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De espantos y

aparecidos
Antología de cuentos
populares argentinos

VOCES
DE AYER
Y DE HOY
De espantos
y aparecidos
Antología de cuentos
populares argentinos

VOCES
DE AYER
Y DE HOY
Jefe de Gobierno
Horacio Rodríguez Larreta

Ministra de Educación e Innovación


María Soledad Acuña

Subsecretario de Planeamiento Educativo, Ciencia


y Tecnología
Diego Javier Meiriño

Directora General de Planeamiento Educativo


María Constanza Ortiz

Subsecretario de Ciudad Inteligente y Tecnología Educativa


Santiago Andrés

Subsecretaria de Coordinación Pedagógica y Equidad Educativa


Andrea Fernanda Bruzos Bouchet

Subsecretario de Carrera Docente y Formación


Técnica Profesional
Javier Tarulla

Subsecretario de Gestión Económico Financiera


y Administración de Recursos
Sebastián Tomaghelli
De espantos y aparecidos
Antología de cuentos populares argentinos
Berta Vidal de Battini

Idea original, revisión y diseño de la Colección Voces de ayer y de hoy:

Índice
Equipo de Contenidos Digitales (DGPLEDU).

Selección, adaptación de textos y prólogo: Mario Lillo y Beatriz Ortiz


Colaboración: Marcos Alfonzo y Silvia Saucedo
Diseño gráfico: Alejandra Mosconi y Estudio Cerúleo
Ilustraciones: Rodrigo Folgueira

Equipo editorial externo


Coordinación: Alexis B. Tellechea Introducción ........................................................................................ 9
Edición: Natalia Ribas
Diagramación: Estudio Cerúleo Sobre los fantasmas y otros seres .......................................... 9

Algunas aclaraciones sobre el material presentado ..... 11

Biografía de Berta Vidal de Battini ......................................... 11

Relatos

La Pericana .......................................................................................... 15

El Saco del Ánima ............................................................................ 23

El Gritón ................................................................................................ 31

El jinete del Portezuelo ................................................................. 39

El toro astas de oro ......................................................................... 45

La caza de los cuervos,


ISBN: en trámite
o de lo que le pasó a Agapito Gutiérrez .............................. 49
© Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Ministerio de Educación e Innovación Los negritos del agua .................................................................... 55

Los narradores ................................................................................... 63


Subsecretaría de Planeamiento Educativo, Ciencia y Tecnología
Dirección General de Planeamiento Educativo Glosario ................................................................................................. 65
Holmberg 2548/96, 2º piso. C1430DOV - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las Bibliografía .......................................................................................... 66
sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático.

Distribución gratuita. Prohibida su venta.


Introducción
7

Sobre los fantasmas


y otros seres
Espantos, aparecidos, almas en pena y otros seres que pu-
lulan entre el día y la noche pertenecen a la enorme legión de los
fantasmas; por eso, primero hablaremos de ellos.
Los fantasmas son, básicamente, muertos distintos, que por
algún motivo extraordinario se niegan a estar muertos. Puede ser
porque no saben que murieron, porque no pueden terminar de mo-
rir o porque existe algo que no les permite descansar en paz.
Algunos de estos seres dejaron en sus vidas asuntos sin ter-
minar: un amor, una venganza, una advertencia o aviso para los
descendientes, una acción importante. Vuelven así a actuar en el
ámbito de los vivos y ponen en jaque la frontera que tendría que ser
la muerte.
Se los puede ver con la misma apariencia que tenían antes
de morir, aunque algo deslucidos o, a veces, como un cadáver en
proceso de descomposición.
Los espantos y aparecidos son un tipo particular de fan-
tasmas; la diferencia está en que pueden presentarse ante los
vivos no solo como hombres o mujeres, sino también en la forma
de un animal o de un monstruo, de viento, de fuego o como una
gran luz.

DE ESPANTOS Y APARECIDOS
Los relatos con fantasmas son universales. Esto quiere decir Los y las invitamos a leer estos textos tomados de la obra de
que todas las culturas los han creado y los han transmitido, porque Berta Vidal de Battini, con el deseo de que la pasen bien y puedan
reflejan una cuestión central para la gente: qué hay más allá de la descubrir los fantasmas de nuestra tierra.
vida, qué pasa con nosotros después de morir.
En la cultura occidental, los fantasmas han existido desde
siempre. Los primeros relatos escritos donde aparecen se remontan Algunas aclaraciones sobre
a la antigua Grecia y al Imperio romano. En esas culturas, no solo el material presentado
había obras dedicadas a esta temática, sino que también se realiza- Para redactar esta obra que refleja las voces de los narrado-
8 ban fiestas y conmemoraciones en su honor. res orales de nuestro país, hemos llevado adelante distintas técnicas 9
Esta larguísima tradición literaria construyó sus propios tó- de escritura. En general, se ha adoptado por el relato enmarcado
picos, que inicialmente son frases breves que se repiten en muchas (un relato que se presenta dentro de otro mayor), con autonomía
obras durante mucho tiempo, y los autores recurren a ellos para es- de cada uno de los cuentos entre sí. En esta obra, el relato que fun-
cribir sus textos, conscientes de que responden a esa tradición. En el ciona como marco está escrito en redondas, y la versión original de
caso de los fantasmas, podemos nombrar los siguientes tópicos: Vidal de Battini se encuentra en cursivas.
• La venganza del fantasma. En el texto “El toro astas de oro”, se utilizó otra técnica, que
• La deuda pendiente. no incluye el relato enmarcado: se tomó una versión de la obra de
• El marido celoso que vuelve desde el más allá. Vidal de Battini y se expandió para realizar una adaptación, que es
• El fantasma de un amor prohibido. otra posibilidad a la hora de reescribir los textos folclóricos.
• Regreso para reparar un daño. El límite en la reescritura es el respeto al sentido original del
• Los “mal muertos” (aquellos que mueren fuera de tiempo). texto, que no puede ser tergiversado porque es lo que permite que
• Los muertos que no fueron sepultados. el relato siga teniendo vigencia y refleje las creencias de quienes
• Los que no fueron llorados. narran y de quienes escuchan. Por eso, hemos seguido las versiones
• Regreso para enloquecer al asesino. originales y al final se ofrece un apartado donde se nombra a todos
• El fantasma protector. los narradores orales que aportaron estas historias.
• El fantasma que repite infinitas veces una misma acción.
Los escenarios donde transcurren las historias de fantasmas
también suelen repetirse: casas encantadas, castillos o monaste- Biografía de Berta Vidal de Battini
rios en ruinas, túneles o pasajes subterráneos, cuevas y bosques son Berta Vidal de Battini (1900-1984) fue una investigadora
lugares clásicos en los que se encuentran estos personajes. En los argentina que recorrió buena parte del país en busca de cuentos y
relatos que estamos presentando, los vamos a ver en paisajes natu- leyendas. Anduvo por valles y montañas, por la jungla, por la pampa
rales, a plena luz del día o durante la noche; por lo general, nuestros y el desierto; entró en casas, visitó fiestas y se arrimó a los fogones
espantos y aparecidos prefieren los espacios abiertos y les da igual a escuchar de primera mano las historias que hombres y mujeres
si hay sol o no. contaban cuando hacían un alto en el trabajo.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS DE ESPANTOS Y APARECIDOS


Berta estudió Filología y Literatura en la Universidad de Bue- como Voces marinas en el habla rural de San Luis (1949), El habla ru-
nos Aires. Allí, acompañada por grandes maestros, se inició en el ral de San Luis (1949), La narrativa popular de la Argentina. Leyendas
trabajo con el folclore: la ciencia que estudia las diferentes maneras de plantas (1972), entre otros.
en las que los pueblos expresan su cultura y sus saberes. Su primer Recibió numerosas distinciones y reconocimientos, como el
trabajo en este campo fue una investigación sobre el habla de los 1er Premio de Poesía del Congreso de Artes e Industrias de San Luis,
campesinos de la provincia de San Luis, su tierra natal. en 1946; la beca de la Comisión de Cultura, en 1957; el 2º Premio
Fue docente, investigadora y durante varios años trabajó de la Comisión Nacional de Cultura por su libro El habla rural de San
como inspectora en el Consejo Nacional de Educación. Estuvo en Luis, en 1969; el 1er Premio Wallance del Instituto Panamericano de
10 contacto con maestros de escuelas de todas las provincias y reali- Geografía e Historia, en 1960; la condecoración de la Prefectura 13
zó varias encuestas nacionales para conocer mejor sus realidades. de Distrito Federal, Brasil, por su labor folclórica, y la condecora-
A partir de estas encuestas, pudo notar que todos los niños y los ción de la asociación Cultural Sanmartiniana de San Luis por su obra
adultos del país conocían cuentos, no de los que estaban escritos en literaria y científica.
libros, sino de aquellos que todavía circulaban de manera oral entre
bocas y orejas, entre cuenteros y escuchantes.
Con el apoyo del Consejo Nacional de Educación y de la Fa-
cultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Ber-
ta decidió salir a buscar estas historias al territorio. Entre los años
1931 y 1978, viajó por muchos lugares entrevistando a campesinos,
ancianos, niños, maestros, y a todo aquel que tuviera algún cuen-
to para contar. Con mucha paciencia, grabó, transcribió y clasificó
más de 3.000 narraciones, que se publicaron en diez tomos bajo el
título Cuentos y leyendas populares de la Argentina.
Esta obra es la compilación de relatos populares más impor-
tante que se hizo en nuestro país. Allí podemos encontrar cientos
de tesoros y rarezas, desde versiones criollas de cuentos folclóricos
hasta relatos únicos en su tipo, publicados por primera vez.
Se trata de un testimonio doble: prueba, por un lado, de la
riqueza y la diversidad de la narrativa de nuestros pueblos; evidencia,
por el otro, del compromiso incansable de su autora con la cultura
popular argentina.
Además de esta obra, escribió libros literarios, como su volu-
men de poemas Alas (1924) y sus obras Mitos sanluiseños (1925) y
Campo y soledad (1937); asimismo, publicó textos de investigación,

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS DE ESPANTOS Y APARECIDOS


La Pericana
16
L a abuela siempre nos decía que tuviéramos mucho cuidado
a la hora de la siesta:
—¡No salgan! ¡Miren que está la Pericana*!1
Mis primos y yo nos mirábamos, sonreíamos y salíamos a la
luz deslumbrante del sol de la tarde a correr por el campo, hasta que
llegaba mi papá y nos mandaba adentro de la casa:
—Vayan adentro, que se van a insolar. Cuando el sol baje,
salen de nuevo.
Y entrábamos, a esperar que pasaran dos horas, mientras ha-
blábamos bajito para no despertar a los grandes que dormían.
Hasta que un mediodía, la abuela, cansada de nuestras son-
risas, nos contó:
La Pericana sale a la siesta. Es una vieja muy fiera que corre y
castiga a los niños que encuentra juera de las casas andando sin per-
miso de los padres o haciendo picardías. A los niños traviesos se les
aparece en formas distintas. Casi siempre lleva un rebenque muy largo,
de arriero o de carrero, o una larga varilla para pegar, y es muy alta y
de cara espantosa.
Una vez estábamos un grupo de niños, a la siesta, abajo de un
árbol. Nos habíamos escapado sin permiso de los padres. En eso vi-
mos aparecer del lau de la viña una figura muy alta, como un gigante,
con cara de largos dientes, que echaba fuego por los ojos, y con un
gran cuchillo en la mano. En cuantito la devisamos salimos corriendo

1 Las palabras marcadas con asterisco aparecen definidas en el glosario, al final de


este libro.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


despavoridos. Sabíamos muy bien que esa era la Pericana, que asusta
a los niños que andan a esas horas haciendo lo que no se debe hacer.
Cuasi morimos del susto que nos llevamos.
Cuando la abuela dejó de hablar, a mis primos y a mí se nos
había borrado la sonrisa, y esa tarde mi papá no tuvo necesidad
de mandarnos adentro, porque no salimos de la casa; ni esa tarde,
ni muchas otras… La Pericana pasó a ser una sombra que se nos
aparecía detrás de cada árbol o piedra, y nos dejaba sin ganas de
18 jugar. 19
Pasaron los años y me mudé cerca del paraje de la Represita,
en San Luis, donde me ofrecieron un trabajo como ingeniero agró-
nomo y acepté, contento de volver a mi tierra. Me esperaba una
temporada veraniega, muchas siestas por delante… pero ahora tenía
que trabajar, no podía encerrarme ni dormir.
Un grupo de muchachos del lugar me ayudaba a cuidar los
almácigos de las plantas que estaba investigando y, después de al-
morzar, se tiraban debajo de un gran algarrobo que estaba en el pa-
tio de la casa donde paraba.
—Hay que cubrirse del sol de la siesta, ingeniero, usted ya
sabe, ¿no? —me dijeron, y yo acepté.
Los escuchaba charlar desde mi dormitorio, donde esperaba
que pasara el calor de esas horas. En esos momentos de duermeve-
la, la voz de mi abuela empezó a susurrarme nuevamente su historia
de la Pericana, al principio bajito y luego cada vez más fuerte, hasta
que una tarde tuve que salir al calor de la siesta a tirarme con mis
ayudantes abajo del algarrobo.
—¿Qué pasa, ingeniero? ¿No puede dormir?
—Debe ser el calor. Después de tantos años viviendo en el
sur, me parece que me acostumbré al frío.
—Sí, hace calor, mucho sol, hay que tener cuidado —co-
mentó Javier, el más simpático del grupo.
—Además, está la Pericana… —agregó Mario, otro de los
miembros de la cuadrilla, mientras se abanicaba con la gorra.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


—¡Ehhh! Esas son cosas de chicos y de viejos, no embromes Entonces, Mario nos miró a todos y continuó:
—dijo Javier, riéndose. —Cuando terminó de hablar, yo empecé a reírme, y de re-
—Son cosas de jóvenes también. Hace tiempo yo no le lleva- pente se sintió a lo lejos el chasquido de un látigo y el ruido de algo
ba el apunte, hasta que me pasó algo. que se arrastraba. Los dos miramos para todos lados, y nada, pero el
—¿Qué? —le pregunté yo, entre curioso y temeroso de lo rebenque seguía restallando. Despacito, retrocedimos hasta el gal-
que podía contar. pón y cerramos la puerta.
—Me pasó que andaba por la zona de Pringles, acá en San La historia de Mario produjo un breve escalofrío entre los que
Luis, y un compañero de trabajo me contó una historia, como quien estábamos reunidos a la sombra del algarrobo. Nadie dijo nada, y
20 pasa el rato: cuando el sol empezó a aflojar, volvimos al trabajo. 21
Dicen que la Pericana tiene la cola de clavos y de espinas. Que Pero desde ese día ando con mucho cuidado a la hora de la
aporrea* a los muchachos que no le obedecen o la insultan. Y que a siesta, me encierro en mi cuarto y no duermo, porque vigilo los rui-
veces se hace besar por estos mismos muchachos. dos, hasta los más pequeños. Trato de oír si más allá del viento y el
Que una vez estaban unos muchachos riéndose de la Pericana. Y susurro de las hojas se escucha el chasquido de un rebenque o el
que decían que le iban a pegar y que le iban a cortar la cola, y que le iban arrastre de una cola de reptil.
a correr. Que la insultaban de todas formas, haciéndose los corajudos,
estos muchachos. Y en eso, que había estado la Pericana oyéndolos, y
que se les apareció de golpe. Que se les heló la sangre a los muchachos,
que no sabían para dónde escaparse. Dicen que se les apareció como
una vieja alta, flaca, la cabeza y la cara tapadas. Que no se le veía casi
la cara. Que traía un rebenque, y que les dice con voz gruesa:
—A ver, ¿quién ha dicho que me va a pegar y que me va a cortar
la cola? ¿Quién ha dicho que va a salir nomás a la siesta para correrme?
¡Tomen! ¡Tomen! —Y que decía y les pegaba con un arriador larguísimo.
Y que la Pericana los aporreó hasta que se llenó. Que los casti-
gó con la cola de espinas que tiene y que hizo, después, que la besaran.
Los muchachos, de susto y dolor, le pedían disculpas, y le decían que
los perdonara, que nunquita más le iban a nombrar más. Y así, medio
desnudos y lastimados, los dejó la Pericana después de que les dio
una buena azotiadura*. Y que los muchachos nunca más se rieron ni
insultaron a la Pericana. Dicen que le han contau* a los padres lo que
les ha pasado, y los padres les han dicho que muy bien, por atrevidos.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS LA PERICANA


El Saco del Ánima
Bueno, entonces le sigo contando. La niña iba a cumplir 15 años
y el capitán le organizó una gran fiesta. Se decía que iba a ser la más
grande en muchos años por estos lugares; vino la gente importante
de leguas a la redonda: intendentes, jueces, médicos, todos, hasta
de la capital vinieron, no faltó nadie. Desde temprano empezaron
a llegar los músicos, nadie había visto algo igual: era una orquesta
entera, los asadores iluminaban la noche de la cantidad de brasas que

24
M e enteré de que usted anda preguntando por el caserón del
Saco del Ánima. Si tiene tiempo, le cuento. Soy de la zona
tenían… Finalmente arrancó el baile con el padre y la niña, y al rato
ella estaba bailando con un muchacho lindazo, hijo de un estanciero, 23
y siempre me interesó la historia del lugar. y el padre con una viuda, dueña del almacén de ramos generales del
Ahora lo ve así, venido abajo, despintado, con el techo des- pueblo, rica, y decían que de mal carácter, pero vio cómo es la gente.
vencijado, las ventanas sin vidrios, pero hace mucho era una belleza, A partir de esa noche, se hicieron inseparables: el capitán
hasta mármoles en el frente tenía. y la viuda, la niña y el joven, pero por separado, ¿vio? Los jóvenes
Lo mandó hacer un capitán de la marina mercante, el capitán paseaban por la orilla del río y los grandes estaban en la terraza
Zanabria se llamaba. Vino a vivir a la zona hará más de sesenta años, tomando una limonada. Todos sabían que la viuda y la niña se caían
por ahí más o menos; vino con la hijita, hermosa era, Amalita se lla- mal; sería envidia, celos, vaya uno a saber, y el asunto iba cada vez
maba, y siempre iba vestida de blanco, como si nunca se ensuciara, peor… Hasta que una noche el capitán y la niña tuvieron una pelea,
y eso que le gustaba andar por la orilla del río y por los caminos, pero gritos, llantos, portazos, la gente que trabajaba en la casa no lo
siempre limpita. Igual que el capitán, que salía a la terraza, esa que podía creer; antes eran inseparables y ahora el aire en la mansión
da al río, siempre de punta en blanco; salía al atardecer a mirar a la era irrespirable.
Amalita jugando hasta la hora de la cena. A la mañana siguiente, cuando la chica que hacía la limpieza
Parece que era viudo y que decidió, al retirarse, venir a vivir abrió la puerta principal, vio el caballo del joven atado al palenque,
acá con la niña, lejos del pueblo y cerca del agua, para alejarse del pero ni rastro del jinete. Avisó adentro y fueron a golpear la puerta
recuerdo de la finadita; se los veía felices y la casa era una belleza. A del dormitorio de Amalita, como le decían todos, y va que no la en-
la noche, brillaban todas las ventanas con las luces de los salones y cuentran, y tampoco al padre. Salieron a la terraza a mirar si estaban
cada tanto hacían fiestas y venía gente de todos lados. en el río y fíjese que faltaba el barco… Raro, ¿no le parece?
El capitán trajo un barco chico y se hizo hacer un amarre, Fueron a buscarlos por todas partes, por el agua y por el
ahí en la ensenadita. Acá le decimos “saco”, porque es una entrada campo, fue como si se los hubiera tragado la tierra o el río, que suele
bien cerrada en el río. Muchas tardes salían a pasear por el río para ser peligroso cuando sopla fuerte el viento.
disfrutar, ¿vio? Pasaron algunas semanas y el padre del chico, el estanciero,
Pero me olvidé de preguntarle si quiere un mate; es amargo, la fue a encarar a la viuda al almacén:
pero está bueno, ¿no quiere? —¡Vos sabés algo! ¡ ¿Qué le hicieron a mi hijo?! ¡Hablá!

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL SACO DEL ÁNIMA


Dicen algunos que la insultó y lo pararon entre dos, y enton-
ces se fue. No sé si la mujer se asustó o tenía algo que ocultar, pero
en menos de una semana le dejó el negocio a un administrador y se
fue a vivir a Rosario.
Al tiempo, aparecieron tres cruces al borde de la barranca
que lleva al río y la gente empezó a hablar de cosas que pasaban por
acá… ¿Usted quiere saber algunas? Le cuento lo que a mí me contó
gente de por ahí:
26 Acá para la parte del Timbó, dicen los viejos de áhi*, del lugar, 27
hay una parte que se llama Las Tres Cruces, en la costa. Es costa de
barranca alta.
Dicen haber visto de noche, siempre de noche, sea martes o vier-
nes, días del lobisón que le llaman, días de los aparecidos, que han visto,
dicen, a un hombre, tipo vestido así, de capitán, de gorra de marinero,
fumando su pipa, y a una hija de blanco, completamente de blanco. En
la costa del agua se ven. Y se sienten voces, todo, cosas de aparecidos.
Voces de que hablan entre ellos. Y ella, dicen los que la han visto, parece
como una Virgen, porque es de un color blanco, una loza.
Al rato se siente como que se tiran al agua, como un chapuzón,
como cuando golpea un pescado, así. Y esa visión se desaparece.
Siempre que van le prenden velas, todo eso, porque hay creencia
de que en el lugar ese naufragó un barco, y se ahogó el capitán y la
que creen que es la hija de él. Y por eso se ven esos aparecidos, cuando
hay tiempo malo, refucilo*, todo, tormenta, se ven esas apariciones. Ahí
están las tres cruces.
Muchos pescadores del lugar la han visto a la chica esa que se
arroja al agua. Vestida de blanco íntegra, como una novia. La otra cruz
parece que era el novio de la hija del capitán. Todos creen en la leyenda
porque más de una persona la ha visto. En el lugar la ven siempre cuan-
do hay tiempo malo, viernes o martes dicen que aparece.
¿No me cree? Mire que acá hay muchos que los han visto, y
para que se saque las dudas, a ese lugar muchos lo llaman el Saco
del Ánima, porque hay más historias de aparecidos. El otro día, sin ir

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL SACO DEL ÁNIMA


más lejos, yo estaba así, como ahora, sentadito en el amarre miran- Y áhi ha ocurrido en algún tiempo algún caso, alguna muerte o
do el río, cuando llegaron unos pescadores y me dijeron: alguien que se ha ahogado. En fin, al final, o mataron a alguien o lo en-
En una oportunidad en que nosotros salimos de este lugar en terraron por áhi. Eso es lo que yo oí y yo vi. Tal es así que yo, solo, nunca
una lancha, llegamos al punto ese que se llama el arroyo El Nuevo, den- más quise ir. Y cuando vamos, llevamos linternas de largo alcance y sol
trando* sobre la costa de la isla de Dome y la isla de Zumalacarregui. de noche*. Antes yo no creía lo que contaban, pero cuando me pasó eso
En un arroyo que termina en el Paso el Irigoyen, frente al Pal- ya creí. Los pescadores, muchos me han contado casos de esos. Por eso
mar, hay un paraje que se llama el Saco del Ánima. Se llama “saco” se llama el Saco del Ánima.
porque es una entrada muy cerrada. Aproximadamente unos mil metros ¿Y? ¿Qué me dice? ¿Vio cómo habla la gente? Mire, no le
28 antes de llegar a ese lugar nosotros, mi compañero dice: ofrezco más mate porque el agua se enfrió. La verdad es que el ca- 29
—Áhi una canoa. serón se vino abajo poco a poco, nadie lo reclamó, se ve que no
Entonces le digo: había parientes.
—Tiene que haber gente. Se fueron llevando de a poquito las ventanas, las lámparas, las
Y la veo yo. Sí, una canoa blanca. Cuando nos aproximamos puertas, todo lo que se podía sacar, hasta los caños, y yo pienso que
al lugar ese, la canoa no estaba. Y las dos personas arriba estaban de la casa está esperando que alguien venga y se quede con ella, ¿no le
blanco; así la habíamos visto a la canoa, con dos personas. parece?... ¡Ah! Pero mire quién está.
Y cómo podía ser que desapareciera si había una barranca de ¡Eeeh! ¡José! ¡Buenas tardes! ¡Eeeh!
dos metros de profundidad, de arriba del monte abajo. Y cuando llega- Cha*, que nadie saluda… ¡Oiga, don! ¿Adónde va?... Y este
mos a ese punto la canoa no estaba. también se va sin decir nada.
Era un día feo, ¿no?, de mal tiempo. Y tan es así que nos agarró
un golpe de agua enseguida. Ya era la entrada del sol. Ahí en ese lugar, El hombre se paró, recogió el mate y la pava y rumbeó para
justamente, a otro compañero pescador le pasó un caso similar. la casona, caminando por un sendero que subía por la barranca. De
Que ellos estaban pescando en ese lugar y sienten que venía una repente, sopló un fuerte viento que corrió una nube que tapaba el
canoa, del lado de la casona, ¿no? La verdad que ellos dijeron: sol y entonces un rayo lo atravesó, como si no existiera.
—Serán algunos pescadores que venían.
Y no aparecía la canoa. Y remaban y remaban y remaban, y no
aparecía la canoa. Hasta que vieron que no era nada. Entonces se que-
daron tranquilos, nomás. Y por áhi sienten que venía un caballo. Pero
al galope por entre los caminos de la isla. Entonces se ladiaron* ellos
del lugar, porque estaban justamente en una senda donde cruzan los
animales. Y se ladiaron de áhi para darle paso.
Sentían que lo nombraban al caballo, lo apuraban, y el galope se
sentía. Y cuando ellos salieron así, para ver, no vieron tampoco nada. Y
cosas como estas les ocurrieron a muchos pescadores.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL SACO DEL ÁNIMA


El Gritón
32
—¡ Aaaaaaaaaahhhhhhhhaaaaaaa! ¡Ooooaaaahhhhhhhhoooo!
¡Grrraaaaaaaaaaaooooo! ¡Buuuaaahhhhaaaaa! 33
Pedro se sentó en la cama sudado y con los gritos resonando
todavía en su cabeza. La puerta del dormitorio se abrió y entró su
tía Carmela:
—¿Qué te pasa? ¿Qué son esos gritos? ¿Te sentís mal?
—Tuve un mal sueño. Perdoname por despertarte, pero yo
no grité, me parece que los gritos venían de afuera… ¿O de adentro
de mi cabeza? No sé, no entiendo nada.
—¿Te hago un té? ¿Querés algo? —preguntó la tía, preocu-
pada por su sobrino.
—Mejor trato de seguir durmiendo. Eso sí, dejo la luz pren-
dida, por si acaso.
—Bueno, mañana hablamos —contestó Carmela mientras
cerraba la puerta.
Cuando se quedó a solas, Pedro no lograba volver a dormir-
se. Finalmente, se levantó, fue a sentarse a un silloncito junto a la
ventana para leer, pero se quedó pensando en su sueño: de dónde
había salido, qué eran esos gritos que todavía resonaban en su ima-
ginación… Y entonces se acordó del viejo que se había cruzado en
el río, allá cerca de la barranca, hacía dos o tres días, cuando había
ido a pescar desde la orilla. Primero hablaron del clima y del pique,
después le preguntó de dónde era y él le contó que venía de Buenos
Aires a pasar las vacaciones, que era su primera visita. Entonces el
viejo habló del pueblo, de los vecinos, y finalmente comentó algo
del pasado:

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


Esto pasó hace muchos años, aquí cerquita nomás, adonde están
estas barrancas. Entonces no eran barrancas, todo eso eran unos bajos y
todo era muy monte. Solo había un caminito, apenas, para ir uno solo. Y
en las noches naides podía pasar por áhi porque les salía el Gritón.
Entonces, un hombre que volvía de Los Baldes iba pasando para la
Toma Alta, y mi tata le decía que no se dispusiera a pasar porque ya era
muy de noche, porque naides pasa a estas horas, porque sale el Gritón. Y
el hombre no quería creer, él no tenía miedo, y que si salía lo iba a hacer
34 por las claras, que para eso llevaba su cuchillo. Y así se fue nomás, pero 35
apenas llegó al bajo siente un grito muy lejos, y áhi nomás otro grito ya
cerquita, casi al lado del hombre. Y áhi nomás ya se le puso adelante, ata-
jando la senda, un bulto lanudo. Era gris, pero no tenía cabeza. Estaba en
medio del camino y no lo dejaba pasar. Y no había cómo hacerse a un lado
porque como era todo muy monte y el camino angostito, no se podía salir
del camino para pasar, y entonces el hombre saca el cuchillo y le dice:
—Amigo, hágase a un lado, deme la pasada.
Y el bulto ni se movía. La mula en que iba montado el hombre
estaba quedita*, ni se movía siquiera.
Entonces el hombre con el cuchillo le hace unas cruces cerquita
del bulto y por fin le da camino libre. Y el hombre sigue nomás andando,
pero más allá se le vuelve a aparecer el bulto adelante. Ya entonces
el hombre se abraza al cogote de la mula y, con el cuchillo en la otra
mano, queda descompuesto.
El hecho es que cuando llega a Loma Alta estaban ahí varios
hombres y sienten que en el corral andaba el animal de este hombre. Y
dice la mujer de uno de ellos:
—Oigan, parece que la mula del amigo se ha venido, se la siente
que anda buscando el pasto en el corral.
Y entonces los hombres se van al corral a verla y la encuentran
con el amigo que estaba como muerto, abrazado a la mula y con el
cuchillo que no lo largaba. Lo bajan en peso y después, cuando ha recu-
perado el conocimiento, dijo:
—Hermanitos, ¡áhi viene!, ¡áhi viene!

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


El pobre hombre tenía mucha fiebre y le costó enfermedad por caída. Cuando terminó el cuento, yo estaba muy asustada. ¿Podés
mucho tiempo. creer que salió al campo a gritar escondido atrás de una ternerita
que teníamos en esa época? Me metí debajo de la cama hasta que
Carmela golpeó la puerta del dormitorio de su sobrino y lo vino la abuela a buscarme y entre todos me convencieron de que
invitó a desayunar. Pedro se despertó sobresaltado, todavía en el si- había sido mi papá.
lloncito y con un poco de dolor de cabeza. Se vistió y fue a la cocina, —¡Jajaja! ¡Qué gracioso! ¡Muy gracioso el abuelo! ¡Jajaja!
adonde lo esperaba su tía con tostadas, mermelada de naranja, una —Pedro no podía parar de reírse.
taza con café con leche y una mirada interrogante: —Sí, vos reíte, pero yo durante mucho tiempo veía una vaca
36 —¿Y, Pedro? ¿Al final pudiste seguir durmiendo? y salía corriendo —confesó la tía Carmela, mientras lavaba las tazas 37
—Al principio no, porque me quedé enganchado con un en- y recogía las migas de las tostadas.
cuentro que me desveló bastante y que ahora pienso que fue el cul- Esa tarde, Pedro volvió al río a pescar y no se encontró con
pable de mi mal sueño. nadie. Cenaron y después de mirar televisión un rato se fue a dor-
Entonces, le contó la historia y, a medida que iba avanzando, mir. Era una noche tranquila, solo se escuchaba a lo lejos ladrar al-
la cara de su tía iba cambiando, de la serenidad al fastidio. gún perro, y el…
—Pero, tía, ¿qué te pasa? —le preguntó ante ese cambio. —¡Aaaaaaahhhhaaaa! ¡Oooaaahhhhoooo! ¡Grraaaaaaooooo!
—Me pasa que la gente de este lugar me tiene cansada. ¡Buuaaaahhhhaaaaa!
—Explicame, porque no entiendo nada —le pidió su sobrino. Pedro se sentó en la cama sudado y con los gritos resonando
—En estos lugares, cuando sos chico, siempre hay algún todavía en su cabeza. La puerta del dormitorio se abrió y entró su
adulto que te cuenta historias para asustarte; incluso se disfrazan de tía Carmela…
hombre de la bolsa o del cuco o qué sé yo, de Gritón, y te aparecen
de golpe. A mí me pasó cuando era chica. Primero mi padre empezó
a contarme historias…
—¡Qué bueno! El abuelo disfrazado y haciendo “buuu” como
un fantasma, y yo me lo perdí.
—¡Ah, no! Si me tomás el pelo, no te hablo más —protestó
Carmela.
—Dale, tía, no te enojes, seguí que me interesa.
—Bueno, me acuerdo de que me nombraba al Gritón, tam-
bién le decía Berreador. Una tarde me dijo que a veces se aparece
como una vaquita chiquita con cuernos de oro o de plata, siempre
de noche, y que cuando te acercás, se transforma en un hombre
grande que empieza a gritar, te agarra y te lleva bien alto, y después
te tira a la orilla del río; por ahí te salvás y por ahí te morís con la

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL GRITÓN


El jinete del Portezuelo
40
—¡ Ay, mamita! No sabés lo que vi.
—No, no sé. Mirá, Clara, vos venís siempre con historias 41
raras, así que ni me imagino qué viste esta vez.
La madre se la quedó mirando, mientras dejaba de cortar las
papas para la tortilla que pensaba hacer para la cena.
—Vi… vi algo allí en la curva del camino, donde arranca el
monte, yendo para el cerro del Portezuelo…
—Aah, entre los pinos —le dijo la madre.
—Sí, ahí, era un hombre a caballo, pero parecía una sombra,
se veía todo negro, ¿viste? Y había viento y se escuchaban gritos o
algo así, ¿vos no escuchaste nada?
—No, no escuché nada.
—¡No puede ser! Las ramas se movían y el caballo relinchó, el
hombre gritaba; reculó* y salieron disparados para el cerro.
—Mirá, nena, en una noche sin luna, una se puede confundir,
se ven sombras, algún pájaro que chilla acomodándose en una rama
o un perro, qué sé yo… Tendrías que haber llevado la linterna y listo.
Ya estás grande, tenés 15 años y seguís asustándote de cualquier
sombra. Lo que quiero saber es si conseguiste los huevos para la
tortilla, tenías que ir a lo de los García a pedir seis y traerlos.
—Después de lo que vi, vine corriendo a casa, me dio miedo;
no me pidas que vaya porque no salgo más.
La madre soltó el cuchillo, agarró la linterna y, mientras iba a
casa de los vecinos, pensaba en que las excusas de su hija para no
hacer lo que le pedía eran cada vez más extrañas y traídas de los
pelos.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


Al otro día, los compañeros de Clara escucharon su historia y —Lo que pasa es que la gente elige no ver esas cosas, y si
también le hablaron de la oscuridad y de lo fácil que es ver lo que no las ven, se hacen los olvidadizos o hacen que no entienden bien. Se
está en la noche, pero Clara insistía, hasta que finalmente la dejaron dicen para adentro: por ahí fue el viento o un bicho, la oscuridad o
sola, cansados de escucharla. la luz de la luna.
Después fueron público involuntario de su relato los docen- —Pero ¿por qué…? Es más fácil aceptarlo y no hacerme pasar
tes, los vecinos y los clientes del almacén que quedaba al costado de por loca.
la ruta. Todos insistían en que había sido un engaño de la noche, que —Es que si lo aceptan, tienen que preguntarse quién o qué
en realidad no había pasado nada… Pero Clara sabía lo que había vis- es el jinete…
42 to. También sabía que en el pueblo no iban a creerle y que ya estaban —Para mí, es un fantasma, ¿no? Algo que aparece para asus- 43
mirándola con un poco de pena, así que no habló más. tar, un aparecido, como dicen los paisanos.
Pasaron unas semanas y la chica ya pensaba que efectiva- —¡Ey, Clara! ¿Con quién estás hablando?
mente su imaginación le había jugado una mala pasada, así que esa Clara se dio vuelta para ver a un grupo de sus amigos que la
noche bajó la linterna del estante de la cocina y decidió ir a lo de señalaban, se reían y se daban codazos entre ellos. Asombrada, se
Marita, su amiga. volvió para señalar al hombre con el que estaba hablando, pero no
Justo cuando pasaba por la puerta del almacén, alguien le había nadie, no había nada.
chistó. Era un hombre sentado al costado de la puerta del negocio,
que le dijo:
—Te estuve buscando. Quería decirte que yo te creo, porque
sé lo que viste.
Clara se acercó despacio y le pareció reconocerlo de haberlo
cruzado varias veces en la plaza. Más tranquila le preguntó:
—¿Y qué fue lo que vi?
—Te explico:
En las sierras del Portezuelo se ve siempre un jinete que anda mon-
tao en un caballo negro y muy brioso. Este hombre anda siempre al galope.
El jinete sale de la cumbre y galopa hasta el mismo paso, hasta el Porte-
zuelo, y se vuelve. Y así anda mucho tiempo al galope subiendo y bajando.
Dicen que casi siempre grita y grita. No se sabe si dice algo, pero sus gritos
son parecidos a los gruñidos del cerdo y se oyen desde muy lejos. Cuando
sale este jinete, corre un viento muy juerte en el valle y seguro que llueve.
—Es lo que vi esa noche, estaba segura… Pero, si se ve siem-
pre, ¿por qué nadie me cree y todos me aconsejan olvidar lo que vi?
—le preguntó Clara.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL JINETE DEL PORTEZUELO


El toro astas de oro
todo, sus pérdidas y sus errores serían olvidados, aunque fuera por
un tiempo.
Deseoso de atrapar y tener este animal, que sería la fortuna
para su estancia, sacó el lazo que llevaba en los tientos* de la mon-
tura, y corrió en vano por cerros y quebradas sin conseguir enlazarlo,
hasta que rendido de cansancio volvió a su casa, con la ropa rota y la
cara y las manos lastimadas por las ramas.

46
S e cuenta que, en años anteriores a este, en un lugar llamado
El Codo, vivía un matrimonio muy rico y poderoso, que te-
Cuando su madre lo vio entrar de esa manera, le preguntó qué
le había pasado. El joven ni siquiera la miró; entró en su dormitorio 45
nía una hacienda que iba desde Alijilán hasta la Cuesta del Portezue- para cambiarse y salir a pedir un nuevo caballo para continuar la
lo; toda esa extensión, miles de hectáreas, comprendía la estancia. búsqueda del toro.
El casco* principal, donde vivían durante el año, era en El Cuenta la gente antigua que este joven siguió días y días
Coco; allí se hacían las yerras y los rodeos, bajo la dirección del due- campeando por encontrar al toro de astas de oro y que hacía corri-
ño y de un hijo único que tenía un solo defecto: le gustaba apostar a das* en cuanto oía que bramaba un toro en la estancia. Sus padres,
cualquier cosa, y en esas apuestas siempre perdía. desesperados, trataban de detenerlo, pero el hijo no les contestaba,
Participaba de todos los juegos de cartas y dados de la zona, ni siquiera los miraba y nadie se ocupaba de la estancia.
además de tirar plata a las patas de los caballos que participaban en Dicen que la propiedad fue perdiéndose poco a poco, que la
las cuadreras* y en las riñas de gallo. Sin dudas, ya estaba enviciado. gente que trabajaba en el lugar empezó a irse, nadie les decía qué
Las peleas entre padre e hijo eran frecuentes, los gritos e in- hacer ni les pagaba los jornales, y dicen que el toro de astas de oro se
sultos terminaban siempre con el portazo del hijo que se encerraba llevó los animales a los cerros de Tucumán, que se fueron poblando
en su dormitorio murmurando: “Pronto sabrán lo que valgo, les voy a de mucha hacienda con el correr del tiempo. El hijo de esta gente tan
demostrar a mi papá y a todos que soy el mejor hijo”. rica quedó pobre y sus padres murieron en la más absoluta tristeza y
Una noche de luna, mientras este hijo regresaba desde la ciu- decepción por ese hijo que enloqueció tras las huellas de un toro que
dad a su casa, por los campos y quebradas solitarias que le tocaba ni ellos ni nadie pudieron ver.
pasar, sin una moneda en el bolsillo, pensando en cómo explicarle a Desde aquellos tiempos, en los cerros de Tucumán se hacen
su padre la pérdida cuantiosa del dinero de la venta de unos anima- todos los años grandes corridas de hacienda. Este toro de astas de
les, imaginando una nueva pelea, sintió el bramido de un toro que le oro es el dueño* de la hacienda y a veces se aparece para castigar
llamó sobremanera la atención por su fuerza y su tono. La fiera se a los que no saben cuidar sus animales y ocuparse de sus estancias
acercaba cada vez más, hasta que se puso a la vista y a tiro de lazo. como deben.
Sorprendido, miró al toro, que era un hermoso animal, de pe-
laje castaño y de astas brillantes, que se veía que eran de oro, en el
resplandor de la luna. Se le ocurrió que era una excelente oportu-
nidad para quedar bien con su padre; si llevaba el toro a su casa,

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS EL TORO ASTAS DE ORO


La caza de los cuervos,
o de lo que le pasó a
Agapito Gutiérrez
—No sé, algún antepasado de mi padre, o quizás por el san-
toral; como en casa siempre me decían Cachito, realmente nunca
me lo pregunté…
Jacinta lo miró nuevamente y negó con la cabeza:
—No, m’hijo, fue un capricho mío, y tanto le insistí a tu padre
que al final me dijo que bueno, que te pusiera Agapito, pero que él
te iba a llamar Cachito.

50
E l profesor Agapito Saldívar, ya jubilado, se dirigió como to-
dos los viernes a la casa de su madre a cenar. Llevaba en
—Bueno, no puedo negarte que me desilusiona un poco que
sea producto de un capricho; pero seguís sin explicar de dónde sale 49
su mano el libro de Edgar Allan Poe, el escritor favorito de los dos. el nombre Agapito y por qué querés escuchar “El cuervo” de Edgar
Al hombre siempre le llamó la atención el fanatismo ma- Allan Poe.
terno por la obra del escritor estadounidense, ya que ella se había —Está bien, te cuento. Cuando era chica, vivíamos a la en-
criado en el monte jujeño y a gatas había terminado la primaria; su trada de un pueblo medio perdido, allá en Jujuy, y a la mañana tem-
conocimiento literario se reducía a las historias y anécdotas de su prano veíamos pasar a muchachos con hondas rumbo al monte.
tierra. Sabíamos que había muchos animales y que a algunos los cazaban,
Así y todo, su madre tenía una extraña obsesión por el poe- pero en mi casa nadie lo hacía. A mis hermanos y a mí nos encanta-
ma “El cuervo”. Siempre le pedía que se lo leyera antes de irse. Esa ban los animales, sobre todo los pájaros; mi preferido era el cuervo,
noche le iba a preguntar por qué lo hacía, por qué siempre el mismo, me gustaba su negrura y el brillo de los ojos.
por qué siempre “El cuervo”. ”Muchas mañanas, bien temprano, salíamos corriendo al
Al terminar la cena, mientras su madre preparaba el café, monte a espantar a los animales, gritando y tirando piedras, para que
Agapito se la quedó mirando y le preguntó: cuando llegaran los cazadores no encontraran nada. Otras veces,
—Mamá, hace muchos años que vengo los viernes a cenar y nos metíamos entre las plantas y hacíamos ruiditos para despistarlos
a leerte distintos autores y sus obras. Hemos leído a Borges, Cor- y llevarlos lejos de los nidos o de las cuevas donde vivían los pespi-
tázar, Zola, Faulkner, hemos leído novelas, cuentos y poemas, y vos res* o las mulitas… pero siempre parecía que nuestros esfuerzos por
siempre terminás pidiéndome que traiga el libro de Poe y te lea “El ahuyentarlos o confundirlos eran poco eficientes.
cuervo”; me encantaría saber: ¿por qué? ”Una tarde le pregunté a mi maestro de la escuela si nadie
Jacinta Pérez de Saldívar, madre de Agapito, miró a su hijo y castigaba a los cazadores y él me contestó con una historia, que
comenzó a reírse bajito. Al rato le contestó: decía así:
—Ese poema me hace acordar a cuando era chiquita, allá en Un viejito les decía siempre a los cazadores:
el monte… Pero antes de contestar, yo quiero preguntarte si alguna —No cacen muchos animales. Los animales tienen siempre due-
vez pensaste por qué te llamás Agapito. ño que los defiende, como Coquena defiende las vicuñas. Y se cuentan
El profesor Agapito Saldívar no supo bien qué contestar a la muchos casos de cazadores que han sido castigados y que se han per-
pregunta de su madre: dido. Y eso es cierto y todos cuentan casos que conocen.

LA CAZA DE LOS CUERVOS,


ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS
O DE LO QUE LE PASÓ A AGAPITO GUTIÉRREZ
Mi mamá me contaba que un hombre de Iturbe, Agapito Gutié-
rrez, que era compadre de ella, cazaba cuervos en gran cantidad, y que
los vendía muy bien.
Le habían dicho que no cazara tantos cuervos, porque le podía
pasar algo malo. Y le pasó un caso que casi se murió. Y que un día le
apareció un hombre de negro con pañuelo blanco y le preguntó por
qué cazaba tantos cuervos para vender. Agapito dijo que tenía mucha
necesidá, pero el hombre le dijo que mataba de más, y le pegó tanto
52 que Agapito perdió el conocimiento y después apareció ensangrentado
y rajuñado y casi se murió. Y Agapito Gutiérrez no cazó más cuervos.
”Y cuando finalizó, me dijo: “Jacinta, no sé si existe el dueño
de los cuervos, pero me gusta pensar que los cuervos y los otros
animales tienen maneras de defenderse de los cazadores, y que
mientras haya chicos y chicas como vos que se preocupan y los
quieren proteger, por ahí, quién te dice, se acaban los cazadores”.
”Desde ese día, en cuanto tenía una oportunidad, le contaba
la historia de Agapito Gutiérrez al que se me cruzara, para averi-
guar si alguien lo conocía. Tanto la conté que cada vez que pensaba
en mi infancia y en el monte, pensaba en esa historia, y al final le
tomé cariño al nombre Agapito. Por eso te puse ese nombre… Y
cuando muchos años después me leíste el poema de Poe, sentí que
ese cuervo era uno de los de mi monte, y que ese “nunca más” que
repite en el poema es para avisarme que no los andan cazando.
Esa noche, mientras el profesor Agapito Saldívar caminaba
de regreso a su casa, pensando en lo poco que sabía de su mamá,
le pareció ver un cuervo posado en un árbol que lo miraba con cu-
riosidad.

LA CAZA DE LOS CUERVOS, O DE LO QUE


ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS
LE PASÓ A AGAPITO GUTIÉRREZ
Los negritos del agua
56
F lotan sobre el agua de las lagunas, de los arroyos, de los
ríos y los esteros, jugando con la luz del sol. Los negritos 57
bailan entre los juncos, empujándose entre ellos, mientras se ríen
de los peces que se alejan, porque saben que son traviesos. Algunas
madrugadas creen recordar un cierto dolor en las espaldas; enton-
ces se zambullen hasta el fondo y el frío del agua los consuela y se
olvidan, aunque no saben bien de qué.
En la laguna Cáceres y en la costa del arroyo Barca, se los ve a
los negritos. Son negritos pora*, que tienen las lagunas que no se secan
nunca. Las lagunas que tienen sus vertientes tienen su pora. Cuando
va a llover mucho, se siente chapotear en el agua. Se siente el ruido en
el agua porque juegan los negritos. Muchos los han visto, también. La
historia de los negritos del agua es muy conocida en estos lugares.
Bailan, juegan y a veces se aburren de tanto jugar; entonces
se les ocurre que pueden ayudar a alguien que llegue a sus dominios.
Las mujeres son buenas, a ellas se las ayuda; a los hombres no, por-
que los hombres pegan y lastiman, o eso creen recordar.
Cuentan que el negrito pastor es el protector de las lavanderas.
Como en los pueblos y en el campo tienen que ir a lavar la ropa en los
arroyos y ríos, dicen que las lavanderas que dejan la ropa jabonada de
un día para otro le piden al negrito pastor que la cuide. También cuando
dejan ajuera la ropa tendida, se la encargan al negrito. Cuando pierden
alguna pieza, le piden al negrito que se las busque, y a los pocos días la
encuentran.
Le pagan al negrito con un poco de tabaco que le tiran al techo
de la casa. Cuando no le pagan lo que le han prometido, es inútil que

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


le vuelvan a pedir nada, porque no atiende ningún ruego ni pedido. El
negrito pastor casi nunca anda solo, anda con otro pastorcito como él.
Estos son los cambacitos* de la laguna Tagua. Cuentan que ellos
eran unos negritos que cuidaban la hacienda, las vacas, los caballos,
todo de un señor muy rico. Dicen que se les perdieron unos animales
y el patrón lo mató a azotes al negrito. Y estos negritos, de muertos,
aparecen como fantasmas en la laguna, en los esteros, en todas partes
ande hay agua, para asustar y hacer mal, porque ellos murieron así, por
58 ese caté* malo, po. Pero son buenos con los pobres, por eso ayudan a 59
las lavanderas.
Bailan, juegan y a veces se aburren de jugar entre ellos. Pasa
el tiempo y los que llegan a las orillas se van, y ellos nuevamente
están solos con el dolor y los recuerdos que quieren volver, y ellos
que no quieren recordar… Entonces piensan que la solución es te-
ner nuevos compañeros de juego, otros, los otros.
Los negritos del agua son como indiecitos negros, muy traviesos;
juegan en el agua todo el día. Se los ve de lejos. Cuando se apoderan de
alguien, tratan de hacerlo ahogar. Dicen que una vez un pobre viejo que
iba bordeando la laguna fue echado al agua por los negritos del agua.
Alrededor del viejo jugaban chapaleando en el agua y lo salpicaban,
mientras otros negritos trataban de meterle la cabeza abajo del agua.
El viejo ya estaba casi ahogado cuando pasó por el camino un hombre
y, viendo lo que le pasaba al viejo, se acercó y lo salvó. Los negritos del
agua desaparecieron.
Los dos hombres contaron a todos cuál era la laguna en donde
aparecen los negritos del agua y el peligro que hay en ese lugar. Todos
saben que muchas lagunas tienen negritos y la gente tiene cuidado de
acercarse en las horas de la siesta. Los negritos del agua tienen también
una historia, porque han sido muertos por un patrón muy malo que
tenían, y han revivido en esa forma que tienen.
Cada tanto fallan y no logran tener nuevos compañeros de
juego, y se vuelven a quedar solos. No les importa porque tienen
tiempo, mucho tiempo. Siguen en el agua, juegan, se ríen, asustan,

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS XXXXXXXXXXXXXXX


bailan, miran el reflejo de la luz en las piedras empapadas. Pero em- Una viejita del campo me contaba la historia del negrito pas-
piezan a recordar y vuelven a intentarlo; entonces sienten que es tor. Dicen que era un negrito esclavo que trabajaba en una estancia de
mejor, mucho mejor, si son niños o niñas los que los acompañan, un estanciero muy rico. Dicen que lo mandaban a cuidar la hacienda.
pues son más divertidos. Dicen que una vez le faltó un novillo muy lindo. Salió a buscarlo. Lo
En las siestas de verano y en las noches de luna, salen los ne- anduvo buscando noche y día por el monte, por los esteros, por todas
gritos del agua a bailar en la costa de las lagunas. Dicen que invitan a partes. No lo encontró y tuvo que darle cuenta al patrón.
los niños a bailar con ellos. Es como un llamado de magnética, porque Dicen que el patrón era un hombre malo y lo agarró a castigar
dicen que nadie puede librarse de la invitación al baile. Y cuando es- al negrito. Tanto le pegó que lo tiró al suelo muy golpeado. Entonces lo
60 tán bailando, de repente, se hunden en el agua, llevando a las pobres tiró sobre un tacurú, un hormiguero, y ahí lo dejó para que las hormigas 61
criaturas. Es peligroso para los niños acercarse al agua en las siestas lo desangraran.
ardientes y en las noches de luna, porque salen los negritos del agua Volvió a los tres días para enterrarlo, pero cuando llegó al lugar
y los ahogan. Dicen que los negritos del agua eran unos negritos pas- vio que el negrito estaba vivo y que lo rodeaban muchísimos novillos que
tores que los patrones los mataron a azotes porque dejaron perder los le lamían los pies y las manos. Y por detrás vio que aparecía una luz, y
animales que cuidaban. en medio de la luz estaba la Virgen.
¿Son dos los negritos? No, hay muchos, muchos que quieren El amo casi se enloqueció de arrepentimiento y disparó a su
olvidar lo que les pasó y lo que les hicieron, y entre esos muchos, casa, y dicen que al poco tiempo murió. Por un milagro, el negrito del
que solo quieren jugar y bailar porque antes no pudieron hacerlo, pastoreo revivió y, como si fuera del otro mundo, quedó en el campo y
hay uno que quizás se acuerde más que los otros, el negrito de un en las lagunas, y protege y cuida a los animales y los cura cuando están
solo ojo, y que quizás no pueda soportar más dolor ni propio ni ajeno. enfermos y los busca cuando se pierden. Muchos ven al negrito pastor,
En un lugar del Carrizal, que hay muchas aguas, que se llama casi siempre en las lagunas, pero pocos saben su historia verdadera.
con el nombre de Iberá pero no es la laguna grande, vive un negrito.
Es el dueño del agua o el negrito del agua. Tiene un solo ojo. Cuando
algún chico se ha acercado al manantial, se le ha aparecido y le dice que
vuelva a su casa, que la madre lo llama. El niño, al ver a ese monstruo
con un solo ojo grandote, emprende desesperada carrera hacia su casa,
enloquecido de susto. Así, las criaturas no van a ese lugar que es peli-
groso y se vuelven a la casa.
Alguno fue el primero, ese que armó un camino para los de-
más, para los otros negritos. Ninguno tiene nombre, salvo el prime-
ro; quizás él los fue buscando para llevarlos a las lagunas, los arroyos,
los ríos y los esteros, y darles la oportunidad que no tuvieron antes,
cuando estaban vivos, para que bailen, jueguen y olviden mientras él
recuerda por todos. Él es el negrito pastor.

ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS LOS NEGRITOS DEL AGUA


Los narradores
El material incluido en esta obra, como ya se aclaró, es de origen oral. A
continuación, se detallan los nombres de los narradores de cada leyenda,
su lugar de origen y el año en el que fue realizada la recopilación.

LA PERICANA: 61
• Jacinto Monteros, 72 años. Esquina del Sauce, Desamparados (San
Juan), 1953.
• Jesús María Sosa, 18 años. La Carolina, Pringles (San Luis), 1944. El
narrador es peón campesino.

EL SACO DEL ÁNIMA:


• Isidro Abel Alfaro, 59 años. Piedra del Espejo (barrio de la costa del río
Paraná), Bajada Grande, Paraná (Entre Ríos), 1970.

LAS TRES CRUCES:


• Antonio José Pretti, 42 años. Barrio de La Costa, Paraná (Entre Ríos),
1970.

EL GRITÓN:
• Emilio Leguiza, 88 años. El Chusco, General Belgrano (La Rioja), 1950.
• Antonio Gómez, 93 años. Santa Ana, Candelaria (Misiones), 1970.
Campesino rústico, bilingüe guaraní-español, analfabeto.

EL TORO ASTAS DE ORO:


• Diego Barrientos, 58 años. Guayamba, El Alto (Catamarca), 1952.

EL CAZADOR DE CUERVOS:
• Abdón Castro Tolay, 68 años. Humahuaca (Jujuy), 1968. Gran conoce-
dor de las costumbres y las tradiciones de la Puna jujeña.

LOS NARRADORES
Glosario
LOS NEGRITOS DEL AGUA:
• Elidio Schweizer, 70 años. Esquina (Corrientes), s. f. Lugareño de cierta
cultura.
• Juan Herrera, 47 años. Cataratas del Iguazú, Iguazú (Misiones), 1951.
• Elvira Quiroz, 40 años. Villa Libertad, Resistencia (Chaco), 1952. Áhi: regionalismo por ahí.
• Luisa Gómez, 45 años. Curtiembre, Goya (Corrientes), 1948. Aporrear: dar golpes a una persona.
• Juana López, 30 años. Colonia 3 de Abril, Bella Vista (Corrientes), 1948. Azotiadura: paliza, andanada de golpes.
• Rosa Rojas de Neumann. Zona rural de la ciudad de Corrientes (Co- Cambacitos: negritos.
64 rrientes), 1962. La narradora es maestra de escuela. Casco: en un establecimiento agrario, casa principal e instalaciones asocia- 65
das (galpón, corrales, mangas, etc.).
Caté: patrón, amo; persona de las clases instruidas.
Cha: aféresis (pérdida de sonidos al comienzo de una palabra) de “pucha”;
interjección para expresar enfado, contrariedad o sorpresa.
Contau: dícese por contado, participio del verbo contar.
Corridas: movimientos de hacienda baguala, salvaje, que se realizan para
encerrarla y luego venderla.
Cuadreras: carreras de caballos que se realizan a campo traviesa y donde
se apuesta.
Dentrando: regionalismo por entrando, gerundio del verbo entrar.
Dueño: esta palabra aparece con el sentido de protector, no de propietario
de un bien.
Ladiaron: ladearon, del verbo ladear, hacerse a un lado.
Pericana: pelicana, canosa.
Pespir: lechuza pequeña, típica del noroeste de Argentina.
Pora: fantasma que tiene un gran poder y toma formas muy diversas.
Quedita: regionalismo por quietita.
Recular: andar para atrás.
Refucilo: relámpago, rayo.
Sol de noche: farol de kerosene, muy usado en lugares sin electricidad.
Tientos: arreos para ajustar la montura a un caballo; suelen engancharse en
ellos el lazo y el rebenque, al alcance de la mano del jinete.

BERTA
ANTOLOGÍA
VIDALDE
DECUENTOS
BATTINI ARGENTINOS
POPULARES ARGENTINOS GLOSARIO
Bibliografía
Berti, Eduardo (comp.) (2009). Fantasmas. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. De espantos y
Guzmán Almagro, Alejandra (2017). Fantasmas, apariciones y regresados del
más allá. Buenos Aires: Sans Soleil Ediciones.
aparecidos
66
Vidal de Battini, Berta (1976). Cuentos y leyendas populares de la Argentina,
t. VIII. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas. Antología de cuentos
populares argentinos

VOCES
ANTOLOGÍA DE CUENTOS POPULARES ARGENTINOS DE AYER
Y DE HOY

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