Pedro Valdo y los valdenses
La fe en la periferia de la historia por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.
Capítulo 7. Pedro Valdo y los valdenses
Como dice el bienaventurado León: «Si bien la disciplina de la Iglesia,
contenta con el juicio sacerdotal, no ejecuta castigos cruentos, sin
embargo, es ayudada por las constituciones de los príncipes católicos, de
suerte que a menudo buscan los hombres remedio saludable, cuando
temen les sobrevenga un suplicio corporal». Por eso, como quiera que en
Gascuña, en el territorio de Albi y de Tolosa y en otros lugares, de tal
modo ha cundido la condenada perversidad de los herejes que unos
llaman cátaros, otros patarinos, otros publicanos y otros nombres; que ya
no ejercitan ocultamente —como otros— su malicia, sino que
públicamente manifiestan su error y atraen a su sentir a los simples y
flacos; decretamos que ellos y sus defensores y recibidores estén
sometidos al anatema, y bajo anatema prohibimos que nadie se atreva a
tenerlos en sus casas o en su tierra ni a favorecerlos ni a ejercer con ellos
el comercio. A quien muera en este pecado le sea invalidado cualquier
indulto, le sea rehusada cualquier oblación a cualquiera título a su favor y
no tenga sepultura entre cristianos. (III Concilio de Letrán, 1179, XXVII) [1]
En el concilio romano celebrado bajo Alejandro III, vimos valdenses, gente
simple y sin cultura, así llamados por el nombre de Valdo, su jefe, que
vivía en Lyon, sobre el Ródano. Presentaron al papa un libro escrito en
gálico, que contenía el texto y la glosa del Salterio y de muchos escritos
del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pedían insistentemente que se les
autorizara predicar —creyéndose preparados para ello— cuando, en
cambio, no estaban capacitados más que para los primeros rudimentos.
[En esto eran] parecidos a los pájaros que, no viendo la trampa, se
imaginan siempre que pueden emprender vuelo. ¿Pero se arrojan las
perlas a los puercos y la Palabra ante imbéciles ineptos para
comprenderla y comunicarla? Ciertamente, no. … Estos no tienen
morada. Van de dos en dos, descalzos, sin equipaje, poniendo todo en
común, como los apóstoles. Desnudos, siguen a un Cristo desnudo. Si les
hiciéramos lugar junto a nosotros, seríamos nosotros los expulsados.
(Walter Map, delegado inglés ante una comisión del III Concilio de Letrán,
De nugis curialum.) [2]
Según la gracia que nos ha sido dada y en conformidad con la orden del
Señor de que se envíen obreros a la mies (Mateo 9:38), estamos
decididos a predicar. Haciéndolo así, iniciamos el retorno a la Iglesia
primitiva. … El Hijo del Sumo Padre no quiso hacer completo abandono
de su pueblo. Al comprobar que la actividad de los prelados estaba
impregnada de codicia, simonía, orgullo, avidez, concupiscencia, falsa
gloria, concubinato y otros delitos; al verificar que los divinos misterios
están envilecidos por su mala conducta así como al comienzo de su
predicación había escogido pescadores iletrados; así te ha escogido a ti,
señor Valdo, te ha delegado en el combate del apostolado, para suplir con
tus compañeros las carencias del clero y luchar contra el error. (Durando
de Huesca, discípulo de Valdo a partir de 1192, Liber antiheresis.) [3]
Se les puede reconocer por sus costumbres y por su modo de
hablar. Regulados y modestos, evitan el lujo en el vestido. … Viven
como obreros, del trabajo de sus manos. Sus propios maestros son
tejedores o zapateros. No acumulan dinero y se contentan con lo
necesario. Son castos, … moderados en las comidas, no frecuentan
ni las hosterías ni los bailes, porque no gustan de tales frivolidades.
Siempre aplicados al trabajo, sin embargo, encuentran tiempo para
enseñar y estudiar. Destinan también algún tiempo a la oración. Van
a la iglesia, participan del culto, se confiesan, comulgan y asisten a
las predicaciones, aunque lo hacen con la finalidad de advertir
errores en el predicador. Se les reconoce también por su
conversación sobria y discreta. Rehuyen la maledicencia, se
abstienen de chácharas ociosas y bufonescas como también de las
mentiras. (Seudo Rainerio, observaciones hechas por los
inquisidores de Europa Central en el año 1270.) [4]
Contexto socioeconómico y religioso del valdismo
medieval [5]
Las así llamadas «reformas» del Papa Gregorio VII (1073-1085)
condujeron a un proceso de institucionalización en la Iglesia. La lucha
entre la curia romana y el poder imperial desembocó en una humillación
inaudita del emperador Enrique IV. La Iglesia experimentó una creciente
centralización del poder con la supresión de la elección de los obispos y la
reducción al mínimo de la participación de los laicos en la vida
eclesiástica. Un siglo más tarde, bajo Inocencio III, el papado alcanzó la
cumbre de su poderío terrenal. La jerarquía eclesiástica se convirtió en un
poder absoluto y universal.
Pero en lugar de rechazar las condiciones del mundo feudal, la Iglesia
adoptó el sistema con sus valores, convirtiéndose en su patrón protector.
Las tierras cultivables eran consideradas de mayor valor. La cohesión
social se garantizaba mediante una cadena de compromisos en que los
siervos feudales, atados a las tierras, juraban homenaje a los superiores y
las relaciones interpersonales en la sociedad entera se aseguraban
mediante juramentos santificados por la Iglesia. El incumplimiento de
éstas traía sanciones, tanto religiosas como civiles.
Mientras tanto, con el desarrollo de ciudades en Italia y en el sur de
Francia, el centro de gravedad se iba cambiando desde los campos hasta
los centros urbanos, donde surgió una nueva agrupación social mercantil.
Con todo, la Iglesia no pensaba renunciar a sus privilegios, dando lugar a
cambios socioeconómicos.
Estas tensiones se intensificaron aún más, gracias a la crisis cátara que,
para el siglo XII, amenazaba a la cristiandad oficial en el sur de Francia.
El movimiento cátaro, o albigense —como era conocido en el sur de
Francia— se había extendido rápidamente, especialmente entre las
clases oprimidas, pero también agrupaba a representantes de la nobleza.
El III Concilio de Letrán en 1179 se dedicó a combatir la amenaza que
representaba este movimiento para la cristiandad.
En el principio, el movimiento cátaro en el sur de Francia era una
reforma inspirada en una predicación del evangelio a los pobres.
Pero, con el paso del tiempo, modificaron su postura. Por una parte,
los albigenses seguían denunciando las riquezas superfluas de la
Iglesia; por otra, recibían ayuda de la nueva clase mercantil y de los
nobles feudales. A los primeros les reconocían su legitimidad, cosa
que la Iglesia aún no hacía; y a los segundos los toleraban, pues les
proporcionaban la protección necesaria.
En el curso del siglo XII llegaron oleadas de bogomilos de tierras
bizantinas. Vivían en comunidades fraternales de tipo agrícola que luego
adoptaron formas semimonásticas y ascéticas. Su concepto del bien y del
mal consistía en un dualismo extremo. Para el año 1170, el catarismo
francés llegaba a ser una poderosa institución de carácter eclesiástico
capaz de competir con la Iglesia católica en su lucha por obtener
influencia y poder. A esta altura el ideal de la pobreza apostólica, que en
un principio había constituido el atractivo evangélico para las masas
populares, dejo de ser importante [6].
La extensión del movimiento cátaro en el sur de Francia coincidía con una
profunda transformación de la sociedad feudal que dejaba de ser
exclusivamente agrícola, convirtiéndose en economía de mercaderes y
artesanos. En este contexto, Valdo renunció a sus propios bienes
como un rechazo a dejarse envolver en esta evolución económica,
cuyos síntomas ya se estaban sintiendo en Lyon. Pero no lo hizo
para agradar a la Iglesia que, desde hace tiempo, había
institucionalizado la pobreza. La solución que Valdo proponía era no
seguir siendo víctima de sus propias riquezas, rindiéndose libre y
confiadamente a la Palabra Evangélica en su renuncia de
seguridades humanas. Y asumía la pobreza, no como un fin en sí
mismo, sino en función de la predica ción, con integridad, del
evangelio. En este sentido, se trataba de una auténtica pobreza
apostólica.
Los comienzos del valdismo: Pedro Valdo y los Pobres de
Lyon
Se han señalado una serie de situaciones y experiencias que podrían
haber contribuido a la decisión de Pedro Valdo, rico mercader lyonés,
para despojarse de sus bienes y dedicarse a la predicación itinerante del
evangelio frente a toda oposición eclesiástica.
Esteban de Borbón, inquisidor dominico en Lyon en el año 1250, nos
informa que Pedro Valdo, de alguna manera, «descubrió» los Evangelios.
Y para conocerlos mejor encargó a un monje la traducción al vernáculo de
una selección de las Escrituras. El proyecto le resultó costoso, pues a
pesar de ser una persona con dinero, tuvo que pagar al traductor con un
horno de su propiedad. Esta Biblia popular se componía muy
especialmente de selecciones de los Evangelios. «Del mismo modo, ellos
tradujeron para Valdo varios libros de la Biblia y fragmentos de los Padres
de la Iglesia, reunidos bajo el título de Sentencias. Leyéndolas y
releyéndolas, Valdo terminó por aprenderlos de memoria.» (De septem
donis Spiritu sancti) [7]
Una nueva clase burguesa de mercaderes y artesanos paulatinamente
conquistaba un lugar al margen del sistema feudal. En Lyon, al igual que
en otras ciudades de la época, este movimiento tendía a
institucionalizarse. Es probable que Valdo, quien pertenecía a esta nueva
clase privilegiada de la población, haya compartido la tentativa de
organizar una comuna. En Lyon hubo conflictos entre la Iglesia feudal y
los ciudadanos del barrio de San Giovanni, adyacente al de San Nizier,
donde vivía Valdo, en la calle Vandran. (Después de su expulsión, se
cambió el nombre de la calle por el de «la Maldita».)
De modo que, conquistado por el evangelio, Valdo ya no podía hacer
causa común con los pudientes que reivindicaban derechos sólo para sí.
Volver a los Evangelios significaba romper con las lealtades y
compromisos mundanos. De allí en adelante, se maduraba poco a poco la
convicción de que la predicación evangélica estaba necesariamente
ligada con la pobreza apostólica. La Iglesia no puede comunicar el
mensaje apostólico sin adecuarse ella misma a sus instancias. Desde los
comienzos mismos de la experiencia de Valdo, estaba presente la visión
de la pobreza en función de la evangelización.
Hay otros relatos de la conversión de Valdo, que vienen de dos o tres
generaciones después, y en ellos es posible notar ciertos elementos
legendarios. Un domingo Valdo, junto con sus conciudadanos lyoneses,
escuchaba a un trovador itinerante que cantaba la historia de San Alejo.
Éste era hijo de una familia patricia romana. Aunque el joven se sentía
atraído a una vida de castidad, sus padres le obligaron a contraer
matrimonio. En la noche de sus nupcias hizo un pacto de pureza virginal
con su novia y huyó a la Tierra Santa donde se dedicó a la vida de un
monje anacoreta. Después de muchos años, volvió a su casa paterna
como mendigo. Como consecuencia de sus privaciones, se encontraba
tan demacrado que su familia no le reconocía. Se le permitió permanecer
bajo las escaleras en el patio de la casa y comer de las sobras de la
mesa. Fue sometido a las burlas y tormentos continuos de los siervos
domésticos. Sólo en su lecho de muerte reveló a sus familiares su
verdadera identidad, demasiado tarde para que se le hiciera restitución
[8].
Luego, Valdo habría invitado al trovador a su casa para escucharle con
calma. Se habría conmovido de tal forma que quiso imitar al santo.
Aunque resulte improbable que San Alejo haya influido decisivamente
sobre Valdo, refleja con autenticidad esa imagen popular de valdo,
mantenida viva en las mentes de la población de una generación
posterior. Se destaca, en este relato, el trovador medieval, personaje
carente de privilegio y posición social que había elegido una condición de
artista itinerante y aventurero. Sólo podemos especular hasta qué punto el
trovador prefiguraba el ministerio itinerante de Valdo y sus discípulos. Lo
cierto es que, desde el principio, él consideró la pobreza voluntaria como
libertad instrumental de la predicación.
Otro relato de la misma fuente, recuerda que Valdo había confiado a sus
dos hijas a la abadía de Fontevrault. De su fundador, Roberto d’ Arbrissel
se decía: «ha evangelizado a los pobres, ha llamado a los pobres, pobres
son los que se reúnen en torno a él» [9]. Él había propuesto organizar
grupos de hombres y mujeres dedicados a un ministerio itinerante. Se
proponía que su estilo de vida fuese, en sí mismo, un testimonio, debido a
su carácter claramente evangélico. Pero el obispo de la época no se lo
permitió por hallarlo demasiado revolucionario. No obstante, reunió a
mujeres simples del campo, de la calle, y de lugares de mala fama y les
trasmitió el significado de una misión cristiana, sobre todo, con respecto a
las clases sociales bajas. A éstas «pobres de Cristo», como Roberto
llamaba a sus discípulas, se les dio un sentido de dignidad inaudita en la
cristiandad medieval. La conservación de este relato después de la
muerte de Valdo, refleja el sentir del valdismo primitivo. Desde los
comienzos del movimiento, un ministerio femenino significativo
caracterizaba al valdismo [10].
Confrontación con el poder eclesiástico y excomunión
Las semejanzas entre valdo y los Pobres de Lyon y el movimiento cátaro
determinaron por anticipado que los esfuerzos eclesiásticos para acabar
con la amenaza albigense también estuvieran dirigidos contra el valdismo
incipiente.
En su proceso contra Valdo, la Iglesia no podía objetar el hecho de que él
hubiera optado por la pobreza. Pero Valdo no se había hecho monje.
Había elegido la pobreza únicamente para dar autenticidad a la
predicación del evangelio. Y esto no lo hacían los cátaros, pues sus
predicadores se dedicaban a sus negocios y seguían enriqueciéndose. A
la Iglesia no le preocupaba la pobreza, o la falta de ella. Pero sí se
oponía terminantemente a la predicación laica, máxime cuando se
trataba de pobres, iletrados y de mujeres. Valdo fue vituperado por el
hecho de ofrecer a las mujeres la posibilidad de testimoniar
activamente, actitud que ha sido típica del valdismo desde el
principio.
En el año 1178, Valdo apareció ante el Legado del pontífice en Lyon. A fin
de asegurarse que los Pobres de Lyon no compartían las herejías
dualistas de los cátaros, Valdo fue obligado a suscribir una confesión de
fe ortodoxa. Desde entonces, fueron constantes los esfuerzos por
proscribir cualquier predicación no autorizada por el clero.
Posteriormente, aparecen algunos de los discípulos de Valdo en el III
Concilio de Letrán de 1179, convocado para contrarrestar la amenaza
cátara. En esta ocasión los valdenses comparecieron ante una comisión
que se limitó a burlarse de ellos, debido a su ignorancia de los sofismas
de los teólogos escolásticos medievales.
Finalmente, en el Concilio de Verona en 1184, tenemos un renovado
esfuerzo por terminar con la predicación laica. Fueron sancionados con la
excomunión perpetua aquellos que «se arrogan la autoridad de predicar,
aunque el apóstol diga: “¿Cómo predicarán si no son enviados?” y todos
aquellos que intimados, o no enviados, hayan osado predicar sin
autorización acordada por la sede apostólica, o el obispo del lugar, ya sea
en público como en privado. … aquellos pasaginos, posefinos y
arnaldistas que, bajo falso nombre, se hacen pasar por Humillados, o
Pobres de Lyon» [11].
La iglesia establecida sólo sabía confrontar la llamada herejía con la
represión violenta. Así que, el papado y el imperio se unieron en una
lucha contra toda clase de disidencia. Pero de vuelta en Lyon, tras las
audiencias conciliares, y enfrentados con la prohibición oficial de
predicación pública, los valdenses desobedecieron. Y aun cuando fueron
amonestados, prosiguieron. Finalmente, fueron excomulgados y
expulsados de la ciudad. Según la tradición, Valdo habría invocado las
palabras del apóstol Pedro: «Es mejor obedecer a Dios antes que a los
hombres».
Este ministerio itinerante de predicación contrastaba con la postura
monástica cerrada y la muy esporádica predicación episcopal. La pobreza
era asumida en función de la predicación. Los Pobres de Lyon recorrían
las zonas rurales de dos en dos, al estilo de los Evangelios. En las
propias memorias valdenses, Valdo aparece íntimamente ligado con su
compañero de viaje. El testimonio histórico sobre Valdo cierra con esta
imagen del peregrino siempre de viaje, predicando el evangelio a los
pobres. Murió alrededor del año 1206 en algún paradero no recordado en
Francia, dejando a los Pobres de Lyon como herederos de su misión de
predicación evangelizadora.
La difusión del movimiento de los Pobres de Lyon
El primer campo misionero de los seguidores de Valdo fue Languedoc,
provincia en el sur de Francia que era conocida como centro de actividad
cátara. Los discípulos de Valdo se dedicaron a «restituir a los cátaros el
gusto por el evangelio puro» [12]. La pobreza libremente asumida por los
seguidores de Valdo era en función de la misión que habían recibido. Los
Pobres de Lyon insistían en que la misión evangelizadora les incumbía a
«quienquiera sea capaz de difundir en torno de sí, la Palabra de Dios»
[13].
En la cristiandad medieval, la predicación del evangelio le correspondía al
obispo, responsable por su diócesis, o en último caso, a quien fuera
autorizado por él. Y aun cuando la orden de los predicadores (los
dominicos) fue establecida, ellos debían limitar su predicación a su
territorio asignado. De modo que la postura antijerárquica y antiparroquial
entraba en abierto conflicto con la visión jurídico-eclesiástica del mundo
feudal de la cristiandad europea. El obispo de la zona informó al soberano
católico, Alfonso II de Aragón, que publicó un edicto ordenando el
abandono de sus tierras.
Por los escritos polémicas de sus adversarios, sabemos que los
valdenses primitivos predicaban un mensaje compuesto expresamente de
elementos enunciados en las Escrituras. Insistían en la prohibición de
jurar, en la condenación de toda violencia y homicidio y en una pobreza
apostólica rigurosa. Especialmente, atribuían al Sermón del Monte un
valor normativo. Asumían una posición de objeción de conciencia radical.
Aunque reconocieron ser capaces de oponerse a una violencia con otra
violencia limitada, o moderada, jamás debía ser muerto el enemigo. Sus
adversarios destacan el éxito de su predicación entre las mujeres, los
débiles, los ingenuos, y las personas inexpertas. Sólo los hombres fuertes
y «logrados» eran capaces de resistirla.
Pero, a pesar de la feroz persecución (mediante inquisiciones
episcopales, iniciadas por el obispo, y legatinos, por iniciativa de legados
papales), los Pobres de Lyon persistieron en su misión. Forzados a
sobrevivir en la clandestinidad, persistieron hasta extenderse a través de
toda Europa, desde los Países Bajos hasta los Balcanes y desde las
orillas del Mar Báltico hasta España. El canónigo de Notre Dame, en
París, dijo del movimiento: «La tercera parte de la cristiandad ha asistido
a los conventículos valdenses, y es valdense en su corazón».
Los Pobres lombardos: otra corriente tributaria del valdismo medieval
El movimiento valdense medieval resultó de la confluencia de grupos de
laicos de Milán y otras ciudades de Lombardia, que llevaban una vida
común de trabajo y de espiritualidad, con los Pobres de Lyon. Los
lombardos eran creyentes de origen popular, de las clases humildes de
artesanos textiles, que simpatizaban con los Pobres de Lyon.
Por una parte, sintieron una gran estima por la visión casi exclusivamente
misionera y escatológica de Valdo y, reconociendo su autoridad,
decidieron adherirse a su «confraternidad». Pero, por otra parte, se
caracterizaron por un espíritu comunitario, solidario y con un profundo
respeto por el trabajo manual en el seno de una comunidad fraterna. Los
Pobres lombardos dieron testimonio evangélico en el contexto social,
caracterizado por actividades artesanales y comerciales que comenzaban
a dejar su marca en la vida urbana del norte de Italia. Sin embargo, los
Pobres lombardos se resistían a la acumulación e inversión de bienes. De
ellos se decía, «No compran casas ni viñas». Mediante su valorización del
trabajo manual, los Pobres crearon con su estilo de vida una alternativa a
las actitudes feudales.
Por su parte, Valdo veía la pobreza en función de la predicación. Era
necesario librarse de cualquier cosa que podría ser impedimento a su
tarea única: la predicación itinerante. Pero, tras la muerte de Valdo, las
dos tendencias florecieron juntas, no sin ciertas tensiones. A la larga, el
movimiento valdense fue enriquecido por la presencia de las dos
corrientes. Las comunidades lombardas eran, en sí mismas, un tipo de
testimonio evangélico que comunicaba una alternativa comunitaria al
egoísmo y materialismo de la época. De esta manera se anticipa la
organización del movimiento valdense en dos niveles: los «amigos»,
dedicados a una vida comunitaria alternativa, y los «pobres», dedicados a
la evangelización itinerante.
Aunque al principio no hubiera un acuerdo completo, es probable que los
lombardos rehusaran el bautismo conferido por los sacerdotes católicos.
En su lugar, celebraban bautismos en el seno de su propia comunidad. Y
ya que la predicación itinerante provocaba conversiones en adultos, es
factible que el bautismo de adultos llegara a ser la norma. Por su parte,
los Pobres de Lyon seguían insistiendo en el bautismo de infantes. Y, al
igual que los donatistas primitivos, los Pobres lombardos pensaban que la
integridad moral del sacerdote era un criterio decisivo para determinar la
validez de su sacerdocio. Es más, en su búsqueda de caminos de
fidelidad, el valdismo había descubierto, de nuevo, el sacerdocio real de
todos aquellos que pertenecen a Cristo.
A fines de 1215, Inocencio III convocó el IV Concilio de Letrán en el
apogeo de su papado. En este Concilio el valdismo fue condenado
definitivamente. El Concilio declaró contra ellos: «Y una sola es la Iglesia
universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva. …
Todos los que … osaren usurpar pública o privadamente el oficio de la
predicación, sin recibir la autoridad de la sede apostólica o del obispo
católico del lugar, sean ligados con vínculos de excomunión, y si cuanto
antes no se arrepintieren sean castigados con otra pena competente»
[14].
Las estructuras fundamentales del valdismo medieval
La difusión del valdismo en los primeros siglos se dio principalmente entre
las capas sociales humildes. La iniciativa de los Pobres de Lyon nació con
su propósito de predicar el evangelio en el contexto de la institución
eclesiástica. El carácter laico del movimiento, unido a la pobreza
libremente asumida en función de su misión, tendían a atraer a personas
de las capas sociales bajas: pequeños burgueses, artesanos, aldeanos y
campesinos, victimizados por el sistema feudal, y un número considerable
de mujeres. Era gente ordinaria y sencilla que desconfiaba de los
sofismas de la teología escolástica y juzgaba inútil y perdido el tiempo
pasado en las grandes universidades europeas de la época: París, Praga
y Viena. El valdismo medieval no fue nunca un movimiento de
intelectuales. Sin embargo, su testimonio no pasó inadvertido y no dejó de
influir en círculos de poder y de cultura.
Luego, bajo una persecución oficial muy severa, los valdenses tuvieron
que abandonar las ciudades y se limitaron a una actividad clandestina. Ya
que no podían predicar públicamente, decayó el impulso misionero y el
movimiento siguió creciendo principalmente a través de la trasmisión del
evangelio de padres a hijos. La itinerancia de los Pobres pasó a ser más
pastoral y menos misionera en su intención. A pesar de eso, el
movimiento sobrevivió, evangelizando mediante el testimonio del ejemplo
vivido, el mensaje comunicado de boca en boca, y confirmado en su
máxima expresión, el martirio. En los comienzos del movimiento fue
notoria la presencia del valdismo en los centros urbanos. Sin embargo,
con la creciente persecución, esta presencia resultaría cada vez más
difícil de sostener.
Resulta imposible saber el número de los adherentes al valdismo, pero
podemos imaginar que era considerable. Los Pobres lombardos en la
zona de Milán probablemente representaban la mayor concentración de
adherentes en el siglo XIII. Un adversario del movimiento los estimaba en
unos ocho mil, en un contexto en que los comparaba desfavorablemente
con el crecimiento de la comunidad pentecostal en los Hechos de los
Apóstoles. Unos ochenta años más tarde un mártir entre los Pobres
lombardos los estimaba en ochenta mil, en lo que bien pudo haber sido
una exageración. En la época de Juan XXII (1316-1334) solían reunirse
hasta quinientas personas en las asambleas reunidas periódicamente en
los valles entre las montañas del norte de Italia. Y, de acuerdo con las
memorias de los mismos valdenses, hacia el final del siglo XIV las
reuniones sinodales solían celebrarse con la asistencia de unas sete-
cientas a mil personas.
Las actitudes y prácticas socioeconómicas de los valdenses medievales
fueron notables. Su encuentro con el evangelio había provocado en
Valdo, mercader pudiente de Lyon, un rechazo hacia las actitudes
económicas y las prácticas comerciales que predominaban en la sociedad
medieval. Y en consecuencia, los Pobres de Lyon también rechazaron
cualquier negocio cuya finalidad era la acumulación del dinero. Su visión
se expresaba en una pobreza apostólica, libremente asumida en función
de su misión evangelizadora. Su actitud desprendida hacia los bienes
materiales resultaba ser una auténtica liberación de la servidumbre del
dinero y del sistema que representaba.
Por su parte, los Pobres lombardos que habían sido pobres, eran víctimas
de un sistema feudal que colocaba a los campesinos al servicio de los
grandes señores terratenientes feudales, como meros instrumentos de
producción agrícola y reclutas potenciales para la defensa de sus
intereses. Para ellos, la posibilidad de organizarse en comunidades de
artesanos y trabajadores significaba una liberación de la penuria y de los
sufrimientos soportados bajo el sistema feudal. Lejos de entregarse a las
presuposiciones materialistas del naciente sistema comercial, ellos
encontraban en sus comunidades de fe y de trabajo una auténtica
alternativa a la servidumbre feudal y una liberación evangélica.
El valdismo medieval se componía de obreros, gente pobre y sin
instrucción, muchas veces marginada a causa de la miseria y la
enfermedad. Sus ministros eran laicos itinerantes que carecían de
formación cultural. En cierto sentido, la pobreza que caracterizaba al
movimiento valdense era una protesta evangélica frente a actitudes y
prácticas económicas que imperaban en la cristiandad medieval. Al
distanciarse de la cristiandad y sus valores, entraron cada vez más en
solidaridad con los marginados y parecían ser, sin proponérselo,
protagonistas en la liberación de los pobres, y elementos subversivos en
la sociedad civil.
En la sociedad medieval, los pobres no eran solamente los carentes de
bienes materiales. Incluían a los que estaban al margen de la ley y
estaban privados de sus derechos civiles, aquellos cuyas vidas eran
precarias, tales como los obreros manuales, los jornaleros, los lisiados,
las madres solteras, etc. Muchos eran artesanos de la industria textil o
campesinos viviendo en la servidumbre. Estos grupos, hasta donde es
posible saberlo, serían los participantes mayoritarios en el movimiento
valdense medieval. Los inquisidores se contentaron con usar una
clasificación general, refiriéndose a los valdenses como una «raza de
rústicos condenados» [15].
El movimiento valdense se destacó por su solidaridad con los
sectores más oprimidos y necesitados de la cristiandad. El valdismo
medieval no se identificó simplemente con las reivindicaciones de
los campesinos o el proletariado urbano, pero sí representó un
cuestionamiento frontal del orden establecido. Era una presencia
cristiana en la sociedad capaz de solidarizarse con los que sufrían la
marginación y la opresión. En su pobreza apostólica, los valdenses
asumieron la condición humana abatida y sufriente, porque sabían, por su
lectura del Evangelio, que la misericordia de Dios se dirige
preferentemente hacia los «pequeños», más que hacia los poderosos.
Esta pobreza en función del evangelio, no sólo constituía un rechazo de la
falsa seguridad de los bienes materiales, sino también de la tentación
seductora de ejercer el poder coercitivo político que le permitiría organizar
o dirigir la sociedad civil. Los valdenses percibían su situación presente
como una oportunidad para anticipar, mediante la obediencia de la fe, la
venida liberadora del reino de Dios. Esta visión daba sentido a la vida
clandestina soportada por los conventículos valdenses durante los siglos
de persecución atroz.
Los testimonios unánimes destacan que los valdenses en todas partes
rehusaban prestar juramento y que reprobaban la violencia y cualquier
uso de la espada al servicio de la justicia, fuera ésta eclesiástica o civil. La
Iglesia medieval hacía una distinción entre las reglas impuestas a todos
los cristianos y los consejos de perfección propuestos para los monjes. La
cristiandad incluía las enseñanzas halladas en el Sermón del Monte
entre los, así llamados, «consejos». Sin embargo, los valdenses
afirmaban que éste estaba dirigido a todo cristiano.
El juramento jugaba un papel de fundamental importancia en la
cristiandad medieval. La pirámide social estaba basada en relaciones
sociales que se aseguraban mediante los juramentos de lealtad.
Romperlos era una falta muy grave, proscrita y sancionada por la ley,
tanto religiosa como civil. Pero rehusarlos se consideraba más grave aún,
porque equivalía a un rechazo del orden establecido —ese ordenamiento
jerárquico de la sociedad político-religiosa medieval— en favor de una
libertad de consecuencias imprevisibles. La alternativa valdense era
interpretada como una amenaza muy grave, y por ello fueron perseguidos
sin tregua. Sin embargo, los Pobres de Lyon sencillamente eran
consecuentes. La predicación del evangelio debía ser libre, independiente
de las estructuras sociopolíticas. La vida de las comunidades cristianas
también debía ser libre, independiente de los controles sociopolíticos.
El valdismo medieval fue consecuente también en su rechazo de la
violencia, fuera esta provocada por las armas en la guerra o por la
espada de la justicia. La protesta valdense tendía a desacralizar el poder
temporal que la Iglesia había sancionado y, luego, usurpado para sus
propios beneficios. Los valdenses interpretaron Romanos 13 de tal forma
que no fuera utilizado para justificar el uso de la espada en provecho de la
autoridad dominante. Decían que Pablo, para hacerse comprender por
sus contemporáneos, se habría servido de una noción de poder, tal como
había sido definido por los hombres, pero no pretendía desarrollar una
doctrina divina del Estado. Por su parte, los valdenses se atenían a la
advertencia de Jesús: no ejercer la autoridad como lo hacen los reyes de
las naciones (Lucas 22:25-26) [16].
«Los valdenses de los siglos XIII y XIV fueron rebeldes, pero no
revolucionarios, y su no-violencia no fue un principio abstracto,
teóricamente rígido, sino la consecuencia de una opción en favor de
los hermanos más pequeños del Señor, de una solidaridad actuante»
[17].
El movimiento valdense se destacó por el carácter popular de su
exclusivo biblicismo. Las Escrituras en la lengua vernácula jugaron un
papel fundamental desde los mismos inicios del valdismo. Aprendían de
memoria pasajes bíblicos enteros en su lengua materna. El mensaje
bíblico ejerció una influencia de enormes consecuencias sobre la vida
cotidiana de la gente sencilla. En una era anterior a la imprenta, los
ejemplares manuscritos resultaban costosos y escasos. Por eso, la
principal forma de difundir el mensaje bíblico era su memorización y
transmisión a viva voz.
El biblicismo de los valdenses influyó poderosamente en la formación de
una espiritualidad altamente bíblica, que contrastaba notablemente con la
espiritualidad católica medieval. No respetaban las disposiciones oficiales
sobre los ayunos, las festividades estipuladas en el calendario litúrgico,
las oraciones por los muertos, la veneración de María y los santos, la
jurisdicción pontificia, etc. Cuestionaban una buena parte de las formas
litúrgicas populares de la época: lugares e instrumentos considerados
sagrados, imágenes de Cristo, las campanas, los órganos, las
peregrinaciones y procesiones en honor a los santos y mártires, etc.
Solían comparar los cantos litúrgicos del catolicismo medieval con el
«ladrido de los perros».
Su biblicismo también produjo grandes diferencias doctrinales entre los
valdenses y el catolicismo medieval. No creían en el purgatorio, tan
importante para el sistema penitencial en la religión popular. Rechazaron
la práctica de interceder por medio de los santos y las oraciones
prescritas de la Iglesia. Por su parte, se limitaban al Padrenuestro y las
oraciones libres. En su celebración eucarística, reconocían como válidas
sólo las palabras bíblicas de la institución de la Cena. En el fondo, sus
prácticas representaban una protesta contra la arrogancia de la iglesia
establecida que pretendía que fuera de las instituciones sacramentales,
dispensadas y controladas por ella, no habría salvación.
Una reunión típica entre los valdenses medievales solía consistir en una
celebración al aire libre al caer la noche, presidida por un hermano
itinerante, con una oración que introducía la predicación basada en algún
texto tomado de los Evangelios o de las Epístolas. Los participantes no
sólo escuchaban el mensaje, sino que le acompañaban al hermano,
comiendo con él y ofreciéndole hospedaje. Todo formaba un conjunto,
mediante el cual se actualizaba la comunión en su sentido bíblico de
comprometerse mutuamente, estar en unidad, compartir y anticipar el
reino de Dios.
Según un informe inquisitorial del año 1388, durante una comida valdense
«uno de ellos puso en manos del ministro un pan de trigo y éste lo
bendijo, lo partió y dio de él a cada uno de los presentes ... y todos
besaron uno por uno aquel pan, luego comieron. Después de esto, una
anciana, tras haber bebido primero, pasó a todos la vasija» [18]. De modo
que, entre los valdenses la eucaristía era un acto profundamente
comunitario en el que todos participaban y, en principio, cualquier
hermano o hermana podía presidir.
Su biblicismo radical también les llevó a reclamar su derecho a bautizar, y
aun a repetir el bautismo en aquellos casos en que el bautismo había sido
administrado por un sacerdote indigno. En esto ellos seguían los
antecedentes donatistas del siglo IV.
Hubo ciertas estructuras comunitarias que llegaron a caracterizar al
movimiento valdense. En un principio, los Pobres de Lyon eran una
comunidad de predicadores, abierta a recibir a todo aquel que sentía esa
vocación. No hubo ocasión, al principio, de definirse como institución
eclesial. Su misión era carismática y tomaba la forma de un ministerio
evangelizador y comunitario. Se abría tanto a las mujeres como a los
hombres. Se valorizaba al laicado, ya que se componía de todo un pueblo
(laos) de Dios convocado a la misión evangelizadora.
Pero, con la adhesión de los Pobres lombardos, con sus comunidades de
fe y trabajo, se añadiría un nuevo elemento eclesiológico en el valdismo.
A partir de entonces existían comunidades eclesiales que proveían una
base destinada a nutrir el empuje misionero de los predicadores. Estas
nuevas comunidades eclesiales llegaron a conocerse como «amigos»,
mientras que los predicadores siguieron llamándose «pobres» o
«hermanos». A medida que las personas respondían al mensaje de los
predicadores se formaban comunidades de amigos, que caían bajo las
sospechas de la iglesia oficial. Una cosa semejante había ocurrido entre
los cátaros, donde existían dos grupos, uno llamado los «fieles» y otro los
«perfectos».
Una vez que el carácter minoritario y clandestino había sido impuesto
sobre el movimiento valdense por la persecución, los «pobres» se
convirtieron en «maestros» encargados de la catequesis clandestina de
los nuevos amigos. De esta manera el valdismo medieval se desvinculó
de la cristiandad constantiniana de la época. Con algunas variantes, estas
estructuras comunitarias se extendieron a través de toda Europa y surgió
una distinción funcional entre los ministerios de orden carismático, por
una parte, y el laicado, por otra. Los inquisidores, orientados por sus
experiencias con los cátaros, solían aplicar el nombre de «perfectos» a
los predicadores valdenses, pero los «pobres» mismos preferían el
nombre simple de «hermano» o «hermana» y llamaban a los adeptos
«amigos» o «amigas». Esta terminología la encontramos entre los
valdenses desde Lombardia, en Italia, hasta las orillas del Mar Báltico, en
el norte.
En el siglo XIV hallamos a los hermanos cumpliendo cada vez más
funciones pastorales como confesores y consejeros espirituales, y
envueltos menos en la predicación evangelizadora. Otras designaciones
empleadas incluyen, «sandaliados», «maestros», «apóstoles»,
«mensajeros» y «barbas». «Barba» (del latín barbanus, tío)
posteriormente, llegó a ser característico de los valdenses en los Alpes.
Estos títulos reflejan la variedad de ministerios que cumplían y el afecto
que sentían los «amigos» hacia ellos. En su itinerancia clandestina, los
hermanos, y las hermanas, solían viajar de dos en dos, calzados con
sandalias, según el ejemplo apostólico (Marcos 6:7, 9).
En principio, los maestros valdenses serían iguales entre ellos. Pero se
les reconoció más autoridad a los «hermanos» dedicados a la predicación
itinerante. Los de edad avanzada se reunían anualmente para dar un
desarrollo ordenado a su misión. Y este ministerio fue considerado más
importante que los ministerios pastorales más comunes.
El movimiento valdense, iniciado en un plano netamente carismático,
influenciado por la necesidad de sobrevivir en la clandestinidad y en
confrontación con la iglesia establecida, asumió gradualmente las
estructuras eclesiales que lo llegaron a caracterizar. El apostolado de los
«pobres» dedicados a la predicación evangelizadora seguía siendo muy
apreciado. Luego, debido a la forma minoritaria y clandestina en que se
veían obligados a sobrevivir, estaban los «hermanos» dedicados a una
variedad de ministerios pastorales. Finalmente, estaban las comunidades
de «amigos», servidos por los primeros dos, que seguían proveyendo la
base social necesaria para sostener los ministerios de los dos primeros.
El desarrollo posterior del movimiento valdense
El valdismo sobrevivió en la clandestinidad, principalmente en los valles
alpinos en el norte de Italia. En el siglo XVI una mayoría valdense hizo
causa común con la reforma protestante, alineándose doctrinal y
organizacionalmente con la tradición calvinista reformadá. Pero la nueva
visibilidad que este evento provocó simplemente condujo a una mayor
persecución. Por ejemplo, en once días en el mes de junio de 1569, la
población valdense en Calabria fue diezmada por las tropas españolas.
Perecieron unos dos mil; fueron apresados unos mil seiscientos; y
muchos más fueron condenados a las galeras. No fue sino hasta 1848
cuando se le concedió libertad religiosa al remanente valdense
perseguido en Italia [19].
Hoy día, se encuentran iglesias valdenses a lo largo de Italia, desde los
Alpes en el norte, hasta Sicilia en el sur. Además, existen colonias muy
importantes de valdenses que emigraron a Uruguay y Argentina a fines
del siglo pasado. Mantienen una excelente Facultad de Teología,
prácticamente en la sombra del Vaticano, en Roma. Pero un interés vivo
en la visión original valdense se limitaría a una minoría muy pequeña de
individuos. Recientemente en el Uruguay, algunos de sus pastores
jóvenes han llegado a cuestionar ciertos elementos constantinianos en la
Iglesia, dejando de bautizar a sus niños infantes y permitiendo que ellos
mismos se comprometan a una militancia valdense mediante sus propios
votos libremente asumidos.