Deuteronomio Lec 10
Deuteronomio Lec 10
Deuteronomio Lec 10
2. Antes de subir al Monte Nebo para contemplar la Tierra Prometida y morir, Moisés bendijo a
las tribus de Israel.
La bendición que Moisés impartió a las tribus les preparó para la pronta conquista de la Tierra
Prometida. En la Lección 13 de Génesis (Parashá Vayeji), vimos la bendición que Jacob (Israel)
impartió a sus hijos. Las palabras de Jacob estaban directamente relacionadas con el territorio que
le sería asignado a cada tribu, una gran parte de lo que habló se cumplió durante el período de los
jueces.
3. a. Las últimas palabras de Moisés nos revelan su corazón, lleno de gratitud hacia el Rey de
Israel, a quien tanto amaba. ¿Qué dijo? Deuteronomio 33:1-5; 26-29. ¿Cómo confirma el Eterno
su amor para su pueblo en las últimas palabras de Moisés?
b. ¿Cómo describe Moisés a la Torá? Deuteronomio 32:1-2; 33:1-4. Consulta también Salmo
119:111.
c. “Nadie hay como el Dios de Jesurún, que cabalga los cielos para venir en tu ayuda…”
“Jesurún” significa “los rectos” (santificados). Describe a la congregación de los justos, los que
viven según la Torá. ¿Quién es el Dios de Jesurún (la congregación de los justos) que cabalga los
cielos? Habacuc 3:3-6; Salmo 96:11-13; Isaías 11:1-5; Apocalipsis 19:11-16.
Su trabajo había terminado y había llegado el momento de entrar en el Shabat del Eterno.
Obedeciendo la voz del Eterno, Moisés subió al monte Nebo. Su corazón estaba lleno de luz y de
gratitud. Pronto estaría reunido con Abraham, Isaac y Jacob. Pronto entraría en aquel reposo
glorioso del que había hablado, saboreado y “ensayado” por tantos años, desde que había salido
de Egipto.
¡Tú y yo tampoco debemos temer la muerte! ¿Por qué? Hebreos 2:14-15; Juan 5:24-29.
c. ¿Cuál era la actitud de Pablo ante la muerte y por qué? ¿Qué podemos aprender de sus
enseñanzas y también de su ejemplo? I Corintios 15:42-43, 50-58; II Corintios 5:1-5; Filipenses
1:20-24; Romanos 8:36-38.
e. ¿Qué sucederá con la muerte y por qué? Isaías 25:7-8; Apocalipsis 20:14; 1:17-18.
5. ¿Qué nos revela Deuteronomio 34:6 acerca de la sepultura de Moisés? Consulta también Judas
9.
6. Reflexionemos acerca de la vida de Moisés, desde aquel día angustioso en que su madre lo
colocó en la cestilla, hasta el día de su muerte sobre el monte Nebo. Todo lo que aprendió y vivió,
cómo caminó con el Eterno. Su humildad, su corazón de pastor, su obediencia al Eterno, su
intercesión constante por el pueblo, su fidelidad…
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Octubre, 2007
7. ¡Moisés conocía al Mesías Yeshua! De hecho, todos sus actos eran motivados por su fe en el
Mesías. Aunque lo hemos estudiando en lecciones anteriores, hoy veremos lo que las Escrituras
nos revelan acerca de la relación de Moisés con Yeshua.
a. ¿Qué nos revela Pablo acerca de la relación de Yeshua con Moisés? II Corintios 3:7; 4:6.
b. El momento se acercaba para la muerte de Yeshua sobre el madero. ¿Qué sucedió? ¿Quién
apareció hablando con Yeshua, y acerca de qué hablaron? Lucas 9:28-32.
Pablo cita Éxodo 34:29-35 en II Corintios 3:7 y nos explica que los hijos de Israel no podían
fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria que brillaba en él.
También nos explica que el entendimiento de los hijos de Israel se endureció y que un velo
permanece hasta el día de hoy sobre sus corazones cuando leen la Torá, pues “sólo en el
Mesías es quitado” (II Corintios 3:14-15). Nos dice que cuando volvemos al Eterno, ese velo
es quitado y quedamos libres para contemplar la gloria del Mesías Yeshua en la Torá. Luego
vamos creciendo en conocimiento y “… con el rostro descubierto, contemplando como en un
espejo la gloria del Eterno, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en
gloria.” Es decir, el velo que está puesto sobre el corazón (por incredulidad, II Corintios 4:4)
no nos permite comprender la revelación de Yeshua en la Torá y contemplar su rostro allí.
Por ello es necesario volvernos (retornar, hacer teshuvá, arrepentirnos) hacia el Eterno.
El rostro de Moisés resplandecía porque él vio la imagen (temuná) de YHVH (Números 12:8),
quien es Yeshua (Juan 1:14; Hebreos 1:3; Ezequiel 43:2; Apocalipsis 1:13-15). La explicación
de Pablo nos confirma que Moisés contempló la gloria de Yeshua y comprendió su revelación
en la Torá.
c. Consulta Hebreos 11:23-29 y anota lo que nos revela acerca de la fe de Moisés y de sus padres
también.
d. ¿Acerca de quién escribió Moisés? ¿Si creemos la Torá, en quien creyéremos? Lucas 24:27;
Juan 5:45-47.
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Octubre, 2007
8. a. ¿Qué afirma el autor a la carta de los hebreos acerca de Moisés y el Mesías? Hebreos 3:5-6.
b. Moisés fue el siervo fiel que trabajó en la casa del Eterno. Yeshua es el Hijo, el dueño de la
casa. Además, es su Piedra Angular y su Constructor. Moisés y Yeshua trabajaron en la misma
casa. ¿Según Hebreos 3:6, qué es esa casa?
a. El profeta Ezequiel habla del Templo en Jerusalén y nos revela su condición ante los ojos del
Eterno. Lo que habla refleja la realidad espiritual del pueblo. ¿Qué describe Ezequiel? Ezequiel
9:7-18.
b. El profeta Hageo también describe la condición de ruina en la casa del Eterno, después de la
destrucción de Babilonia. ¿Qué dice? Hageo 1:4.
¿Que ha causado tanta ruina en la casa del Eterno? El abandono de la Torá ha causado gran
desorden y confusión en su casa.
Por medio del profeta Hageo, el Eterno nos llama a que pongamos su casa en orden. Nos llama
a volver (teshuvá, arrepentimiento) a El. El mensaje del profeta Hageo es un llamado a
despertar, a retornar a Sión, a edificar la Casa del Eterno.
c. ¿Qué nos revela I Corintios 3:9-15 acerca de nuestra responsabilidad de edificar la casa del
Eterno?
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10. Deuteronomio 34:9: Y Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque
Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le escucharon e hicieron tal como el
Eterno había mandado a Moisés.”
a. Con esta última parashá de Deuteronomio se acostumbra leer Josué Capítulo 1. ¿Qué nos dice
acerca de Josué y su misión?
b. ¿Con quién se encontró Josué, cómo se asemeja a la experiencia de Moisés y la zarza? Josué
5:13-15.
El libro de Jueces nos narra acerca de la desobediencia de los hijos de Israel después de la
muerte de Josué. Cada uno hacía lo que bien le parecía y el caos alborotó la Tierra
Prometida. Las siguientes generaciones tampoco fueron fieles, sino desleales como sus
padres. Por eso, los hijos de Israel fueron vencidos por sus enemigos y expulsados de la
Tierra Prometida (Salmo 78:54-64). Se puede decir que ninguna generación ha sido fiel, pues
todos somos infieles, incrédulos y de dura cerviz (Ezequiel 20:18-21; Romanos 3:10-18;
Mateo 12:39; 17:17).
¿Será posible que todo fracasó, y que el Eterno se vio obligado a cambiar sus planes por la
incredulidad y la desobediencia de su pueblo? ¡No! Su plan perfecto se realizará todavía, en
la segunda venida del Mesías. Se detuvo, no por 40 años, sino más bien por el tiempo
perfecto, hasta que Él disponga que ha llegado el momento preciso para cumplir sus promesas
eternas e irrevocables a Abraham (Daniel 9:24-27).
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Hebreos 4:8: “Porque si Josué les hubiera dado reposo (Shabat), el Eterno no habría hablado
de otro día después de ése. Queda, por tanto, un reposo (Shabat) sagrado para el pueblo de
Dios.” ¡Es Yeshua (Yeshoshua, el Mesías) quien realizará la conquista de la Tierra Prometida!
Ése es el reposo que queda para el pueblo de Dios. ¡Esto lo espera y anhela cada alma
redimida! El libro de Apocalipsis nos narra acerca de los juicios que Yeshua derramará antes
de su segunda venida, cuando establecerá su trono y reinará desde Jerusalén.
La conquista de Yeshua también será al sonido del shofar, como fue la de Josué. El libro de
Apocalipsis nos habla de siete trompetas que sonarán. Yeshua nos dará el reposo que Josué
no pudo. Su conquista de la Tierra Prometida será completa y final.
Entonces “será la luz de la luna como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor,
como la luz de siete días, el día en que YHWH vende la fractura de su pueblo y cure la llaga
que El ha causado.” (Isaías 30:26-27)
Hagamos un resumen.
Génesis, el primer libro de la Torá, nos dice que Abraham creyó en las promesas del pacto del
Eterno y salió de Babilonia. Por fe, tomó la mano del Eterno y, sin saber a dónde iba, caminó
hacia la Tierra Prometida. Escuchando la voz del Eterno, desde los montes de Judea, Abraham
alzó sus ojos hacia el norte, el sur, el oriente y el occidente: “… pues toda la tierra que ves te la
daré a ti y a tu descendencia para siempre.” (Génesis 13:14-18)
Génesis 50:25 nos revela que José confiaba plenamente en las promesas del pacto del Eterno con
Abraham. Por esa fe que latía en su corazón, José hizo jurar a los hijos de Israel que cuando se
fueran de Egipto, llevarían sus restos a la Tierra Prometida. “Yo voy a morir, pero Dios
ciertamente os visitará y os hará subir de esta tierra (Egipto) a la tierra que Él prometió en
juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob.” Cuando por fin llegó el momento de salir de Egipto,
Moisés tomó consigo los huesos de José (Éxodo 13:19). La generación a la cual se dirige Moisés
en Deuteronomio tuvo el privilegio de cumplir el juramento que sus antepasados le habían hecho
a José hacía tantos años. “Los huesos de José, que los hijos de Israel habían traído de Egipto,
fueron sepultados en Siquem…” (Josué 24:32)
Vimos en el libro de Éxodo que el Eterno visitó a los hijos de Israel en Egipto para redención,
para cumplir su juramento a Abraham. Liberados de la esclavitud de Egipto, los hijos de Israel
recibieron la Torá al pie del Monte Sinaí y luego construyeron el Tabernáculo para que el Eterno
habitara en medio del pueblo. Éxodo nos hace ver que la gracia triunfadora del Redentor borra
todas nuestras rebeliones para envolvernos en su gloria y llenarnos de luz y propósito.
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El libro de Levítico nos mostró claramente la necesidad de que el pueblo se purificara de la
muerte para que el Eterno no tuviera que retirar su presencia del Tabernáculo. Con ese propósito,
nos instruye a purificarnos de la muerte y a escoger vida. La presencia del Eterno es esencial para
la victoria en la batalla, ya que ante su trono (representado por el arca del pacto en el
Tabernáculo) todo enemigo debe huir. Levítico nos hizo ver que Yeshua es el único que puede
anular la muerte que mora en nosotros. Su amor es inexplicable, su victoria es completa, gloriosa
y eterna. El Autor de la vida, El que aborrece la muerte ¡vino a morir por nosotros!
En el libro de Números vemos la organización de los hijos de Israel alrededor del Tabernáculo, en
preparación para la batalla ante los muchos adversarios que intentan obstruir e imposibilitar
nuestro caminar hacia la Tierra Prometida. Además de adversarios externos, luchamos también
contra fuertes enemigos internos, como el orgullo y la incredulidad. El estudio de Números nos
hizo ver que la conquista y la posesión de la Tierra Prometida dependen de la gracia de Yeshua y
no de nosotros. También vimos que no somos mejores ni más espirituales que la generación del
desierto. Su incredulidad representa la realidad de nuestra condición humana. El hecho de que
abrazaron el informe deshonesto y difamante es el fruto producido por la dureza de nuestros
corazones (Números 14). Dejándonos vencer por el temor que el enemigo nos infunde y los
obstáculos difíciles en de la vida, fácilmente optamos por regresar a Egipto.
Deuteronomio, el último libro de la Torá, nos revela al Eterno como nuestro Padre. El Eterno nos
conduce por la vida como el padre que guía a sus hijos: de la mano, jamás perdiéndonos de vista
ni por un momento, preocupándose como sólo un padre se preocupa, con amor incondicional,
sólo el bien de sus hijos motiva sus acciones, dispuesto a sacrificarlo todo y pagar cualquier
precio por nuestra paz, aguantándonos y perdonándonos todas nuestras rebeliones y la dureza de
nuestros corazones, con paciencia y provisión que no se agota.
“El inmenso y terrible desierto” representa los momentos más difíciles en la vida, en los cuales es
muy obvio que dependemos totalmente de Dios… son los momentos en que simplemente no
podemos dar ni un solo paso más sin Él y le clamamos por misericordia. Aunque es cierto que
nuestras vidas dependen en todo momento totalmente de su gracia, en los tiempos de prosperidad
y bienestar, es más fácil olvidar nuestra completa dependencia de Dios. Empezamos a creer que
lo que tenemos es por algún mérito propio o producto de nuestro propio esfuerzo. Sus
bendiciones se nos pasan por alto y no les concedamos importancia. Pero cuando estamos en
medio de pruebas duras, sufriendo pérdida y angustia, cuando los escorpiones y las serpientes nos
muerden y el vasto desierto nos humilla y nos agota, entonces nuestra dependencia en el Eterno
se hace muy obvia. En esos momentos terribles le clamamos y Él nos responde. Padre fiel y
bueno, provee maná del cielo, nos sostiene y no nos hace falta el pan diario. Le pedimos vida y no
muerte, y Él nos la concede. Su misericordia es inagotable, eterna. ¡En medio de la tierra sedienta
donde no había agua, el Eterno sacó agua de la roca del pedernal! (Deuteronomio 8:15). Seamos,
entonces, hijos obedientes y maduros, tomemos su mano sin soltarnos y alcemos nuestros rostros
a El en amor y gratitud.
La experiencia de Moisés fue muy similar a la de Abraham. Creyendo en la misma palabra del
pacto jurado por el Eterno a Abraham, por fe Moisés celebró aquella primera Pascua y salió de
Egipto. “Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no es suya,
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donde serán esclavizados y oprimidos durante cuatrocientos años. Más yo juzgaré a la nación a la
cual servirán… y en la cuarta generación ellos regresarán acá…” (Génesis 15:13-14, 16) Moisés,
a quien el Eterno escogió para pastorear a su pueblo en su retorno a la Tierra Prometida,
contempló Canaán desde la cumbre del monte, pero no entró a tomar posesión de ella. Moisés
murió sin haber recibido las promesas del pacto.
¿Qué sucedió entonces? ¿Fracasó el plan divino? ¿Anuló el Eterno el pacto? ¿Fracasaron
Abraham y Moisés? ¿Les faltó fe? ¡No! Al contrario, su fe era fuerte, anclada en las promesas
seguras e inmutables del pacto eterno. Abraham sabía lo que Moisés también había entendido: las
promesas del pacto se cumplirán en el futuro, se realizarán por la gracia redentora de Yeshua, el
Mesías.
En toda su historia, Israel jamás ha tomado posesión de la Tierra Prometida como el Eterno
mandó que se hiciera. Sin embargo, esto no quiere decir que el pacto haya sido anulado ni que
haya sido cambiado. Más bien, las promesas del Eterno permanecen siempre vigentes. Desde el
principio, el plan divino es que la conquista y la ocupación de la Tierra Prometida sean realizadas
en la segunda venida del Mesías Yeshua.
¡Sólo el León de la Tribu de Judá vence lo invencible para darnos la victoria! ¡Sólo el Redentor
tiene el título de propiedad en su mano, es digno de abrir los sellos, y repartir la herencia a los
redimidos!
El libro de Deuteronomio contempla el largo exilio de Israel a todas las naciones y también
profetiza la restauración final, el retorno de los hijos del pacto a la Tierra Prometida.
¡Esto nos llena de consuelo y esperanza! A pesar de que aún hoy estamos en ese exilio, tenemos
la plena seguridad de que las promesas del Eterno son firmes e inmutables. Juntos, dirigidos por
el Mesías Yeshua y acompañados por Abraham y Moisés, entraremos a tomar posesión de la
Tierra Prometida. ¡Todos los redimidos estamos esperando el cumplimiento de las mismas
promesas! Se cumplirán a pesar de nuestra infidelidad. Ninguna generación ha sido fiel, sólo el
Eterno es fiel. El cumplimiento de las promesas del pacto renovado es únicamente por la gracia
divina.
La Palabra de nuestro Padre es eterna (I Pedro 1:22-25; Isaías 40:6-8). Es necesario que seamos
sus talmidim (discípulos), estudiantes de las Escrituras “de por vida” (Juan 8:31-32).
¿Cómo pudimos decir que la Torá carecía de gracia? ¿Cómo pudimos decir que se trataba de un
pacto que era nulo, sin vigencia? ¡Que el Eterno nos conceda su perdón! ¡Que su agua viva limpie
nuestros corazones y que, en su gracia, nos conceda su Torá!
“Esfuérzate y sé valiente. Nunca se apartará de tu boca este libro de la Torá, sino que de día y de
noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; por que
entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y
seas valiente; no temas ni desmayes, porque el Eterno tu Dios estará contigo en donde quiera que
vayas.”
Apreciados amigos de Jayim Israel, ¡nuestros corazones están llenos de gratitud al Eterno por su
infinita bondad!
La clínica de oncológica Tom Baker de Canadá me dio su carta de despedida y los médicos allí me
dijeron que consideraban que mi tratamiento había sido un éxito y que debía regresar a verlos en dos
años. Entonces el 26 de junio, 2007, empezamos el largo viaje de regreso por tierra. Pasamos la
frontera de Canadá en la bella provincia de British Colombia, nuestro camino nos llevó por todo los
Estados Unidos: Idaho, Montana, Wyoming, Colorado y Texas, y luego todo México. Llegamos a la
frontera de Guatemala el 6 de julio. Disfrutamos el paisaje de todo el camino, desde las montañas
majestuosas del norte hasta el impresionante verdor de la selva tropical… en todo nos fue bien, el
Creador nos cuidó en todo momento.
Desde el momento en que recibí la noticia del cáncer el 7 de julio del 2005, empezamos un largo camino.
El tratamiento tomó dos años. Fue un tiempo muy angustioso, pero también muy bendecido.
Continuamente nos asombramos de la bondad de nuestro Padre Celestial, por el orden que ha puesto en
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nuestras vidas, las piezas aparentemente imposibles que El movió y los cambios que obró para el bien de
nuestra familia.
Quizás lo más valioso que he vivido en todo el trayecto es aprender a amarle al Eterno como Padre.
Cuando estudiamos el libro de Éxodo vimos que Dios podía haber facilitado la llegada a los hijos de
Israel a la Tierra Prometida en pocos días, si los hubiera llevado por un camino mucho más corto. Sin
embargo, no lo hizo porque quería mostrarles que El es nuestro Padre bueno y misericordioso, que vela
por el bienestar en cada área de nuestras vidas. Anhela que entendamos “…que el hombre no sólo vive
del pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca de YHVH…” (Deuteronomio 8:3). El tiempo que
los hijos de Israel pasaron en el desierto “inmenso y terrible” (Deuteronomio 8:15) fue diseñado por el
Creador para enseñarnos humildad, para hacernos entender cuan necesaria y esencial es nuestra
absoluta confianza en El. El inmenso y terrible desierto representa los momentos más difíciles en la
vida, en los cuales es muy obvio que dependemos totalmente de Dios… son los momentos en que
simplemente no podemos dar ni un solo paso sin El y le clamamos por misericordia. En esos momentos
terribles le clamamos y El nos responde.
Como Padre fiel y bueno, provee maná del cielo. Nos instruye, nos disciplina y, con inagotable paciencia
y amor incondicional, nos conduce en cada paso del caminar diario. El Eterno nos conduce por la vida
como el padre que guía a sus hijos: de la mano, jamás perdiéndonos de vista ni por un momento,
preocupándose como sólo un padre se preocupa. Solamente el bien de sus hijos motiva sus acciones,
está dispuesto a sacrificarlo todo y a pagar cualquier precio para nuestra paz, aguantándonos y
perdonándonos todas nuestras rebeliones y la dureza de nuestros corazones, con paciencia y provisión
que no se agota. Es cierto que cuando un niño es pequeño o inmaduro, no reconoce ni agradece lo que sus
padres hayan hecho por él. Sin embargo, con la madurez, aprende a apreciar cada vez más su esfuerzo
y sacrificio. ¡Cuanto anhela el Eterno que maduremos, que le amemos, que reconozcamos su gran bondad
por todo el camino por el cual nos lleva! ¡Aprendamos a amarle como Padre y a agradecerle de todo
corazón por lo bondadoso y paciente que ha sido con nosotros!
Gracias por sus oraciones. ¡Declaramos que el Eterno es bueno y que para siempre es su misericordia!
Luis y Gloria
Autor: 10
Octubre, 2007