Fundamento Trinitario de La Mision Evangelizadora

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FUNDAMENTO TINITARIO DE LA MISION EVANGELIZADORA

La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene
su origen en la misión del hijo y la misión del espíritu santo según el plan de Dios
padre (AG 2)

La Iglesia es misionera por naturaleza, ella es constituida en el mismo ejercicio de


la evangelización. Pero ella ni se da la misión ni tampoco se da el ser. Ella es
participación del misterio de comunión y de misión que es la trinidad.

Así es, Dios, desde toda la eternidad, en su infinita bondad y misericordia, ha


querido compartir con una criatura la vida y el amor que le constituye. El amor que
el espíritu sella entre el Padre y el Hijo, no queda clausurado en el seno divino.
Dios, en su misterio infinito, se ha dado a conocer al hombre. La trinidad se ha
revelado como un misterio de comunión y de misión. La historia de la salvación,
que culmina en la entrega de Cristo, es justamente esa historia de acercamiento
de un Dios que quiere cumplir en su criatura la vocación que ha inscrito en su
corazón desde el instante de la creación.

Los seres humanos hemos sido creados en Cristo para ser en el Hijos de Dios (cf.
Ef 1,4-5) nuestro destino, que es nuestra vocación, es el participar de misma
comunión que el hijo tiene con el padre en el abrazo amoroso del espíritu. No
obstante, aunque todo hombre y mujer que viene a este mundo está constituido
por esta vocación, no está en sus manos lograr por ellos mismos este destino.
Somos criatura, ¿Cómo alcanzar la gloria del creador? Somos pecadores ¿Cómo
vencer nuestra rebeldía y lograr la santidad?

La misma trinidad, en las personas del hijo del espíritu, es la que lleva acabo su
designio divino, no solo ha querido destinar al hombre a la comunión de su amor,
sino que, en un exceso de bondad y misericordia, no ha permitido que este destino
se frustrara. Dios mismo, por encima de todas las circunstancias y contratiempos,
ha querido realizar en todo ser humano, con independencia de su cultura, su
tiempo o noción, lo que había proyectado desde el inicio de la creación.

Este segundo tema, que lleva por título: Fundamento trinitario de la misión
evangelizadora, invita a considerar antes que nada la misión del Hijo y del espíritu.
Esta misión divina es justamente el fundamento de la misión evangelizadora de la
Iglesia que hemos descrito en el tema anterior. La Iglesia es el instrumento que
Dios mismo se ha dado para llevar delante, de un modo cierto y explicito, el
designio salvífico que ha proyectado a favor de todos lo pueblos. Sin considerar la
misión del Hijo y del espíritu santo, y sin ponerse a su servicio, la misión eclesial
pierde su referencia y no logra ser efectiva
Jesucristo único y universal salvador del mundo

La voluntad salvífica de Dios

“Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4) en virtud de esta voluntad salvífica, Dios ha
tomado la iniciativa y, por unos caminos solo conocidos por él, providentemente,
ha ido y va conduciendo a los hombres hacia la salvación. Aunque la salvación
alcanza a todos los pueblos y todos los hombres, de un modo misterioso, la
reciben a tientas; en realidad, esta salvación Dios la ha concedido, de una vez por
todas, en su Hijo Jesús, cuyo nombre dado por José, significa Dios- salva (cf. Mt
1-21)

Quien reconoce la salvación de Cristo, constituye la Iglesia y la Iglesia, comunidad


de los creyentes, es el testimonio de esa salvación y la servidora de la misma en
el medio del mundo. El concilio une a este respecto voluntad salvífica de Dios y la
constitución de un pueblo.

- En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica su


justicia (cf. Hch 10-35) sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres
no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, si no hacer de ellos un
pueblo que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa

En efecto la Iglesia esta unidad a la obra salvífica de Jesucristo. Ella no es


simple reunión de los que creen en él. En su designio salvador, Dios se ha
constituido un Pueblo mesiánico, que teniendo a cristo como cabeza, constituye el
testimonio seguro de su amor de todos los pueblos.

Esta es la afirmación central de nuestra Fe, este es el origen y sentido de la misión


eclesial. En este apartado vamos a profundizar un poco en el misterio de cristo
para mejor comprender como en él, se cumple la voluntad salvífica de Dios a
sabor de todo hombre.

La Novedad de Jesucristo

la misión evangelizadora de la Iglesia nace de la confesión cristológica, es decir;


de la novedad que Jesucristo ha traído al mundo: el mismo, y que a nadie le cabía
esperar (cf. 1Co 2,7-10ª) en efecto, la iglesia confiese y proclama:

- Jesús de Nazaret, Hijo de María, y solamente el, es el Hijo y verbo del


Padre. El Verbo que “estaba en el principio con Dios” (Jn1,2) es el mismo
que se hizo carne (Jn 1,14) en Jesús “Cristo, el Hijo de Dios Vivo” (Mt
16,16) “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9). Él es
“el Hijo único que está en el seno del padre “ (Jn 1,18) el hijo de su amor en
quien tenemos la redención.

Jesús no es un fundador más de una de las religiones que pueblan la tierra.


Tampoco es el iniciador de una corriente filosófica o moral aunque fuera la más
sublime. La novedad de Jesucristo radica en su propia persona: él es el Hijo y
Verbo del Padre. Jesús, el hijo de María, no tiene parangón con otro hombres,
pues solo en el reside la plenitud de la divinidad.

Así es, en el un hombre como nosotros, el Hijo de Dios entrado de un modo único
y definitivo en el mundo y, como palabra del Padre, Dios se ha dicho a sí mismo.
En Jesús de Nazaret, Dios de ha revelado, es decir, ha desentrañado su
ministerio de comunión y se ha auto comunicado al hombre. En palabras de
san Juan Pablo II: en esta palabra divina de su revelación. Dios se ha dado a
conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quien es (RM 5c).

Pero además, como en el seno de María, el Hijo de Dios asumió nuestra


Humanidad y la llevo a su plenitud, en la misma revelación del misterio del padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
grandeza de su vocación (GS 22a) no cabe duda, una humanidad tan perfecta
como la de Jesús, solo podía ser la del Hijo de Dios, y solo el Hijo de Dios podía
llevar a plenitud no ya su propia humanidad, si no la de todos aquellos que se
adhieren a él por la fe.

Esta es la obra de Jesucristo: por su encarnación, “en cierto modo” se ha unido


con todo hombre; por su victoria en su cruz, la humanidad ha sido rescatada del
poder del mal y ha sido redimida de sus pecados; y por el don del espíritu, todo
ser humano es introducido en relación filial que él, de un modo único, mantiene
con el padre. En virtud del acontecimiento de Jesús, no solo somos conocedores,
de manera cierta, del plan salvífico de Dios; si no que tenemos la promesa de que
si por la fe acogemos la obra de cristo, cumpliremos nuestra vocación y
alcanzaremos nuestra plenitud en el reino escatológico, donde Dios será todo en
todos (cf. 1 Co 15,18) y participaremos definitivamente de la vida trinitaria.

En resumen, Jesucristo es el único salvador, el único en condiciones de revelar


planamente a Dios y de conducir a toda la Humanidad hacia él. El posee una
especial singularidad: es el único y universal salvador del mundo, que abarca y
consuma toda la historia de la humanidad.

Las siguientes palabras de san Juan Pablo II ahondan en esto:


Es precisamente esta singularidad única de Cristo la que le confiere el significado
absoluto y universal por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y fin de la
misma (cf. GS 2): “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el
fin” (Ap. 22,13) (RM 6)

Jesucristo es la única y universal mediación entre Dios y el Hombre

Ya hemos dicho que Dios quiere comunicarse con todo hombre y mujer que viene
a este mundo. Esta voluntad comunicativa por parte de Dios es completamente
libre: no está obligado por nada ni por nadie. No obstante, al querer comunicarse
con su criatura, Dios lo ha tenido que hacer adaptándose a ella. El hombre solo
tiene acceso al lenguaje de Dios si lo escucha en lenguaje humano, el concilio
llama a esta adaptación “admirable condescendencia” (cf. DV 13)

En efecto, desde el instante en que Dios decidió comunicarse con el ser humano y
hacer entrega de sí mismo, desde ese instante iba implícita la entrega al modo
humano. Dios se comunica a los hombres a través de muchas palabras parciales,
pero su deseo de que los hombres le reconocieran en su entrega personal exigía
que esta fuera a través de un hombre concreto, en un momento de la Historia
determinado y condicionado por una cultura particular. “Más cuando llego la
plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la ley” (Gal
4,4) Jesucristo es la única mediación entre Dios y el hombre.

Es un hecho que esto supone una limitación: Jesús es un varón del siglo I, judío y
marcado por la cultura semítica… no obstante, esta aparente limitación es
precisamente la condición por la cual los hombres, que entramos en relación
y conocemos de un modo concreto, podemos reconocer al Dios que, en un
hombre como nosotros, sale a nuestro encuentro. Si Dios no hubiera
comunicado en Jesús su palabra eterna y no se hubiera entregado personalmente
en su Hijo encarnado; si Jesús solo fuera un portador de una palabra divina y un
fundador más de una religión, los hombres nunca tendríamos la certeza de que
Dios se nos ha entregado y quiere hacernos partícipes de su amor. La razón es
muy sencilla, la suma de palabras parciales nunca componen la palabra Única, ni
los múltiples comunicaciones pueden completar una entrega total del propio Dios.

Ahora bien, en razón de este carácter único de Jesucristo, su persona y su acción


redentora afecta a todo ser humano que viene al mundo y todos de deben definir
ante él. Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios si no es por
medio de Cristo y bajo la acción del espíritu (RM 5d). Jesucristo es la mediación
universal entre Dios y el hombre. El resto de las mediaciones lo son en la
medida en que dependen de cristo. de hecho, nada ni nadie le es ajeno, pues
todo, y especialmente el hombre, ha sido creado por él y para el (cf. Col 1,16-17):
es el fundamento de todo cuanto dirige a Dios y todo cuanto dirige a Dios pasa
necesariamente por el para hallar sentido y plenitud.

La constitución dogmática sobre la divina revelación dice de Cristo que es el


mediador y plenitud de toda revelación (DV 2).

¿Cómo se conjuga en la historia está mediación única y universal de Jesucristo


con las mediaciones parciales e imperfectas que laten en las culturas y religiones
que pueblan la tierra? Antes de nada es preciso indicar que estas mediaciones
parciales son la medida en que participan de la única mediación de cristo y que es
el espíritu que el señor envió desde el padre el que otorga esta participación.

La misión del espíritu es la de propagar y llevar a plenitud la misión de Jesucristo;


él es el que va recapitulando todo en el Resucitado para que este haga después
entrega de todo al padre (cf. 1 Co 15,28).

En efecto, el espíritu santo esparce en los corazones de los hombres y en las


diversas tradiciones culturales y religiosas las “semillas de la Palabra”; es
decir, distribuye la eficacia salvadora de cristo en modo de anhelos y valores, de
manera que sirvan como una verdadera preparación pedagógica para el anuncio
del evangelio que hace la Iglesia. El espíritu que sopla donde quiere y como quiere
(cf. Jn 3,8), y asocia esas mediaciones parciales (semillas de la palabra), de un
modo solo conocido por Dios, con la única mediación de Cristo, pues solo en el
encuentra su eficacia.

Mientras vamos descubriendo y valorando los dones de toda clase, sobre todo las
riquezas espirituales, que Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos
disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de salvación. Así como “el Hijo de
Dios con su reencarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, así
también “deben creer que el espíritu santo ofrecerá a todos la posibilidad de que,
en forma solo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22). El
designio divino es “hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los
cielos y lo que está en la tierra (Ef 1,10) (Rm 6)

Desde esta perspectiva la predicación evangélica tiene una función muy


determinada, A través del anuncio, cuya eficacia la otorga el propio Espíritu, la
Iglesia pone en conexión el Evangelio de Jesucristo (Palabra de Dios) con las
semillas de la palabra. De este modo, el anuncio encuentra en estas semillas
su piedra de amarre, esto es, su posibilidad humana de comprensión y de
acogida; y dichas semillas encuentran en la predicación evangélica la luz
necesaria para ser reconocidas como tales y por la gracia del Espíritu, la
posibilidad de su plenitud en Jesucristo.

El espíritu santo, que llama a cristo a todos los hombres por las semillas
del verbo y la predicación del Evangelio y suscita el don de la fe en los
corazones, cuando engendra a los que creen en Cristo para una nueva vida
en el seno de la fuente bautismal, los congrega en un único pueblo de Dios.
(AG 15).

La Iglesia peregrina, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del


Espíritu Santo, es sacramento donde se realiza históricamente la salvación
de Cristo: ella es donde Dios mantiene su dialogo amoroso con su pueblo; y
es el instrumento y ámbito de esa misión evangelizadora universal por la
que todo lo que el Espíritu ha sembrado en los pueblos, y desde un inicio
pertenece a Cristo, se une al hijo encarnado, palabra del padre, para
alcanzar su plenitud.

II. Jesucristo, el siervo del reino de Dios

Jesucristo es la palabra única del padre; en quién, de un modo humano, Dios se


comunica a sí mismo a todo hombre y mujer que viene a este mundo. Ha llegado
el momento de preguntarnos: ¿de qué modo Dios comunica humanamente su
misterio?, esta comunicación, ¿es significativa para el hombre?, ¿Cómo la
recibe?...

El misterio del reino de Dios

La salvación consiste en creer y acoger el misterio del Padre y de su amor,


que se manifiesta y se da en Jesucristo mediante el Espíritu. Así se cumple
el reino de Dios, preparado ya por la antigua alianza, llevado a cabo por
Cristo y en Cristo y anunciado a todas las gentes por la Iglesia, que se
esfuerza y otra para que llegue a su plenitud de modo perfecto y definitivo
(RM12a).

La vida y misión de Jesucristo gira en torno al reino de Dios: Después de que


Juan fue entregado, Jesús se marchó a galilea a proclamar el Evangelio de Dios;
decía: ‘se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: convertíos y creed
en el Evangelio’ (Mc1, 14-15). El reino de Dios que viene a servir Cristo pone en
revelación de Dios y la salvación de los hombres; por esta razón, el reino se
configura a través de una triple relación:

- Dios se revela como padre providente;


- Los hombres son llamados, por tanto, a reconocerse hijos de Dios y a
confiar en paternal providencia;
- Y, por ultimo esto les exige que establezcan entre ellos unas relaciones de
fraternidad para hacer justicia y dar gloria al Padre común.

Esta triple relación, Jesús la establece en su propia persona.

- El ha revelado el amor incondicional de quien llama familiarmente ‘‘Abba.


Padre’’ (cf. Mc 14,36);
- el mismo se ha presentado como el Hijo querido de Dios, conocedor de
su misterio (cf. Mt 11,27);y
- por último, él ha hecho de su vida un servicio fraterno al hombre herido
en el camino hacia la casa del padre (cf. Lc 10, 30-37).
En Jesucristo se da la plena identidad entre el mensaje y el mensajero, entre el
actuar y el ser (cf. RM 13ª). El no solo anuncia el evangelio de Dios (MC 1,14), el
mismo es el evangelio (Mc 1,1). Aunque se presenta como el siervo del reino de
Dios (cf. Lc 4,16-21), en realidad, Cristo es el reino en persona que atrae a
todos hacia si (cf. Jn 12, 28-32).

El misterio del reino de Dios se ha desentrañado definitivamente en Jesucristo: en


palabras, en obras; pero, sobre todo, en su entrega pascual. Desde ese instante
es en el encuentro con Jesús que los hombres de cualquier tiempo y lugar tiene
acceso al misterio divino ofrecido como salvación.

Características del reino de Jesús.

No hace falta nada más que repasar los evangelios para darnos cuenta cuales son
las características del reino que instaura Jesús (cf. RM 14):

- El reino de Dios está destinado a todos los hombres; no obstante, en virtud


de esta universalidad, los pobres, los que sufren y los pecadores son sus
primeros destinatarios. Ellos necesitan, de un modo particular, conocer el
amor y el cuidado de Dios.
- La liberación y salvación que trae el reino den Dios alcanza a toda la
persona humana tanto su dimensión física como espiritual.
- El reino crece en la medida en que cada persona reconoce la cercanía de
Dios y su salvación, aprende de Jesús a invocarle como Padre y se
esfuerza por cumplir su voluntad.
- Quien acepta el reino de Dios transforma sus relaciones humanas desde el
amor, de este modo sirve el dinamismo divino que está activo en la historia
y facilita que crezca en el mundo su salvación.

Jesucristo, el reino en persona


Para establecer el reino de Dios, Jesucristo ha hecho entrega de sí mismo en la
cruz. De este modo, ha unido el destino de su persona a la causa del reino
que había anunciado con obras y palabras.

En efecto, colgado en la cruz, Jesús ha cumplido el servicio que había recibido del
padre: ‘‘Esta cumplido’’ (Jn 19,30); y pone su vida y su obra en manos de quien
se sabe Hijo: ‘‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’’ (Lc23,46). Al
resucitarle, el Padre no solo ha confirmado la pretensión de Jesús, sino que le ha
constituido en el señor del Reino 7, y por tanto, su victoria tiene un alcance
universal y Cristo se convierte en el rostro personal del reino. Ahora.

El reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a


libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene rostro y el
nombre de Jesús de Nazaret, imagen de Dios invisible (RM 18b).

Esta confesión cristológica es el fundamental por el cual la Iglesia es


misionera por naturaleza y su vocación es la servir la única y universal
salvación que viene al hombre por medio de Jesucristo en quien el reino
divino se cumple.

En efecto, a partir de Pascua, el anuncio del reino de Dios (contenido del kerigma
de Jesús) y la proclamación del acontecimiento de Jesucristo (contenido del
kerigma de los apóstoles) se iluminan y completan mutuamente (cf. RM 16b).
Nuevamente las palabras de Juan Pablo II, resultan en este punto especialmente
esclarecedores.

El reino de Dios que conocemos por la revelación, no puede ser separado


ni de Cristo ni de la Iglesia […] si se separa el Reino de la persona de
Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por él, y se termina por
distorsionar tanto el significado del Reino –que corre el riesgo de
transformarse en un objetivo puramente humano o ideológico- como la
identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe
someterse todo (cf. 1Cor 15,27). Asimismo, el Reino no puede ser separado
de la Iglesia. Ciertamente, esta no es fin para sí mismo, ya que está
ordenada al reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin
embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está
indisolublemente unida a ambas (RM 18).

La Iglesia al servicio del reino de Dios

El concilio, en la constitución dogmática sobre la Iglesia, ha puesto de manifiesto


la indisoluble relación que la Iglesia tiene con Cristo y con el Reino.
La iglesia enriquecida con los dones de su fundador y guardando fielmente
sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de
anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella
constituye el germen y el comienzo de este reino en la tierra. Mientras va
creciendo poco a poco, anhela la plena realización del Reino y espera y
desea con todas sus fuerzas reunirse con su rey en la gloria (LG 5b).

La clave de la lectura de este texto nos da la misma constitución cuando en su


primer número afirma que ‘‘la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano’’
(LG; cf. CCE 774- 776).

En efecto, la Iglesia, en cuanto está unida a su Fundador y fundamento, constituye


el sacramento o signo del reino de Dios y los hombres entre sí. Ella es el anticipo
del reino escatológico que se ofrece a todos los pueblos como signo y esperanza.

- Porque es pueblo de Dios (cf. LG 9; CCE 781- 786), ostenta, entre los
pueblos de la tierra, una identidad propia: sus miembros poseen la dignidad
y la libertad de los hijos de Dios, su ley es el mandamiento del amor y su
destino es el reino de Dios.
- Porque es Cuerpo de Cristo (cf. LG 7;CCE 787-796), está dotada de la
plenitud de los bienes y medios que, precedentes de su Cabeza, son
efectivos para la salvación de los hombres (palabra de Dios, sacramentos,
caridad…)
- Y porque es Templo del Espíritu (cf. LG 4; CCE 797-798), esta iluminada
por la luz y fortalecida por la fuerza de la gracia, para que en su peregrinaje
terrestre siempre avance hacia la verdad plena y alcance su destino en la
comunión divina.
Pero la Iglesia es instrumento del reino de Dios en el mundo, El reino divino
desborda los límites de la Iglesia, el Espíritu actualiza y difunde la obra
salvífica realizada por Cristo en medio del mundo. La Iglesia establecer ha
recibido la misión de anunciar y establecer entre los pueblos el reino de Cristo,
antesala del reino de Dios; ella tiene la encomienda de iluminar y servir la
acción divina allí donde, donde una manera misteriosa, el Espíritu la realiza. Su
colaboración con cualquier instancia social justamente en esta misión
evangélica su propia especificidad (cf. GS 58d).

El servicio de que la Iglesia presta al reino de Dios lo realiza de una manera


efectiva a través de una triple acción (cf.RM 20):

- Su primer y fundamental servicio al reino de Dios es el anuncio de


Jesucristo y la llamada a la conversión. Solo a partir de la respuesta de
fe, los cristianos podrían constituir comunidades eclesiales que se revelaran
como fermento del reino allí donde arraiguen.
- Además, la Iglesia sirve el reino divino difundiendo los valores
evangélicos y promoviendo el bien de los hombres. Allí donde se
encuentre, la Iglesia ha de ser una fuerza dinámica que encamine a los
hombres hacia el reino escatológico de Dios.
- Por último, la Iglesia sirve al reino con su intercesión. La naturaleza
gratuita del reino (don de Dios) exige de la Iglesia que lo pida, lo acoja y lo
deje crecer como gracia tanto en su seno como entre los hombres.
En resumen, la Iglesia no es el reino de Dios, por tanto, no es un fin si misma;
ella esta ordenada al reino que ha traído Cristo. Pero la Iglesia, a la vez que se
distingue de este reino, está indisolublemente unida a él. Ella, reunida en
comunión por la fe en Cristo, el Señor del Reino, es germen y principio del
reino de Dios, y por su testimonio y predicación evangélica es el instrumento
del mismo en medio del mundo.

III. El Espíritu Santo continúa la misión evangelizadora de Cristo en su


Iglesia

Mandato misionero y envió del Espíritu

Si la misión eclesial tiene su fundamento en el mandato misionero que Jesús dio a


su apóstoles en su retorno al Padre (cf. Mt 28, 16-20; Mc 16,15-18), su condición
de posibilidad radica en el don del Espíritu que les prometió que les enviara desde
el seno paterno (cf. Lc 24,45-49; Hch 1,4-8). Mandato misionero y don del
Espíritu van tan unido que el cuarto evangelista lo une en un mismo instante:

Como el Padre me envió a mí, así os envió yo vosotros. Sopló sobre ellos el
Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonara; y a
quienes se los retengáis, Dios se los retendrá (Jn 20, 21-22).

De este modo, san Juan pone en evidencia que al igual que Jesús realizo la
misión revida del Padre bajo la acción del espíritu, del mismo modo la Iglesia
podrá realizar la misión recibida de su Señor bajo la acción de quien es su
Paráclito. Iglesia y Espíritu son inseparables. La Iglesia no puede realizar su
misión si no se deja iluminar por la luz del Espíritu y no acoge la fuerza que le
otorga su gracia. Y la acción secreta del Espíritu, entre los pueblos y en el curso
de la historia, no llegara a madurar mientras no sea iluminada por la misión
evangelizadora de la Iglesia. De esto da especial testimonio la Sagrada Escritura.
La acción santificadora del Espíritu

En realidad, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es el que
verdaderamente da testimonio del acontecimiento salvador (cf. Jn 15,26), es el
que verdaderamente da testimonio del acontecimiento salvador (cf. Jn14,26)n y es
él el que lo lleva a su plenitud, glorificado a Cristo (cf. Jn 16,14). Así es,

- El espíritu, por la escucha de la Palabra, la unión fraterna, la oración y la


Eucaristía (cf. Hch 2,42-47; 4,32-35), constituye al grupo de los creyentes
en comunidad cristiana.
- Él, como Amor personal del Padre y del Hijo (persona- comunión), realiza la
unidad entre los creyentes para que sean la expresión histórica de la
comunión trinitaria (cf. Ef 2,18-22; 4,3-6).
- Es él mismo el que los va configurando con Cristo hasta que alcancen en él
la talla del hombre perfecto (cf. Ef 4,13; Gal 4,19) y sean hijos de Dios (R,
8).
- Y también es el que distribuye sin cesar los dones para el bien de toda la
comunidad y el servicio del mundo. (cf.1 Co 12,4-13; Ef 4.7-13)…
En definitiva, el Espíritu Santo es el que a lo largo de la historia, en todo
tiempo y lugar, actualiza la obra salvadora acontecida en Cristo. Y es él, el
que por la predicación de la Palabra y la celebración de los sacramentos, reúne
en la Iglesia a los que creen en Jesucristo.

‘‘¡El espíritu es el protagonista de la misión!’’ (RM 30). Por tanto, si él es el agente


principal de la misión del Evangelio que la comunidad eclesial ha recibido por
parte de su Salvador y Señor; la Iglesia y en su seno todo creyente, es, en sentido
estricto, el instrumento que Dios se ha dado para hacer visible y eficaz la acción
misteriosa, pero real, de su Espíritu.

La Iglesia sacramento del Misterio Trinitario por la acción del Espíritu Santo

El misterio de comunión y misión que es la Santa Trinidad se actualiza histórica y


sacramentalmente en el misterio de la Iglesia. Como señala el Catecismo de la
Iglesia Católica:

La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de


Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde
ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu
Santo (CCE 737).

Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo,


sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha
sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el
Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (CCE 738)

La iglesia está constituida por su participación en el Misterio de comunión que es


la Trinidad; por eso su misión, antes que ser acción, es testimonio y atracción (cf.
RM 26b). La acción interior del Espíritu, por medio de la fe que suscita, es el que
une a todos los bautizados con Cristo, los identifica con él y les hace participar de
la comunión amorosa que mantiene con el Padre. Esto hace que toda la vida de la
Iglesia, en cuanto se mantiene fiel a la gracia divina que le da origen, sea
sacramento del Misterio trinitario. No es que primero ha sido la misión del Hijo y
del Espíritu se mantiene a través de la iglesia.

Desde esta perspectiva, al hablar de la realidad humana de la Iglesia y de su


estructura orgánica, el Concilio establece una analogía:

Así como la naturaleza humana asumida está al servicio del verbo divino
como órgano vivo de salvación que le está indisolublemente unido, de la
misma manera el organismo social de la Iglesia está al servicio del Espíritu
de Cristo, que le da vida para que el cuerpo crezca (cf. Ef. 4,16) (LG 8a).

Esta afirmación de la Constitución sobre la Iglesia pone de manifiesto la


naturaleza teándrica de la Iglesia. Es decir, en ella están unidos el elemento
humano y el elemento divino. Más aun el elemento humano (la predicación del
Evangelio, la celebración litúrgica, la estructura eclesial, vida de caridad entre los
creyentes…), bajo la acción del Espíritu Santo, es la mediación necesaria por la
cual el elemento divino, siempre trascendente y misterioso, se hace presente en el
curso de los tiempos. Aquí es necesario reconoce que muchas veces, en virtud del
pecado de sus miembros, el elemento humano de la Iglesia no siempre ofrece la
transparencia debida a su constitución divina.

Ahora bien, dicho esto, y supuesto el permanente proceso de purificación que se


exige del Pueblo de Dios, es preciso anotar que solo la fe puede atravesar este
misterio eclesial:

La Iglesia solo revela su misterio a la luz de la fe. La fe es la que


´permite hacer el pasaje de lo visible a lo invisible, de lo humano a lo divino.
Pero como la fe es gracias, podemos decir con toda certeza, que es el
mismo Espíritu el que revela a los hombres y les hace reconocer el misterio
divino que el mismo realiza en la comunión eclesial.

La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente ´‘con


los ojos de la fe’’ (Catech. R. 1, 10,20) se puede ver al mismo tiempo en esta
realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina (CCE 770:cf.771).
La Iglesia instrumento de la misión del Espíritu en medio del mundo

Ya hemos dicho más arriba como el Espíritu Santo esparce ‘‘las semillas de la
palabra’’ no solo en el corazón de los hombres, sino también en la sociedad, en
la historia, en las culturas y religiones de los pueblos. También hemos señalado
que estas semillas dependen de la mediación única y universal de Jesucristo y
que, en realidad--------------------------------------- la predicación evangélica que lleva a
cabo la Iglesia. Ahora es el momento de centrar la atención justamente en este
servicio eclesial respecto a la música evangélica.

Desde el instante que Jesucristo lo envió desde el seno del Padre, el Espíritu
divino realiza si misión en todos los rincones de la tierra: No obstante, el mismo
Espíritu se ha dado la Iglesia para llevar a la madurez de Cristo lo que desde un
inicio depende de su obra salvadora. La Iglesia conoce a su Salvador y Señor, ella
iluminada por el Espíritu sabe cómo este actúa. La Iglesia, por el sentido de la fe
(sensus fidei), tiene competencia para discernir las semillas de la palabra
que el Espíritu siembra y capacidad para hacerlas germinar en Cristo por el
anuncio y la vida evangélica.

En efecto, si bien las semillas de la palabra constituyen una preparación para el


anuncio del Evangelio, estas semillas necesitan de la predicación evangélica
para revelarse como tales y de la comunión eclesial para alcanzar su maduración.
Bajo la luz del Espíritu y el poder de su gracia, la Iglesia busca en todos los
pueblos y en cada ser humano, en particular, los anhelos y valores que preparan
y, de algún modo, anticipan la obra salvadora de Cristo. La Iglesia los reconoce
como suyos, pues pertenecen a su Señor, y los integra en su seno, no solo para
llevarlos a su plenitud, sino para ella misma enriquecerse con esos dones. Es un
hecho, constatable a lo largo de la historia de la Iglesia que, en la medida en que
evangeliza las diversas culturas, ella misma crece en el conocimiento del mensaje
que porta y en los dones con los que el Espíritu bendice a los pueblos (cf. GS58).

Conclusión

El designio salvífico que Dios tiene respecto al hombre, se realiza en la historia


por la misión de Jesús, su Hijo y de su Espíritu. La misión evangelizadora de la
Iglesia halla en esta misión de las personas divinas su fuente y fundamento.

Dios se ha comunicado al hombre por la Encarnación y la Pascua de su Hijo,


Jesús. En este acontecimiento salvador, Dios revela como Padre providente y su
reino como el cumplimiento de su designio de salvación de todos los hombres. El
Espíritu Santo actualiza a lo largo de los tiempos el acontecimiento salvador
obrado de una vez por todas en Jesucristo.

Convocada por el mismo Espíritu y bajo su guía, la Iglesia es el instrumento que


Dios mismo se ha dado para actualizar la salvación acontecida en Jesucristo. Ella
por su acción evangelizadora saca a la luz y, en su seno, lleva a plenitud la acción
misteriosa que el Espíritu realiza en el mundo

Ejercicios de Autocomprobación

Complete las siguientes frases


1. La novedad de Jesucristo radica………………….: él es el Hijo y Verbo del
padre.
2. Jesucristo es……………………… entre Dios y el hombre.
3. El reino de Dios supone una triple relación:
- Dios se revela como padre providente;
- Los hombres son llamados a reconocerse hijos de Dios;
- Y, por último, esto les exige que establezcan entre ellos……………… para
hacer justicia y dar gloria al Padre común.
4. La Iglesia constituye el…………….. del reino de Dios y el…………….. del
mismo en el mundo.
5. El Espíritu Santo es el que, a lo largo de la historia, actualiza……………..
6. La naturaleza teándrica de la Iglesia supone que están unidos…………….

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