Fundamento Trinitario de La Mision Evangelizadora
Fundamento Trinitario de La Mision Evangelizadora
Fundamento Trinitario de La Mision Evangelizadora
La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene
su origen en la misión del hijo y la misión del espíritu santo según el plan de Dios
padre (AG 2)
Los seres humanos hemos sido creados en Cristo para ser en el Hijos de Dios (cf.
Ef 1,4-5) nuestro destino, que es nuestra vocación, es el participar de misma
comunión que el hijo tiene con el padre en el abrazo amoroso del espíritu. No
obstante, aunque todo hombre y mujer que viene a este mundo está constituido
por esta vocación, no está en sus manos lograr por ellos mismos este destino.
Somos criatura, ¿Cómo alcanzar la gloria del creador? Somos pecadores ¿Cómo
vencer nuestra rebeldía y lograr la santidad?
La misma trinidad, en las personas del hijo del espíritu, es la que lleva acabo su
designio divino, no solo ha querido destinar al hombre a la comunión de su amor,
sino que, en un exceso de bondad y misericordia, no ha permitido que este destino
se frustrara. Dios mismo, por encima de todas las circunstancias y contratiempos,
ha querido realizar en todo ser humano, con independencia de su cultura, su
tiempo o noción, lo que había proyectado desde el inicio de la creación.
Este segundo tema, que lleva por título: Fundamento trinitario de la misión
evangelizadora, invita a considerar antes que nada la misión del Hijo y del espíritu.
Esta misión divina es justamente el fundamento de la misión evangelizadora de la
Iglesia que hemos descrito en el tema anterior. La Iglesia es el instrumento que
Dios mismo se ha dado para llevar delante, de un modo cierto y explicito, el
designio salvífico que ha proyectado a favor de todos lo pueblos. Sin considerar la
misión del Hijo y del espíritu santo, y sin ponerse a su servicio, la misión eclesial
pierde su referencia y no logra ser efectiva
Jesucristo único y universal salvador del mundo
“Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4) en virtud de esta voluntad salvífica, Dios ha
tomado la iniciativa y, por unos caminos solo conocidos por él, providentemente,
ha ido y va conduciendo a los hombres hacia la salvación. Aunque la salvación
alcanza a todos los pueblos y todos los hombres, de un modo misterioso, la
reciben a tientas; en realidad, esta salvación Dios la ha concedido, de una vez por
todas, en su Hijo Jesús, cuyo nombre dado por José, significa Dios- salva (cf. Mt
1-21)
La Novedad de Jesucristo
Así es, en el un hombre como nosotros, el Hijo de Dios entrado de un modo único
y definitivo en el mundo y, como palabra del Padre, Dios se ha dicho a sí mismo.
En Jesús de Nazaret, Dios de ha revelado, es decir, ha desentrañado su
ministerio de comunión y se ha auto comunicado al hombre. En palabras de
san Juan Pablo II: en esta palabra divina de su revelación. Dios se ha dado a
conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quien es (RM 5c).
Ya hemos dicho que Dios quiere comunicarse con todo hombre y mujer que viene
a este mundo. Esta voluntad comunicativa por parte de Dios es completamente
libre: no está obligado por nada ni por nadie. No obstante, al querer comunicarse
con su criatura, Dios lo ha tenido que hacer adaptándose a ella. El hombre solo
tiene acceso al lenguaje de Dios si lo escucha en lenguaje humano, el concilio
llama a esta adaptación “admirable condescendencia” (cf. DV 13)
En efecto, desde el instante en que Dios decidió comunicarse con el ser humano y
hacer entrega de sí mismo, desde ese instante iba implícita la entrega al modo
humano. Dios se comunica a los hombres a través de muchas palabras parciales,
pero su deseo de que los hombres le reconocieran en su entrega personal exigía
que esta fuera a través de un hombre concreto, en un momento de la Historia
determinado y condicionado por una cultura particular. “Más cuando llego la
plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la ley” (Gal
4,4) Jesucristo es la única mediación entre Dios y el hombre.
Es un hecho que esto supone una limitación: Jesús es un varón del siglo I, judío y
marcado por la cultura semítica… no obstante, esta aparente limitación es
precisamente la condición por la cual los hombres, que entramos en relación
y conocemos de un modo concreto, podemos reconocer al Dios que, en un
hombre como nosotros, sale a nuestro encuentro. Si Dios no hubiera
comunicado en Jesús su palabra eterna y no se hubiera entregado personalmente
en su Hijo encarnado; si Jesús solo fuera un portador de una palabra divina y un
fundador más de una religión, los hombres nunca tendríamos la certeza de que
Dios se nos ha entregado y quiere hacernos partícipes de su amor. La razón es
muy sencilla, la suma de palabras parciales nunca componen la palabra Única, ni
los múltiples comunicaciones pueden completar una entrega total del propio Dios.
Mientras vamos descubriendo y valorando los dones de toda clase, sobre todo las
riquezas espirituales, que Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos
disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de salvación. Así como “el Hijo de
Dios con su reencarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, así
también “deben creer que el espíritu santo ofrecerá a todos la posibilidad de que,
en forma solo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22). El
designio divino es “hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los
cielos y lo que está en la tierra (Ef 1,10) (Rm 6)
El espíritu santo, que llama a cristo a todos los hombres por las semillas
del verbo y la predicación del Evangelio y suscita el don de la fe en los
corazones, cuando engendra a los que creen en Cristo para una nueva vida
en el seno de la fuente bautismal, los congrega en un único pueblo de Dios.
(AG 15).
No hace falta nada más que repasar los evangelios para darnos cuenta cuales son
las características del reino que instaura Jesús (cf. RM 14):
En efecto, colgado en la cruz, Jesús ha cumplido el servicio que había recibido del
padre: ‘‘Esta cumplido’’ (Jn 19,30); y pone su vida y su obra en manos de quien
se sabe Hijo: ‘‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’’ (Lc23,46). Al
resucitarle, el Padre no solo ha confirmado la pretensión de Jesús, sino que le ha
constituido en el señor del Reino 7, y por tanto, su victoria tiene un alcance
universal y Cristo se convierte en el rostro personal del reino. Ahora.
En efecto, a partir de Pascua, el anuncio del reino de Dios (contenido del kerigma
de Jesús) y la proclamación del acontecimiento de Jesucristo (contenido del
kerigma de los apóstoles) se iluminan y completan mutuamente (cf. RM 16b).
Nuevamente las palabras de Juan Pablo II, resultan en este punto especialmente
esclarecedores.
- Porque es pueblo de Dios (cf. LG 9; CCE 781- 786), ostenta, entre los
pueblos de la tierra, una identidad propia: sus miembros poseen la dignidad
y la libertad de los hijos de Dios, su ley es el mandamiento del amor y su
destino es el reino de Dios.
- Porque es Cuerpo de Cristo (cf. LG 7;CCE 787-796), está dotada de la
plenitud de los bienes y medios que, precedentes de su Cabeza, son
efectivos para la salvación de los hombres (palabra de Dios, sacramentos,
caridad…)
- Y porque es Templo del Espíritu (cf. LG 4; CCE 797-798), esta iluminada
por la luz y fortalecida por la fuerza de la gracia, para que en su peregrinaje
terrestre siempre avance hacia la verdad plena y alcance su destino en la
comunión divina.
Pero la Iglesia es instrumento del reino de Dios en el mundo, El reino divino
desborda los límites de la Iglesia, el Espíritu actualiza y difunde la obra
salvífica realizada por Cristo en medio del mundo. La Iglesia establecer ha
recibido la misión de anunciar y establecer entre los pueblos el reino de Cristo,
antesala del reino de Dios; ella tiene la encomienda de iluminar y servir la
acción divina allí donde, donde una manera misteriosa, el Espíritu la realiza. Su
colaboración con cualquier instancia social justamente en esta misión
evangélica su propia especificidad (cf. GS 58d).
Como el Padre me envió a mí, así os envió yo vosotros. Sopló sobre ellos el
Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonara; y a
quienes se los retengáis, Dios se los retendrá (Jn 20, 21-22).
De este modo, san Juan pone en evidencia que al igual que Jesús realizo la
misión revida del Padre bajo la acción del espíritu, del mismo modo la Iglesia
podrá realizar la misión recibida de su Señor bajo la acción de quien es su
Paráclito. Iglesia y Espíritu son inseparables. La Iglesia no puede realizar su
misión si no se deja iluminar por la luz del Espíritu y no acoge la fuerza que le
otorga su gracia. Y la acción secreta del Espíritu, entre los pueblos y en el curso
de la historia, no llegara a madurar mientras no sea iluminada por la misión
evangelizadora de la Iglesia. De esto da especial testimonio la Sagrada Escritura.
La acción santificadora del Espíritu
En realidad, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es el que
verdaderamente da testimonio del acontecimiento salvador (cf. Jn 15,26), es el
que verdaderamente da testimonio del acontecimiento salvador (cf. Jn14,26)n y es
él el que lo lleva a su plenitud, glorificado a Cristo (cf. Jn 16,14). Así es,
La Iglesia sacramento del Misterio Trinitario por la acción del Espíritu Santo
Así como la naturaleza humana asumida está al servicio del verbo divino
como órgano vivo de salvación que le está indisolublemente unido, de la
misma manera el organismo social de la Iglesia está al servicio del Espíritu
de Cristo, que le da vida para que el cuerpo crezca (cf. Ef. 4,16) (LG 8a).
Ya hemos dicho más arriba como el Espíritu Santo esparce ‘‘las semillas de la
palabra’’ no solo en el corazón de los hombres, sino también en la sociedad, en
la historia, en las culturas y religiones de los pueblos. También hemos señalado
que estas semillas dependen de la mediación única y universal de Jesucristo y
que, en realidad--------------------------------------- la predicación evangélica que lleva a
cabo la Iglesia. Ahora es el momento de centrar la atención justamente en este
servicio eclesial respecto a la música evangélica.
Desde el instante que Jesucristo lo envió desde el seno del Padre, el Espíritu
divino realiza si misión en todos los rincones de la tierra: No obstante, el mismo
Espíritu se ha dado la Iglesia para llevar a la madurez de Cristo lo que desde un
inicio depende de su obra salvadora. La Iglesia conoce a su Salvador y Señor, ella
iluminada por el Espíritu sabe cómo este actúa. La Iglesia, por el sentido de la fe
(sensus fidei), tiene competencia para discernir las semillas de la palabra
que el Espíritu siembra y capacidad para hacerlas germinar en Cristo por el
anuncio y la vida evangélica.
Conclusión
Ejercicios de Autocomprobación