Derecho Procesal Constitucional - William Herrera Áñez

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William Herrera Áñez

ÍNDICE GENERAL
DERECHO PROCESAL CONSTITUCIONAL
Procesos y procedimientos constitucionales

PARTE PRIMERA
Introducción general

CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
1. Génesis del derecho procesal constitucional
2. Concepto y evolución
3. Naturaleza jurídica
4. Autonomía científica
5. El objeto
6. Florece en Bolivia
6.1 El tribunal y el proceso constitucional
6.2 El código procesal constitucional

CAPÍTULO II
EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD
1. Configuración del Estado boliviano
2. Los modelos de control de constitucionalidad
2.1 El control político o modelo francés
2.2 El control difuso o modelo norteamericano
2.3 El control concentrado o kelseniano
3. Controles del tribunal constitucional
3.1 Control normativo
3.2 Protección de los derechos fundamentales
3.3 Los conflictos de competencias
3.4 Órgano consultivo

CAPÍTULO III
LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL (I)
1. Concepto y estructura orgánica
2. Naturaleza jurídica
3. Estatuto de los magistrados
3.1 Elección
3.2. Requisitos
3.3 Prohibiciones e incompatibilidades
3.4 Posesión y cesación
3.5 Status jurídico de los suplentes
4. Comisión de admisión
4.1 El procedimiento
4.2 Rechazo
4.3 Recurso
5. La excusa
5.1 El procedimiento solo permite la excusa
5.2 Efectos
6. Juicio político

CAPÍTULO IV
LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL (II)
6. Clases de resoluciones
6.1 Sentencias
6.1.1 Elementos esenciales
6.1.2 La ratio decidendi
6.1.3 El obiter dictum
6.1.4 El decisum
6.2 Declaraciones
6.3 Autos
7. Resoluciones de sala plena
8. Voto disidente
9. Aclaración, enmienda y complementación
10. Ejecución de sentencias
11. Revisión de oficio
12. Recurso de queja
13. La jurisprudencia constitucional
CAPÍTULO V
LOS PRINCIPIOS RECTORES
1. La Constitución principista o axiomática
2. La supremacía constitucional
3. La jerarquía normativa
4. Los principios ético-morales
5. El pluralismo y las cosmovisiones
6. Erradicar los ritualismos
7. El informalismo
8. El principio pro actione
9. El principio iuria novit curia
10. La verdad material
11. No reconoce fueros ni privilegios
12. Economía y celeridad

CAPÍTULO VI
LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL (I)
1. Concepto y problemas interpretativos
2. Características y objetivos de la interpretación
3. Los métodos interpretativos
3.1 La voluntad del constituyente
3.2. Interpretación sistemática
3.3 Los principios constitucionales
3.4 La unidad
3.5 El bloque de constitucionalidad
3.6 El control de convencionalidad

CAPÍTULO VII
LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL (II)
3.7 La dignidad y los derechos implícitos
3.8 Interpretación más favorable y la no retroactividad de la ley
3.9 El pluralismo jurídico
3.10 La perspectiva de género
ABREVIATURAS

AC Auto constitucional
AIOC Autonomía indígena originaria campesina
Art. Artículo
AS Auto supremo
AV Auto de vista
AA.VV. Autores varios
CC Código civil
CP Código penal
CPP Código de procedimiento penal
CPC Código de procedimiento civil
CPCo Código procesal constitucional
CPE Constitución Política del Estado
CADH Convención americana sobre derechos humanos
Corte IDH Corte Interamericana sobre derechos humanos
DS Decreto supremo
Ed. Editorial
ETAs Entidades territoriales autónomas
FELCC Fuerza especial de lucha contra el crimen
FELCN Fuerza especial de lucha contra el narcotráfico
FGE Fiscal general del estado
GTZ Cooperación técnica alemana
INRA Instituto nacional de reforma agraria
LTC Ley del tribunal constitucional
LOMP Ley orgánica del ministerio público
LOJ Ley del órgano judicial
LMAD Ley marco de autonomía y descentralización “Andrés Ibáñez”
MF Ministerio Fiscal
MP Ministerio Público
OEA Organización de Estados Americanos
ONU Organización de las Naciones Unidas
SC Sentencia constitucional
SSCC Sentencias constitucionales
STS Sentencia del tribunal supremo
SSCCPP Sentencias constitucionales plurinacionales
SAFCO Ley del sistema de administración, fiscalización
y control gubernamental
TIOC Territorios indígenas originarios campesinos
TCO Tierras comunitarias de origen
TC Tribunal constitucional (1999-2009)
TCP Tribunal constitucional plurinacional (2009 adelante)
TEDH Tribunal europeo de derechos humanos
PRESENTACIÓN

Este libro se ocupa fundamentalmente del derecho procesal constitucional


boliviano. Esta parcela del derecho ha logrado consolidarse con la creación del tribunal
constitucional (reforma constitucional del año 1994 y la Ley N° 1836 de 1 de abril de
1998) y la sanción del primer código procesal constitucional (Ley 254 de 5 de julio de
2012). El código procesal viene a ser una consecuencia lógica de la adopción del
sistema de control concentrado de constitucionalidad (modelo europeo-kelseniano), que
ha dado lugar al desarrollo intenso de esta nueva disciplina jurídica.
Se trata de una ciencia que se ocupa de estudiar los diversos sistemas y modelos
de control de constitucionalidad, como mecanismos de defensa de la Constitución, así
como el conjunto de normas que regulan la estructura, la organización y el
funcionamiento del órgano encargado de ejercer el control de constitucionalidad. El
derecho procesal constitucional ha encontrado en Bolivia un terreno fértil para su
expansión, consolidación doctrinal y desarrollo científico, en la medida en que se
fortalece el Estado Constitucional de Derecho.
El tribunal ha constitucionalizado el ordenamiento jurídico nacional, y debe
racionalizar y limitar el poder abusivo del Estado. En realidad ningún órgano del Estado
puede sustraerse al control de constitucionalidad y convencionalidad, que se sustenta
sobre la base del principio fundamental de la supremacía constitucional, cuyas
decisiones y resoluciones están subordinadas a las normas previstas por la Constitución
y el bloque de constitucionalidad.
La Constitución tiene valor específico no como una norma cualquiera, sino
precisamente como una norma portadora de unos determinados valores materiales, que
tienen primacía en el ordenamiento jurídico, ya que es la “norma suprema del
ordenamiento jurídico boliviano y goza de primacía frente a cualquier otra disposición”,
y todas la personas, naturales y jurídicas, así como los órganos públicos se encuentran
sometidos a ella.

El código procesal constitucional (en adelante CPCo) establece las reglas y


regula todos los procesos y procedimientos constitucionales, que ingresen tanto al
tribunal constitucional plurinacional (en adelante TC o TCP), en atención a sus
competencias en los ámbitos normativo, competencial y tutelar, como ante las salas
constitucionales departamentales o, en su caso, tratándose de lugares alejados, ante los
jueces y tribunales ordinarios al que la parte pueda acceder por razones de cercanía
territorial o mejores condiciones de transporte.
El proceso constitucional representa una especie dentro del género de los
procesos jurisdiccionales y se concibe como aquel mediante el cual el tribunal
constitucional, aplicando directamente la Constitución, decide un conflicto jurídico-
constitucional. En realidad nada puede haber fuera del proceso, entendido éste como
una unidad encargada de permitir a toda persona que se le hubiera vulnerado su
derecho, el acceso a la jurisdicción constitucional y, en su caso, a obtener una
satisfacción procesal o sentencia favorable que le restablezca su derecho al estado
original.
Tal como advertía en el siglo pasado Carnelutti,1 el proceso sirve al derecho y el
derecho sirve al proceso. Y si no estuviese el proceso, no podría hacerse el derecho;
pero tampoco podría hacerse el proceso, si no estuviese el derecho. A diferencia del
proceso en general que sirve al derecho, el proceso constitucional sirve para defender la
Constitución y la Constitución sirve para defender al proceso. La Constitución organiza,
estructura y delimita al proceso, y se convierte en la norma fundamental y
fundamentadora de los procesos y procedimientos constitucionales.
Sin embargo, si bien todo proceso requiere para su desarrollo un procedimiento,
no todo procedimiento es un proceso. El proceso se caracteriza por su finalidad
jurisdiccional compositiva del litigio, mientras que el procedimiento se reduce a ser una
sucesión y coordinación de actos en marcha, relacionados o ligados entre sí por la
unidad del efecto jurídico final, que puede ser el de un proceso o el de una fase o
fragmento suyo (por ejemplo, procedimiento incidental). Así, mientras la noción de
proceso es esencialmente teleológica, la de procedimiento es de índole formal.
El proceso tiene que estar al servicio de la supremacía constitucional y la
defensa de los derechos fundamentales; éstos no podrían existir sin aquél, no tiene un
fin en sí mismo, y de ahí su carácter instrumental: de nada servirían los derechos sin los
procesos para hacerlos valer. Mientras el procedimiento viene a ser la parte mecánica,
ritual y sin mayor trascendencia ni rigor académico, el proceso es un método científico
para la defensa de la Constitución y la tutela de los derechos fundamentales del
ciudadano y la resolución pacífica en nuestro caso de los conflictos jurídicos-
constitucionales.

1
CARNELUTTI, F. Cuestiones sobre el proceso penal, Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa-
América, traducción de Santiago Sentís Melendo, 1961, p. 27.
A través del proceso se busca concretar el mandato constitucional de que “toda
persona será protegida oportuna y efectivamente por los jueces y tribunales en el
ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, y el “Estado garantiza el derecho al
debido proceso, a la defensa y a una justicia plural, pronta, oportuna, gratuita,
transparente y sin dilaciones”. De la misma forma, “ninguna persona puede ser
condenada sin haber sido oída y juzgada previamente en un debido proceso”; además,
las partes en conflicto gozarán de igualdad de oportunidades para ejercer durante el
proceso las facultades y los derechos que les asistan. En estos términos la Constitución
reconoce al debido proceso que exige, entre otras garantías, que toda persona sea oída
por una autoridad jurisdiccional competente, independiente e imparcial, y en su idioma
(arts. 115-120 y 180.I).
La publicación en general se ha encargado de recoger las transformaciones que
han tenido los procesos y procedimientos constitucionales en lo que va del presente
siglo. Aquí el TC, que ha materializado una verdadera revolución jurídica, ha tenido un
rol protagónico en la consolidación y perfeccionamiento del derecho procesal
constitucional. Las previsiones contenidas en la Ley N° 1836 de 19 de marzo de 1998,
fueron sobrepasadas y se impuso el código procesal constitucional.
El libro se compone de dos grandes partes, que hacen un total de XXIX
capítulos, y desarrolla todos los procesos y procedimientos que se encuentran
sistematizados en el código procesal constitucional. En la parte primera, abordamos la
introducción general sobre el derecho procesal constitucional boliviano, el control de
constitucionalidad, la jurisdicción constitucional, los principios rectores, la
interpretación constitucional. En la parte segunda, abordamos los procesos y
procedimientos constitucionales como el de libertad, de amparo constitucional, de
protección de privacidad, de cumplimiento, popular, la inconstitucionalidad (abstracta,
concreta y por omisión), los conflictos de competencias, control de tratados
internacionales, consultas de proyectos de ley, control de estatutos y cartas orgánicas,
preguntas de referendo, control de las normas indígenas originaria campesinas, proceso
contra tributos, impuestos, tasas, patentes y contribuciones especiales, procedimiento
contra resoluciones del órgano legislativo, recurso directo de nulidad y el procedimiento
de reforma de la Constitución.
La obra, que se inscribe en la línea de mis manuales procesales, busca no solo
contribuir al estudio de esta parcela del derecho, hija del derecho procesal general, sino
también a convertirse en una herramienta idónea para familiarizarse con los procesos y
procedimientos constitucionales de obligado conocimiento para los operadores
jurídicos, profesionales y estudiantes universitarios.

San José de Costa Rica, cuarentena 2020.

El autor
CAPÍTULO I

INTRODUCCIÓN

1. Génesis del derecho procesal constitucional. 2. Concepto y evolución. 3.


Naturaleza jurídica. 4. Autonomía científica. 5. El objeto. 6. Florece en Bolivia. 6.1
El tribunal y el proceso constitucional. 6.2 El código procesal constitucional.

1. Génesis del derecho procesal constitucional

El derecho procesal constitucional nace y evoluciona de la mano de la ciencia


procesal, que surge en Alemania a mediados del siglo XIX, y se extrapolará a otros
países como España que, desde 1932, incorpora en sus planes de estudios de las
universidades como derecho procesal, y será el inicio de su desarrollo académico y
científico. Y como ha ocurrido con toda la normativa procesal, la separación entre el
derecho sustantivo y el derecho procesal, ha sido lenta y difícil hasta llegar a
configurarse la “teoría general del proceso”, que se fue perfilando en la medida en que
se hacían nuevos descubrimientos por los cultivadores de las distintas ramas
instrumentales, empezando por la ciencia del derecho procesal civil, del cual se recibió
el impulso inicial, y fue continuada por los tratadistas del derecho procesal penal, los
del derecho procesal administrativo, laboral, constitucional, etc.
En palabras del mexicano Fix-Zamudio, así como en un principio del venerable
tronco del derecho civil sustantivo se desprendió el derecho procesal civil, como
disciplina autónoma, paulatinamente se fueron independizando de sus respectivas
materias también sustantivas, el derecho procesal penal, el procesal administrativo, el
procesal laboral, etcétera, y que más recientemente ha aparecido una nueva disciplina en
plena formación y que podemos calificar como “derecho procesal constitucional”.2 Y
comparte con quien su mentor el español Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, en el sentido
de que Hans Kelsen inició la sistematización de los conceptos sobre esta disciplina que
habían surgido empíricamente en la práctica del derecho constitucional estadounidense
y de otros países que siguieron su ejemplo.
Las ideas de Kelsen tuvieron realización práctica a través del establecimiento de
un tribunal específico, creado en Austria para resolver las controversias respecto a las

2
FIX-ZAMUDIO, Héctor, El juicio de amparo y la enseñanza
del derecho procesal, pp. 434 y s., Boletín Mexicano de Derecho Comparado, nueva serie año LI número
154, enero-abril 2019, en https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-
comparado/article/view/1128/1386.
disposiciones de la Carta Fundamental del 1° de octubre de 1920. La creación de este
original tribunal especializado en materia constitucional, que se popularizó en Europa
después de la segunda guerra mundial y en América Latina a fines de siglo XX,
permitió desarrollar un cuerpo de doctrina verdaderamente impresionante sobre los
lineamientos de esta jurisdicción constitucional, a tal grado de haberse conformado una
disciplina autónoma de perfiles propios y definidos ─aunque siempre vinculada a la
teoría general del proceso o del derecho procesal─, que se ocupa del estudio de los
instrumentos procesales establecidos por las mismas cartas fundamentales para la tutela
de sus propias normas, que se conocerá como derecho procesal constitucional. Y será
una ciencia procesal autónoma porque compartirá los conceptos básicos de acción,
jurisdicción y proceso y procedimientos constitucionales.
Hans Kelsen fue, en este sentido, el primero en desarrollar una teoría general
sobre la defensa jurisdiccional de la Constitución a través de un órgano concentrado. Y
como magistrado del primer tribunal constitucional en Austria, Kelsen convivió con el
derecho procesal y advirtió cuestiones relativas a los efectos de la sentencia, modo de
iniciar el procedimiento, sujetos legitimados, una posible acción popular, la cualidad de
los integrantes del órgano y la adecuada representación de las partes, entre otros
aspectos.
El austriaco no sólo fue el ideólogo del tribunal constitucional y uno de los
primeros jueces constitucionales sino que polemizó doctrinal e intensamente con el
alemán Carl Schmitt sobre quién debería ser el defensor de la Constitución. A manera
de réplica a Kelsen, Schmitt había exteriorizado en el Congreso de profesores de
derecho público realizado en Jena en 1924 su postura, que fue difundida en un ensayo
publicado en 1929, y luego apareció como libro en 1931: La defensa de la Constitución,
Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la
Constitución.
Hans Kelsen postulaba la necesidad de controlar el ejercicio del poder mediante
un órgano jurisdiccional independiente de los tres poderes tradicionales (ejecutivo,
legislativo y judicial), mientras que Schmitt abogaba por el control político de la
Constitución. Al poco tiempo Kelsen replica a Schmitt con su obra ¿Quién debe ser el
defensor de la Constitución? y asume su postura teórica sobre el control jurisdiccional
de la Constitución.
En contra de la posición de Schmitt, Kelsen consideraba que nadie puede ser juez
y parte de su propia causa y que por ello quien debía realizar el control de
constitucionalidad sería un órgano autónomo e independiente de los órganos
tradicionales del Estado, cuya naturaleza no era política sino semejante a la de los
demás órganos jurisdiccionales.
La relevancia del pensamiento Kelseniano, después de la polémica con Carl
Schmitt y una vez concluida la segunda guerra mundial, adquiere dimensiones
transcendentales en la concepción e interpretación del derecho y se consolida como el
precursor de la creación de los tribunales constitucionales. Esta creación fue advertida
por otra corriente que se abría paso en los mismos tiempos: La del procesalismo
científico o aparición de la ciencia procesal, totalmente independiente del derecho
sustantivo.
Kelsen entonces inicia el encuadramiento del fenómeno a la luz del procesalismo
científico, a la que se sumaron las aportaciones de los tratadistas procesales Alcalá-
Zamora y Castillo, Eduardo Couture, Fix-Zamudio, entre otros, cuyas contribuciones
dogmáticas sucesivas y conjuntas lograron la configuración científica del derecho
procesal constitucional. La construcción científica constituye una secuencia
concatenada del pensamiento al ir construyendo, con base en los predecesores e influjos
sociales, políticos y jurídicos del momento, nuevas concepciones y teorías.
Sin embargo, a pesar de la juventud del derecho procesal constitucional,
paradójicamente tiene antecedentes remotos. Según Sagüés3 el habeas corpus se perfila
como el padre del derecho procesal constitucional; es el primero de los procesos
constitucionales destinado a tutelar uno de los más importantes derechos fundamentales,
como es la libertad física y ambulatoria, derecho por cierto fundante, en el sentido que
posibilita la realización de los demás. Y como antecedentes más lejanos figura el
interdicto romano de homine libero exhibendo, preludio del habeas corpus inglés que ya
aparece en la Carta Magna de 1215. En cambio como fuentes más próximas, claras y
precisas, a manera de “tres cumpleaños” de esta disciplina, Sagüés señala: a) El Habeas
Corpus Act inglesa, en 1679, al constituir el primer ordenamiento que meticulosamente
regula un proceso constitucional; 2) El emblemático caso norteamericano Marbury vs.
Madison de 1803, a partir del cual se institucionaliza para siempre el sistema judicial de
control de constitucionalidad; y 3) La Constitución austríaca del 1° de octubre de 1920,
paradigma de tribunal constitucional como órgano especializado de control de
constitucionalidad.

3
SAGÜÉS, Néstor Pedro, La Constitución bajo tensión, colección Constitución y Democracia, edición
propia del Instituto de Estudios Constitucionales del Estado de Querétaro, México, 2016, p. 293.
2. Concepto y evolución

El derecho procesal constitucional es el estudio sistematizado de las normas


jurídicas nacionales e internacionales, reglas, valores y principios, que regulan no sólo
el proceso y los procedimientos constitucionales sino también la composición,
organización y atribuciones de la jurisdicción constitucional. Se trata de un conjunto de
normas y principios instrumentales que buscan y regulan, mediante el proceso y los
procedimientos constitucionales, la materialización de la supremacía de la Constitución,
los valores democráticos, los límites del poder, la defensa de los derechos
fundamentales, las garantías del debido proceso, así como la conformación del tribunal
constitucional.
A tiempo de defender la noción amplia de derecho procesal constitucional, para
promover la protección de la Constitución, tanto en su vertiente objetiva (procesos o
procedimientos) como en la subjetiva (órgano de control) con independencia de si las
mismas establecen una función constitucional específica, Astudillo Reyes sostiene que
el dato diferenciador reside entonces en la existencia de determinados procesos y
procedimientos especiales para hacer posible la protección constitucional, alejados
lógicamente de los procesos comunes, y en cuya resolución se emplean normas
especiales que reglan la actuación de los órganos de tutela, a efectos de que pueda
advertirse la separación entre el “orden procesal general” y el “orden procesal específico
o constitucional”, pues son órdenes normativos a los que no puede dárseles la misma
consideración por existir entre ellos una diferencia de grados y de contenidos
considerable.4
Sin embargo, uno de los primeros autores en hablar de derecho procesal
constitucional fue el español Niceto Alcalá-Zamora y Castillo cuando exilado en la
Argentina en 1944 publicó: Ensayos de derecho procesal (civil, penal y constitucional),
donde sobresalen dos trabajos relativos al análisis del tribunal de garantías
constitucionales y al derecho procesal en España y se lo considera como el fundador
nominal.

4
ASTUDILLO REYES, César, Doce tesis en torno al derecho procesal constitucional, revista general de
derecho público comparado, N° 2, 2008, pp. 45 y s.
En una síntesis de la evolución que ha tenido el derecho procesal constitucional,
Ferrer Mac-Gregor reconoce cuatro etapas hasta llegar a su configuración actual como
disciplina autónoma procesal, que son:5
I. PRECURSORA (1928-1942). Se inicia con el trabajo de cimentación
teórica de Kelsen, relativo a las garantías jurisdiccionales de la
Constitución (1928) y al reafirmarse su postura con la polémica que
sostuvo con Carl Schmitt sobre quién debería ser el guardián de la
Constitución (1931). En este período, Kelsen publica en los Estados
Unidos un ensayo de corte comparativo entre los controles de
constitucionalidad de las leyes austriaco y norteamericano (1942), que
constituye el primero en su género, por lo que si bien no tuvo un impacto
significativo resulta de utilidad para la disciplina científica.
II. DESCUBRIMIENTO PROCESAL (1944-1947). El procesalista español
Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, en sus primeros años de exilio en
Argentina (1944-45) y luego en México (1947), advierte la existencia de
una nueva rama procesal y le otorga denominación. En Argentina al titular
su obra Estudios de derecho procesal (civil, penal y constitucional) en
1944; y al año siguiente de manera expresa señala que la institución del
amparo debe ser considerada dentro del derecho procesal constitucional,
en una reseña que realiza a un comentario de su libro en la Revista de
Derecho Procesal. Y en México en las referencias que realiza en su clásica
obra Proceso, autocomposición autodefensa (contribución al estudio de
los fines del proceso) en 1947.
III. DESARROLLO DOGMÁTICO PROCESAL (1946-1955). Etapa en la
cual el mejor procesalismo científico de la época realiza importante
contribuciones para acercarse a la tendencia del constitucionalismo. Es el
período del estudio de las garantías constitucionales del proceso iniciada
por Couture (1946-48) y del análisis de la jurisdicción constitucional e
instrumentos procesales de control a través de las colaboraciones de
Calamandrei (1950-56) y Cappelletti (1955). Couture inicia toda una
corriente dogmática en el estudio de las garantías constitucionales del
proceso, especialmente del proceso civil, pero utiliza la expresión

5
FERRER MAC-GREGOR, Eduardo, El origen científico del derecho procesal constitucional (1928-
1956), Lima, Ed. Grijley, 2018, pp. 126 y s.
“garantías” como sinónimo de derecho fundamental y no como
mecanismo procesal de defensa. Calamandrei estudia el fenómeno de la
jurisdicción constitucional a la luz del procesalismo científico, realizando
clasificaciones muy valiosas sobre la caracterización de los sistemas de
justicia constitucional y analizando especialmente los efectos de las
sentencias constitucionales, pero no lo realiza en su integridad ni advierte
la existencia de la disciplina. Cappelletti agrupa el estudio de los
instrumentos procesales de protección jurisdiccional de los derechos
fundamentales en la categoría que denomina “jurisdicción constitucional
de la libertad”, que con el paso del tiempo se ha aceptado, y luego
desarrolló su teoría en el ámbito supranacional, pero no emplea la
expresión ni advierte la existencia de una nueva rama procesal.
IV. DEFINICIÓN CONCEPTUAL Y SISTEMÁTICA (1955-1956). El último
eslabón constituye la definición conceptual como disciplina procesal y la
realiza Fix-Zamudio en su trabajo relativo a La garantía jurisdiccional de
la constitución mexicana. Ensayo de una estructuración procesal del
amparo (1955), publicado parcialmente al año siguiente en diversas
revistas mexicanas (1956). Cabe agregar, también, a Néstor Pedro Sagüés,
Domingo García Belaunde, Eduardo Ferrer Mac-Gregor, entre otros, como
verdaderos artífices de la definición conceptual y sistemática.

Las aportaciones de estos juristas han sido fundamentales para perfilar el primer
estudio dedicado al análisis de la disciplina científica como objeto de estudio específico
y con la intención de sistematizarla a partir de su naturaleza procesal. Al mexicano Fix-
Zamudio se le reconoce haber descubierto los contornos científicos de la disciplina, así
como determinar su naturaleza jurídica, la conceptualización dentro del derecho
procesal, su contenido específico que la distingue de lo que es propio del derecho
constitucional. A tiempo de preguntarse quién será el fundador del derecho procesal
constitucional, Ferrer Mac-Gregor sostiene que Kelsen puso la semilla; Alcalá-Zamora
y Castillo descubre el pequeño retoño; Couture, Calamandrei y Cappelletti hacen que
broten sus primeras ramas; Fix-Zamudio le da la forma para convertirlo en un árbol lo
suficientemente visible para que otros lo advirtieran y bajo su sombra se cobijen.
Mientras Kelsen sentaba los cimientos, las base generales desde la teoría del
derecho, Couture, Calamandrei y Cappelletti encauzaban el fenómeno hacia su
significación científica procesal. Y en esa misma corriente Alcalá-Zamora y Castillo
advertía la existencia de la nueva disciplina, con la misma lógica con la cual se venía
dando la autonomía de las restantes ramas procesales bajo la unidad de la teoría general
del proceso. Y como aclaraba Fix-Zamudio esta teoría general del proceso supone la
existencia de una serie de conceptos comunes a todas las ramas de enjuiciamiento, los
cuales pueden estudiarse en su aspecto genérico, sin perjuicio de los aspectos peculiares
que asumen en cada una de las disciplinas específicas.6
Fix-Zamudio reconocía haber tenido el privilegio de iniciar esta corriente con su
tesis intitulada La garantía jurisdiccional de la Constitución Mexicana en 1955, que
llevaba el subtítulo significativo de ensayo de una estructura procesal del amparo,
trabajo inspirado en su mentor el procesalista español Niceto Alcalá-Zamora y Castillo
sobre la unidad del derecho procesal. Y fue el primero en definir al derecho procesal
constitucional como “la disciplina que se ocupa del estudio de las garantías de la
Constitución, es decir, de los instrumentos normativos de carácter represivo y reparador
que tienen por objeto remover los obstáculos existentes para el cumplimiento de las
normas fundamentales, cuando han sido violadas, desconocidas o existe incertidumbre
acerca de su alcance o de su contenido, o para decirlo con palabras carnelutianas, son
las normas instrumentales establecidas para la composición de los litigios
constitucionales”.
En la perspectiva de Nogueira Alcalá, el derecho procesal constitucional es una
rama del derecho público que estudia el conjunto de principios y normas
constitucionales y legales que definen y configuran el sistema de defensa de la
Constitución y de protección de los derechos fundamentales y su respectiva
interpretación, como asimismo el sistema de control de constitucionalidad, la
organización y funcionamiento de los órganos que ejercen dicha función jurisdiccional,
la configuración de los procesos y procedimientos constitucionales, las resoluciones
emitidas por las magistraturas constitucionales y los tipos y efectos de las respectivas
sentencias, como asimismo las reglas y postulados de interpretación constitucional
utilizados por tales jurisdicciones.7

6
FIX-ZAMUDIO, Héctor, El juicio de amparo y la enseñanza del derecho procesal, pp. 431 y s., Boletín
Mexicano de Derecho Comparado, nueva serie año LI número 154, enero-abril 2019, en
https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-comparado/article/view/1128/1386.
7
NOGUEIRA ALCALÁ, Humberto, El derecho procesal constitucional a inicios del siglo XXI en
América Latina, Centro de Estudios Constitucionales de Chile, Universidad de Talca, 2009, pp. 26-27, en
https://www.corteidh.or.cr/tablas/R22704.pdf
Compartimos con el referido autor, en el sentido de que esta novel disciplina
jurídica se alimenta de la dogmática constitucional y el derecho procesal general;
además, su objeto de estudio será la defensa de la supremacía constitucional y los
derechos fundamentales y el control del poder político en el Estado Constitucional de
Derecho, etc.

3. Naturaleza jurídica

El derecho procesal constitucional ha estado determinado por el avance que ha


tenido el constitucionalismo y el reconocimiento de la Constitución como criterio de
legitimidad del conjunto de leyes y actos que dan vida al ordenamiento jurídico. Y
como antecedentes que definen su naturaleza jurídica, figuran tres tendencias: a) La
“constitucionalista”, que prevalece en Europa y tiene como referente exclusivo al
tribunal constitucional; b) La “procesalista”, que se cultiva e impone en Latinoamérica;
y c) La ecléctica o híbrida, que es una fusión de ambas corriente “constitucionalista” y
“procesalista” y, por tanto, combina la parte orgánica con la procesal.

a) La corriente “constitucionalista”

Esta corriente sostiene que el derecho procesal constitucional forma parte del
derecho constitucional sustantivo, y que los tribunales constitucionales han creado la
necesidad de explicar el desenvolvimiento de una justicia especial que se denomina
“jurisdicción constitucional”. Para Gozaíni, el análisis del derecho procesal
constitucional compete principalmente al derecho constitucional, ya que de éste emerge
la temática basada sobre la que versan “procesos” y “conflictos” constitucionales, e
incluso que de él surgen los trámites procedimentales del caso (como habeas corpus,
amparo, acción de inconstitucionalidad, etc.).8
Las normas procesales constitucionales representan a su vez normas de
“innovación” jurídica, pues desde una óptica temporal, representan una adquisición
“reciente” del derecho constitucional, ya que con anterioridad los ordenamientos
jurídicos desconocían la existencia de normas con este objeto, contenidos y finalidad.

8
GOZAÍNI, Osvaldo A., El derecho procesal como ciencia autónoma, revista de opinión jurídica, en
http://urbeetius.org/wp-content/uploads/2017/11/42-125-1-PB.pdf
En esta perspectiva son normas cuya aparición simboliza un acto de refundación del
Estado porque nacieron en “polémica” con la realidad del momento histórico,
atendieron la exigencia de racionalización del poder político, y coadyuvaron a sentar las
bases de una nueva relación entre el Estado y la sociedad.
Como sostiene Astudillo Reyes, el derecho procesal constitucional es un derecho
con un “fin” concreto y determinado que se vincula en exclusiva al “circuito” de la
constitucionalidad, es decir, al circuito normativo de mayor trascendencia, con el objeto
de salvaguardar, principalmente, los principios y valores democráticos en que descansa
la estructura constitucional, para lo cual da vida a un conjunto de procesos y
procedimientos constitucionales a través de los cuales se concreta una paradójica
defensa jurisdiccional de la democracia constitucional.9
Es una disciplina que trata de un orden normativo que se diferencia del resto de
órdenes procesales en función de su “objeto”. El orden procesal constitucional y el
orden procesal general anclan sus principios y presupuestos en la misma fuente
constitucional, pero mientras el último se dirige a conformar las categorías por medio de
las cuales el Estado ejerce la jurisdicción ordinaria, aquél se dirige a estipular las
categorías entre el derecho procesal y el derecho constitucional procesal que busca
encontrar una nueva proyección si se distingue entre normas procesales “de la”
Constitución y normas procesales “en la” Constitución, con el objeto de autonomizar
ambos órdenes y hacerlos correr por vías paralelas para distinguir con claridad las
categorías mediante las cuales se tutela la Constitución, de aquellas que conforman las
categorías procesales a través de las cuales se tutela el circuito de la legalidad.
Las normas aludidas, en mayor o menor medida, se refieren a la jurisdicción
constitucional como función específica; al status de la magistratura o del órgano
constitucional de garantías; al estatuto jurídico de los magistrados o jueces
constitucionales; a las competencias del tribunal o magistratura; a los procesos o
procedimientos constitucionales; y a las normas particulares del procedimiento. La
distinción entre normas procesales “de la” y “en la” Constitución subraya que las
primeras no puedan ser utilizadas por cualquier operador jurídico, ya que gozan de un
atributo de exclusividad. Esto quiere decir que a diferencia de lo que sucede en otros
campos del saber científico, el orden procesal constitucional es un orden cerrado, que

9
ASTUDILLO REYES, César, Doce tesis en torno al derecho procesal constitucional…Ob. Cit., pp. 53
y s.
actúa en un espacio delimitado, bajo un uso restringido, que sólo compete manejar al
máximo órgano de garantías de la Constitución.
En consecuencia, no es extraño que existan quienes sostengan que los tribunales
constitucionales son los auténticos “señores” del derecho procesal porque solo ellos
pueden emplearlo, interpretarlo, y están facultados para participar en su creación y
perfeccionamiento. Esta corriente “constitucionalista” busca minimizar su impacto
procesal, y parece combinar mejor en el continente europeo que, no obstante, haber
hecho posible el nacimiento del primer tribunal constitucional, la mayor parte de su
estudio parece centrarse en esta figura como un “todo” y han minimizado los avances y
la autonomía del derecho procesal constitucional. Ello explica que no tengan todavía un
código procesal constitucional como el boliviano, el peruano y el tucumano, entendido
como conjunto normativo especializado en abordar, desarrollar y reglamentar los
procesos y procedimientos constitucionales.

b) La corriente “procesalista”

Esta corriente que en lo esencial la suscribo, proclama la autonomía y “madurez”


del derecho procesal constitucional. Gozaíni ubica a esta disciplina como un capítulo
del derecho procesal general; la variación está en los contenidos que se le adscriben. En
Latinoamérica se pretende ubicar al derecho procesal constitucional en el campo de la
teoría general del proceso. Se pone el acento en el proceso constitucional, como conjunto de reglas y
principios comunes (debido proceso) desde el cual se pueden proyectar procedimientos
constitucionales como el amparo, hábeas corpus, hábeas data, etc.
En palabras de Rivera Santiváñez, el derecho procesal constitucional es una disciplina
del derecho público que estudia el conjunto de normas que regulan el sistema de control de
constitucionalidad, respecto a la organización y funcionamiento de los órganos que ejercen
el control, sus potestades, competencias y atribuciones, el estatuto jurídico de los jueces
constitucionales; así como la configuración procesal de los procesos constitucionales a través
de los cuales se ejerce el control de constitucionalidad.10 Y realiza un desarrollo teórico
doctrinal del principio de la supremacía constitucional, su significado y alcances; el control
de constitucionalidad, analizando su fundamento jurídico y político, los diversos modelos de

10
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, Jurisdicción Constitucional, procesos constitucionales en
Bolivia, Cochabamba, Ed. Kipus, 2011, p. 3.
control de constitucionalidad que se han adoptado; los mecanismos y vías de control de
constitucionalidad, como son los procesos constitucionales.
La idea fundamental era reconocer la “unidad” primigenia del derecho procesal en
general (el denominado tronco común), pues en cuanto pretensión originaria, constituye
una de las exigencias elementales en que se asienta la disciplina desde el momento en
que Carnelutti, en 1925, señalara: “el derecho procesal es fundamentalmente uno” y sus
distintas disciplinas deben distinguirse, no por el hecho de tener diversas raíces, sino por
constituir las grandes ramas en que se divide un único tronco. La corriente “procesal”
incorpora a la jurisdicción constitucional en su calidad de jurisdicción especializada y el
proceso constitucional pasa a considerarse como un proceso particularizado en función
de su objeto. El derecho procesal constitucional comparte automáticamente los
principios comunes de las normas procesales, su naturaleza pública, su carácter
instrumental e imperativo.
En la perspectiva de García Belaunde, existiendo un derecho procesal desarrollado
científicamente, es ese el lugar en donde debe ir todo lo relacionado con los procesos
que nacen de la Constitución y que por eso son constitucionales.11 Y aclaraba que el
derecho procesal no ha modificado su carácter científico, ni tampoco su papel dentro del
derecho público, y en cierto sentido tampoco ha cambiado sustantivamente su enfoque,
sino que más bien su contenido se ha enriquecido, pues ha sido engrosado muy
sustantivamente, hasta el punto de presentar otra fisonomía.
Sin embargo, no sólo el derecho procesal ha cambiado y ampliado notablemente
su contenido, sino todas las ramas del derecho. El código civil napoleónico era uno,
pero los actuales códigos civiles lo han desbordado totalmente. El derecho comercial
hasta hace cien años se limitada a ciertas sociedades, o a los actos de comercio y al
comercio internacional; hoy el derecho mercantil es distinto y ha superado largamente al
de sus orígenes. Lo propio ha sucedido con el derecho constitucional y procesal
constitucional. El tratadista peruano se fundamenta en la mejor doctrina sentada por
Alcalá-Zamora y Castillo, Calamandrei, Cappelletti, Couture, Fix-Zamudio, entre otros.

c) La ecléctica o híbrida

11
GARCÍA BELAUNDE, Domingo, De la jurisdicción constitucional al derecho procesal
constitucional, pp. 137-139, en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1976164.pdf.
Los partidarios de esta corriente sostienen que el derecho procesal constitucional
no es más que una combinación del derecho constitucional sustantivo y la teoría general
del proceso. La posición ecléctica responde a una fórmula transaccional que reconoce
elementos constitucionales y procesales. El derecho procesal constitucional implica la
existencia de determinadas instituciones, valores, principios, derechos y garantías
constitucionales que se concretan en procesos y procedimientos que implican la
confluencia aplicativa de principios e instituciones tanto de derecho constitucional como
de derecho procesal con particularidades propias de los procesos constitucionales.
Y como toda la normativa procesal, el derecho procesal constitucional recibe sus
contenidos de ambas disciplinas (sustantiva y procesal), y tiene como denominador
común el estudio y análisis de la tutela jurisdiccional de la Constitución y de los
derechos fundamentales, a partir de los valores, principios y normas constitucionales,
con procesos y procedimientos constitucionales que tienen características peculiares y
fuertemente diferenciados de aquellos de carácter civil, penal, administrativo,
desarrollando una interpretación constitucional.
En palabras de Nogueira Alcalá, se trata de una disciplina sustantiva en la medida
que tiene por objeto de estudio la defensa de la Constitución y la interpretación de la
Carta Fundamental y los derechos fundamentales por las jurisdicciones constitucionales;
estudia los órganos constitucionales, su organización, funciones y atribuciones; y es una
disciplina adjetiva en la medida que utiliza principios y reglas procesales, aun cuando
con peculiaridades propias de los procesos constitucionales, en especial, la legitimación,
partes, concepto de cosa juzgada, relativización, principio de congruencia, los tipos de
sentencia, la fuerza vinculante de la sentencia constitucional, entre otras materias.12

4. Autonomía científica

Aunque el derecho procesal constitucional tiene como uno de los antecedentes


remotos al hábeas corpus reconocido en la Carta Magna inglesa de 1215 del rey Juan
Sin Tierra y más específicamente al tribunal constitucional creado en la Constitución
austriaca del 1° de octubre de 1920 (ambos en Europa), Latinoamérica fue el epicentro

12
NOGUEIRA ALCALÁ, Humberto, El derecho procesal constitucional a inicios del siglo XXI en
América Latina, Centro de Estudios Constitucionales de Chile, Universidad de Talca, 2009, pp. 26-27, en
https://www.corteidh.or.cr/tablas/R22704.pdf
de su desarrollo y consolidación desde el punto de vista académico, científico y
normativo. La autonomía del derecho procesal constitucional se impuso aquí porque se
había generado una sólida y enriquecedora doctrina, al hilo de una infinidad de
publicaciones jurídicas especializadas, encuentros y seminarios académicos nacionales e
internacionales, investigaciones y enseñanza tanto en el pre como post-grado de la
universidad.

El derecho procesal constitucional, en efecto, se ha consolidado como una


ciencia autónoma, que se ocupa en exclusiva del estudio y sistematización de las
categorías jurídicas encaminadas a la tutela de la Constitución, sus valores y
principios. Esta disciplina cuenta con referentes temporales, espaciales, normativos y
personales, bien delimitados. Entre los referentes positivos se presentan dos elementos
de la mayor trascendencia: un “elemento normativo” representado por el primer
ordenamiento constitucional que desde el plano jurídico instituyó normas concretas e
instituciones específicas para su propia tutela (la Constitución austriaca de 1920), y un
“elemento doctrinal” o “especulativo”, representado por las bases teórica que
fundamentaron y que siguen soportando en la actualidad la institucionalización de una
jurisdicción constitucional, en la medina que buena parte de los ingenieros
constitucionales han adoptado fielmente los conceptos kelsenianos como lenguaje
oficial al momento de edificar sus órganos de garantías constitucionales.

Nogueira Alcalá, uno de los protagonistas del estudio del derecho procesal
constitucional, se ha encargado de sistematizar los hitos fundamentales que cimentaron
a esta ciencia en la última década del siglo XX, como fueron los primeros encuentros
académicos, que muy pronto se multiplicaron e inundaron en toda Latinoamericana, a
saber:

4.1 El Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal Constitucional

En 1991, fue creado el centro Iberoamericano de derecho procesal constitucional,


el cual fue reformulado en 2003 como instituto iberoamericano de derecho procesal
constitucional, junto con la realización del primer encuentro iberoamericano de derecho
procesal constitucional conjuntamente con las VII jornadas argentinas de derecho
procesal constitucional, en la pontificia universidad Católica de Nuestra Señora del
Rosario, Rosario, Argentina. A partir de la década de los 90, se crearon las denominadas
asociaciones de derecho procesal constitucional en la mayoría de los países de
Latinoamérica.

Cabe recordar sin embargo que en el primer congreso iberoamericano de derecho


constitucional, realizado en la ciudad de México durante los días 25 a 30 de agosto de
1975, se examinó un tema de implicaciones recíprocas intitulado función del poder
judicial en los sistemas constitucionales latinoamericanos y a tiempo de pedir un
examen conjunto de las instituciones procesales por los cultivadores de las dos
disciplinas jurídicas, entre sus conclusiones se recomendó: “Una mayor aproximación
entre los constitucionalistas y los cultivadores del procesalismo científico, con el objeto
de estudiar, con mayor profundidad y en forma integral, las materias que comprenden
las zonas de confluencia entre ambas disciplinas, y que tienen relación directa con la
función del organismo judicial”.

4.2 La revista iberoamericana de derecho procesal constitucional y otras


publicaciones dedicadas a la materia en Latinoamérica

El impulso por el estudio y análisis jurídico científico del derecho procesal


constitucional ha encontrado un canal importante en la creación de la revista
iberoamericana de derecho procesal constitucional con el patrocinio del instituto
iberoamericano de derecho procesal constitucional y la editorial Porrúa de México.
El anuario de derecho constitucional latinoamericano ha establecido una sección de la
revista dedicada al derecho procesal constitucional; la revista estudios
constitucionales del centro de estudios constitucionales de Chile, tiene un área de
desarrollo de contenidos y análisis dedicada al derecho procesal constitucional. Y el
centro de estudios políticos y constitucionales de España, que publica el anuario
iberoamericano de justicia constitucional.

5. El objeto

El objeto de estudio de esta disciplina son todos los procesos y procedimientos


constitucionales, encargados de hacer prevalecer el principio de la supremacía y
jerarquía normativa de la Constitución (el control de constitucionalidad) y la protección
de los derechos fundamentales y las garantías constitucionales como el habeas corpus,
el amparo, la acción de protección de la privacidad, de cumplimiento, popular y los
demás procedimientos consagrados en el código procesal constitucional boliviano.

Sin embargo, como el derecho procesal constitucional estudia las normas, reglas,
valores y principios, que regulan no sólo los procesos y procedimientos constitucionales
sino también la composición, organización y atribuciones de la jurisdicción
constitucional, el objeto de estudio incluye al tribunal constitucional como magistratura
especializada, su organización, estructura, estatuto de los magistrados, etc. La creación
del TC boliviano en la reforma de la Ley Fundamental de 1994, y su desarrollo
normativo, supuso no sólo el control concentrado de constitucionalidad, la defensa y
supremacía de la Constitución, la tutela de los derechos y garantías constitucionales y la
consolidación del proceso y procedimientos constitucionales sino además una verdadera
revolución jurídico-procesal constitucional. El tribunal constitucional no solo se ha
encargado de constitucionalizar todo el ordenamiento jurídico nacional, sino igualmente
de racionalizar el poder del Estado.
La Constitución proclama que el tribunal constitucional vela por la supremacía de
la Constitución, ejerce el control de constitucionalidad, y precautela el respeto y la
vigencia de los derechos y las garantías constitucionales (art. 196.I). Y nació
concretamente con un objetivo definido: el control de constitucionalidad de las leyes, y,
por tanto, como un instrumento o técnica para hacer efectiva la defensa y supremacía
normativa de la Constitución sobre la ley.

Por su parte, Fix-Zamudio sostenía que el derecho procesal constitucional tiene


como objeto, el estudio de los instrumentos de garantías en sentido estricto, los que han
adquirido cada vez mayor importancia en virtud del convencimiento de que las normas
constitucionales, que tradicionalmente y en su mayor parte carecían de medios eficaces
para imponerse a sus destinatarios, y que siempre deben contar con los instrumentos
procesales necesarios para obtener su cumplimiento.13 Y distinguía dos categorías de
garantías constitucionales de carácter procesal: a) Las que tienen por objeto la tutela de
los derechos de la persona en su dimensión individual y social; y b) El sector integrado
por el conjunto de instrumentos procesales dirigidos a lograr el cumplimiento efectivo
de las disposiciones constitucionales que establecen los límites de atribución de los

13
FIX-ZAMUDIO, Héctor, El pensamiento de Eduardo J. Couture y el Derecho Constitucional Procesal,
http://ru.juridicas.unam.mx/xmlui/handle/123456789/57111.
órganos el poder, o sea, lo que tradicionalmente se ha designado como parte orgánica de
las leyes fundamentales.

6. Florece en Bolivia

El derecho procesal constitucional boliviano ha logrado consolidarse como


ciencia autónoma, con la creación del tribunal constitucional (reforma constitucional
del año 1994 y la Ley N° 1836 de 1 de abril de 1998) y la sanción del primer código
procesal constitucional (Ley 254 de 5 de julio de 2012). Este Código procesal viene a
ser una consecuencia lógica de la adopción del sistema de control concentrado de
constitucionalidad (modelo europeo-kelseniano), que ha dado lugar al desarrollo
intenso de esta nueva disciplina jurídica. Se trata de una ciencia que se ocupa de
estudiar los diversos sistemas y modelos de control de constitucionalidad, como
mecanismos de defensa de la Constitución, así como el conjunto de normas que
regulan la estructura, la organización y el funcionamiento del órgano encargado de
ejercer el control de constitucionalidad, y demás procesos constitucionales.

En realidad el derecho procesal constitucional ha encontrado en Bolivia un terreno


fértil para su expansión, consolidación doctrinal y desarrollo científico, en la medida en
que se fortalecía el Estado Constitucional de Derecho. La reforma constitucional de
1994 creó el tribunal constitucional, la defensoría del pueblo y el consejo de la
magistratura, que tenían ese objetivo y lograron (con sus luces y sombras) fortalecer el
sistema constitucional.

El 1° de septiembre de 1999, creamos la Academia Boliviana de Estudios


Constitucionales (ABEC), con el propósito de impulsar la investigación científica del
derecho constitucional y ramas jurídicas afines; difundir los estudios, debates y análisis
críticos de esta disciplina en el ámbito nacional e internacional; fomentar la vigencia y
protección de los derechos humanos; promover el control de convencionalidad y la
difusión de los valores y principios democráticos en la sociedad civil, entre otros.
La Academia cultiva el derecho constitucional y el derecho procesal
constitucional, mediante sus seminarios, debates, publicaciones colectivas, y Congresos
─en 2019 realizó en La Paz el IV congreso boliviano de derecho constitucional─, y sus
miembros participan en los diferentes encuentros académicos nacionales e
internacionales que existen sobre esta disciplina. En el primer congreso boliviano
realizado en Santa Cruz los días 25-27 de marzo de 2004, Domingo García Belaunde
abordaba su ponencia con el subjetivo título: El derecho procesal constitucional: un
concepto problemático, y entonces cuestionaba que en América Latina circulaba el
vocablo “derecho procesal constitucional”, vinculado al proceso constitucional sin
mayores precisiones, en forma recurrente, pero aún estaba lejos de haber sido fijado en
forma clara.

Entre las publicaciones especializadas figuran la obra colectiva derecho procesal


constitucional boliviano, de la Academia Boliviana de Estudios Constitucionales de
2002; el libro de José Decker Morales, derecho procesal constitucional, editado en
Cochabamba en 2002; el libro de Rene Baldivieso Guzman, derecho procesal
constitucional, Santa Cruz de la Sierra, 2006. También está el libro de Pablo Dermisaky
justicia constitucional y Estado de Derecho, 2005. Sin embargo, José Antonio Rivera
Santiváñez ha sido el que mejor ha desarrollado la materia con su obra jurisdicción
constitucional, procesos constitucionales en Bolivia, ya que en sus diferentes ediciones
desde 2001 ha dejado plasmado el contenido, desarrollo y concepto de derecho procesal
constitucional en Bolivia. También en 2007, ha editado su libro Temas de derecho
procesal constitucional, con diversos trabajos sobre derecho procesal constitucional,
entre otras publicaciones especializadas.

La sanción y promulgación de la Ley Nº 254 de 5 de julio de 2012 (código


procesal constitucional), convocó a los principales especialistas bolivianos a realizar el
primer estudio sobre este cuerpo procesal. La publicación código procesal
constitucional de Bolivia, editorial Kipus, 2014 y sus diferente ediciones, aborda de
manera orgánica, integral y sistemática, el conjunto de procesos y procedimientos
constitucionales y sus principios procesales. El legislador incorpora los avances e
innovaciones, que venía exigiendo la doctrina y ponía de manifiesto la jurisprudencia
del tribunal constitucional. El código procesal viene a ser una consecuencia lógica de la
creación del tribunal constitucional, que funciona desde junio de 1999, lo cual ha dado
lugar a la creación, y desarrollo intenso del “derecho procesal constitucional” boliviano.
Esta materia se enseña en Bolivia desde finales del siglo XX no sólo en el pre-
grado sino también en los diferentes postgrados como maestrías en derecho procesal
constitucional, que se imparten en la mayoría de las universidades, de modo que existe
el terreno perfectamente abonado para el florecimiento, desarrollo y consolidación de
esta disciplina como ciencia autónoma.

6.1 El tribunal y el proceso constitucional

En la configuración el derecho procesal constitucional boliviano, se pueden


advertir tres grandes etapas que son:
a) La primera etapa, se remonta a las reformas constitucionales de los años
1931, que consagró el habeas corpus, mediante referéndum popular de 11 de enero
de 1931, para proteger el derecho a la libertad física o de locomoción, procesada o
presa (según su configuración primigenia); y, el amparo constitucional, mediante la
reforma constitucional de 1967, que procede contra los actos ilegales o las omisiones
indebidas de los funcionarios o particulares que restrinjan, supriman, o amenacen
restringir o suprimir los derechos reconocidos por la Constitución y las leyes.
b) La segunda etapa, a través de las reformas constitucionales de los años
1994 y 2004; en la primera se intentó fortalecer la estructura del poder judicial,
mediante la creación del tribunal constitucional, como máximo guardián e intérprete
jurisdiccional de la Constitución, asignándole la función exclusiva de ejercer el
control de constitucionalidad de las leyes; sus decisiones tienen carácter vinculante y
son de obligatorio cumplimiento para todos los órganos del poder público. En la
segunda reforma constitucional de 2004, se reconoció el habeas data, como garantía
constitucional a favor de quienes, de manera indebida o ilegal, se encuentren
impedidos (as) de conocer, objetar u obtener la eliminación o rectificación de sus
datos registrados por cualquier medio físico, electrónico, magnético, informático en
archivos o bancos, que afecten su derecho fundamental a la intimidad y privacidad
personal y familiar, a su imagen, honra y reputación reconocidos en la misma
Constitución.
c) La tercera etapa, se inaugura con la Constitución del 2009, que mantiene el
sistema de control concentrado de constitucionalidad, mejora y amplía los derechos
fundamentales, cambia y amplía las acciones de defensa (acción de libertad, acción
de amparo constitucional, acción de protección de privacidad, acción popular y
acción de cumplimiento); otorga jerarquía constitucional y aplicación preferente de
los instrumentos internacionales sobre derechos humanos que forman parte del
bloque de constitucionalidad, según la Ley Nº 27 de fecha 6 de julio de 2010, que
rige su estructura, organización y funcionamiento y la Ley Nº 254, de 5 de julio de
2012, que regula los procesos y procedimientos constitucionales.

La mayoría de los autores coinciden en que el derecho procesal constitucional


es una ciencia nueva, producto de la simbiosis que existe entre el proceso y la
Constitución y la Constitución y el proceso. Esta disciplina se ocupa de las
instituciones procesales (garantías judiciales) insertas en las constituciones de cada
Estado; de los procesos constitucionales; y de los principios y presupuestos
fundamentales que todo proceso debe aplicar en las controversias entre partes
(debido proceso). El derecho procesal constitucional será, en definitiva, el derecho
de la jurisdicción constitucional y de los procesos constitucionales.

La creación del tribunal constitucional boliviano en la reforma de la Ley


Fundamental de 1994, la primera Ley N° 1836 de 1º de abril de 1998, la Ley Nº 027 de
6 de julio de 2010 del código procesal constitucional (Ley 254 de 5 de julio de 2012),
entre otros instrumentos normativos, supuso no sólo la revalorización de la supremacía
constitucional, la tutela de los derechos y garantías constitucionales y la consolidación
del proceso constitucional sino además una verdadera revolución jurídico-procesal
constitucional. Tan afortunado cambio se pone de manifiesto con el salto dado desde un
ordenamiento jurídico preconstitucional, contrario a los postulados básicos del Estado
Constitucional de Derecho, a otro plenamente constitucional que se caracterizará por ser
(o debería ser), esencialmente, respetuoso de los derechos fundamentales de las
personas, el sistema normativo, los principios y valores constitucionales así como del
bloque de constitucionalidad.

El tribunal constitucional no solo se ha encargado de constitucionalizar todo el


ordenamiento jurídico nacional, sino igualmente de racionalizar el poder coercitivo del
Estado. El reconocimiento de la supremacía de la Constitución será una de las funciones
más relevantes del TC, y como hay diferencia entre una ley constitucional y una ley
ordinaria, debe existir un tribunal capaz de resguardar los principios y valores
constitucionales que el pueblo ha estimado necesarios para la existencia del Estado
Constitucional de Derecho.
La racionalización del poder político se facilitará en la medida en que el TC
“vela por la supremacía de la Constitución, ejerce el control de la constitucionalidad, y
precautela el respeto y vigencia de los derechos y las garantías constitucionales”;
además, es el máximo intérprete judicial de la Constitución, con atribuciones de conocer
y administrar justicia en materia constitucional sobre los asuntos de puro derecho, e
inquirir sobre la constitucionalidad de las leyes, decretos y resoluciones no judiciales.
La copiosa jurisprudencia constitucional vinculante ha venido (con sus luces y sombras)
resolviendo las grandes contradicciones, lagunas y vacíos existentes en el ordenamiento
jurídico, y constituye además una fuente inagotable del nuevo ordenamiento jurídico.
Toda esta teoría ha sido recogida por el código procesal constitucional boliviano,
que establece las reglas de todos los procesos y procedimientos constitucionales que se
radiquen tanto ante el tribunal constitucional plurinacional (en adelante TCP), en
atención a sus competencias en los ámbitos normativo, competencial y tutelar, así como
ante las salas constitucionales departamentales y, en su caso, tratándose de lugares
alejados, ante los jueces y tribunales ordinarios al que la parte pueda acceder por
razones de cercanía territorial o mejores condiciones de transporte.
El proceso constitucional representa una especie dentro del género de los
procesos jurisdiccionales y se concibe como aquel mediante el cual un tribunal
constitucional, aplicando directamente la Constitución, decide un conflicto jurídico-
constitucional. Como lo hemos puesto de manifiesto en otra publicación, nada puede
haber fuera del proceso, entendido éste como una unidad encargada de permitir a toda
persona que se le hubiera vulnerado su derecho, el acceso a la jurisdicción
constitucional y, en su caso, a obtener una satisfacción procesal o sentencia favorable
que le restablezca su derecho.14
El derecho a la tutela judicial efectiva, al debido proceso, al juez natural, a la
acción, a la defensa, así como las demás garantías constitucionales solo pueden
materializarse en el proceso. Tal como advertía en el siglo pasado Carnelutti,15 el
proceso sirve al derecho y el derecho sirve al proceso. Si no estuviese el proceso, no
podría hacerse el derecho; pero tampoco podría hacerse el proceso, si no estuviese el
derecho. A diferencia del proceso que sirve al derecho, el proceso constitucional sirve

14
HERRERA ÁÑEZ, William, y VARGAS LIMA, Alan, título primero: disposiciones generales, en
AAVV código procesal constitucional de Bolivia, asociación boliviana de derecho procesal
constitucional, Cochabamba, 3ra. edición, Ed. Kipus, 2020, pp. 11 y s.
15
CARNELUTTI, F. Cuestiones sobre el proceso penal, Buenos Aires, ediciones jurídicas Europa-
América, traducción de Santiago Sentís Melendo, 1961, p. 27.
para defender la Constitución y la Constitución sirve para defender al proceso. La
Constitución no sólo representa la norma que fundamenta al proceso, sino aquella que
lo organiza y lo delimita; además, es la norma que coadyuva a su conformación práctica
en la medida que como norma fundamental se incorpora a la dinámica procesal en
calidad de norma sustancial o norma parámetro. La Constitución constituye la norma
fundamental y fundamentadora de los procesos y procedimientos constitucionales.
Sin embargo, si bien todo proceso requiere para su desarrollo un procedimiento,
no todo procedimiento es un proceso.16 El proceso se caracteriza por su finalidad
jurisdiccional compositiva del litigio, mientras que el procedimiento se reduce a ser una
coordinación de actos en marcha, relacionados o ligados entre sí por la unidad del efecto
jurídico final, que puede ser el de un proceso o el de una fase o fragmento suyo (por
ejemplo, procedimiento incidental o impugnativo). Así, mientras la noción de proceso
es esencialmente teleológica, la de procedimiento es de índole formal.
El proceso tiene que estar al servicio de la supremacía constitucional y la
defensa de los derechos fundamentales; éstos no podrían existir sin aquél, no tiene un
fin en sí mismo, y de ahí su carácter instrumental: de nada servirían los derechos sin los
procesos para hacerlos valer. Mientras los procedimientos (constitucionales, civiles,
penales, laborales, agroambientales, etc.) vienen a ser la parte mecánica, ritual y sin
mayor trascendencia ni rigor académico, el proceso constitucional es un método
científico para la defensa de la Constitución y la tutela de los derechos fundamentales
del ciudadano y la resolución pacífica en nuestro caso de los conflictos jurídicos-
constitucionales.
En esta línea, desde un principio el TC ha pregonado que el debido proceso es
el derecho de toda persona a un proceso justo y equitativo, en el que sus derechos se
acomoden a lo establecido por disposiciones jurídicas generales aplicables a todos
aquellos que se hallen en una situación similar; comprende la potestad de ser escuchado
presentando las pruebas que estimen convenientes en su descargo (derecho a la defensa)
y la observancia del conjunto de requisitos de cada instancia procesal, a fin de que las

16
El TC (SC 0009/2004 de 28 de enero) interpretaba que el procedimiento en el ámbito administrativo es el
conjunto de actos realizados ante la autoridad administrativa, por parte del administrado, tendientes a obtener el
dictado de un acto administrativo. En cambio el proceso es el conjunto de actos recíprocamente coordinados entre
sí, conforme a reglas preestablecidas, que tienen por fin decidir una controversia entre partes (litigio), por una
autoridad imparcial e independiente (juez) mediante una decisión o sentencia con fuerza legal (cosa juzgada).
personas puedan defenderse adecuadamente ante cualquier tipo de acto emanado del
Estado que pueda afectar sus derechos.17
Al margen de la abundante y uniforme jurisprudencia constitucional boliviana,
fuente directa del derecho procesal constitucional, los artículos 120.I de la Constitución,
artículo 10 de la declaración universal de los derechos humanos, artículo 14.1 del pacto
internacional de los derechos civiles y políticos y artículo 8.1 de la convención
americana sobre derechos humanos, uno de los elementos esenciales del debido proceso
es el derecho a ser juzgado y oído por un juez natural, competente, independiente e
imparcial para la determinación de derechos y obligaciones, lo cual también debe
observarse y cumplirse en sede constitucional, más aún si se considera que el órgano
encargado del control no solamente tiene que ser diferente de los órganos controlados
sino independiente de ellos; de manera que en el ejercicio de su función jurisdiccional,
no esté subordinado ni sometido, si no es a la Constitución y las leyes.
El TCP ha venido reiterando que uno de los elementos esenciales de la garantía
del debido proceso es el derecho al juez natural competente, independiente e imparcial;
debiendo entenderse por juez competente como aquel que conforme a los criterios de
territorio, materia y cuantía, es el llamado para conocer y resolver una controversia
judicial; juez independiente es aquel que, como se tiene referido, resuelve la
controversia exenta de toda intromisión de otras autoridades o poderes del Estado; y
juez imparcial aquel que decide la controversia judicial sometida a su conocimiento
exento de todo interés o relación personal con el problema, manteniendo una posición
objetiva al momento de adoptar su decisión y emitir la resolución.18

17
El TC (SCP 0425/2012 del 22 de junio), aclaraba que esta garantía es de aplicación inmediata, vincula
a todas las autoridades judiciales o administrativas y constituye una garantía de legalidad procesal que ha
previsto el Constituyente para proteger la libertad, la seguridad jurídica, etc.
18
El TC (SSCC 0491/2003-R de 15 de abril, la 0009/2004-R de 28 de enero, la 0053/2005-R de 20 de
enero), reiteraba que el derecho a un juez imparcial e independiente, prohíbe el juzgamiento por una
autoridad que no esté dotada de independencia e imparcialidad que caracterizan a los tribunales y que se
traduce en la falta de interés del juez en los resultados del litigio desde cualquier punto de vista, esto es,
desde el de los demás órganos que conforman el Estado (independencia externa); desde el de otros jueces,
particularmente de los de grado superior (independencia interna); como desde el de las partes
(imparcialidad), lo que implica, en este último caso, que el juzgador que decida la controversia judicial
sometida a su conocimiento esté exento de todo interés o relación personal con el problema, manteniendo
una posición objetiva en el momento de adoptar su decisión, y por lo mismo, no puede verse constreñido
por ningún tipo de consideraciones que puedan ser entendidas como un propósito de favorecer a una de
las partes en desmedro de la otra; por el contrario, su objetividad frente al proceso es lo que debe primar.
Consiguientemente, el derecho a un juez imparcial, está orientado a preservar la llamada imparcialidad
objetiva en todo sistema procesal y en todas las instancias y jurisdicciones, sean ordinarias o
extraordinarias, como una garantía; a cuyo fin, el legislador ha incorporado mecanismos que aseguren su
control y que en nuestro sistema, se encuentran inmersos en el capítulo de la excusa y la recusación.
Con lo que se puede concluir que en todo proceso constitucional, es necesario
que la autoridad sea: a) Competente para conocer y resolver la controversia, porque
previamente ha sido determinada por ley en razón a la materia, territorio, turno, etc., lo
que implica que ninguna persona puede ser sometida a una autoridad incompetente para
conocer o resolver su controversia; b) Independiente que es aquella autoridad que
resuelve la controversia al margen de presiones que pudieran ser ejercidas por personas
u otras autoridades, sometiéndose únicamente al derecho; e, c) Imparcial que implica
que la autoridad no debe tener opinión anticipada sobre el resultado final del asunto que
conoce, y tampoco dejarse influenciar por nadie ni con nada, a favor ni en contra de
alguna de las partes, sino mantener una posición objetiva a tiempo de pronunciar su
decisión final.

6.2 El código procesal constitucional

El código procesal constitucional boliviano (Ley N° 254 de 5 de julio de 2012),


representa el avance, desarrollo y concreción de los mecanismos instrumentales no sólo
para garantizar la supremacía de la Constitución, ejercer el control de constitucionalidad
y precautelar el respeto y vigencia de los derechos y garantías constitucionales, sino
también reglamenta los procesos y procedimientos constitucionales, las acciones
tutelares, consultas, tipos de controles de constitucionalidad y demás institutos que han
sido sistematizados en esta normativa especial.
Este cuerpo legal se encuentra estructurado y distribuido en siete títulos que
contienen: disposiciones generales, facultades especiales del tribunal constitucional,
resoluciones, efectos y ejecución; las acciones de defensa; acciones de
inconstitucionalidad; conflictos de competencia; control previo de constitucionalidad y
consultas de autoridades indígena originaria campesinas sobre la aplicación de sus
normas jurídicas a un caso concreto; recursos ante el tribunal constitucional; y la
constitucionalidad del procedimiento de reforma parcial de la Constitución; además, de
cinco disposiciones finales y tres disposiciones transitorias para efectivizar en alguna
medida su aplicación.
Con este instrumento procesal se perfecciona y “madura de golpe” el derecho
procesal constitucional boliviano y pone el acento en el objeto “procesos y
procedimientos”, en el sentido de que un proceso constitucional sin Constitución es
sencillamente imposible, y una Constitución sin proceso constitucional quedaría
debilitada, vulnerable y convertida en puro “poesía”, como fue (en la mayor parte de su
existencia) hasta finales del siglo XX. En el fondo, mientras el proceso sirve a la
efectividad de la Constitución, la Constitución sirve como garantía jurídica del proceso.
La Constitución no sólo representa la norma que fundamenta al proceso, sino aquella
que lo organiza, lo delimita y coadyuva a su conformación práctica en la medida que
como norma fundamental se incorpora a la dinámica procesal en calidad de norma
sustancia o norma parámetro.
La normativa boliviana se adscribió a la noción “amplia” de derecho procesal, y
reconoció la existencia de nomas procesales específicas para promover la protección de
la Constitución, tanto en su vertiente objetiva (procesos y procedimientos) como en la
subjetiva (órgano jurisdiccional) que monopoliza la función constitucional. El legislador
constituyente de 1994, y de 2009, en la línea de la noción “amplia” del derecho procesal
constitucional boliviano, que proclamó implícitamente, se decantó por reconocer una
“macroconstitucionalidad” de procesos y procedimientos que debe conocer y resolver el
tribunal constitucional, y son:
 Los asuntos de puro derecho sobre la inconstitucionalidad de leyes, estatutos
autonómicos, cartas orgánicas, decretos y todo género de ordenanzas y
resoluciones no judiciales. Pero si la acción es de carácter abstracto, sólo podrán
interponerla la presidenta o presidente de la república, senadoras y senadores,
diputadas y diputados, legisladores, legisladoras y máximas autoridades
ejecutivas de las entidades territoriales autónomas.
 Los conflictos de competencias y atribuciones entre órganos del poder público.
 Los conflictos de competencias entre el gobierno plurinacional, las entidades
territoriales autónomas y descentralizadas, y entre éstas.
 Los recursos contra tributos, impuestos, tasas, patentes, derechos o
contribuciones creados, modificados o suprimidos en contravención a lo
dispuesto en esta Constitución.
 Los recursos contra resoluciones del órgano legislativo, cuando sus resoluciones
afecten a uno o más derechos, cualesquiera sean las personas afectadas.
 La revisión de las acciones de libertad, de amparo constitucional, de protección
de privacidad, popular y de cumplimiento.
 Las consultas de la presidenta o del presidente de la república, de la asamblea
legislativa nacional, del tribunal supremo de justicia o del tribunal agroambiental
sobre la constitucionalidad de proyectos de ley.
 Las consultas de las autoridades indígenas originario campesinas sobre la
aplicación de sus normas jurídicas aplicadas a un caso concreto.
 El control previo de constitucionalidad en la ratificación de tratados
internacionales.
 La constitucionalidad del procedimiento de reforma parcial de la Constitución.
 Los conflictos de competencia entre la jurisdicción indígena originaria
campesina y la jurisdicción ordinaria y agroambiental.
 Los recursos directos de nulidad.

Que el constituyente haya reconocido, por un lado, una verdadera


“macroconstitucionalidad” de procesos y procedimientos y, por otro lado, el tribunal
constitucional tenga la finalidad de velar por la supremacía de la Constitución, ejercer el
control de constitucionalidad y precautelar el respeto y la vigencia de los derechos y las
garantías constitucionales, supone que el derecho procesal constitucional boliviano ha
adquirido su “mayoría de edad” y ha culminado su desprendimiento del derecho
constitucional y la Constitución, como en su momento ocurrió con el derecho procesal
civil y su distanciamiento del derecho civil, etc., y se perfecciona como ciencia
autónoma, con objeto de estudio y abonado el terreno para una expansión casi ilimitada
(arts. 196-203 CPE).
El código procesal constitucional boliviano fue uno los primeros en
Latinoamérica, junto con el de la provincia de Tucumán (Argentina), y el código
procesal constitucional peruano, que tienen como “fines esenciales de los procesos
constitucionales garantizar la primacía de la Constitución y la vigencia efectiva de los
derechos constitucionales”, y han venido a enriquecer y fortalecer esta novel ciencia
procesal constitucional.
CAPÍTULO II
El control de constitucionalidad
2. Configuración del Estado boliviano. 2. Los modelos de control de
constitucionalidad. 2.1 El control político o modelo francés. 2.2 El control difuso o
modelo norteamericano. 2.3 El control concentrado o kelseniano. 3. Controles del
tribunal constitucional. 3.1 Control normativo. 3.2 Protección de los derechos
fundamentales. 3.3 Los conflictos de competencias. 3.4 Órgano consultivo.

1. Configuración del Estado boliviano

Las fuentes del constitucionalismo boliviano se encuentran en la Constitución


norteamericana, las ideas libertarias de la revolución francesa y la Constitución
española de Cádiz de 1812. No solo fue el caso de Bolivia sino de todos los países de
América Latina que, al conformarse en Estados independientes, adoptaron sus
legislaciones, culturas, ideas políticas e instituciones fundamentales. Con anterioridad
había un derecho natural superior al derecho positivo, que estaba por encima del Papa,
del Emperador y del Rey. Este derecho estaba conformado por los principios superiores
racionales y justos o conjunto de reglas inherentes a la propia naturaleza humana, que el
hombre descubre por medio de su razón, como el derecho a la vida que tiene carácter
permanente e inalienable.
En la perspectiva de García Belaunde, el control de constitucionalidad se
remonta a principios del siglo XVII, cuando el célebre juez Edward Coke, en el caso del
Dr. Thomas Bonham, afirmó que el derecho natural estaba por encima de las
prerrogativas del rey, abriendo así paso para lo que posteriormente sería el control de
constitucionalidad de las leyes por parte de los jueces.19 Esta postura jusnaturalista de
Coke, fue ampliamente conocida por las colonias inglesas de ultramar, aunque pronto
iba a quedar en el olvido hasta cuando Gran Bretaña se haya incorporado a la Unión
Europea a mediados de los años setenta del siglo XX, y tuvo que revisar su vieja teoría
de la soberanía del Parlamento. Y aunque la tesis fue dejada de lado en las Islas
Británicas, encontró terreno fértil en las colonias, alimentadas por una tradición
jusnaturalista y lectoras de los teóricos de la Ilustración, sobre todo, de Locke y
Rousseau.

19
GARCÍA BELAUNDE, Domingo, De la jurisdicción constitucional al derecho procesal
constitucional, pp. 121-122, en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1976164.pdf.
El nacimiento del Estado boliviano siguió, en líneas generales, el diseño liberal
de las tres grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII, que habían cambiado la faz
del mundo y eran referentes del naciente constitucionalismo, que encarnaba el libertador
Simón Bolívar, autor de la primera Constitución sancionada el 6 de noviembre de 1826,
y promulgada el 19 de noviembre de 1926. El primer acto legislativo de la asamblea fue
la sanción de la ley de 11 de agosto de 1825, conocida como Ley de glorificación,
donde se establecía que el nuevo Estado era la República Bolívar, como un justo
reconocimiento a su protector y primer presidente. Por su parte, el Libertador se
comprometió a redactar el proyecto de Ley Fundamental del Estado y expresó en su
proclama de 1° de enero de 1826, fechada en Chuquisaca: “Seréis reconocidos por una
nación independiente; recibiréis la Constitución más liberal del mundo”.
La Ley de 13 de agosto de 1825, sobre la forma de gobierno, representa la
columna fundamental de la institucionalidad boliviana y constituye la piedra angular
inamovible del edificio constitucional de Bolivia. Proyectada por José María
Mendizábal, Eusebio Gutiérrez y Manuel María Urcullu, concebida en siete artículos,
la Asamblea aprobó sólo los tres primeros, dejando pendientes los restantes. Las normas
aceptadas establecieron (desde entonces hasta nuestros días) como forma de gobierno, la
representativa republicana; gobierno concentrado, general y uno para toda la república
y sus departamentos; existencia de tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial,
separados y divididos entre sí.
Como hemos establecido en otra publicación, la naciente república estuvo
fuertemente influenciada por la teoría de la separación de poderes y la soberanía popular
que ya habían tomado cuerpo con los ideales políticos de “Libertad, Igualdad y
Fraternidad”, y estaban persuadidos de que el éxito y la consolidación de sus conquistas
revolucionarias, estaban íntimamente ligadas al hallazgo de nuevas fórmulas de
administración pública que les permitieran fortalecer el poder y acabar con el caos
administrativo heredado del Antiguo Régimen.20
Bolivia adoptó como forma de Estado el unitarismo, y la centralización político-
administrativa de origen francés, cuya característica ha prevalecido a lo largo de la
historia republicana. La Constitución del Libertador Simón Bolívar siguió este modelo
político, desarrollado y consolidado en la Ley de organización provisional del poder
ejecutivo de 19 de junio de 1826.

20
HERRERA ÁÑEZ, William, Derecho Constitucional Boliviano, Cochabamba, Ed. Kipus, 2019, pp.
168-173.
Sin embargo como sostiene Marquardt,21 el texto (primera Constitución) se basó
en los valores, derechos fundamentales, estructura e idioma en el pensamiento
constitucional de la Ilustración política. En palabras de Valencia Vega,22 el
constitucionalismo contemporáneo se ha conformado en torno al Estado liberal,
llegando a adquirir en determinado momento dentro de las ciencias jurídica, la
condición de dogma inconmovible e inmutable, porque también se consideró que en la
práctica se había llegado, a la conclusión de que la dignidad humana debía alcanzar su
máxima expresión bajo la forma de Estado liberal. Las teorías liberales fueron asumidas
desde la primera Constitución: “el gobierno de Bolivia es popular representativo”, “la
soberanía emana del pueblo y su ejercicio reside en los poderes que establece esta
Constitución”, y “el poder supremo se divide, para su ejercicio, en cuatro secciones:
electoral, legislativa, ejecutiva y judicial” (arts. 7-9). La forma de gobierno se
conservará con muy pocos cambios en las sucesivas reformas constitucionales.

El primer tribunal constitucional boliviano, dejaba establecido que el Estado de


Derecho estableció la necesidad de dividir o separar el poder, para que se repartiera en
diversos órganos, generándose así mecanismos de frenos y contrapesos recíprocos, de
forma que cada órgano actúe únicamente conforme a las competencias que la ley le
asigne, dando lugar a un sistema en el que todo el ejercicio del poder sea controlado
para que se desenvuelva en los marcos democráticos y de respeto a las libertades
individuales.23

La idea central del Estado de Derecho será el sometimiento del Estado a la ley
que él mismo impone, ley que es obligatoria para todos, gobernantes y gobernados, en
igualdad de condiciones, con plenas garantías para las personas que tienen que saber
que existen mecanismos legales idóneos y eficaces que, llegado el caso que el poder
público lesione alguno de sus derechos, puede ponerlos en marcha para la reparación
de los mismos. Así el Estado es una realidad social, cultural y jurídica, cuya
característica fundamental será su entera sumisión a las normas jurídicas. La reforma
constitucional de 2004, proclamaba en su artículo 1° que Bolivia “Es un Estado Social y

21
MARQUARDT, Bernd: Historia Constitucional Comparada de Iberoamérica, Bogotá, Ed. Ibáñez,
2016, p. 150.
22
VALENCIA VEGA, Alipio: Manual de Derecho Constitucional, La Paz, Ed. Juventud, 1985, p. 70.
23
SC 0045/2007 de 2 de octubre.
Democrático de Derecho, que sostiene como valores superiores de su ordenamiento
jurídico, la libertad, la igualdad y la justicia.”

Este tipo de Estado buscará que el pueblo ejerza la titularidad del poder público
eligiendo a sus representantes en las urnas, controlando la labor que ellos realizan e
interviniendo directamente en la toma de decisiones siempre que no se desconozcan los
derechos de las minorías. El constituyente de 2009 reitera en el primer artículo que
“Bolivia se constituye en un Estado Unitario…” y que la “soberanía reside en el pueblo,
se ejerce de forma directa y delegada, y de ella emanan, por delegación, las funciones y
atribuciones de los órganos del poder público; es inalienable e imprescriptible”. Y que
“la República de Bolivia adopta para su gobierno la forma democrática participativa,
representativa y comunitaria, con equivalencia de condiciones entre hombres y mujeres”
(art. 11.I CPE).

Con la expresión “Estado Constitucional de Derecho”, se alude a aquel modelo


de Estado que se caracterizará por la sujeción de los poderes públicos al ordenamiento
jurídico, a partir de la norma base (la Constitución), en la que se fundamenta todo el
sistema (…) la Constitución es el instrumento jurídico fundamental del Estado
(parámetro normativo superior que decide la validez de las demás normas jurídicas). De
ahí que sus normas, valores y principios, constituyen el marco general básico del que se
deriva y fundamenta el resto del ordenamiento jurídico”. Y que la Constitución “ya no
es un trozo de papel o un mero documento político, un conjunto de directrices
programáticas dirigidas al legislador, sino una auténtica norma jurídica con eficacia
directa en el conjunto del ordenamiento”, es decir, deja de ser poesía constitucional para
ser realidad constitucional.

Para el mismo tribunal constitucional,24 el verdadero Estado Constitucional de


Derecho, asume no sólo los valores universales, el principio de legalidad, y la vigencia
de los derechos humanos, sino también un amplio catálogo de derechos fundamentales,
garantías constitucionales, principios y valores (art. 9.4 CPE). También consagra el
principio de supremacía constitucional en el sentido de que todas las personas, naturales
y jurídicas, así como los órganos públicos, funciones públicas e instituciones, se
encuentran sometidos a la Constitución, que es la norma suprema del ordenamiento

24
SCP 0258/2011-R de 16 de marzo, entre otras.
jurídico boliviano y goza de primacía frente a cualquier otra disposición normativa (art.
410.I.II CPE).

En el Estado Constitucional, la primacía de la Constitución desplaza a la


primacía de la ley. En palabras de Talavera,25 la vinculación del juez a la ley se
contempla en términos de subordinación: frente al legislador que posee una legitimidad
política o de origen, los jueces tan sólo tienen una legitimidad técnica o “de oficio”, es
decir, que su actuación será conforme a la Constitución en la medida en que pueda verse
como una exacta aplicación de la Ley. Así, uno de los rasgos que mejor definen el
Estado Constitucional de Derecho es la orientación del Estado a la protección de los
derechos (art- 13-I CPE): la eficacia de los derechos se produce no en la medida y en los
términos marcados por la Ley, sino en la medida y en los términos establecidos en la
Constitución (gobierno de la Ley Fundamental y no de la voluntad del gobernante de
turno debe ser el nuevo paradigma).

En esta permanente evolución, el juez estará vinculado a la Ley (principio de


legalidad) y a la Constitución (principio de constitucionalidad). Esta doble vinculación
del juez (a la Ley y a la Constitución), significa que sólo está obligado a aplicar leyes
constitucionales, de manera que debe realizar un juicio previo de constitucionalidad de
toda ley que deba aplicar. En cualquier caso, el juez tiene que interpretar todo el
ordenamiento jurídico conforme a la Constitución y a los pactos y convenios
internacionales.
Sin embargo a lo largo de la vida republicana, tanto el Estado de Derecho como
el denominado Estado Constitucional de Derecho, han sufrido no sólo largas
interrupciones como consecuencia de los diferentes golpes de Estado, y cuartelazos de
los militares, sino también ataques concretos ─desde el mismo gobierno─ y en períodos
democráticos buscando romper o acomodar a sus intereses el sistema constitucional. Y
como de muestra basta un botón, la monstruosa sentencia constitucional 48/2017 de 28
de noviembre, buscaba autorizar la reelección indefinida de Evo Morales y Álvaro
García Linera, prohibida por la Constitución (que ellos juraron defender) y los dos
referéndum de 25 de febrero de 2009 y del 21 de febrero de 2016 (que impide la
reelección presidencial), y así evitar cualquier intento de eternizarse en el poder.

25
TALAVERA, P. Comentario a la Ley del Órgano Judicial, Encaje Constitucional y Capítulo Primero,
en AAVV Revista Boliviana de Derecho, año V - número 10, Santa Cruz, Ed. El País, pp. 192-193.
2. Los modelos de control de constitucionalidad

El sistema jurídico-constitucional boliviano ha tenido, desarrollado y reconocido


─implícitamente desde su fundación en 1825─, tres tipos de controles de
constitucionalidad, que son: 1) El control político o modelo francés; 2) El control difuso
o modelo americano; y 3) El control concentrado-kelseniano o modelo europeo.

2.1 El control político o modelo francés

El constituyente siempre reconoció la necesidad de contar (aunque solo sea en el


plano normativo) con algún tipo de control de constitucional y avanzó zigzagueante a lo
largo de nuestra historia republicana. El control político, de origen francés, a cargo del
poder legislativo fue el primer modelo de control de constitucionalidad en Bolivia. Este
modelo fue reconocido en la Constitución bolivariana de 1826, en su art. 51, cuando
estableció: 1º Velar si el gobierno cumple y hace cumplir la Constitución, las leyes y los
tratados públicos; 2º Acusar ante el senado las infracciones que el ejecutivo haga de la
Constitución, las leyes y los tratados públicos, con lo que se ponía de manifiesto el
control político de constitucionalidad a cargo del legislativo y que posteriormente sería
defendido por Carl Schmitt.

Sin embargo compartimos con Asbun, en el sentido que este modelo más que
actuar en el caso como verdadero control constitucional, estaba concebido para que
opere como mecanismo de equilibrio político entre los órganos de gobierno, dado que la
infracción de la Constitución conllevaba la pérdida del cargo (artículo 37 y 44 del texto
de 1831) y no se hacía ninguna mención sobre la situación de la norma o el acto que
daba lugar al proceso o a los derechos afectados por aquél.26

A tiempo de llamar la atención que la Constitución bolivariana omitía toda


referencia a una cláusula de supremacía similar a la norteamericana de 1787, menos aún
contemplaba potestad jurisdiccional alguna en orden a velar por la constitucionalidad de
las leyes, Fernández Segado sostenía que esta omisión chocaba con el pensamiento de
Bolívar, quien en el mensaje fechado en Lima el 25 de mayo de 1826, haría alguna

26
ASBUN, Jorge, El control de constitucionalidad en Bolivia: Evolución y perspectivas, Anuario
Iberoamericano de justicia constitucional, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, en
https://recyt.fecyt.es/index.php/AIJC/article/view/50665.
observación entorno a la necesidad de instaurar un sistema de control de
constitucionalidad de los actos del poder público.27 El órgano político encargado de
velar por la salvaguarda de la Constitución, era la tercera cámara del legislativo: la
cámara de censores, que a juicio de Bolívar tenía alguna semejanza con el Areópago de
Atenas y los Censores de Roma.

El modelo político de control de la constitucionalidad esbozado en Francia,


estaba en buena medida presente en el pensamiento bolivariano y la Constitución de
1826. Esta Constitución acogía un poder legislativo tricameral, una de cuyas cámaras, la
de censores, asumía la facultad de “velar si el gobierno cumple y hace cumplir la
Constitución, las leyes y los tratados públicos”, acusando ante el senado las infracciones
que el ejecutivo hiciera de la Constitución, y las leyes.

Aunque la segunda Constitución boliviana de 1831 abre una nueva etapa en la


que el control se encomienda al consejo de Estado, continúa el control político, por
cuanto el consejo de Estado era un órgano compuesto de siete consejeros nombrados
por el congreso (uno por cada departamento de la nación), que estaba obligado a
informar documentalmente al cuerpo legislativo sobre las infracciones a la Constitución.
Este modelo de control ya figuraba en la Constitución española de Cádiz de 1812, que
en sus artículos 372 y siguientes regulaba el control de constitucionalidad por el
legislativo, y el texto francés de 1799. Según Asbun, atendiendo al carácter soberano del
parlamento francés, le correspondía a éste el control de constitucionalidad, donde
cualquier miembro de la cámara podía plantear una cuestión previa por
inconstitucionalidad y luego del análisis, el presidente de la asamblea podía pedir la
reforma del proyecto o, en su caso, declarar que no abriría el debate, dado que el
proyecto o parte de él eran inconstitucionales.

La Constitución boliviana de 1839 no establecía ningún mecanismo de


autodefensa y la subsiguiente norma fundamental, del año 1843, restableció el Consejo
de Estado bajo la nueva denominación de Consejo Nacional, aunque con una
composición diferenciada (dos senadores, dos representantes, dos ministros de Estado,
dos ministros de la Corte Suprema de Justicia, un general del ejército, un eclesiástico de
dignidad y un jefe de alguna de las oficinas de hacienda), encomendándole la función de

27
FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco, Antecedentes históricos del constitucionalismo boliviano,
biblioteca jurídica virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM (México), disponible en
https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/1/180/3.pdf.
velar sobre la observancia de la Constitución y trasladando al poder ejecutivo los
informes convenientes e n los casos de infracción.

Y concluye Fernández Segado que el control de constitucionalidad en esta


primera etapa del constitucionalismo boliviano aparece connotado por los rasgos
propios del control político, en aquellas constituciones que establecieron algún tipo de
mecanismo de auto tutela. Sin embargo, el control político no tuvo ningún
protagonismo y ha pasado a la historia sin pena ni gloria como tampoco se avanzó en el
constitucionalismo y la defensa de la Constitución boliviana, debido a la sistemática
inestabilidad política, permanentes golpe de Estado, cuartelazos militares, sediciones, la
inexistente institucionalidad estatal, la exclusión de las mayorías nacionales del
quehacer político, y el desarrollo de las comunicaciones y los medios de comunicación
prácticamente no existían, entre otros factores.

2.2 El control difuso o modelo norteamericano

El control difuso de constitucionalidad nació en los Estados Unidos, a través de


la jurisprudencia, porque no existía una disposición expresa en su Constitución que
reconozca a los jueces ese control que han practicado siempre. El antecedente acerca del
control difuso se encontrará en la doctrina, cuando en la obra “El Federalista” se
proclamará que ninguna Ley contraria a la Constitución puede ser válida. Y recurriendo
a la institución del mandato del derecho civil, sostenía que negar esto sería como
afirmar, que el mandatario es superior al mandante. Que los representantes del pueblo,
son superiores al pueblo mismo y que los hombres que obran en virtud de determinados
poderes, pueden hacer no sólo lo que éstos no permiten sino incluso lo que
expresamente prohíben.

La doctrina coincide en que el famoso caso Marbury versus Madison fue una
verdadera confrontación jurídica entre los “padres” de los Estados Unidos, que
constituye un hito en el control difuso de constitucionalidad de las leyes. La demanda de
William Marbury no planteó una cuestión de inconstitucionalidad porque no existía una
disposición expresa, sino más bien una cuestión de supremacía de la Constitución
norteamericana, porque había sido nombrado juez por el presidente de los EE.UU. y
ratificado por el senado, pero no recibió su nombramiento y demandó a James Madison
en su condición de secretario de Estado y responsable de enviarle su nombramiento.
Carbonell recuerda que EE.UU a fines del XVIII y principios de XIX estaba muy
polarizado entre los partidos políticos, a partir de las distintas visiones que tenían de lo
que debería ser ese país.28

En este contexto empieza a surgir el caso Marbury cuando el 27 de febrero de


1801, faltando pocos días de la toma de posesión de Thomas Jefferson como presidente
y del cambio de poderes en el Congreso (que pasaría a estar bajo dominio de los
republicanos), fue aprobado por el presidente John Adams el nombramiento de 42
jueces de paz para servir por un periodo de cinco años en el distrito judicial de
Columbia y de Alexandria. El senado hizo las correspondientes ratificaciones el 3 de
marzo, un día antes de la toma de posesión de Jefferson. John Marshall, quien para ese
entonces se desempeñaba como secretario de Estado, debía certificar los
nombramientos, extendiendo sobre los mismos un sello oficial, aunque no se dio tiempo
para sellarlos y enviarlos a sus titulares.

Y cuando toma posesión el nuevo secretario de Estado, James Madison,


protegido de Thomas Jefferson y eminente abogado, se niega a sellar y entregar los
nombramientos que faltaban. En 1802, sin que se hubiera resuelto la cuestión, el senado
decide modificar la ley sobre circuitos judiciales y elimina las plazas (nombramientos)
de los jueces designados por Adams. William Marbury fue uno de los jueces que no
recibió su nombramiento, y pedía una orden para que el gobierno se viera obligado a
hacerle llegar el nombramiento.

El 24 de febrero de 1803 John Marshall daba a conocer el fallo de la Suprema


Corte, que se ha convertido en el caso más famoso del constitucionalismo moderno. La
sentencia se articula a través de tres diferentes preguntas que Marshall hábilmente pone
casi al inicio del texto, y eran: a) ¿Tiene el proponente derecho al nombramiento que
solicita?; b) Si tiene tal derecho y ese derecho le ha sido negado, ¿las leyes de su país le
ofrecen un remedio?; y c) Si le ofrecen tal remedio, ¿ese remedio es un mandamus que
expida esta Corte?

En la sentencia se establece que la designación presidencial terminaba cuando se


expedía el nombramiento escrito, esté o no entregado al interesado, y que ya no puede
ser revocado, con lo cual no solo reconocía la legalidad de la designación sino también
la legitimidad para demandar su cumplimiento. La firma es la orden expresa para la

28
CARBONELL, Miguel, Notas sobre Marbury versus Madison, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
UNAM (México), 2005, pp. 3-5, disponible en http://biblio.juridicas.unam, mx/bjv
fijación del gran sello al nombramiento escrito; y el gran sello sólo se le fija a un
documento que ya esté completo. Da fe, por un acto que se supone que es de notoriedad
pública, de la autenticidad de la firma presidencial. El gobierno violaba derechos legales
adquiridos, sostiene el pronunciamiento de la Corte, al no entregarle a Marbury su
nombramiento.

Y como Marshall reconoce la violación que alegaba el demandante, pasa a la


segunda pregunta: ¿hay algún remedio que le ofrezca el ordenamiento jurídico a fin de
combatir dicha violación? Hay dos afirmaciones en la sentencia sobre este punto que
cualquier juez debería tomar en cuenta; en la primera de ellas Marshall sostiene que “La
quintaesencia de la libertad civil de seguro consiste en el derecho de todo individuo a
reclamar la protección de las leyes siempre que recibe una injuria”; en su segunda
afirmación sostiene que “al gobierno de los Estados Unidos se le ha llamado
enfáticamente, un gobierno de derecho y no un gobierno de hombres. Indudablemente
dejaría de merecer este alto calificativo si las leyes no otorgaran un remedio contra la
violación de todo derecho legal adquirido”.

Con estos razonamientos, John Marshall pasa a analizar el fondo de la demanda,


y como la respuesta es afirmativa, formula la pregunta clave del juicio, que a la postre
dará lugar nada menos que al nacimiento de la institución de la judicial review. La
pregunta es si la ley que regula la competencia de la Corte para la expedición de
mandamus es conforme a la Constitución. En la sentencia se afirma: “…la autorización
que se le da a la Suprema Corte mediante la ley que establece los tribunales judiciales
de los Estados Unidos, para expedir mandamus a los funcionarios públicos,
aparentemente no está basada en la Constitución; y surge la pregunta de si una
jurisdicción conferida en tal forma puede ser ejercitada”.

Poco a poco John Marshall se va a acercando a una puerta que una vez abierta
cambiaría por completo el significado de la Constitución en los estados
contemporáneos. El siguiente paso de su razonamiento se expresa en los siguientes
términos: “La cuestión de si una ley común que repugna a la Constitución, puede llegar
a ser una ley válida, interesa profundamente a los Estados Unidos; pero
afortunadamente no es tan intrincada como interesante. Nos parece que sólo es
necesario tomar en cuenta ciertos principios ya por largo tiempo establecidos para
decidirla”.
Con esta premisa establecida, Marshall describe al gobierno de los Estados
Unidos como un gobierno limitado por mandato precisamente de la Constitución, que
impone límites a la actuación de los poderes públicos: “¿Con qué objeto se consignan
tales límites por escrito, si esos límites pudieran en cualquier tiempo sobrepasarse por
las personas a quienes se quiso restringir? La distinción entre gobiernos de poderes
limitados y los poderes ilimitados, queda abolida si los límites no contienen a las
personas a las cuales les han sido impuestos y si lo prohibido y lo permitido se equipara.
Este es un razonamiento demasiado obvio para dejar lugar a dudas y lleva a la
conclusión de que la Constitución controla cualquier acto legislativo que le sea
repugnante; pues de no ser así, el Legislativo podría alterar la Constitución por medio
de una ley común.

Los siguientes párrafos de la sentencia son los más citados y conocidos, pues en
ellos Marshall plantea la base conceptual sobre la que se asienta a partir de entonces la
“lógica de la judicial review” o control difuso de constitucionalidad.

Entre estas alternativas no hay término medio. O bien la Constitución es una ley
superior inmodificable por medios ordinarios, o bien queda al nivel de las demás
leyes del congreso y como tales, puede ser alterada según el legislativo quiera
alterarla.
Si el primer extremo de la alternativa es la verdad, entonces un acto legislativo
contrario a la Constitución, no es una ley; si el segundo extremo de la alternativa
es el verdadero, entonces las constituciones escritas son intentos absurdos por
parte del pueblo, para limitar un poder que por su propia naturaleza es ilimitable.
Ciertamente que todos aquellos que han elaborado constituciones escritas las
consideran como la ley fundamental y suprema de la nación y, en consecuencia,
la teoría de todo gobierno de esa naturaleza, tiene que ser que una ley del
congreso que repugnara a la Constitución, debe considerarse inexistente. Esta
teoría, por su esencia misma, tiene que considerarse como uno de los principios
fundamentales de nuestra sociedad…
Si una ley del legislativo, contraria a la Constitución, es nula, a pesar de dicha
nulidad ¿puede obligar a los tribunales a obedecerla y a ponerla en vigor? O, en
otras palabras, a pesar de que no es ley ¿constituye una regla que tiene los
mismos efectos que si fuera ley?...
Indudablemente, es de la competencia y del deber del poder judicial el declarar
cuál es la ley… Si una ley se opone a la Constitución; si tanto la ley como la
Constitución pueden aplicarse a determinado caso, en forma que el tribunal tiene
que decidir ese caso, ya sea conforme a la ley y sin tomar en cuenta la
Constitución, o conforme a la Constitución, haciendo a un lado la ley, el tribunal
tiene que determinar cuál de estas reglas en conflicto rige el caso. Esta es la
verdadera esencia del deber judicial.
…los tribunales deben tomar en cuenta la Constitución y la Constitución es
superior a toda ley ordinaria del Legislativo, (luego) entonces la Constitución y
no la tal ley ordinaria, tiene que regir en aquellos casos en que ambas serían
aplicables.
En estos párrafos se encuentra resumida buena parte de la filosofía de ese primer
momento fundacional del constitucionalismo moderno. La supremacía constitucional, el
deber judicial de proteger la Constitución, la normatividad y rigidez de la misma, etcétera,
son ideas que ─con mayor o menor fortuna, eso es irrelevante ahora─ fueron precisadas por el
juez Marshall. Sin embargo, en el derecho norteamericano no existen procesos
constitucionales específicos que tutelen los derechos fundamentales enunciados por su
Constitución. Por ello, la defensa de los derechos en este sistema se hace difusamente a través
de cualquier proceso judicial, donde una vez detectada la afectación de algún derecho o, lo
que es lo mismo, la vulneración de algún precepto constitucional, los justiciables pueden
acudir al Tribunal Supremo con el fin de que éste revise la constitucionalidad de la Ley o acto
que ha dado lugar a la vulneración de la Constitución.

La supremacía de la Constitución se fundamenta, según García de Enterría,29 en el


hecho objetivo de que la Constitución es un norma jurídica, y no cualquiera, sino la primera
entre todas, lex superior, aquella que sienta los valores supremos de un ordenamiento y que
desde esa supremacía es capaz de exigir cuentas, de erigirse en el parámetro de validez de
todas las demás normas jurídicas del sistema. Se trata de una acción de verificación de la
compatibilidad y conformidad de las disposiciones legales, los actos y resoluciones de los
gobernantes con los valores supremos, los derechos fundamentales y garantías de las
personas consagrados por la Constitución.

En palabras de Nino,30 el fundamento más claro para justificar el control judicial de


constitucionalidad fue probablemente el propuesto al momento de su invención por el
Presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, John Marhall en Marbury vs.
Madison, cuya estructura lógica (y traducida) puede ser presentada de la siguiente forma:

Premisa 1: El deber del Poder Judicial es aplicar la Ley.

Premisa 2: Cuando hay dos leyes contradictorias, no hay más remedio que aplicar una
desechando la otra.

Premisa 3: La Constitución es la ley suprema y define qué otras normas son ley.

Premisa 4: La supremacía de la Constitución implica que cuando entra en conflicto


con una norma dictada por el Congreso, ésta segunda deja de ser una ley válida.

29
GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo, La Constitución como norma y el tribunal constitucional, Navarra, Ed.
Aranzadi, 2006, p. 131.
30
NINO, Carlos Santiago: La Constitución de la democracia deliberativa, Barcelona, 2003, pp. 261-262.
Premisa 5: La negación de la premisa anterior supondría que el Congreso puede
modificar la Constitución dictando una ley ordinaria, por lo que la Constitución no sería
operativa para limitar el Congreso.

Premisa 6: El Congreso está limitado por la Constitución.

Premisa 7: Si una norma no es una ley válida carece de fuerza obligatoria.

Todas estas premisas llevan a la conclusión que una Ley contraria a la


Constitución no debe ser aplicada por el poder judicial y, en su caso, por el tribunal
constitucional. En tal sentido, no hay proposición que se apoye sobre principios más
claros que la que afirma que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los
términos del mandato con arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, ningún acto
legislativo contrario a la Constitución puede ser válido.

El control difuso de constitucionalidad en Bolivia fue reconocido en la


Constitución de 1851, cuando estableció en su artículo 82 que el poder judicial reside
en la Corte Suprema, en las superiores y juzgados de la república. Y aclaraba “a ellos
pertenece privativamente la potestad de juzgar y aplicar esta Constitución con
preferencia a las demás (leyes), y las leyes con preferencia a otras resoluciones”. El
decreto-Ley de 31 de diciembre de 1857, relativo a la organización judicial, incorporará
una atribución que perfilaba a la Corte Suprema como contralora de la
constitucionalidad, ya que conocería las causas civiles de puro derecho, cualquiera que
fuere su cuantía, cuando su decisión dependiera únicamente de la constitucionalidad de
las leyes.

En la reforma de 1862, artículo 65, se reconoció a la Corte Suprema la


atribución de “conocer de los negocios de puro derecho, cuya decisión dependa de la
constitucionalidad o inconstitucionalidad de las leyes, mientras que el artículo 86
repetía el contenido del texto de 1851, respecto al carácter superior de la Constitución:
Las autoridades y tribunales aplicarán esta Constitución con preferencia a las demás
leyes, y ésta con preferencia a otras resoluciones”. Entre reforma y reforma se iba
perfilando en mejores condiciones este instituto, que en el fondo suponía modificar el
contenido vigente hasta entonces, sobre la infalibilidad de ley o del legislativo que la
crea.

En la Constitución de 1878 se otorgó un mayor alcance al recurso de


inaplicabilidad por inconstitucionalidad, y que la Corte Suprema, en su artículo 111.2,
tenía competencia para conocer “en única instancia los asuntos de puro derecho, cuya
decisión dependa de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las leyes, decretos y
cualquier género de resoluciones. Y como sostiene Fernández Segado, el control de
constitucionalidad de la ley así fue introducido en aquel momento aunque ni se aceptó
ni se comprendió tal instituto; no obstante, sería mantenido incólume, con sus mismas
características, hasta la Constitución de 1967.31

En opinión de Asbun, el entonces presidente de la Corte Suprema, precisaba los


aspectos tanto materiales como procesales del recurso de inaplicabilidad por
inconstitucionalidad, señalando que la Corte Suprema: “sólo conoce la ley cuando hay
un litigio particular y lo decide rehusando la aplicación de la ley impugnada, si a su
juicio es inconstitucional, pero no la deroga, ni la anula, la ley subsiste…”32 En realidad
la ley que era declarada inconstitucional, no era expulsada del ordenamiento jurídico; la
ley subsistía porque la decisión de la Corte no regía sino dentro de los límites del
proceso, de modo que para cada caso que ocurra, aunque sea idéntico, era necesario un
nuevo juicio y una nueva sentencia. Lo que se trataba de establecer aquí era que la
Corte Suprema solo juzgaba, no legislaba.

El año 1975 marcará un hito importante con la aprobación del Código de


procedimiento civil (decreto Ley N° 12760 de 7 de agosto), ya que regulaba la
atribución constitucionalmente conferida a la Corte Suprema para controlar la
constitucionalidad de las leyes, y decretos junto a los recursos de habeas corpus y
amparo constitucional. Al tenor del artículo 754 del citado código, toda persona que se
creyera agraviada por los efectos de una ley, decreto o cualquier género de resolución,
podía recurrir ante la Corte Suprema demandando se declarara la inaplicabilidad de
aquellas disposiciones por inconstitucionales y exigir la restauración de sus derechos.
La demanda se dirigía contra la persona, natural o jurídica, que se amparare o
pretendiere ampararse o aprovecharse de la ley, decreto o resolución o contra la
autoridad que les hubiera dado cumplimento o pretendiera ejecutarlos. En todos estos
casos la sentencia que declaraba probada la demanda no podía anular, revocar o
modificar la disposición tachada de inconstitucional, concretándose tan solo al tenor del

31
FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco, Antecedentes históricos del constitucionalismo boliviano,
Biblioteca Jurídica virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM (México), disponible en
https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/1/180/3.pdf
32
ASBUN, Jorge, El control de constitucionalidad en Bolivia: Evolución y perspectivas, Anuario
Iberoamericano de justicia constitucional, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, en
https://recyt.fecyt.es/index.php/AIJC/article/view/50665.
parágrafo segundo del propio precepto, a declarar su inaplicabilidad al caso particular y
concreto debatido.

Compartimos con Fernández Segado, en el sentido de que la práctica judicial


revelaba una tímida aplicación de las normas constitucionales por parte de la Corte
Suprema, cuya primera jurisprudencia fue vacilante y contradictoria, como si no
entendiera el alcance de esta institución del control de la constitucionalidad de las
leyes. Tampoco tuvo la capacidad para generar una jurisprudencia uniforme, pues en
muchos casos lisa y llanamente sus resoluciones eran arbitrarias, guiadas en buen
número por el afecto o desafecto político al poder de turno. La Corte Suprema terminó
desacreditándose y perdiendo legitimidad por sí sola para asumir con un mínimo de
dignidad y decoro la trascendente función de controlar la constitucionalidad de las
leyes, así como las resoluciones de carácter general. Esta sistemática auto
deslegitimación fue uno de los argumentos centrales para la creación del tribunal
constitucional el año 1994.

2.3 El control concentrado o kelseniano

Este modelo concentrado de constitucionalidad nace en Bolivia, con el tribunal


constitucional en la reforma de la Ley Fundamental de 1994, y su desarrollo normativo
que ha tenido en la primera Ley N° 1836 de 1º de abril de 1998, la Ley Nº 027 de 6 de
julio de 2010, y el código procesal constitucional (Ley 254 de 5 de julio de 2012). Esta
normativa permitió no sólo el control concentrado de constitucionalidad, la defensa y
supremacía de la Constitución, la tutela de los derechos y garantías constitucionales y la
consolidación del proceso y procedimientos constitucionales sino además una verdadera
revolución jurídico-procesal constitucional.

El tribunal constitucional no solo se ha encargado de constitucionalizar todo el


ordenamiento jurídico nacional, sino igualmente de racionalizar el poder del Estado. El
control de constitucionalidad será una de las funciones más relevantes del TC, y como
hay diferencia entre una ley constitucional y una ley ordinaria, debe existir un tribunal
capaz de resguardar los principios y valores constitucionales que el pueblo ha estimado
necesarios para la existencia del Estado Constitucional de Derecho.
La Constitución proclama que el tribunal constitucional (TC o TCP, en adelante)
vela por la supremacía de la Constitución, ejerce el control de constitucionalidad, y
precautela el respeto y la vigencia de los derechos y las garantías constitucionales (art.
196.I). Este órgano debe reunir ciertas características como estar configurado
inmediatamente por la Constitución (sin él, el sistema constitucional sería
significativamente diferente), participar en la dirección del Estado y debe ser
independiente jurídicamente del resto de órganos constitucionales, como se encuentra
ahora el TC.

El TC nació concretamente con un objetivo definido: el control de


constitucionalidad de las leyes, y, por tanto, como un instrumento o técnica para hacer
efectiva la defensa y supremacía normativa de la Constitución sobre la ley
(supralegalidad hasta entonces proclamada pero no garantizada en la práctica). Aunque
el TC no es el único intérprete de la Constitución, porque todos los órganos judiciales
están obligados a aplicarla llegado el caso, pero sí es el intérprete supremo; es el
guardián de la voluntad del poder constituyente frente a los poderes constituidos, el
encargado de hacer respetar el pacto o compromiso constitucional.

El TC se creó en Bolivia mediante la reforma constitucional de 1994, pero recién


inició sus actividades jurisdiccionales el 1º de junio de 1999. Como sostenemos en otra
publicación, el comienzo de esta historia se sitúa, sin embargo, unos años antes cuando
en marzo de 1993 y en cumplimiento del acuerdo político de 9 de julio de 1992,
celebrado entre el entonces presidente de la república, Jaime Paz Zamora, y los jefes de
los principales partidos políticos, era convocado un Congreso Extraordinario que trató,
entre otros asuntos, el relativo a la Ley de necesidad de reforma de la Constitución que
daría lugar al nacimiento del TC.33 Luego, el mismo ex presidente de la república
remitía al Congreso Nacional el respectivo proyecto de Ley que, como estaba
consensuado con los partidos políticos, se convirtió en la Ley de necesidad el 31 de
marzo de 1993, promulgada el 1º de abril por el Vice Presidente Constitucional de la
República, Luis Ossio Sanjinés.

La creación y consolidación del TC no fue nada pacífica, entre otras cosas, por
la oposición de algunos ex ministros de la Corte Suprema de Justicia, y en cuanto
ascendió el gobierno del MAS (18 de enero de 2006) no tuvo reparos en descalificar a la

33
HERRERA ÁÑEZ, William, Derecho Constitucional Boliviano, Cochabamba, Ed. Kipus, 2019, pp.
503 y s.
institución y a sus primeros magistrados. La guerra no declarada de ese gobierno
consistió no sólo en el hostigamiento público y promover que grupos afines al partido
gobernante hayan tomado e incendiado parte de sus instalaciones en Sucre, sino también
inició juicios de responsabilidades a los magistrados para defenestrarlos y prácticamente
“bloqueo” al TC mientras conseguía sancionar la Constitución de 2009.

En el Informe Anual de Labores (2006-2007),34 el TC denunciaba las


sistemáticas amenazas, intimidaciones y hostigamientos de los grupos denominados
“Ponchos Rojos”, así como los ataques perpetrados por cuatro mil mineros que
destrozaron con dinamitazos parte de la fachada del edificio, sin que las fuerzas del
orden hayan tomado medidas para evitarlo por no estar autorizadas a reprimir ningún
movimiento social, dejando desprotegida a una entidad estatal de la turba enardecida
que atacaba con violencia. Sin embargo con sus luces y sombras, las resoluciones del
TC son referencia obligada para la interpretación de la práctica totalidad de nuestro
ordenamiento jurídico. Todo este reconocimiento se debe no sólo a la bondad de la
institución, aunque ello contribuyó mucho, sino, sobre todo, a la personalidad de los
primeros diez magistrados del TC que fueron designados por consenso de entre juristas
de auténtico prestigio y profesores universitarios.35

En sus primeros años de andadura, el TC tenía que realizar, y lo consiguió, una


doble tarea que sólo él podía desempeñar: hacer realidad las normas constitucionales y
efectuar una labor educadora para nuestra cultura jurídica, huérfana de tradición
jurídico-constitucional. Así fue fundamental el original programa de pedagogía
constitucional y los permanentes seminarios nacionales e internacionales que
contribuyeron a la consolidación de la conciencia constitucional. Ahora podría decirse
que los bolivianos tienen derechos fundamentales no sólo porque la Constitución los
reconozca, sino, sobre todo, porque el TC los ha hecho realidad (por lo menos en el
primer quinquenio de funcionamiento).

En una primera etapa que se extendería hasta mediados del año 2004, el TC
centra sus mejores esfuerzos en asentar los principios y valores constitucionales,
haciendo una interpretación expansiva en materia de derechos y libertades

34
Informe Anual de Labores, 2006-2007, Ed. Tupac Katari, 2007, pp. 11-13.
35
Entre los diez primero magistrados (cinco titulares y cinco suplentes), figuraban Pablo Dermisaky
Peredo, Hugo de la Rocha Navarro, René Baldivieso Guzmán, Willman Durán Ribera, Elizabeth Iníguez
de Salinas, José Antonio Rivera Santiváñez, Felipe Tredinnich Abasto, Rolando Roca Aguilera, Pastor
Ortíz Matos y Alcides Alvarado Daza. Los dos últimos sin embargo renunciaron al cargo.
fundamentales facilitando la plena operatividad de éstos en las diferentes esferas de la
vida jurídica, así como en el campo de la nueva organización de los poderes públicos. Y
de la misma forma, el TC se declarará competente para examinar y, llegado el caso
expulsar del ordenamiento jurídico, aquellas leyes que contienen enunciados contrarios
a los principios y normas constitucionales a través del recurso de inconstitucionalidad.

Otra novedad que ha introducido el TC viene a ser la fuerza vinculante y


obligatoria de su jurisprudencia tanto vertical (para los jueces y tribunales de jerarquía
inferior), como horizontal (para el propio TC o tribunales de igual jerarquía); además,
cierra el sistema judicial puesto que en contra de “las decisiones y sentencias del TC…
no cabe recurso ordinario ulterior alguno” (art. 203 CPE). En consecuencia la doctrina
impartida por el TC deviene obligatoria y vinculante para los cuatro Órganos del Estado
(ejecutivo, legislativo, judicial y electoral). La creación y funcionamiento del TC
supuso, en realidad, una verdadera revolución jurídica que nos pone a tono (en teoría)
no solo con los grandes adelantos jurisdiccionales en materia constitucional, sino
también busca proteger la supremacía de la Constitución y los derechos fundamentales,
que constituyen la razón de ser de todo Estado que se precie de organizado y
mínimamente moderno.

A partir de 1994, se puede afirmar que Bolivia se ha incorporado al conjunto de


países que cuentan con un modelo concentrado de control de constitucionalidad. Y
como la Constitución goza de la condición de norma jurídica en el sentido más fuerte de
la expresión, según Aguiar de Luque y Pérez Tremps,36 era necesario advertir que los
jueces y tribunales que integran la jurisdicción ordinaria se hallan también convocados a
interpretar y aplicar los principios constitucionales con ocasión del ejercicio cotidiano
de su labor jurisdiccional, tarea que desarrollan al promover la cuestión de
inconstitucionalidad, proteger los derechos subjetivos e interpretar y aplicar las leyes y
los reglamentos según los principios constitucionales.

En consecuencia, los jueces y tribunales no sólo operan como jueces de la


legalidad, sino también actúan como jueces de la constitucionalidad y la
convencionalidad, lo que comporta que aunque el modelo de jurisdicción constitucional
sea concentrado, en cuanto la función más genuina y constitutiva de esta jurisdicción la

36
AGUIAR DE LUQUE, L. y PÉREZ TREMPS, P. Veinte años de jurisdicción constitucional en
España, Valencia, Ed. Tirant Lo Blanch, pp. 16-17.
monopoliza el TC, es preciso llamar igualmente la atención acerca del papel
“colaborador” que en este campo desempeña la jurisdicción ordinaria. El legislador ha
recogido esta doctrina cuando prevé que los jueces en materia penal conocerán la acción
de libertad (art. 2.II, Ley Nº 027).

La aplicación judicial de la Constitución la realiza tanto el TC como los jueces y


tribunales ordinarios, pues la Ley Fundamental es norma jurídica inmediatamente
aplicable, de la que emanan derechos y obligaciones judiciales exigibles. Lo único que
ocurre, y esa es la diferencia entre el sistema europeo y el norteamericano, es que en el
modelo europeo de justicia constitucional es el TC el único que puede invalidar la ley
inconstitucional en cuanto que se le atribuye el monopolio de rechazo de la Ley
contraria a la Constitución. En todo lo demás, la coincidencia material es clara: el TC y
los jueces y tribunales ordinarios pueden controlar actos de los particulares que le
permite dotar de eficacia horizontal a los derechos fundamentales en las relaciones
privadas, así como controlar los actos de los poderes públicos y reglamentarios.

En cambio la jurisdicción constitucional la ejerce únicamente el TC a través de


los procesos y procedimientos cuyo conocimiento tiene atribuido en exclusiva. La
distinción más amplia entre ambas jurisdicciones es procesal: hay determinados
procesos atribuidos en exclusiva al TC, como conocer y resolver las acciones de
inconstitucionalidad directas o de carácter abstracto sobre leyes, estatutos autonómicos,
cartas orgánicas, decretos y todo género de ordenanzas y resoluciones no judiciales.
Sin embargo, la distinción material es menos amplia.

Tal como aclaraba Aragón Reyes, tanto por la norma que aplica (la Constitución,
y también la ley) como por los actos que controla, la función del TC coincide
materialmente con la de los jueces y tribunales salvo en dos supuestos concretos:
corresponde al TC en exclusiva la declaración de la inconstitucionalidad de la Ley y
también la condición de ser el supremo intérprete de la Constitución.37 En suma, si un
juez o tribunal considera que una Ley es contraria a la Constitución, si bien no puede
directamente inaplicarla, pero sí puede plantear la cuestión de inconstitucionalidad al
TC y, al mismo tiempo, su doctrina vincula a la jurisdicción ordinaria. Estas son las dos
funciones materialmente exclusivas y excluyentes del TC.

37
ARAGÓN REYES, M. 25 años de Justicia Constitucional en España, en AAVV Derecho
Constitucional para el siglo XXI, T. II, Navarra, Ed. Aranzadi, 2006, pp. 3650-3665.
A partir de estas premisas se puede entender por qué llevamos en Bolivia poco
tiempo de Constitución judicialmente aplicable. Es cierto que la jurisdicción ordinaria
inició esta tarea tímidamente pues nuestra cultura jurídica no estaba acostumbrada a
operar por razones de constitucionalidad sino de legalidad. Es cierto también que fue el
propio TC el que contribuyó, desde su nacimiento, a que esa justicia fuera una realidad
declarando el carácter normativo, directamente vinculante, de los preceptos
constitucionales.

En la medida en que se desarrolla nuestra cultura jurídico-constitucional, avanza


el control de constitucionalidad y el reconocimiento del proceso y procedimientos
constitucionales y las acciones tutelares (acciones de amparo, de libertad, de protección
de privacidad, popular y de cumplimiento) y de los derechos subjetivos reforzando así
su eficacia, concretando su contenido esencial, y obligando a todos los poderes públicos
e incluso a los particulares a reconocerlos y respetarlos.

3. Controles del tribunal constitucional

Entre los controles constitucionales, que ejerce el tribunal constitucional, se tienen los
siguientes:

3.1 Control normativo

El control normativo, comprendería las siguientes acciones:

 Conocer y resolver las acciones de inconstitucionalidad directas o de carácter abstracto sobre


leyes, estatutos autonómicos, cartas orgánicas, decretos y todo género de ordenanzas y
resoluciones no judiciales;
 Conocer y resolver las acciones de inconstitucionalidad de carácter concreto sobre la
inconstitucionalidad de leyes, estatutos autonómicos, cartas orgánicas, decretos y todo género
de ordenanzas y resoluciones no judiciales;
 Conocer y resolver los recursos contra tributos, impuestos, tasas, patentes, derechos o
contribuciones creados, modificados o suprimidos en contravención a lo dispuesto en la
Constitución;
 Conocer y resolver el control previo de constitucionalidad en la ratificación de los Tratados
Internacionales;
 Conocer y resolver la constitucionalidad del procedimiento de reforma parcial de la
Constitución;
Entre los controles y procedimientos más relevantes del TC, figuran conocer y
resolver las acciones de inconstitucionalidad directas o de carácter abstracto sobre leyes,
estatutos autonómicos, cartas orgánicas, decretos y todo género de ordenanzas y resoluciones
no judiciales. Cabe destacar la amplitud de las normas objeto de control, que alcanzan a
cualquier género de resoluciones no judiciales y la legitimación igualmente amplia para
interponer estas acciones: El presidente del Estado; senadores o diputados; legisladores
departamentales; máximas autoridades ejecutivas de las entidades territoriales autónomas; y,
el defensor del pueblo. Aun cuando se ha ampliado la legitimación activa para interponer
estas acciones, continúa monopolizada por las referidas autoridades nacionales y
departamentales; por tanto, se excluye a los ciudadanos cuando debería permitirse sin
condición alguna con la sola circunstancia de que la Ley, decreto o resolución se considere
inconstitucional con la perspectiva de expulsarla del ordenamiento de comprobarse la
inconstitucionalidad de la Ley.

En relación al alcance del control normativo posterior de constitucionalidad que ejerce


a través del recurso directo o abstracto de inconstitucionalidad ―acción de
inconstitucionalidad abstracta― y el recurso indirecto o incidental de inconstitucionalidad
―acción de inconstitucionalidad concreta―, el TC38 señaló que abarca los siguientes
ámbitos:

a) La verificación de la compatibilidad o incompatibilidad de las disposiciones legales


impugnadas con las normas de la Constitución Política del Estado, lo que incluye el sistema
de valores supremos, principios fundamentales, así como los derechos fundamentales
consagrados en dicha Ley Fundamental;

b) La interpretación de las normas constitucionales así como de la disposición legal


sometida al control desde y conforme a la Constitución Política del Estado;

c) El desarrollo de un juicio relacional para determinar si una norma legal es o no


conforme con las normas constitucionales; determinando previamente el significado de la
norma legal por vía de interpretación;

d) La determinación de mantener las normas de la disposición legal sometida al


control.

38
SC 25/2010 de 20 de septiembre.
El control de constitucionalidad, que se pone de manifiesto en las referidas acciones,
se fundamenta según García de Enterría,39 en el hecho objetivo de que la Constitución es un
norma jurídica, y no cualquiera, sino la primera entre todas, lex superior, aquella que sienta
los valores supremos de un ordenamiento y que desde esa supremacía es capaz de exigir
cuentas, de erigirse en el parámetro de validez de todas las demás normas jurídicas del
sistema. Se trata de una acción de verificación de la compatibilidad y conformidad de las
disposiciones legales, los actos y resoluciones de los gobernantes con los valores supremos,
los derechos fundamentales y garantías de las personas consagrados por la Constitución.

En la misma línea, Rivera Santiváñez40 advierte que la adopción de un adecuado


sistema de control de constitucionalidad por parte de los Estados Latinoamericanos es de vital
importancia en este nuevo escenario mundial caracterizado por los procesos de globalización
y de integración regional, así como la imposición de la economía de mercados, donde el ser
humano está al servicio de la economía y el mercado, cuando debiera ser a la inversa.
También advierte que resulta extremadamente importante el consolidar los sistemas
constitucionales vigentes como una base esencial para lograr la convivencia pacífica y la
construcción de una sociedad democrática basada en los valores supremos de la justicia, la
libertad, la seguridad y el bien común, así como un orden económico y social justo.

Con este propósito, debe fortalecerse el sistema de control de constitucionalidad y no


olvidarse que una Jurisdicción Constitucional que cumpla su función con idoneidad,
celeridad y transparencia, al margen de preservar el sistema constitucional y el orden
democrático, se constituye en un poderoso factor de pacificación social, en la medida en que
protege a la ciudadanía en el ejercicio de sus derechos fundamentales poniendo límites al
ejercicio político del poder público y particular.

3.2 Protección de los derechos

El tribunal constitucional ejerce la protección de los derechos fundamentales,


mediante: a) La revisión de las acciones de libertad, amparo constitucional, de protección de
privacidad, cumplimiento; y, b) Los recursos contra resoluciones del órgano legislativo,
cuando sus resoluciones afecten a uno o más derechos, cualesquiera sean las personas
afectadas. El TC conoce todas estas acciones cuando sus resoluciones afecten a uno o más
derechos cualesquiera sean las personas afectadas. No sólo estamos ante una regla

39
GARCÍA DE ENTERRÍA, E. La Constitución como norma…Ob. Cit., p. 131.
40
RIVERA SANTIVÁÑEZ, J.A. Temas de Derecho Procesal Constitucional, Cochabamba, Ed. Kipus, 2007, p.
111.
generalizada en el derecho comparado, sino que entendemos plenamente justificada esta
competencia del TC por cuanto los derechos fundamentales ocupan un lugar singular en el
ordenamiento constitucional.

Bien puede decirse que los derechos y libertades constitucionales se sitúan en un lugar
preferente en el seno del ordenamiento, con lo que su vulneración implica la propia
constricción de la Ley Fundamental. De ahí que su salvaguarda no sólo suponga la protección
de un derecho subjetivo, sino también entrañe la defensa objetiva de la Constitución,
sirviendo para ello los procesos, procedimientos y acciones de defensa a un fin que
transciende de lo estrictamente singular. Estas acciones comprenden a todos los derechos
consagrados en la Constitución, así como a los derechos humanos reconocidos por los
tratados, convenciones y pactos internacionales. La Ley fundamental proclama que las normas
relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce, se
interpretarán de conformidad con la declaración universal de derechos humanos y con los
tratados y convenios internacionales en estas materias ratificados por Bolivia (13.IV, 256 y
410.II).

Para García de Enterría,41 esto basta para justificar que la Constitución se haya creído
obligada a dispensar a los derechos fundamentales una superprotección, como base que son
del sistema entero, y a implicar en esa protección reforzada al propio TC porque la eficacia de
la Constitución ha pasado a ser en primer término la eficacia de los derechos fundamentales.

En relación a los controles de las resoluciones del órgano legislativo, cuando sus
resoluciones afectan a uno o más derechos cualesquiera sean las personas afectadas, hay que
entender su atribución al TC por razones bien semejantes a las inmediatamente antes
apuntadas. Pues bien, la acción de amparo constitucional tendrá lugar contra actos u
omisiones ilegales o indebidas de los servidores públicos, o de persona individual o colectiva
que restrinjan, supriman o amenacen restringir o suprimir los derechos y garantías
reconocidos por la Constitución y la Ley (arts. 128-129 CPE). Estos preceptos ponen de
manifiesto que ningún órgano del Estado o servidor público o persona particular, está exento
del control de constitucionalidad y siempre además se debe imponer la supremacía de la
Constitución.

3.3 Los conflictos de competencias

41
GARCÍA DE ENTERRÍA, E. La Constitución como norma…Ob. Cit., p. 153.
Estos controles y procedimientos serían: a) conocer y resolver los conflictos de
competencias y atribuciones entre órganos del poder público; b) conocer y resolver los
conflictos de competencias entre el gobierno plurinacional, las entidades territoriales
autónomas y descentralizadas, y entre éstas; y, c) conocer y resolver los conflictos de
competencia entre la jurisdicción indígena originario campesina y la jurisdicción ordinaria y
agroambiental.

La Constitución prevé como atribuciones del TC conocer y resolver los referidos


conflictos de competencias cuando no haya sido posible resolverlos en el trámite
administrativo previsto por Ley (art. 202.2.3). La justificación de esta competencia del TC
parece clara por cuanto todo conflicto entre órganos constitucionales es, por sí mismo, un
conflicto constitucional que pone en cuestión el sistema organizativo que la Constitución,
como una de sus funciones básicas, ha establecido. Además como sostiene Rivera
Santiváñez,42 el TC es el principal y eficaz garante de la vigencia plena de la Constitución,
como norma básica de convivencia pacífica y construcción democrática de la sociedad
boliviana.

En palabras del TC,43 el conflicto de competencia es un proceso constitucional que


tiene la finalidad de determinar el titular de una competencia asignada por la Constitución
Política del Estado o las leyes orgánicas, en aquellos casos en los que, con motivo de emitir
una disposición, resolución o adoptar un acto, se genera un conflicto porque se entiende que
uno de los titulares de un órgano público invade el ámbito de competencia de otro.

Este proceso se configura cuando sobre la tramitación de un determinado asunto


existen dos autoridades que reivindican para sí la competencia, es decir, una autoridad que
tramita un asunto, sin tener, en apariencia, competencia para ello, y una segunda autoridad
que, en apariencia, sí tiene competencia para tramitar ese asunto, en cuyo caso corresponde al
tribunal constitucional dirimir el conflicto señalando cuál es la autoridad competente. De ahí
que es necesaria la concurrencia de dos autoridades que reivindiquen para sí una competencia
asignada por la Constitución o la ley para conocer y resolver un determinado asunto, frente a
cuya situación interviene el tribunal constitucional dirimiendo el conflicto y determinando a
cuál de las autoridades le corresponde la competencia para resolver el caso que genera la
controversia.
42
RIVERA SANTIVÁÑEZ, J.A. El Tribunal Constitucional Defensor…Ob. Cit., p. 20.
43
SC 001/2007 de 10 de mayo, que a su vez se remite a la 0001/2004 de 16 de febrero.
Los conflictos se originan entre los órganos del poder público a nivel horizontal (entre
los órganos del poder central o los órganos del poder local y entre los órganos de la
administración departamental), o a nivel vertical o territorial (entre un órgano del poder local
o departamental con un órgano del poder central), por la invasión de las competencias
asignadas por la Constitución y las leyes orgánicas.

El “control del ejercicio del poder político” busca salvaguardar el principio


constitucional de la separación de funciones y controlar el ejercicio competencial de cada
órgano del Estado, especialmente a partir del reconocimiento de las autonomías que supone
una variedad de competencias estatales, conocidas como privativas, indelegables, exclusivas,
compartidas y concurrentes entre la administración central y las delegadas a los
Departamentos y demás entidades territoriales y locales. Todas estas atribuciones tienen la
finalidad de racionalizar el ejercicio del poder público que nunca está exento de tensiones y
dificultades, pues con frecuencia se producen bloqueos entre los órganos del gobierno
nacional, así como invasiones de las competencias delimitadas por la Constitución.

El TC se constituye en un verdadero árbitro, altamente especializado y capaz de


conocer y resolver cualquier conflicto competencial entre los diferentes órgano del Estado, los
gobiernos departamentales autónomos, así como entre los órganos territoriales, y los
diferentes tribunales ordinario e indígena y agroambiental. Y será el encargado de concretar la
delimitación de competencias, distribuyendo razonablemente el sistema autonómico y el
reparto territorial del poder público.

3.4 Órgano consultivo

El TC ejerce como Órgano consultivo en relación con el control de la


constitucionalidad, a cuyo efecto se le atribuye: a) Ejercer el control previo sobre la
constitucionalidad de estatutos autonómicos y cartas orgánicas aprobados por los órganos
deliberativos de las entidades territoriales; b) Conocer y resolver el control previo sobre el
texto de las preguntas de la convocatoria a referendo nacional, departamental y municipal; y,
c) Conocer y resolver las consultas del presidente del Estado, de la asamblea legislativa
nacional, del tribunal supremo de justicia o del tribunal agroambiental, sobre la
constitucionalidad de proyectos ley.

Las consultas sólo proceden en la medida en que haya duda fundada sobre la
constitucionalidad de los estatutos autonómicos y cartas orgánicas aprobadas por los órganos
deliberativos de las entidades territoriales, así como del texto de las preguntas de la
convocatoria a referendo nacional, departamental y municipal, entre otros. En general, tienen
legitimidad activa para formular las consultas: 1) El presidente del Estado cuando se trate de
proyectos de ley de iniciativa del órgano ejecutivo; 2) El presidente de la asamblea legislativa
nacional, tratándose de proyectos de ley, cuando la consulta fuere aprobada por resolución del
pleno de la asamblea legislativa nacional o por una de sus cámaras; y, 3) El presidente del
tribunal supremo de justicia o del tribunal agroambiental, previa aprobación de sala plena, en
caso de proyectos de ley en materia judicial y reforma de los códigos.

También las autoridades indígena originario campesinas podrán consultar al TC la


aplicación de sus normas a un caso concreto, para que éste determine su compatibilidad con la
Constitución, así como se le consultará la constitucionalidad de las preguntas del referendo y
los proyectos de estatuto o carta orgánica del órgano deliberante de las entidades territoriales
autónomas. Las consultas, que tendrán efectos vinculantes para el órgano que promueve las
mismas, tienen las siguientes consecuencias: a) en contra del proyecto consultado ya no podrá
interponerse otro recurso posterior sobre las cuestiones consideradas y absueltas por el TC; o,
b) la declaratoria de inconstitucionalidad suspende definitivamente la tramitación y
aprobación del proyecto legislativo respectivo y no podrá plantearse otro recurso en los
mismos términos.
CAPÍTULO III

La jurisdicción constitucional (I)

1. Concepto y estructura orgánica. 2. Naturaleza jurídica. 3. Estatuto de los


magistrados. 3.1 Elección. 3.2. Requisitos. 3.3 Prohibiciones e incompatibilidades.
3.4 Posesión y cesación. 3.5 Status jurídico de los suplentes. 4. Comisión de
admisión. 4.1 El procedimiento. 4.2 Rechazo. 4.3 Recurso. 5. La excusa. 5.1 El
procedimiento solo permite la excusa. 5.2 Efectos. 6. Juicio político.

1. Concepto y estructura orgánica

El derecho procesal constitucional no solo comprende y analiza las normas jurídicas


nacionales e internacionales, reglas, valores y principios, que regulan el proceso y los
procedimientos constitucionales sino también se ocupa del estudio, la composición,
organización y atribuciones de la jurisdicción constitucional. El tribunal constitucional es el
máximo guardián y supremo intérprete judicial de la Constitución, garante de la supremacía
de los valores y principios democráticos, encargado de ejercer el control de
constitucionalidad y precautelar el respeto y vigencia de los derechos y garantías
constitucionales (art. 196.1 CPE).

El tribunal ha constitucionalizado todo el ordenamiento jurídico nacional, y debe


racionalizar y limitar el poder del Estado. La Constitución proclama que los jueces en materia
penal y las salas constitucionales en los departamentos conocerán los procesos,
procedimientos y acciones de libertad, amparo constitucional, protección de privacidad,
popular y de cumplimiento, y se pronunciarán conforme con la Constitución y la Ley.

El TC44 desde un principio dejaba claramente establecido que ningún órgano del
Estado puede sustraerse al control de constitucionalidad, previsto en la Constitución, y
argumentaba que en un Estado Constitucional de Derecho, cuyo orden jurídico y político se
sustenta sobre la base del principio fundamental de la supremacía constitucional, las
decisiones y resoluciones de todos los órganos públicos están subordinados a las normas
previstas por la Constitución, por lo mismo ningún órgano, entidad, autoridad o funcionario
público puede sustraerse al control de constitucionalidad.

44
SC 633/2002-R de 29 de mayo.
La jurisdicción constitucional está conformada por nueve magistradas y magistrados
titulares y nueve suplentes: dos de estas autoridades serán del sistema indígena originario
campesino, por auto-identificación personal, y desempeñarán sus funciones por un periodo
personal de seis años, computables a partir de la fecha de su posesión, no pudiendo ser
reelegidos de manera continua; además, el ejercicio de la magistratura constitucional será de
dedicación exclusiva.

El TC actúa en pleno, presidido por una presidenta o un presidente y está dividido en


cuatro salas, compuestas por dos magistradas o magistrados, presididas cada una por una
presidenta o un presidente. La presidenta o el presidente del TC tendrá las siguientes
atribuciones: ejercer la representación del TC en todo el territorio nacional y ante la
Comunidad Internacional; convocar y presidir las sesiones de sala plena del TC; hacer
cumplir las resoluciones del TC y la sala plena, tanto del ámbito jurisdiccional como
disciplinario; velar por la correcta y pronta administración de justicia constitucional; conceder
licencias a magistradas o magistrados conforme con el reglamento; dirimir con su voto en
caso de empate tanto de la sala plena, como de las salas especializadas; ejercer las demás
funciones que establezca el reglamento interno del TC. La presidenta o el presidente del TC
no forma parte de las salas.

En general, todas las salas del TC conocerán y resolverán las acciones de libertad,
amparo constitucional, protección de privacidad, popular y de cumplimiento; además,
habilitará a una de sus salas para conocer adicional y exclusivamente las consultas de las
autoridades indígena originario campesinas sobre la aplicación de sus normas jurídicas a un
caso concreto. La presidencia de las salas será ejercida por turnos de un año entre las
magistradas y los magistrados de la sala, y tendrá las siguientes atribuciones: controlar el
sorteo para la distribución de causas en la sala que preside y supervisar el desempeño de
funciones del personal de apoyo jurisdiccional y administrativo en la sala que preside.

El TC tendrá una secretaria o secretario general, una directora o director


administrativo, cuerpo de asesores y demás funcionarios necesarios que serán designados por
el pleno; y puede contratar consultores para casos complejos y específicos. Y fijará la forma y
requisitos de designación estableciendo sus funciones, según reglamento. El presupuesto del
TC será aprobado en sala plena y ejecutado por la dirección administrativa, que viene a ser la
encargada de administrar sus recursos económicos, de acuerdo con la Ley del sistema de
control gubernamental y hacer cumplir las normas relativas a la administración interna del TC
y otras establecidas en el reglamento. El constituyente del 2009 aumentó el número de
magistrados de cinco a nueve, y lo ha dotado de una cierta independencia económica, una
dirección administrativa y un cuerpo de asesores y consultores de tal forma que la justicia
constitucional sea eficiente, idónea, rápida y en condiciones de resolver la elevada carga
procesal acumulada (arts. 10-38 LTC).

En todo caso, el TCP tiene el desafío de prestar un buen servicio y resolver cualquier
deficiencia o limitaciones que pudieran existir. Según Fernández Segado,45 la existencia de la
jurisdicción constitucional se impone en la época actual, y viene a equilibrar el considerable e
inquietante crecimiento del legislativo y del ejecutivo, fruto a su vez de la gradual
transformación del Estado providencia en un Estado administrativo, que deriva
ineludiblemente de la expansión de las declaraciones de derecho, que constituye el común
denominador de la mayoría de los textos constitucionales, y muy en especial de los que han
sido concebidos como reacción contra los abusos y perversiones de los regímenes
dictatoriales que condujeron a la segunda guerra mundial, y que además han dejado de ser
proclamaciones meramente filosóficas o retóricas desde el mismo momento en que su
aplicación efectiva se confía a un órgano jurisdiccional especializado.

El referido autor recordaba a Kelsen, cuando proponía que la organización de la


jurisdicción constitucional debería modelarse sobre las particularidades de cada Constitución,
y unas consideraciones de alcance y valor generales, a saber:

1) El número de miembros de estos tribunales no ha de ser muy elevado en cuanto


deben cumplir una misión puramente jurídica de interpretación de la Constitución;

2) Por lo que se refiere al sistema de reclutamiento de los magistrados


constitucionales, no se puede propugnar sin reservas ni la simple elección parlamentaria, ni el
nombramiento exclusivo por el Jefe del Estado o el gobierno;

3) Es de la mayor relevancia la cualificación técnica de los magistrados, que debe


conducir a otorgar un lugar adecuado en estos órganos a los juristas de profesión. Es del
mayor interés para un tribunal constitucional reforzar su autoridad mediante la incorporación
al mismo de especialistas eminentes;

45
FERNÁNDEZ SEGADO, F. La Jurisdicción Constitucional en la Reforma de la Constitución de Bolivia de
1994, en AAVV La Jurisdicción Constitucional en Iberoamérica, Madrid, Ed. Dykinson, 1997, p.50.
4) Exclusión del tribunal de miembros de instancias políticas;

5) Rechazo de todo influjo político en la jurisprudencia constitucional y, en su caso,


canalización del mismo.

Todas estas recomendaciones del mentor del TC cobran actualidad en Bolivia ya que
el constituyente, en contra de estas sugerencias, ha optado por un sistema eleccionario y
consiguiente politización de las designaciones de sus magistrados, con lo cual corre el riesgo
de perder el rumbo el tribunal especializado en materia constitucional.

3. Naturaleza jurídica

El TC es independiente de los demás órganos constitucionales y está sometido


sólo a la Constitución y a su Ley orgánica (Ley Nº 027 de 6 de julio de 2010). En
verdad es un tribunal especializado e independiente que, en principio, ha sido objeto de
un título específico al margen del relativo al órgano judicial (arts. 196-204 CPE). Y
debe fortalecerse su papel de contralor y guardián de la Constitución y protector de los
derechos fundamentales y garantías constitucionales.

Esta independencia del TC, según Rivera Santiváñez,46 significa que el órgano
contralor de la constitucionalidad debe ser distinto y separado de los órganos cuyos actos,
decisiones o resoluciones controla; así, esta labor no puede encomendarse al mismo órgano
del que emana la disposición legal o acto que debe ser sometido al control; es decir, el
parlamento que ha emitido la Ley es el menos idóneo para convertirse en defensor de la
Constitución. Esta garantía resulta de vital importancia para el adecuado funcionamiento del
sistema de control, toda vez que si existiese una relación de dependencia entre el órgano
contralor y el órgano cuyos actos se somete al control, el primero vería obstaculizada su labor
ya que toda relación de dependencia genera subordinación.

En lo específico, la LTC (arts. 4-8) deja claramente establecido:

46
RIVERA SANTIVÁÑEZ, J.A. Tribunal Constitucional en el nuevo modelo de Estado, en AAVV IX
Seminario Internacional, Justicia Constitucional y Estado de Derecho, Memoria Nº 10, Sucre,
publicación del TC, 2006, p. 121.
a) La Constitución es la norma suprema del ordenamiento jurídico boliviano y
goza de primacía frente a cualquier otra disposición normativa;

b) El bloque de constitucionalidad está integrado por los tratados y convenios


internacionales en materia de derechos humanos, y las normas de derecho comunitario
ratificados por el país;

c) El TC en su labor de guardián de la Constitución es el intérprete supremo de


la Ley fundamental, sin perjuicio de la facultad interpretativa que tiene la asamblea
legislativa como órgano depositario de la soberanía popular;

d) Cuando una norma jurídica acepte más de una interpretación, el TC bajo el


principio de conservación de la norma, adoptará la interpretación que concuerde con el
texto constitucional;

e) Las resoluciones del TC son de carácter vinculante y de cumplimiento


obligatorio, y contra ellas no cabe recurso ordinario ulterior alguno.

Al margen de la singular “reserva interpretativa” que se autoproclama la


asamblea legislativa, llama la atención el mandato constitucional (art. 196.II), repetido
en la Ley en el sentido de que “el tribunal constitucional plurinacional aplicará como
criterio de interpretación, con preferencia, la voluntad del constituyente, de acuerdo con
sus documentos, actas y resoluciones, así como el tenor literal del texto”.

Este mandato constituye un verdadero despropósito jurídico porque puede llegar


a desnaturalizar la principal función del TC y, en su caso, desbordar sus tareas si se
toma en cuenta no sólo que los documentos, actas y resoluciones de la asamblea
constituyente, son insuficientes y casi inexistentes sino que además cuáles actas se
tomarán en cuenta las de la sede original de sus funciones en Sucre o, las que se
hicieron en Oruro donde huyeron los legisladores luego de los muertos de la Calancha
o, las actas del congreso nacional que también intervino haciendo de partero de la
Constitución de 2009.

Al margen de esta viveza criolla de buscar cómo degradar la independencia del


TC condicionando su labor interpretativa, hay que establecer con absoluta rotundidad
que toda la Constitución tiene valor normativo inmediato y directo, según el artículo
108 cuando dispone que son deberes de las bolivianas y bolivianos: 1) Conocer, cumplir
y hacer cumplir la Constitución y las Leyes; 2) Conocer, respetar y promover los
derechos reconocidos en la Constitución; 3) Promover y difundir la práctica de los
valores y principios que proclama la Constitución, entre otros.

Lo que el constituyente ha querido dejar establecido es que la Constitución tiene


valor específico no como una norma cualquiera, de cualquier contenido, sino
precisamente como portadora de unos determinados valores materiales que tienen
primacía en el ordenamiento jurídico, ya que es la “norma suprema del ordenamiento
jurídico boliviano y goza de primacía frente a cualquier otra disposición normativa”, y
todas las personas, naturales y jurídicas, así como los órganos públicos se encuentran
sometidos a ella (art. 410 CPE).

Tal como sostenía García de Enterría,47 la supremacía de la Constitución sobre


todas las normas y su carácter central en la construcción y en la validez del
ordenamiento en su conjunto, obligan a interpretar éste en cualquier momento de su
aplicación ―por operadores públicos o por operadores privados, por tribunales o por
órganos legislativos o administrativos― en el sentido que resulta de los principios y
reglas constitucionales, tanto los generales como los específicos referentes a la materia
de que se trate. Este principio es una consecuencia derivada del carácter normativo de la
Constitución y de su rango supremo y está reconocido en los sistemas que hacen de ese
carácter un postulado básico.

Este autor aclaraba no obstante que el origen del principio de la supremacía que
impone la interpretación conforme a la Constitución de todo el ordenamiento está en el
proceso de constitucionalidad de las Leyes: antes de que una Ley sea declarada
inconstitucional, el juez que efectúe el examen tiene el deber de buscar en vía
interpretativa una concordancia de dicha Ley con la Constitución. En cualquier caso,
debe imponerse la prudencia porque la anulación de una Ley es un suceso bastante más
grave que la anulación de un acto de la Administración, ya que genera por sí sola una
gran inseguridad jurídica.

Con el propósito de evitar la referida inseguridad y confusión jurídica a los


ciudadanos y a todos los poderes públicos, la Ley (art. 5) presume la “constitucionalidad
de toda ley, decreto, resolución y actos de los órganos del Estado en todos sus niveles,
hasta tanto el tribunal constitucional resuelva y declare su inconstitucionalidad”.

47
GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo, La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional, cuarta
edición, Navarra, Ed. Aranzadi, 2006, pp. 97 y ss.
Llegados a este punto y siguiendo a Fernández Segado48 destacaremos del TC algunos
de sus rasgos más relevantes:

a) Consideración del tribunal como un órgano independiente de los demás


órganos del Estado y sometido tan sólo a la Constitución y la Ley Nº 027 de 6 de julio
de 2010;

b) Atribución al tribunal de las funciones del control de la constitucionalidad y


de la supremacía de la Constitución e intérprete supremo de la Ley fundamental;

c) Conformación del tribunal integrado ahora por nueve magistrados titulares y


nueve magistrados suplentes, elegidos por voto popular, con título de abogados,
especializados en derecho constitucional, administrativo o derechos humanos;

d) Atribución al tribunal de un amplísimo elenco de competencias, hasta doce


diferentes, extraídas en su mayor parte de las atribuidas a la ex Corte Suprema de
Justicia;

e) Otorgamiento de la legitimación para las acciones de inconstitucionalidad


abstracta contra toda Ley, estatuto autonómico, carta orgánica, decreto o cualquier
género de ordenanzas y resoluciones no judiciales, al presidente del Estado, a cualquier
diputado o senador o legislador de las entidades territoriales autónomas, máximas
autoridades ejecutivas de las entidades territoriales autónomas, y al defensor del pueblo.

3. Estatuto de los magistrados

El TC estará integrado por magistradas y magistrados, titulares y suplentes, que serán


elegidos según establece la Ley del régimen electoral y reglamenta el órgano electoral (art.
197 CPE, y art. 13 y s. LTC).

3.1 Elección

La novedad que ha introducido el constituyente de 2009 es que los magistrados


titulares y suplentes son elegidos por sufragio universal, según el siguiente procedimiento:

48
FERNÁNDEZ SEGADO, F. La Jurisdicción Constitucional en la Reforma…Ob. Cit., p. 364.
a) La convocatoria del proceso de preselección de las magistradas y los magistrados
del TC, titulares y suplentes será emitida por la asamblea legislativa plurinacional y precisará
las condiciones de elegibilidad y las características del procedimiento de preselección.

b) Faltando seis meses para la fecha en que concluirá el mandato de las magistradas y
los magistrados del TC, la asamblea legislativa emitirá la convocatoria a preselección de las
candidatas y los candidatos. Las elecciones deberán realizarse cuando menos treinta días antes
del fenecimiento del mandato de las magistradas y los magistrados. En el proceso de
postulación, preselección y selección no sólo participará el control social de acuerdo con la
ley, sino también se garantizará la participación ciudadana, aunque no se dice cómo ni en qué
condiciones.

Entre las particularidades de este proceso eleccionario, la asamblea legislativa, por


voto de dos tercios de sus miembros presentes, realizará la preselección de postulantes, de los
cuales la mitad serán mujeres, y remitirá la nómina de precalificados al órgano
electoral. Asimismo, las candidatas y candidatos de manera directa o a través de terceras
personas, no podrán realizar campaña electoral en favor de sus candidaturas, bajo sanción de
inhabilitación. Ciertamente, el órgano electoral será el único responsable de difundir los
méritos de las candidatas y candidatos. Las y los candidatos más votados serán las
magistradas y los magistrados titulares del TC, y las candidatas o candidatos siguientes en
votación serán suplentes.
Tal como advierte Rivera Santiváñez, la elección directa por voto popular de las
principales autoridades del órgano judicial, no es el sistema más idóneo ni razonable, ya que
ese mecanismo menoscaba su independencia sometiéndolo a la voluntad omnímoda y las
presiones política de una mayoría circunstancial, sustrayéndolo de su sometimiento a la
Constitución, lo que disminuye su capacidad de defensa de la democracia y la protección de
los derechos fundamentales.49
En la misma línea, López Guerra consideraba que “la elección no garantiza en modo
alguno la calidad técnica y el conocimiento del derecho; la dependencia del beneplácito
popular y partidista (sobre todo cuando los candidatos a jueces se presentan expresamente
como candidatos de un partido) puede conducir a una aplicación del derecho excesivamente
dependiente de las preferencias del momento de grupos o entidades sociales que el juez

49
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, Legitimación Democrática de los Jueces Constitucionales, en
AAVV Constitucionalismo y Democracia en Iberoamérica, XI Seminario Internacional, Memoria Nº 12, Sucre,
2008, pp. 181-182.
estime poderosas o influyentes en la opinión pública, en detrimento de la justicia o de la
seguridad jurídica”.50
En realidad mientras continúe el copamiento partidario y, obviamente, no haya la
firme voluntad política de despolitizar al órgano judicial en su conjunto, se atenta contra la
independencia e imparcialidad de los jueces, tribunales y magistrados tanto de la justicia
ordinaria como del TC y por este camino no sólo continuará la degradación de la justicia,
sino que además se constituirá en el caldo de cultivo para la corrupción interna y externa.

3.2 Requisitos

La Constitución (art. 199) y la Ley (art.17), prevén que para optar a la magistratura
del TC se exige contar con la nacionalidad boliviana; haber cumplido con los deberes
militares para los varones; haber cumplido treinta y cinco años; no tener pliego de cargo
ejecutoriado ni sentencia condenatoria ejecutoriada en materia penal pendiente de
cumplimiento; tener especialización o experiencia acreditada de por lo menos ocho años en
las disciplinas de derecho constitucional, administrativo o derechos humanos; no estar
comprendido en los casos de prohibición, inelegibilidad ni incompatibilidad establecidos en
la Constitución y la Ley; estar inscrita o inscrito en el padrón electoral; hablar al menos dos
idiomas oficiales del país; título de abogada o abogado; no haber sido destituido por el
consejo de la magistratura. Y para la calificación de méritos se tomará en cuenta el haber
ejercido la calidad de autoridad originaria bajo su sistema de justicia; además, los candidatos
podrán ser propuestos por organizaciones de la sociedad civil y de las naciones y pueblos
indígena originario campesinos.
La persona que cumpla con los requisitos exigidos en la Constitución y la Ley para ser
elegida magistrada o magistrado del TC, podrá presentar su postulación ante la Asamblea
Legislativa. También podrán ser propuestas y propuestos no obstante por organizaciones
sociales de las naciones y pueblos indígena originario campesinos y de la sociedad civil en
general.
A diferencia de los primeros magistrados del TC que eran profesores universitarios y
especialistas en derecho público y además tenían credibilidad nacional e internacional, la
mayoría de los que fueron designados en las elecciones del 16 de octubre de 2011 y el 03 de
diciembre de 2017 no sólo que no tenían ni de lejos el perfil de los primeros sino que

50
LÓPEZ GUERRA, Luis, El Poder Judicial en el Estado Constitucional, Lima, Palestra Editores, 2001, p. 67.
prácticamente fueron rechazados en las urnas pero igual fueron posesionados y ejercieron
como magistrados. Estos resultados pueden incidir en el fortalecimiento, la credibilidad y la
confianza institucional porque en gran medida estas cualidades dependen del capital humano
elegido y las condiciones en las que tienen que cumplir su trabajo.

3.3 Prohibiciones e incompatibilidades

Las prohibiciones e incompatibilidades buscan garantizar la independencia e


imparcialidad del TC. La Constitución proclama en efecto que “la potestad de impartir
justicia emana del pueblo boliviano y se sustenta en los principios de independencia,
imparcialidad, seguridad jurídica, publicidad, probidad, celeridad, gratuidad, pluralismo
jurídico, interculturalidad, equidad, servicio a la sociedad, participación ciudadana,
armonía social y respeto a los derechos” (arts. 120.1-178).
Con la finalidad de concretar estas garantizar la misma Constitución (art. 236),
prohíbe desempeñar simultáneamente más de un cargo público remunerado a tiempo
completo; actuar cuando sus intereses entren en conflicto con los de la entidad donde
prestan sus servicios y celebrar contratos o realizar negocios con la Administración
Pública directa, indirectamente o en representación de tercera persona; nombrar en la
función pública a personas con las cuales tengan parentesco hasta el cuarto grado de
consanguinidad y segundo de afinidad.
La Ley fundamental (art. 238) aclara, igualmente, que tampoco podrán acceder a
cargos públicos: 1) Quienes ocuparon u ocupen cargos directivos en empresas o
corporaciones que tengan contratos o convenios con el Estado, y no hayan renunciado al
menos tres meses antes al día de la elección; 2) Quienes hayan ocupado cargos
directivos en empresas extranjeras transnacionales que tengan contratos o convenios con
el Estado, y no hayan renunciado al menos cinco años antes al día de la elección; 3)
Quienes ocupen cargos electivos, de designación o de libre nombramiento, que no
hayan renunciado a éste, al menos tres meses antes al día de la elección, excepto el
presidente y el vicepresidente de la república; 4) Los miembros de las fuerzas armadas y
de la policía boliviana en servicio activo que no hayan renunciado al menos tres meses
antes al día de la elección; 5) Los ministros de cualquier culto religioso que no hayan
renunciado al menos tres meses antes al día de la elección.
Todas estas prohibiciones buscan, asimismo, la imparcialidad en el sentido de
que los magistrados se han erigido en los protagonistas del Estado Constitucional de
Derecho, por cuanto tienen que velar por la supremacía de la Constitución, ejercer el
control de constitucionalidad y precautelar el respeto y vigencia de los derechos y
garantías constitucionales. La necesidad de garantizar la imparcialidad judicial viene
impuesta también por los convenios y pactos internacionales; por ejemplo, la
declaración universal de los derechos humanos (art. 10) establece que “toda persona
tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia
por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y
obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal”.
La convención americana de derechos humanos (art. 8.1) prevé “toda persona
tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por
un juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad
por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para
la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de
cualquier otro carácter”.
Con este reconocimiento internacional queda clara la idea de que existe un
derecho fundamental a la imparcialidad, comparable y capaz de ser protegido como
cualquier otro derecho fundamental. En consecuencia, el fundamento del Estado
Constitucional de Derecho descansa en la justicia imparcial y obviamente sin esa
confianza cualquier sistema se resquebraja tarde o temprano, porque a falta de ésta el
sistema sólo subsistiría por la fuerza coactiva del poder.
Todas estas prohibiciones se complementan con las incompatibilidades para el
ejercicio de la función judicial, que son: 1) Con el ejercicio de todo otro cargo público
remunerado, incluyendo a militares y policías en servicio activo, aun cuando se den en
comisión temporal; y cualquier aceptación significa renuncia tácita a la función judicial
y anula sus actos jurisdiccionales; 2) Tampoco podrán ejercer ninguna actividad política
o sindical bajo la misma sanción; 3) El ejercicio de la abogacía; 4) El ejercicio de la
función docente; y, 5) Las funciones de las magistradas o los magistrados, las o los
vocales, juezas o jueces y servidoras o servidores de apoyo judicial que tengan parientes
hasta el cuarto grado de consanguinidad y de afinidad hasta el segundo grado, con
vínculos de adopción o espiritual provenientes del matrimonio o bautismo, no podrán
ejercer sus funciones en un mismo tribunal o en dos tribunales o juzgados inmediatos en
grado.
Entre estas prohibiciones figura que el magistrado no puede “ejercer ninguna
actividad política o sindical…” Sin embargo, el TC español aclaraba que la ideología
política es un problema privado, íntimo, respecto del que se reconoce la más amplia
libertad.51 Mientras la ideología es propia y exclusiva del ámbito íntimo, el compromiso
militante se exterioriza y, por tanto, se prohíbe y constituye una causal de excusa y
recusación. El magistrado constitucional ha de ser un atento observador y un conocedor
de los acontecimientos socio-políticos de su tiempo, y de la sociedad en la que vive y
para la que trabaja. En realidad ha de percibir sus orientaciones y sus intereses, y ha de
tenerlos en cuenta a la hora de cumplir su función esencial: garantizar la supremacía de
la Constitución así como el respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos.

3.4 Posesión y cesación

Antes de tomar posesión el magistrado debe cumplir una serie de formalidades


legales. La Constitución (art. 235.3) y la Ley Nº 1178 de 20 de julio de 1990, exigen a todos
los funcionarios públicos antes de tomar posesión de sus cargos, declarar específicamente los
bienes o rentas que tengan sujetos a verificación. La declaración de bienes se realiza
mediante formularios ante la contraloría general de la república, formalidad que debe estar
acompañada de toda la documentación que lo habilita al postulante para ser magistrado.
El próximo paso será el acto formal y solemne de posesión y juramento de los
magistrados designados, donde los mismos jurarán cumplir y hacer cumplir la Constitución y
las Leyes, los derechos fundamentales de las personas y los principios democráticos. A partir
de la posesión y juramento formal a cargo del presidente del Estado, el magistrado comienza
a ejercer el cargo, y queda habilitado para desempeñar las funciones previstas en la
Constitución y la Ley. No obstante, en contra de la sana costumbre de que los magistrados
eran posesionados por el órgano legislativo, ahora las magistradas y los magistrados titulares
y suplentes del TC serán posesionados por la presidenta o presidente del Estado.

Por otra parte, la Ley (art. 22) reglamenta que las magistradas o los magistrados
cesarán en sus cargos por las siguientes causas: cumplimiento del periodo de funciones o de
su mandato; incapacidad absoluta y permanente declarada judicialmente; renuncia; sentencia
penal condenatoria ejecutoriada; pliego de cargo ejecutoriado; incurrir en alguna prohibición

51
El TC español (autos de 4 de mayo y 20 de julio de 1983).
o causa de incompatibilidad; otras establecidas por ley. La normativa advierte que conocida y
comprobada la concurrencia de la causal de cesación, la sala plena del TC decretará la
cesación y declarará la acefalía a los fines de la convocatoria de la o el suplente.

3.5 Status jurídico de los suplentes

Las magistradas y magistrados suplentes asumirán funciones en caso de ausencia del


titular, o por otros motivos establecidos en la ley, y serán elegidos los siguientes candidatos
que hubieren participado en la elección por orden correlativo de votación. La octava o el
octavo en votación será suplente del primer votado y así sucesivamente hasta el catorceavo en
votación, que será suplente del séptimo votado, y el Órgano Electoral entregará a la presidenta
o el presidente del TC la lista de espera con los habilitables. Y las siguientes candidatas y
candidatos que no hubieren salido electos titulares o suplentes, serán habilitados como
suplentes, cuando éstos pasen a ejercer la titularidad de manera permanente.

La normativa establece que los magistrados suplentes ejercen la función jurisdiccional,


cuando no pueda constituir quórum la sala plena o en las salas especializadas, por ausencia
temporal o definitiva, recusación o excusa, de una magistrada o un magistrado, la presidenta o
el presidente o la decana o el decano; o cuando por ausencia definitiva de un titular, la
suplente o el suplente pase a ejercer la titularidad, se convocará a los miembros de la lista de
habilitables para que uno de ellos actúe como suplente. En cualquier caso, los miembros de
esta lista serán convocados por orden correlativo, de acuerdo con el número de votos
obtenidos en el proceso electoral. Sin embargo las magistradas y los magistrados suplentes no
están sujetos a las causales de incompatibilidad de los titulares, mientras no ejerzan la
titularidad; además, tendrán la obligación de concurrir a las reuniones plenarias del tribunal y
de sus salas, a convocatoria expresa de la presidenta o presidente y ejercerán sus funciones
con las mismas competencias del titular, y percibirán una remuneración equivalente a los días
de haber de un titular, según corresponda.

4. Comisión de admisión

En la estructura organizativa del TC, figura la comisión de admisión conformada


por tres magistrados que desempeñan sus funciones en forma rotativa y obligatoria y
debe pronunciarse (admitiendo, observando o rechazando) dentro de los cinco días de
recibido el proceso o procedimiento constitucional (arts. 34-35 LTC). Se trata de un
gran filtro porque tiene la potestad de observar en el plazo de cinco días de recibidos los
antecedentes originales y, en su caso, exigir el cumplimiento de los requisitos
establecidos en el artículo 24 del código procesal, los cuales podrán ser subsanados en
el plazo de cinco días. En cambio si no subsanan las observaciones, el proceso o
procedimiento se tendrá por no presentado.
Los aludidos requisitos del artículo 24 son los siguientes: 1) Nombre, apellido y
generales de ley de quien interpone la acción, demanda, consulta o recurso, o de su
representante legal, acompañando en este último caso la documentación que acredite su
personería. Además debe indicarse la dirección de un correo electrónico u otro medio
alternativo de comunicación inmediata; 2) Nombre y domicilio contra quien se dirige la
acción o recurso, cuando así corresponda; 3) Exposición de los hechos, cuando
corresponda; 4) En las acciones de inconstitucionalidad, la identificación de la
disposición legal y las normas impugnadas, así como las normas constitucionales que se
consideren infringidas, formulando con claridad los motivos por los que la norma
impugnada es contraria a la Constitución Política del Estado; 5) Solicitud, en su caso, de
medidas cautelares; 6) Petitorio; y 7) En las acciones de inconstitucionalidad, conflictos
de competencias y atribuciones, consultas y recursos, el patrocinio de abogada o
abogado.
Todos estos requisitos, cuando hubieran sido observados, se pueden subsanar en
un término prudencial que lo puede establecer la justicia constitucional; sin embargo, si
no se subsanan en ese plazo el juez, la sala constitucional, o TCP, tendrán que dictar un
auto constitucional declarando que el proceso o procedimiento constitucional, se tendrá
por no presentado. Pero como este rechazo no es definitivo, ni causa estado el
pronunciamiento de la autoridad constitucional, el interesado puede volver a intentar su
acción previo cumplimiento de todos los requisitos de admisibilidad.

4.1 El procedimiento

La comisión ostenta la facultad de admitir, observar o rechazar los


procedimientos constitucionales en un plazo no mayor de cinco días. La admisión
inicia la sustanciación del proceso o procedimientos constitucionales,
cuando se ha verificado que el demandante, recurrente o consultante ha
cumplido con todos los requisitos y condiciones de admisibilidad .

Los magistrados de la comisión deben tener presente no obstante el principio pro


actione que, según el TCP, debe aplicarse tanto respecto al cumplimiento de los
requisitos previstos en el art. 33 del CPCo, como a las causales de improcedencia y
constituye el elemento legitimador y directriz del ejercicio del control de
constitucionalidad.52 Este principio busca hacer prevalecer, fundamentalmente, la
justicia material e impone que se repare un derecho manifiesta y groseramente
vulnerado, debiendo en todo caso la justicia formal ceder frente a la justicia material. Y
consolida un régimen constitucional axiomático, donde todos los actos de la vida social
se impregnan de contenido no solamente de normas positivas, sino también de valores
supremos y rectores del orden jurídico imperante como ser la justicia e igualdad. En
consecuencia, deben flexibilizarse los presupuestos procesales de admisión y
consideración de la acción tutelar para que en un análisis de fondo de la denuncia pueda
asegurarse una justicia material, cuyo sustento constitucional se encuentra en los arts.
13.1 y 4, 256 de la CPE y 29 del Convención Americana sobre Derechos Humanos,
disposiciones que constituyen la fuente normativa para la aplicación del principio pro-
actione.

4.2 Rechazo

La comisión rechazará los procedimientos constitucionales en los siguientes


casos: a) Cuando concurra cosa juzgada constitucional; b) Cuando sea presentado de
manera extemporánea en los casos que así corresponda; o, c) Cuando carezca en
absoluto de fundamentos jurídico constitucionales que justifiquen una decisión de
fondo.

52
El TCP (SCP 1414/2013 de 16 de agosto que, a su vez, consolida la doctrina establecida en la SC
0030/2013 de 4 de enero) advertía que en etapa de admisibilidad y en aplicación de los postulados del
Estado Constitucional de Derecho, deben flexibilizarse los presupuestos procesales para que en un
análisis de fondo de la denuncia, el control de constitucionalidad, mediante la metodología de la
ponderación aplicable al caso concreto pueda asegurarse la justicia material.
a) La Comisión rechazará los procedimientos constitucionales cuando haya cosa
juzgada constitucional que, en palabras del extinto TC,53 ésta despliega su eficacia
frente a los otros órganos judiciales o administrativos, que lleva un mandato
implícito de no conocer lo ya resuelto, impidiendo con ello la apertura de
otros procesos nuevos sobre el mismo asunto (es te efecto sólo la producen las
resoluciones firmes sobre el fondo); como único medio de alcanzar la paz
jurídica, evitando, de un lado, que la contienda se prolongue indefin idamente
y, de otro, que sobre la misma cuestión puedan recaer resoluciones
contradictorias, lesionando la seguridad jurídica procesal.

b) También la comisión rechazará la acción cuando sea presentada de manera


extemporánea en los casos que así corresponda; por supuesto que los plazos procesales
son perentorios y fatales en materia constitucional y, como se tiene establecido, en los
procesos ante el TCP se contarán los días hábiles de lunes a viernes y se computarán a
partir del día siguiente de la notificación con la resolución. Por ejemplo, la acción de
amparo constitucional puede interponerse en el plazo máximo de seis meses,
computable a partir de la comisión de la vulneración alegada o de conocido el hecho,
según lo establece la Constitución (art. 129.II) y el CPCo (art. 55), y si se llegara a
interponer esta acción fuera de ese plazo perentorio, la sala constitucional, o la comisión
simplemente previa verificación de este extremo, rechazará la acción.54

c) Asimismo rechazará la comisión cuando el proceso carezca en absoluto de


fundamento jurídico constitucional que justifique una resolución de fondo, salvo que se
trate de una acción de libertad, según el art. 125 de la Constitución. En la referida
jurisprudencia, el extinto TC dejaba establecido que una de las condiciones de
admisibilidad era que la pretensión planteada así como los fundamentos
jurídicos expuestos en el proceso constitucional se encuadren en la
naturaleza jurídica, los objetivos y finalidades; por ello, el legislador, al
desarrollar las normas previstas en la Constitución ha definido los términos
de la procedencia de cada uno de los procesos y procedimientos
constitucionales cuyo conocimiento y resolución c abe a la competencia del

53
SSCC 29/2002 y la 385/2004-R de 17 de marzo, entre otras.
54
El TCP (AC 0315/2010-CA de 9 de junio), igualmente rechazó un incidente de
inconstitucionalidad por haberse planteado en la etapa preparatoria, sin que sea necesario
correr traslado ni elevar en consulta ante este Tribunal.
tribunal constitucional. En cualquier otro caso, se rechazará el proceso o
procedimiento por falta de fundamento jurídico-constitucional.

4.3 Recurso

El auto constitucional pronunciado por la comisión de admisión, será


impugnable mediante recurso de queja ante el pleno del tribunal constitucional en el
plazo de setenta y dos horas a partir de su notificación, mismo que será resuelto en el
plazo de cinco días. La disposición no establece cómo el TCP resolverá este recurso; sin
embargo, debe admitir el mismo y revocar la decisión de la Comisión cuando no tenga
fundamento el rechazo. En cambio lo declarará infundado cuando carezca de
fundamento y en este caso confirmará el rechazo, adquiriendo esta resolución
automáticamente la calidad de cosa juzgada formal.

5. La excusa

La excusa se ha instituido para garantizar la imparcialidad del magistrado, y tiene la


particularidad que no afecta al órgano jurisdiccional sino a la persona que tiene la autoridad
judicial. El código procesal constitucional establece que serán causas de excusa para los
magistrados del tribunal constitucional, las siguientes:

1. El parentesco hasta el cuarto grado de consanguinidad, segundo de


afinidad o el derivado de los vínculos de adopción con el accionante o las
partes.
2. Tener relación de compadrazgo, padrino o ahijado, con alguna de las
partes.
3. Tener proceso pendiente con alguna de las partes, siempre que éste no
hubiere sido provocado exprofeso por una de ellas para inhabilitarlo, o ser
o haber sido denunciante o acusador contra una de las partes para su
enjuiciamiento penal, o denunciado por alguna de ellas con el mismo
objeto.
4. Haber sido abogado, mandatario, testigo, perito o tutor en el proceso que
debe conocer, o en cualquier función que comprometa su imparcialidad.
5. Haber manifestado su opinión sobre la pretensión litigada y que conste en
actuado judicial.
6. Tener amistad íntima, enemistad u odio con alguna de las partes, que se
manifieste por hechos notorios y recientes. En ningún caso procederá la
excusa por ataques u ofensas inferidas al Magistrado, Vocal o Juez
después que hubiere comenzado a conocer el asunto.
7. Ser acreedor, deudor o garante de alguna de las partes.
8. Ser o haber sido denunciante o querellante contra una de las partes, o
denunciado o querellado por cualquiera de éstas con anterioridad a la
iniciación de la causa (art. 20 CPCo).

La potestad jurisdiccional que ejercen magistradas y magistrados se caracteriza


por una serie de particularidades cuya finalidad es garantizar el ejercicio de esa función
y que vienen a ser la independencia, la inamovilidad, la imparcialidad y la
responsabilidad judicial. Mientras la independencia supone el sometimiento del
juzgador a la Constitución y a la Ley, la imparcialidad busca garantizar la confianza de
la ciudadanía en los tribunales. En particular la imparcialidad no puede representar
simplemente que el juez sea un tercero ―porque eso hace a la esencia de la
jurisdicción― sino que tiene que significar algo más.

Y como hemos establecido en otra publicación, el legislador ha buscado la forma


de garantizar al máximo no sólo la imparcialidad en el ejercicio de la potestad
jurisdiccional sino además restituir la confianza en los magistrados.55 Según Pardo
Iranzo, suele distinguirse entre imparcialidad subjetiva y objetiva; la primera se refiere a
la convicción personal del juez en cuestión; la segunda incide sobre las garantías que el
juez ha de reunir para actuar en el proceso en concreto. 56 En todo caso, debe tenerse en
cuenta que es muy difícil entrar en el ánimo del juzgador (imparcialidad subjetiva) y
saber si ante un determinado supuesto va a ser o no imparcial, por eso lo que hace la ley
es objetivar una serie de causas que si se dan hacen al juez sospechoso de parcialidad
(es decir, no es que el juez sea realmente parcial ―puede serlo o no― pero es
sospechoso de no ser imparcial) y, por tanto, concurriendo alguna de ellas ha de
apartarse (excusarse) del conocimiento del asunto. La excusa en efecto es el mecanismo
arbitrado por la ley para apartar al magistrado del conocimiento de un asunto cuando
tiene relación con las partes del proceso o con su objeto.

El artículo 20 CPCo recoge un catálogo cerrado de causas ―numerus clausus―


que permiten detectar fácilmente los casos de supuesta falta de imparcialidad del

55
HERRERA ÁÑEZ, William, y VARGAS LIMA, Alan, Título Primero: disposiciones generales, en
AAVV Código Procesal Constitucional de Bolivia, Asociación Boliviana de Derecho Procesal
Constitucional, Cochabamba, 3ra. edición, Ed. Kipus, 2020, pp. ....
56
PARDO IRANZO, V. Comentarios a los arts. 11, 12, 13, 14, 27 y 28 LOJ, en AAVV Revista Boliviana
de Derecho Nº 10, Santa Cruz, Ed. El País, 2010, pp. 251-253.
magistrado pero tiene la desventaja de impedir la abstención o recusación por motivos
diferente a los expresamente señalados, siendo éste el principal beneficio que presentan
los sistemas sin lista tasada de motivos de parcialidad. En general todos los motivos o
causales se pueden agrupar en tres categorías: a) razones de parentesco hasta el cuarto
grado de consanguinidad, segundo de afinidad o el derivado de los vínculos de adopción
con el accionante o las partes; b) motivos de amistad o enemistad; y c) tener interés en
la causa por ejemplo ser acreedor, deudor o garante de alguna de las partes.

El parentesco hasta el cuarto grado de consanguinidad, segundo de afinidad o el


derivado de los vínculos de adopción con el accionante o las partes, así como tener
relación de compadrazgo, padrino o ahijado, con alguna de las partes, constituye una
causal para que se excuse el magistrado. El parentesco ―civil, religioso o espiritual―
es un vínculo poderoso que puede afectar la imparcialidad del magistrado, de modo que
cuando concurra alguno de estos motivos, los jueces, vocales o magistrados deben
excusarse de oficio.

Lo mismo ocurre cuando el magistrado tenga proceso pendiente con alguna de


las partes, siempre que éste no hubiere sido provocado exprofeso por una de ellas para
inhabilitarlo, o ser o haber sido denunciante o acusador contra una de las partes para su
enjuiciamiento penal, o denunciado por alguna de ellas con el mismo objeto. Un
magistrado no pueda ser imparcial cuando existe un proceso pendiente con alguna de las
partes; sin embargo, este proceso tiene que existir con anterioridad a tomar
conocimiento del caso que tenga que resolver, pues si fuera después lo más probable es
que se lo haga con la intención de inhabilitarlo y aquí ya se distorsiona el ordenamiento
jurídico.

También figura como una causal de excusa del magistrado haber sido abogado,
mandatario, testigo, perito o tutor en el proceso que conoce, o en cualquier función que
comprometa su imparcialidad. En cualquiera de estos supuestos, no está garantizada la
imparcialidad que es un derecho fundamental y corresponde su excusa de oficio. Otra
causal de excusa es que el magistrado haya manifestado su opinión sobre la pretensión
litigada y que conste en actuado judicial; es decir, tiene que producirse esa opinión en
actuaciones procesales y, por tanto, no constituye causa de excusa la opinión
manifestada extrajudicialmente (aunque conste en documento). Compartimos con Pardo
Iranzo57 en el sentido de que es necesario precisar qué actuaciones del juez en el proceso
generan sospecha de parcialidad puesto que no cualquiera la produce. Es difícil
concretar o enumerar todas ellas, si bien la regla es que debe tratarse de una actuación
en la que se manifieste la opinión; no infringe la imparcialidad, por ejemplo, la
adopción previa de medidas de ordenación del proceso.

Tener amistad íntima, enemistad u odio con alguna de las partes, que se
manifieste por hechos notorios y recientes es otra causal para excusarse. No obstante, en
ningún caso procederá la excusa por ataques u ofensas inferidas al magistrado, vocal o
juez después que hubiere comenzado a conocer el asunto. Igual que el magistrado haya
sido o sea acreedor, deudor o garante de alguna de las partes. Esta causal está más que
justificada y pone en peligro la imparcialidad que debe caracterizar su función dentro
del TCP.

Y como otra causal figura el haber sido denunciante o querellante contra una de
las partes, o denunciado o querellado por cualquiera de éstas con anterioridad a la
iniciación de la causa. Consideramos que no es suficiente ser o haber sido simplemente
denunciante o querellante contra una de las partes, o denunciado o querellado, sino
haber ejercido la acción penal y que las actuaciones hayan tenido alguna relevancia
jurídica; además, que se hayan promovido con anterioridad al proceso constitucional
pues en cualquier otro caso (al margen de que la acción haya sido relevante) no parece
justificarse satisfactoriamente que se aparte al magistrado o que se haga cuestión la
garantía de la imparcialidad.

El magistrado comprendido en cualquiera de estas causales, debe excusarse en


su primera actuación de oficio o a petición de parte y en cuanto se haya excusado
quedará separado definitivamente de conocer el procedimiento constitucional (art. 21
LTC). Aunque se refiere a materia penal, el TC58 aclaraba que el juez comprendido en
alguna de las causas está en la obligación de excusarse mediante resolución
fundamentada, apartándose de inmediato del conocimiento del proceso. Lo que implica
que toda autoridad judicial a tiempo de asumir el conocimiento de una causa debe

57
PARDO IRANZO, V. Comentarios a los arts. 11, 12, 13, 14, 27 y 28 LOJ…Ob. Cit., p. 252.
58
En este sentido, la SC 70/2007-R de 9 de febrero que, a su vez, se remite a las SSCC 1339/2003-R de
15 de septiembre, la 248/2004-R de 2 de febrero, la 1584/2005-R de diciembre, y la 247/2006-R de 15 de
marzo, entre otras.
excusarse espontáneamente, siempre y cuando considere que se encuentra comprendida
en uno de los motivos legales de excusa.
En todo caso la imparcialidad hace referencia a cada juez, vocal o magistrado
concreto y es precisamente ese carácter subjetivo, personal e individual de esta garantía
judicial el que hace que sea imposible un planteamiento colectivo de la excusa, por
ejemplo, a todo un tribunal colegiado. Queda claro, por tanto, que no existe la falta de
imparcialidad de carácter colectivo sino varias parcialidades de carácter personal;
además, la imparcialidad del juez, la sala constitucional o TC, se da con relación a un
proceso concreto (a diferencia de la independencia que tiene carácter absoluto).

5.1 El procedimiento solo permite la excusa

Los jueces en materia penal, que conocen los procedimientos de acción de


libertad, deben excusarse de oficio o a pedido de parte en cuanto tomen conocimiento
del proceso y se encuentren comprendidos en alguna causal del artículo 20 CPCo.
Tienen la obligación de verificar —previo al análisis del caso concreto—, la existencia
o inexistencia de causal o causales de excusa que pudieran impedirles cumplir su
función con probidad (art. 35 LTC).59 Sin embargo el código procesal constitucional, no
contempla la figura de la recusación y por tanto las partes no pueden pretender hacer
uso de las causales previstas en los códigos de procedimiento civil o penal. No obstante
los jueces ordinarios, al momento de conocer los procesos de acciones de defensa, pasan
a convertirse en jueces de garantías constitucionales, cuyo régimen está previsto en la
Constitución, la Ley del tribunal constitucional, y el código procesal.

La Constitución (art. 156.II) es categórica en el sentido de que en ningún caso


podrá suspenderse la audiencia, de modo que los jueces penales y vocales
constitucionales sólo pueden excusarse de oficio o a pedido de parte, pero los
accionantes no pueden recusar a ninguna autoridad judicial, que se haya convertido en
juez o vocal de garantías constitucionales, salvo que se busque no sólo echar por la

59
En este sentido, la SCP 2252/2012 de 8 de noviembre, a su vez, cita la 0475/2011-R de 18 de abril.
borda los valores, principios y derechos fundamentales sino también pervertir el orden
constitucional.

Tratándose de los vocales de las salas constitucionales la excusa se tramitará,


según la Ley 1104 de 27 de septiembre de 2018, de la siguiente manera:

a) La o el vocal de la sala constitucional que se excuse, pondrá en conocimiento


de ésta para que la resuelva en el día. Si todos los vocales constitucionales de la sala se
excusaren, se pondrá en conocimiento de la sala constitucional siguiente para que se la
resuelva en el mismo plazo. En ambos casos, sin perjuicio de asumir conocimiento y
proseguir con los actos de mero trámite.

b) Declarada ilegal la excusa, la o el vocal excusado seguirá con el conocimiento


de la acción, además de ser comunicada al consejo de la magistratura para fines
disciplinarios.

c) Declarada legal la excusa, será convocado la o el vocal de la siguiente sala


constitucional, por orden de precedencia.

d) En caso que no exista o haya impedimento legal de todas y todos los vocales
de las salas constitucionales, se convocará a la o el vocal de la sala departamental de la
jurisdicción ordinaria del mismo departamento en el siguiente orden: salas penales,
civiles y comercial, familia, niñez y adolescencia y violencia intrafamiliar o doméstica y
pública, trabajo y seguridad social, en cada caso según orden de precedencia.

El magistrado debe excusarse de oficio al tomar conocimiento de la existencia


de alguna de las causales previstas en el artículo 20 CPCo; pero si la excusa es a pedido
de parte se presenta a la comisión de admisión, que la remitirá a la sala plena del
tribunal constitucional. El pleno del TCP resolverá la excusa, en un plazo de cuarenta y
ocho horas, mediante auto por mayoría de votos de los miembros presentes, sin recurso
ulterior.

La normativa solo permite la excusa, de oficio o a pedido de parte, según el


TCP.60 Todo ello tiene la finalidad de evitar dilaciones innecesarias en la celebración de
las audiencias de los procedimientos constitucionales; y aclaraba que la excusa es la

60
En este sentido, las SSCCPP 215/2018-S1 de 28 de mayo y la 47/2019-S1 de 3 de abril.
única figura dispuesta en el ordenamiento procesal constitucional para apartar a jueces,
vocales y magistradas y magistrados del tribunal constitucional, del conocimiento de las
causas puestas a su consideración, ello a efectos de evitar dilaciones innecesarias que
precisamente pueden darse al planteamiento de una recusación, inobservando el carácter
sumario y especial que ostentan las acciones tutelares. Y la autoridad que se encuentre
comprendida en una causal de excusa del art. 20 del CPCo, tiene la obligación de
pronunciarse sobre la misma a través de la excusa en el primer actuado del proceso,
como lo establece el art. 21 del mismo Código procesal.

5.2 Efectos

La normativa advierte que será nulo todo acto o resolución que se pronuncie
después de la excusa, de modo que en cuanto se haya consumado la excusa, el juez,
vocal o magistrado, tiene que apartarse definitivamente de conocer el proceso
constitucional, bajo sanción de nulidad (art. 21 LTC). De esta forma el legislador
considera que se garantiza la imparcialidad o derecho fundamental, que debe
caracterizar a todo juez, vocal o magistrado que ejerza la potestad jurisdiccional
constitucional.
La necesidad de garantizar la imparcialidad de los órganos jurisdiccionales no
sólo se busca con la declaratoria de nulidad y la imposición en su caso de una sanción
por la comisión de faltas graves o gravísimas, sino que el juez, vocal o magistrado que
haya pronunciado alguna resolución después de haberse excusado, configura además el
delito de prevaricato, previsto y sancionado en el artículo 173 del Código penal. En
cambio si la excusa fuere declarada ilegal, la magistrada o magistrado reasumirá el
conocimiento de la causa. Y si la excusa fue declarada legal, se sustituirá a la
magistrada o magistrado del conocimiento de la causa, cuya separación será definitiva,
bajo prevenciones de ser sancionado en la vía disciplinaria y penal.

6. Juicio político

Los magistrados constitucionales serán juzgados cuando cometan faltas en el


ejercicio de sus funciones por la asamblea legislativa nacional (arts. 159.11-160.6 CPE,
la Ley Nº 044 de 8 de octubre de 2010 y su reforma Ley Nº 612 de 3 de diciembre de
2014). Esta Ley aclara, sin embargo, que por la comisión de delitos comunes en el
ejercicio de sus funciones de estas autoridades, serán juzgadas por la justicia ordinaria.
El proceso terminará convertido igual en un típico juicio político, que busca la
destitución del cargo y se impondrán las consignas políticas por encima del
razonamiento jurídico.61 Aquí no interviene el órgano judicial ni el MP; además, al
existir el procedimiento en la ley especial, son pocas las posibilidades de recurrir a las
normas del proceso ordinario pese a proclamarse su aplicación supletoria.
La etapa preparatoria está a cargo de la Cámara de Diputados que, a través del
comité de ministerio público y defensa legal del Estado, dependiente de la comisión de
justicia plural, ministerio público y defensa legal de Estado, se encarga de promover la
acción penal y dirigir la investigación preparatoria. El control de las garantías
constitucionales en esta etapa, está a cargo de la comisión de constitución, legislación y
sistema electoral de la cámara de diputados (art. 27).
Este proceso comienza mediante una denuncia o de oficio por cualquier
miembro del comité del ministerio público y defensa legal del Estado. En este sentido,
la persona que tenga conocimiento de la comisión de un ilícito en que hubieran
participado los miembros del tribunal constitucional, cometido en el ejercicio de sus
funciones, puede denunciar ante la presidenta o presidente de la cámara de diputados,
quien remitirá ante la presidenta o presidente de la comisión de justicia plural,
ministerio público y defensa legal del Estado.
Aunque no han tipificado todavía las faltas que deberían determinarse en el
proceso disciplinario y sólo habla de hecho ilícito, sin duda que alude a los delitos que
se encuentran previstos y sancionados en la Ley Nº 004 de 31 de marzo de 2010
(refundida en el Código penal), que incluye no sólo el típico delito de prevaricato, sino
cualquiera de los denominados delitos de corrupción habida cuenta su naturaleza de
funcionarios públicos.
El comité del ministerio público y defensa legal del Estado, dentro de los treinta
(30) días siguientes a la recepción de antecedentes, mediante informe preliminar
61
El componente eminentemente político de este tipo de proceso se puso de manifiesto, por ejemplo, el
13 de junio de 1994, cuando aquellos miembros del senado convertidos en “Gran Jurado” juzgaron y
pronunciaron la histórica y controvertida sentencia contra el entonces presidente de la Corte Suprema de
Justicia y su decano, Edgar Oblitas Fernández y Ernesto Poppe Subieta, respectivamente, condenándolos
a sufrir la pena de destitución de sus cargos y privación de empleo e inhabilitación por diez años para
obtener cargo público alguno. En este caso ―único en la historia republicana― fue tanto el abuso del
poder político que, posteriormente, algunos representantes llegaron a reconocer la injusticia del caso en su
conjunto y el mismo senado a los años terminó rehabilitando a los condenados.
fundamentado recomendará a la comisión de justicia plural, ministerio público y
defensa legal del Estado de la cámara de diputados, alternativamente:
a) Formalizar la instrucción del sumario y continuar la investigación con
sujeción a las disposiciones relativas a la etapa preparatoria del juicio establecidas
en el Código de procedimiento penal, cuando el hecho esté comprendido en el
parágrafo I del artículo 22 de la Ley y existan suficientes indicios sobre su
existencia y la participación de la o el sumariado.
b) Rechazar la acción, cuando: 1) resulte que el hecho no existió, que no
está tipificado como delito o que el imputado no ha participado en él; 2) no se haya
podido individualizar al imputado; 3) la investigación no haya aportado elementos
suficientes para fundar la acusación; o; 4) exista algún obstáculo legal para el
desarrollo del proceso (art. 304 CPP).
c) Remitir la causa a la jurisdicción que corresponda cuando los hechos
ilícitos no constituyan delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones.
El artículo 32 prevé que cuando la decisión de la Comisión sea formalizar la
instrucción del sumario, dispondrá que el Comité de Ministerio Público y Defensa
Legal del Estado, realice los actos de investigación necesarios, los mismos que deberán
concluir en el plazo máximo de tres (3) meses, computables a partir de la resolución de
formalización de instrucción de sumario. Sin embargo, cuando la investigación sea
compleja, a pedido fundado del Comité de Ministerio Público y Defensa Legal del
Estado, la Comisión de Constitución, Legislación y Sistema Electoral la Cámara de
Diputados, podrá ampliar este plazo por un tiempo adicional de hasta treinta (30) días.
Mientras dure el sumario, el comité del ministerio público y defensa legal del
Estado realizará los actos de investigación necesarios, y el imputado su estrategia
defensiva. El Comité puede: a) recibir y sustanciar las diligencias que propongan las
partes; b) acumular los antecedentes referidos a los hechos denunciados; c) proponer
proyectos de resolución al término de los tres meses que dura la etapa preparatoria.
La etapa preparatoria concluye con el informe en conclusiones del comité del
ministerio público y defensa legal del Estado, recomendando a la comisión de justicia
plural, ministerio público y defensa legal de la cámara de diputados, alternativamente:
i) Presentar proyecto de acusación al pleno de la cámara de diputados en
contra de la o del sumariado, cuando estime que la investigación proporciona
fundamento para su procesamiento.
ii) Decretar el sobreseimiento cuando resulte evidente que el hecho ilícito no
existió o que la o el sumariado no participó en el hecho, o cuando estime que
los elementos de prueba son insuficientes para fundamentar la acusación.
La cámara de diputados debe deliberar, según su reglamento, y cuando acusa la
cámara de senadores deberá continuar en sesión permanente hasta el pronunciamiento
de la sentencia. Además los senadores tienen la obligación de asistir
ininterrumpidamente a la totalidad de la audiencia del juicio, incluida la deliberación y
la sentencia, y cualquier incumplimiento constituirá falta grave en el ejercicio de sus
funciones y será sancionado conforme a lo previsto en la Constitución y su reglamento.
Aunque se trata de un juicio político, en ningún caso debe prescindirse del
debate, ni de las garantías y formalidades que reconoce el ordenamiento jurídico de
modo que la cámara de senadores tiene que garantizar el debido proceso, que rige para
todo tipo de procesos. Los actos de prueba tendrán que formar la convicción del senado
acerca de la verdad o certeza de los hechos ilícitos afirmados por la acusación y,
consecuentemente, definir la situación jurídica del imputado (culpable o absuelto).
También se permite introducir, excepcionalmente, mediante su lectura, al juicio oral y
público, prueba documental y pericial, así como los informes, las actas de
reconocimiento, registro o inspección practicadas conforme a lo previsto en el Código
procesal (art. 333).
Terminada la recepción de la prueba ofrecida, la comisión de justicia plural,
ministerio público y defensa legal del Estado, a través del comité del ministerio público
y defensa legal del Estado de la cámara de diputados, el querellante y el defensor del
imputado formularán sus conclusiones en forma oral (art. 356 CPP). A la conclusión del
debate, el senado debe deliberar, debiendo el presidente del tribunal presentar el
proyecto de sentencia, sin perjuicio de que los miembros del senado puedan presentar
proyectos alternativos.
Sin embargo el artículo 44 bis establece que si la alta autoridad hasta antes de la
emisión de la sentencia, renuncia irrevocablemente a su cargo, ante el tribunal supremo
electoral, y pone en conocimiento su renuncia a la comisión de justicia plural, ministerio
público y defensa legal del Estado, del pleno de la cámara de diputados o tribunal de
sentencia según corresponda, la instancia correspondiente dispondrá el archivo de
obrados en cuanto al renunciante. La autoridad legislativa, no obstante, podrá remitir
antecedentes al MP para promover la acción penal respectiva. Por cierto que la mayoría
de las autoridades judiciales que han sido sometidas a este tipo de proceso especial, han
terminado renunciando a sus cargos y así se han librado de ser destituidas en muchos
casos violando las garantías del debido proceso.
En cambio la sentencia que dicte el senado puede ser sancionatoria o
absolutoria, debiendo contener en ambos supuestos los siguientes aspectos debidamente
fundamentados:
1) Los relativos a los incidentes que se hayan diferido para ese momento.
2) Los relativos a la existencia del hecho o los hechos acusados.
3) La calificación jurídica de los hechos tenidos por probados.
4) La sanción o absolución de la o del acusado; y,
5) En caso de sanción, la destitución definitiva del cargo.
En cualquier caso la sentencia será dictada por al menos dos tercios (2/3) de
votos de los miembros del tribunal y se notificará con su lectura íntegra y las partes
recibirán copia de ella. Se dictará sentencia sancionatoria cuando, a juicio de dos tercios
(2/3) de los miembros presentes, la prueba aportada sea suficiente para generar la
convicción sobre la responsabilidad del ilícito de la acusada o el acusado. Esta sentencia
dispondrá la destitución definitiva de la autoridad judicial y la remisión de los
antecedentes al ministerio público para el ejercicio de la acción penal correspondiente.
La Ley (art. 45.III) prevé, en cambio, que se dictará sentencia absolutoria
cuando:
1) No se haya probado la acusación.
2) La prueba aportada no sea suficiente para generar la convicción sobre la
responsabilidad del ilícito de la acusada o el acusado.
3) Se demuestre que el hecho ilícito no existió, o que la acusada o el acusado no
participó en él.
4) Exista cualquier causa eximente de responsabilidad penal.
5) No se hayan alcanzado los dos tercios (2/3) de votos para la sanción.

La sentencia absolutoria ordenará la restitución inmediata en el cargo de la alta


autoridad judicial suspendida, disponiendo el resarcimiento de daños y perjuicios.
CAPÍTULO IV

La jurisdicción constitucional (II)

6. Clases de resoluciones. 6.1 Sentencias. 6.1.1 Elementos esenciales de las


sentencias. 6.1.2 La ratio decidendi. 6.1.3 El obiter dictum. 6.1.4 El decisum. 6.2
Declaraciones. 6.3 Autos. 7. Resoluciones de sala plena. 8. Voto disidente. 9.
Aclaración, enmienda y complementación. 10. Ejecución de sentencias. 11.
Revisión de oficio. 12. Recurso de queja. 13. La jurisprudencia constitucional.

7. Clases de resoluciones

El tribunal constitucional puede emitir las siguientes resoluciones: 1) sentencias;


2) declaraciones; y 3) autos (art. 10).

6.1 Sentencias

La sentencia es la resolución pronunciada por la jurisdicción constitucional que


pone fin a un proceso o procedimiento constitucional, y cuando adquieren la calidad de
cosa juzgada material tiene efecto obligatorio y carácter vinculante. El artículo 10.1 es
terminante en el sentido de que el TCP no puede pronunciar otro tipo de resoluciones
que no sea una sentencia cuando tenga que resolver las acciones, demandas y recursos,
así como en revisión las acciones de defensa.
En la interpretación del TCP, la sentencia es el acto jurisdiccional que
sobre la base de la normativa sustantiva vigente, en mérito a los hechos
alegados, negados y probados por las partes y luego de haber cumplido con
las disposiciones adjetivas vigentes, define situaciones jurídicas en
conflicto, sometiendo a su decisión a los justiciables y obligando al respeto
de su contenido a la sociedad en su conjunto. 62

62
El TCP (SC 0668/2010 -R de 19 de julio), concluía que la sentencia que no cumple con
los requisitos de formación descritos, es nula, cuya nulidad encuentra sustento en los
principios constitucionales de seguridad, supremací a constitucional y jerarquía
normativa, ya que todo acto infra -constitucional contrario a esta norma suprema, es nulo
e inexistente. Sin embargo en un Estado Constitucional, la nulidad de un acto
jurisdiccional debe ser declarada expresamente y no opera de pleno derecho, por tanto, si
a través de los mecanismos internos de cuestionamiento a decisiones judiciales no se ha
restituido el derecho al debido proceso, los afectados tienen la facultad de activar el
control de constitucionalidad a través del amparo constitucional para lograr la nulidad de
la decisión judicial contraria a la Constitución por vulnerar derechos fundamentales
reconocidos y garantizados por ella.
El máximo intérprete de la Constitución aclara ba que toda sentencia,
para someter a los justiciables y tener vigencia jurídica en una sociedad
política y jurídicamente organizada, debe cumplir con requisitos de
formación esenciales que le darán validez legal y que la harán inmodificable
e incuestionable, dando así seguridad jurídica a las partes en litigio y
consolidando la paz social. Esta formación es el proceso lógico-racional-
fáctico, en virtud del cual, luego de finalizadas las eta pas procesales previas
y agotado el debate contradictorio, el magistrado toma la decisión en
relación al conflicto conocido.
La validez de la sentencia, hace que esa decisión final, surta todos sus
efectos y someta a su decisión a las partes procesales y t erceros con
absoluta legitimidad, entonces, en tanto y cuanto se cumplan los requisitos
de formación de la sentencia, esta tendrá validez y alcanzará la autoridad de
cosa juzgada material. Así el primer requisito de formación de una
sentencia, se refiere a la obligación del juez de verificar el respeto al debido
proceso y garantizar mediante criterios de interpretación de la legalidad
ordinaria el respeto a principios y garantías de rango constitucional; por
tanto, las sentencias que cumplan con estos presu puestos serán válidas
plenamente y en consecuencia, adquirirán la calidad de cosa juzgada
material, aptitud que hace que una decisión sea incuestionable e
inmodificable.
Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española define a la sentencia como el
“dictamen o parecer que alguien tiene o sigue; dicho grave y sucinto que encierra
doctrina o moralidad; declaración del juicio y resolución del juez; decisión de cualquier
controversia o disputa extrajudicial que da la persona a quien se ha hecho árbitro de ella
para que la juzgue o componga; secuencia de expresiones que especifica una o varias
operaciones; oración gramatical”. La sentencia declara el derecho al caso sometido a la
consideración de la jurisdicción constitucional. La palabra sentencia proviene del verbo
latino sentire, concretamente de la palabra sintiendo, porque el juez declara lo que
siente y valora respecto de la demanda, las excepciones y las probanzas aportadas en
juicio.
Para Cruz Quiroz, la sentencia constituye un silogismo compuesto por una
premisa mayor (ley), una premisa menor (el caso) y una conclusión o proposición
(aplicación de la norma al caso concreto); el silogismo es una argumentación deductiva,
un raciocinio en el cual en supuestas proposiciones o premisas se llega a una nueva
proposición, calificándosele como la expresión perfecta del raciocinio perfecto,
entonces, el acto procesal más importante de cualquier órgano jurisdiccional es la
sentencia, la cual constituye la resolución por antonomasia y, es a través de ellas que se
resuelve la litis sometida a la consideración del juez.63
La sentencia tiene una naturaleza eminentemente creadora, supone una serie de
actividades interrelacionadas y simultáneas, para constatar el hecho jurídico relevante y
para determinar su calificación conforme a derecho. La referida creatividad se pone de
manifiesto cuanto estamos frente a casos complicados y difíciles, en relación con los
cuales no puede formularse en forma inmediata la resolución; bien porque no sea
sencilla la identificación de la norma considerada como aplicable al problema
específico, en razón de que en el mismo nivel de jerarquía formal no haya sólo una
norma, sino varias, cuya elección dependen del punto de vista que se adopte; bien
porque el sentido y alcance del precepto, que parezca el adecuado, no sea del todo claro,
o porque el caso no esté previsto expresamente por la Ley, supuestos en que
incuestionablemente la tarea del juzgador se traduce en creación de normas dotadas de
fuerza ejecutiva. Y además las resoluciones del TC tienen una incidencia directa en el
quehacer político nacional; es decir, muchas de estas sentencias son determinantes en la
distribución del poder en el país, así como en la consolidación o degradación del
sistema político.64
A diferencia del Código procesal que guarda silencio del aspecto formal, la Ley
Nº 1836 (art. 48) establecía que la sentencia se tenía por fallo y debía contener: 1)
El encabezamiento, con expresión de los nombres de las partes contendientes y
el carácter con que litiguen, de los interesados y coadyuvantes, así como las calidades
de sus apoderados y el objeto del litigio; 2) La parte considerativa, en la que se
consignaba en forma clara y concisa las pretensiones de las partes y coadyuvantes; 3)
Las conclusiones, en las que constaba una declaración concreta del hecho o

63
Para este autor la responsabilidad y actitud del juez son fundamentales, pues no basta que sea apto y
que tenga un respetable bagaje cultural, para que emita decisiones justas, sino que es indispensable que
como ser humano extraiga sus mejores actitudes y cualidades morales, puesto que no debe olvidarse que
la palabra sentencia proviene de sentir-sentire. Vid. CRUZ QUIROZ, O.A. Los efectos generales de las
sentencias constitucionales, en AAVV La Ciencia del Derecho Procesal Constitucional, Estudios en
homenaje a Héctor Fix–Zamudio en sus cincuenta años como investigador del derecho, Coordinadores
Ferrer Mac-Gregor, E., y Zaldívar Lelo de Larrea, A., Tomo V, México, 2013, pp. 260-261.
64
El TC (SCP 0003/2013 de 25 de abril, la 0048/2017 de 28 de noviembre, entre otras) buscaba autorizar
la reelección indefinida de los ex mandatarios Evo Morales y Álvaro García Linera, prohibida por la
Constitución y dos referéndum de 25 de febrero de 2009 y del 21 de febrero de 2016.
hechos que el Tribunal tenía como demostrados, citando el medio de prueba que le
servía para tal acreditación, así como los no demostrados; y un análisis de las cuestiones
de derecho, con influencia en lo planteado; 4) La parte resolutiva en la que se
pronunciaba el fallo sobre el fondo del recurso o demanda, en la forma prevista para
cada caso, su dimensionamiento en el tiempo y los efectos sobre lo resuelto, la
condenatoria en costas si procediere y las comunicaciones pertinentes para su ejecutoria.

Todos estos requisitos formales de la sentencia se pueden resumir básicamente


en cuatro partes, que se han mantenido desde un principio y son: a) el encabezamiento;
b) la parte considerativa; c) los fundamentos; y c) la parte resolutiva.

a) El encabezamiento identifica el tipo de resolución a dictarse, el lugar (Sucre,


sede del TCP), el magistrado relator, el tipo de proceso, el número del
expediente, las partes que intervienen y el departamento judicial u origen del
proceso constitucional.
b) La parte considerativa se compone de los antecedentes con relevancia
jurídica, el contenido de la demanda, relata los hechos que han dado lugar a
la acción, el tratamiento procesal que tuvo en el tribunal de garantía
constitucionales o en el mismo TCP, la realización de la audiencia, el
resumen de las exposiciones orales, el informe de las autoridades
demandadas, la resolución que le correspondió; así como el trámite que le
correspondió en el TCP, las conclusiones o resumen de todo el proceso
constitucional, etc.
c) Una tercera parte que no puede faltar en las resoluciones constitucionales son
las razones jurídicas de la decisión, que vienen a conformar los fundamentos
jurídicos, también conocida como radio decidendi y constituyen además la
jurisprudencia obligatoria y vinculante para las autoridades y particulares en
general.
d) La parte resolutiva o decisum, que en la estructura material de la sentencia se
identifica con el “Por tanto”, donde finalmente el TCP concede o deniega la
acción interpuesta. Esta es la decisión del TCP que resuelve definitivamente
la acción interpuesta, debe ser expresa, clara y concreta que no haya lugar a
dudas y es vinculante en principio sólo para las partes.
6.1.1 Elementos esenciales de las sentencias

Las sentencias constitucionales son vinculantes y constituyen una fuente directa


del derecho constitucional en general, y del derecho procesal constitucional en
particular, de modo que es importante identificar con precisión los elementos
constitutivos de la parte de los fundamentos jurídicos (parte motiva de las sentencias
constitucionales), lo que exige diferenciar entre la ratio decidendi y el obiter dictum, a
fin de identificar claramente las partes en las que se consigna la jurisprudencia
constitucional con fuerza vinculante, la jurisprudencia indicativa o persuasiva para
aplicar la regla de la obligatoriedad, así como establecer qué partes o elementos de la
sentencia constitucional adquieren la calidad de cosa juzgada. Los elementos esenciales
de un sentencia son la ratio decidendi y el obiter dictum, y en la parte determinativa, el
decisum o la decisión adoptada por el TC.

6.1.2 La ratio decidendi

La razón de la decisión (ratio decidendi) constituye aquella parte de la sentencia


constitucional, que consigna los fundamentos jurídicos que guarden un mismo sentido
con la parte resolutiva, de tal forma que no se pueda entender ésta, sin la referencia a
aquélla, lo que en otras palabras significa que la ratio decidendi se liga internamente a
la parte resolutiva de la sentencia; por lo mismo, se constituye en la razón de ser de la
decisión (o el alma de la sentencia) sin cuya presencia no se sustentaría ni tendría
sentido alguno la parte resolutiva que contiene la decisión.
Para Rivera Santiváñez, en esta parte de la sentencia se consignan las
consideraciones normativas que resultan de la interpretación de la Constitución y de las
disposiciones legales ordinarias, interpretadas desde y conforme a la Constitución; por
lo tanto, es en esta parte que se consignan las normas adscritas que se obtienen como
resultado de la labor interpretativa, mediante la cual se interrelacionan o integran las
normas jurídicas aplicables a la resolución del caso concreto, y que se constituirán en
los precedentes constitucionales u obligatorios que deben ser aplicados por los jueces y
tribunales ordinarios en otras situaciones similares o casos análogos.65

65
RIVERA SANTIVAÑEZ, José Antonio, La Jurisprudencia Constitucional y su Fuerza Vinculante, en
Temas de Derecho Procesal Constitucional, p. 278.
Para identificar una ratio decidendi, es importante tener en cuenta la relación
entre un supuesto fáctico con la consecuencia jurídica, lo que exige identificar con
claridad la problemática planteada por él o los recurrentes o demandantes, que se
registra en la parte de la relación procesal de la sentencia (bajo el título de antecedentes
con relevancia constitucional), que también se consigna, en forma resumida, al inicio de
los fundamentos jurídicos de la sentencia. También es importante tener presente la
decisión del TC, pues tiene que existir una relación sistémica entre los tres elementos:
problemática – ratio decidendi – decisión, “de manera que al realizar la labor de
identificación deberá intentarse quitar la parte de los fundamentos jurídicos a los que
inicialmente se otorga la calificación de ratio decidendi y revisar si la decisión se
entendería quitando esa parte; si efectuada esa labor la decisión no se entiende sin la
parte que inicialmente se considera la razón de la decisión, entonces definitivamente
debe asignarse la calidad de ratio decidendi a esa parte de la sentencia”.
Para Asbún Rojas,66 en el análisis de la razón de la decisión es posible identificar
dos contenidos claramente diferenciables: uno que se denomina razón jurídica, y el
otro, la razón fáctica los cuales generalmente están presentes en toda resolución, y
además tienen efectos jurídicos diferentes. Así, por ejemplo, respecto a la razón jurídica
para aplicar una determinada norma o instituto de la Constitución, el TCP debe realizar
una lectura comprensiva de la misma, armonizándola en todo su contenido, para
finalmente materializarlo en una regla también general que constituirá el núcleo del
razonamiento jurídico de una determinada sentencia constitucional, sea que ésta se
origine en una acción de amparo constitucional, acción de libertad, acción de protección
de privacidad, o bien en la acción de inconstitucionalidad u otro proceso similar.
La razón fáctica son unos determinados hechos, que en el entendimiento del
accionante, no se ajustan al orden constitucional y en consecuencia lo habilitarían para
recibir la protección o tutela respectivas. También en las acciones de
inconstitucionalidad, emergentes del ámbito de control normativo, existe una
descripción específica de algún contenido normativo de rango inferior (de una norma
infraconstitucional) que se considera como no ajustado al orden constitucional vigente.
En cualquier caso, el TCP debe analizar los hechos, esto es, identificar y realizar
el respectivo encuadramiento jurídico de los mismos en relación al orden constitucional,
de lo cual se infiere que la razón fáctica está directamente relacionada con el análisis de

66
ASBÚN, Jorge, Base Constitucional del efecto vinculante de las Resoluciones Constitucionales, en
Estudios Constitucionales. Santa Cruz – Bolivia, Ed. EL PAÍS, 2008. pp. 97-100.
los hechos o conflictos normativos expuestos y acreditados en el proceso constitucional
respectivo, pero ya concretizados e individualizados por la resolución constitucional que
se pronuncie al respecto, misma que deberá estar enmarcada en el sistema constitucional
vigente.

6.1.3 El obiter dictum

Se denomina así a todas aquellas reflexiones o argumentos contenidos en la


parte de los fundamentos jurídicos de la sentencia, expuestos por el tribunal
constitucional, por una abundancia argumentativa propia de la naturaleza jurídica del
control de constitucionalidad; es decir, son aquellas reflexiones expuesta de pasada o
incidentalmente, sin que se constituyan en la razón central de la decisión, lo que implica
que son argumentos secundarios o complementarios, sin cuya presencia igualmente
puede entenderse plenamente, y de manera autónoma, la decisión adoptada en la parte
resolutiva de la sentencia.
En general son argumentos que no son imprescindibles para sostener la decisión
o el fallo. En esta parte se consignan conceptos o definiciones sobre las instituciones
jurídico-constitucionales relacionadas con la problemática que se resuelve; también se
consignan argumentos complementarios a los fundamentos centrales, es decir, se
expresan conceptos y consideraciones a mayor abundancia, para que la decisión tenga el
debido sustento y sea lo más clara y comprensible posible para las partes que
intervienen en el proceso constitucional. Al analizar una sentencia constitucional, se
podrá establecer que existe obiter dictum cuando los argumentos contenidos en la
sentencia, aunque sean explícitos, no forman parte del tema central o esencial del
estudio suscitado por los artículos objetos de análisis en la sentencia que decide sobre su
constitucionalidad, o cuando dichos argumentos no eran estrictamente necesarios para
decidir el caso, lo que significa que aun prescindiendo de ellos, igualmente se pudo
haber arribado a la misma conclusión y adoptado la misma decisión.

6.1.4 El decisum

Es la decisión propiamente dicha que adopta el tribunal constitucional, es decir,


la determinación específica respecto a la problemática sometida a su conocimiento; por
ejemplo, en materia tutelar concederá o denegará la tutela solicitada, o en materia de
control normativo declarará la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la
disposición legal impugnada. Así lo decidido en el respectivo proceso constitucional
sometido a la jurisdicción del tribunal constitucional, se conoce como decisum. Lo
resuelto o decidido sólo afecta o vincula a las partes formalmente constituidas en el
proceso constitucional, de modo que la parte resolutiva o dispositiva de la sentencia
constitucional sólo tiene efectos inter partes, salvo que se trate de una sentencia emitida
en el ámbito de control normativo de constitucionalidad, declarando la
inconstitucionalidad de una disposición legal, en cuyo caso, la parte dispositiva tiene
efectos generales o erga omnes.

6.2 Declaraciones

Las declaraciones constitucionales son, igualmente, resoluciones que son


adoptadas en caso de control previo o consultas realizadas al TCP, formuladas por la
autoridad pública que tiene legitimación activa, generalmente sobre la
constitucionalidad o inconstitucionalidad de un proyecto de Ley, decreto o resolución, o
en su caso, sobre un tratado o convención internacional.
El TCP debe controlar la constitucionalidad de todas las disposiciones legales:
estatutos autonómicos, cartas orgánicas, decretos y todo género de resoluciones no
judiciales, declarando en cada caso su constitucionalidad o inconstitucionalidad con
carácter general o “erga omnes” y en su caso el efecto derogatorio o abrogatorio de la
norma. A este efecto, el ordenamiento jurídico establece dos modalidades (en forma
previa y posterior) de control de constitucionalidad.
El control normativo preventivo se ejerce antes de la aprobación de la respectiva
disposición legal, en todos aquellos casos en los que exista una duda fundada sobre su
constitucionalidad. Aquí la legislación ha previsto las siguientes acciones: i) las
consultas del presidente del Estado, del presidente de la asamblea legislativa
plurinacional, del presidente del tribunal supremo de justicia o del tribunal
agroambiental sobre la constitucionalidad de proyectos de ley (art. 12 LTC); ii) las
consultas de las autoridades indígenas originarias campesinas sobre la aplicación de sus
normas jurídicas (consuetudinarias) a un caso concreto; y iii) el control previo de
constitucionalidad en la ratificación de los tratados internacionales.
Tómese en cuenta que la sala plena del tribunal constitucional ejerce el control
previo sobre la constitucionalidad de estatutos autonómicos y cartas orgánicas,
aprobados por los órganos deliberativos de las entidades territoriales autónomas; y
también le corresponde conocer y resolver el control previo sobre el texto de las
preguntas de la convocatoria a referendo nacional, departamental y municipal.
En rigor la declaración constitucional no constituye propiamente una sentencia,
dado que no pone fin a un litigio, sino que se limita a expresar el criterio y la opinión
del TCP, que como máximo guardián y supremo intérprete de la Constitución, emite
ante la consulta formulada por la parte que tenga legitimación activa suficiente. Sin
embargo a pesar de no tener la calidad de una sentencia, posee efecto obligatorio y
carácter vinculante para la autoridad que formule la consulta. Asimismo, se debe aclarar
que el TCP se encuentra habilitado para crear subreglas y doctrina constitucional
aplicable, en el contenido de la declaración constitucional, lo que implica la creación de
precedentes obligatorios de carácter vinculante.

6.3 Autos

Los autos constitucionales son emitidos generalmente para resolver la admisión


o rechazo y, en su caso, la subsanación de los defectos formales de los procedimientos
contra el auto de rechazo, para declarar la legalidad o ilegalidad de las excusas
formuladas por los magistrados, y para absolver la consulta elevada por los jueces,
tribunales o autoridades administrativas, de los autos o resoluciones que rechazan la
solicitud de promover el incidente de inconstitucionalidad (acción indirecta de
inconstitucionalidad).
La sala plena del TCP también puede emitir autos constitucionales cuando tenga
que atender las solicitudes de aclaración, enmienda y complementación, así como para
la calificación de daños y perjuicios. Al respecto, el artículo 13 CPCo establece que las
partes, dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes a la notificación de la resolución,
podrán solicitar se precise conceptos obscuros, corrija errores materiales o subsane
omisiones, sin afectar el fondo del fallo emitido; además, el TCP de oficio podrá
aclarar, enmendar o complementarla en temas estrictamente formales, sin afectar el
fondo del fallo emitido.
De la misma forma, los autos constitucionales pueden ser emitidos en respuesta
a las solicitudes de retiro o desistimiento que presenten los accionantes, debiendo
entenderse la figura jurídica del desistimiento, como el acto voluntario y unilateral por
el que una persona, sin que medie presión alguna resuelve desistir de una pretensión
jurídica, lo que en el ámbito constitucional únicamente significa dejar en suspenso la
tutela de los derechos fundamentales y garantías constitucionales.67
Para el TC, el desistimiento es una forma de conclusión o extinción
extraordinaria de un proceso o acción judicial, toda vez que constituye una renuncia o
abdicación expresa del accionante a las pretensiones jurídicas planteadas en la demanda
y los derechos perseguidos en ella. Sin embargo, el desistimiento es aplicable en
aquellas acciones tutelares que admiten dicha facultad procesal, tal es el caso de la
acción de cumplimiento, siempre y cuando sea expuesto en forma expresa antes del
pronunciamiento de la respectiva sentencia constitucional, y no existan razones de orden
público o relevancia social que impidan hacer efectiva la solicitud de retiro o
desistimiento de la acción.68

7. Resoluciones de sala plena

La sala plena resolverá los procesos por mayoría absoluta de votos de sus
miembros presentes, y como en toda organización colegiada, las decisiones siempre se
deben adoptar por mayoría absoluta de votos de sus miembros presentes (art. 10.2
CPCo). El legislador ha retrocedido en este campo ya que podría darse el caso extremo
de que el pleno del TCP adopte decisiones con una minoría de sus miembros presentes y
tendría tanto valor como si estuviera la mayoría absoluta de sus magistrados. Aunque no
le falten razones prácticas al legislador, lo cierto es que permitir que las resoluciones se
adopten por los votos sólo de los magistrados presente rompe con la sana tradición de
que las decisiones del pleno sean cualificadas, y por una verdadera mayoría.

67
El TC (SC 1229/2010-R de 13 de septiembre) aclaró que el retiro de la demanda es un derecho
facultativo y un acto unilateral de la parte accionante, donde no se hace abandono de ninguna clase de
derecho y la acción puede volver a ser intentada, pues es un acto de simples efectos temporales;
entendimiento jurisprudencial aplicable también a la acción de cumplimiento dadas las características y el
alcance de la figura del desistimiento (AC 0107/2011-CA de 21 de noviembre).
68
El TC (SC 1846/2011-R de 7 de noviembre), aclara que tratándose del “desistimiento o retiro de la
acción de libertad procede únicamente hasta antes de la citación a la parte demandada con su admisión, la
que una vez efectuada impide la posibilidad de retirarla, ello en virtud a los derechos que se encuentran
tutelados, como son la libertad y vida, de modo que cuando la parte accionante desiste de la acción,
después de su diligenciamiento, el juez o tribunal de garantías debe rechazarlo y continuar el
procedimiento hasta su conclusión”.
8. Voto disidente

Las magistradas y los magistrados podrán formular voto disidente o en su caso


aclaración de voto, debidamente fundamentado cuando sus criterios jurídicos no sean
coincidentes con los de la mayoría (art. 10.III). La disidencia o votos particulares vienen
a reflejar discrepancia con la decisión única de la sentencia. Aunque la resolución de
todo órgano jurisdiccional colegiado expresa la voluntad del órgano como una voluntad
única, dado que a la misma se llega por la conjunción de las voluntades de sus
miembros, queda abierta la posibilidad de que esas voluntades individuales discrepen y
puedan hacerse pública. La disposición prevé, como un derecho de los magistrados,
formular voto disidente, pero están obligados a fundamentar sus criterios jurídicos
cuando sus puntos de vista no sean coincidentes con los de la mayoría.

Los votos disidentes igualmente pueden referirse tanto a la parte dispositiva de


la sentencia como a la fundamentación. En cualquier caso, existe la sana práctica de
publicar las discrepancias y así conocer cuál o cuáles son esas disidencias que en
muchos casos no sólo evidencias posiciones diferentes sobre un determinado proceso,
sino también constituye una señal positiva de que el caso ha sido sometido a un debate
democrático, propio de los órganos jurisdiccionales colegiados.

9. Aclaración, enmienda y complementación

En la misma audiencia se puede pedir aclaración, enmienda o complementación,


tratándose de las acciones tutelares o dentro de las veinticuatro horas desde la
notificación escrita (art. 39.9 CPCo). En todo caso, explicar, complementar y enmendar,
sólo busca clarificar algunos aspectos formales de la resolución, precisamente para
entender mejor su real sentido y estimarse que contenía algún concepto dudoso u
oscuro, pero sin alterar el contenido esencial de la misma. En general esta figura busca
suplir omisiones o corregir errores materiales o de hecho, pero no puede modificar
esencialmente la resolución de fondo.
Tal como recuerda el TCP,69 la aclaración, enmienda y complementación,
se encuentra instituida como un medio por el que la parte accionante o la
demandada, pueden solicitar tanto al juez o salas constitucionales como al
tribunal constitucional se precise conceptos oscuros, corrija er rores
materiales o subsane alguna omisión de la sentencia, sin afectar el fondo del
fallo emitido.

10. Ejecución de sentencia

Las resoluciones de la jueza, juez o salas constitucionales, tratándose de las


acciones de defensa, serán ejecutadas inmediatamente, sin perjuicio de la revisión ante
el TCP. Con esta finalidad, la autoridad judicial adoptará las medidas que sean
necesarias, pudiendo requerir la intervención de la fuerza pública y la imposición de
multas progresivas a la autoridad o particular renuente (arts. 126-127 CPE y 40 CPCo).
No obstante los servidores públicos o personas particulares que resistan las decisiones
judiciales en los casos previstos por esta acción, serán remitidos por orden de la
autoridad que conoció de la acción ante el MP para su procesamiento penal por atentado
contra las garantías constitucionales. La autoridad judicial que no proceda conforme con
lo dispuesto por este artículo quedará sujeta a sanción, de acuerdo con la Constitución y
la ley.

Al margen de las multas progresivas que debe imponer el juez o salas


constitucionales, existe el tipo penal previsto y sancionado en el artículo 179 bis del
Código penal, cuando establece que “la servidora, servidor público o personas
particulares que no cumplan las resoluciones emitidas en acciones de defensa o de
inconstitucionalidad, serán sancionadas o sancionados con reclusión de dos a seis años y
con multa de cien a trescientos día. En todo caso la ejecución de una resolución
constitucional, con calidad de cosa juzgada material, corresponde al juez o salas
constitucionales. El reconocimiento del efecto de cosa juzgada es, por tanto, necesario,
aunque sin duda no es suficiente para conocer en toda su amplitud la eficacia de las

69
AC 33/2013-ECA de 18 de septiembre.
resoluciones constitucionales. En principio este efecto viene a ser el mismo que existe
en las otras materias y por tanto es necesario que concurra identidad de objeto, sujeto y
causa y se distinga el efecto de cosa juzgada formal y el efecto de cosa juzgada
material.70

En realidad la diferencia entre la cosa juzgada formal y la cosa juzgada material


está en función del tipo de resolución en concreto y sus efectos. Según el TC, 71 la cosa
juzgada material despliega su eficacia frente a los otros órganos judiciales o
administrativos, e impide volver a conocer lo ya resuelto evitando así, de un
lado, que la contienda se prolongue indefinidamente y de otro, que sobre la
misma cuestión puedan recaer resoluciones contradictorias, y en este supuesto
se lesione la seguridad jurídica .
En la primera categoría (cosa juzgada formal) estarían por ejemplo las
resoluciones de la Comisión de admisión del TCP, aceptar el desistimiento u otras, que
se emitan en el desarrollo del proceso. En la segunda categoría (cosa juzgada material)
se encontrarían las sentencias y declaraciones constitucionales, independientemente de
que la Constitución establece que estas resoluciones son de cumplimiento inmediato, sin
perjuicio ―en el caso de las acciones de defensa― de la revisión ante el TCP. Estas
resoluciones constitucionales, una vez hayan pasado por la revisión del TCP, gozan de
todos sus efectos materiales tanto positivos como negativos y devienen inimpugnable y
se pueden ejecutar por el juez o sala constitucional de origen.

11. Revisión de oficio

La resolución que emiten los jueces y salas constitucionales tratándose de las


acciones tutelares, se elevará en revisión de oficio ante el TCP dentro del plazo de
veinticuatro horas a su emisión (arts. 126.IV-202.6 CPE y 38 CPCo). Empero, si se

70
El TC (SC 1087/2006-R de 30 de octubre), dejaba establecido que cuando no ingresaba a analizar y
resolver el fondo de una problemática determinada, no se configura la identidad de sujeto, objeto y causa,
y el recurrente puede presentar un nuevo recurso, previo cumplimiento de los requisitos de contenido; es
decir, no puede haber cosa juzgada cuando no se ha resuelto el fondo de la acción interpuesta y, por tanto,
en este supuesto de que el TC haya conocido un recurso y lo hubiera denegado por cuestiones formales,
se puede volver a intentar.
71
SC 385/2004-R de 17 de marzo.
planteó aclaración, enmienda o complementación, este plazo corre desde la notificación
con el auto que resuelva esta impugnación. Esta revisión oficiosa forma parte de nuestra
tradición jurídica desde la Constitución de 1967, pues con anterioridad había el recurso
de nulidad ante la ex Corte Suprema de Justicia.

La revisión oficiosa ha cumplido su ciclo y se justificaba cuando comenzó en


nuestro país el sistema concentrado de constitucionalidad y daba sus primeros pasos el
TC, por cuanto había un alto déficit de conciencia jurídica y la necesidad de revalorizar
los derechos y garantías fundamentales y, por tanto, exigía que el TC tome
conocimiento de las resoluciones inferiores con la finalidad de revisar y, en su caso,
modificar o dejar sin efecto legal alguno las resoluciones de los jueces y salas
constitucionales.

Sin embargo, aunque no se ha eliminado el referido déficit constitucional,


consideramos que la revisión no sólo que ya no es necesaria sino que se ha convertido
en un cuello de botella y contribuye a la retardación de la justicia constitucional. En este
sentido, se tiene que cambiar la revisión oficiosa por la impugnación de la parte que se
considere afectada con la resolución inferior, máxime cuando esta consulta demanda un
alto porcentaje del trabajo del TCP. La pregunta sigue siendo la misma ¿tiene sentido la
revisión de oficio de una resolución, cuando ambas partes están conforme o han
consentido con esa sentencia del juez o salas constitucionales?

En todo caso comparto el modelo colombiano, donde su corte constitucional


ostenta la potestad de elegir la revisión eventual de las resoluciones de tutela, debiendo
seguir al menos los siguientes pasos:

1. Todas las tutelas del país, hayan sido concedidas o negadas, deben ser
remitidas a la Corte Constitucional para que se estudie su posible selección y eventual
revisión.

2. Una vez llegan las tutelas a la corte constitucional, se les asigna un número
interno que permite su reparto al azar para estudio y preselección.

3. Cualquier ciudadano puede y tiene derecho a solicitar directamente a la corte


el estudio de una tutela y para ello no tiene que acudir a intermediarios.
4. La designación de la sala de selección se realiza mediante sorteo, una semana
antes de que inicie su labor, de tal forma que nadie sabe quiénes serán los magistrados
encargados de ello. Los sorteos los hace la sala plena, en presencia de todos los
magistrados y de la secretaria general.

5. La sala de selección estudia las tutelas preseleccionadas, las peticiones


escritas que haga cualquier ciudadano, y las insistencias de tutelas no seleccionadas el
mes anterior. Para que una tutela sea seleccionada se requiere que los dos magistrados
que componen la sala voten a favor de su escogencia.

6. Si una tutela no es seleccionada, existe un plazo de 15 días calendario para


insistir en su revisión, contados a partir de la notificación del auto mediante el cual se
informa que la tutela no fue seleccionada. Si no se insiste en ese plazo, la tutela queda
excluida de manera definitiva. Si hay insistencia, el estudio de la misma corresponde a
otra sala de selección el mes siguiente, la cual también es sorteada al azar.

7. La insistencia sólo la pueden presentar los magistrados de la corte


constitucional, el procurador general de la nación o el defensor del pueblo, por escrito y
exponiendo los motivos por los cuales la tutela en cuestión debería ser reconsiderada
para su eventual selección.

8. La sala de selección es autónoma para decidir si acoge o no los argumentos


presentados por quienes insisten.

12. Recurso de queja

El TCP conoce y resuelve las quejas por demora o incumplimiento en la


ejecución de las resoluciones que emiten los jueces y salas constitucionales, así como la
ejecución en los procesos que directamente se presenten ante el mismo tribunal (art.
16.II). Aunque la ejecución de una resolución constitucional corresponde en exclusiva
al juez o sala constitucional de origen, en la eventualidad de que éste tribunal no ejecute
e incumpla, demore o sea negligente con esa obligación, el interesado debe interponer la
queja ante el TCP y pedir que resuelva cualquier entorpecimiento en la ejecución, sin
perjuicio de pasar antecedentes al tribunal disciplinario o ministerio público,
dependiendo de la gravedad y los daños causados con el incumplimiento o demoras.

A tiempo de recordar que el artículo 203 CPE prevé que “las decisiones y
sentencias del tribunal constitucional plurinacional son de carácter vinculante y de
cumplimiento obligatorio, y contra ellas no cabe recurso ordinario ulterior alguno”, el
TCP ha establecido que frente a un eventual incumplimiento o demora en la ejecución
de una resolución constitucional, el legislador ha dispuesto para la etapa de ejecución de
fallos, un mecanismo procesal idóneo como la queja por incumplimiento de decisiones
emergentes de acciones tutelares, destinado a consolidar una real materialización y por
ende un efectivo cumplimiento a las sentencias constitucionales con calidad de cosa
juzgada.72
A la luz de una interpretación “de y conforme a la Constitución”, el TCP ha
determinado las reglas de un debido proceso aplicables a la etapa de ejecución de fallos
por denuncias referentes a quejas por demora o incumplimiento en la ejecución de
sentencias emanadas de acciones tutelares. Aquí el juez o sala constitucional puede
conocer la queja por demora o incumplimiento en la ejecución de su sentencia, quién
dentro del plazo de veinticuatro horas, solicitará informe y demás medidas o
documentación pertinente a la autoridad o particular obligado a cumplir su decisión, la
misma deberá remitirle lo solicitado en un plazo no mayor a tres días, para que el juez o
sala constitucional, determine si se incumplió la ejecución y, en su caso, disponga el
estricto cumplimiento de la sentencia constitucional.
El juez o sala constitucional en el plazo máximo de cuarenta y ocho horas,
mediante auto expreso, rechazará la queja o la concederá, asumiendo en este último
supuesto las medidas necesarias para el cumplimiento de estas resoluciones, entre las
cuales puede requerir la intervención de la fuerza pública, la remisión de antecedentes al
MP o la imposición de multas progresivas, entre otras. Con la resolución pronunciada
por el juez o sala constitucional, se notificará a las partes procesales, y si el demandante
de la queja considera dilación o incumplimiento de la resolución emergente de una
acción tutelar, activará el procedimiento ante el TCP, en los términos establecidos por el
72
El TCP (SCP 0008/2017-O de 24 de febrero, la 0015/2014-O de 5 de mayo, entre otras) establece que
la parte dispositiva de toda decisión constitucional con calidad de cosa juzgada es de cumplimiento
obligatorio para las partes procesales; constituyendo la razón jurídica de los fallos el precedente
jurisprudencial vinculante a ser aplicado en casos futuros con identidad fáctica.
art. 16.II del CPCo. En este supuesto, el juez o sala constitucional, en el plazo de
veinticuatro horas, debe remitir todos los antecedentes relevantes a la queja ante el
tribunal constitucional.
En conocimiento del procedimiento, el TCP, mediante la sala que emitió la
sentencia con calidad de cosa juzgada, debe resolver mediante auto constitucional la
queja interpuesta por demora o incumplimiento a la resolución constitucional con
calidad de cosa juzgada, debiendo confirmar total o parcialmente o, en su caso, revocar
la decisión del juez o sala constitucional que conoció inicialmente la queja por mora o
incumplimiento a decisiones constitucionales con calidad de cosa juzgada
constitucional, decisión que debe ser cumplida de manera inmediata.
La queja por incumplimiento de resoluciones constitucionales, exige no solo la
determinación precisa de los sujetos, el objeto, la causa, la razón jurídica y el alcance de
la parte dispositiva de una resolución constitucional, sino también un análisis de los
elementos sobrevinientes que siendo imputables a las partes o al cambio de las
circunstancias en las que hubiere sido emitida la resolución hayan reconfigurado como
consecuencia la problemática jurídica en su momento resuelta, y que después suelen
afectar su ejecución.
Aun cuando el artículo 16.II CPCo es clarísimo en sentido de que corresponde al
TCP “conocer y resolver las quejas por demora o incumplimiento en la ejecución…” en
algunos casos desafortunadamente el mismo tribunal ha derivado que la queja sea
presentada ante el mismo juez o sala constitucional de origen, autoridad renuente o
incapaz de hacer cumplir su propia resolución, con lo cual se estaría sentando un
funesto procedente para proteger los derechos fundamentales y los procesos
constitucionales.
El proceso de queja viene como consecuencia de que el juez o sala
constitucional no ha tenido la capacidad de hacer cumplir su propia resolución y por lo
general muy poco puede hacer cuando se activa el recurso ante la misma autoridad que
emitió la resolución; por tanto, el recurso de queja debe interponerse, conocer y resolver
directamente el TCP, en los términos previstos por la segunda parte del artículo 16
CPCo.

Sin embargo, ante el sistemático incumplimiento de la resolución, debe


activarse no sólo la acción tutelar que corresponda en función de la nueva realidad
procesal, sino también la responsabilidad civil y, en su caso, penal del funcionario, juez,
o vocal estimando el monto a indemnizar por daños y perjuicios y, en simultáneo remitir
antecedentes al MP y a la procuraduría general del Estado cuando corresponda. Y
cuando la responsabilidad fuera atribuible a una servidora o servidor público, la jueza,
juez o sala constitucional que concedió la tutela, ordenará la remisión de una copia de la
resolución a la máxima autoridad administrativa de la entidad donde preste sus
servicios, para el inicio, si corresponde, del proceso disciplinario y por esta vía lograr el
cumplimiento de la resolución constitucional.

13. La jurisprudencia constitucional

La creación del TC en la reforma de la Ley Fundamental de 1994 y la


promulgación de la Ley Nº 1836 de 1° de abril de 1998, la Ley Nº 027 del 6 de julio de
2010, y la Ley Nº 254 de 5 de julio de 2012 (código procesal constitucional), significó
en lo formal, un cambio en la estructura orgánica del sistema de fuentes y, en lo
sustancial, la consolidación de la supremacía constitucional, garantizando con ello, su
función directriz, en la creación, aplicación e interpretación del ordenamiento jurídico
boliviano.
Esta nueva configuración del sistema de fuentes se debe a que “las decisiones y
sentencias del tribunal constitucional plurinacional son de carácter vinculante y de
cumplimiento obligatorio, y contra ellas no cabe recurso ordinario ulterior alguno” (art.
203 CPE). Y como la misma Constitución le encarga al TC velar por su supremacía,
ejercer el control de constitucionalidad, y precautelar el respeto y la vigencia de los
derechos y las garantías constitucionales, la doctrina impartida por el TC deviene
obligatoria y vinculante para los cuatro órganos del Estado (ejecutivo, legislativo,
judicial y electoral), y demás autoridades y particulares.

El CPCo aclara que “las razones jurídicas de la decisión, en las resoluciones


emitidas por el tribunal constitucional plurinacional constituyen jurisprudencia y tienen
carácter vinculante para los órganos del poder público, legisladores, autoridades,
tribunales y particulares” (art. 15.II). La Constitución española reconoce incluso a las
sentencias del TC el valor de cosa juzgada, dado que cierran el sistema judicial (art.
164.1).
Toda esta normativa, según el TCP, regula el valor de la jurisprudencia como
fuente directa del derecho; asimismo, la diferencia entre vinculatoriedad y los efectos de
la parte resolutiva, para precisar qué parte de las resoluciones emitidas por el TCP,
tienen carácter vinculante para los órganos del poder público, legisladores, autoridades
tribunales y particulares.73 El derecho jurisprudencial positivado en la Constitución (art.
203), la LTCP (art. 8) y el CPCo (art. 15), debe ser complementado con los precedentes
constitucionales que emitió y emitirá el TC (el primero, el transitorio y el plurinacional)
a través de su labor hermenéutica cotidiana, debido a que el derecho jurisprudencial no
se agota en las normas constitucionales ni legales señaladas. Y si realizamos un
recorrido por la jurisprudencia constitucional, podríamos concluir en las siguientes
subreglas:
a) La jurisprudencia constitucional tiene valor de fuente directa del derecho, de
ahí que se reconoce su carácter vinculante para los órganos del poder público y
particulares.
b) El respeto y aplicación del precedente constitucional está vinculado al respeto
del derecho a la igualdad en la aplicación de la ley (arts. 8.II y 14.III CPE) y la garantía
de seguridad jurídica (art. 178.I CPE).
c) La importancia del precedente vinculante es que da coherencia y unidad al
sistema jurídico.
d) El respeto a los precedentes constitucionales, no implica que el TCP
petrifique su jurisprudencia, impidiendo el replanteamiento de problemas jurídicos
aparentemente ya resueltos; por el contrario, puede cambiarla, mutarla, siempre que sea
con motivación suficiente. Y uno de los criterios para cambiar la jurisprudencia
constitucional será que los precedentes sean más acordes con los principios, valores,
derechos fundamentales, garantías constitucionales de la Constitución y del bloque de
constitucionalidad. En todo caso, con la finalidad de saber en qué consiste el principio
de vinculatoriedad hay que saber diferenciar clara y objetivamente entre la parte

73
A tiempo de pasar revista a la jurisprudencia constitucional boliviana, el TCP (SCP 0846/2012 de 20 de
agosto) proclama que la Constitución es una norma jurídica que obliga a todos a someterse a sus
principios, valores, derechos y garantías constitucionales (normas constitucionales-principios), en
especial a los jueces dada su labor preponderante a partir de la configuración del Estado Constitucional de
Derecho y debido a que en sus manos están la pluralidad de fuentes del derecho, el desarrollo
jurisprudencial también debe ser coherente con la compatibilización y conciliación que declara la
Constitución respecto a la igualdad en su múltiple dimensión valor-principio-derecho y en sus dos
vertientes: la igualdad formal y la igualdad material.
resolutiva o “decisum”, que consigna a su vez dos elementos conocidos como la “radio
decidendi” (o razón de la decisión) y los “obiter dicta” (dichos de pasada).

13.1 Efectos de la parte resolutiva

Los efectos de una resolución constitucional son dos: 1) “inter partes”, que
implica la obligatoriedad para las partes intervinientes, es decir, solo afecta a ellas,
como ocurre en las sentencias de acciones de defensa (acción de libertad, acción de
amparo constitucional, acción de protección a la privacidad, acción popular y acción de
cumplimiento), declaraciones y autos del tribunal constitucional plurinacional; y, 2)
“erga omnes”, que implica la obligatoriedad para todos, es decir, tiene efecto general
como ocurre en el caso de las acciones de inconstitucionalidad y el recurso contra
tributos.
El primer TC dejó establecido que todos sus fallos en recursos de amparo
constitucional y hábeas corpus, tienen efectos inter partes (sólo afectan a las partes), los
fundamentos determinantes del fallo o rationes decidendi, son vinculantes y, por tanto,
de obligatoria aplicación para los poderes del Estado, legisladores, autoridades,
tribunales y jueces (en todos sus niveles jerárquicos).74

13.2 Carácter vinculante de las resoluciones constitucionales

La Constitución y el código procesal establecen claramente la vinculatoriedad de


las resoluciones del tribunal constitucional, que alcanza a los órganos del Estado y a
toda la administración pública en general (arts. 203 CPE y 15.II CPCo). Lo más
relevante para la aplicación de los precedentes es contrastar los criterios jurídicos que
fueron empleados al resolver el caso anterior en el que se generó la jurisprudencia, lo
que supone no sólo comparar la similitud del caso a solucionar con el ya resuelto, sino
también las razones aducidas para justificar la decisión anterior y sobre todo aquellas
otras, desde las históricas hasta las filosóficas, pasando por las económicas, sociales y
jurídicas, que no fueron tenidas en cuenta, o al menos, expresadas en la decisión
precedente.

74
SC 1310/2002-R de 28 de octubre.
En todo caso compartimos con Asbun, en el sentido de que la vinculatoriedad de
las sentencias del TCP no depende únicamente de dos preceptos aislados (arts. 203 CPE
y 15 CPCo), sino fundamentalmente del valor normativo de la Constitución (norma
fundamental y fundamentadora de todo orden jurídico) que reconoce el carácter superior
y prevalente a los valores, principios, derechos y garantía contenidos en la Constitución,
tales como la igualdad, seguridad jurídica, debido proceso y primacía que la misma
pregona, dado que la Constitución es mucho más que una regla de creación del derecho;
contiene el objetivo o la finalidad que persigue una determinada comunidad.75 El
carácter vinculante recae entonces sobre las razones jurídicas de la decisión o ratio
decidendi; sin embargo, debe realizarse la siguiente precisión que distingue entre el
precedente constitucional y la ratio decidendi.

13.3 Distinción entre precedente constitucional y la ratio decidendi

Pero ¿qué parte de las resoluciones constitucionales son vinculantes?, obvio que
no podríamos concluir simple y llanamente que es la ratio decidendi, debido a que todas
las resoluciones tienen una o varias razones jurídicas de la decisión; empero, no todas
crean derecho de origen jurisprudencial, a través de la interpretación, integración e
interrelación de las normas. Por ello, existe diferencia entre ratio decidendi y precedente
constitucional. En este plano, se puede llamar precedente constitucional vinculante
cuando éste es el fruto, el resultado de la interpretación y argumentación jurídica
realizada por el TCP.76 Por lo que, el precedente constitucional es una parte de toda la
sentencia emitida por el tribunal o Corte Constitucional, donde se concreta el alcance de
una disposición constitucional, es decir, en donde se explicita qué es aquello que la
Constitución prohíbe, permite, ordena o habilita para un tipo concreto de supuesto de
hecho, a partir de una de sus indeterminadas y generales cláusulas.
Es vinculante el precedente constitucional contenido en la ratio decidendi. Sin
embargo, el precedente constitucional será vinculante siempre que exista un supuesto
fáctico análogo. Y se pregunta el TCP ¿qué es el precedente constitucional vinculante?
75
ASBUN R., Jorge, Base constitucional del efecto vinculante de las resoluciones constitucionales,
estudios constitucionales, Santa Cruz – Bolivia, Ed. El País, 2008, p. 95.
76
El TCP (SCP 0846/2012 de 20 de agosto) cita como ejemplos las siguientes resoluciones: La
interpretación de una norma jurídica declaración constitucional 003/2005-R de 8 de junio, (interpretación
del art. 118.5 CPE); SC 0101/2004-R de 14 de septiembre donde interpretó el art. 133 y de la disposición
transitoria tercera del código de procedimiento penal. La integración SC 1351/2003-R de 16 de
septiembre, e interrelación, SC 0421/2007-R de 22 de mayo, de las normas jurídicas.
Para responder —dice— es preciso redundar en que: No es el texto íntegro de la
sentencia, no es sólo la parte resolutiva de la sentencia (decisum), no es el obiter dictum,
no es toda la ratio decidendi. Y aclaraba que los precedentes constitucionales están sólo
en las sentencias relevantes. Se identifican a las sentencias relevantes porque son
sentencias fundadoras, moduladoras, que reconducen o cambian una línea
jurisprudencial expresamente o tácitamente. En el precedente constitucional se
consignan: “las subreglas de derecho”, “normas adscritas” o “concreta norma de la
sentencia”, resultantes de la interpretación, interrelación o integración de las normas de
la Constitución o de las disposiciones legales. Estas tienen más jerarquía y fuerza
jurídica que las propias leyes, porque el tribunal constitucional es el último aplicador
del derecho. El profesor Cifuentes, señaló que la sub-regla, “Es el corazón de la
decisión, de la cosa decidida”.
El original TC,77 ya había establecido que el efecto vinculante de la
jurisprudencia constitucional significaba que la doctrina constitucional creada, así como
las sub-reglas extraídas de las normas implícitas de la Constitución y consignadas en la
ratio decidendi de la sentencia constitucional, tienen que ser aplicadas obligatoriamente
por este Tribunal y por el resto de los órganos del poder público, por lo mismo, por los
jueces y tribunales que forman parte del Órgano Judicial, en la resolución de todos los
casos que presenten supuestos fácticos análogos.
En consecuencia, la aplicación del principio de vinculatoriedad de la
jurisprudencia constitucional está sujeta a la regla de la analogía, vale decir que los
supuestos fácticos de la problemática resuelta mediante la sentencia constitucional en la
que se crea la jurisprudencia sean análogos a los supuestos fácticos de la problemática a
resolverse mediante la sentencia en la que se aplicará la jurisprudencia o el precedente
obligatorio, desde otra perspectiva, cuando no existe la concurrencia de la analogía entre
los supuestos fácticos no puede exigirse la aplicación de la jurisprudencia o el
precedente obligatorio.
En la interpretación del TC,78 desde un principio estableció que la jurisprudencia
con efectos vinculantes es la que contiene la ratio decidendi o fundamentos jurídicos
que guarden una unidad de sentido con la parte resolutiva, de tal forma que no se pueda
entender ésta sin la alusión a aquélla, es la parte en la que se consigna la doctrina y las
subreglas que se constituyen en precedentes obligatorios; en cambio, el obiter dictum no

77
SC 186/2005-R de 7 de marzo.
78
AC 004/2005-ECA de 16 de febrero.
tiene efecto vinculantes, de manera que para exigir la aplicación obligatoria de un
precedente debe tenerse el cuidado de identificar que se trate de la ratio decidendi.

Para Rivera Santiváñez,79 la “radio decidendi” es la formulación general, más


allá de las particularidades irrelevantes del caso, del principio, regla o razón general que
constituye la base de la decisión judicial especifica. En cambio constituye un mero
obiter dictum, toda reflexión realizada por el TC o cualquier juez al motivar su fallo,
pero que no es necesaria a la decisión, por lo cual son opiniones más o menos
incidentales en la argumentación de la autoridad judicial. Y concluye que el precedente
vinculante es la radio decidendi del caso, ya que ese principio abstracto que fue la base
necesaria de la decisión, es el que debe ser aplicado por los jueces en otras situaciones
análogas.
El mismo tribunal80 aclaraba que la aplicación obligatoria de la jurisprudencia
constitucional está sujeta a la regla de la analogía, vale decir que los supuestos fácticos
de la problemática resuelta mediante la sentencia constitucional en la que se crea la
jurisprudencia sean análogos a los supuestos fácticos de la problemática a resolverse
mediante la sentencia en la que se aplicará la jurisprudencia o el precedente obligatorio;
desde otra perspectiva, se puede señalar que cuando no existe la concurrencia de la
analogía entre los supuestos fácticos no puede exigirse la aplicación de la jurisprudencia
o el precedente obligatorio.
La jurisprudencia vinculante es la que contiene, en efecto, la ratio decidendi de
la sentencia constitucional y se consigna en los fundamentos jurídicos, que guarden una
unidad de sentido con la parte resolutiva, de tal forma que no se pueda entender ésta sin
la alusión a aquella, es la parte en la que se consigna la doctrina y las sub reglas que se
constituyen en precedente obligatorio; más el obiter dictum no tienen efecto vinculante,
de manera que para exigir la aplicación obligatoria de un precedente debe tenerse el
cuidado de identificar que se trate de la ratio decidendi.

13.4 Las líneas jurisprudenciales

No es suficiente la identificación del precedente constitucional, a través del


análisis estático de la jurisprudencia, se debe analizar la jurisprudencia constitucional
también a través de un estudio dinámico, es decir, se debe apreciar de manera
sistemática el desarrollo de la jurisprudencia, para ubicar el precedente constitucional en
vigor en la línea jurisprudencial. En palabras del TCP, las líneas jurisprudenciales son la

79
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, Sistematización de la jurisprudencia constitucional y
precedentes obligatorios en Derecho Procesal Penal, Tomos I, Sucre, Ed. Tupac Katari, 2008, p. 26.
80
SC 186/2005-R de 7 de marzo.
técnica para hacer el análisis dinámico de la jurisprudencia constitucional. Son las
respuestas o soluciones que la jurisprudencia ha dado a determinado problema jurídico,
está conformada por un conjunto de sentencias que abordaron determinada temática.
La jurisprudencia constitucional al ser en esencia evolutiva, se va modulando, ya
sea extendiendo, o en su caso, restringiendo sus alcances, de ahí que es preciso hacer un
recorrido entre las sentencias básicas o creadoras de líneas, sentencias moduladoras de
líneas, sentencias confirmadoras o reiteradoras de línea, sentencias mutadoras o
cambiadoras de línea y sentencias reconductoras de línea, porque sólo con este análisis
dinámico de las sentencias que conforman la línea jurisprudencial se identifica el
precendente constitucional en vigor.

13.5 La jurisprudencia constitucional en el tiempo

Al igual que la Ley, la jurisprudencia en principio no es retroactiva:

i) Jurisprudencia constitucional retrospectiva

Un precedente constitucional, al constituirse en un medio por el cual la


Constitución desplaza su eficacia general, tiene validez plena en el tiempo y, por ende,
no está regido por el principio de irretroactividad, lo que significa que puede ser
aplicado a hechos pasados en forma retrospectiva, sin importar que los hechos a los que
ha de aplicarse el entendimiento jurisprudencial hubieren acaecido con anterioridad al
precedente constitucional.
Sin embargo de ello, la aplicación retrospectiva tiene límites, que son: 1) La cosa
juzgada, en la medida en que los nuevos entendimientos jurisprudenciales no pueden
afectar los asuntos ya resueltos y que se encuentran firmes o inimpugnables, esto es, que
tenga la calidad de cosa juzgada formal y material, por lo mismo sólo puede aplicarse
retrospectivamente a procesos en curso; y, 2) La jurisprudencia que perjudica al
imputado en materia de derecho penal sustantivo, lo que implica que en este último
caso, no se pueden aplicar en forma retrospectiva los entendimientos jurisprudenciales
que afecten o desmejoren las esferas de libertad del imputado o condenado.81 Se puede

81
El TCP pone como ejemplo la SC 0076/2005-R de 13 de octubre, la SC 0494/2007-R de 13 de junio, la
SC 1426/2005-R de 8 de noviembre, sobre el tema del garante hipotecario, donde se aplicó la SC
0136/2003-R, cuando el proceso había adquirido la calidad de cosa juzgada.
aplicar retrospectivamente un precedente constitucional a procesos en curso, únicamente
cuando no perjudique o restrinja derechos consolidados por un anterior entendimiento
jurisprudencial.
Ahora bien, a dichos límites, se añade la prohibición de aplicar retroactivamente
un precedente que podría restringir el derecho de acceso a la justicia constitucional, ya
sea porque con dicha jurisprudencia se imponen o se endurecen los requisitos para la
presentación de las acciones constitucionales, o se generan nuevas causales de
improcedencia o, en su caso, el nuevo precedente, pese a efectuar una interpretación
favorable del derecho —por ejemplo derecho a recurrir— podría dar lugar a que en su
aplicación resulte desfavorable para el acceso a la justicia constitucional.

ii) Jurisprudencia constitucional prospectiva

El tribunal constitucional en una acción de libertad aplicó el overruling


prospectivo, es decir a futuro, en un caso en el que interpretó las reglas de competencia
material para conocer acciones de libertad.82 Y señaló que la eficacia prospectiva de la
jurisprudencia, conocida como prospective overruling, referida al cambio de un
precedente vinculante o la sustitución por otro que a partir de la introducción de un
nuevo razonamiento, adquiere carácter vinculante en casos posteriores; dicho de otro
modo, el cambio o reemplazo del precedente vinculante, es aplicable en lo sucesivo y
conforme a los criterios asumidos en el nuevo fallo. La sentencia constitucional tendrá
carácter vinculante por mandato del art. 203 de la norma fundamental y del art. 8 de la
LTCP, de modo que resulta aplicable a todos los casos posteriores.

13.6 Reglas básicas para la aplicación del precedente constitucional

Del análisis, estático y dinámico de la jurisprudencia constitucional, es posible


concluir que la aplicación o invocación del precedente constitucional tiene reglas
básicas que debe seguir el justiciable a tiempo de invocar un precedente, como el juez o
cualesquier autoridad pública o particular a tiempo de aplicarlo, y son:

82
En este sentido, la SCP 0032/2012 de 16 de marzo.
i) Lo que se debe hacer a tiempo de aplicar o invocar un precedente
constitucional

Cita del precedente que tenga analogía en los supuestos fácticos.


Cita del precedente identificando previamente el precedente constitucional en
vigor, debiendo compararse el precedente constitucional a aplicarse con la línea
jurisprudencial.

ii) Lo que no se debe hacer a tiempo de aplicar o invocar un precedente


constitucional

Cita de un precedente constitucional sin que exista analogía en los supuestos


fácticos.
Cita del obiter dictum (cuestiones incidentales, referencias doctrinales, citas de
derecho comparado, mención a disposiciones jurídicas aplicables al asunto pero no
decisivas de la resolución) como si fuera el precedente.
Cita de fundamentos jurídicos conclusivos o relacionales.
Cita de la sentencia constitucional confirmadora/reiteradora de línea sin hacer
mención a la sentencia constitucional fundadora, moduladora o reconductora de línea.
Cita incompleta del precedente y solo de la parte que nos favorece para el caso.
Cita del precedente que no está en vigor sin haber realizado previamente análisis
de la línea jurisprudencial.
El uso incorrecto de la aplicación de la jurisprudencia en el tiempo.
Capítulo V
Los principios rectores

1. La Constitución principista o axiomática. 2. La supremacía


constitucional. 3. La jerarquía normativa. 4. Los principios ético-
morales. 5. El pluralismo y las cosmovisiones. 6. Erradicar los
ritualismos. 7. El informalismo. 8. El principio pro actione. 9. El
principio iuria novit curia. 10. La verdad material. 11. No reconoce
fueros ni privilegios. 12. Economía y celeridad.

1. La Constitución principista o axiomática

La Constitución boliviana busca caracterizarse, fundamentalmente, por el


contenido de sus valores, y principios y su amplio catálogo de derechos y garantías, que
sintetizan la integridad y totalidad del sistema jurídico-constitucional. Las normas
constitucionales-principios son las que influirán en el significado jurídico de las normas
constitucionales-reglas y normas legales-reglas (contenidas en las leyes en sentido
general sustantivas o procesales) y no viceversa, o lo que es lo mismo, la segundas y
terceras deben adaptarse a las primeras para que exista coherencia del sistema en razón
a que sólo los principios desempeñan un papel propiamente “constitutivo” del sistema
jurídico.83 Y para el tribunal constitucional, se requiere más ponderación que
subsunción, de modo que se transformen las promesas constitucionales en realidades
constitucionales.

La obligatoriedad de las normas constitucionales-principios, claramente se


visualiza en el artículo 9.4 de la Constitución, cuando prevé que son fines y funciones
esenciales del Estado, garantizar el cumplimiento de los principios, valores, derechos y
deberes reconocidos y consagrados en la Constitución, norma concordante con el
artículo 108.3, que exige promover y difundir la práctica de los valores y principios que
proclama la Constitución. Las normas constitucionales-principios buscan su irradiación
y transversalidad en el resto de las normas constitucionales y todo el ordenamiento
jurídico.

83
SSCCPP 0258/2011 de 16 de marzo, la 0084/2017 de 28 de noviembre, entre otras.
En el derecho español los principios y el carácter normativo de la Constitución, según
Fernández Segado,84 supone lo siguiente:
1) La Constitución se nos presenta como la expresión de los valores de un orden, de
tal modo que en la medida en que el ordenamiento constitucional entraña
verdaderamente la supremacía de unos valores, es verdadero orden fundamental.
2) La Constitución aparece como la estructura esencial del orden, y ello en cuanto
que contiene el mínimo de elementos necesarios para que ese orden jurídico pueda
existir, imprimiéndole a la par una forma específica.
3) La Constitución es, por último, un orden fundamental por cuanto se nos presenta
como la base misma, el punto de apoyo sobre el que descansa el resto del
ordenamiento jurídico.

La Constitución es, en efecto, un código normativo que a todos vincula y que


consagra un sistema de valores materiales que sirven de base a toda la organización estatal;
por ello mismo, presenta un carácter fundamental. El tribunal constitucional español sostenía
que la Constitución es una norma; pero una norma cualitativamente distinta de las demás, por
cuanto incorpora el sistema de valores esenciales que ha de constituir el orden de convivencia
política y de informar todo el ordenamiento jurídico. Es así la norma fundamental y
fundamentadora de todo el orden jurídico, y de ello derivan distintas consecuencias:
a) Una de ellas es la idea de permanencia, característica estrechamente vinculada de
siempre a la Constitución, de modo que la estabilidad se ha considerado como un
atributo necesario de la Constitución. Si ésta es el fundamento de la organización
estatal y del ordenamiento jurídico, necesita tener permanencia pues de otro modo
sería incapaz de cumplir su misión fundamentadora.

Sin embargo, junto a la idea de permanencia hemos de situar la de dinamicidad, y


vivacidad constitucional, ya que la Constitución es un organismo vivo, siempre en
movimiento como la vida misma, y está sometida a la dinámica de la realidad, que jamás
puede ser captada a través de fórmulas fijas. No debe extrañarnos por ello que constituciones
formalmente rígidas, que han perdurado, o perduran, durante un dilatadísimo período de
tiempo, hayan estado sujetas, y sigan estándolo, a constantes mutaciones en su contenido, por
más que permanezca inalterable el texto constitucional, siendo de reseñar al efecto la

84
FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco: El Sistema Constitucional Español, Madrid, Ed. Dykinson, 1992, pp. 65-
69.
extraordinaria importancia de la labor diseñada por los jueces en orden a la interpretación de
la Constitución.
b) Otra importante consecuencia es el control de constitucionalidad del ordenamiento
jurídico ordinario, con el que se pretende evitar la vulneración de la Constitución
por una norma de rango inferior. Si la Constitución es la norma fundamental, la
norma primaria, por cuanto es la única que emana de modo inmediato del poder
constituyente, y en ella encuentran su validez las restantes normas jurídica del
ordenamiento, esto es, las normas secundarias, y además de todo ello da su unidad
del ordenamiento, al enunciar el orden material de valores del mismo, resulta
perfectamente comprensible que para las normas secundarias sean intangibles las
normas constitucionales. Del carácter fundamental de la Constitución derivan,
pues una serie de límites de muy diversa naturaleza para los poderes públicos,
unos son formales, otros materiales, y otros, finalmente, se desprenden de los
propios valores constitucionalmente proclamados.

La Constitución reconoce valores universalmente aceptados y compatibles con todas


las concepciones del mundo no totalitarias, pero tampoco la “lex superior” es
axiológicamente neutral, sino que impone el respeto a esos valores universales y, de ello,
pueden derivarse una serie de limitaciones. El carácter normativo de la Constitución,
unánimemente aceptado, quiere significar que no estamos en presencia de un mero catálogo
de principios, sino de una norma con contenido material a todos (ciudadanos y poderes
públicos), que vincula de modo inmediato, siendo por lo demás sus preceptos, como regla
general, alegables ante los tribunales y debiendo considerarse su infracción antijurídica.85

En la perspectiva del TC, los valores superiores poseen una triple


dimensión: a) fundamentadora del conjunto de disposiciones e instituciones
constitucionales, así como del ordenamiento jurídico en su conjunto, al que
se proyectan sus normas, principios y valores, lo que determina que tengan
una significación de núcleo básico e informador de todo el sistema jurídico
político; b) orientadora del orden jurídico hacia fines predeterminados, que
hacen ilegítimas las normas que persiguen fines distintos o que obstaculicen
la consecución de los valores que enuncia la Constitución; c) crítica, pues
sirve de parámetro para la valoración de conductas, posibilitando el control

85
SCP 0084/2017 de 28 de noviembre.
jurisdiccional de las restantes normas del ordenamiento jurídico para
determinar si están conformes o infringen los valores constitucionales . 86

Estos valores superiores están dirigidos, primero, al legislador, para


que sean tomados en cuenta en la elaboración de las leyes y, segundo, al
poder ejecutivo y judicial, para que sean considerados en la aplicación e
interpretación de esas normas, optando siempre por aquella aplicación e
interpretación que más favorable resulte a la efec tiva concreción de esos
valores.

Entre los valores superiores proclamados por la Constitución , la


justicia no sólo es un valor en sí, sino que es una medida de los demás
valores jurídicos. La justicia se ha identificado con la igualdad, por
ejemplo, al entender que una norma es justa cuando su contenido y
aplicación a supuestos de hecho similares es igualitaria; con el principio de
legalidad, al deducir que una norma, resolución o acción es justa si se
adecua a las normas que le son aplicables; con la seguridad jurídica, en
cuanto ésta representa la garantía de la aplicación objetiva del ordenamiento
jurídico a los supuestos prácticos planteados; con el contenido de los
derechos humanos, al entender que es justo un o rdenamiento jurídico cuando
los reconoce y establece el procedimiento eficaz para su protección; con la
libertad, en tanto sólo pueden ser consideradas justas las normas que
respeten la libertad de los individuos y establecen los mecanismos para que
éstos actúen autónomamente y participen en la organización del poder; con
el principio de razonabilidad, en la medida en que las autoridades judiciales
corrigen el rigorismo del principio de legalidad en la aplicaci ón de las
normas, otorgando así un tratamiento más justo a las personas.

La justicia se encuentra íntimamente vinculada a la dignidad de la


persona, en cuanto ésta tiene un fin propio que cumplir, que es
intransferible y privativo y que implica el desarrollo de las diferentes
potencialidades (psíquicas, morales, culturales, económicas y sociales). Al
margen de la interpretación basada en la unidad, la Constitución tiene valor específico

86
El TC (SC 282/2005-R de 4 de abril) aclaraba desde un principio que a la jurisdicción
constitucional no le compete analizar la interpretación de la legalidad ordinaria efectuada
por los jueces y tribunales ordinarios, salvo que en esa inter pretación se hubieren
lesionado principios, valores, derechos y garantías constitucionales.
no como una norma cualquiera, de cualquier contenido, sino precisamente como
portadora de unos determinados valores materiales que tienen primacía en el
ordenamiento jurídico, ya que es la “norma suprema del ordenamiento jurídico
boliviano y goza de primacía frente a cualquier otra disposición normativa”, y todas las
personas, naturales y jurídicas, así como los órganos públicos se encuentran sometidos a
ella (art. 410 CPE).

2. La supremacía constitucional

La Constitución es la norma suprema del ordenamiento jurídico boliviano y goza


de primacía frente a cualquier otra disposición normativa (art. 410.II). El principio de
supremacía constitucional erige a la Constitución como norma fundamental, y fuente de
validez de todo el ordenamiento jurídico; encontrándose el fundamento del control de
constitucionalidad, en la necesidad de verificar que ese orden normativo, no contradiga
los principios, valores ni fines instituidos en la norma suprema.
En palabras de García de Enterría, la supremacía de la Constitución sobre todas las
normas y su carácter central en la construcción y en la validez del ordenamiento en su
conjunto, obligan a interpretar éste en cualquier momento de su aplicación ―por operadores
públicos o por operadores privados, por tribunales o por órganos legislativos o
administrativos― en el sentido que resulta de los principios y reglas constitucionales, tanto
los generales como los específicos referentes a la materia de que se trate.87 Este principio es
una consecuencia derivada del carácter normativo de la Constitución y de su rango supremo y
está reconocido en los sistemas que hacen de ese carácter un postulado básico.
Y como norma suprema regula sistemáticamente las funciones fundamentales
del Estado, las competencias de los poderes públicos, y las relaciones entre éstos y los
ciudadanos. Y no vale cualquier complejo normativo que organice el poder del Estado,
sino la Constitución del Estado Constitucional de Derecho, que está al servicio de la
libertad individual y tiene, según Bilbao, Rey y Vidal,88 las siguientes características:

87
Este autor además aclara que la sentencia del TC resuelve definitivamente el conflicto que conoce, de
modo que todos los poderes del Estado deben acatamiento a su decisión, mientras que las resoluciones de
los órganos jurisdiccionales ordinarios surten solamente sus efectos en el caso concreto y entre las partes
implicadas en tal caso concreto. Vid. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo, La Constitución como norma
y el Tribunal Constitucional, cuarta edición, Navarra, Ed. Aranzadi, 2006, pp. 97 y ss.
88
BILBAO, Juan María, REY, Fernando y VIDAL, José Miguel: Lecciones de Derecho Constitucional I,
3° edición, Pamplona, Ed. Thomson Reuters, 2014, pp. 35-38.
a) La génesis de la Constitución se halla en el consentimiento de los ciudadanos.
Aquí la Constitución sería la expresión por antonomasia de política de los ciudadanos
(los cuales disponen de su libertad originaria, aceptando limitarla en alguna medida para
protegerla mejor). Al proceso que conduce a la aprobación de esta norma tan singular se
le conoce como poder constituyente (porque se “constituye” —o reconstituye—el
Estado: donde se aprecia con mayor claridad es en EE.UU., porque allí nace el Estado, y
lo hace como Estado Constitucional y a partir de una Constitución normativa). Y a la
decisión del pueblo de imponer la Constitución como norma jurídica se conoce como
poder constituyente. Un poder singular, excepcional, que sólo surge cuando una
determinada sociedad decide establecer (o modificar) las normas básicas de la
convivencia.
b) El contenido de la Constitución refleja el objetivo fundamental de garantizar
jurídicamente la libertad. Por eso, el artículo 16 de la declaración de derechos del
hombre y del ciudadano declara que “toda sociedad en la cual la garantía de los
derechos no esté asegurada, ni la separación de poderes establecida, no tiene
Constitución”. Éste sería el contenido mínimo indispensable de la Constitución: el
catálogo de derechos (parte dogmática) y la organización del poder (de los poderes
constituidos) con arreglo al principio de división de poderes (parte orgánica). Conviene
advertir también que a medida que el Estado Constitucional evoluciona y descubre
nuevos instrumentos en favor de la libertad, la Constitución les dará entidad jurídica: la
Constitución normativa de hoy día es la Constitución del Estado Constitucional de
Derecho.
La supremacía constitucional tiene un valor político superior al resto de las
normas del ordenamiento en la medida en que traduce la voluntad del pueblo de fijar las
reglas básicas de la convivencia. Y como no tendría sentido que los poderes que la
Constitución crea y organiza (los poderes constituidos), no estén sujetos ni obligados a
respetarla, esa supremacía política aspira a convertirse en supremacía jurídica: el
esfuerzo de racionalización del poder conduce a la afirmación de la superioridad
jurídica de la norma en la que se funda su legitimidad y las condiciones de su ejercicio.
¿Cómo se garantiza la supremacía constitucional? La supremacía constitucional
se garantiza de dos modos.
i) En primer lugar, impidiendo que la Constitución pueda ser modificada
(socavada progresivamente) a través de los procedimientos legislativos
ordinarios. Son Constituciones rígidas las que sólo pueden modificarse
por los procedimientos en ellas previstos, que son normalmente más
complejos que los que sigue el poder legislativo para elaborar o
modificar las leyes ordinarias (hay que reproducir, de algún modo, el
consenso constituyente). Son constituciones flexibles las que no indican
nada sobre su reforma, lo que en la práctica se traduce (o se ha traducido,
atendiendo a la experiencia histórica) en su disponibilidad por el
legislador ordinario. La rigidez es consustancial a la Constitución
normativa, porque sin ella no es posible singularizar formalmente a la
Constitución como norma jurídica distinta y superior a todas las demás
(es como si la Constitución se cerrase sobre si misma). La Constitución
expresa el compromiso de la sociedad de conferir estabilidad al “pacto
constituyente” pero sin impedir que las futuras generaciones revisen
algunos elementos de ese pacto (una Constitución irreformable
condenaría a las nuevas generaciones a su ruptura, salvo las llamadas
“cláusulas pétreas”).
ii) En segundo lugar, la rigidez, siendo necesaria, no es suficiente para
garantizar la supremacía normativa de la Constitución. Aunque la
Constitución establezca un procedimiento especial para su reforma,
siempre existe la posibilidad de que el legislador apruebe
(deliberadamente o no) leyes que entren en conflicto con lo previsto en
aquella. Si esas leyes entran en vigor y se aplican normalmente será, en
la práctica, como si se hubiera modificado la Constitución pero por una
mayoría legislativa ordinaria, esto es, sin seguir el procedimiento
constitucionalmente establecido. La Constitución habrá resultado
infringida.

Por lo tanto, hace falta encomendar a alguien la misión de impedir que puedan
surtir efectos jurídicos las decisiones de los poderes constituidos (en particular, las
leyes) que vulneren la Constitución. Esta garantía de la supremacía normativa de la
Constitución se completa con el “control de constitucionalidad”, que no deja de plantear
también sus problemas como instrumento de control político.

3. El principio de jerarquía normativa


La Constitución establece que la aplicación de las normas jurídicas se regirá por
la siguiente jerarquía, de acuerdo a las competencias de las entidades territoriales: 1)
Constitución Política del Estado; 2) Los tratados internacionales; 3) Las leyes
nacionales, los estatutos autonómicos, las cartas orgánicas y el resto de legislación
departamental, municipal e indígena; 4) Los decretos, reglamentos y demás
resoluciones emanadas de los órganos ejecutivos correspondientes (art. 410.II).
En la interpretación del TCP, este principio supone una gradación de normas que
tienen en la cúspide a la Constitución Política del Estado y a las normas del bloque de
constitucionalidad.89 Antes de hacer referencia a la gradación jerárquica, establece de
manera expresa que el bloque de constitucionalidad, está integrado por los tratados y
convenios internacionales en materia de derechos humanos y las normas de derecho
comunitario, ratificadas por el país; por ende, se entiende que estas normas quedan fuera
de la genérica alusión de “tratados internacionales” prevista en la misma norma
constitucional.
El principio de jerarquía normativa supone la existencia de una diversidad de
normas entre las que se determina una jerarquización; por la cual, una norma situada en
un rango inferior no puede oponerse a otra de superior categoría, lo que implica, que el
ordenamiento jurídico adopte una estructura jerarquizada; en cuya cúspide, se sitúa la
norma suprema. Y establece el orden de prelación o subordinación en el que se
encuentran cada una de las normas jurídicas; así, la Constitución Política del Estado es
la primera y más importante, debiendo subordinarse a ella cada una de las demás; luego,
se ubican los tratados internacionales, inmediatamente por debajo las leyes nacionales,
estatutos autonómicos, cartas orgánicas y el resto de la legislación departamental,
municipal e indígena; finalmente, por debajo se encuentran los decretos, reglamentos y
demás resoluciones emanadas de los órganos ejecutivos del gobierno central y de las
entidades territoriales autónomas.
Es evidente que a partir de nuestro modelo de Estado, el principio de jerarquía
normativa adquiere un nuevo contenido; puesto que, por una parte, la Constitución
Política del Estado y el bloque de constitucionalidad se encuentran en la cúspide; por
otra, las leyes nacionales, departamentales, municipales e indígenas tienen igual nivel,
en el marco de la distribución competencial efectuada por nuestra norma suprema.

89
SSCCPP 0005/2019 de 11 de febrero que, a su vez, se remite a la 0680/2012 de 2 de agosto, la
0591/2012 de 20 de julio.
En este sentido el principio de jerarquía opera cuando dos normas pueden versar
sobre una misma materia, obligando a preferir a la de nivel superior; pero cuando la
relación entre ellas está estructurada sobre el presupuesto de que cada una es
competente en un respectivo y bien delimitado ámbito de materias, esa colisión
jerárquica no debe existir. Igualmente debe tomarse en cuenta la norma competente o
especializada, de modo que cuando dos normas tienen bien delimitados sus respectivos
ámbitos materiales, se establece entre ellas una relación horizontal que hace legítima la
acción de cada una en su correspondiente espacio, obligando a preferir siempre, en caso
de colisión, la procedente de quien tenga la competencia sobre la materia de que se
trate.
Y aunque con las entidades territoriales autónomas se ha creado un nuevo
bloque normativo, el principio de jerarquía sigue siendo eficaz para dar cuenta de la
ordenación de fuentes “dentro” de cada bloque, pero ha dejado de ser efectivo para
explicar las relaciones “entre” tales bloques o subsistemas, tarea para la cual ha pasado
a ser preciso recurrir a la convergente utilización del principio de competencia. Como
sostiene Garrorena Morales,90 este principio de jerarquía es la distinta fuerza (vis) que
ostenta cada norma, lo que se traduce en que cada una de ellas posee: a) una “vis
positiva” que le permite actuar sobre las normas inferiores, a las que tiene a su merced
y puede modificarlas o derogarlas; y b) una “vis negativa” que, en cambio, la hace
resistente a ella (efecto impenetrabilidad) a la acción de tales normas inferiores.

4. Los principios ético-morales

El constituyente del 2009 ha reconocido un elenco de principios ético-morales,


que deben convertirse en auténticos mandatos jurídicos y carácter normativo porque
fundamentan todo el sistema jurídico-constitucional (art. 8.I). Los principios tienen por
objeto determinar los rasgos esenciales del sistema político, la titularidad del poder, la
modalidad de su ejercicio, así como su finalidad.
La Constitución incorporó ocho principios rectores e imperativos que son: Ama
qhilla, (no seas flojo); ama llulla, (no seas mentiroso); ama suwa (no seas ladrón), se
debe entender estos tres axiomas, como una unidad inseparable; toda vez que, la misma

90
GARRORENA MORALES, Ángel: Derecho Constitucional, Teoría de la Constitución y sistema de
fuentes, publicación del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2011, p. 178.
constituye una filosofía ancestral fundada en el “tricálogo complementario”, cuya
comprensión sería inútil al disgregarse; tampoco se debe olvidar de los otros principios
como el: suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena),
ivi maraei (tierra sin mal), qhapaj ñan (camino o vida noble), que son principios de
aplicación obligatoria, para alcanzar el valor máximo que también es el vivir bien, o
suma qamaña “vida en plenitud” en aymara, equilibrio material y espiritual del
individuo, saber vivir y la relación armoniosa del mismo con todas las formas de
existencia, “convivir”.
El tribunal constitucional boliviano asume y comparte del historiador peruano
Antonio Guevara, que pocos pueblos de la tierra han logrado el considerable adelanto
moral que alcanzaron los hombres del antiguo Perú, en cuya sociedad estaban ausentes:
el robo, los crímenes, la mentira, la ociosidad, la pobreza y la mendicidad; se distinguió
por el espíritu laborioso de sus componentes, el respeto mutuo y el bienestar común.91
Este extraordinario encumbramiento espiritual fue el resultado, de sabias enseñanzas
morales, de consejos y normas de conducta que el Estado había convertido en leyes. El
código moral de los Incas estuvo formado por dichas normas, especie de preceptos o
mandatos divinos, cuyo cumplimiento era obligatorio para todos los habitantes del
Imperio. Y entre tales preceptos morales figuraban los siguientes: Ama Llulla (No seas
mentiroso); Ama Suwa (No seas ladrón) y Ama Quilla (No seas haragán).
En la perspectiva del supremo intérprete constitucional, esta trilogía es un
constructo filosófico de los antepasados, bajo el siguiente razonamiento: Ama Qhilla, no
seas flojo, si eres haragán necesitarás robar para alimentarte (Ama Suwa), para justificar
el robo de tus alimentos, necesitaras mentir, (Ama Llulla); no obstante, a modo de
adelantar su comprensión, describimos el pilar del Ama Suwa, cuyo alcance, no
solamente hace referencia al robo patrimonial, como establece la norma ordinaria, el
robo también en la cultura ancestral, tiene su alcance al aspecto inmaterial, por ejemplo,
“el robo del tiempo”, cuando el interlocutor sin que exista un motivo fundado, causa
perjuicio al otro laborioso, ha incurrido en el robo de su tiempo destinado a realizar una
actividad específica, a igual tiempo, no sólo le ha robado tiempo al otro, también se ha
robado a sí mismo, al haber desgastado su tiempo en actividades fútiles en horas de
producción, entonces el Ama Suwa se debe comprender en un espectro amplio y no
limitante; del mismo modo, Ama Llulla, no sea mentiroso, no mientas a los otros sobre

91
SCP 951/2012 de 22 de agosto.
tu realidad ni te mientas a ti mismo sobre tu propia realidad; en otras palabras no se
debe fingir estar bien, cuando lo correcto es decir la verdad sobre la realidad de otros y
la tuya, que también es de todos. Finalmente, el Ama Qhilla, la flojera, considerada
como una enfermedad, no es natural que un hombre sano, tenga flojera, el ser humano
por naturaleza es dinámico, realiza actividades desde que se despierta hasta que se
duerme; consecuentemente, el no realizar una actividad productiva perjudica a su vida y
a la vida de los demás, la responsabilidad tiene mayor trascendencia, cuando se trata de
un servidor público, quien no solamente perjudica con su proceder ocioso, a su propio
lugar de trabajo, sino también perjudica a los justiciables.
Las Naciones Unidas (ONU) aprobaron los principios ancestrales Ama Sua (No
seas ladrón), Ama Llulla (No seas mentiroso) y Ama Quella (No seas flojo), como una
norma para una gestión pública eficiente, honesta, transparente y preventiva de la
corrupción. Estos principios, transmitidos oralmente durante siglos por las comunidades
andinas, simbolizan un paradigma para el mundo moderno. El reconocimiento
internacional es un hecho auspicioso para la cultura de los pueblos andinos, por cuanto
supone la perpetuación de estos principios y exige no sólo incorporarlos como nuevos
paradigmas universales sino también asumirlos, difundirlos y ponerlos en práctica en
los Estados miembros de la ONU.

5. El pluralismo y las cosmovisiones

La Constitución boliviana reconoce la diversidad socio-cultural y el pluralismo


jurídico, así como la coexistencia de diversos sistemas jurídicos, en igualdad jerárquica,
según interpretación constitucional.92 El pluralismo se fundamenta en los tratados
internacionales, la Constitución, la legislación nacional e indígena, que se constituyen
en un conjunto de normas que permiten determinar la competencia de la jurisdicción
indígena, a través del autoreconocimiento de los pueblos indígena originario
campesinos, y la potestad de impartir justicia; con ello se brinda una integralidad básica
para no quebrar el ordenamiento jurídico, velando por el respeto y protección de los

92
SCP 0018/2018-S1 de 1 de marzo.
derechos colectivos de los pueblos indígenas así como también la protección de los
derechos individuales de los miembros de una comunidad indígena.

El conjunto de usos, valores y principios, que configuran el derecho indígena, se


encuentran reconocidos por la Constitución (arts. 191-192) y los Convenios Internacionales.
La LOJ (art. 159.I) prevé que las naciones y pueblos indígena originario campesinos
ejercerán sus funciones jurisdiccionales y de competencia a través de sus autoridades, y
aplicarán sus principios, valores culturales, normas y procedimientos propios y se
fundamenta en el carácter plurinacional del Estado, y en el derecho a su libre determinación,
autonomía y autogobierno.
La Ley Fundamental (art. 30.I) define como nación y pueblo indígena originario
campesino a “toda la colectividad humana que comparta identidad cultural, idioma, tradición
histórica, instituciones, territorialidad y cosmovisión, cuya existencia es anterior a la invasión
colonial española”. Esta jurisdicción se fundamenta en un vínculo particular de las personas
que son miembros de la respectiva nación o pueblo indígena, debiendo el Estado promover y
fortalecer la justicia indígena originaria campesina. El TC 93 consideraba además que en un
país con diversas etnias y culturas como Bolivia, las comunidades campesinas y pueblos
indígenas mantienen con mucha fuerza instituciones y prácticas de trabajo, de relaciones
humanas, intrafamiliares, de repartición de la tierra y de resolución de conflictos conocidos
como "derecho consuetudinario" o "justicia comunitaria".
El derecho indígena, que está diseminado en 36 comunidades en todo el territorio
nacional, tiene la particularidad de imponer sus propias normas, usos y costumbre para
resolver sus conflictos jurídicos. Esta pluralidad de normas, usos y costumbre que
caracterizan al derecho consuetudinario no siempre es uniforme; se pueden presentar algunas
diferencias entre una y otra comunidad como por ejemplo el grado de autonomía en la
función jurisdiccional, su legitimidad, tipos de sanciones, etc.
Tal como aclaraba Orellana Halkyer,94 la riqueza del derecho indígena-campesino y de
sus formas de administración de justicia estriba en su gran dinamismo, en su capacidad para
mutar, reinventarse y someterse con cierta flexibilidad a dinámicas retóricas desarrolladas por
diferentes agentes en los eventos judiciales comunales. Estas dinámicas convierten a los
conflictos en arenas de intensa deliberación argumentativa en la que circulan discursos que

93
SC 295/2003-R de 11 de marzo.
94
ORELLANA HALKYER, R. Prácticas Judiciales en Comunidades Indígenas Quechuas, en AAVV
Justicia Comunitaria en los pueblos originarios de Bolivia, Poder Judicial, Instituto de la Judicatura de
Bolivia, Sucre, Ed. Tupac Katari, 2003, pp.12 y ss.
reconfiguran el derecho, usando incluso materiales valóricos, argumentos formales y
principios normativos del propio Estado o de lo que la gente percibe como estatal. En general
es una justicia administrada en su idioma materno, “por sus pares o iguales”, y responde a su
cosmovisión o valores de la comunidad, y tiene sus autoridades naturales, y legítimas que son
elegidas según la tradición, costumbres y prácticas culturales.
Los pueblos indígenas, originarios y comunidades campesinas tienen su propio
derecho, que en su conjunto configuran un auténtico derecho consuetudinario, porque son: a)
normas de comportamiento público; b) mantienen el orden interno, c) definen los derechos y
obligaciones de los miembros; d) la distribución de los recursos naturales, e) transmisión e
intercambio de bienes y servicios, f) definición de los hechos que puedan ser considerados
como delitos, faltas, que afecten a los individuos o bien a la comunidad, con la respectiva
sanción; g) manejo y control de la forma de solución de conflictos; y, h) definición de los
cargos y las funciones de la autoridad indígena.
Este sistema jurídico está garantizado por la Constitución (art. 192. I) cuando
establece que toda autoridad pública o persona acatará las decisiones de la jurisdicción
indígena originaria campesina, y para el cumplimiento de sus decisiones, sus autoridades
podrán solicitar el apoyo de los órganos competentes del Estado. Sin embargo y a diferencia
de la justicia ordinaria, en la milenaria justicia indígena la costumbre, creencias, valores,
cosmovisiones, etc., constituyen su Ley Fundamental, habida cuenta que es oral y se trasmite
de generación en generación y se ha mantenido en el tiempo sin necesidad de escritura ni
documento alguno para que sea aceptada y reconocida por los pueblos originarios y el
Estado. En fin, los usos y costumbres como principios de los pueblos indígenas, se han
revalorizados a partir del reconocimiento internacional como un verdadero sistema jurídico,
que se produce y reproduce oralmente hace más de 500 años en relación estrecha con las
fuerzas de la naturaleza.

6. Erradicar los ritualismos

La Constitución consagra un elenco de principios generales ─sustantivos y


procesales─ como la gratuidad, publicidad, transparencia, oralidad, celeridad, probidad,
honestidad, legalidad, eficacia, eficiencia, accesibilidad, inmediatez, verdad material,
debido proceso e igualdad de las partes ante el juez, que son aplicables a la jurisdicción
constitucional (art. 180.I).

Sin embargo, los procesos y procedimientos constitucionales tienen sus propios


principios rectores como la prevalencia del derecho sustancial respecto del formal, la
sumariedad, la simplicidad, la celeridad, la generalidad porque no reconoce ningún tipo
de privilegio, inmunidad o prerrogativa, la inmediación, entre otros.95 La Constitución
boliviana reconoce criterios hermenéuticos para la concreción material de los derechos
humanos, como la independencia, imparcialidad, seguridad jurídica, publicidad,
probidad, celeridad, gratuidad, pluralismo jurídico, interculturalidad, equidad, servicio a
la sociedad, participación ciudadana, armonía social y respeto a los derechos (art. 125,
178, 180 CPE).

En realidad la jurisdicción constitucional proclama el respeto a los derechos, que


se constituyen en la base de la administración de justicia y guarda armonía con la
preeminencia que en nuestro sistema constitucional tienen los derechos fundamentales y
garantías jurisdiccionales, que si bien tienen como garantes a las autoridades en general,
encuentran en la justicia constitucional, su máximo resguardo, protección y órgano de
interpretación. El CPCo (art. 3) reconoce, como principios particulares, el impulso de
oficio por el que las actuaciones procesales deben efectuarse sin necesidad de petición
de las partes; celeridad, que obliga a resolver los procesos evitando dilaciones en su
tramitación; concentración, por el que debe reunirse la mayor actividad procesal en el
menor número de actos posibles y, fundamentalmente, el no formalismo debiendo
exigirse las formalidades estrictamente necesarias para la consecución de los fines del
proceso.

El TCP aclaraba que la jurisdicción constitucional “se encuentra impregnada de


los principios informadores de la teoría de los derechos fundamentales, lo que implica,
entre otros, aplicar los principios de prevalencia del derecho material o sustantivo sobre
las formalidades, así como los de indubio pro homine, favorabilidad y pro actione; en
virtud de los cuales, en casos de dudas respecto a la aplicación de una norma restrictiva

95
El TCP (SCP 591/3013 de 21 de mayo) reitera que el principio de prevalencia del derecho sustancial
respecto al formal, conforme lo entendió la SC 0897/2011-R de 6 de junio, “…es uno de los pilares
fundamentales del Estado Constitucional de Derecho, que se encuentra consagrado por el art. 8.II CPE.
de la acción tutelar, no se la debe obviar, dando preeminencia en todos los casos, al
derecho sustantivo, es decir, a la acción y a la vigencia de los derechos fundamentales
de las personas”.96

La justicia constitucional debe tomar en cuenta además la aplicación del estándar


más alto de la jurisprudencia constitucional, que viene a ser aquélla o aquéllas
decisiones del TCP que hubieran resuelto un problema jurídico recurrente y uniforme,
pero de manera progresiva a través de una interpretación que tiende a efectivizar y
materializar de mejor manera los derechos fundamentales y garantías constitucionales
previstas en la Constitución y en los tratados internacionales de derechos humanos que
forman parte del bloque de constitucionalidad.

El método de identificación del estándar más alto en la jurisprudencia


constitucional, es a través de un examen o análisis integral de la línea jurisprudencial, de
tal forma que el precedente constitucional en vigor se constituirá en aquél que resulte de
dicha comparación; es decir, se debe apreciar de manera sistemática el desarrollo de la
jurisprudencia para ubicar el precedente constitucional en vigor en la línea
jurisprudencial.97 De ahí que es preciso hacer un recorrido entre las sentencias básicas o
creadoras de líneas, moduladoras, confirmadoras o reiteradoras, mutadoras o
cambiadoras y sentencias reconductoras de línea, porque sólo con este análisis dinámico
de las sentencias que conforman la línea jurisprudencia se identifica el precedente
constitucional en vigor.

También debe tomarse en cuenta el uso del estándar más alto de la


jurisprudencia constitucional que, al menos tiene dos consecuencias prácticas:
i) Provoca que un juez o tribunal en caso de contar con dos sentencias constitucionales

96
El TCP (SSCCPP 1977/2013 de 4 de noviembre, la 0450/2012 de 29 de junio, entre otras), aclara que la
garantía del debido proceso, con la que especialmente se vincula el derecho formal, no ha sido instituida
para salvaguardar un ritualismo procesal estéril que no es un fin en sí mismo, sino esencialmente para
salvaguardar un orden justo que no es posible cuando, pese a la evidente lesión de derechos, prima la
forma al fondo, pues a través del procedimiento se pretende lograr una finalidad más alta cual es la tutela
efectiva de los derechos.

97
El TCP (SCP 2233/2013 de 16 de diciembre que, a su vez, cita a la 0846/2012 de 20 de agosto)
aclaraba que las líneas jurisprudenciales, son la técnica para hacer el análisis dinámico de la
jurisprudencia constitucional. Son las respuestas o soluciones que la jurisprudencia ha dado a
determinado problema jurídico, está conformada por un conjunto de sentencias que abordaron
determinada temática.
contradictorias elija de acuerdo a las particularidades de cada caso el entendimiento que
tutele de manera más adecuada los derechos fundamentales que llega a ser el estándar
más alto; ii) Y de existir diversos entendimientos jurisprudenciales no antagónicos sino
progresivos los mismos deben armonizarse para la resolución más adecuada del caso en
atención a los derechos fundamentales obteniéndose, vía integración de jurisprudencia,
el estándar más alto.

7. El informalismo

El informalismo viene a ser el principio rector de los procesos constitucionales,


especialmente en el proceso de acción de libertad. La Constitución prevé que toda
persona podrá acudir, de manera oral o escrita, por sí o por cualquiera a su nombre y sin
ninguna formalidad procesal, mandato que informa todo su desarrollo, y en virtud del
cual deben ser interpretadas las normas del procedimiento de esta garantía
constitucional (art. 125). Este principio es compatible con la naturaleza de los derechos
fundamentales que tutela, como la vida, la salud, la dignidad, la libertad, el debido
proceso, que exigen una protección inmediata y la concreción del valor justicia y la
efectiva vigencia de los derechos y garantías constitucionales como valores objetivos
que sustentan el orden constitucional.

En la interpretación del TCP, el carácter informal de la acción de libertad


permite que la justicia constitucional pueda proteger de manera eficaz los derechos de
los justiciables, concediendo la tutela frente a actos ilegales denunciados expresamente
o, aun no siéndolo, tengan vinculación con el acto que motivó la presentación de la
acción de libertad.98 Aquí la jurisdicción constitucional no sólo tiene que limitarse a
compulsar los actos y las normas denunciadas como vulneradas sino también debe

98
El TCP (SCP 1204/2003-R de 25 de agosto, la 0591/2013 de 21 de mayo, la 1977/2013 de 4 de
noviembre, entre otras), ha establecido que el principio de aplicación directa y eficaz de los derechos
fundamentales, constituye un postulado que consolida el valor normativo de la Constitución, por el cual,
los derechos fundamentales tienen una efectividad plena más allá de un reconocimiento legislativo o de
formalismos extremos que puedan obstaculizar su plena vigencia, aspecto que caracteriza la “última
generación del Constitucionalismo”, en el cual el fenómeno de constitucionalización del ordenamiento
jurídico, se consagra y alcanza su esplendor a través del principio de aplicación directa de los derechos
fundamentales.
incluir otros hechos conexos, lo que bajo ningún motivo puede interpretarse como que
el juez está resolviendo en base a presupuestos distintos a los que hubiera referido el
recurrente.
En general la forma es la condición necesaria para la certeza y la seguridad no
sólo de los mismos actos o procedimientos, sino también de las resoluciones judiciales.
Lo contrario de la forma es el formalismo, que significa incerteza e inseguridad y
degradación de los actos procesales y en definitiva de cómo obtener justicia. En
definitiva, la forma sólo puede entenderse cuando se concibe como modo para asegurar
el acierto de la decisión judicial, no como obstáculo que ha de ser superado para
alcanzar esa decisión y para que la misma se acomode a la norma material. La
informalidad busca que los procesos constitucionales, estén exentos de formalismos
innecesarios, como el cumplimiento de requisitos que no tienen relación directa con la
pretensión; en particular el habeas corpus debe interponerse en forma oral o escrita, a
cualesquier hora y día y sin llenar ningún formalismo jurídico.
En realidad cuando el artículo 125 CPE sostiene que la acción de libertad debe
ser tramitada “sin ninguna formalidad procesal”, no hace más que reconocer su
naturaleza jurídica y las características esenciales de esta acción tutelar en función a los
derechos primarios que protege, lo que justifica plenamente la flexibilización que debe
existir en todo el desarrollo de la acción, garantizando la protección inmediata y eficaz
de los derechos a la vida, a la integridad física, a la libertad física y a la libertad de
locomoción, etc. Y en el supuesto de que se advierta alguna deficiencia, la jurisdicción
constitucional igualmente debe resolver el fondo, incluso tiene la potestad de analizar
hechos conexos al acto demandado como ilegal.
Al estar este proceso exento de formalismos se puede presentar y formalizar a
nombre de otra u otras personas y sin necesidad de mandato o poder alguno. Por
ejemplo, en plena dictadura militar de Hugo Banzer Suárez (1971-1977), el ex dirigente
político y abogado Reynaldo Peter interpuso este recurso nada menos que en papel
higiénico, cuya osadía le mereció varios reconocimientos nacionales e internacionales.
En aquel entonces no sólo se perseguía, torturaba y asesinaba sino que las fuerzas de
seguridad del Estado, hacían desaparecer a las personas y cuando eran detenidas,
negaban el lugar de su detención. Este fue el caso de Reynaldo Peter, detenido en su
bufete a pocas cuadras de la Plaza Murillo de la ciudad de La Paz, y nadie sabía dónde
había sido conducido, hasta que Rosario Sánchez Becerra, después de algunas semanas,
ubicó el lugar y en cuanto los agentes policiales permitieron entregarle ropa, el hábeas
corpus salió camuflado en medio de unos calcetines bastante usados.99 En poco tiempo
tal pieza jurídica se convirtió en una bomba política porque, aunque la justicia declaraba
improcedente el recurso, permitió la libertad de unos 200 presos políticos de la
dictadura banzerista.

8. El principio pro actione

Este principio busca terminar con los formalismos y ritualismo que son
negatorios de los derechos fundamentales y garantizar una correcta justicia
constitucional, y consolidación de la justicia material. El principio pro actione exige a
los jueces y tribunales interpretar las normas procesales en el sentido más favorable a la
admisibilidad de la acción, facilitando así el acceso a los jueces y tribunales y brindar
una justicia pronta, oportuna y sin dilaciones, según interpretación constitucional.100 Y
se configura como una pauta esencial no solo para la interpretación de derechos
fundamentales, sino también como una directriz esencial para el ejercicio del órgano de
control de constitucional; además, asegura el cumplimiento de los principios, valores,
derechos y deberes reconocidos y consagrados en la Constitución (arts. 8.1 y 9).

En general el principio pro actione se fundamenta en la Constitución, que


introduce dos principios que guían la interpretación de los derechos fundamentales: La
interpretación pro persona (pro homine) y la interpretación conforme a los pactos
internacionales sobre derechos humanos (arts. 13 y 256). En virtud a la primera, los
jueces, tribunales y autoridades administrativas, tienen el deber de aplicar aquella norma
que sea más favorable para la protección del derecho en cuestión —ya sea que esté
contenida en la Constitución o en las normas del bloque de constitucionalidad— y de
adoptar la interpretación que sea más favorable y extensiva al derecho en cuestión. Y en
virtud a la segunda (interpretación conforme a los pactos internacionales sobre derechos
humanos), los jueces tienen el deber de —ejerciendo el control de convencionalidad—
interpretar el derecho de acuerdo a las normas contenidas en tratados e instrumentos

99
En este sentido, véase el libro “Homenaje a Reynaldo Peters, autor del Monumento Jurídico Hábeas
Corpus en papel higiénico, Tomos I y II, Impreso en Creativa, primera edición, agosto de 2012.
100
SSCCPP 0501/2011-R de 25 de abril, la 2271/2012-R de 9 de noviembre y la 0139/2012 de 4 de
mayo.
internacionales en materia de derechos humanos ratificados o a los que se hubiere
adherido el Estado, siempre y cuando reconozcan derechos más favorables a los
contenidos en la Constitución; obligación que se extiende, además al contraste del
derecho con la interpretación que de él ha dado la Corte IDH.101

Los derechos fundamentales previstos en el art. 109 de la Constitución son


directamente aplicables y gozan de iguales garantías para su protección, como otra de
las características fundamentales del Estado Constitucional de Derecho. La aplicación
directa de los derechos supone consolidar el valor normativo de la Constitución, y
asegurar la máxima eficacia de los derechos fundamentales, y exige la superación de
una concepción ius-positivista y formalista del sistema jurídico, e implica la adopción
de postulados jurídicos enmarcados en cánones constitucionales no solamente
destinados a limitar el poder, sino fundamentalmente direccionados a consagrar y
consolidar la vigencia material de los derechos fundamentales.102

A tiempo de sostener que no pueden consentirse actos que impliquen una


manifiesta y “grosera” violación a los derechos fundamentales, el TCP exige que debe
aplicarse el principio pro actione, tanto respecto al cumplimiento de los requisitos
previstos en el art. 33 del CPCo, como a las causales de improcedencia y por tanto este
principio constituye el elemento legitimador y directriz del ejercicio del control de
constitucionalidad.103 Este principio busca hacer prevalecer, fundamentalmente, la

101
La corte Interamericana ha definido que el control de convencionalidad debe realizarse aun de oficio,
ya que cuando un Estado ha ratificado un tratado internacional como la convención americana, sus jueces
también están sometidos a ella, lo que les obliga a velar porque el efecto útil de la convención no se vea
mermado o anulado por la aplicación de leyes contrarias a sus disposiciones, objeto y fin. Vid. Sentencia
caso Trabajadores cesados del Congreso (Aguado Alfaro y otros) vs Perú, sentencia de 24 de noviembre
de 2006.

102
El TCP (SCP 0121/2012 de 2 de mayo), ha venido reiterando que el principio de aplicación directa y
eficaz de los derechos fundamentales, constituye un postulado que consolida el valor normativo de la
Constitución, por el cual, los derechos fundamentales tienen una efectividad plena más allá de un
reconocimiento legislativo o de formalismos extremos que puedan obstaculizar su plena vigencia, aspecto
que caracteriza la “última generación del Constitucionalismo”, en el cual, el fenómeno de
constitucionalización del ordenamiento jurídico, se consagra y alcanza su esplendor a través del principio
de aplicación directa de los derechos fundamentales, el cual se materializa a través del nuevo rol de las
autoridades jurisdiccionales en su labor de interpretación constitucional acompañada de una coherente
teoría de argumentación jurídica.

103
SCP 1414/2013 de 16 de agosto que, a su vez, consolida la doctrina establecida en la SC 0030/2013 de
4 de enero.
justicia material sobre la formal. De la misma forma consolida un régimen
constitucional axiomático, donde todos los actos de la vida social se impregnan de
contenido no solamente de normas positivas, sino también de valores supremos y
rectores del orden jurídico imperante como ser la justicia e igualdad.

Los requisitos formales del artículo 33 CPCo, tienen por única finalidad dotar al
juez constitucional de elementos veraces, objetivos y suficientes para garantizar un fallo
justo e imparcial, permitiendo que el juzgador compulse correctamente los antecedentes
de la problemática planteada, para luego conceder o denegar la tutela impetrada; sin
embargo, en ningún caso puede impedir la tutela ante una evidente lesión de derechos y
garantías constitucionales. Muy por el contrario la justicia constitucional no estaría
cumpliendo los fines que le asigna la Constitución, y se convertiría en una institución
reproductora de formalismos y ritualismos, actuando en contra del mandato
constitucional y de los principios que inspiran a la justicia constitucional.

El principio de pro actione constituye, en efecto, un elemento del derecho a la


tutela judicial efectiva, tendiente a la interpretación de las disposiciones procesales en el
sentido más amplio con la finalidad de evitar que eventuales irregularidades procesales
se conviertan en un obstáculo que impidan la prosecución del proceso y la consecuente
obtención de una resolución del fondo; debiéndose de acuerdo a la proporcionalidad
imponer un tratamiento distinto a los diversos grados de defectuosidad de los actos o
vicios en los que pudieran incurrir las partes en su pretensión, que deben ser
considerados a partir de las circunstancias concurrentes y propias de cada una, la
trascendencia práctica y la voluntad o motivación del sujeto activo, con la finalidad de
preservar el derecho al acceso a la justicia a partir de la aplicación de este postulado,
siendo la única limitante no vulnerar las garantías procesales de la parte adversa.104

En consecuencia, deben flexibilizarse los presupuestos procesales de admisión


de los procesos y procedimientos constitucionales para que en un análisis de fondo, el
juez o vocal constitucional, mediante el control de constitucionalidad, pueda asegurar
una justicia material, cuyo sustento constitucional se encuentra en los artículos 13.1-4, y
256 CPE y 29 de la convención americana sobre derechos humanos. En cualquier caso

104
SCP 0018/2018-S1 de 1 de marzo.
corresponde al juez o vocal constitucional hacer una compulsa de fondo de la
problemática planteada siempre que los antecedentes permitan tener una comprensión
cabal de cómo pudo haberse materializado el acto ilegal, prescindiendo inclusive de los
requisitos establecidos en el código procesal constitucional, por cuanto la protección de
los derechos fundamentales y garantías constitucionales, no puede estar supeditada al
riguroso cumplimiento de requisitos de orden estrictamente formal.

9. El principio iuria novit curia

Este principio consiste en la facultad que ostenta la justicia constitucional de


hacer su propia determinación de los derechos fundamentales considerados vulnerados,
aunque no hayan sido alegados por las partes. En realidad este es un principio rector
para todas las acciones de defensa, especialmente para el proceso de acción de libertad,
por cuanto puede interponerse en forma oral y sin necesidad de patrocinio de abogado,
de modo que fácilmente puede obviarse o equivocarse la fundamentación constitucional
pero igual el juez, vocal constitucional o TCP debe suplir o subsanar cualquier
deficiencia que hubiese en la cita normativa.

El TCP precisó que la normativa procesal no puede ser interpretada


restrictivamente hasta la exigencia al accionante de invocar el artículo de la
Constitución en el que se encuentra consagrado el derecho fundamental o garantía
constitucional que se alega vulnerado; dicho razonamiento implica un excesivo
formalismo a momento de considerar el contenido de un escrito de acción tutelar, ello
considerando que mientras se expliquen los hechos y en qué consisten los derechos
considerados lesionados, la jurisdicción constitucional no debe desconocer la
fundamentación por falta de cita de la normativa en la cual se encuentran consagrados
los derechos fundamentales o garantías constitucionales supuestamente vulnerados.105

En todo caso, en resguardo del derecho a la tutela judicial efectiva en ningún


caso podrá rechazarse la acción presentada (tratándose de la acción de libertad), aunque

105
SSCCPP 0016/2015-S2 de 16 de enero que, a su vez, cita a la 0793/2012 de 20 de agosto, la
0304/2013-L de 13 de mayo, entre otras.
por error u omisión no se haya mencionado o precisado adecuadamente los derechos
vulnerados, ya que “el juez conoce el derecho” y tiene el deber de analizar la demanda,
informe de los demandados y la participación de las partes en la audiencia de garantías,
para verificar si se lesionaron los derechos invocados y si correspondiera, conceder la
tutela con base en las disposiciones jurídicas pertinentes.

La Corte IDH aclaraba que tiene la facultad de analizar la posible violación de


artículos de la Convención no incluidos en los escritos de demanda y su contestación,
así como en el escrito de solicitudes y argumentos de los representantes, con base en el
principio iura novit curia, sólidamente respaldado en la jurisprudencia internacional,
“en el sentido de que el juzgador posee la facultad e inclusive el deber de aplicar las
disposiciones jurídicas pertinentes en una causa, aun cuando las partes no las invoquen
expresamente, en el entendido de que se le dará siempre a las partes la posibilidad de
presentar los argumentos y pruebas que estimen pertinentes para apoyar su posición
frente a todas las disposiciones jurídicas que se examinan”.106

La corte constitucional de Colombia,107 en el mismo sentido, consideraba que


este principio iura novit curia significa que “el juez conoce el derecho”, y constituye la
columna vertebral de las acciones de tutela. En la medida que la tutela es un recurso
judicial informal que puede ser interpuesto por personas que desconocen el derecho, es
deber del juez de tutela, en principio, analizar el caso más allá de lo alegado por el
accionante. La manera como se ha entendido y reiterado este principio en la
jurisprudencia interamericana de derechos humanos, es que en virtud de éste, “el
juzgador posee la facultad e inclusive el deber de aplicar las disposiciones jurídicas
pertinentes en una causa, aun cuando las partes no las invoquen expresamente”. El
tribunal colombiano razonaba que la jurisprudencia constitucional ha sido sensible en la
aplicación de este principio a las condiciones materiales del caso. Así, por ejemplo, se
asume y demanda del juez una actitud más oficiosa y activa en aquellos casos en los que
la tutela la invoca un sujeto de especial protección constitucional o una persona que, por
sus particulares circunstancias, ve limitado sus derechos de defensa.

106
Caso "Masacre de Mapiripán" vs. Colombia, sentencia de 7 de marzo de 2005.

107
Sentencia T-146/10 de 4 de marzo.
Queda claro entonces que no podrá rechazarse un proceso o procedimiento
constitucional por falta de fundamentación jurídico-constitucional, más aún cuando las
sentencias emitidas por la Corte IDH, forman parte del bloque de constitucionalidad de
Bolivia. En consecuencia la exigencia de que todo proceso debe tener contenido
jurídico-constitucional, prevista en la normativa procesal, debe relativizarse en función
de la justicia material y el principio iura novit curia.

10. La verdad material

El principio de la verdad material debe impregnar todo proceso y procedimiento


constitucional. Este principio proclama no sólo que la justicia constitucional debe
observar los hechos tal como se presentaron y analizarlos dentro de los acontecimientos
en los cuales encuentran explicación sino también condena los ritualismos que impiden
el acceso a la justicia, dado que todo ciudadano tiene derecho a una justicia material,
por lo que debe garantizarse que las decisiones de las autoridades jurisdiccionales, sean
producto de apreciaciones jurídicas objetiva, procurando la resolución de fondo de las
problemáticas sometidas a su jurisdicción y competencia.

En la interpretación del TCP, la verdad material obliga al juzgador al momento


de emitir sus resoluciones observar los hechos tal como se presentaron y analizarlos
dentro de los acontecimientos en los cuales encuentran explicación o que los generaron;
de ello se infiere que en cumplimiento de este principio se debe anteponer la verdad de
los hechos, aunque, obviamente, sin eliminar aquellas formas procesales que tienen por
finalidad resguardar derechos y garantías constitucionales.108

En tal sentido la verdad material busca la primacía de la realidad de los hechos


sobre la aparente verdad que pueda emerger de los documentos; aplicando este principio
debe prevalecer la verificación y el conocimiento de éstos, sobre el conocimiento de las
formas. En todo caso, los jueces están obligados a defender, promover y vivificar la
Constitución y los derechos fundamentales de las personas en cada situación material

108
El TCP (SCP 2621/2012 de 21 de diciembre) aclaraba que el valor justicia no sólo es un valor en sí
sino que es una medida de los demás valores jurídicos.
que conocen; y ante cualquier deficiencia formal o material, la jurisdicción constitucional
debe procurar por todos los medios a su alcance conocer la verdad material.

Sin embargo el garante de la Constitución ha terminado confundiendo la verdad


material con la justicia material, donde deberá prevalecer el derecho material, de fondo
o sustantivo frente al derecho formal, ritual o adjetivo.109 Y recuerda que el derecho
material consagra en abstracto los derechos; el segundo o formal, establece la forma y
se traduce en un medio que tienen los integrantes de una determinada sociedad para
lograr la efectiva tutela de sus derechos. Así, el derecho formal tiene una naturaleza
instrumental y adjetiva frente al derecho sustancial o de fondo. La verdad material exige
además a los litigantes y a los abogados lealtad procesal e idoneidad profesional, donde
precisamente las actuaciones y pretensiones deben encontrar pleno respaldo en la
realidad fáctica. Este principio rechaza asimismo las formalidades y obliga a las
autoridades judiciales a buscar la solución de los conflictos conforme al derecho
sustancial o justicia material.
La aplicación directa de la Ley Fundamental está íntimamente ligada con el
valor axiomático de la Constitución, que pretende irradiar su contenido a todo el orden
jurídico y social, como ser los valores de justicia e igualdad e imparcialidad del juez. En
el Estado Constitucional de Derecho, no deben prevalecer los ritualismos
procedimentales (como mera constatación de cumplimiento de las formas procesales),
sino que el órgano jurisdiccional debe asegurar la plena eficacia material de los
derechos fundamentales procesales y sustantivos (justicia material, debido proceso y sus
derechos fundamentales constitutivos y sustantivos). El objetivo final es que el derecho
sustancial prevalezca sobre cualquier regla procesal que no sea estrictamente
indispensable para resolver el fondo del caso sometido a conocimiento del juez. En
síntesis, la justicia material es la cúspide de la justicia donde encuentra realización el
contenido axiológico de la justicia; por ello está encargada a todos los órganos de
administración de justicia.

109
El TCP (SSCCPP 713/2010 de 26 de julio, la 0144/2012 de 14 de mayo, la 0140/2012 de 9 de mayo,
la 1783/2014 de 15 de septiembre, la 0153/2016-S2 de 29 de febrero, entre otras), aclaraba que la
estructura del sistema de administración de justicia boliviano, no puede concebirse como un fin en sí
mismo, sino como un medio para obtener el logro y realización de los valores constitucionales que deben
ser considerados como mandatos dirigidos, primero, al legislador para que sean tomados en cuenta en la
elaboración de las leyes y, segundo, al Poder Ejecutivo y Judicial, para que sean considerados en la
aplicación e interpretación de esas normas, optando siempre por aquella aplicación e interpretación que
sea más favorable a la efectiva concreción de esos valores.
11. No reconoce fueros ni privilegios

Los procesos y procedimientos constitucionales no reconocen fueros ni


privilegios procesales, de modo que se puede demandar a cualquier autoridad,
funcionario público o persona particular. Se trata de procesos y procedimientos que se
caracterizan por ser extraordinarios, tener una tramitación especial, sumarísima,
reforzada por la inmediatez, sumariedad, informalismo, generalidad e inmediación. A
tiempo de revocar una resolución que negaba un recurso alegando que no se podía
demandar a los ministros de la ex corte suprema de justicia, el TC aclaraba que el
habeas corpus debía interponerse ante la corte superior de distrito de Chuquisaca, ya que
la Constitución no excluía a ningún poder u órgano del Estado para ser demandado.110 Y
advertía que la Constitución es la norma suprema del ordenamiento jurídico nacional y,
por tanto, sus preceptos deben ser aplicados con preferencia a cualquier otra norma de
menor jerarquía.
Este reconocimiento de la supremacía de la Constitución boliviana y el valor
normativo del bloque de constitucionalidad comenzó a imponerse desde el inicio de la
justicia constitucional. En efecto la convención americana sobre derechos humanos (art.
25.1), proclama que “toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a
cualquier otro recurso efectivo ante los jueces o tribunales competentes, que la ampare
contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la Constitución, la
ley o la presente convención, aun cuando tal violación sea cometida por personas que
actúen en ejercicio de sus funciones oficiales”.
En esta línea, la declaración y programa de acción de Viena, aprobada el 25 de
julio de 1993 en la conferencia mundial de los derechos humanos, reafirma que “el
respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales sin distinción alguna es
una regla fundamental de las normas internacionales de derechos humanos”, y se
extrapolan perfectamente dado su carácter universal, indivisible, interdependiente e
interrelacionado de los derechos humanos, de modo que los Estados se comprometen a
promover y proteger todos estos derechos sean cuales fueren sus sistemas políticos,
económicos y culturales. Esta declaración exhorta a la comunidad internacional a tratar

110
El TC (SC 486/2000-R de 22 de mayo) aclaraba que el art. 18-II de la Constitución Política del Estado
de 1967, señalaba con precisión cuáles eran las autoridades competentes para conocer el recurso de
hábeas corpus; estableciendo al efecto, que en las capitales de departamento, eran las Cortes superiores
de distrito o los jueces de partido, a elección del afectado.
.
los derechos humanos en forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad
y dándoles a todos el mismo peso, sin desconocer las particularidades nacionales y
regionales, así como de los diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos.
Con base en esta vigorosa doctrina, el constituyente de 2009 (art. 13) reconoce
que los derechos fundamentales no sólo son inviolables, universales, interdependientes,
indivisibles y progresivos, que no están separados los unos de los otros y que la
restricción a un derecho puede afectar negativamente a los demás, sino también obligó
al TCP a tener que ampliar la cobertura o protección de la acción de libertad a otros
derechos conexos como por ejemplo a la dignidad, a la salud, a los usos y costumbres,
entre otros, que no figuran precisamente en el catálogo del artículo 125 de la Ley
Fundamental.
Toda esta doctrina expansiva de los derechos humanos ha revolucionado el
proceso constitucional y, por tanto, ha echado por la borda el histórico reconocimiento
de fueros y privilegios del que gozaban las autoridades que encabezan el Órgano
judicial, legislativo, ejecutivo y electoral, de modo que ahora se puede demandar a toda
autoridad o servidor público, incluyendo al Presidente del Estado y a los particulares.

12. Economía y celeridad

Los principios de economía procesal y celeridad, se encuentran íntimamente


relacionados, pues a través del primero se busca la celeridad en la solución de los
litigios para impartir pronta y cumplida justicia. En la interpretación del TCP, 111 el
principio de economía procesal que tiene como objeto evitar que el trabajo del juez se
vea duplicado y que el proceso sea más rápido, consiste, principalmente, en conseguir el
mayor resultado con el mínimo de actividad de la administración de justicia. Con la
aplicación de este principio, se busca la celeridad en la solución de los litigios, es decir,
que se imparta pronta y cumplida justicia.

La Constitución en su art. 178. I establece que la potestad de impartir justicia se


sustenta en los principios de independencia, imparcialidad, seguridad jurídica,
publicidad, probidad, celeridad, gratuidad, pluralismo jurídico, interculturalidad,
equidad, servicio a la sociedad, participación ciudadana, armonía social y respeto a los
derechos. El mandato es contundente: la administración de justicia, en las diferentes

111
SSCC 0400/2005-R de 19 de abril, 0010/2010-R de 6 de abril y 0178/2011-R de 11 de marzo.
jurisdicciones y en la justicia constitucional, debe ser oportuna y sin dilaciones,
buscando efectivizar los derechos y las garantías constitucionales.

La eficacia supone el cumplimiento de las disposiciones legales y que los


procedimientos deben lograr su finalidad, removiendo, de oficio, los obstáculos
puramente formales; este principio está íntimamente vinculado con la prevalencia del
derecho sustancial respecto al formal y el principio de verdad material. Y la eficiencia
persigue acortar el tiempo de duración de los procesos y obtener una mayor certeza en
las resoluciones, de manera que las personas puedan obtener un oportuno
reconocimiento de sus derechos.
El tribunal constitucional ha reiterado que las solicitudes vinculadas con el
derecho a la libertad personal y de locomoción, debe regirse al principio de celeridad, en
resguardo al derecho primario protegido, como es la libertad, habida cuenta que el
mismo ocupa un lugar importante junto con la dignidad humana en el catálogo de
derechos civiles, como parte integrante a su vez de los derechos fundamentales. 112 La
Constitución (art. 22) prevé no sólo que la dignidad y la libertad de la persona son
inviolables, sino que respetarlas y protegerlas es deber primordial del Estado.
La detención preventiva no tiene por finalidad la condena prematura, y si bien
no existe una norma procesal legal que expresamente disponga un plazo máximo en el
cual debe realizarse la audiencia de consideración, corresponde aplicar los valores y
principios constitucionales, previstos en los artículos 8.II-180-1 CPE, que establecen
que la jurisdicción ordinaria se fundamenta en el principio procesal de celeridad entre
otros; motivo por el cual toda autoridad jurisdiccional que conozca una solicitud de un
detenido o privado de libertad, debe tramitar la misma, con la mayor celeridad posible,
y dentro de los plazos legales si están fijados, y en un plazo razonable, si no está
establecido por ley. De no ser así, tal actuación procesal provocaría efectos dilatorios
sobre los derechos del detenido y en consecuencia repercute o afecta a su libertad que
de hecho ya está disminuida por la sola privación de libertad en que se encuentra, sin
que este razonamiento implique que necesariamente se deba deferir a su petición, sino,
se refiere a que sea escuchado oportunamente a fin de que obtenga una respuesta
positiva o negativa.

112
SSCCPP 0799/2012 de 20 de agosto, la 0078/2010-R de 3 de mayo, la 0384/2011-R de 7 de abril,
entre otras.
.
Las autoridades que conozcan las solicitudes de cesación de la detención
preventiva, tienen la obligación de imprimirles la mayor celeridad posible, y resolver en
un plazo razonable, y brevísimo de tres días hábiles como máximo. Este plazo incluye
las notificaciones pertinentes, lo contrario vulnera los derechos fundamentales de las
personas privadas de libertad (art. 73 CPE), y aunque exista “sobrecarga procesal”
evidencia una negligencia e incumplimiento de un deber de servicio a la sociedad.
Capítulo VI
La interpretación constitucional (I)
1. Concepto y problemas interpretativos. 2. Características y objetivos de la interpretación.
3. Los métodos interpretativos. 3.1 La voluntad del constituyente. 3.2. Interpretación
sistemática. 3.3 Los principios constitucionales. 3.4 La unidad de la Constitución. 3.5 El
bloque de constitucionalidad. 3.6 El control de convencionalidad.

1. Concepto y problemas interpretativos

La interpretación constitucional, en sentido amplio, consiste en buscar el sentido


o sentidos que tiene la Constitución para poder aplicarla a un caso concreto, actividad
que monopoliza el tribunal constitucional desde el 1 de junio de 1999. La Constitución,
como toda norma, tiene un texto con imprecisiones, omisiones o lagunas, situaciones
ante las que se activa la labor interpretativa para establecer el sentido de la norma
aplicable al caso particular.
Según Rivera Santiváñez, el máximo intérprete constitucional tiene que extraer,
a partir de los valores supremos y principios fundamentales proclamados en la
Constitución, innumerables normas implícitas, no expresas, idóneas para regular
cualquier aspecto de la vida social y política, de manera tal que tiene que darle vida a la
Constitución, y concreción normativa a sus cláusulas abstractas.113
En realidad el intérprete, más que buscar una verdad o voluntad del legislador,
debe buscar asignar un sentido a la norma o conjunto de normas, valores y principios,
para lo cual debe hacer una búsqueda en forma escalonada: en primer lugar, tratar de
conocer y entender la norma que quiere interpretar; luego, conectar el sentido de esa
norma con el resto del cuerpo de leyes o sistema normativo, para evitar caer en
unilateralismos o en interpretaciones que incurran en contradicción. Luego se indagará
al legislador histórico para averiguar qué es lo que pensó en su momento, aunque la
voluntad del legislador histórico ya no sea tan determinante, sino tan sólo como uno de
los medios para llegar a nuestro objetivo. También debe buscarse los fines que persigue
la norma, el instituto o el ordenamiento jurídico, lo que indudablemente implica una
decisión valorativa, que debe calzar con el resto del ordenamiento; es decir, debe
aplicarse al resultado las más elementales reglas de la lógica para ver si es coherente
consigo mismo.

113
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, Fundamentos sobre el carácter vinculante de las
resoluciones del tribunal constitucional, Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, número 9,
Madrid, 2005, pp. 343 y s.
Y como aclaraba García Belaunde, se trata de un método integral, que puede
calificarse, provisionalmente, como dialéctico-comprensivo; entendiendo esto como una
contrastación de diversos enfoques que surgen desde diversas perspectivas, y que son
resueltas finalmente por una comprensión, que debe arribar a conclusiones lógicas.114
Sin embargo, esto no significa que tengamos que llegar necesariamente a una
conclusión acertada, única y perfecta, pues la fijación de un significado dependerá de
elementos muy diversos y esto nos remonta a los problemas propios que tiene la
interpretación, que pueden ser:
i) Un primer problema es saber si la interpretación llega a descubrir o crear,
es decir, si tiene que indagar por lo que existe escondido detrás de la
norma o sí, por el contrario, crea derecho al estilo del juez
norteamericano. El papel del juez ya no se concibe como repetitivo,
mecánico, sin iniciativas, sino más bien se reconoce que la función
judicial es innovadora, y el juez un descubridor de algo preexistente; es
decir, asigna un significado a la norma, lo cual lo hará como
consecuencia de un proceso interpretativo y con las limitaciones que éste
conlleva.
ii) Otro problema es darle sentido a la “voluntad”, pero ¿voluntad del
legislador o voluntad de la ley? Con excepción del modelo anglosajón
donde tiene un fuerte predicamento el legislador histórico, en nuestro
entorno tiene poca relevancia sobre todo cuando se extiende el tiempo
entre la sanción de la norma y el momento en que se interpreta (los
intérpretes actuales del código de Napoleón tendrán muy poco en cuenta
lo que pensaron los redactores originales del código). También muchos
hablan de la voluntad de la ley, como si la norma tuviera un pensamiento
oculto o vida propia. Aquí cabe hacer dos distingos: por un lado, lo que
realmente dijo el legislador en su momento (legislador histórico), y por
otro, lo que nosotros pensamos que hubiera dicho en las actuales
circunstancias (legislador presunto), con lo cual estamos en el fondo
frente a una verdadera creación.

114
GARCÍA BELAUNDE, Domingo, La interpretación constitucional como problema, Ponencia
presentada al “Simposio Internacional sobre Derecho del Estado”, organizado por la Universidad
Externado de Colombia (Santa Fe de Bogotá, 4-5 de mayo de 1993), pp. 25 y s.
iii) En la literatura jurídica especializada se distingue la interpretación
doctrinaria, judicial y auténtica, dependiendo de quién sea el intérprete.
La doctrinaria la realizan los tratadistas del derecho; la judicial los jueces
y la auténtica es la que realiza el legislador.

La interpretación en general cumple un papel relevante porque permite


desentrañar el sentido del texto normativo conforme a un proceso lógico-jurídico. Sin
embargo, no se trata de convertir al juzgador en legislador, sino de obtener lo que éste
efectivamente ha expresado en la norma. Tal como ha sostenido el TC, la labor
interpretativa debe sujetarse a las reglas admitidas por el derecho, y debe realizarse
partiendo de una “interpretación al tenor de la norma (interpretación gramatical), con
base en el contexto (interpretación sistemática), en su finalidad (interpretación
teleológica) y los estudios preparatorios de la ley y la historia de formación de la ley
(interpretación histórica)”.115 Estas reglas de interpretación operan como barreras de
contención o controles, destinadas a precautelar que a través de una interpretación
defectuosa o arbitraria, se quebranten los principios y valores constitucionales.
Las referidas reglas generales funcionaron cuando, no obstante, el derecho
estaba todo en la ley, y el jurista debía reducir su búsqueda de respuestas a lo
establecido en la misma, pero cuando el derecho es más que la ley, se abre un campo
más variado y rico para el trabajo jurídico. La búsqueda del sentido de la norma cambió
con la transformación del Estado de Derecho (donde prevalecía la Ley) al Estado
Constitucional de Derecho (donde prevalecerá la Constitución axiomática).

En el Estado de Derecho el trabajo del jurista se denominó, según Vigo,


“interpretación” jurídica, pues cuando decidía un problema, evacuaba una duda o
brindaba una respuesta autoritativa era a través de la interpretación de la ley (la ley era
todo).116 La materia sobre la cual operaba el intérprete jurídico en el Estado de Derecho
era la ley, dado que era ella la fuente de las fuentes del derecho, a punto que si se
llegaba a reconocer alguna otra fuente lo era como subordinada a la que ostentaba la
máxima jerarquía. La posibilidad de apelar a los “principios generales del derecho” era
remota, pues solo en caso de lagunas de la ley, y aquellos valían en tanto habían sido
puestos implícitamente por el legislador o codificador, de ese modo era inconcebible la
alternativa de descalificar una respuesta legal por contradecir “principios generales”. El
trabajo del jurista consistía en esa búsqueda de respuestas que estaban en la ley (más

115
SC 0282/2005-R de 4 de abril.
116
VIGO, Rodolfo Luís, De la interpretación de la ley a la argumentación desde la Constitución:
realidad, teorías y valoración, Universidad de La Sabana, Colombia, 2012, p. 193.
específicamente: en el código), bajo la amenaza que si se apartaba del “sentido de la
ley” cometía el delito de prevaricato.
El autor consideraba que el trabajo del jurista ahora tendríamos que llamarlo de
otro modo, dado que la “interpretación” ha quedado asociada a aquel Estado que se
forjó a partir de la revolución francesa e imperó pacíficamente hasta después de la
segunda guerra mundial. En la cultura jurídica generada en respaldo de aquel Estado de
Derecho, se entendía y se enseñaba que la interpretación identificaba el trabajo del
jurista, en tanto consistía en aplicar la ley luego de haberla interpretado y descubierto en
ella “la” respuesta buscada. Pero hoy los juristas somos conscientes de que frente a la
pregunta del usuario vamos al derecho vigente (no solo a la ley) y es casi seguro, si
estamos ante un auténtico “caso”, que encontraremos más de una respuesta, por eso
debemos escoger una de ellas, y luego viene la delicada, específica y central tarea de
argumentar a favor de la que pretendemos que prospere o se consienta. Esa posibilidad
de encontrar más de una respuesta en buena medida está ligada a que la Constitución se
ha reconocido como fuente del derecho y en ella hay básicamente principios, valores o
derechos humanos que tienen esa capacidad potencial de generar respuestas en manos
de juristas preparados para ello.
El cambio de denominación de la tarea del jurista de algún modo coincide con el
cambio del paradigma de Estado, dado que fue en la década de los cincuenta cuando se
vuelve hablar de argumentar. En definitiva ─decía Vigo─, pensamos que la
argumentación es el nuevo nombre de la interpretación, y es “nuevo” porque esta era
funcional al Estado de Derecho, mientras que aquella remite al modo de operar los
juristas en tiempos del Estado Constitucional de Derecho.

2. Características y objetivos de la interpretación

La interpretación constitucional tiene aspectos muy concretos, y específicos que


consiste en buscar y encontrar el sentido o sentidos que tenga o pueda tener la
Constitución y su textura abierta. Para García Balaunde, la interpretación tiene que
partir de un texto, en este caso de la norma constitucional, que decididamente no es la
misma que la norma civil y, por tanto, hay que precisarla, pues el tipo de norma
condiciona la interpretación, y la norma constitucional tiene, sin lugar dudas, un
lenguaje especial, distinto a los otros lenguajes o expresiones jurídicas, que tiene sus
propias características:117

117
GARCÍA BELAUNDE, Domingo, La interpretación constitucional como problema…Ob. Cit., pp. 25
y s.
a) La primero que debe tenerse en cuenta es que se trata de interpretar la
Constitución, la norma suprema y no existiendo ninguna que esté por
encima de ella, se desprende que ni en jerarquía ni en alcances tienen
igualdad con el resto de normas que componen el ordenamiento jurídico,
de modo que su tratamiento necesariamente debe ser distinto, pues es
una norma o conjunto de normas, que es tanto norma como las demás,
pero con superior jerarquía. En palabras del TC español, es una norma
cualitativamente distinta de las demás, por cuanto incorpora el sistema de
valores esenciales que ha de constituir el orden de convivencia política y
de informar todo el ordenamiento jurídico.118
b) Es una norma cuyo procedimiento de elaboración es distinto a todas las
demás normas porque obedece a una lógica propia. Las normas, sean
civiles o penales, son hechas por un legislador, que a su vez las ha
recibido, en proyecto, de comisiones o asesorías técnicas. La
Constitución, en cambio, es hecha mediante una asamblea constituyente,
independiente del orden constituido, cuya “función autónoma” no
encuentra fundamento en la Constitución que pretende cambiar, ya que
su único cause jurídico es la voluntad democrática popular en virtud de
la cual, para el establecimiento del nuevo orden constitucional le da a
esta función un carácter extraordinario, que se extingue en el momento
de la entrada en vigor de la Constitución que abroga el orden anterior. 119
c) La Constitución se denomina como política, pues es una norma que tiene
un primordial fin político, ya que se dirige a disciplinar, ordenar y
regular el ejercicio del poder. A su vez, trata de fijar los límites que
tienen los destinatarios del poder y, en consecuencia, poner barreras que
los ciudadanos o gobernados pueden oponer a los gobernantes. La
Constitución tiene un valor político superior al resto de las normas del
ordenamiento en la medida en que traduce la voluntad del pueblo de fijar
las reglas básicas de la convivencia. Y como no tendría sentido que los
poderes que la Constitución crea y organiza (los poderes constituidos),
no estén sujetos ni obligados a respetarla, esa supremacía política aspira
a convertirse en supremacía jurídica: el esfuerzo de racionalización del

118
STC 22/1984.
119
HERRERA ÁÑEZ, William, Derecho Constitucional Boliviano, Cochabamba, Ed. Kipus, 2019, p. 74.
poder conduce a la afirmación de la superioridad jurídica de la norma en
la que se funda su legitimidad y las condiciones de su ejercicio.

d) La Constitución tiene unas determinadas opciones valorativas o


axiológicas, como preferencias que las personas adoptan, en relación a la
manera de ordenarse y alcanzar sus fines. Esta presencia valorativa, a su
vez, determinará la presencia de valores derivados en el resto del
ordenamiento jurídico. La norma suprema constituye un marco de
coincidencias suficientemente amplio como para que dentro de él quepan
opciones políticas y económicas de muy diferente signo.
e) La ley fundamental es una especie de eje central que ordena o pretende
ordenar al resto del ordenamiento jurídico, al cual se concibe como una
unidad. A diferencia del derecho civil y del derecho penal, que son
conjuntos normativos específicos cerrados en sí mismos, con poca o
ninguna relación con el resto de áreas del derecho, la norma
constitucional tiene como obligación fundamental ser el eje propulsor y
unitario de todo el mundo jurídico. La Constitución sintetiza el sistema
jurídico-constitucional.
f) Las normas constitucionales son normas incompletas que, en principio,
son desiguales entre sí. Y desde el punto de vista de su eficacia, las
normas pueden ser consideradas como programáticas y operativas. Sin
embargo, es claro que en los textos constitucionales existe gran cantidad
de disposiciones que quedan sujetas a una reglamentación posterior, que
muchas veces no se da por inercia legislativa. Por tanto, el carácter
incompleto, esquemático, impreciso, de la norma constitucional, así
como su no aplicabilidad inmediata, origina gran parte de los problemas
que afronta la Constitución en su desarrollo, a diferencia de otras
parcelas normativas, que son más exigibles, si bien es cierto que los
problemas de interpretación se dan en todas las áreas.

A estas características hay que agregar los objetivos de la interpretación


constitucional. Para García Belaunde, el primer objetivo que tiene toda Constitución es
durar en el tiempo.120 Una Constitución, que articula el resto del conjunto normativo y
que fija las grandes pautas para la legislación y la vida de una comunidad, no puede
cambiarse todos los días ni durar lo que dura un calendario. La interpretación
constitucional tiene como objetivo fundamental que la Constitución dure, y por
añadidura, que sea respetada. En segundo lugar, la Constitución debe ser interpretada de
la manera que más la favorezca para su conformidad con ella misma y la realización de
120
GARCÍA BELAUNDE, Domingo, La interpretación constitucional como problema…Ob. Cit., pp. 25
y s.
sus fines, lo que conlleva la necesidad de una interpretación acorde con la Constitución.
En tercer lugar, la interpretación de la Constitución debe adaptarse a los nuevos
tiempos, de manera tal que ella sirva a la comunidad a la que está destinada, por todo el
tiempo que sea posible, sin llegar a la desnaturalización o quebrantamiento de la
Constitución vía interpretación, pero permitiendo mutaciones que habiliten su
supervivencia en el tiempo.
De los fines u objetivos de la interpretación se desprenden los criterios que
deben orientarla, los cuales han ido surgiendo paulatinamente en el tiempo y pueden
clasificarse en dos grande familias: a) las de carácter general, que conciernen a todo
régimen constitucional en cuanto tal y de los cuales puede decirse que son
consustanciales con toda Constitución; y b) las de carácter particular, propias de una
determinada Constitución, que corresponden a un país o a un grupo determinado de
países, y que, por tanto, sólo pueden apreciarse dentro de un determinado complejo
normativo y están vinculados a su entorno geográfico, histórico, cultural, etc. Así, por
ejemplo, los problemas de la monarquía en Inglaterra tienen una peculiaridad que no se
presenta en otros países europeos que no son monarquía, sino repúblicas. El sistema
presidencial de EE.UU. tiene sus propios problemas, que no lo tienen otros países de su
entorno y que adoptaron el presidencialismo.
La interpretación constitucional sin embargo parece haberse facilitado a partir de
la creación del TC, porque tiene la última palabra en la interpretación de la Constitución
y, por tanto, sus decisiones y sentencias son vinculantes y de cumplimiento obligatorio
ya que no admiten ningún recurso ulterior (art. 203 CPE). En un primer momento, el TC
había establecido las siguientes sub-reglas interpretativas generales:121
a) Los jueces y tribunales judiciales, al conocer y resolver los procesos
sometidos a su conocimiento, deben desarrollar la labor de interpretación de la norma
aplicable al caso concreto desde y conforme a la Constitución.
b) La interpretación debe desarrollarse tomando en cuenta los valores supremos
y los principios fundamentales, los cuales determinan el sentido y finalidad de las
demás normas y disposiciones legales que conforman el ordenamiento jurídico del
Estado.
c) El límite a la discrecionalidad de los jueces y tribunales, en la labor de
interpretación de las leyes, se encuentra en los valores supremos.

3. Los métodos interpretativos

121
El TC (SSCC 501/2002-R de 30 de abril y la 1110/2002-R de 16 de septiembre, entre otras) ha
definido que los valores supremos son los parámetros y el límite para la interpretación de las leyes desde
y conforme a la Constitución; además, el Estado Constitucional de Derecho está “sustentado en los
valores supremos de la igualdad, la libertad, la justicia, la dignidad humana”, luego ha concluido
afirmando que “tanto el orden político, como el jurídico del Estado se estructuran sobre la base de dichos
valores y principios.
La interpretación constitucional consiste en averiguar o desentrañar el verdadero
sentido y los alcances de las normas constitucionales, las cuales pueden adoptar o dar
lugar a diversas interpretaciones. El TCP sostiene que la interpretación de la
Constitución adquiere trascendental relevancia, ya que ella se encuentra en la cúspide
del ordenamiento jurídico, y dada la vigencia del principio de supremacía constitucional
y el control de constitucionalidad, la interpretación que realice el órgano legitimado
para el efecto puede determinar en su caso, la vigencia o no del resto de las normas
infra-constitucionales o la forma en que éstas deben ser entendidas y aplicadas, para el
respeto y vigencia de los derechos y garantías constitucionales.122 Y reivindicaba su
condición de máximo guardián y supremo intérprete de la Constitución, cuyas
decisiones y sentencias son de carácter vinculante y cumplimiento obligatorio (art. 203
CPE).

Es evidente que a partir de Savigny y, aunque trataba de otras ramas del derecho,
se desarrollaron los clásicos métodos de interpretación de la norma, como ser el
gramatical, histórico, sistemático o de contexto y teleologías; asimismo, se tienen los
principios de interpretación constitucional, entre los cuales los de unidad de la
Constitución, concordancia práctica, eficacia integradora, de interpretación conforme a
la Constitución, que para el caso no resulta necesario analizar.

El tribunal constitucional aplicará e interpretará, con preferencia, la voluntad del


constituyente, de acuerdo con sus actas y resoluciones, así como el tenor literal del texto
de la Constitución. También aplicará: 1) La interpretación sistemática de la
Constitución, y la interpretación según los fines establecidos en los principios
constitucionales; 2) Los derechos reconocidos en la Constitución, de acuerdo con los
tratados y convenios internacionales de derechos humanos ratificados por el país,
cuando éstos prevean normas más favorables. En caso de que esos tratados declaren
derechos no contemplados en la Constitución se considerarán como parte del
ordenamiento constitucional (arts. 196.II CPE, y 2 CPCo).

El TC debe averiguar la voluntad del constituyente, y el texto literal así como


otros métodos interpretativos, puesto que si bien el constituyente ha establecido dos
métodos expresos de interpretación, no ha prohibido la utilización de otros métodos.123

122
SCP 0084/2017 de 28 de noviembre.
123
SCP 0850/2013 de 17 de junio.
La Constitución, el código procesal y la jurisprudencia constitucional establecen (sin ser
exhaustivos), los siguientes métodos interpretativos:

3.1 La voluntad del constituyente

El constituyente ha buscado imponer su “voluntad” en la labor interpretativa de


la jurisdicción constitucional, como si estuviésemos en pleno siglo XIX, de modo que el
TC debe aplicar ─en principio─ la voluntad del constituyente, de acuerdo con sus actas
y resoluciones, así como el tenor literal de la Constitución. La voluntad del constituyente
debe entenderse como la interpretación teleológica y finalista que pretende orientarse en
función de lo que realmente busca la Constitución; es decir, debe ser interpretada de
acuerdo a su finalidad. La referida búsqueda debe ser trazada, en primer término, a través
de las actas que exteriorizaron todas las discusiones y debates en el momento de la
elaboración de la norma suprema; de todos los acuerdos y desacuerdos que fueron
plasmados en actas y resoluciones (art. 2.I CPCo).

El tenor literal de la norma juega un rol determinante en la metodología jurídica de


la interpretación, puesto que realiza tres importantes funciones, según el TCP: a) Es el
punto de partida de la interpretación de las leyes; b) Posee una enorme repercusión en el
cumplimiento del principio de sujeción de la ley por parte de los órganos judiciales; y, c)
Fija el límite entre la interpretación y la creación judicial del derecho.124 Bajo la observación
de estas funciones, y de su cumplimiento dependerá la legitimidad y la objetividad de las
decisiones judiciales.

También se debe considerar la posibilidad creadora de los tribunales


constitucionales, en función de buscar la finalidad de la misma norma; sin embargo, esta
actividad está regulada por el propio derecho, en específico, por una de las funciones del
criterio de la interpretación literal de la norma, que establece la línea divisoria entre
interpretación y creación judicial del derecho.

La delimitación entre las ya referidas interpretación y creación, es independiente de


la validez de la prohibición de analogía –esta prohibición hace referencia a la aplicación del
principio de legalidad contenida en el texto constitucional–, siendo así que la admisibilidad
de la creación judicial del derecho requiere de manera normativa una fundamentación

124
DCP 0001/2020 de 15 de enero.
mucho más profunda que la interpretación, puesto que para que opere la admisibilidad de la
misma, depende, de manera prescriptiva, que el tribunal pueda demostrar la existencia de
un vacío no planeado en la norma y la similitud del caso e intereses involucrados. El
criterio de la interpretación a través del tenor literal de la norma, traza no solo un límite
extensivo, sino también uno restrictivo a la aplicación del derecho, al establecer, de
manera normativa, que debe constar una demostración argumentativa de la existencia de
algún vacío normativo, axiológico, técnico o institucional.

La intención del constituyente de buscar condicionar la labor interpretativa del


TC, contrasta con el principio normativo que tiene la Constitución, cuando dispone que
son deberes de los bolivianos: 1) Conocer, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las
Leyes; 2) Conocer, respetar y promover los derechos reconocidos en la Constitución; 3)
Promover y difundir la práctica de los valores y principios que proclama la
Constitución, entre otros (art. 108). Sin embargo, la especificación no conlleva límite en
cuanto a la posibilidad de que los jueces, en la aplicación de la Constitución, utilicen los
mismos criterios, siempre a expensas finalmente de la decisión particular, en los casos
que la haya, del tribunal constitucional.

Y como sostiene Martínez Dalmau, hay que hacer notar que los criterios
establecidos son los defendidos como necesarios en la interpretación de la Constitución
democrática: el método originario (voluntad del constituyente expresada en sus
documentos, actas y resoluciones, lo que busca eliminar el carácter extrasubjetivo de
otras fuentes, como las orales) y el tenor literal del texto que, necesariamente, debe
entenderse en el contexto (en cuanto a que el texto no es sólo el texto de la norma
correspondiente, sino de la Constitución).125 En realidad no existe prelación entre las
diferentes técnicas hermenéuticas, sino que la interpretación tendrá lugar “con
preferencia” (y no exclusivamente) teniendo en cuenta la voluntad del constituyente “así
como” el tener literal de las normas constitucionales. La decisión, finalmente,
corresponde al intérprete, que deberá realizar un ejercicio de equilibrio y combinación
de técnicas para dotar de sentido al resultado de la función interpretadora.

En la perspectiva de Andaluz, con preferencia significa que los criterios


proporcionados por la cláusula tienen para el intérprete preeminencia sobre otros

125
MARTÍNEZ DALMAU, Rubén, La interpretación de la Constitución democrática, en
https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00874669/document
criterios de interpretación.126 Y aclaraba que “con preferencia” tiene de suyo un claro
sentido normativo: autoriza al intérprete a servirse de otros criterios, en relación a los
cuales dará preferencia a los mencionados en la cláusula. Por tanto, la cláusula no puede
prohibir valerse de los resultados interpretativos obtenidos por criterios autorizados pero
no enunciados expresamente. Tampoco puede acudirse a la “voluntad del constituyente”
cuando sus “documentos, actas y resoluciones” simplemente no se pronuncian sobre la
disposición en análisis; ni acudirse al “tenor literal del texto” cuando el texto lleve al
mismo tipo de resultados (o ninguno o varios posibles).

3.2 Interpretación sistemática

La interpretación sistemática busca analizar la norma en relación con las demás


normas; es decir, trata de interpretar la norma a partir de su ubicación en la ley o en el
ordenamiento jurídico en general. En verdad atiende a la estructura y posición de un
instituto jurídico o de un precepto jurídico en el complejo global del ordenamiento.
Para el primer TC, 127 la interpretación sistemática o contextualizada puede
extenderse, según los casos, al artículo del cual forma parte el párrafo o
inciso analizado; al capítulo o título al que pertenece; al sector del
ordenamiento con el que se vincula o pertenece; o al ordenamiento en su
conjunto; y finalmente, de manera inexcusable, con las normas, principios y
valores de la Constitución, dado que de todas las interpretac iones posibles
que admita una norma, debe prevalecer siempre aquella que mejor
concuerde con la Constitución.
Para el TCP, la interpretación sistemática debe obedecer a una cuestión teleológica
de algo en específico, que son los principios constitucionales; en tal sentido, existen etapas
a cumplir dentro de una tesis interpretativa que tenga en el centro de su atención a los
principios.128 Una de las primera etapas viene determinada por la etapa “pre interpretativa”
que es la que va a establecer la identidad del objeto interpretado; la segunda etapa, es la
propiamente “interpretativa”, que es aquella donde se trata de averiguar cuál es el
“sentido” de la práctica social; en el caso del derecho, este “sentido” viene configurado en

126
ANDALUZ, Horacio, Aplicación judicial de la Constitución, Santa Cruz de la Sierra, Ed. El País,
2010, pp. 174-175.
127
SC 282/2005-R de 4 de abril.
128
DCP 0001/2020 de 15 de enero.
esencia por los principios que permiten ver a la práctica como una unidad que sirve a
ciertos valores y propósitos; en el tema de la interpretación constitucional, corresponderá
señalar que tales principios constitucionales servirán para los valores y propósitos o fines
constitucionales; por lo que, se mantiene una perspectiva teleológica respecto a una de las
principales características de la interpretación constitucional.
A partir de esta segunda etapa, ya se consolida la práctica integradora del derecho,
en el sentido que todos los materiales jurídicos deben verse como una unidad, que viene
conformada por el conjunto de principios constitucionales por el que haya optado cada
interpretación, conforme el artículo 2 CPCo; es decir, aplicar de manera concreta una
interpretación sistemática que permita observar a los materiales jurídicos como un
conjunto, a partir de los principios, valores y fines del Estado.
En general, el método sistemático consiste en desarrollar la labor de la
interpretación constitucional tomando en cuenta que la Constitución es un cuerpo
normativo orgánico y sistemático, que consagra un sistema de valores supremos,
principios fundamentales, derechos fundamentales y garantías constitucionales, e
incluye su estructura social, económica, política y cultural, lo que implica la existencia
de un lazo íntimo que une las instituciones y las reglas normativas de la Constitución,
en una sola unidad; por lo tanto, la interpretación de una norma, debe ser realizada de
manera sistemática en el marco de los principios de unidad y concordancia práctica de
la Constitución.

Tal como aclaraba Andaluz,129 hay interpretación sistemática si el significado


atribuido a una disposición normativa se justifica en la coherencia formal y material del
sistema jurídico. Esto implica tener en cuenta la estructura del sistema y la posición de
la disposición interpretada dentro de él (jerarquía y competencia); y, los criterios de
relacionamiento entre las fuentes del derecho y la disposición en análisis. Estos son los
mismos criterios que operan como mecanismos para la eliminación de antinomias
(jerarquías, competencia, especialidad y temporalidad). Y como el contenido formal del
sistema antecede a su conocimiento material, los datos obtenidos sirven para justificar el
contenido material que se atribuya a la disposición interpretada.

129
ANDALUZ, Horacio, Aplicación judicial de la Constitución…Ob. Cit., p. 160.
3.3 Los principios constitucionales

La interpretación constitucional debe hacerse conforme con los principios


constitucionales. Y como ya hemos establecido en otra publicación, la Constitución al
ser una norma jurídica con características muy peculiares, requiere además de los
métodos de la interpretación utilizados para la interpretación de la legalidad ordinaria, la
utilización de principios propios de la interpretación constitucional.130

La Constitución de 2009 (art. 8.I) reconoce, por primera vez, los principios
ético-morales: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas
ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena),
ivi maraei (tierra sin mal) y whapaj ñan (camino o vida noble). Todos estos principios
constituyen verdaderos mandatos jurídicos y tienen carácter normativo porque
fundamentan todo el sistema constitucional y constituyen además un límite material al
poder del Estado.131 Y como sostenía Durán Ribera, comparten con los principios
generales la característica de ser informadores del ordenamiento jurídico, pues no sólo
que deben servir de base al legislador para la creación de las normas, sino también
deben cumplir su función interpretativa en su aplicación, ya sea por la autoridad judicial
o administrativa.132

El Constituyente (art. 8.II), también, ha reconocido como valores supremos, que


constituyen la base del sistema constitucional, los siguientes: la unidad; la igualdad; la
inclusión; la dignidad; la libertad; la solidaridad; la reciprocidad; el respeto; la
complementariedad; la armonía; la transparencia, el equilibrio; la igualdad de
oportunidades; la equidad social y de género en la participación; el bienestar común; la
responsabilidad; la justicia social; la distribución y redistribución de productos y bienes.
130
HERRERA ÁÑEZ, William, y VARGAS LIMA, Alan, Título Primero: disposiciones generales, en
AAVV Código Procesal Constitucional de Bolivia, Asociación Boliviana de Derecho Procesal
Constitucional, Cochabamba, 3ra. edición, Ed. Kipus, 2020, pp. 17 y s.
131
El TC (SC 773/2005-R de 7 de julio) considera que los principios hacen referencia a las normas que
fundamentan todo el sistema constitucional y tienen por objeto determinar los rasgos esenciales del
sistema político, la titularidad del poder, la modalidad de su ejercicio, así como su finalidad.
132
Este autor considera además que la inclusión de los principios en un título del texto constitucional
contribuye a dar mayor claridad a esta importantísima parcela de la Constitución, dado que si bien los
mismos nunca se agotarán en el catálogo de que ella consigne, determinarán que cualesquier otro
principio no descrito tenga que conformarse en congruencia con aquellos, es decir, deberán guardar
coherencia con los principios expresados en el texto de la Constitución. Vid. DURAN RIBERA,
Willman, Principios, Derechos y Garantías Constitucionales, Santa Cruz de la Sierra, Ed. El País, 2005,
pp. 39 y 43.
Compartimos con Rivera Santiváñez, en el sentido de que existen otros
principios fundamentales sobre los que se configura el sistema constitucional, como ser:
la soberanía popular (art. 7); la separación de funciones (art. 12); la supremacía de la
Constitución (art. 410); la jerarquía normativa (art. 410); la irretroactividad de las leyes
(art. 123); la reserva de Ley (art. 109.II); la responsabilidad del Estado (art. 113.I); la
imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, como traición a la patria,
genocidio, crímenes de guerra y delitos contra el medio ambiente (art. 111).133 En este
plano cuando el TC tenga que interpretar una disposición legal deberá tener en cuenta la
unidad de la Constitución, pues contiene un conjunto de normas correlacionadas y
coordinadas entre sí que forman una totalidad, de manera que la interpretación de una
norma constitucional deberá efectuarse tomando en consideración las demás normas
contenidas en la Constitución.

En esta línea, el Tribunal Constitucional del Perú aclaraba que los métodos de
interpretación constitucionales no se agotan en aquellos criterios clásicos de
interpretación normativa (literal, teleológico, sistemático e histórico), sino que
abarquen, entre otros elementos, una serie de principios que informan la labor
hermenéutica del juez constitucional, que son:134

a) El principio de unidad de la Constitución: Conforme al cual la interpretación


de la Constitución debe estar orientada a considerarla como un “todo” armónico y
sistemático, a partir del cual se organiza el sistema jurídico en su conjunto;

b) El principio de concordancia práctica: En virtud del cual toda aparente tensión


entre las propias disposiciones constitucionales debe ser resuelta “optimizando” su
interpretación, es decir, sin “sacrificar” ninguno de los valores, derechos o principios
concernidos, y teniendo presente que, en última instancia, todo precepto constitucional,
incluso aquellos pertenecientes a la denominada “Constitución orgánica” se encuentran
reconducidos a la protección de los derechos fundamentales, como manifestaciones del

133
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, El Nuevo Sistema Constitucional del Estado Boliviano, en
AAVV Estudios sobre la Constitución, aprobada en enero del 2009, Cochabamba, Ed. Kipus, pp. 17-18.

134
EXP. N° 5854-2005-PA/TC. Sentencia del Tribunal Constitucional del Perú, disponible en:
http://www.tc.gob.pe/jurisprudencia
principio-derecho de dignidad humana, cuya defensa y respeto es el fin supremo de la
sociedad y el Estado;

c) El principio de corrección funcional: Este principio exige al juez


constitucional que, al realizar su labor de interpretación, no desvirtúe las funciones y
competencias que el Constituyente ha asignado a cada uno de los órganos
constitucionales, de modo tal que el equilibrio inherente al Estado Constitucional, como
presupuesto del respeto de los derechos fundamentales, se encuentre plenamente
garantizado;

d) El principio de función integradora: El “producto” de la interpretación sólo


podrá ser considerado como válido en la medida que contribuya a integrar, pacificar y
ordenar las relaciones de los poderes públicos entre sí y las de éstos con la sociedad;

e) El principio de fuerza normativa de la Constitución: La interpretación


constitucional debe encontrarse orientada a relevar y respetar la naturaleza de la
Constitución como norma jurídica, vinculante in toto y no sólo parcialmente. Esta
vinculación alcanza a todo poder público y a la sociedad en su conjunto.

3.4 La unidad de la Constitución

La unidad de la Constitución es el principio hermenéutico de mayor relevancia,


ya que una disposición constitucional no puede ser considerada de forma aislada ni
puede ser interpretada exclusivamente a partir de sí misma. La unidad significa que la
Constitución es un todo, que sintetiza la totalidad del sistema jurídico-constitucional,
que las normas jurídicas son expresión de su voluntad, y tienen que ser interpretadas a
la luz de esa pretensión unitaria. El texto constitucional se halla en una conexión de
sentido con los restantes preceptos constitucionales, pues la Constitución representa una
unidad interna.

En la perspectiva del TCP, la interpretación de la Constitución no puede


realizarse en forma aislada, ya que contiene un conjunto de normas que se encuentran
correlacionadas entre sí formando una totalidad; por tanto, las normas constitucionales
ingresan en un proceso de conexión e interrelación entre la parte dogmático axiológica
de la norma suprema ─que contiene las bases principistas─ con la parte orgánica a
efectos de su armonización para lograr el carácter de unidad de la Constitución”.135
También existe el principio de corrección funcional, en virtud del cual la
interpretación que se realice de la Ley Fundamental no debe interferir el ámbito de las
funciones asignadas por la Constitución a los diferentes órganos de poder, lo que
implica que el intérprete debe respetar el marco de distribución de funciones estatales
consagradas por la norma suprema.

A tiempo de recordar que una de las primeras sentencias del tribunal


constitucional alemán reconocía la relevancia de este principio, ya que la esencia de la
Constitución consiste en ser un orden unitario de la vida política y social de la
comunidad estatal, Fernández Segado aclaraba que la idea de la unidad de la
Constitución parte de que la Constitución no es un conglomerado de normas jurídicas
yuxtapuestas las unas a las otras, sino que está sostenida por una concepción, por una
idea, que intenta ser un orden cerrado del orden de vida de una comunidad y del propio
Estado.136

En general, Durán Ribera partía de que la Constitución era una unidad, y por
tanto, no puede ser parcelada en la labor interpretativa en partes aisladas; el principio de
concordancia práctica, que exige que los bienes jurídicos protegidos implicados en la
interpretación deben ser compatibilizados, y en caso de que no sea posible encontrar una
solución por esta vía, se debe recurrir a la ponderación de los bienes jurídicos en juego;
el principio de eficacia integradora, que enseña que si la norma promueve la formación
y mantenimiento de una determinada unidad política, la interpretación debe dirigirse a
potenciar las soluciones que refuercen dicha unidad, tomando en cuenta la realización

135
DC 0001/2020 de 15 de enero que, a su vez, se remite a las SSCCPP 1714/2012 de 1 de octubre,
0680/2012 de 2 de agosto.

136
FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco, Reflexiones en torno a la interpretación de la Constitución, en
AAVV Interpretación Constitucional, Sucre, Tribunal Constitucional de Bolivia, Konrad Adenauer-
Stiftuna, 1999, pp. 18-19.
de los fines del Estado y la conservación del sistema.137 Finalmente, el principio de
eficacia o efectividad, que obliga al intérprete a optimizar y maximizar las normas
constitucionales, sin distorsionar su contenido, actualizándolas ante los cambios del
mundo externo. Este principio es utilizado frecuentemente en la interpretación de los
derechos fundamentales, conocido con el nombre de principio de favorabilidad o in
dubio pro libertate.

En esta línea, nace la necesidad de que el contraste o test de compatibilidad no


se reduzca sólo a preceptos aislados, sino a la interpretación de la Constitución como
unidad; por tanto, tal análisis debe extenderse, según el caso, al artículo del que forma
parte el párrafo o inciso en estudio; al capítulo o título con el que se vincula; en síntesis,
con la Constitución, o lo que es lo mismo, con sus normas, principios y valores, así
como el sistema internacional de protección de los derechos humanos, dada la
prevalencia de estos en el orden interno.

En la misma línea, Rivera Santiváñez138 consideraba que el principio de unidad


significa que el intérprete no debe limitarse en su labor interpretativa al análisis y cotejo
de uno o varios artículos de la Constitución, sino que debe basar sus decisiones teniendo
en cuenta la concordancia o armonización con todas aquellas norma que tengan relación
con el caso o asunto a resolver. La unidad no obstante no está exenta de fisuras e incluso
contradicciones o tensiones. Sin embargo para salvar todas estas situaciones
problemáticas, el principio de la unidad proclama que las disposiciones constitucionales
deben ser interpretadas en su integridad y al contrario resulta inadmisible la aplicación
parcial de un precepto para hacer valer algunos de sus principios, dejando otros sin
aplicarlos.

3.5 El bloque de constitucionalidad

La Constitución proclama que los derechos fundamentales, se interpretarán de


conformidad con la declaración universal de derechos humanos y los tratados y
137
DURÁN RIBERA, Willman, La Constitución vigente y sus Leyes de desarrollo ¿guardan compatibilidad
con la idea Estado de Derecho? En REVISTA BOLIVIANA DE DERECHO, Nº 11, Santa Cruz - Bolivia: Ed.
EL PAÍS, enero de 2011, pp. 6-23.
138
RIVERA SANTIVÁÑEZ, José Antonio, Jurisdicción Constitucional, Procesos Constitucionales en
Bolivia, Cochabamba, Ed. Kipus, 2011, p. 101.
convenios internacionales ratificados por Bolivia (13.IV-256 y 410.II). El TC ha
reconocido el bloque de constitucionalidad, que está conformado por los tratados y otros
instrumentos internacionales con rango sub-constitucional y supra-legal; empero, a
partir del principio de favorabilidad y pro persona, la propia Ley fundamental prevé la
posible supra-constitucionalidad de algunos instrumentos del derecho internacional de
los derechos humanos, cuando sus normas sean más favorables para el ser humano.139
Esta protección y tutela tiene la finalidad de resguardar y garantizar el pleno ejercicio de
los derechos fundamentales y garantías constitucionales, función que ejerce el TC, y la
tramitación directa del recurso contra resoluciones del órgano legislativo. Ello implica,
forzosamente, una posición dominante y de supremacía de los derechos fundamentales
en la interpretación de todas las demás normas constitucionales.

Tal como aclara el TCP, el bloque de constitucionalidad está compuesto por los
siguientes compartimentos: 1) La Constitución como norma positiva; 2) Los tratados
internacionales referentes a derechos humanos; y 3) Las Normas Comunitarias; sin
embargo, en el marco de una interpretación progresiva, acorde al principio de unidad
constitucional y enmarcada en las directrices principistas de Bolivia, debe establecerse
además que los valores plurales supremos como el vivir bien, la solidaridad, la justicia,
la igualdad material, entre otros, forman parte del bloque de constitucionalidad en un
componente adicional, el cual se encuentra amparado también por el principio de
supremacía constitucional.140

Y como la interpretación del bloque de constitucionalidad, en una concepción


extensiva y en armonía con los mandatos constitucionales establecidos en el art. 13.IV y
256 de la CPE, en tópicos vinculados a derechos humanos, comprende además la pauta
de interpretación “desde y conforme al bloque de convencionalidad”, razón por la cual
en mérito a una interpretación progresiva, están integrados por los expresamente
disciplinados en el texto constitucional y todos aquellos reconocidos por el bloque de
convencionalidad, en el ámbito de una aplicación siempre guiada a la luz del principio
de favorabilidad. La jurisprudencia constitucional, en este aspecto, ha revalorizado el

139
SSCCPP 0110/2010-R de 10 de mayo, la 2074/2010-R de 10 de noviembre, la 0446/2011-R de 18 de abril, la
1888/2011-R de 7 de noviembre, la DCP 0003/2013 de 25 de abril, entre otras. En la SC 1662/2003-R de 17 de
noviembre, el primer TC reconocía que, realizando la interpretación constitucional integradora, en el marco de
la cláusula abierta prevista por el art. 35 de la Constitución abrogada, los tratados, las declaraciones y
convenciones internacionales en materia de derechos humanos, forman parte del orden jurídico del sistema
constitucional boliviano como parte del bloque de constitucionalidad.
140
SCP 1227/2012 de 7 de septiembre.
bloque de constitucionalidad y el Estado Constitucional de Derecho, habida cuenta del
reconocimiento de los valores plurales y los principios rectores del orden constitucional
que suponen la constitucionalización del ordenamiento jurídico.

El sistema interamericano de protección de derechos humanos es un conjunto de


herramientas normativas y jurisdiccionales, cuyo diseño cohesiona armoniosamente con
instituciones cuya activación garantizan el respeto efectivo de estos derechos. Y su
sistematicidad hace que el contenido de sus herramientas normativas y las decisiones
emanadas de sus mecanismos institucionales, se enraícen de tal manera en el orden
interno de los países miembros, y se constituyen en informadores del régimen interno,
armonizándose de esta manera el orden nacional con el orden supranacional de los
derechos humanos, siendo por tanto esta “sistematicidad” el fundamento y la razón de
ser de esta ingeniería supranacional destinada a la protección real y efectiva de derechos
humanos. Y como ha advertido el TCP, la protección de los derechos fundamentales
solamente está garantizada en tanto y cuanto el orden interno asuma en lo referente a su
contenido los alcances y efectos de estas normas y decisiones emergentes del sistema
interamericano de protección de derechos humanos.

La doctrina del bloque de constitucionalidad, reconocida por el artículo 410


CPE, contempla como parte del mismo a los tratados internacionales referentes a
derechos humanos, entre los cuales inequívocamente se encuentra el pacto de San José
de Costa Rica, norma que por su esencia y temática se encuentra amparada por el
principio de supremacía constitucional, eje estructural de la jerarquía normativa
imperante en el Estado boliviano. Este pacto está constituido por tres partes esenciales,
estrictamente vinculadas entre sí: la primera, conformada por el preámbulo, la segunda
denominada dogmática y la tercera referente a la parte orgánica. Precisamente, el
capítulo VIII de este instrumento regula a la Corte IDH; en consecuencia, siguiendo un
criterio de interpretación constitucional “sistémico”, debe establecerse que este órgano y
por ende las decisiones que de él emanan, forman parte también de este bloque de
constitucionalidad.

3.6 El control de convencionalidad

El control de convencionalidad, que nace en Bolivia con la ratificación de la


convención americana sobre derechos humanos, mediante la Ley N° 1430 de 11 de
febrero de 1993, se ha convertido en una herramienta imprescindible para la
interpretación constitucional. A partir de esta homologación, el Estado boliviano asume
el compromiso internacional de respetar los derechos y libertades reconocidos en la
convención a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación
alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición social.
En la interpretación del TCP, el sistema interamericano de derechos humanos es
un conjunto de herramientas normativas y jurisdiccionales cuyo diseño cohesiona
armoniosamente la dogmática y esencia de derechos considerados inherentes al ser
humano por su naturaleza óptica, con instituciones cuya activación garantizan un
respeto efectivo de estos derechos.141 De ahí que su sistematicidad hace que el contenido
de sus herramientas normativas y las decisiones emanadas de sus mecanismos
institucionales, se enraícen de tal manera en el orden interno de los países miembros,
que sus postulados no solamente forman parte de este precepto, sino que se constituyen
en informadores del régimen interno, el cual, se sujeta y subordina en cuanto a su
contenido a éste, armonizándose de esta manera el orden nacional con el orden
supranacional de los derechos humanos, siendo por tanto esta “sistematicidad” el
fundamento y la razón de ser de esta ingeniería supranacional destinada a la protección
real y efectiva de derechos humanos.
Los elementos normativos y las decisiones jurisdiccionales que emanen de este
sistema no son aislados e independientes del sistema legal interno, de hecho, la
efectividad en cuanto a la protección de los derechos fundamentales, solamente estará
garantizada en tanto y cuanto el orden interno asuma en lo referente a su contenido los
alcances y efectos de estas normas y decisiones emergentes del sistema interamericano
de protección de derechos humanos.
Y como la Corte IDH es el último y máximo garante en el plano supranacional
del respeto a los derechos humanos, el objeto de su competencia y las decisiones que en
ejercicio de ella emanan, constituyen piedras angulares para garantizar efectivamente la
vigencia del “Estado Constitucional de Derecho”, cuyos ejes principales entre otros, son
precisamente la vigencia de los derechos humanos y la existencia de mecanismos
eficaces que los hagan valer, por eso es que las sentencias emanadas de este órgano

141
SCP 0024/2018 de 27 de junio.
forman parte del bloque de constitucionalidad y fundamentan no solamente la actuación
de los agentes públicos, sino también subordinan en cuanto a su contenido a toda la
normativa infra-constitucional vigente.
En la perspectiva del derecho internacional de los derechos humanos, el
cumplimiento de estas obligaciones internacionales, responde a un principio esencial
que sustenta el propio sistema interamericano de protección de derechos humanos, que
es el de “buena fe”, llamado también “pacta sunt servanda”, en virtud del cual los
Estados deben honrar sus obligaciones pactadas para evitarse responsabilidades
internacionales.
En el marco del panorama descrito, se colige que inequívocamente las sentencias
emanadas de la Corte IDH, por su naturaleza y efectos, no se encuentran por debajo ni
de la Constitución tampoco de las normas jurídicas infra-constitucionales, sino por el
contrario, forman parte del bloque de constitucionalidad y a partir del alcance del
principio de supremacía constitucional que alcanza a las normas que integran este
bloque, son fundamentadoras e informadoras de todo el orden jurídico interno, debiendo
el mismo adecuarse plenamente a su contenido para consagrar así la vigencia plena del
“Estado Constitucional” enmarcado en la operatividad del sistema interamericano de
protección a derechos humanos.
El bloque de constitucionalidad exige que para efectuar el test de
constitucionalidad existen los criterios de interpretación contenidos en los arts. 13.IV y
256 de la CPE que introducen dos principios que guían la interpretación de los derechos
fundamentales: la interpretación pro persona (pro homine) y la interpretación conforme
a los pactos internacionales sobre derechos humanos. En virtud al primero, los jueces y
tribunales tienen el deber de aplicar aquella norma que sea más favorable para la
protección del derecho en cuestión ─ya sea que esté contenida en la Constitución o en
las normas del bloque de constitucionalidad─ y de adoptar la interpretación que sea más
favorable y extensiva y, en virtud a la segunda (interpretación conforme a los pactos
internacionales sobre derechos humanos), tienen el deber de ─ejerciendo el control de
convencionalidad─ interpretar el derecho de acuerdo a las normas contenidas en
tratados e instrumentos internacionales en materia de derechos humanos ratificados o a
los que se hubiere adherido el Estado, siempre y cuando, claro está, declaren derechos
más favorables a los contenidos en la Constitución.
El razonamiento del TCP responde al desarrollo del derecho internacional de los
derechos humanos que promovió la recomposición del ordenamiento jurídico interno y
con ello de los tratados y convenios en materia de derechos humanos como normas de
rango constitucional y de aplicación preferente ─inclusive sobre la norma suprema─
cuando garanticen de mejor manera la vigencia de los derechos humanos, y constituyen
una pauta de interpretación cuando prevean normas más favorables que las dispuestas
en la Constitución (arts. 13.IV y 256).
De ahí que todos los órganos del poder público, particularmente las autoridades
que imparten justicia, tienen el mandato imperativo de proteger los derechos
fundamentales a través del control de constitucionalidad y convencionalidad; con mayor
razón los jueces constitucionales y en especial los magistrados del TCP, que se
encuentran obligados a realizar el control de convencionalidad en las causas sometidas a
su conocimiento; inclusive frente a antinomias o colisión entre preceptos
constitucionales, emergentes de simples redacciones discordantes en las que pudo haber
incurrido el constituyente o bien, el desfase en el tiempo de algunas normas
constitucionales, correspondiendo en ese caso, que el Órgano Contralor de
Constitucionalidad, efectúe el control de constitucionalidad de las propias normas
constitucionales.
En consecuencia, el texto constitucional adopta una simbiosis con el orden
jurídico convencional. De hecho, se sostiene que, en virtud del control de
convencionalidad, la norma suprema adquiere la dimensión de una “constitución
convencionalizada”, y sus operadores jurídicos, en particular el órgano máximo de
jurisdicción constitucional, se ve constreñido a argumentar los casos en base a las
fuentes constitucionales y convencionales. De la línea jurisprudencial precedentemente
citada, se asume que las sentencias de las cortes supranacionales se suman a la
naturaleza res iudicata o cosa juzgada, con efectos inter partes, cuya interpretación tiene
efectos “erga omnes”, es decir, que resulta obligatoria y aplicable para los Estados.
De ahí que los órganos estatales y en especial las autoridades que administran
justicia se vinculan a la obligación general de dar ejecución a las decisiones de las
cortes supranacionales, interpretando la normativa en materia de derechos humanos del
modo convencionalmente correcto, como una actividad hermenéutica dentro del control
de legalidad y convencionalidad, puesto que conforme se señaló por el tribunal, las
sentencias emergentes de la jurisdicción supranacional, definen al interior de los
Estados el contenido legal de los derechos y de las garantías tuteladas por el
ordenamiento jurídico, por lo tanto, configuran un instrumento de actualización del
significado de los derechos en el orden internacional y armonizan los métodos y
criterios interpretativos a ser asumidos por los Estados a momento de interpretar los
derechos y garantías que tutelan.
Capítulo VII
La interpretación constitucional (II)
3.7 La dignidad y los derechos implícitos. 3.8 Interpretación más favorable y la no
retroactividad de la ley. 3.9 El pluralismo jurídico. 3.10 La perspectiva de género.

3.7 La dignidad y los derechos implícitos

La interpretación constitucional ha permitido no sólo elevar la dignidad de la


persona a la categoría de núcleo axiológico fundamental y fundamentadora de los
derechos y de las garantías básicas sino además desentrañar y exteriorizar los derechos
implícitos. La dignidad entraña ineludiblemente la libre autodeterminación de toda
persona para actuar en el mundo que lo rodea. Es una cualidad intrínseca, irrenunciable
e inalienable de todo ser humano, que está asegurada, respetada, garantizada por el
orden jurídico nacional e internacional, y no desaparece por más bajo y vil que sea la
conducta y sus actos de la persona.
Como sostiene Fernández Segado,142 los errores de la segunda guerra mundial
impactarían de tal forma sobre el conjunto de la humanidad que por doquier se iba a
generalizar un sentimiento de rechazo, primero, y de radical rectificación después, que
había que conducir en una dirección que entendemos sinteriza con meridiana claridad el
primer párrafo del preámbulo de la declaración universal de derechos humanos de 10 de
diciembre de 1948, en que puede leerse lo que sigue:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos
los miembros de la familia humana”.

Esta declaración (art. 1), comienza señalando que “todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y el Estado tiene
que garantizar y promover la dignidad, por cuanto constituye la esencia y fundamento
de los derechos humanos, que proclama el Estado Constitucional de Derecho.
En el mismo sentido, el pacto internacional de derechos civiles y políticos de 19
de diciembre de 1966, en su preámbulo afirma que “conforme a los principios
enunciados en la carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la paz en el
mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros

142
FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco, La dignidad de la persona como valor supremo del
ordenamiento jurídico, disponible en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5085303.pdf
de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables”. Igual la convención de
Naciones Unidas contra la Tortura, de 1984, comienza reconociendo que los “derechos
derivan de la dignidad inherente a los hombres” y define por "tortura" todo acto por el
cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean
físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una
confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido,
o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en
cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos
por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a
instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia.143 En el mismo sentido se
expresa la convención sobre derechos del niño de 1989, la que explicita la “dignidad
inherente a todos los miembros de la comunidad humana”.
Lo evidente es que el constitucionalismo occidental europeo ha venido a
consagrar, primero y el latinoamericano después, que la dignidad de todo ser humano
constituye un valor material central de la Ley Fundamental, derivando del mismo un
amplísimo reconocimiento de los derechos de la persona y una multiplicidad de
mecanismos de garantía. Por ejemplo, la Ley fundamental de Alemania de 1949 va a
dar pasos muy importantes en esta dirección, cuando proclama que el pueblo alemán
reconoce los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda
comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo.
A tiempo de recordar que la dignidad humana es un derecho que engloba a todos
los demás y constituye por tanto el fundamento de los derechos humanos, Sagüés
aclaraba que resultaría un valor absoluto, incluso superior al valor vida, ya que éste
puede ceder en aras, por ejemplo, de la defensa de la patria o cuando se hace uso de la
legítima defensa, mientras que la dignidad debería actuar siempre —aún el condenado a
muerte, v. gr., tiene el derecho a ser ajusticiado con dignidad de trato—.144 Configuraría
entonces un derecho irrestringible. Pero también hay posturas reduccionistas, en el
sentido, por ejemplo, que de la idea de dignidad humana se desprenden ciertos

143
La ONU, mediante resolución Nº 39/46 de 10 de diciembre de 1984, aprobó la Convención contra la
Tortura, y otros Tratos o Penas, Crueles, Inhumanos o Degradantes, resolución que marca un hito en
defensa de la dignidad de la persona y ha tenido reconocimiento universal. Sin embargo, no se
considerarán torturas los dolores o sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones
legítimas, o que sean inherentes o incidentales a éstas.
144
El autor no obstante prefiere ubicar al derecho a la dignidad humana como una manifestación más —
pero harto significativa, por supuesto— del derecho a la condición humana que comprende, a más del
derecho a la dignidad de trato, los derechos a la vida, salud, personalidad, nombre, etc. Vid. SAGÚÉS,
Néstor Pedro, La Constitución bajo tensión…Ob. Cit., pp. 339-355.
derechos, y no la totalidad. Así, comprendería los derechos de libre conciencia,
intimidad, honor, propia imagen, y simultáneamente, mandatos negativos, como la
prohibición de mutilaciones, maltrato en las prisiones, torturas o experiencias médicas
contra la voluntad del sujeto, empleo del detector de mentiras o de drogas para hablar, y
hasta evitaría la imposición de la prisión perpetua o la de muerte, ambas condenables
por impedir la reinserción del delincuente en la sociedad. Y concluye que la dignidad
autoriza tanto a ampliar el radio de posibilidades de los procesos constitucionales —
amparo y habeas corpus—, como a ampliar también el listado de los derechos
personales, al descubrir nuevas situaciones de “dignidad humana” que merecen
protección constitucional.
En la misma línea compartimos con Nogueira Alcalá, en el sentido de que la
dignidad de la persona se constituye en el valor supremo y en el principio jurídico que
constituye la columna vertebral básica de todo el ordenamiento constitucional y es
fuente de todos los derechos fundamentales, irradiando todo el sistema jurídico el que
debe interpretarse y aplicarse conforme a las condiciones en que dicha dignidad se
realice de mejor forma.145
Tal como hemos sostenido en otra publicación, la dignidad de la persona tiene
primacía sobre los derechos fundamentales, ya que estos tienen su fuente y fundamento
en la primera, debiendo rechazarse el ejercicio de cualquier derecho que suponga un
atentado a ella.146 De ahí porqué la dignidad de la persona constituye una barrera
insuperable en el ejercicio de los derechos fundamentales; además, es un dique a toda
reforma constitucional que pretenda desconocerla, suprimirla, degradarla o
desnaturalizarla.
La dignidad del ser humano es el mínimum invulnerable que todo ordenamiento
y operador jurídico debe asegurar y garantizar, sin que nunca pueda legitimarse un
menosprecio del ser humano como persona digna. De la dignidad del ser humano emana
la libertad y la igualdad como principios básicos que, a su vez, concretan los derechos
humanos. La afirmación constitucional de la dignidad humana constituye un enunciado

145
Para este autor, el artículo 1°, inciso 1° de la Constitución chilena, constituye una norma directriz a
través de la cual debe iluminarse e interpretarse todo el resto del texto constitucional y del ordenamiento
jurídico nacional, constituye una pauta interpretativa que debe ser seguida por todos los operadores
jurídicos, en cuanto norma rectora suprema de nuestro ordenamiento jurídico. Vid. NOGUEIRA
ALCALÁ, Humberto, La dignidad de la persona, derechos fundamentales, bloque constitucional de
derechos y control de convencionalidad, disponible en
http://www.crdc.unige.it/docs/articles/Dignidad.pdf
146
HERRERA ÁÑEZ, William, Del hábeas corpus a la acción de libertad en Bolivia, Cochabamba, Ed.
Kipus, 2017, pp. 41-54.
constitucional de eficacia directa y de aplicabilidad inmediata, teniendo un efecto
anulatorio o invalidatorio de toda norma que contravenga o ignore dicha dignidad. El
valor y principio jurídico de la dignidad humana genera un efecto de irradiación que se
difunde sobre los otros principios e instituciones constitucionales.
Nogueira Alcalá consideraba que los derechos fundamentales pueden ser
conceptualizados como el conjunto de facultades e instituciones que, concretan las
exigencias de la dignidad, la libertad, la igualdad y la seguridad humanas en cuanto
expresión de la dignidad de los seres humanos —considerados tanto en su aspecto
individual como comunitario—, en un contexto histórico determinado, las cuales deben
ser aseguradas, respetadas, promovidas y garantizadas por los ordenamientos jurídicos a
nivel nacional, supranacional e internacional, formando un verdadero subsistema dentro
de estos.
El derecho internacional de los derechos humanos, en este sentido, es fuente del
derecho interno cuando agregan un “plus” al contenido normativo de los derechos
delimitados y configurados en el derecho interno y viceversa. En el sistema jurídico
nacional debe buscarse siempre la integralidad maximizadora del sistema de derechos
esenciales o humanos, conforme con el artículo 29 de la convención americana de
derechos humanos y el artículo 5° del pacto internacional de derechos civiles y políticos
de Naciones Unidas.
En tal virtud, las reglas del derecho internacional generalmente aceptadas se
entienden automática y globalmente incorporadas en el derecho interno, y deben ser
aplicadas e interpretadas inexcusablemente por los tribunales nacionales.147 El intérprete
constitucional debe entender que existe una retroalimentación recíproca entre fuente
interna e internacional en materia de derechos fundamentales. Es decir, debe existir una
retroalimentación entre el intérprete final del derecho interno y el intérprete final del
derecho regional o internacional de derechos humanos, porque está de por medio la fe
del Estado boliviano y se tiene un compromiso en ese sentido ante la comunidad
internacional.
La Constitución boliviana proclama que la dignidad y la libertad son inviolables,
respetarlas y protegerlas es deber primordial del Estado (art. 22). La dignidad humana
es un derecho básico que tiene toda persona por su sola condición de “humano”, y busca
que se la respete y reconozca como un ser dotado de un fin propio, y no como un medio

147
En este sentido, Almonacid Arellano y otros vs. Chile, sentencia de 26 de septiembre de 2006.
para la consecución de fines extraños, o ajenos a su realización personal.
En este plano, el TCP ha interpretado por ejemplo que la dignidad humana
designa un conjunto de creencias, valores, normas e ideales que, de una manera u otra,
asumen como postulado que hay un valor intrínseco o una condición especial de lo
humano.148 El respeto de todo ser humano, como un fin en sí, empieza por el respeto a la
vida y al reconocimiento de los múltiples derechos en los que se despliega la dignidad.
Corresponde aclarar —decía el tribunal— que existe el principio de la interdependencia
de los derechos, según el artículo 13.I CPE, de modo que todos los derechos son
indivisibles, interrelacionados e interdependientes, que no se constituyen en estancos
separados los unos de otros sino necesarios en su globalidad para alcanzar un bienestar
común y el vivir bien, esto implica que la restricción al núcleo esencial de un derecho
puede afectar negativamente a los demás.
La dignidad de la persona tiene también el carácter de contenido integrador del
vacío que puede llegar a producir la falta de reconocimiento o la omisión de un derecho
indispensable o esencial a la preservación de la persona humana. En cualquier caso, la
Constitución boliviana prevé que “los derechos que proclama esta Constitución no serán
entendidos como negación de otros derechos no enunciados” (art 13.II).
La Constitución en realidad alude a los denominados derechos implícitos que
pueden deducirse de valores, principios, fines y razones históricas que alimentan el
derecho positivo constitucional e internacional. El sistema de derechos humanos pleno
tiene carencias normativas e implicitudes que es necesario extraer de los valores y
principios, pudiendo faltar normas de reconocimiento. El constitucionalismo
democrático americano y la jurisprudencia de los tribunales constitucionales lo
reconocen. Así, por ejemplo, la corte de constitucionalidad de Guatemala,149 reconoce
como derecho fundamental implícito el derecho a morir con dignidad:
“Por otra parte, el inciso 2 del artículo 5 del pacto de San José protege la
integridad moral de la persona y en el inciso 3 ibídem proclama que "la pena no
puede trascender de la persona del delincuente", porque, para el caso, la publicidad
fotográfica o videográfica del suceso profundamente íntimo de la muerte de un
individuo puede ser aflictivo a su familia. Siendo un valor fundamental la
estimativa de la persona humana, y aun cuando no esté constitucionalizado
expresamente el derecho a morir con dignidad, éste corresponde a la categoría de

148
Para el TCP (SCP 0096/2016-S3 de 14 de enero, la 0176/2012 de 14 de mayo), el haber dispuesto y
ejecutado la orden de ingreso al domicilio primero, y luego al dormitorio del accionante para la
instalación de los equipos de videoconferencia (Skype), y seguir el juicio en esas condiciones, vulneraba
su dignidad e intimidad del actor.
149
En este sentido, véase el expediente 248-98.
los derechos implícitos a que se refiere el primer párrafo del artículo 44 de la
Constitución, y, por ello, aunque de la ley objetada deban eliminarse las palabras
indicadas en este apartado -lo que se hace por razones de forma- deben quedar
preservados los derechos del ejecutable en cuanto a que la ejecución de la
sentencia se haga con absoluto respeto a su derecho a la intimidad, de la que la
sentencia condenatoria no le ha privado, y por ello, de pretenderse vulnerar ese
deseo, estarán a salvo los medios de protección directa y concreta de los derechos
e intereses que la Constitución y las leyes preservan.

De la misma forma, el tribunal constitucional peruano reconocía el derecho a la


verdad y precisaba:

“Así, el derecho a la verdad, aunque no tiene un reconocimiento expreso en


nuestro texto constitucional, es un derecho plenamente protegido, derivado en
primer lugar de la obligación estatal de proteger los derechos fundamentales y de
la tutela jurisdiccional. Sin embargo, el tribunal constitucional considera que, en
una medida razonablemente posible y en casos especiales y novísimos, deben
desarrollarse los derechos constitucionales implícitos, permitiendo así una mejor
garantía y respeto a los derechos del hombre, pues ello contribuirá a fortalecer la
democracia y el estado, tal como lo ordena la Constitución vigente.”150

El tribunal constitucional peruano consideraba que si bien detrás del derecho a la


verdad se encuentran comprometidos otros derechos fundamentales, como la vida, la
libertad o la seguridad personal, entre otros, éste tiene una configuración autónoma, una
textura propia, que lo distingue de los otros derechos fundamentales a los cuales se
encuentra vinculado, debido tanto al objeto protegido, como al telos que con su
reconocimiento se persigue alcanzar. Sin perjuicio del contenido constitucionalmente
protegido del derecho a la verdad, éste también ostenta rango constitucional, pues es
una expresión concreta de los principios constitucionales de la dignidad humana, del
Estado democrático y social de derecho y de la forma republicana de gobierno.
En esta línea, el TCP boliviano ha reconocido, vía interpretación, que la objeción
de conciencia es un derecho fundamental, aunque no figure en el catálogo de los
151
derechos fundamentales previstos en la Constitución. El constituyente boliviano
consagró el derecho a la libertad de pensamiento, e ingresa dentro de este ámbito el
derecho a la libertad de conciencia, las que en su concepción última se encuentran
íntimamente ligadas; bajo ese razonamiento entonces la objeción de conciencia como
derecho que deviene del derecho a la libertad de conciencia, puede ser invocada y
tutelada por el Estado Boliviano.

150
Expediente N° 2488-2002-HC/TC.
151
SCP 0265/2016-S2 de 23 de marzo.
Con base en los artículos 13.II y 410 de la CPE, el TCP ha realizado una
interpretación integradora y progresiva de los derechos enunciados en la cláusula
abierta, en el sentido de que “los derechos que proclama esta Constitución no serán
entendidos como negación de otros derechos no enunciados” y, por tanto, los tratados,
declaraciones y convenios internacionales en materia de derechos humanos forman
parte del sistema constitucional boliviano.
Asimismo, el artículo 29.b.c de la convención americana sobre derechos
humanos, ha señalado que no se puede limitar el goce y ejercicio de cualquier derecho o
libertad que pueda estar reconocido de acuerdo con las leyes de cualquier Estado Parte o
de acuerdo con otra convención en que sea parte uno de dichos Estados, y excluir otros
derechos y garantías que son inherentes al ser humano o que se derivan de la forma
democrática representativa de gobierno. De la misma forma el art. 5.2 del PIDCP,
señala que no podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los derechos
humanos fundamentales reconocidos o vigentes en un Estado Parte en virtud de leyes,
convenciones, reglamentos o costumbres, so pretexto de que el presente pacto no los
reconoce o los reconoce en menor grado.
Los jueces bolivianos sin embargo no han venido acompañando en su integridad
toda esta afortunada evolución normativa, ya que en muchos casos se limitan a negar la
tutela pese a demostrarse la vulneración grosera de los derechos fundamentales. Al
desconocimiento del nuevo orden jurídico nacional e internacional por parte de los
jueces y magistrados, hay que agregar los elevados índices de corrupción, retardación de
justicia y el virtual colapso del órgano judicial y del tribunal constitucional. Lo evidente
es que los jueces, siempre hay excepciones, siguen anclados en el derecho del siglo XIX
y en su mayoría no han podido saltar del Estado de Derecho (donde reinaba el culto a la
ley, así estuviera en contra de la Constitución) al Estado Constitucional de Derecho,
donde prevalecerá la Constitución como parámetro normativo superior que decide la
validez de las demás normas jurídicas. De ahí que sus valores y principios, constituyen
el marco general básico del que deriva y se fundamenta el resto del ordenamiento
jurídico.
En este sentido el tribunal constitucional proclama la vocación axiológica y
finalista de la Constitución de 2009, y sostiene que su labor será vivificadora de los
valores, y principios éticos morales. Y recordaba la obligación que tienen las
autoridades judiciales de asumir una actitud comprometida con la vigencia real de la
Constitución, y les exige eliminar los formalismos procesales o requisitos
intrascendentes, injustificados e innecesarios, que terminan obligando a renunciar a sus
pretensiones a quienes han llegado al Órgano Judicial en busca del restablecimientos de
sus derechos.
La jurisdicción constitucional tiene el propósito inaplazable e imperioso de
garantizar el ejercicio legítimo de los derechos humanos, que son la base de toda
comunidad organizada que busca la paz, la convivencia pacífica y la justicia. La
necesidad de promocionar los derechos fundamentales exige del tribunal constitucional
no sólo impulsar, y desarrollar iniciativas que permitan incrementar la vigencia material
de esos derechos mediante acciones positivas, sino también una actividad militante en la
defensa real del orden constitucional, que debe prevalecer en todo Estado Constitucional
de Derecho.

3.8 Interpretación más favorable y la no retroactividad de la Ley

La Constitución establece que la ley sólo dispone para lo venidero y no tendrá efecto
retroactivo, excepto en materia laboral, cuando lo determine expresamente a favor de las
trabajadoras y de los trabajadores; en materia penal, cuando beneficie a la imputada o al
imputado; en materia de corrupción, para investigar, procesar y sancionar los delitos
cometidos por servidores públicos contra los intereses del Estado; y en el resto de los casos
señalados por la Constitución (art. 123).

i) El principio de legalidad

El tribunal constitucional debe interpretar y garantizar que cualquier


sanción penal debe fundarse en una ley anterior al hecho punible (art. 116.II
CPE). El Código Penal (art. 70) establece que nadie será condenado a sanción
alguna, sin haber sido oído y juzgado conforme al Código de Procedimiento
Penal. En consecuencia, no puede ejecutarse ninguna sanción sino en virtud de
sentencia emanada de autoridad judicial competente y en cumplimiento de un a
ley, ni ejecutarse de distinta manera que la establecida en aquella. No hay que
confundir la legalidad procesal con la legalidad material o sustantiva, única fuente creadora
de delitos y penas. El principio de legalidad o legalidad sustantiva según Rodríguez
Devesa,152 “tiene su origen en el anhelo de seguridad que ha llevado a los pueblos a una lucha
multisecular con los detentadores del poder para excluir la arbitrariedad en el derecho
punitivo, que toca a los bienes más preciados de los hombres: la libertad personal, el
patrimonio y, allí donde se reconoce la pena capital, la propia vida”.
Este principio supone las siguientes consecuencias implícitas: 1) No hay delito sin ley
(nullum crimen sine lege): garantía criminal que supone, a su vez: a) No hay delito sin que la
ley especifique (tipifique) en qué consiste la conducta delictiva. Una ley que declarase ser
delito lo que un magistrado tuviera a bien considerar como tal en cada caso, constituiría la
más sangrienta burla del principio de legalidad; b) No hay delicta iuris naturales. Para el
derecho punitivo no hay más delito que los que consagra la ley, por muy inmoral y perversa
que sea una conducta; c) Los tribunales carecen de facultades para considerar como delitos
hechos distintos a los que se consignan en la ley. El juez que olvida esta regla invade la
competencia del legislativo; 2) No hay pena sin ley (nulla poena sine lege): garantía penal.
Las derivaciones son también aquí importantes: a) La ley tiene que determinar
claramente la clase de pena que debe imponer a cada delito. Una ley que dispusiera que un
delito haya de ser castigado con pena arbitraria, quebrantaría este principio; b) No pueden
imponerse penas absolutamente indeterminadas en su duración, porque supondrían un retorno
a las penas arbitrarias; c) Los tribunales no tienen facultades para imponer penas distintas de
las que señala la ley; d) No pueden variarse las circunstancias de ejecución de las penas:
garantía en la ejecución o administrativa; 3) No hay pena sin juicio legal (nulla poena sine
legali iudicio): garantía judicial. El autor advierte además que el poder “corrompe” y que la
autolimitación del Estado por sus propias leyes precisa del complemento indispensable del
control jurisdiccional.
En general, el principio de legalidad se constituye en un límite penal para
que nadie pueda ser condenado por la perpetración de un hecho, si éste no se
encuentra descrito como figura delictiva con el establecimiento de su
correspondiente consecuencia jurídica por una ley anterior a su com isión. En la
interpretación de la extinta Corte Suprema de Justicia, 153 el principio de legalidad
se constituye en una garantía constitucional del individuo, que limita la
actuación punitiva del Estado, y aclaraba que este principio no se agota en la
clásica formulación elaborada por Feuerbach: 'Nullum crimen, nulla poena sine

152
RODRIGUEZ DEVESA, J.M. Derecho Penal Español, Parte General, Décima Edición, Madrid, Ed.,
Dykinson, 1986, p. 173.
153
AS Nº 21 de 26 de enero de 2007.
previa lege, sino que actualmente se presentan otros requisitos que completan la
formulación del principio, dotándoles de mayor exigencia y conteni do, como son
los principios de taxatividad, tipicidad, lex escripta y especificidad .
El principio de legalidad se encuentra conformado a la vez por varios sub
principios, entre ellos, el de taxatividad, referido precisamente ―valga la
redundancia― a la taxatividad de la norma penal, e implica la suficiente
predeterminación normativa de los ilícitos y sus consecuencias jurídicas; pues la
indeterminación supone una deslegalización material encubierta; por otra parte
se encuentra el principio de tipicidad que desar rolla el principio fundamental
nullum crimen, nulla poena sine lege; se entiende como la obligación de que los
jueces y tribunales apliquen la ley sustantiva debidamente enmarcando la
conducta del imputado exactamente en el marco descriptivo de la ley penal a
efectos de no incurrir en calificación errónea que afecte al debido proceso y
devenga en defecto absoluto insubsanable; otro importante principio es el de
favorabilidad que denota la aplicación de la norma más favorable al imputado en
caso de duda y cuyo techo constitucional se encue ntra en el art. 116.I. CPE
vigente que establece: durante el proceso, en caso de duda sobre la norma
aplicable, regirá la más favorable al imputado o procesado.
En consecuencia, el Estado no puede c astigar una conducta que no esté
descrita ni penada por la ley, cimentándose una doble garantía: por una parte,
todas las personas conocen el ámbito de lo permitido y prohibido y, por la otra,
el delincuente no puede ser castigado más que por las acciones legalmente
descritas y sólo con la pena correspondiente.

ii) El principio de irretroactividad de la ley

La Constitución reconoce este principio cuando establece que l a ley


sólo dispone para lo venidero y no tendrá efecto retroactivo, excepto en
materia penal y laboral. Este principio se fundamenta, según el TC,
en la necesidad de dar estabilidad al ordenamiento jurídico, porque sin el
mencionado principio se presentan confusiones sobre la oportunidad de
regulación, de suerte que en muchas ocasiones con una conveniencia
presente se regulaba una situación pasada, que resultaba exorbitante al
sentido de la justicia, por falta de adecuación entre el supuesto de hecho y
la consecuencia jurídica. 154
Las personas tienen confianza en la ley vigente, y conforme a ella
celebran sus transacciones y cumplen sus deberes jurídicos, pues dar efecto
retroactivo a una ley equivale a destruir la confianza y seguridad que se
tiene en las normas jurídicas. La naturaleza jurídica del principio de
irretroactividad es la premisa según la cual, en la generalidad de las
circunstancias se prohíbe, con base en la preservación del orden público y
con la finalidad de plasmar la seguridad y estabilidad jurídica, que una ley
tenga efectos con anterioridad a su vigencia, salvo circunstancias especiales
que favorezcan, tanto al destin atario de la norma como a la consecución del
bien común, de manera concurrente. Ente principio se encuentra consagrado
en el Código penal (art. 4) cuando establece que si la ley vigente en el
momento de cometerse el delito fuere distinta de la que existe a l dictarse el
fallo, se aplicará siempre la más favorable ; además, si durante el
cumplimiento de la condena se dictare una ley más benigna, será ésta la que
se aplique.
Con estos argumentos el TCP llegaba a la conclusión de que “L as
acciones de investigación y juzgamiento de delitos permanentes de
corrupción y vinculados a ésta, establecidos en el artículo 25.2.3 de la Ley
Nº 004 del 31 de marzo de 2010, deben ser aplicados por las autoridad es
competentes en el marco del artículo 123 de la Constitución Política del
Estado”; es decir, la ley sólo dispone para lo venidero y no t iene efecto
retroactivo, a menos que favorezca al imputado.
Con esta SC ―aunque no ha tenido la claridad deseada―, el TCP ha
enmendado el despropósito jurídico previsto en la referida Ley Nº 004, que
intentaba cargarse uno de los principios fundamentales del derecho penal
como es la irretroactividad de la Ley penal. En palabras del TC, de una
interpretación sistemática, teleológica y literal la norma contenida en el art.

154
El TCP (SCP 0770/2012 de 13 de agosto) dejaba establecido que bajo los argumentos expuestos
y de una interpretación “de la Constitución” del art. 123 de la CPE y “desde la
Constitución” de la disposición final primera de la Ley 004, corresponde declarar s u
constitucionalidad únicamente respecto al cargo de inconstitucionalidad referido a que
permite la aplicación retroactiva del derecho penal sustantivo contenido en la Ley 004,
siempre y cuando su aplicación por los jueces o tribunales sea en el marco de l principio
de favorabilidad.
123 CPE, no debe ser entendida en sentido que sea posible sancionar
retroactivamente conductas que no estuvieron previamente establecidas en
una ley, pues este mandato se encuentra en el título IV, capítulo primero
relativo a las garantías juris diccionales, por lo que debe entenderse como
una garantía de seguridad del Estado a favor de los ciudadanos, pues no
resultaría lógica la interpretación del establecimiento de garantías a favor
del propio poder público. En este sentido para este tribunal no resulta
admisible que una garantía de los procesados en materia de corrupción sea
la de que se les aplique retroactivamente la ley penal sustantiva
desfavorable.
También recordaba que la aplicación del derecho penal sustantivo de
forma retroactiva está vedada por los pactos y convenios internacionales
sobre derechos humanos. Así, por ejemplo, la declaración universal de los
derechos humanos que en su art. 11.2, establece: “Nadie será condenado por
actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos
según el derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más
grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito”. La
convención americana sobre derechos humanos en su art 9, dispone lo
siguiente: “Nadie puede ser condenado por acciones u omisiones que en el
momento de cometerse no fueran delictivos según el derecho aplicable ”.
Tampoco se puede imponer pena más grave que la aplicable en el momento
de la comisión del delito. El pacto internacional de derechos civiles y
políticos, igualmente, consagra en su art. 15.1 que nadie será condenado por
actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueran delictivos
según el derecho nacional o internacional.
La Constitución (art. 256.I) establece que “Los tratados e
instrumentos internacionales en materia de derechos humanos que hayan
sido firmados, ratificados o a los que se hubiera adherido el Estado, que
declaren derechos más favorables a los contenidos en la Constitución, se
aplicarán de manera preferente sobre ésta” y el art. 13.IV determina que
“Los derechos y deberes consagrados en esta Constitución se interpretarán
de conformidad con los Tratados internacionales de derechos humanos
ratificados por Bolivia”.
Por su parte, la convención interamericana Contra la corrupción (art.
XIX), fuente directa de la Ley anticorrupción, aclara que l a presente
disposición “en ningún caso afectará el principio de la irretroactividad de la
ley penal ni su aplicación interrumpirá los plazos de prescr ipción en curso
relativos a los delitos anteriores a la fecha de la entrad a en vigor de esta
convención”.

iii) El principio de favorabilidad en materia laboral

Las normas laborales se interpretarán y aplicarán bajo los principios de


protección de las trabajadoras y de los trabajadores como principal fuerza productiva de
la sociedad; de primacía de la relación laboral; de continuidad y estabilidad laboral; de
no discriminación y de inversión de la prueba a favor de la trabajadora y del trabajador
(arts. 48, 49, 51 y 123 CPE). Los derechos y beneficios reconocidos en favor de las
trabajadoras y los trabajadores no pueden renunciarse, y son nulas las convenciones
contrarias o que tiendan a burlar sus efectos. Los salarios o sueldos devengados,
derechos laborales, beneficios sociales y aportes a la seguridad social no pagados tienen
privilegio y preferencia sobre cualquier otra acreencia, y son inembargables e
imprescriptibles.
La Ley Fundamental proclama, en efecto, que las mujeres no podrán ser
discriminadas o despedidas por su estado civil, situación de embarazo, edad, rasgos
físicos o número de hijas o hijos. Se garantiza la inamovilidad laboral de las mujeres en
estado de embarazo, y de los progenitores hasta que el hijo cumpla un año de edad. El
Estado protegerá la estabilidad laboral. Se prohíbe el despido injustificado y toda forma
de acoso laboral.
En relación al principio del in dubio pro operario, el TCP 155 subraya
su importancia en el sentido de que su aplicación permite hacer más eficaz
la intervención del Estado en las relaciones de trabajo y ofrecerles a los
administradores de justicia laboral directrices que inspiran el significado de
las normas laborales con arreglo a criterios distintos de los que pueden
darse en otras ramas del derecho e inspiran directa o indirectamente una
serie de soluciones por lo que puede servir para promover y encausar la

155
SSCC 0863/2010-R de 10 de agosto, y la 0085/2006-R de 25 de enero, entre otras.
aprobación de nuevas normas, orientar la interpretación de las e xistentes y
resolver los casos no previstos.
En relación a este principio de favorabilidad resume: 1) El principio
protectivo con sus tres reglas o criterios son: a) El in dubio pro operario se
aplica en el sentido de que cuando una norma se presta a más de una
interpretación, debe aplicarse la interpretación que resulte más favorable al
trabajador; b) La regla de la norma más favorable, según la cual si
aparecieran dos o más normas aplicables a la misma situación jurídic a, se
aplicará la que resulte más favorable al trabajador; y, c) La regla de la
condición más beneficiosa, según la cual ninguna norma debe aplicarse si
esta tiende a desmejorar las condiciones en que se encuentra el trabajador,
pues la idea es de que en materia laboral las nuevas normas o reformas,
deben tender a mejorar las condiciones de trabajo y no a la inversa .
El mismo TC dejaba aclarado que la jurisdicción constitucional sólo
puede analizar la interpretación efectuada por los jueces y tribunales
ordinarios cuando se impugna tal labor como irrazonable, y en este supuesto
es necesario además que el accionante, a tiempo de cuestionar la
interpretación de la legalidad ordinaria: 1) Explique porqué la labor
interpretativa impugnada resulta insuficientemente motivada, arbitraria,
incongruente, absurda o ilógica o con error evidente, identificando, en su
caso, las reglas de interpretación que fueron omitidas por el ó rgano judicial
o administrativo; y 2) Precise los derechos o garantías constitucionales que
fueron lesionados por el intérprete, estableciendo el nexo de causalidad
entre éstos y la interpretación impugnada; dado que sólo de esta manera la
problemática planteada por el accionante tendrá relevancia constitucional.

3.9 El pluralismo jurídico

En su labor interpretativa el tribunal constitucional debe tomar en cuenta que,


con la Constitución de 2009, Bolivia ha pasado en lo formal del monismo al pluralismo
jurídico, que supone la coexistencia de una pluralidad de sistemas jurídicos de
naturaleza diferente. Aunque el conquistador impuso su derecho a los pueblos indígenas
―contenido principalmente en las Leyes de Indias―, también reconoció parcialmente a
sus autoridades, normas y procedimientos para resolver los conflictos al interior de sus
comunidades; en consecuencia, siempre han convivido en el territorio boliviano más de
un sistema jurídico, aunque haya prevalecido el ordenamiento colonial sobre el indígena
y con ello, se haya tenido un pluralismo jurídico “subordinado”. A partir de la
configuración del Estado republicano ―bajo el principio de igualdad jurídica “todos
son iguales ante la ley” y el paradigma del “Estado-Nación”― se trató de asimilar a los
indígenas dentro de un único Estado, una sola cultura y un solo derecho nacional
(monismo jurídico), y así de hecho se desconocía las diferencias étnicas y culturales y
los sistemas jurídicos de los pueblos indígenas.

La organización de Naciones Unidas (ONU), no obstante, ya había reconocido


un conjunto de derechos a los miembros individuales de los pueblos indígenas, dentro
del marco general de los derechos humanos. Tal como aclara Terceros Cuéllar,156 se
reconoció el derecho a la igualdad y a la no discriminación; prohibición del etnocidio; el
derecho de las minorías étnicas a su vida cultural, a profesar y practicar su propia
religión y a emplear su propio idioma; la garantía del ejercicio de los derechos humanos
sin discriminación por motivos de raza, color, sexo, lengua, religión, origen social o
nacional, propiedad o el nacimiento; la condena a la discriminación y la búsqueda de su
eliminación; el derecho a participar efectivamente en las decisiones nacionales o
regionales en aspectos que le afecten como minoría.
También se aprobó el histórico convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), con una nueva concepción de respeto a su calidad de pueblos
indígenas y sus derechos colectivos. El artículo 8, en efecto, prevé: 1. Al aplicar la
legislación nacional a los pueblos interesados deberán tomarse debidamente en
consideración sus costumbres o su derecho consuetudinario. 2. Dichos pueblos deberán
tener el derecho de conservar sus costumbres e instituciones propias, siempre que éstas
no sean incompatibles con los derechos fundamentales definidos por el sistema jurídico
nacional ni con los derechos humanos internacionalmente reconocidos.

156
TERCEROS CUÉLLAR, E., El Derecho Indígena en la legislación positiva, en AAVV Sistema
Jurídico Indígena, Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS), Santa Cruz, Ed. El País,
2003, p. 51.
El convenio pone el acento en la necesidad de que los Estados deben respetar el
sistema jurídico indígena y proclama su igualdad con el sistema escrito; además, aclara
que este derecho se fundamenta en la “costumbre o derecho consuetudinario”. De la
misma forma pone de manifiesto que los delitos que cometan los miembros de estos
pueblos, serán sancionados conforme al derecho indígena. En particular el artículo 9,
establece: “En la medida en que ello sea compatible con el sistema jurídico nacional y
con los derechos humanos internacionalmente reconocidos, deberán respetarse los
métodos a los que los pueblos interesados recurren tradicionalmente para la represión de
los delitos cometidos por sus miembros”. Esta normativa advierte a las autoridades y
tribunales que cuando tengan que pronunciarse sobre cuestiones penales deberán tener
en cuenta las costumbres de dichos pueblos en la materia, y se dará preferencia a
sanciones distintas del simple encarcelamiento; es decir, busca evitar las penas
privativas de libertad.

En la misma línea, el 13 de septiembre de 2007 se aprobó la “declaración de las


Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas”, homologada mediante
Ley Nº 3760, de 7 de noviembre de 2007, que comienza reconociendo (art. 1) que “los
indígenas tienen derecho, como pueblos o como personas, al disfrute pleno de todos los
derechos humanos y las libertades fundamentales reconocidos por la carta de las
naciones unidas, la declaración universal de derechos humano y la normativa
internacional de los derechos humanos”. También tienen derecho a la libre
determinación y así establecer su condición política y buscar libremente su desarrollo
económico, social y cultural.

En general el artículo 34 de esta declaración, prevé que “los pueblos indígenas


tienen derecho a promover, desarrollar y mantener sus estructuras institucionales y sus
propias costumbres, espiritualidad, tradiciones, procedimientos, prácticas y, cuando
existan, costumbres o sistemas jurídicos, de conformidad con las normas internacionales
de derechos humanos”. En materia penal, proclama que los pueblos indígenas tienen
derecho a determinar las responsabilidades de los individuos para con sus comunidades.

A la luz de los referidos instrumentos internacionales y la presión política


―traducida desde 1989, en las diferentes marchas por el “territorio, la dignidad y la
vida”― protagonizada por los pueblos indígenas de tierras bajas de Bolivia, el año 1994
se reforma la Constitución boliviana y se reconoce el carácter “multiétnico y
pluricultural” del Estado boliviano, así como el sistema jurídico de las comunidades
indígenas y campesinas.
Con todos estos antecedentes, el constituyente de 2009 reconoció y consolidó
formalmente el derecho indígena, inaugurando así la primavera de la justicia
comunitaria que no obstante, como todo proceso histórico, tendrá sus luces y sombras
que en una primera aproximación se constata dos aspectos: a) El reconocimiento
constitucional formal de este derecho constituye un hito trascendental, que cambiará el
rumbo de los pueblos originarios; b) Llama la atención sin embargo que la Constitución
haya mezclado y fusionado (peligrosamente) a las agrupaciones campesinas con las
comunidades indígenas originarias y viceversa.
La Constitución (art. 30.I) reconoce como “pueblos originarios” a toda
colectividad humana anterior a la colonización española, cualidad que no comparten las
agrupaciones campesinas por ser posteriores a este hecho histórico. Al respecto, existen
conflictos entre “pueblos originarios” y las agrupaciones campesinas que, para el
constituyente serían una sola comunidad, que se han puesto de manifiesto con algunos
asentamientos campesinos en territorios indígenas. Con el reconocimiento del principio
de “libre determinación” plasmado en el art. 2 del texto constitucional, se consolida,
bajo criterios de interculuralidad y complementariedad, el pluralismo como el eje
esencial de la reforma constitucional. Aquí el preámbulo de la Constitución señala que
la construcción del nuevo Estado, está basada en el respeto e igualdad entre todos,
dentro de los alcances de los principios de complementariedad, solidaridad, armonía y
equidad en la distribución y redistribución del producto social, donde predomine la
búsqueda del vivir bien, con respeto a la pluralidad económica, social, jurídica, política
y cultural de los habitantes de esta tierra y en convivencia colectiva con acceso al agua,
trabajo, educación, salud y vivienda para todos.

En la medida en que el modelo de Estado, se estructura sobre la base de


derechos individuales y colectivos pero además la concepción del pluralismo y la
interculturalidad, configuran un diseño de valores rectores en mérito de los cuales se
concibe una Constitución axiomática. Y el valor axiomático de la Constitución,
adquiere un matiz particular, ya que las directrices principistas y los valores plurales
supremos en Bolivia, irradiarán de contenido a todos los actos infra-constitucionales;
además, en virtud al principio de complementariedad que postula la interculturalidad,
estos valores supremos se integrarán armoniosamente para solidificar las bases
sociológicas de una sociedad plural, consolidando así una verdadera cohesión y armonía
social.

Entre los valores plurales supremos se encuentran la igualdad, la


complementariedad, la solidaridad, reciprocidad, armonía, la inclusión, transparencia,
igualdad de condiciones, bienestar común, responsabilidad entre otros, los cuales, a su
vez, en el marco de la interculturalidad, se complementan con los valores ético-morales
plasmados en el art. 8.1 de la Constitución, como ser el suma qamaña (vivir bien), el
ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj
ñan (camino o vida noble) entre otros, los cuales, al encontrarse insertos en la parte
dogmática de la Constitución, irradiarán de contenido a la parte orgánica de la Norma
Suprema y también al orden infra-constitucional y a los actos de la vida social, para
consolidar así el valor esencial y fin primordial del Estado Plurinacional de Bolivia, que
es el “vivir bien”.

La Constitución tiene dos partes esenciales: 1) La parte dogmática; y, 2) La parte


orgánica de la Constitución. La parte dogmática plasma los valores supremos;
principios rectores; derechos fundamentales y garantías normativas, jurisdiccionales y
de defensa.157 La parte orgánica estructura la ingeniería institucional del Estado, y debe
responder al pluralismo, la interculturalidad y a los postulados propios del Estado
Constitucional de Derecho. En cambio la parte dogmática de la Constitución, se
caracteriza por su directa aplicación, es decir, que su materialización y por ende el
fenómeno de constitucionalización en el ordenamiento jurídico no necesita ley de
desarrollo previa; por el contrario, a la luz del principio de legalidad, que constituye uno
de los pilares para el ejercicio de la función pública y merced al principio de seguridad y
certeza jurídica, como ejes esenciales del Estado Constitucional de Derecho, la parte
orgánica de la Constitución, para su aplicación necesita leyes orgánicas de desarrollo,
las cuales, para asegurar la garantía de “reserva de ley”, deben ser emanadas de la
Asamblea Legislativa Plurinacional, por cuanto, la parte orgánica ―a diferencia de la
dogmática―, una vez en vigencia de la normativa orgánica de desarrollo, podrá ser
aplicada.

157
SCP 1227/2012 de 7 de septiembre.
En la lógica del TCP, debe realizarse un redimensionamiento y una
interpretación extensiva del bloque de constitucionalidad previsto por el art. 410.II de la
Constitución, conformado por los siguientes compartimentos: i) Por la Constitución
como texto escrito; ii) Los tratados internacionales vinculados a Derechos Humanos; iii)
las normas de derecho comunitario ratificadas por el país; y, iv) En una interpretación
sistémica, extensiva y acorde con el valor axiomático de la Constitución, este Bloque de
Constitucionalidad deberá estar conformado además por un compartimento adicional:
los principios y valores plurales supremos inferidos del carácter intercultural y del
pluralismo axiomático contemplado en el orden constitucional imperante.

El bloque de constitucionalidad se aplica directamente a la parte dogmática de la


Constitución, los derechos humanos insertos en tratados Internacionales y los principios
plurales supremos; sin embargo, la parte orgánica de la Constitución no es directamente
aplicable, por cuanto necesita leyes orgánicas de desarrollo. El mismo tribunal
considera que en el marco del artículo 178 y ss. CPE, la administración plural de justicia
es única en Bolivia y ha sido encomendada al órgano judicial, quien en el marco del
principio de unidad jurisdiccional, es ejercida por la jurisdicción ordinaria, la
jurisdicción agroambiental, la jurisdicción indígena originaria y campesina y las
jurisdicciones especializadas.

En consecuencia, el pluralismo jurídico implica la superación del Estado


monista, cuyo orden jurídico imperante en Bolivia está conformado por dos elementos
esenciales: a) La Constitución como primera fuente directa de derecho; y, b) Las normas
y procedimientos de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, también
como fuente directa de derecho. De ahí porqué el sistema jurídico imperante está
compuesto por normas de carácter positivo y también por normas no positivizadas, las
cuales merced a la Constitución axiomática, configuran lo que en teoría constitucional
contemporánea se conoce como inter-legalidad, concepto en virtud del cual, se entiende
que las fuentes jurídicas plurales son autónomas pero interdependientes
axiomáticamente en aplicación al principio de complementariedad, el cual a su vez
encuentra razón de ser en la interculturalidad y el pluralismo como elementos fundantes
del Estado.
3.10 La perspectiva de género

La interpretación constitucional desde la perspectiva de género busca erradicar


la violencia contra las mujeres y pone de manifiesto la discriminación estructural,
resultante de categorías, roles y diferencias culturales y sociales, donde predominó y
continúa predominando una visión patriarcal; es decir, la posición subordinada de la
mujer respecto del varón, se origina en una estructura social construida sobre la base de
un modelo de masculinidad hegemónica. Sin embargo, la construcción cultural y social
vista desde una visión patriarcal, es la que tiende a situarla en un escenario de
desigualdad. La violencia en el seno familiar, no es un problema que deba resolverse
entre particulares, sino que involucra directamente al Estado porque constituye una
amenaza para la familia boliviana, según interpretación constitucional.158

La declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, reconoce que


la violencia contra la mujer constituye una violación de los derechos humanos y las
libertades fundamentales e impide total o parcialmente a la mujer gozar de dichos
derechos, y constituye una manifestación de relaciones de poder históricamente
desiguales entre el hombre y la mujer, que han conducido a la dominación de la mujer y
a la discriminación en su contra por parte del hombre e impedido el adelanto pleno de la
mujer y que la violencia contra la mujer es uno de los mecanismos sociales
fundamentales por los que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación
respecto de hombre. Y entiende por violencia contra la mujer, a todo acto de violencia
basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener como resultado un
daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de
tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la
vida pública como en la privada.

La Constitución proclama, en efecto, que toda persona tiene derecho a la vida y


a la integridad física, psicológica y sexual; en particular las mujeres, tienen derecho a no
sufrir violencia física, sexual o psicológica, tanto en la familia como en la sociedad; y el
Estado adoptará las medidas necesarias para prevenir, eliminar y sancionar la violencia
de género y generacional tanto en el ámbito público como privado. Todos estos
derechos no podrían adquirir efectividad en un escenario de violencia; razón por la que,

158
SCP 0017/2019 de 13 de marzo.
se requiere del Estado, acciones positivas ─medidas legislativas, administrativas, entre
otras─, que atenúen esta situación, a fin de garantizar el ejercicio efectivo de los
mismos. Entre los estándares más importantes, aplicables al caso, sobre el derecho de
las mujeres a una vida libre de violencia y las obligaciones que genera para el Estado, se
tienen los siguientes:

i) Debida diligencia: El Comité para la eliminación de la discriminación contra


la mujer (CEDAW por sus siglas en inglés), supervisa el cumplimiento de las normas
contenidas en la convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación
contra la mujer; la cual, se constituye en el instrumento jurídico internacional del
sistema universal de protección de los derechos humanos, que significó un importante
avance en el reconocimiento de la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres.

El CEDAW, emitió la recomendación general 19 de 29 de enero de 1992, la cual


afirma que la violencia contra la mujer es una forma de discriminación, que impide
gravemente que ésta, goce de derechos y libertades en pie de igualdad con el hombre; y
que dicha violencia, conlleva responsabilidad estatal, no solamente por actos violentos
cometidos por agentes estatales, sino por particulares, cuando el Estado no implementa
los mecanismos necesarios para proteger a las mujeres, y cuando no adopta medidas con
la diligencia debida, para impedir la lesión de los derechos o para investigar y castigar
los actos de violencia e indemnizar a las víctimas.

El mismo CEDAW, en la recomendación general 33 de 3 de agosto de 2015,


exigió a los Estados la debida diligencia para prevenir, investigar, castigar y ofrecer la
reparación, por los delitos cometidos contra mujeres, ya sea, perpetrados por agentes
estatales o no estatales; garantizando que la prescripción se ajuste a los intereses de las
víctimas, tomando medidas apropiadas para crear un entorno de apoyo, que las aliente a
reclamar sus derechos, denunciar delitos cometidos en su contra y participar
activamente en los procesos; revisando las normas sobre pruebas y su aplicación
específicamente en casos de violencia contra la mujer, mejorando la respuesta de la
justicia penal a la violencia en el hogar.

Por su parte, en el sistema interamericano de protección de los derechos


humanos, la convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia
contra la mujer (convención de Belém do Pará), en su art. 7, establece, entre otras, las
obligaciones de los Estados de: b) actuar con la debida diligencia para prevenir,
investigar y sancionar la violencia contra la mujer; e c) incluir en su legislación interna
normas penales, civiles y administrativas, así como las de otra naturaleza que sean
necesarias para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer.

Y como el Estado boliviano ha ratificado la convención de Belém do Pará,


mediante Ley 1599 de 18 de octubre de 1994, asume la norma de la debida diligencia; y
reconoce que la violencia hacia la mujer es un asunto que compromete y responsabiliza
al mismo, que está obligado a realizar acciones ─legislativas, administrativas y
judiciales─ para prevenir, intervenir, erradicar y sancionar los diferentes tipos de
violencia ejercidos contra la mujer, entre ellos, la violencia en la familia. Para ello dejó
atrás todas las cuestiones relativas a que la familia formaba parte de la esfera privada de
sus integrantes y no permitía alguna intromisión estatal. La Ley 1674 de 15 de
diciembre de 1995, que fue sustituida por la Ley 348 de 9 de marzo de 2013 (Ley
integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia), ha buscado la
prevención de estos delitos, y el Estado asume como prioridad, la erradicación de la
violencia hacia las mujeres, por ser una de las formas más extremas de discriminación
en razón de género.

La declaratoria de prioridad nacional, implica que todas las instituciones


públicas deben adoptar las medidas y políticas necesarias para erradicar la violencia
contra las mujeres, asignando los recursos económicos y humanos suficientes con
carácter obligatorio. Y la Ley 348 que acoge el contenido de las disposiciones
internacionales, define como tareas específicas coordinar y articular la realización de
instrumentos, servicios, acciones y políticas integrales de prevención, atención, sanción
y erradicación de la violencia hacia las mujeres, tanto en el nivel central como con las
entidades territoriales autónomas (ETA). Rompiendo progresivamente las tradicionales
prácticas, procedimientos y decisiones, que revelan sesgos de género, que relativizaban
los hechos de agresión hacia la mujer y, por ende, su vida e integridad.

ii) Protección a las víctimas: El CEDAW recuerda que los Estados Partes, entre
otras medidas, deben velar porque las leyes contra la violencia y los malos tratos en la
familia, la violación, los ataques sexuales y otro tipo de agresión contra la mujer,
protejan de manera adecuada a todas las mujeres, respetando su integridad y su
dignidad; proporcionando protección y apoyo a las víctimas; capacitando a los
funcionarios judiciales, a los agentes del orden público y a otros funcionarios públicos,
para que apliquen la convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer .

La convención de Belém do Pará, en el art. 7.d. y f. establece en efecto que los


Estados tienen el deber de adoptar medidas jurídicas para conminar al agresor a
abstenerse de hostigar, intimidar, amenazar, dañar o poner en peligro la vida de la mujer
de cualquier forma que atente contra su integridad o perjudique su propiedad; y
establecer procedimientos legales justos y eficaces para la mujer que haya sido sometida
a violencia, que incluyan, entre otros, medidas de protección, un juicio oportuno y el
acceso efectivo a tales procedimientos.

iii) Sensibilidad de la justicia por temas de género ─perspectiva de género─: El


mencionado CEDAW denuncia que existen obstáculos y restricciones que impiden el
acceso irrestricto de la mujer a la justicia, y recomienda que se debe mejorar la
sensibilidad del sistema de justicia a las cuestiones de género, empoderando a las
mujeres para lograr la igualdad de jure y de facto ─de derecho y hecho─; asegurando
que los profesionales de los sistemas de justicia, tramiten los casos, teniendo en cuenta
las cuestiones de género; y, revisando las normas sobre la carga de la prueba, para
asegurar la igualdad entre las partes, en todos los campos, en aquellas relaciones de
poder que priven a las mujeres a la oportunidad de un tratamiento equitativo de su caso.

La convención de Belém do Pará, en su art. 8, establece que los Estados Partes


deben adoptar, entre otras, medidas específicas para modificar los patrones
socioculturales de conducta de hombres y mujeres, para contrarrestar prejuicios,
costumbres y todo tipo de prácticas, que se basen en la premisa de la inferioridad o
superioridad de cualquiera de los géneros o en los papeles estereotipados para el hombre
y la mujer, que legitimizan o exacerban la violencia contra la misma; así, como para
fomentar la educación y capacitación del personal en la administración de justicia,
policial y demás funcionarios encargados de la aplicación de la ley, así como del
personal, a cuyo cargo esté la concreción de las políticas de prevención, sanción y
eliminación de la violencia contra la mujer.

La Corte IDH estableció que debían removerse todos los obstáculos de jure o de
facto que impidan la debida investigación de los hechos y el desarrollo de los
respectivos procesos judiciales; además, debía incluirse una perspectiva de género en la
investigación.159 En los procesos penales, la perspectiva de género debe ser adoptada
desde el inicio de la etapa preparatoria, tanto en el control jurisdiccional como en la fase
de la investigación. Y estableció que la convención Belém do Pará obliga a los Estados
Partes a utilizar la debida diligencia para prevenir, sancionar y erradicar la violencia en
contra de la mujer. También deben adoptar medidas integrales para cumplir con la
debida diligencia en casos de este tipo. Y que los Estados tienen además de las
obligaciones genéricas contenidas en la convención americana, una obligación
reformada a partir de la convención Belém do Pará, con el fin de asegurar el efectivo
ejercicio y goce de este tipo de derechos.

En la misma línea, el sistema interamericano ha establecido que los niños y


niñas tienen derechos especiales a los que corresponden deberes específicos por parte
de la familia, la sociedad y el Estado.160 Aquí su condición exige una protección especial
que debe ser entendida como un derecho adicional y complementario a los demás
derechos que la Convención Americana reconoce a toda persona. La prevalencia del
interés superior del niño debe ser entendida como la necesidad de satisfacción de todos
los derechos de la infancia y la adolescencia, que obliga al Estado e irradia efectos en la
interpretación de todos los demás derechos del Pacto de San José cuando el caso se
refiera a menores de edad.

En esta perspectiva de género deben incluirse, igualmente, a los grupos


minoritarios como el LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero). Aquí se agrupa
a las personas con las orientaciones sexuales e identidades de género relativas a esas
cuatro palabras, así como las comunidades formadas por ellas. Con la opinión
consultiva sobre “identidad de género, e igualdad y no discriminación a parejas del
mismo sexo”, la Corte IDH ha revolucionado no sólo los registros civiles que tienen un
impacto directo en la vida de las personas sino también ha reconocido el matrimonio
entre personas del mismo sexo, entre otros derechos.161

159
Caso Gonzáles y Otras (Campo algodonero) vs. México, sentencia de 16 de noviembre de 2009, párr.
253.
160
Opinión Consultiva OC 21/2014 de 19 de agosto.
161
Opinión Consultiva OC-24/2017 de 24 de noviembre.

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