Norberto Bobbio El Futuro de La Democracia
Norberto Bobbio El Futuro de La Democracia
Norberto Bobbio El Futuro de La Democracia
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. SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO
EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
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NORBERTO BOBBIO
EL FUTURO
DE LA DEMOCRACIA
Traducción de
JOSÉ F. FERNÁNDEZ SANTILLÁN
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Primera edición en italiano, 1984
Primera edición en español, 1986
Título original:
IIfuturo delta democrazia
(6/ 1984, Giulio Einaudi Editore, s.p.a, T u r í n
"ISBN 88-06-05754-5
ISBN 968-16-2250-2
Impreso en México
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INTRODUCCIÓN
Reúno en este pequeño volumen algunos escritos que hice en los últimos años
sobre las llamadas "transformaciones" de la democracia. Uso el término "trans-
formación" en sentido axiológicamente neutro, sin atenerme a un significado
positivo o a uno negativo. Prefiero hablar de transformación más que de crisis,
porque crisis hace pensar en un colapso inminente: en el mundo la democra-
cia no goza de óptima salud, y por lo demás tampoco en el pasado pudo dis-
frutar de ella, sin embargo, no está al borde de la muerte. A pesar de lo que
se diga, ninguno de los regímenes democráticos nacidos en Europa después
de la segunda Guerra Mundial ha sido abatido por una dictadura, como su-
cedió en cambio después de la primera. Al contrario, algunas dictaduras que
sobrevivieron a la catástrofe de la guerra se transformaron en democracias.
Mientras el m u n d o soviético está agitado por sacudimientos democráticos, el
mundo de las democracias occidentales no está seriamente amenazado por
movimientos fascistas.
Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natu-
ral; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí
mismo. Los escritores democráticos de fines del siglo XVIII contraponían la
democracia moderna (representativa) a la democracia de los antiguos (directa);
pero no hubieran dudado en considerar el despotismo de su tiempo de la
manera que el que describieron los escritos antiguos: piénsese en Mon-
tesquieu y Hegel y en la categoría del despotismo oriental. Hay quien ha usado,
con razón o sin ella, el concepto de despotismo oriental para explicar la situa-
ción de la Unión Soviética. Cuando hoy se habla de democracia occidental
se hace referencia a regímenes surgidos en los últimos doscientos años, des-
pués de las revoluciones norteamericana y francesa. A pesar de ello, un autor
muy leído en Italia, C. B. Macpherson, creyó poder ubicar por lo menos cuatro
fases de desarrollo de la democracia moderna, desde sus orígenes decimonó-
nicos hasta hoy.
Entre los últimos escritos sobre el tema seleccioné ios que me parecieron
de una cierta actualidad, aunque no estuvieran vinculados a sucesos cotidianos.
Coloco al inicio, en orden cronológico, el último, que es el que da el título a
todo el volumen. Este estudio nació como una conferencia sostenida en no-
viembre del año pasado (1983) en el Palacio de las Cortes de Madrid, la cual
fui a impartir por invitación de su presidente, el profesor Gregorio Peces-
Barba; posteriormente, corregido y aumentado, sirvió para la disertación
introductoria que presenté en el Congreso internacional Ya comenzó el futuro,
que tuvo lugar en Locarno en mayo pasado (1984) y cuya realización se llevó
al cabo gracias al profesor Francesco Barone. En síntesis, este escrito repre-
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8 INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN 9
crática que no estaba dispuesta a reconocer algún ente intermedio entre los
individuos específicos y la nación en su conjunto. Si se puede hablar de u n a
crisis a raíz del avance de la representación de los intereses y de su consecuente
fenómeno, el aumento de decisiones tomadas mediante acuerdos entre las par-
tes, ésta se refiere menos a la democracia que a la imagen tradicional del
Estado soberano ubicado por encima de las partes (véase Contrato y contrac-
tualismo en el debate actual). En fin, más que u n a falsa promesa, el estan-
camiento de la educación de la ciudadanía, según la cual el ciudadano investido
del poder de elegir a sus gobernantes habría seleccionado a los más sabios,
honestos e ilustrados de entre sus conciudadanos, se puede considerar como
el efecto de u n a ilusión derivada de una concepción excesivamente optimista
del hombre como animal político: el hombre persigue el propio interés lo
mismo en el mercado económico que en el mercado político. Pero, hoy ninguno
piensa confutar a la democracia, como se sostiene desde hace años, que el voto
es una mercancía que se puede ofrecer al mejor postor.
Naturalmente, todo este discurso solamente es válido si nos atenemos a lo
que llamo la definición mínima de democracia, de acuerdo con la cual inicial-
mente se entiende por régimen democrático un conjunto de reglas procesales
p a r a la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la
más amplia participación posible de los interesados. Sé bien que semejante
definición procesal, o formal, o, en sentido peyorativo, formalista, es dema-
siado pobre p a r a los movimientos que se dicen dé izquierda. Pero, por encima
del hecho que no existe otra definición tan clara, ésta es la única que nos
ofrece un criterio infalible p a r a introducir u n a primera gran distinción (in-
dependientemente de cualquier juicio de valor) entre dos tipos ideales opues-
tos, de formas de gobierno. Es conveniente agregar que si se incluye en el
concepto general de democracia la estrategia del compromiso entre las partes
mediante el libre debate p a r a la formación de una mayoría, la definición que
aquí se propone refleja mejor la realidad de la democracia representativa, no
importa que se trate de la representación política o de la representación de los
intereses, que la de la democracia directa: el referéndum, que no puede poner
los problemas más que en forma dilemática, obstaculiza el acuerdo y favorece
el conflicto; y, precisamente por esto, sirve más para dirimir controversias
sobre los principios que p a r a resolver conflictos de interés (véase Democracia
representativa y democracia directa). Asimismo, es oportuno precisar, espe-
cialmente p a r a quien pone las esperanzas de u n a transformación, en el naci-
miento de los movimientos, que la democracia, como método, está abierta a
todos los posibles contenidos, pero a la vez es muy exigente en el pedir respeto
p a r a las instituciones, porque precisamente en esto reposan todas las ventajas
del método; entre estas instituciones están los partidos, únicos sujetos autori-
zados p a r a fungir como mediadores entre los individuos y el gobierno (véase
Los vínculos de la democracia).
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10 INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN 11
NORBERTO BOBBIO
Turín, octubre de 1984
Los escritos que aparecen en esta recopilación fueron publicados: "II futuro della democrazia",
en Civiltá delle macchine, 1984; "Democrazia reppresentativa e democrazia diretta", en AA. VV.,
Democrazia e participazione, Stampatori, Turín, 1978, pp. 19-46; "I vincoli della democrazia", en
La política possible, Tulio Pironto, Ñapóles, 1983, pp. 39-61; "La democrazia e il potere invisibile",
en Hivista italiana di scienzu política, x 1980, pp. 181-203: "Liberalismo vecthio e nuovo", en
Mondoperaio, núm. 11, 1981, pp. 86-94; "Contrallo e comratlualismo nel dibattilo auuale",
Ibidem, núm. 11, 1982, pp. 84-92; "Governo degli uomini o governo delle leggi?", en Nuova
antología, núm. 2145, enero-marzo 1983, pp. 135-52.
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I. EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
1. I N T R O D U C C I Ó N NO PEDIDA
1
G. W . F. Hegel, Vorlesungen über die Phílosophie der Geschichte, I: Die Vernunft in der
Gesc/iichle, Meiner, Leipzig, 1917, p . 200 [hay una edición en español con el Ululo de Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal, Alianza, Madrid].
" M. Weber. "La scienza eomo prefessione", en // lavoro iníellctíua/le como prefessiono,
Einaudi. T u r i n , p . 64.
13
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14 E L F U T U R O DE LA D E M O C R A C I A
2 . U N A D E F I N I C I Ó N M Í N I M A DE D E M O C R A C I A
3
Sobre este punto véase mi ensayo "Decisioni individuali e co.llettivo", en Richerche politiche
due lldentitá, interessi e scelte collettivo). II saggiatore, Milán, 1983, p p . 9-30.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 15
4
Me ocupé más ampliamente de este tema en el artículo "La regola della maggioranza: limiti
e aporie", en AA.VV. Democrazia, maggioranza e minoranza, II Mulino, Bolonia, 1981,
pp. 33 72; y en "La regola di maggioranza e i suoi limiti", en AA.VV., Soggeti e potere. Un
dibattito su societá civile e crisi della política, Biblioplis, Ñapóles, 1983, pp. 11-23.
* Sometido a la ley.
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16 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
5
V. Pareto, Trasformazione della democrazia, Corbaccio, Milán, 1920, que es una recopila-
ción de artículos publicados en la Rivista di Milano entre mayo y julio de 1920. El libro de
Agnoli, aparecido en 1967, fue traducido al italiano por Feltrínelli, Milán, 1969.
6
Boris L. Pasternak, II dottor Zivago, Feltrínelli, Milán, 1977, p. 673.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 17
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18 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
las asociaciones de la más diferente naturaleza, los sindicatos de las más di-
versas actividades, los partidos de las más diferentes ideologías y, cada vez
menos, los individuos. No son los individuos sino los grupos los protagonistas
de la vida política en una sociedad democrática, en la que ya no hay un solo
soberano, ni el pueblo o la nación, compuesto por individuos que adquirieron
el Derecho de participar directa o indirectamente en el gobierno, el pueblo
como unidad ideal (o mística), sino el pueblo dividido objetivamente en grupos
contrapuestos, en competencia entre ellos, con su autonomía relativa con
respecto al gobierno central (autonomía que los individuos específicos perdieron
y que jamás han recuperado más que en un modelo ideal de gobierno demo-
crático que siempre ha sido refutado por los hechos).
El modelo ideal de la sociedad democrática era el de una sociedad centrípeta.
La realidad que tenemos ante nosotros es la de una sociedad centrífuga, que
no tiene un solo centro de poder (la voluntad general de Rousseau), sino
muchos, y merece el nombre, en el que concuerdan los estudiosos de la polí-
tica, de sociedad policéntrica o poliárquica (o en términos más fuertes pero
no por ello menos apropiados, policrática). El modelo del Estado democrático
basado en la soberanía popular, que fue ideado a imagen y semejanza de la
soberanía del príncipe, fue el modelo de una sociedad monista. La sociedad
real que subyace en los gobiernos democráticos es pluralista.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 19
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20 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
Considero en tercer lugar, como una falsa promesa, la derrota del poder oli-
gárquico. No tengo necesidad de insistir en el particular porque es un tema
muy tratado y poco controvertido, por lo menos desde que a finales del siglo
pasado Gaetano Mosca expuso la teoría de la clase política que fue llamada,
gracias a Pareto, teoría de las élites. £1 principio fundamental del pensamiento
democrático siempre ha sido la libertad entendida como autonomía, es decir,
como capacidad de legislar para si mismo, de acuerdo con la famosa definición
de Rousseau, que debería tener como consecuencia la plena identificación
entre quien pone y quien recibe una regla de conducta y, por tanto, la elimi-
nación de la tradicional distinción, en la que se apoya todo el pensamiento
político, entre gobernados y gobernantes. La democracia representativa, que
es la única forma de democracia existente y practicable, es en sí misma la
renuncia al principio de la libertad como autonomía. Es pueril la hipótesis
de que la futura computocracia, como Tía sido llamada, permita el ejercicio de
la democracia directa, es decir, que dé a cada ciudadano la posibilidad de tras-
mitir su voto a un cerebro electrónico. A juzgar por las leyes que son pro-
mulgadas cada año en Italia, el buen ciudadano debería ser llamado a mani-
festar su voto por lo menos una vez al día. El exceso de participación, que
produce el fenómeno que Dahrendorf llamó, desaprobándolo, del ciudadano
total, puede tener como efecto la saturación de la política y el aumento de la
apatía electoral.10 El precio que se debe pagar por el compromiso de pocos es
frecuentemente la indiferencia de muchos. Nada es más peligroso para la
democracia que el exceso de democracia.
Naturalmente la presencia de élites en el poder no borra la diferencia entre
regímenes democráticos y regímenes autocráticos. Esto lo sabía Mosca, que era
Italia alrededor de las tesis de Ph. Schmitter, sobre el cual puede verse la antología La societá
neo-corporativa, a cargo de M. Maraffi, 11 Mulino, Bolonia, 1981, y el libro a dos manos
de L. Bordogna y G. Provasi, Politica, economía e rappresentanza dégli interessi, 11 Mulino,
Bolonia, 1984.
10
Me refiero a R. Dahrendorf, // cittadino totale, Centro de investigación y documentación
Luigi Einaudi, Turin, 1977, pp. 55-59.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 21
7. E L ESPACIO LIMITADO
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22 ÉL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
cho a participar en las decisiones que les atañen, sino los espacios en los que
pueden ejercer ese derecho. Hasta que los dos grandes bloques de poder
que existen en lo alto de las sociedades avanzadas, la empresa y el aparato
administrativo, no sean afectados por el proceso de democratización —suspendo
el juicio si esto sea, además de posible, deseable—, el proceso de democrati-
zación no podrá considerarse realizado plenamente.
Sin embargo, me parece interesante observar que en algunos de estos espa-
cios no políticos (en el sentido tradicional de la palabra), por ejemplo en la
fábrica, en ocasiones se ha dado la proclamación de algunos derechos de liber-
tad en el ámbito específico del sistema de poder, a semejanza de lo que sucedió
con las declaraciones de los derechos del ciudadano con respecto al sistema del
poder político; me refiero, por ejemplo, al Estatuto de los trabajadores, que
fue promulgado en Italia en 1970, y a las propuestas que se están discutiendo
para la proclamación de una carta de los derechos del enfermo. Incluso con
respecto a las prerrogativas del ciudadano frente al Estado, la concesión de los
derechos de libertad es anterior a la de los derechos políticos. Como ya dije
cuando hablé de la relación entre el Estado liberal y el Estado democrático, la
concesión de los derechos políticos ha sido una consecuencia natural de la con-
cesión de los derechos de libertad, porque la única garantía al respeto de
los derechos de libertad está en el derecho de controlar el poder al que espera
esta garantía.
8. EL PODER INVISIBLE
13
De esto me ocupé hace algunos años en un articulo titulado "La democrazia e il potere
invisible", en Rwista italiana di scienza política, x (1980), pp. 181-20S, incluido en esta reco-
pilación (Véase p. 6).
14
A. Wolfe, The Limits of Legitimacy. Political Contradictions of Contemporary Capital-
ísm, The Free Press. New York. 1977.
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24 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
actos escandalosos que el común de los mortales sólo realiza en los sueños). 17
Está por demás decir que el control público del poder es más necesario poi
cuanto estamos en una época en la que los instrumentos técnicos de los que
puede disponer quien detenta el poder, para conocer con precisión todo lo
que hacen los ciudadanos, ha aumentado enormemente, de hecho es prác-
ticamente ilimitado. Si manifesté algún titubeo en que la computocracia pue-
da impulsar a la democracia gobernada, no tengo ninguna duda en el servicio
que puede prestar a la democracia gobernante. El ideal del poderoso.siempre
ha sido el de ver cualquier gesto y de escuchar cualquier palabra de sus sujetos
(posiblemente sin ser visto ni escuchado): hoy este ideal está a la mano. Ningún
déspota de la Antigüedad, ningún m o n a r c a absoluto de la Edad Moderna,
aunque estuviese rodeado de mil espías, logró tener toda la información sobre
sus subditos que el más democrático de los gobiernos puede obtener del uso de
los cerebros electrónicos. La vieja pregunta que recorre toda la historia del
pensamiento político: "¿quién cuida a los cuidadores?" hoy se puede* repetir
con la siguiente interrogante: "¿quién controla a los controladores?" Si no se
logra encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta, la democracia como
advenimiento del gobierno visible, está perdida. Más que de una falsa promesa
en este caso se trataría de una tendencia contraría a las premisas: la tendencia
ya no hacia el máximo control del poder por parte de los ciudadanos, sino,
por el contrario, hacia el máximo control de los subditos por parte del poder.
9. EL CIUDADANO NO EDUCADO
17
Platón, República, 571 cd.
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26 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
Falsas promesas. Pero, ¿acaso eran promesas que se podían cumplir? Yo diría
que no. Incluso dejando a un lado la diferencia natural, que indique al inicio,
entre lo que fue concebido como "noble y elevado" y la "cruda realidad", el
proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos compleja
que la que hoy tenemos. Las promesas no fueron cumplidas debido a los
obstáculos que no fueron previstos o que sobrevinieron luego de las "trans-
formaciones" (en este caso creo que el término "transformaciones" sea co-
rrecto) de la sociedad civil. Indico tres.
Primero: conforme las sociedades pasaron de una economía familiar a una
economía de mercado, y de una economía de mercado a una economía pro-
tegida, regulada, planificada, aumentaron los problemas políticos que requirie-
ron capacidad técnica. Los problemas técnicos necesitan de expertos, de un
conjunto cada vez más grande de personal especializado. De esto ya se había
dado cuenta hace más de un siglo Saint-Simón quien era favorable al gobierno
de los científicos y no de los juristas. Con el progreso de los instrumentos de
cálculo que Saint-Simón no pudo ni remotamente imaginar, y que sólo los
expertos son capaces de usar, la exigencia del llamado gobierno de los técnicos
ha aumentado considerablemente.
La tecnocracia y la democracia son antitéticas: si el protagonista de la socie-
dad industrial es el experto, entonces quien lleva el papel principal en dicha
sociedad no puede ser el ciudadano común y corriente. La democracia se basa
20
Alexis de Tocqueville, "Discurso sobre la revolución social", en Scrittipolitici, ed. al cuidado
de N. Matteucci, vol. I, Utet, Turín, 1969, p. 271.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 27
en la hipótesis de que todos pueden tomar decisiones sobre todo; por el con-
trario, la tecnocracia pretende que los que tomen las decisiones sean los pocos
que entienden de tales asuntos. En los tiempos de los Estados absolutos, como
dije, el vulgo debía ser alejado de los arcana impertí porque se le consideraba
demasiado ignorante; ciertamente hoy el vulgo es menos ignorante pero los
problemas que hay que resolver, como la lucha contra la inflación, el pleno
empleo, la justa distribución de la riqueza, ¿no se han vuelto cada vez más
complejos?, ¿no son estos problemas tan complicados que requieren conoci-
mientos científicos y técnicos que el hombre medio de hoy no puede tener
acceso a ellos (aunque esté más instruido)?
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28 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
ello trajo como consecuencia que éstos pidiesen al Estado la protección contra
la desocupación y, progresivamente, seguridad social contra las enfermedades,
contra la vejez, previsión en favor de la maternidad, vivienda barata, etc. De
esta manera ha sucedido que el Estado benefactor, el Estado social, ha sido,
guste o no guste, la respuesta a una demanda proveniente de abajo, a una
petición, en el sentido pleno de la palabra, democrática.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 29
1 3 . Y SIN EMBARGO
21
E. Halévy, L'ére des tyrannies. Etüdes sur le sodalisme et la guerre, introducción de C. Bóuglé,
Nrf. París, 1938.
22
Se trata de una recopilación de diversos ensayos a cargo de Juan Linz, publicada original-
mente en inglés, The Breakdown of Democracy. The John Hopkins University Press, Lon-
dres, 1978, y después en italiano en, II Mulino, Bolonia, 1981, en el que los tres temas funda-
mentales son el advenimiento del fascismo en Italia, Alemania y España.
25
Publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas de Madrid, 1981.
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30 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
aproximación al modelo ideal, pero aun la más alejada del modelo no puede
ser de ninguna manera confundida con un Estado autocr ático y mucho menos
con uno totalitario.
No hablé de los peligros externos, porque el tema que se me asignó se
referia al porvenir de la democracia, no al de la humanidad, sobre el que
debo confesar que no estoy dispuesto a hacer ninguna apuesta. Parodiando el
título de nuestro congreso: "Ya comenzó el futuro", alguien con humor negro
podría preguntarse: "¿y si en cambio el futuro ya hubiese terminado?".
Pero al menos me parece que puedo hacer una constatación final, aun-
que sea un poco arriesgada- hasta ahora ninguna guerra ha estallado entre
los Estados que tienen un régimen democrático, lo que no quiere decir que los
Estados democráticos no hayan hecho guerras, sino que hasta ahora no las
han hecho entre ellos .^ He dicho, la observación es temeraria, pero espero
una réplica. ¿Tuvo razón Kant cuando proclamó como primer artículo defini-
tivo de un posible tratado para la paz perpetua que "la Constitución de todo
Estado debe ser republicana"?25 Ciertamente el concepto de "república" al que
Kant se refiere no coincide con el actual de "democracia"; pero la idea de
que la constitución interna de los Estados fuese un obstáculo para la guerra
entre ellos es una idea fuerte, fecunda, inspiradora de muchos proyectos paci-
fistas que se han presentado desde hace dos siglos, aunque no han tenido una
aplicación práctica. Las objeciones contra el principio de Kant siempre han
derivado del no haber entendido que tratándose de un principio universal,
éste tiene validez solamente si todos los Estados y no pocos o algunos asumen
la forma de gobierno requerida para el logro de la paz perpetua.
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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 31
26
K. Popper, La societá aperta e i suoi nemici, Armando, Roma, 1973, p. 179.
27
Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, etc., op. cit., vol. I, p. 58.
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II. DEMOCRACIA REPRESENTATIVA
Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA SS
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54 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
la misión de indicar una dirección ideal, y son más idóneas a suscitar ciertas
emociones que a palpar ciertas realidades (poco importa que sean presentadas
en términos ambiguos y vagos).
Es tarea de la crítica teórica señalar y denunciar las soluciones meramente
verbales, transformar una fórmula en realidad, en una propuesta operativa,
distinguir la conmoción de los efectos del contenido real. Si no soy demasiado
pretencioso, éste es el trabajo que me propongo hacer en las siguientes páginas.
Comienzo por la democracia representativa. La primera equivocación de
la que debemos liberarnos es que "democracia representativa" signifique lo
mismo que "Estado parlamentario". Propongo, inmediatamente, este tema de
discusión porque muchos creen haber criticado la democracia representativa
cuando han criticado al Estado parlamentario. Yo mismo me di cuenta de
esto en la discusión que, no sólo por escrito sino también en forma verbal
(en decenas de mesas redondas), siguió a mis artículos sobre democracia y
socialismo, cuando descubrí que casi siempre se daba por entendido que cuando
alguien criticaba al Estado parlamentario era como si criticara también la
democracia representativa.
En términos generales la expresión "democracia representativa" quiere decir
que las deliberaciones colectivas, es decir, las deliberaciones que involucran
a toda la colectividad, no son tomadas directamente por quienes forman
parte de ella, sino por personas elegidas para este fin; eso es todo. El Estado
parlamentario es una aplicación particular, si bien importantísima desde el
punto de vista histórico, del principio de representación, o sea, es el Estado en
el que el órgano central es representativo (o por lo menos central, en prin-
cipio, aunque no siempre de hecho). A dicho órgano llegan las instancias
y de él parten las decisiones colectivas fundamentales. Tal órgano es el Parla-
mento. Todos saben que una república presidencial como los Estados Unidos
que no es un Estado parlamentario también es, en términos generales, un
Estado representativo.
Hoy no existe ningún Estado representativo en el que el principio de la
representación se concentre solamente en el Parlamento: los Estados que hoy
acostumbramos llamar representativos son tales porque el principio de repre-
sentación se ha extendido también a otras muchas instancias donde se llevan
al cabo deliberaciones colectivas, como son los municipios, las provincias y, en
Italia, también las regiones.*
En otras palabras, un Estado representativo es un Estado en el que las prin-
cipales deliberaciones políticas son realizadas por los representantes elegidos
—no importa si los órganos donde se efectúan tales deliberaciones sean el
Parlamento—, el presidente de la república, el Parlamento junto con los
onsejos regionales,** etc.
* Entidades locales.
** Parlamentos locales.
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 35
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36 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 37
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38 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 39
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40 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 41
donde existe uno no puede existir el otro, sino que son dos sistemas que
pueden integrarse recíprocamente. Se puede decir con una fórmula sintética
que en un sistema de democracia integral las dos formas de democracia son
necesarias, pero no son, consideradas en si mismas, suficientes.
Se aprecia que la democracia directa no es suficiente cuando se considera
que las instituciones de la democracia directa, en el sentido propio de la pala-
bra, son dos: la asamblea de los ciudadanos deliberantes sin intermediarios
y el referendum. Ningún sistema complejo, como es el de un Estado moderno,
puede funcionar solamente con uno o con otro; ni siquiera con ambos al
mismo tiempo.
La asamblea de los ciudadanos, la democracia que tenia en mente Rousseau,
es una institución —como por lo demás el propio Rousseau sabía muy bien—
que puede existir únicamente en una pequeña comunidad como era la del
modelo clásico por excelencia, la Atenas de los siglos V y IV, cuando los ciu-
dadanos eran unos cuantos miles y su asamblea —tomando en cuenta los
ausentes por voluntad o por fuerza— se podían reunir todos en el lugar con-
venido (en el cual —escribe Glotz— muy pocas veces se veían m£s de dos o tres
mil ciudadanos, aunque sobre las colinas donde se tenían normalmente las
asambleas ordinarias hubieran podido estar —siempre de acuerdo con Glotz —
veinticinco mil personas de pie y dieciocho mil sentadas en las bancas).
Hoy ya no hay ciudades-Estado, salvo algunos casos tan excepcionales que
en este contexto deben ser pasados por alto; aun las ciudades en los Estados
se han vuelto un poco más grandes que la Atenas de Pericles y la Ginebra de
Rousseau. Las dividimos y las estamos dividiendo en secciones. Aunque es
verdad que en el momento de la formación inicial de la participación en el
barrio o en la zona, e¿ decir, en el momento del nacimiento espontáneo de los
comités de barrio, se puede hablar correctamente de democracia directa
(efectivamente directa, pero cuantitativamente muy limitada), también es
verdad —por la tendencia natural que*caracteriza el paso de un movimiento
del statu nascenti, como dice Alberoni, a su institucionalización, de la fase
espontánea a la fase de la organización— que desde el momento en que se
prevé la legitimación y la reglamentación de la participación de la base, la
forma que ésta asume es la de la democracia representativa. Incluso los barrios
y las colonias no se gobiernan mediante asambleas de ciudadanos, sino a
través de sus representantes.
Por lo que respecta al referendum, que es la única institución de la demo-
cracia directa que se aplica concreta y efectivamente en la mayor parte de los
estados de democracia avanzada, es un expediente extraordinario para circuns-
tancias extraordinarias. Nadie puede imaginar un Estado que pueda ser gober-
nado mediante el llamado continuo al pueblo: teniendo en cuenta las leyes
que son promulgadas en nuestro país cada año, debería preverse un promedio
de una llamada al día. Excepción hecha de la hipótesis, que hasta ahora
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42 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 4S
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44 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
cho de voto. Para dar un juicio sintético pero eficaz del grado de democratiza-
ción de un determinado país, el criterio ya no debe ser el de "quién" vota, sino
el de "dónde" vota (y que quede claro que aquí entiendo "votar" como el acto
típico y más común del participar, pero de ninguna manera pretendo limitar
la participación al voto).
De ahora en adelante cuando pongamos el problema de si ha habido desarro-
llo de la democracia en Italia en estos últimos años, no tendremos que ver
si aumentó el número de los electores, sino el espacio en el que el ciudadano
puede ejercer su poder como elector. En este sentido y desde ahora se puede
considerar como una reforma democrática la que instituyó los consejos esco-
lares con la participación de los representantes de los padres. (En cambio debe
considerarse insuficiente y abortada —y precisamente abortada porque es
insuficiente— la reforma referente a las elecciones de los representantes es-
tudiantiles en los consejos universitarios.)
Sería inútil ocultar que es un proceso que apenas se inició y del que no esta-
mos en posibilidad de conocer las etapas ni la duración; no sabemos si está
destinado a seguir o a interrumpirse, si se moverá en línea recta o en línea
quebrada; existen síntomas que animan y otros que desalientan. Al lado de la
necesidad de autogobierno está el deseo de no ser gobernados y de ser dejados
en paz. El efecto del exceso de politización puede ser la reivindicación de lo
privado. La participación en muchas instancias tiene su cara opuesta en la
apatía política. El costo que se debe pagar por el compromiso de pocos
frecuentemente es la indiferencia de muchos. Al activismo de los jefes histó-
ricos o no históricos puede corresponder el conformismo de las masas.
No hay otra cosa que perjudique más el espíritu del ciudadano partici-
pante que la indiferencia de quienes cultivan su "particular". Ya lo habían
dicho los antiguos: "Consideramos a quien no participa en la vida del ciuda-
dano —indicaba Pericles en una famosa frase citada por Tucídides— no como
alguien que mire por sus propios asuntos, sino como individuo inútil."55
Rousseau lo sabía muy bien: "Tan pronto como el servicio público deja de
constituir el principal cuidado de los ciudadanos, prefiriendo prestar sus bolsas
a sus personas, el Estado está próximo a su ruina." Al respecto podemos citar
una de las frases lapidarias que lo caracterizan: "Desde que al tratarse de los
negocios del Estado, hay quien diga 'iqué me importa!' se debe contar con
que el Estado está perdido." 36
De cualquier manera, una cosa es cierta: los dos grandes bloques de poder
descendente y jerárquico en toda sociedad compleja, la gran empresa y la
administración pública, hasta ahora no han sido afectados por el proceso de
democratización; y hasta que estos dos bloques resistan la presión de las fuer-
zas que vienen de abajo, no se puede decir que la transformación democrá-
35 Tucídides, La guerra del Peloponeso, II, 40.
86
Contrato social, III, 15.
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 45
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46 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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48 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA 49
el consenso unánime como una forma más perfecta de consenso, y por tanto
debemos reconocer que en un sistema basado en el consenso no puede dejar
de haber disenso, repito la pregunta ¿qué hacemos con las personas que di-
sienten? ¿Las aniquilamos o las dejamos sobrevivir?, y si las dejamos sobrevivir
¿las detenemos o las dejamos circular, las amordazamos o las dejamos hablar,
las rechazamos como desaprobadas o las dejamos entre nosotros como ciuda-
danas libres?
No se puede negar que la prueba de fuego de un régimen democrático está
en el tipo de respuesta que éste da a tales preguntas. Con ello no quiero decir
que la democracia sea un régimen en el disenso y no en el consenso; quiero
decir que, en un régimen basado en el consenso no impuesto desde arriba,
alguna forma de disenso es inevitable, y que, solamente allí donde el disenso
es libre de manifestarse, el consenso es real y que, solamente allí donde el
consenso es real, el sistema puede llamarse justamente democrático. Por esto
digo que existe una relación necesaria entre democracia y disenso, porque, lo
repito, una vez admitido que la democracia significa consenso real y no ficti-
cio, la única posibilidad que tenemos de aceptar que el consenso es real es
aceptar su contrario. Pero, ¿cómo podemos aceptarlo si lo impedimos?
Aquí no pretendo afrontar el problema de la dialéctica entre consenso y
disenso, y mucho menos el problema de los límites del disenso que hay y no
pueden dejar de haber en todos los sistemas. Así como no puede existir un
sistema en el cual no aparezca el disenso a pesar de todos los límites puestos
por la autoridad, así tampoco existe un sistema en el cual no existan límites
al disenso a pesar de la proclamación de la libertad de opinión, de prensa,
etc. La realidad no conoce tipos ideales, sino solamente diversas aproxima-
ciones a uno u otro tipo.
Hay una diferencia entre el admitir todas las formas de organización po-
lítica excepto la que se considera subversiva (que es la que no respeta las reglas
del juego) y el excluir todas las formas de organización política excepto la
oficial (que es la que impone, no solamente las reglas del juego, sino también
la única manera en que se debe jugar). Entre los dos extremos hay cientos
de formas intermedias posibles; entre el despotismo puro y la democracia pura
hay cientos de formas diferentes, más o menos despóticas y más o menos
democráticas. Puede suceder que una democracia controlada sea el inicio
del despotismo, así como un despotismo moderado sea el inicio de una de-
mocracia; pero hay un patrón de medida, y éste es la mayor o menor cantidad
de espacio reservado al disenso.
De esta manera creo haber hecho entender por qué he vinculado el proble-
ma del pluralismo con el del disenso. Si nos fijamos bien, solamente en una
sociedad pluralista es posible el disenso; antes bien, no es sólo posible sino
necesario.
Todo está completo: caminando el recorrido en sentido inverso, la libertad
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50 DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y DEMOCRACIA DIRECTA
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III. LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
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52 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
que 'la destrucción del Estado burgués no significa supresión de toda regla del
juego, sino profunda transformación de sus aparatos". 4 " ¿No es una afirmación
demasiado genérica? De acuerdo; según Althusser, no se trata de suprimir
todas las reglas del juego: pero ¿se puede saber cuáles serán suprimidas y
cuáles no? Ya he tenido ocasión de expresar mi satisfacción por el hecho de
que no todas las reglas del juego serán suprimidas, pero al mismo tiempo he
mostrado mi desencanto porque no se me ha dicho con anticipación cuáles
serán las reglas buenas que deben conservarse y las reglas malas que deben
eliminarse. 41 Pero ¿es posible en un sistema, tan compacto y coherente como
es el sistema democrático, dicho esto desde el punto de vista de los procedi-
mientos a los que ha dado vida y que han sido corroborados por siglos, dis-
tinguir con tanta seguridad las reglas que deben mantenerse y las que deben
desecharse? ¿Conservaremos el sufragio universal, pero no la libertad de opinión?
¿La libertad de opinión, pero no la pluralidad de los partidos? ¿La pluralidad
de los partidos, pero no la protección jurídica de los derechos civiles? En suma,
afirmar que no todas las reglas del juego serán suprimidas, es un modo de eva-
dir la obligación de precisar el propio punto de vista sobre un problema tan
importante como lo es, precisamente, el de las reglas del juego; y es todo un
síntoma de la absurda falta de ideas sobre su posible solución.
Segundo ejemplo: en un reciente artículo, interesante por muchos aspectos
y que debe discutirse en otro lugar, Asor Rosa escribe que el sistema demo-
crático tiene reglas "efectivamente indestructibles", pero condena su absolu-
tización que considera "indebida" y considera por tanto que "la democracia,
precisamente en cuanto sistema de las mediaciones, que no se absolutiza ni
se erige en fin [...] es aquel juego que acepta someter a discusión las propias
reglas. Si no lo hace es otra cosa".42 Que las reglas del juego puedan ser
modificadas, es una afirmación indudable sobre la que un buen demócrata
no puede estar en desacuerdo. Prueba de ello es que en todas las constituciones
democráticas se prevén procedimientos para la revisión de las mismas normas
constitucionales y que, de hecho, estas modificaciones se han dado histórica-
mente. En consecuencia, no todas las constituciones democráticas tienen las
mismas reglas (para dar u n ejemplo, piénsese en la diferencia entre la forma
de gobierno presidencial y la forma de gobierno parlamentaria). Otra prue-
ba de ello es que algunas reglas llegaron solamente en un segundo o tercer mo-
mento de la evolución de tales constituciones, como las que se refieren al
control de la constitucionalidad de las leyes ordinarias, las cuales, en efecto,
no fueron aceptadas en todas partes. Pero, al estar de acuerdo con la tesis de
que las reglas del juego pueden ser cambiadas, no hace avanzar un milímetro
la solución del problema más difícil de resolver; si pueden ser cambiadas todas;
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LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA 53
y si no pueden ser cambiadas todas, cuáles pueden ser y cuáles no. Para
dar el ejemplo acostumbrado ("acostumbrado", pero esta vez de ninguna
manera banal): ¿se puede modificar por mayoría la misma regla de la mayoría?
En pocas palabras: si u n a mayoría parlamentaria decide, como ha sucedido
en la historia, abolir el régimen parlamentario, y atribuir el poder de tomar
decisiones obligatorias p a r a toda la colectividad a u n jefe o a una oligarquía
restringida, el sistema que de ello deriva ¿es todavía una democracia por el
solo hecho de que fue instituido democráticamente? En verdad si u n a demo-
cracia no acepta poner en discusión sus propias reglas "es otra cosa". Pero
¿no se vuelve todavía más abiertamente "otra cosa" si ciertas reglas, como la
regla de la mayoría, son puestas en discusión? Entonces, ¿no hay quizá u n
problema anterior frente al de la posibilidad de corregir el sistema, por impor-
tante que sea, si no hay límites indestructibles en este proceso de revisión
continua, y si los hay, como yo no dudo que los haya, cuáles son?
La segunda razón por la que en u n discurso sobre los sujetos y los instru-
mentos del "hacer política" es necesario introducir el debate sobre las reglas
del juego; éste está en el hecho de que es imposible escapar de la consideración
de que existe u n a relación m u y estrecha, entre, por u n lado, las reglas del
juego político, dadas y aceptadas y, por otro, los sujetos que son los actores
e instrumentos de este juego que se pueden usar para llevarlo a buen término.
Para continuar la metáfora, hay u n a estrecha relación que vincula las reglas
del juego con los jugadores y sus movimientos. Más concretamente, u n juego
consiste precisamente en el conjunto de reglas que establecen quiénes son los
jugadores y cómo deben jugar. En consecuencia, una vez que se ha dado un
sistema de reglas del juego, también se d a n los jugadores y los movimientos
que pueden hacer. Cualquiera puede preferir un juego en el cual los dos
adversarios se den no solamente puñetazos sino también patadas, con la con-
dición de que se dé cuenta que simplemente está proponiendo u n juego
diferente, oponiendo la lucha libre al boxeo. (A ninguno le'sería permitido, si
no quiere ser tomado por u n loco, inventar y defender u n juego en el que uno
de los dos jugadores tenga el derecho de dar solamente puñetazos, y el otro
patadas; sin embargo, esto sucede también en el debate político.)
Ahora bien, en el juego político democrático —donde se entiende justa-
mente por sistema democrático u n sistema cuya legitimidad depende del con-
senso que se verifica periódicamente por medio de elecciones libres por sufra-
gio universal— los actores principales son los partidos (en nuestro sistema
estipulados constitucionalmente en el artículo 49) y la m a n e r a principal de
hacer política p a r a la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad
nacional son las elecciones. De aquí no se escapa. Aquí cabe decir, o tomas
esta sopa o saltas esta ventana.* Eres absolutamente libre p a r a saltar esta
ventana, con tal de que sepas que se trata de u n salto y puedes romperte el
* Se trata de un juego de palabras en italiano: "o mangi questa minestra o salti questa finestra"
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54 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
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LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA 55
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56 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
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58 LOS V Í N C U L O S DE LA D E M O C R A C I A
ral)— piensan que la forma de hacer política permitida por el sistema no sea
suficiente —ya no digo para transformarlo, sino ni siquiera para resanarlo—,
y que para los grandes males están los grandes remedios (aunque existen reme-
dios extremos, como el del terrorismo, que han contribuido solamente a
agravar el mal); quienes piensan de esta manera sufren de un estado de impo-
tencia al que se ven obligados aceptando las reglas del juego, y quisieran salir
de él sin resignarse a ser expectadores pasivos de la pérdida de tantas espe-
ranzas.
Quien escribe pertenece a una generación que perdió las grandes esperanzas
hace más de treinta años, poco tiempo después de la liberación, y ya no las
recuperó más que en algunos momentos, tan raros como pasajeros y, al final,
poco decisivos; uno por década, la derrota de la Ley Fraude (1952), el adveni-
miento del centro-izquierda (1964), el gran salto del Partido Comunista (1975).
Queriendo encontrar las lineas de un proceso podemos interpretar las tres
etapas: la primera, como el freno de una involución precoz; la segunda, como
el cambio del partido hegemónico de las alianzas hacia la derecha (hasta los
misinos)* a las alianzas hacia su izquierda; la tercera, la prefiguración de una
alternativa de izquierda. Quien tiene tras de sí muchos años de esperanzas
perdidas, está más resignado frente a la propia impotencia. Más resignado por-
que, habiendo vivido la mitad de su vida (la edad de la formación) bajo el
fascismo, continúa creyendo obstinadamente, como por lo demás la mayor parte
de sus coetáneos, que .una mala democracia (y la nuestra es verdaderamente
mala) siempre es preferible a una buena dictadura (como dictadura, la mussoli-
niana ciertamente era mejor que la hitleriana); es mejor no tener una política
exterior que tener una agresiva, belicosa y destinada a la catástrofe; diez partidos
rijosos más tolerables que uno solo "graníticamente" unido bajo la guía infalible
de su jefe; la sociedad corporativa, pero libre, es menos insoportable que el Esta-
do corporativo, y así por el estilo. Entiendo perfectamente que estas observacio-
nes no valen para los más jóvenes que no conocieron el fascismo y que están fa-
miliarizados solamente con esta democracia más que mediocre, y no están igual-
mente dispuestos a aceptar el argumento del mal menor; digo, estos jóvenes
que conocieron al contrario la etapa exaltante aunque deslumbrante del 68,
y que no se resignan a aceptar que la fiesta terminó en lo banal, y desafortuna-
damente también en lo trágico cotidiano. Quizás se podría hacer un intento
de explicación de por qué aquella etapa feliz terminó tan mal: fue un gran
movimiento en la superficie, en las universidades, también en las escuelas, que
llegó a alguna fábrica, a las ciudades. Pero, ¿en lo profundo y en el resto del
país? Qué cosa cambió verdaderamente en la sociedad real, aquella que no
se ve porque no aparece en las primeras páginas de los periódicos, en la socie-
dad "sumergida", aquella de quienes continuaron votando por la Democracia
Cristiana, como si nada hubiese pasado, o de quienes dieron algún voto de
* Denominación de los miembros del Movimiento Social Italiano (MSI) de raíces fascistas.
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LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA 59
44
F. Erbani, "La ambiguitá del reflusso", en Nord e sud, XXVIII (1981), pp.. 23-33.
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60 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
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LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA 61
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62 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
plebe, la "chusma"; y hoy también de los grupos tecnocráticos, para los cuales
la contraposición ya no es entre sabios e ignorantes, sino entre competentes
e incompetentes (donde el criterio de distinción ya no es la posesión de la sabi-
duría, sino el conocimiento científico). En cambio como prescripción que
debe ser condenada, la misma fórmula es la típica expresión del credo demo-
crático, de la confianza en la participación popular, de la exaltación del poder
desde abajo contrapuesto al poder jerárquico, de la autonomía contrapuesta a
la heteronomía, de la convicción de que cada uno sea el mejor juez de sus
propios intereses, de la condena de toda forma de delegación.
La tercera posición, que llamé el rechazo a la política, es más exclusiva que
las primeras dos, y quizás sea la que, por su radicalismo, caracteriza mejor
el fenómeno del reflujo. Anteriormente dije que las primeras dos fórmulas
también pueden ser interpretadas como juicios de hecho, en cambio esta última
siempre implica un juicio de valor sobre la política. En el ámbito de esta posi-
ción debe ser hecha la distinción, para completar esta rápida fenomenología,
entre dos diferentes maneras de condenar la política, una más burda, la otra
más noble. La primera, fundamentalmente egoísta, particularista, economi-
cista, es propia de la indiferencia pequeño-burguesa, según la cual sabio es
aquel que mira al propio "particular", y quien se mete en la política es alguien
que se atiene a las consecuencias; en la política no hay ideales, y los ideales
descabellados son mentiras, porque los hombres se mueven solamente por sus
intereses, grandes o pequeños, de acuerdo con las condiciones y las ambiciones,
y cada uno debe cultivar lo propio defendiéndolo del llamado interés público
que casi siempre es el interés privado de pocos. La otra manera de condenar
la política es ético-religiosa, siempre presente en nuestra tradición filosófica
y religiosa, y es propia de quien no logra ver en la política otra cosa que la
"faz demoniaca del poder" (mucho más trágica que la cara charlatanesca que
aleja a los indiferentes); considerando la política como el lugar donde domina
incontrastada la voluntad de poder, donde es justo aquello que conviene al
más fuerte, donde la única manera reconocida de resolver los conflictos es la
violencia, y donde, para juzgar quien tiene razón y quien no la tiene, no existe
otro tribunal que la historia, la cual siempre da razón a quien gana, de manera
que los ideales solamente son un medio para capturar a las masas crédulas
cuando está en juego la conquista del poder y cuando sus conquistas inevita-
blemente son traicionadas. De estas dos posiciones, una es quizás demasiado
miope; la otra demasiado présbita. De una nace la idea de una sociedad que
pueda sobrevivir con un Estado reducido al mínimo, que no tenga otro interés
público más que el de permitir que cada uno pueda perseguir lo más libre-
mente posible sus propios intereses privados. De la otra brota el ideal de la
sociedad de los doctos, de la república de los sabios o de los filósofos, del Es-
tado que se vuelve Iglesia, del reino de los fines, en el que las leyes morales
libremente observadas sustituyen totalmente a las leyes jurídicas impuestas por
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LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA 63
47
Este artículo fue concebido como respuesta a un cuestionario propuesto por Luigi Manconi,
que se refiere a la crisis de la nueva izquierda, en general de los partidos tradicionales y el
nacimiento de los movimientos sociales cuya práctica política deberla estar dirigida a reivindicar
el derecho de desobediencia, de autodeterminación y de veto.
48
He analizado este tema en el ensayo "La regola di maggioranza, limiti e apone", en
N. Bobbio, C. Offe y S. Lombardini, Democracia, maggioranza e minórame, II Mulino, Bolonia,
1981, pp. SS-72.
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64 LOS VÍNCULOS DE LA DEMOCRACIA
sea una ley del Parlamento, es de tal magnitud que hace prácticamente impo-
sible la represión; en el caso del veto, cuando el voto de una sola persona o el
de u n grupo es determinante para tormar una mayoría, lo que sucede todos
los días frente a nosotros, en las alianzas de la Democracia Cristiana con los
partidos pequeños, que tienen un peso determinante al hacer de u n a mayoría
relativa u n a mayoría absoluta. 4 9 Precisamente porque se trata de poderes de
hecho, tienen necesidad o de mucha fuerza o de circunstancias excepcionales
particularmente favorables; no se pueden invocar como se invocan los derechos
en cualquier circunstancia en la cual se considera que hayan sido violados.
Presentarlos como derechos es engañoso, porque hace creer que están, como
todos los demás derechos, garantizados, y en realidad no sucede así; quien se
confía corre el riesgo de ir a la cárcel. Engañoso y peligroso puede desviar
fuerzas, indispensables p a r a la batalla actual, hacia soluciones equivocadas
e impracticables. No hay duda de que las relaciones de derecho pueden ser
modificadas con el cambio de relaciones de fuerza; pero, precisamente por ello,
es necesario darse cuenta de que se trata de relaciones de fuerza y no de un
recurso garantizado por el Derecho, y que p a r a modificar las relaciones de
fuerza es indispensable, como habría dicho el señor de La Palisse, tener
la fuerza. No discuto si ésta fuerza exista, aunque es difícil creerlo, única-
mente digo que no se puede tomar por Derecho una serie de hechos, incluso el
deseo de que ciertos hechos acontezcan.
Concluyo. Ya he dicho que permaneciendo en los límites de las reglas del
juego, las posibles alternativas son las que son y los pasos para seguir estos
caminos previsibles son casi obligados; no creo que sea deseable salir de las re-
glas del juego, suponiendo que sea fácil, y se ha visto que no lo es, porque
una vez que se ha roto la regla principal, que es la de las elecciones periódicas,
no se sabe cómo terminarán las cosas. Personalmente creo que se terminaría
mal. No tiene caso evocar aquí u n a vieja historia: el movimiento obrero nació
bajo la idea de que la democracia fuese u n a conquista burguesa y entonces
fuera necesario u n a nueva forma de hacer política, posteriormente no sólo
adoptó sino también consolidó la democracia representativa mediante el sufra-
gio universal. Ahora bien, en el ámbito de esta democracia representativa yo
no veo para nuestro país, en el futuro próximo, otra solución más que la alter-
nativa de izquierda (que no es la huidiza "alternativa democrática" de la que
hablan los comunistas). Todo lo demás está entre los castillos en el aire y la
agitación por la agitación misma, destinada a aumentar tarde o temprano
la frustración. Es poco; pero ya de por sí es tan incierto este poco que buscar
otra cosa significa meterse u n a vez más en el camino de las expectativas des-
tinadas a frustrarse.
49
Para ulteriores reflexiones sobre la desobediencia civil y sobre el derecho de veto se
puede ver mi articulo, "La resistenza all'oppresione, oggi," en Studi sassaresi, 1973, pp. 15-31,
y el término "Disobbedienza civile", en el Dizionario di política, Utet, Turin, 1983, pp. 338-42.
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IV. LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
Uno de los lugares comunes de todos los viejos y nuevos discursos sobre la de-
mocracia, consiste en la afirmación de que ella es el gobierno del "poder invi-
sible". Que pertenezca a la "naturaleza de la democracia", que "nada pueda
permanecer confinado en el espacio del misterio", son frases que leemos, con
pocas variaciones, todos los días. 51 Con una redundancia se puede definir el
gobierno de la democracia como el gobierno del poder público en público.
El error sólo es aparente porque "público" tiene dos significados: si es con-
trapuesto a "privado", como en la distinción clásica entre ius publicum y tus
privatum, que nos llega de los juristas romanos, o si es confrontada con lo
"secreto", por lo que no adopta el significado de perteneciente a la "cosa pú-
blica" al "Estado", sino de "manifiesto", "evidente", precisamente "visible".
Por ello los dos significados no coinciden: u n "espectáculo público puede ser
perfectamente u n asunto privado, y una escuela privada (en el sentido de que
no pertenece al Estado) no puede evadir la publicidad de sus actos. De esta
manera, n a d a quita al carácter privado del poder del p a d r e de familia, de
acuerdo con la distinción entre Derecho privado y Derecho público, la obli-
gatoria publicidad de muchos actos de su gestión, y n a d a quita al carácter
50
Quale socialismo? Einaudi, T u r í n , 1976, p p . 45 ss.
•'' En un artículo de R. Puletli, 'II lento camino verso la venta", en L'Umanila, 13 de marzo
de 1980, p. 1.
65
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66 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
público del poder de un soberano autocrático el hecho de que este poder sea
ejercido en muchas circunstancias dentro del máximo secreto.
La democracia, como régimen del poder visible, hace pensar en la imagen,
que nos llega de los escritores políticos de todos los tiempos que se reclaman al
gran ejemplo de las Atenas de Péneles, del "Agora" o de la "ekklesia", es decir,
en la reunión de todos los ciudadanos en un lugar público con el fin de hacer
y escuchar propuestas, denunciar abusos o pronunciar acusaciones, y decidir,
alzando la mano o mediante pedazos de loza, después de haber escuchado los
argumentos en pro o en contra presentados por los oradores. Escribe Glotz que
cuando el pueblo estaba reunido el heraldo denunciaba a cualquiera que qui-
siese engañarlo, y para que los demagogos no abusasen de sus artes oratorias
la asamblea permanecía en todo momento bajo la "mirada" (nótese esta refe-
rencia al acto de "ver") del dios. Los magistrados eran sometidos a una vigi-
lancia continua y "nueve veces al año en cada pritania debían renovarse sus
poderes con un voto de confianza, alzando la mano, y si no lo obtenía eran
enviados ipso Jacto delante de los tribunales"."'2 No está fuera de lugar el
hecho de que la asamblea frecuentemente haya sido comparada con un teatro
o un estadio, es decir, con un espectáculo público, donde precisamente hay
espectadores llamados a asistir a una acción escénica que tiene lugar de acuer-
do con reglas preestablecidas y se concluye con un juicio. Platón, eri un frag-
mento de las leyes, en el que habla del tiempo en el cual el pueblo estaba
sometido a las leyes, y toma como ejemplo el respeto a las leyes de la música,
cuenta cómo poco á poco y gracias a poetas trasnochados "por un entusiasmo
de adoradores de Baco" hubiese sido introducida una deplorable confusión
entre los diversos modos musicales y adoptada por el vulgo la falta de respeto
por las leyes musicales, de manera que 'los públicos teatrales de mudos se con-
virtieron en locuaces, como si entendieran lo que en el arte es bello o feo. En
cambio ahora, de una aristocracia musical tenemos una miserable teatrocra-
cia".55 Inmediatamente después redefine este término de nuevo cuño "teatro-
cracia" como "democracia en materia de música", interpretándola como el
efecto de la pretensión del vulgo de poder hablar de todo y de no reconocer
alguna ley. Platón es un escritor antidemocrático. La equiparación entre el
gobierno del pueblo y el gobierno del público en teatro (con la consecuente
contraposición entre gobierno del público y gobierno de los mejores) le sirve
para expresar una vez más su condena contra la democracia, entendida como
el reino del libertinaje y del desorden. Pero la asimilación del demos por el
52
G. Glotz, La ctttá greca, Einaudi, Turfn, 1948, p. 202.
53
Platón, Leyes, 701a (trad. A. Cassara, Laterza, Barí, 1921, vol. I, p. 102). Víase también
el fragmento anterior en el que se dice que la música no debe ser juzgada por el primero que
llega, por lo que el juez de la buena música no debe juzgar tomando lecciones de los espectado-
res "confundido por el ruido de la muchedumbre", y se critica "lo que la ley dispone en Sicilia
y en Italia, donde ella plantea el juicio a la masa de los espectadores, y proclama al vencedor
alzando la mano" (659 b).
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 67
público de un teatro es correcta más allá del juicio de valor a que está vincu-
lado en el fragmento platónico. 54
Es conocida la fuerza sugestiva de la democracia antigua en la época de la
Revolución francesa. Aquí no importa saber si la realidad estuviese de acuer-
.do con el modelo o si a lo largo de los siglos haya sido transfigurada en un
ideal normativo. El gobierno democrático permanece en el tiempo, y todavía
más intensamente en los momentos de convulsión y de expectación del novtis
ordo, como el modelo ideal del gobierno público en público. Entre las innu-
merables obras del tiempo de la revolución, tomo la siguiente cita del Catechis-
mo repubblicano de Michele Natale (obispo de Vico ajusticiado en Ñapóles
el 20 de agosto de 1979):
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68 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
Siempre ha sido considerado como uno de los puntos fundamentales del re-
gimen democrático, el que todas las decisiones y, en general, los actos de los
gobernantes deban ser considerados por el pueblo soberano. El régimem de-
mocrático ha sido definido como el gobierno directo del pueblo o controlado
por el pueblo (¿cómo podría ser controlado si estuviese escondido?). Aun cuan-
do el ideal de la democracia directa es abandonado como anacrónico con el
nacimiento del gran Estado territorial moderno (pero incluso el pequeño Es-
tado territorial ya no es una ciudad-Estado) y es sustituido por el ideal de la
democracia representativa, ya perfectamente delineado, en una carta de Ma-
dison a sus interlocutores' 7 polemizando precisamente con la democracia de
los antiguos, el carácter público del poder entendido como no secreto, como
abierto al público, permanece como uno de los criterios fundamentales para
distinguir el Estado constitucional del Estado absoluto. De esta manera se seña-
la el nacimiento o el renacimiento del poder público en público. En un frag-
mento de su Verfassungslehre, Cari Schmitt, capta bien, quizá más allá de sus
intenciones y en todo caso no en el contexto en el que se desarrollan estas
observaciones, el nexo entre el principio de representación y la publicidad del
poder, hasta el grado de interpretar la representación como u n a forma de re-
presión, es decir, como una manera de presentar, de hacer presente, de hacer
visible lo que de otra manera quedaría escondido. Vale la pena citar al menos
dos fragmentos:
57
En particular la carta n ú m . 10 del 23 de noviembre de 1787, II Federalista, Nistri-Lischi,
Pisa, 1955, p p . 56 ss. [Hay edición en español con el título de El Federalista, FCE., México].
58
C. Schmitt, Verfassungslehre, Dunker & H u m b o l d t , München-Leipzig, 1928, p . 208.
59
Ibidem, p . 209, J, Freund (L'essence du politique, Sirey, París, 1965, p . 329) reclama la
atención sobre este aspecto del pensamiento de Schmitt.
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 69
60
J. Habermas. ütrukturwandel der Óffentlichket't Luchterhand, Neuwied, 1962. El libro me
parece discutible porque jamás son distinguidos, a lo largo de todo el análisis histórico, los dos
significados de "público" como perteneciente a la esfera estatal, a la "res pública", que es el
significado original del término latino "publicum", que nos llega de la clásica distinción entre
ius privatum y ius publicum, y como digo (que es el significado del término alemán offentliches)
opuesto a secreto.
1,1
Lo que no quita el uso de parle de los iluministas de las sociedades secretas como instru-
mento indispensable para combatir la batalla de las luces contra el absolutismo. Sobre este tema
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70 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 71
65 Ibid., p . 331.
66 ibid., P. 333.
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72 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
67
Cf. Repubblicu, 571.
68
Tomo esta cita de la Introduzione de L. Firpo a T. Tasso, i re scritti politici Uter Turín
1980, p. 27.
69
La expresión deriva de Tácito. Para una primera aproximación al tema F. Meinecke, L'idea
della ragion distato nella storia moderna, Vallecchi, Florencia, 1942, vol. I, pp. 186 ss.
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 73
http://www.scribd.com/Insurgencia
74 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
7S
Ibidem, p. 139.
74
Cuando ya había escrito estas páginas llegó a mis manos el libro de R. G. Schwarzenberg,
Lo stato spettacolo, Edilori Riuniti, Roma, 1980, presentado con el subtítulo Attori e pubblico nel
grande teatro della política mondiale. El tema del libro es la transformación de la vida política
en un espectáculo en el que el gran político se exhibe —tiene necesidad de exhibirse— como un
actor. El autor escribe al inicio: "Ahora el Estado se transforma en compañía teatral, en produc-
tor de espectáculo," donde el único error es el término "Ahora" (error más bien grave en un
libro de política).
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 75
75
Se trata del capitulo VI del libro III.
76
Un bello repertorio de citas se encuentra en R. de Mattei, "II problema della ragion di stato
nel seicento, XIV, Ragion di stato e 'mendacio'", en Revista intemazionale di filosofía del diritto,
XXXVIII (1960), pp. 553-576.
77
J. Bodin, Les six limes de la République, Jacques du Puys, París 1597, IV 6, p. 474
cit. por De Mattei, // problema, (cit. p. 560 nota 27). [Hay edición en español con el titulo de Los
seis Libros de la República, Aguilar, Madrid.].
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76 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
abren otras, cada una de las cuales a su vez abre otras, hasta que el xñator se
pierde y ya no logra ni encontrar la salida ni el regreso.
Este supremo ideal, en el que se inspira el poder que pretende ser al mismo
tiempo omnividente e invisible, ha sido redescubierto recientemente y descrito
de manera admirable por Foucault en el análisis del Panopticón de Ben-
tham, 78 el cual no es otra cosa que un conjunto de celdas separadas con un
preso cada una, ordenadas de manera circular y terminando en una torreta,
en lo alto de la cual el vigilante, símbolo del poder, puede ver en cualquier
momento los más mínimos actos del vigilado. Lo importante no es que los
prisioneros vean quien los ve, sino que sepan que hay alguien que los ve, o
mejor dicho que los puede ver. Foucault define correctamente el Panopticón
como una máquina para disociar la pareja "ver-ser visto". Quien ve no es visto,
quien no ve es visto. Se expresa de la siguiente manera: "En el anillo peri-
férico se es visto totalmente, sin ver jamás: en la torre central se ve todo sin
ser visto jamás." 79 Otra observación interesante: la estructura arquitectónica
del Panopticón instaura una relación asimétrica entre los dos sujetos de la
relación de poder con respecto al acto de ver y del verse. Esta es una obser-
vación que provoca una reflexión ulterior: las relaciones de poder pueden ser
simétricas o asimétricas. Idealmente la forma de gobierno democrático nace
del acuerdo de cada uno con todos los demás, es decir, del pactum societatis.
Ahora bien, el contrato representa el tipo ideal de relación simétrica, fundada
en el principio del do ut des, mientras el tipo ideal de relación asimétrica es la
orden del soberano que instaura una relación mandato-obediencia. La estruc-
tura del Panopticón fue creada como la prisión modelo, o sea, como un tipo
de institución social fundada en el principio de "el máximo de coacción y
del mínimo de libertad", que vino a sustituir aquel otro tipo de instituciones,
como los manicomios, los cuarteles y en parte los hospitales, que han sido
llamadas totales y cuya máxima es "Todo lo que no está prohibido es obliga-
torio"; el Panopticón puede ser elevado perfectamente a modelo ideal del
Estado autocrático cuando su principio sea llevado a su más alta perfección
(aquí uso el término principio en el sentido de Montesquieu), de acuerdo con
el cual el príncipe es más capaz de hacerse obedecer en cuanto es más omnivi-
dente, y es más capaz de mandar en cuanto es más invisible. Considerando la
pareja mandato-obediencia como la pareja característica de la relación asimé-
trica de poder, aquel que manda es más terrible en cuanto está más escondido'
(el subdito sabe que quien lo ve existe, pero no sabe exactamente en dónde
está); aquel que debe obedecer es más dócil en cuanto es más escrutable y
visto en cualquier gesto, acto o palabra (el soberano sabe en cualquier mo-
mento en dónde está y qué hace).
El mismo Bentham entrevio la posibilidad, como Foucault puso en evidencia,
78
Sorvegliare e puniré, Einaudi, Turin, 1976, pp 218-28.
'» Ibidem, p. 220.
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 77
80
Ibid., pp. 224-25.
81
Ibid., p. 225.
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78 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 79
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80 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 81
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82 LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE
85
"Este programa puede ser enunciado claramente en pocas palabras: destrucción total del
mundo juridico-estatal y de toda la llamada civilización burguesa mediante una revolución popular
espontánea, dirigida de manera invisible no por una dictadura oficial, sino por una dictadura
anónima y colectiva de amigos de la liberación total del pueblo de todo yugo, férreamente unidos
en una sociedad secreta y guiados siempre y en cualquier lugar por un único fin y de acuerdo
con un solo programa" (M. A. Bakunin a S. G. Nesaev, en A. I. Herzen, A un vecchio compagno,
a cargo de V: Strada, Einaudi, Turín, 1977, p. 80).
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LA DEMOCRACIA Y EL PODER INVISIBLE 83
un monarca absoluto como Luis XIII o Luis XIV con el que puede tener el
gobierno de un Estado bien organizado de sus ciudadanos. Cuando leemos
las historias de las jacqueríes nos damos cuenta de cuan poco logra "ver" el mo-
narca con su aparato de funcionarios, y cómo las revueltas estallan sin que el
poder, aunque absoluto, fuese capaz de prevenirlas, si bien cuando tal cosa
sucedía no vacilaba en reprimirlas. Todo esto es poco en comparación con
las enormes posibilidades que se abren para un Estado que es dueño de los
grandes memorizadores artificiales. Ninguno es capaz de prever si esta pers-
pectiva solamente es una pesadilla o un destino. De cualquier manera, sería
una tendencia contraria a la que dio vida al ideal de la democracia como
ideal del poder visible: no la tendencia hacia el máximo control del poder por
parte de los ciudadanos, sino al contrarío, hacia el máximo control de los
subditos por parte de quien detenta el poder.
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V. LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 85
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86 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
falsedades."87 Como se observa, las vías de la política son, como las del Señor,
infinitas. La historia de las ideas procede mediante una continua mezcolanza de
cartas que permite divertirnos en cada juego y no consiente prever alguno.
Me alegra que dos intelectuales de izquierda hayan releído positivamente
uno de los clásicos del liberalismo y aconsejen esto mismo a sus correligionarios.
Tal cosa es señal de que la desconfianza (y la ignorancia) recíproca de las dos
culturas (aquí entiendo la cultura liberal y la socialista) está por terminar. Los
marxistas justamente han condenado reiteradamente la superficialidad y la
posición que han tomado los críticos de Marx; pero con igual razón los libe-
rales han protestado contra la liquidación sumaria de las grandes conquistas
del pensamiento liberal, calificadas con frecuencia en términos despreciativos
como un subproducto de los intereses de la burguesía (naturalmente "sórdi-
dos"). Para quien, aun en tiempos no propicios, continuó leyendo los clásicos
del liberalismo y no los haya considerado como perros muertos (y perros
muertos han sido para toda la cultura marxista-leninista italiana, que aceptó
a Rousseau, pero no a Locke, a Hegel, pero no a Kant), la repropuesta de
Mili desde la izquierda es un hecho que debe celebrarse. Las ideas tan feliz-
mente expresadas por Mili sobre la necesidad de los límites del poder, aun cuan-
do este poder es el de la mayoría, sobre la fecundidad del conflicto, el elogio
de la diversidad, la condena del conformismo, la absoluta prioridad que en
una sociedad bien gobernada se da a la libertad de opinión, en el siglo XIX
se volvieron lugares comunes de la literatura de los países civiles. Releyendo la
introducción de Giorello y Mondadori reflexionaba sobre la densidad de las
tinieblas que debieron concentrarse alrededor de estas ideas en la tradición
del pensamiento de la izquierda europea, si hoy reabriendo a la luz del sol
pueden ser presentadas como una revelación; pensaba en Cario Cattaneo que
dedicó toda su vida e ingenio multiforme a profundizar y a divulgar la doc-
trina de la antítesis como resorte del progreso y del Estado como "inmensa
transacción". De1 la teoría popperiana de la sociedad abierta en adelante, la
oposición cerrado/abierto ha tomado el lugar de la oposición iluminista
luz/tinieblas. Ya Cattaneo había afirmado que allí donde el principio de una
sociedad es único y exclusivo el sistema es cerrado y por tanto estático, allí
donde los principios son muchos y en continua y fecunda rivalidad entre ellos,
el sistema es abierto y progresivo. Escribía que las civilizaciones estáticas, como
la "china", son sistemas'cerrados; la civilización en movimiento como la roma-
na antigua y la inglesa moderna, son sistemas abiertos. Y preguntándose cómo
se abren los sistemas cerrados, respondía que ello ocurría con la "inserción" de
principios extraños qué modificarían el antiguo equilibrio. De acuerdo con
una antigua idea, también para Mili China era una sociedad "estática" y con-
sideraba que si mejorara "seria gracias a los extranjeros".88 ¿Y el conflicto?
87
P. Gobetti, Scrittipolitici, Einaudi, Turín, 1960, p. 641.
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 87
Cattaneo escribía: "La llama del genio europeo se alimenta todavía hoy de la
confrontación permanente de las ideas." 89
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88 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
Estado sea la de impedir que los individuos se hagan daño mutuamente, idea
que será llevada a sus consecuencias extremas y rigidez por el liberalismo
exacerbado de Herbert Spencer, deriva de una reducción arbitraria de todo el
Derecho público a Derecho penal (de donde viene la imagen del Estado guar-
dián nocturno o gendarme). Como he dicho frecuentemente, el paso del Estado
liberal al Estado social está marcado por el paso de un Derecho con funciones
principalmente protcctivo-represivas a un Derecho cada vez más promocional.95
Esto no quiere decir que en algún lugar haya existido un Estado que se hu-
biese limitado a impedir y no haya ampliado su acción a la promoción de
comportamientos útiles para la convivencia o solamente para la sobrevivencia,
como el de la defensa común asumido por Mili, por lo menos hasta que dicho
Estado deba proteger no solamente a un individuo de otro, sino también a
todos los individuos en su conjunto en cuanto grupo de otro Estado. De cual-
quier manera, por grande o pequeña que sea, la función positiva del Estado
(no solamente impedir sino también promover, no solamente proteger sino
también impulsar), ya no basta la justicia conmutativa (para retomar la dis-
tinción tradicional, siempre válida) que consiste en hacer corresponder al bien
(o al mal) cumpliendo un bien (o un mal) igual o contrario con base en el
criterio de igualdad aritmética. Para que cualquier sociedad esté unida, es
necesario introducir algún criterio de justicia distributiva; y aqui, como todos
saben, comienzan los problemas. Distribuir, pero ¿con qué criterio? El debate
actual sobre el Estado social nace de la diferencia entre las respuestas dadas
a esta pregunta tan simple.
Aunque en verdad no es tan simple la determinación de la correspondencia
entre daño y reparación, entre delito y castigo, baste pensar en los cambios
que se han dado en la historia del concepto de pena, y de su medida; y de la
misma manera no es tan obvio qué cosa se deba entender por daño (piénsese
en el problema provocado por la contaminación industrial) o por delito (pién-
sese en el problema de los llamados delitos de opinión, en los que es muy difícil
establecer dónde termina el comportamiento licito y dónde comienza el com-
portamiento ilícito). No teggo^necesidad de subrayar que cuando se trata de
distribuir honores y vergajas,jlás* cosas se complican terriblemente. También
aquí, como en el caso de la justicia conmutativa, los problemas son dos: qué
cosa distribuir y con qué criterio. Pero, en el caso de la justicia conmutativa
que es anterior a los intercambios, a la primera pregunta de qué cosa debe ha-
cer el Estado, la respuesta tradicional aceptada por Mili de que "Se debe
reprimir la conducta dañina", es, a pesar de su generalidad, clara y condividida
umversalmente, salvo por aquellos que consideran que el Estado debe reprimir
la conducta inmoral, independientemente del daño que cause a terceros. (Re-
cuerdo que el ensayo de Mili fue oportunamente adoptado, en una conocida
93
En particular me refiero a los ensayos incluidos en el volumen Dalla struttura alia funztone.
Nuovi studi di teoría del diritto, Edizioni di comunita, Milán, 1977.
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 89
discusión, que se dio entre juristas y filósofos ingleses hace algunos años, para
rechazar la tesis de la función moralizante del derecho penal.) 94 Por el con-
trario, en el caso en el que deba intervenir la justicia distributiva, no es claro
ni condividido umversalmente qué cosa se deba distribuir y con qué criterio.
Simplificando, aunque no demasiado, se puede decir que aquí pasa la línea
divisoria entre partidarios del Estado liberal y simpatizantes del Estado social.
En el Derecho civil y en el Derecho penal de los países más avanzados, en las
partes del sistema jurídico donde se aplica la justicia conmutativa (o correc-
tiva), existen tendencias comunes que pueden ser provechosamente comparadas
entre sí. Pero, en los mismos países con respecto a los criterios de distribución
de los honores y de las ventajas se entrecruzan y se contraponen, en un con-
flicto aparentemente sin salida, las ideas más disparatadas.
¿CUÁL LIBERALISMO?
Cuando se habla del aumento del interés por el pensamiento liberal, es nece-
sario aclarar las cosas, de manera que también se pueda plantear para el libe-
ralismo la pregunta que expuse hace algunos años para el socialismo: ¿cuál
liberalismo? Así pues, se pueden presentar los mismos interrogantes que se su-
gieren normalmente para toda ideología: cuándo nació, cuáles han sido sus
diversas encarnaciones, qué autores comprende la historia del liberalismo, etc.
Sin embargo, a diferencia del socialismo, que desde hace más de un siglo se
identifica en gran parte de su historia con la obra de un pensador, de suerte
que la contraposición no es tanto entre liberalismo y socialismo como entre
liberalismo y'marxismo, el liberalismo es un movimiento de ideas que pasa
a través de diversos autores como Locke, Montesquieu, Kant, Adam Smith,
Húfñboldt, Constant, John Stuart Mili, Tocqueville, por dar sólo los nombres
de los autores que subieron al cielo de los clásicos. A pesar de ello, por nume-
rosos que sean los aspectos bajo los cuales se presenta la doctrina liberal pa-
sando de autor a autor, ya que es una buena regla no multiplicar los entes,
considero que, para los fines del discurso que estoy haciendo, los aspectos
fundamentales y que siempre merecen estar presentes son el económico y el
político. Como teoría económica, el liberalismo es partidario de la economía
de mercado; como teoría política es simpatizante del Estado que gobierne lo
menos posible o, como se dice hoy, del Estado mínimo (es decir, reducido al
mínimo indispensable).
La relación entre las dos teorías es evidente: cierto que una de las maneras
de reducir el Estado al mínimo es el de retirarlo del dominio de la esfera en
94
Se trata del debate provocado por H. A. L. Hart, para combatir tas ideas tradicionalistas
de algunos juristas ingleses. Para tal efecto Han se apegó a las tesis sostenidas por Mili en el Ensayo
sobre la libertad del que estamos hablando (el ensayo de Hart fue traducido al italiano como
Diritto morale e liberta, con una introducción de G. Gavazzi, Bonanno, Catania, 1968).
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90 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 91
Esta insistencia sobre el doble carácter del liberalismo, está justificada por la
naturaleza del tema que me propongo tratar. En efecto, el creciente interés
por el pensamiento liberal tiene dos caras: una es la reivindicación de las ven-
tajas de la economía de mercado contra el Estado intervencionista, por otra es
la reivindicación de los derechos humanos contra toda forma nueva de despotismo.
Son dos caras que se miran, pero que bien podrían no mirarse en cuanto
tienen dos campos de observación diferentes. Pero aquí me interesa destacar
que ambos grupos de reivindicaciones están dirigidos polémicamente contra
las únicas dos formas de socialismo hasta ahora realizadas: el primer grupo,
contra el socialismo democrático, él segundo, contra el socialismo de los países
dominados por la Unión Soviética. Por tanto, desde el punto de vista histórico,
el redescubrimiento del liberalismo se podría interpretar como un intento de
reivindicación del liberalismo real, que se habla dado por muerto, contra el
socialismo real, en sus dos únicas versiones históricas de la socialdemocracia
que produjo el Estado benefactor y del comunismo que dio lugar a una nueva
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92 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 93
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94 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
CURSOS Y RECURSOS
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 95
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96 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
EL MERCADO POLÍTICO
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 97
para quienes no pueden trabajar, escuelas gratuitas, y asi por el estilo, ¿por
qué no?, casas baratas, atención médica, etc. Nuestra Constitución no es una
Constitución socialista, pero todas estas exigencias son reconocidas como la
cosa más obvia del mundo, e incluso transformadas en derechos.
La conclusión no cambia si se contempla este nexo entre proceso de demo-
cratización y crecimiento del Estado benefactor desde el punto de vista no
solamente de los gobernados, es decir, de aquellos que presentan las demandas
al Estado, sino también de parte de los gobernantes, es decir, de aquellos que
deben dar las respuestas. Se debe sobre todo a los economistas el descubri-
miento y desarrollo de la semejanza entre el mercado y la democracia. Se
trata de una semejanza que debe ser tomada con la máxima cautela debido a
que si bien muchas son las semejanzas aparentes también son muchas las dife-
rencias sustanciales. Aun así, la idea de Max Weber, retomada, desarrollada
y divulgada por Schumpeter de que el líder político es comparable con un
empresario —cuya ganancia es el poder, cuyo poder se mide con votos, cuyos
votos dependen de la capacidad de satisfacer los intereses de los electores y
cuya capacidad de respuesta a las demandas de los electores depende de los
recursos públicos de los que puede disponer— es ilustrativa. Al interés del
Ciudadano elector de obtener favores del Estado corresponde el interés del polí-
tico electo de concederlos. Entre uno y otro se establece una perfecta relación
de do ut des: uno mediante el consenso confiere poder, otro a través del poder
recibido distribuye ventajas y elimina desventajas. Se comprende que no se
puede tener contentos a todos, pero también en la arena política como en la
económica, existen fuertes y débiles, y la habilidad del político consiste, al
igual que en el mercado, en comprender los gustos del público y quizás de
orientarlos. También en la arena política hay ganadores y perdedores, aquellos
a los que les va bien en los negocios y aquellos que fracasan, pero mientras
la arena política está más formada con base en las reglas del juego democrático,
donde todos tienen voz y pueden organizarse para hacerla oír, más necesario
es que los organizadores del espectáculo mejoren sus prestaciones para que les
aplaudan.
Si el núcleo de la doctrina liberal es la teoría del Estado mínimo, la práctica
de la democracia, que es una consecuencia histórica del liberalismo o por lo
menos su prolongación histórica (si no todos los Estados originalmente liberales
se volvieron democráticos, todos los Estados democráticos existentes fueron al
inicio liberales), ha llevado a una forma de Estado que ya no es mínimo, aun-
que no es el Estado máximo de los regímenes totalitarios. El mercado político,
si queremos continuar usando esta semejanza, se sobrepuso al mercado eco-
nómico, y lo corrigió, o lo corrompió, según los puntos de vista. Se trata
entonces de saber si es posible regresar al mercado económico, como piden los
nuevos liberales, sin reformar o incluso abolir el mercado político. Si no abolir,
limitar su esfera de acción. Todas las propuestas políticas de los nuevos liberales
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98 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
van en esta dirección, que está en la lógica de la doctrina clásica de los limites
del poder del Estado, no importa si el poder del Estado sea, como es en los
regímenes democráticos, el poder del pueblo y no del príncipe.
95
Me refiero particularmente al conjunto de artículos sobre la crisis del welfare state, publica
dos en Mondoperaio, núm. 4, 1981, concluidos por G. Ruffolo, "Neo-liberalismo e neo-socialis-
mo", pp. 68-71.
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 99
social propia del Estado democrático no es la misma que la del Estado auto-
crítico. T a n es verdad que hoy lo que se discute no es la relación genérica
entre Estado y mercado, sino la relación específica entre mercado y Estado
democrático, u n a vez más entre mercado económico y mercado político. La
crisis del Estado benefactor también es el efecto del contraste, del que ni los
liberales, ni los marxistas, ni los demócratas puros se habían percatado, entre
el empresario económico que tiende a la maximización de las ganancias y el
empresario político q u e tiende a la maximización del poder m e d i a n t e la caza
de votos. El posible inicio de u n conflicto entre los intereses que persiguen los
dos personajes, se muestra alrededor de la ingobemabilidad de las democracias,
es decir, de los regímenes en los que el terreno en el cual tiene lugar la^ lucha
política puede ser comparado con el mercado, y no hay ninguna m a n o invi-
sible, por encima de los dos, que los ponga de acuerdo contra su voluntad. En
el fondo, la petición concreta del neoliberalismo es la de reducir la tensión
entre los dos cortando las uñas al segundo, y dejando al primero todas sus
garras bien afiladas. En suma, p a r a los neoliberales la democracia es ingober-
nable no sólo desde la parte de los gobernados por el sobrecargo de las deman-
das, sino también desde la parte de los gobernantes, porque éstos no pueden
dejar de satisfacer al mayor número p a r a mejorar su empresa (el partido).
Sintéticamente se puede describir este despertar del liberalismo mediante la
siguiente progresión (o regresión) histórica: la ofensiva de los liberales histórica-
mente h a sido dirigida contra el socialismo, su enemigo natural en la versión
colectivista (que por lo demás es la más auténtica); en estos últimos años
también h a sido orientada contra el Estado benefactor, es decir, contra la
versión moderada (según u n sector de la izquierda, falsificada) del socialismo.
Ahora la democracia es p u r a y simplemente atacada; la insidia es grave. No
solamente está en juego el Estado benefactor, o sea, el gran compromiso his-
tórico entre el movimiento obrero y el capitalismo m a d u r o , sino la misma
democracia, es decir, el otro gran compromiso histórico anterior entre el
tradicional privilegio de la propiedad y el m u n d o del trabajo organizado, del
que directa o indirectamente nace la democracia moderna (mediante el sufragio
universal, la formación de los partidos de masas, etc.).
Esta compleja problemática también puede ser presentada en los siguientes
términos: no se puede confundir la antítesis Estado mínimo/Estado máximo,
que frecuentemente es objeto de debate, con la antítesis Estado fuerte/Estado
débil. Se trata de dos antítesis diferentes que no se sobreponen necesariamente.
El neoliberalismo acusa al Estado benefactor no solamente de violar el princi-
pio del Estado mínimo, sino también de haber creado un Estado que ya no
logra desarrollar su propia función, que es la de gobernar (Estado débil). El
ideal del neoliberalismo es el de un Estado que al mismo tiempo sea mínimo
y fuerte. El espectáculo cotidiano de u n Estado que paralelamente es máximo
y débil es la muestra de que las dos antítesis no se sobreponen.
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100 LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO
Decía que la insidia es grave. Para mi la insidia es grave no sólo por razones
de polémica política, sino también, en sentido amplio, por razones filosóficas.
Me explico: el pensamiento liberal continúa renaciendo, incluso bajo formas
que pueden irritar por su carácter regresivo, y desde muchos puntos de vista
ostentosamente reaccionario (no se puede negar la intención punitiva que
asume la lucha por el desmantelamiento del Estado benefactor contra quienes
han querido levantar demasiado la cabeza), porque está basado en una con-
cepción filosófica de la que, guste o no, nació el Estado moderno: la concep-
ción individualista de la sociedad y de la historia, que a mi parecer es una
concepción de la que la izquierda, excepto algunas formas de anarquismo,
jamás se ha ocupado seriamente. Se trata de una concepción que ningún pro-
yecto que contemple la liberación, una liberación cada vez mayor (¿de quién
sino del individuo?), puede desechar. No es casualidad que hoy afloren ideas
contractualistas y se hable de un nuevo "contrato social". El contractualismo
moderno nace del cambio de una concepción general y orgánica de la sociedad
(la concepción por la cual, de Aristóteles a Hegel, el todo es superior a las
partes), es decir, nace de la idea de que el punto de partida de todo proyecto
social de liberación es el individuo con sus pasiones (para corregir o domar),
con sus intereses (para regular o coordinar), con sus necesidades (para satisfacer
o reprimir). La hipótesis de la que parte el contractualismo moderno de
naturaleza, un Estado en el que solamente existen individuos aislados, pero
tienden a unirse en sociedad para salvar la vida y la libertad. Partiendo de
esta hipótesis la sociedad política se vuelve un artificio, un proyecto por
construir y reconstruir continuamente, un proyecto que jamás es definitivo,
que tiene que someterse a revisión continua. La actualidad del tema del
contrato también depende del hecho de que las sociedades poliárquicas, como
son en las que vivimos, al mismo tiempo capitalistas y democráticas, son so-
ciedades en las que gran parte de las decisiones colectivas son tomadas median-
te negociaciones que terminan en acuerdos, en las, que en conclusión el
contrato social ya no es una hipótesis racional, sino.un,instrumento de gobier-
no que se utiliza continuamente.
Pero, ¿cuál contrato social? Un contrato social mediante el cual los indivi-
duos contrayentes piden a la sociedad política y por tanto al gobierno, que
es su producto natural, solamente protección, como pedían los escritores con-
tractualistas, y que hoy solicitan los nuevos escritores liberales (el caso típico es
el libro de Nozick), ¿o un nuevo contrato social en el que se vuelva objeto de
contratación algún principio de justicia distributiva? Precisamente desde hace
algunos años tiene lugar un amplio debate sobre este punto; la izquierda
democrática no puede ignorarlo. En pocas palabras, se trata de ver si, partien-
do de la misma concepción individualista de la sociedad, que es irrenunciable, y
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LIBERALISMO VIEJO Y NUEVO 101
96
Entre los diversos escritos que componen el volumen Socialismo libérale e liberalismo sociale
que recopila las actas del congreso que tuvo lugar en Milán en diciembre de 1979 (publicado
por Arnaldo Forni, Bolonia, 1981), deseo llamar la atención en la intervención de F. Forte y
A. Cassone, La terza via per i servizi collettivi, que se mueve en esta dirección (pp. 393-404).
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VI. CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL
DEBATE ACTUAL
CUANDO Henry Summer Maine definió el paso de las sociedades arcaicas a las
sociedades evolucionadas como el paso de la sociedad de status a la sociedad
de contractus, se refería esencialmente a la esfera del Derecho privado.97 Eran
los años en los que el crecimiento de la sociedad mercantil, definida por Spen-
cer como paso de las sociedades militares a las sociedades industriales, hacía
prever una expansión de la sociedad civil en perjuicio del Estado, de la esfera
de las relaciones privadas, interpretadas como paritarias, en perjuicio de la de
las relaciones públicas de carácter desigual o de supremacía de una parte
sobre otra; en suma, al debilitamiento, si no precisamente a una desapari-
ción, del Estado, el ente históricamente caracterizado por un poder de manda-
to exclusivo e irresistible.
Él Estado no sólo no ha desaparecido, sino que ha crecido y extendido hasta
provocar la imagen del pulpo de los mil tentáculos. Sin embargo, en compen-
sación, la figura del contrato (con el séquito de todas las figuras afines que
lo preceden, lo siguen y lo sustituyen) es empleada cada vez más por los
escritores políticos para comprender las relaciones reales que tienen lugar en
su interior. Se habla de mercado político y de intercambio político, en com-
paración con un fenómeno típico de la relación privada que siempre fue co-
locado fuera.de la esfera pública, más aún en antítesis a ella. Se habla de voto
de intercambio en oposición al tradicional voto de opinión como si el voto
fuese también una mercancía que se compra pagando, o en términos más
realistas prometiendo, el "equivalente a un precio" (uso a propósito la expre-
sión con la que el artículo 1420 de nuestro Código Civil define el contrato
de compraventa), un precio cuya entidad el hombre político, no por casua-
lidad comparado por Schumpeter con un empresario, recaba de los recursos
públicos de los que es capaz de disponer, o de los que hace creer que puede
disponer. En términos más generales, en referencia, no tanto a la relación
personal o personalizada entre clase política y ciudadanos, entre gobernantes
y gobernados, sino a la relación entre los grandes grupos de interés o de poder
97
En el actual debate sobre el contractualismo y sobre el neo-contractualismo no es posible
dejar de recordar el famoso libro .(más famoso que leido) de H. S. Maine The Ancient Law (1861)
que combina la tesis del paso de la sociedad de status a la sociedad de contrato como disolución
de las relaciones familiares y aumento de las relaciones entre los individuos, con la critica de las
teorías del contrato social consideradas no-realistas. En su comentario Pollock observa que la tesis
de Maine debe ser interpretada como limitada al Derecho de propiedad, por tanto al Derecho
privado (véase The Ancient Law, Beacon Press, Boston, 1963, p. 422).
102
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 103
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104 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 105
98
Me ocupé más extensamente de este tema en el artículo "Diritto privato e diritto pubblico
in Hegel", en Studi hegeliani, Einaudi. Turln, 1981, pp. 85-114.
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106 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 107
como dicen los juristas, y esta segunda es la que debe ser abordada. Un famoso
dicho de un gran jurista norteamericano señala que el derecho lo hacen los
juristas. Parafraseándolo se puede decir que las constituciones las hacen las
fuerzas políticas: las hacen cuando las emanan, y las hacen y las rehacen libre-
mente cuando las aplican (mucho más libremente de lo que pueden hacer
los jueces frente a las leyes). En una sociedad democrática las fuerzas polí-
ticas son los partidos organizados: organizados en primer lugar para arreba-
tarse los votos, para hacerse del mayor número posible de ellos. Éstos son los
que requieren y obtienen el consenso. De ellos depende la mayor o menor
legitimación del sistema político en su conjunto. El artículo 49 de la Constitu-
ción — al que se le hace mucho caso— se limita a decir que los partidos son
lícitos; se trata de un artículo perfectamente inútil, porque a pesar de los
ríos de tinta con los que ha sido cubierto, los partidos son mucho más que lí-
citos. Son necesarios, y aquí radica su fuerza.
EL GRAN MERCADO
Donde los partidos son más de uno, lo que es conditio sine qua non de la
democracia, y con mayor razón donde son muchos, como en Italia, la lógica
que preside sus relaciones es la lógica privada del acuerdo, no la pública del
dominio. No hay ningún rasgo en la constitución de esta lógica del acuerdo: la
constitución se ocupa de la manera de hacer las leyes; pero de la formación
de los acuerdos (contratos bilaterales o multilaterales) se ocupa el código civil.
Sin embargo si no se toma en cuenta la vastísima red de acuerdos de la que
nacen las exclusiones y las coaliciones, no se entiende nada de la forma como
se mueve, se traslada,' se transforma lentamente, una constitución. En la
Carta magna, la formación del gobierno (articulo 92 y siguientes) es el resul-
tado de una serie de actos unilaterales como son los actos típicos de la rela-
ción de dominio: el presidente de la república nombra al presidente del con-
sejo, éste selecciona a los ministros, y le propone la nominación de ellos al
presidente de la república; el gobierno entra en funciones cuando las dos
cámaras le dan la confianza y cae cuando se la retiran. Esta secuencia de
actos unilaterales e imperativos esconde la realidad que está tras bambalinas.
Dicha realidad es una realidad de transacciones, negociaciones, acuerdos que
se alcanzan fatigosamente y cuya fuerza depende, como sucede en todos los
acuerdos, del respeto al principio de reciprocidad, del do ut des. Un gobierno
puede caer porque un secretario de partido retira sus ministros de la coali-
ción: un acto que si fuese juzgado con base en las normas constitucionales
que regulan la vida de un gobierno sería una aberración. No es aberrante si se
le juzga desde el punto de vista de las normas escritas y no escritas, formales
o informales, que regulan cualquier acuerdo: un acuerdo se somete a revisión
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108 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
cuando una de las partes no cumple las obligaciones contraídas. ¿Una de las
partes se había comprometido o no a aprobar una disposición? No la aprobó
o buscó la manera de que no fuese aprobada, entonces el acuerdo queda roto
y su resolución, gracias a una de las partes, es perfectamente válida. Se puede
recurrir al escándalo. El observador que quiera entender deberá limitarse a
constatar que un principio fundamental del Derecho público democrático, de
acuerdo con el cual el gobierno dura en funciones hasta que nó es cambiado
por una decisión tomada por mayoría, cedió frente a un principio igualmente
fundamental del Derecho privado, de acuerdo con el cual los pactos deben
ser cumplidos. Cuando estalla la crisis para formar el gobierno se recurre al
criticado artículo 92, fracción segunda, con base en el cual la selección de los
ministros que deben proponerse al presidente de la república es hecha por el
presidente del consejo designado. Se trata de una norma que jamás se ha
aplicado, porque la amalgama de los diversos ministros entre los partidos y
dentro de un mismo partido, y hasta los nombres de los ministros, son esta-
blecidos mediante acuerdos entre los partidos, los cuales, una vez más, de
muestran ser más fuertes que la misma Constitución. En las relaciones jerár-
quicas entre las diversas fuentes del Derecho, es un principio fundamental que
los contratos no pueden derogar lo que está establecido por ley (se trata de
contratos de Derecho privado). Aquí sucede lo contrario: el poder del presi-
dente del consejo previsto por la Constitución se ejerce dentro de los límites
impuestos por los acuerdos entre los partidos, tan es así que alguien pudo
definir el Manual Cencelli como la Grundnorm del ordenamiento italiano.
Es verdad que, a diferencia de los acuerdos privados y de los tratados inter-
nacionales, los acuerdos políticos son acuerdos informales, en el sentido de
que no están regulados por la ley. Pero quien tuviese la paciencia de recopilar
datos empíricos sobre la manera en la que en un país como el nuestro, que
hasta ahora se ha regido por un pacto general de exclusión de algunos partidos
de las coaliciones de gobierno, y por un gran número de pactos de alian-
za de dos, tres, cuatro, hasta n partidos, quizás pudiera escribir un manual de
Derecho constitucional contractual (al lado del Derecho contractual privado
y del Derecho contractual internacional) que, por lo que sé, ninguno hasta
ahora ha intentado. Entre otras cosas quedaría al descubierto que muchas
de las normas codificadas del Derecho contractual (o los tratados) también
son válidas para la Constitución, modificación y extensión de los acuerdos
políticos. Desde aquellas normas referentes a la causa o a las condiciones,
hasta aquellas generales —estaba por decir de Derecho natural — , que estipu-
lan que los acuerdos deben ser cumplidos de buena fe, o hasta aquellas sobre
los vicios del consenso y sobre las diversas causas de resolución de la relación
contractual.
El caso más interesante de la diferencia entre Constitución formal y Consti-
tución real, desde el punto de vista de la superioridad del particularismo sobre
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 109
100
Para analizar la historia de la prohibición del mandato imperativo me apoyé ampliamente
en el reciente libro de P. Violante, Lo spazio delta rappresentanza. I: Francia 1788-89, Mozzone,
Palermo, 1981, pp. 29 ss. (con la nota en la p. 95), 131 ss- y 146 ss.
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110 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
E L PEQUEÑO MERCADO
Mientras entre partidos tiene lugar el gran mercado, entre partidos y ciu-
dadanos electores se da el pequeño mercado, aquello que hoy se llamaría
"mercado político" por excelencia, mediante el cual los ciudadanos electores
investidos —en cuanto electores— de una función pública, se vuelven clientes,
y una vez más una relación de naturaleza pública se transforma en u n a rela-
ción de naturaleza privada. Se trata de una forma de privatización de lo público
que depende de la anterior, es decir, de la capacidad de los partidos de con-
trolar a sus diputados y de obtener el mantenimiento de las promesas hechas
a los electores. Esta dependencia se da en cuanto la transformación del elector
en cliente solamente es posible mediante la transformación del m a n d a t o li-
bre en m a n d a t o obligatorio. Los dos fenómenos están íntimamente vinculados
y ambos son expresión de la disolución de la unidad orgánica del Estado que cons-
tituyó el núcleo esencial de la teoría y de la ideología (más ideología que teoría)
del Estado moderno, y al mismo tiempo u n a forma de corrupción del prin-
cipio individualista del que nació la democracia moderna, cuya regla del
juego es la regla de la mayoría, basada en el principio de que a cada cabeza
debe corresponder un voto.
No hay duda de que la democracia moderna nació de la concepción indi-
vidualista, atomista, de la sociedad (otro problema es el buscar dónde nació
el individualismo. Tal cosa es más difícil de resolver en cuanto los aspirantes
al papel de fundadores son muchos). T a m p o c o hay duda de que la democracia
representativa nació del supuesto (equivocado) de que los individuos, u n a vez
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 111
101
II federalista, II Mulino, Bolonia, 1980, p. 96. [Hay edición en español con el título de
El federalista, FCE, México.]
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112 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
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CONTRATO Y CONTRACTOAUSMO EN EL DEBATE ACTUAL 113
gran mercado a los segundos. En los primeros, cada una de las dos partes
tiene su propia figura distintiva (aquí corresponde un nombre especifico):
comprador-vendedor, usuario-conductor, depositante-depositario, cambiante-
cambiario, con respecto al intercambio político, representante-representado;
en los segundos, todas las partes tienen una figura común, la del socio. En los
primeros, las dos partes tienen objetivos diferentes, pero un interés común, el
de llegar al intercambio; en los segundos, las diversas partes tienen intereses
diferentes, pero un objetivo común que es aquel por el cual se constituye
la sociedad. Mientras en el acuerdo constitutivo del intercambio político, las
respectivas prestaciones son bastante claras (protección a cambio de consenso),
en el acuerdo del gran mercado, del que nacen las coaliciones de gobierno
(son más raras las coaliciones de oposición), el objetivo común, que en tér-
minos generales es el de formar un gobierno y de gobernar, es tan variado y
complejo que parece difícil y quizás inútil tratar de determinarlo. A lo más se
pueden distinguir los acuerdos de gobierno verdadero y propio (tomando dis-
posiciones referentes a un determinado grupo de cuestiones económicas,
sociales o de carácter público, que constituyen el programa de gobierno) de los
acuerdos de subgobierno que atañen a la equitativa distribución de los cargos
y de los encargos. Precisamente, a causa de la variedad y amplitud de los te-
mas sobre los que versa el acuerdo, éste está sujeto a frecuentes revisiones, a
actos de rescisión unilateral, a descomposiciones y recomposiciones, a resolu-
ciones recíprocas, especialmente cuando, como en el sistema político italiano,
los socios son muchos y frecuentemente rijosos. Además, por la misma vincula-
ción anteriormente señalada entre la relación de los grupos y el lazo que cada
grupo mantiene con sus propios clientes, cada uno de los socios no puede dejar
de observar continuamente los humores de la clientela, del mayor o menor
apoyo del que depende, como también señalamos, su fuerza contractual. La
validez de un pacto que no está regulado por normas de una autoridad supe-
rior para las partes está subordinada a la cláusula rebus sic stantibvs. Ahora
bien, entre las res cambiantes que pueden llevar a una de las partes a rescindir
el acuerdo están las advertencias que vienen de abajo.
La diferencia entre la relación que se instaura entre electos y electores y la
que se establece entre uno y otro grupo político, también se muestra en las dos
diferentes capacidades que el buen político debe tener: en la conducta del
primero, más bien de empresario, en la del segundo, preferentemente de nego-
ciador. Las dotes del buen empresario son necesarias para el secretario de
partido, las del negociador para el presidente del consejo.
Nos queda por analizar el tercer aspecto que hoy asume la perspectiva contrac-
tual en la reflexión sobre el carácter y sobre las vicisitudes del Estado contem-
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114 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
por aneo: aquel que aparece ligado a las teorías del contrato social, el llamado
"contractualismo". Indudablemente hay u n renovado interés por las doctrinas
contractualistas del pasado, tan es asi que no parece inadecuado hablar de
neocontractualismo". Este interés se debe en parte al éxito del libro de Rawls
sobre la justicia, el cual parte precisamente de la "conocida teoría del contrato
social tal como se encuentra, digamos, en Locke, Rousseau y Kant" para pre-
sentar su teoría de la justicia. 102 En realidad la teoría de la justicia de Rawls,
aunque tiene bases contractualistas (de u n contrato original entre personas
racionales), poco tiene que ver con las teorías del contrato social, cuyo objetivo
era el de justificar racionalmente la existencia del Estado, de encontrar una
fundamentación racional del poder político, del máximo poder del hombre
sobre el hombre, no de proponer u n modelo de sociedad justa. El problema
fundamental de los iusnaturalistas —entre los que podemos agregar, además de
los ya citados por Rawls, a Hobbes, Spino2a, Pufendorf y muchos otros—
jamás fue el de la justicia, sino el del poder, de manera particular el del poder
que no tiene encima de sí otro poder, el poder soberano. Con respecto a este
poder de vida y de muerte, fundado en última instancia en el uso exclusivo
de la fuerza, la pregunta principal que los filósofos políticos siempre se h a n
hecho es ¿cuál será la justificación de este poder? El contractualismo no es más
que una de las posibles respuestas a esta pregunta: por tanto, el problema que
éste se ha puesto es el problema de la legitimidad del poder, no el de la justicia.
La más profunda razón del creciente interés por el contractualismo está en
el hecho de que la idea de u n contrato original de fundación de la sociedad
global, diferente de las sociedades parciales que eventualmente la componen,
satisface la exigencia de un inicio, o mejor dicho de u n reinicio, en una época
de graves turbaciones de la sociedad existente. Es oportuna la exhortación de
Sieyes, dirigida al Tercer Estado, de declararse asamblea nacional y de actuar
como si se estuviese saliendo del Estado de naturaleza y se llamase a formar el
contrato social. 103
Al contrario, u n a de las razones del eclipse de las teorías contractualistas,
entre finales del siglo x v m y finales del x i x , derivó de la idea de que el Estado
fuese una cosa demasiado elevada para poder ser explicado como el producto
artificial de u n acuerdo entre individuos. Es conocido cuanto debe a este argu-
mento el anticontractualismo de Hegel. Igualmente significativo es el siguiente
fragmento de Burke (no por casualidad un escritor político anti-iluminista,
realista, tradicionalista, considerado como uno de los padres del historicismo
moderno): "Cuando se trata al Estado con la misma ligereza que distingue a
102
J. Rawls, A Theory ofjustice, Oxford, Oxford University Press, 1972, p. 11. [Hay edición
en español con el título de Teoría de la justicia, FCE, México, p. 28].
103
La idea de citar este fragmento, que se puede leer en J. L. Talmon, Le origini della
democrazia totalitaria, II Mulino, Bolonia, 1967, p. 103, me surgió de la lectura del libro de P.
Violante que indiqué anteriormente.
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 115
IIM
E. Burke, Riflessioni sulla rivoluzione francese, en Scritti politici, a cargo de A. Martelloni.
Utet, Turín. 1953, p. 268.
105
Se trata de las palabras iniciales de la célebre introducción de 1857 a la Crítica de la
economía política. [Hay edición en español en "obras fundamentales de Marx y Engels". t. II.
Escritos económicos menores, FCE, México.]
106
En R. W. y j . Carlyle, II pensiero político medioevale, Laterza, Bari. 1956. p. 268.
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116 CONTRATO Y CONTRACTOALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
107
S. Fragapane, Contrattualismo e sociología contemporánea, Zanichelli, Bolonia 1892
p. 101.
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CONTRATO Y CONTRACTUALT5MO EN EL DEBATE ACTUAL 117
cambio es una fase superior necesaria del devenir social; no es el hecho arbi-
trario del individuo, sino es la voluntad, que se explica como ley propia de un
estadio evolutivo de la sociedad".108
Lo que no queda claro de esta distinción entre contrato original "metafísico"
y fenómeno de contractualización de la sociedad, es que el segundo es el objeto
de un análisis histórico, mientras que el primero es un modelo regulativo, que
no es ni confirmado ni refutado por la segunda, porque se presenta en un plano
completamente diferente. Sin embargo cuando hoy se habla de neo-contrac -
tualismo en referencia a las teorías del contrato social, debe quedar claro,
como perspicazmente había observado el autor anteriormente citado, que una
cosa es el problema de la refundación de la sociedad sobre la base del modelo
contractualista, y otra el tema de la disgregación del poder central en muchos
poderes difusos y generalmente antagonistas, con el consecuente nacimiento
de los llamados gobiernos parciales, y de las relaciones, naturalmente de tipo
contractual, entre unos y otros. Incluso estaríamos tentados a decir que el
primero nace de la necesidad de encontrar una solución al segundo.
LA NUEVA ALIANZA
108
Ibidem, p. 99.
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118 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL
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CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 119
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VII. ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO
DE LAS LEYES?
109
Abordé el tema del buen gobierno en la prolusión lefda en la Academia dei lincei el 26 de.
junio de 1981, en "Belfagor", XXXVII (1982), pp. 1-12.
120
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¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES? 121
es señora de los gobernantes y los gobernantes son sus esclavos, yo veo la sal-
vación de la ciudad y de la acumulación sobre ella de todos los bienes que
los dioses suelen conceder a las ciudades. (Leyes, 715 D.)
El segundo:
¿Qué es más útil, ser gobernado por el mejor de los hombres o por la mejor
de las leyes? Aquellos que detentan el poder real aseveran que las leyes sola-
mente pueden dar prescripciones generales, pero no prevén los casos parti-
culares, de manera que en cualquier arte serta ingenuo regularse de acuerdo
con normas escritas... sin embargo los gobernantes necesitan la ley que da
prescripciones universales, porque es mejor el elemento por el cual no es
posible estar sometido a las pasiones que estar sujeto a aquel elemento para
el cual las pasiones son connaturales. Ahora bien, la ley no tiene pasiones
cosa que necesariamente se encuentra en cualquier alma h u m a n a (Política,
1286a).
En esta crítica de Aristóteles contra los partidarios del poder real se muestra
el argumento principal en favor de la tesis contraria a la superioridad del go-
bierno de los hombres sobre el gobierno de las leyes. La crítica evidentemente
se dirige contra la tesis sostenida por Platón en su diálogo llamado El Político.
Este diálogo platónico se propone establecer la naturaleza de la "ciencia regia",
o sea, de la forma de saber científico que permite a quien la posee gobernar
bien. Después de haber afirmado que la ciencia legislativa forma parte de la
ciencia regia, el forastero dice: "¡Parece que lo mejor de todo no es que las
leyes cuenten, sino que cuente más bien el hombre que tiene discernimiento,
el hombre real!" Sócrates pregunta por qué razón, a lo que el interlocutor
responde: "Porque la ley jamás podrá prescribir lo que es mejor y más justo
con precisión para todos, incluyendo lo más conveniente." Inmediatamente
después sostiene enfáticamente que la ley que pretende ser válida para todos
los casos y para todos los tiempos es "semejante a un hombre prepotente
e ignorante que no deja a nadie realizar a su gusto n a d a sin u n a prescripción
suya" (294 ab). Como siempre se presenta u n ejemplo:
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122 ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES?
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¿ G O B I E R N O DE LOS H O M B R E S O G O B I E R N O DE LAS LEYES? 123
ble: la primera, constituida por el tirano, del que habla Platón en el libro IX
de La República, que usa el poder para satisfacer sus deseos ilícitos; la segunda,
que toma cuerpo en el señor que legisla por sí mismo, o sea, el autócrata en el
sentido etimológico de la palabra.
2. El tema de la superioridad del gobierno de las leyes recorre sin solución
de continuidad toda la historia del pensamiento occidental (pero también
con igual éxito en la historia del pensamiento político de la antigua China).
Una de las formas más antiguas para expresar la idea del buen gobierno
es el término griego "eunomía" usado por Solón, el gran legislador de Atenas,
en oposición a "dismonía". La expresión más célebre entre los antiguos y por
tanto retomada muchas veces de la soberanía de la ley por los modernos
—sacada de contexto, de difícil e incierta interpretación— está en el fragmento
de Píndaro, que nos legó con el título de Nomos Basüeús, que inicia diciendo
que la ley es reina de todas las cosas tanto mortales como inmortales. 1 1 0 Entre
los pasos canónicos que la época clásica legó a las épocas siguientes debe
recordarse el escrito de Cicerón "Omnes legum servi sumus uti liberi esse
possumus". 111
T o d o el pensamiento político medieval está dominado por la idea de que el
buen gobernante es aquel que gobierna observando las leyes, de las que no
puede disponer libremente porque lo trascienden, como es el caso de las leyes
impuestas por Dios, o inscritas en el orden natural de las cosas, o establecidas
como fundamento de la constitución del Estado (las leyes precisamente "funda-
mentales"). En el De legibus et consuetudinibus Angliae, Henri Bracton enun-
ció una máxima que se volvió el principio del Estado de derecho: "Ipse autem
rex non debet esse sub homine sed sub deo et sub lege quia lex facit regem."" 2
No se podía enunciar con más fuerza la idea del primado de la ley: no es el rey
el que hace a la ley, sino la ley la que hace al rey. En la concepción dinámica
del ordenamiento jurídico de los modernos ("dinámica" en el sentido de la
teoría normativa de Kelsen) la máxima de Bactron se puede traducir en la afir-
mación de que el soberano hace la ley solamente si ejerce el poder con base en
una norma del ordenamiento y, por tanto, es soberano legítimo; y ejerce el po-
der de hacer las leyes (o sea las normas válidas y obligatorias para toda la
colectividad) dentro de los límites formales y materiales establecidos por las
normas constitucionales y, por tanto, no es tirano (en el sentido de la tiranía
ex parte exercitii).
El principio de la rule of lavo pasó de Inglaterra a los Estados constitucio-
110
Sobre este t e m a véase el famoso libro de M . Gigante, Nomos Basüeús, Edizioni Glaux,
Ñapóles, 1956.
111
Cicerón, Pro Cluentio, 53. Para estas y otras citas y en general p a r a la historia del go-
bierno de las leyes véase F. A. Hayek, The Constitution of Liberty, T h e University of Chicago
Press. Chicago, 1960, que i iu> de la traducción italiana l.a soa'elá libera, Vallccchi, Florencia.
1969, cap. xi. p p . 190-204.
112
En la edición crítica a cargo de G. E. Woodbine, Harvard University Press, 1968, II, p . 33.
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¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES? 127
condiciones o los medios con los cuales el individuo puede perseguir libremente
sus propios fines sin ser obstaculizado más que por el Derecho que igualmente
tienen otros. No es casualidad que también para Hayek las leyes, definidas
de esta manera, sean imperativos negativos o prohibiciones. 115
Mientras el lazo de unión entre la ley y la igualdad y entre la ley y la segu-
ridad es directo, para justificar el nexo entre la ley y la libertad es necesario
manipular el concepto mismo de ley, asumir un concepto colectivo, eulógico
y en parte también definido ideológicamente. Prueba de ello es que la demos-
tración del lazo de unión entre la ley y la libertad positiva exige la referencia
a la doctrina democrática del Estado; la confirmación del nexo entre la ley y
la libertad negativa solamente puede basarse en los supuestos de la doctrina
liberal.
4. Al lado de la idea de la primacía del gobierno de las leyes corre parale-
la, aunque con menor fortuna, la idea de la supremacía del gobierno de los
hombres. Sin embargo, a diferencia de la primera, de la que frecuentemente
se ha narrado la historia, la segunda, hasta donde yo sé, jamás ha sido objeto
de un atento estudio y de un análisis pormenorizado. A pesar de ello, pre-
senta u n a fenomenología tan amplia y rica que ofrece un material abundante
para una tipología (de la que en las siguientes páginas propongo un bosquejo).
Advierto que no se debe confundir la doctrina de la primacía del gobierno
de los hombres con el elogio d é la monarquía como forma de gobierno, tan
frecuentemente en los clásicos del pensamiento político, como Bodin, Hobbes,
Montesquieu y Hegel. El gobierno monárquico, en cuanto se contrapone al
tiránico, en su forma corrupta, siempre es un gobierno sub lege. La máxima
de Ulpiano, "Princeps legibus solutus est", enunciada por el principado roma-
no, fue interpretada por los juristas medievales en el sentido de que el
soberano está desvinculado de las leyes positivas que él mismo produce y de
las consuetudinarias que tienen validez hasta que son toleradas, pero no de las
leyes divinas y naturales, que también obligan al monarca quien antes de ser
rey es un hombre como todos los demás, si bien solamente en su conciencia,
en virtud de una vis directiva, como explica por ejemplo Santo Tomás, y no
coactiva. " 5 La contrafigura del rey es el tirano, cuyo poder es extra legem
tanto en el sentido de no tener título válido para gobernar como en el sen-
tido de goberríar ilegalmente. También en el ámbito de los escritores que con-
sideran a la monarquía como la mejor forma de gobierno, el gobierno típico
del hombre, que es el gobierno tiránico, siempre es una forma negativa. La
excelencia de la monarquía no está en el ser el gobierno del hombre contra-
puesto al gobierno de las leyes sino, por el contrario, está en la necesidad
115
Abordé este tema con más amplitud en "Dell'uso delle grandi dicotomie nella teoria del
diritto" (1970), en Dalla struttura alia funzione. Nuovi studi di teoría del diritto, Edizioni di
Comunita, Milán, 1977, pp. 123-44.
116
Santo Tomás, Summa theologica, la Ha, q. 96, art. 5.
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128 ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES
Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo podría darse a cono-
cer en el m u n d o ; veo u n a multitud innumerable de hombres iguales y
semejantes, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres
ruines y vulgares, con los que llenan su alma... Sobre éstos se eleva u n poder
inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su
suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno..." 7
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¿ G O B I E R N O DE LOS H O M B R E S O G O B I E R N O DE LAS LEYES? 129
118
H. von Treitchke, Política, Laterza, Bari, 1918, II, p . 190.
119
W. Roscher, Politik Geschichtliche Naíurlehre der Monarchie, Aristokratie und Demokratie,
Cotta, Stuttgart, 1982. Sobre el mismo tema ver I. Cervelli, "Cesarismo e Cavourismo," en La
cultura, X (1972), p p . 337-91; L. Mangoni, "Cesarismo, bonapartismo, fascismo," en Studi storici,
1976, n ú m . 3, p p . 41-61; el término "Cesarismus"en Geschichtliche Grundbegreiffe, Kleit
Verlag, Stuttgart, 1974, p p . 726-71.
120
Cita t o m a d a de la edición en español del FCE, con el título de El federalista, México.
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130 ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES?
121
G. W. Leibniz, Scritti politici e diritto naturale, a cargo de V. Mathieu, Utet, Turín,
1951, p. 131.
122 jjjtg fragmento (se podrían citar muchos otros sobre el mismo tema) está en el escrito
Sopra ü detto comune "questo puo essere giusto in teoría ma non vale per la practica" (1793)
que cito de la traducción italiana a cargo de G. Solari y G. Vidari, Utet, Turín, 1956, p. 255.
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¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES? 131
123
Contrato social, II, 7.
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132 ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES?
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128
A. Gramsci, Quademi del carcere, Einaudi, Turin, 1975. p. 1619. [Hay edición en español
con el título de Cuadernos de la cárcel, Juan Pablos, México.]
129
M. Weber, Economía e societá, Edizioni di comuniti, Milán, 1961, p. 448. [Hay edición
en español con el titulo de Economía y sociedad, FCE, México.]
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136 ¿GOBIERNO DE LOS HOMBRES O GOBIERNO DE LAS LEYES?
gobierno de las leyes. Weber fue un estudioso que afirmó insistentemente que
la tarea del científico no es la de dar juicios de valor, sino comprender
(verstehen), y que sostuvo que la cátedra no es para los profetas ni para los
demagogos (dos encarnaciones del poder carismático). Considerados objetiva-
mente, el gobierno del jefe carismático y el gobierno de las leyes no son ni
buenos ni malos. Tampoco se pueden sustituir a placer uno por el otro. Son
manifestaciones diferentes de circunstancias históricas diversas, que el científico
social debe tomar en cuenta recogiendo el mayor número de datos históricos
y empíricos (bajo este aspecto Weber es insuperable) con el objeto de hacer
una teoría de las formas de poder que sea lo más completa y exhaustiva posi-
ble werfrei. En este marco podemos prescindir del problema de que Weber
como escritor político militante, tuviese luego sus preferencias, y en los últimos
años de vida cultivase el ideal de una forma de gobierno mixto que combinase
la legitimidad democrática con la presencia activa de un jefe, a la que llamó
"democracia plebiscitaria" para contraponerla a la democracia parlamentaria
"acéfala". También porque la democracia plebiscitaria, que tuvo lugar en
Alemania algunos años después de su muerte, no fue la que él había imaginado
y recomendado. De cualquier manera, Weber tiene el mérito, entre otros, de
haber puesto en sus justos términos uno de los más viejos problemas de la filo-
sofía política, transcribiendo una disputa —donde normalmente chocaron
pasiones opuestas— en una compleja construcción de filosofía política. La pre-
ferencia por una alternativa u otra es tarea del político y no del científico.
Si para concluir el análisis se me pide quitarme la vestimenta de estudioso
y ponerme la del hombre comprometido con la vida política de su tiempo, no
tengo ningún empacho en decir que prefiero el gobierno de las leyes y no el
de los hombres. El gobierno de las leyes celebra hoy su triunfo en la demo-
cracia. ¿Qué cosa es la democracia sino un conjunto de reglas (las llamadas
reglas del juego) para solucionar los conflictos sin derramamiento de sangre?
¿En qué cosa consiste el buen gobierno democrático, si no, y sobre todo, en el
respeto riguroso de estas reglas? Personalmente no tengo dudas sobre la respues-
ta a estas preguntas; y precisamente porque no tengo dudas, puedo concluir
tranquilamente que la democracia es el gobierno de las leyes por excelencia.
En el mismo momento en el que un régimen democrático pierde de vista este
principio inspirador que le es propio, cambia rápidamente en su contrario, en
una de las tantas formas de gobierno autocrático, del que están llenas las
narraciones de los historiadores y las reflexiones de los escritores políticos.
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ÍNDICE
Introducción '
I. El futuro de la democracia 13
1. Introducción no pedida 13
2. Una definición mínima de democracia 14
3. Los ideales y la "cruda realidad" 16
4. El renacimiento de la sociedad pluralista 17
5. La reivindicación de los intereses 18
6. Persistencia de las oligarquías 20
7. El espacio limitado 21
8. El poder invisible 22
9. El ciudadano no educado 24
10. El gobierno de los técnicos 26
11. El aumento del aparato 27
12. El escaso rendimiento 28
13. Y sin embargo 29
14. Apelo a los valores 30
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138 ÍNDICE
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