Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas Autor UNICEF-91-138

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-¡Eh, quieta ahí! –Dijo el sastrecillo, y la agarró por una pata-.

No sé
si eres comestible o no, pero tengo mucha hambre y no puedo pararme a
escoger. Voy a asarte.
-¡No, por favor, no me ases! –Gritó la cigüeña-. Soy un ave sagrada,
y nadie se atreve a hacerme daño. Yo traigo suerte a los hombres, y si te
portas bien conmigo, algún día te lo pagaré.
-Bueno, qué le vamos a hacer; vete zanquilarga.
La cigüeña extendió las alas, encogió las patas y echó a volar. Y el
sastre dijo:
-¿Qué voy a hacer ahora? Tengo un hambre horrible, y me comería
lo primero que viera.
Y en aquel momento vio dos patitos que nadaban en un charco.
-¡Hombre, estos patos me vienen que ni de encargo! –dijo el sastre, y
cogió uno. Ya iba a retorcerle el pescuezo, cuando un pato viejo que estaba
entre los juncos salió graznando, se acercó con el pico muy abierto y pidió
al sastre que no matara a sus hijos.
-¡Pobres hijitos míos, no me los mates! ¡Piensa en lo triste que se
pondría tu padre si alguien te matara a ti!
-Tienes razón –dijo el sastrecillo- Anda, llévate a tus hijos.
Dejó a los patitos en el agua, y en esto vio en el hueco de un árbol
muchas abejas que entraban y salían.
-¡Vaya, al fin podré comer algo; aquí debe haber buena miel-dijo el
sastre.
Pero la abeja reina salió muy enfadada, y le dijo:
-Como toques a mis abejas o nos rompas el panal, te acribillaremos
con nuestros aguijones; pero si nos dejas tranquilas y te marchas, algún
día haremos algo por ti.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 91


El sastrecillo comprendió que tampoco podía comer miel, y se fue
hacia la ciudad con el estómago vacío. Era ya el mediodía, y se metió en
una posada donde pudo al fin comer. Entonces comprendió que había
llegado la hora de ponerse a trabajar, y recorrió la ciudad hasta que
encontró un sastre que le tomó a su servicio; y como el sastrecillo era muy
trabajador y sabía bien su oficio, se hizo famoso en poco tiempo y todo el
mundo le encargaba sus trajes. Y un buen día, el rey le nombró sastre-real.
Pero aquel mismo día habían nombrado zapatero-real a su antiguo
compañero de camino; cuando el zapatero le vio y se dio cuenta de que ya
no estaba ciego, se asustó y se puso a pensar en el modo de echarle de allí;
y una tarde, cuando terminó su trabajo, fue donde el rey y le dijo:
-Señor rey, ese sastre es un fanfarrón, y ha dicho que encontrará la
corona de oro que se perdió hace tantos años.

¡Pues ahora mismo le mandaré que la busque, y si no la encuentra


tendrá que marcharse de mi ciudad! –dijo el rey.
Y el sastrecillo, cuando supo lo que quería el rey, pensó: “Será mejor
que me marche de la ciudad ahora mismo, porque no voy a buscar esa
corona que nadie ha podido encontrar nunca”.
Preparó sus cosas y salió de la ciudad, pero cuando cruzó la puerta
de la muralla, le dio pena, porque en aquella ciudad estaba ganando
mucho dinero y lo pasaba muy bien. Llegó al charco de los patos, y vio
al pato viejo que se estaba limpiando las plumas con el pico; el pato le
reconoció en seguida y le preguntó por qué andaba tan triste.
El sastrecillo le contó lo que le había pasado, y el pato dijo:
-No te preocupes; eso tiene fácil arreglo. La corona de oro se cayó
a este charco, y está todavía en el fondo. Ahora mismo la sacaré; tú pon el
pañuelo en la orilla.

92 El Retorno a la Alegría
Entonces el pato se metió en el agua con sus doce hijos, y a los
cinco minutos salieron del fondo. El pato grande llevaba la corona de oro
sobre las alas, y sus doce patitos le ayudaban a sostenerla con sus picos.
Se acercaron a la orilla, dejaron la corona sobre el pañuelo, y el sol la hizo
brillar de un modo maravilloso. El sastrecillo ató la corona en su pañuelo,
se la llevó al rey, y el rey se puso contentísimo y le regaló un collar de oro.
Cuando el zapatero vio lo mal que le habían salido las cosas, se
puso a pensar en otra trampa para echar de allí al sastre, y un día dijo al
rey:
-Señor rey, el sastre sigue siendo un fanfarrón; ahora ha dicho que
puede hacer, con cera, un palacio igual a éste, con sus muebles y todo.
El rey llamó al sastre y le dijo que hiciera lo que había dicho; que
construyera con cera un palacio igual que el suyo, con todos sus muebles.
Y que si no lo conseguía, o faltaba algún detalle, le encerraría en un
calabozo para toda la vida.
El sastre pensó que el rey le pedía cosas demasiado difíciles, y
recogió sus ropas y se marchó de la ciudad; y cuando llegó al árbol hueco
donde estaban las abejas, la reina salió a saludarle y le preguntó por qué
andaba tan preocupado. El sastrecillo le contó lo que quería el rey, y la
abeja-reina le dijo:
-Vuelve a tu casa, y ven por aquí mañana a esta hora, con un
pañuelo grande. Ya verás cómo todo sale bien.
El sastre volvió a la ciudad, y las abejas, mientras tanto, entraron
en el palacio por las ventanas y se pusieron a curiosearlo todo; volvieron
después a su colmena y empezaron a construir un palacio igualito que el
del rey, y lo hacían muy de prisa y muy bien hecho, con todos sus detalles.
Por la tarde ya lo tenían terminado; y cuando fue el sastre, se quedó
asombrado al ver lo bien que les había salido, con todas las tejas, y todos
los muebles, y aquel olor tan bueno a cera y miel. Lo envolvió con cuidado

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en su pañuelo, se lo llevó al rey, y el rey se quedó maravillado y puso el
palacio de cera en lo mejor del salón y al sastre le regaló una hermosa casa
de piedra.
Pero el zapatero estaba cada vez más rabioso y volvió a decirle al
rey:
-Señor rey, ese sastre sigue presumiendo; ahora dice que es capaz de
hacer salir una fuente de agua clara en el patio del palacio.
El rey llamó al sastre y le dijo:
-Si mañana no hay en mi patio una fuente de agua abundante y
clara, haré que te corten el cabeza allí mismo.
El sastre recogió otra vez sus cosas a toda prisa y se marchó de la
ciudad; iba llorando por el campo, cuando se le acercó el potrillo, que ya
era un hermoso caballo grande, y le dijo:

-Ahora puedo pagarte el favor que me hiciste; sé lo que te pasa, y te


voy a ayudar; móntate en mí, que ya tengo fuerzas para llevar a dos como
tú.
El sastre se montó, y el caballo salió galopando hacia la ciudad,
entró en el palacio y se puso a dar vueltas por el patio; y a la tercera vuelta,
se cayó al suelo, se oyó un ruido terrible, y un trozo de tierra del centro
del patio saltó por el aire, y empezó a brotar agua del agujero que había
quedado; el agua era clara y subía con fuerza, como un surtidor. El rey, que
lo vio, se quedó maravillado; salió al patio abrazó al sastre delante de todo
el mundo y se sentó a mirar cómo brillaba el sol en la nueva fuente de su
patio.
Pero el zapatero, más envidioso y más rabioso que nunca, ya estaba
pensando otra maldad. El rey tenía varias hijas muy guapas, pero no tenía
ningún hijo; y al zapatero se le ocurrió ir a decirle:

94 El Retorno a la Alegría
-Señor rey, ese sastre es cada vez más presumido; ahora dice que, si
él quisiera, le traería al rey un hijo volando por el aire.
-El rey llamó al sastrecillo, y le dijo:
-Si me das un hijo antes de nueve días, te podrás casar con mi hija
mayor.
Y el sastre pensó: “Eso sería un buen premio, pero no sé cómo voy a
conseguirlo. Es demasiado difícil”.
Se marchó a su casa, se sentó a pensar, y al fin decidió marcharse
de la ciudad, porque no veía la forma de llevarle un hijo al rey. Y cuando
llegó a un prado, encontró a su amiga la cigüeña, que se estaba paseando
muy seria, y de vez en cuando se paraba, miraba a una rana, se la comía y
seguía caminando; cuando la cigüeña vio al sastre, se acercó a saludarle y
le dijo:
-Veo que llevas todas tus cosas en el morral. ¿Por qué te marchas
de la ciudad?
El sastrecillo le contó lo que quería el rey, y la cigüeña le dijo:
-No te preocupes por eso; llevo siglos dejando niños en esa ciudad,
y no me cuesta nada dejar un principito al rey. Vuelve a tu casa y espera
tranquilo, y dentro de nueve días te presentas en palacio, que yo iré allí.
El sastre volvió a su casa, y a los nueve días se presentó en el
palacio; y en cuanto entró, apareció volando la cigüeña, que llevaba en el
pico un niño hermosísimo; la cigüeña llamó a la ventana, el sastre abrió, y
cogió al niño y se lo llevó a la reina. La reina se puso contentísima; empezó
a besar a su niñito, y se lo enseñó al rey. Y la cigüeña, en su saco de viaje,
había llevado también dulces y se los repartieron a las princesas; a la
mayor no le dieron golosinas, porque ya era grande, pero, en cambio, le
dieron por marido al simpático sastrecillo.
-Es como si me hubiera tocado el premio gordo de la lotería –dijo el

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 95


sastre-. Mi madre tenía razón cuando decía que todo se puede conseguir
confiando en Dios.
Estaba contentísimo. Y al malvado zapatero le obligaron a hacerle
unos zapatos para la boda, y luego le echaron de la ciudad; y cuando iba
hacia el bosque, llegó al campo donde estaba la horca, y como estaba
tan cansado del calor, y de la rabia que tenía, se tumbó allí a descansar. Y
en aquel momento, los dos cuervos que estaban posados en las cabezas
de los ahorcados, bajaron volando y le sacaron al zapatero los ojos. El
zapatero echó a correr desesperado del dolor y se metió en el bosque, y
seguramente se murió allí, porque nadie ha vuelto a verle ni a saber de él
desde entonces.

96 El Retorno a la Alegría
E l Pájaro de Oro
Por : Jacobo y Guillermo Grimm

Hace mucho tiempo, vivía un rey que tenía un hermoso jardín


detrás de su castillo. En el jardín había un árbol que daba manzanas de
oro. Cuando las manzanas empezaban a madurar, las contaban y una
mañana vieron que faltaba una manzana. Se lo dijeron al rey, y el rey
mandó que todas las noches se quedara uno de sus hijos guardando el
árbol. La primera noche se quedó el hijo mayor; pero le entró el sueño, se
durmió, y a la mañana siguiente faltaba otra manzana. La segunda noche
se quedó de guardia el segundo hijo del rey; y le entró sueño a él también,
y mientras dormía desapareció otra manzana.
Le llegó el turno al tercer hijo del rey. Su padre no se fiaba
mucho de él, pero por fin le dejó de guardia. El príncipe pequeño se echó
debajo del árbol, pero hizo lo posible por no dormirse. Dieron las doce
de la noche, se oyó un ruido por el aire; el príncipe miró, y a la luz de la
luna vio un pájaro que brillaba como el oro. El pájaro se posó en el árbol,
y ya estaba cogiendo una manzana, cuando el príncipe le disparó una
flecha, y el pájaro echó a volar; pero la flecha le había rozado, y se le cayó
una pluma de oro. El príncipe cogió la pluma, y a la mañana siguiente se
la llevó al rey su padre. El rey reunió a su corte y todos vieron la pluma y
dijeron que valía muchísimo, más que todo el reino. Entonces dijo el rey:
-Si esta pluma vale tanto, quiero tener el pájaro entero.
El hijo mayor se fue en busca del pájaro de oro, el hijo mayor

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se creía muy listo. Se encontró con una zorra, le apuntó con su escopeta, y
entonces la zorra le dijo:
-Si no me matas, te diré una cosa: tú vas buscando al pájaro
de oro, y esta noche llegarás a un pueblo; en el pueblo hay dos posadas:
una tendrá luz, y dentro estarán cantando y bailando. No entres en esa
posada, sino en la otra, aunque te parezca muy fea.
-¡ No eres más que un animal estúpido, y no tienes por qué darme
consejos ¡
El príncipe se burló de la zorra, volvió a apuntar y disparó; pero no
acertó, y la zorra se escapó por el bosque, corriendo con el rabo tieso. El
príncipe siguió andando; por la noche llegó al pueblo de las dos posadas:
una posada estaba encendida, y la otra apagada. Y el príncipe entró en la
posada encendida, donde se oían canciones y bailes; se puso a cantar y a
bailar, y se olvidó de la zorra, del pájaro de oro y de su padre el rey.
Pasó el tiempo, y el príncipe no volvía al castillo; entonces el
segundo hijo del rey se fue a buscar el pájaro de oro. También él se
encontró con la zorra, y la zorra le dijo lo mismo que a su hermano; y
también aquel príncipe llegó al pueblo y se metió en la posada donde
cantaban y bailaban, y allí se quedó con su hermano, de juerga.
Pasó mucho tiempo. El tercer hijo del rey quiso salir a buscar el
pájaro de oro, pero su padre no se fiaba mucho de él. Su padre creía que el
pequeño era tonto; pero como se empeñaba en ir, le dio permiso.
El príncipe pequeño llegó al bosque, se encontró a la zorra, le
apuntó con su escopeta, y la zorra dijo que le perdonara la vida y el
príncipe se la perdonó. La zorra se lo agradeció mucho, y le dijo:
-Por bueno, te voy a ayudar. Súbete a mi rabo, y así llagarás antes.
El príncipe se subió al rabo de la zorra, y ella echó a correr; y corría
tanto que se oía silbar el viento. Llegaron al pueblo, el príncipe se bajó del
rabo, obedeció a la zorra y se metió a la posada pobre y fea. Durmió allí, y

98 El Retorno a la Alegría
por la mañana la zorra le estaba esperando y le dijo:
-Ahora te voy a explicar lo que tienes que hacer: iremos siempre
en línea recta, y llegarás a un palacio; delante del palacio verás muchos
soldados tirados por el suelo; tú no hagas caso, porque los soldados
estarán dormidos. Pasa entre ellos, métete en el palacio y atraviesa todas
las habitaciones, hasta que llegues a una muy pequeña; allí verás al pájaro
de oro en una jaula de madera. Al lado habrá una jaula de oro, vacía; no
cambies al pájaro de jaula porque lo pasarías mal.
La zorra estiró el rabo; el príncipe se volvió a montar, y echaron otra
vez a correr por el campo. Llegaron al palacio, el príncipe se bajó, caminó
en línea recta, y encontró todo lo que había dicho la zorra; atravesó las
habitaciones y llegó a la que tenía las jaulas. Y allí por el suelo estaban tres
manzanas de oro de su jardín. El príncipe, sin acordarse de los consejos
de la zorra, pensó que era una pena que un pájaro tan hermoso estuviera
en una jaula tan fea, y lo sacó y lo metió en la jaula de oro. Pero en aquel
momento, el pájaro dio un grito terrible; los soldados se despertaron,
entraron en el palacio y cogieron el príncipe.
A la mañana siguiente, lo llevaron ante los jueces y le condenaron
a muerte; pero el rey de aquel palacio dijo que le perdonaría la vida si
conseguía llevarle un caballo de oro que corría más que le viento; si el
príncipe encontraba el caballo le daría de premio el pájaro de oro.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque
no sabía dónde buscar el caballo de oro; pero en esto se encontró con su
amiga la zorra, que le dijo:
-¿Ves? Por no hacerme caso. Pero no te apures que te diré
cómo puedes encontrar el caballo de oro: tienes que ir en línea recta y
encontrarás un castillo; en la cuadra del castillo está el caballo. Delante
de la cuadra verás a los criados dormidos, y podrás sacar el caballo; pero
fíjate bien en lo que te digo: no le pongas al caballo la silla de oro que hay
en la cuadra, sino una silla vieja que está al lado.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 99


La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr por
el campo, y corría tanto que oían silbar el viento. Llegaron al castillo, y
todo estaba como había dicho la zorra: los criados dormidos delante
de la cuadra, y el caballo de oro dentro. Pero el príncipe al ver aquel
caballo tan hermoso, no quiso ponerle la silla vieja y le puso la de oro. Y,
en aquel momento, el caballo empezó a relinchar como loco. Los criados
se despertaron, cogieron preso al príncipe y por la mañana le llevaron
delante de los jueces, que le condenaron a muerte. Pero el rey de aquel
castillo dijo que le perdonaría la vida y le regalaría el caballo de oro, si le
traía a la princesa del Castillo de Oro, que era una princesa muy hermosa.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque no
sabía dónde encontrar a la princesa del Castillo de Oro. Pero en esto, se
encontró a la zorra.
-¿Lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Pero me das pena y te volveré
a ayudar. Este camino va derecho al Castillo de Oro; llegarás al atardecer.
Por la noche, la princesa saldrá a bañarse; cuando pase delante de ti,
te acercas a ella y le das un beso. Entonces la princesa te seguirá y te la
podrás llevar. Pero, escucha bien lo que te digo: que la princesa no se
despida de sus padres, porque lo pasarás mal.
La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr; y
corrían tan de prisa que oían silbar el viento. Llegaron al Castillo de Oro, y
pasó todo lo que había dicho la zorra: la princesa salió a bañarse cuando
se hizo de noche, y el príncipe se acercó a ella y le dio un beso. Entonces la
princesa dijo que se marcharía con él, pero que tenía que despedirse de sus
padres. Al principio el príncipe no quería que fuera, pero ella lloró tanto,
que le dio pena y la dejó; y en el momento en que la princesa se acercó a la
cama de su padre, aquel rey se despertó y llamó a sus soldados y cogieron
preso al príncipe. Por la mañana le dijo el rey:
-Estás condenado a muerte; pero te perdonaré si quitas del medio
esa montaña que hay delante de mis ventanas y me tapa la vista. Tendrás

100 El Retorno a la Alegría


que quitarla en ocho días; si lo consigues, te puedes casar con mi hija.
El pobre príncipe se puso a cavar y a cavar; y a los siete días empezó
a desesperarse, al ver lo poco que había adelantado. Pero, por la noche,
llegó su amiga la zorra y le dijo:
-¿Lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Bueno, anda; vete a dormir,
que yo trabajaré por ti.
Y cuando el príncipe se despertó por la mañana, vio que la montaña
había desaparecido. Se puso muy contento, y corrió a decirle al rey que
la montaña ya no le taparía la vista; y el rey, a regañadientes, le dejó
marcharse con la princesa.
Llevaban un rato andando los dos, cuando se les acercó la zorra:
-Mira, Príncipe; esta princesa es el mejor premio, pero con ella tienes
que llevarte el caballo de oro.
-¿Cómo me lo darán?
-Lleva a la princesa al castillo donde está el caballo; el rey se pondrá
muy contento al verla y te dará el caballo de oro. Te montas en el caballo,
y vas dando la mano a todos, para despedirte; cuando des la mano a la
princesa, la subes al caballo de un tirón y la montas a tu lado; y como el
caballo es más ligero que el viento, nadie os podrá alcanzar.
Todo pasó como dijo la zorra: el caballo salió al galope y su dueño el
rey no pudo alcanzar al príncipe y a la princesa. La zorra corría al lado del
caballo y dijo al príncipe:
-Ahora vamos a buscar el pájaro de oro. Cuando lleguemos al
palacio, la princesa se bajará del caballo y yo cuidaré de ella; tu llevas el
caballo al rey, que se pondrá muy contento y te regalará el pájaro de oro. Y
entonces, pones el caballo al galope y recoges a la princesa.
Todo salió muy bien; ya tenía el príncipe el pájaro de oro, el caballo
de oro y la princesa del Castillo de Oro. Entonces la zorra dijo:

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 101


-Tienes que pagarme todos mis servicios.
-Claro, amiga zorra. ¿Qué quieres que te dé?
-Quiero que, al llegar al bosque, me mates de un tiro y me cortes la
cabeza y las patas.
-¡Bonita recompensa! No, no puedo hacer eso contigo, zorrita.
-Bueno, como quieras; pero no puedo seguir a tu lado. Voy a darte el
último consejo: no compres carne de ahorcado, ni te sientes al borde de un
pozo.
La zorra se marchó y el príncipe se quedó pensando: “¡Qué cosas
tiene este animal! ¿Por qué iba a comprar carne de ahorcado? Y nunca se
me ha ocurrido sentarme al lado de un pozo”.
Se fue a caballo con la princesa, y llagaron al pueblo donde se
habían quedado sus dos hermanos: había mucho jaleo y mucha gente,
y el príncipe oyó decir que iban a ahorcar a dos hombres. Se acercó a la
horca, y vio con espanto que eran sus dos hermanos, que no habían hecho
más que maldades y se habían arruinado con tantas juergas. El príncipe
preguntó cómo podría salvar a sus hermanos, y le dijeron:
-Si pagas por ellos, los puedes salvar; pero ¿A quién se le ocurre
salvar a dos malhechores?
El príncipe no hizo caso de lo que decían; pagó por sus hermanos
y se los llevó también, camino de su casa. Llegaron al bosque, y los
hermanos dijeron:
-Hace mucho calor; vamos a sentarnos al lado de ese pozo, para
comer y descansar.
El príncipe pequeño se olvidó del consejo de la zorra, y se sentó al
borde del pozo sin sospechar nada; pero los bandidos de sus hermanos le
empujaron y le tiraron al pozo; y luego se llevaron a la princesa, al caballo
y al pájaro de oro, y se fueron al castillo de su padre.

102 El Retorno a la Alegría


-¡Padre, mira! ¡Mira lo que traemos! Aquí está el pájaro de oro y
además hemos conquistado el caballo de oro y la princesa del Castillo de
Oro.
El padre y toda la corte se pusieron contentísimos; pero el caballo
no quería comer, el pájaro no cantaba y la princesa no hacía más que
llorar.
Sin embargo, el príncipe pequeño no se había ahogado; el pozo
estaba seco, y al caer se dio en el musgo blando y no se hizo daño. Lo que
no podía era salir. Pero la zorra tampoco le abandonó en aquel apuro, y
llegó a todo correr.
-¿Lo ves, lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Bueno, te sacaré de
aquí.
Metió el rabo en el pozo, el príncipe se agarró, la zorra tiró fuerte y le
sacó.
-Pero ahora ten cuidado, porque tus hermanos no están seguros de
que te hayas muerto, y han puesto guardias por todo el bosque para que
te maten si te ven.
Al borde del camino había un pobre; el príncipe le dio sus vestidos
y se puso los del pobre, y llegó así al palacio de su padre. No le reconoció
nadie; pero el pájaro empezó a cantar, el caballo se puso a comer y la
princesa dejó de llorar.
-¿Qué les ha pasado de pronto al pájaro, al caballo y a la princesa?
–preguntó el rey.
Y la princesa dijo:
-No sé qué me ha pasado. Estaba triste, y de pronto me ha entrado
mucha alegría. Es como si hubiera llegado mi verdadero novio.
Y entonces la princesa le contó al rey todo lo que habían hecho
los príncipes en el bosque, aunque los dos príncipes mayores le habían

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 103


dicho que la matarían si lo contaba. El rey, furioso, llamó a todos los que
estaban en el palacio; y también fue el príncipe pequeño, vestido de pobre.
La princesa le reconoció enseguida y le abrazó; y a los malos hermanos
los condenaron a muerte. El príncipe pequeño se casó con la princesa y
heredó el reino de su padre.
¿Qué pasó con la zorra? Pues la zorra se encontró un día en el
bosque con el príncipe y le dijo:
-tú ya lo tienes todo, pero yo sigo siendo muy desgraciada, cuando
tú me podrías salvar. ¡Mátame de un tiro y córtame la cabeza y las patas!
El príncipe la mató y le cortó la cabeza y las patas; y entonces, la
zorra se convirtió en un hombre, que no era otro que el hermano de la
princesa del Castillo de Oro; y es que le había hechizado un mago. Desde
aquel día todos fueron muy felices.

104 El Retorno a la Alegría


E l Patito Feo
Por : Hans Christian Andersen

¡ Q ué hermosa estaba la campiña! Había llegado el verano: el trigo


estaba amarillo; la avena, verde; la hierba de los prados, cortada ya,
quedaba recogida en los pajares, en cuyos tejados se paseaba la cigüeña,
con sus largas patas rojas, hablando en egipcio, que era la lengua que le
enseñara su madre. Rodeaban los campos y prados grandes bosques, y
entre los bosques se escondían lagos profundos. ¡Qué hermosa estaba la
campiña! Bañada por el sol levantábase una mansión señorial, rodeada
de hondos canales, y desde el muro hasta el agua crecían grandes plantas
trepadoras formando una bóveda tan alta que dentro de ella podía estar
de pie un niño pequeño, mas por dentro estaba tan enmarañado, que
parecía el interior de un bosque. En medio de aquella maleza, una gansa,
sentada en el nido, incubaba sus huevos. Estaba ya impaciente, pues
¡tardaban tanto en salir los polluelos, y recibía tan pocas visitas!
Los demás patos preferían nadar por los canales, en vez de entrar a
hacerle compañía y charlar un rato.
Por fin empezaron a abrirse los huevos, uno tras otro. «¡Pip, pip!»,
decían los pequeños; las yemas habían adquirido vida y los patitos
asomaban la cabecita por la cáscara rota.
- ¡cuac, cuac! - gritaban con todas sus fuerzas, mirando a todos
lados por entre las verdes hojas. La madre los dejaba, pues el verde es
bueno para los ojos.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 105


- ¡Qué grande es el mundo! -exclamaron los polluelos, pues ahora
tenían mucho más sitio que en el interior del huevo.
- ¿Creéis que todo el mundo es esto? -dijo la madre-. Pues andáis
muy equivocados. El mundo se extiende mucho más lejos, hasta el otro
lado del jardín, y se mete en el campo del cura, aunque yo nunca he estado
allí. ¿Estáis todos? -prosiguió, incorporándose-. Pues no, no los tengo
todos; el huevo gordote no se ha abierto aún. ¿Va a tardar mucho? ¡Ya
estoy hasta la coronilla de tanto esperar!
- Bueno, ¿qué tal vamos? -preguntó una vieja gansa que venía de
visita.
- ¡Este huevo que no termina nunca! -respondió la clueca-. No
quiere salir. Pero mira los demás patitos: ¿verdad que son lindos? Todos se
parecen a su padre; y el sinvergüenza no viene a verme.
- Déjame ver el huevo que no quiere romper -dijo la vieja-. Créeme,
esto es un huevo de pava; también a mi me engañaron una vez, y pasé
muchas fatigas con los polluelos, pues le tienen miedo al agua. No pude
con él; me desgañité y lo puse verde, pero todo fue inútil. A ver el huevo. Sí,
es un huevo de pava. Déjalo y enseña a los otros a nadar.
- Lo empollaré un poquitín más dijo la clueca-. ¡Tanto tiempo he
estado encima de él, que bien puedo esperar otro poco!
- ¡Cómo quieras! -contestó la otra, despidiéndose.
Al fin se partió el huevo. «¡Pip, pip!» hizo el polluelo, saliendo de la
cáscara. Era gordo y feo; la gansa se quedó mirándolo:
- Es un pato enorme -dijo-; no se parece a ninguno de los otros; ¿será
un pavo? Bueno, pronto lo sabremos; del agua no se escapa, aunque tenga
que zambullirse a trompazos.
El día siguiente amaneció espléndido; el sol bañaba las verdes hojas
de la enramada. La madre se fue con toda su prole al canal y, ¡plas!, se

106 El Retorno a la Alegría


arrojó al agua. «¡Cuac, cuac!» -gritaba, y un polluelo tras otro se fueron
zambullendo también; el agua les cubrió la cabeza, pero enseguida
volvieron a salir a flote y se pusieron a nadar tan lindamente. Las patitas
se movían por sí solas y todos chapoteaban, incluso el último polluelo
gordote y feo.
- Pues no es pavo -dijo la madre-. ¡Fíjate cómo mueve las patas, y
qué bien se sostiene! Es hijo mío, no hay duda. En el fondo, si bien se mira,
no tiene nada de feo, al contrario. ¡Cuac, cuac! Venid conmigo, os enseñaré
el gran mundo, os presentaré a los patos del corral. Pero no os alejéis de mi
lado, no fuese que alguien os atropellase; y ¡mucho cuidado con el gato!
Y se encaminaron al corral de los patos, donde había un barullo
espantoso, pues dos familias se disputaban una cabeza de anguila. Y al fin
fue el gato quien se quedó con ella.
- ¿Veis? Así va el mundo -dijo la gansa madre, afilándose el pico,
pues también ella hubiera querido pescar el botín-. ¡Servíos de las patas!
y a ver si os despabiláis. Id a hacer una reverencia a aquel pato viejo de
allí; es el más ilustre de todos los presentes; es de raza española, por eso
está tan gordo. Ved la cinta colorada que lleva en la pata; es la mayor
distinción que puede otorgarse a un pato. Es para que no se pierda y para
que todos lo reconozcan, personas y animales. ¡Ala, sacudiros! No metáis
los pies para dentro. Los patitos bien educados andan con las piernas
esparrancadas, como papá y mamá. ¡Así!, ¿veis? Ahora inclinad el cuello y
decir: «¡cuac!».
Todos obedecieron, mientras los demás gansos del corral los
miraban, diciendo en voz alta:
- ¡Vaya! sólo faltaban éstos; ¡como si no fuésemos ya bastantes!
Y, ¡qué asco! Fijaos en aquel pollito: ¡a ése sí que no lo toleramos! -. Y
enseguida se adelantó un ganso y le propinó un picotazo en el pescuezo.
- ¡Déjalo en paz! -exclamó la madre-. No molesta a nadie.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 107


- Sí, pero es gordote y extraño -replicó el agresor-; habrá que
sacudirlo.
- Tiene usted unos hijos muy guapos, señora -dijo el viejo de la pata
vendada-. Lástima de este gordote; ése sí que es un fracaso. Me gustaría
que pudiese retocarlo.
- No puede ser, Señoría -dijo la madre-. Cierto que no es hermoso,
pero tiene buen corazón y nada tan bien como los demás; incluso diría que
mejor. Me figuro que al crecer se arreglará, y que con el tiempo perderá
volumen. Estuvo muchos días en el huevo, y por eso ha salido demasiado
robusto -. Y con el pico le pellizcó el pescuezo y le alisó el plumaje -.
Además, es macho -prosiguió-, así que no importa gran cosa. Estoy segura
de que será fuerte y se despabilará.
- Los demás polluelos son encantadores de veras -dijo el viejo-.
Considérese usted en casa; y si encuentra una cabeza de anguila, haga el
favor de traérmela.
Y de este modo tomaron posesión de la casa.
El pobre patito feo no recibía sino picotazos y empujones, y era el
blanco de las burlas de todos, lo mismo de los gansos que de las gallinas.
«¡Qué ridículo!», se reían todos, y el pavo, que por haber venido al mundo
con espolones se creía el emperador, se henchía como un barco a toda
vela y arremetía contra el patito, con la cabeza colorada de rabia. El pobre
animalito nunca sabía dónde meterse; estaba muy triste por ser feo y
porque era la chacota de todo el corral.
Así transcurrió el primer día; pero en los sucesivos las cosas se
pusieron aún peor. Todos acosaban al patito; incluso sus hermanos lo
trataban brutalmente, y no cesaban de gritar: - ¡Así te pescara el gato,
bicho asqueroso!; y hasta la madre deseaba perderlo de vista. Los patos
lo picoteaban; las gallinas lo golpeaban, y la muchacha encargada de
repartir el pienso lo apartaba a puntapiés.

108 El Retorno a la Alegría


Al fin huyó, saltando la cerca; los pajarillos de la maleza se echaron
a volar, asustados. «¡Huyen porque soy feo!», dijo el pato, y, cerrando los
ojos, siguió corriendo a ciegas. Así llegó hasta el gran pantano, donde
habitaban los patos salvajes; cansado y dolorido, pasó allí la noche.
Por la mañana, los patos salvajes, al levantar el vuelo, vieron a su
nuevo campañero: - ¿Quién eres? -le preguntaron, y el patito, volviéndose
en todas direcciones, los saludó a todos lo mejor que supo.
- ¡Eres un espantajo! -exclamaron los patos-. Pero no nos importa,
con tal que no te cases en nuestra familia -. ¡El infeliz! Lo último que
pensaba era en casarse, dábase por muy satisfecho con que le permitiesen
echarse en el cañaveral y beber un poco de agua del pantano.
Así transcurrieron dos días, al cabo de los cuales se presentaron dos
gansos salvajes, machos los dos, para ser más precisos. No hacía mucho
que habían salido del cascarón; por eso eran tan impertinentes.
- Oye, compadre -le dijeron-, eres tan feo que te encontramos
simpático. ¿Quieres venirte con nosotros y emigrar? Cerca de aquí, en otro
pantano, viven unas gansas salvajes muy amables, todas solteras, y saben
decir «¡cuac!». A lo mejor tienes éxito, aun siendo tan feo.
¡Pim, pam!, se oyeron dos estampidos: los dos machos cayeron
muertos en el cañaveral, y el agua se tiñó de sangre. ¡Pim, pam!, volvió
a retumbar, y grandes bandadas de gansos salvajes alzaron el vuelo de
entre la maleza, mientras se repetían los disparos. Era una gran cacería;
los cazadores rodeaban el cañaveral, y algunos aparecían sentados
en las ramas de los árboles que lo dominaban; se formaban nubecillas
azuladas por entre el espesor del ramaje, cerniéndose por encima del
agua, mientras los perros nadaban en el pantano, ¡Plas, plas!, y juncos y
cañas se inclinaban de todos lados. ¡Qué susto para el pobre patito! Inclinó
la cabeza para meterla bajo el ala, y en aquel mismo momento vio junto
a sí un horrible perrazo con medio palmo de lengua fuera y una expresión

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 109


atroz en los ojos. Alargó el hocico hacia el patito, le enseñó los agudos
dientes y, ¡plas, plas! se alejó sin cogerlo.
- ¡Loado sea Dios! -suspiró el pato-. ¡Soy tan feo que ni el perro quiso
morderme!
Y se estuvo muy quietecito, mientras los perdigones silbaban por
entre las cañas y seguían sonando los disparos.
Hasta muy avanzado el día no se restableció la calma; mas el
pobre seguía sin atreverse a salir. Esperó aún algunas horas: luego echó
un vistazo a su alrededor y escapó del pantano a toda la velocidad que
le permitieron sus patas. Corrió a través de campos y prados, bajo una
tempestad que le hacía muy difícil la huida.
Al anochecer llegó a una pequeña choza de campesinos; estaba
tan ruinosa, que no sabía de qué lado caer, y por eso se sostenía en pie. El
viento soplaba con tal fuerza contra el patito, que éste tuvo que sentarse
sobre la cola para afianzarse y no ser arrastrado. La tormenta arreciaba
más y más. Al fin, observó que la puerta se había salido de uno de los
goznes y dejaba espacio para colarse en el interior; y esto es lo que hizo.
Vivía en la choza una vieja con su gato y su gallina. El gato, al que
llamaba «hijito», sabía arquear el lomo y ronronear, e incluso desprendía
chispas si se le frotaba a contrapelo. La gallina tenía las patas muy cortas,
y por eso la vieja la llamaba «tortita pati¬corta»; pero era muy buena
ponedora, y su dueña la quería como a una hija.
Por la mañana se dieron cuenta de que había llegado un forastero, y
el gato empezó a ronronear, y la gallina, a cloquear.
- ¿Qué pasa? -dijo la vieja mirando a su alrededor. Como no veía
bien, creyó que era un ganso cebado que se habría extraviado-. ¡No se
cazan todos los días! -exclamó-. Ahora tendré huevos de pato. ¡Con tal que
no sea un macho! Habrá que probarlo.

110 El Retorno a la Alegría


Y puso al patito a prueba por espacio de tres semanas; pero no
salieron huevos. El gato era el mandamás de la casa, y la gallina, la señora,
y los dos repetían continuamente: - ¡Nosotros y el mundo! - convencidos de
que ellos eran la mitad del universo, y aún la mejor. El patito pensaba que
podía opinarse de otro modo, pero la gallina no le dejaba hablar.
- ¿Sabes poner huevos? -le preguntó.
- No.
- ¡Entonces cierra el pico!
Y el gato:
- ¿Sabes doblar el espinazo y ronronear y echar chispas?
- No.
- Entonces no puedes opinar cuando hablan personas de talento.
El patito fue a acurrucarse en un rincón, malhumorado. De pronto
acordóse del aire libre y de la luz del sol, y le entraron tales deseos de irse a
nadar al agua, que no pudo reprimirse y se lo dijo a la gallina.
- ¿Qué mosca te ha picado? -le replicó ésta-. Como no tienes
ninguna ocupación, te entran estos antojos. ¡Pon huevos o ronronea, verás
como se te pasan!
- ¡Pero es tan hermoso nadar! -insistió el patito-. ¡Da tanto gusto
zambullirse de cabeza hasta tocar el fondo!
- ¡Hay gustos que merecen palos! -respondió la gallina-. Creo que
has perdido la chaveta. Pregunta al gato, que es la persona más sabia que
conozco, si le gusta nadar o zambullirse en el agua. Y ya no hablo de mí.
Pregúntalo si quieres a la dueña, la vieja; en el mundo entero no hay nadie
más inteligente. ¿Crees que le apetece nadar y meterse en el agua?
- ¡No me comprendéis! -suspiró el patito.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 111


- ¿Qué no te comprendemos? ¿Quién lo hará, entonces? No
pretenderás ser más listo que el gato y la mujer, ¡y no hablemos ya de
mí! No tengas esos humos, criatura, y da gracias al Creador por las cosas
buenas que te ha dado. ¿No vives en una habitación bien calentita, en
compañía de quien puede enseñarte mucho? Pero eres un charlatán
y no da gusto tratar contigo. Créeme, es por tu bien que te digo cosas
desagradables; ahí se conoce a los verdaderos amigos. Procura poner
huevos o ronronear, o aprende a despedir chispas.
- Creo que me marcharé por esos mundos de Dios -dijo el patito.
- Es lo mejor que puedes hacer -respondiole la gallina.
Y el patito se marchó; se fue al agua, a nadar y zambullirse, pero,
todos los animales lo despreciaban por su fealdad.
Llegó el otoño: en el bosque, las hojas se volvieron amarillas y
pardas, y el viento las arrancaba y arremolinaba, mientras el aire iba
enfriándose por momentos; cerníanse las nubes, llenas de granizo y nieve,
y un cuervo, posado en la valla, gritaba: «¡au, au!»,. de puro frío. Sólo de
pensarlo le entran a uno escalofríos. El pobre patito lo pasaba muy mal,
realmente.
Un atardecer, cuando el sol se ponía ya, llegó toda una bandada
de grandes y magníficas aves, que salieron de entre los matorrales; nunca
había visto nuestro pato aves tan espléndidas. Su blancura deslumbraba y
tenían largos y flexibles cuellos; eran cisnes. Su chillido era extraordinario,
y, desplegando las largas alas majestuosas, emprendieron el vuelo,
marchándose de aquellas tierras frías hacia otras más cálidas y hacia
lagos despejados. Eleváronse a gran altura, y el feo patito experimentó
una sensación extraña; giró en el agua como una rueda, y, alargando el
cuello hacia ellas, soltó un grito tan fuerte y raro, que él mismo se asustó.
¡Ay!, no podía olvidar aquellas aves hermosas y felices, y en cuanto dejó
de verlas, se hundió hasta el fondo del pantano. Al volver a la superficie
estaba como fuera de sí. Ignoraba su nombre y hacia donde se dirigían,
112 El Retorno a la Alegría
y, no, obstante, sentía un gran afecto por ellas, como no lo había sentido,
por nadie. No las envidiaba. ¡Cómo se le hubiera podido ocurrir el deseo
de ser como ellas! Habríase dado por muy satisfecho con que lo hubiesen
tolerado los patos, ¡pobrecillo!, feo como era.
Era invierno, y el frío arreciaba; el patito se veía forzado a nadar
sin descanso para no entumecerse; mas, por la noche, el agujero en que
flotaba se reducía progresivamente. Helaba tanto, que se podía oír el
crujido del hielo; el animalito tenía que estar moviendo constantemente
las patas para impedir que se cerrase el agua, hasta que lo rindió el
cansancio, y, al quedarse quieto, lo aprisionó el hielo.
Por la mañana llegó un campesino, y, al darse cuenta de lo ocurrido,
rompió el hielo con un zueco y, cogiendo el patito, lo llevó a su mujer. En la
casa se reanimó el animal.
Los niños querían jugar con él, pero el patito, creyendo que iban a
maltratarlo, saltó asustado en medio de la lechera, salpicando de leche
toda la habitación. La mujer se puso a gritar y a agitar las manos, con lo
que el ave se metió de un salto en la mantequera, y, de ella, en el jarro de la
leche ¡y yo qué sé dónde! ¡Qué confusión! La mujer lo perseguía gritando
y blandiendo las tenazas; los chiquillos corrían, saltando por encima de
los trastos, para cazarlo, entre risas y barullo. Suerte que la puerta estaba
abierta y pudo refugiarse entre las ramas, en la nieve recién caída. Allí se
quedó, rendido.
Sería demasiado triste narrar todas las privaciones y la miseria que
hubo de sufrir nuestro patito durante aquel duro invierno.
Lo pasó en el pantano, entre las cañas, y allí lo encontró el sol
cuando volvió el buen tiempo. Las alondras cantaban, y despertó,
espléndida, la primavera.
Entonces el patito pudo batir de nuevo las alas, que zumbaron
con mayor intensidad que antes y lo sostuvieron con más fuerza; y antes
de que pudiera darse cuenta, encontrose en un gran jardín, donde los
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 113
manzanos estaban en flor, y las fragantes lilas curvaban sus largas ramas
verdes sobre los tortuosos canales. ¡Oh, aquello sí que era hermoso, con
el frescor de la primavera! De entre las matas salieron en aquel momento
tres preciosos cisnes aleteando y flotando levemente en el agua. El patito
reconoció a aquellas bellas aves y se sintió acometido de una extraña
tristeza.
- ¡Quiero irme con ellos, volar al lado de esas aves espléndidas! Me
matarán a picotazos por mi osadía: feo como soy, no debería acercarme
a ellos. Pero iré, pase lo que pase. Mejor ser muerto por ellos que verme
vejado por los patos, aporreado por los pollos, rechazado por la criada
del corral y verme obligado a sufrir privaciones en invierno-. Con un par
de aletazos se posó en el agua, y nadó hacia los hermosos cisnes. Éstos
al verle, corrieron a su encuentro con gran ruido de plumas. - ¡Matadme!
-gritó el animalito, agachando la cabeza y aguardando el golpe fatal.
Pero, ¿qué es lo que vio reflejado en la límpida agua? Era su propia
imagen; vio que no era un ave desgarbado, torpe y de color negruzco, fea y
repelente, sino un cisne como aquéllos.
¡Qué importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha
salido de un huevo de cisne!
Entonces recordó con gozo todas las penalidades y privaciones
pasadas; sólo ahora comprendía su felicidad, ante la magnificencia que lo
rodeaba.
Los cisnes mayores describían círculos a su alrededor, acariciándolo
con el pico.
Presentáronse luego en el jardín varios niños, que echaron al agua
pan y grano, y el más pequeño gritó:
- ¡Hay uno nuevo!
Y sus compañeros, alborozados, exclamaron también, haciéndole
coro:

114 El Retorno a la Alegría


- ¡Sí, ha venido uno nuevo!
Y todo fueron aplausos, y bailes, y brincos; y corriendo luego al
encuentro de sus padres, volvieron a poco con pan y bollos, que echaron al
agua, mientras exclamaban:
- El nuevo es el más bonito; ¡tan joven y precioso! -. Y los cisnes
mayores se inclinaron ante él.
Pero él se sentía avergonzado, y ocultó la cabeza bajo el ala; no
sabía qué hacer, ¡era tan feliz!, pero ni pizca de orgulloso. Recordaba las
vejaciones y persecuciones de que había sido objeto, y he aquí que ahora
decían que era la más hermosa entre las aves hermosas del mundo. Hasta
las lilas bajaron sus ramas a su encuentro, y el sol brilló, tibio y suave.
Crujieron entonces sus plumas, irguiose su esbelto cuello y, rebosante el
corazón, exclamó:
- ¡Cómo podía soñar tanta felicidad, cuando no era más que un
patito feo!.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 115


C aperucita Roja
Por : Jacobo y Guillermo Grimm

Había una niña tan buena y tan cariñosa, que todos la querían; y la
que más la quería era su abuelita. La abuelita ya no sabía que regalar a su
nieta: la mimaba muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de terciopelo
rojo; la niña estaba muy bonita con ella, y no se la quitaba nunca. Y la
gente le empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo:
-Ven, Caperucita, quiero que lleves a la abuela este pastel y esta
botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas
para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayas ahora, antes de que
haga más calor; no corras ni salgas del camino, no se vaya a romper la
botella y la abuelita se quede sin vino. Y cuando llegues a su casa, no
empieces a curiosear por todos los rincones; di primero buenos días, como
una niña bien educada.
-Descuida madre; haré bien el recado –dijo Caperucita.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora del pueblo; y
cuando Caperucita entró en el bosque se encontró con el lobo. Caperucita
no sabía que el lobo era malo, y no se asustó.
-Buenos días Caperucita -dijo el lobo.
-Buenos días lobo –dijo Caperucita.

116 El Retorno a la Alegría


-¿Dónde vas tan de mañana? –le preguntó el lobo.
-Voy a casa de mi abuelita –contestó Caperucita.
-¿Qué llevas en el delantal? –preguntó el lobo.
-Llevo un pastel y vino para mi abuelita, que está mala.
-¿Dónde vive tu abuelita?
-Vive aquí en el bosque, junto a los tres robles grandes, al lado de los
avellanos; seguro que has visto su casa.
Y el lobo pensó: “¡Qué gordita es esta niña, y qué tierna debe ser!
Estará mucho más rica que su abuelita. Voy a ver si me las como a las
dos”.
El lobo caminó un rato al lado de Caperucita, y luego dijo:
-Caperucita, mira qué flores más bonitas hay por aquí. ¿Por qué no
llevas algunas a tu abuela?
Caperucita miró las flores; estaban preciosas allí en el bosque, al sol.
-Sí, lobo, tienes razón; voy a coger un ramo para mi abuelita. Es muy
temprano y tengo tiempo.
Salió del camino y empezó a coger flores; y siempre veía una flor
todavía más bonita un poco más allá, y de esta manera se fue alejando del
camino, y el lobo echó a correr para llegar antes a casa de la abuela; llegó
y llamó:

-¿Quién llama? –preguntó la abuela.


-Soy Caperucita, y te traigo pastel y vino. ¡Ábreme, abuelita!
-¡Corre el cerrojo! Yo estoy muy floja y no me puedo levantar.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 117


El lobo corrió el cerrojo, abrió la puerta, saltó hacia la cama de la
abuela y se la tragó. Y luego se puso su ropa, se ató su gorro, se metió en la
cama y cerró las cortinas.
Caperucita, en el bosque, tenía ya un ramo muy grande; no le cabía
ni una flor más. Echó a correr y llegó a la casa de su abuela. Le extrañó ver
la puerta abierta; y al entrar en la habitación, sin saber por qué, se asustó
un poco, y pensó:
“¡Qué raro! No sé por qué estoy asustada, con lo que me gusta venir
a casa de la abuela”
Y entonces se acercó a la cama y dijo:
-Abuelita, buenos días.
Nadie le contestó; la niña descorrió las cortinas de la cama, y allí vio
a su abuela muy tapada y con el gorro de dormir metido hasta las narices.
-Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Para oírte mejor...
-Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-Para verte mejor...
-Abuelita, ¡qué manos tan grandes tienes!
-¡Para cogerte mejor!
-¡Ay, abuelita! ¡Qué boca tan grande tienes!
-¡Para comerte mejor!
El lobo dio un salto y ¡se tragó a Caperucita! Ya había comido bien,
y se volvió a meter en la cama y se quedó dormido. Empezó a roncar, a
roncar con unos ronquidos tremendos, y un cazador que pasaba por allí, al
oír aquellos ronquidos, pensó: “¡Caramba con la abuelita, qué manera de
roncar! Voy a entrar, no sea que se encuentre mal”.

118 El Retorno a la Alegría


El cazador entró, se acercó a la cama, vio al lobo dormido y dijo:
-¡Ya te contaré, viejo bribón! ¡Con el tiempo que llevaba buscándote!
El cazador iba a matar al lobo de un tiro; pero de pronto pensó que
a lo mejor el lobo se había comido a la abuela, y en lugar de disparar su
escopeta, buscó unas tijeras y le abrió al lobo la barriga, por si la abuela
estaba aún viva. Y, al primer tijerazo, vio una cosa roja, y era caperucita; y
en seguida salió la niña, gritando:
-¡Ay qué susto más grande! ¡Ay, qué oscuro estaba en la barriga del
lobo!
Y la abuelita salió también, medio muerta de miedo. Caperucita
buscó en seguida piedras bien grandes, le rellenó al lobo la barriga de
piedras, y cuando el lobo se despertó y quiso echar a correr, se cayó al
suelo, porque las piedras pesaban mucho. Se cayó, reventó y se murió. Y
Caperucita, la abuela y el cazador se pusieron muy contentos; el cazador
se quedó con la piel del lobo; la abuela se comió el pastel y se bebió el vino,
y se puso buena. Y Caperucita dijo:
-Ya no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del camino
cuando vaya sola por el bosque.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 119


Y orinda y Yoringuel
Por : Jacobo y Guillermo Grimm

Había un castillo muy viejo en medio de un bosque muy grande y


oscuro; y en el castillo vivía sola una bruja. De día, la bruja se convertía
en gato o en lechuza; de noche, volvía a su forma de vieja. La bruja tenía
el poder de atraer a los pájaros y a las fieras, y se los comía; y si alguien
se acercaba al castillo, se quedaba encantado y sin poderse mover, hasta
que la bruja le dejaba marcharse. Y si se acercaba alguna niña, la bruja la
convertía en pájaro, la metía en una jaula de mimbre y llevaba la jaula a
un cuartito del castillo. Tenía más de siete mil jaulas con niñas convertidas
en pájaros.
Había también en aquel tiempo una niña llamada Yorinda: era más
hermosa que todas las niñas de su tierra, y quería mucho a un joven que se
llamaba Yoringuel, que pensaba casarse con ella. Les gustaba estar juntos,
y un día se fueron a pasear al bosque. Yoringuel dijo a la niña:
–No te acerques nunca al castillo.
Era una tarde hermosa; el sol brillaba entre los árboles del bosque, y
las hojas estaban doradas y verdes, y una tórtola cantaba en las ramas de
un árbol viejo. De pronto, Yorinda empezó a ponerse triste, triste, sin saber
por qué, y empezó a llorar. Y Yoringuel se puso a llorar también; se habían
perdido, no sabían cómo volver y tenían miedo del bosque. El sol ya se
estaba poniendo; Yoringuel miró

120 El Retorno a la Alegría


a su alrededor y vio entre los árboles, allí, muy cerca de ellos, el muro
del castillo. Yoringuel se asustó, y Yorinda empezó a cantar:

♪ ♪ ♪ “Pajarillo rojo,
canta en la rama.
¡Cómo canta a la muerte
del que más ama!
¡Ay, amor!”

Yoringuel miró a Yorinda; la niña se había convertido en un ruiseñor,


y ya no cantaba con palabras, sino con trinos y silbidos. Pasó una lechuza
de ojos de fuego, voló tres veces sobre ellos y chilló: “¡Chiú, Chiú, Chiú!”
Yoringuel no podía moverse: estaba allí como una piedra,
y no podía llorar, no podía gritar, no podía mover ni una mano ni un
pie.
El sol ya se había puesto; la lechuza se escondió en unas matas, y de
las matas salió una vieja flaca, jorobada y espantosa, con ojos colorados y
nariz puntiaguda que casi tocaba con la barbilla; la vieja iba rezongando,
se agachó, cogió al ruiseñor y se lo llevó en la mano.
Yoringuel vio como se llevaba la vieja al ruiseñor, y no podía hablar,
no podía moverse. Luego la vieja volvió y dijo con una voz horrible:
–¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en la cestita, desata, Zaquiel,
y que te vaya bien. Yoringuel sintió entonces que podía moverse; se
arrodilló delante de la vieja y le pidió que le devolviera a Yorinda;
Pero la bruja le dijo que no vería a la niña nunca más, y se marchó.
Yoringuel gritó, lloró, llamó a la vieja; pero no le sirvió de nada. Yoringuel
echó a andar y al fin llegó a un pueblecito que no había visto nunca; se
quedó allí mucho tiempo, de pastor.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 121


Iba a veces con sus ovejas hacia el castillo, pero no se atrevía a
acercarse demasiado. Y una noche, soñó que encontraba una flor muy
roja, que tenía entre las hojas una perla grande: él arrancaba la flor, iba
hacia el castillo, y todo lo que tocaba con la flor se desencantaba; y soñó
que con la flor desencantaba también a Yorinda.

Cuando se despertó, empezó a buscar por los montes y los valles la


flor roja; y al noveno día la encontró: era roja como la sangre, y en el centro
tenía una gota de rocío, grande como la perla más hermosa. Cortó la flor
y la llevó día y noche, hasta que llegó al castillo. Y cuando estuvo a cien
pasos del castillo, no se quedó encantado, sino que pudo seguir; llegó a la
puerta, la tocó con la flor, y la puerta se abrió. Yoringuel entró en el patio
del castillo, se puso a escuchar y al fin oyó a los pájaros encantados; fue
a buscarlos, y se encontró con la bruja, que estaba dando de comer a los
siete mil pájaros de las siete mil jaulas. Cuando la bruja vio a Yoringuel,
¡cómo se puso, qué gritos dio! Chillaba, Insultaba a Yoringuel, le escupía
veneno... pero Yoringuel tenía la flor en la mano, y la bruja no podía
acercarse a él.
Yoringuel miró todas las aquellas jaulas: ¿Cuál de los pájaros sería
Yorinda? Y en esto vio que la bruja se llevaba con disimulo una de las
jaulas hacia la puerta; Yoringuel dio un salto, tocó la jaula con la flor, y
tocó también a la bruja. La bruja perdió en aquel momento su poder de
hechizar; el pájaro de la jaula se convirtió en Yorinda; Yoringuel la abrazó,
y luego fue desencantando a todos los otros pájaros, que se convirtieron
en niñas y se marcharon con Yorinda y Yoringuel, y todos volvieron a sus
casas muy felices.

122 El Retorno a la Alegría


C uento Terapéutico
Subliminal para dormir a
los Enanos y las Enanas
Por : Juan Carlos Campos Sagaseda (Koldo)

E rase que era un simpático ratoncito que cansado y con sueño luego
de un día de mucho ajetreo, deambulaba por la casa en que vivía en busca
de cena.
Debajo de la mesa de la cocina encontró un suculento pedazo
de queso que se llevó hasta la alfombra, dispuesto a comérselo
cómodamente.
Sin embargo, pudo más el sueño, y tras algunos bostezos, todavía
con el queso entre los dientes, se quedó dormido.
Tan profundamente dormía que ni siquiera lo despertó la llegada de
su más enconada enemiga: la gata.
Era una enorme gata de caminar ligero y elegante que en cuanto
vio al ratón se relamió de gusto. Para una felina hambrienta no hay mejor
bocado que un rollizo ratón.
Pero era tanto el sueño de la gata que optó por acostarse junto al
ratón y dormir un rato. Siempre tendría tiempo cuando se despertara de
comerse al roedor. Abrió sus fauces en un bostezo interminable y hecha un
ovillo la gata cerró los ojos y se durmió.
Acertó a pasar por allí un perro de malas pulgas que al descubrir a
la indefensa gata, sonrío complacido. Hacía mucho tiempo que no tenía
un pleito con una gata.
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 123
Pero se estaba cayendo de sueño y era preferible acostarse a dormir
sobre el sofá, que andar de pendenciero.
Así que se estiró perezosamente y luego de bostezar sin pudor ni
recato, como si nadie lo estuviera viendo, se durmió plácidamente.
Al poco rato pasó por el lugar una fiera leona de temible aspecto,
que al descubrir al perro inmediatamente pensó en devorarlo. Pero era
tanto el sueño que aprovechando el resto del sofá y tras los clásicos
bostezos, se acomodó quedándose dormida.
Llegó entonces un pesado elefante que al ver dormir a la leona se
dispuso a propinarle una trompada. Pero había sido tan largo el viaje
desde la selva que prefirió mejor dormir unas horas. Para no ser menos,
también el elefante bostezó repetidamente hasta quedar dormido.
Y dormía el ratón y dormía la gata y dormía el perro y dormía la
leona y dormía el elefante, cuando sigilosamente para no hacer ruido y
despertar a los dormidos y dormidas, entró en la casa Tania.
Tania era la más indómita y experta cazadora de la región. Llevaba
con ella una enorme escopeta de dos cañones, capaz de tumbar a un
elefante. Nunca en su dilatada vida de cazadora había visto tantas piezas
juntas, pero se encontraba muy fatigada luego de perseguir al elefante por
toda la selva y se decidió a descansar primero un rato y reponer fuerzas.
Se echó sobre la única esquina de la alfombra que todavía no había sido
ocupada y fue quedándose dormida lentamente. Entornó los ojos, vencida
por el sueño, hasta que sus ronquidos se sumaron a los de los animales.
Tan frecuentes eran los ronquidos y respingos de Tania que el
simpático ratoncito se despertó.
Vio la enorme gata durmiendo a su lado y vio también al perro y a
la leona y al elefante y a la cazadora… y sintió miedo.
Mejor sería buscar otro lugar menos concurrido. Rápidamente
recogió el queso que le quedaba y se fue a dormir a la alcoba de la casa.

124 El Retorno a la Alegría


Se recostó sobre la cama y una vez acabó su habitual ración de bostezos,
volvió a quedarse dormido.
Tan profundamente dormía que ni siquiera lo despertó la llegada de
su más enconada enemiga: la gata.
Era una enorme gata de caminar ligero y elegante que en cuanto
vio al ratón se relamió de gusto. Para una felina hambrienta no hay mejor
bocado que un rollizo ratón.
Pero era tanto el sueño de la gata que optó por acostarse junto al
ratón y dormir un rato. Siempre tendría tiempo cuando se despertara de
comerse al roedor. Abrió sus fauces en un bostezo interminable y hecha un
ovillo la gata cerró los ojos y se durmió.
Acertó a pasar por allí un perro de malas pulgas que al descubrir a
la indefensa gata, sonrío complacido. Hacía mucho tiempo que no tenía
un pleito con una gata.
Pero se estaba cayendo de sueño y era preferible acostarse a dormir
sobre el sofá, que andar de pendenciero.
Así que se estiró perezosamente y luego de bostezar sin pudor ni
recato, como si nadie lo estuviera viendo, se durmió plácidamente.
Al poco rato pasó por el lugar una fiera leona de temible aspecto,
que al descubrir al perro inmediatamente pensó en devorarlo. Pero era
tanto el sueño que aprovechando el resto del sofá y tras los clásicos
bostezos, se acomodó quedándose dormida.
Llegó entonces un pesado elefante que al ver dormir a la leona se
dispuso a propinarle una trompada. Pero había sido tan largo el viaje
desde la selva que prefirió mejor dormir unas horas. Para no ser menos,
también el elefante bostezó repetidamente hasta quedar dormido.
Y dormía el ratón y dormía la gata y dormía el perro y dormía la
leona y dormía el elefante, cuando sigilosamente para no hacer ruido y

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 125


despertar a los dormidos y dormidas, entró en la alcoba Tania.
Tania era la más indómita y experta cazadora de la región. Llevaba
con ella una enorme escopeta de dos cañones, capaz de tumbar a un
elefante. Sólo una vez en su dilatada vida de cazadora había visto tantas
piezas juntas, pero se encontraba muy fatigada luego de perseguir al
elefante por toda la selva y se decidió a descansar primero un rato y
reponer fuerzas. Se echó sobre la única esquina de la cama que todavía no
había sido ocupada y fue quedándose dormida lentamente. Entornó los
ojos, vencida por el sueño, hasta que sus ronquidos se sumaron a los de los
animales.
Tan frecuentes eran los ronquidos y respingos de Tania que el
simpático ratoncito se despertó.
Vio la enorme gata durmiendo a su lado y vio también al perro y a
la leona y al elefante y a la cazadora… y sintió miedo.
Mejor sería buscar otro lugar menos concurrido. Rápidamente
recogió el queso que le quedaba y se fue a dormir a la despensa.
Se recostó sobre una lata de galletas y una vez acabo su habitual
ración de bostezos, volvió a quedarse dormido.
Tan profundamente dormía que ni siquiera lo despertó la llegada de
su más enconada enemiga la gata.

En este punto del cuento puede ocurrir que la niña o el niño motivo
del relato, ya se hayan dormido, bien sea producto de la interminable
sucesión de bostezos o por la tediosidad y aburrimiento de un cuento en
que el único monstruo es el autor.
Si así fuera, el cuento ha surtido efecto y usted ha tenido éxito, por lo
que sólo le faltaría hacerse un sitio en el perro y la leona o entre el elefante
y la gata y entregarse también usted al sueño.

126 El Retorno a la Alegría


Retahilas
Son frases o versos que se recitan o cantan para jugar o
para echar a suerte (ver quien “se queda” o “le toca”).

Las retahílas son útiles para dividir el grupo en subgrupos


asegurando que la división se realice al azar.

Todas las retahílas se desarrollan de la misma


manera:

1. Disponga a las jugadoras y jugadores en un círculo.

2. Mientras todos cantan o recitan la retahíla, se señala


con el dedo a cada participante en el círculo con cada
golpe de voz (sílaba o número).

3. El jugador que está señalado cuando se llega a la


última sílaba, donde termina el conteo o el verso, es
quién queda escogido/a para formar el grupo.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 127


R etahilas
En un plato de ensalada
Comen todos a la vez
Y jugando a la baraja
Tin Marín de dos pingüé
Cúcara mácara títere fue
Alza la pata caballo blanco
Y mira a ver quién fue
Manzana, manzana, manzana podrida,
Uno, dos, tres y salida.

“Tengo un gallo en la cocina


Que me dice la mentira;
Tengo un gallo en el corral
Que me dice la verdad”

128 El Retorno a la Alegría


“Una, dola, tela, canela,
Cabo de vela,
Sumaqui, melón.
Cuenta las horas
El niño cabezón”

En la casa de Pinocho
Todos cuentan hasta ocho:
Uno, dos, tres, cuatro,
Cinco, seis, siete y ocho!

En un café se rifa un gato


Al que le toque
El número cuatro:
Uno, dos, tres y cuatro

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 129


Mi patito fue a las ferias
A comprar un par de medias.
Como medias no había
Mi patito se reía:
Ja, je, ji, jo, ju.
¡Mi patito serás tú!

La gallina Francolina
puso un huevo en la cocina.
puso uno, puso dos,
puso tres, puso cuatro,
puso cinco, puso seis,
puso siete, puso ocho,
puso un pan de bizcocho.

130 El Retorno a la Alegría


Trabalenguas
Los trabalenguas se han hecho para destrabar la lengua,
sin trabas ni mengua alguna.

Y si alguna mengua traba tu lengua,


con un trabalenguas podrás destrabar tu lengua.

Cuentos, Fábulas, Retahílas, Trabalenguas y Canciones para Terapias Lúdicas 131


T rabalenguas
Me han dicho
que has dicho un dicho,
un dicho que he dicho yo,
ese dicho que te han dicho
que yo he dicho, no lo he dicho;
y si yo lo hubiera dicho,
estaría muy bien dicho
por haberlo dicho yo.

Pepe Peña Había un perro


pela papa, debajo de un carro,
pica piña, vino otro perro
pita un pito, y le mordió el rabo.
pica piña,
pela papa,
Pepe Peña.

132 El Retorno a la Alegría


¡Qué ingenuo es Eugenio!
¡Y qué genio tiene el ingenuo
Eugenio!

Pablito clavó un clavito.


Un clavito clavó Pablito.

Tres tristes tigres triscan trigo en un trigal.

Mariana Magaña
desenmarañará mañana
la maraña que enmarañara
Mariana Magaña.

Buscaba el bosque Francisco,


un vasco bizco, muy brusco,
y al verlo le dijo un chusco,
¿Busca el bosque, vasco bizco?

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 133


Yo compré pocas copas,
pocas copas yo compré,
como yo compré pocas copas,
pocas copas yo pagué.

Cuando cuentes cuentos,


cuenta cuantos cuentos cuentas,
porque si no cuentas cuantos cuentos cuentas,
nunca sabrás cuantos cuentos cuentas tú.

Quiero y no quiero querer


a quien no queriendo quiero.
He querido sin querer
y estoy sin querer queriendo.
Si por mucho que te quiero,
quieres que te quiera más,
te quiero más que me quieres
¿que más quieres? ¿quieres más?

134 El Retorno a la Alegría


Paco Peco, chico rico,
le gritaba como loco
a su tío Federico.
Y éste dijo: Poco a poco,
Paco Peco, ¡poco pico!

Parra tenía una perra. Guerra tenía una parra.


La perra de Parra subió a la parra de Guerra.
Guerra pegó con la porra a la perra de Parra.
Y Parra de dijo a Guerra:
¿Por qué ha pegado Guerra con la porra a la perra de Parra?
Y Guerra le contestó: Si la perra de Parra
no hubiera subido a la parra de Guerra, Guerra no habría
pegado con la porra a la perra de Parra.

El que poco coco come,


poco coco compra;
el que poca capa se tapa,
poca capa se compra.
Como yo, poco coco como,
poco coco compro,
y como poca capa me tapo,
poca capa me compro.

Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 135


Una caracachicama con cinco caracachicamitos
Le dicen los caracachicamitos a la caracachicama:
Caracachicama, ¿cuándo nos desencaracachicaremos?

El perro cachorro de Enrique Becerra


Se enrosca en la ropa,
la enrolla y la enreda

Juana Chucema su choza techaba


Y un techador que por allí pasaba le dice:
Juana Chucema, ¿techas tu choca o techas la ajena?
Ni techo mi choza ni techo la ajena
Yo techo la choza de María Chucema
únete por la niñez

© Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia


Avenida Anacaona No.9, Casa de las Naciones Unidas,
3er. Piso, Mirador Sur, Santo Domingo, República Dominicana

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