Trabajo Grupo La Educación y La Moral en Suecia
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A mediados de los años 70, la escuela sueca “es tomada” por la pedagogía preescolar
que se supone progresista. Se habla del “proceso” y no del “producto” o el resultado
de la enseñanza; en muchos casos, la participación llega a ser suficiente para ser
aprobado, independientemente de si ha tenido lugar algún aprendizaje. La ley escolar
de 1979 introduce el concepto de estudio temático que presupone la unión de las
materias escolares en bloques para borrar las fronteras entre materias. También se
introducen dos materias obligatorias nuevas, más prácticas: el conocimiento del
cuidado de los niños y la técnica. Estas materias tienen pocas horas semanales pero
dan una calificación igual de importante para poder entrar al bachillerato que la
calificación en matemáticas. La enseñanza que no todos pueden asimilar ha
disminuido mucho. No se reciben calificaciones hasta el séptimo año escolar.
Prácticamente, se ha introducido aquí un tipo de reválida de bachillerato elemental que
se les da a todos los alumnos sin que ellos necesiten someterse a un examen.
Durante la década de los 70, además, se fusionan el bachillerato superior y la
formación
profesional dentro de una organización. Uno de muchos rasgos contradictorios son las
exigencias para tener acceso a una de las pocas plazas para ser peluquero son
altísimas, porque las plazas son caras y por eso limitadas, pero para estudiar materias
teóricas difíciles sobran las plazas, porque son baratas. Eso hace que cada grupo de
estudios teóricos contenga alumnos sin la preparación adecuada, lo que obliga a los
profesores a bajar las exigencias, una tendencia reforzada por el hecho de que ya no
hay una reválida que muestre si los alumnos realmente han alcanzado los objetivos
marcados en los planes de estudio.
Mi difunta abuela solía decir que algo malo le había sucedido al mundo. Ella se sentía
orgullosa de no haber nunca pedido ayuda, de haber sido siempre capaz de confiar en
sí misma y en su marido, orgullosa de haber podido, a lo largo de su vida, cuidar de su
familia. Estoy contento de que cuando ella falleció a la respetable edad de 85 años, lo
hizo con la dignidad intacta. Ella nunca fue una carga.
Mi abuela, nacida en 1920, fue de esa última generación que poseía ese especial
orgullo personal, de tener una firme y profundamente arraigada moral, de ser
soberanos de sus vidas, de ser los únicos dueños de sus propios destinos, sin
importar lo que ocurriera. La gente de su generación presenciaron y soportaron una o
dos guerras mundiales (aunque Suecia nunca tomara parte de ellas) y fueron criados
por empobrecidos agricultores suecos y trabajadores industriales. Ellos fueron testigos
y fueron la fuerza impulsora detrás de la “maravilla” sueca.
Con gusto ofrecían ayuda a los necesitados, aunque ellos mismos apenas tuviesen
poco, pero no estaban dispuestos a aceptar ayuda de nadie si se les ofrecía. Sentían
el orgullo de ser competentes para cuidar de sí mismos; apreciaban su independencia
de los demás, de no tener que pedir ayuda. Pensaban que si ellos mismos no eran
capaces de hacerlo por sí solos, entonces no tenían derecho a pedir ayuda.
Sin embargo, de alguna manera, cayeron en las promesas de los políticos, de proveer
para “el débil”. Una categoría de personas inexistentes en aquel entonces: ¿Quién
podía decir que era incapaz de cuidar de sí mismo? Eran personas trabajadoras y de
buen corazón y probablemente pensaron que una pequeña contribución para proveer
a aquellos más necesitados, sería una obra al estilo del buen samaritano.
El problema es que el estado del bienestar fue creado, y este cambiaría drásticamente
la vida de las personas afectando su moralidad en una manera fundamental. El estado
de bienestar podría haber sido un proyecto exitoso si la gente hubiese seguido
teniendo el orgullo y la moral de proveerse a sí mismos, y sólo hubiera buscado ayuda
cuando esta fuera realmente necesaria. Es decir, la adición de un estado de bienestar
podría funcionar en un mundo ceteris paribus o de igualdad de circunstancias, y esto
es lo que el estado de bienestar realmente asume. Pero el mundo está en constante
cambio, y el estado de bienestar por lo tanto, requiere de personas más fuertes y
superiores moralmente a aquellas que viven en las sociedades que carecen de un
estado de bienestar.
La moral decente es cosa del pasado. Fue destruida por completo en poco más de dos
generaciones – a través de beneficios de bienestar público y el concepto de los
derechos al bienestar.
Los hijos de la generación de mis abuelos, mis padres entre ellos, abrazaron y
aprendieron rápidamente una nueva moral basada en los derechos al bienestar
ofrecidos por el sistema de seguridad social. Mientras que las generaciones mayores
no aceptaban ser dependientes de los demás (incluyendo las prestaciones del estado
de bienestar), no se opusieron al envío de la generación más joven a las escuelas
públicas a recibir educación. Estoy seguro de que nunca pensaron en términos de
tener un “derecho” a que sus hijos sean educados. Por el contrario, aceptaron y
agradecieron la oportunidad para que sus hijos tuvieran una posibilidad que ellos
mismos nunca habían tenido – a través de la educación “gratuita”.
Por lo tanto la generación de mis padres asistió a escuelas públicas donde se les
enseñó matemáticas e idiomas, así como también, la superioridad del bienestar y la
moralidad del Estado. Aprendieron el funcionamiento de la maquinaria del Estado de
bienestar y adquirieron una nueva y total malinterpretación de los derechos: todos los
los ciudadanos gozan de derecho – sólo por ser ciudadanos – a la educación, a la
atención médica, al trabajo y a la seguridad social.
Ser un individuo, se les enseñó, significa tener el derecho a recibir apoyo para sus
necesidades individuales. Se les dijo que todo el mundo tiene derecho a todos los
recursos para alcanzar la propia felicidad y la de la sociedad. Y todo el mundo debería
disfrutar del derecho a poner a sus hijos en centros de cuidado diario, mientras
trabajan, lo que permitiría a cada familia ganar dos salarios (pero no el tiempo
suficiente para criar a sus hijos). Las oportunidades para la “buena vida”, al menos
económicamente, debían parecer enormes para las generaciones anteriores.
El cambio político fue masivo, una vez que los niños del estado de bienestar crecieron
y comenzaron a tomar parte en la política. Las, más bien comunistas, revueltas
estudiantiles de 1968 fueron probablemente el pico de esta radical generación,
exigiendo más para sí mismos a través de la redistribución del Estado; no reclamaban
responsabilidad alguna para sus vidas, ni la idea de tener que lanzarse por sí mismos.
“Estoy en necesidad”, argumentaron, y a partir de ese reclamo, infirieron directamente
un derecho a satisfacer esa necesidad, – ya sea comida, refugio, o un coche nuevo.
Mientras que mis padres misteriosamente parecen haber heredado gran parte de la
forma “antigua” de moralidad, la mayoría de la gente de su edad, y especialmente los
más jóvenes, son paradigmáticamente diferentes de la generación de sus padres. Son
los niños del estado de bienestar y son plenamente conscientes de las prestaciones
sociales a las que tienen “derecho”. No reflexionan sobre la proveniencia de estos
beneficios, pero son escépticos con respecto a algunos políticos, de los que
sospechan que podrían quitárselos. “El Cambio” se convirtió rápidamente en un mala
palabra, ya que implicaba necesariamente un cambio del sistema respecto del cual las
personas son parasitariamente dependientes.
Con esta nueva generación, la verdad antes sostenida de que la producción precede
al consumo, fue reemplazada por la creencia de tener un inviolable y natural “derecho
humano” a los servicios sociales suministrados por el Estado. A través de los
poderosos sindicatos de trabajadores, los asalariados suecos recibieron aumentos
cada año, independientemente de la productividad real, y con el tiempo los aumentos
anuales generales de los salarios se hicieron normales. Las personas que no recibían
un aumento comenzaban a considerarse “castigadas” por su malvado empleador, y
hubo mayores demandas de ayuda legal contra los empleadores. Uno tiene “derecho”
a un mejor salario el próximo año, al igual que el salario actual debe ser mejor que el
del año pasado; y así sucesivamente.
Este cambio de percepción fue, como hemos visto, precedido por un cambio en los
valores. El cambio social también modificó las condiciones de la filosofía, y nuevas
teorías extrañas y destructivas surgieron. Los hijos de esta generación, nacidos en las
décadas de 1970, 80 y 90 normalmente recibieron una educación “libre” (sobre la base
de los ideales de 1968), queriendo decir esencialmente, una infancia “libre de reglas” y
“libre de responsabilidades”. Para esta generación no hay ninguna causalidad en la
vida social, lo que sea que hagas no es tu responsabilidad – incluso tener hijos. Estos
son los actuales adultos jóvenes de la sociedad sueca.
Yo mismo soy parte de esta segunda generación de gente criada con y por el estado
del bienestar. Una diferencia significativa entre mi generación y la anterior es que la
mayoría de nosotros no fuimos criados por nuestros padres. Fuimos criados por las
autoridades en las guarderías del Estado durante el tiempo de la infancia, y luego
empujados a las escuelas públicas, las escuelas secundarias públicas, y las
universidades públicas, y más tarde al empleo en el sector público y más educación a
través de los poderosos sindicatos y sus educativas asociaciones. El estado está
siempre presente y es para muchos el único medio de supervivencia – y sus
prestaciones sociales el único camino posible para ganar independencia.
Una percepción común de la justicia entre los “nietos” es que los individuos tienen un
reclamo eterno a la sociedad para ser provistos con lo que uno considere necesario (o
agradable). En un reciente debate emitido en la televisión estatal, los hijos y nietos del
Estado de Bienestar se reunieron para discutir sobre el desempleo y los problemas
comunes que enfrentan los jóvenes que crecen y entran en el mercado laboral. La
demanda de los “Nietos”, fue, literalmente, que los “viejos” (nacidos a finales de los
años 1940, 1950 y 1960) debían hacerse a un lado (es decir, dejar de trabajar), porque
su trabajo “roba” puestos de trabajo para los jóvenes!
La “lógica del bienestar” para reivindicar tan absurdas demandas viene de esta
manera. La premisa es que todo individuo tiene derecho a una buena vida. Se puede
concluir que una buena vida se hace a través de no tener que preocuparse por la
riqueza material, y así tener beneficios sociales y ganar “independencia” financiera se
hace esencial. La Independencia financiera, a su vez, requiere de un alto estatus, de
altos salarios y de un trabajo no muy exigente; un buen trabajo es, pues, un derecho
humano inferido. Las personas que actualmente poseen los puestos de trabajo, están
literalmente ocupando las posiciones y por lo tanto en el camino – todos y cada uno de
ellos violan mi derecho a ese trabajo. Esto hace que cualquiera que posea un buen
trabajo, se convierta en un violador de derechos-y por lo tanto un criminal.
Todos sabemos qué pensar de los delincuentes: deben estar encerrados. Tal
sentencia es también, la que un número aún muy limitado pero en rápido crecimiento,
de jóvenes de Suecia demandan – para los propietarios de las empresas que no
desean contratarlos, o para las personas mayores que ocupan puestos que ellos
desean. Hay una “necesidad” de más leyes progresistas.
Pero esta no es una idea apoyada sólo por los jóvenes ignorantes. El 14 de mayo, el
sindicato nacional de trabajadores del comercio “exigió al Estado” la redistribución de
los puestos de trabajo mediante el ofrecimiento a las personas de 60 años, de
pensiones del Estado si renunciaban y sus empleadores contrataban a personas
jóvenes en su lugar. En los cálculos del sindicato, tal truco “crearía” 55.000 puestos de
trabajo.
Esta degenerada moral y la falta de comprensión del verdadero y natural orden de las
cosas es también evidente en las áreas que requieren responsabilidad personal y
respeto hacia los demás hombres y mujeres. Los ancianos son ahora tratados como
un lastre en lugar de como seres humanos y familiares. Las generaciones más jóvenes
sienten que tienen un “derecho” a no asumir la responsabilidad de sus padres y
abuelos, y por lo tanto demandan al Estado para que los alivie de esta carga.
Pero los ancianos no son los únicos que se encuentran en la periferia de la sociedad
del bienestar, mientras que el Estado cuida de su la población activa. Lo mismo vale
para los más jóvenes que también son entregados al Estado para el cuidado público,
en vez de ser criados y educados por sus padres.
Hacen oír con fuerza su “derecho” a ser aliviados de esa carga. Los problemas
causados en sus casas por los niños desobedientes y fuera de control, deben ser
resueltos en el aula por el personal de la escuela y en las guarderías por el personal
del jardín de infantes. Los niños deben ser vistos pero no oídos, y no deben
inmiscuirse en absoluto, en el derecho de sus padres a una carrera profesional, a unas
largas vacaciones en el extranjero y a asistir a eventos sociales.
A fin de tener a la generación adulta trabajando y creando riqueza que pueda ser
sometida a imposición (las actuales tasas de impuestos para personas de bajos
ingresos representa aproximadamente el 65% de los ingresos), el estado de bienestar
sueco pone continuamente en marcha programas progresivos para protegerlos de
incidentes y problemas. La libertad benefactora, es una libre de problemas, libre de
responsabilidades, y rica en beneficios para la existencia, creados por el Estado del
bienestar.