Clase 2 y 3 UNTREF
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Clase 2 y 3 UNTREF
Hola grupo.
Respecto de los temas correspondientes a las clases 2 y 3, los temas en los que les pido que
hagan foco en sus lecturas son los que tienen que ver con los cambios en la economía en las
últimas décadas del Siglo XIX. Me refiero al proceso de consolidación del capitalismo y el
gran capitalismo. Estos temas están íntimamente ligados a la competencia entre imperios
europeos y se expresan claramente en el Congreso de Berlín. A partir de esas últimas
décadas del Siglo XIX el mundo es "repartido" entre las potencias que se aseguran su
bienestar pero a través del colonialismo y la sujeción y opresión de otros pueblos en el
mundo. La necesidad de materias primas y la de colocación de su producción generaron
acciones de todo tipo, pero también trajeron la inevitable competencia entre ellos que traerá,
más adelante, consecuencias impensadas a escala mundial. La irrupción de las masas y en
particular, el proletariado, también será un factor de cambio en esos años que señalaron un
punto de quiebre en el sistema social y político mundial.
Les pido que lean y analicen todos estos temas y hagan foco en:
IMPORTANTE. En caso de tener alguna duda pueden hacer las preguntas a través del foro,
el mismo NO es canal para emitir opciones personales, es para evacuar dudas. Por favor
eviten enviar correos privados por la saturación de la casilla. (La bibliografía de ambas clases
está en el programa que fue subido y los links para obtener los textos están aparte)
Horacio Collazo
Clase 2: El nuevo ritmo de la economía. El reparto del mundo. La irrupción de la
sociedad de masas y los cambios en los sistemas políticos.
Los problemas principales del tema y de las lecturas obligatorias de esta clase radican en la
contradicción que encierra una época conocida como la belle époque, caracterizada por ser de
paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo generadora de futuras guerras
mundiales que no tendrían precedentes. Hobsbawm la enmarca en lo que denomina la “era del
Imperio”.
Entre 1873 y 1890 tuvo lugar una crisis capitalista conocida como la “Gran Depresión”. Debe
aclararse que los hombres de negocios y los economistas aceptaban la existencia de ondas o
ciclos, de la misma forma que los campesinos aceptaban los avatares de la climatología.
Hobsbawm hace referencia al economista ruso que luego sería víctima de Stalin, Kondratiev,
quien sostuvo la existencia de “ondas largas” de aproximadamente 50 o 60 años, con fases
ascendentes y descendentes. Las ascendentes se caracterizan por tener una serie de
innovaciones tecnológicas; las descendentes, por un agotamiento de beneficios e
innovaciones. La “Gran Depresión” correspondería a una de estas últimas; puso en juego no la
producción sino su rentabilidad. La agricultura la sintió mucho y se convirtió en el sector más
deprimido de la economía. Por la deflación, disminuyeron los precios y los beneficios para el
mundo de los negocios.
La “Gran Depresión” puso fin a la era del liberalismo económico, entrando en escena las
tarifas proteccionistas, sobre todo para los bienes de consumo. Sólo Inglaterra defendía la
libertad de comercio sin restricciones a fin de que el mundo subdesarrollado comprara sus
manufacturas. Debemos tener en cuenta que, para la década del setenta, el sector industrial y
en proceso de industrialización se había ampliado en Europa (Francia, Alemania, Rusia,
Suecia, Países Bajos) y fuera de ella (Estados Unidos y Japón). La economía se hizo más
global y el capitalismo amplió su esfera de actuación a zonas remotas. El sector desarrollado
del mundo era capaz de defender de la competencia a sus economías en proceso de
industrialización; el resto era dependiente.
Era una época de expansión colonial. El imperialismo respondía a la presión del capital para
conseguir inversiones más productivas. Competían las empresas y también las naciones. Se
dio el fenómeno de concentración económica y la tendencia al oligopolio. Con el fin de
maximizar los beneficios, nació la necesidad de controlar y programar a las grandes empresas
y obtener un mayor rendimiento de los trabajadores. Taylor, ingeniero estadounidense,
estableció la “gestión científica” en la problemática industria del acero norteamericana.
Introdujo el cronómetro; aisló a cada trabajador dividiendo el taller y su conjunto de tareas en
grupos que realizaban una tarea parcial; aplicó distintos sistemas de pago atendiendo al
resultado. Más adelante, a principios del siglo XX, Ford, industrial estadounidense, llevó a
cabo el uso racional de la maquinaria y de la mano de obra; agregó la cinta de montaje; evitó
el tiempo muerto y estableció el puesto de trabajo fijo. El “taylorismo” y el “Ford ismo”
significaron nuevas formas de organizar el trabajo que destruyeron el proceso artesanal.
Hobsbawm resume al final del capítulo 2 los rasgos de la economía mundial durante el
imperio, es decir, entre 1875 y 1914. Podemos presentarlos de este modo:
Era más plural que antes: Inglaterra dejó de ser el único país totalmente industrializado y la
única economía industrial. Sí conservó un dominio abrumador en el mercado internacional de
capitales (banca, seguros, servicios comerciales, navieros y financieros y siguió siendo la
principal acreedora mundial por sus inversiones en el extranjero). La era del imperio dejó de
ser mono céntrico y las relaciones entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado se
hicieron más variadas y complejas.
Tuvo lugar una revolución tecnológica cuyas manifestaciones fueron el teléfono, la telegrafía
sin hilos, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el aeroplano, la aspiradora, la bicicleta, la cocina
de gas, el perfeccionamiento en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las
turbinas, la electricidad, la química y el motor de combustión. En 1907 Ford comenzó a
fabricar el modelo T, que revolucionó la industria automotriz. La nueva revolución industrial
reforzaba a la primera.
Creció el sector terciario de la economía tanto público como privado. Aumentaron los puestos
de trabajo en oficinas, tiendas y servicios.
Las rivalidades políticas entre los estados y la competitividad entre grupos nacionales de
empresarios, contribuyeron al imperialismo, al desarrollo de la industria de armamentos y a la
génesis de la Primera Guerra Mundial
Hobsbawm destaca que lo que más impresionaba a los contemporáneos en el mundo
desarrollado era el éxito de la expansión económica, sobre todo en el caso de las clases
pudientes y medias. Para ellas la belle époque era una edad de oro, un paraíso que se perdería
a partir de 1914. No sucedía lo mismo para las clases obreras, a quienes la economía ofrecía
puestos de trabajo, pero sólo aliviaba modesta o mínimamente su pobreza.
Dos grandes zonas del mundo fueron divididas: África y el Pacífico. No quedó ningún estado
independiente en el Pacífico, totalmente repartido entre británicos, franceses, alemanes,
holandeses, norteamericanos y japoneses. África fue repartida entre los imperios británico,
francés, alemán, belga, portugués y, de forma más marginal, español, con la excepción de
Etiopía, Liberia y una parte de Marruecos. En Asia, existía una amplia zona nominalmente
independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron sus extensas
posesiones: Gran Bretaña, anexionando Birmania a su imperio indio y reforzando su zona de
influencia en el Tibet; Persia y la zona del golfo Pérsico; Rusia penetrando más
profundamente en el Asia central; Holanda, estableciendo un control más estricto en regiones
más remotas de Indonesia. Además, Francia ocupaba Indochina y Japón, ampliaba sus
dominios a expensas de China y de Rusia, en Corea y Taiwán. Nominalmente la mayor parte
de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, pero las
potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia”.
Ese reparto del mundo entre un número reducido de estados era la expresión de la progresiva
división del mundo entre fuertes y débiles, “avanzados” y “atrasados”. ¿Por qué ocurrió?
Varias son las razones que lo explican: si bien la globalización de la economía no era nueva,
se había acelerado desde mediados del siglo XIX y una red de transportes posibilitaba que
zonas hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial. El desarrollo
tecnológico dependía de materias primas que, por razones climáticas y geológicas se
encontraban en lugares remotos. Por ejemplo, el motor de combustión interna necesitaba
petróleo y caucho. Los pozos petrolíferos de Oriente Medio eran ya objeto de un fuerte
enfrentamiento y negociación diplomática. El caucho era un producto tropical que se extraía
mediante la explotación de los nativos de las selvas del Congo, entre otras regiones. Además,
el crecimiento del consumo de masas en los países desarrollados provocó la expansión del
mercado de productos alimentarios. Así, “productos coloniales” como café, cacao, etc.,
gracias a la rapidez de los transportes, se vendían en las tiendas de esos países. Muchas veces
los países dependientes se convertían progresivamente en productores especializados de uno o
dos productos básicos.
Hobsbawm señala, dando una serie de ejemplos, los diversos subterfugios a los que recurrían
los gobiernos que podían retardar el ritmo del proceso político hacia la democratización, pero
no detener su avance. Entre 1880 y 1914, fuera cual fuese la forma en que comenzó la
democratización, la mayor parte de los estados occidentales tuvieron que resignarse a ella. La
nueva situación política fue implantándose de forma gradual y desigual según cada uno de los
estados. Hobsbawm considera que el pesimismo de la cultura burguesa desde 1880 refleja la
invasión de la minoría educada por la “barbarie” de las masas.
Cada vez más los políticos se veían obligados a apelar a un electorado masivo. La principal
consecuencia de la democratización fue la movilización política de las masas para y por las
elecciones. Ello implicó la organización de movimientos y partidos de masas y el desarrollo
de medios de comunicación de masas. Los nuevos movimientos de masas eran ideológicos: la
religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del
fascismo de entreguerras, constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas.
Uno de ellos fue mantener la unidad de los estados. Por ejemplo, en el Reino Unido, la
aparición del nacionalismo irlandés de masas quebrantó la estructura de la política
establecida. Otro, fue garantizar la legitimidad e incluso la supervivencia de la sociedad tal y
como estaba constituida, frente a la amenaza de movimientos de masas deseosos de realizar la
revolución social. Además, la corrupción de varios políticos se hizo más visible, dado que
aprovechaban el valor de su apoyo a los hombres de negocios o a otros intereses. Incluso en
algunos casos la corrupción iba de la mano de la inestabilidad parlamentaria, como sucedía
cuando los gobiernos formaban mayorías sobre la base de la compra de votantes a cambio de
favores.
Los gobiernos necesitaban promover la lealtad de todos respecto del estado. De ahí que la
vida política se ritualizara y se llenara de símbolos y publicidad. Se recurre a la invención de
la tradición, usando elementos capaces de provocar la emoción, como la gloria militar y,
como ya señalamos, la conquista colonial. Se crean las fiestas, banderas e himnos nacionales.
El cartel moderno nace entre 1880 y 1890, al mismo tiempo que se llevan a cabo espectáculos
y entretenimientos de masas. Las iniciativas oficiales alcanzan más éxito cuando explotan
emociones populares espontáneas, como en Francia la celebración del 14 de julio de 1789.
Los regímenes políticos también ponen en práctica el control de la escuela pública, sobre todo
de la escuela primaria y buscan controlar, además, las ceremonias del nacimiento, el
matrimonio y la muerte. Se multiplican los espacios ceremoniales públicos y políticos, a veces
en torno de nuevos monumentos nacionales y estadios deportivos.
En ocasiones, los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional con
los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus propios contra-
símbolos. Hobsbawm alude por ejemplo a la Internacional socialista cuando el estado se
apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa, o bien al caso de Irlanda en donde
movimientos de masas formaron asociaciones en torno a centros de lealtad que rivalizaban
con el estado.
Hacia el final del capítulo 4, Hobsbawm concluye que entre los años 1875 y 1914 las clases
dirigentes de la mayor parte de los estados del Occidente burgués y capitalista, lograron
controlar las movilizaciones de masas y que el período fue de estabilidad política. Parecía que
la democracia parlamentaria era compatible con la estabilidad política y económica de los
regímenes capitalistas, pero era limitado el alcance de esa vinculación. Se reducía al ámbito
de una minoría de economías prósperas de Occidente, lo cual ponía en evidencia la fragilidad
del orden político en la belle époque.
Al presentar los problemas principales del tema de esta clase y de sus lecturas obligatorias,
decíamos que radican en la contradicción que encierra una época conocida como la belle
époque, caracterizada por ser de paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo
generadora de futuras guerras mundiales que no tendrían precedentes. Al finalizar nuestra
clase, podemos afirmar que en efecto su contradicción fue profunda y que se manifestó de
varias maneras: la estabilidad de las economías industriales desarrolladas se vio en situación
de conquistar y gobernar vastos imperios. Pero esto inevitablemente generó en ellos las
fuerzas combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con la estabilidad. También
en el período en cuestión aparecieron los movimientos de masas organizados de los
trabajadores, característicos del capitalismo industrial, que exigirían su derrocamiento. Las
instituciones políticas y culturales del liberalismo burgués se ampliaron a las masas
trabajadoras, pero esa extensión se hizo al precio de forzar a la burguesía liberal a situarse en
los márgenes del poder político. Entonces, la belle époque fue un período de profunda crisis
de identidad y de transformación para la burguesía, acompañado por los cambios del sistema
económico, que hicieron que las grandes organizaciones o compañías, o sea las personas
jurídicas, sustituyeran a las personas reales y a sus familias, que antes poseían y
administraban sus propias empresas. Se anunciaba, por tanto, la gestación de un mundo
distinto.
Como sostiene Hobsbawm, las estructuras económicas que sustentan el siglo XX “no son ya
las de la empresa privada en el sentido que aceptaron los hombres de negocios en 1870. La
revolución cuyo recuerdo domina al mundo desde la primera guerra mundial no es ya la
Revolución francesa de 1789. La cultura que predomina no es la cultura burguesa como se
hubiera entendido antes de 1914(3).”
En esta clase se compone de dos núcleos temáticos. En primer lugar, veremos el conjunto de
ideas que motorizaron las transformaciones producidas a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, prestando especial atención al nacionalismo y su influencia en el proceso de formación
de los estados nacionales europeos. Luego analizaremos cómo se produjo este proceso en
América Latina, haciendo foco en el caso argentino. Para ello se deberá realizar una lectura
crítica de la bibliografía indicada:
Hobsbawm, Eric. La era del Imperio. Buenos Aires, Crítica, 1998. Cáp. 6 p 152-174.
Romero, Luis A. Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires, F.C.E, 2001.
Cáp. 1 p 15-36
Liberalismo
En un primer momento la mayoría de los países optaron por sistemas de sufragio restringidos,
que solo consideraban ciudadano con derecho a voto a pequeños sectores privilegiados. Solo
después de la segunda mitad del siglo XIX se produjo la ampliación del sufragio hasta
concluir en el establecimiento del sufragio universal. Desde lo económico sostenía la
implementación de una economía de libre mercado, regida por las leyes de oferta y demanda.
A partir de la obra de Adam Smith (Investigaciones sobre la naturaleza y la causa de la
riqueza de las naciones, 1776) se comenzó a imponer la idea de evitar la intromisión del
estado en el libre juego del mercado, que libre de interferencias, sería el más eficiente
asignador de recursos para el crecimiento económico.
A partir de la segunda mitad del siglo, la obra de Augusto Comte (Curso de Filosofía positiva,
1842) permitió la consolidación del Positivismo. Sostenía Comte que la humanidad había
pasado por tres estadios de evolución, siendo el último el positivo, correspondiente a las
sociedades industrializadas que, a través de sus adelantos científicos y tecnológicos podrían
dar solución a los problemas de la humanidad.
La idea de que las sociedades marchaban hacia un progreso indefinido se basaba en la premisa
de la existencia de un orden natural que había que conocer y aceptar. Estas ideas plasmaron la
visión de una realidad social dominada por la ciencia y vinculada a posiciones evolucionistas.
A la clásica teoría biologista de Charles Darwin (Sobre el origen de las especies, 1859) se
sumó el llamado evolucionismo social. Hebert Spencer (La estática social, 1850) se abocó al
estudio de la sociedad como un organismo vivo y aplicó el concepto darwiniano de
“supervivencia del más apto” para concluir que las sociedades son producto de la selección
natural de los individuos y quienes las dominan son los más aptos para la función. Esta visión
derivó en la idea de un inmovilismo social cuestionada desde otras escuelas de pensamiento.
Socialismo
Los socialistas alemanes Karl Marx y Friedrich Engels criticaron a los utópicos y plantearon
la creación del socialismo como doctrina científica. Para Marx, la evolución de la humanidad
está determinada por la evolución de las fuerzas económicas. Cada etapa del proceso responde
a un determinado sistema productivo, cuyas formas sociales y económicas entran en colisión
con fuerzas surgidas en su propio seno.
Esta idea (explicada según el principio dialéctico del filósofo alemán Georg Hegel que
sostenía que cada idea engendra su propia negación) permitía pensar la historia como sucesión
de formaciones sociales que se transformaban en forma constante. En su obra El capital
presentaba el sistema capitalista como un sistema de explotación de clases a través de las
relaciones de producción. Sostenía que en él los capitalistas, dueños de los medios de
producción, se enfrentan al proletariado que solo posee su fuerza de trabajo, adueñándose del
producto de la misma. De modo que, aunque no se lo propusiera, el capitalismo contribuía a
formar una clase de desposeídos que finalmente lo destruiría. La única vía de cambio es, por
tanto, la lucha de clases que, convertida en motor del proceso revolucionario, derribaría a la
burguesía para establecer el estado sin clases y poner fin a la propiedad privada, fuente de
toda situación injusta. Desde la publicación del Manifiesto Comunista en 1848, se afianzó la
idea de la formación de una alianza obrera de carácter internacionalista que fuera capaz de
organizar la lucha contra la burguesía capitalista sin distinción de nacionalidades. El
marxismo tuvo una enorme influencia en el pensamiento europeo y mundial y se cristalizó en
la revolución de 1917, que convirtió a Rusia en el primer estado socialista del mundo.
Nacionalismo
En el período de 1880 a 1914, la preocupación de los estados por dar una configuración
espacial a sus territorios convirtió a los conflictos de límites en una cuestión nacional. A su
vez, la competencia entre las naciones industrializadas exacerbó la expansión imperialista y
los estados nacionales consideraron a los demás una amenaza a su propia existencia y
crecimiento. La preeminencia de la cuestión nacional, movilizada gracias a la
democratización de la política, llevó al auge del nacionalismo. Desde entonces el término
comenzó a hacer referencia a grupos de derecha, principalmente en Francia e Italia, contrarios
a los extranjeros y partidarios de la expansión agresiva de sus estados.
Eric Hobsbawm analiza los cambios producidos en el nacionalismo a partir de 1870,
señalando tres cuestiones principales: el derecho a la autodeterminación como sinónimo de
independencia, la definición étnico-lingüística de la nación y la aparición del patriotismo
como idea de la derecha política (4). Las transformaciones operadas en la economía de la era
tecnológica requerían la educación de las masas y su proceso se centró en la escuela, como
medio de crear ciudadanos homogéneos desde lo lingüístico y administrativo. La imposición
de una lengua nacional fue el presupuesto básico para la implementación de un sistema
educativo nacional. La gran expansión de la escolarización primaria en este período cumplía
también otros objetivos: la escuela instrumentalizaba el proceso de nacionalización de las
masas a través de la enseñanza de la lengua, las tradiciones y la historia nacional.
Hacia mediados del siglo XIX América Latina transitaba también un proceso de formación
de los estados nacionales. La consolidación del capitalismo europeo, la expansión del
mercado mundial y la reciente división internacional del trabajo crearon las condiciones para
el crecimiento material de las nuevas naciones. Las economías latinoamericanas se fueron
especializando en la producción de materias primas para colocar en el mercado internacional:
café en Brasil, azúcar en Cuba, minería en Perú y carne y cereal en Argentina se convirtieron
en el motor del crecimiento económico, posibilitado por cambios en los factores de
producción signados especialmente por la expansión de las fronteras productivas, el
crecimiento demográfico derivado de la inmigración y las inversiones de capital extranjero.
La Argentina comenzaba en los ochenta un período de progreso, conformado tanto por las
condiciones favorables del entorno internacional como por la transformación institucional que
garantizaría las inversiones y la rentabilidad de los inversionistas. El proceso de formación del
estado nacional comenzó con el control del territorio, a través de la conquista al desierto, que
incorporó tierras aptas para la producción, y la capitalización de Buenos Aires, que dejó en
manos del gobierno nacional tanto la propia sede administrativa como el puerto y su función
de conexión con el comercio exterior. Paralelamente se produjeron cambios institucionales: el
establecimiento de un sistema presidencialista que tomó el control sobre las provincias y la
sanción de un conjunto de leyes y códigos que otorgaron seguridad jurídica permitiendo el
despegue económico. En un país con grandes extensiones de tierras fértiles y escaso capital y
mano de obra se impuso la idea de hacer uso intensivo del factor abundante. El estado facilitó
así la inserción del país en el mercado mundial en el papel de productor agropecuario. Luis
Alberto Romero analiza la conformación del modelo que se implantó a partir de 1880,
señalando que su implementación implicaba estrechar los vínculos económicos con Gran
Bretaña, que venían
desarrollándose desde la independencia. (5) Entre 1880 y 1913 el capital británico afluyó al
país en forma de préstamos al estado, inversiones en servicios públicos y ferrocarriles; el
estado nacional respondió otorgándole exenciones impositivas y tierras a los costados de las
vías férreas por tenderse. La expansión requería el aumento de mano de obra, razón
por la cual el estado estimuló la inmigración europea y modificó la política migratoria para
flexibilizar el asentamiento de los contingentes de inmigrantes. Las tierras recientemente
incorporadas luego de la conquista al desierto fueron transferidas en grandes extensiones a
propietarios ya existentes, lo que dificultó el acceso a la tierra a los recién llegados. En la
provincia de Buenos Aires siguió predominando la explotación pecuaria, sobre todo luego de
que el frigorífico hiciera rentable el el refinamiento de razas destinadas a exportación. Señala
Romero que entonces la necesidad de praderas artificiales estimuló la colonización agrícola,
especialmente en el litoral y Buenos Aires donde comenzaron a desarrollarse explotaciones de
tipo mixto. Los propietarios de tierras mostraron un comportamiento flexible en sus
inversiones, en búsqueda de oportunidades de ganancia. De esta forma, la demanda externa de
cereales y carne propició un crecimiento vertiginoso de la economía nacional.
La expansión agrícola fue continua desde 1890: trigo, maíz y lino acompañaron las ventas de
carne congelada para convertir a la Argentina en uno de los principales exportadores
mundiales hacia las vísperas de la 1º guerra mundial. Estas transformaciones económicas,
dependientes del librecambio y la especialización agropecuaria, produjeron un crecimiento
desigual que acentuaba la brecha existente entre las economías del interior y el pujante sector
pampeano. Al mismo tiempo, el crecimiento de los ingresos generados por la expansión
económica y el aumento de población generaron hicieron surgir un sector industrial vinculado
a la actividad agropecuaria, del que los frigoríficos se convirtieron en un caso paradigmático.
Fuera de éste, el crecimiento industrial afrontaba los problemas derivados de la falta de
capitales, la competencia foránea y la ausencia de créditos para el desarrollo de la actividad.
La implantación de un modelo de crecimiento estrechamente ligado a la economía
internacional a través de la inversión y los préstamos al estado impactó directamente en la
estabilidad. Las crisis cíclicas del capitalismo producidas en 1873 y 1890 arrastraron al país,
generando períodos de recesión que se hicieron sentir en la estructura productiva. Superados
estos momentos, el crecimiento se extendió hasta la 1º guerra mundial, momento en que la
desorganización de los circuitos comerciales generó nuevos desafíos al modelo económico.
La sociedad fue modificada a raíz de las transformaciones económicas y la inmigración.
Entre 1880 y 1914 se conformó en el país una sociedad nueva, abierta y flexible, cuyo signo
distintivo fue la movilidad ascendente. El impacto producido por la llegada
masiva de inmigrantes se dejó sentir especialmente en la pampa húmeda. A los colonos
establecidos en la zona del litoral en calidad de arrendatarios se sumó la llegada de
trabajadores a los grandes centros urbanos, en busca de oportunidades laborales. Allí se
presentaron las primeras dificultades a los recién llegados: la escasez de viviendas, el alto
costo de los alquileres, la inestabilidad de los empleos y los bajos salarios se sumaban a la
complicación de comunicarse en una lengua que no era la propia. Para enfrentarlas se
crearon núcleos asociativos que fueron desarrollando diversas formas de responder a
las necesidades de inclusión en la nueva sociedad. El ascenso social se cristalizó en las
generaciones siguientes y los hijos de inmigrantes, gracias al acceso a la educación,
conformaron la amplia capa de clases medias que caracterizaron a la sociedad argentina.
No faltaron, sin embargo, diversas tensiones que terminaron con la sanción de leyes
tendientes a solucionarlos: el crecimiento de la conflictividad social, atribuido entonces a las
huelgas provocadas por anarquistas y sindicalistas, que desembocó en la sanción de la Ley de
Residencia (1902); y la aparición de un movimiento político, el radicalismo, que llamaba a la
moralización de la función pública y la vigencia de la constitución. La sanción de una Ley
Electoral (1912) dejó finalmente el camino abierto a la llegada del radicalismo al poder.