Eduardo Sánchez, 2000. La Esencia Del Hábito Según Tomás de Aquino y Aristóteles

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EDUARDO SÁNCHEZ

LA ESENCIA DEL HÁBITO SE-


GÚN TOMÁS DE AQUINO Y
ARISTÓTELES

Cuadernos de Anuario Filosófico


CUADERNOS DE ANUARIO FILOSÓFICO • SERIE UNIVERSITARIA

Ángel Luis González


DIRECTOR

Salvador Piá Tarazona


SECRETARIO

ISSN 1137-2176
Depósito Legal: NA 1275-1991
Pamplona

Nº 107: Eduardo Sánchez, La esencia del Hábito según Tomás


de Aquino y Aristóteles

© 2000. Miguel Ángel Balibrea

Imagen de portada: Mano, de Eduardo Chillida

Redacción, administración y petición de ejemplares

CUADERNOS DE ANUARIO FILOSÓFICO


Departamento de Filosofía
Universidad de Navarra
31080 Pamplona (Spain)

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Teléfono: 948 42 56 00 (ext. 2316)
Fax: 948 42 56 36

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EUROGRAF. S.L. Polígono industrial. Calle O, nº 31. Mutilva Baja. Navarra
ÍNDICE

PROEMIO ............................................................................................... 7
I. EL SENTIDO DE LOS TEXTOS ......................................................... 7
II. LOS AUTORES ELEGIDOS: AUTOR PRIMARIO (TOMÁS DE
AQUINO) Y AUTOR SECUNDARIO (ARISTÓTELES)...................... 8
INTRODUCCIÓN. DEFINICIÓN DEL HÁBITO. EL HÁBITO Y SUS
“GÉNEROS”............................................................................................................. 13
CAPÍTULO I: EL HÁBITO COMO TENENCIA (DEFINICIÓN NOMINAL)...... 17
I. DOS TEXTOS ANALÍTICOS ............................................................. 18
1. Enumeración de los sentidos del tener................................... 18
2. De la enumeración a la clasificación...................................... 20
a) Clasificación de los “modos metafísicos” del tener
(Metafísica V, 23) .............................................................. 20
b) Clasificación de los “modos antropológicos” del tener
(Categorías, 15).................................................................. 21
c) Clasificación integral ......................................................... 23
3. De la clasificación a la definición........................................... 24
a) Definición metafísica: tener es anexar al ser................... 24
b) Definición antropológica: tener es disponer libremente
de algo ................................................................................. 25
II. UN TEXTO SINTÉTICO .................................................................... 29
1. Presentación del texto.............................................................. 29
2. Comentarios al esquema ......................................................... 31
a) Comentarios terminológicos (etimología de las
palabras).............................................................................. 31
b) Comentarios lógicos (extensión y comprehensión de
los conceptos) ..................................................................... 33
4 Eduardo Sánchez

c) Apéndice: comentarios metafísicos (el tener y el haber.


La “méthexis”) ................................................................... 34
Capítulo II: EL HÁBITO COMO CUALIDAD (DEFINICIÓN ESENCIAL) .... 37
I. EL GÉNERO CUALIDAD .................................................................. 37
1. Dos textos analíticos................................................................ 37
2. Un texto sintético ..................................................................... 40
II TRES DEFINICIONES DE LA PRIMERA ESPECIE DE CUALIDAD .... 41
1. Qualitas y quidditas (el hábito es una cualidad quiditativa
o cualidad “in ordine ad naturam”) ........................................ 41
2. Hexiología y axiología (el hábito es una cualidad
axiológica)................................................................................. 44
3. “Secundum naturam” y “secunda natura” (el hábito es una
cualidad “deuterofísica”)......................................................... 58
a) La cualidad “sicut natura”................................................. 58
b) Inveniencia, adveniencia y conveniencia ........................ 60
III. LAS ESPECIES DE LA PRIMERA ESPECIE ....................................... 63
CAPÍTULO III: EL HÁBITO COMO DISPOSICIÓN (DEFINICIÓN
ANALÓGICA).......................................................................................................... 67
I. LA DISPOSICIÓN TÁXICA ............................................................... 67
1. El “ordo partium”..................................................................... 67
2. El hábito como “ordo partium in subiecto”........................... 70
II. EL HÁBITO COMO “ORDO PARTIUM IN HOMINE”
(EJEMPLIFICACIÓN DEL HÁBITO EN SU MEJOR SUJETO)............. 73
1. Orden físico, orden héxico, orden técnico............................. 73
2. El hábito como ‘situs’ intrínseco. La virtud como ‘status’
del alma..................................................................................... 76
III. LA DISPOSICIÓN DITÁXICA............................................................ 81
1. La “táxis” aristotélica y el “ordo” agustiniano...................... 81
IV. EL HÁBITO COMO “TÁXIS” TELEOLÓGICA .................................. 88
V. APÉNDICE 1: EL HÁBITO COMO ESTRUCTURA ............................ 91
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 5

VI. APÉNDICE 2: LA DISPOSICIÓN Y LA DISPONIBILIDAD................. 92


VII. APÉNDICE 3: PLURALIDAD SEMÁNTICA DE LA DISPOSICIÓN
TÁXICA ............................................................................................ 95
EPÍLOGO................................................................................................................... 99
PROEMIO

I. EL SENTIDO DE LOS TEXTOS

La filosofía versa sobre textos: para comprobarlo basta con evocar la


imagen de cualquier estudioso de la filosofía, trabajando frente a varios
libros simultáneamente abiertos sobre la mesa de trabajo, y rodeado de
otros varios más –cerrados– colocados en los estantes, en espera de ser
consultados. Y, todo esto, después de una ardua labor de persecución y
consecución de los textos necesarios.
No obstante se puede filosofar al margen de los textos y, por ello, es
mayor verdad –porque no admite excepciones– que la filosofía versa
sobre ideas (sobre juicios). Más aún, si la filosofía versa sobre textos es,
precisamente, porque éstos expresan ideas. La idea es anterior y más
amplia que el texto: todo texto encierra alguna idea, mientras que exis-
ten ideas jamás textualizadas.
El fondo de la verdad, empero, es que la filosofía versa sobre reali-
dades e, incluso, sobre la realidad. La realidad es el blanco hacia el que
apuntan las ideas. “El estudio de la filosofía –expresa un texto tomista–
no se ordena a saber qué pensaron los hombres, sino a conocer cuál es la
verdad de las cosas”1. La realidad rebasa a las ideas más todavía que lo
que éstas rebasan al lenguaje y al texto.
La presente investigación pretende hablar sobre la realidad del hábi-
to antes que de las ideas y textos tomistas y aristotélicos. De aquí la
libertad con que, en ocasiones, se va más allá de la letra (terminología y
temática) de ambos filósofos –aunque sin abandonar nunca su espíritu–,
tratando de hacer nuevas aplicaciones de los principios por ellos asenta-
dos, recurriendo para ello, a veces, a los textos de otros filósofos.

1
Tomás de Aquino, In De Caelo et Mundo I, lec. 22.
8 Eduardo Sánchez

La labor del filósofo debe ser más heurística2 que hermenéutica, esto
es, más desveladora de la realidad que interpretativa de textos. Se debe
cuidar el filósofo de convertir la hermenéutica en fin: sólo a título de
medio puede el filósofo hacer uso de ella. La filosofía no debe detenerse
en la letra. Comparto plenamente la opinión –aunque sólo parcialmente
viene al caso decirlo– de quien afirma que la filosofía, en las universi-
dades, debería ser asociada a la Facultad de Ciencias antes que a la Fa-
cultad de Letras.
Sin embargo, aunque el recurso al texto es sólo un medio, este me-
dio es del todo imprescindible. No se debe acceder a la filosofía como si
se arribara a una isla desierta. Sólo el primer filósofo de la historia está
dispensado de la consulta textual. El método cartesiano de olvido del
pasado es, además de impracticable, ingenuo: la amnesia nunca ha sido
un buen método de conocimiento. La “epoké” fenomenológica que
coloca la historia entre paréntesis para poder acceder “a las cosas mis-
mas”, sólo se justifica como un momento provisional del método3.
La visión directa de la realidad y la consulta textual son dos fases del
filosofar, a ninguna de las cuales se puede renunciar en favor de la otra.
No obstante, la visión directa tiene la primacía pues sin ella tampoco
sería posible la consulta textual de manera crítica. Porque, efectivamen-
te, frente a un texto se realizan dos operaciones mentales: la compren-
sión y el juicio, el cual, a su vez, puede ser de adhesión (por considerar-
lo verdadero) o de rechazo (por considerarlo falso). Este discernimiento
no podría realizarse si se careciese de una visión propia –lo más precaria
que se quiera– de la realidad.

II. LOS AUTORES ELEGIDOS: AUTOR PRIMARIO (TOMÁS DE AQUINO) Y


AUTOR SECUNDARIO (ARISTÓTELES)

En la presente investigación se han elegido los dos máximos expo-


nentes –los dos como uno, y uno a causa del otro: Aristóteles a causa de

2
Se utiliza el término “heurística” en su amplio e inusual sentido etimológico de
“descubrimiento de cualquier realidad”, no en el sentido estrecho y usual de “arte de
descubrir textos”.
3
Paradójicamente, la fenomenología estricta nunca alcanza a la cosa: por mejor alcan-
zar la esencia –por alcanzarla en toda su pureza– se prescinde de la existencia (“reducción
trascendental”); pero al suprimir la existencia, se anula la esencia, quedando únicamente
su idea.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 9

Tomás de Aquino– en sus respectivas épocas (la Antigüedad y el Me-


dioevo), de un tema –el hábito– que en ningún otro tiempo ha sido me-
jor abordado que, precisamente, en la Antigüedad y en el Medioevo.
Por tanto, Aristóteles y Tomás de Aquino son los dos máximos “hexió-
logos” –o estudiosos de los hábitos– de toda la historia de la filosofía.
Los textos de estos filósofos –por el valor de realidad de sus afirmacio-
nes– no mediatizan ni impiden la propia visión de la realidad, al modo
como el telescopio no oculta al objeto ni sustituye a la visión del ojo,
antes bien, manifiesta a aquél (al objeto) y supone a ésta (la visión ocu-
lar).
Tomás de Aquino emplea los textos de Aristóteles del modo como
en el presente trabajo se pretende usar los textos de ambos: para mejor
observar la realidad, sin dejar atrapada la mirada en el texto (quizá en
esto consista la principal diferencia entre Tomás de Aquino y otros
comentaristas de Aristóteles, como Düring o Jaeger).
En realidad no se emplean por igual los textos de ambos filósofos:
primariamente se utilizan los de Tomás de Aquino, y secundariamente
–en la medida en que los de aquél remiten a los de éste– se recurre a los
textos de Aristóteles. A esto se debe que en el título del presente trabajo
aparezca primero el nombre del filósofo cronológicamente posterior.
Podría haberse optado, incluso, porque el nombre de Tomás de Aquino
fuera no sólo el primero, sino el único que apareciera en el título de la
investigación y, con ello, no se desmentiría el contenido.
Posibilidad de conciliación. Es un tópico vulgar afirmar que en filo-
sofía todo es discordancia y desacuerdo. La “disonancia de las opinio-
nes” ha sido, para muchos, motivo de escepticismo y signo de que la
filosofía “no ha encontrado el camino seguro de la ciencia”4.
No es el momento de entrar ahora en el análisis profundo de este lu-
gar común. Baste ahora con decir que hay líneas de pensamiento filosó-
fico con un alto grado de “consonancia”, en donde el filósofo posterior
construye sobre lo edificado por el filósofo anterior.
Uno de los casos más notables de este hecho es el de Tomás de
Aquino, en cuya obra aparecen coherentemente unificados pensadores
de diversas épocas y regiones, y sobre los cuales –sobre esta pluralidad
unificada–, él mismo aporta las intuiciones de su genio.
De entre todas estas filosofías convergentes en Tomás de Aquino,
destaca, por la potencia de su influjo en él, la filosofía de Aristóteles.
4
I. Kant, Crítica de la Razón pura, prólogo.
10 Eduardo Sánchez

Aristóteles es, para Tomás de Aquino, el filósofo y, por ende, su


pensamiento es la filosofía. Incluso, aunque el Aquinate distingue cla-
ramente que estar de acuerdo con Aristóteles no es equivalente a estar
de acuerdo con la realidad5, no obstante considera que frecuentemente
ambas cosas coinciden. No es raro encontrar a Tomás de Aquino inves-
tigando la verdad de las cosas al tiempo que establece cual es el genuino
pensamiento de Aristóteles en un punto concreto6. En Tomás de Aquino
la hermenéutica de Aristóteles es también heurística de la verdad.
El máximo teólogo edifica sobre el pensamiento del máximo filóso-
fo. Aunque tal vez la imagen de la edificación sea inadecuada para ex-
presar la relación entre ambos. Más bien debería decirse, sacando la
imagen de los organismos vivos, que la teología tomista lleva dentro de
sí, “in-viscerada”, la filosofía aristotélica.
Más aún: es también inadecuada, por simplista, la dualidad “Aristó-
teles el filósofo” y “Tomás de Aquino el teólogo”, como si nada filosó-
fico hubiera aportado éste a la filosofía de aquél. La “utilización” teoló-
gica de la filosofía aristotélica exigió de ésta el despliegue de todas sus
virtualidades: la ampliación –apertura– analógica de la potencia y el
acto a la esfera de la esencia y el “esse”; la “omnipotenciación” –
consecuencia de la apertura anterior– de la causa eficiente de la “phy-
sis”, que de causa motriz, pasó a ser también causa creatriz7; el estable-
cimiento sin titubeos de la inmortalidad del alma humana, no obstante
ser la forma del cuerpo; la introducción en ética del concepto de ley
natural –que en Aristóteles estaba poco explotado– y la fundamentación
absoluta de ésta en la ley eterna. Y en el tema que nos ocupa: la incardi-
nación de la pluralidad de virtudes en cuatro ejes axiológicos; la siste-
matización “cuasi axiomática” de toda la hexiología; etc. “La tradición
aristotélica

5
Cfr., por ejemplo, Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 2.
6
Uno de los ejemplos más claros en que Tomás de Aquino utiliza este método de
mirar la realidad a través de las letras aristotélicas se encuentra en el rechazo de la inter-
pretación averroísta del entendimiento separado: mientras demuestra que Aristóteles no
habló de un entendimiento común a todos los hombres, demuestra también que no existe
tal entendimiento.
7
Llevar la teoría “dinámico-enérgica” (potencia-acto) de Aristóteles más allá del
hilemorfismo, prolongándola hasta el ámbito trascendental de la esencia y el esse, condu-
ce también a la noción de Dios Creador y, por tanto, a la de mundo creado. La creación
del mundo es, por consiguiente, una verdad también accesible a la filosofía. Relegarla al
exclusivo ámbito de la fe, equivale a considerar la distinción “esencia-esse” como una
verdad puramente teológica.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 11

–comenta Leonardo Polo– ha añadido algunos elementos rectificadores


(de Aristóteles) por ejemplo en la interpretación de la voluntad (...). Los
grandes teólogos y doctores medievales no solamente hacen rectifica-
ciones, sino también ampliaciones temáticas. Llevan a cabo una más
acabada interpretación de la realidad, del ser real. Esta es, justamente,
una de las grandes aportaciones de Tomás de Aquino”8.
Pero el desarrollo no es ruptura, sino todo lo contrario, es continui-
dad. Mucha historia se interpone entre Aristóteles y Tomás de Aquino,
pero esto no impide su estrecha proximidad filosófica. Esto es necesario
subrayarlo frente a la objeción historicista que considera imposible de
raíz el diálogo intersecular y, más todavía, la unificación –con unidad de
acuerdo– de dos autores históricamente distantes.
Si en ocasiones es metodológicamente admitido tratar a un solo au-
tor como si fueran varios, no se ve por qué no pueda ser válido tratar a
dos autores afines como si fueran uno solo. Es frecuente oír, por ejem-
plo, que se habla del primer y segundo Fichte, del primer y segundo
Heidegger, del Scheler cristiano y el Scheler post-cristiano, del Kant
pre-crítico y el Kant crítico, del Rousseau de El Contrato y el Rousseau
de El Discurso, etc. En general, reciben este tratamiento plural autores
cuyo pensamiento consta de etapas discordantes o, al menos, difícil-
mente concordables.
De manera análoga, aunque inversa, así como la discordancia divide
lo uno, así la concordancia unifica lo dual. Aristóteles y Tomás de
Aquino poseen una gran afinidad filosófica: la filosofía de éste es –en
gran medida– un desarrollo de la de aquél. Es raro encontrar una tesis
aristotélica negada por Tomas de Aquino. La unidad filosófica de Aris-
tóteles y el Aquinate es quizá mayor que, por ejemplo, la de Marx y
Engels. En el orden del pensamiento es más importante la cercanía
lógica que la distancia cronológica. La filosofía posee una dimensión
trans-histórica y trans-individual.
Si esto es así en el pensamiento general de ambos autores, en el tra-
tado de los hábitos existe una especial unanimidad, a tal grado que pue-
de ser enunciado, casi a modo de principio, que en hexiología, nada hay
aristotélico que no sea también tomista.

8
Polo L., Presente y Futuro del Hombre, Rialp, Madrid, 1993, cap. 1.
INTRODUCCIÓN

DEFINICIÓN DEL HÁBITO.


EL HÁBITO Y SUS “GÉNEROS”

Definir es contrastar algo con aquello que más se le asemeja, es en-


contrar la máxima diferencia (diferencia específica) dentro de la máxi-
ma semejanza (igualdad genérica). Encontrar el género del hábito es,
por tanto, el primer paso para definirlo.
Sin embargo para encontrar el género es preciso distinguir previa-
mente los diversos modos en que se dice un concepto, de las diversas
especies en que se divide un género o concepto unívoco.
Es necesario hacerlo porque la vía más natural y más común –la
empleada, de hecho, por Aristóteles y Tomás de Aquino– de acceder a
la noción de hábito es a través de tres conceptos más universales: la
tenencia (“héxis” o hábito “lato sensu”), la disposición y la cualidad, de
los cuales sólo el último es su verdadero género. “La disposición y la
tenencia –dice Tomás de Aquino– (...) no significan el género predica-
mento, a no ser según un modo de su significado (...); por eso no se le
coloca con las otras partes del ente, como la cantidad, la cualidad y la
relación”1.
Un género en sentido estricto –según el pensar de Aristóteles– no es
simplemente un concepto que envuelve extensionalmente a otros (un
ente –relación– de razón de segunda intención). Sin dejar de ser esto, el
género aristotélico tiene una connotación metafísica2, no es simplemen-
1
Tomás de Aquino, In V Metaph., XX, 1068.
2
“El género es aquello que se predica en la categoría de la esencia a muchas cosas de
diferentes especies”. Aristóteles, Tópicos, I, 5. Esta definición de resonancias metafísicas
es característica de la llamada lógica material. Una definición estrictamente formal del
género sólo considera que el atributo sea más universal que el sujeto, prescindiendo del
carácter esencial de la predicación. Desde esta perspectiva exclusivamente formal sería
válido afirmar que “bípedo” es el género del hombre y del gallo, o que la blancura lo es
de la nieve y las azucenas, lo cual rechaza explícitamente Aristóteles. Cfr. Aristóteles,
14 Eduardo Sánchez

te el concepto abstracto; sino, ante todo, el ente contracto3, es decir, un


corte taxonómico del ente real (extramental, “extra animam”)4. Estos
“géneros ónticos” son, precisamente, los predicamentos o categorías.
Todo género o es una de las categorías o es un concepto interno –y
subordinado– a ellas. Por tanto, no es tampoco verdadero género aquel
concepto cuya significación –aunque sea metafísica y no meramente
lógica– se predica analógicamente en varias categorías. Es esto lo que
ocurre con los conceptos de “tenencia” y “disposición” que, sin ser
trascendentales, tienen sin embargo cierta transpredicamentalidad.
Los verdaderos géneros son “monocategóricos”, irreductibles e in-
comunicables entre sí5.
Pero ser “unipredicamental” es la definición misma de univocidad.
El género se predica, por tanto, unívocamente de sus especies. El con-
cepto análogo, en cambio, es “policategorial”: abarca realidades perte-
necientes a diversos predicamentos.
El concepto análogo es un “quasi género” con predicabilidad múlti-
ple. Su variedad interna es por multiplicidad. El concepto unívoco, en
cambio, es un verdadero género cuya diversidad se debe a la divisibili-
dad. El concepto análogo “se dice” de muchas maneras (polajós legue-
tai); el género, en cambio, “se divide” en diversidad de especies. La
pluralidad del concepto análogo no consiste en especies, sino en modos
de decir6 diversos, aunque afines.
De los tres conceptos aspirantes a ser el género del hábito –tenencia,
disposición, cualidad– sólo el último merece el nombre de género. El
hábito, en efecto, se contradivide frente a otras tres especies de cualidad,
la cual se predica unívocamente de todas ellas. En cambio se contradis-
tingue de otras acepciones o modos de decir de la tenencia (hábito “lato
sensu”), la cual se predica análogamente de todas ellas. Lo mismo ocu-
rre si se compara el concepto de hábito (“stricto sensu”) con el de dispo-

Tópicos, 4, 1. Parece, por tanto, oportuna la distinción –semejante a la del silogismo–


entre género categórico (categorial) y género acategórico (acategorial). Aquél –género en
sentido estricto– presenta una dimensión ontológica; éste –género en sentido amplio– es
un género estrictamente algebraico, mejor denominado con el nombre de “clase”.
3
Cfr. Tomás de Aquino, In V Metaph., IX, 890.
4
Cfr. Ibid., 889-890.
5
Cfr. Aristóteles, Metafísica, V, 28. Bk 1024b.
6
A los diversos “modos de decirse” del concepto análogo se les puede llamar “acep-
ciones” o “significaciones” –al modo en como a las partes del género se les llama espe-
cies–, porque los “ modos de decirse” son precisamente “modos de entenderse”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 15

sición –entendida ésta como “ordo habentis partes”7, no simplemente


como cualidad inestable–: aquél es un modo de decir, no una especie, de
ésta.
Pero ya sea el verdadero género (cualidad) o ya sean los quasi géne-
ros (tenencia, disposición), es útil abordar el tema del hábito desde estos
tres ángulos. La trilogía “tenencia, disposición, cualidad” –triple vía “ex
genere” de acceso al hábito– muestra que el hábito es una realidad, al
menos, tridimensional. Es, por tanto, conveniente proceder a analizar
cada una de estas nociones.

7
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.1, ad3.
I

EL HÁBITO COMO TENENCIA


(DEFINICIÓN NOMINAL)

Estudiar el hábito (“stricto sensu”) como tenencia (hábito “lato sen-


su”) o, dicho en infinitivo, como una forma del tener, constituye un
intento de definición nominal, lo cual no ocurre al analizar el hábito
como cualidad o como disposición. Por esta razón, de las tres dimensio-
nes del hábito antes mencionadas –como tenencia, como disposición y
como cualidad–, la primera a considerar es precisamente la de tenencia,
porque si el decir es la vía más espontánea de acceder al ser1, el nombre
lo es para acercarse a la quididad por él designada. Desentrañar lo que
un término significa equivale en gran medida a descubrir lo que una
cosa es. “El nombre –dice Ortega– es ya un poco la cosa”2.
La analogía –multivocidad– del verbo tener se hace patente con sólo
sumar los ocho sentidos del vocablo que Aristóteles distingue en las
Categorías3, a los cuatro que menciona en la Metafísica4, además de los
dos sentidos de “hábito” registrados un poco antes en la misma Metafí-
sica5.
Una reflexión sobre estos tres textos puede ser útil para aproximarse
a la esencia del hábito, “género” de la virtud. Los dos primeros pasajes

1
La Metafísica, ciencia del ser, es también la ciencia de las maneras de decirlo. Buscar
el ser en el hablar no es “antropologizar” la Metafísica al modo de Heidegger, que hacía
del hombre el “lugar del ser”. El habla conduce la atención al objeto al que se refiere,
antes que al hablar mismo o que al sujeto hablante. El habla es al ser, en cierto modo, lo
que la transparencia al color: su vehículo, no su intermediario y, como ésta, tiene la facul-
tad de mostrar el ser ajeno sin mostrar el propio. “El lenguaje es por sí mismo un filósofo:
realiza por sí mismo una articulación del mundo”. Michel Villey.
2
El nombre mismo, incluso, parece ser una forma de hábito (predicamento). Tener
nombre, para quien responde a él, es más que una simple designación extrínseca.
3
Aristóteles, Categorías, cap. 15.
4
Aristóteles, Metafísica, V, 23.
5
Ibid., cap. 20.
18 Eduardo Sánchez

–por motivo de su carácter analítico y por versar sobre el tener en gene-


ral– serán considerados bajo un mismo epígrafe (“Dos textos analíti-
cos”). El tercer pasaje, englobado dentro de un texto tomista de carácter
sintético, cuyo tema está constreñido principalmente al hábito cualitati-
vo –objetivo del presente estudio– se presentará en un epígrafe aparte
(“Un texto sintético”).

I. DOS TEXTOS ANALÍTICOS

1. Enumeración de los sentidos del tener

Esquemáticamente presentados, los cuatro sentidos del “tener” regis-


trados en la Metafísica son los siguientes:

SENTIDOS EJEMPLOS

1. “Llevar según su naturale- La fiebre tiene al hombre, el tirano a la ciu-


za o ímpetu”. dad, el hombre al vestido.
2. “Estar algo en lo que lo El bronce tiene la forma de la estatua, el
recibe”. cuerpo a la enfermedad.
3. “Abarcar el continente a lo La vasija tiene al líquido, la ciudad a los
contenido”. hombres, la nave a los navegantes, el todo a
las partes.
4. “Impedir que algo se Las columnas tienen el peso que soportan, el
mueva o actúe”. Atlante al cielo, lo unificante a lo unificado.

Por su parte los sentidos del “tener” presentados en las Categorías


son los siguientes:

SENTIDOS EJEMPLOS

1. La cualidad, la disposición, el La virtud, la ciencia.


hábito.
2. La cantidad. La estatura de un hombre.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 19

3. El vestido. La capa o túnica de un hombre.


4. Lo que se porta en una de las Un anillo en el dedo.
partes del cuerpo.
5. Las partes del cuerpo. El pie y la mano de un hombre.
6. Lo que una vasija contiene. La jarra tiene vino.
7. Las pertenencias. Un hombre tiene casa o finca.
8. La persona con quien se vive. Un hombre tiene una esposa

La enumeración metafísica tampoco presenta explícitamente la no-


ción de hábito en sentido cualitativo –modo eminentemente humano del
haber–, aunque bien cabe en el segundo de los sentidos enunciados,
puesto que “en este modo –afirma Tomás de Aquino– está comprendi-
do el tener ciencia, cantidad y cualquier accidente o cualquier forma”6.
Además “tener una enfermedad” –ejemplo sí mencionado por Aristóte-
les– es un hábito, si ésta es crónica o difícilmente curable. No obstante,
esto no lo dice Aristóteles aquí. Más aún, parecería como si Aristóteles
en este pasaje se empeñase más en mostrar los modos de tener violen-
tamente7 que en mostrar un haber –como el hábito cualidad– que ex-
pansiona a la naturaleza.
Los modos enunciados en las Categorías, aun siendo menos exhaus-
tivos (por menos generales) que los de la Metafísica, son sin embargo
sentidos más plenos del tener. La mayor parte de ellos son modos “sim-
pliciter” del tener. El hecho de ser una enumeración más antropológica,
siendo el hombre el sujeto más propio del tener, le da este carácter de
plenitud.
Los modos enunciados en la Metafísica, por el contrario, o bien se
refieren a un “tener con adjetivos” (y, por tanto, “secundum quid”),
como el “tener violentamente” del sentido 1 –e incluso del 4–; o bien se
refieren a un “tener con prefijos” (y, por tanto, derivado), como el “con-
tener” del sentido 3, y el “de-tener” y “sos-tener” del sentido 4. Sólo el
sentido 2 de la metafísica es un tener propio y primario.

6
Tomás de Aquino, In Metaph., 1081.
7
Cfr. Ibid., 1083.
20 Eduardo Sánchez

2. De la enumeración a la clasificación

Tras la enumeración de los modos del tener y la comparación de


ambos listados, sigue ahora –como paso previo para la definición– la
clasificación y sistematización, por separado, de cada uno de ellos.

a) Clasificación de los “modos metafísicos” del tener (‘Metafísica’


V, 23)

Con objeto de obtener una mayor comprensión del texto de la Meta-


física, a continuación se enumeran únicamente los cuatro modos ahí
presentados, pero ahora reduciéndolos y traduciéndolos a un neologis-
mo latino –acompañado con sinónimos explicativos– y enriqueciendo la
columna de los ejemplos con los aducidos por Tomás de Aquino en su
comentario a este pasaje. La sinopsis resultante es la siguiente (los
ejemplos en cursiva y entre paréntesis son los de Tomás de Aquino):

SENTIDOS EJEMPLOS

1.“Mototenencia” = conducir, dominar La fiebre al hombre, el tirano a la


ciudad, el hombre al vestido. (el
poseedor a sus posesiones).
2. “Subtenencia” = recibir El bronce a la forma, el cuerpo a la
enfermedad, (el sujeto a cualquier
accidente o la materia a cualquier
forma).
3.“Circuntenencia” = abarcar, contener, La vasija al líquido, la ciudad a los
congregar hombres, la nave a los navegantes, el
todo a las partes, (el lugar a lo locali-
zado).
4. “Detenencia” = impedir, frenar, Las columnas a la construcción, Atlas
cargar, contener, dominar al cielo, lo unificante a lo dispersante.

Aunque probablemente Aristóteles no quiso ser exhaustivo con esta


lista de cuatro modos (en la enumeración del “Organon” así lo confiesa
explícitamente), sin embargo no debe pensarse que con ella simplemen-
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 21

te pretendió consignar el hecho de que en su tiempo y en su lengua así


se empleaba el vocablo tener, sin ninguna pretensión ontológica. Aristó-
teles no es un miembro de la Academia de la Lengua ni su libro V de la
Metafísica es un mero diccionario. Aristóteles pretendió con esta enu-
meración acercarse a la esencia del tener. La siguiente clasificación
pretende poner de manifiesto más claramente este acercamiento:

material: receptor
(dúctil) de formas (2)
ser sujeto
motor: imponiendo el (1) movimiento
(ductor) propio impulso violento
tener tener tener
dominante receptivo
“de-teniendo”: impidiendo el (4) quietud
impulso ajeno violenta
sujetar
“con-teniendo”: recipiente (3)
de contenidos

El número entre paréntesis indica el orden en que fue enunciado por


Aristóteles.
Muchos de los elementos del esquema están tomados del comenta-
rio de Tomás de Aquino a este pasaje (cfr. 1081-1084).
Previo a cualquier comentario sobre esta clasificación es convenien-
te clasificar también los modos enumerados en las categorías.

b) Clasificación de los “modos antropológicos” del tener (‘Catego-


rías’, 15)

Según se dijo ya, los modos del haber presentados en las Categorías,
a juzgar por los ejemplos, pretenden constreñirse únicamente a los mo-
dos humanos del tener.
Tomando como criterio de clasificación a los ejemplos, siete modos
aparecen como tener de persona, y uno (el vaso de vino) como tener de
cosa. Entre los primeros, sólo uno (el hombre a su esposa) es un tener
de persona a persona. Los demás –los demás correspondientes a seis
22 Eduardo Sánchez

modos– hablan de un tener de persona a cosa, de los cuales tres se


refieren a cosas intrínsecas: la cualidad (el hombre a la disposición,
hábito y virtud), la cantidad (el hombre a su estatura) y las partes del
cuerpo (el hombre al pie y a la mano); y tres a cosas extrínsecas: el
vestido (el hombre a la túnica), lo que portan las partes del cuerpo (la
mano al anillo) y las pertenencias (el hombre a la casa).
Esta clasificación, como se advirtió, está basada en la columna de
los ejemplos. Pero si se considera ahora la columna de los sentidos o
modos de decir, no se aprecia muy claramente por qué todos los ejem-
plos deben referirse al hombre.
Prescindiendo del sexto modo que se refiere explícitamente a una
cosa, y del octavo, que es un “significado en sumo grado imaginario”8,
de los seis modos restantes, solo tres (uno, tres y siete) exigen necesa-
riamente ejemplo antropológico, los otros tres (dos, cuatro y cinco)
pueden extenderse a seres no humanos.
El sentido uno –“cualidad, disposición, hábito”– sólo admite ejem-
plo humano, pues sólo el hombre es susceptible de hábitos y disposicio-
nes cualitativas en el sentido más fuerte de la expresión (hábitos opera-
tivos)9.
Lo mismo ha de decirse, mutatis mutandis, del sentido tres: el vesti-
do10, y siete: las pertenencias. Por el contrario, el sentido dos –“tener
cantidad”– puede referirse también por ejemplo, a la magnitud de un
árbol; así como el cuatro –“lo que se porta en una de las partes del cuer-
po”– a la rama que un ave porta en el pico; el cinco –“las partes del
cuerpo”– al corazón de cualquier animal11.

8
Aristóteles, Categorías, 15.
9
Aunque, entendida en un sentido más laxo, esta triada conceptual –cualidad, disposi-
ción, hábito– es también predicable de sujeto no humano.
10
Desmond Morris definió al hombre privativamente, por su desnudez: el “mono
desnudo”. Más propio hubiera sido definirlo positivamente, por su haber: el “mono
vestido”; aunque, si se viste, ya “ex-cede” al mono (y, por tanto, no “pro-cede” filialmen-
te de él).
11
A la luz de este esquema –y más todavía si se considera, por ejemplo, el modo del
tener en el que el sujeto es una vasija–se observa con evidencia que la definición de
hombre como “homo habens”, sugerida por Leonardo Polo, (Cfr. “Tener y Dar”, en
Estudios sobre la Encíclica Laborem Exercens, B.A.C., Madrid, 1987), se debe restringir
a los modos propios del tener humano: hábito (operativo), posesión y vestido. La tesis
poliana según la cual el tener constituye la diferencia específica del hombre, más radical
aún que la racionalidad –puesto que el hombre no es un animal racional sino un animal
que tiene razón–, suena extraña al reflexionar sobre la enorme universalidad del tener, al
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 23

Así, recapitulando, los sentidos estrictamente humanos del tener son


el hábito operativo (1), el vestido (3) y las pertenencias (7); mientras que
los sentidos amplificables a otros seres son algunas cualidades (1), la
cantidad (2), lo que se porta en una parte del cuerpo (4) y las partes
mismas del cuerpo (5).

c) Clasificación integral

Tomando en cuenta –como ya se dijo anteriormente (inciso “a”, se-


gundo comentario comparativo)– que la enumeración de la Metafísica
presenta mayor radicalidad, mientras que la enumeración de las Catego-
rías presenta mayor plenitud, se puede intentar la integración de ésta en
aquélla, mostrando a la vez la subordinación de aquélla a ésta. El es-
quema integrador puede ser de esta forma: el número entre paréntesis
indica el lugar que ocupa en la enumeración; la letra –m, c– indica a qué
enumeración pertenece: metafísica o categorías.
A partir de la observación de este esquema pueden obtenerse dos de-
finiciones descriptivas del tener: una radical (“definición metafísica”) y
otra plena (“definición antropológica”).

grado de que casi cualquier cosa es capaz de ello. No obstante la afirmación es verdadera,
puesto que sólo el hombre es capaz de tener en el sentido fuerte de la expresión: disponer
libremente de algo. Este tener, sin embargo, es posterior a la razón, y no previo a ella. Las
maneras de tener comunes al hombre y a otros seres pueden “sobrevestirse” de humani-
dad y adquirir un modo propio del hombre. Si se consideran, por ejemplo, las partes del
cuerpo (sentido cinco) se advertirá que algunas de ellas sólo al hombre se le pueden
predicar propiamente y al resto de los animales sólo de manera análoga: tales partes son
aquellas que máximamente reflejan el espíritu, como el rostro y la mano. Si lo que se
considera es ahora el portar con las partes del cuerpo (sentido cuatro), lo mismo puede
decirse, pues sólo el hombre es capaz de portar en su cuerpo prendas a manera de adorno
o de asir en su mano objetos a manera de instrumentos o prolongaciones del cuerpo.
Solamente el tener cantidad (sentido dos) no puede adquirir un modo propio del hombre,
a menos que se diga que únicamente éste tiene estatura, mientras que el resto de las cosas
sólo tiene tamaño o altura. Pero, inversamente, si la cualidad del sentido uno del haber, se
tomara en toda su generalidad, y no sólo constreñida a la disposición y al hábito operati-
vo, entonces el tener cualidad no sería ya un haber exclusivamente humano, y se le debe-
rá dar el mismo tratamiento que a la tenencia de cantidad.
24 Eduardo Sánchez

3. De la clasificación a la definición

a) Definición metafísica: tener es anexar al ser

Corolario: el hábito como tenencia asimilada a la esencia.


El esquema de la Metafísica –y, por tanto, también el esquema inte-
gral, en el que está incluido– exhibe la afinidad conceptual entre el
haber y el ser sujeto. Todo haber lo es de un sujeto, esto es obvio, no
hay tener sin ser. Pero la conversa, aunque menos obvia, también es
verdad: todo sujeto lo es de un haber. Todo sujeto “habet” (ekei) aquello
de lo cual es sujeto. Una buena definición de sujeto podría ser “aquello
que tiene” (“id quod habet”) y, por tanto, un buen sinónimo de tener es
“sujetar”, en el sentido etimológico de la expresión, es decir, entendida
más bien como “sujetear” o “ser sujeto de”. El “acto” propio del sujeto
es tener. Sólo así se explica que el “habere” (ekein) y el hábito (héxis)
aparezcan entre los conceptos básicos de la ciencia de la substancia
(ousía), la cual es, en buena parte, la ciencia del sujeto (hipokeímenon).
Tener consiste, por tanto, en adjuntar algo a un sujeto, o bien en un
anexar al ser, desde el grado mínimo de la proximidad o de la yuxtapo-
sición hasta el máximo de la asimilación, sin llegar a la total identidad,
pues si no se conserva un mínimo de dualidad entre el sujeto y su haber,
éste se transforma en ser. Por esto Dios, “ad intra”, nada tiene, puesto
que todo lo es; mientras que “ad extra”, todo le pertenece, puesto que
nada se le identifica. Entre la total distancia que anula el nexo y la total
cercanía que lo convierte en identidad, se encuentra la tenencia. Sólo en
el caso de la posesión divina de Sí mismo hay plena identidad entre el
teniente y lo tenido y, por tanto, entre la esencia y la tenencia. Pero aun
en este caso hay una distinción de razón.
En el caso del hombre su haber más íntimo son sus virtudes (o sus
vicios) que, aunque prolongan su ser y arraigan en él de modo infinita-
mente creciente (si se ejercitan), no alcanzan nunca la total identidad. La
segunda naturaleza –como Aristóteles llama a los hábitos12–, si bien es
tan íntima y radical que merece el nombre de naturaleza, nunca pierde
su adjetivo de segunda13, pues nunca logra la fusión total.

12
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 9 a, 4.
13
Aunque con los hábitos viciosos, más que una segunda naturaleza, se obtiene una
naturaleza de segunda.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 25

No obstante, los límites entre el ser y el tener no son muy nítidos en


el lenguaje ordinario –ni en la realidad– y por esto, en ocasiones al ser
se le llama tener, y viceversa. Lo primero –llamarle tener al ser– ocurre
con frecuencia, porque aquello que se afirma en sentido fuerte puede
también ser predicado en sentido débil –y el ser es más fuerte que el
tener–, de manera que todo lo que se es, también se tiene. Este tener
como predicación debilitada del ser puede atribuirse incluso a Dios,
como cuando de Él, que es la Vida, se dice que tiene vida. Esto es váli-
do hacerlo siempre que no se olvide que son afirmaciones menguadas y
que, en realidad, –dicho con palabras de Tomás de Aquino– “Dios es
todo lo que en sí tiene”14, incluso su habere sui depende de su esse sibi,
pues si Dios se posee a sí mismo es porque es para sí mismo. Lo segun-
do –llamarle ser al haber– ocurre con los accidentes intrínsecos, espe-
cialmente aquellos que merecen el nombre de segunda naturaleza
–los hábitos–, cuando, invirtiendo el énfasis, en lugar de subrayar su
carácter adveniente y, por tanto, segundo, se subraya su carácter perma-
nente –e inmanente– y, por tanto, quasi natural. El haber virtuoso por su
intimidad y arraigo (“per-in-manencia”), se predica como esencia. Es
significativo que en la contraposición entre el ser y el tener, tan frecuen-
te en la actualidad, al hábito y a la virtud se les coloca del lado del ser.

b) Definición antropológica: tener es disponer libremente de algo

Corolario: El hábito como “aquello que se usa cuando se quiere” o el


hábito como posesión de sí.
El esquema de las Categorías –especialmente aquel que distingue
entre los modos humanos y los modos generales del tener– y también el
esquema integral que lo incluye, muestra una especie de gradación ana-
lógica del tener. Tener se dice de muchas maneras, unas de las cuales
son más perfectas que otras. El tener perfecto es aquél en el que el suje-

14
“Deus est quidquid in se habet”. Tomás de Aquino, CG I, 23. San Agustín, por su
parte, afirma: “(Dios) todo lo que tiene eso mismo es, a excepción de que cada una de las
personas se refiere a otra, porque el Padre tiene Hijo y, con todo, El no es el Hijo, y el
Hijo tiene Padre y, con todo, El no es Padre. En lo que se refiere a sí mismo y no a otro,
eso es lo que tiene; como a sí mismo se refiere el viviente porque tiene vida, y Él mismo
es la vida “. San Agustín, De Civ. Dei, XI, 10.
26 Eduardo Sánchez

to teniente es una substancia o, al menos, un verdadero substratum (co-


mo es el caso de la materia con respecto a la forma).
En los ejemplos presentados por Aristóteles hay algunos –tener la
fiebre al hombre, la ciudad a los hombres, etc.– en los que el haber no
pasa de ser una metáfora.
El tener perfecto es también aquél en el que el sujeto habente es más
–si no “simpliciter”, al menos “secundum quid”– que el objeto tenido.
Esta “magistas” puede ser en cualquier aspecto. En los sentidos enun-
ciados por Aristóteles en la Metafísica, tener consiste en ser más fuerte
(sentidos uno y cuatro), más básico (sentido dos)15 o más amplio (senti-
do tres). Dios, por ser la “Magistas” -Majestad- suprema, no puede ser
tenido por nadie. Si a Aristóteles le pareció “en sumo grado imagina-
rio”16 decir que el esposo “tiene” a la esposa, más imaginario aún –un
“tener de razón”– es decir que la criatura “tiene” al Creador17.
[Es verdad que Dios −el Espíritu Santo−, en cuanto Don, es capaz de
ser poseído por la criatura racional, de tal manera que “libremente, tal y
como queremos, podemos usarlo y disfrutarlo”18. Pero esto es conse-
cuencia de la autokénosis divina por la que la Majestad se hace sierva y
el “Magis-ter” se hace “Mini-ster”. No obstante, Dios se humilla sin
perder su señorío y el Espíritu Santo es “Donum” sin dejar de ser “Do-

15
En el compuesto hilemórfico la materia es más básica o radical que la forma en
cuanto que aquélla recibe a ésta, y se constituye así en el elemento más permanente del
cambio. El cambio es transformación, no “transmateriación”.
16
Aristóteles, Categorías, 15.
17
Hay quien afirma que Dios nada puede tener (porque todo lo es). Esto, como ya se
dijo, es verdad afirmado del “ad intra” divino, no así de lo externo a Él, que es en su
totalidad “sos-tenido” y “man-tenido” por Él. Más propio de Dios parece el no poder ser
tenido por nadie si previa y concomitantemente no es Él el principal poseedor. La Perso-
na divina sólo puede ser poseída por la criatura racional “pre-poseída” por Dios. Por eso,
para que la Humanidad se una a la Divinidad, fue preciso que ésta asumiera a aquélla,
siendo imposible lo inverso. Jesús es la divinidad que tiene humanidad. Jesús es un
“Dios-Hombre”, más que un “Hombre-Dios”. La humanidad de Jesús es parte de su
habencia; la Divinidad, en cambio, es su misma esencia. O, si se prefiere, dos esencias
hay en Cristo: una –la humana– la tiene; la otra –la divina– la es. La humanidad es, en
cierto modo, una habencia de Dios de manera semejante a como la gracia –divinidad
participada– es un hábito del hombre. Claro es que la fuerza con la que Dios ha asumido
su infranaturaleza humana es mayor que aquella con la que el hombre asume su sobre-
naturaleza divina (la gracia), porque aunque Cristo es más Dios que hombre, es no obs-
tante, tan hombre como el hombre. Es mayor, por tanto, la humillación de Dios al hacerse
hombre que la elevación del hombre al adquirir la gracia.
18
Tomás de Aquino, STh., I, q.38, a.1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 27

minus”. Es por ello que aun cuando es poseído, es Él el verdadero po-


seedor. Poseer al Espíritu Santo consiste en dejarse poseer por Él, por
ello “la Persona Divina no puede ser tenida sino por la criatura racional
unida a Dios”19 (ibid.)].
El tener perfecto es, finalmente, aquel en el que la superioridad –el
más del habente sobre lo habido– es la existente entre la persona y la
cosa. Pues si la persona es “aquello que de más noble existe en la natu-
raleza20 y esta nobleza le viene de su libertad21, síguese que el máximo
grado de tenencia es la “per-tenencia”22 o la capacidad de poder dispo-
ner libremente de algo.
La pertenencia es un tener de dominio, no en el sentido de fuerza si-
no de señorío. Por esto nadie, excepto la persona, puede ser sujeto “per-
teniente”; mientras que todo, excepto la persona, puede ser objeto “per-
tenido”. El hombre es poseedor imposeíble23. “Anax y héctor –dice
Platón– indican casi lo mismo; ambos parecen ser nombres regios; pues
de lo que alguien es ánax (señor), de ello es también héctor (poseedor);
pues es obvio que lo gobierna, lo posee y lo tiene (ekei)”24.

19
Ibid.
20
Ibid., I, 29,3.
21
“He aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismos, y no por
otros, se dirijan hacia el bien”. Tomás de Aquino, Super Epist. S. Pauli. Ad Rom., c.2,
lec.3, 217 .
22
El prefijo “per” intensifica o consuma la acción del verbo al que precede, como
puede verse en las palabras castellanas “seguir” y “per-seguir”; o en las latinas “factum”
(hecho) y “per-factum” (terminado), o “ire” (irse) y “per-ire” (morirse), o “venire” (venir)
y “per-venire” (llegar), etc.
23
De aquí que mientras la propiedad privada se debe defender y difundir, la esclavitud
se debe condenar y abolir. “Quiso Dios –dice San Agustín– que el ser racional sólo
dominase sobre el irracional, mas no quiso que fuese señor el hombre del hombre”. San
Agustín, De Civitate Dei, 19, 15.
24
Platón, Crátilo, 393 b. Existe un modo de tener una persona a otra, adecuada a la
dignidad tanto de la persona tenida como de la tenedora. Ciertamente el disponer de
alguien cuando se quiere es ofensivo a su dignidad, pues supone una tenencia de señor a
esclavo, quedando la persona tenida reducida a la condición de “instrumento viviente” o
de “máquina animada” (cfr. Ética 8, 11). Pero el contar con alguien cuando se le requie-
re es una forma de tener proporcionada al valor de la persona. Es una tenencia de amigo
a amigo. Son los dos polos de la relación humana: la esclavitud (disponer “ad libitum” de
alguien) y la amistad (contar incondicionalmente con alguien). En este último sentido –
contar con alguien– no hay nadie más capaz de ser tenido que Dios ni nadie más dispues-
to a tenerle que el hombre. Por esto Tomás de Aquino termina –es su última frase– el
tratado de la felicidad de la “Summa Theologica” definiendo al hombre feliz no en térmi-
28 Eduardo Sánchez

Cuando el señorío –poder disponer libremente de algo– recae sobre


sí mismo, aparece otra forma perfecta de tenencia: el hábito por anto-
nomasia, esto es, el hábito cualitativo virtuoso; por él, el hombre –como
afirma Platón25– es “superior a sí mismo”.
La “per-tenencia” y el hábito son las dos formas específicamente
humanas del tener, son el hábito predicamento y el hábito cualidad. La
coincidencia de nombre no es mera casualidad: su analogía es estrecha.
En cierto modo, las posesiones son hábitos externos, y los hábitos son
posesiones internas. No extraña por eso la semejanza de definiciones:
poseer es disponer libremente de algo, mientras que el hábito es –según
la definición averroísta tantas veces citada por Tomás de Aquino–
“aquello que se usa cuando se quiere”26.
Antes de entrar al tercer texto sobre el haber, aludido al principio de
este capítulo –el texto sintético–, es conveniente cerrar la parte de los
textos analíticos con una recapitulación conclusiva, que recoja en breve
todo lo hasta aquí expresado:
Existe, en primer lugar, un tener perfecto (I) (“simpliciter”, estricto y
propio), que puede entenderse de modo común o metafísico, y de modo
propio o antropológico. El sentido general o común (A) –tener como
anexar al ser (tener de sujeto)– incluye dos submodos: el tener substante
y el tener circundante. El (a) substante se refiere al modo como la mate-
ria posee a la forma27 o como la substancia posee a los accidentes, al
cual se asimilan cinco de los ocho modos registrados en las Categorías:
la cualidad y el hábito (1c), la cantidad (2c), el vestido (3c), lo que se
porta (4c), y las posesiones (7c). El tener (b) circundante, por su parte,
se refiere al modo como el todo contiene a las partes (5c), el continente
al contenido (6c) y el “locus” a lo localizado28. En el sentido específico
o propio (B) –tener como disponer libremente de algo (tener de domi-

nos operacionales sino en términos tenenciales: “beatus est qui habet omnia quae vult”.
Más aún, puede haber tenencia de persona a persona, proporcionada a la dignidad de
ambas −de tal manera que una disponga libremente de la otra−, siempre y cuando sea el
resultado de una libre donación mutua. Mediando el amor, el “disponer de alguien” se
suaviza y se convierte en el “contar con alguien”. Ser esclavo de quien se ama y se es
amado es una forma de libertad.
25
Platón, Las Leyes I, in princ.
26
Tomás de Aquino, De Malo, q. VI, a. único, corpus. Tomás de Aquino, STh., q. 49,
a. 3, sed contra; q. 50, a.1, obj.; 1a. 6, corpus; et passim.
27
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaph.,. nº 1081.
28
Cfr. Ibid., nº 1082.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 29

nio)– sólo se encuentran dos formas, el (a) hábito operativo (1c) y el (b)
hábito categorial (1m), que se refiere tanto al vestido (3c) como al resto
de las posesiones (7c).
Hay, además, un tener imperfecto (II) por carecer de alguna de las
tres propiedades del tener perfecto indicadas en el párrafo anterior. Y,
así el tener es imperfecto o bien por ser un tener “secundum quid” (A),
como el tener violento connotado en el control tiránico (1m), en el con-
tener (3m), y en el detener (4m); o bien por ser un tener en sentido am-
plio (B) como el tener a una persona (8c) o a cualquier otro ser sólo por
constituir el término de una relación cualquiera; o bien, finalmente, por
tratarse de un tener metafórico o puramente conceptual (C) en el que se
produce una inversión entre el teniente y lo tenido, ya de tal modo que
lo tenido sea tomado como teniente –como cuando se afirma que la
enfermedad tiene al hombre (1m)– o ya de tal modo que el teniente sea
tomado como tenido, como cuando se afirma que la criatura tiene al
Creador. (El caso inusitadamente real en el que el Creador –por septi-
forme autodonación– se pone a disposición de su criatura puede asimi-
larse al tener de una persona a otra, recién consignado arriba ).

II. UN TEXTO SINTÉTICO

1. Presentación del texto

El tercer texto aristotélico a considerar (Met. 5,20) es el más impor-


tante para el propósito del presente trabajo, no sólo porque en este pasa-
je trata del “habitum” (héxis) más que del “habere” (ekein), sino tam-
bién y sobre todo porque se comentará este texto aristotélico a través de
un texto tomista que en cierto modo lo engloba y cuyo fin es dilucidar la
esencia del hábito cualitativo, género de la virtud, que es el objetivo del
presente trabajo.
El texto aristotélico consiste, como los anteriores, en una enumera-
ción de sentidos o modos de decir, sólo que ahora más breve que las
anteriores, registrando sólo un doble sentido con sólo un ejemplo cada
uno, a saber:

SENTIDOS EJEMPLOS
30 Eduardo Sánchez

La tenencia del traje por quien lo


1. Lo intermedio entre el teniente y lo trae.
tenido.
2. La buena o mala disposición respecto La salud.
de sí o respecto de otro.

La referencia tomista a este pasaje aristotélico que se considerará en


la actual investigación no es tanto la de la “ Expositio in Metaphysico-
rum” (la cual, sin embargo, también –aunque secundariamente– es con-
siderada) como la de la Suma Teológica I-II., q. 49, a.1., en donde más
que el comentario analítico de un texto se encuentra la exposición sinté-
tica de lugares diversos; más con el fin de descubrir lo que el hábito es
(fin heurístico) que con el de exponer lo que Aristóteles dijo (fin herme-
néutico).
Si Aristóteles hizo la labor de análisis, enumerando; Tomás de
Aquino hace la labor de síntesis, esquematizando. El esquema tomista
es el siguiente:
sin medio entre la sustancia
el tener y lo tenido tiene cnatidad
o cualidal tener y l

“aliquid habere”
(postpredicamental)

relación un amigo

con medio entre


el tener y lo tenido
(predicamental)

habere media una alguien tiene un


quasi relación vestido o un
adorno

“secundum se” tener salud y


tener fuerza

“se habere”
(subpredicamental)

“ad aliud” tener virtudes


(ad agendum) en el alma
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 31

El esquema procede, según se dijo, de la Suma Teológica, con adi-


ciones complementarias –en los ejemplos del “ se habere “– localizadas
In Metaph V, XX, 1064. Las “referencias predicamentales” no son
todas de Tomás de Aquino.

2. Comentarios al esquema

a) Comentarios terminológicos (etimología de las palabras)

1. El primero de ellos es acerca de los prefijos adjuntos al vocablo


“predicamental”. Tomás de Aquino llama “postpredicamental” al haber
“dicho de cualquier cosa que se tiene, el cual es común a los diversos
predicamentos o categoría29.
Al tener inmediato –la habitud de la substancia a los accidentes– por
conectar unas categorías con otras, unos predicamentos a otros, se le
llama aquí “interpredicamental”. Este haber intergenérico indica que la
incomunicabilidad que se les atribuye a los géneros significa únicamen-
te la irreductibilidad conceptual de unos a otros, pero nunca su aisla-
miento ontológico. Indica también que la “ousía”, en cuanto portadora
de accidentes, más que un pasivo “sub-stare” es una activa “sub-
tenencia”, no es simplemente “lo subyacente” (“hipokeimenon”), sino
lo “sostentiente” (“hipo-ekómenon”).
Al tener mediato se le llama simplemente “predicamental” porque
una de sus dos formas –aquella en la que media algo “a manera de ac-
ción y pasión”30– constituye el hábito predicamento, es decir, una de las
diez categorías.
Finalmente, frente al transitivo “habere aliquid” (“tener algo”), se
encuentra el reflexivo “se habere” (“tenerse o encontrarse alguien”),
llamado aquí hábito “subpredicamental” por constituir una de las cuatro
partes subjetivas –especies– del predicamento cualidad.
2. La expresión transitiva “aliquid habere”, –traducida al castellano
“tener algo”– es perfectamente comprensible para quien habla esta len-
29
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.1 El término “postpredicamental” corrió con la
misma suerte que la palabra “metafísica” que de ser un término meramente locativo pasó
a tener un significado quiditativo.
30
Tomás de Aquino, ibid.
32 Eduardo Sánchez

gua. No ocurre lo mismo con la expresión reflexiva del haber (“se habe-
re”), cuya traducción (“tener-se”) es poco usual en el castellano.
Más inteligible resulta en este caso –como en muchos otros– traducir
“habere” por el verbo “portar”31, el cual, además de admitir tanto el uso
transitivo (portar algo) como el reflexivo (“portar-se”, “com-
portarse”)32, mantiene la connotación moral de la expresión “se habere”
y conserva su sentido de posesión de sí (para “portar-se”, hay que “po-
seer-se”)33.
No obstante, debe admitirse una interpretación menos antropológica
para dar cabida a los hábitos entitativo corpóreos –salud, fuerza, belle-
za– que no exigen para existir de la capacidad reflexiva. En efecto, tam-
bién se admite el uso de verbos intransitivos referidos a seres irraciona-
les: un animal se sienta, se encuentra enfermo, etc. Los animales son
incapaces de “en-si-mismamiento” reflexivo y, por tanto, de “en-ti-
31
El “habere” latino, es su tránsito al castellano, perdió una parte de su campo semánti-
co. El haber castellano es insuficiente para traducir todo lo que el latín quiere decir con el
verbo “habere”. Al traducir este verbo al idioma español es necesario recurrir a otros
verbos de raíz diversa –tener, poseer, portar, etc.– para suplir la pérdida semántica. Aun-
que parezca extraño, “to have” –el “haber” inglés–, conserva más fielmente el sentido del
“habere” latino, pues significa simultáneamente haber y tener. En su paso al castellano
“habere” se convirtió o bien en un verbo inconjugable, aunque temporalizable: “hubo,
hay, habrá”, cuyo sentido es trascendental –sinónimo de existir–, aplicable incluso a Dios
(“hay Dios”) (hay que hacer notar, sin embargo, que muchos hispanohablantes no se han
enterado del carácter inconjugable del “haber” así entendido, y por eso es frecuente
expresiones incorrectas tales como “habemos muchos” o “hubieron varios”); o bien en un
verbo conjugable, pero de valor meramente auxiliar (“yo he amado”). El uso del “haber”
como auxiliar encierra, sin embargo, un cariz metafísico, porque colocado entre el sujeto
y su acción (yo he amado), indica que el haber es lo más inmediato al sujeto y, por tanto,
lo más íntimo a él. Entre el sujeto y lo que en él inhiere está el haber. Nada, empero, se
encuentra entre el sujeto y la habencia, “porque esto –dice Aristóteles– sería incoar una
progresión hacia el infinito”. Aristóteles, Metafísica, V, 20.
32
En los saludos verbales, que normalmente son interrogaciones acerca del estado
habitual de la persona (la salud misma, de cuyo nombre deriva el vocablo “saludar”, es un
hábito), se utilizan en reflexivo verbos cuyo significado más usual es transitivo. Fórmulas
salutatorias frecuentes son: “¿cómo te encuentras?”, “¿cómo te va?” e, incluso, “¿cómo te
portas?” En latín el verbo “haber” en reflexivo también era usado en preguntas de saludo:
“qualiter tu te habes?” (cfr. nota de STh., I-II, q 49, a.1.; B.A.C. Maior). Un vestigio de
este uso salutatorio del verbo haber, lo tenemos en la expresión castellana “¿Qué hubo
le?”.
33
Los animales, por no ser reflexivos, no “se portan”; y, por no ser reflexivos ni socia-
bles, menos aún “se com-portan”; y, por faltarles dignidad, carecen de “im-portancia”.
Sólo el actuar libre humano es “comportamiento”; el actuar “conducido” –por los instin-
tos– es, en cambio, “conducta”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 33

mismidad” (intimidad); pero poseen la “inseidad” ontológica de la subs-


tancia y la “aseidad” motriz del viviente. En este sentido más general
“se habere” se refiere a cualquier estado o complexión –“habitudo”–
interna de un sujeto.

b) Comentarios lógicos (extensión y comprehensión de los concep-


tos)

1. El esquema de Tomás de Aquino constituye un comentario si-


multáneo y armonizador de dos de los tres pasajes aristotélicos aludidos.
Sólo parece considerar el texto de las Categorías 15 y el de Metafísica
V-20, dejando fuera Metafísica V-23, correspondiente a los cuatro
“modos metafísicos” del tener
La razón de la exclusión de este texto responde muy probablemente
a las características de ese pasaje ya consignadas, a saber: su enumera-
ción de modos de tener derivados (modos con adjetivo o con prefijo) y
muy generales (poco antropológicos).
No obstante estos modos son también integrables al esquema tomis-
ta porque éste presenta una dicotomía omniabarcante y exhaustiva: todo
haber lo es de algo (“habere aliquid”) o lo es de sí (“se habere”), que-
dando toda tercera posibilidad excluida. Lo mismo dígase de cada una
de las subdivisiones. El “aliquid habere”, por ejemplo, se divide en
“haber inmediato” y “haber mediato”, lo cual constituye también una
disyunción excluyente y total.
Tal vez lo único necesario para integrar en este esquema la enume-
ración metafísica34 sea no llamarle “interpredicamental” al tener inme-
diato, dado que en él está contenido no sólo el tener de la substancia a
los accidentes, sino también el de la materia a la forma y el del todo a
las partes. Es adecuado, sin embargo, conservar –y aun reservarle– el
nombre de “post-predicamental”, el cual posee un más amplio signifi-
cado. Pero no es oportuno realizar ahora la fusión de ambos pasajes; la
pretensión del presente comentario es tan sólo el mostrar el carácter
exhaustivo del esquema tomista.

34
Aristóteles, Metafísica, V, 23.
34 Eduardo Sánchez

2. El “habere” interpredicamental –aquél en el que no media nada


entre el tener y lo tenido– se extiende a toda substancia creada. No es
tan amplio que también abarque a Dios –cuyo ser ilimitado “revienta”
todos los géneros, siendo por tanto “transpredicamental”–, pero tampo-
co tan estrecho que sólo abarque al hombre.
No se puede, por tanto, hablar del trascendental “habere” (a no ser
en el sentido antes mencionado –véase nota 31– en el que haber es si-
nónimo de existir), pero tampoco se puede hacer del “habere” interpre-
dicamental un propio –o la diferencia específica– del hombre. El “tener
racionalidad” es propio del hombre por la racionalidad tenida no por la
tenencia misma que, en este caso, es interpredicamental, por unir la
substancia humana con su más esencial característica.
3. En el texto sintético tomasiano que ahora se comenta hace su
aparición el hábito entitativo (véase en el esquema el “se habere secun-
dum se”) que en los textos analíticos comentados arriba se había mante-
nido oculto debido a que se hablaba del hábito ejemplificado siempre
por la virtud y la ciencia, que son hábitos operativos. Siempre que se
maneja la analogía entre el predicamento “habitus” y el hábito cualitati-
vo tiende a aparecer únicamente el hábito operativo.

c) Apéndice: Comentarios metafísicos (el tener y el haber. La


“méthexis”)

1. Todos los modos del haber presentados en el esquema tomista se


encuentran, como su nombre lo manifiesta, en el ámbito predicamental.
La pregunta que de esto surge es si cabe también un haber en el ámbito
trascendental. No se pregunta con ello sobre la existencia del trascen-
dental haber, a lo cual ya se respondió (véase nota 31), sino sobre la
posibilidad de un haber metacategorial o transpredicamental.
La respuesta –afirmativa– se encuentra en el “habere esse” del ente
finito. La quasi definición del ente como “id quod habet esse”35, en
estricto rigor, se aplica sólo al ente finito y contingente. El ente infinito
y necesario –como afirma el Éxodo– es “Id quod est esse”.

35
“Nulla criatura est suum esse, sed est habens esse”. Tomás de Aquino, Quodl., 1.2, q,
a.3.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 35

“Habere esse” es una modalidad sui generis del “habere aliquid” sin
medio entre el teniente y lo tenido. Es por eso improcedente afirmar que
entre la esencia y la existencia del ser finito se encuentra la “habencia”.
El haber no rompe la inmediatez ontológica de la substancia y su “esse”,
pero sí rompe la identidad entre ambas, la cual corresponde sólo al ente
infinito. Esta “capacidad” de “romper” la identidad esencia-esse es un
signo de que esta habencia no es un mero ente de razón, como podría
hacer pensar el hecho de que no rompe la inmediatez de la esencia y su
ser.
El “habere esse” del ente finito es tanto una tenencia trascendental
–“meta héxis”– como una tenencia parcial “habere partem”36 . Por esta
razón la “méthexis” es “participatio”. El “tener ser” del ente contingente
se reduce en última instancia al “sos-tener” de Dios a la criatura. El “ser
tenido” del ente necesitado consiste en “ser sostenido” por el ente nece-
sario.
Todas estas consideraciones inducen al planteamiento acerca de la
prioridad entre el ser y el haber. En otras palabras: ¿qué es primero, el
ser o el haber?
Esta pregunta exige una respuesta gradual. En primer lugar, es obvio
que en el plano predicamental el ser precede al haber: nadie puede tener
si antes no es. Primero ente que teniente. Algo tiene porque es (“habet
quia est”).
Pero retrotrayendo la cuestión a un nivel más radical, los términos se
invierten o, al menos, se igualan, puesto que el ser contingente –
antónimo del necesario y, por tanto, sinónimo del necesitado– es porque
tiene ser (“est quia habet esse”). De este modo, el análisis del ser con-
tingente revela un doble nivel de haber: uno, consiguiente al ser y, otro,
anterior –o, al menos, simultáneo– a él. Puede ser representada gráfica-
mente así: “haber-ser-haber” la estructura “onto-héxica” del ser contin-
gente.
Pero no termina aquí la secuencia: la precedencia del haber sobre el
ser no puede ser la última palabra. Ni siquiera la simultaneidad es satis-
factoria. El ser es el acto primero y todo los demás es, con respecto a él,
secundario. La precedencia relativa del tener sobre el ser en el ámbito de
lo contingente es indicativa de un ámbito superior en donde el ser ya no
es, a su vez, habido. El “habere esse” del ser contingente –ser indigente–
está precedido y mantenido por el “esse inhabido” del ser necesario.

36
“Omne quod participatur partialiter habetur”. Tomás de Aquino, CG., I, 32.
36 Eduardo Sánchez

Este es el eslabón final de la secuencia “onto-héxica”. La alternancia


“ser-haber” llega de este modo a su fin.
Existe, por tanto, un triple nivel “onto-héxico” en la realidad: 1. “es-
se inhabido” (“Ens esse”), 2. “habere ante esse” (“habens esse”), y 3.
“habere post esse” (“ens habens”).
Si, para finalizar, se quiere descender de la ontología a la antropolo-
gía, todavía es posible distinguir –dentro del tener consiguiente al ser
(habere post esse)– entre un tener antecedente a la racionalidad (tener
ontológico) y un tener posterior a ella (tener antropológico), y, en este
último, un tener “ad extra” (dominio de cosas) y un tener “ad intra”
(dominio de sí).
II
EL HÁBITO COMO CUALIDAD
(DEFINICIÓN ESENCIAL)

I. EL GÉNERO CUALIDAD

1. Dos textos analíticos

De manera análoga a como se procedió en el estudio del hábito co-


mo tenencia, se puede proceder ahora al estudiar el hábito como cuali-
dad, es decir, recurriendo al libro de las Categorías (ahora el capítulo 8)
y al libro V de la Metafísica (ahora al capítulo 14), con la ayuda del
comentario de Tomás de Aquino a este pasaje de la Metafísica (lec. 16)
y de la Suma Teológica (I-II, q. 49, a.2).
En las Categorías, después de describir la cualidad –siguiendo su
método acostumbrado de recurrir al modo común de hablar– como
“aquello por lo que algo se dice tal o cual”, o bien como “aquello que
nos obliga a decir de los seres que son de cierto modo”1, presenta las
cuatro especies en que divide la cualidad, a saber:

SENTIDOS EJEMPLOS

1. Hábito La ciencia y las virtudes.


(héxis).
↑↓
Disposición (diáthesis). El calor y el frío, la salud y la enfer-
medad.
2. Potencia natural De luchar, de correr; de estar sano, de
(dynamis phisiké). estar enfermo; dureza, blandura.
3. Cualidades pasibles Dulzura, amargor, acritud; calor, frío;

1
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 8b, 25.
38 Eduardo Sánchez

(pathétikai poiótetes). blancura, negrura; rubor, palidez;


cólera, locura.
4. Figura y forma exterior Rectitud, curvatura; triangularidad,
(skema kai peri morphé). cuadratura.

(Las flechas que aparecen entre las palabras “hábito” y “disposi-


ción”, en la primera especie, indican que las disposiciones pueden pro-
gresar en hábitos y que los hábitos pueden decaer en disposiciones: el
calor, el frío, la salud y la enfermedad son “simpliciter” disposiciones, y
“secundum quid” –cuando se establecen con relativa permanencia– son
hábitos2. La ciencia y las virtudes, en cambio, son “simpliciter” hábitos
y “secundum quid” –cuando se encuentran en fase incipiente– son dis-
posiciones).
En la Metafísica, por su parte, presenta Aristóteles la siguiente enu-
meración:

SENTIDOS EJEMPLOS

1. La diferencia de la substancia El hombre es un animal bípedo.


El caballo es un animal cuadrúpedo.
El círculo es una figura sin ángulos.
2. El número multiplicado El número “cuadrado” y el número
“cúbico”
4. La virtud y el vicio (el bien y el mal)

Ahí mismo Aristóteles reduce estos cuatro sentidos a dos fundamen-


tales: a) la diferencia de la substancia (sentido uno), que contiene la
cualidad del número (sentido dos); y b) las afecciones de las substancias
móviles (sentidos tres), dentro de las cuales están contenidos la virtud y
el vicio (sentido cuatro). En ambos géneros –sentido uno y sentido tres–
hay lugar para un nuevo sentido especial que completa el espacio entre
la especie y el género y se obtiene por negación del otro miembro. Y,
así, en el sentido uno, junto a la diferencia de las substancias matemáti-
2
“La salud y la belleza –dice Tomás de Aquino– (...) no tienen la condición perfecta
de hábitos”. Tomás de Aquino, STh., I-II, q.50, a.1. Y un poco más adelante: “No dice
Aristóteles que la salud difícilmente mudable sea hábito absolutamente, sino que es a
modo de hábito”. Ibid., ad 2.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 39

cas (sentido dos), se encuentra la diferencia de las substancias físicas. Y


en el sentido tres, al lado de las afecciones de las substancias con mo-
vimiento libre (sentido cuatro), se encuentran las afecciones de las subs-
tancias con movimiento necesario. Estos dos nuevos sentidos no apare-
cen explícitamente en el texto aristotélico, pero se deducen de él.
Tomás de Aquino, en su comentario a este pasaje de la Metafísica3,
confronta ambos textos –el de las Categorías y el de la Metafísica–
encontrando la siguiente correspondencia: que el hábito considerado en
el primero corresponde con el bien y el mal en la Metafísica; el poder
con la diferencia de la sustancia; las cualidades pasibles con las afeccio-
nes de las sustancias móviles y la figura con la “cuadratura” y “cubici-
dad” del número.
Tanto la segunda especie de las Categorías como el primer sentido
de la Metafísica carecen de correspondencia. Aquélla porque más se
debe tomar como un modo de la potencia que como una especie de la
cualidad4. Este porque no constituye una especie del género –sino un
sentido del término– cualidad5.

3
Tomás de Aquino, In V Metaph., lec. 16.
4
Cfr. Ibid., 995.
5
Cfr. Ibid., 998.
40 Eduardo Sánchez

2. Un texto sintético

Pero el texto sintético integral se encuentra nuevamente en la Suma


Teológica6, donde clasifica así la cualidad:

Determinación de la
potencia de la materia
según el ser sustancial
(cualidad sustancial)

Cualidad
(modo de la
sustancia)

1. En relación con: considera: bien-mal .hábito y


la naturaleza 2 binomios fácil-difícil disposición

2. En relación con: considera: fácil-difídil potencia


la acción 1 binomio
Determinación de la
potencia del sujeto
según el ser accidental
(cualidad accidental)
3. En relación con: considera: fácil difícil cualidad
la pasión 1 binomio pasible

4. En relación con: considera: figura


la cantidad 0 binomios

1. El primer miembro de la división general recoge el primer sen-


tido de la cualidad registrado en la Metafísica, a saber: la diferencia de
la substancia. Este sentido, como ya se dijo, está fuera del predicamento
cualidad.

6
Tomás de Aquino, STh., I-II, q.49, a.2.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 41

2. El segundo miembro de la división se subdivide en las cuatro es-


pecies de la cualidad consignadas en las Categorías, tres de las cuales,
como arriba se indicó, se corresponden con sendos sentidos de la cuali-
dad presentados en la Metafísica. Así, pues, todos los sentidos consig-
nados en ambos textos están recogidos en este esquema tomista.

II. TRES DEFINICIONES DE LA PRIMERA ESPECIE DE CUALIDAD

Omitiendo la consideración de la cualidad como determinación de la


substancia –por ser ella la más ajena al asunto aquí tratado– y admitien-
do sólo la consideración de las cuatro especies del predicamento cuali-
dad, o cualidad accidental, es necesario realizar un análisis en el que la
primera especie de cualidad –objeto del presente estudio– destaque
frente a las demás y exhiba sus rasgos distintivos más importantes.
El análisis constará de tres partes, cada una de las cuales irá encabe-
zada por una definición de la primera especie de cualidad, es decir, por
una definición del hábito sin importar ahora demasiado sus diferencias
con la disposición. Es importante advertir que el análisis tiene como
punto de partida el esquema tomista recién presentado, no la definición
que encabeza cada parte. La definición que titula cada apartado, más
que el punto de arranque, es el remate de cada parte de la reflexión. Por
claridad se han puesto al principio, para que se vea cuál es “in nuce” el
contenido de cada disquisición. Hay un cierto escalonamiento en las tres
definiciones que se presentarán: la segunda y la tercera tienen un carác-
ter derivado con respecto a la primera.

1. Qualitas y Quidditas (el hábito es una cualidad quiditativa o


cualidad “in ordine ad naturam”)

En primer lugar es interesante observar que la división cuatripartita


del predicamento cualidad está fundamentada en su cuádruple relación7

7
Es claro que esta relación interpredicamental, con base en la cual se divide interna-
mente el concepto de cualidad, sólo puede ser una relación trascendental –relación “se-
cundum dici”– pues no es posible que lo interpredicamental sea simultáneamente intra-
predicamental.
42 Eduardo Sánchez

con otros predicamentos, de manera análoga a lo que ocurre, por ejem-


plo, con el concepto de cambio, cuya división en especies (local, cuanti-
tativo, cualitativo y substancial) tiene también como fundamento su
referencia a los predicamentos, con la diferencia de que el cambio mis-
mo no es un predicamento, como lo es la cualidad.
Aunque las categorías –por ser ellas el producto de una división (la
división primaria del ente)– son excluyentes entre sí, nada obsta para
que unas categorías puedan constituir el elemento diversificador de las
especies de otra categoría. Una subdivisión puede estar fundada en las
partes de la división anterior.
Las cuatro categorías, con relación a las cuales se diversifican las es-
pecies de cualidad, son: la substancia (entendida como naturaleza), la
acción, la pasión y la cantidad. (Y precisamente en este orden determi-
nado, porque –según Tomás de Aquino8– en la enumeración de las
especies de cualidad, realizada por Aristóteles en las Categorías, existe
una gradación analógica según su proximidad con la naturaleza; es
decir, es una enumeración gradual desde la cualidad más íntima a la
más periférica).
Es necesario, sin embargo, aumentar la precisión y el rigor de lo an-
teriormente dicho, puesto que, en estricto sentido, la substancia entendi-
da como naturaleza no es propiamente un predicamento. Es más bien un
predicable (dimensión lógica) y un trascendental (dimensión ontológi-
ca) o, mejor aún, un elemento constitutivo del ente.
Es verdad que por una parte “se dice que la quidditas o esencia o na-
turaleza de la cosa es su substancia”9 y que, por otra parte, la substancia
se enumera entre las categorías; sin embargo, la “substancia-categoría”
es la “substancia-sujeto” (sujeto de accidentes), mas no la “substancia-
quididad”. “La quididad –dice Tomás de Aquino– (...) no cae dentro del
orden de los predicamentos”10.

8
Ibid.
9
Tomás de Aquino, In VII Metaph., 1270
10
Ibid., 1275. Por esta pluralidad significativa del término substancia se explica la
aparente paradoja de que el máximo ser substante sea, simultáneamente, el único ser
metacategorial, es decir, trascendente a todos los predicamentos. “Porque eres Tú, Dios
mío, un ser admirablemente simple e inmutable, y yo, creyendo que los diez predicamen-
tos comprendían absolutamente todo lo que existe, me esforzaba en entenderte como si
fueras Tú también el sujeto de tu grandeza y de tu hermosura, de manera que esos atribu-
tos estuviesen en Tí como en un sujeto, siendo así que eres tú mismo tu grandeza y tu
hermosura”. San Agustín, Conf., 4, 16.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 43

La substancia es quid y es hoc, esto es, esencia y sujeto11. La segunda,


tercera y cuarta especies de la cualidad (potencia activa, cualidad pasible y
figura) sólo tienen relación con el segundo sentido, en cuanto son acciden-
tes que inhieren en un sujeto. El hábito (primera especie de cualidad), en
cambio, se relaciona con ambos sentidos del término, pues no es sólo un
accidente que requiere de sujeto, sino también una quididad segunda com-
pletiva de la esencia. El hábito es, por decirlo de algún modo, la única “cua-
lidad quidificante”, pero sólo de manera secundaria, porque la quididad o
naturaleza (“quidificación primera”) de las cosas está en el nivel ontológico
de la substancia. “La naturaleza primera (prote physis) –dice Aristóteles– es
la substancia de las cosas”12. Un accidente –ente secundum quid–, por muy
próximo que esté a la naturaleza, lo más que puede es –como su tipo de
entidad lo indica– secundar la quididad.
El resto de las cualidades (segunda, tercera y cuarta especies) se encuen-
tran entre dos predicamentos: uno de ellos es, en todas, la substancia; el otro
es, en la segunda, la acción; en la tercera, la pasión; y, en la cuarta, la canti-
dad. El hábito, en cambio, está situado entre la substancia (sujeto) y la esen-
cia, entre un predicamento y un predicable. Con respecto a la substancia las
cuatro cualidades tienen la misma relación: inherencia. Con respecto al otro
término la relación es, en cambio, variable. Con respecto a la naturaleza, la
cualidad es complemento (el hábito); con respecto a la acción y a la pasión,
la cualidad es origen (la potencia activa y la cualidad pasible)13; y con res-
pecto a la cantidad, la cualidad es límite (figura)14.

11
Ibid., 1247.
12
Aristóteles, Metafísica, V, 4. Bk 1015 a, 14.
13
No es exacto afirmar que la segunda especie de cualidad –la potencia activa– hace
referencia al inicio de la acción, mientras que la tercera –la cualidad pasible– se refiere al
término de ella. Esa es efectivamente la distinción entre lo activo y lo pasivo, pero no lo
es entre lo activo y lo pasible. “Pasible” no es lo mismo que “pasivo”. Lo pasible es lo
“padecible”, es decir, lo que origina una pasión, no la pasión misma. Por tanto, las cuali-
dades pasibles –o, al menos, una gran parte de ellas– son origen de pasión (psíquica), no
término de acción. Las cualidades pasibles –guiadas por el texto de Categorías 8– pueden
clasificarse en cualidades pasibles físicopsíquicas (cualidades de sensación) y cualidades
pasibles psicosomáticas (cualidades de sentimiento). Las primeras son aquéllas que se
encuentran en los cuerpos exteriores en cuanto objetos del conocimiento sensible (color,
temperatura, sabor); mientras que las segundas son, por un lado, el temple pasional innato
(cólera, furor) derivado de la complexión corporal, y, por otro lado, las manifestaciones
somáticas (rubor, palidez) derivadas de ese mismo temple pasional.
14
Más radical aún –aunque esto sería válido para cualquier cualidad material y no sólo
para la figura– sería decir que, con respecto a la cantidad, la cualidad es coprincipio,
puesto que es ésta la relación entre la materia y la forma, de la cual son trasunto la canti-
44 Eduardo Sánchez

2. Hexiología y axiología (el hábito es una cualidad axiológica)

Pero si el hábito es completivo de la naturaleza, es también, por en-


de, perfectivo de ella, pues lo perfecto (“per-factum”) es lo totalmente
hecho (“totaliter factum”)15, lo acabado, aunque no de cualquier manera,
sino precisamente con arreglo a la naturaleza o a la especie16. Esta con-
formidad de la “qualitas” con la “quidditas”, junto con la también posi-
ble disconformidad, provoca la aparición del binomio “bien-mal” en el
interior de la categoría cualidad.
Es precisamente este binomio la diferencia específica de la primera
especie de cualidad. Si la cualidad en general, según se dijo al principio
de este capítulo, es –con términos aristotélicos– “aquello por lo que algo
se dice tal o cual”; síguese entonces que la primera especie de cualidad
es “aquello por lo que alguien se dice bueno o malo”. Esa genérica
“talidad” o “cualidad” (común a todas las especies) es (para la primera
especie) la “bondad o maldad”.
Queda claro, por consiguiente, cuál es la definición esencial del
hábito (y de la disposición): “buena o mala cualidad”; o bien –
expresado en dos palabras, una para el género y otra para la diferencia–
cualidad axiológica o cualidad ética17 o, mejor aún, recurriendo a un
neologismo semánticamente exacto aunque estéticamente poco elegan-
te, cualidad bonomálica.
La “bonomaldad” se puede abrir en una doble dimensión: en primer
lugar, se puede abrir a las otras –segunda, tercera y cuarta– especies de

dad y la cualidad, de manera que la estructura “hilemórfica” intrasubstancial es sujeto y


origen de una estructura “posopoyónica” accidental.
15
“Perfectum dicitur quasi totaliter factum”. Tomás de Aquino, STh., I, q.4, a.1, ad 1.
Apud A. Millán Puelles, La formación de la personalidad humana, II, I.
16
Cfr. Aristóteles, Metafísica, V, 16. Bk 1021 b, 22-23.
17
Tanto el adjetivo “axiológico” como el adjetivo “ético” –con sus equivalentes de raíz
latina: valioso y moral– resultan inadecuados para expresar el binomio diferencial de la
primera especie de cualidad: la bondad o maldad. Es verdad que tanto “axiología” como
“ética” connotan este binomio, sólo que el primer término –además de ser ajeno a la
terminología aristotélica (así como el término “valor” es ajeno a la tomista)– es estrecho
por su etimología, puesto que únicamente abarca el polo positivo del binomio; mientras
que el segundo, aunque aristotélico, es demasiado estrecho por su significado, ya que la
bondad o maldad no constituyen un binomio exclusivamente –aunque si principalmente–
ético. Sin embargo las desventajas del término “axiología” (su etimología insuficiente y
su origen no aristotélico) son compensadas por una ventaja del concepto: su riqueza
comprehensiva.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 45

cualidad, en tanto que pueden ser asumidas por las de la primera. En


segundo lugar, como consecuencia de la primera apertura, se puede
abrir a otros binomios, en cuanto son reductibles a la bondad o maldad.
“Las figuras y las cualidades pasibles –dice Tomás de Aquino– si se
las considera como convenientes o no convenientes a la naturaleza de la
cosa pertenecen a los hábitos o disposiciones: pues la figura, en cuanto
conviene a la naturaleza de la cosa, y el color, pertenecen a la belleza; lo
mismo que el calor y el frío, en cuanto convenientes a la naturaleza de la
cosa, pertenecen a la salud. En este sentido coloca Aristóteles el calor y
el frío en la primera especie de cualidad”18.
Esto que dijo Tomás de Aquino de la tercera y cuarta especies (cua-
lidades pasibles y figuras), puede también decirse con respecto a la
segunda especie, puesto que la potencia, en cuanto conveniente con la
naturaleza de la cosa, pertenece a la fuerza o vigor y, por tanto, también
a los hábitos y disposiciones.
La referencia “ad naturam” convierte todo lo que toca en “axios”: la
forma (externa) se convierte en “formositas” –“hermositas”–; la tempe-
ratura y la humedad se transforman en “sanitas” y la potencia en “forti-
tudo”.
Queda claro, con la segunda apertura, que el binomio “bien-mal” de
la primera especie de cualidad no es simplemente un binomio ético, sino
que se desglosa en una pluralidad de cualidades contrarias. Esta diversi-
dad de cualidades bipolares comprendida bajo el binomio “bueno-
malo” es una razón más para admitir el uso del lenguaje axiológico
dentro de un contexto aristotélico, para hablar incluso de una axiología
aristotélica (y tomista ).
La axiología aristotélica, como es obvio, no versa sobre objetos pu-
ros y “quasi” matemáticos, obtenidos por “epoké”, al modo “fenomeno-
lógico-scheleriano” (no podía caer en esto quien ha salido huyendo de
los entes ideales obtenidos por “anámnesis”, al modo “ontológico-
platónico”). La axiología aristotélica se encuentra radicada –
“inyectada”– en su hexiología y, por tanto, en su ontología; porque el
hábito (héxis), según se ha dicho, obtiene su entidad por inhesión en la
substancia, y su bondad o maldad por comparación con la esencia. Si no
hay naturaleza, no hay bondad o maldad –sin “physis” no hay

18
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.2, ad1.
46 Eduardo Sánchez

“axios”19– y, más radical aún, “si no hay substancia (primera), no hay


nada”20.
El hábito se ubica donde la cualidad y el valor (positivo o negativo)
convergen. La relación simétrica existente entre las extensiones de am-
bos conceptos –cualidad y valor– permite una cierta convertibilidad
entre ellas, de tal manera que puede afirmarse tanto que el hábito es una
cualidad axiológica como que es un valor cualitativo, es decir, bondad o
maldad accidental intrínseca. De este modo el valor –la “bonomal-
dad”– se constituye como otro “quasi género” del hábito, y la axiología
aparece envolviendo a la hexiología.
En axiología –siguiendo la lógica aristotélica de llamar “primero” al
singular concreto, y “segundo” al universal abstracto– se puede distin-
guir entre valor primario o valor real y valor secundario o valor ideal.
Esta terminología corresponde a una postura realista en la que el valor
es ante todo una propiedad real y aleja de la axiología fenomenológica
que otorga la primacía al valor ideal. La hexiología se presenta así como
una axiología del valor primario, es decir, como una axiología realista a
la cual, sin embargo, no agota, porque el valor real se puede encontrar
tanto en el orden de la substancia como en el del accidente, y, en el del
accidente, tanto en el ámbito extrínseco como intrínseco; mientras que
el hábito sólo se encuentra en el orden accidental intrínseco. La hexio-

19
No se puede, por tanto, combatir el formalismo de la ética kantiana (mediante la
axiología), aplaudiendo al mismo tiempo el apriorismo (es decir, la independencia de la
moral respecto de la physis), como hace Scheler. El valor, lo mismo que el bien, es la
relación trascendental –adecuación trascendental– entre la forma o natura (causa final
intrínseca) y el fin (causa final extrínseca).
20
Según Scheler, “los valores son independientes en su ser de sus depositarios”. M.
Scheler, El formalismo en la ética y la ética material de los valores, sec. 1, cap. 1. Esta
independencia, sin embargo, no puede ser tan radical si es verdad, como afirma Aristóte-
les, que “si no hubiera substancia primera, nada existiría”. Aristóteles, Categorías, 5. Bk,
2b, 6. En efecto, todo es substancia primera o está en una substancia primera (los acciden-
tes) o se dice de una substancia primera (la substancia segunda, los “accidentes segundos”
y, en general, los universales abstractos). En alguno de estos tres lugares se encuentran los
valores, luego no son tan independientes de la substancia primera, la cual, finalmente, es
la “depositaria” de ellos. Más radical aún es la afirmación orteguiana de que “los valores
son cualidades irreales residentes en las cosas”. J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?,
Revista de Occidente, 4. “Busquemos –dice él– en el traje, con los ojos de la cara, su
elegancia. Vana pesquisa”. Es este el argumento típico del empirismo; con él negó Hume
la causalidad. Sólo un empirista identifica lo invisible con lo irreal. La invisibilidad de los
valores es, precisamente como dice Ortega, “para los ojos de la cara”, mas no es una
invisibilidad absoluta: “pulcher est quo ad visum placet”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 47

logía es, pues, sólo una porción de la axiología: la axiología del valor
primario accidental intrínseco.
El valor –como sinónimo que es de la bondad– se extiende y aun re-
basa a todas las categorías; mientras que el hábito, por el contrario, se
mantiene dentro de los límites de la cualidad.
El carácter transcategorial del valor –del bien– es claramente subra-
yado por Aristóteles cuando afirma que “el bien se toma en tantos senti-
dos como el ente, puesto que se predica de la substancia, como Dios y la
inteligencia; y de la cualidad, como las virtudes; y de la cantidad, como
la medida; y de la relación, como lo útil; y del tiempo, como la ocasión;
y del lugar, como el domicilio conveniente, y de otras cosas semejan-
tes”21. Con razón afirma Ortega que “el problema del ser tiene un equi-
valente en extensión y en dignidad: el problema de los valores”22.
Por camino diverso se puede llegar a mostrar lo mismo, esto es, que
el valor-contravalor es el “quasi género” del hábito bueno-hábito malo.
El valor, en efecto, es el bien adecuado23 a la naturaleza (especialmente
a la naturaleza humana), mientras que el hábito bueno es el bien ade-
cuado e inherente a la naturaleza; y lo mismo dígase –mutatis mutan-
dis– del polo negativo de ambos conceptos: el contravalor y el hábito
malo.
El valor (o disvalor) es cualquier característica de un sujeto en rela-
ción de conveniencia (o disconveniencia) con la naturaleza de otro o del
mismo sujeto. Más brevemente expresado tomando como modelo la
formulación de la definición aristotélica de potencia24: valor es la con-
veniencia de un sujeto con otro, o con el mismo en cuanto otro. El valor
es hábito –la axiología es hexiología– cuando la relación de convenien-
cia (o inconveniencia) es del sujeto consigo mismo, es decir, cuando el
sujeto portador de la cualidad es el mismo con cuya naturaleza se com-
para en relación de adecuación o inadecuación (conveniencia o incon-
veniencia).
Como puede observarse, el sujeto tiene una doble importancia en la
axiología (en contra de lo que piensa la axiología fenomenológica, que

21
Aristóteles, EN, I, VI. Bk, 1096 a 21-26.
22
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4.
23
“Un tomista mexicano, el Dr. Oswaldo Robles, encuentra en la noción tomista de
bien adecuado un sinónimo preciso del valor”. A. Basave Fernández del Valle, Filosofía
del Hombre, Espasa Calpe Mexicana, 8ª edición, México, 1990, 164.
24
Cfr. Aristóteles, Metafísica, V, 15.
48 Eduardo Sánchez

tiende a convertir los valores en objetos puros, desligados de todo suje-


to), pues uno es el sujeto portador del valor y otro (o el mismo en cuan-
to otro) el sujeto de referencia. Cuando ambos sujetos axiológicos son
uno y el mismo, entonces se tiene un sujeto hexiológico.
La axiología surge al poner las cualidades de un sujeto cualquiera en
relación de conveniencia o disconveniencia con una determinada natu-
raleza (principalmente la naturaleza humana); la hexiología, en cambio,
surge sólo cuando esas características radican en la naturaleza misma
con la cual convienen o dejan de convenir. La axiología exige la ade-
cuación (o inadecuación) de una cualidad con una naturaleza; la hexio-
logía, más exigente, pide además que ambas –cualidad y naturaleza–
radiquen en la misma substancia, que el sujeto de referencia (la natura-
leza en comparación con la cual algo es bueno o es malo) sea el mismo
que el sujeto de inherencia (la substancia en la cual radica la cualidad
buena o mala). Vuelve con ello a aparecer, desde la perspectiva de la
cualidad, la reflexividad del “se habere”, pues la conveniencia de una
cualidad con una naturaleza, en la coincidencia de un solo sujeto, es, en
última instancia, la adecuación del sujeto consigo mismo.
No basta, por tanto, definir el hábito como buena o mala cualidad,
pues esto lo tiene en común con el valor; hace falta añadirle su nota
distintiva: ínsita en el mismo sujeto en orden al cual se compara. Más
brevemente expresado: hábito es una buena o mala cualidad intrínseca
o, como Tomás de Aquino lo llama, una “cualidad inherente”25. Este
añadido, empero, es necesario sólo cuando se toma el vocablo cualidad
en el sentido amplio que le dan los axiólogos. Tomado en su sentido
categorial aristotélico, el añadido sería un pleonasmo, pues la cualidad,
por definición, es un accidente intrínseco.
El hábito es doblemente subjetual. Si se expresa esta idea ejemplifi-
cada con el sujeto por antonomasia del hábito (el hombre), puede decir-
se que el hábito es doblemente hominal: es una disposición del hombre
conmensurada a la naturaleza del hombre. La substancia del hombre es
el sujeto portador del hábito y la esencia humana es la regla frente a la
cual se compara. (Puede decirse lo mismo –mutatis mutandis– de los
hábitos inherentes a sujetos no humanos).
El sujeto de referencia de la axiología –y, por tanto, también de la
hexiología– es, sobre todo, el hombre. Hablar de valor para un animal o
para un vegetal tiene visos de metáfora. El sujeto de inherencia de los

25
Cfr. Tomás de Aquino, Sent., 3, dist. 23, q.1, a.1, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 49

valores es, en cambio, infinito. Se puede hablar con toda propiedad del
valor de un animal o de un vegetal o de un mineral (el oro, por ejem-
plo). El sujeto de inherencia de los hábitos, por su parte, no es tan uni-
versal, sino que es tan restringido como su sujeto de referencia: el hom-
bre (principalmente), puesto que ambos sujetos son el mismo. Podría,
por tanto, definirse el hábito –para distinguirlo del valor– como cuali-
dad buena o mala en orden a la naturaleza del mismo sujeto portador.
O, en términos axiológicos, hábito es el valor para la naturaleza del
mismo sujeto portador.
El hábito (héxis) –y sobre todo la virtud (areté)– es un concepto
eminentemente antropológico, sin que esto obste para que algunas dis-
posiciones quasi habituales puedan aplicárseles a otros seres. En el in-
terior del hombre mismo no todos los hábitos se predican con igual
propiedad: los hábitos de su alma son más plenamente hábitos que los
de su cuerpo. Los mejores hábitos del hombre –las virtudes– no son
predicables del animal ni siquiera por analogía de atribución. Cualquier
predicación de la virtud sobre sujeto no humano siempre será metafóri-
ca (la “virtud” del ojo, la “virtud” del caballo)26.
La “aretología” aristotélica (no es otra cosa su ética) es axiología –y
hexiología– “endopsíquica”. El alma es el lugar de la virtud. Pero así
como el alma no es todo el hombre, así la “aretología” no es toda la
“hexiología”: hay en efecto, hábitos fuera del alma que, empero, están
dentro del hombre por radicar en su cuerpo. La hexiología, por tanto, se
mantiene dentro de los límites de la antropología (aunque la hexiología
psíquica es extensible a la angelología y la hexiología somática a la
zoología); la axiología, en cambio, los desborda hasta la ontología. Así
entendido, vuelve a confirmarse que “el problema del ser tiene un equi-
valente en extensión y en dignidad: el problema de los valores”27.
La axiología, en efecto –trasladada a un contexto metafísico intelec-
tualista28– comienza en el plano trascendental. De los seis trascendenta-
les tradicionalmente enumerados –realitas, alquiditas, unitas, veritas,
bonitas, pulchritudo–, cinco de ellos son propiedades del ente, quedan-
do fuera el trascendental “res”, por no añadirle nada a la noción de ente.
Y, de éstas, solo cuatro –unum, verum, bonum, pulchrum– son propie-

26
Cfr. Aristóteles, EN, II, 6. Bk, 1106 a, 17-18.
27
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4. Cfr. nota 22.
28
Expresión de Octavio Nicolás Derisi en Max Scheler: ética Material de los Valores,
Magisterio Español, 185.
50 Eduardo Sánchez

dades axiológicas, pues sólo ellos se bifurcan –se “bipolarizan”– en un


par de contrarios, positivo el uno y negativo el otro, al introducirse en el
plano categorial29.
Los trascendentales unum, verum, bonum et pulchrum son, en cierto
modo, los cuatro valores cardinales. En el nivel trascendental los valores
carecen de contrariedad, es un ámbito axiológico anterior a la bipolari-
dad. Es al encerrarse en la esfera de las categorías cuando los valores
adquieren limitación y, por tanto, contrariedad. La ruptura (división), la
falsedad, la maldad y la fealdad sólo existen en el plano predicamental y
son, a la inversa, los cuatro desvalores capitales.
Todavía pueden reducirse los valores a los tres trascendentales rela-
tivos –verum, bonum et pulchrum–, tomando en cuenta que la unidad,
por ser anterior a la relación, se encuentra de alguna manera inviscerada
en ellos. La adecuación, la finalidad y la armonía –relaciones vertebra-
les de la verdad, la bondad y la belleza– nada son sin la unidad. La uni-
dad, por consiguiente, más que un valor es la raíz de los valores.
En esta terna axiológica –bonum, verum et pulchrum– el bien tiene
la preeminencia porque es bajo razón de bien como la verdad y la belle-
za ingresan en el ámbito de la axiología. La noción de bien es equiva-
lente a la noción misma de valor. La axiología es, en última instancia,
“agatología” desglosada en pluralidad de binomios bipolares30.

29
La unidad es axiológica sólo en cuanto se opone a división –ruptura–, que es un
contravalor, y no en cuanto se opone a multiplicidad.
30
En la axiología scheleriana el valor y el bien no se identifican, pero aún en este
contexto no hay noción más afín a la de valor que la de bien. Según Scheler el bien es el
valor en la realidad (“in re”) y, viceversa, el valor es el bien en la idealidad. Esta distin-
ción, desde el punto de vista terminológico, es un convencionalismo dentro del lenguaje
scheleriano, pues no tiene fundamento en el hablar cotidiano. Desde el punto de vista
conceptual, el valor y el bien, más que diferir en el significado, difieren en la referencia
(“suppositio”): uno connota al sujeto y otro prescinde de él. Es erróneo dar prioridad a lo
abstracto (valor) sobre lo concreto (bien), como hace la axiología fenomenológica: el bien
no es un valor concretado; mejor sería decir que el valor es un bien abstraído. Así como
Aristóteles llama “primera” a la substancia concreta y “segunda” a la substancia univer-
sal, así también lo concreto es el valor (o el bien) “primero” y lo abstracto es el bien (o el
valor) “segundo”. Cosa distinta es que, en el ámbito operativo, el bien sea anterior al ser
como el fin lo es a la forma; y que, por tanto, haya una cierta excedencia –precedencia–
del bien sobre el ser. Cfr. Tomás de Aquino, STh., I, q.5, a.2, ad. 1 et 2. Pero la primacía
de lo intencional sobre lo real en el ámbito operativo es interpretado –por los fenomenó-
logos axiológicos– como una primacía del valor abstracto sobre el bien concreto en el
ámbito ontológico. El valor así considerado ha sido abstraído “per modum formae” –“ad
more geometrico”–, por eso no tiene nada de extraño que se compare tan insistentemente
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 51

A diferencia de las categorías, los trascendentales son “géneros” in-


terpredicables e intercomunicables. Existe entre ellos una cierta “pericó-
resis” o “circuminsesión”, pues cada uno reside en cada otro: la verdad
es buena y bella; la bondad es verdadera y bella; la belleza es verdadera
y buena.
Pero cuando el valor se predica sobre el bien, la verdad y la belleza,
las cosas se complican aún más, pues –dado que el valor y el bien se
identifican– ya no es sólo un trascendental que se predica sobre los
demás, sino que ahora también se está predicando sobre sí mismo a
modo de “género”.
Esta “retropredicación” de un concepto sobre sí mismo, no a modo
de identidad sino a modo de género, es –al igual que la tautología– una
mera relación de razón. El bien –con el nombre de “valor”– se predica
de sí, como un género que abarca también, “sub ratione boni”, la verdad
y la belleza. Todo concepto que abarque como género a dos o más cate-
gorías o a dos o más trascendentales es un pseudogénero. De este tipo
es, por ejemplo, el concepto de accidente visto como “género” de nueve
categorías, o el concepto mismo de categoría visto como “género” de
todas ellas, o el concepto de “trascendental” visto como “género” de los
seis trascendentales, o, en el caso presente, el concepto de valor visto
como “género” de los trascendentales verdad, bondad y belleza. La
razón es infinita –y es imposible detenerla– en su operación de fabricar
siempre géneros más amplios. Es de gran importancia, sin embargo, no
darle un sentido ontológico a estas operaciones puramente lógicas. Esta
confusión entre lo lógico y lo ontológico –entre las segundas y las pri-
meras intenciones– es la que parece darse en Ortega cuando considera
que identificar valor (género) y bien (especie) es un reduccionismo
análogo al de los jónicos que identificaban ser (género) y cuerpo (espe-
cie)31.
Sin embargo, cuando en el lenguaje axiológico se dice que el bien, la
verdad y la belleza son valores, lo que ordinariamente sucede es que se

los valores a los entes matemáticos. Cfr. J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4–. La
diferencia entre el valor y el bien para estos axiólogos es análoga a la distinción tomista
entre el número “desligado” –“numerus absolutus”– y el número “in rebus”. Cfr. Tomás
de Aquino, STh., I, q.30, a.1, ad 4. Pero si por el contrario se inyecta la axiología en la
ontología, el valor se identifica con el bien; aunque quizás aquél añada a éste un cierto
matiz conceptual, pues mientras el bien es el ente en cuanto perfecto, el valor es el ente en
cuanto perfecto y en cuanto perfectivo (de una naturaleza).
31
J. Ortega y Gasset, ¿Qué son los valores?, 4.
52 Eduardo Sánchez

está predicando el concepto trascendental de bien no sobre sí y otros


trascendentales, sino sobre la bondad moral, la verdad lógica y la belle-
za estética, que se encuentran en el ámbito predicamental puesto que
cada una de ellas posee su contravalor. La axiología casi siempre se
mueve en el plano categorial, que es donde se encuentran las diadas
axiológicas. Decir que la bipolaridad es una propiedad del valor delata
que no se ha rebasado el ámbito categorial.
Todo lo hasta aquí expresado puede verse aclarado con un esquema
en el que se vea qué parte ocupa la hexiología dentro de la agatología o
axiología:
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 53

ámbito trascendental ámbito predicamental


Objetos
(teocentrico) (antropocéntrico)

Verdad

Ecológicas : limpieza Valores ecológicos

cuerpo ambiental

Económicas : riqueza Valores económicos

Externos compañía
Esfera Valores sociales
privada y familiares
alma amistad

Esfera orden Valores políticos


pública p
Bondad . Bienes libertad
az
Valor Valores

salud

cuerpo fuerza Valores biológicos

belleza
Valores intelectuales verdad
hábitos
intelectual Valores estéticos belleza
alma: virtud
moral Valores morales bondad

teologal Verdad
Valores religiosos Belleza
Bondad

Belleza

axiología en axiología en Objetos


sentido amplio sentido estricto

El que la verdad, la bondad y la belleza aparezcan –con análogo sig-


nificado– en los dos extremos del esquema le da a éste un cierto carácter
54 Eduardo Sánchez

circular. El esquema se cierra con los mismos valores con los que se
abrió. Esto indica que las virtudes encierran –objetual, no extensional-
mente– a todos los valores. Aunque las virtudes por el lado del sujeto se
cierran en el hombre (constituyendo así sólo una parte del mundo de los
valores), por el lado del objeto se abren a toda la axiología. Por eso,
quien educa para la virtud está cuidando todos los valores.
La axiología es agatología “ad hominem”, es decir, bondad acorde a
una naturaleza (principalmente la naturaleza humana); y la hexiología es
axiología “in homine”, es decir, un valor existente en un sujeto (princi-
palmente el hombre). Pero ni el “ad hominem” ni el “in homine” relati-
vizan los valores al modo del “homo-mensura” protagórico. Relacionar
no es relativizar. El “ad hominem” aquí empleado no es relativizante
porque se refiere “ad naturam hominis” (no “ad voluntatem hominis”).
Todo valor tiene, por tanto, una dimensión antropológica (en esto difiere
del trascendental bien o bondad ontológica, que es más teocéntrico que
antropocéntrico); el hábito, por su parte, es doblemente antropológico,
pues no sólo tiene la referencia al hombre –común a todos los valores–
sino también la inherencia en él.
No obstante aunque haya axiología y hexiología extrahominal, el
esquema es antropocéntrico, por ser el hombre el sujeto por excelencia
de ambas. La axiología y la hexiología son estudios exclusivamente
antropológicos por elección, no por necesidad, porque el hombre no es
el único sujeto posible de valores y hábitos. La salud, por ejemplo, que
es al mismo tiempo un valor biológico y un hábito entitativo, es una
cualidad animal y, por tanto, extensible a toda la zoología; sin embargo,
el estudio de la salud como valor y como hábito tiene interés sólo si se
considera en orden a la naturaleza humana. Ocurre lo mismo con la
medicina, que es un estudio teleológicamente hominal, aunque –por
extensión genérica– sea aplicable a otros seres vivos. El valor, más aún
que el hábito, suele ser presentado como el correlato de la dignidad y,
por tanto, suele ser definido en función de las personas: “valor es todo
aquello que contribuye al desarrollo de las personas”32. Todas las clasi-
ficaciones y tabulaciones jerárquicas de los valores están también en
correspondencia biunívoca con las diversas dimensiones de la naturale-
za humana. No obstante, esta reducción al hombre es puramente prefe-
rencial en lo que se refiere a valores y hábitos corporales. Aunque el

32
C. Llano Cifuentes, Dilemas Éticos de la Empresa Contemporánea, Fondo de Cultu-
ra Económica, 1ª edición, México 1997, 93.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 55

“ordo ad naturam” que constituye al valor y al hábito puede ser entendi-


do como “ordo ad quamlibet naturam”, se elige entenderlo sólo como
“ordo ad naturam hominis”. En el esquema que ahora se comenta se ha
realizado también esta reducción preferencial.
Los valores son, además de los hábitos, también los objetos hacia los
que por naturaleza tiende el hombre. El esquema lo pone de manifiesto
puesto que sólo los bienes –los valores– ínsitos en el hombre son hábi-
tos. En la axiología debe distinguirse un doble sujeto: el sujeto en el
cual está el valor (sujeto “in quo”) y el sujeto para el cual es el valor
(sujeto “ad quem”). La identidad de ambos sujetos convierte la axiolo-
gía en hexiología
En la hexiología el sujeto “in quo” (sujeto portador) excede en ex-
tensión al sujeto “ad quem”: aquél es cualquier cosa, éste es preferen-
cialmente el hombre. En la hexiología, en cambio, ambos sujetos tienen
la misma extensión: el hombre (preferencialmente).
La axiología, por consiguiente, tiene una doble amplitud: desde el
punto de vista del sujeto portador del valor (sujeto “in quo”) es tan am-
plia como la ontología; pero desde el punto de vista del sujeto de refe-
rencia (sujeto “ad quem”) tiene sólo la amplitud de la antropología. La
hexiología, en cambio, desde ambas perspectivas tiene amplitud antro-
pológica (preferencial, no exclusivamente).
Desde el punto de vista objetual (u objetivo), la completa axiología
–con todos sus binomios– está contenida, bajo el binomio “bien-mal”,
dentro de la cualidad (en la primera especie). Desde el punto de vista de
la extensión no ocurre igual: no toda la axiología se encierra en la cuali-
dad. El bien y el mal –la axiología– cruzan transversalmente todas las
categorías: hay buenas y malas acciones, buenas y malas relaciones,
buenas y malas posiciones, etc. Sólo la substancia, puente entre lo cate-
gorial y lo trascendental, es siempre buena; en esta categoría rige una
axiología no bipolar.
Donde la cualidad y el valor (bondad-maldad) se intersectan, ahí está
el hábito (y la disposición). Pero ni toda cualidad es axiológica ni toda
axiología es cualitativa: hay cualidades ajenas a la bondad o maldad (la
segunda, tercera y cuarta especies) y hay bondad o maldad fuera de la
cualidad.
Podría pensarse sin embargo que no hay axiología extracualitativa, y
que si se encuentran valores en otras categorías es porque se les está
considerando “sub rationi qualitatis”, bajo la óptica de la cualidad; que
así como las otras especies de cualidad pertenecen a la primera especie
56 Eduardo Sánchez

cuando se les considera axiológicamente, es decir, en cuanto buenas o


malas, así también las otras categorías pertenecen a la cualidad cuando
bajo esa misma perspectiva –axiológica– son consideradas. Esto, ade-
más, estaría de acuerdo con cierto modo de hablar que llama cualidades
al bien (y al mal) y a la belleza (y a la fealdad), sin importar la categoría
en la que se encuentren. Así, por ejemplo, es frecuente oír que la bondad
y la maldad son “cualidades de los actos” humanos.
Así amplificado, puede predicarse cualquier contrariedad axiológica,
en cualquier categoría, sin dejar de ser cualidad. Así lo hizo –
limitadamente– Tomás de Aquino (como se aprecia en su último texto
citado) al proyectar la primera especie de cualidad sobre el resto de sus
especies (véase el párrafo remitente de la nota 18).
Por lo que ha podido observarse, la primera especie de cualidad
–cualidad buena o mala, o cualidad axiológica– en unas ocasiones es
tomada en un sentido demasiado estrecho, y, en otras ocasiones, en un
sentido demasiado amplio. Analicemos ambos casos en sendos incisos.
Si en la primera especie de cualidad se incluye lo bueno o lo malo
“es porque se considera en orden a la naturaleza”33. Ahora bien, si este
“ordo ad naturam” se entiende como “ordo ad naturam hominis”, en-
tonces se está hablando de la primera especie de cualidad en sentido
reductivo, pues los hábitos y disposiciones no son propiedades exclusi-
vas del ser humano. Es verdad que sí son cualidades preferencialmente
antropológicas –porque el hombre es el sujeto primario de los hábitos
comunes (los del cuerpo) y el sujeto propio de los hábitos primarios (los
del alma)–, pero no es verdad que fuera del hombre no se encuentren
hábitos o disposiciones. El “ordo ad naturam”, por tanto, debe se enten-
dido como un “ordo ad quamlibet naturam”, aunque en realidad –como
más adelante se verá– la “protoespecie” de cualidad no puede extender-
se más allá del ser vivo. Los hábitos y disposiciones, estrictamente con-
siderados, son cualidades del ánimo o del cuerpo en cuanto animado.
En la postura inversa se incurre al considerar el “ordo ad naturam”
dentro de cualquier género (“in quamlibet genere”), y no sólo dentro del
género cualidad (“in genere qualitatis”). No es que sea ilegítima la con-
sideración extracualitativa del “ordo ad naturam” –puesto que también
la cantidad, la relación, la acción y, en general, cualquier categoría,
pueden ser apreciadas, en orden a la naturaleza, como buenas (si son
“secundum naturam”) o como malas (si son “contra naturam”)–, pero

33
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.2, ad 1
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 57

esta bondad o maldad ya no son cualidades, y si se empeñan en seguir-


les llamando así, quede claro que se está haciendo un uso transpredica-
mental del término cualidad.
La hexiología, por tanto, no agota extensionalmente a la axiología.
La hexiología es unipredicamental, se encuentra recluida en una cuarta
parte de la cualidad; mientras que la axiología es totipredicamental e,
incluso, trascendental. También desde la perspectiva del sujeto portador
la axiología rebasa en extensión a la hexiología, pues todo ser es porta-
dor de valores, mientras que sólo algunos son portadores de hábitos.
Unicamente bajo la óptica del sujeto de referencia la hexiología iguala
–y aun aparenta exceder– la extensión de la axiología, debido a que en
el hablar común –sin que exista una razón conceptual para ello– la no-
ción de valor se encuentra más conexa con la naturaleza humana, como
un propio exclusivo de ella, que la noción de hábito. Sin embargo, pues-
to que el hábito es un tipo de valor, cualquier naturaleza perfeccionada
por un hábito, es también una naturaleza axiológica.
La hexiología es un capítulo de la axiología. Frecuentemente se ca-
racterizan de modo opuesto los valores y las virtudes –y los valores
ampliamente entendidos (buenos y malos) a los hábitos–, en lugar de
incluir a éstas (las virtudes) dentro de aquéllos (los valores). Se afirma
de los valores que son “objetos ideales” y, por ambos conceptos (por su
idealidad y por su objetualidad), se tiende a oponerlos a los hábitos. Por
un lado se afirma que la hexiología –al contrario de la axiología– versa
sobre cualidades reales; y, por otro lado, aun concediendo la realidad de
los valores, se afirma que estos son cualidades de los objetos, mientras
que los hábitos son cualidades de los sujetos. A lo primero debe respon-
derse que también los valores son antes cualidades reales que objetos
ideales; mientras que a lo segundo se debe responder que si los bienes
externos al sujeto son valiosos sólo por convenir con su naturaleza (la
frescura del agua, por ejemplo, por convenir con una naturaleza sedien-
ta), más valiosos deben ser aquellos bienes que además de convenir con
su naturaleza, son inmanentes a ella (la salud, por ejemplo), “¿acaso no
vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?” (Mt. 6,
25).
Otra manera de presentar las relaciones entre axiología y hexiología
–entre valor y hábito– es aquélla que entiende a las virtudes como la
encarnación de los valores (por el hombre). De acuerdo con esta visión,
el valor es antes un objeto ideal que una cualidad real. Esto es aceptable
con tal que la primacía del estado ideal sobre el estado real (la primacía
58 Eduardo Sánchez

de la idea sobre el ser) sea sólo relativa –al modo como en el orden
práctico la idea antecede a su realización–; pero es inaceptable si se le
otorga una prioridad absoluta, olvidando que el orden práctico depende
del especulativo y que aquí, en el orden especulativo, el ser precede a la
idea, y el bien real al bien ideal. La virtud es la encarnación del valor si
–y sólo si– el valor es la abstracción del bien o, con otras palabras, si el
ideal precede a su realización es porque previamente el ideal se extrajo
de lo real. La “agatología” (estudio ontológico del bien) es anterior a la
axiología, y la metafísica a la fenomenología. Según esta manera de ver
las cosas, el valor es el momento intermedio entre el bien real (del cual
deriva como lo abstracto de lo concreto) y el bien por realizar (al cual
precede como lo ideal a lo real). Aunque todo esto es aceptable, parece
más sencillo y realista quitarle al valor esta posición neutral y hacerlo
sinónimo de la noción de bien.

3. “Secundum Naturam” y “Secunda Natura” (el hábito es una


cualidad “deuterofísica”)

a) La cualidad “sicut natura”

El hábito, como anteriormente se mencionó, es una cualidad en rela-


ción trascendental con la naturaleza. Pero el concepto de naturaleza se
descompone en dos nociones: quididad (esencia) y operatividad, cada
una de las cuales da lugar a un binomio conceptual: la relación con la
naturaleza en cuanto quididad le otorga al hábito (y a la disposición) su
bondad o maldad; mientras que por su relación con la naturaleza en
cuanto operativa, le viene al hábito el ser de fácil moción (prontitud) y
difícil remoción (estabilidad); siendo lo contrario para la disposición,
que o bien es tarda para la acción, o bien es de fácil remoción.
Las cualidades constituidas “ad modum naturae” –o “quasi secunda
natura”– deben hacer referencia a ambos binomios: “bien-mal”, “fácil-
difícil”; y éste último considerado tanto desde el ángulo de la resistencia
a la remoción (estabilidad-inestabilidad), como desde el ángulo de la
prontitud para la acción (prontitud-tardanza).
Cuando Aristóteles habla de la semejanza del hábito con la naturale-
za, lo hace en razón de su carácter duradero y difícilmente mudable: “si
alguna disposición se ha hecho, a causa de su larga duración, en cierto
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 59

modo natural, irremediable o completamente inmutable, entonces se le


puede llamar verdaderamente un hábito”34.
También Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, considera “sicut
natura” a las cualidades de la primera especie cuando, por arraigo en el
sujeto, han adquirido fijeza: “El hábito se asemeja a la naturaleza y así
como la naturaleza de ningún modo puede ser removida de la cosa, así
el hábito difícilmente se remueve”35.
Pero no a toda cualidad difícilmente mudable le atribuyen Aristóte-
les y Tomás de Aquino la “naturalidad secundaria”. Hay cualidades de
gran fijeza dentro de la segunda, tercera y cuarta especies, pero ninguna
de ellas constituye una segunda naturaleza. Nada más fijo en el etíope
que su negrura y ésta no es, empero, una naturaleza segunda.
Además de su adhesión al sujeto, se exige la operatividad de las cua-
lidades: ya mediata, como en los hábitos entitativos; o ya inmediata,
como en los hábitos operativos (porque todo hábito, aun los entitativos,
son operativos; así como todo hábito, aun los operativos, son entitati-
vos). Hay otros textos tomistas en donde se afirma que el hábito es natu-
ra, además de por su estabilidad inamovible, por su facilidad (prontitud)
operativa: “El hábito actúa al modo de la naturaleza. Por esta razón,
cuando alguien sin previa deliberación realiza las obras de la virtud
manifiesta que (la virtud) está firmemente arraigada de modo habitual
en el alma”36.
La facilidad operativa también asemeja al hábito con la naturaleza
por el placer que la “operación natural no impedida” produce. “Puesto
que el hábito está al modo de cierta naturaleza –dice Tomás de Aqui-
no– su operación propia se convierte también en algo como natural y,
por ende, deleitable”37.
Pero no es todavía suficiente que una cualidad sea estable y fácil-
mente –pronta y deleitablemente– operable. Hay cualidades de la se-
gunda especie (la potencia activa) que también poseen estas característi-
cas y, sin embargo, no se afirma de ellas que constituyan una segunda
naturaleza.

34
Aristóteles, Categorías, 8. Bk, 9a, 2-4.
35
Tomás de Aquino, STh., I y II, 53, 1, ad 1. La expresión “sicut natura” aparece en la
objeción a la que este texto responde.
36
Tomás de Aquino, STh., II-II, 123, 9, corpus.
37
Tomás de Aquino, De virtutibus in communi, a 1, corpus.
60 Eduardo Sánchez

b) Inveniencia, adveniencia y conveniencia

Cabría pensar que para ser cualidades “per modum naturae” o cons-
titutivas de naturaleza segunda –posibilidad reservada a las cualidades
de la primera especie– se requiere, como condición previa, no ser “qua-
litates naturales” o cualidades pertenecientes a la naturaleza primera,
porque lo que viene integrado –lo “inveniente”– en la naturaleza primi-
tiva no puede luego advenir como naturaleza segunda. Según este modo
de ver las cosas, lo propio de esta especie de cualidades es, además de
su permanencia y agilidad, su carácter adventicio o adveniente.
Sin embargo Tomás de Aquino rechaza esta conclusión y desaprue-
ba a Simplicio por haberla extraído38. Simplicio contradivide a la se-
gunda, tercera y cuarta especies de cualidad frente a la primera especie,
llamándoles “naturales” a aquéllas y “adventicias” a ésta. Tomás de
Aquino responde que los miembros de esta división no son mutuamente
excluyentes, ya que dentro de las cualidades de la tercera especie hay
cualidades adventicias, y dentro de la primera especie hay cualidades
naturales. Como ejemplo de cualidades naturales de la primera especie
menciona Tomás de Aquino la salud y la belleza. No mencionó ejem-
plos de cualidades adventicias dentro de la tercera especie (“qualitates
passibiles”), pero no es difícil encontrar algunas: el color moreno de una
piel oscurecida por el sol, o la aspereza de unas manos curtidas por el
trabajo, etc.
Así, según Tomás de Aquino, lo inveniente (natural) no es un im-
pedimento ni lo adveniente un requisito para pertenecer a la primera
especie de cualidad. Lo verdaderamente propio y distintivo de esta
especie es su carácter de conveniente o disconveniente con la naturale-
za. Esta relación de conveniencia o disconveniencia con la naturaleza
presenta además la ventaja de ser disyuntiva y explicar así la aparición
del binomio axiológico “bueno-malo”, el cual quedaba sin explicación
con la distinción simpliciana “inveniencia-adveniencia” (o “natural-
adventicio”).
Debe hacérsele justicia a Simplicio y admitir que el concepto de
conveniencia (y, por tanto, el de disconveniencia), supone el de adve-
niencia: lo que conviene o es conforme a la naturaleza es distinto de la
naturaleza con la cual conviene o se conforma. Tomás de Aquino mis-

38
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 2.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 61

mo, siguiendo a Aristóteles39, afirma que “las virtudes y los vicios... no


están en nosotros por naturaleza”, precisamente porque están en noso-
tros “según o contra la naturaleza”; esto es, lo que es “secundum aut
contra naturam” no puede, por ello mismo, ser “a natura”. Dicho con
otras palabras: todos los hábitos pertenecen a la naturaleza segunda o,
negativamente expresado, no existen hábitos constitutivos de la “pro-
tophysis”. Esta es la naturaleza original y originante (“natura naturans”);
los hábitos, en cambio, pertenecen a la naturaleza originada (“natura
naturata” 40).
No debe entenderse, sin embargo, el concepto de cualidad adventicia
en un sentido exclusivamente cronológico, equivalente a “lo no innato”
o a “lo adquirido después”. Es este sentido tan servilmente temporal el
que Tomás de Aquino combate cuando dice que hay hábitos no adven-
ticios –hábitos naturales– como la salud y la belleza; pero, entendido en

39
Tomás de Aquino, In II Ethicorum, lec. 5, Marietti, 304.
40
Otro intento de conciliar a Tomás de Aquino con Simplicio en este punto es recu-
rriendo a la distinción tomista entre naturaleza individual y naturaleza específica. Cfr.
Tomás de Aquino, STh., I-II, 51,1. La salud y la belleza son hábitos naturales únicamente
“secundum naturam individui”, pero no “secundum naturam speciei”. Mas esto es solo
una solución momentánea, pues ahí mismo Tomás de Aquino admite hábitos naturales
también “secundum naturam speciei”, con lo cual nada se ha avanzado. La solución
radical –que concilia a Tomás de Aquino no sólo con Simplicio, sino también consigo
mismo– parece ser otra. Tomás de Aquino admite en la Summa hábitos “a natura” (I-II,
49, 2; pero, sobre todo, 51, 1), sin ninguna contradicción con lo dicho por él mismo en su
Comentario a Aristóteles (In II ethic lect. 1 y lec. 5, 304), debido a que el concepto de
hábito tiene diversa extensión en un texto y en otro y, por tanto, también la expresión “a
natura” está tomada con significado diverso. En efecto, en el “Comentario” se habla sólo
de hábitos operativos (“virtutes et malitiae”) y la expresión “a natura” significa “proce-
dente de la naturaleza sin mediación de la libertad”; lo opuesto a este sentido es lo “se-
cundum aut contra naturam” de los hábitos operativa y libremente adquiridos. En la
“Summa”, en cambio, se habla de todo tipo de hábitos –hábitos “in ordine ad formam”
(entitativos) y hábitos “ad operationem” (operativos)– y aquí “a natura” significa “lo
procedente de la naturaleza sin ayuda de nada exterior”, y la expresión opuesta es ahora
“a principio exteriori”. En ambos casos los hábitos son “deuterophysis”: en el primero,
procedente de la “protophysis” a través de sus operaciones (libres); en el segundo, proce-
dente directamente de la “protophysis” antes de cualquier operación. Existen, por tanto,
hábitos antecedentes a la operación (o hábitos “a natura”) y hábitos consiguientes a ella.
Pero aún los hábitos anteriores a la operación son posteriores –consiguientes– a la natura-
leza. Un hábito, por muy “a natura” que sea, es siempre adventicio a la naturaleza. En
otras palabras: los hábitos naturales sólo son naturales desde el punto de vista de la causa
eficiente (origen), pero desde el punto de vista de causa formal son siempre adventicios:
los hábitos son forma sobre forma, aunque la forma sobreveniente se haya originado “a
natura”.
62 Eduardo Sánchez

un sentido no cronológico, la salud y la belleza –aún innatas– son ad-


venticias, pues no constituyen la naturaleza sino que la perfeccionan.
A pesar de todo, lo substancial de la objeción de Tomás de Aquino a
Simplicio es claramente verdadero: no es la “adveniencia a” –sino la
“conveniencia o disconveniencia con” – el rango distintivo de la prime-
ra especie de cualidad. Porque aunque pudiera discutirse la parte de la
objeción, según la cual no todas las cualidades de la primera especie son
adventicias, es, sin embargo, indiscutible la otra parte de la objeción: no
todas las cualidades de la segunda, tercera y cuarta especie son natura-
les, hay entre ellas muchas que son adventicias. No es, por tanto, lo
adventicio el rasgo que diferencia a la primera especie de cualidad ni la
que le proporciona su carácter axiológico.
Aunque la conveniencia supone la adveniencia, ésta no la agota. El
concepto de conveniencia le añade al de adveniencia una nueva relación
con la naturaleza: además de la simple posterioridad, le añade
–como por una especie de reflexión ontológica– la relación de confor-
midad o ajuste con la naturaleza original. Es de esta relación de confor-
midad o desconformidad de donde nace la bondad o maldad propias del
hábito y la disposición. Las cualidades de la primera especie tienen una
doble relación con la naturaleza: la de inherencia, común con todas las
cualidades; y la de conveniencia, exclusiva de la primera especie. Tiene
el hábito (y la disposición) un doble “esse”: el “esse in substantia” y el
“esse ad essentiam”; aquél le da el género (accidente), éste le otorga su
diferencia específica (bueno o malo).
Pero la noción de “segunda naturaleza” no se aplica por igual a to-
dos los hábitos. Tres condiciones deben cumplir las cualidades para
constituirse en segunda naturaleza: arraigo en la substancia, prontitud
operativa y relación con la esencia.
Ninguna especie de cualidad, a excepción de la primera, cumple con
estos tres requisitos (los dos primeros requisitos son genéricos: pueden
encontrarse en otras especies de cualidad; el tercero es específico, ex-
clusivo de la primera especie); y, dentro de la primera, sólo los hábitos
las cumplen efectivamente, pues las disposiciones faltan a las dos pri-
meras condiciones. Y, si se añade rigor, dentro de los hábitos, con ma-
yor razón los hábitos operativos que los entitativos (a excepción de la
gracia), por su mayor estabilidad y mayor cercanía con la operación; y
más las virtudes que los vicios, porque “segundo” no es sólo lo posterior
a lo primero, sino también lo que “secunda”, y esto sólo lo realiza la
virtud, “qualitas secundum naturam” o “qualidad” secundante de la
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 63

“quididad”. Y, finalmente, dentro de las virtudes, más las morales que


las intelectuales, pues “la inclinación al acto –tensión operativa– con-
viene propiamente a la virtud de la parte apetitiva”41.

III. LAS ESPECIES DE LA PRIMERA ESPECIE

Las tres definiciones precedentes de hábito –cualidad ordenada a la


naturaleza, cualidad axiológica y cualidad constitutiva de segunda natu-
raleza– intentaron, sobre todo, enmarcar al hábito dentro de la primera
especie de cualidad, separándolo de las cualidades de las restantes espe-
cies. Lo que se pretende ahora es penetrar en el interior de la primera
especie.
La cualidad, como se ha visto, es cuádruple: 1º disposición-hábito;
2º potencia activa; 3º cualidades pasibles; 4º forma y figura. Pero, a su
vez, la primera especie posee también una estructura interna cuatriparti-
ta, originada por el doble binomio conceptual que comprende, i. e.,
“bueno-malo” y “difícil-fácil” (o “estable-inestable”).
Ya el primer binomio (“bondad-maldad”), unitariamente considera-
do (“bonomaldad”) sirvió para distinguir la primera especie de cualidad
de las otras tres (“interdistinción”). Pero ahora este mismo binomio,
alternativamente considerado (“o bondad o maldad”), divide en dos el
interior de la primera especie (“intradivisión”). El otro binomio (“difi-
cultad-facilidad” o “estable-inestable”) no fue útil para “interdistinguir”
la primera especie de cualidad respecto de las otras tres “co-especies”,
pero sí lo es ahora para “intradividirla” en otras dos “sub-especies”. Así,
pues, por esta doble dualidad combinada, son cuatro las partes de la
cualidad primera, a saber: buena estable, buena inestable, mala estable y
mala inestable.
a) El orden de los binomios no es indiferente: primero es el binomio
“bueno-malo”, que es la diferencia específica de la cualidad primera; y,
posteriormente, el binomio “estable-inestable”, que es un binomio que
también se encuentra en otras especies de cualidad.

41
Tomás de Aquino, STh., I-II, 58, 1. El texto entre guiones no pertenece al texto
tomista.
64 Eduardo Sánchez

El binomio “estable-inestable” distingue entre el hábito y la simple


disposición, pero sólo después de que el binomio “bueno-malo”, ha
diferenciado la primera cualidad del resto de las cualidades.
Aplicar sobre el concepto cualidad el binomio “estable-inestable”
sin haber antes aplicado el binomio “bueno-malo”, no da como resulta-
do la distinción entre hábito y disposición. Es incorrecto definir el hábi-
to simplemente como una cualidad estable, y la disposición como una
cualidad inestable. Es incorrecto porque sin la previa aplicación del par
“bien-mal” no se ha circunscrito la cualidad a la primera de sus espe-
cies: también en la segunda y en la tercera especies hay cualidades esta-
bles o inestables.
Así, pues, el hábito, correctamente definido, es una buena o mala
cualidad estable; o –reduciendo la diferencia específica a un sólo térmi-
no– cualidad axiológica estable. La disposición por su parte, es la cuali-
dad axiológica inestable.
b) El orden de las especies, siguiendo el criterio tomista de escalo-
narlas según su grado de proximidad a la naturaleza –pues siempre lo
natural es lo primero42–, puede adoptar dos maneras, ya que por un lado
es más próximo a la naturaleza lo que conviene con ella que lo que se le
opone; y, por otro lado, es más próximo a la naturaleza lo adherido de
modo permanente en ella que lo que ocasional y efímeramente le advie-
ne.
Dándole primacía al criterio de la conveniencia o inconveniencia
con la naturaleza resulta un ordenamiento jerárquico de las cualidades,
en función de su grado de bondad o maldad.

1º La cualidad buena y estable Buen hábito (óptima)


2º La cualidad buena e inestable Buena disposición (buena)
3º La cualidad mala e inestable Mala disposición (mala)
4º La cualidad mala y estable Mal hábito (pésima)

Si se da, en cambio, primacía al criterio de la raigambre de las cuali-


dades en el sujeto, el orden es como sigue:

1º Cualidad estable y buena Hábito bueno (óptimo)

42
“Semper enim quod naturalis est, prius est”. Ibid., I-II, 49, 2, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 65

2º Cualidad estable y mala Hábito malo (pésimo)


3º Cualidad inestable y buena Disposición buena (bueno)
4º Cualidad inestable y mala Disposición mala

Indiscutiblemente la primera ordenación es mejor, puesto que le da


primacía al binomio anterior y más definitorio de los hábitos: la bondad
o maldad. La segunda, sin embargo, presenta la ventaja de distinguir
mejor los hábitos de las disposiciones, que es el principal objetivo del
presente apartado.
c) El grado de estabilidad y de plenitud “héxica”. En lo que prece-
de no se había hecho explícita la distinción entre hábitos y disposicio-
nes, pareciendo que en ocasiones se identificaba la primera especie de
cualidad con los hábitos. Esta identificación podría intentarse justificar
diciendo que las disposiciones son también hábitos, aunque sólo incoa-
dos. Esta justificación tiene mayor validez para aquellas disposiciones
convertibles en hábitos, pero no todas las disposiciones lo son. Algunas
disposiciones difieren de los hábitos sólo gradualmente. Otras, en cam-
bio, difieren específicamente y nunca logran adquirir la estabilidad pro-
pia del hábito (véase nota 2 y el párrafo que dio lugar a esa nota). No
obstante, aun estas disposiciones esencialmente inestables son llamadas
hábitos cuando adquieren una relativa estabilidad accidental (véase al
final del siguiente capítulo el anexo sobre la pluralidad semántica de la
disposición).
Existen desde el punto de vista de la estabilidad, dentro de la primera
especie, cuatro tipos de cualidades:
1ª) cualidades esencial (“secundum suam rationem”) y efectivamen-
te estables;
2ª) cualidades esencialmente estables pero accidentalmente inesta-
bles;
3ª) cualidades esencialmente inestables, pero accidentalmente (“ex
aliquo accidenti”) estables, y
4ª) cualidades esencialmente inestables y efectivamente inestables.
El orden de enumeración corresponde al grado de plenitud con que
estos cuatro tipos de cualidades realizan la noción de hábito. Las prime-
ras son los hábitos consumados; las segundas, los hábitos incoados; las
terceras, las disposiciones como habituales; las cuartas, las simples dis-
posiciones.
III

EL HÁBITO COMO DISPOSICIÓN


(DEFINICIÓN ANALÓGICA)

El vocablo “disposición” posee en castellano una pluralidad de sig-


nificaciones, todas ellas análogamente unificadas. Los tres sentidos
fundamentales, que en el lenguaje ordinario vienen diferenciados por la
preposición o adverbio adjunto a la palabra, son el “disponer a...”, el
“disponer que...” y el “disponer de...”. Las dos primeras expresiones
hacen referencia a la disposición como orden: la primera a el orden
(acomodo, colocación), correspondiente al griego “táxis”; y la segunda
a la orden (mandato, precepto), correspondiente al griego “epitáxis”. La
tercera expresión, por su parte, convierte a la disposición en sinónimo
de tener (“ekein”) y hacer uso (“kresis”) de lo tenido.
Sólo el primer y el tercer sentido de la disposición son relevantes pa-
ra el tema del hábito (los cuales, al relacionarse con éste, adquieren
forma reflexiva: “disponerse a” y “disponer de sí”); y del tercero, del
hábito como “aquello que se usa –o de lo que se dispone– cuando se
quiere”, ya se ha hablado en el primer capítulo. Resta, por consiguiente,
tratar aquí del hábito como acomodo de partes, es decir, del hábito co-
mo “táxis”.

I. LA DISPOSICIÓN TÁXICA

1. El “ordo partium”

No interesa ahora el sentido imperativo del vocablo –la orden (epi-


táxis)–, pues lo ahora buscado es un género –o cuasi género– que en-
vuelva al hábito, y la “epitáxis” no presenta de ningún modo este carác-
ter. Además, lo que pudiera haber de aprovechable para el tema en el
“orden mandatario” –“epitáxico”– parece encontrarse más nítidamente
68 Eduardo Sánchez

en el “orden táxico”, del cual deriva y al cual contiene en su nombre y


en su noción1.
Así, pues, sólo importa ahora el sentido primario del orden como
acomodo de lo plural. Este es el sentido al que se refería Aristóteles
cuando definió a la disposición como “el orden de lo que tiene partes”
(tou ékontos mére táxis)2. Tras la definición, menciona Aristóteles tres
modos del orden (táxis): según el lugar (katà tópon), según la potencia
(katà dynamin) y según la forma (katà eídos). Un doble comentario
hace Tomás de Aquino a este texto: uno en la Expositio Metaphysico-
rum (Libro V, lec. 20, Marietti 1058-1061) y otro en la Suma Teológica
(I-II, 49, 1, ad 3).
En el primer sitio –In V Metaph.– expone Tomás de Aquino la co-
rrespondencia categorial de esta triple modalidad del orden, y presenta
algunos ejemplos. Esquemáticamente presentado, el comentario tomista
es el siguiente:

MODALIDAD CORRESPONDENCIA EJEMPLOS


DEL ORDEN CATEGORIAL

1. “Según el orden de las partes en el Situs (todo el género)


lugar”.
2. “Según la potencia o virtud” Cualidad (1/4 del salud, enferme-
género) (1ª. Especie) dad
3. “Según la forma (speciem) y la Cantidad (1/2 del línea, superfi-
figura del todo”. género) cie, cuerpo,
lugar.

1
El orden precede a la orden, tanto desde una perspectiva psicológica: al “dar una
orden” se pretende antes “imponer un orden”; como desde una perspectiva ética: sólo el
orden justifica la orden, por eso la ley, antes que ser una orden, es una ordenación de la
razón. El orden –además de anterior– es más universal que la orden, pues aquél se impo-
ne sobre cosas y personas; mientras que las órdenes –medio para imponer el orden–
solamente recaen sobre personas. El sujeto “hipo-táxico” (el “sub-ordinado” o sujeto
receptor del mandato “supra ordinante” o “epitáxico”) sólo puede ser una persona.
2
Aristóteles, Metafísica, V, 19. Bk, 1022 b, 1. Es frecuente escuchar que el orden es la
disposición de las partes hacia el fin. Esto, sin embargo, introduciría un círculo vicioso en
las definiciones: no puede definirse la disposición como un orden y, posteriormente, al
orden como una disposición.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 69

En el segundo sitio –Suma Teológica– Tomás de Aquino presenta,


haciendo suyo, el comentario de Simplicio a este mismo pasaje. El co-
mentario simpliciano-tomista puede ser presentado así:

MODALIDAD CORRESPONDENCIA EJEMPLOS


DEL ORDEN CATEGORIAL

1. “Según el lugar” Situs (todo el género)


2. “Según la potencia” Cualidad (1a. Especie) Ciencia y virtud incoa-
das
3. “Según la forma (spe- Cualidad (1a. Especie) Ciencia y virtud com-
ciem)” pletas

Ambos esquemas presentan el orden –la disposición– como un con-


cepto policategorial y, por tanto, análogo. Esto muestra también que el
concepto de orden (disposición) es un “cuasi género”, pues no puede ser
género en sentido propio aquel que tiene a las categorías por “especies”
(véase lo dicho en la introducción).
Sin embargo, el primer esquema presenta a la disposición como un
concepto “tricategorial”: locativo, cuantitativo y cualitativo; mientras
que en el segundo aparece como noción “dicategorial”: sitial y cualitati-
va (aunque dos veces cualitativa). La razón de esta diferencia estriba, al
parecer, en que la forma (eídos-species) está considerada, en el primer
texto, desde un ángulo más material y externo; mientras que en el se-
gundo texto la perspectiva es más espiritual e interna. En aquél, por
“forma” se entiende la geométrica, –la figura uni (línea), bi(superficie) y
tri(cuerpo) dimensional–. En éste (en el segundo texto), en cambio, por
forma y especie se entiende el acto. Entendido del primer modo, el or-
den “secundum speciem et figuram” –según el aspecto y la figura– es
una disposición cuantitativa, aunque sumamente emparentada con la
cualidad de la cuarta especie. Incluso la disposición cualitativa está
presentada en el primer esquema de un modo más material que en el
segundo, pues en aquél se la ejemplifica con disposiciones corpóreas
–salud, enfermedad–, y en éste con anímicas: ciencia, virtud.
Pero la disposición (el orden), sea cualquiera el modo como se le in-
terprete –“bi” o “tri” predicamentalmente– no envuelve completamente
a todas las categorías que toca. Sólo el predicamento “situs” está consi-
derado en toda su “generidad”, pues su definición coincide con la del
primer tipo de disposición: “ordo partium in loco”. La disposición cuali-
70 Eduardo Sánchez

tativa, en cambio, se identifica –en ambos esquemas– sólo con la prime-


ra de las cuatro especies de cualidad; y la disposición cuantitativa úni-
camente con una de las dos especies de la cantidad: con la “geométrica”
y no con la “aritmética”, pues “una es la cantidad que tiene posición,
como la línea, la superficie, el cuerpo y el lugar; y otra la que no tiene,
como el número y el tiempo”3.
En el presente capítulo se le prestará atención preferencial –aunque
no exclusiva– al segundo esquema (al de la Suma Teológica), por ser el
más apto para penetrar en la esencia de la disposición cualitativa (prime-
ra especie de cualidad), ya que por un lado es más simple –al hacer una
división general bimembre, haciendo desaparecer a la cantidad– y, por
otro lado, es más completa: al subdividir en dos a la disposición cualita-
tiva, objeto del presente trabajo. Lo que le restó a la cantidad, lo sumó a
la cualidad. Con razón, al tratar del hábito, prefirió Tomás de Aquino el
comentario de Simplicio al suyo propio.
Al interpretar más quiditativamente a la forma (eídos-species)
–o, redundantemente expresado: al interpretar más formalmente a la
forma–, la disposición cuantitativa, considerada “in ordo ad naturam”,
quedó asumida –“sub rationi boni”– por la disposición cualitativa.

2. El hábito como “ordo partium in subiecto”

El “ordo partium” en que consiste la disposición, tiene, pues, una


doble modalidad. La división tripartita resulta de la subdivisión de uno
de los dos miembros de la división inicial. La disposición se divide
(según la interpretación de la Summa), en un primer momento, única-
mente en situacional y cualitativa (correspondientes, respectivamente, a
toda la categoría “situs” y a la primera especie de la categoría cualidad).
Sólo en un segundo momento la disposición se divide según la potencia
y según la especie.
En la división tripartita de Aristóteles: “katà tópon, katà dynamin,
katà eídos” (o, según traducción tomista: “secundum locum, secundum
potentiam, secundum speciem”), el primer “katà” (o “secundum”) pare-
ce significar “en”; el segundo “katà” (o secundum) parece significar
“de”, y el tercero parece significar “conforme a”. En otras palabras: el

3
Tomás de Aquino, In V Metaph., lec. 20, nº 1060.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 71

primero indica “en dónde”, el segundo indica “qué partes” (causa


material) y el tercero “en qué forma” o “de acuerdo a qué” (causa
“formal-ejemplar-final”).
Como puede observarse, la enumeración aristotélica es poco siste-
mática. No es muy difícil, sin embargo, encontrar un criterio ordenador.
Si se interpreta como Tomás de Aquino lo hizo en la Summa, dos de los
tres modos de disposición son disposiciones cualitativas y, ambas uni-
das, se dividen contra el “situs”.
Pero como el “situs” es el “ordo partium in loco”, lo que interesa
ahora es encontrar el “locus” (el “tópos”) de las disposiciones “secun-
dum potentiam” y “secundum speciem”, a fin de que resulte una divi-
sión bipartita, según el mismo criterio de división.
Está claro que ese “locus” (o “topos”) no puede ser otro que el inter-
ior del mismo sujeto cuyas partes se disponen. Se trata, a diferencia del
“situs”, de una ordenación “ad intra”, de un ordo partium in subiecto.
Por consiguiente, puede ser reelaborado el esquema “simpliciano-
tomista” de la Summa, convirtiendo la división trimembre de la disposi-
ción en una división bimembre, a fin de que destaquen la semejanza
contrastada (analogía) entre el “situs” y el “habitus qualitativus”, esto es,
entre el ordo partium in loco (“dispositio secundum locum”) y el ordo
partium in subiecto (“dispositio secundum potentiam” o hábito incoado,
y “dispositio secundum speciem” o hábito consumado).
El hábito (y, en general, la disposición cualitativa) es, por tanto, el
“ordo partium in natura subiecti”, con tal de que quede claro que este
orden de partes “intra naturam” no es el orden constitutivo de la natura-
leza primera, sino un orden dispositivo en el nivel de la naturaleza se-
gunda.
La misma consideración, pero con una variante –además del cambio
de terminología “latino-tomista” a terminología “greco-aristotélica”–,
puede proyectar nuevas luces sobre la esencia del hábito como disposi-
ción. Dándole nuevamente forma bimembre a la triple acepción de la
“táxis”, aparece la táxis káta tópon como la contraparte de la táxis káta
póion, la cual incluye en sí a la táxis káta dynamin y a la táxis káta eídos
como forma incipiente y forma plena, respectivamente, de la “héxis”.
De acuerdo con esta consideración, el hábito se manifiesta ahora como
el orden cualitativo de las partes del sujeto (entendiendo por hábitos
tanto las disposiciones ya formadas como las que están en proceso de
formación). La “héxis” es una “táxis kata póion”, modalidad de la
“táxis” no mencionada expresamente por Aristóteles, pero implicada
72 Eduardo Sánchez

(según la interpretación tomista) en el texto en el que define a la dispo-


sición4.
Pero si se atiende ahora al texto de la Expositio –donde, de las tres
modalidades de disposición mencionadas por Aristóteles, sólo una co-
rresponde al hábito o disposición cualitativa: la kata dynamin– surge la
pregunta sobre qué criterio de división se puede utilizar para que resulte
una división bimembre donde la disposición cualitativa –“táxis kata
dynamin”, “ordo secundum potentiam”– se divida contra las otras dos y
se destaque lo específico de ella.
¿Qué criterio divisor debe emplearse para que –en la clasificación de
los tipos de disposición– el orden en que el hábito consiste destaque
frente a los otros tipos de orden? O, preguntado de otra manera, ¿cuál es
la diferencia específica que, añadida al “género” disposición, contrae
éste a la especie hábito? La respuesta a ambas preguntas es la misma: la
teleología.
En efecto, la disposición situativa (“situs”) y la disposición cuantita-
tiva no miran al fin –por eso de suyo no son buenos ni malos–, mientras
que la disposición cualitativa es esencialmente teleológica y, por tanto,
axiológica. La diferencia específica –“telos”– que contrae al género
disposición a la especie hábito es la otra cara de la diferencia específica
–“physis”– que contrajo, en el capítulo anterior, el género cualidad a su
primera especie –el hábito y la disposición– y lo introdujo en la axiolo-
gía. El “télos” es la contracara de la “physis”, y ambos los criterios de-
terminantes de la bondad o maldad. La teleología y la morfología son
las raíces de la axiología
Una vez establecido lo anterior, pueden coordinarse el texto de la
Summa y el texto de la Expositio de la siguiente manera.

4
Aristóteles, Metafísica, V, 19.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 73
Definición de tipo de “lugar” o “topos” Tipo de disposición Tipo de disposición Tipo de disposición
Disposición orden de la disposición según la “expositio” según la “summa” por categorías

ad extra: in loco . .secundum . . . . . . . . . . secundum locum . . . .disposición


sine locum situativa
ordine
ad
ad intra: in toto . . secundum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .disposición
finem
finem speciem cuantitativa
Ordo Ordo
partium partium
incipiente : secundumm potentiam
cum ad intra: in subiecto secundum ........................ disposición
ordine potentiam cualitativa
ad finem consumada : secundum speciem

La disposición cualitativa –el hábito– aparece ahora como el “ordo


partium ad finem in subiecto”: la ordenación hacia el fin de las partes
internas del sujeto. “El hábito –dice Tomás de Aquino– importa cierta
disposición en orden (...) al fin”5.

II. EL HÁBITO COMO “ORDO PARTIUM IN HOMINE” (EJEMPLIFICACIÓN


DEL HABITO EN SU MEJOR SUJETO)

1. Orden físico, orden héxico, orden técnico

Tomás de Aquino descubrió un cuádruple orden al compararlo con


la razón: “El orden se compara a la razón de cuatro maneras. Porque
hay cierto orden que la razón no hace, sino sólo considera, como es el
orden de las cosas naturales. Hay otro orden, el cual la razón conside-
rando produce en el propio acto, como cuando ordena sus conceptos
entre sí, y los signos de los conceptos, que son voces significativas. El
tercero es el orden que la razón considerando produce en las operacio-
5
Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 49, a.4, c.
74 Eduardo Sánchez

nes de la voluntad. El cuarto es el orden que la razón considerando pro-


duce en las cosas exteriores, de las cuales ella misma es causa, como el
arca y la casa”6.
Con leves modificaciones (que no hace falta referir, por obvias) y
comparando el orden no sólo con la razón sino también con la voluntad,
la clasificación tomista del orden puede presentarse así:
Puesto que el esquema tomista del orden se elaboró teniendo al
hombre como punto de referencia, es lógico que, al aplicarlo al hábito,
sólo aparezca el hábito humano. Aunque esto es una reducción desde el
punto de vista subjetual (pues no sólo el hombre es sujeto héxico), con-
sidérese esta parte como una definición de hábito ejemplificada en su
más propio sujeto, es decir, como una definición hominal.
Dentro del orden hominal se encuentran los hábitos. Si el orden de
las partes en el interior del hombre está también en el interior de la cua-
lidad, entonces esa ordenación es un hábito (siempre y cuando, claro
está, que sea una ordenación estable o, al menos, que esté en potencia de
serlo). El hábito es, por tanto, una ordenación intrahominal cualitativa
o, en formulación desglosada, una ordenación cualitativa estable en el
hombre.
El hábito, desde la óptica del orden, se muestra como la complexión
interior del hombre, ya somática o ya psíquica. (El vocablo castellano
“complexión” es el que mejor traduce al latino habitudo).
Existen analogías interesantes que este cuadro sinóptico descubre.
Sólo se señalarán dos:
a) La primera es una analogía entre el orden segundo (ordo in
homine) y el primero (ordo ante hominem). Según esta analogía, el
orden de las cosas naturales es la “virtud” del cosmos externo, y la vir-
tud humana es la ordenación del caos interior7. Es evidente, sin embar-
go, que hay muchas diferencias entre estos dos órdenes (el cósmico y el
psíquico) –basta con ver que el orden cósmico carece de sujeto substan-

6
Tomás de Aquino, In I Ethicorum, Proemio. Marietti, nº 1.
7
¿Cuál es la diferencia entre el orden que los griegos llaman “táxis”, y el orden llama-
do por ellos mismos “cosmos”? Tres diferencias destacan principalmente:1. ”cosmos”
designa el orden del “todo total”; “táxis”, en cambio, significa un “todo parcial”; 2.”
cosmos” es un tipo de orden debido; “táxis” es cualquier acomodo; 3. “cosmos” es, sobre
todo, el orden procedente de separar lo caótico (distinguir lo confuso); “táxis”, en cambio,
es, predominantemente, el orden que resulta de unir lo disperso (unificar lo distinto). Más
adelante se verá, sin embargo, que hay “táxis” disgregantes.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 75

te–, de manera tal que llamarle virtud al orden cósmico es sumamente


metafórico.
b) Mucho más interés tiene la analogía entre el orden “in homine”
y el orden “post hominem”, pues este último, más que un simple “post”,
es un “propter hominem”. Según esta analogía, la virtud es un producto
de un arte interior, mientras que la forma impresa por el arte en la cosa
natural le proporciona a ésta una segunda naturaleza, a modo de hábito
“extra animam”. La “poiesis” se presenta como “praxis” exteriorizada
(proyección “ad extra” del alma) y la “praxis” como “poiesis” íntima (el
alma como “materia prima” de las virtudes). Tanto el arte como la vir-
tud son razón impresa8: una en la propia intimidad del hombre: la vir-
tud; y otra en la exterioridad: el arte. Tanto el arte como la virtud, cada
cual a su manera, imitan a la naturaleza y ambas, por eso mismo, son
constitutivas de naturaleza segunda9.

8
Cfr. Tomás de Aquino, Expositio Ethicorum, II, lec. 1, Marietti, 249.
9
En el arte existen dos fases: la productiva y la contemplativa. Estas dos fases pueden
desarticularse en tres elementos: el artista, la obra y el espectador. El artista requiere de un
hábito productivo, lo mismo que el espectador requiere de un hábito contemplativo. Sólo
faltaría ahora hablar de hábito en el ámbito de la misma obra. Y esto se puede hacer si se
considera el arte como una segunda naturaleza del mundo. La fenomenología ha intenta-
do poner de manifiesto que el mundo es, de alguna manera, una parte integral del ser
humano. El hombre, a diferencia del resto de los seres, es un ser que posee (habet) un
mundo, un mundo circundante hacia el que está esencialmente abierto y con el cual está
en continua interacción. Cada hombre –diría Ortega– es un “yo circunstanciado”, circuns-
tanciado por un mundo. Si el hombre posee hábitos en su alma y en su cuerpo, ¿por qué
no podrá poseerlos también –amplificando la analogía de la noción de hábito– en su
circunstancia? Porque “El término tener (hábito) se emplea de muchas maneras”, dice
Aristóteles, Categorías, 15. Una de estas maneras, según el mismo Aristóteles, se refiere
“a lo que rodea”. Hábito es, por tanto, también “lo circundante”. Claro que Aristóteles se
refirió al vestido, que es el envolvente más cercano. Pero nada impide que se consideren
otros envolventes más remotos: más allá del hábito (vestido) está la habitación y, am-
pliando más aún el círculo, está el habitat. Pero no todo lo circundante al hombre es parte
de su poseer (hábito), sino sólo aquello sobre lo que ha ejercido ya un cierto dominio. Por
eso Aristóteles menciona la vestimenta como primer envolvente, que es un producto del
arte, y no al aire atmosférico. La forma artística –bella o útil– es una segunda naturaleza
que el hombre imprime sobre la naturaleza prima y que pasa a formar parte de su propio
mundo circundante. Cfr. L. Polo, Etica: hacia una versión moderna de los temas clásicos,
Aedos-Unión Editorial, Madrid, 1995, 2ª ed., 1997.
76 Eduardo Sánchez

2. El hábito como ‘situs’ intrínseco. La virtud como ‘status’ del


alma

Un concepto que abarca –total o parcialmente– a varias categorías


es, según se ha dicho, un concepto análogo, y, precisando aún más,
proporcionalmente análogo. En cambio, como también se dijo, la predi-
cación de una categoría sobre sus inferiores –predicación categorial “ad
intra”– sólo puede ser unívoca o, a lo más, análoga por gradación, esto
es, por atribución intrínseca10. Por eso se encuentra implícita una analo-
gía proporcional entre los diversos modos de disposición: el “situs” y
las disposiciones cualitativas, e incluso –introduciendo de nuevo el
esquema del Comentario a la Metafísica– la disposición cuantitativa.
Todas son disposiciones, pero diversamente entendidas; todas constitu-
yen un orden, pero de índole heterogénea. El situs es “ordo partium in
loco”11; la cantidad es “ordo partium in toto”12; la primera especie de
cualidad, prolongando la analogía, no parece ser otra cosa que el “ordo
partium in homo”13, como arriba se ha establecido.
Gracias al paralelismo proporcional existente entre los diversos gé-
neros de disposición, son análogamente convertibles el “situs” y la dis-
posición cualitativa (esta convertibilidad analógica es, más bien, meta-
fórica). Así, se puede decir que el “situs” (“posición”, para las cosas
materiales en general; “postura”, para los hombres y animales) es una
“cualidad extrínseca”, mientras que el hábito es una “postura intrínse-
ca”.
Puede también decirse –continuando la analogía– que así como hay
posturas contrarias (de cabeza) o acordes (de pie) a la naturaleza huma-
na, o posturas menos aptas (acostado) o más aptas (de pie) para la ac-
ción; así también existen cualidades internas contrarias (vicios) o con-

10
Vid. Millán Puelles, voz “Analogía”, en “Léxico Filosófico”. Esta analogía graduada
es la que se ha puesto de manifiesto en el interior de la categoría cualidad, cuyas especies
están ordinalmente numeradas según el grado de propiedad con que el género –cualidad–
se predica de ellas. Lo mismo ocurre, a su vez, en el interior de los hábitos, que están
graduados según la firmeza de su arraigo. Y, finalmente, “lo mismo ocurre –dice Tomás
de Aquino– con la división de las virtudes en diversos géneros de virtudes, porque el bien
de la razón no se encuentra según el mismo orden en todos”. Tomás de Aquino, STh, I-II,
q. 61, 1, ad 1.
11
Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 1, ad 3.
12
Cfr. Ibid., I, 14, 12, ad 1.
13
Se escribe “in homo” en lugar de “in homine” sólo para resaltar la analogía.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 77

formes (virtudes) con la naturaleza, y menos dispuestas (hábitos incoa-


dos) o más dispuestos (hábitos consumados) para la operación.
Esta analogía “posición (situs)–disposición (cualidad)” está en la en-
traña de la noción tomista de “status”, aunque particularizada en sus
formas óptimas: la mejor posición del cuerpo (de pie) y la mejor dispo-
sición del alma (la virtud).
Millán Puelles14 ha recurrido a esta analogía tomista al intentar es-
clarecer en qué consiste el “status virtutis” –expresión pleonásmica–
que el mismo Tomás de Aquino propone como fin de la actividad edu-
cativa. Siguiendo el ejemplo de Millán Puelles, aunque más detenida-
mente por ser diversa la finalidad, también aquí se analizará la noción
de “status”.
“Estado, propiamente hablando –dice Tomás de Aquino–, significa
cierta diferencia de la posición, según la cual alguien se dispone según
el modo de su naturaleza, con cierta inmovilidad15. Y, así, es natural al

14
A. Millán Puelles, La Formación de la Personalidad Humana, segunda parte, cap. 1.
15
La definición tomista de status es complicada: “status significat quandam positionis
diferentiam secundum quam aliquis disponitur secundum modo suae naturae, cum qua-
dam immobilitate”. La traducción de la B.A.C. (maior) simplifica la definición así: “Es-
tado significa una posición particular conforme a la naturaleza, con cierta estabilidad”. El
defecto principal de esta simplificación radica en haber traducido “quandam positionis
differentiam” como “una posición particular”. Tomás de Aquino no habla de una “posi-
ción diferenciada” (“posición particular”) (“situación determinada” dice Millán Puelles),
sino de una “diferencia posicional” (literalmente: “diferencia de posición”). Esta inver-
sión del sustantivo y el adjetivo en la traducción es en cierto modo explicable, porque el
“situs” (posición, postura) parece ser “más sustantivo” que la relación (relación de dife-
rencia), y ésta, por tanto, “más adjetiva”. Es más inteligible, en apariencia, definir al
“status” como “postura diferente” que como “diferencia postural”. Pero Tomás de Aqui-
no –a propósito y no por error– sustantivó al adjetivo y adjetivó al sustantivo. La razón de
esta “inversión” se encuentra en la introducción de la cuestión 171 (doce cuestiones antes
de la presente), donde Tomás de Aquino precisa: “Después de que se ha hablado de cada
una de las virtudes y los vicios que pertenecen a las condiciones y estados de todos los
hombres, ahora deben ser considerados aquellos que pertenecen especialmente a algunos
hombres. Pero se encuentra una triple diferencia entre los hombres, según aquellas cosas
que pertenecen a los hábitos y a los actos del alma racional. Una, según las diversas
gracias gratis dadas; otra, según las diversas vidas, y tercero: según la diversidad de
oficios y estados”. Es decir: el estudio del “status” pertenece al tratado diferencial de las
virtudes. El “status” significa ante todo una diferencia –antes, incluso, que una postura–
entre los hombres o entre los diversos momentos de la vida de un hombre: no es la misma
postura la que se debe adoptar al comienzo, en el transcurso o al fin de carrera. También
en Aristóteles se encuentra esta “aretología diferencial” cuando habla, por ejemplo, de la
virtud de la mujer, del esclavo o del niño. Otra desventaja de la traducción simplificada es
78 Eduardo Sánchez

hombre que su cabeza se alce arriba y los pies se fijen en la tierra, y el


resto de los miembros intermedios sean dispuestos en un orden conve-
niente, lo cual no ocurre si el hombre yace – ya sentado o ya acostado–,
sino sólo si el hombre está erguido. Ni tampoco se dice que “está” si se
mueve: sino sólo cuando está quieto”16.
El texto citado consta de dos partes: una definición y un ejemplo,
que serán comentados en sendos incisos (a) (b). Al final se añadirá un
tercero (c) con comentarios sobre la etimología del “status”, pues tam-
bién Tomás de Aquino se sirve de ella para aclarar el concepto.
La definición tomista de “status”, como puede apreciarse en las pri-
meras líneas del texto citado, es sumamente compleja; pero en lugar de
correr el riesgo de simplificarla –véase nota 14–, se correrá el de ampli-
ficarla, de acuerdo al conjunto de toda la Cuestión 183.
Así, el “status” es la diversidad de condiciones humanas –todas ellas
naturales–, de orden social y espiritual, semejante a la diversidad de
posturas naturales entre los animales. Todavía expresado de otra mane-
ra: es una diferencia entre hombres –de orden social (externo) y espiri-
tual (interno)– análoga, en el orden corpóreo, a las diferentes posiciones
naturales de las diversas especies animales.
Como se puede observar en esta definición desglosada, la noción de
“status” contiene un triple nivel analógico: físico, social y espiritual. El
“status” físico es la simple postura corpórea (situs); el “status” social17
es la condición –posición social– de esclavitud o libertad; y, el “status”
espiritual, es la situación interior –disposición habitual– de esclavitud al

que esconde el juego de palabras “posición-disposición”, que manifiesta la analogía


implícita entre el situs y la cualidad, entre lo externo (postura) y lo interno (hábitos).
16
Tomás de Aquino, STh., II-II, 183, 1, c.
17
La noción tomista de “status” –en su dimensión social– presenta semejanzas con el
concepto designado con la misma expresión latina en el habla cotidiana. Ambos concep-
tos se refieren a la posición social de una persona. Existen, sin embargo, diferencias entre
la noción tomista y la noción corriente actual. Por un lado, la “posición social” en el
concepto tomista significa “postura social” (analogía con el “situs”), mientras que en el
concepto vulgar designa “co-locación social” (analogía con el “ubi”). Por otro lado, la
noción tomista de “status” no está, como la actual, condicionada a criterios económicos.
Y, finalmente, el “status” tomista es más inamovible. La noción de “status” tomista es
más semejante a la noción de “estado” actualmente utilizada en la expresión adjetivada
“estado civil”. Ser casado, por ejemplo, es un verdadero “status”; ser soltero, por lo provi-
sional de esa condición, lo es menos; ser rico o pobre no lo es en absoluto (según la
noción tomista).
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 79

bien y libertad del mal. Aquí interesa exclusivamente la analogía entre


el primer y tercer nivel.
El ejemplo describe cuál es la postura natural del hombre: de pie e
inmóvil. En reposo, pero no yacente; de pie, pero no andante. Esta pos-
tura media entre lo yacente y lo andante es imagen del hábito, que res-
pecto de la potencia es acto y respecto del acto es potencia.
La postura perfecta del hombre es la postura erguida: la cabeza ten-
diente al cielo (“caput in superiora tendat”) y los pies estables en el
suelo (“pedes in terra firmentur”). Ascendente y fija, como la virtud. El
cuerpo es la metáfora del alma.
Ya por naturaleza –independientemente de la postura–, la estructura
del cuerpo humano (la disposición de su esqueleto y la posición de sus
órganos) es la adecuada a la naturaleza del alma humana; pero sólo la
verticalidad del cuerpo es la imagen adecuada del alma virtuosa. El
“status” anatómico perfecto del cuerpo humano es la postura erguida: la
anatomía humana, desde el punto de vista operativo, en cierto sentido
permanece amorfa mientras el cuerpo no se yergue. La anatomía se
pone en acto al erguirse el cuerpo, la disposición de las partes “in corpo-
re” debe ser secundado por la disposición de las partes “in loco”. El
“arriba y el abajo” del cuerpo son la cabeza y los pies, aunque el hom-
bre esté echado, pero solo en la postura erguida el arriba y el abajo ana-
tómico –estructural– se hacen efectivos, al coincidir con el arriba y el
abajo gravitacional. Igualmente en las disposiciones interiores: el “status
virtutis” es la postura erguida del alma, que ordena –siguiendo una
imagen agustiniana– la gravitación del alma, es decir, el amor (“amor
meus, pondus meus”18), en conformidad con la magnitud de los bie-
nes19.

18
“Amor meus, pondus meus. Illo feror quocumque feror”. La analogía según la cual
el peso es el amor de los cuerpos, y el amor el peso de las almas, es recurrente en San
Agustín: “así como al cuerpo le lleva y conduce su propio peso, así al alma su amor
dondequiera que vaya”. San Agustín, De Civ. Dei, 11, 28.
19
También San Agustín considera la posición erguida del cuerpo la más conveniente al
alma racional: “No fue creado el hombre como los animales carentes de razón que vemos
inclinados hacia la tierra; la forma del cuerpo levantada hacia el cielo le exhorta a gustar
las cosas de arriba”. San Agustín, De Civ. Dei, XXII, 24, 4. La postura erguida del hom-
bre –su bipedismo– es la más adecuada para simbolizar su dignidad y destacarla frente al
común de los animales (la verticalidad corpórea, empero, es sólo uno de los elementos
expresivos de esa dignidad: no es suficiente –aunque si necesaria– esa verticalidad para
manifestar simbólicamente la dignidad). Sin embargo esa postura erguida del hombre no
debe ser rígida; debe ser lo suficientemente flexible para doblegarse ante Dios. Fue más
80 Eduardo Sánchez

La postura erguida e inmóvil –el “firmes” militar– simboliza una ac-


titud vigilante, como la prudencia; recta, como la justicia; firme, como
la fortaleza, y reposada como la templanza.
Tomás de Aquino señala la etimología de “status”. “Status (...) a
stando dicitur”20. “Estar”, en castellano, no tiene el doble significado
que el término “stare” posee en latín. “Stare” significa tanto “estar dete-
nido” como “estar de pie”.
El “estado” castellano –con sus derivados “estado”, “estático”, “es-
table”, etc.– sólo hace alusión al primer significado, a la inmovilidad,
pero no a la postura. Hay “estado” tanto en el que se encuentra de pie
como en el que se encuentra sentado o acostado, con tal de que perma-
nezca inmóvil. El inglés “to stand” –curiosamente otra vez más fiel al
latín que el castellano (véase nota 31 del capítulo 1)– sí conserva ambos
sentidos del vocablo latino. En castellano, sin embargo existe un deriva-
do de “estar” que sí hace alusión a la postura vertical del hombre: “esta-
tura”.
El “stare” latino puede ser traducido al castellano por un verbo de
etimología diversa que sí contiene los dos sentidos mencionados: “Pa-
rarse”. El “status” corpóreo consiste en “estar parado” en el doble senti-
do de la expresión: “estar de pie” y “estar detenido”, es decir, erguido y
estable, recto y firme. Cuando el alma, a semejanza del cuerpo, adopta
esta posición –disposición– recta y estable ha alcanzado el “status virtu-
tis” (expresión que, como ya antes se indicó, es un pleonasmo, pues el
solo “status” ya incluye la “virtus”). También el vocablo “alto” se en-
cuentra en el mismo caso, pues alude tanto a la elevación como a la
detención.
“La rectitud, sin embargo, no pertenece a la noción de status”21. Per-
tenece, sí, a la noción de “status hominis”, pues en el hombre estar de

grata a Dios la postura inclinada a la tierra del publicano que la postura erguida del fari-
seo. El mismo Señor, dice San Lucas (22,42), “habiéndose arrodillado, oró”. Hay ocasio-
nes en que el tener la cabeza en alto es signo de altanería. Es bueno que el hombre des-
cubra su dignidad frente a las criaturas, pero más bueno aún es que frente a Dios recuerde
su naturaleza “púlvica” y su hermandad con la tierra (humus), y aun con la nada.
“Humildad” es el nombre físico de esa virtud; “nihilidad” es su nombre metafísico. Las
posturas religiosas son congruentes con la actitud y el pensamiento religioso. La “flor de
loto”, por ejemplo, es una postura para “sintonizar” con la “Naturaleza”; por eso sólo un
panteísta, que identifica a Dios con ella, puede orar así. La trascendencia de Dios se
reconoce mediante otras posturas.
20
Ibid., obj. 1.
21
Ibid., ad. 1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 81

pie equivale a estar erguido, mas no es así en todas las especies anima-
les.
Otras muchas cosas pueden decirse sobre la posición erguida del
hombre –de su bipedismo–, pero caerían fuera del tema. No se trata
ahora de considerar al cuerpo erecto como el instrumento más apto para
la actividad del espíritu (por liberar las manos y la lengua, dar una posi-
ción emergente al cerebro y una disposición contemplativa a los senti-
dos)22, sino como la expresión –símbolo– más adecuada a su dignidad.
Al cuerpo se le puede considerar desde dos ángulos, dice San Agustín23:
el de la utilidad (“usus”) y el de la dignidad (“decus”); aquí solo intere-
saba el segundo.

III. LA DISPOSICIÓN DITÁXICA

1. La “táxis” aristotélica y el “ordo” agustiniano

Aristóteles, como ya se vio, definió la disposición como el orden de


lo que tiene partes –“tou ékontos mére táxis”–; y Tomás de Aquino
hace suya esta definición traducida al latín como “ordo habentis partes”
o, más sencillamente, como “ordo partium”.
Pero, ¿qué es el orden? San Agustín, por citar un ejemplo notable,
dice: “orden es la disposición de las cosas pares y dispares, asignándole
a cada una su lugar” (“ordo est parium dispariumque rerum sua cuique
loca tribuens dispositio”24).
Confrontando ambas definiciones lo primero que salta a la vista es la
circularidad conceptual: “ordo est dispositio”, dice San Agustín; “diát-
hesis léguetai táxis”, dice Aristóteles (“dispositio est ordo”, dice Tomás
de Aquino25). (En lo sucesivo se citará la definición aristotélica traduci-
da al latín –es decir, la tomista– para hacer más franca la confrontación
con San Agustín).
Es claro que ni Aristóteles ni San Agustín, cada uno por su cuenta,
incurrieron en un círculo vicioso. Ninguno de los dos pretendió definir
22
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I, 91,3.
23
San Agustín, De Civ. Dei, XXII, 24.
24
Ibid., XIX, 13.
25
Tomás de Aquino, In V Met., lec. 20, Marietti, 1058.
82 Eduardo Sánchez

primero la disposición por el orden y, posteriormente, el orden por la


disposición. La circularidad aparece al juntar la definición de uno con la
del otro.
La circularidad es clara si se suprime el resto de los términos de am-
bas definiciones, aislando las expresiones “dispositio est ordo” (Aristó-
teles) y “ordo est dispositio” (San Agustín). Es verdad que, aun así, sería
un círculo vicioso “mitigado”, tomando en cuenta la diversidad de con-
textos en que una y otra afirmación surgieron. Sin embargo, el círculo
vicioso sería real, porque no es necesario que ambos pensadores entien-
dan exactamente lo mismo por “orden” y por “disposición”; basta con
que entiendan aproximadamente lo mismo. Es un uso análogo de los
mismos conceptos y, por tanto, en la medida en que significan lo mis-
mo, hay círculo vicioso; y en la medida en que tienen significado diver-
so, no lo hay.
Como no está del todo clara la anterioridad de un concepto sobre
otro, en cierto modo es convencional determinar qué noción es la que
define a la otra. Lo importante es mantener esa determinación a lo largo
del discurso. Tomás de Aquino, por ejemplo, siempre define la disposi-
ción por el orden, y no hay –al menos así parece– ningún texto en el que
haga lo inverso. Sin embargo, al menos en lengua castellana, parece ser
más común la palabra “orden” que la palabra “disposición”, de tal ma-
nera que el concepto de orden resulta anterior –por más conocido– al de
disposición, debiendo definirse ésta por aquél, y no viceversa.
Con las definiciones reducidas a “dispositio est ordo” (Aristóteles) y
“ordo est dispositio” (San Agustín), la circularidad es inequívoca e in-
evitable.
Pero ahora, añadiendo el genitivo de ambas definiciones, la defini-
ción aristotélica se completa: “dispositio est ordo partium”, y la agusti-
niana dice: “ordo est dispositio rerum”. Este nuevo fragmento de las
definiciones indica que Aristóteles se refiere a una disposición hacia
dentro de la cosa (“intra-rem”), mientras que San Agustín comprende
también el orden entre cosas (“inter-res”). En cierto modo la definición
completa de la “diathesis” aristotélica es “ordo partium in”. Aristóteles
se refiere a las partes contenidas dentro de un todo con unidad de com-
posición. San Agustín, en cambio, se refiere también a conjuntos con
unidad puramente relacional26. En este sentido el orden agustiniano es

26
Esta distinción entre unidad de composición y unidad puramente relacional (de
orden), está extraída de la “Expositio Ethicorum”, (Proemio): “Sciendum est autem quod
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 83

más extenso que la disposición aristotélica. Pueden distribuirse en dos


grupos los ejemplos consignados por San Agustín en el párrafo que
culmina con su definición de orden27: a) el orden intra rem (1. entre las
partes del cuerpo, 2. entre las apetencias del alma, 3. entre los pensa-
mientos y las acciones, 4. entre la vida del alma y la salud del cuerpo) y
b) el orden inter res (1. entre el hombre y Dios, 2. entre hombres en la
familia, 3. entre hombres en la ciudad).
La “táxis” aristotélica se encuentra únicamente dentro del primer
grupo. Su triple modalidad (katà tópon, katà dýnamin, katà eídos) incide
únicamente en dos categorías: situs y cualidad (o tres, si se añade la
cantidad). El orden relacional queda fuera del “ordo partium” aristotéli-
co.
Sin embargo, nada impide que, por una ampliación analógica, la
“diáthesis” (táxis) aristotélica se extienda a todas aquellas categorías a
que el “ordo” agustiniano se extiende. Con esta amplificación la “diat-
hesis” aristotélica se homogeneiza con el “ordo” agustiniano y se puede
proseguir con el análisis comparativo de ambos, añadiendo la parte que
le falta a la definición agustiniana.
Una vez que el “ordo partium” aristotélico (amplificado) y la “dis-
positio rerum” agustiniana han quedado como nociones equivalentes,
puede añadirse la última parte de la definición agustiniana.
“Orden es la disposición de las cosas (pares y dispares), asignándo-
le a cada una su lugar”.
La letra cursiva indica la parte de la definición agustiniana que es
equivalente con la “diáthesis” aristotélica. Las palabras entre paréntesis
son irrelevantes para la comparación; a la “diáthesis” aristotélica le es
indiferente la paridad o disparidad de las partes dispuestas u ordenadas.
Esta subsunción de la “diáthesis” aristotélica dentro de la comprehen-
sión del “ordo” agustiniano indica que éste, inversamente, está subsu-
mido dentro de la extensión de aquélla.
La parte de la definición escrita en letra común indica la diferencia
específica que, añadida a la “diathesis” (género), distingue la “táxis”

hoc totum, quod est civilis multitudo, vel domestica familia, habet solam unitatis ordinis,
secundum quam non est aliquid simpliciter unum. Est autem aliquid totum quod habet
unitatem non solum ordine, sed compositione, aut colligatione, vel etiam continuitate,
secundum quam unitatem est aliquid unum simpliciter”.
27
Cfr. San Agustín, De. Civ. Dei, 19, 13.
84 Eduardo Sánchez

aristotélica del “ordo” agustiniano. Esta diferencia específica es la


“asignación del lugar debido”.
La expresión “sua loca” en la definición de orden es análoga a la ex-
presión “ius suum” en la definición ulpiana de justicia, y que es también
agustiniana: “iustitia virtus est –dice San Agustín– quae suae cuique
distribuit”28, porque la justicia misma es una parte del orden: “dar a cada
uno lo suyo” (como dice la definición de justicia) es “poner cada cosa
en su lugar” (como dice la definición de orden)29. “Lo suyo” es “lo de-
bido”, “lo que corresponde”, ya se hable de derecho o ya se hable de
lugar.
El “locus” que aparece en la definición agustiniana no debe interpre-
tarse en el sentido estrictamente físico de la disposición “catatópica”
(katà tópon) del “situs” aristotélico. El “lugar debido de las cosas”, del
que habla la definición agustiniana, es un “locus” metafísico.
Así pues, el “orden agustiniano” es el “orden aristotélico” con la
asignación del lugar debido. Para evitar la ambigüedad de llamarle igual
al género que a la especie, puede conservarse el término griego de Aris-
tóteles o algún sinónimo castellano que se le aproxime. De este modo,
la definición agustiniana en su máxima concisión puede quedar formu-
lada como “táxis debida” o como “el debido acomodo de las cosas”.
Sólo este es el orden pacificador del que habla San Agustín.
Otra manera de disolver el aparente círculo vicioso que resulta al
enfrentar ambas definiciones es el siguiente:
La noción aristotélica de orden es más simple que la agustiniana: és-
ta, de alguna manera contiene y supone aquélla. Si se pregunta: “¿qué es
el orden?”, responde San Agustín: “el orden es una disposición”; pero si
ahora se pregunta: “¿y qué es una disposición?”, responde Aristóteles:
“la disposición es un orden”. La circularidad no es total, como ya se ha
dicho, porque respondieron diferentes personas con diferente concepto
de orden. Aristóteles respondió al último porque su respuesta fue más
básica: el “orden agustiniano” es una disposición, y ésta es el “orden
aristotélico”. La disposición es el término medio, definiente del “orden
28
Ibid., 19, 21.
29
La definición ulpiana de la justicia: “voluntas ius suum unicuique tribuendi” (“volun-
tad de dar a cada uno su derecho”) puede ser traducida como “el respeto al derecho
ajeno”. Por lo que se ve, este respeto al derecho del otro, antes que la paz, es la justicia. La
justicia, por ser una parte del orden, es también una parte de la paz (no la paz completa),
pues ésta no es otra cosa que la serenidad que el orden produce (“tranquillitas ordinis”).
Ibid., 19, 13.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 85

agustiniano” y definido por el “orden aristotélico”. Supóngase


–como parece ser en efecto– que ese término es unívoco, es decir, que
Aristóteles y San Agustín entienden lo mismo por el término “disposi-
ción”.
Si al orden que es definido por la disposición (hasta ahora llamado
“orden agustiniano”) se le llama “orden dos” (por ser un concepto
complejo), y al orden que es definiente de la disposición (hasta ahora
llamado “orden aristotélico”) se le llama “orden uno” (por ser un con-
cepto simple y anterior), resulta la siguiente representación gráfica:
“orden dos” > disposición > “orden uno” (con más precisión: “orden
dos” > disposición = “orden uno”), o bien:
“orden dos” → disposición
↓ “orden uno”
Como puede advertirse, ninguna representación es ya indicativa de
un círculo vicioso. Lo que indica es que el “orden uno” esta contenido
dentro de la noción del “orden dos” (así como el número 1 está conteni-
do en el número 2).
Si dentro de la definición agustiniana de orden se sustituye la palabra
“disposición” por su equivalente aristotélico “ordo partium”, la defini-
ción queda así: «orden es el “orden de las partes” pares y dispares, asig-
nándole a cada una su lugar».
Parece que ahora, en lugar de círculo vicioso, se tiene una tautología
redundante, igualmente incorrecta: existe el mismo vocablo en el “defi-
niendum” y en el “definiens”.
Sin embargo, aunque existe el mismo vocablo, no existe el mismo
concepto. Puede por tanto expresarse así (suprimiendo momentánea-
mente algunos términos y conservando únicamente lo medular de la
definición): «“orden agustiniano” es el “orden aristotélico” con asigna-
ción del lugar debido”».
Esta definición ya no es de ningún modo incorrecta –no es ni circu-
lar ni tautológica–, aunque aparezca el mismo término en el “definien-
dum” y en el “definiens”, puesto que aparece cada uno acompañado de
su distintivo. Más aún: como el “orden aristotélico” es el “orden uno”,
es decir, el más simple, puede prescindir del adjetivo [una noción “sim-
pliciter”, a diferencia de la “secundum quid”, es la noción “sin añadi-
86 Eduardo Sánchez

dos”30, quedando la definición así: «“orden agustiniano” es el orden con


asignación del lugar debido”»
Esta definición es análoga a –y, por tanto, tan correcta como– la que
afirma, por ejemplo, que el hombre bueno es el hombre que hace lo
debido.
La conclusión por ambos caminos es la misma: el “orden agustinia-
no” es el “orden debido”; y, en cambio, el “orden aristotélico” es
cualquier acomodo. La noción agustiniana de orden está impregnada de
axiología positiva, no así la aristotélica. El “orden aristotélico” no impli-
ca –aunque tampoco excluye– la bondad de la ordenación: el mismo
vicio es una disposición y, por tanto, un “ordo partium” determinado (el
vicio es también una postura definida del alma, aunque no es “status”,
por ausencia de rectitud, sino una postura sin “estatura”).
La “táxis” aristotélica, en su sentido más general, no incluye valora-
ciones. Es la simple distribución o acomodo de partes haciendo abstrac-
ción de la regla conforme a la cual haya de realizarse tal acomodo. Las
valoraciones comienzan en la “táxis” cualitativa, pero es una valoración
ambivalente (buena o mala); en cambio el “ordo” agustiniano es siem-
pre axiológicamente positivo.
Al ver incluida la “táxis” aristotélica (el “ordo partium” tomista) de-
ntro de la comprehensión de la noción agustiniana de orden, se ve tam-
bién, inversamente, la inclusión del “orden agustiniano” dentro de la
extensión de la “táxis aristotélica”. Para hacer posible esta inclusión es
necesario, recuérdese, homologar la “suppositio” de ambas nociones,
bien sea estrechando el “ordo agustiniano” para que se refiera exclusi-
vamente al orden entre partes de un todo con unidad substancial, o bien
sea ampliando la “táxis aristotélica” para que se refiera también al orden
entre los elementos de un todo con unidad puramente relacional.
Pero si la “táxis” (aristotélica) es el género del “ordo” (agustiniano),
¿qué otra especie se encuentra dentro de ese género? La respuesta puede
extraerse del “Proemio del Comentario (tomista) a la Ética (aristotéli-
ca)”: “Se encuentra –dice Tomás de Aquino– un doble orden en las
cosas. Uno es el de las partes de algún todo o de alguna multitud entre
sí, otro es el orden de las cosas al fin. Este orden es más importante,
puesto que es anterior”.
El “ordo partium” –la “táxis” aristotélica (analógicamente amplia-
da)– es el género de este doble orden señalado por Tomás de Aquino: el
30
Cfr. Aristóteles, EN, VIII, 4, 1148b, 5-10.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 87

“orden mutuo” (“ad invicem”) y el “orden teleológico” (“in finem”). El


primero es un orden axiológicamente neutro, pues sin “telos” no hay
“axios”. El “orden agustiniano”, por tanto, por ser el orden debido
–“ortho-táxis”–, sólo puede ser asumido por el “orden teleológico”.
Sin embargo, el “orden agustiniano” no es sinónimo, sino hipónimo,
del “orden teleológico”, pues está contenido en éste sin agotar su exten-
sión. Existe, en efecto, como ya se dijo, una doble táxis: el ordo partium
ad invicem, que es axiológicamente indiferente; y el ordo partium in
finem o ad naturam, que es un orden axiológico y –si se encuentra en un
sujeto, preferentemente el hombre– también héxiológico. Pero este
segundo orden, a su vez, puede ser contra naturam o secundum natu-
ram. El primero de ellos es, antes que un orden, un desorden (orden
“secundum quid”, desorden “simpliciter”) y –si es el (des)orden de una
intimidad– es también un vicio; mientras que el segundo, por el contra-
rio, es un verdadero orden (el “orden agustiniano”), el cual –si es un
orden íntimo– es la virtud.
Es evidente que la virtud pertenece al “orden agustiniano”: es el “or-
den (debido) entre el pensamiento y la acción” (mencionado arriba entre
los ejemplos de orden) o más brevemente: el “orden del amor”.
La virtud, por tanto, como todo orden en sentido agustiniano, es pa-
cificante, pues no es otra cosa la paz que el “sosiego del orden”31, y “el
acto virtuoso, dice Tomás de Aquino, es ordenado y debido”32. El vicio,
en cambio, produce “partes disidentes entre sí”33.
El “ordo partium in finem” es “más importante y anterior”34 que el
“ordo partium ad invicem”. Cuando aquél es recto, éste es integrante; y
cuando aquél es desviado, éste es disgregante. Dicho de otra forma: la
virtud es “sin-táxis”, es decir, “co-ordinación”, disposición conjuntiva;
el vicio, en cambio, es “dis-táxis”, disposición discordante. “La paz
implica la unión de los apetitos de un apetente”35. El vicio, en cambio,
es perturbador. No hay “ataraxia”(paz) sin “sintaxia” (virtud).
El hábito –la disposición cualitativa en general– implica un doble
orden: el “ordo partium” y el “ordo ad naturam”. Puesto que es “táxis”
en relación con la naturaleza, síguese que es “ordo partium in ordo ad

31
San Agustín, De. Civ. Dei, 19, 13.
32
Tomás de Aquino, STh., I-II, 71, 1, c.
33
Ibid. ad 3.
34
Tomás de Aquino, In I Ethicorum, lec. 1 (proemio).
35
Tomás de Aquino, STh., II-II, 29, 1, c.
88 Eduardo Sánchez

naturam”. El hábito es doblemente táxico porque pone el orden de las


partes en comparación con el orden debido de la naturaleza. El hábito,
como ya se vio (en el cap. 2), es esencialmente axiológico y no hay
modo de determinar el valor de un orden mientras no se le compare con
el fin.

IV. EL HÁBITO COMO “TÁXIS” TELEOLÓGICA

El fruto de esta larga confrontación con San Agustín ya está aquí: el


hábito es una “táxis” teleológica, a diferencia del “situs” (y de la dispo-
sición cuantitativa). No sólo es un orden entre partes, sino también un
orden hacia un fin. El “situs” sólo es «ordo ad “in-vicem”» (subrayan-
do más el “in” que el “ad”), el hábito es, además, “ordo ad” (con un
“ad” plenamente teleológico).
Una definición aristotélica, que Tomás de Aquino frecuentemente
emplea, caracteriza al hábito en términos dispositivos del siguiente mo-
do: “Se llama hábito –dice Aristóteles– a una disposición, por la que
algo se dispone bien o mal, según sí mismo o respecto a otro”36. Tomás
de Aquino repite la definición levemente glosada: “hábito es la disposi-
ción por la que algo se dispone bien o mal, según sí mismo, es decir,
según su naturaleza o respecto de otro, es decir, en orden al fin”37. Y en
otro lugar afirma: “el hábito importa cierta disposición en orden a la
naturaleza de la cosa y a la operación y a su fin”38.
Vuelve a aparecer un doble binomio: “bien o mal” y “respecto de sí-
respecto de otro”. Cada uno de estas diadas conceptuales por sí sola se
puede constituir en la diferencia específica del hábito. El texto citado
encierra una doble definición de hábito: a) hábito es una buena o mala
disposición, b) hábito es una disposición hacia sí o hacia otro. La prime-
ra define el hábito en términos cualitativos, es decir, con un criterio más
extrínseco a la disposición. La segunda en cambio, define el hábito en
términos totalmente dispositivos: la diferencia específica es homogénea
con el género. Aparece de nuevo el carácter doblemente táxico del hábi-
to, que es lo que lo distingue de los demás tipos de disposición (del

36
Aristóteles Metafísica, V, 20; cfr. Tomás de Aquino STh I-II, q.49, a.1, c.
37
Tomás de Aquino, STh., I-II, 49, 3, c.
38
Ibid., 4, c.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 89

“situs” y de la disposición según la cantidad). El hábito es el orden


(táxis) de las partes considerado en orden (táxis) a la naturaleza, a la
operación y al fin.
Tomás de Aquino, como puede observarse en los textos recién cita-
dos, relaciona el binomio “respecto de sí o respecto de otro” con el tri-
nomio “naturaleza, operación y fin”; haciendo corresponder el primer
término del binomio con el primero del trinomio; y el segundo del bi-
nomio con el segundo y tercero del trinomio.
De todos los hábitos se puede decir que son disposiciones orientadas
a la naturaleza, a la operación y al fin. A pesar de que el binomio “res-
pecto de sí-respecto de otro” divide los hábitos en entitativos (hábitos
“ad naturam” o “ad formam” o “secundum essentiam”) y operativos
(hábitos “ad opera”, “ad operationem” o “secundum potentiam”), tanto
uno como otro miran a la naturaleza a la operación y al fin. “El hábito
–dice Tomás de Aquino, hablando del hábito en general– no sólo im-
porta orden a la naturaleza de la cosa, sino también, consiguientemente,
a la operación en cuanto es fin de la naturaleza, o medio para conseguir-
lo”39.
Los hábitos entitativos son también operativos porque, aunque su
sujeto no es la potencia sino la naturaleza, también ésta es intrínseca-
mente operativa (más aún, la operatividad de la potencia viene de la
operatividad de la naturaleza). Si importa orden a la naturaleza –dice
Tomás de Aquino en el texto recién citado–, también consiguientemente
a la operación.
Y los hábitos operativos son también entitativos, porque todo hábito,
por definición, es una cualidad quiditativa, es decir, “in ordo ad natu-
ram”. Estaba claro en Aristóteles que el hábito era una cualidad, pero
había dos especies dentro de ésta que se lo disputaban: las disposiciones
“in ordo ad naturam” (primera especie de cualidad) y la potencia (se-
gunda especie de cualidad). Ganó la primera: “no es esencial al hábito
que mire a la potencia sino a la naturaleza”, dice Tomás de Aquino40.
Por tanto, todo hábito es, por esencia, quiditativo, es decir, entitativo.

39
Ibid., 3, c.
40
Ibid., ad. 2. El hábito es más una cualidad que una potencia, es más quiditativo que
operativo. La virtud es más una buena cualidad (producto del buen obrar) que una buena
potencia (principio y causa del bien obrar). Aunque el hábito operativo es acto (para la
facultad) y potencia (para la operación), parece que el acto predomina sobre la potencia,
pues antes es el hábito forma cualitativa que potencia operativa. La virtud es más aquello
90 Eduardo Sánchez

Parecería entonces que la división de los hábitos en entitativos y


operativos es sólo una distinción de grado; pero no es así: es una distin-
ción de modo y, por tanto, de especie.
El hábito entitativo (“habitus secundum essentiam”) es operativo
“per accidens”, mientras que el hábito operativo (“habitus secundum
potentiam”) es operativo “per se”. Y, por otro lado, el hábito operativo
(“secundum potentiam”) es entitativo “secundum quid”, mientras que el
hábito entitativo (“secundum essentiam”) es entitativo “simpliciter”.
Dicho de otra forma, el hábito “secundum essentiam” es doblemente
entitativo: primero por estar, como todo hábito, ordenado a la naturaleza
(“ad naturam”); y, segundo, como algo propio de él, por radicar en la
naturaleza como en su sujeto (“in natura”). El hábito “secundum poten-
tiam” (operativo), en cambio, es entitativo sólo por lo primero. Pero, por
otra parte, el hábito operativo es directamente operativo por radicar en la
potencia, mientras que el entitativo lo es indirectamente por radicar en la
esencia. Concisamente expresado: el hábito “secundum essentiam” es
directamente entitativo e indirectamente operativo, mientras que el hábi-
to “secundum potentiam” es directamente operativo e indirectamente
entitativo.
Por consiguiente, todos los hábitos están orientados a la naturaleza, a
la operación y al fin. Este trinomio puede englobarse en un sólo térmi-
no: el fin. Pues también la naturaleza es fin: “es lo propio del hábito
tener presente el orden a la naturaleza, la cual es el fin”41. Y lo es tam-
bién la operación: “la naturaleza se ordena ulteriormente a otro fin, que
es la operación”42. El fin del que habla el trinomio, distinto de la natura-
leza y la operación, es “algo obrado a lo que uno llega por la opera-
ción”43. El trinomio “naturaleza, operación, fin” indica una secuencia
teleológica44.

por lo que el hombre es bueno que aquello por lo que el hombre hace el bien. Del vicio
–mutatis mutandis– dígase lo mismo.
41
Tomás de Aquino, ibid., 2, ad. 1.
42
Ibid., 3, c.
43
Ibid.
44
El sentido teleológico de la disposición descubre nuevos sinónimos del vocablo que
no se habían mencionado (aunque implican a los ya mencionados: acomodar y colocar) y
que son netamente operativos. “Estar dispuesto” es “estar preparado”, “estar decidido”.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 91

V. APÉNDICE 1: EL HÁBITO COMO ESTRUCTURA

El hábito es una ordenación (táxis) estable de partes, luego es una


estructura. Es una estructura axiológica y teleológica, es decir, una
estructura generatriz de bien o mal.
Esta estructura en que el hábito consiste es, como se ha establecido,
una estructura intrahominal. El hábito es, por tanto, una buena o mala
estructura del cuerpo o del alma. Del alma, si se habla del hábito en
sentido estricto; del cuerpo, si se habla del hábito en sentido amplio.
Esta doble dualidad (bien-mal) (alma-cuerpo) da lugar a cuatro po-
sibles estructuras:
1º buena estructura del alma: virtud
2º mala estructura del alma: vicio
3º buena estructura del cuerpo: “cuasi virtud”
4º mala estructura del cuerpo: “cuasi vicio”
Estas cuatro estructuras son operativas (pues todo hábito, mediata o
inmediatamente, lo es), sin embargo sólo las estructuras anímicas lo son
estrictamente. Ahora bien, la operación resultante de un hábito malo es
el pecado; la resultante de un hábito bueno no tiene un nombre especial:
es, simplemente, un acto bueno. Por consiguiente, el vicio es una estruc-
tura de pecado dentro del alma, y la virtud una estructura –también
intra-anímica– de bien-actuar.
Todas estas “estructuras intrahominales” pueden, por la apertura
esencial del espíritu, convertirse en “estructuras interhominales”. Las
estructuras sociales de pecado, denunciadas por el Magisterio Eclesiás-
tico45, no son otra cosa que el conjunto de vicios de las almas individua-
les proyectadas sobre el cuerpo social.
Ya al hablar tangencialmente del arte (cfr. nota 8) se trató del poder
proyectivo del espíritu. El arte no es sino la proyección del espíritu so-
bre la materia exterior, imprimiendo en ella, sobre su forma natural, una
nueva forma concebida por él.
La diferencia existente entre la proyección del espíritu en el arte, y
esta proyección de las virtudes y los vicios en las estructuras sociales, es
esencialmente diversa.

45
Cfr., por ejemplo, Lumen Gentium, nº 36; Sollicitudo Rei Socialis, nº 36 y 46; Evan-
gelium Vitae, nº 12 y 24; C.E.C., nº 1869.
92 Eduardo Sánchez

En el arte existe una proyección deliberada, mediada por la razón y,


por tanto, con la posibilidad de producir un efecto relativamente equí-
voco, es decir, diverso de lo que se tiene en la intimidad: el artista, sin
tener tristeza en el alma, puede crear una obra que engendre tristeza en
quien la contemple; y puede, con el alma empecatada, producir obras de
extremado fervor religioso.
La proyección del alma sobre la realidad social es, en cambio, natu-
ral y espontánea, como el reflejo del rostro en el espejo, sin capacidad
de producir un efecto heterogéneo, pues “no puede el árbol malo produ-
cir frutos buenos ni el árbol bueno producir frutos malos” (Mt. 7, 18).
Por esta razón, para la proyección artística sobre la materia, se requiere
una virtud; mas para la proyección moral sobre la exterioridad social no
se requiere nada.
Pero si existen “vicios y virtudes sociales” es porque, de algún mo-
do, existe también un “alma social” que los envuelve y en la cual radi-
can. Este “alma comunitaria”, a pesar de carecer de subsistencia y deri-
var de la proyección conjunta de los espíritus individuales, tiende, por
gravedad (pues las cosas espirituales “caen hacia dentro”), a introyectar-
se nuevamente en los espíritus que la originaron46.

VI. APÉNDICE 2: LA DISPOSICIÓN Y LA DISPONIBILIDAD

El hábito –repite una y otra vez Tomás de Aquino– es “aquello que


se usa cuando se quiere”. Sin embargo esta definición se refiere sólo al
hábito operativo. A la objeción que sostiene que no hay hábitos en el
cuerpo, puesto que el hábito es algo voluntario, mientras que las accio-
nes del cuerpo son involuntarias, Tomás de Aquino responde que no
todos los hábitos son voluntarios (lo son sólo aquellos que disponen
para la operación) ni todas las acciones corporales son involuntarias (lo
son sólo aquellas que provienen de la naturaleza)47 .
Así, pues, no todo hábito se usa cuando se quiere (la salud cardiaca
por ejemplo –hábito entitativo corpóreo– se sustrae al uso de la volun-

46
Lo que el espíritu exhala es lo mismo que, posteriormente, inhala. La preocupación
ecológica, por tanto, no debe limitarse al cuidado de la atmósfera y de la biosfera, debe
extenderse hasta la “antroposfera”, i. e., la esfera social (cfr. Centessimus Annus, nº 38).
47
Cfr. Tomás de Aquino, STh., I-II, q. 50, a. 1, obj. 1 et ad 1.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 93

tad). Pero tampoco no todo lo que se usa cuando se quiere es un hábito.


La relación entre el hábito y lo que se usa cuando se quiere –
gráficamente expuesta– es como sigue:

cualidad de la 1ª lo usable a
especie voluntad
(hábito)

1 3 2

En la zona 1 del diagrama se encuentran todos aquellos hábitos (y


disposiciones) no libremente usables, es decir, los hábitos entitativos en
cuanto tales.
En la zona 2 se encuentra lo libremente disponible que no es una
buena o mala cualidad y, por tanto, tampoco es un hábito. En esta zona
se encuentra una doble región: a) las cosas exteriores de las que libre-
mente se dispone (objeto del predicamento “habitus”); b) las cosas in-
ternas de las que libremente se dispone (las potencias del alma y los
miembros del cuerpo movidos por el imperio de la voluntad). A pesar
de que “la voluntad mueve las otras potencias del alma” y de que “las
usamos cuando queremos”48, los hábitos no son las potencias mismas,
sino algo que inhiere (en) y se adhiere a ellas. Las potencias pertenecen
a la “natura prima”; los hábitos, en cambio, son “natura secunda”. “Uso
de todas las potencias y hábitos porque quiero –afirma Tomás de Aqui-
no–, por lo que el Comentador define al hábito como aquello que se usa
cuando se quiere”49; de este texto tomista no se sigue que las potencias
sean hábitos, antes bien, se sigue lo contrario, puesto que las distingue
verbalmente, aunque posean una propiedad común: ser objetos de libre
uso. Todavía es más explícito Tomás de Aquino, al afirmar que algunos
“no dicen que el hábito es alguna cualidad que sobreviene a la potencia,
sino la facilidad que tiene una potencia proveniente de la ayuda de otra:
48
Ibid., I-II, q. 9, a.1, c.
49
Tomás de Aquino, De Malo q.6, a.1, c, circa medium.
94 Eduardo Sánchez

por lo cual es llamada facultad de la voluntad y de la razón. Pero esta


opinión no utiliza rectamente el nombre de hábito, porque el hábito,
tomado con toda la propiedad del nombre, significa una cierta cualidad
que es principio del acto y que informa y perfecciona a la potencia”50.
La zona 3 del diagrama corresponde al hábito operativo, en el cual
coinciden la disposición (cualidad de la primera especie) y la disponibi-
lidad (libre uso).
De lo anterior se deduce que la definición del hábito como “aquello
que se usa cuando se quiere” es únicamente la diferencia específica (o,
mejor aún, un “propio”) que debe añadirse a la definición genérica del
hábito (“buena o mala cualidad” o “cualidad en orden a la naturaleza”)
para constreñirla al hábito operativo, de tal manera que la definición
completa de éste último es “buena o mala cualidad –“cualidad axiológi-
ca”– de la que libremente se dispone”; o bien: “cualidad en orden a la
naturaleza, de la que se usa cuando se quiere”; o, en su mínima expre-
sión, “disposición disponible”.
“Aquello que se usa cuando se quiere” es una definición abreviada
del hábito operativo, en la que se silencia el género (el cual se encuentra
entimemáticamente tácito).
“El hábito (operativo) –dice Tomás de Aquino– es definido por el
Comentador diciendo que es aquello por lo cual alguien actúa cuando
quiere, como disponiendo al instante de aquello que debe operarse. Y
por esto el hábito se compara a la posesión –en cuanto que de las cosas
poseídas se dispone según se quiere– y la operación al uso”51.
Sin embargo el hábito operativo se asemeja más al hábito entitativo
que al hábito posesivo (predicamento “habitus”). En efecto, se puede
hablar del hábito operativo en doble sentido. Primero, en cuanto aquello
en que se considera ante todo la razón de hábito: disposición axiológica.
Considerado así, el hábito operativo se asemeja más al hábito entitativo
que el hábito posesivo, porque el hábito entitativo es una buena o mala
disposición, como antes se dijo. Segundo, puede considerarse la razón
de hábito operativo en su elemento secundario, es decir, en cuanto es
algo que usa cuando se quiere. En cuanto a esto el hábito operativo se
asemeja más al hábito posesivo que al hábito entitativo. Pero esto no
pertenece esencialmente a la razón de hábito operativo, a no ser que se

50
Tomás de Aquino, In II Sent., d.24, q.1, a.1, c.
51
Tomás de Aquino, In III Sent., d. 23, q.1, a.1, c. El paréntesis no es de Tomás de
Aquino.
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 95

presuponga la noción primaria de disposición axiológica; pues, de no


ser así, también las potencias y los miembros corporales serían hábitos.
Por tanto, como en lo referente a la disposición axiológica el hábito
entitativo es más semejante al hábito operativo que el hábito posesivo,
hay que admitir absolutamente (“simpliciter”) que el hábito entitativo es
más semejante al hábito operativo; y que el hábito posesivo lo es más en
algún aspecto (“secundum quid”).
En pocas palabras: “lo disponible” (lo que se usa cuando se quiere)
puede funcionar como la definición de hábito operativo si se le aplica a
“lo dispuesto” (lo bien o mal ordenado).

VII. APÉNDICE 3: PLURALIDAD SEMÁNTICA DE LA DISPOSICIÓN TÁXI-


CA

El esquema y los comentarios a considerar en este epígrafe se han


extraído de la Summa Theologiae I-II, 49, 1, ad 3;49, 2, ad 3; y 50, 1, ad
2).
96 Eduardo Sánchez

sitial:
posición (postura) ..................................... (secundum locum)

D
I
S
P Estable:
O
Hábito ...................................hábito completo ..............................................ciencia
S
I (secundum speciem) y virtud
C completa
I Cualita-
Ó tiva accidentalmente ciencia y
N disposici
ón inestable : hábito incoado ............................................virtud
(convertible (secundum potentiam) incoadas
en hábito)
Inestable
comparativamente salud
disposición
estable : “quasi hábito”...estable o
esencialmente
(sec. speciem) enfermedad
inestable : disposición
(no convertible
crónica
absolutamente salud
en hábito)
inestable : disposición.....endeble o
(sec. potentiam) enfermedad
pasajera

sentido sentido sentido sentido sentido


amplísimo amplio medio estricto estrictísimo
1 2 3 4 5

(quasi primera
género)
especie de
cualidad

Disposición como Disposición como


género del hábito opuesta al hábito
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 97

Como puede observarse en este esquema panorámico, la disposición


resultó ser una noción análoga con cinco cambios de extensión y signi-
ficado (además de los sentidos no táxicos de la disposición, señalados al
inicio de este capítulo). Por ahora sólo interesan los sentidos en que el
mismo hábito es una disposición, es decir, aquéllos en que la disposi-
ción significa el género o “cuasi género” del hábito (sentidos 1 y 2); y
no los sentidos en que la disposición se divide contra el hábito (sentidos
3, 4 y 5). No obstante, para no desaprovechar la ocasión que este es-
quema panorámico de la disposición proporciona, se harán algunos
comentarios de todas sus partes, con el fin de aclararlo y delimitar mejor
las nociones de hábito y disposición.
1º. Las columnas 1 y 2 del esquema (y algunos aspectos de la 4) es-
tán extraídos de la q.49, a.1, ad 3, donde se distingue entre las disposi-
ciones pertenecientes al “situs” y las disposiciones pertenecientes a la
primera especie de cualidad. Por la importancia que para este capítulo
tiene tal texto, aquí se transcribirá completo: “la disposición siempre
importa el orden de algo que tiene partes, lo cual ocurre de tres modos,
como inmediatamente añade el Filósofo, a saber: o según el lugar o
según la potencia o según la especie. En éstas, según Simplicio, se con-
tienen todas las disposiciones. Las corporales están incluidas en las que
llama disposiciones según el lugar: y esto pertenece al predicamento
“situs”, que es el orden de las partes en el lugar. En las que llama dispo-
siciones según la potencia incluye aquellas disposiciones que están en
preparación y en idoneidad aún no perfectas, como la ciencia y la virtud
incoada. Y, finalmente, en las que llama disposiciones según la especie
incluye las disposiciones perfectas, llamadas hábitos”, como la ciencia y
la virtud consumadas”.
El sentido 2 de la disposición se encuentra también en la definición
aristotélica de hábito, expresamente formulada en Metafísica V, 20,
según la cual el “hábito” es la “disposición por la que lo dispuesto está
bien o mal dispuesto, sea respecto de sí mismo o bien respecto de otro
ser” (1022b, 10-12). Este es el texto aristotélico al que más recurre To-
más de Aquino al determinar la esencia del hábito.
2º. Las columnas 2, 3 y 4 aparecen en la q.49, a.2, ad 3, donde To-
más de Aquino afirma que la disposición tiene una doble acepción: una,
en cuanto género del hábito, la cual se pone en la definición del hábito;
98 Eduardo Sánchez

y otra, en cuanto se contrapone al hábito. Ahora bien, la disposición


como contrapuesta al hábito puede entenderse de un doble modo: de un
modo, como lo imperfecto y lo perfecto dentro de la misma especie, y,
así, la disposición es transformable en hábito, como el niño se transfor-
ma en hombre; de otro modo, como especies diversas dentro del mismo
género, y en este sentido la disposición es no transformable en hábito, al
modo –aunque este ejemplo no es de Tomás de Aquino– como el arbus-
to nunca llega a ser árbol.
3º. La columna 5 procede de q.50, a.1, ad 2, donde se precisa aún
más la noción de hábito, al afirmar que “las disposiciones corporales no
son difícilmente mudables de una manera absoluta (“simpliciter”), de-
bido a la mutabilidad de las causas corpóreas. Sin embargo, pueden ser
difícilmente mudables por comparación y por esto no se afirma que la
salud difícilmente mudable sea hábito, sino que es “como hábito” (“ut
habitus”)”.
4º. Las columnas 3, 4 y 5 vistas “opositivamente” muestran la varie-
dad semántica del hábito, pues cuantas veces varía el significado de la
disposición, otras tantas varía la significación del hábito mismo. Y, así,
el hábito presenta dos acepciones: la primera, los hábitos “simpliciter” o
hábitos del alma; y, la segunda, los hábitos “secundum quid” o hábitos
del cuerpo, los cuales, más que hábitos, son “ut habitus”, por ser dispo-
siciones esencialmente inestables (como la salud) aunque comparativa-
mente estables en ciertos sujetos. Los primeros –los hábitos simpliciter–
pueden subdividirse nuevamente en “simpliciter” y “secundum quid”,
siendo los segundos aquellas disposiciones esencialmente estables (co-
mo la virtud), pero accidentalmente inestables en ciertos sujetos a causa
de su deficiente adquisición; y, los segundos, aquellas mismas disposi-
ciones estables no sólo en esencia sino también en el sujeto.
Hablar de un cuarto tipo de hábito que fuera esencial y existencial-
mente inestable (llamándole “como hábito incoado” o hábito “secun-
dum quid-secundum quid”), sería abusar de la noción de hábito.
EPÍLOGO

El presente trabajo sobre la esencia del hábito ha intentado categori-


zar al hábito, es decir, ponerlo en relación con alguna categoría que
ayude a definirlo; y, de este modo, se le relaciona, en el capítulo prime-
ro, con la categoría habitus; en el capítulo segundo con la categoría
qualitas; y, por último, en el capítulo tercero, con la categoría situs.
En el primer y tercer capítulos –en los que se relaciona al hábito con
la categoría “habitus” y con la categoría “situs”– el hábito quedó conca-
tegorizado, esto es, colocado en relación horizontal con la categoría
mencionada, quedando ambos –−hábito y categoría– envueltos por un
concepto más general, que en el primer caso es la “tenencia” y en el
tercero la “disposición”.
En el segundo capítulo, en cambio, el hábito quedó subcategorizado,
es decir colocado en relación vertical con la categoría cualidad, quedan-
do el hábito subsumido, a modo de especie, bajo la extensión de aquélla.
En los casos en que el hábito entra en relación horizontal con la ca-
tegoría –apareciendo como dos conceptos coordinados entre sí, y ambos
subordinados a un tercero que los envuelve–, la categoría se comporta
como un término comparativo en relación con el cual el hábito presenta
múltiples analogías.
Y, así –en el caso en el que el hábito es “co-especie” de la categoría
“habitus”, bajo el género tenencia–, el hábito se presenta, a semejanza
del “habitus” categorial, como aquello que se usa cuando se quiere,
pero, a diferencia de él, en el interior del sujeto. Desde esta perspectiva
el hábito aparece como una posesión “intra-anímica”, como intimidad
de la que se dispone. Esta rica analogía presenta, sin embargo, una des-
ventaja: sólo es aplicable al hábito propiamente humano –el hábito ope-
rativo–, pues la capacidad de libre uso es exclusiva del hombre. Por su
parte, el hábito entitativo, no obstante ser una disposición, no es necesa-
riamente algo de lo que se dispone libremente; y, no obstante ser inma-
100 Eduardo Sánchez

1
nente, no es necesariamente algo íntimo (endopsíquico) . Todo hábito
–también el entitativo– es una disposición interior, pero sólo el hábito
operativo es interioridad disponible. Todo hábito –también el entitati-
vo– es una tenencia inmanente, pero sólo el hábito operativo es una
pertenencia íntima.
Que todo hábito es una disposición interna se hace más evidente en
el siguiente caso de “concategorización” –o relación horizontal del hábi-
to con una categoría–, en el que el hábito se presenta como una especie
colateral de la categoría “situs” dentro del género “disposición”. Así
considerado, el hábito se muestra ahora como una ordenación “ad intra”
de las partes del sujeto, en contraposición al “situs”, que consiste en una
ordenación “ad extra” (o “in loco”) de las partes exteriores del cuerpo.
Bajo la óptica de esta analogía, la virtud aparece como la postura natural
(o “status”) del alma, esto es, como una disposición recta y estable del
espíritu, análoga a la posición erguida y fija del cuerpo, por la que éste
adopta una actitud vigilante como la prudencia, recta como la justicia,
firme como la fortaleza y quieta como la templanza.
Además de haber considerado al hábito en su horizontal relación con
la posesión y con la posición (habitus y situs), se le consideró también
en su relación vertical con la cualidad. Al hacerlo así, el hábito quedó
intracategorizado, es decir, subsumido bajo su verdadero género.
Porque el hábito es ante todo una cualidad –“aquello por lo que de-
cimos que algo es tal o cual”– y es cualidad antes que todas las demás
cualidades: es la “proto-especie” o el prototipo de la cualidad. Después
de la protoforma (“quidditas”) lo que más caracteriza a un ser es la
“qualitas” y, entre ellas, la “proto-qualitas”, es decir, el hábito.
Es lógico que la primera especie de cualidad sea aquella que incluye
la bondad o maldad, pues nada caracteriza tanto a un ser como sus pro-
piedades axiológicas (aun gramaticalmente ningún adjetivo es tan cali-
ficativo como lo bueno y lo malo). A tal grado es la bondad o maldad la

1
Intrínseco, inmanente e íntimo son tres conceptos subordinados, de extensión decre-
ciente, cuyo correlato real son los tres niveles de profundidad interior que pueden darse en
una substancia: lo intrínseco es la interioridad de cualquier substancia, incluyendo las
inanimadas; lo inmanente es lo intrínseco al ser vivo, y lo íntimo es la inmanencia propia
del espíritu. Los hábitos lo son tanto más cuanta mayor sea la profundidad de su inheren-
cia y la fijeza de su adherencia a la substancia, de tal modo que no hay hábito más pro-
piamente tal que el intra-anímico (hábito intrínseco, inmanente e íntimo), seguido del
intracorpóreo orgánico (hábito intrínseco, inmanente pero no íntimo) y, por último, del
intracorpóreo inorgánico (hábito intrínseco pero no inmanente ni íntimo).
La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles 101

cualidad por excelencia que el lenguaje común tiende a identificarlas,


llamando cualidad a cualquier bondad o maldad, independientemente de
la categoría en que se encuentra. A esto se debe que se encuadre a toda
la axiología dentro del concepto de cualidad, trascendentalmente agran-
dado.
El hábito es una cualidad axiológica, entendiendo la cualidad en sen-
tido estricto –en sentido categorial–, pero tomando lo axiológico en toda
su amplitud, con todos sus binomios, pues la bondad o maldad
–afirma Tomás de Aquino– es, en cierto sentido, el género de todos los
contrarios2. Ahora bien, como toda bipolaridad axiológica procede de
confrontar los accidentes con la naturaleza que los sustenta, síguese que
la definición más radical del hábito es aquella que lo presenta como
qualitas in ordine ad naturam, como cualidad referida a la naturaleza,
como qualitas confrontada con la quidditas.

2
Cfr. Tomás de Aquino, Compendio de Teología, cap. 116.

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