Artículo Escandell
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José J. Escandell
tan de la índole racional del hombre, presenta las dos antes literalmente
mencionadas precedidas por un “sicut”, esto es, un “por ejemplo”. Ambas
razones abonan sostener que las tendencias enumeradas por S. Tomás en
este lugar son tan sólo las más patentes o las más relevantes.
De acuerdo con el título de mi intervención, me limito a tratar única-
mente de la inclinación humana al conocimiento de “la verdad acerca de
Dios”. ¿Cómo se justifica la existencia de esa inclinación?, y ¿cómo hay que
entenderla? Me parece oportuno articular el examen de esta cuestión en
dos partes. La primera deberá reflexionar sobre la índole propia de lo que
se expresa con el término “inclinación natural”, a manera del género al que
pertenece la especie cuya diferencia determinante es “la verdad acerca de
Dios”. El concepto de esa “verdad acerca de Dios” habrá de ser examinado
en la segunda parte de este trabajo.
“[…] fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te”
(Confesiones, I, 1, 1). No es raro que los apologetas apelen a estas conocidas
palabras de S. Agustín para remover a los ateos hacia el reconocimiento
de Dios. El argumento consiste en mostrar que en la aceptación de Dios
se satisface un anhelo íntimo y se encuentra la felicidad. Claro que la efi-
cacia del argumento depende de dos elementos: primero, que el interpela-
do reconozca en sí mismo la existencia activa de esa inclinación original;
y segundo, que reconozca asimismo la experiencia de una inquietud de su
“corazón” cuando este ha querido encontrar reposo y satisfacción en algo
que no es Dios. La inclinación espontánea del “corazón” hacia Dios se ma-
nifiesta negativamente en la vivencia de una insatisfacción cuando se vierte
en algo que no es Dios.
Ello es posible porque ese “corazón” capaz de inquietud, y que contiene
la orientación de la totalidad del propio ser, en el hecho de sentir esa inquie-
tud muestra que tiene su propia “dinámica”, que es independiente de los
deseos y decisiones concretos y que no se somete a los aciertos o desaciertos
de las decisiones particulares que su sujeto tome en la vida. La existencia de
inclinaciones naturales ha de dar por sentado que, de haberlas, su eficacia es
independiente de la voluntad concreta; de lo contrario no pueden ser teni-
das por “naturales”. Esa es la razón de fondo por la que el “corazón inquieto”
es síntoma de una inclinación natural.
No obstante, la tendencia natural ha de ser compatible con su efecti-
va frustración, pues de lo contrario no podría suceder que el “corazón” es-
tuviera inquieto cuando su sujeto se decide por dar la espalda a Dios. La
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Lo que ante todo interesa ahora es solamente el sentido que pueda te-
ner hablar de un conocimiento necesariamente adjunto a las tendencias na-
turales del hombre. “Todo lo que naturalmente es deseado por el hombre
es naturalmente conocido por él”, dice S. Tomás; lo que naturalmente se
desea, es antes naturalmente conocido (por el hombre). Por supuesto, S.
Tomás no admite que tenga el ser humano idea innata alguna. Pero, al mis-
mo tiempo, es claro que el conocimiento natural no se corresponde con
un conocimiento cabal, puesto que hay hombres que se confunden a su
respecto, según reconoce S. Tomás en el texto citado. De donde resulta una
especie de paradoja, pues, por así decirlo, el conocimiento en cuestión ha de
ser un conocimiento que no es conocimiento. Por supuesto, la paradoja no
es autentica, sino tan sólo aparente, dado que se trata de un conocimiento
que lo es en un sentido y que no lo es en otro: no lo es, por cierto, como co-
nocimiento satisfactorio y plenario, aunque lo es de una manera auténtica y
verdadera. Por lo que respecta al conocimiento natural que el hombre tiene
de Dios, no se contenta S. Tomás con él y, precisamente por ello se compro-
mete a continuación en el obligado trámite de buscar y encontrar pruebas
3
“Ad primum ergo dicendum quod cognoscere Deum esse in aliquo communi, sub
quadam confusione, est nobis naturaliter insertum, inquantum scilicet Deus est hominis
beatitudo, homo enim naturaliter desiderat beatitudinem, et quod naturaliter desidera-
tur ab homine, naturaliter cognoscitur ab eodem. Sed hoc non est simpliciter cognoscere
Deum esse; sicut cognoscere venientem, non est cognoscere Petrum, quamvis sit Petrus
veniens, multi enim perfectum hominis bonum, quod est beatitudo, existimant divitias;
quidam vero voluptates; quidam autem aliquid aliud”.
La inclinación natural a conocer la verdad acerca de Dios 377
[…] la libertad es sin duda la ratio essendi de la ley moral, pero la ley
moral es la ratio cognoscendi de la libertad. Pues si la ley moral no estuviese,
en nuestra razón, pensada anteriormente con claridad, no podríamos nun-
ca considerarnos como autorizados para admitir algo así como lo que la
libertad es (aun cuando ésta no se contradice). Pero si no hubiera libertad
alguna, no podría de ningún modo encontrarse la ley moral en nosotros5.
4
“Quia, sicut Damascenus dicit, homo factus ad imaginem Dei dicitur, secundum
quod per imaginem significatur intellectuale et arbitrio liberum et per se potestativum;
postquam praedictum est de exemplari, scilicet de Deo, et de his quae processerunt ex
divina potestate secundum eius voluntatem; restat ut consideremus de eius imagine, idest
de homine, secundum quod et ipse est suorum operum principium, quasi liberum arbi-
trium habens et suorum operum potestatem”, S. Th., I-II, Prooemium. La referencia a S.
Juan Damasceno se encuentra en De Fide Orthodoxa, l. II, c. XII, en J. P. Migne, Patrolo-
giae cursus completus… Patrologia Graeca, cit., vol. 94, col. 920.
5
“[...] daß die Freiheit allerdings die ratio essendi des moralischen Gesetzes, das mora-
lische Gesetz aber die ratio cognoscendi der Freiheit sei. Denn wäre nicht das moralische
Gesetz in unserer Vernunft eher deutlich gedacht, so würden wir uns niemals berechtigt
halten, so etwas, als Freiheit ist (ob diese gleich sich nicht widerspricht), anzunehmen.
Wäre aber keine Freiheit, so würde das moralische Gesetz in uns gar nicht anzutreffen
sein”, Kritik der praktischen Vernunft, Vorrede, en Kants Werke, Akademie-Textausgabe,
Walter de Gruyter, Berlin, 1968, Band V, S. 4, Hinweis zur Fußzeile.
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Si existe […] algún fin de nuestros actos que queramos por él mismo
y los demás por él, y no elegimos todo por otra cosa –pues así se seguiría
hasta el infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano–, es evidente que
ese fin será lo bueno y lo mejor6.
6
“Εἰ δή τι τέλος ἐστὶ τῶν πρακτῶν ὃ δι᾽ αὑτὸ βουλόμεθα, τἆλλα δὲ διὰ τοῦτο, καὶ μὴ πάντα
δι᾽ ἕτερον αἱρούμεθα (πρόεισι γὰρ οὕτω γ᾽ εἰς ἄπειρον, ὥστ᾽ εἶναι κενὴν καὶ ματαίαν τὴν
ὄρεξιν), δῆλον ὡς τοῦτ᾽ ἂν εἴη τἀγαθὸν καὶ τὸ ἄριστον”, Ética a Nicómaco, I, 2, 1094 a 18-22.
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La cuestión de la ordenación de lo natural a lo sobrenatural es asunto que escapa a
los fines de este trabajo.
9
“Ad cognitionem enim eorum quae de Deo ratio investigare potest, multa praecog-
noscere oportet: cum fere totius philosophiae consideratio ad Dei cognitionem ordine-
tur; propter quod metaphysica, quae circa divina versatur, inter philosophiae partes ulti-
ma remanet addiscenda. Sic ergo non nisi cum magno labore studii ad praedictae veritatis
inquisitionem perveniri potest. Quem quidem laborem pauci subire volunt pro amore
scientiae, cuius tamen mentibus hominum naturalem Deus inseruit appetitum”, Summa
contra gentiles, lib. I, cap. 4.
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“Dieu d’Abraham, Dieu d’Isaac, Dieu de Jacob, / non des philosophes et des sa-
vants”, B. Pascal, Mémorial, texto tomado de http://www.penseesdepascal.fr/Hors/
Hors1-moderne.php (1/11/2018).
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El conocimiento humano, que se extiende al “ente en cuanto ente”, solamente se
refiere a Dios como causa del ente. Ese solamente significa que no es posible a la razón
natural un conocimiento de Dios al margen de su condición de Causa del ser. La ciencia
metafísica, que es conocimiento del ser por sus causas, no es capaz de conocer a la Causa
en su ser. Pues no es lo mismo conocer la causa de algo que conocer algo que es causa
(Millán-Puelles, 2013, 128).
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José J. Escandell
Instituto Santo Tomás de Balmesiana
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Referencias bibliográficas