Soler - Standards-No Standards

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STANDARDS NO STANDARDS

A propósito de las entrevistas preliminares, del control


y de la duración de las sesiones

Este texto, redactado por Colette


Soler, ha sido preparado con la
colaboración de: Jacqucs Adam,
Joseph Attié, Guy Clastres, Hugo
Frcda, Franz Kaltenbeck, Jcan-
Pierre Klotz, Guy Leres, Ronaldo
Portillo, Antonio Quinet de An-
drade, Charles Schrcíber, Fran9oise
Schrciber, Esthella Solano Suarez,
Annie Staricky, Herbert Wachsbcr-
ger.

Standard y no standard es un título que adquiere su sentido a


pruiir de la polémica introducida en el psicoanálisis por la ense-
ñanza de J acq ues Lacan. La cuestión que plantea es la del Otro, la
IPA, de la que extrae la oposición de sus términos. En efecto, es
la IP A quien, por haber promovido una reglamentación standard
susceptible a sus ojos de identificar al psicoanálisis, creyó poder
arrojar fuera del campo del psicoanálisis, como disidente, no
standard, la práctica misma de Jacques Lacan. Sin embargo, Lacan
había partido de un retorno a Freud, o sea de una exigencia de
ortodoxia. La cuestión, refonnulada en los términos del comienzo
de su enseñanza, se vuelve: freudiano o no freudiano.
¿Qué es lo que está en juego? Algo esencial. Se trata nada me-
nos que de defínir las condiciones requeridas para que un psico-
análisis sea un psicoanálisis. O dicho de otro modo, ¿en qué reside
el carácter analítico de una práctica?. Primera respuesta, incuestio-
nada: el eje de un psicoanálisis es el procedimiento freudiano.
Ahora bien, ocurre que el procedimiento inventado por Freud
hace surgir una disimetría: el analizante tiene su "regla fundam en-

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tul", el analista no. El primero no deja d e saber lo que tiene que
hacer, puesto que la asociación libre es la exigencia, podem os de--
cir, standard, que define su tarea. Nada semejan te e xiste del lado
del analista.
Ciertamente, Freud d efine su función con un término, interpre-
tación, por el que se prescribe una fina lidad, el d esciframien to, el
cual se opone a las dos fina lidades mayores del dominio, gober-
nar y educar. Esto nada dice, sin embargo, sobre cómo efectuar
t~sla función-interpretación. De hecho, la cuestión sobre lo que
dl:be reglar la intervención del analista se plantea d e inmediato p a-
ru los psicoanalistas, qu edando bien claro que si a la asociación se
In llama libre, la interpre tación no lo es. Tiene en la transferencia
Mus condicio nes, pese a dejar a discreción del analista los m omen-
to s, el núrnero, Jos términos y el campo de su s intervenciones,
on donde la asociación, en cambio, no deja al an alízante elección
uinguna y lo determina. El ¿cómo hacer? queda a cargo del analis-
ta , pues no hay r egla fund amental qu e se lo d iga.
Hay pues, incripto en el procedimiento freudiano, una h iancia
cutre el saber y el analista en cuanto a las finalidades y efectivi7.a-
ción de su intervención. Esta hiancia pr~para en el núcleo del
dispositivo ·analítico el lugar d e la impostura virtual. La enseilanza
tk Lacan no cesó de rodearla y de reformularla y, desde los co-
mienzos, los analistas t estimoniaron qu e la sufrían. En este pun to,
lu historia lo muestra, ubicaron primero el modelo - solución indi-
vidual- y luego e~ standard - solución institucional-. Es decir,
t¡ue a falta de un saber cuándo o cómo-hacer, se esforzaron por
hat:er-como; como Freu d al principio, según lo t estimonian sus pri-
rucros discípulos; después, como las reglas instituidas lo prescri-
twn para cada uno, luego de haberlo prescripto para su didacta.
lacan barre ese como-los-otros, y su pretensión de suplir la garan-
1f¡t que falta, con un: simples hábitos. Se une en esto a Freud, quien
no evocaba jamás su téc nica sin cuidarse de alertar contra la imi-
ludón, precisando que no hacía de ella una regla. ¿Se trata de la
l)llcrta abierta a una práctica sin r eglas? Pregunta mal planteada
que la enseñanza de Lacan nos permite corregir, la verdadera es
enher qué las justifica. La pregunta no es standard s o no standards,
liino validados o no.
Lacan responde a Jas preguntas planteadas por la práctica ana-
til ica a partir de los fundamentos mismos de la experiencia en rela-
¡.:jón a las Cüales los hábitos y presiones de grupo carecen de peso,
au nque no d e efectos. Así en su práctica modifica, en efecto, el
101
tiempo de las sesiones, pero en función de un punto de doctrina
esencial. Tam bién mantiene, por ejemplo, la regla de acostar al pa-
ciente. ¿Por qué? Freud la justifica vagamente como favorable a
la asociación. Lacan la funda, desde el principio de su enseñ.anza,
en su distin ción del otro imaginario, el semejan te, del Otro de la
palabra al que el rechazo del cara a cara deja c.l campo libre. Así
como agrei:,ra a las reglas establecidas la de las entrevistas prelímina-
res, y modifica aquellas otras, previas, que organizan los controles.
Aban<:}onada, mantenida, promo vida o modificada, en la enseñanza
de Lacan una regla se j uzga por sus fundam entos y en función de
las finaJidades de la experiencia.
Desde entonces, toda reglamentación heterogénea a la experien-
cia se revela como Jo que es: Irrisión de su lega lid ad. Los sta ndards
deben medirse en re lación a lo que funda al psicoanálisis mismo.

EL NACIMIENTO DE LOS STANDARDS

EL MODELO BERLlNES

Recordemos, en primer lugar, algunos hechos y fechas en cuan-


to a la génesis de los standards.
En el congreso d e Budapest de 191 8, Frcu d, en su intervención
Los caminos de la terapia psicoanalítica, preveía la aplicación del
psicoanálisis a las masas populares. En 1920, Eitington convence a
la asociación berlinesa de la necesidad de fundar, en Berlí n, una
policlínica para el tratamiento psicoanalít ico de las enfermedades
nerviosas. Esperaba dar cuerpo, de ese modo y luego de la efímera
experiencia de Ferenczi en Budapest, a la previsión de Freud.
El proyecto terapéutico de la Clínica se puso a pwlto rápida-
mente: un analista consultor examina y distribuye las demandas.
La sesión dura de tres cuartos a una hora, tres o cuatro veces por
semana. El intento de reducir las sesiones a media hora no f ue con-
cluyente; también la tentativa de acortar la duración de los aná-
lisis fracasó, y la solución adoptada fue la de los "análisis frac-
cionados": alcanzado el objetivo terapéutico el análisis se suspen-
día , pero el paciente podía retomarlo si juzga ba insuficiente su
mejoría.
Paralelamente, para responder a esta extensión del psicoanálisis
y desde la apertura de la Clínica, se planteó el proyecto de formar
a los analistas de la segunda generación. Procedimientos uniformes
de formación adquirieron su forma casi definitiva desde 1924. Se
los dió como modelos a la comunidad analítica y son, en Jo esen-
102
\.'lal, los que se mantienen hasta nuestros d ías. Así, Eitington fliL'
t'l verdadero promotor de Jos standards. En ese contexto, dos
~· 11estiones se habían presentado frontalmente: ajustar la cura e n
111 nción de las urgencias terapéu ticas y contra la opinión de Freud,
lu formación analítica se subordina a la médica, y queda adminis-
!mda por la institución que a su vez crea a tal efecto la comisión
ílr enseñanza. La formación es tripartita: didáctico, enseñanza,
~· o ntrol. En su s tres caras est á sometida a autorización, y está re-
[(lamentada y controlada en lo que h ac~ a su orden , su duración,
1111 ritmo y sus agentes.
En 1925, en el congreso de Bad Homburg, Eitington propone ex-
ll'tlder el proyecto y elaborar standards internacionales. Para tal
r.l'octo, a propues ta de Rado, se nombra una comisión internacio-
nal. Esta presentará en 1932, en el congreso de Wicsbaden, las re-
¡tlas de admisión y de forma ció n de candidatos que serán prolon-
v.udas por las de Lucerna en 193 4. En Jo esencial, retoman la for-
111:1 berlinesa, por lo demás siempre e n uso.
Su interés radica para nosotros en los señalamientos nuevos o
unevamt:tnte acentuados, índices d e una orientación y de pun·
tns de resistencia. Retendremos cinco de ellos:
1) La aparición de criterios de selección nuevos. No sólo deberá
ponerse atención; se precisa, en la calificación pro fesio nal, sino
,·n la integralidad del c::~ rácter, la madurez de la perso na, la estabili·
d;1d del ego, la ca pacidad de insight.
Vemos aquí que la ego-psychology, como t endencia, data de la
t'reguerra.
2) Se insiste en el com promiso necesario y previo del candidat o
de no valerse de su fo rmación antes de haber r ecibido el aval de la
l·omisión de controL Señal sin duda de que se quiere term inar con
algunas veleidades de indisciplina.
3) Se admiten no médicos, pero bajo tutela: no podrün decidir
1'1 análisis, sino que recibirán sus pacien tes el e un m édico. Compro-
nJiso, pues, con la objeción.
4) No se admit irá un cand jdato extranjero e n un ipstituto
•11110 luego de conformidad de su instituto de origen. Se prepara
va la emigr ación.
S) Por últim o, la comisión inte rnacional de formación t endrá el
poder de autorizar y supervisar los institutos y centros de forma-
··ión. Así se l;Ornpleta la construcción de la pirámide internacional
que será tan propicia para la difusión de un credo común, pronta-
lllente egopsicológico.
OPOSICION Y CRITICAS
¿Cómo fu eron recibidas esas reglas?
Encontraron dos tipos de objeciones.
Por una lado, f ueron cuestionadas en cuanto a sus fundamentos
analíticos, especiamente por la escuela húngara. Ferenczi y Ran k
criticaron, por ejemplo, la oposición didáctico-terapéutico. Vilma
Kovacs protestará, en 1935, contra la disyunción didacta·control,
míen tras que al margen de los congresos oficiales proseguirá la
discusión sobre la doble polaridad del control: como elucida·
cíón de las dificultades del analista (Kontrollanalyse) y como
aprendizaje técnico (Analysenkontrolle).
Por el lado opuesto, las críticas americanas fueron por comple-
to de otro orden y concernían al poder institucionaL Los miem-
bros amerkanos rechazaban la ingerencia del comité internacional
de fo rmación. Esta protesta, ya expresada en 1936 en Maricn-
bad, culminó en la ruptura con la IPA en 1938, en el congreso de
París. La asociación americana, que entonces crea una comisión de
standard profesionales, produce en esa ocasión un texto de trece
páginas sobre la formación cuyas obligaciones y rigor sobrepasan
en mucho lo que conocían las sociedades europeas.

EL MODELO AMERICANO
En J 949, en el congreso de la reconciliación, en Züiich, el equi-
librio de fuerzas se ha modificado. América se ha vuelto el foco oc
la actividad analítica, Ja lengua inglesa la del psicoanálisis y la ego--
psychology es en lo sucesivo la corriente dominante. La American .
Psychoanalytic Association instala su liderazgo sobre el mod elo
-rechazado en 1938- de la Comisión Internacional. Los standards
permanecen iguales. Son aquellos a los que Lacan apunta explici-
ta y especialmente en Variantes de la cura-tipo. Se trata del mode-
lo berlin és rigidizado por los criterios de adaptación de la ego-
psychology, que consuman la colusión del psicoanálisis con la psi-
quiatría y la higiene mental. Testimonio de esto es un trabajo en-
cargado en 195 1, llamado de revisión de las prácticas existentes en
los institu tos, y que concluyó con la promulgación, en 1956, de
los standards mínimos para la formación psicoanalítíca de los mé-
dicos.
El plan de formación no satisfizo a nadie. Es lo que revela, en
1960, el Comité de ensefianza, luego del estudio de los programas
de una veintena de institutos. Se lamenta del número creciente de
104
~; n n didatos inanalizables e inaptos, de los méto dos de selección in e-
fh; aces (fonnularios d e candidaturas, tests psicológicos, entrevistas
•k grupo), etc.
Pero, a los efectos producidos por el enfoque evaluativo y selec-
ti vo, la Instit ución no sabe responder sino redoblando su s propios
~~ it erios. De este modo, y siempre para o btener más objetividad, se
f!J ~talarán hacia 1964 comités de selección encargados de super-
'tsar y concluir los informes redactados por los analistas de las en-
ltl;Vistas realizadas a un candidato. Se llega en tonces a un ftmóme-
fl •> tan aberrante como éste: el rechazo , a veces de hasta el 90% de
~ ·s candjdatos presentados con opinión favorable del analista. A
\.'1 iterios perfeccionados, ¡el candidato fa Ita! A la luz de t:sto. no
;m rece que los institutos hay an avan zado mucho desde en tonces.

f:-A FALTA DE FUNDAMENTO

Ese rápido vistazo hist órico sugiere algu nas observacio nes.
Vem os en prim er lugar que la preocupación por definir stan-
fl¡trds que permitan reglar la práctica a nalítica fue. muy pront o una
preo cupación de la comunidad internac ional. Los problemas de la
f., rmación de analistas y las cuestiones concern icn tes :.JI t ielll po en
p·ücoanálisis estuvieron dl~ en tntda en el corazón de Jos d ebates.
~orprende notar que cuarenta afios más t ard e conti tu ycn los mis-
lll<>s o bstáculos puesto que es respecto de ellos que Lacan pudo
~t p arece r como un insumiso del psicoanálisis. En todo caso, es p a-
k nte q ue el esfu erz.o d e la Asociación Internacional para con trolar
t11 práctica analítica tomó como palanca la standarización de los
procedimientos de formación. El objetivo es claro y lógico: para
rq~lar al psicoanálisis, reglar al analista. La instit ución se planteó
~csde el comienzo como el agente d e esta regulación y como el
&ujeto supuesto saber las normas.
¿Cómo no observar, en la instaura ció n de esas normas, el peso
~·: razones externas y la falt a de fundamento intrínseco?
Desde el vamos las razones provenien t es del campo del psi-
V'.análisis en extensión fuero n primordiales. Así estaban prepara-
d• ,s, en 1920, para cambiar los hábit os d e tiempo y pard disponer
in 1a form ación rápida para llegar a más gent e y más rápido. lgual-
lu •:nte es el realismo, incluso el oportunismo, el que en el co n-
Ir xto político d e la d écada de pre-guerra arregla las condicio-
fi•· s de emigración posible para los analistas y sostiene el proyecto
~¡- internacionalizar la formación. En cuan to al diálogo América/

105
= e bien claro que está ?,autaclo por la relación de fuerza
clono!. De ahf la observacton de Lacan en 1953: "El mante-
ttimJento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses
del grupo> como se manifiesta en los Estados Unidos do nde ese gru-
po representa m1 poder . Entonces se trata menos de un standard
que de u n standing". (Variantes de la cura tipo, en Escritos.
Siglo XXI>p. 95).
Esos fenómenos surgen, sin duda, de la inevitable inserción del
psicoaná]isis en el mundo. Sin embargo> su contingencia histórica,
junto a la falta de criterios analíticos, acentúa por con traste la no-
table estabilidad del modelo propues to, así como la exigencia in-
condicional a él ligada. Como si el Jegalismo más contingente e
inerte concentrase en sí la prenda misma d e la experiencia. Sor-
prende ver cómo las críticas hechas en nombre del psicoanálisis
-y por las p ersonalidades más eminentes en el interior m ismo de la
IPA (cf. Glover, citado al respecto por Lacan)- no afectó los pro-
cedimientos instituidos. Es de sospechar que una forma de entrada
tan definitiva y tan rebeld e a la evolución debe depender de un
modelo que ya estaba ahí y que está sostenid o por poderosas razo-
nes de estructura: precisamente el que Freud reconoció en la Igle-
sia y el ejército, y que hace lazo de otro modo que el psicoanálisis
(cf. Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en
1956, en Escritos JI, p. 198). Discurso del Amo, dirá Lacan.

ENTREVISTAS PRELIMINARES

EL ALGORITMO DE LA TRANSFERENCIA
No hay en trada posible en el análisis sin entrevistas preliminares,
decía Lacan en 1971, en . una serie de conferencias intituladas le
Savoir du psychanalyste. Históricamen te, esta práctica es una inno-
vación. Ciertamente, al comienzo de un análisis, a todo analista
siempre se le ha planteado la cuestión de aceptar o no la demanda
hecha> y esta aceptación siempre tuvo también sus implicaciones
diagnósticas ; es lo que Lacan formulaba con un "¿a quién acos-
tamos?". Pero · de las ent revistas preliminares se espera otra cosa.
Las entrevistas preliminares constituyen la modalidad técnica
que responde a: "en el comienzo del psicoanálísis está la transfe-
rencia" (Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de
rt:cole, en Scilicet, No l , París, Seuil, 1968, p. 18). Es preciso par·
106
tir d e ahí: un psicoanálisis es el trabajo d e la transfcn:mcift, y en la&
entrevistas preliminares lo que está en juego es poner a trabajar la
transferencia.
En tre la queja, que pide alivio, y la entrada en análisis, que su.
pone el trabajo analizante, no hay con tinuidad. A los analizantoa,
decía La can, "se trata d e hacerlos entrar por la puerta, qu e el anáU·
sis sea un umbral, que haya para e11os una verdadera demanda. Es·
ta demanda: ¿qué es de lo qu e q uieren desembarazarse? Un sín·
toma. [... ] Yo trato de que esta demanda los fuerce a hacer un es·
fuerzo... Es preciso en efecto que algo empuje". (Con[érence Ya· a
le University, en Scilicet, No 6/7, 1975, p . 32). Ahora bien, sólo el
sujeto supuesto al saber, como pivote de la transferencia, permite
situar aquello que hace del síntomél una "demanda verdadera".
En efecto , el síntoma se vuelve analizable solamente a condición
de incluirse en la transferencia.
Partamos del algoritmo de la transferencia:

_____s_-_-_- - --+ sq
( s sl , s2 , ........ s")
donde el S, "significante de la transferencia" , escribe la manifesta-
ción sintomática del sujeto que el paeiente presenta al analista y
cuya demanda sostiene. Notemos que le lleva esta man ife stación a
un analista cualquiera (Sq ), es decir reducido a su dcrinh.:ión de
intérprete, de descifrador. La direcció n misma hacía el descifra-
dor, m arcada por la flecha, implica una doble postuladón: t.JUcda
supuesto , por un lado, el carácter cifrado del síntoma (descifra-
miento supone ciframiento) y, por el otro, la represt!lllutividad del
síntoma. Es un h echo de experiencia que el sfnloma no conduce al
análisis sino cuando cuestiona> cuando el analizanto capta ese
incomprensible cuerpo extra ño como propio y portador de un sen-
tido obscuro qu e lo representa como sujeto desconocido para sí
mismo. En este sentido, el síntom a es cucstionumícnto del suje-
to, o más bien, representante del sujeto harrado y no "agotado por
su cogito" (Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, en Escri-
tos ! , p. 331). De este modo, por la transferencia, el síntoma es
puesto en forma de pregunta, pregunta del sujeto, en el doble
sentido del partitivo.
Sin embargo~ la transferencia así planteada es muy a menudo, a
decir verdad, previa al análisis. Está ahí desde que el síntoma es
107
.-
. .._,lftlldo como analizable. Casi podría hablarse de transferen-
l i;.Oón el psicoanálisis. Sería preciso evidentemente reservar aquí
Un lugar a los casos particulares, y sobre todo a la excepción,
Pi'cud, como inventor del psicoanálisis.
El momento de la demanda de análisis es aquel donde un
particular, analista cualquiera, se substituye al psicoanálisis en
general. A partir de ahí queda aún por producir la fijación de la
transferencia y ponerla a trabajar.
Es preciso, en efect o, que ese analista venga a. sostener para el
analizante la función de sujeto supuesto al saber, ocurre, se sabe, que
el analizante se haya equivocado de dirección y que la fu nción esté
para él ya fijada en otra parte. A nivel fe noménico, a menudo es el
amor de transferencia quien testimonia esa fijación, pero el fenó-
m eno de estructura es otro: es una transferencia del lado del ana~
lista - en el sentido de desplazamiento- del saber que se supone
puede responder a la pregunta. Efecto de histerizacíón inducido,
señala Lacan por el dispositivo analítico. La transferencia fijada al
analista es una transferencia primariamente demandante: demanda
al Otro que responda. El análisis supone aún que de esa transferen-
cia demandante, se haga una transferencia productora por el sesgo
de la llamada asociación libre. El analizante está en el análisis en el
lugar de aquel que trabaja -esfuerzo, dice Lacan- para que se ela-
bore el saber que responda a la pregunta del sujeto; mientras que
la operación del analista consiste en causar ese trabajo. Lo q ue es-
cribe el algoritmo del discurso del Analista: ..E...--+_!_ (Radiofo nía y
s2 sl
Televisión, Anagrama, pág. 77).
Son estas condiciones del análisis - transferencia analítica (o sea
pregunta del sujeto), fija ción de la transferencia y trabajo de la
transferencia- las que dan a las entrevistas preliminares sus obj eti-
vos para cada caso. Nada que ver con la medición de una capacidad.
Lo que es preciso subrayar, en efecto, es la incidencia del analis-
ta en aquello que se trata de obtener. El acto analítico está en jue-
go desde esas entrevistas, se ubica ah f en el lugar de la causa y su
efecto es el empuje-al-trabajo de la transferencia . .No podemos
desconocer, desde el comienzo, la acción del analista en cuanto a
este impulso q ue evocaba Lacan. La justa inserción del paciente
en lu transferencia no es del orden de la aptitud. Depende, por
cierto, <le la posición del sujeto en su relación con el Otro, pero no
está menos determinada por la respuesta dei partenaire analista.
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Al respecto, Freud está del lado de Lacan, contra la ego-psycho-
logy.

ALIANZA TERAPEUTICA Y ANALIZABILIDAD


Fue.ra del campo de la enseñanza de Lacarr, la práctica de las
entrevistas preliminares no tiene curso. No o bstante, en todas par-
tes está presente el problema de los requisitos para entrar en análi-
sis. La ego-psychology ha promovido dos nociones que son la
"alianza terapéutica" y "la analizabilidad " .
Su aparíción en los afios 60 respond e evidentemente a las difi-
cultades engendradas por la práctica m isma de esos ego psicólogos.
Este tope vuelto a encontrar hace surgir la pregunta: ¿qué es lo
que condiciona un psicoanálisis?. Respuesta: la alianza terapeútica
es aquello sin lo cual el análisis no es posible. ¿De qué se trata? La
idea fue introducida, sin que figure el término, por Sterba, en
1934. La expresión "alianza terapeútica" fue propuesta, según
parece por Z(!tzel, en 1956, mientras q ue en 1965 Greenson prefie-
re el término "aliam.a de trabajo·~.
De un autor al otro hay, desde ya, matices. Greenson la apoya
en el yo razonante del paciente, m ientras que para Leo Stoue su-
pone el grupo de funci ones evolucion adas del yo y ninguno sirúu
exactamente del mismo modo sus relaciones con la transferencia.
Pero poco importan Jos matices. La concepción de esta alianza nece-
saria reposa sobre la idea de que la transferencia es homogénea con
la vivencia patógena del paciente caracterizada por la presencia de
aspectos " regresivos". Por consiguiente, es necesario algún otro
modo de relación del paciente con el analista, un modo sano, des-
de donde pueda ser analizada la tran sferencia. La alianza terapéuti-
ca no sólo es distinta a la transferencia, sino que es un punto su-
puesto fu era de ella q ue podrá selle opuesto y desde dónde sola-
mente podrá ser reducida.
Es evidente, en todos estos trabajos, que no es la transferencia
sino la aparición de la alia nza Jo que m arca la entrada en análisis y
signa la analizab ilidad del paciente. Sorprendente inversión, pues,
de la posición freudía na, estando la transferencia y la analizabili-
dad en relación inversa una de la otra, la primera termina por apa-
recer como el obstáculo a la cura. Por el contrario, alianza y anali-
zabilidad corren pareja s.
Por Jo demás, es en Jos mismos años 60 q ue el lector de la!> tres
grandes rev istas americana s, lnternational Journal o! Psychoanaly-
109
* Joumal o[ the American Psychoarialy tic Association, .Psychoa·
·tlll)ltlc Quarterly , ve aparecer ese vocablo nuevo; "analizabj)idad",
que debe su promoción a los muy serios trab::tjos del "Kris Study
Oroup" de Nueva York, dirigido por Loewenstein, pero cuyo éxi-
to se debe sobr e todo a la preocupación por restringir las aplicacio-
nes del psicoanálisis y por producir un esquema de selección que
permitiese extraer el mejor candidato que hubiera.
El razonamiento es el siguiente : el paciente, en análisis, enfrenta
una situación particular, sin duda, pero que se inscribe en una serie
de experiencias precedentemente encontradas. La an alizab ilidad
pone a prueba la capacidad de su yo para enfrentarlas. La biografía
del paciente permite calcular cómo las tomará . El acento primor-
dial ya no está puesto sobre el wish inconsciente, sirio sobre el will
de un "querer ser analizado" propio del yo au tónomo.
Así, tanto en la analizabilidad como en la alianza terapéutica, se
t rata siempre del yo autónomo como condición del psicoanálisis.
Al mismo tiempo se supone que el análisis depende de una aptitud,
de un talento previo personal del analizan te y cuyo diagnóstico in-
mediato debería permitir plantear el pronóstico de una experiencia
todavía por hacer. E n la entrada del psicoanálisis está, entonces,
no la transferencia, sino el yo fu era de transferencia, a partir de
donde el psicoanálisis podrá desplegarse como lo que bien pode·
mos llamar un trabajo contra la transferencia. Un signo positivo sin
embargo: no sólo esta analizabilidad parece inasible a los mismos
autores, reducida a criterios ridículos o problemáticos, sino que
además parece que lo analizable se hiciese cada vez más raro. ¿No
podrían estas perplejidades conducir al abrupto "en el comienzo
del psicoanálisis está la transferencia" de Lacan?
Podría ser el retorno de ellos a Freud.

FREUD CON LACAN


En efecto, algunos textos de Freud, escalonados desde Estudios
sobre la Histeria hasta los textos agrupados en el volumen Técnica
ps;coanalítica , nos dan una id ea sobre lo que éste exigía en la en·
tralla de una cura. En ¿Pueden analizar los legos ?, evoca el "acuer·
do ud paciente" y la "preparación a la cura" que apunta a " hacer-
le a~.:eptar la regla fundamental haciendole percibir que sabe más
de lo qut: <.lke". ¿No es esto acaso plantear, explícitan:zente, que la
regla funthlllWnlal implica que se supone un saber al analizante
cuya man i f~ s t.adón se espera por el sesgo de la asociación libre, y
110
que es al hacer entrar al paciente en esa suposición que se le hace
entrar en la regla?
En La Iniciación del tratamiento, Freud evoca una técnica que
le es nueva, el ''tratamiento de ensayo", muy próximo en su inspi-
ración a las en trevistas preliminares y que acentúa, en todo caso, la
idea de las condiciones previas. Retendremos de esto dos precisio-
nes.
Una concierne a lo que debe esperarse del paciente: que se ape-
gue, dice Freud, a su analista.
La otra apunta a la posición del analista mismo. Precisa Freud al
-respecto que durante el tratamiento de ensayo no comentará los
d ecires del paciente "más que lo ind ispensable para la co ntinua-
;Ción del relato". A menudo volverá sobre esta idea de que las "pri-
:meras comunicaciones" no deben hacerse antes de que se haya es-
tablecido una poderosa tran sferencia.
Subray emos, en primer lugar, que Freud ubica las condiciones
de entrada en la cura en relación tan solo a la cuestión de la trans-
ferencia. En segundo luga r , podemos reconocer claramente distin-
guidas la necesidad de la fij ación de la transferencia (apego al mé-
dico) y la puesta a prueba del trabajo de transferencia (aplicación
de la regla). A lo que se agrega una indicación técnica notable:
Freud da su lugar a cierto silencio del analista. Si la regla im plica el
saber analizante, hemos dicho, el hecho de suspender las revelacio-
nes del analista ubica el saber de éste en una posición particular,
casi de encubrimiento. Es un saber que ni se expone ni se man ifies-
ta, que pennanece p or consiguiente sólo en reserva, digamos... su-
puesto.
· Es sorprendente ver que Freud correlaciona el apego transferen-
cia! del paciente precisamente a ese silencio cuestionador del ana-
lista, el mismo que Lacan reconocerá en Sócrates com o anticipan
do la función del analista como sujeto supuesto al saber. Es co-
rrecto, entonces: Freud con Lacan.

LOS CONTROLES
Los controles existen desde que hay analistas. Parecen incluso
haber precedido la creación del término, si nos atenemos a los pri-
meros psicoanal istas que rodearon a Freud.
Se trata de una práctica que La can nunca cuestionó y cuya ne-
cesidad subrayó incluso. Lo que discute su ensefianza, por el con-
trario, es la función institu cional del control, tal como fu e codifi-
11 1
~Q¡t pgr \¡¡lilA. Al ..:a111biar los modos de habilitación, Lacan cam-
bt6 Untbl~ll cl l11ga r y la función del control.

at.C.ONTkOL Y LA lNSTJTUClON
tK(' cam bio tknc como pivote su: "El analista no se autoriza
lino t.h• sí mismo".
"hl úni~,;o princip io d l.:! rto a plantear, dice Lacan, y tanto más
~:uun to qu e ha sido desconocido, es q ue el psicoanálisis se constitu-
Y"' l'lHIW uid<lctico por el querer del sujeto , el cual debe estar ad-
vertido de que el amHisis cuestion ará ese querer, en la medida
mis111 a d e la aproximación del d ese o que encubre". (Note adjointe
al / ktt' de fondatio n, en Annuaire de l'ECF, p . 74). Al poner este
principio en la base de la fundación ele su Escuela, en 1964, Lacan
pone t!n el centro ctel problema de la formación del ana lista la
cuestión misma de su deseo. Su prolo ngació n e n un querer - que
p ued e ser el de vo lver se analista--- no d epende sino de una sola for-
mación ; la que Lacan ~,; sc ribe así: "El psicoanálisis, didáctico" (D e
nuestros antecedentes, en L::scritos 1, p. 10) ; acá la coma, en inciso,
borra la dicoto mía habitualm e nte recibida entre psicoanálisis perso-
nal Y psicoanálisis didáct ico. Es decir que la institución no es, no
debe ser, no podría seL el agente que instituye al psicoanalista.
Lo qne no quiere d ecir que la institución se desentie nda d e ga-
rantizar la form ación. Solame nte desplaza su punto de aplicación.
Una vez que Laca n reconoció y pla nteó que en su acto el analista,
si es analista, no se autoriza de ningún Otro, extrajo las consecuen-
cias: le queda a la institución garantizar el a nalista "que haya he-
cho su s pruebas" . Garantía pues, p ero retroactiva, y no caución
anticipada , como es el caso de los candidatos cuando son seleccio-
nados a la entrada del psicoanálisis o del control.
Al no ser la condición obligada de u na habilitación, el control se
une al campo del psicoanálisis en int ención del que la formación
del analista depende. Se encuentra, a partir d e entonces, profunda-
mente modificado. Para hacerlo valer, planteemos a propósito del
control cuatro simples preguntas, tanto a las prácticas standards co-
mo a la Escuela que Lacan creó en 1964 y volvió a lanzar para una
contra experien cia en 1981: ¿para qué, para q uién, cuándo y có-
mo?
Un vistazo a los documentos contemporáneos de la IP A, espe-
cialme nte a un informe presen tado en 1981 al IX precongreso so-
hn· el didáctico por Anne-Marie Sandler, a propósito de la Selec-
11 2
ción y función del análista didáctico en Europa, p rueba , de ser
necesario, las constancias del fenóm eno y pese algunas ligeras va-
riantes en el tiempo y de un instituto a otro. Los institutos euro-
peos, por ejemplo, piden dos o tres controles, mientras que los
norteamericanos piden cuatro. No obstant e, en todas partes Jos
contro les son obligatorios, en t odas partes están som etidos a auto-
rización, y también en toda s partes el control, garantizado por el
com ité didáctico del instituto, es un didacta.
Las respuestas, por consiguiente, son simp les. ¿Para qué el con-
trol?. Para la habilitación (se agrega a veces, pero subsidiariamente,
una finalidad de garantía para el paciente). ¿Quién va al control?.
Un candidat o al reconocimiento analítico. ¿Cucindo?. Cuando está
autorizado a recibir sus primeros pacientes. ¿Cómo ? Con un con-
trol reconocido por y según las normas (duración, frecuencia, nú-
mero de casos) propios de su institut o. De modo que el control es
a la vez ojo de la institución y baby-sitter de un analista bajo vigi-
lancia.

LA RESPONSABILIDAD DE LA ESClJF.LA
El trastocamícnto operado por Lacan es completo y sus linea-
mien tos se encuentran en el Acte de fond.ation de la Escuela y en
su Note adjo inte.
En primer lugar, el control no es ob ligat orio. La institución no
lo impone, así corno tampoco establece lista de controles ni lista
de didact as. Es decir q ue el sujeto pide u n co ntrol según su parecer,
y al analista de su elección. Por el contrario, la obligación - pues
por cierto hay una obligación- es para la Escuela. Obligación
de responder a la d eman da de éontrol "desde el comienzo y en
todos los casos", dice Lacan (Acte de Fondation., p. 72), lo que
quiere d ecir sin condiciones previas de antigüedad en la carrera
analizante y sin exclusion es. La razón de esto es que el contro l, si
no está impuesto, " se impone" (Note adjointe , p. 75). Se impone,
porque es un hecho que "el psicoanálisis tiene efectos sobre toda
p rác tica del sujeto comprometido con él". Corresponde, entonces,
a una Escuela, el d eber de asegurar "un contro l ca lificado" (y no
califkante) a todo sujeto cuya práctica suponga transferencia, ya
sea institucio nal o privada. y en cualquier fase que esté de su cur-
so .
Una demanda de control, enton ces, si es verdadera, no se recha-
za. Pero su p ráctica se adapta a la posición d el sujet o sin standards
preestablecidos. Porque hay u na necesidad de contro l la responsa-
113
bilidad de 1a Escuela no es rechazar las demandas sino aceptarlas.
Una única liinitnci6n debe señalarse evidentemente, la responsabili
dad de la Escuela es correlativa de la seriedad del compromiso del
sujeto en ln experiencia, y, sobre este punto, la opinión eventual
del analista puede ser det erminante.
¿Por qué el control?. Porque el control es un dispositivo com-
plementario de la cura, donde tratar analíticamente los efectos de
la experien cia analítica; abierto a cualquiera que lo demande,
cuando lo demanda, por el hecho de estar sujeto a las influencias
de sus efectos. ¿Qué relación queda entonces entre el control fun-
dado en una necesidad interna de la práctica analítica y la garantía
institucional? Una relación de hecho, sólo eventual. Cuanto se tra-
ta de discernir que un analista "ha hecho sus pruebas", el control
puede sin duda dar fe en ese sentido, pero de manera no obligada,
y sólo entre otros testimonios.

LA PRACTICA DEL CONTROL


No es abusivo suponer que más allá de las particularidades indivi-
duales, las finalidades institucionales orientan su práctica.
Para los analistas de la IPA el control tiene objetivos de aprendi-
zaje. Se habla de " diagnóstico educacional" , de ''psicoanalistas
educadores" , de "alianza de aprendizaje". Se plantean insolubles
problemas de objetividad y de criterios pues se pretende instru ir,
ayudar, evaluar, observar. El control está centrado prioritariamen-
te en la producción y evaluación de una competencia.
No obstante, se le impone a todos que la supuesta competencia
no deja de estar relacionada con el análisis del analista. El término
análisis de control propuesto por Eitington ya lo implicaba. Sesenta
años después, si tomamos como referencia la Encyclopedia of
Psychoanalysis de Ludwig Eidelberg de 1981, esta idea no ha cam-
biado. Se distinguen "los errores que resultan de la falta de experien-
cia, de los causados por los problemas inconscientes propios del can-
didato", por Jos " puntos ciegos" que depend en de su propio análisis.
El con tro l se presenta entonces como un lugar de prueba de los
lím ites de la cura que repercu ten sobre la práctica del analista. Esta
repercusión es generalmente enfocada a partir de la noción de con-
tra transferencia. Subrayemos empero que los teóricos de la ego-
psychology distinguen uno de sus motores como perteneciente al
registro de la identificación al paciente. Esto sostienen, por ejemplo,
Oavid H. Sachs y Stanley G. Shapiro, referencia tomada de autores
tan diferentes como Searles y Arlow. Se desemboca de este modo
114
en la idea d e un control que completará la tarea d~I HndU&fa, y que
es a la vez indicador y corrector de identificaciones. Hay en eate
punto una coherencia de la doctrina: a un análisis quo opera eon-
tra la transferencia le responde el esfuerzo para reducir lo contri-
transferencia del analista. Un análisis que se propone como fin lit
identificación al yo autónomo del a·nalista se comp lementa con tu
idea de un apren diz de psicoanalista aún embarazado por identifi~
caciones al analizante.

CONTROLAR LA POSICION DEL SUJETO


Para nosotros el problema se plantea de manera harto diferente.
Un psicoanálisis supone la transferencia cuya estructura despejó
Lacan en el postulado del sujeto supuesto al saber. Median te la
transferencia un sujeto es supuesto al sab er, él mismo supuesto
como pudiendo responder por el síntoma en el cual se presenta, en
la entrada de cada cura, la pregunta del sujeto. Pero, entre anali-
zante y analista existe lo que Lacan llama "divergencia" de suposi·
ción, porque el analista n o comparte el postulado analizante al
que, empero, sostiene. Asi llegamos a la posición paradójicu del
que pod emos llamar analista contratante que recurre a un control.
Viene a h ablar sobre su práctica de analista. En tanto es el que de-
manda y habla en el control est á en posición de analizan te; analizan·
t e ya particular, sin duda, porque su regla no es decirlo todo sino, <1 1
contrario, focalizas sus comen tarios. En el polo opuest o, en tanto
analista, en su acto, se supone que n o puede zafarse del pot:itulado
de la transferencia. Esto es Jo que quiere decir efectivamente: "El
analista sólo se autoriza de sí mismo". No hay sujeto supuesto al
saber del acto. El analista no opera a partir de un saber, aun cuan-
do el inco nsciente es saber, y aun cuando hay un saber del analis-
ta.
¿Cuál puede ser, a partir de este p un to, la transferen cia que sos-
tiene el trabajo del analista controlante? Una sola respuesta es po-
sible: la transferencia a secas. No hay otra; y "no hay transferencia
de la transferencia" (Reseñas de enseñanza. El acto psicoanalítico.
Ed . Hacia el3er. Encuentro del C.F., pág. 58), dice Lacan. Es decir,
que tanto en el control como en el análisis se apunta al sujeto y a
que éste se ponga a trabajar. Entre los pocos textos en qu e Lacan
evoca el control, nos det endremos en dos. El primero en Función
y campo de la palabra y el lenguaje, donde Lacan plantea una equi:
valen cia entre la posición del control y la del analista. El segundo,
11 5
de 1967, en el Discurso a la EFP, donde Lacan evoca el "encausa-
miento" del sujeto: "Es diferente controlar un "caso": un sujeto
(yo subrayo) que su acto supera, Jo cual no es nada, pero que, si
supera su acto, crea la incapacidad que vemos prosperar en eljardín
de los psicoanalistas" (Discurso a la EFP en Scilicet no 2/3, p. 14).
Propongamos lo siguiente: eJ control apunta a la posición del su-
jeto en relación a su acto, más que al acto mismo que, sin duda, es-
tá en juego, pero que tanto el control como el controlado sólo
pueden hacer constar. Después de la destitución, a] final de la
cura, del sujeto supuesto al suber del síntoma, quizá falta aún des-
tituir el sujeto supuesto al saber del acto, para que el analista pue-
da hacerse causa de la división del sujeto. En ese caso la finalidad
del control es estrictamente homogénea a la del análisis. Funda-
mentalm ente , no es ni transmisión de saber ni estimación de dones
individuales, sino el lugar dond e, dado el caso, los efectos sobre el
sujeto de esa práctica qu e requiere el acto, lugar donde es puesto
a prueba Jo que podemos llamar, en una primera aproximación, su
capacidad subjetiva de sostener ese acto, pero, a condición de agre-
gar de inmediato que esa capacidad es producida por el análisis
mismo, y sujeta por ende a lo que Lacan llama "una corrección del
deseo del psicoanalista (ibid.} por el análisis. Así control y cura es-
tán anu dados. Esto nada prescribe en lo tocante a los enunciados
del sujeto controlan te, refiéranse o no estos a su paciente, porque,
al igual que en el análisis se apunta al sujeto en su enunciación.

LA L>URACION DE LAS SESIONES


La IPA incluyó los factores de tiempo en los datos standard del
contrato analítico. Con el correr del tiempo, los reglamentó cada
vez más. Al final son fijadas no sólo la duración de las sesiones, si-
no también, tratándose del didáctico, su ritmo, y la duración.de las
curas. La opción consiste por ende en sustraer a la evaluación y so-
bre todo a la intervención del analista el tiempo ; postula, implici-
tamente, entre analizante y analista un tiempo standard para ertra-
bajo de la transferencia, y se autojustifica vagamente en nombre de
las garantías que el paciente tiene derecho a esperar.
Para Lacan, los deberes del analista -que ciertamente existen--
principalmente el de estar ahí, deben definir.se en función de las fi-
nalidades de la eXIJ"~riencia y de sus fundamentos.

116
NO.SIN-EL-TI T::MPO

El punto de partida es el siguiente: tomar no ta de Jo que 11 -tltt


periencia freudiana testimonia. a sa ber que hablar tiene cfcctOIIOo
bre el que habla y principalm ente sobre su s1nt oma. A partir d@ lllll
Lacan pro duce su: "El inconcient e está estructurado como un len•
guaje". Lo simbóüco es lo que " estr uctura y limita" el campo pll•
coanalítico. Ahora bien , él lo señala: "volver a traer la expcrkmcla
analítica a la palabra y al lenguaje como a sus fun damentos, es Dliél
que interesa su técnica".(Función y campo de la palabra y dellengut~­
je, en Escritos/, p. 108). Lacuestiónd e la duración d e las sesione1,
devenida problema crucia l de polémica, se abord a desd e allf, ya
en Función y campo de /apalabra y el lenguaje, donde Laca n precj.
sa en una nota de 1966: "Piedra de desecho o piedra angular, nues-
tra fuerza es no haber ced ido sobre este punto." (ibid. p . 132).
Hay que partir del suj et o involucrado en el psicoanálisis. Laca n
lo distinguió de entrada del viviente. Es lo que del viviente se pro-
duce como efecto de la palabra en el ~.:a mpo del lenguaje. Ahoru
bien, ese sujeto, decir que necesita tiempo para manifestarse es in-
suficiente. Más bien hay que decir que ese sujeto no es sin el tiem-
po. Un tiempo que Laca n califica primero de "subjetivo" para
opon ~rlo al tiempo espacializado cronométrico d el reloj y al tiem-
po r ítmico de la tensión instintiva del viviente. Ese no-sin-el-tiempo
significa que el sujeto como efecto de lenguaje es, por esencia,
temporaL El sujeto que se concluye d e la palabra impJica el efecto
de tiempo. Efecto intrínseco, (í.f. en este punto el tiempo lógico ),
que debe disti ngu irse del t iempo necesario a t odo procesó y, por
ejemplo, del t iempo necesario para desplegar las articulacio nes de
un silogismo, que sigue siendo het erógeneo a Jos elem entos de lu
deducción y por ende ajeno a la conclusión, pero necesario. El
tiempo es pues inherente a la d ialéctica del sujeto. A partir d e aquí,
los problemas del tiempo en análisis son estrictamente co-cxten&i-
vos a lo q.ue Lacan pudo llamar las "metamorfosis" del sujeto en el
proceso de la cura. Es d ecir, que los problemas de duración no
pueden reglarse ni a priori ni desde el ex terior.

TIEMPO REVERSIVO
Segundo asunto: ese t iempo interno al sujeto Lucan In 8ltu6
como u n tiempo det erminado por la est ructura. Dió úivcrl$tt8 fór-
mulas de esa estructuración a lo largo del tiempo, y lwhdn. indu-
117
doblem ente, diferencias a señalar entre la t emporalidad de la pala~
bra intersubjetiva situada en 'Función y campo de la palabra y del
ltmguaje y la temporalidad que en Posición del inconsciente se re-
fiere a la alienación significante del suj eto.
Retengamos tan sólo la tesis fundame ntal: el tiempo del sujeto
hablante es la " retroacción del significante en su eficacia" (Posi-
ción del inconsciente, en Escritos II, Siglo XXI , p. 375) que regla sus
fenóm enos. Es ella la que causa ese "tiempo reversivo" (ibid., 375)
que da cuenta tanto de Jos fenómenos de apres-coup como de la
sobredeterrninación, y que suspende al sujeto entre esa anticipación
y esa retroacción, cuya fórmula gramatical nos brinda el futuro
anterior (él habrá sido y que encuentra su definición y su grafo en
el punto de almohadillado).
Ahora bien, ese tiempo entraña un momento privilegiado, el de
la escansión que, cual una puntuación, ratifica o también desplaza,
suspende el almohadillado del efecto de significación. La escansión
precipita el momento de concluir y decide el sentido. Es pues
homogénea a la interpretación e incumbe al analista, en tanto de él
se espera una respuesta. Es en Funció n y campo de la palabra y del
lenguaje donde Lacan explicitó más esta relación entre la inciden-
cia del analista en el tiempo del suje to y la duración de las sesio ~
nés: "Es una puntuación afortunada la que da sentido al discurso
del sujeto. Por eso la suspensión de Ja sesión de la que la técnica
actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferen-
te a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión
que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los mo-
mentos concluyentes. Y esto implica liberar a ese término de su
marco rutinario para someterlo a todas las fmalidades útiles de la
técnica." (ibíd).
Sin duda, ulteriormente, Lacan modificará la idea de que el suje-
to pueda encontrar su consistencia en una palabra plena: pero en
la medida en que la experiencia de la cura pone en juego en todos
los casos la dialéctica del sujeto hablan te que se historiza retroac-
livam ente, el tiempo, lejos de form ar parte de lo que los analistas
llaman el "encuadre'\ forma parte del proceso mism o, y la inci-
dlmciu del analista en ese proceso es siempre correlativa de un
efecto de u~mpo, que sólo puede juzgarse en función de la dialéc-
th;a en la que interviene. Esto excluye, tanto para la sesión como
para la cura, la ~.: uración standard, definida a priori.
118
EL T RABAJO DEL INCONSCIENTE
Es necesario empero un paso más para fundar la sesión llamada
"corta" de Ja cual, sin embargo, Lacan nu nca hizo una norma. Se la
objeta, en general, en nombre del tiempo que necesitaria el incons-
ciente. No se trata d e igualarlos, si se tom a en cuenta lo siguiente:
el inconsciente no tiene horarios y, trabajador ideal, trabaja perfec-
tam ente bien sín respiro. La sesión debe situarse por ende como un
tiemp o de registro, t iempo de "recepción clel producto de ese tra-
bajo" . La elaboración es remitida fuera d e la sesión. Su in terrup-
ción adquiere sentido y valor como "sanción" del producto anali-
zante y es experimentada asimismo como tal.
Un comentario en este punto: esta respuesta del analista sin la
cual, digámoslo, sin la cual la palabra del sujeto no es, ¿por qué ha-
cerla coincidir con la finalización de la sesión? ¿Por qué una res-
puesta actuada en lugar de una respuesta solamen te vocalizada?
Subrayemos que respecto a este punto Lacan señaló también que
el tiemp o depende también de Jo real. Ya lo formula en Función y
campo de la palabra ydellenguaje, texto donde. sin embargo, t!l
tiempo parece estar mas reabsorbido por el regis tro simbólico dd
sujeto. La funci.ó n del tiempo está allí, j unto con la"abstcnción.,
del anaJista, situado como conjunción " de lo simbólico y Jo real"
(ibid. 126-1 27), esta conj unción da fe de que la t ransft~n:ncia.
como Freud lo señaló, no es simple repetición del pasado, sino q u ~
incluye lo que La can llama entonces "un factor de rea lida d". si-
tuado, de entrada, del lado del analista.

LA P ULSACION

Esto nos lleva a situar la cuestión de la duración de las sesio-


nes en relación a aquello que en la experiencia no es simbólico, si-
no real. A ese elemento otro que lo simbólico, que configura la
gravitación de la dialéctica del sujeto y donde se concentran su ser
y su goce, Lacan le dió un nombre: objeto a. Debe verse en él Jo
que Lacan mismo designó co mo su invención propia', realizada a
partir de un nuevo examen, no del concepto de inconsciente sino
del concepto de p ulsió n (cf. al respecto el Seminario XI).
El sujeto definido primero como lo que el significante representa
para otro significante, aunque no esté destinado a ningu na relación
11 9
!IIXURI !lü Clll"\.'t:l' empero de parten aire, parten aire a-sexual, ' 'des-
Pfllindido" dd cuerpo del viviente por la captura significante. De
ll(¡U{ en mús la t emporalidad de la t ransferencia se aclara de mane-
ra dift.~rcn te.
Sin duda, dice La can : "el sésamo del inconscient e es t ener efecto
de palabra , d ser estr uctura d e len guaje, p ero exige que el analista
se th.!tt:nga en su modo d e cierre. Hiancia, palpitación, una alter-
!Hlncia de succión sigu iendo ciertas indicaciones de Freud, esto es
aquello d e lo que t enem os que dar cuenta" (lbid ., las itáHcas son
nu estras).
Hay aquí un hecho: el tiempo " reversivo " del sujeto que se vuel-
ve a en contrar en toda experiencia de discurso se coordina en la
experiencia de transferencia con una "pulsación" de cierre y aper-
tura , d e la q ue no da cuenta por si so la la "retroacció n significan-
te " . La espera que estructura la relación de transferencia, po r diri-
girse al saber, no deja d e est ar gobernada p or una búsqueda de l ser,
del ser perdido por el viviente sexuado que habla." La espera del
advenimiento de ese ser en relación con lo que d esignamos como el
deseo d el anaHsta. [... J, tal es el resorte verdadero y último d e Jo
que co nst ituye la t ra nsferencia. Por eso la t ransferencia es una rela-
ción esencialm ente ligada a l tiempo y a su manejo " (las itálicas son
nuestras ) (Posición d el in conscien t e, Escritos JI, p. 380).

LA f'UNCION DE LA PRiSA
A partir de este p un to, las elaboraciones d e Lacan se d esarrolla-
rán cada vez más en el sentido de indicar que es el obj eto, que
vuelve siempre al mi smo lugar en la transferen cia y en el fantasma,
a la vez. condensador de goce y causa d e deseo, el que brinda I<J
t.:lavc de esa espera . El tiempo lógico no tiene. desde en ton ces, más
"en-si" que ese objeto (Radiofonía y televisión, Anagrama, p. 4 6)
qu t.: preside el encu entro faJiido d e la repetició n y "tetiza la función
dr la prisa" (Seminario XX, A un, Pa idós, p. 63). Ahora bien, en to-
dus los casos la tem p oralidad de sus emergencias es la d el insta nte,
i ns ra n h' casi de frac tura en la duració n del enca denamien to de los
si ¡ •, nil'i r anl ~s. Se con cibe asi que la ú ltima f orma producida por La-
L'all l'll lo qtlt~ se refiere al analista en el Jugar de objeto se acomode
; ¡ lllla Sl"Sión puntual cas i reducida al instante donde encu en tro y
Sl~pa ra ci(ln sl' c o nju~an .
¡, PreniJJii'.arcn lns l~ ntonct.:s la sesión cor ta? Debe señalarse q ue
120
Lacan nunca lo hizo, aunque la misma es coherente con su l'Hrsl'·
ñanza. De manera general, Lacan nunca formuló preceptos tél:ni-
cos para uso d el analista. No retrocedió empero ante algunos imp~,.
rativos, habiendo además retomado a menudo el propuesto por
Freud. Pero, si se siguen las fórmulas . en su enseñanza, desde, por
ejemplo, su: "hay que tomar el deseo a la letra" (Dirección de la
cura, Escritos ! , p. 251) se verá que las mismas se refieren siempn.~ a
los únicos "derechos de un fin primero" (Del Trieb de Freud y de'/
deseo del Psicoanalista, Escritos j!, p. 389).
La técnica no se enscfta allí donde el acto im pone la falla del su-
jeto supuesto al saber y supone la ética.

Traducciór~ : J. C. INDAR.'J'

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