2017 La Historieta en El Ojo de La Tormenta - Libro Violencia, Resistencias, Discursos
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2017 La Historieta en El Ojo de La Tormenta - Libro Violencia, Resistencias, Discursos
Cristian Palacios
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1 véase, por ejemplo, Maus de Art Spiegelman (Spiegelman, 1992); Persepolis de Marjane Satrapi
(Satrapi, 2003) o, incluso antes, Mis problemas con las mujeres de Robert Crumb (Crumb 2010), y
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en Argentina el propio El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld (Oesterheld, 1975), cuyo rela-
to marco tiene como personaje central a un guionista de historietas que bien podría ser el propio
Oesterheld (en la segunda parte, publicada en 1976, el protagonista es de hecho Oesterheld).
2. El final de la aventura
2 Creo que se comprenderán mucho mejor mis palabras haciendo una analogía más precisa entre
la historieta y el campo de la cultura destinada a los niños, donde, según bien supo ver Walter
Benjamin, se enfrentan las fantasías más exuberantes de unos sujetos que bien pueden ser lla-
mados subalternos –los niños– y unos “adultos-colonizadores” que buscan poner cauces a esa
imaginación desbordante. Lo que caracteriza a la literatura para niños es esa polaridad en que se
debate: “Entre dejar lugar a esa imaginación radical y desbordada o en apuntalar los cimientos de
lo que está al otro lado, la cultura, justamente” (Palacios, 2013a). En el prólogo al libro que reúne
los escritos de Walter Benjamin sobre el tema, Giulio Schiavoni afirma: “el dilema, sobre el que
todavía parece demorarse el debate de cuantos aman y sirven la literatura infantil, encuentra sus
razones profundas no solo en el inevitable dualismo existente entre la perspectiva de los adultos
(padres y educadores) que eligen los libros para la infancia, y la de los niños, que los leen o los
miran, sino también en el paisaje no poco accidentado de la propia tradición de pensamiento que
esos libros cargan sobre sus espaldas. En efecto, en ella parecen cruzarse o alternarse continua-
mente adultos que reverencian la fantasía y la espontaneidad infantiles […] y otros que, con mo-
ralismos más o menos bien estructurados, nada tienen en su corazón salvo el deseo de someter
esa fantasía y esa ingenuidad a la ética filistea de un útil de clase, ética que se refleja a menudo en
la literatura para la infancia introduciendo la obligación de la “moral” conclusiva, para la que los
“niños buenos” siempre deban “estar limpios”, los “niños buenos” nunca deban “contestar” y así
sucesivamente” (Benjamin, 1989: 10). Nosotros agregamos que la literatura infantil se encuentra
justamente en el medio: “Tal vez podríamos pensar que, en este sentido, la literatura para niños
es a la inversa que la literatura para adultos, una literatura que va del juego a la cultura, mientras
que la segunda, la literatura que se debe leer una vez que ya hemos crecido, va de la cultura al
juego” (Palacios, 2013a). Aunque de consumo predominantemente adulto, durante una gran par-
te de su desarrollo histórico como industria cultural, lo mismo puede decirse de la historieta. Tan
solo que, en este caso, cabría pensar, los sujetos subalternos no son niños, sino adultos que, en
la medida en que son adscriptos a aquellas clases, son por lo tanto tratados como tales, en tanto
y en cuanto por su propia condición el subalterno tiene también negado el acceso a la palabra
(Ver Spivak, 1988). De allí que la historieta (por lo menos durante sus primeros cincuenta años
de historia) convoque en el mismo espacio que ocupan criaturas de formas aberrantes y cuerpos
imprevisibles las normas morales más estrechas y los ideales políticos más reaccionarios.
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3 Me refiero aquí a la noción clásica de “historieta de aventuras”, género que no coincide exacta-
mente, con el de “historieta de acción”. No están incluidas, por lo tanto, nuevas formas de la aven-
tura que se manifiestan en el ámbito de lo cotidiano. Sin duda hay viaje, experiencia y aventuras
en una historieta como El Sueñero de Enrique Breccia o en las sagas superpesimistas Ficcionario
de Horacio Altuna y El Último Recreo de Altuna y Trillo (publicadas en la revista Fierro). Pero lo
que todas ellas exhiben, a fin de cuentas, es justamente un retorno a la aventura desde su impo-
sibilidad misma. En el caso específico de Oesterheld es necesario recordar aquí su pertenencia al
movimiento montoneros desde los años setenta y su simpatía por el peronismo revolucionario
cuyos rastros se hacen ya evidentes en esta segunda versión de El Eternauta. A este respecto ver
nuestro propio trabajo (Palacios, 2012a) y el trabajo de Roberto von Sprecher “Discurso monto-
nero en las historietas de Héctor Germán Oesterheld” (von Sprecher, 2007).
4 Así sucederá con la historieta El Sueñero de Enrique Breccia (hijo de Alberto Breccia) que invier-
te, de alguna manera, el gesto de Oesterheld en El Eternauta de 1969, llegando a la aventura
desde la política, por la puerta de atrás (ver Breccia, 2009).
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5 De Vito Nervio a Sherlock Time el dibujante ha recorrido el largo camino que lo llevará a demos-
trar, según textuales palabras, que no es “una puta barata”: “Un día, andando por Palermo en ese
auto me dice Hugo [Pratt]: ‘vos sos una puta barata porque, pudiendo hacer un buen trabajo, es-
tás haciendo Vito Nervio, que es una mierda’ […] Al poco tiempo, después de haber salido varios
números de sus revistas, me llama Oesterheld: ‘Tengo un guión para vos –me dice– si te interesa’.
Lo recibo –era Sherlock Time– y veo la oportunidad para demostrar que yo no era una puta barata”
(Breccia, 1994: 3).
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6 Debe hacerse notar que en estos años Breccia tiene un mayor grado de decisión sobre aquellas
historias que decide o no dibujar. Tal es el caso de la versión de los mitos de Ctulhú de Lovecraft
cuya adaptación es firmada por Nino Buscaglia, pero que parten de un deseo personal (ver Sacco-
mano y Trillo, 1980). Breccia también firma los guiones de Informe sobre ciegos (adaptación de la
novela de Ernesto Sábato) (Breccia, 1998) y ¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah…! (Breccia, 2006)
7 Esta historieta se publica en el número 8 de la revisa Fierro como parte de la serie La Argentina
en Pedazos, que incluía adaptaciones de textos clásicos de la literatura argentina, prologadas
por Ricardo Piglia. Leer la introducción de Piglia y luego la historieta nos enseña hasta qué punto
Breccia, con la ayuda de Trillo, se ha alejado de la literatura y deja en evidencia que además Piglia
escribía esos textos basándose en los originales literarios. Piglia, por ejemplo, comenta: “En el
centro del relato está la disputa sobre la herencia y la culpa: ¿los desarreglos del abuelo paterno
o el pulmón picado de la madre son los responsables por la sucesión de hijos idiotas? Consultado,
el médico, que es una figura clave en el texto, deja abierto el enigma: lo que nadie duda es que
la sangre familiar transmite el mal” (Piglia en Fierro, núm. 8, abril de 1985, p. 77). Este motivo se
encuentra completamente ausente de la historieta donde el mal es transmitido más bien por la
presencia de un color que rompe con el blanco y negro de la página.
8 A propósito de la escritura de Drácula dice Breccia: “Cuando comencé Drácula la represión esta-
ba en su momento más duro. Para cuando dibujé el último episodio, ‘Fui leyenda’, la dictadura ya
estaba muy debilitada. Aun así, si hubieran encontrado en casa una página en la que yo hubiera
escrito, por ejemplo, ‘masacre estatal’, seguramente me hubieran ejecutado; habían matado por
menos que eso” (Imparato, 2002: 21).
9 Resulta singular que en una entrevista de Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno para su Historia de
la historieta argentina (Trillo y Saccomanno, 1980) Breccia expresara –con el acuerdo de los entre-
vistadores– la superioridad de la producción humorística local por sobre lo que, en ese momento,
según él, estaban produciendo los historietistas serios: Saccomanno: –En las últimas exposiciones
de historietas y humor los trabajos más destacables son los de los humoristas. Solo ellos ofrecen
cosas nuevas, búsquedas, intentos. Breccia: –Sí, es cierto. Los humoristas son más plásticos, más
valiosos. Tienen, evidentemente, más cosas que decir que los historietistas. Fati es un plástico.
Sanzol es un plástico. Crist es un plástico. Y eso es algo que no sucedía antes con los dibujantes
de humor, que eran dibujantes cómicos y punto. […] Trillo: –Y a lo mejor es que los dibujantes
de humor piensan más. Breccia: –Es cierto. Trillo: –Aunque también es cierto que los humoristas
pueden publicar sus delirios y los historietistas, no. Breccia: –O como me pasa a mí, que si dibujo
mis delirios después tengo que esperar años para que me los publiquen en algún lado.
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Conclusiones
10 Porque se trata, justamente, de una autoparodia en clave alegórica del Mort Cinder, del propio Brec-
cia, donde tenemos el raro privilegio de observar, en una misma página, las dos diferentes épocas
y estilos del autor. El episodio funciona a la vez como cierre de la serie y como homenaje a Oester-
held, de quien se acababa de hacer pública la desaparición. El buscavidas entra a la tienda de Ezra
Winston, para encontrar en ella a ambos personajes, en una actitud de franca desesperación. Entre
otras cosas se prueba unos anteojos provenientes de “un futuro tan horrible que la gente los usará
para escapar a lo que ve en la realidad”. Lo que ve allí, sin embargo, son “fantasmas, monstruos,
excrecencias abominables”. “Vienen de una realidad tan espantosa” –explica Mort Cinder– “que los
que se los ponían encontraban bellas las imágenes que a usted le parecen monstruosas”. La reali-
dad, acaso están diciendo Breccia y Trillo, fue aún más espantosa que la colección de horrores que
aquellas historietas mostraban. En la viñeta final el personaje se aleja sintiendo como esta vez “la
historia se había apoyado en mi como la mano helada de un muerto horrible”. Y concluye: “Creo que
hoy dejo de coleccionar vidas ajenas… Nunca más”, haciendo alusión explícita al título del Informe
final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
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