S¡ ssssshhhhhhhhhhh!!
Haz del teatro algo íntimo.
Llévalo siempre en el bolsillo
Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico
Dirección editorial: Ángel Jiménez
Primera edición: julio, 2015
Noches de amor efímero I
© Paloma Pedrero
© VdB®, 2015
Collado Bajo, 13
28053 Madrid
VdB®
ISBN: 978-84-xxxxxx-
Depósito Legal: M-xxxxx-2015
Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico
Imprime: Cimapress
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de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO
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Todos los derechos reservado
VdB® es una marca registrada de Éride, S.L.
noches de amor efímero I
esta noche en el parque
la noche dividida
solos esta noche
de la noche al alba
la noche que ilumina
Paloma Pedrero
(Madrid, 1957) es actriz, directora y autora
teatral. Licenciada en Antropología Social por
la Universidad Complutense de Madrid.
Diplomada en Psicología Gestáltica por el
Instituto Internacional de Florencia. Ha
estudiado Arte Dramático con diversos
profesores nacionales y extranjeros, como
Zulema Katz, Alberto Wainer, Dominic de Facio
o John Strasberg. También es autora de guiones
de cine, poesía, narrativa, ensayo, y así como
de numerosas ediciones críticas. Así mismo, su
obra y su persona han servido como material
para multitud de análisis y estudios. Colabora
como articulista en diferentes medios de
comunicación (Diario 16, El Mundo, ABC, La
Razón, Yo Dona, etc.). Es una de las figuras de
la dramaturgia española más estudiada y
representada internacionalmente. Es profesora
de la Escuela de guión Pacífico. Fue fundadora
en 1978 del grupo independiente «Ca-
chivache», con el que comienza su carrera
profesional como actriz y dramaturga.
Fundadora y presidenta de la ONG «Caídos
del Cielo», dedicada a ayudar, a través del teatro,
a las personas en riesgo de exclusión social.
PALOMA PEDRERO
esta noche en el parque
Esta función se estrenó en el Teatro Alfil, de Madrid, el 13 de noviembre
de 1990, interpretada por Berta Gómez (YOLANDA)
y Vicente Ayala (FERNANDO).
Dirección: JESÚS CRACIO
Personajes
YOLANDA
FERNANDO
Parque infantil de juegos. Hay algunos co-
lumpios oxidados. Un pequeño tobogán. Un
laberinto con tubos descoloridos. Otoño. Ano-
checer. YOLANDA entra y busca a alguien con
la mirada: silba, mira el reloj. Después de
unos momentos se introduce en el laberinto
y juguetea con las barras. Es una chica de
veintimuchos años, robusta y flexible. Viste
vaqueros ajustados y botas de cuero negras.
Aunque juguetea, aparentemente despreocu-
pada, no deja de mirar hacia la entrada. De
pronto, corre y se esconde debajo del apara-
to. Entra un hombre algo mayo que ella y de
aspecto intachable. Inquieto, retira las hojas
secas de un banco y se sienta. YOLANDA, in-
tentando no ser vista, se acerca por detrás y
le pone una navaja en la espalda.
YOLANDA Déme todo lo que lleve encima o le rajo,
amigo.
(FERNANDO se levanta sobresaltado. Al ver-
la reacciona.)
FERNANDO Me has asustado. (YOLANDA ríe.) A mí no
me ha hecho ninguna gracia.
YOLANDA Un sitio perfecto para un atraco ¿verdad?
FERNANDO Sí, para atracadores desesperados. No pasa
nunca un alma...
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PALOMA PEDRERO
YOLANDA Sólo amantes sin casa, como nosotros.
FERNANDO (Cogiéndole la navaja.) ¿Y esto?
YOLANDA (Quintándosela.) Con esto me defiendo. Si
no la llevara no podría salir sola de noche.
En estos tiempos sólo se puede salir con
mucho dinero o con mucho miedo. Y yo,
como no tengo dinero...
FERNANDO ¿La has utilizado alguna vez?
YOLANDA Por ahora sólo he tenido que tocarla. Apre-
tarla fuerte, ¿entiendes? (FERNANDO asien-
te. Hay una pausa.) ¿No me vas a dar un
beso?
FERNANDO (Besándola.) ¿Cómo estás?
YOLANDA Algo cansada de buscarte. La primera no-
che me dijiste que me ibas a llamar al día
siguiente.
FERNANDO He estado muy ocupado.
YOLANDA (Suave.) No seas vulgar... ¿Qué pasa? ¿No
te gustó el polvo que nos echamos?
FERNANDO (Cortado.) Cómo no me iba a gustar... Fue
maravilloso.
YOLANDA Sí, aquí detrás del tobogán, como los pe-
rros. (Se ríe.) Se nos llenó la ropa de barro.
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Noches de amor efímero I.
esta noche en el parque
Y a mí el culito... Culito chocolate cortado
con leche.
FERNANDO No puedo. He venido hasta aquí dada tu
insistencia. Aunque hubiera preferido que-
dar en una cafetería.
YOLANDA ¡Qué poco romántico! Éste es el escena-
rio de nuestro amor. ¿O es que ya no me
quieres?
FERNANDO ¿Para qué me has llamado? ¿Qué es lo que
era tan urgente?
YOLANDA Me debes algo.
FERNANDO Perdona, no te entiendo.
YOLANDA ¿Qué pasa? ¿Es que tu follas gratis?
FERNANDO (Sorprendido.) Doy sexo a cambio de sexo.
YOLANDA ¡Qué pretencioso! Eso sólo lo saben hacer
los hombres expertos y tú no lo eres. No
tienes ni puta idea de lo que necesita una
mujer.
FERNANDO Creí que te lo habías pasado bien.
YOLANDA Sí, me gustó la cena. Pero la pagamos a me-
dias.
FERNANDO ¡Porque tú te empeñaste!
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PALOMA PEDRERO
YOLANDA Sí, no me gusta que me compren con un so-
lomillo. Es demasiado barato, ¿comprendes?
FERNANDO No.
YOLANDA Me gustó la cena y también tu forma de
mentir. Me gustó como me cogías la mano...
FERNANDO ¡Vámonos de aquí, se está haciendo de no-
che!
YOLANDA El otro día también era de noche y no te
fuiste.
FERNANDO El otro día vinimos aquí a... hacer el amor
porque no quisiste ir a un hotel. Hoy aquí
no pintamos nada.
(Se levanta. YOLANDA le agarra y le sienta.)
YOLANDA No he acabado.
FERNANDO Podemos hablar en otro sitio.
YOLANDA ¡Me vas a escuchar aquí!
FERNANDO ¿Qué coño quieres?
YOLANDA ¡Que me des lo mío!
FERNANDO ¡Qué raro te lo haces, chica!
YOLANDA La otra noche me llamabas Yolanda.
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Noches de amor efímero I.
esta noche en el parque
FERNANDO La otra noche no sabía de qué ibas.
YOLANDA ¿Qué pensabas que era?
FERNANDO Una mujer normal.
YOLANDA (Se ríe.) Ah, ¿sí? Qué poca vista tienes.
FERNANDO (Sacando la cartera.) ¿Cuánto quieres?
YOLANDA ¿Cuánto tienes?
FERNANDO Venga, mujer, dime un precio y acabamos
esta farsa. Me estás aburriendo.
YOLANDA La otra noche eras más educado. Hasta me
dejaste tu chaqueta... Hacía tanto frío como
hoy. ¡Déjame tu chaqueta!
FERNANDO Por supuesto. (Se la quita y se la da.) ¿Qué
más quieres?
YOLANDA Tú sabrás.
FERNANDO Tienes unos ojos preciosos. ¿Qué son, ma-
rrones o verdes?
YOLANDA De noche, negros.
FERNANDO La otra noche eran menos agresivos.
(Se levanta.)
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PALOMA PEDRERO
YOLANDA Todavía no me has dado lo mío.
FERNANDO (Harto.) ¿Cuánto quieres?
YOLANDA (Rompiendo los billetes.) Tienes un puto ce-
rebro de puta mierda. ¡Quiero lo mío!
FERNANDO O sea, ¿que no eres una puta? Eres una loca.
YOLANDA Sí, supermacho, soy una loca. ¿Cómo se
paga a las locas?
FERNANDO No lo sé. Quizá con un par de hostias.
YOLANDA (Aprieta la navaja.) Inténtalo.
FERNANDO (Después de una pausa.) Ah, ya. Quieres ca-
sarte conmigo.
YOLANDA Sí.
FERNANDO (Se ríe.) ¡Lástima que ya esté casado! Eres
una mujer brava, como a mí me gustan.
YOLANDA No me casaría contigo ni aunque fueras Ro-
kefeler. Hueles a macho blando y usado.
Eres mentiroso y vulgar.
FERNANDO ¿Qué quieres?
YOLANDA Mi orgasmo. (Pausa.) El orgasmo que me co-
rrespondía y no me diste. El orgasmo que me
robaste poniéndome ojos de enamorado.
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Noches de amor efímero I.
esta noche en el parque
FERNANDO Mira, guapa, yo no soy sexólogo. Las tera-
pias para frígidas se hacen en gabinetes
acondicionados.
YOLANDA ¡Y en el barro!
FERNANDO No me volvería a acostar contigo ni dro-
gado.
YOLANDA No quiero tu cuerpo. Quiero mi orgasmo.
FERNANDO ¡Estás completamente loca!
(Va a irse.)
YOLANDA (Violenta.) ¡Como des un paso más te pin-
cho!¡Te aseguro que te bordo la cara!
FERNANDO (Asustado.) Tranquila. Vamos, tranquila. ¿No
te das cuenta de que soy más fuerte que tú?
YOLANDA Sí. Y lo seguirías siendo con la costura en
la cara.
FERNANDO Estás perdiendo lo estribos...
YOLANDA ¡Siéntate en el columpio! ¡Vamos! (FERNAN-
DO se sienta.) ¡Colúmpiate como la otra no-
che! ¡No se te ocurra hacer ninguna tonte-
ría! (FERNANDO se columpia.) Ahora me vas
a decir la verdad. ¡No pares, colúmpiate más
alto! Eso es. ¿Por qué no has contestado a
mis llamadas?
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PALOMA PEDRERO
FERNANDO ¡Ya te lo he dicho! ¡Estaba ocupado!
YOLANDA ¡Mentira!
FERNANDO De acuerdo. Porque no me interesas.
YOLANDA ¡Muy bien! Ésa es la verdad, ¿no?
FERNANDO Sólo te conocía de un día. ¿Por qué me ibas
a interesar?
YOLANDA Entonces, ¿por qué me mentiste? ¿Por qué
coño me dijiste que era una mujer espe-
cial? ¿Por qué me trastaste como si lo fue-
ra? ¿Por qué me susurrabas Yolanda, Yo-
landa, Yolanda...? ¡Párate y contéstame!
FERNANDO Hice lo que sentía en ese momento.
YOLANDA ¡Mentira!¡Me engañaste como a una imbé-
cil! Me hiciste el verso y yo me llevé tu se-
men dentro contenta. Me llevé tu olor para
esperarte. Y tú como un cobarde, desapa-
reciste.
FERNANDO ¿Por qué no guardas la navaja y hablamos
como personas?
YOLANDA No quiero hablar.
FERNANDO ¿Quieres tu orgasmo?
YOLANDA Sí.
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Noches de amor efímero I.
esta noche en el parque
FERNANDO Estoy dispuesto a dártelo.
YOLANDA Venga. (FERNANDO va a bajarse del colum-
pio.) ¡Un momento! Quítate esa corbata as-
querosa y pon las manos atrás.
(YOLANDA le ata. Después comienza a meter-
le la mano por el pantalón.)
FERNANDO Entonces, ¿cómo te voy a tocar?
YOLANDA ¡No necesito tus sucias manos! Esto no
funciona. (Se ríe.) Joder, con el guaperas.
El otro día la tenías a punto desde que me
viste.
FERNANDO El otro día no tenía una navaja en el estó-
mago.
YOLANDA Mira, te la quito del estómago. Ahora está
un poquito más lejos. Uy, uy, uy... sigue sin
funcionar.
(Le acerca la lengua poniéndole la navaja en
la cara.)
FERNANDO Yolanda, escúchame, estás jugando un jue-
go peligroso. No sé qué te está pasando
pero... esto es absurdo... Casi no nos cono-
cemos. Podríamos haber tenido una bue-
na historia. Podemos, todavía, tener una
buena historia. Yo..., yo no soy el culpable
de tus odios.
15
PALOMA PEDRERO
YOLANDA Tú y todos los que son como tú hacéis daño.
FERNANDO ¿Quién te ha hecho tanto daño?
YOLANDA Tú.
FERNANDO Si es así, te pido perdón. Yo no sabía... No
me di cuenta de tus... sentimientos. Quie-
ro reparar el daño que te he hecho.
YOLANDA (Llorando furiosa.) Una va sola por la vida.
Va con una navaja para que no la roben ni
la violen. Lucha, pasa miedo. Me defien-
do. Tengo el corazón partido en cachitos
así de pequeños por chulos, por bestias que
nunca me han dejado ni... su chaqueta
cuando... yo sentía mucho frío. Tú, tú me
trastaste de una forma distinta. Creí que tú
me podrías querer. Tonta, tonta... (FERNAN-
DO intenta acercarse a ella.) ¡No te muevas!
¡No te levantes! Ya me has jodido, ya no
puedes repararlo.
FERNANDO (Amable.) Suelta eso y dame un beso.
YOLANDA El otro día me diste muchos besos...
FERNANDO Éste va a ser diferente. Aparta la puta na-
vaja esa y dame un beso.
YOLANDA No.
FERNANDO ¿No te fías de mí?
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Noches de amor efímero I.
esta noche en el parque
YOLANDA No.
FERNANDO No seas estúpida. ¿Qué te voy a hacer?
YOLANDA Huir como lo que eres. Como un cobarde.
FERNANDO No. Te voy a dar lo tuyo primero. Es ver-
dad, a eso tienes derecho. Seré un cobarde
pero no soy ingrato. No sabía que la otra
noche tú no habías llegado...
YOLANDA ¿Ni siquiera sabes lo que le pasa a una mu-
jer cuando se corre?
FERNANDO Ven, ahora te conozco mejor y lo sabré. Dé-
jame abrazarte.
YOLANDA No.
FERNANDO Con la navaja. Dame un beso con la nava-
ja en la mano.
(YOLANDA se le acerca. Le pone la navaja en
la tripa y le besa. La navaja se va aflojando.
De pronto, YOLANDA grita y pincha a la vez.
FERNANDO grita y se revuelca.)
YOLANDA (Con el labio ensangrentado.) ¡Traidor! ¡Ca-
brón! ¡Hijo de puta!
(FERNANDO, herido, pelea cuerpo a cuerpo.
La navaja cae. FERNANDO la agarra. Ella le da
un rodillazo. Él, en un grito, clava la navaja
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PALOMA PEDRERO
en pleno vientre de ella. Asustado, agarra a
YOLANDA.)
FERNANDO ¡Yolanda! ¡Yolanda! ¡Habla, coño! ¡Habla!
YOLANDA (Con la voz débil.) Cobarde. Macho de mier-
da. ¿Para qué me ha servido la navaja...?
Ayúdame... Ayúdame... Ayúdame...
(Se desvanece. FERNANDO, aturdido, le toma
el pulso. Temblando mira hacia todos lados.
Se toca la herida. Coge a YOLANDA en bra-
zos. La sienta absurdamente en el columpio
y la balancea. Coge la navaja, se la guarda
y sale corriendo. YOLANDA, muerta, se balan-
cea en el columpio con la chaqueta de él.)
(Se va haciendo el oscuro.)
Fin
18
PALOMA PEDRERO
la noche dividida
Esta función se estrenó en el Teatro Alfil, de Madrid, el 13 de noviembre
de 1990, interpretada por Nuria Gallardo (SABINA), Iñaki Miramón (ADOLFO)
y Joaquìn Casares (JEAN LUC).
Dirección: JESÚS CRACIO
Personajes
SABINA
ADOLFO
JEAN LUC
Terraza de un piso ático de Madrid. Se ven
las ventanitas de algunos edificios más altos,
antenas de televisión, ropa tendida, etc. La
terraza está llena de plantas. En el centro,
una mesa con sillas de tijera y un árbol pru-
no con grandes hojas rojas. Una hamaca. Apo-
yado contra la pared un espejo. Mes de sep-
tiembre. Anochecer.
Entra SABINA con una botella y una copa
llena en la mano. Es una hermosa mujer de
unos veinticinco años. Su cuerpo es esbelto y
proporcionado. Su piel, como una manzana
verde y apretadita. Canta con voz ondulan-
te, ebria y triste. Deja la botella y la copa en-
cima de la mesa y vuelve a salir. Oímos en off
su canción dentro de la casa. Vuelve trayen-
do un teléfono que coloca encima de la mesa
y un guión que repasa un momento. Bebe y
llena la copa. Se levanta y se coloca frente al
espejo.
SABINA (Interpretando.) ¡Déjame! ¡Suéltame, bes-
tia! ¡No me toques! ¡Te he dicho...! (Hace
ademán de dar un rodillazo.) Así.... así..., re-
tuércete como una lagartija. No, no es eso...
(Mira el guión y da un trago.) Así, así me
gusta verte, retorciéndote como una saban-
dija. (Piensa.) ¿Las sabandijas se retuercen?
Da igual... (Sigue.) ¡...Retorciéndote como
una sabandija! Tú te lo has buscado. ¿Quién
te dio permiso para empeñar mi reloj de
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PALOMA PEDRERO
oro? El único recuerdo que me quedaba de
mi abuela materna. ¡No digas nada...! ¡No
me repliques! ¿Y todo para qué? ¡Mentira!
¡Todo para pagar los caprichos de esa zo-
rra que se acuesta contigo! (En otro tono.)
Todo para pagar los caprichos de esa zorra
que se acuesta contigo. (En otro tono.) Todo
para pagar los caprichos de esa zorra que
se acuesta contigo. (Da un trago y sigue.)
¡No, no me digas nada! ¡No quiero escu-
charte! Haz tu maleta y lárgate ahora mis-
mo de mi casa. Te he dicho que no quiero
explicaciones. (Bebe y lee el guión.) Ya no
me creo tus cuentos fantásticos... ¿Qué me
quieres? Ja, ja, ja... lo único que amas es
mi dinero, cerdo. (Lee el guión y bebe.) Mi
dinero, cerdo. Pero levántate ya del suelo,
rata, que pareces un gusano. ¿No te da ver-
güenza? (Lee el guión.) Armando, mi pe-
queño león. Pensé que tú serías el último
hombre de mi vida. Que eclip..., que eclip...
eclipsarías a anteriores y adversarios. Ha-
bía soñado ir a tu entierro de viejecita y llo-
rarte... (Escupe.) Esto es lo que te mereces.
¿Qué haces? ¿Por qué me miras de ese
modo? Vamos, Armandito, si todo era una
broma, pichón mío. No hagas tonterías y
suelta ese cuchillo... (Vuelve la cabeza brus-
camente hacia el teléfono y lo coge.) ¿Alló?
¿Dígame? ¿Sí? ¿Dígame? (Cuelga y toma
otro trago.) Si todo era una broma, pichón
mío. No hagas tonterías y suelta ese cuchi-
llo. (Retrocede.) Armando... ¡Armando! (Un
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
quejido y cae.) Sabía que serías el último.
(Muere.) ¡Qué horror! ¡Es espantoso...! Pi-
chón mío... pichón mío... Qué gilipollez.
(Suena el timbre de la calle. SABINA, sobre-
saltada, se levanta del suelo y coge el teléfo-
no.) Hola, cariño. Hola. ¡Hola!
(Se vuelve a oír el timbre de la calle. SABINA
cuelga y sale a abrir tambaleándose. Se oye
en off.)
ADOLFO ¿Está el cabeza de familia?
SABINA Pasa, hombre, pasa. No te cortes. Estoy
completamente sola. Esta casa desde aho-
ra es también tu casa. (Entra con ADOLFO.)
Esta terraza, tu terraza. Y este trozo de cie-
lo, tu cielo también, ¿vale? (ADOLFO asien-
te tímidamente. Es un muchacho de aspec-
to torpe y simpático. Pelo grasiento peina-
do hacia atrás. Lleva una corbata pasada de
moda y una raída chaquetilla de verano. Usa
gafas. En la mano sostiene una pesada car-
tera.) Pero siéntate, no seas tímido. Me
vienes al pelo para asesinarme. ¿Sabes? Es
difícil morirse sola, así, sin que nadie te
clave nada. (Le da algo que hay sobre la
mesa.) Toma. Clávamelo. (ADOLFO se le-
vanta.) No te asustes, hombre, clávamelo
flojito. Mira, así. (ADOLFO se queja.) ¿Te
he hecho daño?
ADOLFO No, pero...
23
PALOMA PEDRERO
SABINA Morirnos es lo que más nos gusta a los ac-
tores. Es una gozada. Poder retorcerte, po-
ner caras y luego... ¡Plaf! Expirar. Es lo
único que me gusta de esta estúpida se-
cuencia. Lo demás es una escena espanto-
sa, zoofílica... ¿Se dice así?
ADOLFO ¿El qué?
SABINA Pues eso... Cuando se utilizan muchos ani-
males. (Con énfasis.) ¡Pareces una rata!
ADOLFO Señorita...
SABINA Es una metáfora, hombre. Cerdo a secas o
rata a secas no. Pero, por ejemplo, te re-
tuerces como una sabandija, sí es una me-
táfora, ¿no?
ADOLFO Sí, exactamente, señorita. La vida misma
es una metáfora. (Saca una biblia de la car-
tera.) Y la biblia es el libro de la metáfora
por excelencia. Creo entender que es us-
ted una enamorada de las metáforas.
SABINA ¿Yo? ¡No!
ADOLFO Quizá, entonces, de los signos, de los sím-
bolos... Pues aquí está todo condensado.
Vengo a ofrecerle el libro de los libros. La
única filosofía que perdurará a través de
los siglos.
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
SABINA ¿Por qué me llamas de usted? No soy tan
vieja... ¿Qué edad me echas?
ADOLFO Pues... veinte, veintiún años a lo sumo. La
edad ideal para empezar a comprender lo
que hay aquí encerrado…
SABINA ¿Veintiuno? Eso es, tengo veintiuno. (Tira
el guión.) Y no me va este papel. ¡No me
va! ¿Me imaginas a mí casada con una sa-
bandija que me empeña las joyas y me pone
los cuernos con una zorra? Y encima la pro-
tagonista es la zorra. Eso es lo peor de todo.
De mí se habla mucho, pero no salgo. Me
sacan al final para que se vea el asesinato.
¡Es absurdo! No puedo identificarme en
nada con ese personaje. No puedo encon-
trar realidades paralelas. No tengo joyas.
Yo, yo... (Repentinamente.) ¿Ha sonado el
teléfono?
ADOLFO Yo no he oído nada.
SABINA (Descuelga.) ¿Dígame? ¿Dígame? (Cuelga,
siempre decepcionada.) Es que estoy espe-
rando una llamada. (Bebe.) Todos los mar-
tes me llama, ¿sabes? ¿Qué hora es?
ADOLFO (Nervioso.) Las ocho y media.
SABINA ¡Las ocho y media ya! Tiene que llamar de
un momento a otro. (Bebe.) Perdona, ¿quie-
res una copa?
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PALOMA PEDRERO
ADOLFO No, gracias. No bebo.
SABINA ¿No bebes? Yo normalmente tampoco
pero... Hay que beber de vez en cuando
para ver las cosas de otra manera, de una
forma más real, ¿comprendes? Porque...,
¿quién soy yo verdaderamente? ¿O quién
eres tú verdaderamente? ¿Quién eres tú?
ADOLFO Agente de ventas de La Luz S. A. Única em-
presa española dedicada exclusivamente...
SABINA No. ¿Quién soy yo? ¿Yo normal o yo bo-
rracha? El alcohol da lucidez, activa las
neuronas vagas. Y nos conduce al extremo
de nuestras auténticas necesidades. Los so-
litarios beben para poder hablarse en el es-
pejo. Los tímidos para mirar. Y los cobar-
des para... para actuar. ¡Eso es! Por eso bebo
yo. ¡Champán para acabar una historia!
(Bebe.) Es bueno, ¿quieres una copa?
ADOLFO No, de verdad. No bebo... en horas de tra-
bajo. Sólo quería robarle cinco minutos de
su tiempo para...
SABINA ¿Robarme cinco minutos? No hace falta
que me los robes, te los regalo. Te regalo
cinco minutos y una copa de champán. Voy
por ella.
ADOLFO No se moleste, yo...
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
(SABINA sin hacerle caso va a buscar la copa.
Mientras, ADOLFO va sacando diferentes ti-
pos de biblias y las coloca encima de la mesa.
SABINA vuelve con la copa. Se la llena y man-
cha un libro que ADOLFO retira y limpia rá-
pidamente.)
SABINA Debes de pensar que soy una loca o una
frívola, ¿verdad? Pues es mentira, yo creo
en Dios.
ADOLFO (Radiante.) De eso precisamente venía yo
a hablarle, si me concede...
SABINA Lo que pasa es que estoy borracha.
ADOLFO Eso no es inconveniente. Usted misma aca-
ba de decir que la bebida da lucidez. Hay
cosas que no se pueden apreciar si no...
SABINA (Interrumpiéndole de nuevo.) Y todo porque
estoy enamorada. Sí, estoy total y fatalmen-
te enamorada de un fantasma que me lla-
ma los martes por la tarde, es decir, hoy. Y
yo, para que no me tiemble la voz bebo un
poquito. Sólo suelo beber un poquito así,
¿sabes? Pero hoy todo es distinto porque
he tomado una decisión.
ADOLFO Tal vez precipitada.
SABINA ¿Precipitada? ¿Y tú qué sabes? Esta deci-
sión la tenía que haber tomado hace un
27
PALOMA PEDRERO
año, cuando él se fue a su país. Y tú que no
sabes nada me llamas precipitada...
ADOLFO No se enfade señorita. Yo sólo...
SABINA Si me vuelves a llamar señorita dejamos de
hablar. Rompemos la comunicación. ¿Me
oyes?
ADOLFO Déjeme que le explique. Cuando dije lo de la
precipitación se debe a que a veces uno ne-
cesita ayuda antes de tomar una decisión im-
portante. Usted me entiende. Vivimos en un
mundo lleno de prisas, de angustias. Esta-
mos siempre agobiados por nimiedades y nos
olvidamos de lo fundamental: las grandes ver-
dades de la vida. ¿Ha leído usted la biblia?
SABINA ¿Y a ti qué te importa? Si quieres hacerme
sentir una inculta, si quieres que aparte de
sentirme borracha, idiota, dejada y maltra-
tada por los guionistas... Si encima quieres
que me sienta inculta...
ADOLFO Ni hablar. Que no posea usted todavía una
no significa nada. Para eso estoy yo aquí.
Hay una oferta especial este mes. Algo re-
almente excepcional. Este tomo, por ejem-
plo, forrado en piel y con un coste habitual
de veinticinco mil pesetas, lo estamos ofer-
tando, sólo este mes, por la insignificante
cantidad de veinte mil novecientas noven-
ta y nueve pesetas.
28
Noches de amor efímero I.
la noche dividida
SABINA (Coge el teléfono.) ¿Sí? ¿Dígame? (Cuelga
y mira a ADOLFO.) Nadie.
ADOLFO Le puedo asegurar que es una verdadera gan-
ga. ¡Una auténtica oportunidad! Además la
tenemos en casi todos los colores, siempre
pensando en el cliente y en los tonos de su
mobiliario. Al entrar me he fijado en sus
muebles, madera de pino, de un gusto ex-
quisito por otra parte, y tanto la verde como
la marrón irían estupendamente...
SABINA No puedo... ¡No voy a poder!
ADOLFO También las tenemos más baratas.
(Busca otra.)
SABINA Seguro que al oír su voz no podré hablar y
me quedaré como el enano pequeño de
Blancanieves. Muda.
(Se ríe.)
ADOLFO (Se ríe sin entender.) Ésta, por ejemplo, más
clásica, solo cuesta dieciocho mil doscientas.
SABINA ¡Dieciocho mil miserables pesetas me pa-
gan a mí por la sesión de mañana!
ADOLFO Señorita...
SABINA (Gritando.) ¿Qué?
29
PALOMA PEDRERO
ADOLFO Perdone, no sé cómo se llama.
SABINA ¿Yo?
ADOLFO ¿Cómo se llama?
SABINA ¿EI de verdad? ¿Mi nombre de verdad?
ADOLFO EI que quiera.
SABINA Sabina García.
ADOLFO (Se levanta y le tiende la mano.) Adolfo Guz-
mán. Encantado.
SABINA (Sin verle, sirviéndose una copa.) No me gus-
ta Sabina, no me pega. Le pegaría a una
mujer muy alta y con el pelo casi blanco y
las cejas blancas y los ojos azules, casi blan-
cos. Por eso me he cambiado el nombre.
Mi nombre artístico es Luna Aláez. Y llá-
mame de tú, ¿vale?
ADOLFO Me suena. Te he debido ver en el cine...
SABINA ¿Puedo hacerte una confesión? Te advier-
to que es algo muy triste. ¡Eh, tú! ¿En qué
piensas?
ADOLFO Pensaba en lo de tu sesión de mañana. Se-
ría... sería tan simbólico que invirtieras tu
sesión en mí.
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
SABINA ¿En ti?
ADOLFO Si me compraras una biblia. A plazos, por
supuesto.
SABINA Ahora todo es a plazos. El amor también
es a plazos.
ADOLFO No he conseguido vender ninguna en todo
el día.
SABINA EI amor a plazos. Jean Luc me promete to-
dos los martes que vendrá la semana si-
guiente y nunca llega. Pero hoy le voy a de-
cir que se acabó. (Se ríe con tristeza.) Y en-
cima me pide fidelidad, fidelidad... (Seria.)
Y yo soy fiel porque... le amo. (Mientras SA-
BINA habla, ADOLFO hace cuentas.) Pero hoy
te juro que le vaya decir que se acabó. ¡No
aguanto más! Y tú serás el testigo mudo de
mi dolor. ¿Qué haces? No me estás escu-
chando...
ADOLFO (Sobresaltado.) Perdona pero... Tú a mí tam-
poco me escuchas. Y mi tiempo es tan im-
portante como el tuyo.
SABINA ¿Qué has escrito ahí?
ADOLFO ¿Te interesa?
SABINA Sí.
31
PALOMA PEDRERO
ADOLFO Mira, si la pagas en un año te saldría a mil
setecientas cincuenta mensuales. Menos
un cinco por ciento...
SABINA Eres un monstruo... No puedes olvidarte
ni por un segundo de... Tú, tú tienes que
ser algo más que tú y esos libracos...
ADOLFO Lo siento mucho, Sabina, pero si no ven-
do una esta tarde... En fin, no creo que te
interesen mis problemas.
SABINA ¿Cuánto has dicho que cuesta eso?
ADOLFO ¿A plazos o al contado?
SABINA ¿Qué es? (La coge.) ¡Ah, pero si son biblias!
¿Tú vendes biblias? Lo que es la vida. Co-
noces a un extraño y luego resulta que tie-
nes un montón de cosas en común. Yo an-
tes de trabajar como actriz también vendía
biblias por las casas. Al final me despidie-
ron porque era muy mala. Y yo en vengan-
za me quedé con todas las que tenía en casa.
Ven, ¿quieres que te las enseñe? Tengo por
lo menos quince.
ADOLFO (Derrotado.) No, no, déjalo, te creo. Pero
podías haber empezado por ahí.
SABINA No me lo preguntaste.
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
ADOLFO Te pregunté si la habías leído y me dijiste
que no.
SABINA Es que no la leí. (ADOLFO comienza a reco-
ger.) Oye, ¿cómo te llamas?
ADOLFO Adolfo Guzmán. (Saca una tarjeta.)
SABINA ¡Mierda! No te puedes olvidar ni un segun-
do de tu profesión. ¿Tienes absorbido el
cerebro?
ADOLFO Cuando no vendo nada, sí. Lo siento, Sa-
bina, pero tengo que seguir trabajando.
SABINA Oye, tómate una copa conmigo.
ADOLFO Me encantaría pero...
SABINA Por favor..., no quiero quedarme sola. ¿Es
que acaso soy tan desagradable?
ADOLFO No lo eres en absoluto, pero si no vendo
una biblia esta tarde me despiden.
SABINA Te haría bien. Te estás quedando muy flaco.
ADOLFO Lo sé, pero tengo una madre y cuatro her-
manos, y además...
SABINA ¿Sí? Yo tengo siete. Tengo siete soles peque-
ños y brillantes. Y me gustaría tener siete
33
PALOMA PEDRERO
hijos, lo que pasa es que no tengo marido.
Escucha, ¿ha sonado el teléfono?
ADOLFO No lo cojas. No suena. (Mira su reloj.) Bue-
no, lo siento mucho pero...
(Se dirige a la salida. En la puerta SABINA le
agarra.)
SABINA No te vayas. Si te quedas te la compro.
ADOLFO No, no... Tienes muchas.
SABINA ¿Qué importa?
ADOLFO En serio, déjalo, Tengo tiempo todavía para
intentarlo de nuevo.
SABINA No te hagas el duro.
ADOLFO No puedo vendértela a ti. Una cosa es una
cosa y otra...
SABINA Al contado y te quedas.
ADOLFO No, no. Tienes quince. No soy un atraca-
dor.
SABINA (Le quita la cartera.) Déjame elegir una que
no tenga... A ver... Esta con la tapa verde
es muy...
ADOLFO (Se le escapa.) Te va con la estantería.
34
Noches de amor efímero I.
la noche dividida
SABINA ¿Qué?
ADOLFO Nada. No he dicho nada. Es la deforma-
ción profesional.
SABINA ¿En serio que eso te funciona?
ADOLFO Bastante... poco.
SABINA Te compro ésta con la tapa negra. A juego
con mi corazón. (Se ríe.) ¿Cuánto cuesta?
ADOLFO No, de verdad. Mañana te arrepentirías. No
estás en condiciones...
SABINA Ni tú tampoco de decir que no. No seas
bobo. Tú salvas tu empleo y yo mi miedo.
¿No te parece suficiente para que perda-
mos la dignidad?
ADOLFO (Después de una pausa se quita las gafas.)
Sí.
SABINA Muy bien. Ahora mientras esperamos be-
beremos los dos. (Llena las copas. ADOLFO
alza la suya.) No, antes de beber pide un
deseo.
ADOLFO ¿Un deseo?
SABINA Sí, corre, tienes una pestaña en la nariz.
ADOLFO (Piensa.) Ya. ¿Y tú?
35
PALOMA PEDRERO
SABINA Ya. (Se acerca y le sopla la nariz.) ¡Ha vola-
do! ¡Se cumple! Ahora bebamos toda la copa
de un trago. (Lo hacen.) ¿Qué has pedido?
ADOLFO No te lo digo.
SABINA ¿Por qué?
ADOLFO No se puede.
SABINA Si ya voló. Dímelo, anda.
ADOLFO (Después de una pausa.) Que suene el telé-
fono.
SABINA Sí, por Dios, que suene. Lo tengo todo en-
sayado, sé hasta la última palabra que le
voy a decir. Y le voy a pedir que me devuel-
va las llaves. Eso es simbólico, ¿no? Por-
que cuando se quiere algo o a alguien no
hay excusas que valgan. Yo lo dejaría todo
por él... (Le mira.) ¿Tú estás enamorado?
ADOLFO No lo sé.
SABINA Si no lo sabes es que no. Y no podrás com-
prender nada de lo que te diga.
ADOLFO No te preocupes, no soy tan estúpido como
parezco.
SABINA Mira, cuando hablo con él me tiemblan
las manos. Cuando voy por la calle me lo
36
Noches de amor efímero I.
la noche dividida
encuentro en las esquinas. Le confundo con
los árboles. Cuando pongo música escucho
su voz. Y lo peor no es eso. Lo peor es todo
lo que eso no me deja ver. Hoy he bebido
porque si no, no podría decírselo. Hoy se
va a terminar una historia. Fin. The end.
ADOLFO ¿Por qué?
SABINA ¿Por qué? ¿No te lo puedes imaginar?
ADOLFO No te quiere.
SABINA Si me quisiera vendría. Abriría mi puerta y
se metería en mi cama. ¿No harías tú eso
con tu dama? ¿No?
ADOLFO Pero a veces... No sé. Lo que estaba pen-
sando era una chorrada porque si yo fuera
él no tendría ninguna duda.
(Bebe nervioso.)
SABINA ¿Por qué me has mirado así? ¿Te doy pena?
ADOLFO ¿Pena? Si eres un ángel...
SABINA (Se ríe.) ¿Un ángel de la biblia?
ADOLFO ¡No...! Un ángel-mujer. Una mujer hermo-
sa. Un ángel deseable.
SABINA ¿Y tú cómo eres? No te veo bien.
37
PALOMA PEDRERO
ADOLFO Está anocheciendo.
SABINA (Llorando.) ¡Y no me llama! Ya ni siquiera
me llama. (Golpeando el teléfono.) Suena,
maldito. ¡Suena ya! Estoy preparada. Jean...
Jean... Te vas a enterar de cada dolor que
me has dejado dentro.
ADOLFO Tranquila, vamos tranquilízate... Toma,
¿quieres un cigarro?
SABINA (Encendiéndolo.) Soy yo quien le va a aban-
donar. Tiene que dejarme hacerlo. ¿Sabes
una cosa? Con él nunca he tomado una sola
decisión en mi vida. Me llama y voy, me
aparta y me quito, me besa y me entrego. Y
eso no puede ser, ¿verdad? ¿Y sabes por qué
no puede ser? Porque a la larga se siente
miedo. Te sientes indefensa, frágil... Y cuan-
do tienes miedo mucho tiempo te pones
triste, y a los hombres no les gustan las mu-
jeres tristes. ¿A ti te gustan las mujeres?
ADOLFO Algunas...
SABINA ¿Las mujeres tristes?
ADOLFO Sólo me gusta una mujer triste cuando la
puedo hacer feliz.
SABINA ¿Ves? Eso es egoísta. A mí me gusta Jean siem-
pre. Me gusta observarlo de lejos cuando está
triste. Me gusta cuando llora. Cuando Jean
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
llora chupo sus lágrimas y me saben a gloria,
a vino bueno, a pan y quesillo.... Te estoy dan-
do la tabarra, ¿no?
ADOLFO No, para nada. Me siento como si me hu-
biera metido dentro de una pantalla de cine.
Y no es un sueño, es todo verdad. Dime
dónde está la luz, quiero verte bien.
SABINA Ahí...
(Se oyen aullidos de gatos. ADOLFO enciende la
luz y se apoya en la barandilla de la terraza.)
ADOLFO Qué bonito se ve todo desde aquí. Ven, mira
los tejados llenos de gatos. Salen cuando
anochece y se buscan...
SABINA (Pasándole la mano por encima del hombro.)
Los gatos no tienen pareja. Se enrollan cuan-
do tienen ganas y no se mienten.
ADOLFO Y cuando están heridos se lamen con sus
lenguas rosas y pequeñas.
SABINA Van a lo suyo. Se parecen a nosotros, pero
no se engañan. Ninguno conoce a ninguno.
(De pronto corre hacia el teléfono, pero no lo
descuelga. Piensa. Después mira a ADOLFO
de una forma fija y extraña.)
ADOLFO ¿Por qué me miras así?
39
PALOMA PEDRERO
SABINA (Sin dejar de mirarle.) Ya ni siquiera me lla-
ma. (Pausa. Seductora.) ¿Cómo decías que
hacían los gatos?
ADOLFO ¿Cuándo?
SABINA Cuando se buscan en los tejados.
ADOLFO Se persiguen y dan vueltas el uno alrede-
dor del otro...
SABINA ¿Bailan?
ADOLFO Algo así.
SABINA ¿Bailas?
ADOLFO Yo...
(SABINA le llena la copa y se la da. Después
pone música.)
SABINA Ahora soy tu gata. (ADOLFO comienza a dar
vueltas alrededor de ella. Se van animando y
bailan desenfrenadamente. Es un baile de gue-
rra lleno de erotismo. SABINA, sin dejar de
bailar, se llena la copa.) Bebe. Quiero que
te emborraches como yo.
ADOLFO (Bebiendo.) ¡Perdamos la cabeza!
SABINA ¡Perdamos la conciencia! Miau..., miau...,
miau...
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
ADOLFO Miau..., miau..., miau... (Se ríen.)
SABINA (A gatas.) Agárrame. Cógeme...
ADOLFO (La persigue a gatas por el suelo.) No co-
rras... Te huelo. Te deseo...
SABINA (Escapándose.) Ven, gatito... Vamos...
(Ronronea.)
ADOLFO (La agarra.) Me estás poniendo a cien. Te
voy a comer... (La besa. Comienza a des-
abrocharle la camisa. SABINA se echa a llo-
rar.) ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
SABINA No puedo. Él..., él esto no me lo perdonaría...
ADOLFO Olvídale. ¿No ves que no está?
SABINA No puedo. No puedo.
ADOLFO ¿No le ibas a dejar?
SABINA Sí. ¡Juro que se acabó!
ADOLFO ¿Entonces? Vale más un hecho que mil pa-
labras.
SABINA (Después de una pausa.) Hay otra botella en
la nevera. Tráela.
ADOLFO ¿Por qué?
41
PALOMA PEDRERO
SABINA Tenemos que perder la cabeza del todo.
(ADOLFO sale y trae la otra botella. Llena las
copas y ambos se la beben de un trago.)
¿Cómo te llamas?
ADOLFO Adolfo.
SABINA Adolfo, te amo.
ADOLFO Eres preciosa.
SABINA Acaríciame la espalda y dime cosas.
(SABINA se da la vuelta y ADOLFO la acaricia.)
ADOLFO Cosas, cosas, cosas... (SABINA se ríe.) Así,
ríete, ríete. Tienes la espalda más divina
que he tocado en mi vida. Así, mi gata fie-
ra, ronronea, ronronea. ¡Qué hermoso ca-
minito he encontrado...! ¿A dónde lleva-
rá? Huy..., me muero...
SABINA ¿Estás tan borracho como yo o menos?
ADOLFO Me has emborrachado... Empiezo a aluci-
nar. Déjame mirarte. (La mira.) Bella, be-
lla, bella...
SABINA ¿Me amas?
ADOLFO Me vuelves loco.
SABINA Dímelo mucho. Hace tanto que no lo oigo...
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Noches de amor efímero I.
la noche dividida
ADOLFO Te deseo. Te voy a comer... Te quiero, te
quiero.
SABINA ¿Cuánto? ¿Cuánto? (ADOLFO enciende el
mechero y prende una biblia.) ¿Qué haces?
ADOLFO Contestarte. Ahora todos los ángeles están
en el infierno... (Bebe de la botella.) Adiós
San Pablo. Adiós San Juan. Adiós San Ma-
teo... Adolfo Guzmán os condena a la ho-
guera para purificar su alma...
SABINA Y entonces vienen los bomberos... (Sale.)
¡Fuego! ¡Fuego...! ¡Fuego...!
ADOLFO ¡Es la noche de San Juan! (Toma carrerilla
y salta por encima de las llamas.) En mi pue-
blo siempre me daban el premio. (Vuelve a
saltar.) Casi me quemaba los talones pero
seguía saltando. Eran fogatas más grandes
que esta terraza. ¡Cien veces más! ¡Mil ve-
ces más! (Vuelve a saltar.) Miau... miau...
¿Dónde se ha metido mi gata en celo?
(La busca. SABINA entra haciendo sonar una
sirena con la boca y con una jarra de agua.)
SABINA ¡Los bomberos...!
(Echa el agua y apaga el fuego. Pierde el equi-
librio y cae al suelo. ADOLFO la recoge y la
abraza.)
43
PALOMA PEDRERO
ADOLFO Ven, vamos a la hamaca.
(Con dificultad llegan hasta la hamaca y se
tumban.)
SABINA (Casi sin voz.) ¿Quién eres? Dime quién
eres. No me has contado nada de ti. No sé
nada de ti. Me da muchas vueltas la cabe-
za. Me mareo... Dame otra copa, por favor.
ADOLFO No. Ya no hay más.
(La acaricia.)
SABINA ¿Cómo te llamas?
ADOLFO Benito Pérez Galdós.
SABINA Benito, cuéntame algo.
ADOLFO Sí, y tú tranquila te duermes en mis bra-
zos. Chiquitita, chiquitita... Duérmete mi
niña, duérmete mi amor, duérmete la pren-
da de mi corazón...
SABINA Estoy muy mareada. Todo me da vueltas.
Estoy... ¿Dónde estamos?
ADOLFO Aquí, en la terraza. Se ven muchas cosas
desde aquí. Hay un montón de estrellas; la
Osa Mayor, las Siete Hermanas... ¡La Luna!
SABINA ¿Qué?
44
Noches de amor efímero I.
la noche dividida
ADOLFO Chist... También veo muchas antenas de te-
levisión... Y ahora, mientras todos se abu-
rren viendo el telediario, nosotros estamos
aquí en el tejado haciendo... el amor. Ha pa-
sado un avión muy alto. Yo nunca he mon-
tado en avión pero debe ser parecido a esto.
Oye... (SABINA no contesta. Su respiración es
profunda.) Mañana cogeré un avión y me
iré al Lago Ness, haré un reportaje sobre el
monstruo y lo venderé muy caro, carísimo.
Dejaré de vender biblias para siempre... (Con
voz débil.) Nunca me dirán que no... Nun-
ca más me dirán que no. (Suena el timbre de
la puerta.) ¡Qué demasiado, esto es como
ir en un avión! (Casi sin voz.) Rung... Rung...
(Se queda dormido. Se vuelve a escuchar el
timbre. Al cabo de un momento unas llaves y
la puerta que se abre. Después pasos afuera.)
JEAN LUC (Voz en Off) Sabina... ¡Sabina! Je suis arrivé...
¡Sabina! Je suis ici. Ou est tu?
(JEAN LUC aparece en el umbral de la terraza.
Se le congela la sonrisa y se queda paralizado.
Después de un momento deja las llaves encima
de la mesa y sale. Pasos afuera. Sonido de una
puerta que se cierra.)
(Oscuro.)
Fin
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PALOMA PEDRERO
solos esta noche
Esta función se estrenó en el Teatro Alfil de Madrid el 13 de noviembre de 1990,
interpretada por Paloma Paso Jardiel (CARMEN) y Antonio Carrasco (JOSE).
Dirección: Jesus Cracio
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Personajes
CARMEN
JOSE
Estación de metro. No hay nadie en el andén.
Entra CARMEN. Es una mujer de treinta y bas-
tantes años. Va vestida de forma elegante,
pero muy convencional. Pelo de peluquería y
uñas largas muy pintadas. CARMEN, con cier-
ta inquietud, se sienta en un banco y espera.
Al poco, aparece JOSE. Es un joven more-
no de piel y musculoso. CARMEN, al verlo, di-
simula un sobresalto. El joven se sienta en
otro banco y enciende un cigarro. Mira a CAR-
MEN. CARMEN pasea nerviosa par el andén.
Después de un momento, el joven comienza
a acercarse a la mujer. CARMEN, asustada, se
agarra el bolso y se dirige hacia la salida. El
joven la llama con un «Eh, oye...». CARMEN
se para en seco. JOSE llega hasta ella.
CARMEN (Muy asustada. Hablando muy deprisa.) No
tengo nada. Me he metido en el metro por-
que me he quedado sin dinero. Ni un duro,
te lo juro... Toma. (Le da el bolso.) Puedes
quedarte con él. El reloj es caro. Toma, pue-
des venderlo... Los anillos... ¡No puedo sa-
cármelos! Por favor, los dedos no. No me
cortes los dedos...
JOSE (Interrumpiéndola perplejo.) Pero, ¿qué di-
ces? ¿Qué te pasa? ¿Te he pedido yo algo?
CARMEN ¿Qué quieres? ¿Qué quieres de mí?
49
PALOMA PEDRERO
JOSE Joder, qué miedo llevas encima, ¿no? ¿Ten-
go tan mala pinta?
CARMEN No, no, es que... es muy tarde. No estoy
acostumbrada a estar sola a estas horas...
No cojo nunca el metro y…
JOSE Ya. A estas horas estás en tu casa viendo la
televisión. Toma tus cosas y relájate. (CAR-
MEN asiente.) Tranqui, ¿eh? Tranqui...
(Vuelve al banco y se sienta.)
CARMEN ¿Qué querías?
JOSE Te iba a preguntar que si llevas mucho tiem-
po esperando.
CARMEN Sí, bastante. Me dijeron que tenía que pa-
sar el último metro...
JOSE El último suele tardar. (Mira el reloj.) Aun-
que ya tenía que haber llegado.
CARMEN (Mirando hacia el túnel.) Creo quo ya viene.
JOSE (Después de un momento.) Yo no lo oigo.
CARMEN No, yo tampoco.
JOSE Bueno, habrá que esperar. (Saca un boca-
dillo.) ¿Quieres?
50
Noches de amor efímero I.
solos esta noche
CARMEN (Sin mirarle.) No fumo, gracias.
(CARMEN pasea nerviosa por el andén.)
JOSE Estáte quieta, chica, es que me estás mare-
ando. ¿Tienes hambre?
CARMEN No, gracias.
JOSE Es de jamón. (CARMEN sigue paseando sin
hacerle caso.) Oye, que es de jamón.
CARMEN ¿Y qué?
JOSE Que es de jamón. ¿No quieres un cacho?
CARMEN No, de verdad, gracias. He cenado hace un
rato.
(Sigue paseando cada vez mas nerviosa.)
JOSE ¿En un restaurán?
CARMEN ¿Cómo ?
JOSE Que si has cenado en un restaurán.
CARMEN Sí.
JOSE ¿Sola?
CARMEN Se está retrasando demasiado.
51
PALOMA PEDRERO
JOSE ¿Eh?
CARMEN El metro. No es normal que un metro tar-
de tanto.
JOSE El último sí. A veces tarda mucho. ¿Por qué
no te sientas?
CARMEN No, gracias, prefiero estar de pie.
JOSE Tú misma.
CARMEN Gracias.
JOSE ¿Por qué?
CARMEN ¿Por qué, qué?
JOSE ¿Que por qué me das tanto las gracias? No
lo entiendo.
CARMEN Ah, no sé... (Alejándose.) ¡Dios mío, lo que
tarda...!
JOSE (Levantando la voz.) ¿Y has cenado sola en
el restaurán?
CARMEN No.
JOSE ¿Con tu novio?
CARMEN ¿Dios mío, este metro no llega nunca!
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Noches de amor efímero I.
solos esta noche
JOSE Pues por aquí no se ve un alma. Lo mismo
se ha averiado y está colgado en el túnel.
CARMEN Espero que no.
JOSE ¿Tienes que madrugar mañana?
CARMEN (Enfrentándole asustada.) ¿Por qué dices
eso?
JOSE ¿Digo el qué?
CARMEN ¿Por qué me preguntas que si tengo que
madrugar mañana?
JOSE Joder, ni que te hubiera preguntado la ta-
lla del sostén.
CARMEN ¡Ah! Me voy.
JOSE No seas estrecha, mujer, que era una bro-
ma. Te lo preguntaba por si currabas. ¿Cu-
rras o no?
CARMEN Sí. ¿Por qué?
JOSE Yo cuando curro me acuesto pronto para
rendir. Ahora estoy en paro. Mira. (Se qui-
ta la cazadora y se abre la camisa, CARMEN
grita.) ¿Qué te pasa?
CARMEN ¿Qué haces?
53
PALOMA PEDRERO
JOSE Que te voy a enseñar la cicatriz. Mira, una
viga que se desprendió y me cayó encima.
Casi me destroza el tatuaje. (CARMEN no sabe
dónde meterse. JOSE, tranquilamente, sigue ha-
blando.) Con el «toras» que yo tenía de pe-
lícula, ahora «marcao». Ya ves, ni guapos nos
dejan ser a los cabrones. Es una cosa que
siempre he pensado, lo guapa que es la gen-
te de pelas. Y no es la ropa cara, ni el pelo
tan brillante, ni las alhajas... No, es la piel.
Es la puta piel que se hace distinta. Oye, por
cierto, tú tienes una piel tela de fina. ¿Qué
haces tú en una alcantarilla a estas horas?
CARMEN Me voy. Este metro no viene. Intentaré co-
ger un taxi.
JOSE ¿Pero no decías que no tenías pelas?
CARMEN No tengo aquí. Lo pagaré en casa. Eso es
lo que tenía que haber hecho desde el prin-
cipio. Sí, me voy. Adiós.
JOSE Bueno, mujer, adiós.
(CARMEN sale a toda prisa. JOSE termina su
bocadillo. Saca una botellita de alcohol y da
un trago. Mira hacia dentro del túnel. Can-
ta. Aparece CARMEN histérica.)
CARMEN ¡Está cerrado! ¡Están cerradas las puertas
de la calle!
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Noches de amor efímero I.
solos esta noche
JOSE No jodas…
CARMEN ¡Y no hay nadie! ¡Nadie! ¡Ni una taquille-
ra, ni un guardia, ni un solo empleado! ¡No
hay nadie!
JOSE Tranquilízate. Vamos, tranquila, mujer. Tie-
ne que pasar el último metro.
CARMEN (Aterrada.) ¿Y si no hay último metro? ¿Y
si el último ha pasado ya?
JOSE Entonces no nos habrían dejado entrar.
CARMEN ¿Y si se han equivocado? ¿Y si nos han de-
jado entrar por un error y no pasa ningún
metro más?
JOSE (Después de un momento.) Bueno, por lo
menos aquí no pasaremos frío.
CARMEN No digas eso ni en broma. ¡Dios mío, no
puede ser! ¡Esto es una pesadilla! Por fa-
vor, vete tú a ver si encuentras a alguien.
Vamos los dos.
JOSE ¿Y si mientras pasa el metro, qué?
CARMEN Vete tú, yo esperaré.
JOSE Ya, y si viene me quedo yo aquí solo.
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PALOMA PEDRERO
CARMEN Les diré que te esperen. ¡Por favor! ¡Por fa-
vor, te lo suplico!
JOSE Eh, eh, vamos, tranquilízate, no nos han
podido dejar aquí encerrados. Esperaremos
unos minutos más, si no llega el tren iré a
buscar a alguien.
CARMEN (Medio llorando.) No hay nadie. Yo he vis-
to que no había nadie. (Grita.) ¡Oigan! ¡Oi-
gan! ¡¿Hay alguien por aquí!? ¡¿Hay al-
guien!?
JOSE Cálmate, mujer. Como haya alguien, va a
salir corriendo.
CARMEN ¡No viene el metro! ¿No lo ves? ¡No que-
da ningún metro!
JOSE Está bien, voy a ver qué pasa.
CARMEN Voy contigo.
JOSE (Le agarra la mano con naturalidad.) Va-
mos.
CARMEN (Soltándose con miedo y asco.) Yo me quedo.
JOSE Sí, mejor espera aquí por si las moscas...
(JOSE va a salir. CARMEN le sigue.) ¿Qué ha-
ces?
CARMEN Que... mejor voy contigo.
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Noches de amor efímero I.
solos esta noche
JOSE Es mejor que te quedes por si llega. Se ha
podido averiar en el túnel y... podría llegar
retrasado.
CARMEN (Duda.) Bueno, pero no tardes, por favor.
JOSE (Da un trago y le pasa la botella.) Toma, da
un trago, esto calma los nervios. Ahora
vuelvo.
(Sale. CARMEN se queda sola. Mira la bote-
lla pero no se decide a beber. Después saca un
pañuelo de su bolso, limpia la botella con
ahínco y bebe. Pone cara de asco pero ense-
guida da otro trago rápido. Éste parece gus-
tarle más. Da un tercer trago más largo.)
CARMEN (Hablando hacia adentro del túnel.) ¿Hay al-
guien por ahí? ¡Por favor! ¿Puede oírme
alguien? ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!
(Entra JOSE.)
JOSE Aquí no hay ni Dios.
CARMEN (Llorando.) Tengo que llegar a mi casa.
Quiero llegar a mi casa...
JOSE No llores... Toma, bebe otro trago.
CARMEN No, yo no bebo. ¡Un teléfono! ¿No hay aquí
un teléfono?
57
PALOMA PEDRERO
JOSE (Negando.) Lo único que he visto es una
máquina de chocolatinas. Toma, he saca-
do dos.
CARMEN Ese chocolate está rancio.
JOSE (Con actitud cada vez más segura.) Si vamos
a pasar aquí la noche será mejor que coja-
mos calorías.
CARMEN No puede ser. No nos pueden dejar aquí
encerrados toda la noche. Es imposible.
JOSE Cosas más raras he vivido yo. (Le tira la
chocolatina.)
CARMEN (Intentando calmarse.) ¿Qué hacemos?
JOSE De momento fumarnos un cigarro.
CARMEN No, yo no fumo. Yo quiero salir de aquí.
JOSE Espera, déjame pensar. (Piensa.) Lo único
que se me ocurre es coger el túnel e inten-
tar llegar hasta la otra estación. Es más im-
portante que ésta y...
CARMEN ¿Estás loco?
JOSE Es la única solución.
CARMEN No, los túneles están llenos de ratas así de
grandes. Por la noche salen para vivir. Nos
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Noches de amor efímero I.
solos esta noche
chocaríamos con ellas. Nos morderían las
piernas...
JOSE ¡Eh, para el carro! Las ratas cuando pasan
los hombres se apartan.
CARMEN (Señalando el túnel.) Pero es que ésa es su
casa. ¿No te das cuenta?
JOSE No hay otro remedio. O darnos el paseo o
dormir aquí.
CARMEN ¡Vamos!
JOSE Vamos.
(Se acercan hacia la vía. CARMEN mira ha-
cia abajo con terror.)
CARMEN No puedo saltar. Está muy alto.
JOSE Salto yo y te cojo.
CARMEN Peso mucho.
JOSE (En un alarde de fuerza la levanta en bra-
zos.) Podría saltar hasta contigo encima.
CARMEN (Pataleando.) No, no. Suéltame.
JOSE ¿Pero tú de qué vas? ¿Quieres salir de aquí
o no?
59
PALOMA PEDRERO
CARMEN Sí.
JOSE Pues venga.
CARMEN ¿Y los tacones? Yo no puedo andar por ahí
con estos tacones.
JOSE Quítatelos.
CARMEN ¿Descalza? ¡Qué horror...! Me morderían
los pies...
JOSE Oye, ¿qué te pasa?
CARMEN (Después de una pausa.) Me da miedo. Pá-
nico.
JOSE Está bien. Iré yo solo. A mí no me da mie-
do. Conozco bien las alcantarillas y la mier-
da. Tú espera aquí. Volveré a buscarte.
(Cuando va a saltar, CARMEN le detiene.)
CARMEN Oye.
JOSE ¿Qué quieres?
CARMEN ¿Cómo te llamas?
JOSE Jose, ¿y tú?
CARMEN Carmen.
60
Noches de amor efímero I.
solos esta noche
JOSE Hasta pronto, Carmen.
CARMEN (Le para.) Jose, ¿y si llegas a la otra esta-
ción y está también cerrada?
JOSE La siguiente estación es más importante.
Tiene oficina, creo.
CARMEN ¿Y si tampoco hay nadie?
JOSE No perdemos nada.
CARMEN Sí. Nos quedamos separados cada uno en
una estación.
JOSE (Después de una pausa.) Escucha, Carmen,
si no hay nadie allí, volveré para estar con-
tigo.
CARMEN Eres muy... amable. Gracias.
JOSE (Dándole un cachete cariñoso.) Será un pla-
cer. ¡Hostias!
CARMEN ¿Qué pasa?
JOSE ¡Soy un genio! ¡Un genio! Esto de llevar la
casa encima tiene sus ventajas. Tengo una
linternilla en el macuto.
CARMEN ¡Bien! Así llegarás antes.
(Abre el macuto y saca la linterna.)
61
PALOMA PEDRERO
JOSE Toma, quédate la botella y el tabaco. Si te
pones nerviosa te fumas uno.
CARMEN Pero si nunca he fumado...
JOSE Tampoco te has quedado nunca encerrada
en una estación de metro, ¿o sí? Tú aquí,
tranquilita, sentadita; que te pones nervio-
sa, un trago y unas caladas; que aparece al-
guien, vais a rescatarme, ¿de acuerdo? (Se
acerca a la vía para saltar.)
CARMEN ¡Jose! (JOSE la mira.) ¿Y si aparece gente en
las dos estaciones y nos sacan a cada uno
por una puerta?
JOSE ¿Qué?
CARMEN No, nada, qué tontería...
JOSE Tontería, ¿el qué?
CARMEN (Ruborizada.) Que... que me quedaré con
tu botella y tu tabaco.
JOSE (Sonríe.) Disfrútalos. (Va a saltar, pero se da
la vuelta.) Yo no tengo teléfono. ¿Me das el
tuyo por si acaso?
CARMEN Sí. (Saca una tarjeta de su bolso.)
JOSE (Leyéndola.) Joder, qué mujer más impor-
tante. Jefa de Sección del departamento de
62
Noches de amor efímero I.
solos esta noche
documentación bibliográfica del Ministe-
rio de Cultura. ¿Qué es esto?
CARMEN Una oficina llena de papeles y corbatas.
JOSE En fin, señora, me voy.
CARMEN No tardes. (En el momento en que JOSE sal-
ta se apagan las luces del andén.) ¡Han apa-
gado la luz! ¡Oigan! ¿Hay alguien? ¡Soco-
rro! ¡Socorro’ ¡Estamos aquí! ¡Estamos
aquí!
JOSE (Que ha vuelto a subir.) No te esfuerces, es-
tas luces funcionan automáticamente. Ven,
siéntate en el banco y espérame, tengo que
llegar rápidamente.
CARMEN Jose, no te vayas. No me dejes aquí sola.
JOSE Pero...
CARMEN Dame la mano, por favor. Tengo miedo.
Quédate aquí conmigo.
JOSE Pero aquí no va a venir nadie hasta maña-
na.
CARMEN No, no me sueltes por favor.
JOSE Eh, no tiembles así. Vamos, no va a pasar
nada. Estoy yo aquí contigo. Toma, fu-
ma. (JOSE se sienta a su lado, le enciende un
63
PALOMA PEDRERO
cigarro y se lo pone en la boca. CARMEN da
caladas a toda velocidad. Tose. JOSE la alum-
bra con la linterna.) A que divierte el humo.
CARMEN Yo ya no sé nada. No sé nada...
JOSE Pero deja de temblar. Si no te va a pasar
nada. ¿No ves que estoy yo aquí?
CARMEN Eres..., eres muy valiente.
JOSE Por cosas peores he pasado yo. Qué digo
peores, si esto es como quedarse encerra-
do en un castillo con una princesa.
CARMEN Qué pensará mi marido cuando no aparez-
ca esta noche...
JOSE ¿También tienes marido? ¡Joder, tienes de
todo!
CARMEN Seguro que pensará que estoy por ahí con
un amante...
JOSE ¡¿También tienes amantes?!
CARMEN ¡No! ¡Nunca! Nunca he tenido un aman-
te. (Pausa.) Tampoco he dejado nunca de
ir a dormir a casa. ¿Y tú, tienes novia?
JOSE ¡Qué dices! A un parado no lo quiere na-
die. Tuve una muy maja, así morenita como
64
Noches de amor efímero I.
solos esta noche
tú, pero cuando me quedé en la calle se lió
con un gilipollas con futuro.
CARMEN ¿Con futuro?
JOSE Sí, estaba estudiando una carrera.
CARMEN Menudo futuro.
JOSE Eso digo yo. Yo sé que el futuro no está en
el puto dinero. Aunque todo el mundo diga
lo contrario, yo sé que el futuro no está en
el dinero.
CARMEN ¿Tú sabes dónde está?
JOSE Mira, Carmen, aunque suene raro... Yo pien-
so que el futuro.... está en el amor, en que
la gente se quiera.
CARMEN (Hablando muy deprisa.) Estoy de acuerdo
contigo, Jose, totalmente de acuerdo. El di-
nero hace a los hombres cobardes, obsesi-
vos, aburridos, gordos, gordos..., gordos.
¡Ay, Dios mío, ya no sé lo que digo!
JOSE (Riéndose.) ¿Es gordo tu marido?
CARMEN Chist, calla. Es..., es que me pones nervio-
sa.
JOSE ¿Yo?
65
PALOMA PEDRERO
CARMEN Estás tan cerca... (JOSE hace un ademán de
retirarse.) No, ni se te ocurra alejarte.
JOSE (Acercándose más.) Ni se me ocurre, prin-
cesa.
CARMEN ¿Puedo ver el tatuaje?
JOSE Claro.
(Se desabrocha la camisa. CARMEN le alum-
bra con la linterna.)
CARMEN Qué mariposa más bonita...
JOSE Pues si la tocas mueve las alas.
CARMEN (Tocándola.) Qué bonita, parece de verdad,
con sus antenitas y todo... y sus patitas... y
sus ojitos... y su... ¡Abrázame!
JOSE (Abrazándola.) ¿Sigues teniendo frío?
CARMEN Qué pecho más fuerte... Qué brazos más
fuertes...
JOSE (Rodeándola con fuerza.) Y todo para ti.
CARMEN Apaga la linterna.
JOSE ¿Ya no tienes miedo?
66
Noches de amor efímero I.
solos esta noche
CARMEN ¿Miedo, con esta muralla...? Apaga la lin-
terna.
JOSE ¿Y si llega el tren?
CARMEN Que pase. Que pase.
(JOSE apaga la linterna. En el oscuro se oyen
besos y susurros...)
Fin
67
PALOMA PEDRERO
de la noche al alba
Esta función se estrenó en el Teatro Cervantes de Valladolid el 6 de sepiembre
de 2002, interpretada por Ana Otero (VANESA), Mariano Alameda (MAURO),
JoséIsrael Elejalde (YONKI) y Juan Carlos Talavera (RAMÓN)
Dirección: Ernesto Caballero
69
Personajes
VANESA
MAURO
YONKI
RAMÓN
VANESA sale del club nocturno donde traba-
ja. Mira la calle. Todavía es de noche. Es una
mujer esbelta y sensual. Lleva la melena ru-
bia y suelta, la cara con un maquillaje ya gas-
tado y un vestido negro y ajustado. Camina
hacia el borde de la acera en busca de un taxi.
MAURO, un hombre con aspecto de niño gran-
de, sale a su encuentro en la calle solitaria.
MAURO ¡Vanesa!
VANESA (Se asusta hasta que le reconoce.) ¿Qué ha-
ces aquí? Te he dicho que no me esperes a
la salida.
MAURO He traído un coche para llevarte a casa. Es
peligroso que andes sola por la calle a es-
tas horas y... con ese vestido...
VANESA Lárgate y déjame en paz. ¿Vale?
(Camina cojeando.).
MAURO ¿Por qué no te quitas esos zapatos de ta-
cón? Ya no los necesitas.
VANESA ¿Por qué no metes la lengua en una alcan-
tarilla? (Busca un taxi.) No sé qué coño pasa
con los taxis a estas horas...
MAURO Están desayunando. Los taxistas digo.
71
PALOMA PEDRERO
(VANESA se quita un zapato y se masajea el
pie. MAURO le coge el zapato.)
MAURO ¿Qué número gastas?
VANESA (Quitándole el zapato.) Trae aquí, ¿a ti que
te importa...?
MAURO Son grandes, ¿quieres que te preste los
míos?
VANESA No delires, tío.
MAURO Tengo ahí un coche, me lo ha dejado un
colega del banco.
VANESA ¿Colega? Los maderos de banco no tenéis
colegas. Sois como un adorno violento,
¿no? Sois como porteros brutos.
MAURO Déjame que te lleve a casa. Me queda una
hora para entrar a trabajar.
VANESA Que no, joder, que no te enteras, que es-
toy fuera de servicio. (Grita.) ¡Taxi! ¡Taxi!
MAURO Está ocupado.
VANESA ¡Mierda! Y encima algunos van vacíos y no
paran. Será que les damos miedo a los ma-
ricones... Pensarán que les vamos a meter
mano... Estoy hasta las tetas de esos chu-
los. Como llevan motor y están calentitos,
72
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
pues hala, a seleccionar el bicho. Pues como
un día se me hinchen a mí las narices...
MAURO Me han dejado un Opel Corsa con asiento
reclinable y música.
VANESA Ya, me encanta el morro que tienes, tío. ¿Te
han dejado también el condón o eso lo tie-
nes que poner tú?
MAURO Sólo quiero llevarte a casa.
VANESA Eso dicen todos... ¡Joder, qué pasa hoy con
los taxis!
(Vuelve a caminar.).
MAURO (La coge del brazo.) ¿Cómo te llamas?
VANESA (Soltándose.) ¿Y eso a qué viene? ¿Has be-
bido?
MAURO Vanesa no te llamas. Ese es tu nombre de...
(Duda.)
VANESA Sí, mi nombre artístico. Eso es lo que que-
rías decir, ¿no?
MAURO Tu nombre de puta.
VANESA ¡Qué bestia eres, corazón! Ni con Opel Cor-
sa se te refinan las neuronas.
73
PALOMA PEDRERO
MAURO Me pones nervioso, negro.
VANESA ¿Ah, sí? ¿Entonces para qué me esperas?
Ya te dije el otro día que si quieres follar
entres y pagues, como todos.
MAURO No tengo tanto dinero. Es muy caro ese
club.
VANESA Ya, a partir del día diez se te acaba el pre-
supuesto, ¿no? Pues te aguantas y esperas
a primeros de mes... Y si no, haces horas
extras como yo.
MAURO (Cerrando los puños nervioso.) No quiero
follar. No quiero follarte.
VANESA Oye, tío, tranquilo que no quiero líos...
(Camina.).
MAURO ¿No puedes dedicarme unos minutos gra-
tis?
VANESA No, mierda, no. Estoy cansada. Estoy ago-
tada, ¿no lo ves? Llevo siete horas ahí me-
tida aguantando tipos neuróticos, babosos,
impotentes, prepotentes... Tengo los pies
molidos. Está a punto de amanecer, ¿lo ves?
Se acabó mi jornada y quiero llegar a casa.
MAURO Dame unos minutos. Tengo que hablar con-
tigo. Dame diez minutos gratis, por favor.
74
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA (Camina y se sienta en un banco. Dice con
resignación:) Diez minutos.
(Se quita los zapatos y se enciende un cigarro.)
MAURO (Se acerca y se sienta a su lado. Coge un za-
pato de ella y lo estruja, lo huele.) Están
duros.
VANESA ¿Qué haces?
MAURO Ablandarlo. ¿Tienes colonia?
VANESA No, trae, déjalo.
MAURO Tienes que rellenarlos con trapos mojados
en alcohol. Metes todos los que puedas y
los dejas varios días hasta que...
VANESA (Interrumpiéndole.) Oye, estás gastando el
tiempo.
MAURO (Conteniéndose.) Vale, como quieras, des-
trózate los pies.
VANESA ¿Qué querías decirme?
MAURO ¿Vamos al coche? Aquí hace fresco y me
gustaría que escucharas una cinta que he
traído.
VANESA (Harta.) Que no, tío, que no te enrolles,
que me...
75
PALOMA PEDRERO
MAURO Bueno, vale, vale... (Hace una pausa. Respi-
ra.) Me llamo Mauro Campos López.
VANESA Ya lo sé.
MAURO Lo de López no lo sabías.
VANESA Y lo de López, a mí qué me importa.
MAURO A mí sí, es el apellido de mi madre.
VANESA Buenooo...
MAURO ¿Qué pasa?
VANESA Nada, hijo, nada. Que López, sí.
MAURO Soy de un pueblo de Toledo. Mi padre tie-
ne vacas...
VANESA Qué bucólico...
MAURO ¿Qué?
VANESA Nada.
MAURO ¿Qué has dicho?
VANESA Que no he dicho nada, hombre... (MAURO
la mira mal.) Que debe ser bonito ser va-
quero, ¿no?
MAURO A mí no me gusta.
76
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA Ya, a ti te gusta más la pistola.
MAURO Más que la mierda de las vacas sí.
VANESA Pues a mí me gusta más la mierda de las
vacas. Es abono y no mata.
MAURO ¿Me vas a dejar hablar o no?
VANESA Ah, tengo que seguir escuchando... ¡Dios
mío, qué condena!
MAURO No te preocupes, voy a ser breve.
VANESA Gracias.
MAURO Y si pudieras dejar el cachondeo te lo agra-
decería, ¿vale?
VANESA No te mosquees, hombre, si es que estoy
harta de escuchar rollos. Además no he des-
ayunado.
MAURO ¿Quieres un café? Ahí, al lado del Banco,
hay un bar abierto.
VANESA No, déjalo, tengo azúcar. (Saca un terrón.)
Necesito glucosa porque tengo la tensión
baja.
MAURO (Interesado.) ¿Muy baja?
VANESA Bastante.
77
PALOMA PEDRERO
MAURO ¿Cuánto tienes?
VANESA Nueve-seis. A veces menos.
MAURO Yo sé tomarla, me enseñaron en un cursi-
llo de primeros auxilios.
VANESA Ah.
MAURO Tengo aparato.
VANESA Ya, ya lo sé.
MAURO ¿Por qué lo sabes?
VANESA (Bromeando y tocándole.) Lo he probado,
pillín...
MAURO (Retirándole la mano.) No digas tonterías...
Tengo un tensiómetro, lo mangué de la en-
fermería, en la mili.
VANESA ¡Ay va...! Yo pensaba que los maderos no
robabais. Cómo está el mundo...
MAURO No soy madero, soy vigilante jurado.
VANESA Peor.
MAURO ¿Por qué? ¿Se puede saber por qué te pa-
rece tan mal? Es un trabajo honrado.
78
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA No me gusta ese tipo de trabajo honrado,
ni siquiera me parece tan honrado. Los ban-
cos son lugares indecentes.
MAURO Será más decente un puticlub.
VANESA Seguro, por lo menos los negocios son más
claros.
MAURO No me hagas reír.
VANESA No pretendo hacerte reír, tío. Te estoy di-
ciendo que no me gustan los bancos, ni los
banqueros, ni los policías. Y es muy tarde.
(Apaga el cigarro.)
MAURO Espera, no me has dejado hablar. Bueno,
no te he dicho lo que quería decirte.
VANESA (Mirando el cielo.) Venga, cinco minutos.
Cinco.
MAURO Dime cómo te llamas.
VANESA No le digo mi nombre a los clientes.
MAURO No voy a ser tu cliente. No voy a volver más.
VANESA Ah, pensé que te gustaba...
MAURO No voy a volver a verte dentro de ese antro.
79
PALOMA PEDRERO
VANESA Vale, tú mismo.
MAURO Tú no eres como las otras.
VANESA No, corazón, ese rollo no. Está muy visto.
Verás, no sólo soy como las otras sino que
soy la peor. Me gusta cantidad la pasta y soy
la que más gana, no tengo competidora...
MAURO Eso es porque eres la más guapa. Les gus-
tas a todos, lo he notado. (Alterado.) Me
pone negro entrar ahí. Me pone negro ver-
te entre tanta basura. (Da un golpe en el res-
paldo del banco.) Me dan ganas de liarme a
tiros.
VANESA Vale, chaval, tranquilo. No vuelvas y se aca-
bó. No quiero tener problemas con nadie.
No me gustan los líos, ¿entiendes?
MAURO ¿Nunca lo has hecho por amor?
VANESA ¿Cómo?
MAURO Que si nunca has follado con amor. Con
un hombre que te gustara, que te volviera
loca...
VANESA (Cortante.) Dime lo que me tengas que de-
cir y terminamos, ¿vale?
MAURO (Ofendido.) No, no te voy a decir nada.
Cómo voy a hablar con una piedra, qué voy
80
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
a decirle a una mujer sin corazón, a una mu-
jer que no es capaz ni de decirme su nom-
bre. Voy a buscarte un taxi.
VANESA No te molestes... (Se levanta. MAURO cami-
na hacia el otro lado, triste, cabizbajo. VANE-
SA se vuelve y lo llama:) ¡Mauro! (MAURO se
vuelve y la mira.) Tengo hombre. Vivo con
un hombre peligroso y... Me llamo María,
María López.
MAURO (Lívido y emocionado se acerca a ella.) No
puede ser verdad. No puede ser verdad...
María López.
VANESA ¿Qué pasa? Claro que es verdad. Es un
nombre vulgar, hasta tú te llamas López.
MAURO ¿Sabes que antes de ir al Club ya te conocía?
VANESA ¿Qué?
MAURO Te vi llegar una tarde, y otra tarde y otra.
Te esperaba todos los días para verte, has-
ta el día que me dije: tengo que verla de
cerca, tengo que entrar en ese club, y pa-
gué. ¿Te acuerdas?
VANESA No, no lo sé...
MAURO ¿No te acuerdas de la primera vez?
VANESA No, no sé, creo que fue hace poco...
81
PALOMA PEDRERO
MAURO No pude decir tres palabras seguidas...
VANESA Muy hablador ahí adentro no eres, no. En
el fondo eres de los que me gustan, calla-
ditos y rápidos.
MAURO (Ensimismado.) María López...
VANESA Bueno, tío, tampoco hace falta que me lla-
mes por el nombre completo, que no ten-
go cargo.
MAURO Es como un milagro... (De pronto, como ca-
yendo.) ¿Y dices que vives con un hombre?
VANESA Sí, y ya debe de andar mosqueado. Tiene
mala hostia.
MAURO ¿Te pega?
VANESA ¿Eh? No, no..., qué dices... Estaría bueno.
MAURO ¿Y te quiere?
VANESA (Se queda cortada ante la pregunta.) Pues...,
yo qué sé. No sé. A veces... ¡Qué más da!
MAURO A él le dejas, ¿verdad?
VANESA (Inquieta.) ¿Le dejo el qué?
MAURO Le dejas que te bese en la boca, ¿verdad?
82
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA Pero...
MAURO A mí nunca me has dejado.
VANESA No, no me gusta. Es lo que más asco me da
de todo... Me dan arcadas.
MAURO ¿Y con tu hombre también?
VANESA (Descolocada.) Él..., él no..., él no lo inten-
ta nunca.
MAURO Entonces es que no te quiere.
VANESA (Reaccionando.) ¿Y tú qué sabes? ¿Y a ti
quién te ha dado vela en este entierro? Te
estás pasando, tío. Me estás cabreando.
MAURO Yo, desde que te conozco, desde que te vi
llegar aquel día... Sí, recuerdo perfectamen-
te tu vestido... Era rojo con lunares blan-
cos. Y llevabas la cara lavada, muy blanca...
Desde que te vi te quise. Te quise siempre,
no a veces. Te quise siempre.
VANESA Me lo temía.
MAURO ¿Qué?
VANESA (Nerviosa.) Que no me gustan los hombres
enamorados; que traen problemas, ¿en-
tiendes? Y que además tú ni siquiera me
83
PALOMA PEDRERO
conoces, tú te has enamorado por necesi-
dad, porque estás colgado.
MAURO ¡Me cago en Dios! No me digas eso. (Furio-
so.) ¿Tú qué sabes de mí. Me pones negro.
VANESA Tranquilo, tío, cuando te pones así me das
hasta miedo.
MAURO Pues no me has visto con la vena hinchada.
VANESA ¿Qué vena?
MAURO (Señalándose una de la frente.) Ésta. Cuan-
do se me hinchan los huevos se me infla-
ma esta vena y soy capaz de cualquier
cosa.
VANESA No estarás loco, ¿no? Estoy harta de locos.
MAURO No, no lo estoy.
VANESA Vale, tío, ningún loco de los que conozco
me ha dicho nunca que estaba loco. Decir
que se está muy bien es el primer síntoma
de la pájara. Me largo.
MAURO María.
VANESA ¿Qué?
MAURO Todavía no es de día, quédate hasta que
amanezca, anda. Te juro que no estoy loco.
84
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA ¿Pero para qué? Es una chorrada que me
quede. Primero porque no puedo y segun-
do que para qué si no tenemos nada que
decirnos.
MAURO Yo ya te lo he dicho casi todo, por lo me-
nos lo más importante, pero tú... Me gus-
taría mucho que me contaras algo de ti.
Algo que sea verdad, cualquier cosa.
VANESA Yo no tengo nada que contar. Yo sólo escu-
cho.
MAURO Nos fumamos otro cigarro y, mientras, te
escucho yo a ti. Prometo no interrumpir-
te. (Sonríe.) Y no te cobro ni un duro. ¿Vale?
VANESA (Se ríe.) Joder, con el muchacho, si hasta
tiene sentido del humor.
MAURO Y cuando apagues el cigarro te digo un se-
creto. Anda...
VANESA (Suspira y le mira atentamente.) ¿Cuántos
años tienes?
MAURO Veintiséis, ¿y tú?
VANESA Treinta y dos.
MAURO No los aparentas.
VANESA Gracias.
85
PALOMA PEDRERO
MAURO Y además no me importa.
VANESA (Con ironía.) Hombre, gracias.
MAURO (Le da un cigarro.) Vamos, cuéntame algo
de ti. Algo de María López.
VANESA Puf..., qué noche más rara... El Ramón debe
de andar con un mosqueo...
MAURO Que se joda.
VANESA (Asustada.) Calla, no digas eso. Es mi hom-
bre.
MAURO Vamos, cuéntame algo.
VANESA (Piensa.) ¿Y qué le voy a contar a un made-
ro? Una puta confesándose a un madero...
No ves que no tiene lógica. ¿Llevas pistola?
MAURO Sí, aquí.
(La saca y se la enseña.)
VANESA ¡Qué horror...! ¡Qué miedo! A ver si se te
dispara.
MAURO Toma, tienes que perderle el miedo, tienes
que darte cuenta de que un arma en bue-
nas manos es inofensiva.
86
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA No desbarres, tío, un arma en manos de
cualquier cristiano es un peligrazo siempre.
MAURO Yo no soy violento.
VANESA Hasta que se te hincha la vena, ¿no?
MAURO Está bien, la dejo aquí...
(Intenta ponerla debajo del banco.).
VANESA Guárdatela o me largo. Odio las pistolas.
¡Las odio!
MAURO De acuerdo, vale.
(Se la guarda.).
VANESA ¿La has usado alguna vez?
MAURO Pocas.
VANESA ¿Has matado a alguien?
MAURO No.
VANESA ¿Cuánto ganas al mes?
MAURO Casi cien mil...
VANESA ¡Dios, qué mierda...!
87
PALOMA PEDRERO
MAURO (Ofendido.) ¿Cuánto gana tu chulo?
VANESA No te cabrees, tío, no lo decía por eso. Lo
decía porque es horrible cómo explotan a
la gente. Te dan una pistola y cien papeles
al mes y se quedan tan contentos, con la
conciencia tranquila. Hale, que sean los po-
bres los que maten a los pobres...
MAURO A los atracadores, a los ladrones...
VANESA ¿Y quiénes son los atracadores? ¿Los ricos
del barrio? ¿Los niños de papá? ¿Eh? Esta
sociedad tan avanzada está hecha una in-
justa mierda.
MAURO Lo dices como si yo tuviera la culpa.
VANESA No sé quién tiene la culpa. (Le enseña su
bolso por dentro.) Pues mira, hombre hon-
rado, yo he ganado setenta mil pelas esta
noche. Unas cuantas copas y dos polvos.
¿Qué te parece?
MAURO No es eso de lo que quiero que hables. Eso
no me interesa. Ni me gustas cuando te po-
nes así de... rabiosa. Pareces otra.
VANESA ¿Y tú? ¿A ti no te da rabia? ¿O es que no
te quieres enterar? Yo me enteré desde
muy pronto, ¿sabes? No me quedaron más
huevos.
88
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
MAURO Toma. (Le da otro cigarro.) El anterior no
ha valido. (Se lo enciende.) ¿Eres de aquí?
¿Naciste en Madrid?
VANESA No, nací en un pueblecito de Ávila, creo.
(Se ríe.) Como tú.
MAURO ¿Cómo que crees? ¿Cómo se llama?
VANESA Ni idea. Me lo dijeron alguna vez de pe-
queña pero no he podido acordarme. Ni
me importa. Mi madre me tuvo de soltera
y me regaló a los pocos días. La mujer que
me crió me contaba algunas cosas de ella
pero murió pronto, cuando yo tenía unos
ocho años, así que casi no me acuerdo de
nada. No, no me acuerdo de nada.
MAURO ¿Y no la conociste?
VANESA ¿A quién?
MAURO A tu madre.
VANESA Ah, no. Creo que era muy joven cuando me
tuvo y la acojonaron. En un pueblo hace
tantos años..., ya sabes. Te advierto que casi
me alegro, al final los padres son una carga.
MAURO No digas eso, no es verdad.
VANESA ¿Qué no? Pues yo la gente que conozco que
tiene padres están superagobiados con ellos;
89
PALOMA PEDRERO
que si controlan, que si joden, que si se
quejan, que si se hacen viejos... Bah, a mí
la fotografía nunca me ha dado problemas.
MAURO ¿Qué fotografía?
VANESA Tengo una foto de mi madre. Me la dio Au-
rora, la mujer que me crió, cuando murió.
No se la ve bien pero me hago una idea.
MAURO ¿La llevas ahí? ¿Me la enseñas?
VANESA No.
MAURO Me gustaría verla
VANESA Que no, tío, que no se la enseño a nadie.
(MAURO intenta agarrarle el bolso.) Que no,
que no la tengo aquí.
MAURO Ah, bueno. (Pausa.) Pues mi madre murió
hace un año, del corazón, de golpe. ¿Sabes
que me recuerdas mucho a ella? Tienes los
ojos clavados.
VANESA ¿No me digas que te gusto porque te re-
cuerdo a tu madre?
MAURO Sí.
VANESA Colgao, si ya sabía yo que estabas colgao, tío.
90
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
MAURO ¿Por qué? ¿Qué pasa? Mi madre era y si-
gue siendo lo más sagrado para mí.
VANESA Ya. Caso típico.
MAURO ¿Qué dices?
VANESA ¿Has oído hablar del complejo del «Dipo»
MAURO Me suena. ¿Por qué?
VANESA Porque lo tienes, colega. Los hombres que
flipan con la madre es que no han supera-
do una parte infantil en la que deseaban
acostarse con ella. Por eso tú quieres acos-
tarte conmigo, porque me identificas con
ella, como con su... espíritu, ¿entiendes?
MAURO ¿Qué dices? ¿Te has vuelto loca o qué? Me-
nudo rollo que me has soltado...
VANESA Pues no te creas, que de rollo nada. Tengo
un cliente que es psicólogo y me cuenta
cantidad de cosas. Yo le pregunto sobre las
cosas raras de otros clientes y él me lo ex-
plica. Me encanta, ya sé mogollón. Así que
cuando estoy con un tío rarillo, osea con
todos, les hago un diagnóstico.
MAURO Eso es una chorrada.
91
PALOMA PEDRERO
VANESA Ya, ya. No veas cómo funciona. Tengo una
ficha de cada uno y voy apuntando su evo-
lución.
MAURO ¿En serio?
VANESA Lo hago por ayudarles, total... A algunos
hasta consigo darles el alta.
(VANESA animada se come otro azucarillo.)
MAURO (Perplejo.) ¿Les das el alta? ¿Cómo?
VANESA Dejan de venir. En el fondo también lo hago
por ahorrarme polvos.
MAURO ¿Qué?
VANESA Sí, les hago hablar, les escucho, les doy mi
opinión, les digo lo que tienen que hacer...
Y a la semana siguiente vuelven para con-
tarme cómo va todo. Entonces, yo les digo:
«¿Qué te parece si vamos al gabinete? Allí
podemos hablar con más intimidad». En-
tonces, ellos pagan el excusado, pero no
follan. Prefieren el tratamiento mental.
MAURO (Que no sale de su perplejidad.) ¡Ah!
VANESA (Con aire profesional.) Tengo un archivo de
personajes increíbles, tío; casos clínicos alu-
cinantes. Algunos son hombres importantes,
92
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
poderosos. No te puedes imaginar la que se
armaría si yo hablara por esta boquita...
MAURO ¿Tienes alguno del banco?
VANESA ¿Qué?
MAURO ¿Que si sabes cosas de alguno de ese banco?
VANESA (Le mira.) Pero bueno, a ti qué te impor-
ta... ¡Qué morro...!
MAURO El director es un cabrón...
VANESA Normal.
MAURO ¿Va por el club? Anda, dímelo.
VANESA Oye, que yo soy una profesional... Además,
no sé qué hago contándote a ti estas cosas.
A estas horas se me ablandan las neuronas...
MAURO Yo nunca te metería en un lío.
VANESA (Escéptica.) Ya.
MAURO A mi me gustaría sacarte de toda esa mier-
da. Tú no tienes madera de prostituta.
VANESA Para eso no hay que tener madera, hijo, hay
que tener necesidad.
93
PALOMA PEDRERO
MAURO Si estuvieras conmigo no te faltaría de nada.
Podrías ser una mujer normal, tener un fa-
milia...
VANESA No digas chorradas...
MAURO Estoy preparando unas oposiciones para
entrar en la Policía Municipal.
VANESA Puf..., está visto que lo tuyo es vocacional.
MAURO Tendré un buen sueldo y podríamos vivir
bien, sin grandes lujos, claro, pero bien.
VANESA Pero quieres dejar de decir gilipolleces...
MAURO Quiero que te cases conmigo, María.
VANESA (Se levanta.) Se acabó. Tengo que irme. Ya
he estado un buen rato contigo, ¿no? Ya he
cumplido, ¿no? Me voy a casa.
MAURO Déjame invitarte a un café. Ahí al lado lo
hacen muy bueno. Y tienen churros.
VANESA No, no me gustan los bares ni los churros.
MAURO ¿Por qué?
VANESA Porque no me gustan.
MAURO (Después de una pausa.) No me has contes-
tado.
94
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA No me gustan las barras de los bares ni por
delante ni por detrás.
MAURO No me refería a eso.
VANESA No te entiendo.
MAURO Te he hecho una proposición. Quiero que
me conozcas, quiero salir contigo: ir al cine,
a bailar, a pasear por las calles... Quiero que
sepas lo que es el amor de verdad. (Le toca
el pelo.) No tienes ni idea.
VANESA (Agresiva.) Me has pedido diez minutos y
he te regalado más de veinte. Ya me he can-
sado de escuchar y de hablar, ¿me oyes? Me
parece muy bien que no vuelvas por el club.
Y te pido que te olvides de mí para siem-
pre, ¿vale? No quiero problemas con col-
gados que van buscando a su madre por ahí.
Y que sepas que estoy feliz como estoy, odio
a las mujeres normales y... (Señala al cielo.)
está a punto de salir el sol. (Se acerca al bor-
dillo de la acera. MAURO la mira dolido, ca-
llado.) Adiós. ¡Vete, joder, lárgate!
MAURO (Dando una patada en el suelo, con lagrimas
en los ojos.) Sí, claro que sí, mierda. Eres
como todas las de ahí adentro en todo. (Con
más calma.) En todo..., menos en los ojos.
Pero los ojos son como si no fueran tuyos.
95
PALOMA PEDRERO
(Se aleja despacio. VANESA busca un taxi des-
esperada. Se acerca un muchacho con aspec-
to de YONKI.)
YONKI ¿Tienes un cigarro?
VANESA No tengo nada.
YONKI Dame un cigarro.
VANESA Te he dicho que no tengo.
YONKI (Agresivo.) ¿Prefieres darme las pelas?
VANESA (Nerviosa y agarrando fuerte su bolso.) Dé-
jame en paz, tío. Salgo ahora de trabajar y
estoy cansada.
YONKI (Tocándole el culo.) Dame las pelas, puta.
VANESA (Gritando.) ¡Déjame, no me toques!
(Lo empuja.)
YONKI (Sacando una navaja.) Quería que fuéra-
mos amigos, colega. No quería hacerlo así...
VANESA (Grita.) ¡Mauro...! ¡Mauro...!
YONKI No grites que te rajo...
VANESA Tranquilo, espera, te voy a dar algo...
96
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
YONKI ¡El bolso! Dame el bolso. ¡Venga!
VANESA No.
(Entra MAURO por la espalda del YONKI.)
MAURO ¿Qué pasa aquí? ¿Qué haces?
VANESA ¡Cuidado, tiene una navaja!
MAURO (Retrocediendo.) Lárgate, chico, deja en paz
a la señorita...
YONKI (Muy nervioso, apuntando a VANESA.) Las
pelas o pincho... ¡La pasta!
MAURO (Salta sobre él.) ¡Déjala...!
(Pelean. MAURO consigue quitarle la navaja.
El chico sale corriendo.)
VANESA (Ayudando a MAURO a levantarse.) Lo sien-
to, joder. ¿Estás bien?
MAURO Sí.
(Se toca el costado.).
VANESA (Asustada.) ¡Tienes sangre! Te ha pinchado.
MAURO No es nada, un rasguño...
VANESA ¿Seguro?
97
PALOMA PEDRERO
MAURO Sí, no te preocupes.
VANESA Déjame ver. (Le levanta la ropa. Le mira y
respira aliviada.) No, no parece mucho.
MAURO No es nada.
VANESA (Sacando un pañuelo de su bolso.) Déjame
que te ponga esto. (Echa colonia.) Te va a
escocer un poco... (Se lo pone. MAURO se
queja. VANESA le sopla en la herida.) Ya está...
Así no se te infecta.
MAURO Gracias.
VANESA ¡Qué hijos de puta! Ya me han quitado tres
veces el bolso. Es que no miran, van con
el «monazo» y no miran a quién dan el
palo. Seguro que al director de tu Banco no
lo pillan. Bueno, lo siento, tío. Lo siento.
MAURO No importa, es mi trabajo. (MAURO se acer-
ca a la acera y grita.) ¡Taxi! ¡Taxi!
VANESA (Bajándole el brazo.) Espera.
MAURO ¿Sí?
VANESA Quiero preguntarte una cosa.
MAURO (Distante.) Tú dirás.
VANESA ¿Por qué no has sacado la pistola?
98
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
MAURO ¿Qué querías, que le matara?
VANESA Era en defensa propia.
MAURO ¿Te parece? ¿Crees que si me lo cargo hu-
biera sido en defensa propia?
VANESA No hacía falta matarlo, tío, te hubiera servi-
do para asustarlo, para que soltara la navaja.
MAURO Algunos no la sueltan, ¿no ves que están
idos? Es demasiado peligroso probar.
VANESA (Sorprendida y admirada.) Me has... Me gus-
ta lo que has hecho... Lo que dices... Me
siento orgullosa de ti.
MAURO Pues olvídalo porque es mentira. No he sa-
cado la pistola porque a ti no te gustan las
pistolas. Por eso.
VANESA Estás loco, Mauro, te has librado de un buen
tajo por los pelos y...
MAURO (Interrumpiéndola.) Me ha dolido más el
tuyo, Vanesa. Tú sí que has acertado.
VANESA Me llamo María.
MAURO Te llamas Vanesa. María se llamaba mi ma-
dre y tenía los ojos como tú, pero no tenía
nada más igual. Tú eres una mujer vulgar.
Siempre me equivoco.
99
PALOMA PEDRERO
VANESA (Herida, comienza a llorar y a golpearle en
el pecho.) Eres un cabrón, como todos. Un
policía cabrón.
MAURO (La coge con violencia y la besa en la boca. VA-
NESA intenta defenderse hasta que se entrega.
MAURO la suelta. VANESA se queda callada,
aturdida.) Qué guapa eres... Qué guapa.
VANESA (Reaccionando de pronto.) ¡Dios mío, es de
día! Ha amanecido. Mira, ha amanecido.
MAURO ¿Y qué?
VANESA ¡Yo no puedo estar aquí de día! (Mirándo-
se.) No puedo estar así de día...
MAURO Pues vete. ¿A qué esperas?
VANESA Sí, me voy. (Va a irse pero no puede.) Oye...
MAURO ¿Qué?
VANESA Besas muy bien, colega. Nunca me habías
besado así.
MAURO Nunca te había besado.
VANESA Es lo único que hacéis bien los hombres
enamorados. Los hombres enamorados be-
san... muy bien. ¿Quieres ver la foto?
MAURO ¿Qué foto?
100
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA La de mi madre. (Abre su bolso y la saca.)
No se ve bien pero... Mira.
MAURO No se ve nada.
VANESA Sí, sí que se ve, pero hay que mirarla con
detenimiento, y con más luz. Es la del me-
dio, la morena.
MAURO Ah...
VANESA (De pronto se separa de él sobresaltada.) ¡Ra-
món! ¡Vete, Mauro, viene Ramón por ahí!
MAURO No.
VANESA (Muy alterada.) Lárgate, Mauro, éste te
mata, éste no perdona.
MAURO (Haciendo ademán de sacar del bolsillo la
pistola.) Ya veremos.
VANESA ¡No! ¡No, por Dios, te lo suplico! Te lo su-
plico.
MAURO Ese tipo no te quiere.
VANESA ¿Y qué? Es mi vida y yo le quiero, ¿te en-
teras? ¡Lárgate! No me interesas. No me
interesas.
(Entra RAMÓN. Es un hombre tenso y atrac-
tivo. Lleva traje y corbata.)
101
PALOMA PEDRERO
RAMÓN (Mirando a los dos, desafiante pero con bue-
na educación.) Buenos días.
VANESA (Muy asustada.) ¿Qué haces aquí, cielo?
Yo..., ya me iba para casa.
RAMÓN Y tú, ¿qué haces aquí?
VANESA Éste..., es un cliente. Teníamos... Me debía
un dinero y..., bueno, ya está resuelto.
(MAURO les observa.)
RAMÓN (A MAURO.) ¿Hay algún problema?
VANESA No, no, ya se iba. Ya..., ya te lo contaré. Él
ya se iba.
RAMÓN ¿Seguro?
MAURO (Mira a VANESA. Ella le suplica con los ojos.
MAURO, sacando la mano del bolsillo, a RA-
MÓN.) Seguro. La cuenta pendiente que te-
níamos ya está solucionada. (A VANESA.)
Estamos en paz, ¿no? (VANESA asiente agra-
decida.) Buenos días.
(Se va.)
RAMÓN (Apretando el brazo de VANESA con cierta vio-
lencia.) ¿Qué te tengo dicho?
102
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
VANESA Déjame..., déjame explicártelo...
RAMÓN Estabas ligando con él.
VANESA ¿Estás tonto? Es un cliente, un tarado...
Lleva una pistola, ¿no te has dado cuenta?
Pero he hecho un buen negocio, cielo.
RAMÓN ¿Sí?
VANESA Escucha, me ofreció veinte papeles por diez
minutos de charla en la calle. (Enseñándo-
le el dinero.) Mira, ha sido una buena no-
che. Setenta talegos.
RAMÓN ¿Y de qué quería hablar?
VANESA Puaff... Está colgado. Quería decirme que
me parezco a su madre. (Se ríe.) Me ha di-
cho que me llamo igual y todo...
RAMÓN ¿Vanesa? ¿Dice que se llama Vanesa su ma-
dre?
VANESA (Nerviosa.) Pues..., sí. Delira, ese hombre
está como para que lo encierren. (Se ríe.)
Vanesa su madre, imagínate. Pero por vein-
te mil pelas no está mal, ¿eh?
RAMÓN No me gusta que te arriesgues. Esos tipos
raros nunca se sabe cómo van a reaccionar.
Venga, vamos para casa.
103
PALOMA PEDRERO
VANESA (Asustada.) Pero no me vas a... No me vas...
Lo he hecho por ti, lo he hecho por noso-
tros, cielo.
RAMÓN (Sonriendo con una blanca y perfecta denta-
dura.) Vamos, me estás poniendo cachondo.
VANESA (Sonríe aliviada.) ¿Sí? ¿De verdad? Pero si
estoy horrible a estas horas...
RAMÓN Estás muy buena a estas horas. Y yo tengo
hambre.
(VANESA después de un instante, se acerca a
él muy lentamente e intenta darle un beso en
la boca. RAMÓN la aparta. VANESA, entonces
con suavidad, le coge la cara y vuelve a in-
tentarlo. RAMÓN se retira agresivo..)
RAMÓN ¿Qué haces?
VANESA (Con mucha tristeza.) Nada. Me duelen los
pies.
RAMÓN Mira, ahí hay un taxi.
(Corre a cogerlo saliendo del espacio escéni-
co. VANESA se queda quieta, triste, mirando
hacia el lugar por donde se fue MAURO. Se
toca los labios.)
RAMÓN (Desde fuera.) ¡Vanesa! ¡Vamos...! ¿A qué
esperas?
104
Noches de amor efímero I.
de la noche al alba
(VANESA, vuelve a mirar hacia el banco. Se
quita los zapatos. Descalza, corre detrás de
RAMÓN. Se va haciendo el oscuro.)
Fin
105
PALOMA PEDRERO
la noche que ilumina
Esta función se estrenó en el Teatro Cervantes de Valladolid el 6 de sepiembre
de 2002, interpretada por Diana Peñalver (ROSI), Israel Elejalde (FRAN),
y Mariano Alameda (ÁNGEL)
Dirección: Ernesto Caballero
Personajes
ROSI
FRAN
ÁNGEL
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
Estamos en un pequeño parque de barrio. Un
poco de césped, algún banco desvencijado, un
«sube y baja» de madera. Son las tres de la
mañana de una calurosa noche de julio en
Madrid. Una farola tenue ilumina el espacio
vacío. Al instante vemos entrar a una mujer
arrastrando un carrito de la compra. En la
otra mano lleva una vieja maleta. ROSI, que
así la llaman, deambula perdida por el pe-
queño espacio sin soltar la carga. Al cabo, se
acerca a uno de los bancos, apoya la maleta
en el suelo y se deja caer exhausta sobre él.
Comienza a llorar.
ROSI (Con la voz entrecortada.) Esto se acabó...
Todo se acabó. (Se mira los brazos.) Me due-
le... Me duele todo el cuerpo... (Saca un es-
pejito de su bolso y se mira.) En la cara nun-
ca me habías dao... Esto sí que me duele,
es como darme en el corazón mismo. ¡Qué
bestia...! (Llora con más intensidad.) ¡Dios
mío...! ¿Qué hago? ¿Qué voy a hacer? (Del
carrito saca una caja, la abre y comienza a
sonar una musiquilla.) Te vas a morir sin
mí. No, ya sé que de pena no, te vas a mo-
rir de mierda, comido por el polvo y la gra-
sa. Mordido por las ratas... (Va sacando pas-
tillas de la caja.) Yo creo que con doce vale...
Bueno, voy a coger estas otras dos más gor-
das, éstas no sé ni pa qué eran. Esto es un
«nolotil» de esos, pues mejor, así me quita
109
PALOMA PEDRERO
el dolor. ¿Y ésta? Esta es la de los nervios
de mi madre. También me la tomo, que son
más fuertes... (Piensa.) A ver si me voy a
quedar tonta... Qué va, con esto me quedo
más fiambre que la mortadela. (Saca una
botella de agua del carrito, la abre, mira las
pastillas, se santigua, se las mete en la boca,
las escupe y comienza a llorar.) ¡Ay, mis ni-
ños... Esos sí que tienen todavía pena para
mí! ¡Ay, que no se puede vivir sin madre!
(Guarda las pastillas en la caja salvo una que
se toma. Después se echa agua en la cara y
el pelo.) ¡Ay, hombre mío, que me tienes
arrastrá...! (Canturrea la canción de la caji-
ta. De pronto la cierra enfadada.) ¡Tu últi-
mo regalo, cacho cabrón, ocho años hace,
ocho años! ¡Ay, Dios mío, qué hago hablan-
do sola! Me estoy volviendo loca, tararí cor-
neta que decía mi padre... ¡Es que tengo
que hablar! ¡Es que si no hablo reviento!
Vivo callada, callada todo el día, callada
toda la noche. Sí, a veces hablo, pero ni
caso. (Mirando hacia el cielo.) Ni Dios tie-
ne tiempo para mí. A ver si me hace efec-
to la pastilla... Sí, ésa era para los nervios
seguro. Es el «tranquimicín», tranqui es
tranquilo, claro, y micín será medicina, ¿no?
Medicina para estar tranquilo. (A sí misma.)
Cállate, mujer, mira que si pasa un basure-
ro o la poli. A ver si te van a llevar al mani-
comio. ¡Cállate, cállate, cállate! ¿Y qué hago?
(Se levanta y pasea aturdida. Elige un punto
del espacio y va hacia él contando los pasos.)
110
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,
ocho, nueve... (Vuelve al banco contando
los pasos.) Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete... ¿Por qué ahora son siete? An-
tes eran nueve. Eran nueve. ¡Calla, cálla-
te, mujer!
(Se oyen unos pasos, ROSI mira asustada ha-
cia el lugar del sonido. Después sonríe tris-
temente. Entra FRAN agitado. Es un hombre
joven, elegante y atractivo. Sin embargo pa-
rece arrastrar un pesar que se refleja en unas
negras ojeras.)
ROSI Perdón, perdóneme, don Francisco, no sa-
bía qué hacer, estaba... estoy desesperada,
y como usted me dijo aquel día...
FRAN Tranquila, tranquilícese, Rosa, no pasa nada.
Le dije que me llamara si me necesitaba, y
ha hecho muy bien.
ROSI Pero su mujer le ha regañao, que yo la he
oído por el teléfono...
FRAN No se preocupe, mi... amiga es así. No se
preocupe en absoluto.
ROSI Pero les he despertao. ¡Qué vergüenza!
FRAN No, no nos ha despertado. De verdad. Bue-
no, ¿cómo se encuentra? ¿Está mejor?
111
PALOMA PEDRERO
ROSI Ay, no sé ni cómo estoy... Ha sido tan ho-
rrible, don Francisco. Mire, hoy me ha dao
hasta en la cara. Y me ha apretao los bra-
zos, me ha tirao al suelo y... (Le mira des-
consolada.) me ha pisao el vientre. Sí, me
ha puesto la botaza encima y ha apretao
como si quisiera matarme algo...
FRAN ¿Está usted embarazada?
ROSI No, por Dios, qué dice usted. Lo hacía
por... por celos o algo así. Siempre que se
emborracha dice que me pongo las faldas
muy estrechas, que parece que quiero pro-
vocar.
FRAN Madre mía, qué cafre.
ROSI Así que hoy no lo he podido soportar más,
he cogido la maleta y... (Señala el carrito.)
mis cosas personales y... Bueno, ahí ha ve-
nido lo peor. ¡Dios mío, qué cosas me ha
dicho! Me ha llamado perra, don Francis-
co, y eso ha sido lo más suave.
FRAN Vamos, la voy a llevar al hospital para que
la vean.
ROSI No, no, si estoy bien, sólo tengo cardena-
les y eso.
FRAN Podría tener algún hematoma interno.
112
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ROSI ¿Algo adentro? Qué va, sólo pena. Una pena
que no me cabe.
FRAN No obstante, es mejor que vayamos, que le
hagan unas radiografías.
ROSI Deje, deje, lo que yo tengo no sale en las
radiografías.
FRAN Rosa, escúcheme, nos conviene que la vean
en un hospital y que le den un informe mé-
dico. Un papel donde consten las lesiones
que le ha hecho su marido.
ROSI (Asustada.) ¿Para qué?
FRAN Para la denuncia.
ROSI ¿La denuncia?
FRAN Sí, tenemos que resolver su problema de
una vez. Usted no puede continuar así.
ROSI (Desesperada.) No, no puedo. Es que esto
no es vida. ¿Por qué? ¿Por qué me ha te-
nido que pasar esto a mí? ¿Qué he hecho
yo, Dios mío? ¿Qué he hecho?
FRAN (Intentando tranquilizarla.) Mire, Rosa, hay
muchas, muchísimas mujeres en su caso.
Usted no es la única. Por desgracia hay mon-
tones de mujeres maltratadas por sus mari-
dos. Pero las cosas tienen solución. Aunque
113
PALOMA PEDRERO
ahora le parezca mentira su problema tie-
ne solución.
ROSI (Abriendo la cajita.) He estao a punto de
tomarme un puñao de pastillas.
FRAN Esa no es una solución. No una buena so-
lución. Me alegro mucho de que se haya
decidido a llamarme por teléfono.
ROSI Ay, perdóneme, don Francisco, como us-
ted me dijo aquel día en el despacho de la
Asociación...
FRAN Claro que sí, mujer, un abogado también
está para esto.
ROSI Es que no tengo a nadie, sabe usted. A mi
madre la mato del disgusto si la llamo. Y
mi hermano es tan despegao... Pero yo esta
faena se la voy a pagar, don Francisco. Us-
ted me dice cuánto es y yo saco el dinero
de debajo de las piedras.
FRAN (Sonriendo.) Esto no tiene precio, Rosa.
ROSI Claro, claro, qué digo, madre mía, levan-
tarle de la cama por la noche. A un hom-
bre tan formal y tan... decente.
FRAN Yo sólo quiero ayudarla.
114
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ROSI Qué chico más bueno... Qué suerte ser cul-
to y abogao.
FRAN ¿Dónde están sus hijos?
ROSI En casa, pobrecillos, durmiendo. No se han
enterao de nada. Menos mal, porque mi Ma-
nuel, el mayorcito, le dijo un día a su pa-
dre que como me volviese a poner la mano
encima se lo cargaba. Sí, fíjese, eso le dijo.
Y está ya así, mucho más alto que su padre.
FRAN ¿Cuántos años tiene?
ROSI Dieciocho va a hacer. Lo tuve siendo una
cría... (Suspira.) Ay, sabe usted, me estoy
sintiendo mejor. Es que me he tomao un
«tranquimicín». ¿Lo conoce?
FRAN Pues no.
ROSI Son unas pastillas muy buenas para los ner-
vios. Llevo ya ocho años tomándolas. Des-
de que no voy a bailar.
FRAN (Sorprendido.) ¿Y éso?
ROSI Bueno, es que a mí siempre me ha gustao
mucho bailar, ¿sabe? Pero desde hace ocho
años que ya no me lleva. ¡El bestia ese...!
No, lo de las pastillas es casualidad, por
aquella época más o menos me las recetó
el médico de la Seguridad Social.
115
PALOMA PEDRERO
FRAN ¿Así que se ha tomado una? (ROSI asiente.)
¿Sólo una?
ROSI Sí, sí. Bueno, me tomé la que me tocaba a
las once y ahora otra. Pero no se preocu-
pe, si ya casi no me hacen efecto. Después
de tantos años...
FRAN Lo importante es que esté mejor, más tran-
quilita. Ahora tenemos que pensar en qué
hacer.
ROSI Yo de volver a mi casa nada.
FRAN Por supuesto que no. Tenemos que pensar
en el futuro, Rosa. Yo, si quiere, la acom-
paño a urgencias y después...
ROSI ¡No, por Dios, al hospital no! Es horrible
lo que se ve allí. Estuve una vez que tuve
lo de la «pendis» y casi me muero, pero del
susto: gente rota por todas partes, otros gri-
tando, viejecillos transtornaos...
FRAN Es importante tener ese informe. Son prue-
bas, pruebas, ¿me entiende?
ROSI ¿Pa ir contra él?
FRAN Para demostrar que la está pegando.
ROSI Es que a mí... a mí los hospitales me sacan
de quicio. Me pongo malita, de verdad. Y
116
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
estoy tan floja... (Llorando.) No me haga
vivir más tormento hoy, por favor.
FRAN Bueno, bueno... Entonces vayamos a la co-
misaría.
ROSI (Mirándole aterrorizada.) ¿Me van a arres-
tar?
FRAN A usted, ¿por qué? No, mujer, vamos a de-
nunciar a su marido.
ROSI ¿A Paco? Ay, madrecita, ¿y qué le van a ha-
cer?
FRAN No me diga que ahora se va a preocupar
por él.
ROSI ¿Yo? No, por Dios... Por mí que se pudra.
No quiero volver a verlo en mi vida. Por
mí que lo metan en prisión.
FRAN Desgraciadamente eso no va a ocurrir.
ROSI ¿Entonces? Si lo denuncio y no lo encie-
rran me seguirá pegando. Me dará ración
doble.
FRAN Rosa, usted no puede volver a su casa en
estas condiciones.
ROSI No, claro que no. ¿Cómo voy a volver?
Pero, entonces, ¿qué hago?
117
PALOMA PEDRERO
FRAN ¿Me va a escuchar? ¿Me va a hacer caso?
ROSI Sí señor, claro.
FRAN Tiene que denunciar los hechos. Si no lo
hace su marido puede denunciarla a usted
por abandono de hogar y...
ROSI (Interrumpiéndole.) ¿Abandono? Claro que
lo abandono, jurao. Ese hombre no me vuel-
ve a poner la mano encima aunque sea lo
último que haga yo en la vida.
FRAN Muy bien, Rosa. Pues entonces vayamos a
la comisaría del barrio. No está lejos de aquí.
ROSI Ay, don Francisco, con lo que yo he queri-
do a ese hombre...
FRAN Sí, la entiendo. Pero ahora la está matando.
ROSI Y toda la culpa la tiene el vino. Le saca de
su ser. Cuando se emborracha es.... es como
un animal hambriento.
FRAN Rosa, escúcheme, vamos caminando hacia
mi coche y seguimos charlando por el ca-
mino, ¿eh?
ROSI Yo no sé si podré andar. Me duele todo. (Se
levanta la falda y le muestra un gran hema-
toma en el muslo.) Mire, ésto ha sido una
patada.
118
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN Vamos, levántese, a ver si puede andar...
ROSI No, yo creo que no. Es que se me han en-
friao los golpes y...
FRAN Inténtelo.
ROSI (Se pone de pie. FRAN le ayuda.) ¡Ay...! Yo
creo que no puedo... No puedo andar.
FRAN No se preocupe voy a buscar el coche y lo
acerco hasta ahí...
ROSI (Le detiene.) ¡Don Francisco! (FRAN se vuel-
ve y la mira.) Me mata. El Paco me mata si
lo denuncio. Me lo tiene dicho, sabe usted:
«Cómo me dejes te quito la vida.» Y lo cum-
ple, que le digo yo que lo cumple.
FRAN (Acercándose a ella nervioso.) Escúcheme,
Rosa, si no hace usted algo es cuando la va
a matar. Vamos a tomar las medidas opor-
tunas para protegerla. Haremos la denun-
cia y mañana la llevaré a un centro de aco-
gida de mujeres...
ROSI ¿Y mis dos niños? ¿Qué va a pasar con ellos?
FRAN (Levantando la voz.) ¡Déjeme hablar! ¿De
acuerdo? (R OSI asiente.) Bien. Irá a ese
centro de acogida sólo hasta que consiga-
mos la separación y la guarda y custodia
de sus hijos. Entonces su marido saldrá
119
PALOMA PEDRERO
del domicilio conyugal y usted volverá allí,
a su casa con sus hijos.
ROSI Entonces me matará.
FRAN (Perdiendo los nervios.) No la va a matar.
No vamos a permitir que lo haga.
ROSI Este hombre está muy transtornao... Que
se lo digo yo, don Francisco.
FRAN Está bien, me voy para casa.
ROSI No se enfade, por favor. Si yo le voy a ha-
cer caso. Pero es que usted no le conoce.
FRAN No, a él no. Pero conozco a cientos como
él. Por desgracia he tenido a uno muy cer-
ca toda la vida. (FRAN se arrepiente de lo que
ha dicho.) Quiero decir que he llevado mu-
chos casos como éste, ¿entiende?
ROSI Sí señor.
FRAN No me llame señor, por favor.
ROSI Sí, don Francisco.
FRAN ¡Tampoco! Perdone, perdóneme, Rosa. Es
que llevo un día muy negro.
ROSI Y encima voy yo y le saco de la cama.
120
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN Eso ha sido lo mejor que me podía pasar.
Bueno, vamos a intentar resolver esta si-
tuación. Voy a llevar su equipaje al coche.
(Coge la maleta, tira del carro y se queda
sorprendido por su peso.) ¿Qué lleva usted
aquí?
ROSI Mis cosas personales, faltaría más... Se las
iba yo a dejar a esa mala bestia. (Orgullo-
sa.) Son las cosas que he ido yo compran-
do con mi dinero, con lo que me saco por
limpiar casas.
FRAN Pero mujer, hoy no hacía falta...
ROSI (Abre el carrito y saca una gran olla exprés.)
Esto es lo que más pesa. También llevo la
freidora, la «minipimer», un radiocasete y
esta botella de agua. La cogí para las pas-
tillas, ¿entiende?
FRAN Una pastilla me voy a tener que tomar yo.
Bueno, voy a acercar el coche lo más posi-
ble... (Hace por irse.)
ROSI ¡Oiga...!
FRAN ¿Qué pasa ahora?
ROSI Tengo que meditar. Lo de la denuncia,
¿sabe? Estoy..., estoy muy nerviosa esta no-
che y no quiero hacer nada sin...
121
PALOMA PEDRERO
FRAN (Interrumpiéndola enfadado.) Ya, otra vez. Ya
me conozco yo esto. ¿Cuánto tiempo lleva
zurrándola? ¿Cuánto tiempo lleva zurrán-
dola su marido?
ROSI Unos... unos ocho años.
FRAN Y tiene que meditar.
ROSI Sí, señor. Perdóneme, don Francisco, es
que... es que estoy atontá. Es que no rijo
esta noche...
FRAN Entonces, ¿para qué me ha llamado?
ROSI No sé.
FRAN Yo también tengo problemas, ¿sabe? Y no
me gusta que me mareen para nada. (Se
toca la cabeza cansado.) Usted verá, haga
lo que quiera. Cuando necesite mis servi-
cios legales puede llamarme.
ROSI (Asiente.) Gracias.
FRAN Adiós.
ROSI (Llamándolo.) ¡Don Francisco...!
FRAN Dígame.
ROSI (Ofreciéndosela.) Llévese la olla. Está casi
sin estrenar. Es de «tefal».
122
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN Por favor, Rosa, no diga tonterías...
ROSI Es un regalo.
FRAN (Negando.) Hubiera preferido poder ayu-
darla. Adiós.
(FRAN sale. Rosa, desolada, saca de nuevo la
cajita de música. La abre. FRAN regresa co-
rriendo.)
FRAN ¿Qué va a hacer? ¿No se le ocurrirá...?
ROSI No, solamente una. Me alivia tanto... Me
alivia el dolor por dentro, ¿sabe?
FRAN (Extiende la mano.) Déme otra a mí.
ROSI ¿A usted? ¿No se siente bien? (Se acerca para
mirarle la cara.) Es que no se ve cuatro en
un burro... A ver... (Le observa.) ¡Pero qué
ojeras...! Pobrecito mío... es usted tan crío...
FRAN Ojalá lo fuera. Ande, déme una de esas pas-
tillas mágicas. Una para el dolor por den-
tro.
ROSI Tenga usted, ya verá cómo se alivia. Ten-
ga. (Le da agua. Ambos se toman la pastilla.)
FRAN (Se atraganta.) Era enorme, casi me ahogo...
ROSI Las grandes hacen más efecto.
123
PALOMA PEDRERO
FRAN ¿Cómo dice?
ROSI Más rápido.
FRAN Ah.
ROSI Le ha regañao por mi culpa, ¿verdad?
FRAN ¿Cómo?
ROSI Su señora. Le ha metido unos buenos gri-
tos... Lo siento mucho, no tenía que haber
llamao... Si es que soy un desastre.
FRAN Deje de preocuparse. Usted no ha tenido
nada que ver. Ya le he dicho que estábamos
despiertos.
ROSI ¿No se habrá puesto celosa?
FRAN (Riéndose con amargura.) No, ella nunca se
pone celosa.
ROSI Uy... Y si me viera menos. Le habrá dicho
que soy vieja y desastrá...
FRAN Vamos, Rosa, deje de decir bobadas, tiene
que empezar a valorarse a sí misma.
ROSI Con este cuerpo lleno de cardenales...
124
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN Perdone, yo también estoy diciendo cho-
rradas. (Se sienta en el banco.) Bien, vamos
a hablar tranquilamente, ¿de acuerdo?
ROSI Déjelo, es mejor que se vaya a su casa y se
acueste. Con tanto yo, yo, yo, no le había vis-
to la carita esa... Está usted muy demacrao...
FRAN ¿Y qué hago con usted? ¿Me la dejo aquí
tirada?
ROSI No se preocupe. Si por aquí ya no pasa na-
die esta noche. No me va a pasar ná.
FRAN No me ponga nervioso...
ROSI Enseguida le hace efecto la pastilla...
FRAN ¿Pretende quedarse aquí sentada toda la
noche? ¿Y mañana? ¿Y mañana qué?
ROSI Tengo que pensar, don Francisco. No quie-
ro tomar una decisión «precepitada».
FRAN (Suspira.) Está bien. Vamos a mi casa.
ROSI ¿A su casa? ¿Y qué va a decir su señora?
FRAN En primer lugar no es mi señora, es mi chi-
ca, mi novia, mi amante, a lo mejor ya mi
nada, ¿entiende? En segundo lugar ella aho-
ra no está en mi casa. Se ha ido, se ha ido,
125
PALOMA PEDRERO
¿entiende? (Fuera de sí.) Y en tercer lugar
yo voy a mi casa con quien me sale de los
cojones.
ROSI Por Dios, don Francisco...
FRAN Llámeme Fran, ¿vale? A ver si así acaba-
mos antes.
ROSI Está usted nerviosito perdido...
FRAN Perdone, perdóneme.... Es verdad.
ROSI ¿Qué le ocurre?
FRAN Nada. Qué, ¿vamos para mi casa? Mañana
veremos las cosas con más claridad.
(A partir de este momento el tono de ambos
se irá ralentizando. También harán gestos
extraños y sin sentido. ROSI empezará pri-
mero.)
ROSI Si aquí no me va a pasar ná.
FRAN ¿Y si le pasa? ¿Y si llega una pandillita de
mamarrachos sin pelo? ¿Y si aparece otro
borrachito violento o despistado?
ROSI No diga eso...
FRAN O un violador. Esta ciudad está llena de de-
mentes.
126
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ROSI No me meta usted miedo don... digo, Fran-
cisco, digo, Fran.
FRAN Mire, Rosa, tengo un apartamento grande...
ROSI (Temblando.) Nunca he ido al apartamen-
to de un hombre solo.
FRAN Esto es demasiado... No me dirá que aho-
ra piensa...
ROSI A ver cómo me explico yo luego...
(Pega un respingo.)
FRAN ¿Qué le pasa?
ROSI Tengo frío.
FRAN ¿Frío? Pero si debemos estar a veintiocho
grados.
ROSI (Rechinando los dientes.) Pues yo tengo frío.
FRAN ¿No me dirá ahora que va a tener miedo de
mí?
ROSI No, es como frío. Sí, frío. Tápeme, por favor.
FRAN ¿Con qué?
ROSI En la maleta hay ropa. Es la de mi ajuar.
127
PALOMA PEDRERO
FRAN (Abre torpemente la maleta y saca una col-
cha bordada.) ¿Esto?
ROSI Bueno.
FRAN (La tapa.) ¿Está mejor?
ROSI Sí.
FRAN (Después de una pausa.) Sigue temblando.
¿No estará enferma?
ROSI Es por dentro. Tengo frío por dentro.
FRAN Hale, vámonos. (Pero FRAN no se mueve.)
(Ambos quedan en silencio. Después tiemblan
los dos.)
ROSI Está usted temblando.
FRAN Sí, me siento muy extraño.
ROSI Yo también... No me llega el aire a la boca.
¡Qué ahogo...!
(FRAN sin mediar palabra rompe a llorar. Rosa
le sigue. Como dos pajaritos piando lloran
los dos sobre el banco.)
ROSI Ea, ea, ea, mi niño...
128
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN (Reaccionando de pronto.) Rosa, ¿qué me ha
dado? ¿Qué nos hemos tomado?
ROSI ¿Eh?
FRAN La pastilla, ¿qué era? ¿Para qué era lo que
nos hemos tomado?
ROSI Pa los nervios, creo.
FRAN ¿Cómo que cree? Déjeme verlas.
ROSI En la caja de música.
FRAN (Busca la caja y la abre. A la vez que suena
la música, emite una grave exclamación.)
¿Qué es esto? ¿Dónde están las cajas?
ROSI ¿Las cajas?
FRAN Están todas las pastillas aquí, sueltas... Son
diferentes unas de otras...
ROSI No se preocupe, las tengo controladas...
FRAN ¿Son todas calmantes? !Rosa! ¿Son todas
tranquilizantes?
ROSI Sí, las mías, las de mi madre y el «nolotil»...
FRAN (Asustado.) ¿Cuál nos hemos tomado?
129
PALOMA PEDRERO
ROSI Las mías son blanquitas pequeñas, las de
mi madre amarillitas medianas y el «nolo-
til» son las rojas grandotas.
FRAN ¡Yo no me he tomado ninguna de esas!
ROSI (Riéndose de pronto.) Qué noche más boni-
ta... Fíjese, Fran, fíjese qué lunón más lleno...
FRAN (Zarandeándola.) ¡Rosa, escúcheme, yo no
me he tomado ninguna de esas pastillas que
dice!
ROSI Y usted qué sabe si no se ve nada.
FRAN (Rebuscando en la caja.) ¡Joder, esta mujer
está loca!
ROSI Ya estoy dejando de temblar... Ay, qué ali-
vio, qué felicidad... Mire, Fran, ¿a que no
tengo manos de fregona?
FRAN La mía, mi pastilla era redonda y enorme...
(Rebusca en la caja. Enciende un mechero y
observa las pastillas a su luz.) Mire.
ROSI Esa es la de los nervios de mi madre.
FRAN ¡No! La de su madre es esta amarilla, ¿no?
(Se la enseña a la luz de la llama.)
ROSI Sí, son más fuertes que las mías. Es que ella
tiene los nervios de muchos más años...
130
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN ¡Rosa! ¡Rosa escuche, estamos drogados!
ROSI (Sonriendo.) ¿Por qué? Yo ahora estoy tan
bien...
FRAN (Sacando otra pastilla.) ¡Esta es! ¡Como ésta
era la mía! (Se la enseña.) Mire.
ROSI Y la mía.
FRAN Pero estas no son las de su madre. (Obser-
va la pastilla a la luz.) ¡Esto es un éxtasis!
ROSI ¿Qué? (Comienza a jugar con la colcha.)
FRAN ¡Joder, nos hemos tomado un éxtasis!
ROSI ¿Qué es eso?
FRAN ¿De dónde las ha sacado?
ROSI ¿Eh?
FRAN Las pastillas estas.
ROSI No sé. Como no sean las que recogí del
cuarto de mi hijo Manuel...
FRAN (Refiriéndose al éxtasis.) ¡Vaya pasada! (Mira
hacia la luna.) ¡Vaya pasada de luna...!
ROSI Mire, tiene ojos: uno negro y otro azul y
otro más abajo negro también. (Se ríe.) La
131
PALOMA PEDRERO
nariz es ganchuda, de bruja. Y la boca de
loca. Es una noche de luna loca. ¡Ay, ma-
drecita, si me estoy riendo, yo que pensa-
ba que se me había olvidao...!
FRAN ¡Rosa, escúcheme!
ROSI Rosi, llámeme, Rosi.
FRAN Rosi, míreme. (ROSI lo hace.)
ROSI (Muy sorprendida.) ¡Qué cejas más frondo-
sas... No me había fijao... Son como un bos-
que... (FRAN intenta hablar, ROSI le chista.)
Calle, que se mueve el bosque y se despier-
tan los enanitos.
FRAN ¡Rosi!
ROSI (Sobresaltada.) ¿Qué?
FRAN La pastilla que nos hemos tomado es una
droga.
ROSI Ya, ya se que las pastillas pa los nervios son
drogas, me lo ha dicho el doctor. Y me han
dicho que si se toman con vino puedes has-
ta alucinar...
FRAN Esta que ha cogido de la habitación de su
hijo no necesita ni vino. Es una droga de
diseño. Se llama «éxtasis». La droga del
amor.
132
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ROSI ¿Y tú por qué lo sabes?
FRAN Rosi, soy abogado, trabajo con jóvenes...
ROSI ¿Y es mala? ¿Nos puede pasar algo? Yo, yo
me siento tan normal... como si fuera jo-
ven... Tengo un gustillo por dentro. Mira,
Fran, se ha iluminado la noche.
FRAN (Mirando.) Sí, han debido de encender las
farolas...
ROSI Es la luna, Francisco, que se nos ha debi-
do de meter por el cuerpo.
FRAN (Para sí mismo.) ¿Qué hago? No sé ni cuán-
to dura ésto...
ROSI Yo no siento peligro.
FRAN Pasar no nos va a pasar nada grave. (Inten-
tando ser racional.) Hay que beber mucha
agua, creo, y moverse. (Coge la botella y
bebe. Le ofrece a ROSI. Después comienza a
hacer extrañas flexiones.) Vamos, Rosi, haga
lo mismo que yo hago. (ROSI le hace la pa-
rodia muriéndose de risa.) Ahora las piernas:
uno, dos, uno, dos... Ahora los brazos...
(Los mueve como si bailara flamenco.)
ROSI (Canta muy animada la canción de «Fran-
cisco alegre».)
133
PALOMA PEDRERO
«En los carteles han puesto un nombre
que no lo quiero mirar:
Francisco Alegre y olé,
Francisco Alegre y olá.
En el que dice cuánto te quiero
pero qué pena me da.
Por culpa de otro querer
no nos podemos casar.»
FRAN Ay, Rosa, Rosita... (Canta.) «Rosita tiene el
nombre de una flor pero es mucho más bo-
nita, Rosita, Rosita...»
ROSI Qué emoción... ¿Pero cómo te sabes tú una
canción tan antigua?
FRAN Mi vieja la cantaba... Tiene rollo la musi-
quilla.
ROSI Cántame otra, Fran. (Señalando al frente de
pronto.) Mira, no hay edificios ya. Se los ha
llevao la noche... Cántame otra, Fran.
FRAN (Se prepara, toma aire y canta con sentimien-
to «La rosa» de Mecano.)
«Es por culpa de una hembra,
que me estoy volviendo loco,
no puedo vivir sin ella,
pero con ella tampoco.
Y si de este mal de amores
yo me fuera hasta la tumba
134
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
a mí no me manden flores,
pues como dice esta rumba:
Quise cortar la flor más bella del rosal
pensando que de amor no me podía pinchar,
y mientras me pinchaba me enseñó una cosa,
que una rosa es una rosa, es una rosa...»
ROSI (Lanzada, le canta el «Paco de mi Paco».)
«Paco, Paco, Paco de mi Paco. Paco, Paco,
Pa...» (Rompe a llorar.) Ay, que te llamas
igual que ese canalla mío... Ay, que no quie-
ro ni nombrarle.
FRAN (Filosófico.) Todos los hombres nos llama-
mos Paco. Y todos somos unos cabrones.
ROSI Tú no, niño, tú eres un ángel.
FRAN Un ángel coronado, un Paco, un cabrón.
ROSI (Riéndose.) Mira, Paco, respira, el aire está
limpio. Se han llevao el humo, la contami-
nación, los gases de ozono... Respira hon-
do pa dentro.
FRAN No me llames Paco, mujer. Soy el ángel co-
ronado. Llevo la cornamenta del cabrito.
ROSI Mira, Paco, escucha, no se oyen los coches
de la «emetreinta». Se han llevao el ruido...
FRAN ¡No me llames Paco! Yo soy Fran, Francis-
co Talavera; abogadillo de pleitos pobres,
135
PALOMA PEDRERO
cobarde genéticamente hablando, tonto de
capirote y cabrón por vocación.
ROSI (En serio.) Qué romántico...
FRAN Mi novia me la pega con un notario.
ROSI Uf, esos ganan un puñao...
FRAN Me lo dijo esta noche. (Se ríe.) Ella que tan-
to amaba mis ideales... Se agotó, Rosita; el
pan y la cebolla no le sirven. Ahora quiere
angulas y champán. (Golpeando el suelo.)
¡Mierda, mierda de mujeres! (Mirando a
ROSI a los ojos.) Me ha engañado, Rosi. (Per-
plejo.) Con un notario...
ROSI Ven, ven que te consuelo. Apoya la cabeza
en mi falda. Esa mujer tuya está atontá.
¿Dónde va a encontrar un chaval como tú?
Tiernín, abogao, guapo de muerte. Y por
un notario que na más sirven para firmar...
Dios la va a castigar y la va a zumbar la ba-
dana como a mí, con un canallita. Por que
tú no la zurrarías, ¿no?
FRAN ¡Qué dices, nombre de flor!
ROSI Es que Dios a los hombres os ha dao de-
masiada fuerza en la mano pa la poca que
tenéis en el cerebro. Esa es la desgracia de
la tierra... Ay, si pariérais, se os iban a ba-
jar los humos y las piedras...
136
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN A mí me encantaría parir...
ROSI No digas mariconadas.
FRAN Me parece algo acojonante, maravilloso...
(Jugando con la falda de ROSI.) Así, una ca-
becita saliendo, una cabecita saliendo de
unas faldas...
ROSI ¿De unas faldas? Ya quisiéramos. De un
cuerpo estrecho sale la cabezota.
FRAN Mira, Rosi, se han llevado la basura de las
calles. ¿Lo ves?
ROSI A ver si vienen ahora a por mis cardenales.
FRAN Qué extraño está todo esta noche. ¿Oyes?
¿Oyes el saxo?
ROSI ¿Qué dices? Ni lo oigo, ni me gusta el sexo.
FRAN Escucha el saxo. Es como una trompeta,
escucha...
ROSI ¡Es música...!
FRAN Ven, vamos a bailar.
(Se levantan y bailan como dos niños que ju-
garan felices con el agua.)
FRAN Lo haces muy bien...
137
PALOMA PEDRERO
ROSI Yo, aparte de trabajar como una mula, siem-
pre me he reído y he bailao muy bien.
(En pleno baile suena el timbre de un teléfono.)
ROSI ¿Qué es eso Paco? (Aturdidos miran a su al-
rededor.) Es el demonio que ha puesto el
despertador.
FRAN (Va hacia su cartera y saca un teléfono mó-
vil.) Perdona, me llaman. (ROSI suspira, des-
pués comienza a arreglar la ropa de su ma-
leta.) ¿Dígame?... Hola... ¿Eh?... Aquí, es-
toy aquí... Aquí en el parque de la luna
loca... ¿Qué?... Nada estoy con una rosa...
Sí, es la mujer que me llamó.... ¿Mucho
tiempo? No, no sé.. ¿eh?... Nada, no me
pasa nada.... ¿Raro? Qué va, estoy muy
bien... Ya ni me duelen los cuernos... Oye,
Laura, no me grites que es muy tarde... Sí,
las tres y media de la mañana y se han lle-
vado ya la basura y el ruido... No grites,
Laurita, que vas a despertar al notario... Ah,
pues si está a tu lado dile que le quiero....
Sí dile al notario que me cae bien. No por
su elección profesional, claro, sino por la
erótica... Laura, si no fuera porque te gus-
tan los notarios serías una tía excelente...
¿Yo? No te preocupes, la rosita me ha dado
una cosa que alivia por dentro... (Laura le
cuelga. A ROSI.) Se ha enfadado.
ROSI ¿La quieres?
138
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN ¡Sí...!
ROSI ¿Es guapa?
FRAN ¡Sí...!
ROSI ¿Es muy joven?
FRAN ¡Sí...!
ROSI ¿Es culta?
FRAN ¡Sí...!
ROSI Qué suerte... (Arrebatada.) Francisco, hace
cinco años que no me dicen un piropo por
la calle. (Le enseña un precioso camisón que
ha sacado de la maleta.) Mira, el camisón
de mi boda, ni a ponérmelo me dio tiem-
po. Yo las denuncias las temo, tanto pape-
leo... Y mientras el papeleo, los hombres
furiosos van a por la mujer y la matan. Lo
que más me gusta de mi trabajo es limpiar
cristales. Mientras aguantas te pegan, te in-
sultan, te arrancan el cerebro con las ma-
nos, pero cuando gritas, cuando enseñas
las heridas al mundo, entonces vienen a
por ti con la navaja. Yo soy una mujer, no
soy culta pero siento. ¿Qué hora es?
FRAN ¿Qué te pasa?
ROSI ¿Eh?
139
PALOMA PEDRERO
FRAN Te has puesto rara.
ROSI No sé, ha sido como una mosca que se me
hubiera metido en la cabeza y me picoteara.
(Corre hacia el «sube y baja». FRAN la sigue.
ROSI se sienta, FRAN lo hace en el asiento con-
trario y eleva a ROSI.) Ves qué fácil es subir
a una mujer a los cielos...
FRAN Vamos a jugar. El que esté arriba tiene que
decir una verdad. Una de esas cosas que no
se atreve a decir en alto. ¿Quieres?
ROSI Va. Empieza tú.
FRAN (Elevándose.) ¡Me gustaría pillar un pleito
millonario!
ROSI (Arriba.) ¡Me gustaría tener un chalet!
FRAN ¡Soy cobarde!
ROSI ¡Soy ignorante!
FRAN ¡Tengo hemorroides!
ROSI ¡Tengo juanetes!
FRAN ¡Odio a mi padre!
ROSI (Sin parar.) ¿Por qué?
FRAN (Sin parar.) No vale preguntar.
140
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ROSI (Arriba.) Vale.
FRAN ¡Te toca!
ROSI ¡No me gusta hacer uso de matrimonio!
FRAN ¿Por qué?
ROSI ¡Eso no vale!
FRAN (Subiendo.) Mi padre pegaba a mi madre.
ROSI ¡No gozo en la cama!
FRAN ¡Tengo el pito enano!
ROSI (Riéndose.) A mí se me está clavando esto
en el coño...
(FRAN para el juego riéndose. Se acerca a
ROSI.)
FRAN ¿No has gozado nunca en la cama?
ROSI Bueno, sí, alguna vez me gustó, creo, ya no
me acuerdo. Ahora me duele... Es que es-
toy seca, ¿sabes? No me fluyen los líqui-
dos de vientre pa bajo... ¡Ay, qué cosas te
estoy diciendo...!
FRAN Dímelo todo.
141
PALOMA PEDRERO
ROSI Pues que... Paco me mete las rodillas entre
las piernas y me las abre. Entonces yo rezo,
rezo para que acabe pronto y me moje an-
tes de ver las estrellas.
FRAN (Agarrándola.) Hay otras estrellas, Rosi. Las
que se ven de gusto.
ROSI (Perturbada señala el cielo.) Sí, están ahí.
FRAN Y aquí.(Le toca el pelo.) Y aquí. (Le toca la
cara.) Y aquí. (Le acaricia los hombros.) Y
aquí. (Le acaricia el vientre.) Y aquí.(Le aca-
ricia el pecho con mucha suavidad.)
ROSI Yo ya estoy seca, Fran.
FRAN Déjame verlo...
ROSI No, que no sé ni lo que hago. Es todo un
sueño, ¿verdad?
FRAN Sí.
ROSI La pastilla esa...
FRAN No, es la noche que se encendió...
ROSI Y se incendió...
FRAN Déjame ver si hay agüita ahí adentro...
ROSI No, que no me he lavao...
142
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
FRAN Las fuentes no necesitan lavarse...
ROSI Ay, Dios mío, que nos estamos perdiendo...
FRAN Venga, vamos a perdernos y que no nos en-
cuentren... Que no nos encuentren nunca.
(FRAN y ROSI se empiezan a acariciar, con
mucha suavidad, como dos crías de gato la-
vándose mutuamente las heridas. De pronto
aparece un colgadito. Una especie de mendi-
go joven y pacífico. FRAN y ROSI le miran ex-
trañados.)
ÁNGEL ¿Tenéis un cigarro?
FRAN Sí, hombre, toma.
ÁNGEL De abuten... ¿Fuego?
FRAN Toma.
ÁNGEL Gracias, colega. Qué bien os lo montáis,
¿no? ¿Vivís aquí?
ROSI Yo cerca.
ÁNGEL Yo tengo el chiringuito en el pasadizo de
Cibeles. Pero hoy me lo he montado con
una coleguita de este barrio. La verdad es
que ando un poco despistao... ¿Pa Cibeles
por donde tengo que ir?
143
PALOMA PEDRERO
ROSI Pero eso está muy lejos...
ÁNGEL Bueno, no tengo prisa, mañana no tengo
que madrugar. A mí decirme pa la derecha
y yo tiro pa la derecha y ya está. Qué es pa
la izquierda lo mismo. Hoy hay mucha luz
esta noche, ¿verdad? A mí decirme pa la
derecha y yo tiro pa la derecha y ya está.
FRAN Pa la derecha.
ÁNGEL Qué cachondo, colega... ¿Y vosotros vivís
aquí?
ROSI Yo cerca.
ÁNGEL Pues yo tengo el chiringuito en Cibeles.
Pero hoy me lo he montao con una cole-
guita de este barrio... La verdad es que
ando un poco despistao... ¿Y tenéis algo
pa tomar?
ROSI Yo sólo pastillas pa los nervios.
ÁNGEL Qué cachonda la coleguita... ¿Vivís aquí?
Pues os lo tenéis bien montao, ¿eh? (Se
acerca al banco.) Un carrito pa las compras,
ollita, batidora... ¡Joder, hasta teléfono! ¿No
tenéis cartones?
ROSI (Bostezando.) Hay agua ahí, si tienes sed...
144
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
ÁNGEL Qué cachonda la coleguita... A mí el agua
así a palo seco... Yo sé dónde hay cartones
de esos grandes de electrodomésticos... pa
dormir bien, a gusto. Si queréis mañana os
traigo unos pocos, ¿vale colega?
FRAN Vale, gracias.
ÁNGEL Qué cachondo el coleguita. ¿Y vivís aquí?
ROSI Yo cerca.
ÁNGEL (A FRAN.) ¿Me das un cigarrito de esos que
tenemos a medias?
FRAN (Somnoliento.) Toma, colega.
(Le da la cajetilla entera.)
ÁNGEL Qué de abuten, tío, encontrar gente como
vosotros... A mí es que me huyen, ¿sabes?
Como si estuviera leproso. Yo voy por la
calle andando, ¿no? Pues to dios se apar-
ta. Qué noche más guapa, ¿no?
ROSI Yo estoy muy cansada...
ÁNGEL Qué cachonda la coleguita... ¿Vivís aquí?
Yo tengo el chiringuito en Cibeles. Hoy, esta
noche, ando un poco despistao. ¿Pa Cibe-
les pa dónde tengo que ir?
FRAN Pa la derecha.
145
PALOMA PEDRERO
ÁNGEL Qué cachondo el coleguita...
ROSI Es abogao.
ÁNGEL Mu bien. Yo piloto... de aviones. (Les da la
mano.) Angelito, pa serviros...
ROSI Rosi.
FRAN Fran.
ÁNGEL ¿Me pasas ese agüita que tenemos a me-
dias? (ROSI lo hace.) Oye, qué guay encon-
trarse gente así por la calle, familiar, ¿no?
¿Y vivís aquí?
FRAN Sí y yo me voy a la cama. (A ROSI.) ¿Te vie-
nes, cariño, o vas a poner los garbanzos en
remojo?
ROSI Me voy contigo...
(FRAN hace con la ropa de ROSI un lecho en
el césped.)
ÁNGEL A mí si me indicáis por dónde se va pa Ci-
beles...
FRAN (Por el lecho.) Ya está. (A ROSI.) Ahora pon-
te el camisón.
ÁNGEL Vale, yo me retiro... (No se mueve. Murmu-
ra.) Un cigarrito de esos pa el insomnio.
146
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
(FRAN le tira la cajetilla. Angel sigue mur-
murando contento.)
FRAN ¡Rosi! Se me ha pasado.
ROSI ¿El qué?
FRAN El colocón, se me ha pasado. ¿Y a ti?
ROSI Yo creo que también, pero tengo un sueño...
ÁNGEL A mí también. A mí a estas horas siempre se
me pasa el colocón.
FRAN (A ROSI.) ¿Dormimos un rato aquí en el cés-
ped? No puedo ni con mi alma, Rosita.
ROSI (Apiñando las cosas.) No nos robarán...
ÁNGEL (Que no pierde ripio.) Qué dices, coleguita,
a estas horas no pasa nadie.
FRAN ¡Vaya noche...! (Se tumba.)
ÁNGEL Vosotros dormir tranquilos que yo os vigi-
lo el chiringuito.
ROSI Fran...
FRAN ¿Eh?
ROSI ¿Ya estás dormido?
147
PALOMA PEDRERO
FRAN Casi.
ROSI Qué pena que se acabe la noche, ¿verdad?
Mañana cuando salga el sol todo volverá a
ser negro.
FRAN No pienses en eso...
(ROSI coge su hermoso camisón y se esconde
detrás de un árbol. Aparece con él puesto y
se acerca a FRAN, que ya está roncando de
forma ostentosa. ROSI se tumba a su lado y
extiende por encima de ambos la primorosa
colcha.)
ROSI Francisco, ¿estás durmiendo?
FRAN No.
ROSI ¿Sabes una cosa?
FRAN No.
ROSI Que no va a ser igual. Que mañana no va a
ser igual que ayer. Tengo risa y fluidos aden-
tro, Fran, y ayer no lo sabía.
FRAN (Medio dormido.) Y me tienes a mí para lo
que necesites. El mejor abogado de... (Vuel-
ve a roncar.)
ROSI ¡Sí, don Francisco, sí. Tengo jugo y risa, ten-
go el principio de una fuerza. Voy a apartar
148
Noches de amor efímero I.
la noche que ilumina
a ese animal de mi vida. Lo vamos a atar.
¿Vale?
FRAN ¿Eh?
ROSI (Mirando al frente, con decisión.) Sí, alguién
me ayudará. Lo vamos a atar. ¡Qué noche
más divina...! (Moviendo a FRAN.) ¿Oyes la
música?
FRAN Dame la mano.
ROSI (Dándole la mano.) Los hombres siempre
se duermen primero...
(Agarraditos como dos novios ROSI y FRAN
duermen. ÁNGEL, sigiloso, registra el carri-
to y la maleta como si fuera suyo. Se toma
el agua que queda en la botella. Disfrutan-
do ordena el chiringuito en silencio. Al final
se tumba al lado de FRAN y ROSI. Al instan-
te, aprovecha también la primorosa colcha y
se tapa. Al sonido del saxo se va haciendo el
oscuro.
Fin
149
Esta primera edición de Noches de amor efímero I,
de Paloma Pedrero, terminó de imprimirse
el once de abril de dos mil catorce,
en los talleres de Safekat,
en Madrid