Eduardo Sánchez, 2000. La Esencia Del Hábito Según Tomás de Aquino y Aristóteles
Eduardo Sánchez, 2000. La Esencia Del Hábito Según Tomás de Aquino y Aristóteles
Eduardo Sánchez, 2000. La Esencia Del Hábito Según Tomás de Aquino y Aristóteles
ISSN 1137-2176
Depósito Legal: NA 1275-1991
Pamplona
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Fax: 948 42 56 36
PROEMIO ............................................................................................... 7
I. EL SENTIDO DE LOS TEXTOS ......................................................... 7
II. LOS AUTORES ELEGIDOS: AUTOR PRIMARIO (TOMÁS DE
AQUINO) Y AUTOR SECUNDARIO (ARISTÓTELES)...................... 8
INTRODUCCIÓN. DEFINICIÓN DEL HÁBITO. EL HÁBITO Y SUS
“GÉNEROS”............................................................................................................. 13
CAPÍTULO I: EL HÁBITO COMO TENENCIA (DEFINICIÓN NOMINAL)...... 17
I. DOS TEXTOS ANALÍTICOS ............................................................. 18
1. Enumeración de los sentidos del tener................................... 18
2. De la enumeración a la clasificación...................................... 20
a) Clasificación de los “modos metafísicos” del tener
(Metafísica V, 23) .............................................................. 20
b) Clasificación de los “modos antropológicos” del tener
(Categorías, 15).................................................................. 21
c) Clasificación integral ......................................................... 23
3. De la clasificación a la definición........................................... 24
a) Definición metafísica: tener es anexar al ser................... 24
b) Definición antropológica: tener es disponer libremente
de algo ................................................................................. 25
II. UN TEXTO SINTÉTICO .................................................................... 29
1. Presentación del texto.............................................................. 29
2. Comentarios al esquema ......................................................... 31
a) Comentarios terminológicos (etimología de las
palabras).............................................................................. 31
b) Comentarios lógicos (extensión y comprehensión de
los conceptos) ..................................................................... 33
4 Eduardo Sánchez
1
Tomás de Aquino, In De Caelo et Mundo I, lec. 22.
8 Eduardo Sánchez
La labor del filósofo debe ser más heurística2 que hermenéutica, esto
es, más desveladora de la realidad que interpretativa de textos. Se debe
cuidar el filósofo de convertir la hermenéutica en fin: sólo a título de
medio puede el filósofo hacer uso de ella. La filosofía no debe detenerse
en la letra. Comparto plenamente la opinión –aunque sólo parcialmente
viene al caso decirlo– de quien afirma que la filosofía, en las universi-
dades, debería ser asociada a la Facultad de Ciencias antes que a la Fa-
cultad de Letras.
Sin embargo, aunque el recurso al texto es sólo un medio, este me-
dio es del todo imprescindible. No se debe acceder a la filosofía como si
se arribara a una isla desierta. Sólo el primer filósofo de la historia está
dispensado de la consulta textual. El método cartesiano de olvido del
pasado es, además de impracticable, ingenuo: la amnesia nunca ha sido
un buen método de conocimiento. La “epoké” fenomenológica que
coloca la historia entre paréntesis para poder acceder “a las cosas mis-
mas”, sólo se justifica como un momento provisional del método3.
La visión directa de la realidad y la consulta textual son dos fases del
filosofar, a ninguna de las cuales se puede renunciar en favor de la otra.
No obstante, la visión directa tiene la primacía pues sin ella tampoco
sería posible la consulta textual de manera crítica. Porque, efectivamen-
te, frente a un texto se realizan dos operaciones mentales: la compren-
sión y el juicio, el cual, a su vez, puede ser de adhesión (por considerar-
lo verdadero) o de rechazo (por considerarlo falso). Este discernimiento
no podría realizarse si se careciese de una visión propia –lo más precaria
que se quiera– de la realidad.
2
Se utiliza el término “heurística” en su amplio e inusual sentido etimológico de
“descubrimiento de cualquier realidad”, no en el sentido estrecho y usual de “arte de
descubrir textos”.
3
Paradójicamente, la fenomenología estricta nunca alcanza a la cosa: por mejor alcan-
zar la esencia –por alcanzarla en toda su pureza– se prescinde de la existencia (“reducción
trascendental”); pero al suprimir la existencia, se anula la esencia, quedando únicamente
su idea.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 9
5
Cfr., por ejemplo, Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 2.
6
Uno de los ejemplos más claros en que Tomás de Aquino utiliza este método de
mirar la realidad a través de las letras aristotélicas se encuentra en el rechazo de la inter-
pretación averroísta del entendimiento separado: mientras demuestra que Aristóteles no
habló de un entendimiento común a todos los hombres, demuestra también que no existe
tal entendimiento.
7
Llevar la teoría “dinámico-enérgica” (potencia-acto) de Aristóteles más allá del
hilemorfismo, prolongándola hasta el ámbito trascendental de la esencia y el esse, condu-
ce también a la noción de Dios Creador y, por tanto, a la de mundo creado. La creación
del mundo es, por consiguiente, una verdad también accesible a la filosofía. Relegarla al
exclusivo ámbito de la fe, equivale a considerar la distinción “esencia-esse” como una
verdad puramente teológica.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 11
8
Polo L., Presente y Futuro del Hombre, Rialp, Madrid, 1993, cap. 1.
INTRODUCCIÓN
7
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.1, ad3.
I
1
La Metafísica, ciencia del ser, es también la ciencia de las maneras de decirlo. Buscar
el ser en el hablar no es “antropologizar” la Metafísica al modo de Heidegger, que hacía
del hombre el “lugar del ser”. El habla conduce la atención al objeto al que se refiere,
antes que al hablar mismo o que al sujeto hablante. El habla es al ser, en cierto modo, lo
que la transparencia al color: su vehículo, no su intermediario y, como ésta, tiene la facul-
tad de mostrar el ser ajeno sin mostrar el propio. “El lenguaje es por sí mismo un filósofo:
realiza por sí mismo una articulación del mundo”. Michel Villey.
2
El nombre mismo, incluso, parece ser una forma de hábito (predicamento). Tener
nombre, para quien responde a él, es más que una simple designación extrínseca.
3
Aristóteles, Categorías, cap. 15.
4
Aristóteles, Metafísica, V, 23.
5
Ibid., cap. 20.
18 Eduardo Sánchez
SENTIDOS EJEMPLOS
SENTIDOS EJEMPLOS
6
Tomás de Aquino, In Metaph., 1081.
7
Cfr. Ibid., 1083.
20 Eduardo Sánchez
2. De la enumeración a la clasificación
SENTIDOS EJEMPLOS
material: receptor
(dúctil) de formas (2)
ser sujeto
motor: imponiendo el (1) movimiento
(ductor) propio impulso violento
tener tener tener
dominante receptivo
“de-teniendo”: impidiendo el (4) quietud
impulso ajeno violenta
sujetar
“con-teniendo”: recipiente (3)
de contenidos
Según se dijo ya, los modos del haber presentados en las Categorías,
a juzgar por los ejemplos, pretenden constreñirse únicamente a los mo-
dos humanos del tener.
Tomando como criterio de clasificación a los ejemplos, siete modos
aparecen como tener de persona, y uno (el vaso de vino) como tener de
cosa. Entre los primeros, sólo uno (el hombre a su esposa) es un tener
de persona a persona. Los demás –los demás correspondientes a seis
22 Eduardo Sánchez
8
Aristóteles, Categorías, 15.
9
Aunque, entendida en un sentido más laxo, esta triada conceptual –cualidad, disposi-
ción, hábito– es también predicable de sujeto no humano.
10
Desmond Morris definió al hombre privativamente, por su desnudez: el “mono
desnudo”. Más propio hubiera sido definirlo positivamente, por su haber: el “mono
vestido”; aunque, si se viste, ya “ex-cede” al mono (y, por tanto, no “pro-cede” filialmen-
te de él).
11
A la luz de este esquema –y más todavía si se considera, por ejemplo, el modo del
tener en el que el sujeto es una vasija–se observa con evidencia que la definición de
hombre como “homo habens”, sugerida por Leonardo Polo, (Cfr. “Tener y Dar”, en
Estudios sobre la Encíclica Laborem Exercens, B.A.C., Madrid, 1987), se debe restringir
a los modos propios del tener humano: hábito (operativo), posesión y vestido. La tesis
poliana según la cual el tener constituye la diferencia específica del hombre, más radical
aún que la racionalidad –puesto que el hombre no es un animal racional sino un animal
que tiene razón–, suena extraña al reflexionar sobre la enorme universalidad del tener, al
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 23
c) Clasificación integral
grado de que casi cualquier cosa es capaz de ello. No obstante la afirmación es verdadera,
puesto que sólo el hombre es capaz de tener en el sentido fuerte de la expresión: disponer
libremente de algo. Este tener, sin embargo, es posterior a la razón, y no previo a ella. Las
maneras de tener comunes al hombre y a otros seres pueden “sobrevestirse” de humani-
dad y adquirir un modo propio del hombre. Si se consideran, por ejemplo, las partes del
cuerpo (sentido cinco) se advertirá que algunas de ellas sólo al hombre se le pueden
predicar propiamente y al resto de los animales sólo de manera análoga: tales partes son
aquellas que máximamente reflejan el espíritu, como el rostro y la mano. Si lo que se
considera es ahora el portar con las partes del cuerpo (sentido cuatro), lo mismo puede
decirse, pues sólo el hombre es capaz de portar en su cuerpo prendas a manera de adorno
o de asir en su mano objetos a manera de instrumentos o prolongaciones del cuerpo.
Solamente el tener cantidad (sentido dos) no puede adquirir un modo propio del hombre,
a menos que se diga que únicamente éste tiene estatura, mientras que el resto de las cosas
sólo tiene tamaño o altura. Pero, inversamente, si la cualidad del sentido uno del haber, se
tomara en toda su generalidad, y no sólo constreñida a la disposición y al hábito operati-
vo, entonces el tener cualidad no sería ya un haber exclusivamente humano, y se le debe-
rá dar el mismo tratamiento que a la tenencia de cantidad.
24 Eduardo Sánchez
3. De la clasificación a la definición
12
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 9 a, 4.
13
Aunque con los hábitos viciosos, más que una segunda naturaleza, se obtiene una
naturaleza de segunda.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 25
14
“Deus est quidquid in se habet”. Tomás de Aquino, CG I, 23. San Agustín, por su
parte, afirma: “(Dios) todo lo que tiene eso mismo es, a excepción de que cada una de las
personas se refiere a otra, porque el Padre tiene Hijo y, con todo, El no es el Hijo, y el
Hijo tiene Padre y, con todo, El no es Padre. En lo que se refiere a sí mismo y no a otro,
eso es lo que tiene; como a sí mismo se refiere el viviente porque tiene vida, y Él mismo
es la vida “. San Agustín, De Civ. Dei, XI, 10.
26 Eduardo Sánchez
15
En el compuesto hilemórfico la materia es más básica o radical que la forma en
cuanto que aquélla recibe a ésta, y se constituye así en el elemento más permanente del
cambio. El cambio es transformación, no “transmateriación”.
16
Aristóteles, Categorías, 15.
17
Hay quien afirma que Dios nada puede tener (porque todo lo es). Esto, como ya se
dijo, es verdad afirmado del “ad intra” divino, no así de lo externo a Él, que es en su
totalidad “sos-tenido” y “man-tenido” por Él. Más propio de Dios parece el no poder ser
tenido por nadie si previa y concomitantemente no es Él el principal poseedor. La Perso-
na divina sólo puede ser poseída por la criatura racional “pre-poseída” por Dios. Por eso,
para que la Humanidad se una a la Divinidad, fue preciso que ésta asumiera a aquélla,
siendo imposible lo inverso. Jesús es la divinidad que tiene humanidad. Jesús es un
“Dios-Hombre”, más que un “Hombre-Dios”. La humanidad de Jesús es parte de su
habencia; la Divinidad, en cambio, es su misma esencia. O, si se prefiere, dos esencias
hay en Cristo: una –la humana– la tiene; la otra –la divina– la es. La humanidad es, en
cierto modo, una habencia de Dios de manera semejante a como la gracia –divinidad
participada– es un hábito del hombre. Claro es que la fuerza con la que Dios ha asumido
su infranaturaleza humana es mayor que aquella con la que el hombre asume su sobre-
naturaleza divina (la gracia), porque aunque Cristo es más Dios que hombre, es no obs-
tante, tan hombre como el hombre. Es mayor, por tanto, la humillación de Dios al hacerse
hombre que la elevación del hombre al adquirir la gracia.
18
Tomás de Aquino, STh., I, q.38, a.1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 27
19
Ibid.
20
Ibid., I, 29,3.
21
“He aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismos, y no por
otros, se dirijan hacia el bien”. Tomás de Aquino, Super Epist. S. Pauli. Ad Rom., c.2,
lec.3, 217 .
22
El prefijo “per” intensifica o consuma la acción del verbo al que precede, como
puede verse en las palabras castellanas “seguir” y “per-seguir”; o en las latinas “factum”
(hecho) y “per-factum” (terminado), o “ire” (irse) y “per-ire” (morirse), o “venire” (venir)
y “per-venire” (llegar), etc.
23
De aquí que mientras la propiedad privada se debe defender y difundir, la esclavitud
se debe condenar y abolir. “Quiso Dios –dice San Agustín– que el ser racional sólo
dominase sobre el irracional, mas no quiso que fuese señor el hombre del hombre”. San
Agustín, De Civitate Dei, 19, 15.
24
Platón, Crátilo, 393 b. Existe un modo de tener una persona a otra, adecuada a la
dignidad tanto de la persona tenida como de la tenedora. Ciertamente el disponer de
alguien cuando se quiere es ofensivo a su dignidad, pues supone una tenencia de señor a
esclavo, quedando la persona tenida reducida a la condición de “instrumento viviente” o
de “máquina animada” (cfr. Ética 8, 11). Pero el contar con alguien cuando se le requie-
re es una forma de tener proporcionada al valor de la persona. Es una tenencia de amigo
a amigo. Son los dos polos de la relación humana: la esclavitud (disponer “ad libitum” de
alguien) y la amistad (contar incondicionalmente con alguien). En este último sentido –
contar con alguien– no hay nadie más capaz de ser tenido que Dios ni nadie más dispues-
to a tenerle que el hombre. Por esto Tomás de Aquino termina –es su última frase– el
tratado de la felicidad de la “Summa Theologica” definiendo al hombre feliz no en térmi-
28 Eduardo Sánchez
nos operacionales sino en términos tenenciales: “beatus est qui habet omnia quae vult”.
Más aún, puede haber tenencia de persona a persona, proporcionada a la dignidad de
ambas −de tal manera que una disponga libremente de la otra−, siempre y cuando sea el
resultado de una libre donación mutua. Mediando el amor, el “disponer de alguien” se
suaviza y se convierte en el “contar con alguien”. Ser esclavo de quien se ama y se es
amado es una forma de libertad.
25
Platón, Las Leyes I, in princ.
26
Tomás de Aquino, De Malo, q. VI, a. único, corpus. Tomás de Aquino, STh., q. 49,
a. 3, sed contra; q. 50, a.1, obj.; 1a. 6, corpus; et passim.
27
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaph.,. nº 1081.
28
Cfr. Ibid., nº 1082.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 29
nio)– sólo se encuentran dos formas, el (a) hábito operativo (1c) y el (b)
hábito categorial (1m), que se refiere tanto al vestido (3c) como al resto
de las posesiones (7c).
Hay, además, un tener imperfecto (II) por carecer de alguna de las
tres propiedades del tener perfecto indicadas en el párrafo anterior. Y,
así el tener es imperfecto o bien por ser un tener “secundum quid” (A),
como el tener violento connotado en el control tiránico (1m), en el con-
tener (3m), y en el detener (4m); o bien por ser un tener en sentido am-
plio (B) como el tener a una persona (8c) o a cualquier otro ser sólo por
constituir el término de una relación cualquiera; o bien, finalmente, por
tratarse de un tener metafórico o puramente conceptual (C) en el que se
produce una inversión entre el teniente y lo tenido, ya de tal modo que
lo tenido sea tomado como teniente –como cuando se afirma que la
enfermedad tiene al hombre (1m)– o ya de tal modo que el teniente sea
tomado como tenido, como cuando se afirma que la criatura tiene al
Creador. (El caso inusitadamente real en el que el Creador –por septi-
forme autodonación– se pone a disposición de su criatura puede asimi-
larse al tener de una persona a otra, recién consignado arriba ).
SENTIDOS EJEMPLOS
30 Eduardo Sánchez
“aliquid habere”
(postpredicamental)
relación un amigo
“se habere”
(subpredicamental)
2. Comentarios al esquema
gua. No ocurre lo mismo con la expresión reflexiva del haber (“se habe-
re”), cuya traducción (“tener-se”) es poco usual en el castellano.
Más inteligible resulta en este caso –como en muchos otros– traducir
“habere” por el verbo “portar”31, el cual, además de admitir tanto el uso
transitivo (portar algo) como el reflexivo (“portar-se”, “com-
portarse”)32, mantiene la connotación moral de la expresión “se habere”
y conserva su sentido de posesión de sí (para “portar-se”, hay que “po-
seer-se”)33.
No obstante, debe admitirse una interpretación menos antropológica
para dar cabida a los hábitos entitativo corpóreos –salud, fuerza, belle-
za– que no exigen para existir de la capacidad reflexiva. En efecto, tam-
bién se admite el uso de verbos intransitivos referidos a seres irraciona-
les: un animal se sienta, se encuentra enfermo, etc. Los animales son
incapaces de “en-si-mismamiento” reflexivo y, por tanto, de “en-ti-
31
El “habere” latino, es su tránsito al castellano, perdió una parte de su campo semánti-
co. El haber castellano es insuficiente para traducir todo lo que el latín quiere decir con el
verbo “habere”. Al traducir este verbo al idioma español es necesario recurrir a otros
verbos de raíz diversa –tener, poseer, portar, etc.– para suplir la pérdida semántica. Aun-
que parezca extraño, “to have” –el “haber” inglés–, conserva más fielmente el sentido del
“habere” latino, pues significa simultáneamente haber y tener. En su paso al castellano
“habere” se convirtió o bien en un verbo inconjugable, aunque temporalizable: “hubo,
hay, habrá”, cuyo sentido es trascendental –sinónimo de existir–, aplicable incluso a Dios
(“hay Dios”) (hay que hacer notar, sin embargo, que muchos hispanohablantes no se han
enterado del carácter inconjugable del “haber” así entendido, y por eso es frecuente
expresiones incorrectas tales como “habemos muchos” o “hubieron varios”); o bien en un
verbo conjugable, pero de valor meramente auxiliar (“yo he amado”). El uso del “haber”
como auxiliar encierra, sin embargo, un cariz metafísico, porque colocado entre el sujeto
y su acción (yo he amado), indica que el haber es lo más inmediato al sujeto y, por tanto,
lo más íntimo a él. Entre el sujeto y lo que en él inhiere está el haber. Nada, empero, se
encuentra entre el sujeto y la habencia, “porque esto –dice Aristóteles– sería incoar una
progresión hacia el infinito”. Aristóteles, Metafísica, V, 20.
32
En los saludos verbales, que normalmente son interrogaciones acerca del estado
habitual de la persona (la salud misma, de cuyo nombre deriva el vocablo “saludar”, es un
hábito), se utilizan en reflexivo verbos cuyo significado más usual es transitivo. Fórmulas
salutatorias frecuentes son: “¿cómo te encuentras?”, “¿cómo te va?” e, incluso, “¿cómo te
portas?” En latín el verbo “haber” en reflexivo también era usado en preguntas de saludo:
“qualiter tu te habes?” (cfr. nota de STh., I-II, q 49, a.1.; B.A.C. Maior). Un vestigio de
este uso salutatorio del verbo haber, lo tenemos en la expresión castellana “¿Qué hubo
le?”.
33
Los animales, por no ser reflexivos, no “se portan”; y, por no ser reflexivos ni socia-
bles, menos aún “se com-portan”; y, por faltarles dignidad, carecen de “im-portancia”.
Sólo el actuar libre humano es “comportamiento”; el actuar “conducido” –por los instin-
tos– es, en cambio, “conducta”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 33
34
Aristóteles, Metafísica, V, 23.
34 Eduardo Sánchez
35
“Nulla criatura est suum esse, sed est habens esse”. Tomás de Aquino, Quodl., 1.2, q,
a.3.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 35
“Habere esse” es una modalidad sui generis del “habere aliquid” sin
medio entre el teniente y lo tenido. Es por eso improcedente afirmar que
entre la esencia y la existencia del ser finito se encuentra la “habencia”.
El haber no rompe la inmediatez ontológica de la substancia y su “esse”,
pero sí rompe la identidad entre ambas, la cual corresponde sólo al ente
infinito. Esta “capacidad” de “romper” la identidad esencia-esse es un
signo de que esta habencia no es un mero ente de razón, como podría
hacer pensar el hecho de que no rompe la inmediatez de la esencia y su
ser.
El “habere esse” del ente finito es tanto una tenencia trascendental
–“meta héxis”– como una tenencia parcial “habere partem”36 . Por esta
razón la “méthexis” es “participatio”. El “tener ser” del ente contingente
se reduce en última instancia al “sos-tener” de Dios a la criatura. El “ser
tenido” del ente necesitado consiste en “ser sostenido” por el ente nece-
sario.
Todas estas consideraciones inducen al planteamiento acerca de la
prioridad entre el ser y el haber. En otras palabras: ¿qué es primero, el
ser o el haber?
Esta pregunta exige una respuesta gradual. En primer lugar, es obvio
que en el plano predicamental el ser precede al haber: nadie puede tener
si antes no es. Primero ente que teniente. Algo tiene porque es (“habet
quia est”).
Pero retrotrayendo la cuestión a un nivel más radical, los términos se
invierten o, al menos, se igualan, puesto que el ser contingente –
antónimo del necesario y, por tanto, sinónimo del necesitado– es porque
tiene ser (“est quia habet esse”). De este modo, el análisis del ser con-
tingente revela un doble nivel de haber: uno, consiguiente al ser y, otro,
anterior –o, al menos, simultáneo– a él. Puede ser representada gráfica-
mente así: “haber-ser-haber” la estructura “onto-héxica” del ser contin-
gente.
Pero no termina aquí la secuencia: la precedencia del haber sobre el
ser no puede ser la última palabra. Ni siquiera la simultaneidad es satis-
factoria. El ser es el acto primero y todo los demás es, con respecto a él,
secundario. La precedencia relativa del tener sobre el ser en el ámbito de
lo contingente es indicativa de un ámbito superior en donde el ser ya no
es, a su vez, habido. El “habere esse” del ser contingente –ser indigente–
está precedido y mantenido por el “esse inhabido” del ser necesario.
36
“Omne quod participatur partialiter habetur”. Tomás de Aquino, CG., I, 32.
36 Eduardo Sánchez
I. EL GÉNERO CUALIDAD
SENTIDOS EJEMPLOS
1
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 8b, 25.
38 Eduardo Sánchez
SENTIDOS EJEMPLOS
3
Tomás de Aquino, In V Metaph., lec. 16.
4
Cfr. Ibid., 995.
5
Cfr. Ibid., 998.
40 Eduardo Sánchez
2. Un texto sintético
Determinación de la
potencia de la materia
según el ser sustancial
(cualidad sustancial)
Cualidad
(modo de la
sustancia)
6
Tomás de Aquino, STh., I-II, q.49, a.2.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 41
7
Es claro que esta relación interpredicamental, con base en la cual se divide interna-
mente el concepto de cualidad, sólo puede ser una relación trascendental –relación “se-
cundum dici”– pues no es posible que lo interpredicamental sea simultáneamente intra-
predicamental.
42 Eduardo Sánchez
8
Ibid.
9
Tomás de Aquino, In VII Metaph., 1270
10
Ibid., 1275. Por esta pluralidad significativa del término substancia se explica la
aparente paradoja de que el máximo ser substante sea, simultáneamente, el único ser
metacategorial, es decir, trascendente a todos los predicamentos. “Porque eres Tú, Dios
mío, un ser admirablemente simple e inmutable, y yo, creyendo que los diez predicamen-
tos comprendían absolutamente todo lo que existe, me esforzaba en entenderte como si
fueras Tú también el sujeto de tu grandeza y de tu hermosura, de manera que esos atribu-
tos estuviesen en Tí como en un sujeto, siendo así que eres tú mismo tu grandeza y tu
hermosura”. San Agustín, Conf., 4, 16.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 43
11
Ibid., 1247.
12
Aristóteles, Metafísica, V, 4. Bk 1015 a, 14.
13
No es exacto afirmar que la segunda especie de cualidad –la potencia activa– hace
referencia al inicio de la acción, mientras que la tercera –la cualidad pasible– se refiere al
término de ella. Esa es efectivamente la distinción entre lo activo y lo pasivo, pero no lo
es entre lo activo y lo pasible. “Pasible” no es lo mismo que “pasivo”. Lo pasible es lo
“padecible”, es decir, lo que origina una pasión, no la pasión misma. Por tanto, las cuali-
dades pasibles –o, al menos, una gran parte de ellas– son origen de pasión (psíquica), no
término de acción. Las cualidades pasibles –guiadas por el texto de Categorías 8– pueden
clasificarse en cualidades pasibles físicopsíquicas (cualidades de sensación) y cualidades
pasibles psicosomáticas (cualidades de sentimiento). Las primeras son aquéllas que se
encuentran en los cuerpos exteriores en cuanto objetos del conocimiento sensible (color,
temperatura, sabor); mientras que las segundas son, por un lado, el temple pasional innato
(cólera, furor) derivado de la complexión corporal, y, por otro lado, las manifestaciones
somáticas (rubor, palidez) derivadas de ese mismo temple pasional.
14
Más radical aún –aunque esto sería válido para cualquier cualidad material y no sólo
para la figura– sería decir que, con respecto a la cantidad, la cualidad es coprincipio,
puesto que es ésta la relación entre la materia y la forma, de la cual son trasunto la canti-
44 Eduardo Sánchez
18
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.2, ad1.
46 Eduardo Sánchez
19
No se puede, por tanto, combatir el formalismo de la ética kantiana (mediante la
axiología), aplaudiendo al mismo tiempo el apriorismo (es decir, la independencia de la
moral respecto de la physis), como hace Scheler. El valor, lo mismo que el bien, es la
relación trascendental –adecuación trascendental– entre la forma o natura (causa final
intrínseca) y el fin (causa final extrínseca).
20
Según Scheler, “los valores son independientes en su ser de sus depositarios”. M.
Scheler, El formalismo en la ética y la ética material de los valores, sec. 1, cap. 1. Esta
independencia, sin embargo, no puede ser tan radical si es verdad, como afirma Aristóte-
les, que “si no hubiera substancia primera, nada existiría”. Aristóteles, Categorías, 5. Bk,
2b, 6. En efecto, todo es substancia primera o está en una substancia primera (los acciden-
tes) o se dice de una substancia primera (la substancia segunda, los “accidentes segundos”
y, en general, los universales abstractos). En alguno de estos tres lugares se encuentran los
valores, luego no son tan independientes de la substancia primera, la cual, finalmente, es
la “depositaria” de ellos. Más radical aún es la afirmación orteguiana de que “los valores
son cualidades irreales residentes en las cosas”. J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?,
Revista de Occidente, 4. “Busquemos –dice él– en el traje, con los ojos de la cara, su
elegancia. Vana pesquisa”. Es este el argumento típico del empirismo; con él negó Hume
la causalidad. Sólo un empirista identifica lo invisible con lo irreal. La invisibilidad de los
valores es, precisamente como dice Ortega, “para los ojos de la cara”, mas no es una
invisibilidad absoluta: “pulcher est quo ad visum placet”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 47
logía es, pues, sólo una porción de la axiología: la axiología del valor
primario accidental intrínseco.
El valor –como sinónimo que es de la bondad– se extiende y aun re-
basa a todas las categorías; mientras que el hábito, por el contrario, se
mantiene dentro de los límites de la cualidad.
El carácter transcategorial del valor –del bien– es claramente subra-
yado por Aristóteles cuando afirma que “el bien se toma en tantos senti-
dos como el ente, puesto que se predica de la substancia, como Dios y la
inteligencia; y de la cualidad, como las virtudes; y de la cantidad, como
la medida; y de la relación, como lo útil; y del tiempo, como la ocasión;
y del lugar, como el domicilio conveniente, y de otras cosas semejan-
tes”21. Con razón afirma Ortega que “el problema del ser tiene un equi-
valente en extensión y en dignidad: el problema de los valores”22.
Por camino diverso se puede llegar a mostrar lo mismo, esto es, que
el valor-contravalor es el “quasi género” del hábito bueno-hábito malo.
El valor, en efecto, es el bien adecuado23 a la naturaleza (especialmente
a la naturaleza humana), mientras que el hábito bueno es el bien ade-
cuado e inherente a la naturaleza; y lo mismo dígase –mutatis mutan-
dis– del polo negativo de ambos conceptos: el contravalor y el hábito
malo.
El valor (o disvalor) es cualquier característica de un sujeto en rela-
ción de conveniencia (o disconveniencia) con la naturaleza de otro o del
mismo sujeto. Más brevemente expresado tomando como modelo la
formulación de la definición aristotélica de potencia24: valor es la con-
veniencia de un sujeto con otro, o con el mismo en cuanto otro. El valor
es hábito –la axiología es hexiología– cuando la relación de convenien-
cia (o inconveniencia) es del sujeto consigo mismo, es decir, cuando el
sujeto portador de la cualidad es el mismo con cuya naturaleza se com-
para en relación de adecuación o inadecuación (conveniencia o incon-
veniencia).
Como puede observarse, el sujeto tiene una doble importancia en la
axiología (en contra de lo que piensa la axiología fenomenológica, que
21
Aristóteles, EN, I, VI. Bk, 1096 a 21-26.
22
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4.
23
“Un tomista mexicano, el Dr. Oswaldo Robles, encuentra en la noción tomista de
bien adecuado un sinónimo preciso del valor”. A. Basave Fernández del Valle, Filosofía
del Hombre, Espasa Calpe Mexicana, 8ª edición, México, 1990, 164.
24
Cfr. Aristóteles, Metafísica, V, 15.
48 Eduardo Sánchez
25
Cfr. Tomás de Aquino, Sent., 3, dist. 23, q.1, a.1, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 49
valores es, en cambio, infinito. Se puede hablar con toda propiedad del
valor de un animal o de un vegetal o de un mineral (el oro, por ejem-
plo). El sujeto de inherencia de los hábitos, por su parte, no es tan uni-
versal, sino que es tan restringido como su sujeto de referencia: el hom-
bre (principalmente), puesto que ambos sujetos son el mismo. Podría,
por tanto, definirse el hábito –para distinguirlo del valor– como cuali-
dad buena o mala en orden a la naturaleza del mismo sujeto portador.
O, en términos axiológicos, hábito es el valor para la naturaleza del
mismo sujeto portador.
El hábito (héxis) –y sobre todo la virtud (areté)– es un concepto
eminentemente antropológico, sin que esto obste para que algunas dis-
posiciones quasi habituales puedan aplicárseles a otros seres. En el in-
terior del hombre mismo no todos los hábitos se predican con igual
propiedad: los hábitos de su alma son más plenamente hábitos que los
de su cuerpo. Los mejores hábitos del hombre –las virtudes– no son
predicables del animal ni siquiera por analogía de atribución. Cualquier
predicación de la virtud sobre sujeto no humano siempre será metafóri-
ca (la “virtud” del ojo, la “virtud” del caballo)26.
La “aretología” aristotélica (no es otra cosa su ética) es axiología –y
hexiología– “endopsíquica”. El alma es el lugar de la virtud. Pero así
como el alma no es todo el hombre, así la “aretología” no es toda la
“hexiología”: hay en efecto, hábitos fuera del alma que, empero, están
dentro del hombre por radicar en su cuerpo. La hexiología, por tanto, se
mantiene dentro de los límites de la antropología (aunque la hexiología
psíquica es extensible a la angelología y la hexiología somática a la
zoología); la axiología, en cambio, los desborda hasta la ontología. Así
entendido, vuelve a confirmarse que “el problema del ser tiene un equi-
valente en extensión y en dignidad: el problema de los valores”27.
La axiología, en efecto –trasladada a un contexto metafísico intelec-
tualista28– comienza en el plano trascendental. De los seis trascendenta-
les tradicionalmente enumerados –realitas, alquiditas, unitas, veritas,
bonitas, pulchritudo–, cinco de ellos son propiedades del ente, quedan-
do fuera el trascendental “res”, por no añadirle nada a la noción de ente.
Y, de éstas, solo cuatro –unum, verum, bonum, pulchrum– son propie-
26
Cfr. Aristóteles, EN, II, 6. Bk, 1106 a, 17-18.
27
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4. Cfr. nota 22.
28
Expresión de Octavio Nicolás Derisi en Max Scheler: ética Material de los Valores,
Magisterio Español, 185.
50 Eduardo Sánchez
29
La unidad es axiológica sólo en cuanto se opone a división –ruptura–, que es un
contravalor, y no en cuanto se opone a multiplicidad.
30
En la axiología scheleriana el valor y el bien no se identifican, pero aún en este
contexto no hay noción más afín a la de valor que la de bien. Según Scheler el bien es el
valor en la realidad (“in re”) y, viceversa, el valor es el bien en la idealidad. Esta distin-
ción, desde el punto de vista terminológico, es un convencionalismo dentro del lenguaje
scheleriano, pues no tiene fundamento en el hablar cotidiano. Desde el punto de vista
conceptual, el valor y el bien, más que diferir en el significado, difieren en la referencia
(“suppositio”): uno connota al sujeto y otro prescinde de él. Es erróneo dar prioridad a lo
abstracto (valor) sobre lo concreto (bien), como hace la axiología fenomenológica: el bien
no es un valor concretado; mejor sería decir que el valor es un bien abstraído. Así como
Aristóteles llama “primera” a la substancia concreta y “segunda” a la substancia univer-
sal, así también lo concreto es el valor (o el bien) “primero” y lo abstracto es el bien (o el
valor) “segundo”. Cosa distinta es que, en el ámbito operativo, el bien sea anterior al ser
como el fin lo es a la forma; y que, por tanto, haya una cierta excedencia –precedencia–
del bien sobre el ser. Cfr. Tomás de Aquino, STh., I, q.5, a.2, ad. 1 et 2. Pero la primacía
de lo intencional sobre lo real en el ámbito operativo es interpretado –por los fenomenó-
logos axiológicos– como una primacía del valor abstracto sobre el bien concreto en el
ámbito ontológico. El valor así considerado ha sido abstraído “per modum formae” –“ad
more geometrico”–, por eso no tiene nada de extraño que se compare tan insistentemente
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 51
los valores a los entes matemáticos. Cfr. J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4–. La
diferencia entre el valor y el bien para estos axiólogos es análoga a la distinción tomista
entre el número “desligado” –“numerus absolutus”– y el número “in rebus”. Cfr. Tomás
de Aquino, STh., I, q.30, a.1, ad 4. Pero si por el contrario se inyecta la axiología en la
ontología, el valor se identifica con el bien; aunque quizás aquél añada a éste un cierto
matiz conceptual, pues mientras el bien es el ente en cuanto perfecto, el valor es el ente en
cuanto perfecto y en cuanto perfectivo (de una naturaleza).
31
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4.
52 Eduardo Sánchez
Verdad
cuerpo ambiental
Externos compañía
Esfera Valores sociales
privada y familiares
alma amistad
salud
belleza
Valores intelectuales verdad
hábitos
intelectual Valores estéticos belleza
alma: virtud
moral Valores morales bondad
teologal Verdad
Valores religiosos Belleza
Bondad
Belleza
circular. El esquema se cierra con los mismos valores con los que se
abrió. Esto indica que las virtudes encierran –objetual, no extensional-
mente– a todos los valores. Aunque las virtudes por el lado del sujeto se
cierran en el hombre (constituyendo así sólo una parte del mundo de los
valores), por el lado del objeto se abren a toda la axiología. Por eso,
quien educa para la virtud está cuidando todos los valores.
La axiología es agatología “ad hominem”, es decir, bondad acorde a
una naturaleza (principalmente la naturaleza humana); y la hexiología es
axiología “in homine”, es decir, un valor existente en un sujeto (princi-
palmente el hombre). Pero ni el “ad hominem” ni el “in homine” relati-
vizan los valores al modo del “homo-mensura” protagórico. Relacionar
no es relativizar. El “ad hominem” aquí empleado no es relativizante
porque se refiere “ad naturam hominis” (no “ad voluntatem hominis”).
Todo valor tiene, por tanto, una dimensión antropológica (en esto difiere
del trascendental bien o bondad ontológica, que es más teocéntrico que
antropocéntrico); el hábito, por su parte, es doblemente antropológico,
pues no sólo tiene la referencia al hombre –común a todos los valores–
sino también la inherencia en él.
No obstante aunque haya axiología y hexiología extrahominal, el
esquema es antropocéntrico, por ser el hombre el sujeto por excelencia
de ambas. La axiología y la hexiología son estudios exclusivamente
antropológicos por elección, no por necesidad, porque el hombre no es
el único sujeto posible de valores y hábitos. La salud, por ejemplo, que
es al mismo tiempo un valor biológico y un hábito entitativo, es una
cualidad animal y, por tanto, extensible a toda la zoología; sin embargo,
el estudio de la salud como valor y como hábito tiene interés sólo si se
considera en orden a la naturaleza humana. Ocurre lo mismo con la
medicina, que es un estudio teleológicamente hominal, aunque –por
extensión genérica– sea aplicable a otros seres vivos. El valor, más aún
que el hábito, suele ser presentado como el correlato de la dignidad y,
por tanto, suele ser definido en función de las personas: “valor es todo
aquello que contribuye al desarrollo de las personas”32. Todas las clasi-
ficaciones y tabulaciones jerárquicas de los valores están también en
correspondencia biunívoca con las diversas dimensiones de la naturale-
za humana. No obstante, esta reducción al hombre es puramente prefe-
rencial en lo que se refiere a valores y hábitos corporales. Aunque el
32
C. Llano Cifuentes, Dilemas Éticos de la Empresa Contemporánea, Fondo de Cultu-
ra Económica, 1ª edición, México 1997, 93.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 55
33
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.2, ad 1
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 57
de la idea sobre el ser) sea sólo relativa –al modo como en el orden
práctico la idea antecede a su realización–; pero es inaceptable si se le
otorga una prioridad absoluta, olvidando que el orden práctico depende
del especulativo y que aquí, en el orden especulativo, el ser precede a la
idea, y el bien real al bien ideal. La virtud es la encarnación del valor si
–y sólo si– el valor es la abstracción del bien o, con otras palabras, si el
ideal precede a su realización es porque previamente el ideal se extrajo
de lo real. La “agatología” (estudio ontológico del bien) es anterior a la
axiología, y la metafísica a la fenomenología. Según esta manera de ver
las cosas, el valor es el momento intermedio entre el bien real (del cual
deriva como lo abstracto de lo concreto) y el bien por realizar (al cual
precede como lo ideal a lo real). Aunque todo esto es aceptable, parece
más sencillo y realista quitarle al valor esta posición neutral y hacerlo
sinónimo de la noción de bien.
34
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 9a, 2-4.
35
Tomás de Aquino, STh., I y II, 53, 1, ad 1. La expresión “sicut natura” aparece en la
objeción a la que este texto responde.
36
Tomás de Aquino, STh., II-II, 123, 9, corpus.
37
Tomás de Aquino, De virtutibus in communi, a 1, corpus.
60 Eduardo Sánchez
Cabría pensar que para ser cualidades “per modum naturae” o cons-
titutivas de naturaleza segunda –posibilidad reservada a las cualidades
de la primera especie– se requiere, como condición previa, no ser “qua-
litates naturales” o cualidades pertenecientes a la naturaleza primera,
porque lo que viene integrado –lo “inveniente”– en la naturaleza primi-
tiva no puede luego advenir como naturaleza segunda. Según este modo
de ver las cosas, lo propio de esta especie de cualidades es, además de
su permanencia y agilidad, su carácter adventicio o adveniente.
Sin embargo Tomás de Aquino rechaza esta conclusión y desaprue-
ba a Simplicio por haberla extraído38. Simplicio contradivide a la se-
gunda, tercera y cuarta especies de cualidad frente a la primera especie,
llamándoles “naturales” a aquéllas y “adventicias” a ésta. Tomás de
Aquino responde que los miembros de esta división no son mutuamente
excluyentes, ya que dentro de las cualidades de la tercera especie hay
cualidades adventicias, y dentro de la primera especie hay cualidades
naturales. Como ejemplo de cualidades naturales de la primera especie
menciona Tomás de Aquino la salud y la belleza. No mencionó ejem-
plos de cualidades adventicias dentro de la tercera especie (“qualitates
passibiles”), pero no es difícil encontrar algunas: el color moreno de una
piel oscurecida por el sol, o la aspereza de unas manos curtidas por el
trabajo, etc.
Así, según Tomás de Aquino, lo inveniente (natural) no es un im-
pedimento ni lo adveniente un requisito para pertenecer a la primera
especie de cualidad. Lo verdaderamente propio y distintivo de esta
especie es su carácter de conveniente o disconveniente con la naturale-
za. Esta relación de conveniencia o disconveniencia con la naturaleza
presenta además la ventaja de ser disyuntiva y explicar así la aparición
del binomio axiológico “bueno-malo”, el cual quedaba sin explicación
con la distinción simpliciana “inveniencia-adveniencia” (o “natural-
adventicio”).
Debe hacérsele justicia a Simplicio y admitir que el concepto de
conveniencia (y, por tanto, el de disconveniencia), supone el de adve-
niencia: lo que conviene o es conforme a la naturaleza es distinto de la
naturaleza con la cual conviene o se conforma. Tomás de Aquino mis-
38
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 2.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 61
39
Tomás de Aquino, In II Ethicorum, lec. 5, Marietti, 304.
40
Otro intento de conciliar a Tomás de Aquino con Simplicio en este punto es recu-
rriendo a la distinción tomista entre naturaleza individual y naturaleza específica. Cfr.
Tomás de Aquino, STh., I-II, 51,1. La salud y la belleza son hábitos naturales únicamente
“secundum naturam individui”, pero no “secundum naturam speciei”. Mas esto es solo
una solución momentánea, pues ahí mismo Tomás de Aquino admite hábitos naturales
también “secundum naturam speciei”, con lo cual nada se ha avanzado. La solución
radical –que concilia a Tomás de Aquino no sólo con Simplicio, sino también consigo
mismo– parece ser otra. Tomás de Aquino admite en la Summa hábitos “a natura” (I-II,
49, 2; pero, sobre todo, 51, 1), sin ninguna contradicción con lo dicho por él mismo en su
Comentario a Aristóteles (In II ethic lect. 1 y lec. 5, 304), debido a que el concepto de
hábito tiene diversa extensión en un texto y en otro y, por tanto, también la expresión “a
natura” está tomada con significado diverso. En efecto, en el “Comentario” se habla sólo
de hábitos operativos (“virtutes et malitiae”) y la expresión “a natura” significa “proce-
dente de la naturaleza sin mediación de la libertad”; lo opuesto a este sentido es lo “se-
cundum aut contra naturam” de los hábitos operativa y libremente adquiridos. En la
“Summa”, en cambio, se habla de todo tipo de hábitos –hábitos “in ordine ad formam”
(entitativos) y hábitos “ad operationem” (operativos)– y aquí “a natura” significa “lo
procedente de la naturaleza sin ayuda de nada exterior”, y la expresión opuesta es ahora
“a principio exteriori”. En ambos casos los hábitos son “deuterophysis”: en el primero,
procedente de la “protophysis” a través de sus operaciones (libres); en el segundo, proce-
dente directamente de la “protophysis” antes de cualquier operación. Existen, por tanto,
hábitos antecedentes a la operación (o hábitos “a natura”) y hábitos consiguientes a ella.
Pero aún los hábitos anteriores a la operación son posteriores –consiguientes– a la natura-
leza. Un hábito, por muy “a natura” que sea, es siempre adventicio a la naturaleza. En
otras palabras: los hábitos naturales sólo son naturales desde el punto de vista de la causa
eficiente (origen), pero desde el punto de vista de causa formal son siempre adventicios:
los hábitos son forma sobre forma, aunque la forma sobreveniente se haya originado “a
natura”.
62 Eduardo Sánchez
41
Tomás de Aquino, STh., I-II, 58, 1. El texto entre guiones no pertenece al texto
tomista.
64 Eduardo Sánchez
42
“Semper enim quod naturalis est, prius est”. Ibid., I-II, 49, 2, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 65
I. LA DISPOSICIÓN TÁXICA
1. El “ordo partium”
1
El orden precede a la orden, tanto desde una perspectiva psicológica: al “dar una
orden” se pretende antes “imponer un orden”; como desde una perspectiva ética: sólo el
orden justifica la orden, por eso la ley, antes que ser una orden, es una ordenación de la
razón. El orden –además de anterior– es más universal que la orden, pues aquél se impo-
ne sobre cosas y personas; mientras que las órdenes –medio para imponer el orden–
solamente recaen sobre personas. El sujeto “hipo-táxico” (el “sub-ordinado” o sujeto
receptor del mandato “supra ordinante” o “epitáxico”) sólo puede ser una persona.
2
Aristóteles, Metafísica, V, 19. Bk, 1022 b, 1. Es frecuente escuchar que el orden es la
disposición de las partes hacia el fin. Esto, sin embargo, introduciría un círculo vicioso en
las definiciones: no puede definirse la disposición como un orden y, posteriormente, al
orden como una disposición.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 69
3
Tomás de Aquino, In V Metaph., lec. 20, nº 1060.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 71
4
Aristóteles, Metafísica, V, 19.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 73
Definición de tipo de “lugar” o “topos” Tipo de disposición Tipo de disposición Tipo de disposición
Disposición orden de la disposición según la “expositio” según la “summa” por categorías
6
Tomás de Aquino, In I Ethicorum, Proemio. Marietti, nº 1.
7
¿Cuál es la diferencia entre el orden que los griegos llaman “táxis”, y el orden llama-
do por ellos mismos “cosmos”? Tres diferencias destacan principalmente:1. ”cosmos”
designa el orden del “todo total”; “táxis”, en cambio, significa un “todo parcial”; 2.”
cosmos” es un tipo de orden debido; “táxis” es cualquier acomodo; 3. “cosmos” es, sobre
todo, el orden procedente de separar lo caótico (distinguir lo confuso); “táxis”, en cambio,
es, predominantemente, el orden que resulta de unir lo disperso (unificar lo distinto). Más
adelante se verá, sin embargo, que hay “táxis” disgregantes.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 75
8
Cfr. Tomás de Aquino, Expositio Ethicorum, II, lec. 1, Marietti, 249.
9
En el arte existen dos fases: la productiva y la contemplativa. Estas dos fases pueden
desarticularse en tres elementos: el artista, la obra y el espectador. El artista requiere de un
hábito productivo, lo mismo que el espectador requiere de un hábito contemplativo. Sólo
faltaría ahora hablar de hábito en el ámbito de la misma obra. Y esto se puede hacer si se
considera el arte como una segunda naturaleza del mundo. La fenomenología ha intenta-
do poner de manifiesto que el mundo es, de alguna manera, una parte integral del ser
humano. El hombre, a diferencia del resto de los seres, es un ser que posee (habet) un
mundo, un mundo circundante hacia el que está esencialmente abierto y con el cual está
en continua interacción. Cada hombre –diría Ortega– es un “yo circunstanciado”, circuns-
tanciado por un mundo. Si el hombre posee hábitos en su alma y en su cuerpo, ¿por qué
no podrá poseerlos también –amplificando la analogía de la noción de hábito– en su
circunstancia? Porque “El término tener (hábito) se emplea de muchas maneras”, dice
Aristóteles, Categorías, 15. Una de estas maneras, según el mismo Aristóteles, se refiere
“a lo que rodea”. Hábito es, por tanto, también “lo circundante”. Claro que Aristóteles se
refirió al vestido, que es el envolvente más cercano. Pero nada impide que se consideren
otros envolventes más remotos: más allá del hábito (vestido) está la habitación y, am-
pliando más aún el círculo, está el habitat. Pero no todo lo circundante al hombre es parte
de su poseer (hábito), sino sólo aquello sobre lo que ha ejercido ya un cierto dominio. Por
eso Aristóteles menciona la vestimenta como primer envolvente, que es un producto del
arte, y no al aire atmosférico. La forma artística –bella o útil– es una segunda naturaleza
que el hombre imprime sobre la naturaleza prima y que pasa a formar parte de su propio
mundo circundante. Cfr. L. Polo, Etica: hacia una versión moderna de los temas clásicos,
Aedos-Unión Editorial, Madrid, 1995, 2ª ed., 1997.
76 Eduardo Sánchez
10
Vid. Millán Puelles, voz “Analogía”, en “Léxico Filosófico”. Esta analogía graduada
es la que se ha puesto de manifiesto en el interior de la categoría cualidad, cuyas especies
están ordinalmente numeradas según el grado de propiedad con que el género –cualidad–
se predica de ellas. Lo mismo ocurre, a su vez, en el interior de los hábitos, que están
graduados según la firmeza de su arraigo. Y, finalmente, “lo mismo ocurre –dice Tomás
de Aquino– con la división de las virtudes en diversos géneros de virtudes, porque el bien
de la razón no se encuentra según el mismo orden en todos”. Tomás de Aquino, STh, I-II,
q. 61, 1, ad 1.
11
Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 1, ad 3.
12
Cfr. Ibid., I, 14, 12, ad 1.
13
Se escribe “in homo” en lugar de “in homine” sólo para resaltar la analogía.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 77
14
A. Millán Puelles, La Formación de la Personalidad Humana, segunda parte, cap. 1.
15
La definición tomista de status es complicada: “status significat quandam positionis
diferentiam secundum quam aliquis disponitur secundum modo suae naturae, cum qua-
dam immobilitate”. La traducción de la B.A.C. (maior) simplifica la definición así: “Es-
tado significa una posición particular conforme a la naturaleza, con cierta estabilidad”. El
defecto principal de esta simplificación radica en haber traducido “quandam positionis
differentiam” como “una posición particular”. Tomás de Aquino no habla de una “posi-
ción diferenciada” (“posición particular”) (“situación determinada” dice Millán Puelles),
sino de una “diferencia posicional” (literalmente: “diferencia de posición”). Esta inver-
sión del sustantivo y el adjetivo en la traducción es en cierto modo explicable, porque el
“situs” (posición, postura) parece ser “más sustantivo” que la relación (relación de dife-
rencia), y ésta, por tanto, “más adjetiva”. Es más inteligible, en apariencia, definir al
“status” como “postura diferente” que como “diferencia postural”. Pero Tomás de Aqui-
no –a propósito y no por error– sustantivó al adjetivo y adjetivó al sustantivo. La razón de
esta “inversión” se encuentra en la introducción de la cuestión 171 (doce cuestiones antes
de la presente), donde Tomás de Aquino precisa: “Después de que se ha hablado de cada
una de las virtudes y los vicios que pertenecen a las condiciones y estados de todos los
hombres, ahora deben ser considerados aquellos que pertenecen especialmente a algunos
hombres. Pero se encuentra una triple diferencia entre los hombres, según aquellas cosas
que pertenecen a los hábitos y a los actos del alma racional. Una, según las diversas
gracias gratis dadas; otra, según las diversas vidas, y tercero: según la diversidad de
oficios y estados”. Es decir: el estudio del “status” pertenece al tratado diferencial de las
virtudes. El “status” significa ante todo una diferencia –antes, incluso, que una postura–
entre los hombres o entre los diversos momentos de la vida de un hombre: no es la misma
postura la que se debe adoptar al comienzo, en el transcurso o al fin de carrera. También
en Aristóteles se encuentra esta “aretología diferencial” cuando habla, por ejemplo, de la
virtud de la mujer, del esclavo o del niño. Otra desventaja de la traducción simplificada es
78 Eduardo Sánchez
18
“Amor meus, pondus meus. Illo feror quocumque feror”. La analogía según la cual
el peso es el amor de los cuerpos, y el amor el peso de las almas, es recurrente en San
Agustín: “así como al cuerpo le lleva y conduce su propio peso, así al alma su amor
dondequiera que vaya”. San Agustín, De Civ. Dei, 11, 28.
19
También San Agustín considera la posición erguida del cuerpo la más conveniente al
alma racional: “No fue creado el hombre como los animales carentes de razón que vemos
inclinados hacia la tierra; la forma del cuerpo levantada hacia el cielo le exhorta a gustar
las cosas de arriba”. San Agustín, De Civ. Dei, XXII, 24, 4. La postura erguida del hom-
bre –su bipedismo– es la más adecuada para simbolizar su dignidad y destacarla frente al
común de los animales (la verticalidad corpórea, empero, es sólo uno de los elementos
expresivos de esa dignidad: no es suficiente –aunque si necesaria– esa verticalidad para
manifestar simbólicamente la dignidad). Sin embargo esa postura erguida del hombre no
debe ser rígida; debe ser lo suficientemente flexible para doblegarse ante Dios. Fue más
80 Eduardo Sánchez
grata a Dios la postura inclinada a la tierra del publicano que la postura erguida del fari-
seo. El mismo Señor, dice San Lucas (22,42), “habiéndose arrodillado, oró”. Hay ocasio-
nes en que el tener la cabeza en alto es signo de altanería. Es bueno que el hombre des-
cubra su dignidad frente a las criaturas, pero más bueno aún es que frente a Dios recuerde
su naturaleza “púlvica” y su hermandad con la tierra (humus), y aun con la nada.
“Humildad” es el nombre físico de esa virtud; “nihilidad” es su nombre metafísico. Las
posturas religiosas son congruentes con la actitud y el pensamiento religioso. La “flor de
loto”, por ejemplo, es una postura para “sintonizar” con la “Naturaleza”; por eso sólo un
panteísta, que identifica a Dios con ella, puede orar así. La trascendencia de Dios se
reconoce mediante otras posturas.
20
Ibid., obj. 1.
21
Ibid., ad. 1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 81
pie equivale a estar erguido, mas no es así en todas las especies anima-
les.
Otras muchas cosas pueden decirse sobre la posición erguida del
hombre –de su bipedismo–, pero caerían fuera del tema. No se trata
ahora de considerar al cuerpo erecto como el instrumento más apto para
la actividad del espíritu (por liberar las manos y la lengua, dar una posi-
ción emergente al cerebro y una disposición contemplativa a los senti-
dos)22, sino como la expresión –símbolo– más adecuada a su dignidad.
Al cuerpo se le puede considerar desde dos ángulos, dice San Agustín23:
el de la utilidad (“usus”) y el de la dignidad (“decus”); aquí solo intere-
saba el segundo.
26
Esta distinción entre unidad de composición y unidad puramente relacional (de
orden), está extraída de la “Expositio Ethicorum”, (Proemio): “Sciendum est autem quod
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 83
hoc totum, quod est civilis multitudo, vel domestica familia, habet solam unitatis ordinis,
secundum quam non est aliquid simpliciter unum. Est autem aliquid totum quod habet
unitatem non solum ordine, sed compositione, aut colligatione, vel etiam continuitate,
secundum quam unitatem est aliquid unum simpliciter”.
27
Cfr. San Agustín, De. Civ. Dei, 19, 13.
84 Eduardo Sánchez
31
San Agustín, De. Civ. Dei, 19, 13.
32
Tomás de Aquino, STh., I-II, 71, 1, c.
33
Ibid. ad 3.
34
Tomás de Aquino, In I Ethicorum, lec. 1 (proemio).
35
Tomás de Aquino, STh., II-II, 29, 1, c.
88 Eduardo Sánchez
36
Aristóteles Metafísica, V, 20; cfr. Tomás de Aquino STh I-II, q.49, a.1, c.
37
Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 3, c.
38
Ibid., 4, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 89
39
Ibid., 3, c.
40
Ibid., ad. 2. El hábito es más una cualidad que una potencia, es más quiditativo que
operativo. La virtud es más una buena cualidad (producto del buen obrar) que una buena
potencia (principio y causa del bien obrar). Aunque el hábito operativo es acto (para la
facultad) y potencia (para la operación), parece que el acto predomina sobre la potencia,
pues antes es el hábito forma cualitativa que potencia operativa. La virtud es más aquello
90 Eduardo Sánchez
por lo que el hombre es bueno que aquello por lo que el hombre hace el bien. Del vicio
–mutatis mutandis– dígase lo mismo.
41
Tomás de Aquino, ibid., 2, ad. 1.
42
Ibid., 3, c.
43
Ibid.
44
El sentido teleológico de la disposición descubre nuevos sinónimos del vocablo que
no se habían mencionado (aunque implican a los ya mencionados: acomodar y colocar) y
que son netamente operativos. “Estar dispuesto” es “estar preparado”, “estar decidido”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 91
45
Cfr., por ejemplo, Lumen Gentium, nº 36; Sollicitudo Rei Socialis, nº 36 y 46; Evan-
gelium Vitae, nº 12 y 24; C.E.C., nº 1869.
92 Eduardo Sánchez
46
Lo que el espíritu exhala es lo mismo que, posteriormente, inhala. La preocupación
ecológica, por tanto, no debe limitarse al cuidado de la atmósfera y de la biosfera, debe
extenderse hasta la “antroposfera”, i. e., la esfera social (cfr. Centessimus Annus, nº 38).
47
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 50, a. 1, obj. 1 et ad 1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 93
cualidad de la 1ª lo usable a
especie voluntad
(hábito)
1 3 2
50
Tomás de Aquino, In II Sent., d.24, q.1, a.1, c.
51
Tomás de Aquino, In III Sent., d. 23, q.1, a.1, c. El paréntesis no es de Tomás de
Aquino.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 95
sitial:
posición (postura) ..................................... (secundum locum)
D
I
S
P Estable:
O
Hábito ...................................hábito completo ..............................................ciencia
S
I (secundum speciem) y virtud
C completa
I Cualita-
Ó tiva accidentalmente ciencia y
N disposici
ón inestable : hábito incoado ............................................virtud
(convertible (secundum potentiam) incoadas
en hábito)
Inestable
comparativamente salud
disposición
estable : “quasi hábito”...estable o
esencialmente
(sec. speciem) enfermedad
inestable : disposición
(no convertible
crónica
absolutamente salud
en hábito)
inestable : disposición.....endeble o
(sec. potentiam) enfermedad
pasajera
(quasi primera
género)
especie de
cualidad
1
nente, no es necesariamente algo íntimo (endopsíquico) . Todo hábito
–también el entitativo– es una disposición interior, pero sólo el hábito
operativo es interioridad disponible. Todo hábito –también el entitati-
vo– es una tenencia inmanente, pero sólo el hábito operativo es una
pertenencia íntima.
Que todo hábito es una disposición interna se hace más evidente en
el siguiente caso de “concategorización” –o relación horizontal del hábi-
to con una categoría–, en el que el hábito se presenta como una especie
colateral de la categoría “situs” dentro del género “disposición”. Así
considerado, el hábito se muestra ahora como una ordenación “ad intra”
de las partes del sujeto, en contraposición al “situs”, que consiste en una
ordenación “ad extra” (o “in loco”) de las partes exteriores del cuerpo.
Bajo la óptica de esta analogía, la virtud aparece como la postura natural
(o “status”) del alma, esto es, como una disposición recta y estable del
espíritu, análoga a la posición erguida y fija del cuerpo, por la que éste
adopta una actitud vigilante como la prudencia, recta como la justicia,
firme como la fortaleza y quieta como la templanza.
Además de haber considerado al hábito en su horizontal relación con
la posesión y con la posición (habitus y situs), se le consideró también
en su relación vertical con la cualidad. Al hacerlo así, el hábito quedó
intracategorizado, es decir, subsumido bajo su verdadero género.
Porque el hábito es ante todo una cualidad –“aquello por lo que de-
cimos que algo es tal o cual”– y es cualidad antes que todas las demás
cualidades: es la “proto-especie” o el prototipo de la cualidad. Después
de la protoforma (“quidditas”) lo que más caracteriza a un ser es la
“qualitas” y, entre ellas, la “proto-qualitas”, es decir, el hábito.
Es lógico que la primera especie de cualidad sea aquella que incluye
la bondad o maldad, pues nada caracteriza tanto a un ser como sus pro-
piedades axiológicas (aun gramaticalmente ningún adjetivo es tan cali-
ficativo como lo bueno y lo malo). A tal grado es la bondad o maldad la
1
Intrínseco, inmanente e íntimo son tres conceptos subordinados, de extensión decre-
ciente, cuyo correlato real son los tres niveles de profundidad interior que pueden darse en
una substancia: lo intrínseco es la interioridad de cualquier substancia, incluyendo las
inanimadas; lo inmanente es lo intrínseco al ser vivo, y lo íntimo es la inmanencia propia
del espíritu. Los hábitos lo son tanto más cuanta mayor sea la profundidad de su inheren-
cia y la fijeza de su adherencia a la substancia, de tal modo que no hay hábito más pro-
piamente tal que el intra-anímico (hábito intrínseco, inmanente e íntimo), seguido del
intracorpóreo orgánico (hábito intrínseco, inmanente pero no íntimo) y, por último, del
intracorpóreo inorgánico (hábito intrínseco pero no inmanente ni íntimo).
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 101
2
Cfr. Tomás de Aquino, Compendio de Teología, cap. 116.