos lleva a otro campo no menos
clásico de inagotable atención; y un tercero sobre la cuestión religiosa en el constitucionalis-
mo argentino, tema de sumo interés como pude comprobar, aunque fuese tangencialmente,
al adentrarme en el estudio que llevó a cabo Abelardo Levaggi sobre Vélez Sarsfield, y en el
que debemos a Vicente G. Quesada sobre el Derecho de Patronato y la influencia política y
social de la Iglesia católica en América.
La dimensión cultural de la independencia encuentra su lugar en los trabajos sobre
historia de la teología (materia muy afín al Prof. Saranyana): teología de la insurgencia en
la Gran Colombia; los debates teológicos latinoamericanos en los comienzos de la era repu-
blicana; los catecismos mexicanos en las primeras décadas de la Independencia; y, en fin,
una materia tan actual como el análisis de una publicación periódica, el Mercurio Peruano,
en relación con sus actitudes sobre la religión y la consiguiente influencia de un medio de
comunicación en el periodo preindependiente. Una dimensión, la de estos trabajos, que no
puede dejarse de lado sin correr el peligro de reducir la historia a sus aspectos políticos –se
ha hecho así durante demasiado tiempo– con muy dañoso olvido de otros aspectos no menos
capitales para la recta comprensión del pasado.
En fin, el Prof. Hans-Jürgen Prien, que ha llevado a cabo tan excelentes estudios
sobre la Iglesia en América, oferta un trabajo de temática singular: la cuestión étnica en
Nueva Granada/Colombia, con apoyo de un lado en Humbolt y de otro en el análisis de de-
terminadas desfiguraciones de la imagen del indio por parte de algún autor religioso; lo que
conjuntamente con las amenazas que en la época contemporánea, en mayor medida que en
la colonial, han pesado sobre la supervivencia física y cultural de los indígenas, sitúa a este
problema en conexión con una problemática que en la actualidad atrae con fuerza la atención
de antropólogos, analistas de fenómenos culturales, gobiernos e instituciones religiosas. El
choque entre los afanes misionales, no sólo católicos, y el riesgo de la desaparición de an-
tiguas culturas indígenas, no es un problema baladí en la actual política de protección de la
tradición de los países americanos de habla española y portuguesa.
Tal es la aportación de este volumen a la temática que le sirve de portada y presen-
tación. Cada trabajo posee su propia tipología y cada autor su personalidad. El valor del
conjunto radica en la virtualidad de abrirnos al estudio de la independencia de América desde
perspectivas que no resultan para nada reductoras; una invitación, pues, a la bibliografía que
ha de venir, con la finalidad de despejar y multiplicar horizontes y de ampliar miras. Sola-
mente así no quedará fallida la conmemoración que América merece en torno al año 2010 y
los inmediatamente sucesivos.

Alberto de la Hera
Departamento de Historia de América I
Facultad de Geografía e Historia
Universidad Complutense
E-28040 Madrid
[email protected]

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