Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas Autor UNICEF-91-138
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas Autor UNICEF-91-138
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas Autor UNICEF-91-138
No sé
si eres comestible o no, pero tengo mucha hambre y no puedo pararme a
escoger. Voy a asarte.
-¡No, por favor, no me ases! –Gritó la cigüeña-. Soy un ave sagrada,
y nadie se atreve a hacerme daño. Yo traigo suerte a los hombres, y si te
portas bien conmigo, algún día te lo pagaré.
-Bueno, qué le vamos a hacer; vete zanquilarga.
La cigüeña extendió las alas, encogió las patas y echó a volar. Y el
sastre dijo:
-¿Qué voy a hacer ahora? Tengo un hambre horrible, y me comería
lo primero que viera.
Y en aquel momento vio dos patitos que nadaban en un charco.
-¡Hombre, estos patos me vienen que ni de encargo! –dijo el sastre, y
cogió uno. Ya iba a retorcerle el pescuezo, cuando un pato viejo que estaba
entre los juncos salió graznando, se acercó con el pico muy abierto y pidió
al sastre que no matara a sus hijos.
-¡Pobres hijitos míos, no me los mates! ¡Piensa en lo triste que se
pondría tu padre si alguien te matara a ti!
-Tienes razón –dijo el sastrecillo- Anda, llévate a tus hijos.
Dejó a los patitos en el agua, y en esto vio en el hueco de un árbol
muchas abejas que entraban y salían.
-¡Vaya, al fin podré comer algo; aquí debe haber buena miel-dijo el
sastre.
Pero la abeja reina salió muy enfadada, y le dijo:
-Como toques a mis abejas o nos rompas el panal, te acribillaremos
con nuestros aguijones; pero si nos dejas tranquilas y te marchas, algún
día haremos algo por ti.
92 El Retorno a la Alegría
Entonces el pato se metió en el agua con sus doce hijos, y a los
cinco minutos salieron del fondo. El pato grande llevaba la corona de oro
sobre las alas, y sus doce patitos le ayudaban a sostenerla con sus picos.
Se acercaron a la orilla, dejaron la corona sobre el pañuelo, y el sol la hizo
brillar de un modo maravilloso. El sastrecillo ató la corona en su pañuelo,
se la llevó al rey, y el rey se puso contentísimo y le regaló un collar de oro.
Cuando el zapatero vio lo mal que le habían salido las cosas, se
puso a pensar en otra trampa para echar de allí al sastre, y un día dijo al
rey:
-Señor rey, el sastre sigue siendo un fanfarrón; ahora ha dicho que
puede hacer, con cera, un palacio igual a éste, con sus muebles y todo.
El rey llamó al sastre y le dijo que hiciera lo que había dicho; que
construyera con cera un palacio igual que el suyo, con todos sus muebles.
Y que si no lo conseguía, o faltaba algún detalle, le encerraría en un
calabozo para toda la vida.
El sastre pensó que el rey le pedía cosas demasiado difíciles, y
recogió sus ropas y se marchó de la ciudad; y cuando llegó al árbol hueco
donde estaban las abejas, la reina salió a saludarle y le preguntó por qué
andaba tan preocupado. El sastrecillo le contó lo que quería el rey, y la
abeja-reina le dijo:
-Vuelve a tu casa, y ven por aquí mañana a esta hora, con un
pañuelo grande. Ya verás cómo todo sale bien.
El sastre volvió a la ciudad, y las abejas, mientras tanto, entraron
en el palacio por las ventanas y se pusieron a curiosearlo todo; volvieron
después a su colmena y empezaron a construir un palacio igualito que el
del rey, y lo hacían muy de prisa y muy bien hecho, con todos sus detalles.
Por la tarde ya lo tenían terminado; y cuando fue el sastre, se quedó
asombrado al ver lo bien que les había salido, con todas las tejas, y todos
los muebles, y aquel olor tan bueno a cera y miel. Lo envolvió con cuidado
94 El Retorno a la Alegría
-Señor rey, ese sastre es cada vez más presumido; ahora dice que, si
él quisiera, le traería al rey un hijo volando por el aire.
-El rey llamó al sastrecillo, y le dijo:
-Si me das un hijo antes de nueve días, te podrás casar con mi hija
mayor.
Y el sastre pensó: “Eso sería un buen premio, pero no sé cómo voy a
conseguirlo. Es demasiado difícil”.
Se marchó a su casa, se sentó a pensar, y al fin decidió marcharse
de la ciudad, porque no veía la forma de llevarle un hijo al rey. Y cuando
llegó a un prado, encontró a su amiga la cigüeña, que se estaba paseando
muy seria, y de vez en cuando se paraba, miraba a una rana, se la comía y
seguía caminando; cuando la cigüeña vio al sastre, se acercó a saludarle y
le dijo:
-Veo que llevas todas tus cosas en el morral. ¿Por qué te marchas
de la ciudad?
El sastrecillo le contó lo que quería el rey, y la cigüeña le dijo:
-No te preocupes por eso; llevo siglos dejando niños en esa ciudad,
y no me cuesta nada dejar un principito al rey. Vuelve a tu casa y espera
tranquilo, y dentro de nueve días te presentas en palacio, que yo iré allí.
El sastre volvió a su casa, y a los nueve días se presentó en el
palacio; y en cuanto entró, apareció volando la cigüeña, que llevaba en el
pico un niño hermosísimo; la cigüeña llamó a la ventana, el sastre abrió, y
cogió al niño y se lo llevó a la reina. La reina se puso contentísima; empezó
a besar a su niñito, y se lo enseñó al rey. Y la cigüeña, en su saco de viaje,
había llevado también dulces y se los repartieron a las princesas; a la
mayor no le dieron golosinas, porque ya era grande, pero, en cambio, le
dieron por marido al simpático sastrecillo.
-Es como si me hubiera tocado el premio gordo de la lotería –dijo el
96 El Retorno a la Alegría
E l Pájaro de Oro
Por : Jacobo y Guillermo Grimm
98 El Retorno a la Alegría
por la mañana la zorra le estaba esperando y le dijo:
-Ahora te voy a explicar lo que tienes que hacer: iremos siempre
en línea recta, y llegarás a un palacio; delante del palacio verás muchos
soldados tirados por el suelo; tú no hagas caso, porque los soldados
estarán dormidos. Pasa entre ellos, métete en el palacio y atraviesa todas
las habitaciones, hasta que llegues a una muy pequeña; allí verás al pájaro
de oro en una jaula de madera. Al lado habrá una jaula de oro, vacía; no
cambies al pájaro de jaula porque lo pasarías mal.
La zorra estiró el rabo; el príncipe se volvió a montar, y echaron otra
vez a correr por el campo. Llegaron al palacio, el príncipe se bajó, caminó
en línea recta, y encontró todo lo que había dicho la zorra; atravesó las
habitaciones y llegó a la que tenía las jaulas. Y allí por el suelo estaban tres
manzanas de oro de su jardín. El príncipe, sin acordarse de los consejos
de la zorra, pensó que era una pena que un pájaro tan hermoso estuviera
en una jaula tan fea, y lo sacó y lo metió en la jaula de oro. Pero en aquel
momento, el pájaro dio un grito terrible; los soldados se despertaron,
entraron en el palacio y cogieron el príncipe.
A la mañana siguiente, lo llevaron ante los jueces y le condenaron
a muerte; pero el rey de aquel palacio dijo que le perdonaría la vida si
conseguía llevarle un caballo de oro que corría más que le viento; si el
príncipe encontraba el caballo le daría de premio el pájaro de oro.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque
no sabía dónde buscar el caballo de oro; pero en esto se encontró con su
amiga la zorra, que le dijo:
-¿Ves? Por no hacerme caso. Pero no te apures que te diré
cómo puedes encontrar el caballo de oro: tienes que ir en línea recta y
encontrarás un castillo; en la cuadra del castillo está el caballo. Delante
de la cuadra verás a los criados dormidos, y podrás sacar el caballo; pero
fíjate bien en lo que te digo: no le pongas al caballo la silla de oro que hay
en la cuadra, sino una silla vieja que está al lado.
Había una niña tan buena y tan cariñosa, que todos la querían; y la
que más la quería era su abuelita. La abuelita ya no sabía que regalar a su
nieta: la mimaba muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de terciopelo
rojo; la niña estaba muy bonita con ella, y no se la quitaba nunca. Y la
gente le empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo:
-Ven, Caperucita, quiero que lleves a la abuela este pastel y esta
botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas
para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayas ahora, antes de que
haga más calor; no corras ni salgas del camino, no se vaya a romper la
botella y la abuelita se quede sin vino. Y cuando llegues a su casa, no
empieces a curiosear por todos los rincones; di primero buenos días, como
una niña bien educada.
-Descuida madre; haré bien el recado –dijo Caperucita.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora del pueblo; y
cuando Caperucita entró en el bosque se encontró con el lobo. Caperucita
no sabía que el lobo era malo, y no se asustó.
-Buenos días Caperucita -dijo el lobo.
-Buenos días lobo –dijo Caperucita.
♪ ♪ ♪ “Pajarillo rojo,
canta en la rama.
¡Cómo canta a la muerte
del que más ama!
¡Ay, amor!”
E rase que era un simpático ratoncito que cansado y con sueño luego
de un día de mucho ajetreo, deambulaba por la casa en que vivía en busca
de cena.
Debajo de la mesa de la cocina encontró un suculento pedazo
de queso que se llevó hasta la alfombra, dispuesto a comérselo
cómodamente.
Sin embargo, pudo más el sueño, y tras algunos bostezos, todavía
con el queso entre los dientes, se quedó dormido.
Tan profundamente dormía que ni siquiera lo despertó la llegada de
su más enconada enemiga: la gata.
Era una enorme gata de caminar ligero y elegante que en cuanto
vio al ratón se relamió de gusto. Para una felina hambrienta no hay mejor
bocado que un rollizo ratón.
Pero era tanto el sueño de la gata que optó por acostarse junto al
ratón y dormir un rato. Siempre tendría tiempo cuando se despertara de
comerse al roedor. Abrió sus fauces en un bostezo interminable y hecha un
ovillo la gata cerró los ojos y se durmió.
Acertó a pasar por allí un perro de malas pulgas que al descubrir a
la indefensa gata, sonrío complacido. Hacía mucho tiempo que no tenía
un pleito con una gata.
Cuentos, Fábulas, Retahílas y Trabalenguas para Terapias Lúdicas 123
Pero se estaba cayendo de sueño y era preferible acostarse a dormir
sobre el sofá, que andar de pendenciero.
Así que se estiró perezosamente y luego de bostezar sin pudor ni
recato, como si nadie lo estuviera viendo, se durmió plácidamente.
Al poco rato pasó por el lugar una fiera leona de temible aspecto,
que al descubrir al perro inmediatamente pensó en devorarlo. Pero era
tanto el sueño que aprovechando el resto del sofá y tras los clásicos
bostezos, se acomodó quedándose dormida.
Llegó entonces un pesado elefante que al ver dormir a la leona se
dispuso a propinarle una trompada. Pero había sido tan largo el viaje
desde la selva que prefirió mejor dormir unas horas. Para no ser menos,
también el elefante bostezó repetidamente hasta quedar dormido.
Y dormía el ratón y dormía la gata y dormía el perro y dormía la
leona y dormía el elefante, cuando sigilosamente para no hacer ruido y
despertar a los dormidos y dormidas, entró en la casa Tania.
Tania era la más indómita y experta cazadora de la región. Llevaba
con ella una enorme escopeta de dos cañones, capaz de tumbar a un
elefante. Nunca en su dilatada vida de cazadora había visto tantas piezas
juntas, pero se encontraba muy fatigada luego de perseguir al elefante por
toda la selva y se decidió a descansar primero un rato y reponer fuerzas.
Se echó sobre la única esquina de la alfombra que todavía no había sido
ocupada y fue quedándose dormida lentamente. Entornó los ojos, vencida
por el sueño, hasta que sus ronquidos se sumaron a los de los animales.
Tan frecuentes eran los ronquidos y respingos de Tania que el
simpático ratoncito se despertó.
Vio la enorme gata durmiendo a su lado y vio también al perro y a
la leona y al elefante y a la cazadora… y sintió miedo.
Mejor sería buscar otro lugar menos concurrido. Rápidamente
recogió el queso que le quedaba y se fue a dormir a la alcoba de la casa.
En este punto del cuento puede ocurrir que la niña o el niño motivo
del relato, ya se hayan dormido, bien sea producto de la interminable
sucesión de bostezos o por la tediosidad y aburrimiento de un cuento en
que el único monstruo es el autor.
Si así fuera, el cuento ha surtido efecto y usted ha tenido éxito, por lo
que sólo le faltaría hacerse un sitio en el perro y la leona o entre el elefante
y la gata y entregarse también usted al sueño.
En la casa de Pinocho
Todos cuentan hasta ocho:
Uno, dos, tres, cuatro,
Cinco, seis, siete y ocho!
La gallina Francolina
puso un huevo en la cocina.
puso uno, puso dos,
puso tres, puso cuatro,
puso cinco, puso seis,
puso siete, puso ocho,
puso un pan de bizcocho.
Mariana Magaña
desenmarañará mañana
la maraña que enmarañara
Mariana Magaña.
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