Iconografia Cristiana

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Historia del Arte, 2º Bachillerato, IES Venancio Blanco

Por qué el Jesús del arte nunca se


pareció al de la Biblia
Publicado por E. J. Rodríguez

Incluso quienes somos ateos aceptamos que,


durante siglos, el arte europeo giró en torno a la
mitología cristiana. Al menos en su mayor parte.
Esto, me permito añadir, nunca debería alejar del
arte cristiano a quienes no se consideran religiosos.
Al contrario. El arte fue muchas veces el equivalente
de nuestras actuales televisiones, radios y
periódicos. Imperios y religiones lo usaban para
comunicarse con los humildes. Así, viendo cómo se
representaban visualmente determinadas ideas,
podemos entender mejor a aquellos pueblos donde
la historiografía escrita era un lujo reservado para
una minoría de individuos con formación, mientras
los demás obtenían sus conocimientos de la tradición
oral, pero también de las esculturas y pinturas que
representaban conocimientos y creencias básicas.
Uno de los aspectos que me han llamado siempre la
atención es la representación de la figura central de
El Grafito de Alexámenos, grabado en la pared de una escuela romana, es el la religión que dominó Europa durante tanto tiempo,
retrato de Jesús más antiguo que se conoce. el cristianismo. Jesús de Nazaret es un misterio
como figura histórica. La información que tenemos
sobre él proviene sobre todo en los Evangelios,
textos que para cualquier no creyente resultan
imposibles de admitir como verosímiles en su
totalidad, debido a la elevada carga de sucesos
sobrenaturales. Incluso la parte biográfica más
convencional puede estar sujeta, como poco, a la
duda razonable. Algunos llegan más lejos y
sospechan que no existió un Jesús, o no uno
parecido al de los Evangelios. Pero el objeto de este
artículo no es discutir estos asuntos. Al revés:
pongámonos en la piel de los creyentes de otro
tiempo y demos por buenos los textos evangélicos
en su totalidad. Solamente así podremos entender la
evolución del arte cristiano, porque estaba dirigido a
ellos.
«El Pez de la Vida», alegoría de Jesús de Nazaret en una lápida funeraria En la Biblia, salvo en la narración de algunas
apariciones místicas donde es descrito con rasgos
sobrenaturales, no se dice una sola palabra sobre el
aspecto físico de Jesús de Nazaret, el hombre. Así pues, el ejercicio de ver cómo se pintaba a Jesús en cada época es
como realizar un enorme experimento de proyección social, ya que sin una descripción de base, podemos detectar
claramente los cambios en las vidas y circunstancias de los creyentes en un determinado periodo histórico, solamente
con mirar retratos de Jesús característicos de ese tiempo. Seamos religiosos o no, el rostro de Jesús fue, a menudo, el
resumen del estado de cosas en Europa.

Por qué no había representaciones de


Jesús en el cristianismo primitivo

El cristianismo de los siglos I y II no produjo


representaciones gráficas de Jesús. La tradición
eclesiástica solía achacar esto a la clandestinidad en
que vivían los cristianos a causa de la persecución
romana, pero esto no parece del todo exacto.
El cristianismo surgió en Judea, se expandió
rápidamente por el Mediterráneo oriental y fue
importado a la propia ciudad de Roma por pequeños

Pez eucarístico, pintado en unas catacumbas romanas durante el siglo II.


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grupos de creyentes. Roma, como la moderna Nueva York, recibía a gentes de todas partes, así que no es raro que el
nuevo culto llegase a la ciudad muy pocos años después de la fecha tradicional de la muerte de Jesús.
La sociedad romana, en general, percibió a los primeros cristianos como gentes oscurantistas y sectarias. Generaban
habladurías muy parecidas a las que en plena Edad Media la Europa cristiana terminaría vertiendo sobre los judíos; por
ejemplo, que sus ritos secretos ocultaban prácticas sexuales inmorales o sacrificios sangrientos. Había romanos
conservadores que se sentían disgustados por el desdén de los cristianos hacia la tradición pagana, la cual conllevaba
respeto por ceremoniales públicos e instituciones civiles muy arraigadas en el Imperio. También es cierto que durante
los dos primeros siglos de nuestra era, los cristianos fueron víctimas de ocasionales pogromos a nivel local, aunque rara
vez estaban impulsados por autoridades imperiales de alto rango. Ni siquiera cuando en el año 64 Nerón culpó a los
seguidores de Jesús del incendio de Roma, tal como narraba el historiador romano Tácito, se produjo una persecución
generalizada en todo el Imperio, sino limitada a la propia ciudad. Los cristianos eran una cabeza de turco fácil, pero
también eran pocos y casi siempre procedían de capas pobres de la sociedad. No era, ni mucho menos, la única religión
exótica que había ganado seguidores. Por lo general, en los siglos I y II la existencia del cristianismo preocupó bien
poco al sistema político romano.

El que los cristianos primitivos no produjesen retratos de Jesús se debía más bien a los prejuicios que tenían contra la
confección de imágenes religiosas, prejuicios que habían heredado del judaísmo. El cristianismo había nacido como una
secta judía que se desviaba de la ortodoxia en lo tocante al Mesías, pero que había tomado casi todo su cuerpo moral
del judaísmo y que de hecho terminaría incluyendo la Torá entre su propia colección de libros sagrados, la Biblia. La
prohibición de imágenes era tan importante en la tradición judía que se contaba entre los diez mandamientos bíblicos.
Así, la Biblia dicta que «no harás imagen de ti, ni de lo que está arriba en el cielo, ni en la tierra, ni en las aguas que hay
debajo de la tierra» (libro del Éxodo). Los cristianos primitivos, pues, no pintaban a Jesús porque hacerlo era pecado.
Dado que la palabra griega ΙΧΘΥΣ, «pez», podía ser usada como acrónimo de «Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador», les
bastaba con representar a Jesús con un pez esquemático.

Una pintada en una escuela

Por lo anterior, no debería sorprender que la representación figurativa más antigua de Jesús que conocemos no fuese
obra de sus seguidores, sino de sus detractores. El llamado «grafito de Alexámenos» fue grabado en el muro de una
escuela romana antes del siglo III. Descubierto en 1857, causó considerable sorpresa, porque para cualquier
observador cristiano era una imagen abiertamente blasfema. Aparecían dos figuras; una estaba de pie ante un
crucificado que tenía cabeza de asno, mientras una frase en griego describía la escena: «Alexámenos adorando a su
dios». Aunque no se menciona el nombre de Jesús, es evidente que se pretendía insultar a Alexámenos —tal vez un
alumno de aquella escuela, tal vez un profesor— por sus creencias cristianas. El grafito está en Roma, pero recordemos
que el griego era la lengua culta preferida para la educación.
Del grafito de Alexámenos se pueden deducir varias cosas. Una, que los cristianos de las dos primeras centurias eran
objeto de burla pero, salvando los ocasionales pogromos, formaban parte de la sociedad romana de manera abierta, no
clandestina. Una escuela no era un lugar al que acudiesen los hijos de los romanos más desfavorecidos.
También se puede deducir que la cruz pudo conllevar connotaciones insultantes cuando era mencionada por quienes se
burlaban de los cristianos. La crucifixión era un castigo muy cruel y humillante que los romanos reservaban para los
peores criminales, así como para los considerados enemigos del Imperio, los esclavos, los extranjeros, etc. El grafito de
Alexámenos nos da a entender que representar a Jesús en la cruz era una forma de recalcar la naturaleza vergonzosa
de su muerte. Es posible que durante los primeros siglos de cristianismo, la representación gráfica de Jesús en la cruz
fuese considerada de mal gusto por muchos de sus seguidores, incluso sabiendo que era un episodio central en el
relato evangélico.

Dos imágenes de Jesús el buen pastor, con atavío típicamente romano, como era pintado en las catacumbas del
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Un Jesús con túnica romana

A partir del siglo III, el éxito del cristianismo


entre los más humildes empezó a extenderse
también a estratos más acomodados y fue
esto lo que introdujo la figura de Jesús en el
arte. El mandamiento bíblico que prohibía las
imágenes era ignorado por nuevos cristianos,
algunos de buena posición, que siguiendo las
costumbres romanas deseaban tener
imágenes religiosas en sus templos, en sus
casas o en sus tumbas. De forma paralela,
cuando el cristianismo empezó a extenderse
a sectores ricos e influyentes fue cuando de
verdad empezó a ser percibido como una
amenaza para la estabilidad del Imperio.
Algunos emperadores llegaron a promulgar
persecuciones oficiales que incluyeron detenciones en masa, torturas y ejecuciones de cristianos.
Esto produjo la gran paradoja de que fue en una época de intensa persecución cuando aparecieron las imágenes
religiosas de Jesús. La tradicional explicación de la ausencia de imágenes debida a la clandestinidad no encaja bien con
los hechos. Es más, casi parece inevitable que conforme la nueva religión se extendía por el Imperio, fuese
adaptándose a usos paganos como lo era confección de imaginería religiosa, prohibida en la Biblia. Distinta cuestión era
la de cómo pintar a Jesús. Dado que ni los
Evangelios ni la tradición ora
describían sus rasgos físicos, cada creyente
lo imaginaba de acuerdo a su propia
idiosincrasia. Aun manteniendo la esencia
judía en lo teológico y moral, el cristianismo
adquirió en lo artístico formas muy
romanizadas. De hecho, visualmente
hablando, fue el Imperio romano el que le dio
a Jesús muchos de los elementos de la
imagen que hoy asociamos con su figura…
aunque en las imágenes más antiguas pueda
producir justo la impresión contraria.

Durante el siglo III se lo representaba con la


perfecta imagen de un ciudadano romano
prototípico. Esto es, bien afeitado, con el
cabello corto y vistiendo togas o túnicas o
Jesús curando a un paralítico. Siglo III. capas de corte claramente latino. Esto puede
sorprendernos hoy, pero para aquellos
cristianos tenía sentido. Jesús había nacido y
crecido dentro del Imperio. Se sabía por los Evangelios que había sido un judío sin ciudadanía romana —de ahí la
reticencia de Poncio Pilatos a juzgarlo bajo la ley imperial— pero esto no impedía que lo imaginaran con aquellos
ropajes, algo que no era impensable entre los pueblos sometidos al Imperio, entre los que abundaban los individuos
romanizados.
Predominaban en aquella época las escenas biográficas que lo mostraban como un maestro en su labor evangélica.
Aparecía sobre todo en el papel del «buen pastor», acompañado de ovejas que representaban a los discípulos, del gallo
que representaba a san Pedro, o portando un cordero en sus hombros. También aparecía realizando milagros
y ,ocasionalmente, recibiendo el bautismo. Sus ropas, como decimos típicamente romanas, rara vez eran suntuosas. Su
imagen humilde ofrecía consuelo a los atribulados cristianos de la época, pero además era fiel a los Evangelios, donde
Jesús era descrito como un hombre con buena educación, que había estudiado en la sinagoga, pero también como un
τέκτων, esto es, un artesano. Jesús había sido un carpintero que por decisión de Dios —o por ser él mismo de
condición divina, que no todos los cristianos se ponían de acuerdo en esto— se había convertido en el ansiado Mesías,
el rabí que finalmente guiaba a su rebaño hacia la salvación. Los cristianos primitivos veían en aquel benéfico maestro
de sencilla vestimenta a alguien muy distinto del poder imperial al que encontraban opresivo y cruel. Cabe suponer que
muchos romanos pobres se convirtieron al cristianismo porque Jesús era una figura cercana y bondadosa que no tenía
relación alguna con las corruptas clases dirigentes del Imperio. Curiosamente, muchos judíos rechazaron el cristianismo
por esa humildad de Jesús, ya que no podían concebir que el Mesías, en vez de ser un rey poderoso como habían
anunciado las Escrituras, fuese un don nadie al que los romanos habían detenido y ejecutado como si tal cosa.
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El Cristo como emperador

Las persecuciones del siglo III no impidieron


que el cristianismo continuase siendo cada
v e z m á s p o p u l a r. S u s p r o m e s a s d e
recompensas ultraterrenas tocaban la fibra de
amplias capas de la población, muy
necesitadas de sentido. Pese a todo el poder
y grandeza del Imperio, la mayoría de los
romanos nunca había dejado de ser pobres y
cualquiera podía convertirse al cristianismo
solo con desearlo (mientras que el judaísmo
más ortodoxo, por ejemplo, planteaba
requisitos como la circuncisión, que desde
luego alejaban a muchos posibles conversos).
En el ejército romano, que por entonces ponía
y quitaba emperadores, había muchos
extranjeros y soldados de origen humilde. El
rápido avance del cristianismo en los
Traditio Legis: Jesús entregando la ley a sus discípulos. Sarcófago del siglo IV.
campamentos militares iba a tener un papel
decisivo, tanto o más que la conversión de
parte de la aristocracia romana, a la hora de hacer que los emperadores dejasen de perseguir aquella fe.
En el año 313, el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán para legalizar el cristianismo. Esto no hizo sino
disparar todavía más su éxito. En el 380, el emperador Teodosio se hizo bautizar, atribulado como estaba por una grave
enfermedad, y decidió que el cristianismo iba a ser la nueva religión de Estado. El Imperio romano abandonó la religión
tradicional romana y el paganismo sería proscrito. Cuando en su testamento Teodosio repartió el Imperio entre sus dos
hijos, todo él era oficialmente cristiano. El centro geográfico de la cristiandad, esto apenas sorprende, quedó fijado en
Roma pese a que Jesús jamás había pisado aquella ciudad. Más importante, la Iglesia se jerarquizó imitando usos
administrativos del Imperio y en lo alto de esa jerarquía, como simbólico emperador todopoderoso, iba a estar Cristo.

Aquel proceso de oficialización y equiparación con el poder imperial tuvo un efecto inmediato sobre la representación
artística de Jesús. Hasta entonces había aparecido como un romano de aspecto común, enfatizando el origen proletario
explicitado en los Evangelios y su cercanía a las clases desfavorecidas. A partir del siglo IV, sin embargo, empezó a
aparecer como una figura mayestática. Se lo pintaba de pie sobre un pedestal, flanqueado por columnas, sentado en un
trono, o rodeado por la mandorla, un marco oval con forma de almendra que recalcaba su majestad. En imágenes como
las denominadas Traditio Legis aparecía como un monarca que entrega la ley divina a sus discípulos, pintados casi
como súbditos. En estas Traditio Legis todavía era común ver a Jesús afeitado y con el cabello corto, pero ahora se
parecía más a los césares. De hecho dejó de ser raro verlo representarlo con togas y capas propias de las clases
dirigentes. En ocasiones, hasta con uniforme de general de las legiones. También se añadía un halo luminoso en torno a
su cabeza para recalcar su naturaleza
divina, ahora normativa (la Iglesia
estaba en plena lucha contra el
arrianismo, que afirmaba que Jesús era
hijo de Dios pero no Dios mismo). En
cualquier caso, Jesús ya no se limitaba
a ser el pastor de las clases humildes.
Ahora era el rey de reyes. Esto es, el
verdadero emperador.
Las dos nuevas mitades del Imperio
sufrirían destinos muy distintos. La
parte occidental empezó a derrumbarse
bajo el empuje de los bárbaros y
también por efecto de su propia
descomposición interna. La parte
oriental, más helénica, perduró durante
siglos como Imperio bizantino. Pero el
cristianismo iba a ser la religión de
Estado en ambas, aunque con
características cada vez más distintivas
entre ellas. En cualquier caso, por
decisión de los romanos, Europa iba a
Jesús con barba y cabello largo, en unas catacumbas. Siglos IV-V.: ser cristiana. Y por ende lo sería gran
parte del arte europeo.
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La barba y el cabello largo

El cristianismo original era una mera


desviación de la tradición judía, pero al
extenderse por Roma también asimiló
m u c h o d e l a fi l o s o f í a g r i e g a ,
convenientemente reinterpretada y
validada por san Agustín, san Jerónimo
y otros padres de la Iglesia, sobre todo
durante los siglos IV y V. Así, ideas de
diversos filósofos paganos que el
Imperio romano había heredado fueron
incorporadas en el cada vez más
complejo y enrevesado cuerpo teológico
del cristianismo oficial. Tuvo particular
importancia el platonismo, que resultaba
idóneo para justificar la división entre un
mundo terrenal pecaminoso y un mundo
celestial divino e inmaculado. Jesús,
pues, se convirtió no solamente en
emperador celeste sino también en
centro de toda filosofía verdadera. Por
ello, sobre todo en la mitad oriental del El pantocrátor fue una representación muy estable. Seis siglos separan estas
Imperio, empezó a aparecer con una imágenes: el pantocrátor del Sinaí (siglo VI, izquierda) y un mosaico de Hagia
imagen más helenizada, llevando barba
al modo de los filósofos griegos, cuyas
efigies habían sido tantas veces reproducidas en el Imperio y que los romanos tanto habían admirado.
También empezó a ser pintado con cabello largo, que al principio solía ser ondulado para imitar las imágenes de dioses
paganos como Júpiter o Zeus. Esto debió de hacer más fácil la transición generalizada del paganismo al cristianismo,
que requería que el pueblo llano asimilase a Jesús con el dios más poderoso. Así pues, de la mezcla entre filósofos y
dioses paganos nació la imagen de Jesús como solemos concebirla hoy, con barba y cabello largo.
Esta nueva combinación de maestro filosófico, emperador y ser supremo celestial, hizo que se volviesen habituales
escenas que acentuaban su divinidad, como las imágenes de la transfiguración, transformación del Jesús humano en
ente divino ante algunos apóstoles. Pero alcanzó su máxima expresión en el Cristo Pantocrátor, una expresión que
significa «el que gobierna sobre todas las cosas» o «el todopoderoso». Este modelo llegaría a convertirse en universal
en el Imperio bizantino, aunque los primeros pantocrátores se perdieron por causa de la furiosa corriente iconoclasta de
los siglos VIII y IX, cuando algunos emperadores bizantinos pretendieron revivir la prohibición bíblica de fabricar
imágenes y ordenaron la destrucción de los iconos religiosos. Como consecuencia, la mayoría de los pantocrátores que
conocemos son posteriores, aunque alguno de los antiguos sobrevivió.
El más antiguo conocido estaba en el monasterio del Sinaí (hoy llamado Santa Catalina) y se libró de la destrucción
gracias a su remota ubicación desértica. Cumple todos los cánones de un pantocrátor ideal. Luce barba y el cabello
largo; una de sus manos está en gesto de enseñanza al modo de los grandes filósofos, mientras la otra sostiene un
ejemplar de la Biblia tan profusamente ornamentado como lo estaría la pieza de un tesoro imperial. Su cabeza aparece
rodeada por un halo que denota su naturaleza divina. Pero sorprende por dos razones. Una, su cuidadísima
elaboración, que por su naturalismo recuerda más a los cristos del Renacimiento que a muchos pantocrátores
elaborados más tarde, durante el resto de la Edad Media. Y otra, porque su rostro está dividido en dos mitades, una con
expresión dócil en representación del Jesús humano, el buen pastor, y otra con expresión más severa, la del Jesús
divino que reina sobre todo lo conocido. Esta división del rostro en dos partes fue imitada en ocasiones, aunque no era
por necesidad la norma.

Jesús, varón de raza blanca

La adopción del cristianismo por el Imperio romano también certificó la representación de Jesús como un varón blanco
europeo. Ya hemos dicho que la tradición apostólica no decía absolutamente nada sobre sus rasgos físicos. Según los
Evangelios, fue un judío de Galilea que no tenía característica distintiva que los narradores considerasen digna de hacer
notar, y que además provenía de una larga estirpe judía, así que debió de ser un semita prototípico, con un aspecto
bastante similar al de los actuales palestinos. Sin embargo, esta visión hubiese chocado con la mentalidad imperial
romana. Los romanos, que habían gobernado Europa, Asia y África, se consideraban superiores a los demás pueblos
en todo, con una sola excepción: los griegos, a quienes concedían la superioridad intelectual.
No resulta extraño que el nuevo Jesús pictórico, mezcla del poder romano y la sabiduría griega, pareciese haber nacido
en el sur de Europa y no en Judea. Era blanco, de nariz recta o aguileña, el cabello lacio y castaño. No se lo pintaba con
piel oscura, ni con nariz redondeada, ni con cabello negro o rizado. Tampoco rubio o pelirrojo, como algunos bárbaros
europeos lo eran. De hecho, en las más antiguas representaciones romanas de Cristo rara vez se lo pintaba con ojos
azules, verdes o grises (esto vendría más tarde) sino oscuros, como era común entre los romanos y los griegos. Así,
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decimos, resultaba más fácil de


asimilar. Desde un punto de vista
propagandístico, los romanos no le
hubiesen encontrado sentido al retrato
de un rey de reyes que perteneciese a
un pueblo inferior, ya fuese un semita o
un bárbaro del norte. Esto sucedía a
despecho de que, según las propias
Escrituras, Jesús había pertenecido a
una raza extranjera sometida y, por lo
tanto, inferior.
Desde aquella época, algunos
cristianos han intentado desmentir el
más que evidente origen pagano del
cabello largo y la barba del Jesús
pictórico. Porque usando la lógica y las
Escrituras, se debía llegar a la
conclusión de que Jesús había llevado
el cabello corto, como era costumbre
entre los judíos del siglo primero,
considerándose indecoroso lo contrario
(pudo, eso sí, llevar barba). Para
explicar esta discrepancia, recordaban
que ciertos judíos, los nazareos,
Primera representación narrativa conocida de la crucifixión, marfil tallado en Roma
tomaban votos temporales durante
largos periodos de meditación, dejando
de cortarse el cabello hasta que
retornaban a la vida normal. Afirmaban que Jesús habría sido un nazareo durante su periodo de predicación evangélica,
y que por tanto hubiese llevado el pelo largo. Sin embargo, esto chocaba con la idea de que Jesús era básicamente
respetuoso con las leyes judías; un nazareo se abstendría de beber vino, cosa que Jesús sí hizo durante su prédica,
como describen los propios Evangelios. Así, resulta improbable que Jesús hubiese llevado el cabello largo mientras
compartía vino con sus discípulos. Cabe decir, sin embargo, que cualquier contradicción entre lo que se pudiese deducir
de los Evangelios y el aspecto físico del Jesús pictórico importaba poco. De hecho, estas discrepancias no han sido una
preocupación hasta tiempos muy recientes, en la que incluso observadores cristianos han hecho notar que Jesús no
debió de tener un aspecto ario. Sin embargo, la imagen ya está tan asimilada culturalmente que quizá se necesiten
siglos para revertirla. Incluso hoy, en cine o televisión cuesta encontrar una película que retrate a Jesús como un semita
de piel oscura y con un corto e hirsuto cabello negro.

Finalmente, Jesús en la cruz

A partir del siglo V se hicieron también comunes


las representaciones de la crucifixión. Puede
parecer que esto chocaba con la nueva idea de
un Jesús imperial, poderoso e intocable, pero
además de responder a necesidades
teológicas, había buenos motivos para que a
los cristianos la crucifixión ya no les resultase
una visión tan desagradable. Para empezar,
ese método de ejecución había sido abolido
cien años antes por Constantino, quien además
afirmó haber descubierto fragmentos de la cruz
en la que Jesús había muerto, convirtiendo lo
que había sido un horrible instrumento de
tortura en una reliquia venerable. Después de
Constantino, las connotaciones despectivas y
vergonzantes que los cristianos más sensibles
pudieran asociar a una pintura con la Crucifixión en una iglesia de Georgia, siglo XII.
crucifixión, desaparecieron.
Además, la adopción de la crucifixión por el arte
cristiano se hizo de manera gradual. Las primeras se parecían poco a las que podemos ver hoy en procesiones o en
muchas parroquias católicas. A veces se veía a Jesús sosteniendo la cruz a modo de bastón o cetro, dado que era el
emperador del mundo. Pero incluso cuando se lo pintaba crucificado mantenía una actitud mayestática, pese a la
desesperación descrita en los Evangelios («Padre, ¿por qué me has abandonado?»), siendo la escena apenas
sangrienta, si es que lo era en absoluto. Ocasionalmente se lo pintaba vistiendo túnicas propias de un rey, aunque no
era lo más habitual, y debió de resultar poco verosímil incluso para los cristianos de aquella época, ya que no había
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pasado tanto tiempo como para que la sociedad romana olvidase que los crucificados siempre habían sido ejecutados
en completa desnudez. Así pues, era habitual representar a un Jesús casi desnudo, aunque con un paño en la cintura
por cuestiones de pudor (aunque en futuras pinturas medievales que describían su bautismo sí aparecería
completamente desnudo).
En cualquier caso, y exceptuando los periodos iconoclastas, la imaginería religiosa de origen pagano se había
establecido ya como un ingrediente fundamental del cristianismo, como tantas otras cosas que no procedían de las
fuentes judías o evangélicas. Esto no resulta sorprendente; lo mismo había hecho la antigua religión romana durante
siglos. El cristianismo, sin embargo, empezó a mostrar una mayor tendencia a absorber el contenido mientras proscribía
los continentes. Un buen ejemplo lo constituyó la Academia de Atenas, una de las instituciones culturales más
importantes de la antigüedad. Había sido inaugurada nada menos que por Platón, uno de los filósofos que más
influyeron en el cristianismo. Durante novecientos años había funcionado de manera ininterrumpida, con la aureola de
magnificencia intelectual que podemos suponerle. Pero nada de eso impidió que fuese clausurada por el emperador
bizantino Justiniano en el siglo VI. ¿El motivo? La Academia, aferrada a su propia tradición, continuaba siendo pagana.

La representación del sufrimiento

Tras la caída del Imperio romano occidental, el cristianismo hubo de hacer frente a varios sucesos, unos más
traumáticos que otros. Las invasiones germánicas cambiaron la faz política de Europa occidental, pero en lo religioso
terminaron aumentando el poder eclesiástico, ya que los bárbaros eran fácilmente convertidos. No sucedía lo mismo
con los árabes que invadieron España. Aunque su avance fue detenido en Francia, hicieron incursiones en regiones de
Italia, colonizando también algunas de ellas. La Iglesia no podía dejar de considerar a estos nuevos invasores una
terrible amenaza porque, al contrario que los bárbaros, no se dejaban convertir. Por otra parte, la Iglesia se dividió en el
año 1054, cuando las tensiones entre jerarcas religiosos de occidente y oriente condujeron al primer gran cisma del
cristianismo europeo.
Eran estos grandes acontecimientos sin duda, pero aun así, durante algunos siglos, el arte cristiano tuvo poco motivo
para cambiar. Seguía reflejando a un Jesucristo como emperador de una Iglesia (o dos, tras el cisma) que aspiraba al
poder mundano tanto como a la gestión de lo divino. El Jesús de la pintura se hizo cada vez más homogéneo: la barba y
el cabello largo prevalecieron, decayendo la costumbre de representarlo como a un romano. La mayestática presencia
de los pantocrátores seguía siendo la norma. Como toda novedad, sobre todo en occidente, empezaron a verse
imágenes de un Cristo con ojos claros e incluso, a veces, el cabello rubio. Esto, claro está, respondía al nuevo
predominio de los pueblos bárbaros del norte.
El cambio, no obstante, tenía que llegar, aunque fuese de forma gradual. Los europeos de la mitad occidental ya no
recordaban lo que era ser ciudadanos de una superpotencia global que había tenido instituciones civiles tan sólidas e
infraestructuras tan espectaculares como para unir bajo un solo gobierno a pueblos de tres continentes. El feudalismo,
la atomización de la Europa occidental en señoríos dispersos, convirtió el Imperio romano en un vago recuerdo. Las
antiguas vías romanas, aquella asombrosa red de comunicaciones que no tendría parangón durante muchos siglos,
quedaron abandonadas y sin uso.

El mundo de los cristianos occidentales se hizo más pequeño. Ahora apenas veían más allá de la aldea o la comarca.
Esto, por una parte, hizo que la Iglesia aspirase más que nunca a hacerse con el poder mundano, ya que los nuevos
reinos o imperios rara vez tenían gran poder, y de tenerlo, rara vez duraban en el tiempo. Solamente la Iglesia
permanecía. De forma paradójica, en las pequeñas comunidades feudales se hizo más cercana al pueblo, aunque no
siempre para bien. A partir de los siglos XII y XIII, una parte de la Iglesia entendió que se necesitaba un cambio de
mensaje, que se produjo sobre todo a través de la actitud de algunas órdenes monásticas, pero también, aunque de
manera todavía tímida, en el arte. Algunos Cristos crucificados empezaron a mostrar signos de sufrimiento y eran
pintados con la cabeza gacha, el cuerpo flácido, y una actitud que denotaba agotamiento, dolor o incluso la
inconsciencia de la muerte física. La cruz dejó de parecer un icono suntuoso, volviendo a ser un simple madero, y los
personajes que rodeaban a Jesús —su madre, María Magdalena, etc.— podían aparecer desconsolados. La influencia
gótica, sobre todo, contrastaba con la ortodoxia bizantina. Pero esta humanización de Jesús aún no era completa y se
iba a necesitar todo un siglo de tribulaciones para cambiar la dirección.
El siglo XIV sacudió Europa con calamidades terribles: hambrunas, guerras y la apocalíptica peste bubónica. La visión
pictórica de Jesús terminaría reflejando estos sucesos. Empezaron a abundar imágenes como el Ecce Homo, el Jesús
torturado y vilipendiado por los soldados romanos, o escenas de la Pasión cada vez más centradas en el sufrimiento de
las últimas horas de su vida. En no pocas ocasiones las crucifixiones mostraban sangre y heridas de forma bastante
explícita. Las autoridades católicas y ortodoxas conocían bien la importancia del arte como manera de comunicarse con
una base social mayoritariamente analfabeta, y desconocedora del latín, lengua en la que todavía se oficiaban las
ceremonias cristianas o se transcribían las Escrituras. Lo que se viese en las pinturas y esculturas era lo que los
cristianos de a pie iban a entender sobre su religión.
En una Europa como la del siglo XIV, azotada por la más tenebrosa de las épocas que haya vivido el continente, había
que mandar un claro mensaje de compasión. Jesús ya no podía ser solamente un emperador inaccesible, sino también
el Dios encarnado que decidió sufrir en su propio cuerpo los padecimientos que ahora sufrían los cristianos. Había que
darle protagonismo a la pasión y muerte de Jesucristo. Ahora se lo podía ver sangrando, vestido con maltrechos paños
y llevando la corona de espinas que, como burla, le habían puesto los soldados romanos. Esto era fundamental para
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que los cristianos aceptasen y, si podían,


entendiesen la terrorífica ola de calamidades
que asolaba el continente, sin terminar
cayendo en la apostasía. La Iglesia estaba
diciendo: vosotros sufrís, pero Cristo sufrió y
sufre con vosotros. El frío y distante
Pantocrátor no podía servir ya en una Europa
que había experimentado la peste negra.
A grandes rasgos, y con la evolución hacia el
arte barroco, esto terminaba de perfilar la
imagen artística de Jesús como la concebimos
hoy. El resultado de todo este proceso
histórico nos dejó un Jesús de raza blanca,
piel clara, cabello largo castaño… nada que
encaje con un judío del siglo I. A veces lo
vemos vestido con harapos y clavado a una
cruz con expresión de dolor y desesperación,
cuando no muerto en brazos de su madre,
como culminación de la tradición artística
occidental. Y a veces, como herencia de la
tradición bizantina, lo vemos espiritual,
mirándonos con serenidad y haciendo un
gesto de enseñanza o de bendición.
Solamente en tiempos recientes, cuando
vivimos en una sociedad más globalizada
donde ha ganado cierto peso el concepto de
globalidad cultural, nos hemos atrevido a
representar (más como hipótesis que en el arte
propiamente dicho) a un Jesús semita de piel
oscura.
Crucifixión anónima del siglo XV.

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