Uba Ffyl T 2008 843327

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Latinoamérica a través del

espejo
El ensayo latinoamericano como
discurso cultural (de Sarmiento a
Martitegui )
Scarano, Mónica

Altamirano, Carlos

2008

Tesis presentada con el fin de cumplimentar con los requisitos finales para la


obtención del título en Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Letras
• ••

5 .
FACULTAD de
SA
--
-
Mónica E. Scarano 5ABR 2118DE

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LATINOAMÉRICA A TRAVÉS DEL ESPEJO.

El ensayo latinoamericano como discurso cultural

(de Sarmiento a Mariátegul)

Tesis de doctorado presentada en la

- Facultad de Filosofía y Letras de la


- Universidad de Buenos Aires

Director: Prof. Carlos W. Altamirano

Prof. Consejero: Dr. Salvio Martín Menéndez

UNI\ ERSII)AD D.E BUENOS AIRES


FACUL1'D DE FILOSOFIA Y LETRAS
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• Mar del Plata

2008
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Vocumertta-li «LCl&ta/ 13efwiw de' 130cch' de' la' Fac-dtv4' de' ffwna-nLdade
de' la' Uy erdad.' NaC4~ de' -1cw del' pla.tvt', '&bUoteca.' Ce+tra..l' del'
Complego- Uveyta.rio- de' la' UÑMdJP, es'i Mar del' Platas '&bUoteca' Poptda-r
e+i, T'ct.ndl 13 Cb1Cotca' de' la' UNAM y del' Coleo- de'
evti Méco D.F; 13aqío~ del' Ivitítuto- de' CoopevctcÁóvii
Ibero ei-icavia.' y 13 otca' lVaconal' de' Mctdj'id4 13í.bUoca' Ñctc2onal,
«Jojé' 4a-rW' y del'CeMtrcr de' Eu Mcrtía-vto en La.' lictba#uz', evitre' otro);
a-' tta'y bc,ac por áw apoyo- conta-nt
Ni el libro europeo, ni el libro yanqui daban la clave del enigma hispanoamericano...

José Martí
5

ÍNDICE

Nota Preliminar 7

Primera Parte. El ensayo latinoamericano en cuestión 17

Ensayo e interdiscursividad 26

Hacia una topología del ensayo 32


El ensayo, un discurso fronterizo 39
Ensayo y literatura 43
Lo ensayístico: actitud, modo, dimensión, espíritu 47
Una definición tentativa ... 49

El ensayo y sus tácticas persuasivas 51

Ensayo, cultura y modernidad en Latinoamérica 59

Entornos modernos de una escena conflictiva 61


Ensayo, pensamieñto crítico y cultura letrada 68
El ensayo latinoamericano como discurso cultural 78

Segunda Parte. De Sarmiento a Mariátegui: Latinoamérica a través del espejo 93

Facundo, un libro americano: fundar en el desierto, escribir (desde) la frontera 105

Violencias textuales: adaptaciones, mutilaciones y restituciones III


De la protesta en carbón al 'libro extraño': el germen panfletario 123
me

Destierro, frontera y fundación: una poética de combate 136

"Nuestra América", de José Martí: la escritura de una patria virtual 160

La escena discursiva y sus entornos: los cónclaves interamericanos 171


Tensiones y suturas en la construcción de 'nuestra América' 184
La construcción de "Nuestra América": retórica persuasiva y sintaxis cordial 192

Entre la escritura alucinada y la cruzada cultural: la utopía integradora de La


raza cósmica, de José Vasconcelos 205

De las notas de viaje al ensayo profético 212


Una nueva versión de la utopía hispanoamericana 218
El ensayo utópico y las ideologías continentalistas 227

Los 7 ensayos..., de Mariátegui: la modernidad heterogénea desde la raíz andina 238

La forja de los 7 ensayos...: la escena europea 251


El ensayista como intérprete y traductor 256
Hacia una modernidad heterogénea: nación, marxismo revolucionario y
raíz andina 265

Epilogo 280

Bibliografía consultada 287


7

NOTA PRELIMINAR

La necesidad de fundamentar la pertinencia de un trabajo supone -como se sabe- el


despliegue de una urdimbre de razones que legitimen y sostengan el valor de la elección de
un problema. Con el fin de darles forma, nos adelantamos a enunciar aquellas cuestiones y
preguntas que se nos plantearon hace años, en el inicio de nuestro proyecto de
investigación acerca de un objeto tan peculiar como el ensayo. Si, por naturaleza, éste se
presenta formalmente complejo, inaprehensible y, con frecuencia, disciplinariamente
impreciso, estos rasgos se ven intensificados toda vez que se lo sitúa en un campo tan
conflictivo y diverso como el de los estudios latinoamericanos (Cornejo Polar), que aún
hoy continúa suscitando debates y permanece susceptible a reconfiguraciones que impiden
trazar límites fijos y arriesgar afirmaciones definitivas en tomo a su comprensión, no sólo
en términos de identidad sino también, con un énfasis particular, en su condición de
diferencia heterogénea y plural.
Nuestro trabajo partió del hecho de constatar una asombrosa proliferación de textos
encuadrables dentro de la categoría discursiva que denominamos ensayo o en las formas
emparentadas con éste, y de percibirla como un marco discursivo particularmente distintivo
de la organización cognitiva de la producción de significaciones culturales en nuestro
subcontinente, y de su dimensión reflexiva metatextual. Lo que habíamos advertido, desde
el comienzo, de un modo casi intuitivo, pudo ser corroborado después por medio del
rastreo y el relevamiento documental, realizados a fin de delimitar el corpus ensayístico
latinoamericano, y por la lectura de un conjunto mucho más vasto de ensayos dedicados a
indagar especialmente la cuestión de la autocomprensión en términos culturales que, por
cierto, excedió el número limitado de los que seleccionamos para analizar en este estudio.
Nos referimos tanto al conjunto de textos que prepararon la oficialización del ensayo
culturalista, como a las cartas y discursos de Simón Bolívar, los escritos de Simón
Rodríguez y Andrés Bello, las lecturas del Salón literario del '37, y a los ensayos
propiamente dichos, de distinto valor estético, escritos por Esteban Echeverría, Juan
8

Bautista Alberdi, José V. Lastan-ja, Juan Montalvo, Francisco Bilbao, Eugenio María de
Hostos, Manuel González Prada, José Ingenieros, José Enrique Rodó, Rubén Darío,
Manuel Ugarte, Ricardo Rojas, Justo Sierra, Alfonso Reyes, Alcides Arguedas, Pedro
Henríquez Ureña, entre otros, además de los cuatro autores de los textos que ocuparon el
centro de nuestra lectura: Domingo Faustino Sarmiento, José Martí, José Vasconcelos y
José Carlos Mariátegui.
En esta primera instancia, la decisión de focalizar nuestra mirada crítica en la
relación entre el ensayo y un objeto de interpretación específico, la entidad histórica,
geográfica y cultural que denominamos Latinoamérica, dentro del amplio y variado
horizonte de problemáticas y tópicos abordados por este género discursivo, apuntaba ya
a trascender la perspectiva tradicional que se había limitado a considerar las diferentes
representaciones alojadas en una formación discursiva tan superpoblada como diversa.
Por lo contrario, nuestro interés se orientó a examinar los estrechos vínculos que,
reiteradamente y con una insistencia curiosa, ligaban y aún siguen ligando, de algún
modo, esta comunidad imaginada (B.Anderson) -cuerpo vivo atravesado de
contradicciones y paradojas, tensiones, matices y ritmos diferentes- con la conformación
interna propia del discurso ensayístico latinoamericano y su correspondiente puesta en
escena enunciativa en situaciones históricas, culturales y sociales diferentes. De este
modo, el estudio del ensayo de interpretación cultural del siglo XIX y principios del XX
en Latinoamérica, en la medida en que registraba y daba cuerpo a las más variadas
conceptualizaciones acerca de la identidad / diferencia latinoamericana, nos permitió
indagar sobre los modos de formular interrogaciones en tomo a esa cuestión y de darles
respuesta.
Pero es necesario también recuperar los fundamentos de nuestro interés por el
discurso cultural latinoamericano y su planteo acerca de Latinoamérica en términos de
debate político-cultural, precisamente en nuestra época, cuando venimos asistiendo,
desde la década pasada, a un vaciamiento de la polémica de ideas y a la merma o
devaluación de su presencia en los grandes medios de comunicación. Seguramente una
inquietud nostálgica y su contrapartida, el anhelo de un compromiso activo que tomara
distancia de la aparente distensión ideológica de las discusiones posmodemas, exentas
de toda pasión, fueron quizá las motivaciones más profundas que guiaron nuestra
VE

indagación sobre una práctica discursiva especialmente prolífica en Latinoamérica, en


épocas pasadas, cuando las ideas -aunque diferentes- se reconocían como significativas
y simbólicamente prestigiosas, y existía una fuerte voluntad compartida por buena parte
de los distintos estratos sociales involucrados, encaminada a que las ideas tuvieran
efectos reconocibles sobre la realidad.
Asimismo, el hecho de concentrar nuestra preocupación crítica en el ensayo
dedicado a la difícil tarea de tomar conciencia de una realidad cultural propia, pudo
haber parecido, hasta hace muy poco tiempo, extemporáneo en nuestros días, si
consideramos la progresiva pérdida de fuerza y de convocatoria que venía padeciendo el
latinoamericanismo, en una crisis naturalmente agudizada en nuestro país, debido a
diversas circunstancias históricas como, por ejemplo, el peso ejercido por legados y
tradiciones histórico-culturales, sobre todo de las metrópolis occidentales, desde hace
más de un siglo. En los últimos años, al recuperar cierto protagonismo en las discusiones
en torno a las alternativas políticas, económicas y culturales de nuestros países, la
cuestión se ha vuelto inusitadamente actual. No obstante, aunque parezca paradójico, el
derrotero histórico errático de las políticas de integración de las naciones de nuestro
continente, junto con el proceso de paulatina desterritorialización y la inexorable
fragmentación que van cobrando mayores visos de realidad a nivel continental, colocan
bajo constantes zozobras los sucesivos y reiterados conatos y proyectos de integración
supranacional. Justamente esas transformaciones y vicisitudes —hace unos años, tal vez
menos visibles- nos incitaron a explorar y ahondar en las raíces discursivas de algunas
de las lecturas más orgánicas y totalizadoras que abordan la cultura de nuestros países
como una totalidad, aun desde posturas notoriamente diferentes frente al argumento de
su intrínseca heterogeneidad.
En consecuencia, elegimos limitar el corpus textual a un conjunto reducido de
textos pertenecientes a la segunda mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del
XX, teniendo en cuenta que el ensayo, en tanto "forma de pensamiento" (E. Nicol),
conoció en esos períodos, con una intensidad comparable a la que retomó
posteriormente, recién en las pasadas décadas de los sesenta y setenta, su máxima
hegemonía para plantear debates acerca de cuestiones cuya solución o definición no
II,]

aparecía definitivamente concluida sino que, por lo contrario, permanece aún abierta y
pendiente de refutaciones, polémicas, nuevas propuestas y redefiniciones.
Ya a fines del siglo XIX, lo encontramos inserto en la trama ficcional de la
novela de tesis modernista y, a mediados del XX, definitivamente instalado dentro de
algunas líneas narrativas de la prosa de ficción latinoamericana, en una clara tendencia
generalizada de desplazamiento y fusión de géneros. Y desde el entre siglos XIX y XX
en adelante, la creciente especialización de disciplinas y saberes lo confinó al refugio
acogedor del discurso periodístico, donde logró una cómoda subsistencia, a costa de
alguna que otra concesión, tanto en los tópicos como en los modos compositivos. No
obstante, simultánea y azarosamente, el discurso ensayístico sobrevive aún hoy, bajo el
soporte del libro, en formas más convencionales, dentro o fuera de los límites de la
literatura, inscripto en el territorio de una disciplina (disciplinariamente centrado), o
desdibujando estratégicamente sus fronteras, en dominios disciplinarios borrosos entre
la historia, la filosofía y la literatura, la crítica cultural y el análisis político, sociológico
o antropológico, entre los discursos ubicuos de las ciencias sociales que invadieron el
campo dominado por la historia, hasta hace unas décadas.
Al margen de las tesis que aquí sostenemos, acompañamos nuestro planteo con
una serie de valoraciones que últimamente se han venido proponiendo acerca de ese tipo
discursivo y con las que deseamos hacer dialogar nuestra propuesta. Se trata de la
reivindicación de las potencialidades significantes y expresivas del ensayo postuladas
desde la antropología y la sociología de la cultura por Néstor García Canclini, entre
otros, así como la definición de Julio Ramos del ensayo de fines del siglo XIX como
crítica cultural (T. W. Adorno), de acuerdo con su potencial capacidad enunciativa para
canalizar los planteos surgidos en períodos de crisis cultural, especialmente a través del
periodismo. En esta instancia, juzgamos conveniente ampliar retrospectivamente el
horizonte temporal de proyección de la hipótesis de Ramos hasta incluir el ensayo desde
mediados del siglo XIX en Latinoamérica. Otras hipótesis más recientes ratifican lo que
venimos afirmando, al encontrar en el concepto impreciso de ensayo nacional
latinoamericano del siglo XIX, un antecedente de los llamados estudios culturales
latinoamericanos (George Yúdice, John Beverley) o, en términos más generales y
acentuando otros rasgos distintivos del ensayo contemporáneo, cuando proponen el
ensayo como una de las formas discursivas más asiduamente frecuentadas por la
llamada crítica cultural latinoamericana (Nelly Richard). Por cierto nuestras tesis no
permanecen ajenas a estos planteos que nos resultan, sin lugar a dudas, sugestivos,
aunque, a nuestro entender, reclaman una mirada crítica más profunda y minuciosa y un
análisis más riguroso y atento a la especificidad que este campo requiere desde los
estudios literarios y la historia cultural latinoamericana.
Precisamente algunas de las premisas y posicionamientos epistemológicos que
sostuvieron y acompañaron la elección y la construcción del objeto y del corpus de
trabajo, y también la formulación de las hipótesis y la adopción de marcos teóricos y de
posturas metodológicas adecuadas, apuntaron a revalorizar la relación entre literatura y
cultura. Y al hacerlo, propiciaron una entrada en los textos -ensayísticos seleccionados,
desde su condición de objetos culturales, con la intención explícita y conciente de
ampliar el campo de la literatura, incorporando otras prácticas discursivas, portadoras de
significaciones en el territorio más vasto de la cultura, que no solían incluirse en una
definición canónica del término, estrictamente ligada a la cultura letrada, al esteticismo
y a los componentes ficcionales. En relación con el recorte concreto de nuestro objeto de
estudio, nos importa destacar la llamada literatura de ideas o literatura de combate,
desestimada y poco trabajada en las aproximaciones teóricas de corte formalista.
Por otra parte, la selección de los textos para nuestro análisis se basó, entre otros
factores, en el criterio de recorrer en un breve itinerario las áreas geoculturales
(A.Rama) más significativas del subcontinente, a las que cada uno de ellos remitía como
instancias de producción, circulación y recepción o lugares de enunciación, lo
suficientemente diversos, de modo que fuera posible percibir algunas de las
modulaciones más relevantes de la reflexión que ponían en juego. Conviene puntualizar
además que no intentamos postular determinaciones rígidas ni ontologías geoculturales
sino tan sólo identificar en distintas historias y tradiciones, las condiciones geográficas y
culturales, junto con las configuraciones ideológicas que incidieron de un modo u otro,
con mayor o menor fuerza, tanto en el hacer como en el pensar y el decir específicos del
subcontinente, en cada caso.
Asimismo reconocimos la dificultad para acordar un itinerario de lectura lo
suficientemente amplio y variado que diera cuenta de la heterogeneidad cultural
12

latinoamericana sobre un mapa previo que representaba una diversidad geográfica


inevitablemente limitada -y una entre tantas posibles-, en una sucesión temporal que
abarcaba desde mediados de siglo XIX hasta la tercera década del XX. Por esta razón,
lejos de ofrecer un abordaje exhaustivo de las más variadas posibilidades combinatorias
abiertas por el discurso ensayístico en Latinoamérica, que excedería los propósitos de
esta investigación, nos propusimos aportar un modelo abierto de lectura que admitiera
nuevos materiales ampliatorios del corpus seleccionado, aun cuando sobrepasaran los
límites espaciales y temporales que delimitaban nuestro recorte. Concretamente, los
cuatro capítulos que integran la segunda parte, la más medular de nuestro trabajo, toman
como centro de la reflexión crítica el Facundo del argentino Domingo Faustino
Sarmiento (Santiago de Chile, 1845), "Nuestra América" del cubano José Martí (Nueva
York / México, 1891), La raza cósmica del mexicano José Vasconcelos (México, 1925)
y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana del peruano José Carlos
Mariátegui (Lima, 1928), e incorporan en forma complementaria referencias y cotejos
con otros textos de esos mismos escritores y de otros autores coetáneos, dentro de una
secuencia ensayística mayor. De este modo fue posible esbozar la trama de relaciones
con otros discursos sociales, con los cuales cada uno interactuaba, y señalar
coincidencias, polémicas y distanciamientos en las cuatro instancias textuales elegidas
que juzgamos claves en el complejo y cambiante proceso de construcción de identidades
y diferencias en Latinoamérica, centro de nuestra indagación.
Por último, buscamos encontrar un esquema organizativo común que nos
permitiera realizar una lectura crítica desde coordenadas de análisis coincidentes y, al
mismo tiempo, adecuadas a las singularidades de cada texto, privilegiando sus
dimensiones cognitivas y pragmáticas y ubicándolos en la dinámica interactiva de la
situación de enunciación y especialmente en los debates donde los textos dialogaron,
interpelaron, disputaron posiciones y contraargumentaron. Por otra parte, creímos
importante incorporar el análisis de aspectos materiales, tales como soportes, formatos,
medios y modos de difusión y circulación, tipos y variantes de las ediciones, entre otros,
lo que nos permitió abordar los textos en su inscripción cultural y social, no sólo desde
su conceptualización sino también desde su materialidad y desde los roles sociales de
quienes los produjeron.
13

Siempre dentro del campo cultural y en el ámbito del discurso político, los textos
analizados y, en general, aquellos otros que colateralmente fueron contemplados en
nuestras reflexiones, suelen ser ubicados en un territorio discursivo de límites móviles o
imprecisos, renuente a clasificaciones y encasillamientos rígidos, cuya tradición no se ha
interrumpido nunca del todo, desde entonces, en el sistema literario latinoamericano. De
ahí, la necesidad de ir más allá de los alcances de la inventio (tópicos y argumentos
elegidos) y de las representaciones que se construyeron en esos textos, trascendiendo las
zonas discursivas en las que se proponía una reflexión explícita sobre el tema -y donde
estimamos que, por lo general, la crítica sobre el ensayo puso un énfasis demasiado
excluyente-, para analizar otros tipos de operaciones retóricas, en el orden de la
dispositio y la elocutio del texto, y atravesar críticamente el entramado de campos
discursivos, de por sí significativo de una recomposición de los conocimientos y saberes
que producían y, al mismo tiempo, condensaban sentidos previos.
Las últimas perspectivas de análisis nacidas de la nueva articulación entre los
estudios retóricos más recientes y la teoría de la argumentación (Perelman, Angenot)
han abierto el paso a una nueva mirada teórica y crítica acerca del ensayo. Nos
interesamos, en particular, en la configuración de (Latino)América como un lugar de
enunciación (locus enuntiationis, mode d'enonciation) diferencial, a partir no solamente
de los rasgos atribuidos a la realidad enunciada sobre la cual se discurría y se ejercía la
práctica hermenéutica sino, sobre todo, desde las características mismas de la
enunciación en cuanto tal, como instancia o lugar discursivo de posicionamiento
ideológico y crítico. Esto nos obligó, en definitiva, a subrayar la dimensión política de la
práctica discursiva ensayística, en su carácter de intervención cultural, sin escamotearla
bajo la aparente neutralidad de un discurso pretendidamente científico acerca de
Latinoamérica (Mignolo), para reparar en los modos de pensar(se), a partir de la
apropiación creativa de ideas ajenas para reterritorializarlas "Jora do lugar" (R.
Schwarz).
Dentro de este marco, propiciamos un modo diferente de lectura, al sesgo, de los
ensayos elegidos como centros de nuestra lectura, que expanden en una variedad de
tramas textuales, dentro de redes argumentativas con variantes significativas, las tres
tesis propuestas por el presente estudio que enumeramos a continuación:
14

El ensayo latinoamericano como discurso y texto cultural, según las múltiples


dimensiones que interactúan en estos conceptos, y al mismo tiempo, metatexto de
cultura, por su capacidad autorreflexiva acerca del proceso mismo de significación
desplegado en el espacio textual, se presenta a menudo en los subtipos con los que
trabajamos, como disciplinariamente descentrado, y se distingue por un deliberado
gesto de insubordinación genérica, siguiendo ya la vertiente de la tradición del ensayo
de quien inaugurara el género, el francés Michel de Montaigne —más cercana al modo o
espíritu ensayístico que a un conjunto de pautas genéricas fijas y cerradas-, ya la forma
aforística de la tradición ensayística fundada por el inglés Francis Bacon.
Dentro de los márgenes trazados por la convergencia de diferentes tipos de
saberes y de sus consecuentes marcos cognitivos en un mismo espacio textual, es
posible identificar un núcleo rector o zona resistente: la dimensión estética que articula,
con distintos grados de autonomía, esa pluralidad de discursos y encuadres disciplinarios
que traman los ensayos elegidos para desarrollar las hipótesis de nuestro estudio,
ratificando la definición provisoria y operativa del ensayo como "literatura in potentia"
(Beaujour, Fowler, de Obaldía), que exponemos en la primera parte de nuestro estudio.
Los textos ensayísticos analizados, por su condición de puestas en signo
(enactments) de esa entidad histórica, geográfica y cultural que comienza a
conceptualizarse y representarse como deficiente o diferente, según el caso, respecto de
otras entidades modelos, configuran diferentes matrices de posiciones de sujetos, dentro
de una red situacional compuesta por elementos de ideologías políticas diversas y hasta
opuestas, de procedencia social muy variada, que remiten a distintos lugares
institucionales (políticos, culturales, académicos o alternativos dentro del incipiente
campo intelectual) y sus correspondientes roles sociales, desde la periferia del sistema
de la modernidad occidental.
Las tesis expuestas nos permitieron construir un lugar de lectura que abría un
diálogo con otras más convencionales y ya canonizadas, y resultaron un modo de
entrada suplementario de aquéllas, sin pretender desplazarlas. Coincidimos, pues, en
visualizar el ensayo como la forma discursiva más apropiada y permeable para
vehiculizar, en el período señalado, las diversas formas de la crítica y el debate acerca
de las cuestiones culturales en Latinoamérica, tales como la autointerpretación de las
15

propias identidades / diferencias en el orden nacional y supranacional, en sus variantes


regionales y continentales, y el diseño imaginativo y racional de perfiles y modelos
culturales que implicaban tomas de posición en programas de acción política, social y
económica, con un fuerte énfasis en lo pedagógico-educativo, con el propósito de formar
y concientizar sujetos capaces de concretarlos.
Desde la perspectiva abierta por la segunda tesis que enunciamos, fue inevitable
la jerarquización de los textos de Sarmiento y Martí desde la idea de valor estético, y la
función complementaria del análisis de los otros dos ensayos, especialmente en los
modos enunciativos y los usos ideológicamente resignificados de nociones comunes
que, no obstante, produjeron diferentes matrices textuales, notablemente productivas
toda vez que fueron reiteradamente retomadas, bajo distintas formas, en otros ensayos
posteriores.
En función de los fines que orientaron nuestra investigación, organizamos el
presente trabajo en dos partes. En la primera, abordamos aspectos teórico-críticos
generales acerca del ensayo latinoamericano. En el primer capítulo esbozamos un estado
de la cuestión teórica del ensayo, con vistas a delimitar conceptual y relacionalmente el
subtipo con el que trabajamos, privilegiando su condición discursiva, y en el segundo,
trazamos los lineamientos críticos que nos posibilitaron situar el ensayo de
interpretación cultural en el marco del sistema cultural y literario latinoamericano, sin
dejar de considerar su origen indiscutiblemente moderno y occidental y su complicidad
con la cultura letrada. En la segunda parte, desarrollamos en cuatro capítulos un análisis
de corte interpretativo, centrado en los cuatro textos ensayísticos significativos ya
mencionados, verdaderos puntos nodales de nuestro itinerario de lectura, ni único ni
excluyente, inscripto en una secuencia ensayística más amplia. Todos los textos
analizados coinciden en fijar en la escritura una mirada autointerpretativa de la cultura
latinoamericana, desde algunas de las áreas geoculturales de mayor relevancia en el
subcontinente, diseñando una cartografia culturalmente heterogénea, en las distintas
etapas que se sucedieron desde los avatares de la organización de los estados nacionales
en el cono sur del continente americano hasta la introducción del marxismo en los
debates político-culturales de los sectores intelectuales de vanguardia en Latinoamérica
en la tercera década del siglo XX. Por último, en las reflexiones finales reunimos las
Ef1

afirmaciones más productivas, con el propósito de delinear posibles prolongaciones del


modo de lectura propuesto, en otros ensayos, de acuerdo con el esquema abierto que
planteamos.
17

PRIMERA PARTE

EL ENSAYO LATINOAMERICANO EN CUESTIÓN

América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que


tienta, provoca, desafia a la inteligencia...

Germán Arciniégas

¿ Qué método usar para conocer esa cosa que soy yo y que vive
cambiando?

Michel E. de Montaigne

[E]l ensayo (..) una estrategia de escritura. Al mundo


del que se habla, lo aborda al sesgo...

Jacques Leenhardt

No es el propósito de este trabajo desarrollar una teoría general del discurso


ensayístico, previamente al estudio crítico de las muy variadas modulaciones que esta
forma discursiva adopta en los diferentes contextos históricos, sociales y culturales, donde
esos textos se producen, circulan y se recepcionan. Sin embargo, si pretendemos aportar
otra perspectiva de, lectura, más acorde con el tipo de ensayo con el que trabajamos, es
necesario revisar el estado actual de su comprensión teórica, y considerar algunas
18

cuestiones tradicionalmente no tratadas, así como las falacias y tergiversaciones


canonizadas en el conjunto de conocimientos acumulados acerca de ese tipo discursivo, y
otros aspectos que, por distintas razones, fueron omitidos o desvalorizados como
problemas teóricos por la crítica y aún permanecen oscuros o contradictorios, a la espera de
una nueva mirada que reconozca su valor y significación en el heterogéneo conjunto
cultural latinoamericano.
Se ha convertido en un lugar común de los estudios teóricos, históricos y críticos
sobre el ensayo como género discursivo occidental, plantear la ambigüedad del término
y la complejidad que presenta para arribar a una definición que resulte adecuada a la
enorme diversidad de variantes que comprende. Por esta razón, no nos detendremos en
este estudio a historizar en detalle los debates suscitados en -busca -de una
conceptualización satisfactoria. Baste con señalar que la voz ensayo, a lo largo de su
extensa trayectoria etimológica -desde "exagium" en el latín tardío, ligado a su vez a
expresiones del griego y del sánscrito, hasta "essai" y "essay", en francés e inglés
respectivamente, que titularon los escritos así catalogados de los dos padres fundadores
que se le reconocen al discurso ensayístico en pleno Renacimiento europeo, el caballero
gascón Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) y lord Francis Bacon (1561-1626)-,
reunió sentidos provenientes de voces alusivas al pesaje de la naturaleza mineral y al
análisis de los metales como el oro y la plata para determinar la ley de las monedas, de
donde -por extensión- llegó a designar el intento o experimento de sopesar y medir un
objeto o idea, examinándola desde diversos ángulos, nunca exhaustivamente ni de un modo
sistemático.
La definición etimológica de la palabra ensayo que se incluye en el Diccionario de
Joan Corominas, ya describe el desplazamiento del sentido hacia el dominio de lo
simbólico discursivo, aunque no alcanza a precisar demasiado esa acepción:

ENSAYO. Del lat. tardío EXAGJUM 'acto de pesar (algo)', del mismo origen que
los clásicos EXIGERE 'pesar' y EXAMEN 'acción de pesar, examen' (1° doc.
Berceo). El significado castellano común a todos los romances ( ... ) debe venir ya de
la época latina; el latinismo griego 'sçoayzov, de baja época, tiene ya el significado
'comprobación', de donde era fácil el paso a 'prueba' e 'intento'. La acepción
Fue

'obra literaria ligera y provisional' aparece a principios del s. XIX y es copia del
francés ESSAJ y del inglés ESSA Y (...) DERTV. Ensayar (Cid y frecuentemente en
textos de todas las épocas) emprender, acometer ( ... ). Ensayista, s. XX. Tomado del
inglés ESSAYIST, deriv. de ESSAY'ensayo', 'artículo'. Ensayismo.'

Por otra parte, en las definiciones que encontramos en las ediciones más recientes
del Diccionario de la Real Academia:

Escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato
erudito.. 2
Escrito generalmente breve, constituido por pensamientos del autor sobre un tema,
sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma
materia,3

se destaca el carácter asistemático de esta noción y se privilegia su acepción literaria que,


según Manuel Alvar, apareció en el léxico español oficial recién en la duodécima edición
de 1884.
En el marco de nuestra situación cultural, más de cuatro siglos después, la noción
ensayo convoca las formas discursivas más variadas, no sólo en cuanto a la función
ideológica sino también en el modo de enunciación, la organización interna y la relación
que se establece entre la experiencia vivida y las normas que regulan su funcionamiento

'Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico de/a lengua castellana. Madrid: Gredos, 1974. Vol. II, 20.
2 De esta segunda acepción se deriva la tercera: "Género literario al que pertenece este tipo de escrito." Real
Academia Española, Diccionario de la Lengua Española. 22° edición. Con modificaciones agregadas en la
edición digital. Madrid, 2004. 1° cd.: 2001.
En la versión on une de este Diccionario, se registra la siguiente enmienda de esa entrada en el avance de la
23° edición (en curso): "Escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado
con carácter y estilo personales".
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española. 21° edición. Madrid, 1992, 596.
' Manuel Alvar realiza un estudio exhaustivo del uso del término ensayo en distintos metalenguajes -entre
ellos, el literario-, con el fin de dilucidar el largo proceso de elaboración cultural del mismo, mediante el
análisis de las diferencias registradas en las definiciones académicas, desde la primera edición del Diccionario
de Autoridades de 1726 que tiene en cuenta las acepciones consignadas en el Tesoro de Covarrubias de 1611,
hasta las ediciones contemporáneas del Diccionario de la Real Academia. Cfr. M. Alvar, "Historia de la
palabra ensayo en español", M. Alvar et al., Ensayo. Reunión de Málaga de 1977. Málaga: Servicio de
Publicaciones - Diputación Provincial de Málaga, 1977: 11-43, y M. Alvar, "La turbada historia de la palabra
Ensayo", Dispositio, 22-23 (1983): 145-168.
20

discursivo. Si revisamos algunas de las imágenes con que se lo describe, como "el
camaleón de las formas"5 , " el centauro de los géneros"6, "el cuarto en el recoveco"7 ,
advertiremos que todas ellas ilustran lo que venimos sosteniendo y destacan una serie de
trazos distintivos comunes y nos permiten perfilarlo como una categoría particularmente
problemática que, por presentarse abierta, dúctil y heterogénea, suele ser considerada
como amorfa o disforme. No obstante, es indiscutible que la ambigüedad ya está
planteada en el término mismo, ensayo, que alude a una tentativa de escritura no del todo
acabada, un intento previo o contiguo a otras formas discursivas más definitivas y
aceptadas, que a su vez admite varias acepciones, puesto que la palabra se abre a un
amplio espectro significacional y su uso está deficientemente delimitado.
En este punto, -dadoeLestado de la cuestión que comenzamos a esbozar y ante la
necesidad de acotar el concepto para que resulte operativo a la hora de delimitar el
corpus de trabajo, conviene precisar que consideramos las nociones de género o tipo
discursivo como configuraciones ideológicas inmersas en prácticas sociales y culturales,
en un contexto histórico concreto, y no como formas transhistóricas, consistentes en la
mera actualización en cada obra de contenidos políticos, sociales, económicos,
culturales y estéticos, desde una pretendida neutralidad ideológica.8 De acuerdo con la
definición de Marc Angenot, nos interesa circunscribir un perfil discursivo a partir del
reconocimiento de marcas de contenido, modalidades de enunciación y procedimientos
formales, por cuanto estas tres categorías confluyen en la institución de un género
determinado (Angenot, 68). En consecuencia, los rasgos o tendencias que destacaremos
como elementos de una ensayística, deberán ser situados y puestos en relación con
determinados tópicos que nos interesa focalizar como los vinculados a los diagnósticos,
posicionamientos y proyectos culturales sobre y desde Latinoamérica, que delimitan y
acotan el objeto de nuestro estudio.

Marcos Victoria, Teoría del ensayo. Bs. As.: Emecé, 1975: 111. Juan Marichal utiliza una imagen similar al
referirse a la "libertad camaleónica" del ensayo y más recientemente José Miguel Oviedo la retorna al
caracterizarlo como un "género camaleónico". Cfr. J. Marichal, Teoría e historia del ensayismo hispánico.
Madrid: Alianza, 1984, 15, y José Miguel Oviedo, Breve historia del ensayo hispanoamericano. Madrid:
Alianza, 1991, 11.
Reyes, "Las nuevas artes", Los trabajos y los días, Obras completas, t. IX México: FCE, 1959, 403.
Jaime Rest, "Primer ensayo: Sarmiento y la comprensión de la realidad", El cuarto en el recoveco. Bs. As.:
CEAL, 1982, 13.
8
Cfr. Marc Angenot, La paro/e pamphlétaire. Typologie des discours modernes. Paris: Payot, 1982, 11.
21

Según lo observado, dentro de la significativa profusión que este discurso ha


tenido en la historia cultural latinoamericana postindependiente, algunas de sus marcas
distintivas permanecieron invariables a lo largo de las diferentes inflexiones históricas
del ensayo, diseñando un espacio discursivo heterogéneo, maleable y versátil, formado
por un juego plural y dinámico de procedimientos de distinto origen que remiten a otros
géneros o tipos discursivos, y-a otras formas emparentadas con aquel , como el prólogo,
el panfleto, el comentario, el artículo crítico, la memoria, la meditación, el aforismo, las
máximas, la epístola, el tratado, el discurso, el escrito programático, el encomio, el relato
de viajes, el opúsculo, la historia, el sermón, el diálogo, la diatriba, el artículo periodístico,
la autobiografía, la biografía y otras, en las que se puede conjeturar que existió en estado
latente. Pensamos en textos afines al ensayo como Inventamos o erramos de Simón
Rodríguez, el Plan revolucionario de operaciones de Mariano Moreno, los Diálogos de
diversos muertos sobre la independencia de América de José Cecilio del Valle, las
lecturas del Salón literario de 1837, el Fragmento preliminar al estudio del derecho y la
Acción de la Europa en América de J. B. Alberdi, el Discurso pronunciado en la
instalación de la Universidad de Chile de Andrés Bello, los Viajes por Europa, A'frica y
América de D. F. Sarmiento, el Prólogo al "Poema del Niágara" de José Martí, Los raros
de Rubén Darío, los Discursos en el Palacio de la Exposición, en el Teatro Olimpo y en el
Politeama, la Conferencia en el Ateneo de Lima y el discurso "El intelectual y el obrero"
de Manuel González Prada, los Motivos de Proteo de José Enrique Rodó, la Visión de
Anáhuac y las Notas sobre la inteligencia americana de Alfonso Reyes, la conferencia
"La utopía de América" de Pedro Henríquez Ureña, El Contrapunteo cubano del tabaco y
el azúcar de Femando Ortiz, El laberinto de la soledadde Octavio Paz, Tiempo mexicano
de Carlos Fuentes, e innumerables ejemplos más que forman parte de la constelación
ensayística, incluso en sus márgenes, como en el caso de las crónicas de Fuerte es el
silencio de Elena Poniatowska, las de Días de guardar de Carlos Monsiváis, muchos
artículos críticos publicados en revistas culturales como Nexos, Punto de vista, Revista de
crítica cultural, o el estudio de economía política: Capitalismo perfé rico. Crisis y
transformación y Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo -ponencia
presentada en un seminario del Banco Mundial- de Raúl Prebisch, o El espejo de la
historia de Tulio Halperín Donghi, entre tantos otros.
22

A su vez, cualquiera sea su variante, como categoría discursiva en sí, el ensayo


admite una temática extremadamente variada —todo puede ser materia del ensayo-, de
diferente extensión (medida por el ciclo de atención del lector desde los límites
espaciales acotados de un artículo periodístico breve hasta la cantidad muy variable de
páginas que componen un volumen), según el caso, y se encuentra atravesado por
tendencias y fuerzas disciplinarias opuestas y hasta excluyentes entre sí, que involucran
el modo de presentación, la disposición a menudo dispersa, discontinua y poblada de
digresiones, y la conformación excéntrica o descentrada del objeto de reflexión,
estrechamente ligada a la subjetividad del emisor y su "voluntad de estilo" (Marichal),
oscilando entre dos propuestas enunciativas desencontradas, como lo muestran, desde
los comienzos de la tradición ensayística, sus dos clásicos cultores: Montaigne y Bacon.
Este último rasgo tiene particular importancia dentro del campo literario
latinoamericano incluso hasta en nuestros días, donde advertimos que el ensayo ha sido
fecundo en la medida en que ha resultado un vehículo singularmente eficaz para
configurar nuevas instancias de enunciación y nuevas subjetividades específicas, aunque
no del todo aisladas de realidades procedentes de los lugares centrales.
La dificultad para formalizar su estudio y sistematizar los resultados de las
aproximaciones semióticas a este tipo de discurso radica, entre otras causas, en la
asombrosa variedad de potencialidades formales que ofrece, tal como surge de las
taxonomías del ensayo que se han emprendido infructuosamente. Como prueba de los
poco convincentes intentos de clasificación de la ensayística, transcribiremos dos
propuestas que servirán para ilustrar lo que sostenemos y verificar la pluralidad de
criterios, tópicos y modalidades que entran en juego y dificultan una posible
sistematización atenta a su conformación heterogénea.
En primer término, la que propone el crítico mexicano José Luis Martínez,
tomando en parte la estructura del ensayo como criterio clasificatorio: a) ensayo como
género de creación literaria; b) ensayo breve, poemático; c) ensayo de fantasía, ingenio o
divagación; d) ensayo-discurso u oración; e)ensayo interpretativo; f) ensayo teórico; g)
ensayo de crítica literaria; h) ensayo expositivo; i) ensayo-crónica o ensayo-memoria y j)
ensayo breve, periodístico. Como es fácil de advertir, los criterios son disímiles y
23

discutibles, y oscilan entre aspectos formales externos como la extensión, la tipología


discursiva y el énfasis tópico.
En segundo término, la propuesta del peruano Estuardo Núñez complementa la
anterior, valiéndose de un criterio estrictamente temático que contiene también ciertos
puntos cuestionables como la primera clase de ensayo propuesta que se superpone, a
nuestro entender, con algunas de las que le siguen: 1) ensayo ideológico o afin a la
filosofia, teoría o interpretación de algún aspecto cultural: 2) ensayo histórico que
comprende el fenómeno cultural o histórico-ideológico; 3) ensayo literario que comprende
la crítica, la glosa, la estimativa o la apreciación de obras o fenómenos o autores literarios o
artísticos; 4) ensayo sociológico; 5) formas mixtas propias de su naturaleza flexible. 9
Un segundo lugar común consiste en señalar la conflictiva ubicación del ensayo
en los dominios de la literatura, con la consecuente actitud, bastante difundida entre los
estudiosos de la literatura, de subestimar las competencias requeridas por la escritura
ensayística a la que le atribuyen la liviandad de lo fácil y carente de arte o de trabajo
formal, hasta el extremo de denostar el ensayo y a los ensayistas con alusiones
francamente hostiles, como ocurre con ciertas afirmaciones que encontrábamos en
algunos trabajos de críticos españoles y latinoamericanos hace algunos años. 10 A
menudo el denuesto servía también de excusa y justificativo para la ausencia de análisis.
Theodor W. Adorno atribuyó el desprestigio del género a su ambigüedad y a la falta de
una sólida tradición formal en Alemania. Por su parte, Julián Marías -coincidiendo con
Adorno- hizo extensiva su observación a la recepción del ensayo en el ámbito hispánico
y vio en ese diagnóstico el origen de la "voluntad de malentender" el ensayo y a quienes
lo cultivaban en los países de lengua española, como lo ejemplifica la pretensión de

Cfr. José Luis Martínez, selecc., introd. y notas. El ensayo mexicano. México: FCE, 1971. 2" edic. refundida
y aumentada. 1" edic.: 1958, 13-15, y Estuardo Núñez, "Proceso y teoría del ensayo", Revista Hispánica
Moderna, año XXXI, 1-4 (1965): 363- 364.
lo Nos referimos a expresiones racistas como la de Pío Baroja cuando denomina la práctica de reactualizar
géneros antiguos, cosa de "judíos hábiles", como Emil Ludwig, Stephan Zweig o André Maurois. Cfr. Pío
Baroja, "Las biografias y los ensayos", Obras completas, vol. V. Madrid: Biblioteca Nueva, 1948: 1108.
Hacia 1958, el venezolano Edgar Gabaldón Márquez se refiere al "ensayismo a la hispanoamericana" como
un justificativo de "cierta pereza intelectual,"un estado peligroso de nuestra historia cultural". Cit. en Miguel
Gómes, Poéticas del ensayo vene:olano del siglo X( la forma de lo diverso. Providence, Rhode Island:
Ediciones INTI, 1996, 5-6.
24

invalidar por "ensayística" la obra de José Ortega y Gasset, difundida por esos mismos
años. 1 '

Podemos entender, entonces, que no sea extraño arribar a conclusiones


tautológicas que llegan a proponer la indefinición como rasgo constitutivo del ensayo y
lo relegan a un puesto marginal como género "menor" o definitivamente le niegan su
condición de género literario. Por otra parte, advertimos que todavía existe una
tendencia generalizada en la bibliografia sobre el ensayo que marca la escasez de
estudios formales o teóricos sobre esta categoría discursiva, especialmente en francés y
en español, en tanto que ya desde fines del siglo XIX se registra una tradición de
abordar sistemática o reflexivamente problemas de orden general sobre ese discurso, no
sólo desde la crítica literaria sino también desde la lingüística, la estética y la filosofía,
sobre todo en lengua alemana y más recientemente en inglés.' 2
En relación con los estudios sistemáticos sobre el ensayo hispánico y, en particular,
el ensayo latinoamericano, sobre el que reflexionaremos con mayor detalle en el segundo
capítulo de nuestro trabajo, adelantaremos aquí que el cuadro que se nos ofrece es aún
menos alentador: a pesar de la intención de responder a una mayor preocupación por
aspectos teóricos y formales, como se declara en algunos trabajos que se autodefinen como
acercamientos proyectados desde la semiótica o la teoría literaria, el análisis concreto que
proponen no alcanza a dar cumplimiento a las expectativas creadas. Es el caso de Teoría
del ensayo (1981 y 1992) de José Luis Gómez-Martínez y Para una lectura semiótica del
ensayo latinoamericano (1983) de David William Foster, a los cuales debe reconocérseles
el mérito de plantear el problema y de intentar cubrir ese vacío teórico 13 . La mayor parte de
los trabajos existentes consisten ya en estudios preliminares a antologías de ensayos

11 Cfr. Theodor W. Adorno, "El ensayo como forma", Notas de literatura.


Barcelona: Ariel, 1962, 11;
Jacques Leenhardt, "La estructura ensayística de la novela latinoamericana," David Viñas, Angel Rama y
otros, Más allá de/boom: literatura y mercado. Buenos Aires: Folios, 1984, 134, y Martín Cerda, Lapa/abra
iuebrada. Ensayo sobre el ensayo. Valparaíso: Ediciones Universitarias, 1982, 18.
2 Para un estado actualizado de la cuestión teórica del ensayo, en particular en lengua inglesa, alemana y

francesa, resulta sumamente útil el excelente estudio comparativo de Claire de Obaldía, The Essayistic Spirit.
Literature, Modern Criticism, and the Essay. Oxford: Clarendon Press, 1995, especialmente el primer
capítulo.
Cfr. José Luis Gómez-Martínez, Teoría del ensayo. Edición revisada y aumentada. México: UNAM,
Cuadernos de Cuadernos, 1992. 1° edic.: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1981 (interesa en
particular la edición mexicana actualizada, porque en ella se incorporan más ejemplos tomados de las obras de
ensayistas iberoamericanos representativos), y David W. Foster, Para una lectura semiótica del ensayo
latinoamericano. Textos representativos. Madrid: José Porrúa Turanzas - Studia Humanitatis, 1983.
25

dedicadas al análisis de aspectos temáticos, ya en manuales e historias de la literatura


hispánica y latinoamericana en particular, además de una enorme cantidad de trabajos
críticos encuadrables en la historia de la filosofia y del pensamiento latinoamericano o en la
historia de las ideas, todos los cuales comparten un fuerte énfasis contenidista y una
impronta crítica impresionista, tratándose por lo general de ensayos sobre el ensayo.
Por esta razón y con el propósito de ir circunscribiendo el concepto hasta arribar
a una definición provisoria y operativa, esbozaremos una descripción del discurso
ensayístico en situación: en primer término, dentro del entramado de discursos sociales
y culturales, géneros literarios y campos disciplinarios donde se encuentra inscripto y,
en una segunda instancia, en la red contextual histórica y geocultural que rodea la
aparición de este subtipo ensayístico tan peculiar.
26

Ensayo e interdiscursividad

Dentro de las múltiples relaciones establecidas desde una perspectiva teórica que
privilegie la cuestión de la interdiscursividad1 , el entramado de discursos que da forma
al subtipo específico, conocido como ensayo de interpretación cultural o ensayo
culturalista en Latinoamérica, nos permite identificar la convivencia de distintas zonas
discursivas que remiten a diferentes campos y disciplinas, tales como la literatura -en
sus más variadas manifestaciones-, la filosofia, la historia, la economía, la política y
otras ramas de las ciencias sociales, en un cruce particularmente significativo de las
modalidades enunciativas más diversas en un espacio discursivo, cuyas líneas
demarcatorias se muestran notoriamente borrosas. Tal como se insinúa en el primer
epígrafe de esta primera parte, la entidad histórica, geográfica y cultural que
denominamos (Latino)América -con la intención de consignar la ambigüedad y tensión
siempre presentes en la elección de un nombre para un determinado concepto-, sobre la
que se ejerce la actividad reflexiva y crítica, característica de la escritura ensayística,
presupone y, en cierto modo, convoca y activa los rasgos heterogéneos y difusos del
gesto tentativo y provisional de esa configuración discursiva.
Como voz cultural, la palabra ensayo ingresa en el ámbito hispánico desde fuera,
pero, a diferencia de la temprana difusión en la lengua inglesa de la acepción
montaigneana de la palabra essay (a partir de la aparición de los primeros ensayos,
Essays, de Francis Bacon en 1597 y de la traducción de los Essais, de Montaigne, al
1
Ubicamos esta noción en el marco del concepto de red interdiscursiva trazado por Eliseo Verón y en la
teoría de los géneros discursivos de Mijail Bajtin, quien señala diversas formas de producción de aquellos
mediante la absorción y reelaboración de géneros primarios, especialmente en una comunicación cultural
compleja, relativamente más desarrollada y organizada. Cfr. Eliseo Verón, La semiosis social.
Fragmentos de una teoría de la discursividad Trad. del francés por Emilio Lloveras. Bs. As.: Gedisa,
1987, 30, y Mijail M. Bajtin, "El problema de los géneros discursivos," Estética de la creación verbal. 28
edic. México: Siglo XXI, 1985, 250. 1 1 edic. en ruso: 1979.
27

inglés en 1603), y de lo ocurrido con las voces equivalentes en otras lenguas europeas
(saggio en italiano, ensaio en portugués, Versuch en alemán), que se incorporan durante
el siglo XVIII en los vocabularios respectivos y se emplean generalmente en la Europa
continental desde mediados del siglo XIX, el término ensayo fue aceptado tardíamente
en los dominios lingüísticos del español.
Curiosamente y por razones que analizaremos más adelante, se difundió y tuvo
su apogeo en Latinoamérica con Andrés Bello, Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista
Alberdi, Esteban Echeverría, José V. Lastarria, José de la Luz y Caballero, José María
Mora, Juan Montalvo, Eugenio María de Hostos, Manuel González Prada, José Martí,
José Enrique Rodó y tantos otros, durante el siglo XIX, antes que en España, donde
surgió como forma discursiva reconocible-recién a partir del último decenio del siglo
pasado, sobre todo alrededor de 1898, año de la primera edición en lengua española de
los Essais de Montaigne, con Leopoldo Alas (Clarín), Juan Valera, Ganivet, Unamuno,
Azorín, entre otros, y proliferó desde entonces a lo largo del siglo XX hasta nuestros
días, mostrando una notable y continua vitalidad. 2 Esto explica que las voces derivadas,
ensayista y ensayismo, se hayan incorporado tardíamente en el Diccionario Académico
de la lengua española desde 1925 y 1939, respectivamente.
A juzgar por las escasas referencias y la lenta difusión de su obra del otro lado
de los Pirineos, Montaigne fue poco conocido en España: en el siglo XVII existió una
traducción española de los Essais autorizada para ser editada, que no llegó a publicarse -
y que aún se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid-, con el título: Experiencia
3
y varios discursos, preparada por un tal Diego Cisneros, entre 1624 y 1636. Conviene
tener presente que los Essais se editaron en español recién en 1898, en París y en
versión de Constantino Román y Salamero, más de dos siglos después de haber
circulado en las lenguas vernáculas de Alemania, Estados Unidos, Japón, Italia,
Holanda, Hungría y otros países. De modo que la aparición de los Essais de Montaigne,

2
Juan Marichal señala que la voz ensayo se empleó por primera vez en España, en el siglo XVIII, en la
acepción francesa de esa época, con el sentido de "estudio provisional o incompleto, de carácter histórico o
científico". En la acepción literaria aparece en español en 1818, en la antología de A. Anaya, An essay on
Spanish literature, publicado en Londres. Y a lo largo del siglo XIX comienza a ser empleada en obras como
los Ensayos literarios y críticos de Alberto Lista (Sevilla, 1844), los Ensayos religiosos, políticos y literarios
de Quadrado (1853) y Ensayos y revistas (1888- 1892) de Leopoldo Alas (Madrid, 1892). Pero ya había sido
utilizado el término essay desde el siglo XVII en la traducción de obras didácticas españolas, por las
características afines que incluían. Cfr. Juan Marichal, Teoría e historia del ensayismo hispánico, 14.
Cfr. J. Mancha!, "Montaigne en España", Teoría e historia del ensayismo hispánico..., cap. 4, 62-81.
28

en 1580, acontecimiento que podría ser considerado como un hito fundacional en la


historia del ensayismo, tuvo una escasa repercusión en el mundo hispánico, a causa de
su tardía traducción al español, lo que incidió, como era de esperar, en el rezago en
darle ese nombre a obras encuadrables bajo esa denominación. No obstante, más allá de
la terminología utilizada, la tendencia expresiva que Baltasar Gracián llamó "discurrir a
lo libre", cuenta con una historia previa en la prosa en lengua española, bajo las más
diversas denominaciones. Siguiendo terminologías más tradicionales, las voces discurso
(de uso frecuente en el siglo XVII en la acepción de essai), informe, memoria, carta,
teatro o tratado, son algunos de los términos sustitutos de la palabra ensayo, que recién
logrará imponerse mucho más adelante. A modo de ejemplo, recordemos que Francisco
de Quevedo, uno de los primeros en hablar de Montaigne en España, a quien se refería
como "el señor de la Montaña", llamó Discursos a sus Essais. En el siglo siguiente, fray
Benito Jerónimo Feijóo escribió nueve volúmenes de contenido claramente ensayístico,
donde combinaba saber enciclopédico y misceláneo, ideas novedosas y libertad en los
juicios, y los tituló Teatro crítico universal o discursos varios en todo género de
materias, para desengaño de errores comunes (1727-1740). Y en Latinoamérica
encontramos tempranamente, durante la Colonia, el Teatro de virtudes políticas que
constituyen a un príncIpe (1680) del excepcional polígrafo mexicano don Carlos de
Sigüenza y Góngora, Marco Porcio Calón o Memorias para la impugnación del Nuevo
Luciano de Quito (1780) del ecuatoriano Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y
Espejo, la Carta dirigida a los españoles americanos por uno de sus compatriotas
(1792) del jesuita peruano expulso Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, y ya en el siglo
XIX, la Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano
(1844) del argentino Juan Bautista Alberdi, los Siete tratados (1882) del ecuatoriano
Juan Montalvo, entre las innumerables obras que anunciaron o escamotearon la
fisonomía del ensayo con otras denominaciones afines o colindantes.
Las primeras obras españolas y latinoamericanas que incorporaron la palabra
ensayo con la acepción de categoría discursiva son tardías y heterogéneas, y siguieron
el uso dilatado del término que ya se había impuesto desde el siglo XVIII en Inglaterra y
poco después en Francia. Se solía utilizar ese término para titular repertorios
bibliográficos como el Ensayo de una biblioteca de traductores españoles de J. A.
Pellicer (1778), polémicas literarias y todo tipo de tratados de contenidos muy diversos
e
29

4 (históricos, religiosos, políticos y, más tarde, de crítica literaria), ya entrado el siglo


XIX, como lo ilustraron en la América Hispana, el escrito expositivo titulado Ensayo
acerca de los sucesos desastrosos de Chile (1815) del chileno fray Camilo Henríquez, el
Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados
hispanoamericanos y plan de su organización (1824) de Bernardo de Monteagudo, y los
póstumos Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas de Sud América de J. B.
Alberdi, que reunían estudios y notas escritos desde 1852, entre tantos otros. 4 Desde
mediados del siglo XX, su uso muy generalizado se hizo cada vez más impreciso, al
incluir estudios científicos, tratados, monografias y diferentes tipos de estudios críticos
sobre todo en el campo de la literatura, la historia, la antropología y la sociología, hasta
el punto de a dar cabida a aquellos textos dificiles de clasificar en los géneros literarios
tradicionales. Es oportuno recordar que, como lo analizaremos más adelante, esta
característica notoriamente presente en el ensayo latinoamericano se vincula
estrechamente con las peculiaridades que definen nuestra literatura y cultura
subcontinental.
Pero podemos remontamos aún más lejos en el tiempo, si le damos crédito a la
difundida sentencia de Bacon de Verulamio: "la palabra es nueva, pero el contenido es
antiguo"5 , y adscribimos al ensayo una larga lista de antecedentes que preparan
lentamente el terreno para su advenimiento. Desde la Antigüedad pueden reconocerse
signos rudimentarios o anticipos de su presencia, con mayor o menor desarrollo según los
autores, sin estar diferenciado como forma en prosa ni contar con una denominación
especial como categoría distinta. Se encuentran esbozos ensayísticos en textos antiguos
sapienciales de pensadores orientales como Confucio, cuyas sentencias nos llegaron a
través de los escritos de su discípulo Mencio, y Lao-tsé, algunos libros del Antiguo
Testamento, las obras de los presocráticos, los Diálogos de Platón, textos de Herodoto,

El término ensayo en su acepción genérica moderna esencialmente montaigneana ya había sido usado por
Santa Cruz y Espejo en su Ensayo para determinar los caracteres de la sensibiIidaa publicado en Primicias
de la Cultura de Quito, 2 (29 de enero de 1792), y poco después con el mismo sentido en el Papel Periódico
de Santa Fé de Bogot4 244 (13 de mayo de 1796): 144-2; 245 (20 de mayo de 1796: 1443-7 . Por otra parte,
el panameño Justo Arosemena llamó ensayo a una obra de carácter tentativo como sus Apuntamientos para la
introducción a las ciencias morales y políticas (1840). Cfr. Miguel Gómes, 'El género que vino de la
modernidad: el ensayo", Atenea. Revista de ciencia, arte y literatura (Univ. de Concepción, Chile), 471 (1°
sem. 1995): 200-201.
"The word is late, though the thing is ancien! ". Francis Bacon incluyó esta sentencia en el prefacio-
dedicatoria al príncipe Enrique, incluido en la segunda edición de sus Essayes (1612), Works of Francis
Bacon. New York: Garrett Press, 1968, XI, 340.
30

Tucídides, Aristóteles, los Memorabilia de Jenofonte, los incipientes ensayos dialogados


de Luciano de Samosata, la literatura antigua de compilación como las florilegia y los
exempla, las cartas de los apóstoles, las epístolas y los diálogos de Cicerón que
anticiparon el ensayo filosófico, las Obras morales o Vidas paralelas de Plutarco, las
Cartas de Plinio el Joven que, junto con las Epístolas a Lucilio de Séneca y otras,
anunciaron el ensayo epistolar, el Ars Amandi de Ovidio, las Confesiones de San Agustín
que se proyectaron en la prosa introspectiva de Montaigne, el Elogio de la locura de
Erasmo, entre otros. 6
Sin embargo, el ensayo como género discursivo (genus dicendi) moderno nació,
desenmarcado y aún sin oficializarse, cuando Montaigne vendió su cargo oficial de
alcalde de Burdeos y renunció a la vida pública, a los treinta y siete años, en marzo de
1571, para retirarse a escribir los Essais, encerrado en su castillo, en los confines de
Perigord, hasta editarlos en Burdeos, en 1 580. Recién entonces, propiciado ya el
descubrimiento del individuo por la acción de las tendencias humanísticas del
Renacimiento, se pudo concebir la manifestación discursiva del subjetivismo y la
proyección del escritor-autor en un estilo definido, dos rasgos distintivos del ensayo.
Pese a todo lo dicho, no hay que olvidar que Montaigne utilizó poco la palabra y,
aunque fue consciente de la peculiaridad de su obra (en sus Essais anunciaba: "Éste es
el único libro de su clase en el mundo"), no la asoció a una categoría literaria sino más
bien a un concepto metodológico: disputatio, sententia, apotegma, flor, dicta, specimen
(M. Alvar 1974: 41). Es importante reparar en esta salvedad que reside en el punto de
vista de la producción del texto, es decir, del autor y su audiencia inmediata, puesto que
la literatura en esa época era concebida en términos de imitación y verosimilitud. Su
intención declarada cabía en esta sola frase que presentaba su libro: "He aquí un libro

6 Medardo Vitier ofrece una larga lista de obras que, a su juicio, conformarían la "prehistoria del género".
Además de los mencionados, incluye los Caracteres de Teofrasto, discípulo de Aristóteles, las Instituciones
oratorias de Quintiliano, E/príncipe de Maquiavelo, las obras del español fray Antonio de Guevara, entre
otros. Cfr. M. Vitier. Del ensayo americano. México: FCE, 1945, 48-50. Véanse tb.: José Luis Gómez-
Martínez, Teoría del ensayo. México: UNAM, Cuadernos de Cuadernos, 1992, 23-27. 10 edic.: Ediciones de
la Universidad de Salamanca, 1981; José Luis Martínez, El ensayo mexicano moderno.., 7; Marcos
Victoria, Teoría del ensayo..., esp. caps. II, III, IV y XIX; Antonio Sacoto, El indio en el ensayo de la
América Española. Ecuador: Cuenca, 1981, 16-17.
Montaigne dedicó casi nueve años de su vida a escribir los dos primeros libros de sus ensayos y continuó
escribiendo hasta 1592, año de su muerte. En total, sus Essais se componen de tres libros divididos en
capítulos, cada uno de los cuales consiste en un ensayo dispuesto cronológicamente, donde se tratan temas
muy diversos, sin establecer otro nexo entre ellos que la persona misma de su autor, que es la materia de su
libro.
31

de buena fe, lector ,,8, un libro preparado sólo con fines domésticos y privados. No
obstante, el hecho de que Montaigne no hubiese escrito sus ensayos con la finalidad de
inscribirlos en los dominios de lo literario, no impide ni invalida que en nuestra lectura
asociemos el ensayo con una noción actualizada de literatura.
De este modo, utilizando una forma clásica con un nuevo sentido y una nueva
finalidad, se creó un tipo literario más complejo, definido por su fundador como "un
decir informe y sin regla, una jerga popular y un proceder sin definición, sin división,
sin conclusión" (Montaigne, oc, 620), y se introdujo un giro inesperado en la palabra
ensayo que comenzó a cargarse de distintos matices, irregularidades, bordes difusos,
amplitud y desorden, incluyendo —como ya lo señalamos- tratados sobre temas muy
diversos y hasta poemas filosóficos, según la variante baconiana que incorporaba
ensayos en verso. La lista de sus sistemáticos u ocasionales cultores más destacados
sería interminable y siempre incompleta: además de los clásicos ya citados, emergió con
fuerza en Inglaterra con Robert Johnson, Dryden, Locke, de Foe, Berkeley, Pope, entre
otros. Hacia fines del siglo XVIII, adquirió mayor precisión, bajo la modalidad del
artículo periodístico, como un escrito breve, sin aparato erudito, al que se le sumaba la
libertad de asunto que le había concedido Montaigne. Puede agregarse a la lista de
precursores o ensayistas propiamente dichos en el mundo no hispánico —aunque en
algunos casos todavía no se los denominaba como tales, en su época -, a Rabelais,
Pascal, Leibniz, Voltaire, J.C.Gottsched, Diderot, los hermanos Schlegel, Goethe,
Schiller, Chateaubriand, Mme. Stal, Schelling, K. L. Reinhold, W.von Humboldt,
Carlyle, Ruskin, Shelley, Taine, Rousseau, Machado de Assis, M. Barrés, Oscar Wilde,
Lukács, Chesterton, Aldous Huxley, Albert Einstein, T.S. Eliot, W. Benjamin, T. W.
Adorno, Robert Musil, Franz Fanon, Roland Barthes, y en el dominio lingüístico del
español, a Quevedo, Gracián, Mesonero Romanos, Larra, Feijóo, Cadalso, Jovellanos,
Donoso Cortés, Giner de los Ríos, Rufino Blanco Fombona, Justo Ingenieros, Ramos
Mejía, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Rojas Sierra, Alfonso Reyes, José Vasconcelos,
José, Manuel Ugarte, Ramiro de Maeztu, Miguel de Unamuno, José Carlos Mariátegui,
Silvio Romero, Ezequiel Martínez Estrada, Américo Castro, Raúl Scalabrini Ortiz, José

8
II t'advertil dés / 'entrée, queje ne ni y suis proposé aucune fin, que
'c 'es! icy un Iivre de bonnefoy, lecteur.
domeslique et privée. le n y ay en nulle con.sideration de Ion service, ni de ma gloire ". Michel E. de
Montaigne, Oeuvres compléles. Edit.par Albert Thibaudet et Maurice Rat. Bruges: BibIiotque de la Pléiade,
1967.
32

Ortega y Gasset, Eduardo Mallea, Héctor Murena, Benito Canal Feijóo, José Luis
Borges, Ernesto Sábato, Pedro Salinas, José Gaos, Juan Larrea, Antonio Pedreira,
Germán Arciniégas, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Octavio Paz, Julio
Cortázar, Alejo Carpentier, Rosario Castellanos, Angel Rama, Severo Sarduy, Carlos
Fuentes, Eugenio Trías, Fernando Savater, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, José
Luis González, Leopoldo Zea, Roberto Fernández Retamar, Carlos Monsiváis, Elena
Poniatowska, Beatriz Sano, Juan José Sebreli, Blas Matamoro, Nelly Richard, Rosario
Ferré, Antonio Benítez Rojo, Arcadio Díaz-Quiñones, solamente como una muestra de
la extrema diversidad temporal, geocultural, estética y de otras variables subjetivas que
tornan riesgosa cualquier posible teorización apresurada y en abstracto sobre el ensayo
en Latinoamérica.
En resumen: tanto la protohistoria como la historia del ensayo a las que
acabamos de aludir, nos enfrentan nuevamente con un dato que ya se había puesto de
manifiesto en el rastreo etimológico del término: la dificultad para su definición y
sistematización a partir de la enorme diversidad de tipos y de materias involucradas. 9
Según lo anunciado, nos ocuparemos de definir el ensayo en situación, en el denso y
plural entramado simbólico de la sociedad y la cultura latinoamericanas, donde se halla
inmerso. Para ello nos concentraremos en dos cuestiones derivadas del cuadro
descriptivo que acabamos de bosquejar: en primer término, la localización del ensayo y
sus formas afines en la compleja red interdiscursiva, y en segundo lugar, la incidencia
de la peculiar configuración interactiva de ese tipo discursivo en su comportamiento
persuasivo.

Hacia una topología del ensayo

Dado que, según lo adelantamos, toda afirmación teórica del ensayo en general
sólo cobra sentido, si se la refiere a un estudio previo del comportamiento del género, en
una época histórica determinada y en un territorio cultural concreto, y puesto en relación

Para ilustrar lo que sostenemos, resulta útil revisar la selección de fragmentos que proponen diferentes
definiciones del ensayo, preparada por José Luis Gómez-Martínez. Entre ellas se advierten, en muchos
casos, evidentes diferencias de precisión y perspicacia teórica e insalvables contradicciones que revelan la
extrema labilidad del género en cuestión. Véase también la bibliografia comentada sobre la dimensión
teórica del ensayo que incluye al final de su libro. Cfr. J. L. Gómez-Martínez 1992, 135-178, 179-221.
33

con la subjetividad de quien lo enuncia, nos limitaremos a señalar los constituyentes


provisorios del discurso ensayístico, sin perder de vista el subtipo seleccionado para
nuestra investigación. Por esta razón, antes de formular una definición operativa e
instrumental del mismo, delinearemos sus marcos discursivos, con el propósito de
examinar su ubicación en la red de interacciones simbólicas, tal como se la concibe
actualmente.
Se pueden distinguir una serie de componentes básicos de todo ensayo, aún
considerando las distintas variantes que éste admite, no sólo en lo que respecta a la
modalidad discursiva elegida sino también en cuanto a los tópicos, las formas elocutivas y
la disposición textual, de acuerdo con la libertad formal inherente a un posible y muy
lábil canon ensayísrico, cuya única restricción dependería del imperativo de construir un
discurso eficaz. Podemos enumerar los siguientes constituyentes específicos del discurso
ensayístico, siguiendo la descripción propuesta por Jaime Alazraki 10: a) una voz reflexiva,
a través de la cual el ensayista dilucida, instalando una presencia subjetiva mediante
marcas formales identificables que neutralizan en algunos casos la aparente objetividad
que pretende alcanzar el discurso; b) un timbre o estilo que apunta a la claridad o a la
inteligibilidad, siempre dentro de una actitud marcadamente conativa de apelación,
persuasión o movilización del destinatario-lector, aunque sin dejar de lado, en el mejor de
los casos, una fuerte preocupación estilística 11 ; e) ideas significadas: los argumentos,
juicios o razonamientos del ensayista, que desarrollan un tema planteado en forma de
hipótesis donde, si entra en juego la imaginación, lo esencial sigue residiendo en los
conceptos que forman un conjunto denso y complejo, oscilante entre la conceptualización
pura y la impresión subjetiva, y por último, d) una sintaxis de sus enunciados que
configura su estructura o modalidad compositiva.
Por otra parte, otro elemento invariable del ensayo es el frecuente recurso a la
digresión12 que le proporciona al discurso la discontinuidad propia de la vida y convierte

10
Cfr. Jaime Alazraki, "Tres formas del ensayo contemporáneo: Borges, Paz, Cortázar," Revista
Iberoamericana, 118-1 19 (enero-junio 1982): 10.
11 Nos referimos a lo que Marichal denominó "voluntad de estilo". Cfr. J. Marichal 1984.
Las imágenes,
metáforas y demás procedimientos elocutivos que incorpora, no interfieren en la comunicación del mensaje,
sino todo lo contrario: la acompañan y refuerzan, otorgándole un plus de significación. Por otra parte, la
preocupación por el estilo no invalida el hecho de que a veces haya una presunción de improvisación, como
se verá en el análisis del Facundo, en el tercer capítulo del presente estudio.
12
Entendemos por digresión, el efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan
conexión o estrecha relación con aquello que se está tratando.
34

el objeto del ensayo en un conflicto detenido, atravesado por rupturas que, en última
instancia, lo sostienen y dan unidad al conjunto.
No obstante, y a pesar de resistirse a caracterizar el ensayo como un género
invertebrado, Alazraki coincide con David Lagmanovich en identificar, hasta hace sólo
unas décadas, una larga trayectoria de estudios teóricos y críticos "contenidistas" que
limitan el análisis del ensayo a ese aspecto, desestimando las cuestiones formales por
considerarlo un género de débil estructuración.' 3 Existió, sin embargo, cierta
continuidad en una línea de reflexión interesada en la forma ensayística, desde las
primeras observaciones metatextuales del mismo Montaigne, incluidas en sus ensayos,
donde perfilaba una estética y una organización genérica alternativas 14 , que fueron
retomadas en algunos escritos de autores del primer romanticismo alemán (Friederich
Schlegel, Novalis, Jean Paul, entre otros), especialmente en el desarrollo de la teoría del
fragmento y el proceso de desmembramiento y reconfiguración del sistema discursivo
que condujo a un desplazamiento de las fronteras genéricas con una consecuente y
notable fecundidad reflexiva, prolongada, ya en el siglo XX, por Georg von Lukács,
Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, en sus trabajos teóricos y críticos sobre el
ensayo, donde coinciden en identificar lo ensayístico con la esencia del ensayo y en
asociar el surgimiento y la proliferación de éste con períodos de crisis y transiciones
genéricas, como el Renacimiento y el Romanticismo.
Enumeraremos, a modo ilustrativo, algunas de las ideas de Lukács incluidas en
el ensayo epistolar que escribió en Florencia, dirigido a su amigo Leo Popper: "Sobre la
esencia y la forma del ensayo: una carta a Leo Popper", en octubre de 1910, puesto que
ya encontramos allí el comienzo de una línea de reflexión y discusión que será
profundizada más adelante y derivará en posiciones opuestas acerca de la condición
genérica del ensayo y su configuración híbrida o fronteriza. El texto del joven Lukács al

13 Cfr. J. Alazraki, "Tres formas del ensayo contemporáneo: Borges, Paz, Cortázar"...: 10, y David
Lagmanovich, "Hacia una teoría del ensayo hispanoamericano", Isaac Jack Levy - Juan Loveluck (eds.),
El ensayo hispánico. Actas del Simposio "The Hispanic Essay" (29-31.1.1981). Columbia - Carolina del
Sur: Univ. of South Carolina - Hispanic Studies Series N°3, 1984.
14
En "De Demócrito y Heráclito", ensayo 50 del Libro ¡ de sus Ensayos, Montaigne explica que, al tratar
un tema del que nada entiende, la forma discursiva adoptada -el ensayo- le permite recorrerlo "sondeando
el vado desde muy lejos" y, aún cuando reconozca la imposibilidad de atravesarlo, se evidencia la
efectividad del juicio. En este mismo ensayo encontramos una interesante descripción del modo de
escritura empleado: "Tomo al azar el primer tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos.
Y jamás pretendo tratarlos por entero ( ... ) Penetro en él, no con amplitud sino con la mayor profundidad
que puedo...". M. de Montaigne, Ensayos completos. Tomo 1. Bs.As.: Edics. Orbis—Hyspamérica, 1984, 18.
35

que hacemos referencia, sirvió de introducción y prólogo a su libro El alma y las formas
(Die Seele und die Formen. Berlin, 19 11)15. En esa misiva, con el estilo y la forma
dialógicos, propios de una carta-ensayo sobre el ensayo, se interrogaba a sí mismo
acerca de los principios ordenadores y la forma de la escritura ensayística, al tiempo que
consultaba e intentaba persuadir con vehemencia a su amigo de la condición de género
literario o gesto artístico que le adjudicaba al ensayo, independiente de las otras formas
discursivas ya conocidas. En una exultante apología del ensayo, Lukács lo situaba entre
la ciencia y la literatura, aún no independizado del todo como forma de la primitiva
unidad indiferenciada entre arte, moral y ciencia, dentro de cuyos límites borrosos
compartía algunos rasgos distintivos de otros géneros, y lo definía como una nueva
articulación de ideas y escritura que planteába temas filosóficos sin "la perfección
helada y definitiva de la filosofia", vale decir, un modo de pensar congruente y próximo
a la vida, configurado desde un punto de vista que precisamente privilegiaba y
revalorizaba la perspectiva (Lukács 1985, 15). Entre los rasgos distintivos, destacaba en
primer lugar el proceso de juzgar más que el juicio mismo, su condición de pieza
inacabada y la perdurabilidad del pensamiento del ensayista a pesar del paso del tiempo,
fundada en su arquitectura artística.
Medio siglo después, también desde los márgenes, en "El ensayo como forma"
(1958), Theodor W. Adorno complementó las primeras reflexiones de Lukács y en
ciertos puntos las contradijo, especialmente cuando cuestionaba la teoría lukacsiana del
ensayo como "forma artística". 16 En el citado trabajo, Adorno insistía en vincular
ensayo y heterodoxia, resaltando su carácter antisistemático, antidogmático,
fragmentario o, al menos, renuente a dar cuenta de visiones totalizantes y alejado del
espíritu cientificista, por cuanto revisaba y llegaba a liquidar las premisas de las que
partía. Con este argumento afectaba incluso gran parte de la obra de la madurez de
Lukács, asociada con el dogmatismo staliniano, especialmente los ensayos tardíos del
crítico húngaro a los que Adorno adjudicó la falacia de derivarse directamente de la
"teoría" (Adorno 1962, 17-27). En este mismo ensayo, nos interesa llamar la atención
sobre la redefinición de ese tipo que Adorno proponía enumerando un nuevo conjunto
de características peculiares que lo colocaban en un lugar intermedio entre la ciencia y

15 Cfr. G. y. Lukács, E/alma y laformas. Teoría de la novela. Ensayos. México: Grijalbo, 1985.
16
Cfr. Theodor W. Adorno, "El ensayo como forma"...: 11-36.
36

la filosofía. Como es fácil de advertir, la definición de Adorno se centra en la cuestión


formal para presentar el ensayo como manifestación de una dimensión utópica:

Como la mayoría de los términos que sobreviven históricamente, la palabra


'ensayo', en la que se unen la utopía del pensamiento —dar en el blanco- con la
conciencia de la propia fatalidad y provisionalidad, da una información acerca de la
forma en cuestión, que es tanto más de tener en cuenta, cuanto que no lo hace
programáticamente sino como caracterización de la intención tanteadora. (Adorno
1962, 27-28)

A continuación, sin dejar de considerar la ambigüedad propia del ensayo en el


desarrollo posterior del concepto, Adorno advertía sobre la irreversible separación
histórica entre ciencia y arte, como consecuencia de la cosificación del mundo en un
creciente proceso de desmitologización. Y en un claro esfuerzo por evitar hipostasiar
dicha contraposición, en la que descubría la huella de un orden represivo, desaparecida
la conciencia donde intuición y concepto, imagen y signo eran una sola cosa, sólo sería
posible —sostenía Adorno- pensar la restitución de esa unidad perdida como la utópica
consumación de un proceso de mediación, en el cual el ensayo debía cumplir un rol
metodológico. Es así como llegó a concebirlo como la forma del deseo de una totalidad
eternamente suspendida, nunca cumplida, pero siempre por venir, como un género
condenado a un eterno deambular digresivo 17 , insistiendo en su proceder
"metódicamente ametódico" (23) y en su abstención de reducirlo todo a un principio. En
cuanto desentrañaba la irónica modestia de la palabra essais, utilizada por Montaigne,
Adorno continuaba su descripción en estos términos: "No obedece a la regla del juego
de la ciencia y de la teoría organizadas...", ni "... apunta a una construcción cerrada,
deductiva o inductiva"( 19), el ensayo se yergue sobre todo contra la doctrina arraigada
desde Platón, según la cual lo cambiante y efimero es indigno de la filosofía y refiere a

17Cfr. Adorno 1962. 15-19. Claire de Obaldía advierte que esta misma tendencia de pensar el ensayo como
totalidad siempre por hacerse o por venir, se encuentra en Georg Lukács y Walter Benjamin, y vincula esta
condición de "forma exiliada" con la de topos dislocado, buscando incesantemente la reintegración que el
ensayo presenta desde el Renacimiento. Cfr. C. de Obaldía, The Essayistic Spirit. Literature, Modern
Criticism and the Essay, 40. Para un análisis más detenido de los dos textos mencionados, véase
especialmente el primer apartado (The essay as a parergon) del capítulo 3, titulado "Philosophical Essayism",
C. de Obaldía, 99-125.
37

la experiencia histórica que incluye la experiencia individual y así suspende al mismo


tiempo el concepto tradicional de rnétodo(15-17). En el ensayo -según Adorno-, "el
pensamiento tiene su profundidad en la profundidad con que penetra en la cosa" (21) y
la forma debe guardar afinidad con la "abierta experiencia espiritual al precio de la falta
de seguridad temida como la muerte por la norma del pensamiento establecido" (24).
Finalmente, la rápida mirada que dirigió el filósofo alemán a las formaciones
históricas de los significados convencionales, en sus dimensiones culturales e
ideológicas, especialmente en el marco de la cultura europea, pareció tener el propósito
de introducir una nueva interpretación personal que rescataría la faceta lúdica y la
libertad del espíritu de ese tipo discursivo, concluyendo que: "[E]l ensayo no admite que
se le prescriba su competencia" (12), y destacando su actitud provocativa frente a la
certeza libre de toda duda y la percepción clara y distinta que proclamaba el método
cartesiano, principio de la ciencia occidental (26-27). En este sentido, a pesar de las
divergencias manifiestas entre las teorizaciones de Adorno y Lukács, resulta evidente
que ambos pensadores recurrieron en cierto modo a la misma metodología, al formular
una definición abstracta que resultaba válida hasta para leer sus propios ensayos, sin
realizar previamente una revisión más minuciosa y comprensiva de las distintas formas
que había asumido el ensayismo a lo largo de la historia en diferentes lugares y culturas.
Desde entonces hasta la actualidad, es posible rastrear varias líneas de continuidad
y de constante recuperación de algunos de los intereses y preocupaciones que
identificamos en el itinerario teórico trazado por aquellos autores, en reflexiones que
tendrán lugar en diferentes instancias posteriores 18 con el fin de reconstruir una secuencia
reflexiva que derivará en el planteo de las cuestiones acerca del ensayo hispánico e
hispanoamericano debatidas entre los setenta y los ochenta, en dos eventos que tuvieron
lugar en el ámbito académico de la América del Norte: el XIV Congreso del Instituto
Internacional de Literatura Iberoamericana, realizado en la Universidad de Toronto
(Canadá), donde se reunieron trabajos cuya temática central era el ensayo en nuestro

18 Merece destacarse la prolífica producción teórica y crítica sobre el ensayo procedente de Alemania, que ha

contribuido notablemente a la apertura y expansión de nuevas líneas interpretativas del discurso ensayístico
en general. Además de los autores citados, nos referimos a estudios como los que enumeramos a
continuación: Max Bense, "Über den Essay und seine Prosa", Merkur, 3 (1947), 414-424; Gerhard Haas,
Siudien :ur Form des Essays. Max Niemeyer, 1966 y del mismo autor, Essay. Met:Ier, 1969; Michael
Hamburger, "Essay über den Essay", AL-ente, 12 (1965), 290-292, y Ludwig Róhner, Der Deutsche Essay:
Materialien :ur Geschichte undÁesthetik einer /iterarischen Gattung. Luchterhand, 1966, entre otros.
38

continente: El ensayo y la crítica literaria en Iberoamérica,'9 y el Simposio "The Hispanic


Essay. Theoretical Formulations, Authors, Trends and Issues ", realizado en la
Universidad de Carolina del Sur, en Columbia (EEUU), en 1981.20 En este último, se
debatieron cuestiones teóricas alrededor de una serie de interrogantes comunes: ¿es el
ensayo un género discursivo?, ¿es un género literario?, ¿cuáles serían las propiedades
formales específicas que podrían considerarse sus marcadores genéricos?
Recién en los años ochenta se canonizó en la academia la discusión acerca de la
forma ensayística.2 ' Sin embargo, con casi dos décadas de anterioridad, el crítico uruguayo
Carlos Real de Azúa anticipó en la "Introducción y advertencia" que servía de prólogo a su
Antología del ensayo uruguayo contemporáneo ( 1964), una serie de planteos acerca del
ensayo que apuntaban a avanzar por encima de su fisonomía heterogénea y aparentemente
ilimitada, hasta trazar sus líneas demarcatorias con cierta precisión, sosteniendo su carácter
limitable, a pesar de concederle una mayor dosis de elusividad que desdibujaría
notoriamente los contornos de este tipo discursivo y, en general, los de la prosa conceptual
en sus diferentes variantes. Tras las huellas de la teoría adomiana sobre el ensayo, Real de
Azúa lo caracterizó como una "agencia verbal del espíritu" —apropiándose de la expresión
de Alfonso Reyes- que encontraba su especificidad en su "modo peculiar de ataque" 22 y
deslizó una afirmación interesante y provocativa:

El ensayo es, intuitivamente interdiscilinario ( ... ). Tiende a hacer coexistir


distintos planos y distintos órdenes de ideas; con la atención afincada sobre un

19
Cfr.Kurt L.Levy y Keith ElIis,eds.El ensayo y la crítica literaria en Iberoamérica. Memoria del XIV°
Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana.Toronto,CA: Ed.Univ.de Toronto, 1970.
20
Cfr. Isaac Jack Levy - Juan Loveluck (edits.), El ensayo hispánico. Actas del Simposio "The Hispanic
Essay: Theoretical Formulations, Authors, Trends and Issues ". (Univ.of South Carolina, 29-3111981).
Columbia-South Carolina: Univ. of South Carolina - Hispanic Studies Series N° 3, 1984.
21
Es necesario aclarar al respecto que cuando hablamos de forma, no nos referimos a una categoría
opuesta al fondo o contenido, sino a la noción bajtiniana que incorpora la ideología a la forma. Bajtin
define la forma por su carácter social y su función de organizar estéticamente los contenidos axiológicos
de la obra literaria. Asimismo, resulta interesante y complementaria con el planteo anterior la propuesta
de Hayden White de leer "el contenido de la forma" en sus estudios teóricos sobre el discurso histórico.
Cfr. Pável Medvedev (Mijail Bachtin), "La ciencia de las ideologías y sus problemas más inmediatos"
(1928), II metodo forma/e nel/a sciena della letteralura; introdu:ione al/a poetica sociologica. 1"parte,
Cap. 1. Bari: Dedalo Libri, 1978; M. Bajtin, Esthétique el théorie du roman. Paris: Gallimard, 1978, y H.
White, "Introducción: la poética de la historia", Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del
siglo XIX. México: FCE, 1992, y del mismo autor, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y
representación histórica. Bs.As.: Paidós, 1992.
22
Carlos Real de Azúa, "Introducción y advertencia", Antología del ensayo uruguayo contemporáneo. Tomo
1. Montevideo: Universidad de la República - Departamento de Publicaciones- Letras Nacionales 5, 1964, 15.
39

objeto o un tema (el "estudio" al fin, el informal "poner entre paréntesis" de la


fenomenología) convoca diferentes puntos de vista que pueden lograr el impacto
iluminador que la metáfora alcanza... (Real de Azúa 1964, 21)

Curiosamente los estudios posteriores sobre el ensayo han ignorado por completo
la tesis propuesta por Real de Azúa que destaca la novedad de las conexiones
interdisciplinarias como un dato natural y espontáneo, intrínseco al ensayo mismo, en tanto
que, según nuestro parecer, ésta eslabona y anuncia algunas de las inflexiones más
recientes de la teoría sobre el ensayo, que lo describen como un discurso fronterizo, un
híbrido literario, o un género mestizo, forma mixta, propicia para comunicar planteos que
desbordan los límites estrechos fijados por una disciplina determinada, sin dejar de
ubicarlo en los dominios de la literatura.
Ésta es una de las cuestiones centrales que articulan la discusión teórica y crítica
del ensayo en nuestra década. Cabe tener en cuenta en este punto que el estado de la
cuestión recién trazado parte del tipo particular de ensayo que nos ocupa y sólo
eventualmente puede remitirse a otras clases de ensayos. A nuestro juicio, se pueden
distinguir tres problemas ligados a su ubicación discursiva y, por ende, a su forma y
función, que adquieren especial interés en relación con las tesis que proponemos: en
primer lugar, la definición de su posición fronteriza o no respecto de otros discursos
sociales y culturales, dentro del vasto entramado semiótico en el que interactúa,
delimitando sus marcos discursivos en relación con los campos disciplinarios; en segundo
término, la discusión acerca de su inscripción como género en el campo de la literatura o,
de lo contrario, una tercera posición, que lo asocia con la superación de los límites
genéricos, optando por ligarlo con nociones más amplias como actitud, dimensión, modo o
espíritu ensayístico.

El ensayo, un discurso fronterizo

Si durante la segunda mitad del siglo XX se trazaron los límites de esta


constelación discursiva y se señalaron sus zonas colindantes, en algunos casos, con la
consiguiente dificultad para deslindar territorios y discriminar competencias y dominios,
hacia el final del siglo prosperó la idea de la heterogeneidad discursiva o de la contextura
40

compleja, diversa y pluridisciplinar asociada al ensayo, sin afectar la coexistencia de


ensayos disciplinariamente centrados y enmarcados que comparten algunos rasgos con el
tratado científico y otras formas discursivas vecinas más disciplinadas. Una clara muestra
de esta tendencia aparece en dos trabajos leídos en el Congreso de LASA (Latin American
Studies Association), realizado en Chicago (EEUU), en 1998 23 . Una de las ponencias
aludidas consiste en una presentación de un posible programa de historia intelectual, en la
que Carlos Altamirano sitúa al ensayo en ese "paisaje más proliferante que estructurado"
que propone como el hábitat de su programa interdisciplinario, donde confluyen la historia
política, la historia de las élites culturales y el análisis histórico de la literatura de ideas, y
resalta la pluralidad y la condición fronteriza -"en el linde de varios intereses y de varias
disciplinas"- de los tipos textuales que admite el conglomerado discursivo que Marc
Angenot denomina "géneros doxológicos y persuasivos" o que, utilizando un término aún
más amplio e impreciso, solemos designar con el rótulo de "pensamiento", para aludir
naturalmente a las facultades reflexivas, argumentativas y polémicas de los textos reunidos
bajo ese término. Dentro de ese sector fronterizo encuentra un lugar relevante el ensayo,
aunque Altamirano se encarga de cuestionar el monopolio del amplio espacio discursivo
que otros críticos parecen empeñados en adjudicarle a ese tipo de discurso, sin aportar una
ventaja crítica evidente. 24
Por su parte, en la segunda ponencia que mencionamos, Walter Mignolo aborda

23 Cfr. Carlos Altamirano, "Ideas para un programa de historia intelectual" (Ponencia leída en el Congreso de
LASA, en Chicago, set. 1998), Prismas (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina), 3 (1999), y Walter D.
Mignolo, "Coloniality at large: knowledge at the late stage of the modern!colonial world system"(Ponencia
leída en el Congreso de LASA, en Chicago, set. 1998), JILAS (Journal of Iberian and Latin American
Studies) Special issue on "The Subject of Cultural Studies".The University of Auckland, New Zealand (1999).
24 El crítico uruguayo Alberto Zum Felde es un exponente clásico de esta postura excesivamente amplia
Indice
y concesiva a la hora de armar un corpus de ensayos latinoamericanos, como lo demuestra en su
crítico de la literatura hispanoamericana: el ensayo y la crítica. México: Ed. Guaranía, 1954. El mismo
criterio de dudosa consistencia teórica sigue vigente aún en nuestros días, en algunos textos sobre el ensayo
que incluyen dentro de esa categoría materiales que identificamos mejor como proclamas, discursos,
manifiestos políticos y otros tipos de escritos construidos con formas emparentadas. Nos referimos
concretamente a algunos de los más recientes esbozos históricos y volúmenes antológicos del ensayo
latinoamericano publicados en los últimos años, como el estudio introductorio sobre el desarrollo histórico del
ensayo en Latinoamérica: Los géneros ensayísticos hispanoamericanos, de Teodosio Fernández, quien
deliberadamente no ingresa en el debate acerca de una definición que fundamente el recorte del objeto ensayo
con el que trabajará, excepto cuando lo delimita por la negativa (lo que no es narrativa ficcional, ni poesía ni
teatro), y como la antología preparada por Susana Rotker, titulada: Ensayistas de Nuestra América, en la cual
no se problematiza el concepto ni se explicita el criterio utilizado para la heterogénea selección propuesta.
Cfr. Teodosio Fernández, Los géneros ensayísticos hispanoamericanos.
Madrid: Taurus, 1990; AAVV.
Ensayistas de Nuestra América. Tomo 1: De Moreno a Sarmiento. Estudio preliminar, selección y notas sobre
los autores de Susana Rotker. Bs.As.: Losada, 1994, y AAVV. Ensayistas de Nuestra América. Tomo II: De
Bello a Gonále: Prada. Est.prelim., selección y notas sobre los autores de S. Rotker. Bs.As.: Losada, 1994.
41

4v lateralmente la función cumplida por el ensayo como uno de los géneros discursivos más
frecuentados en Latinoamérica, hasta hace unas décadas, para la articulación del
pensamiento acerca de la historia y la sociedad, cuando reflexiona sobre los efectos de la
reconfiguración de conceptos, modelos y fuerzas sociales en la estructura misma de la
producción de conocimientos y la consecuente reformulación disciplinaria e
interdisciplinaria, operada especialmente en el campo de las ciencias humanas y sociales.
Mignolo señala el desplazamiento de esa forma discursiva desde los dominios más anchos
del conocimiento hacia los de la literatura, en las llamadas ciencias del hombre, de donde
puede inferirse el lugar "natural", multidisciplinario, que solía ocupar, previamente al auge
de la compartimentalización institucional en disciplinas, más proclive a las formas
discursivas menos dúctiles y más rígidamente enmarcadas. -Por último, destaca -la estrecha
relación existente entre el discurso ensayístico y una segunda rama de la filosofía en
Latinoamérica que se pregunta por la existencia o la posibilidad de una filosofía
latinoamericana, en la medida que tanto el ensayo -pensado como manifestación discursiva
paraliteraria o paratáctica-, la modalidad del discurso filosófico antes mencionada y la
literatura en general, sobrepasan la distinción binaria sujeto-objeto y la supuesta
neutralidad frente al objeto del saber que distingue la epistemología de las ciencias
sociales, en el marco de un inminente proceso de transculturación del pensamiento desde
sus formas más canónicas y disciplinarias hacia un nivel más radical de
transdisciplinariedad.25
Pero la condiciónfronteriza y heterogénea que proponemos como consustancial
al ensayo latinoamericano, no termina, desde nuestra perspectiva, en la determinación
- - de sus relaciones con otras disciplinas y otros campos del saber, como la filosofía, la
historia, la política, la ciencia en sus más diversas ramas, la didáctica, la crítica literaria
y cultural, entre otras, sobre las cuales preferimos no explayamos a priori en este

25La voluntad de hacer dialogar una posible teoría del ensayo iberoamericano con la noción de
interdisciplinariedad y la perspectiva derivada de ella, se hace explícita en la presentación del proyecto El
Ensayo en América Latina en el siglo )O(, dirigido por Horacio Cerutti Guldberg junto con Liliana
Weinberg en la UNAM (México), cuyos volúmenes reúnen algunos trabajos que intentan encauzarSe
dentro de esa misma línea. Asimismo en la presentación del primer volumen, Cerutti Guldberg llega a
admitir que la tendencia del ensayo a transgredir fronteras institucionalizadas reclama una consideración
transdisciplinaria. Cfr. AAVV, El ensayo en Nuestra América. Para una reconceptuali:ación. (Actas del
Coloquio Internacional sobre el Ensayo en América Latina en el siglo XX Sufuer:a epistémica). Coord.
por Horacio Cerutti Guldberg. México: UNAM -CCYDEL - Colección El ensayo iberoamericano 1,
1993; AA VV, El ensayo iberoamericano. Perspectivas. (Actas del II Coloquio Internacional). Coord. por
H. Cerutti Guldberg. México: UNAM -CCYDEL - Colección El ensayo iberoamericano 4, 1995.
42

do esbozo teórico, para desarrollarlos en los casos concretos que analizaremos en la


segunda parte de nuestro estudio. Existe además una tradición persistente que considera
el ensayo en Latinoamérica como un género híbrido, que alberga un fenómeno de
interpenetración de diferentes discursos y subespecies, aún dentro del mismo territorio
de la literatura. 26 En. las Meditaciones del QuUote (1914), José Ortega y Gasset ya
presentaba al ensayo como una forma disciplinariamente descentrada, asociada con el
discurso profesoral, periodístico y político, y apta para expresar los resultados de una
reflexión sobre un dominio indeterminado de objetos. Y hacia mediados de nuestro
siglo, Max Bense hablaba de "una forma de filosofar experimental ensayista" y lo definía
como un "filosofar de tentativa" 27 . Y más específicamente, en algunos estudios clásicos
sobre el ensayo latinoamericano, encontramos imágenes o anticipos de descripciones
que lo definen por sus zonas lindantes con otros discursos o géneros, recurriendo a
enunciados sincréticos: "pensamiento espoleado por la imaginación" (J. M. Oviedo, 15),
embridado unas veces en un mismo espacio discursivo entre la meditación filosófica y
la efusión lírica28 , o atravesado otras por la tensión entre lo estético y lo científico, entre
la presunta objetividad disciplinaria y los dictados de la fantasía subjetiva y el libre
arbitrio de la imaginación: meditación con vuelo lírico, "lugar intermedio donde prosa y
poesía se reencuentran" (J. Leenhardt 1984, 134) o según el decir de Real de Azúa:

agencia verbal del espíritu, del pensamiento, del juicio, situada —ambigua,
incómodamente- en las zonas fronterizas de la Ciencia, de la Literatura y de la
Filosofia (R.de Azúa 1964, 26)

26
Hemos propuesto una caracterización del discurso ensayístico que sigue esta línea teórico-interpretativa en
nuestros trabajos: "Entre la historia y la ficción. El ensayo en Hispanoamérica: una discursividad fronteriza".
Cfr. Elisa T. Calabrese (coord.). Itinerarios entre la ficción y la historia. Transdiscursividad en la literatura
hispanoamericana y argentina. Bs.As.: Grupo Editor Latinoamericano, 1994:11-26, y "El ensayo
latinoamericano del siglo XIX: la producción de significaciones culturales", Literatura latinoamericana.
Otras miradas, otras lecturas (Actas de las IX Jornadas de investigación del Instituto de Literatura
hispanoamericana de la UBA). Bs..As.: Univ.de Bs. As.-Facultad de Filosofia y Letras - Instituto de
Literatura Hispanoamericana, 1994: 163-166.
t 27

28
Max Bense, Hegel y Kierkegaard Una investigación de principios. México: UNAM, 1969, 11.
También Andrenio (Eduardo Gómez de Baquero), en "La prosa periodística y el ensayo", Nacionalismo e
hispanismo y otros ensayos (Madrid: Historia Nueva, 1928), relacionaba la filosofia con el ensayo, al
definirlo como una "filosofia popular y literaria, que casa la meditación con el ensueño y la viste de
metáforas, como hacen los poetas con sus ficciones. Los mejores ensayistas son poetas de las ideas y de la
historia" (216).
43

Entre Ja filosofia y la literatura, entre la ciencia y la imaginación poética, esta


misma ubicación fronteriza del ensayo paradójicamente, en más de un caso, ha sido
esgrimida para excluirlo de ambas márgenes o, al menos, para impedirle participar en
cualquiera de esos campos con un lugar propio. Si, por una parte, la imputación de
impureza marca su exclusión tanto de la ciencia 29 como de la literatura, por otra, el
monopolio de la función ensayística por parte de algunas disciplinas, llega a poner en
duda la legitimidad de la inscripción literaria de este modo discursivo.

Ensayo y literatura

En el contexto de la cultura latinoamericana, la conformación discursiva


heterogénea del ensayo asume una función central en su relación con el vasto y diverso
paisaje de la literatura subcontinental. Así lo percibió Ezequiel Martínez Estrada, quien
1
ya hacia mediados del siglo XX aludía a la pluralidad formal del ensayo en la
descripción incluida en su artículo sobre Montaigne:

Susceptible de tomar cualquier estructura y de alcanzar cualquier dimensión,


desde el aforismo hasta la crónica exhaustiva, según lo que contengan los
propósitos del autor, caben en su texto con idéntica licitud el escolio, el relato, el
panfleto, el panegírico. Su mérito está en la inexpresable flexibilidad con que
recibe sin perder su naturaleza cualquier material según cualquier disposición. 3°

Asimismo José Miguel Oviedo transita por esas mismas sendas, cuando lo describe

29
La descripción que ofrece Horacio Ceruui Guldberg acerca de la marginalidad del ensayo en la academia es
lo suficientemente elocuente para ilustrar el desplazamiento bastante generalizado del ensayo a partir del
apogeo de las ciencias sociales:
manifestación cultural condenada, si no a la extinción sí a la marginalidad en un mundo de
papers, de conocimiento trivializado e irrelevante. Quizá superado y llevado a la obsolescencia por
los desarrollos más confiables de las ciencias sociales, el ensayo habría quedado recluido en el
desván de la subjetividad ( ... ). Expresión de un tipo de pensamiento oscilante entre el optimismo y el
pesimismo, convocación profética y regañona, sin fuerza conceptual y afecto a las pirotecnias
verbales, más retórico que argumentativo, ¿quién querría revivir su tendencia proverbial a la
asistematicidad, a esa práctica peyorativamente denominada ensayismo? (H. Cerutti Guldberg 1995:
IX).
30
E. Martínez Estrada "Montaigne, filósofo impremeditado y fortuito", Heraldos de la verdad.
Montaigne, Balzac, Niet:sche. Bs.As.: Nova, 1958, 83, cit. en Liliana Weinberg de Magis, E:equiel
Martíne: Estrada y la interpretación del "Martín Fierro ". México: UNAM - CCY DEL - Nuestra
América, 1992: 49.
44

como "una forma literaria curiosa hecha de ciencia, voluntad didáctica, habilidad crítica,
información, poesía, testimonio personal y tratamiento artístico de los más diversos temas"
(Oviedo, 17), incluso cuando éstos no sean literarios.
Ahora bien, la dificultad para responder consensuadamente acerca de la pertinencia
o no de incluir el ensayo dentro de la literatura, alcanza la decisión todavía mucho más
discutible de asignarle con cierto grado de certeza el rótulo de género literario. A la
primera cuestión podría aducirse la necesidad de un replanteo de la noción de literatura
que la amplíe e incorpore explícitamente en ella la por mucho tiempo relegada literatura
de ideas.3 ' Por otra parte, quienes se niegan a revisar la identificación de la literatura con
los componentes y procedimientos propios de la ficción —que prevaleció durante las dos
últimas centurias-, alegan precisamente la ausencia de un núcleo ficticio en la mayoría de
los ensayos y, como contrapartida, la sobreabundancia de elementos conceptuales con un
neto predominio de estrategias expositivas y argumentativas que lo alejarían o lo
desplazarían hacia los márgenes de la literatura. Otras posturas intermedias lo describen
como una "pieza ideológica de cierto sesgo literario" que, analizada desde una perspectiva
lingüístico-formal, aparece delimitada entre las dos orillas que la cercan: de un lado, la del
lenguaje preponderantemente artístico y del otro, la del lenguaje eminentemente
científco. 32
En el extremo opuesto a esta posición, Robert Scholes y Carl Klaus proponen
estudiar el ensayo dentro de los dominios de la crítica literaria, apelando a su sorprendente
vitalidad probada en numerosos exponentes de reconocido valor, y a la constante
referencia a las dimensiones ensayísticas y sus cualidades, aplicables a otras clases
literarias de indudable calidad artística. 33 Por otra parte, la presencia de algunas
modalidades literarias o estéticas que trasuntan un trabajo creativo del lenguaje, con estilo
y una subjetividad que se expresa de un modo personal en ese acto, contribuyen a marcar
cierta distancia respecto de la mera propaganda, la polémica, la arenga, el escrito
ideológico político, social, religioso, más pragmáticos, inmediatos y combativos, y de los

31
En El deslinde, Alfonso Reyes asocia el ensayo con un tipo de literatura "ancilar", constituida por lo que
denomina "sistemas dispersos", aludiendo a su interacción con otras modalidades discursivas de las prácticas
letradas. Cfr. A. Reyes, El deslinde. Prolegómenos ala teoría literaria. México:FCE, 1963, esp. cap. II de la
Primera parte.
32
Pedro Aullón de Haro, Los géneros ensayísticos ene! siglo X(. Madrid: Taurus, 1987, 100.
4th edition. London: Oxford
33
Cfr. Robert Scholes y Carl H. Klaus (eds.), Elemenis of Lilerature.
University Press, 1991,2.
45

que, sin embargo, no termina de separarse totalmente, a riesgo de ser dejado de lado por
mero desinterés.
En suma, en la frontera de lo estético y lo científico, de lo político panfletario, lo
filosófico y lo periodístico, conjugando a menudo procedimientos poéticos con
estrategias didácticas, operaciones narrativas y recursos dramáticos, elementos
autobiográficos y testimoniales con rasgos provenientes de la oratoria, del género
epistolar, del discurso forense o del estudio crítico, entre otros, el ensayo de
interpretación cultural reemplaza la sistematización científica por una ordenación
estética que, en definitiva, es el resultado de una "estilización artística de lo
didáctico"34 .

En cuanto a su ubicación en un sistema genérico, dentro de los dominios de la


literatura, se han presentado distintos tipos de propuestas: desde la consideración de que
el ensayo excede la tradicional organización tripartita de los géneros literarios -poesía,
narrativa (cuento y novela) y drama- que lo excluye, o la defensa de su agenericidad
que llega a catalogarlo como un no-género, reconocible por sus zonas fronterizas con
los géneros mejor delimitados y establecidos 35, hasta la que expande el sistema genérico,
incorporando el ensayo dentro de un hipotético cuarto género36 o categoría literaria, que
vinculamos con la noción de literatura extendida ("extended literature"), desarrollada
por Alastair Fowler37, quien presupone lo literario y lo artístico como componentes
germinales del género crítico del ensayo y, por ende, la crítica como constituyente
intrínseco del arte. Dentro de la última proposición, el ensayo asume, en cierto sentido,
la función de término genérico del grupo de escritos en prosa no ficcional, con una

" Eduardo Gómez de Baquero, "El ensayo y los ensayistas españoles contemporáneos ", El renacimiento de
la novela en e/siglo XIX. Madrid: Edit. Mundo Latino, 1924, 140-1, cit.por J.L.Gómez-Martínez 1992, 20-21.
31
Cfr. Lidia N. G. de Amarilla, El ensayo literario contemporáneo. La Plata: Fac. de Humanidades y
Ciencias de la Educación, 1951, 8, y también J. Leenhardt, 130. En esta misma línea, se encuadra la
afirmación de Juan Marichal al ver el ensayo más que un género, "una 'operación' literaria, un 'cómo' en
vez de un continente expresivo". J. Marichal 1984, 12.
36
Scholes y Klaus visualizan el ensayo como cuarto prototipo genérico, dentro del continuo de posibilidades
literarias. Estos autores prevén además que cada una de las categorías admita a su vez cuatro posibilidades
como énfasis o estrategias. En el caso del ensayo, la estrategia se identifica con la persuasión ensayíslica. Al
comentar esta propuesta, Paul Hernadi critica la elección del ensayo como una de las cuatro categorías
centrales, argumentando que así como ciertos ensayos son ejemplos de la comunicación verbal no artística,
puramente utilitaria, otros son personales y artísticos, pero pierden su naturaleza estrictamente temática. Entre
los teóricos que intentaron volver a la clasificación cuatripartita prerromántica, incorporando alguna versión
del género didáctico, Hernadi destaca a Herbert Seidier, Wolfgang Victor Ruttkowski y Willi Fleming, Cfr.
Scholes y Klaus 1991; Paul Hernadi, Teoría de los géneros. Barcelona: Antoni Bosch ed., 1978, 118-9.
37
Alastair Fowier, Kinds of Literalure: Introduction lo Ihe Theory of Genres and Modes. London: Oxford
University Press, 1982, 9.
46

extensión limitada, asociándose para organizar estéticamente su material, con todo tipo
de formas potencialmente literarias, algunas de las cuales lo precedieron en su
momento, luego facilitaron su surgimiento y aún hoy coexisten con él.
En este punto, quedan en pie algunos interrogantes: ¿podría pensarse que la
carencia o la poco común versatilidad de la posible condición genérica del ensayo
proviene del hecho de que se trata de una instancia previa, germinal, de la "matriz de
todas las posibilidades genéricas", como lo sugiere el crítico de Barthes, Réda
BensmaYa?38 ¿O podríamos deducir entonces que estamos frente a un producto derivado o
suplementario de otro género principal o, por el contrario, que se trata de una forma
precedente de todas las demás? Naturalmente la enorme variedad de modalidades
fluctuantes que reúne el discurso ensayístico fomenta respuestas múltiples, radicalmente
diferentes y hasta contradictorias: cuarto género, no-género, matriz de todos los géneros,
germen o epilogo de otros géneros, y en verdad no es fácil ni pertinente decid irse a priori
por una de ellas.
Para sortear las aporías planteadas por la topología del ensayo que acabamos de
reseñar, la noción de literatura en potencia ("literature in potentia ") ofrece la ventaja de
situar el ensayo en una relación afin a la de los otros géneros -biografia, diálogo, historia,
autobiografia, carta, sermón, máximas, aforismos y otros- que Alastair Fowier reúne bajo
ese rótulo de reciente factura, que se caracteriza por rodear, a modo de un plasma de
formas emparentadas, el núcleo de los géneros centrales. Como es evidente, el estatuto de
literatura en potencia supone la concurrencia en el discurso ensayístico de varias técnicas
literarias, ficcionales o de la novela en particular.
Además de las posibilidades enumeradas, la relación del ensayo con el discurso
literario admite otros matices que revelan problemas de interés para el estado de la
cuestión que nos proponemos trazar, como las dos aristas de la diferencia entre los
términos antes mencionados: si desde un planteo temporal y dinámico puede decirse que
el ensayo aún no es literatura, pero puede llegar a serlo, desde una perspectiva más
estática y sincrónica, la diferencia se presenta entre lo literario y lo extraliterario.
Finalmente podemos concluir que, en su acepción más amplia e inclusiva, el ensayo

38
Réda BensmaTa, The Barihes Effect. The Essay as Refieclive Texi. Trans. Pat Fedkiew. Minneapolis:
Univ.ofMinessota Press, 1987,91-2.
39
Cfr. Alastair Fowler 1982, 5. Según consigna Claire de Obaldía, la expresión citada ha sido utilizada
anteriormente por Michel Beaujour en "Genus Universum", Glyph, 7 (1980), 27. Cfr. C. de Obaldía 1995, 6.
47

engloba casi todos los géneros en ambos lados del margen literario, de modo que la
divisoria entre lo literario y lo extraliterario opera también incluso dentro de su dominio.

Lo ensayístico: actitud, dimensión, modo, espíritu

Si replanteamos la cuestión de su delimitación y nos preguntamos por las


características que lo definen, ya no como forma genérica sino como lo ensayístico en el
sentido de tendencia, modo o extensión modal de aquélla40, se nos presenta una nueva
posibilidad de pensar la vinculación del ensayo con la literatura y la discursividad en
general, por medio de nociones transversales a las segmentaciones genéricas. Nos
referimos a una dimensión o actitud ensayística, modo, estilo o espíritu ensayístico.
En esta misma línea de reflexión, pueden identificarse en la historia del ensayo
dos tendencias polarizadas y opuestas, representadas por sus dos fundadores: Montaigne
y Bacon. En tanto que Montaigne escribe sus "leçons morales ", a partir de vivencias
personales, de un modo más intenso y artístico, dominado por la intuición poética y
postergando el afán docente para dar lugar a la conversación íntima y familiar del sabio
autor, por su parte Bacon ensaya desde abstracciones, de una forma más ordenada y
natural, y con una dosis mayor de individualismo. Sus "dispersed meditations" se acercan
más a formulaciones conceptuales concisas y hasta aforísticas. Estas dos propuestas que
tendrán continuadores a lo largo del devenir histórico del ensayismo, ilustran claramente
los dos tipos discursivos que Marc Angenot distingue en el uso moderno del ensayo: el
ensayo-meditación ("essai-méditation') y el ensayo cognitivo ("essai cognitf") o
ensayo-diagnóstico, caracterizados por funciones ideológicas, modos de enunciación y
disposiciones internas diferentes y opuestas. 4 ' De acuerdo con la reformulación del
esquema de Rohner propuesta por Angenot, hablar de una dimensión ensayística
implica visualizar otro extremo opuesto que se corresponde con una dimensión más
sistemática del discurso reflexivo.

° Para esta cuestión, resulta útil la distinción que propone Fowler entre género ("kind") y modo ("mode"),
identificándose el primero con el sustantivo y el segundo con el adjetivo. Cfr. A. Fowler 1982, 88.
41
En su clasificación, Angenot sigue con algunos cambios a Ludwig Rohner, quien en Der Deutsche Essay
(1966) distinguió "Essay"(ensayo) en sentido estricto, más subjetivo, aforístico, estético, asociativo e
intuitivo, y "Abhandlung"(tratado, disertación), más objetivo, metódico y concreto. El desacuerdo entre
ambos reside en que Angenot considera los dos tipos en la categoría ensayo literario ("essai lilléraire"), en
tanto que Rohner insistía en el carácter lúdico del Essay, y la crítica en general tiende a reservar la cualidad
literaria sólo para éste. Cfr. Marc Angenot 1982, 47-68.
48

En este punto, la noción de modo supone una idea genérica más elusiva y
reemplaza la de género, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XX, cuando éste
ya parece obsoleto o pasado de moda y se impone sobre él la hegemonía de la novela.
La tensión entre modo y género y la opción de pensar el modo como un precedente del
género, o como su único remanente, nos sitúan frente a la "dialéctica de centro y
margen", inscripta en el corazón de la lógica del ensayo, desde sus mismos inicios con
Montaigne, quien hace un uso modal del vocablo como principio estructural. 42
Otros críticos prefieren aludir a un espíritu ensayístico43que focaliza la crisis o
disolución genérica, dentro de una aguda reflexión y autoconciencia que suele
acompañarse de una crítica a los sistemas y acarrea un interminable proceso de disolución
de la identidad en fragmentos de unaobratotai y bosquejos de obras en proceso, o a una
44
actitud o estilo ensayístico, visible aún en obras que no son estrictamente ensayos sino
crónicas, cartas, discursos, críticas o relatos, y caracterizado por una tendencia natural a la
indagación y el cuestionamiento.
Mediante los conceptos enumerados, se puede contemplar el ensayo desde su
condición paratáctica y paratextual45, es decir, desde la posibilidad de inserción en
otras formas discursivas y literarias de una serie de elementos que lo hacen reconocible y
cuya existencia es independiente y previa a la de aquellas. Según Gérard Genette, dicha
condición resulta un "aspecto de la textualidad" y a fortiori de la "literaridad" (Genette
1982, 15), que nos lleva a admitir la potencial presencia de rasgos ensayísticos en

42
En efecto, la unidad de los Essais de Montaigne se constituye como tal, por medio de un continuo
descentramiento. Graham Good sostiene que, para Montaigne, la voz "ensayo" alude a un concepto
esquemático y fragmentario, una especie de medio que liga formas establecidas como la sentencia y la cita,
por un lado, con el libro, por otro. Cfr. G. Good, The Observing Se(f Rediscovering the Esqy. London:
Routledge, 1988, 28.
' Claire de Obaldía utiliza la expresión espíritu ensayíszico, en un sentido que trasciende la posición
romántica para vincularse con la perspectiva pre- y post-hegeliana de los teóricos alemanes (Nietzsche,
Wittgenstein, entre otros), suscribiendo a la dialéctica negativa del esquema hegeliano. Desde este ángulo, el
ensayo exhibe su imposibilidad de reducir la otredad a lo mismo, la no-identidad a la propia identidad y de
lograr fusionar teoría y práctica, existencia y pensamiento, arte y filosofia. Cfr. de Obaldía, 48.
' Entre otros, Michael Hamburger propuso que el ensayo es un estilo más que una forma ("Essay über
den Essay", AL-ente, 12 (1965), 291, cit. en de Obaldía, 23.
45
El estado paratextual del ensayo opera en el funcionamiento del texto como tal, aunque éste no haya sido
publicado literalmente como un paratexto, e incluye formas muy variadas en que el ensayo señala su posición
transitoria en los márgenes de una obra en proceso. Gérard Genette distingue dos categorías de paratextos: el
epitexto (borradores, autobiografias, diarios, cartas, entrevistas y otros autocomentarios, incluyendo otras
performances orales y públicas), y lo inmediatamente fuera de la periferia de la obra literaria y "dentro" de
ella, el peritexto (prefacios, notas a pie de página, conclusiones). El ensayo suele operar como un paratexto
preliminar (borrador o prefacio), pero también como un paratexto postliminar, cuando ejerce un rol crítico o
metatextual. Cfr. O. Oenette, Palimpsestes: Le Littérature au second degré. Paris: Seuil, 1982, 10 y 15.
49

cualquier forma literaria. En efecto, especialmente desde principios del siglo XX, los
géneros literarios que incorporan material ensayístico adoptan el adjetivo ensayístico: así
pueden encontrarse poemas, dramas y principalmente novelas ensayísticas, que suelen
atravesar en algunos casos la categoría de Bildungsroman (novela de formación, educación
o iniciación), siempre reduplicando su inherente mixtura o hibridez. Pero a pesar de la
sanción teórica de su total diseminación o dispersión como género que podría pensarse
como inscripta en su propia lógica, debemos advertir que en la práctica el ensayo
subsiste hasta nuestros días, coexistiendo precisamente con los demás géneros que
suelen mixturarse con él.
Podemos concluir finalmente que, si bien esta perspectiva ofrece la ventaja de
traspasar la- rigidez -de las fronteras genéricas, no deja de generar otros efectos que,
como contrapartida, marginalizan el ensayo en su progresión hacia la literatura y lo
convierten en materia prima para ser absorbida y transformada por otros géneros o
subespecies literarias.

Una definición tentativa...

Frente a este estado de la cuestión, ensayaremos una definición provisoria y


operativa, con el fin de circunscribir conceptualmente el subtipo de ensayo en cuestión y
tomar una posición ante las distintas alternativas que sintetizamos en el apartado
anterior, sin pretender abarcar la totalidad de las posibilidades combinatorias de esta
constelación discursiva. Considerando la arbitrariedad de los criterios que determinan
los cánones, optaremos por sostener la fluctuante condición literaria que se le puede
atribuir a lo largo de su devenir histórico y así establecer las relaciones que
correspondan, retrazando sus inestables fronteras que, en el transcurso de su sinuosa
trayectoria, deciden exclusiones e inclusiones desde y hacia adentro del dominio de la
literatura, según las diferentes situaciones históricas y condiciones específicas del área
geocultural donde se enuncia y circula cada texto, y de acuerdo con las matrices
ideológicas y las tonalidades subjetivas que intervienen en su composición. 46

46
En la línea de la reacción antirretórica de los románticos, formulada teóricamente en 1901 en la estética
croceana que ya impulsaba la disolución de los géneros tradicionales, y ante la insuficiencia de la división
tripartita, nuestra propuesta dialoga con la de R. BensmaTa, quien define el ensayo como un género "atópico
50

Pese a su característica hibridez discursiva, podemos considerarlo una


manifestación literaria -en mayor o menor grado, según los casos- que tiene a su favor
una asombrosa habilidad para sobreimprimirse con diferentes especies del discurso
literario. Por su discutida doble condición deforma de conocimiento y forma artística,
se lo puede situar a ambos lados del límite que separa la literatura creativa o de
imaginación del discurso científico, filosófico o del discurso reflexivo, más cercano a la
literatura de ideas y de combate. Sin embargo es de notar que, si bien destacamos los
aspectos cognitivos del ensayo de interpretación cultural como particularmente
relevantes, el ensayo admite por naturaleza una carga importante de subjetividad, aunque
rara vez con la intensidad que alcanza en la poesía lírica. A menudo contenida y reticente
bajo una apariencia de objetividad discursiva, en los ensayos más cercanos al tratado y al
estudio monográfico; en otros casos permite el libre juego de la imaginación que podrá
cumplir un rol decisivo. No es desacertado, entonces, atribuir a la dimensión propiamente
ficcional, la licencia del ensayo para recrear cualquier tema mediante un tratamiento
estético o literario, emancipándolo de sus restricciones miméticas y contradiciendo las
definiciones más convencionales que siguen visualizándolo como un escrito breve, en
prosa, de carácter no ficcional.
Para superar la dificultad de encuadrarlo con un grado razonable de rigor, dentro
de los lábiles límites del escurridizo concepto de género que supeditaban su tratamiento,
hasta hace unas décadas, a las tradiciones históricas del ensayo en el contexto occidental
o en el mundo hispánico en general, decidimos revisar el canon de los estudios literarios
latinoamericanos y repensar las localizaciones culturales desde una epistemología de
fronteras. En consecuencia, la consideración más reciente de los géneros como categorías
multipolares dentro de una serie de sistemas entrelazados y el principio de reflexionar
sobre la literatura desde un marco conceptual policéntrico (Hernadi, 120), nos incita a
considerar el ensayo ya no como un mero espacio de cruce de otras discursividades más
homogéneas y fácilmente reconocibles sino como un territorio genérico autónomo.
Convencidos del valor histórico y relativo de toda definición y sin pretender
homogeneizar a priori o en abstracto las diferentes inflexiones posibles del ensayo,

y excéntrico ", sin una forma predeterminada, pero relacionado con otras subespecies afines. R. BensmaYa-
1987, 96.
5'

proponemos definirlo como un tipo discursivo47 que consiste en una composición


discursiva escrita en prosa no ficcional, pero potencialmente literaria -en muchas
ocasiones, poética-, de extensión variable, que privilegia estructuras expositivas,
argumentativas e interpretativas, sobre las descriptivas, narrativas y aún dialogales.
La iluminadora descripción de Jacques Leenhardt que incluimos como epígrafe
de esta primera parte de nuestro trabajo, nos orientó en el desplazamiento de la mirada
crítica hacia los grandes textos ensayísticos de interpretación cultural en Latinoamérica,
por medio del señalamiento de la estrategia de la escritura ensayística como la tentativa
de abordar al sesgo el mundo del que se habla, sin el compromiso definitivo de agotar el
tema, aunque posibilitando el despliegue tentativo de la voluntad experimental del
sujeto emisor (Leenhardt, 140). Su estructura posee la particularidad de aceptar métodos
y estilos diferentes, por su intrínseca flexibilidad y libertad, que impiden toda ortodoxia
o rigidez formal. Y si bien admite una ilimitada variedad temática, su enfoque es por lo
general de alcance limitado, apuntando a un tema definido y específico, generalmente
asociado al vasto campo de la cultura -según la definición de Alazraki 48-, pero
aceptando una amplia diversidad tipológica. 49

El ensayo y sus tácticas persuasivas

Como forma particularmente eficaz para la producción y difusión de las ideas y


los propósitos de acción más o menos inmediata de los letrados e intelectuales
latinoamericanos, sin recurrir por lo general a mediación alguna de narrador o de
personajes, el ensayo instituye una relación peculiar entre el autor, la obra y el lector, a

' Elegimos en este caso, la categoría utilizada por W. Mignolo en un trabajo señero para los estudios
formales del discurso ensayístico latinoamericano, donde para evitar la ambigüedad del vocablo género
sugiere la denominación más neutra de tipo discursivo, entendida como un "cierto número de rasgos (o
procedimientos) distintivos agrupados en una "forma" general de un discurso". W. Mignolo, "Discurso
ensayístico y tipología textual", Textos, modelos y metáforas. Xalapa: Univ. Veracruzana, 1984: 213.
48
Jaime Alazraki describió el ensayo como "una disquisición sobre un tema muy bien definido (generalmente
de cultura), su atracción es más limitada que una obra (novela, cuento, poema) cuyo campo focal es la
condición humana como totalidad". J. Alazraki, "Tres formas del ensayo contemporáneo: Borges, Paz,
Cortázar": 9.
49 La definición que proponemos ha sido planteada y reformulada, con algunas modificaciones, en
nuestros trabajos anteriores sobre este tema. Cfr. M. Scarano, "Discurso ensayístico, cultura e ideología en
el sistema literario hispanoamericano", Revista del Ce/chis, 1, 1 (1991): 155-166; "Entre la historia y la
ficción. El ensayo en Hispanoamérica: una discursividad fronteriza": 11-25, y "El ensayo latinoamericano del
siglo XIX: la producción de significaciones culturales": 163-166.
52

quien están especialmente destinadas sus estrategias de seducción. Por ende, cobra
especial interés para nuestro estudio, desentrañar las estrategias que deciden la
orientación de este tipo de discurso, escrito desde la perspectiva personal de su autor -
único protagonista posible-, cuya subjetividad estará siempre presente -explícita en
mayor o menor medida- en las marcas de estilo inscriptas en las distintas zonas y
componentes del espacio textual. Al favorecer el vínculo con una comunidad lectora real,
el ensayo convierte al lector en un sujeto activo que cumplirá la doble función de
interlocutor-destinatario de la acción persuasiva del discurso. Por esta razón, en vez de
imaginarlo como un sujeto pasivo, a quien se conduce paso a paso, de un modo lógico y
ordenado, hacia un terreno propio, poblado de certidumbres y claridades previamente
establecidas, el ensayista reclama por distintas vías la participación del lector, tanto en
la constante evaluación de las propuestas siempre abiertas y provisorias, como en la
tarea de deducir e interpretar los tópicos de su reflexión, en una búsqueda compartida de
certezas que el autor no posee de antemano y que irá construyendo junto con sus
lectores en el proceso mismo del ensayo-indagación.
Esta inconfundible actitud dialogal o comunicativa que lo anima y lo convierte
en una forma característica de prosa compartida, por la comunidad de intereses creada
por el diálogo interno que en él se establece, se ve fortalecida por la condición de obra
abierta que acostumbra mostrar el ensayo 50, de modo que el lector está presente desde el
inicio mismo del proceso de producción de la obra, y desde la instancia misma de su
escritura, se lo reclama para colaborar en la aventura intelectual de dar cauce a proyectos,
ensayar alternativas, imaginar modelos y criticar disuasoria y creativamente las grandes
teorías. En este modelo de interacción que nos interesa recuperar para explorar la faceta
polémica y exhortativa del ensayo, como vehículo del debate entre las diferentes
lecturas y proyectos generados sobre y desde el campo político-cultural
latinoamericano, en el recorte temporal que seleccionamos, el lector —ahora empírico y
contingente, más que implícito y trascendental- estará tan activamente involucrado en la
tarea crítica de cuestionamiento e interpretación así como el sujeto mismo del acto
enunciativo, sin que por esto quede eliminada la subjetividad del ensayista ni disminuya
el valor de su mensaje.

50
En virtud de este carácter dialógico, Jacques Leenhardt relaciona el ensayo con la categoría de 'forma
discursiva abierta'Ç propuesta y analizada por Mijail Bajtin. Cfr. J. Leenhardt, 135.
53

Ya desde Montaigne, el ensayo se ofrecía como una forma original de pensar y


escribir sobre lo ya pensado, leído y escrito, ubicada entre la mera recolección de datos y
su interpretación polémica, y aún hasta nuestros días sigue presentándose como el tipo
discursivo más adecuado y versátil para analizar o describir un dominio de objetos
difTcilmente encuadrable en una disciplina, que encarna la presunción asociada a
Descartes de que la verdad es una cuestión indisociable de la experiencia y conciencia
individual, aún cuando ésta invoque una instancia de carácter social o colectivo. En este
mismo sentido, precisamente las dos notas distintivas del ensayo latinoamericano -según
apunta certeramente José Miguel Oviedo-: "el sesgo interpretativo y el carácter
prospectivo de sus hallazgos" (Oviedo,14), junto con la deliberada distancia que
establece frente a las verdades evidentes y demostrables, características del discurso
científico, colocarán el ensayo cultural en el terreno de lo opinable y razonable, en su
imposibilidad de constituir ciencia acerca de realidades inéditas, mediante proposiciones
inciertas, improbables, provisoriamente formuladas y perfectibles, aunque muchas veces
guardando la aspiración de erigirlas como verdades probables a largo plazo.
Este perfil de indagación tentativa, abierta y discutible que no agota la propuesta
acerca de uñ tema percibido como problemático o, al menos, susceptible de ser
desentrañado en sus costados más enigmáticos, justifica el imperativo de elocuencia
formal que se le reclama a este tipo de ensayo, despreocupado por disimular su carácter
mediador.5 ' De modo que la retórica persuasiva que le adjudicaremos, marcada por una
fuerte impronta de discurso político e ideológico, se vislumbra como la garantía de su
eficacia argumentativa, toda vez que se lo sitúa en el extremo opuesto al de lo didáctico-
expositivo, dentro del dominio fronterizo, oscilante entre la estética y la ciencia, que le
hemos asignado en este mismo capítulo.
En lo sustancial, no se presentan desacuerdos sobre este punto en los estudios
teóricos sobre el ensayo: la estrecha relación que entabla con el lector, según lo señalado,
ha sido reconocida como un aspecto particularmente significativo por su enorme potencial

51
Al distinguir el ensayo, del tratado y la monografia, Santiago Kovadloff lo define como "expresión
magistral de un temperamento" que trasluce sus propias dudas, convicciones y emociones al mediar en el
tratamiento de un asunto. En relación con el reclamo de elocuencia ensayística, atribuye al "relieve estético
del lenguaje" su condición de pieza literaria, independientemente de la idoneidad profesional que se
manifiesta en tal o cual materia, o del conocimiento abstracto que se posea de las reglas propias de tal o cual
género. Cfr. S. Kovadloff, "El ensayo en el espejo", Marcelo Percia, compil. Ensayo y subjetividad Bs.As.:
Eudeba, 1998: 88-89.
54
pi
de apelación y de incoación discursiva, y actualmente cuenta con un consenso
considerable en la aún incipiente teoría del ensayo latinoamericano. 52 Ahora bien, si de
acuerdo con lo expuesto, el ensayo ingresa en el campo de la estética, desde el siglo
XVIII, y entra por esa vía en relación con la literatura, de un modo conflictivo y
discontinuo, ya había estado ligado a la retórica y a los llamados géneros de la
persuasión, por sus formas precedentes, desde mucho tiempo atrás. A pesar de esta
prolongada connivencia con la retórica, este aspecto dista mucho de haber sido
trabajado cabalmente y en profundidad. En relación con el tipo de ensayo que nos
ocupa, no es extraño encontrar interpretaciones que vean en la presencia profusa de
procedimientos retóricos -en el sentido más peyorativo del término, asociado a lo
meramente ornamental y superfluo, reducido a las figuras de estilo y al aspecto
estrictamente elocutivo- una señal de debilidad argumentativa, lo que solía decidir la
subestimación del texto en cuestión como ejercicio declamatorio, pura literatura o
engaíosa imaginería verbal. Al respecto, nos limitaremos a consignar que, a nuestro
juicio, aún resta mucho por hacer para desmontar los mecanismos y procedimientos
compositivos que definen ese modo o estrategia de escritura que denominamos ensayo, y
queda en pie, como una tarea pendiente, la profundización del estudio concreto de las
múltiples formas que asume el comportamiento persuasivo del ensayo y su dimensión
argumentativa, planteada como un fenómeno discursivo global y complejo, en el contexto
de las formaciones sociales y culturales latinoamericanas.
Sin duda, nuevas y promisorias lecturas de este tipo de ensayo podrán surgir, a la
luz de los más recientes enfoques que revisan las relaciones entre retórica ("arte del bien
decir") y dialéctica ("arte del bien razonar"), de acuerdo con la antigua distinción
aristotélica, y explican el renacimiento y la rehabilitación de la retórica en el pensamiento
contemporáneo, así como los nuevos lazos que ligan la llamada nueva retórica con la
teoría de la argumentación o la nueva dialéctica.53 A este nuevo arte le conciernen los

52
Para ilustrar esta cuestión, basta revisar las tesis que reúne José Luis Gómez-Martínez en tres capítulos de
su libro Teoría del ensayo (caps. 10,15 y 16), en consonancia con las proposiciones más aceptadas por la
mayoría de los teóricos y críticos del ensayo. Cfr. Gómez-Martínez 1992, 59-62 y 83-89.
53
Cfr. Chalm Perelman, E/imperio retórico. Retórica y argumentación. Trad. de Adolfo León Gómez
Giraldo. Sta.Fe de Bogotá: Edit.Norma, 1997, 10-21. Perelman adjudica a Petrus Ramus (Dialéctica,
1555) el error fatal para la retórica de reducirla al "arte del uso elocuente y ornado del lenguaje", a una
retórica de figuras, y despojarla de sus otras dos partes: la invención (inventio) y la disposición
(dispositio). Advierte sobre la necesidad de concebir la lógica como el estudio del razonamiento bajo
todas sus formas, y de completar la teoría de la demostración (lógica formal) con una teoría de la
55

diferentes tipos de discursos dirigidos a distintos auditorios, sobre materias diversas, que
animan el campo de la vida pública activa, y especialmente el de la política, con particular
interés en los razonamientos dialécticos o juicios de valor, es decir, las argumentaciones
del orden de lo preferible, lo aceptable o lo razonable que pretenden ganar la adhesión de
los lectores a las tesis que se presentan para su aceptación. Entendida como arte de
persuadir y convencer, la retórica se constituye así en una lógica de los juicios de valor que
contribuirá a recuperar en nuestro horizonte intelectual la técnica del discurso persuasivo,
del que forman parte el ensayo y otras formas doxológicas afines del debate ideológico
moderno, empeñadas en obrar sobre los otros por medio de la palabra y la razón, no
solamente para lograr una adhesión intelectual sino también para incitar o crear una
disposición para la acción (Perelman 1997, 32). Dado que-en- el campo de las disciplinas
prácticas como la ética y la política, las decisiones y controversias son tan frecuentes como
inevitables, estos discursos entimemáticos persuasivos 54 hacen uso a menudo del
razonamiento crítico ante circunstancias de índole muy diversa, aunque sin recurrir
necesariamente al cálculo o a la demostración, sino a la argumentación persuasiva o
convincente como una estrategia discursiva insustituible en toda deliberación o
confrontación de opiniones y posturas divergentes.
Al mismo tiempo, nuevos campos y perspectivas de análisis han ido surgiendo
desde la semántica y la pragmática lingüística, el análisis del discurso y los enfoques
lingüísticos socio-culturales en general, que coinciden en considerar el lenguaje como
portador de propiedades intrínsecamente argumentativas, vale decir, como medio que
actúa sobre las representaciones de los individuos, de modo que éstos adhieran a un punto

argumentación. La decadencia de la retórica se precipitó desde fines del siglo XVI, a causa del ascenso del
pensamiento burgués que generalizó el papel de la evidencia personal del protestantismo, de la evidencia
racional del cartesianismo o de la evidencia sensible del empirismo. El desprecio por la retórica y el olvido
de la teoría de la argumentación condujeron a la negación de la práctica y así los problemas de acción se
vieron reducidos a problemas de conocimiento, de verdad o probabilidad, o bien fueron considerados
irrelevantes para la razón (26-27). Para una exposición más detallada, véase. Ch. Perelman- L. Olbrechts-
Tyteca. Tratado de la argumentación. La nueva retórica. Trad. Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Gredos,
1989. 1° edic.: Bélgica, 1989, esp. 30-43.
54
En la tipología de la literatura de ideas propuesta por Marc Angenot, se define el discurso entimemático
como una entidad compleja cuya unidad de base es el entimema, vale decir: todo enunciado que propone un
juicio sobre un tema cualquiera y que pone en relación este fenómeno con un conjunto conceptual que lo
integra o determina, "un maillon d'une chame de pensée" plus ou moins dép/oyée ckins bus ses eléments,
(..) organisée selon une siratégie générale d'órdre cognitf". Dentro de esta constelación discursiva ubica,
frente al discurso narrativo, al conjunto de formas doxológicas que pertenecen al orden de lo probable y
comprenden, por un lado, al ensayo-meditación y al ensayo-diagnóstico y , por otro, al discurso agónico,
integrado por el panfleto, la sátira y la polémica. Cfr. M. Angenot 1982, 30-36.
56

de vista determinado. Este ángulo semántico-pragmático nos ofrece la ventaja de pensar


los ensayos como fenómenos abiertos e interdiscursivos, inmersos en redes

argumentativas que nos permiten prescindir de los moldes rígidos y extremadamente


pautados de la retórica tradicional, que resultan en algunos aspectos -inadecuados o
insuficientes para las modalidades formalmente más heterodoxas de los textos que
analizaremos. 55 En este sentido, la noción de teatralidad o puesta en escena
argumentativa, desarrollada por Georges Vignaux, resulta un aporte interesante y decisivo
para nuestra lectura del ensayo cultural latinoamericano, por cuanto pone en evidencia los
mecanismos de montaje de su deliberado comportamiento activo y provocador en el
entramado discursivo, histórico y social donde nos interesa analizarlo. 56
También Marc Angenot contribuye oportunamente y con gran perspicacia teórica,
a trazar nuevos rumbos en esta segunda vertiente de la dramatización del pensamiento que
visualizamos en el ensayo, poniendo el énfasis en la inmersión de los textos en el seno de
la discursividad social 57 , de cuyo dialogismo —advierte- es inseparable la dimensión
argumentativa de aquellos. 58 Para inscribir el discurso argumentativo en la esfera subjetiva,
sin dejar de asumir su compleja heterogeneidad interna y su funcionamiento interactivo
como fenómeno histórico y social, Angenot llama la atención sobre aspectos
tradicionalmente relegados en los estudios sobre los discursos de debate de ideas —tanto
persuasivos como polémicos-, que se imponen como insoslayables para desarrollar una
teoría global de los esquemas cognitivos y patéticos en los procesos de interacción
característicos de los discursos ideológicos. Nos referimos a los aspectos pragmáticos del
posicionamiento del sujeto y, en particular, a las marcas de inscripción de las pasiones, en
el orden del pathos del discurso, cuya reiterada presencia en estos textos revela la poco

" Cfr. Berta Zamudio et al. "Introducción", Elementos de semiología y análisis del discurso. Curso C.B.C.
Bs. As.: Edics. "Cursos Universitarios", 1990: 1-VII.
56 Georges Vignaux desarrolla extensamente en el marco de la lógica discursiva la idea del discurso

argumentativo como representación y llega a sostener que: "[L]a argumentación es teatralidad". G. Vignaux,
La argumentación. Ensayo de lógica discursiva. Pról, de Jean Blaise Grize. Bs.As.: Hachette. P edic. franc.:
Genéve-Paris, Librairie Droz, 1976: 77.
Entendemos por discurso social —siguiendo a Angenot- los dominios discursivos que componen la
totalidad de lo que se dice y se escribe en una situación social determinada, así como todo lo que se imprime,
lo que se habla públicamente o se representa hoy en día en los medios electrónicos. Esa noción abarca tanto
los sistemas genéricos como los repertorios tópicos y las reglas de encadenamiento de los enunciados que
organizan lo decible -narrable y opinable- en una sociedad dada. Cfr. M.Angenot, "Pour une théorie du
discours social: problématique d'une recherche en cours", LiitératureMédiations du social.Recherches
actuelles, 70 (mai 1988): 83.
58 Recordemos que la argumentación junto con la narración son los dos grandes modos de la puesta en

discurso. Cfr. Angenot 1988: 83.


57

explorada complementariedad de la dupla razón / pasión, que interviene tanto en las


manipulaciones afectivas como en los razonamientos presupuestos o deductivos que
encontramos en ellos. 59 Y finalmente aboga por la necesidad de conjugar retórica, en su
sentido más restringido, y tópica con la historia del discurso social -y de la semiosis social,
agregamos nosotros-, incluyendo su producción, difusión y consumo, sin olvidar la
materialidad de los actos simbólicos, buscando configurar de este modo un objeto
abordable desde un marco ambiciosamente multidisciplinario (Angenot 1989, 70).
Pero volvamos concretamente al ensayo como discurso cultural: por su función
predominantemente ideológica, su forma retórica aparece determinada por el punto de
vista, en virtud del cual el sujeto de la enunciación asume una posición singular ante un
tema que presenta como abierto y desde sus aristas más problemáticas y propicias para
generar o reavivar una suerte de disputatio de posiciones, propuestas e interpretaciones
antagónicas que convertirán la cultura en un verdadero campo de batalla o en un
escenario fecundo en duelos intelectuales60. Aquí basamos, entre otras razones, nuestra
elección de examinar preferentemente el costado argumentativo de estos ensayos, como
fundamento de su retórica esencialmente persuasiva. En una postura aún más extrema,
Carl Klaus llega a definir el ensayo como argumento en su forma más pura, por cuanto
su organización estética y su complejidad formal se subordinan a la finalidad de
61
enunciar ideas directamente dirigidas a un lector. Será tal vez este poder y, al mismo
tiempo, esta vocación conativa que le son inherentes, los que nos ayuden a comprender
la fuerte y prolífica presencia de este tipo de discurso en la historia cultural e intelectual
latinoamericana, especialmente a lo largo del siglo XIX y en las primeras décadas del
XX, cuando ocupó un lugar protagónico en las reflexiones críticas, las exposiciones
doctrinarias y programáticas y, en general, en las distintas modulaciones del debate social,
económico, político y cultural, que acompañaron el surgimiento y la consolidación de
los estados nacionales, los diferentes proyectos de configuraciones regionales
supranacionales y la formulación de las ideologías continentalistas, frecuentemente

59Cfr. M. Angenot, "Argumentation et Discours", Discours Social/Social Discourse, II, 3 (FalI 1983): 69.
60Tomamos esta expresión con el sentido que le dio Carlos Altamirano, al analizar desde una perspectiva
discursiva los debates ideológicos en la historia intelectual argentina, en el marco del seminario de posgrado
"Pasiones políticas y campo intelectual", dictado en el mes de noviembre de 1998, en el Programa de la
Maestría en Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
C. Klaus 1991,5,6, )OO(
58

enmarcadas en planes de mayor alcance, concebidos o concertados por fuerzas que


excedían el territorio del subcontinente.
59

Ensayo, cultura y modernidad en Latinoamérica

La excesiva amplitud y la diversidad son —como lo señalamos- las dos notas más
salientes del ensayo, en un cuadro de conjunto que privilegie una perspectiva teórica y
general. En esta instancia, acotaremos nuestro punto de mira para examinarlo en situación.
Para ello nos centraremos, con un enfoque más preciso, en algunas cuestiones que nos
permitirán calibrar de qué modo se articuló el ensayo latinoamericano de interpretación
cultural.. con determinadas circunstancias históricas y procesos socioculturales.
Revisaremos las condiciones históricas y sociales que acompañaron el surgimiento y el
desarrollo de una tradición ensayística de tan fuerte arraigo en el subcontinente.
En primer lugar, conviene tener presentes las transformaciones culturales que
prepararon el terreno y estimularon una práctica tan intensa y frecuente en estas latitudes,
especialmente desde mediados del siglo XIX, hasta el extremo de anticiparse al auge que
alcanzó en la península ibérica, hacia el final de esa centuria. Cabe preguntarse en este
punto por la atmósfera de cambios históricos de distinto orden que se registraron en
nuestros países. ¿Qué repertorio de ideas y de nuevas sensibilidades propició la profusión
de ensayos de interpretación cultural en las naciones latinoamericanas? ¿Por qué razón y
en qué sentido el ensayo se convirtió en el vehículo más eficaz para construir nuevas
subjetividades políticas y sociales y para expresar las propuestas, inquietudes y
aspiraciones nacidas en ese humus histórico, a partir de las diferentes experiencias
asimiladas y los materiales ideológicos trasplantados y aclimatados a las condiciones
peculiares de ese suelo?
Como se sabe, tanto desde la crítica literaria y cultural como desde la historia de las
60

ideas, la historia intelectual y la teoría y el análisis de la cultura en Latinoamérica,' el


ensayo es señalado como la forma discursiva del siglo XIX, con mejor predisposición para
tratar la cuestión cultural, como problema, deseo o proyecto, en sus más diversas
derivaciones. En algunos casos, esta afirmación puede extenderse hasta las tres primeras
décadas del siglo XX y aún en lo que resta del siglo, cuando -perdido ya su protagonismo
discursivo- aparece entremezclado con otras formas y géneros como la novela, la crónica
periodística, el artículo crítico, el comentario de fondo en los medios masivos y otros. No
obstante, llaman la atención la variedad y el volumen de las reflexiones y debates que
encontraron en el ensayo el cauce comunicativo adecuado para dar una forma provisoria a
los tópicos, las preocupaciones y las propuestas que nutrieron el discurso autointerpretativo
de las elites culturales en Latinoamérica, sin ofrecer respuestas definitivas pero avanzando
en la formulación de un pensamiento propio al respecto.
Esta práctica fue cultivada y difundida con mayor asiduidad durante las etapas
postrevolucionarias de formación de los estados nacionales y en las instancias de
proyección de alianzas e integraciones de alcance regional o continental. Sin embargo, es
preciso recordar que no se trata de un fenómeno exclusivo de estas regiones. Por el
contrario, pueden reconocerse semejanzas con la producción ensayística de aquellas
naciones y áreas geoculturales periféricas de otras partes del mundo, donde la experiencia
de la modemidad socavó y puso en crisis las peculiaridades residuales que, en mayor o
menor grado, persistirían como constantes en la construcción de identidades y diferencias
colectivas. Nos referimos a las resistencias y reacomodos que ese amplio y cambiante
proceso modemizador fue generando, ya sea que las identificaciones fuesen asumidas por
los mismos sujetos involucrados, ya que les fuesen atribuidas por otros como tales.
Pero la particularidad que presenta el área cultural latinoamericana no obedece
solamente a la indiscutible diversidad que la caracteriza en su conjunto. Por el contrario,
esa singular complejidad es, en parte, el efecto del cuadro matizado de tensiones y
desencuentros que ganaron espacio en el curso de la progresiva fragmentación del imperio
español en América. Por esta razón, sin la pretensión de ser exhaustivos, trazaremos un
1
Nos referimos a los planteos sobre el ensayo latinoamericano que han sostenido, con diferentes énfasis y
matices, Medardo Vitier, Alberto Zum Felde, Angel Rama, José Luis Romero, Carlos Real de Azúa, Arturo
Andrés Roig, Peter Earle, Martin S. Stabb, Oscar Terán, David Lagmanovich, Walter Mignolo, José Miguel
Oviedo, José Luis Gómez-Martínez, Julio Ramos, Liliana Weinberg, Horacio Cerutti Guldberg, Susana
Rotker, entre otros.
rol

rápido esbozo de los cambios más significativos registrados en las preliminares de las
revoluciones independentistas, con el fin de contextualizar las instancias discursivas más
puntuales que analizaremos con mayor detenimiento en la segunda parte de nuestro
estudio.

Entornos modernos de una escena conflictiva

Durante el período que precedió la oficialización del ensayo en Latinoamérica con


marcos discursivos reconocibles 2 , hasta mediados del XIX, el escenario subcontinental
estuvo marcado por el creciente deterioro de la soberanía imperial hispanolusitana y el
resquebrajamiento de las relaciones con la metrópolis que ya se venían insinuando en
algunas colonias españolas, desde casi dos siglos atrás. Hacia el final del siglo XVII, la
emancipación de varios puntos del subcontinente de su inicial dependencia de España
empezó a ser vislumbrada a largo plazo como un proyecto posible. El mejoramiento de su
economía de subsistencia y el desarrollo de nuevas fuentes de riqueza por medio de otras
actividades económicas -en muchos casos, en fomia independiente de la red transatlántica
y a través del comercio intercolonial-, fueron creando un estado de "emancipación
informal"3 en la América Hispana colonial, más precisamente en el entresiglo hasta las
primeras décadas del XVIII. A pesar de ello, el poder imperial continuó ejerciendo su
control burocrático sobre estos territorios y la política económica de los Borbones agravó
la situación colonial de Hispanoamérica, acentuando el subdesarrollo y la dependencia
económica.
A esos signos se sumaron las convulsiones sociales desencadenadas por la
insurgencia independentista, a lo largo del siglo XVIII, en un clima general de incesante
agitación política y de profunda crisis económica. Indudablemente las innovaciones
comerciales y administrativas implementadas desde la metrópoli por la política centralista
y reformista de la nueva dinastía reinante de los Borbones, tendientes a afianzar el poder

2
Aludimos a la identificación del ensayo como un tipo discursivo delimitado por un conjunto de rasgos y
procedimientos que permiten diferenciarlo, a modo de marcadores genéricos, con un cúmulo de
conocimientos asociados a ese concepto y vigentes en un período dado, que organizan la información
relevante sobre la producción y la comprensión de los discursos. Cfr. W. Mignolo, "Discurso ensayístico y
tipología textual".
Cfr. John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1825. Barcelona: Editorial Ariel, 12.
real absoluto, siguiendo el modelo político francés, contribuyeron en gran medida a la
agudización de un conflicto que ya se había hecho evidente desde mucho tiempo atrás, en
otros planos de la realidad histórica de la América colonial.
Si los intereses económicos y los demandas políticas y sociales en América eran de
por sí heterogéneos, la política borbónica desencadenó enfrentamientos entre las distintas
colonias y en el interior de ellas mismas, y despertó la resistencia de las elites locales, a
causa de la presión tributaria y la dificultad de los criollos para acceder a los cargos
públicos. Como resultado de la renovación del control imperial, con la supresión del
sistema de puerto único en España, a partir de 1765, el peso de la dependencia resultó
visiblemente mayor. Ni la autorización del comercio intercolonial y la abolición del
monopolio de Cádiz y Sevilla, ni la ampliación españoladel comercio con -España a varios
puertos de la América Hispana, impulsada desde 1778 por el "Reglamento para el Libre
Comercio entre España e Indias", fueron suficientes. Más aún: llegaron demasiado tarde
para modificar la escena y descomprimir la tensión. Podría decirse, recurriendo a la imagen
que ha trazado John Lynch, que la reforma imperial vino a plantar "la semilla de su propia
destrucción" (Lynch, 10).
Habría que tener en cuenta, además, otro factor importante que irrumpió y llegó a
ejercer una influencia decisiva en ese mismo escenario: los tempestuosos aires
revolucionarios que sacudieron el mundo occidental en las últimas décadas del siglo
XVIII e impactaron con fuerza en el mundo hispánico, a partir de la eclosión de la
Revolución Francesa y sobre todo desde la revolución liberal de 1808 que marcó el pasaje
del antiguo régimen de la monarquía hispánica a las formas políticas modernas de la
sociedad burguesa. Al mismo tiempo, en diferentes puntos de la geografia continental, el
siglo XVIII fue testigo de una serie de asonadas, motines, levantamientos populares o de
ciertos grupos sociales y, más adelante, movimientos revolucionarios que, en algunos
casos, alcanzaron el carácter de verdaderas rebeliones políticas. 4 Por lo general, estuvieron

Nos referimos, por ejemplo, a la rebelión de los comuneros del Paraguay (1725) que ya invocaba la
soberanía popular, la rebelión de Juan Francisco de León contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas (1749-
1752), la agitación popular secesionista de los barrios de Quito (1765), el amotinamiento de los comuneros de
El Socorro en Nueva Granada (1781), las protestas de los comuneros de Mérida (1781), el levantamiento de
Minas Geris (1789) y los movimientos revolucionarios como el "de los Franceses" en Chile (1780), la
sublevación de Túpac Amaru en Perú (1780) y los levantamientos de 1795 y 1797 en Caracas, inspirados por
Francisco de Miranda.
63

acompañados por un volumen considerable de materiales impresos que colaboraron en la


difusión de las luces y en la formación del espíritu público y el mundo de la opinión.
Abundaron los pasquines y distintos tipos de escritos patrióticos, panfletarios o
insurgentes, editados individualmente en sueltos y folletos o reunidos en publicaciones
periódicas como el Mercurio peruano, tribuna de los precursores de la independencia
fundada por la Sociedad Académica de Lima, Las Primicias de la Cultura de Quito de la
Sociedad de Quito, El Papel periódico de Santa Fe de Bogotá, La Gazeta de Guatemala,
la Gaceta de Literatura de México, el Mercurio volante y, más adelante, El Telégrafo
mercantil, rural, político-económico e historiográjico del Río de la Plata y El Semanario
de agricultura, industria y comercio, de Buenos Aires, entre otros.
Como lo advirtió Silvio Zavala, aquellos-episodios eran "[mjás que antecedentes
de la emancipación, ( ... ) síntomas que revela[ba]n las inestabilidades, jerarquías y
opresiones, el descontento y el malestar efectos -en última instancia- de la dominación
homogeneizante que ejercieron las metrópolis imperiales sobre las diferentes realidades
sociales, económicas y culturales de ultramar. En ese mismo proceso que fue, para los
americanos, la época revolucionaria por excelencia, los intereses y las tradiciones locales
y regionales, sistemáticamente desplazados, desatendidos y hasta ignorados por los
sectores hegemónicos durante los cuatro siglos de dominación colonial, comenzaron a ser
rescatados y agenciados, ya desde fines del XVII, por movimientos políticos y sociales de
diferente signo ideológico y proyección. Muy pronto, algunos de ellos llegaron a
convertirse en verdaderos obstáculos que cuestionaron y retardaron el desarrollo
progresivo del impulso modernizador, en tanto que otros se erigieron en instancias
precursoras de la emancipación de las futuras repúblicas latinoamericanas.
De ese modo se hacían evidentes los signos de la gran mutación cultural que puso
en marcha lo que conocemos como la ilustración, al introducir un conjunto de cambios de
extraordinaria complejidad, tanto en el campo de las ideas y de los imaginarios políticos y
sociales como en las esferas que involucraban los valores y los comportamientos
individuales y colectivos. Así, bajo formas y ritmos diferentes, se comenzaba a tomar

Silvio Zavala, artículo incluido en El movimiento emancipador de Hispanoamérica. Actas de la mesa


redonda de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografia e Historia [1960], 4 vols.
Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1961, vol. IV: 42. Cit. por Joseph Pérez, Los movimientos
precursores de/a emancipación en Hispanoamérica. Madrid: Editorial Alhambra, 1977, 152.
64

conciencia en estas tierras de que se estaba inaugurando una era fundacional de un nuevo
tipo de hombre individual y de sociedad contractual, nacidos de un nuevo pacto social y de
una nueva política, que eran expresión de un nuevo soberano: el pueblo, al que se
pretendía representar o encarnar. Por otra parte, el triunfo del individuo que pasó a ocupar
un lugar central en la escena filosófica, desde Descartes, y en el campo de lo político, a
partir de las ideas de Hobbes, Locke y Rousseau, tuvo su correlato en las nuevas formas de
sociabilidad que se establecieron en aquellos tiempos. La descripción que ha hecho de ellas
François-Xavier Guerra, destaca los aspectos modernos de esas prácticas:

Estas sociabilidades modernas que se caracterizan por la asociación de individuos


de orígenes diversos para discutir en común, presentan rasgos muy distintos de los
cuerpos y de las asociaciones antiguas. En los "salones", tertulias, academias,
logias masónicas, sociedades económicas, etc. nace la opinión pública moderna,
producto de la discusión y del consenso de sus miembros. Estas sociedades son
igualitarias, ya que se establecen con la finalidad de una simple discusión en la que
sólo cuenta la razón. La autoridad sale en ellas de la voluntad de los asociados, lo
que lleva consigo prácticas electorales de tipo moderno; por todo ello han podido
ser calificadas de "democráticas". 6

No cabe duda de que los cambios introducidos por esas nuevas formas de relación
y de comunicación social habían creado las condiciones modernas necesarias para el
desarrollo de nuevas prácticas discursivas y culturales. Entre ellas, el ensayo, que era en
Europa la forma privilegiada de difusión de las ideas de los enciclopedistas y de la
Revolución Francesa, también comenzó a ocupar un lugar más protagónico y central en las
nuevas sociedades americanas. 7 En otra etapa de esa misma transformación, hacia el final

6
François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Madrid:
Editorial MAPFRE, 1992, 23. La cursiva es nuestra.
Desde la lingüística, ChaTm Perelman y Olbrechts-Tyteca relacionan el desarrollo de la retórica con los
tiempos de crisis, y el del arte de la elocuencia con la forma republicana de gobierno, en especial en los
géneros deliberativo y epidíctico. Así, por el modo de interlocución establecida con el lector, la elocuencia
retórica supone la libertad política, de pensamiento y de expresión, y el sistema político democrático,
como condiciones necesarias para darle lugar al otro como subjetividad a persuadir, sin silenciarlo o
anularlo, ni borrarlo o reducirlo a mero objeto pasivo. Ambos colocan a quien es criticado en el mismo
nivel del que critica, reclamando su derecho a réplica. Cfr. Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989, Parte 1.
65

del siglo XIX, esos hábitos se exacerbaron, cuando las muchedumbres ganaron visibilidad
y comenzaron a hacer valer sus derechos, como lo testimonia la expresión con que Rubén
Darío definió la inesperada novedad de las experiencias finiseculares: "este tiempo, en fin,
en que todo el mundo se cree con derecho a tener una opinión". 8 Se nos ofrece así una
explicación plausible para los innumerables artículos periodísticos breves aparecidos en
esa época, entre los que encontramos esbozos ensayísticos y tantos otros escritos de
carácter doxológico en las numerosas revistas, semanarios y periódicos que se publicaron,
con diferente fortuna e impacto, especialmente en el entresiglo del XIX al XX, en las
principales ciudades de Latinoamérica e inclusive en algunos nucleamientos de hispanos
en los Estados Unidos, así como en metrópolis europeas, especialmente de España y
Francia. Hay que tener presente el rol protagónico que cumplieron estas naciones en ese
tiempo, verdaderos centros culturales que desempeñaron una importantísima función de
religación y articulación en el incipiente campo intelectual, a una y otra orilla del
Atlántico.
En síntesis, el panorama de conjunto es, desde todo punto de vista, complejo y
resistente a toda simplificación. Se trata de un proceso mucho más global y abarcador, que
no se limitó a una serie de cambios institucionales, sociales y económicos. A la irrupción
de un nuevo sistema de referencias políticas y culturales, de un nuevo ideal de hombre y de
una nueva sociedad con precedentes en la época ilustrada y en el antiguo régimen
monárquico, que ya habían ido surgiendo entre los círculos selectos de las minorías
letradas, se le sumó un fenómeno radicalmente nuevo: la creación de una escena pública.
Se impusieron así nuevas fuentes de legitimidad: la nación y el pueblo soberano, y entró
en escena una clase nueva de actores sociales: los políticos. No es de extrañar, entonces,
que las grandes transformaciones experimentadas en estas latitudes, durante esa etapa,
dejaran abierto un abanico de cuestiones por debatir y resolver, para las cuales se ensayaría
adaptar soluciones ya probadas en otros lugares o bien se imaginarían otras nuevas.
Por otra parte, como consecuencia del paulatino avance de la urbanización en las
distintas regiones del continente, se fueron configurando los marcos de experiencia
propicios para el desenvolvimiento de los procesos socioculturales que podrían ser
proyectados, evaluados y repensados desde el espacio discursivo maleable y renuente a

8
Angel Rama, Las máscaras democráticas de/modernismo. Montevideo: Ed. Arca, 1985, 132.
66

formulaciones definitivas que ofrecía el ensayo de interpretación cultural. Interesa


destacar, en particular, la difusión de los contenidos jerarquizados en las etapas más
avanzadas del proceso de alfabetización y, más adelante, de la llamada misión civilizadora,
a través de los conocimientos generados, debatidos y distribuidos desde los centros de
saber, especialmente las universidades, los colegios y las bibliotecas, ubicados en los
núcleos urbanos más importantes de estas regiones de América, y desde otros espacios
sociales alternativos a la esfera institucional. Pensamos, por ejemplo, en los clubes, los
cafés, las tertulias de estudiantes y clérigos de México, Guadalajara y Chuquisaca, o las de
clérigos, oficiales y patricios de Valladolid de Michoacán, Dolores y Querétaro, las
sociedades patrióticas como las de Lima y Guatemala, y las tertulias patricias de Caracas,
Quito y Santiago de Chile, las sociedades económicas, literarias y de pensamiento -
réplicas de las societés de pensée francesas-, las logias masónicas, las academias y otras
tantas asociaciones modernas que fueron surgiendo en el mundo de las elites intelectuales
hispanoamericanas. Precisamente desde allí y por esos medios, se fueron difundiendo las
nuevas formas de sociabilidad y las nuevas referencias culturales entre otros grupos,
aunque con un ritmo más lento que el alcanzado en los centros irradiadores de las Luces.
Recordemos al respecto que tanto estas nuevas circunstancias como las
transformaciones tecnológicas de la cultura de la letra introducidas por la imprenta, sobre
todo en la prensa periódica y en las distintas formas de escritos impresos que circulaban en
la época, tuvieron una incidencia directa en la creación de una escena social que favoreció
el trasplante, la difusión y el intercambio de ideas en las nacientes repúblicas de ultramar.
En ese marco, se desarrollaron y se debatieron numerosas teorías e interpretaciones, desde
diferentes lugares de enunciación -españoles, criollos, mestizos, nativos amerindios,
funcionarios o súbditos de la corona, miembros del clero residentes en América o en el
exilio-, no sólo como actos inscriptos en la lógica hegemónica de los sectores que
ocupaban el poder sino también como prácticas críticas que planteaban disidencias y
polemizaban con la ideología oficial.
A esta altura, ya es posible vislumbrar la estrecha relación que enlazó desde sus
inicios el ensayismo cultural en estas tierras con algunas operaciones características del
complejo proceso de cambios, paradojas y contradicciones, de múltiples dimensiones,
conocido como la modernidad, nacida en los centros metropolitanos de Occidente, con
67

aspiraciones de difusión a escala global. Pensamos en la infatigable tarea de


autocuestionamiento y de construcción de subjetividades en términos sociales o colectivos,
que refractó en el ensayo que estudiamos con inusitada visibilidad.
Desde esta perspectiva, se podrían señalar otros puntos de contacto entre la forma y
el objeto del discurrir de este tipo de ensayo, en la medida en que esta práctica
autorreflexiva y autoconsciente forma parte del conjunto de experiencias que hoy podemos
identificar inequívocamente como modernas. En este sentido, resulta esclarecedora la
caracterización dinámica de la modernidad, crítica y laudatoria del desarrollo a la vez, que
propone Marshall Berman:

una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine
de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad
y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo
Marx, "todo lo sólido se desvanece en el aire". 9

En primer término, nos interesa indicar que la experiencia moderna se ha ido


articulando, en las distintas áreas culturales, a través de determinadas visiones universales
del mundo que ponían en evidencia la condición provisoria y perfectible de los
basamentos ideológicos de sus proyectos.
En segundo lugar, no hay que olvidar que la identificación de problemas e
interrogantes, a menudo acuciantes -,quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿hacia dónde
vamos?, ¿qué heredamos?, ¿con quién nos aliamos?-, pero siempre abiertos y susceptibles
de nuevas formulaciones sujetas a su vez a nuevas críticas y refutaciones, demandó de por
sí un conjunto de estrategias intelectuales modernas de racionalización y secularización,
como la discusión, la autocomprensión y la polémica, de las que se nutrieron el ensayo y

Marshall Berman percibe con agudeza la dialéctica incesante de ruptura, cambio, superación y novedad que
anima, en cada una de sus fases, el proceso de la modernidad, al que define como:
...una forma de experiencia vital -( ) del tiempo y del espacio, de uno mismo y de los demás, de las
...

posibilidades y los peligros de la vida- que comparten hoy los hombres y mujeres de todo el mundo
de hoy. (...)
Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría,
crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir
todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias
modernos atraviesan todas las fronteras de la geografia y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la
religión y de la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la
humanidad... (M. Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad.
Bs. As.: Siglo XXI, 1989. 1° ed. en inglés: 1982, 1).
68

otros discursos doxológicos, formadores de opinión. Es comprensible, entonces, que las


nuevas prácticas sociales y culturales echaran mano muy pronto del potencial expresivo y
persuasivo del ensayo, y adoptaran su impronta interpretativa y dialogal para reforzar la
dimensión apelativa y didáctica de una escritura que buscaba dar forma a una genuina
pedagogía cívica, con el propósito de difundir las luces y contribuir a concretar el cambio
social.' °
En tercer lugar, una última inferencia en relación con las paradojas y
contradicciones que atraviesan el proceso moderno y enhebran la intrincada secuencia de
posiciones y propuestas que, bajo el formato del ensayo, ofrecían interpretaciones
diferentes y muchas veces irreconciliables, sobre las nuevas y cambiantes realidades
americanas, confirmándose, corrigiéndose o refutándose entre sí. Por un lado, revelaría las
fases sucesivamente contrastantes de nuestra modernidad periférica, desencontrada y
desigual, en constante proceso de adaptación y revisión crítica, de autocuestionamiento y
reformulación, pero nunca totalmente cumplida, y por otro, la peculiaridad del complejo
proceso de apropiación y trasiego de ideas, costumbres, formas, de sensibilidades y valores
que echarán raíces "fuera de lugar"."

Ensayo, pensamiento crítico y cultura letrada

A pesar de la esporádica atribución de una prosapia antigua, en la actualidad, existe


un amplio margen de consenso que nos permite sostener que el ensayo nació moderno y
despuntó en suelo americano en el siglo XIX, libre del peso de un canon fuertemente
arraigado y asociado a las nuevas ideas que llegaban desde los nuevos centros culturales
europeos, sobre todo desde Francia e Inglaterra. Sin embargo, aunque todavía no se han
estudiado en profundidad las etapas preliminares al apogeo del ensayo en el subcontinente,

lO
La lectura iluminista -en un sentido emancipatorio del término- de la racionalidad moderna que propone
Jürgen Habermas, complementa la visión que acabamos de presentar. En este sentido, también remitimos a
ella, con el fin de indagar sobre la relación entre ensayo y modernidad que nos interesa plantear. Cfr. J.
Habermas, "Modernidad: un proyecto inconcluso", El debate modernidad-posmodernidad. Compilación y
prólogo de Nicolás Casullo. P ed.: 1989. Bs.As.: Puntosur, 1991: 13 1-144. Cfr. tb. J. Habermas, E/discurso
filosófico de la modernidad (Doce lecciones). Bs.As.: Taurus, 1989. i" ed.alem.: 1985.
Nos referimos al proceso que Roberto Schwarz caracterizó en su excelente ensayo, "As idéias fora do
lugar", que da comienzo a su Ao vencedor as batatas. Forma litéraria e processo social nos inícios do
romance brasileiro. Sáo Paulo: Libraria Duas Cidades, 2000. i° ed.: 1977.
cm

es preciso reconocer que existieron precedentes, formas larvadas que anticiparon algunos
rasgos de este tipo de discurso en los últimos siglos de nuestra historia colonial' 2 . En
efecto, hacia fines del XVII y a lo largo de buena parte del siglo XVIII, una constelación
de discursos, cartas, sermones, críticas y comentarios, anunció y allanó el camino para la
consagración del ensayo como género eminentemente argumentativo' , tal vez el más
adecuado y dúctil para la formulación y la discusión de ideas. Ya en aquellos textos que
hemos llamado protoensayísticos, el ensayo aparecía prefigurado y ligado al espíritu de
esos tiempos, tan proclives a las prácticas reflexivas de autoconciencia y autocrítica que
irrumpían como gestos y hábitos modernos del nuevo tipo de subjetividad emergente.
Por otra parte, en los inicios de la sociedad virreinal, constituida ya la ciudad
letrada en el Nuevo Mundo, durante la época barroca, la letra se convirtió en el
instrumento simbólico de mayor fuerza, que paulatinamente fue ganando autonomía para
fijar y dar consistencia en el orden de los signos a las frágiles e inestables sociedades,
individuos y cosas americanas, desde la imposición del orden colonial. Ángel Rama lo
planteó en los siguientes términos: "la palabra escrita viviría en América Latina como la
única valedera, en oposición a la palabra hablada que pertenecía al reino de lo inseguro y
lo precario".' 4 Por cierto, la situación así definida por Rama no es privativa del
funcionamiento de la cultura letrada en las sociedades latinoamericanas, sino que puede
hacerse extensiva a su implantación en otras partes del mundo, donde la cultura occidental
se había impuesto sobre otras culturas preexistentes, en particular cuando éstas eran
predominantemente ágrafas u orales.' 5 Hecha esta salvedad, encontramos allí una hipótesis

12 En uno de los escasos trabajos sobre el tema, Emilio Carilla propuso un itinerario de autores y textos para
indagar esa hipótesis poco explorada en los estudios sobre el ensayo latinoamericano, y enumeró como
precedentes a Juan de Espinosa Medrano (El Lunarejo), Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y
Góngora, Diego y Antonio de León Pinelo, Pedro de Peralta y Barnuevo, Antonio Nariño, Eugenio de Santa
Cruz y Espejo, Jorge Juan, Francisco José de Caldas y Félix de Azara, entre otros. Cfr. "El ensayo
hispanoamericano en la época colonial". Conferencia leída en el Coloquio La producción cultural en las
Colonias del Nuevo Mundo (San Miguel de Tucumán, 1994), Carmen Perilli, comp. Las Colonias de/Nuevo
Mundo. Discursos imperiales. Tucumán: ¡lELA - Facultad de Filosofia y Letras - Universidad Nacional de
Tucumán, 1999: 131-142.
13 María Elena Arenas Cruz desarrolló extensamente la tesis polémica del carácter genérico-argumentativo del

ensayo en su libro Hacia una teoría general del ensayo. Construcción del texto ensayístico. Cuenca:
Ediciones de la Universidad de Castilla - La Mancha, 1997. Véase especialmente el segundo apartado del
capítulo III, 150-445.
14
Angel Rama, La ciudad letrada. Prólogo de Hugo Achugar. Montevideo: Arca, 1995, 22.
15 En los dominios de la cognición, se atribuye a la práctica de la cultura escrita o más precisamente a lo que

denominamos alfabetización, una serie de competencias mentales potenciales, tales como el pensamiento
crítico (aunque éste no se agote en su vertiente letrada), o el situar las emisiones desde lugares imposibles, no
70

razonable que explicaría la tarea de autocomprensión y discusión crítica, acometida


obsesivamente por los hispanoamericanos sobre sí mismos, sobre sus territorios y sus
problemas, intentando responder el interrogante acerca de su identidad, en especial con el
formato discursivo del ensayo y sus formas afines.
Hay que tener en cuenta, además, que aún en los planteos más tradicionales sobre
la cultura escrita y en sus revisiones más recientes, se la identifica como uno de los
factores de mayor incidencia en la aparición histórica de nuevas formas discursivas, como
la ficción en prosa y la prosa ensayística que suponen un nuevo enfoque del lenguaje, con
una nueva mentalidad más subjetiva y reflexiva.' 6 Así, como ejercicio de escritura,
tentativo y perfectible, nunca definitivo, el ensayo se insinuó, aún sin oficializarse, en la
modalidad barroca del discurrfr a lo libre, y muchas veces se anunció al servicio de ciertas
corrientes de pensamiento, en tipos textuales afines como las epístolas, los diálogos, los
sermones, las proclamas y otros discursos agonísticos o polémicos.
Recordemos, en este punto, la ya señalada connivencia que mantuvo con el
periodismo y, en particular, con el fenómeno que en el siglo XIX se denominó el diarismo
que dejó su impronta como tendencia en diferentes formas discursivas emparentadas con el
ensayismo de la época. De modo que sus procedimientos retóricos y modos compositivos
se derivaron de los tópicos, el estilo, el formato y las características materiales específicas
de los periódicos de la época, albergando inclusive hasta algunas formas narrativas de
ficción por medio del popularizado folletín. Cabe aclarar que esta relación no se da en
forma exclusiva en el contexto enunciativo del ensayo latinoamericano, ya que es
reconocida, tanto en la Europa insular como en la continental, la existencia de una larga
tradición de publicaciones, revistas y semanarios, un siglo después de la aparición del
ensayo en la historia de la cultura occidental' 7 . Naturalmente esto contribuyó a acelerar y

necesariamente in presencia, combinando emisiones de base perceptual con emisiones de base perspectiva.
La escritura -sostiene Kittay-, como brecha entre las coordenadas espaciotemporales de su
inscripción y las de su lectura, como producción que no es hablada ni está presente en el momento
de su recepción, libera al que escribe de los constreñimientos de las múltiples condiciones de la
presencia real y los actos verbales, dejando posibles oportunidades de perspectiva listas para ser
descubiertas...(232). (Cfr. Jeffrey Kittay, "El pensamiento a través de las culturas escritas", David R.
Olson y Nancy Torrance (compils.), Cultura escrita y oralidad. Barcelona: Edit. South Carolina
Gedisa, 1995: 223-234).
16 Cfr. David R. Olson, "La cultura escrita como actividad metalingüistica", Olson y Torrance 1995: 333.
17
Remitimos, por ejemplo, a las revistas inglesas The Tatier y The Spectator, editadas por Richard Steele y
Joseph Addison, que se empezaron a publicar desde 1709 y 1711 y contribuyeron a popularizar el género,
71

extender su difusión, estableciendo una intercomunicación inmediata y fluida del ensayista


con el público lector. Puede afirmarse entonces que, en términos generales, el ensayo se
incubó en el espacio más acotado y heterogéneo del periódico, en cuyas páginas encontró
lugar ese acto de "pensar en el papel", dejando abierta la posibilidad de incorporar
rectificaciones, prolongaciones y expansiones de algunos puntos en los números
posteriores y subsiguientes.
Seguramente las características propias de esa actitud discursiva, así como la
ausencia inicial de una tradición ensayística aquilatada en nuestro continente que pusiera
vallas a la libertad de su comportamiento formal, contribuyeron a otorgar la fisonomía
específica que tuvo este tipo de escritura en estas tierras y propiciaron su fuerte arraigo
durante las etapas fundacionales y en los momentos más críticos de nuestra historia
cultural e intelectual. En consecuencia, no sorprenden la extraordinaria potencialidad
incoativa ni la eficacia de su acción persuasiva, en virtud de las cuales este tipo discursivo
se arrogó su tan reconocida capacidad para dar cauce expresivo a los procesos
autointerpretativos característicos de la modernidad.
Sin embargo, la sola presencia de las cualidades enumeradas no habría bastado
para explicar su singular desarrollo en esta macroregión. En verdad, resultó decisiva para
su aparición en estas latitudes, la existencia de un campo de cuestiones abiertas y
problemáticas que reclamaban la exposición, la interpretación, la indagación, el comentario
y el debate, tales como la búsqueda de una identidad política, social y cultural y la
identificación de los obstáculos para encontrar soluciones y formular programas de acción
concretos, tanto en el ámbito nacional y regional como en el transnacional y continental.
Una vez oficializado como tipo discursivo en estas tierras, bien entrado el siglo XIX, el
ensayo tuvo un rol fundacional y, en cierto modo, programático en las incipientes
sociedades americanas, cuando la mayoría de ellas eran naciones todavía en ciernes.
Destacamos especialmente esta condición inherente al ensayo cultural latinoamericano,
siempre inscripto en contextos que favorecían y reclamaban la formulación de proyectos y
propuestas revolucionarias o reformistas de las más diversas raigambres ideológicas. Por
supuesto, no ignoramos las consecuencias que esta descripción proyecta en la práctica

incluyendo artículos breves y todo tipo de ensayos, en consonancia con la gran tradición ensayística de la
literatura inglesa, y, unos años después, El diario de los literatos de España en 1737, El caxón de sastre
(1760), El Correo de Madrid (1786), El Censor (1781), entre tantos otros.
72

reflexiva sobre el ensayo. En principio, optamos por tomar distancia de las teorizaciones
posmodernas sobre el género que lo postulan como mero ejercicio de escritura subjetivo y
juego retórico, subestimando o diluyendo su valor argumentativo y pragmático como
discurso portador de ideología, con un alto poder de intervención en los debates políticos,
culturales y sociales.' 8
Por otra parte, las posiciones posmodemas acostumbran caracterizarlo como un
género privilegiado para trasuntar esa condición relativista e ideológicamente ligera o
vaciada, razón por la cual insisten en el carácter disuasorio, incierto y hasta indeterminado
de sus proposiciones y argumentaciones. Es así que, en favor de la desarticulación y
particularización de los saberes producidos y difundidos con ese formato, ciertamente
teñidos de un escepticismo desmovilizador, se diluye desde este ángulo la fuerza
programática y persuasiva que contenían las expresiones ensayísticas en el uso
eminentemente político con que se las venía cultivando desde las vísperas de la formación
de los estados nacionales en Latinoamérica.
Insistimos, por tantó, en que contrariamente al signo rupturista, escéptico y
transgresor que suele asociarse a su aparición en la escena europea -en particular, con
Montaigne-, el ensayo irrumpió en el discurso de las elites intelectuales hispanoamericanas
como un género inaugural que anticipaba la modernidad en el horizonte discursivo: "el
primer género mayor no recibido a través de la cultura colonial" 9 ya que —como ,

señalamos en el capítulo anterior- España aún no contaba en esa época con


manifestaciones ensayísticas, en un sentido estrictamente genérico del término. Y si esto
no bastara para trazar la divisoria de aguas respecto de sus fuentes o textos inspiradores, el
ensayo de interpretación cultural ha cumplido en Latinoamérica, desde sus comienzos, un
papel fuertemente cuestionador de sistemas cerrados y dogmáticos, por cuanto ha dado
forma a la revisión y el ajuste, en mayor o menor medida, del proyecto de la modernidad a
las más dispares particularidades latinoamericanas, confirmando lo que señalamos acerca

18
Esta perspectiva está ausente, por ejemplo, en el libro ya citado de Claire de Obaldía, The Essayislic
Spirit..., donde se limita el tratamiento del ensayo hispánico -o latinoamericano en particular-, al análisis
de la ensayística de Jorge Luis Borges. Tampoco se la contempla en el volumen compilado por Marcelo
Percia, Ensayo y subjetividad, ni en el libro de Eduardo Grüner, Un género culpable. La práctica del
ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones (Rosario: Horno Sapiens Ediciones, 2000), excepto
cierta mirada obstinadamente moderna que persiste en algunos trabajos incluidos en este último.
19
Miguel Gómes, "El género que vino de la modernidad: El ensayo", Atenea. Revista de ciencia, arte y
literatura, 471 (1° sem. 1995): 192-3.
73

de la imbricación del proyecto moderno en toda dilucidación, explicación o debate acerca


de la cuestión cultural en estas regiones. 2°
Fue fundamentalmente en la faz revolucionaria de la modernidad, cuando se
introdujeron signos inequívocos de una profunda voluntad de cambio, canalizada por
medio de la formación y la orientación de la opinión pública y la instrucción de los
ciudadanos. Y, como se sabe, el avance de la alfabetización y la imprenta junto con la
incorporación y la circulación de las ideas de nación, progreso, revolución, cambio,
regeneración, civilización, entre otras, en gran parte difundidas a través del ensayo, dieron
lugar muy pronto a la multiplicación de medios de prensa escritos y otros materiales
impresos que colaboraron eficazmente para comenzar a hacerlas realidad. En ese mismo
medio social, los viajes, las cartas y el intercambio de diferentes escritos (manuscritos
inéditos impublicables, libros prohibidos, periódicos, revistas y libros extranjeros,
traducciones) alimentaron, sin duda, las discusiones de los nuevos grupos letrados y
contribuyeron a la formación de un público lector, en la acepción moderna de la palabra.
Cuando sostenemos que el ensayo cultural desempeña un papel fundacional en este
terreno, lo planteamos en un doble sentido. En primer lugar, porque se arraigó como tipo
discursivo sin una tradición aquilatada ni legítimamente reconocida en la lengua y la
cultura hispánica, aunque con una tradición consolidada en el Occidente europeo y
asimilada a través de ensayos escritos en francés y en inglés que, ya en esos tiempos,
fueron ávidamente leídos por algunos letrados americanos 21 , y además porque, como
ejercicio de autocomprensión, se convirtió en el espacio discursivo adecuado para la

20
Si nos circunscribimos al siglo XIX, son ilustrativas las diferentes variantes del ensayo romántico, desde los
textos de Sarmiento y Francisco Bilbao hasta los de J. V. Lastarria y J. B.Alberdi, especialmente los que abren
el debate acerca de lo americano y la cuestión nacional, sin ocultar su voluntad fundacional.
21
Destacamos las ideas de los philosophes franceses, principales fuentes intelectuales del nuevo
americanismo, cuya crítica de las instituciones sociales, políticas y religiosas de la época fue conocida y
discutida por los americanos, sin llegar a aceptarla acríticamente. Vulneradas las barreras interpuestas por el
gobierno español para impedir su difusión, la literatura de la Ilustración y de la Revolución Francesa circuló
en Hispanoamérica con relativa libertad. En México, Newton, Locke, Adam Smith, Descartes, Montesquieu,
Voltaire, Diderot, Rousseau, Condillac y D'Alembert eran leídos por los miembros de la ciudad letrada, pero
a partir de 1790, la nueva filosofia comenzó a ser perseguida por la Inquisición mexicana, por su contenido
político, sospechado de sedicioso, defensor de "principios generales sobre la igualdad y libertad de todos los
hombres" y vehículo de las noticias consideradas peligrosas de la Revolución Francesa. Asimismo la lectura
de Paine y los discursos de John Adams, Jefferson y Washington, cuyas obras circularon por el subcontinente,
estimularon el deseo de libertad y el espíritu republicano y liberal. Sin embargo, a menudo el móvil de todas
esas lecturas nacía simplemente de una penetrante curiosidad intelectual, puesto que -como acota John Lynch-
poseer un libro no significaba necesariamente aceptar sus ideas. Cfr. Lynch, 38.
74

constitución y la disputa de subjetividades sociales y culturales ideológicamente


localizadas.
No se puede negar la estrecha relación que el ensayo mantuvo desde sus comienzos
con la cultura letrada, por cuanto fue cultivado por los nuevos sujetos sociales
pertenecientes a esa elite cultural compuesta en aquel entonces por un reducido concierto
de voces mayoritariamente criollas y, en menor grado, mestizas, no demasiado diversas ni
étnica ni socialmente. 22 En efecto, salvo muy escasas excepciones 23, encontramos pocas
voces mestizas, indígenas y de las castas entre los cultores del ensayo y sus formas previas
y afines. En definitiva, para los pequeños grupos letrados que habían logrado acceder a los
beneficios más sofisticados de la civilización, la letra les proporcionaba un poderoso
instrumento de ideologización, por su capacidad de fijar la realidad analizada, soñada o
proyectada. Y mientras tomaban conciencia, polemizaban y reflexionaban críticamente
sobre esa realidad inédita que convocaba su interpretación, esos nuevos sujetos se
constituían y se autorrepresentaban como tales, simbólicamente, en el acto mismo de la
puesta en escena ensayística.
Con el tiempo, iría cobrando fuerza una creciente conciencia de si, más profunda y
elaborada, de una identidad diferente de la española, anuncio de una toma de conciencia
acerca de diversas formas posibles de una presunta nacionalidad, en busca de los objetivos
deseados: la independencia política y la emancipación mental. El reclamo de poder
político y orden social se hacía oír cada vez más y con mayor insistencia, por parte de los
criollos. El contacto con Europa y los EEUU contribuyó a abrir los espíritus a las ideas
contemporáneas que eran recibidas con entusiasmo como instrumentos de reforma, y a los
contenidos de la Ilustración que era asimilada por el deseo de conocer lo que pasaba en el
mundo. Algunos criollos cultos llegaron a ser verdaderos revolucionarios, como Francisco
de Miranda, Antonio Nariño y el joven Simón Bolívar, todos discípulos destacados de esta

22
Recordemos que en la América colonial, a causa del fuerte sentimiento de superioridad dominante entre
los blancos —peninsulares y criollos- que se arrogaban el blasón de la pure:a racial, y de la obsesión por las
gradaciones raciales, las posiciones sociales y sus posibilidades de acceso a la educación sistemática y a la
comunicación escrita estuvieron fuertemente determinadas por las posiciones económicas y raciales. Esta
conciencia de raza no escapó, por ejemplo, a la agudeza de Humboldt, quien afirmó con perspicacia que: "En
América, la piel, más o menos blanca, decide la clase que ocupa el hombre en la sociedad". A. von
Humboldt, "Ensayo político sobre el reino de la Nueva España", 4 vols. México, 1941, II, 141.
23
Pensamos, por ejemplo, en letrados mestizos como el peruano Juan de Espinosa Medrano (El Lunarejo) y
el ecuatoriano Eugenio Espejo, entre otros.
75

nueva filosofia, que siguieron los ideales de libertad y felicidad humana. En el Rio de la
Plata, el contacto con los extranjeros era signo de cierto espíritu de independencia: Manuel
Belgrano conocía el pensamiento de la Ilustración; Mariano Moreno admiraba a Rousseau
y editó el Contrato social para instruir a los jóvenes americanos. Los ideólogos precursores
de la independencia eran una pequeña elite avanzada respecto de la opinión criolla, a la
que la nueva filosofia sirvió, en realidad, de inspiración para los ideales de los ya
disidentes y proporcionó una justificación intelectual para la revolución venidera. Los
americanos recibieron de la Ilustración más que informaciones o ideas, sobre todo una
nueva visión del conocimiento, una nueva preferencia por la razón y la experimentación
frente a la autoridad y la tradición. En tanto que los intelectuales criollos en México, Perú
y Chile expresaban y nutrían una nueva conciencia de patria, con un mayor sentido de
exclusivismo, porque, como observaba el Mercurio Peruano, "más nos interesa saber lo
que pasa en nuestra nación".
Por su parte, los jesuitas criollos, expulsados de su tierra natal en 1767, se
convirtieron durante el exilio en los precursores literarios del nacionalismo americano, y
su literatura -mayoritariamente epistolar, pero en muchos casos protoensayística- contenía
un ingrediente fundamental del nacionalismo, la conciencia del pasado de la patria, a la vez
que ensayaba la voz de un nuevo sujeto histórico. Pero la importancia de sus obras reside
menos en su influencia directa que en la forma en que reflejaron el pensamiento de otros
americanos menos capaces de hablar, por cuanto aquellos eran intérpretes de sentimientos
regionalistas, ya arraigados en el espíritu criollo. 24
Es obvio que la relativa autosuficiencia que fueron ganado las colonias americanas
fue un motivo de preocupación para las autoridades españolas que las impulsó a controlar a
los criollos y a reforzar la unión política con un lazo de mayor dependencia respecto de la
metrópoli. Esto implicó emprender una "segunda conquista" de América, esta vez
burocrática, mediante la creación de nuevos Virreinatos, como el del Río de la Plata y el de

24
Es el caso de la literatura nostálgica del jesuita chileno Manuel Lacunza, y del procriollo, indianista, abate
Juan de Molina, cuyo propósito era hacer conocer los pueblos americanos y destruir el mito de la inferioridad
y degeneración de los hombres, animales y vegetales en el Nuevo Mundo, propagado a mediados del XVIII,
por las obras antiamericanas de Cornelio de Pauw, Buifon, Raynal y otros. Un caso singular es el del escritor
exiliado criollo, Francisco Javier Clavijero, quien intentó refutar a de Pauw, realizando un estudio exacto de
México, especialmente de su prehistoria. Su Historia antigua de México (1780-1781) fue escrita con espíritu
científico, para 'hacerse útil a su patria". En ella señalaba las diferencias étnicas con España y sostenía que se
podría formar una nacionalidad más homogénea por medio de un mestizaje completo.
76

Nueva Granada, y otras unidades administrativas con nuevos funcionarios —los


intendentes- encargados de ejercer el control social, y aplicando nuevos métodos de
gobierno. Por tanto, detener esa primera emancipación de la América Hispana y criticar y
cuestionar el régimen absolutista vigente que ya no correspondía con el air du temps,
fueron los principales objetivos del gobierno de Carlos III y sus ministros ilustrados, entre
1759 y 1788. Las elites modernas americanas, más alejadas que las peninsulares del foco
revolucionario francés, encontraron menos obstáculos para su desarrollo, aunque el brillo
de las luces fue ciertamente menor. Su americanismo no sufrió mayores inhibiciones y era
común encontrar en los periódicos de la época términos como "la nación", "la patria",
"nuestra nación", "nuestra América", "nosotros, los americanos". 25 Aunque se trataba de
un nacionalismo más cultural que político y no se buscaba destruir inmediatamente la
unidad del mundo hispánico, era evidente que las mentes se estaban preparando para la
independencia.
Una serie de circunstancias convergentes -la conquista francesa de España, el
colapso de la España de los Borbones, el imperialismo de los liberales españoles- produjo
un daño profundo e irreparable en las relaciones entre España y América. Los americanos
tuvieron que ocuparse de su propio destino y, una vez tomadas las decisiones en forma
autónoma, la independencia cobró impulso y ganó el continente en dos grandes
movimientos: la revolución del sur, más rápida, avanzando desde el Río de la Plata a través
de los Andes hasta el Pacífico, y la revolución del norte que, seguida más de cerca por
España, se desvió desde Venezuela a Nueva Granada y volvió a su lugar de origen. Pero la
independencia fue un logro insuficiente, y recién con la concurrencia de nuevos factores se
favorecería una idea más acabada de nación. Ya hacia 1810, la noción de patria se
aplicaba a una nación en particular, más que al mundo hispánico en general. En esa época,
las sociedades americanas fueron tomando conciencia gradualmente de su identidad
particular y, al tiempo que fueron forjando diferentes identificaciones y atribuciones,
comenzaron a dejar testimonio escrito de los avatares de la formación de ese nuevo sujeto.
Ese mismo sentimiento de diferenciación y enfrentamiento social fue captado por un
viajero privilegiado como Alexander von Humboldt, quien observaba que:

25
Por ejemplo, ya en 1788, La Gaceta de Literatura de México utilizó la frase "nuestra Nación Hispano
Americana".
77

Los criollos prefieren que se les llame americanos; y desde la paz de Versalles, y
especialmente desde 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo: "Yo no
soy español; soy americano", palabras que descubren los síntomas de un antiguo
resentimiento... (A.von Humboldt, II, 118).

En efecto, en el curso del siglo XVIII, los hispanoamericanos empezaron a redescubrir su


propia tierra en una original literatura americana, pero su patriotismo era americano, no
español, y regional más que continental, porque en cada uno de los países ya se avizoraba
una identidad peculiar, observada por sus gentes y exaltada por sus escritores.
La creciente tendencia de los actores sociales a tomar la palabra para justificarsu
accionar, y de la sociedad culta, en especial, para expresar su angustia y sus temores, sus
esperanzas y sus aspiraciones, nos enfrenta a una serie de autoimágenes y representaciones
de sí mismos y de los otros, que legitiman sus autoridades y objetivan los valores a los que
se refieren y los comportamientos que de ellos se deducen. A su vez, la asistematicidad del
conjunto de discursos e imágenes mencionados, obrará en función de sus fines: exhortar,
enardecer los ánimos, exaltar el patriotismo, buscar remedios para reformar la monarquía.
Por la forma en que se realizó la gran mutación ideológica, la práctica de nuevas formas de
sociabilidad favorecieron el ejercicio de la polémica, la crítica y el intercambio y la
difusión de las ideas, creando la escena adecuada para el surgimiento y la oficialización del
ensayo.
Por último, no hay dudas de que la independencia política de los Estados soberanos
fue la culminación de un largo proceso de enajenación que cobró contornos regionales y
transnacionales, durante el cual lo que hoy dimensionamos como Latinoamérica fue
tomando conciencia de su situación y su diferencia cultural, en busca de configurar una
identidad propia, planteando interrogantes, ensayando respuestas y tomando posiciones.
Aún si se aceptase la persistencia de los vínculos con España, sin negar la soberanía de la
Corona, comenzaban a cuestionarse y ponerse en duda las bases de esa lealtad. Es evidente
que el cambio de política de los Borbones alimentó significativamente estos resquemores,
incitando a nuevas conceptualizaciones y disputas.
78

El ensayo latinoamericano como discurso cultural

En esta instancia, no es dificil comprender el protagonismo que alcanzó el


discurso ensayístico, desde los inicios del siglo XIX, en los avatares de la larga disputa
en torno a la definición, resistencia y reformulación de identidades y su contrapartida: la
integración, asimilación, aceptación o eliminación de diferencias, que se ha venido
planteando en distintos momentos, con diferentes formas e intereses según las regiones,
países y áreas geoculturales donde se desarrollen, en el orden nacional, regional o
subcontinental. Así, entre marchas y contramarchas, fue tomando forma una complicada
urdimbre de ideologías foráneas, particularidades locales, asistencia extranjera y
complicidades transnacionales, sobre cuya trama se ensayó anudar, en sucesivos y
reiterados intentos, un esbozo de tradiciones reinventadas y un haz de proyectos por
cumplir.
Como se ha visto, la formación y el desarrollo de una tradición ensayística en
estas tierras estuvieron decisivamente ligados al proceso revolucionario de
emancipación que, con ritmos y estilos diferentes en cada caso, precipitó la formación
de estados nacionales soberanos en América, y a los avatares y contingencias que
experimentó y aún sigue experimentando en los hechos, la deseada democratización de
estas sociedades. En particular nos interesa señalar como marco de referencia, la
modernidad en su etapa revolucionaria, más que el estado-nación, puesto que ningún
país del subcontinente es culturalmente homogéneo, por lo cual es preciso captar y
medir geográfica y socialmente la inevitable heterogeneidad cultural del conjunto para
poder definir en la pluralidad y diversidad de las regiones americanas, ese air du temps,
vale decir, la combinación de ideas, imágenes, pasiones y juicios de valor de los
múltiples factores que convergen en un momento dado. Según José Luis Romero, existe
una relación notable entre el desarrollo de la forma ensayística y el despliegue de las
ideas autonomistas e independentistas en América:

El proceso de la Emancipación se desata en tierra americana a partir de situaciones


locales y desencadena una dinámica propia que no se puede reducir a la que es
79

peculiar de los procesos europeos contemporáneos. 26

Tal como lo indicó el mismo Romero, en Latinoamérica proliferaron junto con la


recepción de las grandes corrientes de ideas con prestigio social, vigentes en los países más
influyentes del subcontinente -Ilustración, positivismo liberal, socialismo-,

otras corrientes de opinión mucho menos precisas y sistemáticas, más confusas


y casi inasibles, aunque de arraigo mucho más profundo, puesto que más que ideas
podrían ser consideradas creencias o actitudes espontáneas frente a experiencias
inmediatas de la realidad social y cultural. 27

Es claro que la modernidad revolucionaria de esta gran área cultural actúa de


acuerdo con una lógica particular, y habilita la búsqueda de una forma discursiva con un
funcionamiento y una disposición análogos para su planteamiento y difusión. El nudo del
problema reside, para el mismo historiador, en que las ideologías en Latinoamérica se
mueven de distinta manera. Las diversas situaciones sociales y culturales engendran
actitudes espontáneas que llegan a tornarse torrentes ideológicos de fuerza incalculable.
Junto a ellas se deslizan los sistemas de ideas de origen extraño, nacidos en otros países al
compás de otras situaciones, y llegados bajo sus formas más esquemáticas a nuestras
naciones, a través de grupos influyentes e ilustrados, aunque reducidos. Aquí reside en
gran parte la peculiar complejidad del problema, tanto de su estructura social como de la
comunicación entre los grupos. Paradójicamente las corrientes y los textos más
representativos son los más dificiles de filiar, circunscribir y exponer. A esto pueden
sumarse preconceptos tradicionales y fórmulas retóricas, así como ideologías sistemáticas
o espontáneas que contribuyen a oscurecer la fisonomía latinoamericana.
Siempre al decir de Romero, las ideas expresan una interpretación de la realidad,
no necesariamente una teoría y sus posibles cambios. Curiosamente estas ideas menos
rigurosas y más asistemáticas suelen tener mayor influencia en la vida colectiva (J.L.

26
José Luis Romero, "Prólogo", Pensanziento político de la Emancipación. Tomo I. Caracas: Biblioteca
Ayacucho, 1977: IX.
27
J. L. Romero, Situaciones e ideología en Latinoamérica. Compil. por L. A. Romero. Bs.As.: Editorial
Sudamericana, 1986, 42.
80

Romero 1986, 13); son formas de mentalidad que suponen actitudes frente a la realidad y
un esquema de formas que se quisiera que la realidad adoptara, engendradas en las mentes
de las elites. Suelen ser el fruto de un movimiento espontáneo de varios grupos sociales
frente a una situación dada, que piensan en ella como en su circunstancia, sin perjuicio de
que de las elites surja quien pueda darles una forma más rigurosa, la expresión conceptual
y, acaso, la divisa capaz de polarizar a las multitudes y enfrentar a amigos y enemigos, en
un juego entre realidad e ideas y entre ideas teóricas preexistentes e ideas que nacen
espontáneamente de cierta interpretación de la realidad.
En los países latinoamericanos, tan distintos y dificilmente comprensibles en una
unidad más allá de ciertos límites, las interrogaciones estuvieron siempre movidas por
cierta militancia política que impregnó la inclinación del estudio histórico, y no por una
actitud científica; ni fueron fruto de la pasión por el conocimiento. La vertiente política era
mucho más acentuada, pues el movimiento emancipador había creado a principios del
siglo XIX un conjunto de países de idéntica raíz, constituidos al calor de situaciones muy
semejantes y con un futuro que se insinuaba con problemas muy parecidos. Hallar la
peculiaridad de cada uno de ellos era empresa muy dificil y, sin embargo, fundamental, no
sólo para afirmar su independencia del poder español, sino también para justificar su
segregación de vastas áreas tradicionales como los antiguos virreinatos, o de nuevas áreas
políticas como la Gran Colombia creada por Bolívar, de la que se desgajaron tres países. Y
fue esa misma dificultad la que desencadenó el afanoso análisis del pasado, la exploración
cuidadosa de los detalles de cada desarrollo regional y la sobreestimación de un patrimonio
legendario y heroico que se trataba de exaltar.
Esbozadas las condiciones históricas -materiales y simbólicas-, los repertorios de
ideas y las coyunturas políticas, económicas y sociales concretas que en distintas instancias
activaron, con mayor o menor ímpetu, la modalidad de escritura inacabada e interpelativa
que nos ocupa, podemos observar su fecundidad tanto en la formulación de planteos frente
a preocupaciones apremiantes como en la exposición de respuestas aleatorias -nunca
definitivas, rotundas, ni cerradas-, en la indagación sobre la historia, la sociedad y la
cultura. Bajo esas mismas condiciones históricas, se despierta la inquietud por localizar y
reconocer las primeras señas de una identidad compartida en el ámbito de la región,
como dentro de las fronteras del proyectado territorio nacional y aún más allá de ellas, en
81

los límites del mapa continental.


Los grandes ensayos de interpretación cultural, en su doble vertiente: nacional y
continental, surgen en momentos fundacionales y en las diversas coyunturas de cambios y
crisis, e irrumpen en nuestro abigarrado paisaje cultural, como miradas
autocontemplativas, es decir, como modos de autocomprensión para entender la realidad
en un doble sentido: como referente objetivo de la indagación y, a la vez, como fenómeno
inmanente, por cuanto la nación, la región o el subcontinente son, con diferencias y
variantes notables según el caso, el lugar de enunciación de cada uno de esos textos. En
este sentido, proponemos considerar el ensayo como discurso cultural, en tanto forma
parte del proceso de la cultura, tal como la entiende Raymond Williams, como "la
respuesta de ciertos individuos, afiliados a ciertos valores, que confrontaron el cambio y
sus consecuencias"28 . En efecto, forma parte de una respuesta más amplia y compleja de
los individuos de los siglos XIX y XX a la Revolución Industrial y sus consecuencias, de
un proceso de aprendizaje que, en el siglo XIX, se transformó en "el eje de una respuesta
significativa a una sociedad que experimentaba cambios radicales y angustiosos"
(Williams 1978, 34).
Nos detendremos en este punto para agregar algunas precisiones al uso operativo
que aquí hacemos de la noción de discurso cultural, cuando la referimos a los ensayos
latinoamericanos que motivan nuestro estudio, especialmente si tomamos en cuenta que,
en su acepción más corriente, comprende diferentes tipos de textos no exclusivamente
ensayísticos. Por otra parte, el atributo cultural remite al concepto complejo y polisémico
de cultura, lo que reclama y justifica una delimitación conceptual. Últimamente, la
utilización frecuente y hasta abusiva del término cultura suele tornarlo confuso y
excesivamente ambiguo, por el espectro amplio y diverso de las significaciones que
convoca, desde intereses y marcos disciplinarios muy distantes. 29 Por el contrario, desde

28
Raymond Williams, "The Idea of Culture", P. Davison, R. Meyerson y E. Shils, eds. Literary Taste,
Culture and Mass Culture, vol 1. Cambridge: Chadwyck-Healey Ltd., 1978, 34.
29
Entre los numerosos trabajos que trazan un panorama histórico del complejo y variado abanico de
significaciones que ha reunido ese vocablo, desde diferentes perspectivas disciplinarias, destacamos:
Raymond Williams, Marxismo y literatura. Barcelona: Ediciones 62, 1980, 21-3 1, y Clifford Geertz, La
interpretación de las culturas. 8° reimpr. Barcelona: Gedisa, 1997, 214-218. Remitimos también a la
interesante reseña de las posiciones más relevantes que contribuyeron a la revisión crítica de esa noción,
en el ámbito de las ciencias sociales, en particular en lo que concierne a la disputa entre concepciones
82

el enfoque histórico, eminentemente dinámico y relacional, que adoptamos, la idea de


cultura se muestra más abierta a posibles y constantes rectificaciones y refutaciones
nacidas de su reformulación en diferentes situaciones históricas, sociales y culturales, y
menos rígida y homogénea que la conceptualización dominante, en forma subyacente o
explícita, en los estudios más tradicionales sobre el ensayo latinoamericano hasta hace
apenas unas décadas.
Es preciso señalar que no intentamos interpelar los textos ensayísticos como
portadores de verdades definitivas o conceptos compactos que atesoran el resultado de
un arduo proceso de buceo y exploración en un presunto magma cultural original, tan
inasequible como inalterable y sustancial, sino que desde una mirada diferente optamos
por distanciamos de esa tradición indagatoria que asumía posiciones esencialistas y
apriorísticas frente a la identidad y la cultura, para leerlos e interpretarlos en situación,
dentro de la red argumentativa donde interactúan.
Tanto las representaciones como las concepciones identitarias y las tomas de
decisión que definen inclusiones y exclusiones, comparten por igual el carácter social, ya
que no dependen exclusivamente de la pura subjetividad individual de sus actores, sino
también de los marcos sociales que condicionan y orientan sus elecciones. En este
sentido, resulta adecuada para nuestro planteo la definición sociológica que propone
Pierre Bourdieu, quien describe la cultura como un campo de fuerzas en permanente
lucha, consciente o no, por imponer sus propios sistemas de significaciones que
organizan el universo según la lógica de los intereses materiales y simbólicos. 30 A partir
de esta premisa teórica, podemos considerar el tipo específico de ensayos que
seleccionamos, como textos y discursos de cultura, en la medida en que comportan
diferentes formas de interpelación, acceso e intervención en el espacio público donde se
deciden, deconstruyen y replantean las identidades sociales y culturales. Hay además un
aspecto peculiar que nos interesa resaltar: cada uno de esos textos pone en signo un
análisis crítico, una propuesta programática o el esbozo de una valoración diagnóstica -y
a menudo, todos a la vez-, sobreimprimiendo, al mismo tiempo, una instancia
autorreflexiva metatextual a la dimensión argumentativa textual.

sociológicas y antropológicas de la cultura, en: Denys Cuche, La noción de cultura en las ciencias sociales.
Bs.As.: Nueva Visión, 1999.
30
Cfr. Pierre Bourdieu, Questions de sociologie. Paris: Minuit, 1984.
83

De este modo, en la acepción que proponemos, la categoría de discurso y texto de


cultura excede lo meramente representado y enunciado para incorporar los aspectos
enunciativos, performativos y pragmáticos. Y aunque no ignoramos que todo texto es, en
definitiva, un "texto de cultura" 3 ' - cualquiera sea el asunto, la materia y la práctica
significante puestos en juego en su composición-, en la modulación que introducimos se
reduplica su sentido. Dicho de otro modo: la cultura, en esa expresión, no consistiría
solamente en el paisaje en sí sino también -y fundamentalmente- en los diferentes modos
de mirarlo.
Volviendo a la situación concreta, en nuestros países los letrados e intelectuales en
complicidad con la ideología de la letra y desde posiciones relativamente cercanas al poder
que los seducía o los expulsaba, muy pronto se abocaron a tomar conciencia y pensar ellos
mismos su propia cultura, a construir sus propias fábulas de identidad y diseñar un futuro
posible. Cumplieron una función capital en el orden social y cultural, al transmitir su
mensaje persuasivo, en incipientes géneros ensayísticos muy variados, desde diferentes
lugares y situaciones, como el púlpito, la cátedra, la administración o el teatro. Desde
entonces, esa suerte de formas protoensayísticas sobrevivieron como uno de los
innumerables modos que asumió el ejercicio de la letra en el subcontinente, y mantuvieron
esa misma función a lo largo del período postindependentista, todavía dentro de los
dominios de la ciudad letrada. Los habitantes selectos, las minorías ilustradas de la ciudad
escrituraria, las elites culturales y los intelectuales de la ciudad modernizada y de la
revolucionada, se convirtieron en servidores de poderes y dueños de la letra, conocedores
de los mecanismos y vericuetos institucionales y hábiles manipuladores de los discursos,
por su destreza en el ejercicio de los lenguajes simbólicos de la cultura. Así se explica que
hayan seguido ejerciendo aún hasta nuestros días, con mayor o menor grado de legitimidad

31
Hablamos de texto en una acepción semiótico-performativa, según la definición que propusimos en M.
Scarano, "Reflexiones al margen", en M. Scarano-M. Marinone-G. Tineo, La reinvención de la memoria.
Gestos, textos, imágenes en la cultura latinoamericana. Rosario: Ed.Beatriz Viterbo, 1997, 16-17 y 33.
En este sentido, se supera la dimensión exclusivamente verbal (oral o escrita) que comúnmente refiere esa
noción, para aludir a elementos de cualquier sistema semiótico -escrito (alfabético o no), oral, gráfico no
verbal (imágenes, íconos) y mixtos- que interaccionan en todo texto entendido como complejo sígnico y
coherente que produce significación, inseparable de su dimensión social y cultural. Cfr. Lotman,
Uspenskij y Escuela de Tartu, Semiótica de la cultura. Introd., selecc. y notas de Jorge Lizaso. Madrid:
Cátedra, 1979. La acepción semiótico-performativa ha sido expuesta en detalle en W. Mignolo. The
darker side of ihe Renaissance. Literacy, ierritorialily and colonL-ation. Ann Arbor, Michigan: University of
Michigan Press, 1995, Part 1, Chapter 2.
84

y de poder, su virtuosa capacidad para producir significaciones y discursos culturales,


generar críticas y consensos, y diseñar modelos alternativos o conservadores, destinados a
dar forma a las ideologías públicas.
Una vez fragmentada la República de las letras y desarticulada la actividad
compartida de la discusión, los intelectuales parecieron llamados a resucitar la tradición de
los hombres del conocimiento y a materializar la memoria colectiva. Así, mediante el
ejercicio de prácticas modernas como la movilización y el autorreclutamiento, despertando
inquietudes, convocando lealtades y promoviendo autodefiniciones, lograron poner de
manifiesto su compromiso con cuestiones globales como la verdad, el juicio y el gusto de
su tiempo. En este contexto ubicamos el subtipo específico de ensayo que seleccionamos
por su carácter de discurso cultural. Estos ensayos de interpretación nacional o continental
ponen en evidencia la historicidad de los moldes culturales y especialmente ideológicos,
políticos y estéticos, orientando el diálogo entre los textos y su particular situación de
enunciación en las complejas y cambiantes formaciones culturales latinoamericanas, así
como en las relaciones de éstas con las culturas centrales.
Resultaría tedioso y de todos modos siempre insuficiente y parcial, enumerar una
larguísima lista de textos exclusivamente ensayísticos que, en una gama muy variada de
tópicos, modalidades enunciativas, disposiciones, procedimientos de estilo, tonos y
estrategias argumentativas y patéticas, integran la categoría que proponemos. Simplemente
para ilustrar la variedad y riqueza de la formación discursiva aludida, mencionaremos
algunos de ellos, sin la pretensión de invocar representatividades ni visiones más o menos
totalizantes. Así, por ejemplo, podemos pensar en un vasto espectro que comprende desde
versiones liberales con el formato de panfletos breves como la Acción de la Europa en
América de Juan Bautista Alberdi, o más extensos y con una retórica romántica
grandilocuente como El evangelio americano de Francisco Bilbao, sermones laicos con la
longitud de un libro y una disposición cercana a la del tratado como el ensayo estético-
político Ariel de Rodó, ensayos positivistas como Conflicto y armonías de las razas en
América de D. F. Sarmiento, El continente enfermo de César Zumeta o Nuestra América
de Carlos Octavio Bunge, conferencias magistrales como "La utopía de América" de
Pedro Henríquez Ureña, o escritos menos formales como Calibán. Apuntes sobre la
cultura en nuestra américa de Roberto Fernández Retamar, hasta ensayos más cercanos a
85

la erudición de la crítica literaria académica en versiones moderadas como El laberinto de


la soledad de Octavio Paz o La ciudad letrada de Angel Rama.
Desde la perspectiva de análisis abierta por la semiótica de la cultura, estos textos
pueden ser calificados como modelos autointerpretativos de la cultura. El planteo podría
formularse brevemente en estos términos. Si, por una parte, la dimensión cultural,
imbricada con los demás órdenes de la realidad en el entramado textual, resulta en estos
ensayos el objeto y la cuestión sobre los que se ejerce el acto de interpretación, por otra,
como textos de y sobre la cultura, ellos son simultáneamente no sólo algunas de sus
manifestaciones concretas sino también verdaderos metatextos culturales, por la función
metalingüística que los caracteriza 32 , vale decir, textos autointerpretativos de la cultura
que interpretan y representan, y de la que forman parte.
A su vez, la noción de textualidad de la cultura, originada en ese marco teórico,
resulta una herramienta útil para destacar el carácter dinámico y creativo de esa esfera.
Consiste en esa misma condición en virtud de la cual sintetiza unos textos y produce
otros.33 Como es sabido, la cultura no genera los textos ex nihilo, sino que éstos son el
resultado de innumerables selecciones que, realizadas desde un nivel infraestructural,
vienen a confirmar las coincidencias y particularidades de las distintas culturas (Segre,
16). Desde este ángulo, se perciben con mayor nitidez la densidad y el conflicto que
permean constantemente esa intrincada "urdimbre" de significaciones -como la describe
Clifford Geertz- 34 , donde individuos y grupos sociales de distinta clase conviven y se
relacionan, y donde se escriben, circulan y son leídos esos textos.
De la trama de relaciones mencionadas, puede inferirse que la capacidad
autorreflexiva y crítica de la racionalidad moderna, fuertemente comprometida con los
avatares de la existencia histórica de las sociedades latinoamericanas, social y

32
Cfr. J. Lotman y B. Uspenskij. Sobre el mecanismo semiótico de la cultura," Lotman y Escuela de
Tartu, 90. Cuando definen la cultura como un 'fenómeno no hereditario de la colectividad expresado en
un sistema de determinadas prohibiciones y presupuestos", con trazos distintivos, estos teóricos le
atribuyen una capacidad modelizadora que le permite asimilar experiencias y nociones a su dispositivo
central codificador (69-73). Así, la cultura -en tanto sistema de lenguaje y significación- es concebida
como el texto de la memoria, por su relación con una experiencia histórica pasada.
33
Cesare Ségre coincide con Lotman y Uspenskij en caracterizar la cultura como un conjunto de textos
que, en un sentido amplio, semiótico y translingüístico, funciona a su vez como un mecanismo creador de
textualidades, es decir, de realizaciones de esa misma cultura. Cfr. C.L Ségre, Semiótica, historia y cultura.
Barcelona: Ariel, 1981, 16.
34
La imagen pertenece a la definición semiótica de cultura de Clifford Geertz, incluida en "Descripción
densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura", La interpretación de las culturas, 20.
86

culturalmente heterogéneas, corporizó simbólicamente buena parte de sus interrogantes,


proyectos y contrapropuestas en la numerosa producción ensayística a la que nos
abocamos. Y es justamente en el cuerpo de esa escritura donde se construyeron
subjetividades históricas, en diferentes órdenes y planos. Ya hacia mediados del siglo XX,
Medardo Vitier advirtió tempranamente los fuertes vínculos que ligaban el ensayo con
cuestiones vitales latinoamericanas, tales como las relacionadas con la esfera de la cultura
en su innumerable variedad tópica, los problemas raciales, políticos y económicos, y las
vicisitudes históricas que sacudían nuestros países. Aunque desde una perspectiva
exclusivamente temática, Vitier señaló que, desde los comienzos del siglo, el ensayo había
avivado "las mejores savias del americanismo" en sus diferentes formas, cumpliendo una
función hermenéutica en el campo cultural (M. V-itier 1945, 7-8). Es, en definitiva, en el
terreno mismo de la cultura, ámbito y resultado de confrontaciones y negociaciones en la
escena social, donde se ponen a prueba las dotes apelativas, agonísticas y persuasivas del
discurso ensayístico, disputando poderes o construyéndolos, legitimando unos y
deslegitimando otros35 , en el gesto moderno de ensayar en el pensamiento y en el papel.
En esta línea, proponemos leer al ensayo, no como un mero molde expresivo
retórico y ornamental sino como una "forma de pensar de cuya "fuerza epistémica" se
37 Como instancia productora de nuevos
deriva la función cognitiva que lo caracteriza.
conocimientos desde la misma puesta en escena enunciativa, con diferentes resoluciones
en el orden de lo estético, pero sin abandonar el ejercicio dialéctico de la razón ni ceder a
los imperativos de la lógica científica de la demostración, el ensayo del siglo pasado tuvo
con Andrés Bello, Simón Rodríguez, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi,
José V. Lastarria, Esteban Echeverría, Francisco Bilbao, entre tantos multifacéticos
polígrafos ilustrados y románticos de nuestro continente, la oportunidad de poner a prueba
su peculiar versatilidad para cifrar los más variados intentos de organizar y proyectar,

35 Los conceptos de cultura y civilización aparecen aquí en su uso más estrictamente político, como "mots de
combat". Cfr. Philippe Bénéton. Histoire des mois culture et civilisation. Paris: Presses de la Fondation
nationale des sciences politiques, 1975, 92, cit. por Z. Bauman, Legisladores e intérpretes..., 138.
36
Tomamos la expresión acuñada por Eduardo Nicol en "Ensayo sobre el ensayo", El problema de la
filosofia hispánica. Madrid: Tecnos, 1961, 206-2 14 y 248-263, cit. en: J. L. Gómez-Martínez 1992, 154.
31
El concepto de ensayo como "fuerza epistémica" y la dimensión gnoseológica de la producción de
novedades son tratados en: H. Cerutti Guldberg, "Hipótesis para una teoría del ensayo (Primera
aproximación)", así como en otros trabajos incluidos en el volumen colectivo, El ensayo en Nuestra
América..., coordinado por H. Cerutti Guldberg 1993: 13-26.
87

filosófica y políticamente, el mundo social.


De todos ellos, el venezolano Simón Rodríguez fue, si no el padre negado u
olvidado del ensayo en estas tierras -como lo sugieren algunos críticos-, 38 al menos el
precursor de la actitud ensayística en sus experimentos de escritura, donde inventó una
nueva tipografia que reforzaba en el espacio del papel la intensidad y modulación del
sentido, alternando experimentalmente versalitas, mayúsculas y minúsculas, desplazando
líneas, introduciendo llaves y corchetes, ordenando numéricamente, resumiendo,
repitiendo y ampliando, dibujando formas y esquemas en la hoja, con el fin de distribuir en
ese espacio la estructura de su pensamiento y encontrar una nueva forma para una nueva
manera de pensar. A su vez, Rodríguez introdujo un giro interesante en esta cuestión, al
sentenciar que "la forma-es un modo de existir", o al defender el derecho de las nuevas
generaciones al ejercicio de la crítica y la provisoriedad de sus acciones:

La JENERACION PRESENTE
debe leer esta obra para CRITICARLA.
La que empieza su carrera
debe hacerse cargo del plan, para
EJECUTARLO en calidad de ENSAYO39

Pensamiento y escritura, letra y gráfico, lo abstracto y conceptual y lo concreto y visual, la


tipografia y la disposición convergen y forman parte de un mismo proyecto moderno, por
su impronta crítica y transformadora.
Advertimos que no se trata de meras elucubraciones conceptuales ni de
proposiciones que se ratifican o rectifican sucesivamente sin consecuencias en la esfera de
la praxis social; por lo contrario, el aforismo del preceptor de Bolívar añadió al ensayo
como experimento de escritura, otro sentido complementario de índole pragmática, de
ensayo en situación, en un momento y un lugar determinados: la América independiente.

38
Ángel Rama se niega a reconocerles el carácter de ensayos a los escritos de Simón Rodríguez ("No hay
aquí [en los escritos de Rodríguez] nada que se parezca al ensayo, al discurso o a la oración que practicó la
prosa americana de la primera mitad del XIX..."), en tanto que Miguel Gómes defiende, frente a la figura
paterna indiscutible de Sarmiento, su papel del "otro padre" del ensayo, "oculto hasta mediados del siglo XX,
escasamente reeditado y mucho menos leído". Cfr. A. Rama 1995, 59 y M. Gómes 1995: 194.
39
Simón Rodríguez, Sociedades americanas en 1828. Facsímil de la versión de Valparaíso, 1840, 64.
88

En otra de sus obras, Rodríguez propuso una vez más el dilema que sostenía su discurso y
dio título al texto: Inventamos o erramos (1842), insinuando que la tarea de inventar el
continente comenzaba a concretarse en el libro mismo que la anunciaba, recogiendo
tipografias inéditas, ideas germinales, inventos lingüísticos y nuevas palabras para una
nueva cultura. La originalidad de la América nueva se traducía allí, en una disposición y
una elocución nuevas, y se enunciaba como problema verbal por medio de la poderosa
fuerza retórica de la escritura ensayística.
Hacia el final del siglo XIX, otro ensayista, el peruano Manuel González Prada,
retomó esta línea de reflexión, cuando al referirse una vez más a los lazos que acercaban la
forma al pensamiento, en su ensayo "Propaganda y ataque"(l 888), sostuvo: "[C]arecemos
de buenos- estilistas porque no contamos con buenos pensadores, porque el estilo no es más
que sangre de las ideas". 4°
Más próximos al "filosofar experimental ensayista", al "filosofar de tentativa" -
como Max Bense denominó el ensayo con un estilo concreto, ligado a lo existencial,
este tipo de ensayos indagan y azuzan verdades, ejerciendo permanentemente una actitud
de búsqueda incesante. En este esquema fuertemente dialoga], el lector se convierte en
un interlocutor, a quien se le reclama una intervención activa y creadora.
Desde sus primeras manifestaciones en las primeras décadas del largo proceso de la
formación de nuestras nacionalidades, el ensayo se presentó bajo el signo de la
provisoriedad. Notas, esbozos, ideas, prospectos, bases, panfletos, opúsculos, comentarios
remitían, al mismo tiempo, con mayor o menor destreza y ajuste, a la impronta romántica
del gesto retórico del fragmento, y a la totalidad de un texto perdido o por concluir,
actualizando la ya aludida condición de "parergon" o preliminar, que señalamos en
nuestro esbozo teórico inicial. Pocos ejemplos tan apropiados para ilustrar estas dos
marcas, como el Fragmento preliminar al estudio del Derecho, del joven Alberdi, obra
anunciada en los discursos del Salón Literario del 1837 y publicada en Buenos Aires, a
mediados de ese mismo año. En unos breves enunciados espontáneos que podrían servir de
base a una posible teoría local sobre el ensayo, Alberdi expuso las razones que lo indujeron
a elegir esa forma que nombraba -con esa misma voz, destacando sus dos rasgos más

° Manuel González Prada, "Propaganda y ataque" (1888), Páginas libres / Horas de lucha. Prólogo y notas
de Luis A. Sánchez. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1976: 102.
41
MaxBense, Hege/yKierkegaard.., 11
89

relevantes: el valor provisional de la "expresión sumaria de un momento del pensamiento"


[el énfasis es nuestro] y el carácter no definitivo, propio de los libros "que se hacen en un
momento y se publican sobre la marcha" 42, tras la huella, en el orden colectivo y social, de
la inquietud montaigneana por hallar un método adecuado para expresar la condición
incesantemente mudable de su propio ser, evocada en uno de los epígrafes de esta sección.
Al respecto, es oportuna la observación de Arturo Roig sobre la tan mentada
provisoriedad del ensayo y su reclamo de réplica:

supone y a la vez exige una continuidad en la tarea ensayística; el ensayo


requiere al ensayo; es tan sólo un escorzo de la realidad en un momento de la
misma que implica la exigencia de ver otros "flancos". ( ... ) Esa misma
provisoriedad ofrece sus ventajas frente a los escritos que pretenden ser definitivos
respecto de su contenido y que son por eso mismo obras "sin reparación posible";
no se trata de enunciar verdades doctorales, sino de expresarlas "con candor y
buena fe", convencidos de que podrán ser corregidas, gracias al modo como son
enunciadas (...). La provisoriedad supone, además, otro carácter fundamental del
ensayo: es un aprendizaje. 'n

Naturalmente, son los modos mismos de enunciación los que habilitan la


posibilidad discursiva de corrección, réplica y cuestionamiento. Tanto éstos como los
tópicos y las figuras retóricas y argumentativas que adopta el ensayo de interpretación, en
su relación con la actividad deliberadamente autorreflexiva que define la modernidad,
entre otros aspectos, son extremadamente variados y revelan la riqueza y densidad
semántica de las formaciones discursivas, donde se insertan los ensayos que ofrecen
diferentes interpretaciones de lo americano.
Como ya se ha dicho, en el corpus elegido, se advierte una oscilación constante
entre el tratamiento más ceñido a contornos nacionales o regionales y la dilucidación que

42
Juan Bautista Alberdi, "Fragmento preliminar al estudio del Derecho acompañado de una serie numerosa
de consideraciones formando una especie de programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina"
(1837), Obras comp/etas. 1. Bs.As.: La Tribuna Nacional, esp. apartado III: "Algunas esplicaciones sobre la
forma y carácter de este Fragmento": 130-ss.
43
Arturo A. Roig, "Nacimiento y etapas del ensayo de contenido filosófico-social en Argentina", Numen.
Revista de la Editorial José María Cajica. Puebla, México, 8 (nov.-dic. 1969): 41.
90

aspira a dar cuenta de dimensiones transnacionales o a formular enunciados de alcance


continental. Ese heterogéneo entramado textual se nutre de versiones deudoras de un
pensamiento libre y heterodoxo, y de otras más cercanas a inflexiones dogmáticas e
intolerantes, en un dificil duelo interno de voces y lecturas, cuyas resonancias aún hoy se
dejan oír. En este sentido, el ensayo latinoamericano se presenta en el concierto discursivo
como el lugar privilegiado para "pensar la identidad críticamente" 44 o concebirla en
términos posicionales, de modo que su construcción se transforma en un terreno de
disputas, donde importan los procesos sociales mediante los cuales las identidades son
construidas y reconstruidas. Al insistir en su carácter activo y social, le devuelven al
ensayo su fisonomía teatral de estrategia de acción, que asume la función de intervenir en
los juicios y las acciones del destinatario-lector, y constituye en sí misma un modo de
situarse en el juego de fuerzas donde se disputan posiciones de poder.
Ahora bien, si como forma específica de pensamiento, de naturaleza interpretativa,
y como modo de indagación, el ensayo ha probado ser mucho más que un mero
instrumento de exposición -como tradicionalmente se lo concebía, confundiéndolo
generalmente con el tratado-, es en virtud de su función metatextual que se presenta como
el campo textual donde se debate sobre la cultura y la ideología, en un acto doblemente
mediador. En esta misma línea, Theodor Adorno lo describió, en un sentido amplio,
como la "forma crítica por excelencia", caracterizada por liquidar teorías por opiniones.
"Precisamente" —sostenía Adorno, prolongando la definición de Max Bense- "como
crítica inmanente de las formaciones espirituales, como confrontación de lo que son con
su concepto, el ensayo es 'crítica de la ideología". 45 Y esto es así, en la medida en que no
sólo estos campos resultan los referentes indispensables de la interpelación crítica y del
discurrir reflexivo, desplegados en esta constelación de ensayos de y sobre cuestiones de
orden cultural, sino que ellos mismos se construyen simbólicamente en el acto de su
investidura discursiva.
También asume en este sentido un rol importante la aptitud exploratoria y
hermenéutica de este tipo discursivo en el terreno social y cultural del subcontinente,

' Julio Ortega, "Identidad y posniodernidad en América Latina", ESTUDIOS. Revista de investigaciones
literarias, 3, 6 (jul.-dic.1995): 15.
45 T.W.Adorno 1962, 30. En este mismo sentido, Pedro Aullón de Haro lo define como: "crítica no
científica de las formaciones culturales, [que] naturalmente es parte constitutiva de las mismas". A. de
(...)

Haro 1987, 101.


J.

especialmente en el tratamiento de una de las agendas más problemáticas que fue ganando
creciente importancia, desde sus planteos iniciales durante la etapa colonial hasta la
actualidad: la búsqueda de la identidad nacional o supranacional (latinoamericana) y la
determinación de las peculiaridades diferenciales de la conciencia subcontinental, un
núcleo central y decisivo en la literatura y el pensamiento crítico latinoamericano que llegó
a convertirse —al decir de Antonio Cornejo Polar - en una "obsesión primordial". 46
Por lo general, este tipo de ensayo oscila entre la claridad expositiva y didáctica
del tratado -más propenso a comunicar conocimientos con pretensiones de evidencia y
cierto grado de certeza, y por ello, más cercano a los requerimientos discursivos del ensayo
positivista, por ejemplo- y la retórica pasional y el ímpetu verbal del escrito polémico, el
panfleto y otros modos enunciativos cultivados por el ensayo romántico, modernista y
anticientificista. Por esta razón, es común ver conjugadas al mismo tiempo en estos
textos las dos actitudes antagónicas que Martínez Estrada distinguió en la historia de este
género: el "saber del aula" y el "saber del ágora". 47
No obstante, de un modo u otro, tanto en el segmento temporal que nos atañe
como en las etapas posteriores hasta el presente, en toda interpretación sobre la sociedad, la
política y la cultura, resulta dificil sustraerse de la franca provocación propia de la disputa
política o, al menos, del gesto interpelador que en ambos casos resitúa el análisis o la
especulación teórica en el terreno de la polémica, de la lucha política, social o cultural,
dentro de un escenario ya de por sí convulsionado y, por definición, cambiante y plural,
donde el ensayo entra en juego, retomando su función agónica y sus habilidades
netamente agónicas.
Finalmente, la reflexión y el debate, planteados ya en términos latinoamericanos,
suscitan un encadenamiento y una red intertextual que implicará diálogos y
enfrentamientos discursivos, indagaciones retomadas y profundizadas, adhesiones y
refutaciones, posiciones -en muchos casos, inconciliables- que polemizan, disputando
lugares de poder para concretarse en acciones en el dominio de lo público y colectivo. 48

46
A. Cornejo Polar, Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas
andinas. Lima: Edit. Horizonte, 1994, 12.
' E. Martínez Estrada, "Cultura de aula y cultura de ágora", Análisis funcional de/a cultura. Bs. As, 1967.
48
Cfr. Carlos Real de Azúa, "Los males sociales latinoamericanos y su clave. Etapas de una reflexión",
Punto de vista, IV, 18 (agosto 1983): 17-27, donde se examinan los 'males', 'lastres', 'rémoras' y
'culpas' acumuladas en el ensayismo latinoamericano, desde la formación de nuestras nacionalidades a
92

El debate suele plantearse entre propuestas programáticamente homogeneizadoras, con


pretensiones hegemónicas y un marcado sentido de futuro, del discurso monológico de la
mayoría de los proyectos 49 , cuyas etapas culminantes coinciden con las instancias
temporales en que se producen estos textos, y las alternativas de pontificar su
especificidad respecto de lo otro europeo o norteamericano y sus respectivas réplicas en
las sociedades metropolitanas. Por esta última vía puede llegarse incluso a la hipóstasis y
la fetichización de la diferencia, o bien a localizar la alteridad en su misma naturaleza
heterogénea, como marca constitutiva de su identidad, siempre sujeta a
reinterpretaciones y revisiones críticas que, sin embargo, dejan intacta su intrínseca
permeabilidad. 50

mediados del siglo XIX y sus resonancias hasta nuestros días; M. S. Stabb, América Latina en busca de
una identidad. Modelos del Ensayo Ideológico Hispanoamericano (1890- 1960) .Caracas: Monte Avila
Edits., 1967, donde se enumeran los tópicos de la "enfermedad" del subcontinente, el "espíritu alado"
anticientificista y antimaterialista de cuño arielista, el - mundonovismo, hasta nociones abstractas que
buscan capturar la tan mentada "identidad" continental o la "esencia" de lo nacional; J. M. Oviedo 1991,
y S. Rotker 1994, ofrecen las versiones más actualizadas, con el mérito de ampliar el canon ensayístico
incorporando a figuras relegadas como Simón Rodríguez. Por su parte, el libro de A. Zum Felde, Indice
crítico... (3954) sigue siendo, pese al tiempo transcurrido, una de las hojas de ruta más seguras para
conocer la intrincada y farragosa diversidad del ensayo latinoamericano hasta mediados del XX.
49 Reparamos en la orientación introducida por Benedict Anderson en la idea de inventar la nación,
distinguiendo el estilo con que se pone en funcionamiento la imaginación o la creación, sin atribuirle -como
sugiere Geliner- una connotación de falsedad o fabricación. Cfr. B. Anderson. Comunidades imaginadas.
Reflexiones sobre el origen y la d!fusión de/nacionalismo. ia ed. ingl.: 1983. México: FCE, 1993, 23-4.
so Para una puesta al día de la cuestión teórica de la construcción de identidades y diferencias en
Latinoamérica, cfr.: Daniel Mato, coord. Teoría y política de la construcción de identidades y dVerencias
en América Latina y el Caribe. Caracas: UNESCO-Edit. Nueva Sociedad, 1994 y, aunque —a nuestro
juicio- desde una postura excesivamente posmoderna: A. Chanady, "Latin American Imagined
Communities and the Postmodern Challenge", "Introduction", A. Chanady, ed. Latin American ickntity
and the constructions of d?fference. Minneapolis-Londres: Univ.of Minnesota Press, 1994: IX- XLVI, y Julio
Ortega, 1995: 9-22.
93

SEGUNDA PARTE

DE SARMIENTO A MARIÁTEGUI:
LATiNOAMÉRICA A TRAVÉS DEL ESPEJO

• . .escribe ensayísticamente el que compone experimentando, el que vuelve y revuelve,


interroga, pa/pa, examina, atraviesa su objeto con la reflexión, el que parte hacia él
desde diversas vertientes y reúne en su mirada espiritual todo lo que ve y da palabra a
todo lo que el objeto permite ver bajo las condiciones aceptadas y puestas al escribir.

Max Bense

La experiencia espiritual por su propio sentido, aspira a una tal objetivación.


Esta antinomia se refleja en el espejo del ensayo.

Theodor W. Adorno

Por isso, quem quiser ver em profundidade,


em de aceitar o contradictório.

Antonio Cándido

Según lo anticipado, en la segunda parte de nuestro trabajo reunimos las


lecturas de cuatro grandes textos ensayísticos que, a modo de casos de estudio,
seleccionamos como textos representativos de distintas formas de ensayar
interrogaciones y respuestas sobre la realidad latinoamericana, nacional y transnacional,
en cuatro instancias claramente diferenciadas. Desde posiciones sociales e
institucionales muy diversas, todos ellos se relacionan con áreas culturales contrastantes
94

del mapa subcontinental -Cono Sur, Caribe insular (región antillana), Mesoamérica y
zona andina-, y remiten a diferentes períodos históricos-culturales de nuestra vida
colectiva. Lejos de invocar un criterio excluyente de representatividad y sin la
aspiración de agotar con ellos las innumerables variantes que nos ofrece esa modalidad
específica del género en estas regiones, pensamos que los textos elegidos resultan, por
distintas razones, lo suficientemente significativos y valiosos como para justificar el
recorte realizado.
No obstante, sin ser los únicos relevantes en los períodos considerados (entre
mediados del XIX y fines de la tercera década del XX), proponemos leerlos como
verdaderos textos-signos insoslayables para el estudio histórico de nuestra cultura, cuya
travesía sesgada y en-profundidad-por el entramado de las significaciones que albergan,
nos enfrentará con un conjunto de interpelaciones de escritores-ideólogos-intelectuales,
y nos permitirá reconstruir las polémicas culturales planteadas en esos tiempos en tomo
a la cuestión de la identidad cultural latinoamericana. Cada uno de ellos emblematiza, a
modo de nudo condensador de sentido, una instancia diferente de los debates culturales
cuyas resonancias de adhesiones y contrargumentaciones todavía nos alcanzan en
nuestros días.
Considerando entonces la imposibilidad de abarcar, en una mirada que se quiere
analítica, la inasible diversidad de la constelación ensayística en el universo discursivo
subcontinental, proponemos en esta segunda parte de nuestro estudio la lectura de
cuatro casos que, a pesar de la limitación cuantitativa, nos permitirán poner a prueba la
hipótesis Iukácsiana del ensayo como "escritura en perspectiva" o "transversal". 1
Enfocaremos el comportamiento formal de esos ensayos dentro de la red intertextual y
de la situación argumentativa donde cada uno de ellos se inscribe, atendiendo a su
propósito deliberado de establecer y mantener un punto de vista y de estilizar la
perspectiva. 2
Por tanto nos interesa analizar algunos de los modos con que se fueron
configurando distintas imágenes y signos de la identidad / diferencia latinoamericana,

Cfr. Georg Lukács, "El alma y las formas", en El alma y las formas. Teorías de la novela. México,
Grijalbo, 1985.
2
Cfr. Gregorio Kaminsky, "El alma y las formas del ensayo", en Marcelo Percia: 82-83.
95

en forma sucesiva y hasta simultánea, en un proceso al que aludimos con el sugerente


tropo de la travesía por e/espesor de un espejo. Recurrimos a esta metáfora utilizada en
varios estudios célebres del análisis de nuestra cultura 3 , para referirnos a las imágenes
especulares, no en un sentido directamente mimético y de reflejo sino más bien como
travesías en las que no importa sólo el qué del objeto representado, centro de la
reflexión, sino también y sobre todo el cómo y el desde dónde y hacia dónde del
proceso indagatorio. De modo que nos centraremos en el producto y, con mayor
énfasis, en el proceso en sus distintas etapas y componentes, vale decir, la intersección
entre el sujeto que discurre e interpreta y el objeto de la interpretación. Importa, en
suma, el modo en que el lenguaje atraviesa ese proceso de pensamiento acicateado por
la imaginación, debatiéndose entre el esfuerzo cognitivo y el acto estético.
En definitiva, examinar además del inicio y el final del proceso, esa zona
intermedia de cruce, ese sitio de intervenciones, ese lugar de encuentro donde se
fraguan las representaciones inseparables de posicionamientos y subjetividades en
ciernes, será el propósito de nuestra lectura a lo largo de los cuatro capítulos que
integran esta sección. Evitaremos deliberadamente la mirada directa, deudora de la
teoría del reflejo, para anclar la interrogación en el entramado discursivo y
especialmente en las imágenes, atravesando los textos a/ sesgo y, según el dictum
adorniano, aventurándonos por "la vía dificil de lo indirecto", atendiendo tanto al
contenido inmanente, es decir, la argumentación interior, el modo de razonamiento,
como a la ubicación situacional y cultural de la obra y su relación con el contexto
sociopolítico en el que surge y al que refiere. 4 En cada caso procuraremos más allá de la
racionalidad que le es propia y del horizonte restringido estrictamente a la inmanencia
textual, considerando la trama ideológica y el intertexto social en que cada texto se
inserta y polemiza, así como la intencionalidad que lo inspiró en su momento,
combinando sincronía y diacronía y explorando la relación entre la producción de
conocimientos y la crítica o el debate de ideas.

Nos referimos, por ejemplo, a: Richard Morse, El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica
del nuevo mundo. México: Siglo XXI, 1982, y Felipe Arocena y Eduardo de León, eds. El complejo
de Próspero. Ensayos sobre cultura, modernidad y moderni:ación en América Latina. Montevideo;
Vintén Editor, 1993, entre otros.
Cfr. T. W. Adorno, "El ensayo como forma", 13.
96

Leerlos al sesgo es una manera -entre tantas posibles- de leer que, según el
planteo de Leenhardt acerca de la escritura ensayística que comentamos en el primer
capítulo, supone apuntar no sólo hacia el producto (imagen, representación,
configuración) finaJ del proceso de autodescripción, sino hacia el locus de enunciación
donde y desde donde se reflexiona, las mediaciones, los modelos y los filtros
interpuestos, y el cómo (los aspectos retóricos) de la representación, su forma material
de circulación, y el para qué y para quién (aspectos pragmáticos) del texto.
Finalmente, por la índole de los textos elegidos, la imagen del espejo asumirá
aquí un doble significado: si en cita que incluimos como segundo epígrafe de esta parte,
Adorno situaba en el centro del ensayo la antinomia entre subjetivación y objetivación,
de la que éste era espejo, la siguiente afirmación de Pierre Macherey, referida a la
condición especular de la literatura, nos permite extender el tropo hacia los aspectos
estrictamente literarios que particularizan los textos que analizamos:

...la literatura puede ser llamada espejo: al desplazar las cosas, ella conserva su
reflejo. Proyecta su delgada superficie sobre el mundo y sobre la historia. Los
atraviesa, los hiende. En pos de ella, en su estela, se levantan las imágenes. 5

En definitiva, desde este punto de vista, enfocar el ensayo como forma de


escritura que responde en lo esencial a ciertas coyunturas históricas y, sobre todo, a
un modo de mirar, asumir y valorar el mundo 6 , nos permitirá mostrar el proceso
racional e imaginativo de composición del significado. 7 Pero en tanto forma
discursiva epocal, característica del siglo XIX, como discurso ideológico y modo
específico de expresar ideas, resulta significativo indagar la vinculación entre forma y
contenido, ya que si hay contenidos que reclaman determinadas formas discursivas y
retóricas, el ensayo de interpretación cultural resulta un caso particularmente ilustrativo
en este sentido.

Pierre Macherey, Para una teoría de la producción literaria.Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la


Universidad Central de Venezuela, 1974, 136.
6
Cfr. Martín Cerda, La palabra quebrada. Ensayo sobre el ensayo, 9.
Cfr. Angel Rama, "Sistema literario y sistema social en Hispanoamérica", Fernando Alegría y otros,
Literatura y praxis en América Latina. Caracas: Monte Avila, 1974: 19.
97

Por otra parte, dada la funcionalidad central que tuvo este tipo textual en
nuestro continente y considerando que la independencia intelectual no acompañó ni
sucedió inmediatamente el logro de la independencia política de estas naciones, es
evidente que la búsqueda o la experimentación vehiculizada a través de la -
conceptualización y puesta en signo en el ensayo, fronterizo y disciplinariamente
descentrado, apuntó a producir significaciones culturales e intervenir en los debates
en torno de nociones claves para llegar a la meta inalcanzada. En este proceso, la
noción de modernidad aparece como un concepto clave en la construcción de la
identidad cultural e histórica de estas regiones, ajustado a los nuevos tiempos y las
nuevas formas políticas que éstos agencian, especialmente por las migraciones de
ideas y los préstamos culturales que propicia.
La misma condición anfibia y conflictiva del sujeto moderno, que dio lugar a
las más diversas manifestaciones, se vio intensamente exacerbada en el contexto de los
países latinoamericanos, donde la modernidad adoptó paradójicamente la fisonomía de
un "modernismo sin modernización ,,8• Se trata, en todos sus aspectos, de una
modernización que fue y continúa siendo un fenómeno muy desigual, donde coexisten
en realidad varias formas de modernidad, a veces contradictorias, en las que se articulan
con dificultad y de un modo extremadamente heterogéneo el modelo liberal racionalista
con diferentes tradiciones ancestrales aborígenes, elementos residuales del hispanismo
colonial católico y otros precedentes de los distintos desarrollos históricos y
socioculturales propios de cada país o de cada área geocultural. 9 Es así como va
cobrando forma una realidad diversa y multitemporal que llega hasta la actualidad,
"donde las tradiciones aún no se han ido y la modernización no acaba de llegar" °.
Asimismo, la noción de cultura (latino)americana" que utilizamos, resultaría

8
Tomamos esta fórmula de Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir
de la modernidad. México: Grijalbo, 1989: 65-73.
Aunque centrada en el siglo XIX casi exclusivamente, la tesis de Julio Ramos sobre la literatura y la
política en la modernidad latinoamericana dialoga y se complementa con la que expone García
Canclini sobre el arte y la cultura modernos latinoamericanos hasta la década de los ochenta del siglo
XX; ambas ilustran lo que sostenemos. Cfr. J. Ramos, Desencuentros de la modernidad en América
Latina... México: FCE, 1989, 12.
° N. García Canclini 1989, 13.
11 Cuando optamos por la voz Latinoamérica para nombrar la entidad histórica, geográfica y cultural
subcontinental que se extiende desde el sur del río Grande o Bravo hasta el Cabo de Hornos, somos
98

impensable en el ámbito de la nación y la región, sin la impronta ineludible de la


modernidad que le confiere una existencia histórica concreta. Sabemos que la América
moderna es el resultado de la experiencia histórica de la conquista -en mayor o menor
grado, traumática según el área geocultural que consideremos-, producto de la
expansión ultramarina de Occidente en busca de nuevos mercados. Iniciada en el
período moderno temprano, condujo al encuentro de la nueva "frontera ibérica del
Atlántico" 2 , de alcances inusitados.
Como lo sugiere la cita de Max Bense en el primer epígrafe, en general, desde
Montaigne podría decirse que el ensayista no ha hecho más que recomenzar un libro
imposible donde lo esencial es siempre la pregunta, el gesto interrogante, la forma y el
atrevimiento de la búsqueda, "la brazada del náufrago"-en la imagen de Martín Cerda-;
"[e]s un hombre a la intemperie, expuesto a los embates del campo de fuerzas que no
logra dominar con la mirada, el pensamiento y la imaginación. Fue la razón o el espíritu
crítico el que, en última instancia, señaló una salida razonable".' 3
En esta línea, dos citas nos sirvieron de punto de partida disparador para esta
parte de nuestro trabajo, y ambas provienen de los dos autores que abren y cierran
los capítulos de esta sección. La primera encierra un interrogante que retorna una
cuestión reiteradamente planteada y debatida en los grandes textos
hispanoamericanos.' 4 Se trata de una pregunta formulada tardíamente por
D.F.Sarmiento, con alcances transnacionales o continentales, en su "Facundo de la

conscientes del anacronismo que supone esa denominación cuyo uso recién comenzó a generalizarse
hacia el final del siglo XIX. Asimismo, advertimos las limitaciones conceptuales implícitas en ella..
Sin embargo, la usamos con un sentido más amplio que incluye realidades tan diversas como las del
Caribe insular. Ultimamente hay una tendencia a incorporar en ese concepto el alto porcentaje de
población hispana y latina, especialmente chicana y caribeña, residente en los Estados Unidos.
12
Cfr. Mario Hernández Sánchez-Barba, Historia y literatura en Hispanoamérica (1492-1820) (La
versión intelectual de una experiencia). Valencia: Fundación Juan March / Edit.Castalia, 1978, cap. 1.
13 M.Cerda, 133.
4 Baste, como ejemplo, el siguiente fragmento del "Discurso de Angostura" (15 de febrero de 1819), de

Simón Bolívar:
no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los
españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de
disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenemos en el país que nos vio nacer,
contra la oposición de los invasores [españoles], así nuestro caso es el más extraordinario y
complicado. (5. Bolívar, Doctrina del Libertador. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979: 104)
vejez", Conflicto y armonías de las razas en América, pero insinuada veladamente en
algunos pasajes del libro que lo consagró como escritor en 1845:

quiénes éramos cuando nos llamaron americanos, y quiénes somos cuando


argentinos nos llamamos.
¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas nos desmienten!
¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos
dan acaso la única respuesta.
¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni
argentinos querrían ser llamados.
¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin
ajuste ni cimiento?
¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de
ello ... 15

La segunda cita, extraída de la "Advertencia" que abre los Siete ensayos de


interpretación de la realidad peruana (1928), de José Carlos Mariátegui, entabla un
diálogo provocativo con el libro capital de Sarmiento, un clásico de la cultura argentina,
y llama la atención elogiosamente sobre su condición típicamente argentina, cifrada en
su mirada anclada en lo europeo. Escribió el Amauta:

He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para


Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales.
Sarmiento que es todavía uno de los creadores de la argentinidad, fue en su
época un europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino. 16

Las dos citas nos sitúan en el cruce de dos preocupaciones que se conectan de
algún modo, dan cuenta de un diálogo intertextual que trasciende las posibilidades de

15 D. F. Sarmiento, "Prolegómenos. ¿Qué es la América?", Conflicto y armonías de las ra:as en


América. Primera parte, Obras, tomo XX)(VII. Bs. As.: Editorial Luz del Día, 1953, 23.
6
C. Mariátegui, "Advertencia", Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima:
Empresa Editora Amauta, 1987, 12.
loo
su concreción histórica efectiva, y arrojan luz sobre las capas textuales menos
evidentes de la práctica reflexiva puesta en escritura en los ensayos que estudiamos.
La contundencia de la economía verbal con que fue formulada la declaración del
ideólogo peruano acerca de su par americano y argentino, no deja lugar a dudas
sobre una valoración paradojal que no oculta la admiración del joven Amauta hacia
el autor del Facundo. Sin embargo, las afinidades confesadas no bastan para atenuar
las diferencias entre ambos ensayistas, evidentes no sólo en sus andamiajes
ideológicos sino en la forma del discurso y en el lugar de enunciación que cada uno
de ellos elige y asume. Si mirar hacia y sobre todo desde Europa, definía la
'argentinidad emblematizada por el sanjuanino, la declaración de principios que
encabeza la afirmación de Mariátegui señala los matices de su peruana peculiaridad,
transterrando ideas, lecturas y experiencias vividas intensamente en Europa y
reencontrando las raíces andinas en su afán de afincar la modernidad occidental en el
Perú.
Por su parte, la pregunta de Sarmiento transita a lo largo del siglo XIX y
continúa vigente en nuestros días, reformulada en función de sus transformaciones
históricas, sociales y económicas, válida para plantear interrogantes y desafios acerca
de la ciudadanía cultural, en términos nacionales, regionales y continentales. Entre las
dos instancias mencionadas: el Facundo y los Siete ensayos..., seleccionamos otras dos
temporalmente intermedias: "Nuestra América" (1891), de José Martí, y "La raza
cósmica" (1925), de José Vasconcelos, dos ensayos que prolongan el intercambio
iniciado y lo reanudan, ya sea para refutar algún planteo, ya para profundizarlo y
enriquecerlo. Pese a la constante oscilación de las reflexiones hacia uno u otro extremo,
es notoria la dificultad o la relativa reticencia a analizar satisfactoriamente el ensayo
latinoamericano en general, fuera de los marcos de lo nacional, sin caer en rápidos
esquematismos ni excesivas generalizaciones.' 7
En Latinoamérica existió, desde los albores de la gestación de las
nacionalidades y aún mucho antes, una conciencia de identidad americana o

17
Mencionamos algunas excepciones, a pesar de que no se trata de estudios que aborden los aspectos
formales de los ensayos que analizan: Martin S. Stabb, América Latina en busca de una identidad.. 7, y
Richard Morse, El espejo de Próspero....

UN1ERS1DAD DE BUENOS AWES


FACUtT' F VII O.Í'F1A Y LETRAS
d
latinoamericana en constante formulación, revisión y discusión, a la que contribuyó una
historia compartida durante los tres siglos de dominación española, las guerras de la
independencia en que los criollos de varios países pelearon juntos, además de una
misma lengua y una misma religión en gran parte del territorio subcontinental, entre
otros factores culturales y socioeconómicos comunes" 8 Con inusitada insistencia, el
tópico de la identidad étnica, política, social o cultural de un determinado grupo, de
una comunidad nacional o de un conjunto de estados y colonias reunidas en una
entidad proyectada como supranacional, fue retomado en el devenir histórico
continental, con diversos matices de búsqueda, construcción o invención y diferentes
motivaciones, hasta el punto de configurar una zona emblemática tan insondable
como difusa y problemática.
En diferentes períodos críticos de nuestra historia continental fue ganando
importancia la pregunta acerca de la identidad. Los primeros cuestionamientos se
produjeron con los conquistadores y los nativos durante los años críticos de la conquista
y la colonización de estos territorios durante el siglo XVI, como lo testimonian las
crónicas de Indias escritas por clérigos, militares y algunos mestizos o indios, con
diferentes criterios y posturas. Un segundo momento de crisis surgió durante las luchas
por la independencia y se prolongó hasta las vacilaciones que acompañaron la
organización de los estados nacionales, en una endémica alternancia de anarquía y
despotismo. El tercer período tuvo lugar entre las dos guerras, en el contexto de la
Primera Guerra Mundial y de la gran depresión del sistema capitalista mundial, a fines
de los años veinte, cuando comenzó a deteriorarse la dominación oligárquica de los
terratenientes latinoamericanos y las clases medias y obreras, recientemente
movilizadas, comenzaron a desafiar el orden establecido. Por último, un cuarto período
de importancia se instaló alrededor de los años setenta: el fracaso de los regímenes
. populistas, el progresivo estancamiento industrial y la creciente radicalización de las
clases populares fueron seguidos por una serie de golpes militares en varios países del
subcontinente, especialmente del cono sur.
Los textos elegidos se ubican en la segunda y la tercera fase, entre la crisis

Cfr. Jorge Larraín Ibáñez, Modernidad, ra:ón e identidad en América Latina. Santiago de Chile:
8

Editorial Andrés Bello,1996.


102

posterior a la independencia política de algunas de las naciones que primero se


emanciparon, y las "máscaras democráticas" (A. Rama), los reiterados fracasos
liberales, las desviaciones autoritarias de las aspiraciones positivistas de orden y
progreso, hasta la discusión y la amenaza concreta en el plano político, tanto territorial
como económico y cultural, de diferentes ideologías continentalistas, y de los proyectos
de diverso alcance, especialmente desde fines del XIX y las primeras décadas del XX.
Tanto en el orden lingüístico-formal como en su proyección en el campo del
debate ideológico político y social, es evidente que el ensayo y sus formas afines
ocuparon en este programa un lugar central en la incesante búsqueda de una expresión
propia que, desde entonces, intentaría dar respuestas a cuestiones que van más allá de la
necesidad deencontrar una fórmula de identificación identitaria apropiada, de inventar
una tradición y construir un proyecto hasta el intento de resolver el dilema de cómo
enunciarlos, teniendo en cuenta las condiciones de enunciación, el territorio desde el
cual se piensa y se enuncia el concepto de cultura y las consecuentes representaciones
siempre mediadas por intereses -nunca neutras ni totalmente inocentes-, así como el
lugar que ocupan los intelectuales en la competencia discursiva instaurada por la
modernización.
El corpus propuesto nos permitirá recorrer algunos estadios de la historia de los
intentos de construir en Latinoamérica un discurso propio -aceptando la ambigüedad,
los límites y el conflicto implícitos en este término, que los mismos textos ponen de
manifiesto. El criterio utilizado ha privilegiado el ensayo más alejado de las
regulaciones disciplinarias que operan frecuentemente sobre el tratado, el manual o las
obras con pretensiones de enunciar verdades científicas,' 9 aunque algunos elementos de
esta perspectiva estarán presentes, con otros fines, por ejemplo, en el ensayo de
Vasconcelos. Partiremos del ensayo romántico, molde estético inaugural del género en
nuestros países, y nos detendremos en un ensayo modernista, por ser este movimiento

19
Queda fuera de nuestro horizonte de análisis, el ensayo típicamente positivista que mantiene su
característica prosa expositivo-argumentativa y continúa lo establecido y codificado, aproximándose
más a la estructura y al estilo del tratado didáctico. Desde el punto de vista de la formulación del
enunciado, allí el sujeto del saber es científico y busca comunicar una verdad científica
disciplinadamente, con claridad expositiva y orden metódico, atendiendo a la necesidad de resultar
inteligible para un lector medianamente iniciado en el tema.
103

el que permite que el marco discursivo del ensayo se ensanche hasta convertir las obras
en tentativas, con el ingreso de otras formas más breves y fugaces, como el ensayo-
crónica: el ensayista toma la condición de maestro del saber, o de guía para encontrar
el ideal, en tanto que la verdad reclama ser sentida, más que entendida. En la instancia
final de nuestra selección, incluimos un ensayo regionalista-vanguardista que introduce
un sistema de ideas más rígido y pautado -el marxismo- al análisis de la realidad andina
—peruana, en particular-, sin abandonar una filiación discursiva decadentista que
conecta, en cierto modo, con la línea que veníamos señalando.
Dentro de la secuencia ensayística que trazamos, de la sucesión de puestas en
escena enunciativas (enactments) desplegadas dispuestas en el campo de batalla y de
debate ideológico de la cultura, resaltamos la posicionalidad de cada texto en la cadena
discursiva y el modus operandi ensayístico en la escena agónica donde interactúa, su
inequívoca condición dialogal que lo impele a integrarse, en tanto fragmento, al todo de
la discursividad social, ya suscitando adhesiones y buscando profundizar y prolongar la
propuesta inicial, ya estimulando y alimentando el debate de ideas, sometiéndolas al
juicio crítico de los lectores, aún a riesgo de su posible refutación y descalificación.
Para finalizar, anticiparemos un rasgo común en los textos elegidos, que
potencia el valor expresivo de su resolución formal, lo que facilita naturalmente el tipo
de lectura que nos proponemos realizar. Aludimos a esa condición de 'litiérature de
combat' que adoptó la literatura de ideas en Francia, a mediados de siglo XIX, y que se
retomó en América Latina hasta conformar una tradición con un estilo recurrente, que
se condice con la situación en que fue producida, tal como lo advirtió Héctor Murena,
con singular elocuencia:

Hay en América Latina una gran tradición literaria que, paradójicamente, es no


literaria. Es la tradición de subordinar el arte de escribir al arte de la política.
Considérese que de los ciento cincuenta años que tienen de vida estas
repúblicas, cien corresponden a esa tradición, y se apreciará plenamente su
importancia. América está durante esos cien años tan fascinada por la Gorgona
de la política que carece de sentido preguntarle por otras formas de cultura,
104

música, pintura, etc., que duermen con decoro en el limbo. Y en el orden de las
letras, estos países son como potros salvajes sobre los que hay que practicar una
equitación de vida o muerte, que no deja tiempo para ocuparse del estilo. Potros,
20
naturalmente, descomponen a sus jinetes, les arrancan aullidos.

20
Héctor Murena, "Ser y no ser de la cultura latinoamericana", Ensayos sobre subversión. Bs. As.:
Sur, 1962, 56-57.
105

Facundo, un libro americano:


fundar en el desierto, escribir (desde) la frontera

No vaya el escalpelo del historiador que busca la verdad gráfica, a


herir en las carnes de Facundo, que está vivo; no lo toquéis...

D. F. Sarmiento'

Nuestro itinerario de lectura comienza con el Facundo, del argentino Domingo


Faustino Sarmiento, un texto clásico y excepcional a la vez, aparecido en su primera
versión por entregas, en la sección "Folletín" del diario El Progreso. Diario comercial,
político iliterario, de Santiago de Chile, desde el 2 de mayo hasta el 21 de junio de 1845,2
y publicado en forma de libro, en el mes de julio de ese mismo año, con pie de imprenta de
El Progreso. El título de esa primera edición como volumen, Civilización i barbarie - Vida
de Juan Facundo Quiroga i aspecto fisico, costumbres y ábitos de la República Arjentina
[sic], anticipaba ya su doble condición argumentativo-explicativa (ensayo de interpretación
cultural) y narrativo-descriptiva (biografia de un personaje histórico, de ejemplaridad
negativa -exemplum in contrarium- y relato pedagógico de los aspectos más distintivos de
nuestra incipiente nación). Si bien la crítica privilegió, por lo general, su papel de libro

1
D. F. Sarmiento, "Facundo. Civilitá o barbarie. Versione al' italiano de F. Fontana" (El Nacional,
22.IX.1881) [Prólogo a la traducción italiana de Facundo], Páginas literarias, Obras,XLVI, 303.
Excepto el Facundo y cuando no se indique lo contrario, los demás textos de Sarmiento se citan o
mencionan por la edición de sus Obras. 53 vols. Ed. Luis Montt - Augusto Belín Sarmiento. Chile -
Argentina, 1885-1903. Reimpreso en Bs. As.: Editorial Luz del Día, 1948-1956.
2 Aunque en el "Anuncio..." publicado por Sarmiento, el día anterior a la primera entrega en El Progreso,

el libro aparece nombrado Vida de Quiroga, en el folletín se lo titula Facundo.


106

fundador de la cultura y la literatura nacional, nos interesa aquí releerlo desde otra
perspectiva, como un libro americano, y buscar las razones que lo convirtieron en uno de
los grandes textos de la cultura latinoamericana en su vertiente rioplatense. Partiremos de
la premisa de considerarlo un discurso cultural, vale decir, un acontecimiento discursivo
altamente significativo en la historia de la cultura y la escritura latinoamericanas y, en
particular, el texto fundador del ensayo en Latinoamérica.
Quizá siguiendo cierto impulso compulsivo a la escritura y sin tener pleno
conocimiento de la retórica persuasiva y los modos enunciativos propios de ese nuevo tipo
discursivo, Sarmiento abrió con el Facundo la historia de la ensayística latinoamericana,
con un gesto marcadamente provocativo, y la inauguró como una categoría inquietante y
problemática. Su libro provocó tantas apologías como rechazos, cuando irrumpió en la
conflictiva escena política y cultural del extremo sur del continente, agitada en esos
tiempos por las turbulencias políticas y sociales emanadas del poder despótico que ejercía
don Juan Manuel de Rosas en la Argentina. Generó críticas y polémicas que excedieron el
nivel exclusivamente ideológico de la interpretación, para atravesar el montaje mismo de la
enunciación, la desconcertante falta de encuadre, los modos elocutivos y las formas
argumentativas utilizadas. Como era de prever, la inscripción discursiva —silo planteamos
en términos más amplios- del Facundo en una zona ambigua, indefinida y heterogénea,
despertó entre sus contemporáneos no pocas reacciones e incomodidades que desataron un
largo y, en cierto sentido, fútil debate en los numerosos estudios dedicados a dirimir su
identidad genérica, por lo atípico de la modalidad que inauguraba, muy diferente de otros
escritos coetáneos que ya se presentaban como ensayos o compartían alguno de sus
rasgos.3
Un breve recorrido por las reveladoras observaciones metatextuales del autor sobre
la escritura del Facundo, bastará para constatar el grado de conciencia que tuvo Sarmiento
de la ruptura iniciada por su libro: "Ensayo i revelacion [sic] para mí mismo de mis ideas",

Una exposición detallada de este debate excedería los propósitos del presente estudio. Para ampliar,
puede verse: A. Palcos, El Facundo: Rasgos de Sarmiento. 2' edic.corregida y aumentada. Bs.As.:
Elevación, 1945; Noé Jitrik, Muerte y resurrección de Facundo. Bs.As.: CEAL, 1968; Luis Sáinz de
Medrano, "El arte de contar en Sarmiento," Cuadernos para la investigación de la literatura hispánica, 1,
1(1978); Donald Shaw, "Concerning the structure of Facundo," IberoAmerikanisches Archiv, n.f., 6 (1980):
239-250.
107

obra "informe", de "fisonomía primitiva" y "mal disciplinada concepcion En estos


términos, el escritor sanjuanino se refería a su libro, haciéndose cargo explícitamente de su
peculiar heterogeneidad formal. Años más tarde, en ocasión de la cuarta edición publicada
en París, en 1874, seguía describiéndolo como un discurso híbrido: "una especie de poema,
panfleto, historia"5 , y en el prólogo a su traducción al italiano, lo presentó como un libro
inclasificable, "sin pies ni cabeza, informe" 6 que rompía cánones y esquemas rígidos.
,

Justamente esa dificultad para encuadrarlo dentro de los moldes discursivos


tradicionales nos mueve a postular en él, la superación de los modelos genéricos
vigentes en su época, a partir de la irrupción de un nuevo tipo discursivo en la aún
naciente literatura sudamericana. De ahí que se lo pueda leer como un "ensayo
disciplinariamente descentrado" 7 , cuyas implicaciones formales merecen ser
desentrañadas. Algunas señales nos inducen a pensar que existía en Sarmiento cierta
deliberación, no del todo programática, para salirse de los cauces discursivos de su
época, aunque sin someterse sumisamente a la imitación de modelos prestigiosos de los
países centrales. 8 Ya en el "Anuncio de la Vida de Quiroga" (El Progreso, 1 .V. 1845),
cuando solicitaba la publicación de sus manuscritos en las columnas del folletín de ese

' Tomamos estas expresiones de la carta de Sarmiento a Valentín Alsina, incluida en la segunda edición
(1851). Cfr. D.F.Sarmiento, Facundo. Edición crítica y documentada. Prólogo y edición de A. Palcos. La
Plata, UNLP, 1938, 23-24. En adelante, las citas y menciones a pasajes del Facundo remitirán a esta edición.
Se indicará solamente el número de página entre paréntesis, y se conservará la ortografia original.
5 D.F.Sarmiento, "Carta a Augusto Belín Sarmiento" (París), en ocasión de la cuarta edición de Civili:ación
y barbarie (marzo de 1874), Papeles del Presidente 1868-1874 (Parle 29, Obras, LI, 387.
6 D.F.Sarmiento, Páginas literarias, Obras,XLVI, 303. En un discurso pronunciado en 1876, al comentar
su libro Civili:ación y barbarie, lo definió con una expresión semejante: "panfleto, romance o libro".
D.F.Sarmiento, "Inauguración del ferrocarril a Tucumán" (2.X.1 876), Discursos populares. 2° vol., Obras,
XXII, 27.
Reenviamos a la noción descriptiva de una de las variantes del discurso ensayístico utilizada por W.
Mignolo, que comentamos en el primer capítulo de nuestro estudio, donde trazamos un estado de la teoría
sobre ese discurso en el contexto de la heterogeneidad latinoamericana. Cfr. Mignolo 1984: 209-232.
8 Sarmiento había dado muestras de su programa de escritura, basado en la espontaneidad, en una de las

polémicas que entabló con el venezolano Andrés Bello, quien residía en Chile en esos años.
Especialmente en la primera polémica sobre la lengua, en el invierno de 1842, sostuvo una postura
antiacademicista que representaba una ruptura con el grupo hegemónico en la sociedad chilena, en particular
con el sector ilustrado tradicional que defendía el estilo claro, racional y formal de la literatura neoclásica del
siglo XVIII y de la Ilustración. La posición de Sarmiento significaba para ese grupo una tendencia al cambio,
afincada en la concepción historicista de la evolución dinámica y permanente de la lengua. Esta misma
postura perduró y la reencontramos años más tarde, en una de sus polémicas con Juan Bautista Alberdi,
quien en su Segunda Carta Quillotana marcó los rasgos que distinguían su escritura crítica "impersonal" y
"desapasionada", apartada del campo de lo personal y lo instintivo, de la concreta y apasionada del
"montonero de la literatura", que veía aún en los últimos textos de Sarmiento. En ésta como en las dos cartas
siguientes, Alberdi se dedicó a refutar y condenar la emergencia, a su juicio, excesiva del sujeto enunciador
en el discurso del sanjuanino, poblado de exageraciones y contradicciones.
108

semanario, Sarmiento adelantó que había "creido necesario hacinar sobre el papel mis
ideas tales como se me presentan, sacrificando toda pretension literaria a la necesidad de
atajar un mal que puede ser trascendental para nosotros"(l), en velada alusión al
propósito de Rosas de ganarse el favor del país trasandino. Y en la "Advertencia del
autor", incluida en la primera edición en volumen (1845), introdujo una serie de tópicos
referidos a marcas y condiciones de producción específicas que hoy asociamos a ese
tipo discursivo, reforzadas en el texto por abundantes digresiones y el aspecto, a primera
vista, caótico del libro: escritura improvisada, provisional, hecha "de prisa, léjos del
teatro de los acontecimientos"(S), sin documentos o pruebas exhaustivas, y con la
promesa nunca cumplida de escribir más adelante, con mayor detenimiento y
tranquilidad, una versión más acabada y extensa de esta-obra, más cercana al discurso
histórico, cuando, "desembarazado de las preocupaciones que han precipitado la redacción
de esta obrita", la refunda en un plan nuevo, "desnudándola de toda digresion accidental, i
apoyándola en numerosos documentos oficiales, a que solo hago ahora una lijera
referencia" (5). En la carta a Alsina (1851), retomó las condiciones y características de
su escritura, al reconocer algunos "lunares" señalados por su amigo, y justificar los
"defectos" de su obra por ser "fruto de la inspiración del momento, sin el auxilio de
documentos a la mano, i ejecutada no bien era concebida, léjos del teatro de los sucesos
y sin propósitos de acción inmediata i militante."(23)
El énfasis en el posicionamiento enunciativo y la organización discursiva tan
peculiares del Facundo se justifican, además, por ciertos actos significativos como la
reiterada decisión de no completar los blancos ni hacer rectificaciones sustanciales ni
incinerar las páginas escritas precipitadamente, dejando incumplida la promesa expresa de
escribir más adelante la historia de su patria, sin la premura y la urgencia de las dos
primeras versiones en folletín y en formato de libro. Asimismo, la deliberación de la
fisonomía anómala del libro se verifica en la reincidencia del autor en reeditar los errores
históricos -pese a que le fueron señalados por Alsina en sus "Notas" (1850)- como también
las citas mal atribuidas, sin incorporar nuevas fuentes ni utilizar instrumentos más
apropiados que, a la hora de escribir el Facundo, había lamentado no poseer, pero que en
los últimos decenios del XIX ya fueron adoptados por los incipientes científicos sociales
autóctonos.
109

Sin desestimar los estudios dedicados a leerlo preferentemente como un relato o


fábula de la identidad nacional, como una manifestación discursiva de la construcción de la
nación argentina, optamos por interrogar al Facundo en su carácter de puesta en
enunciación americana y representación configuradora de una subjetividad colectiva en
formación que empezaba a percibirse a sí misma como tal, desde una posición personal y
discutible, aún contradiciendo su voluntad más evidente. 9 Desde este punto de vista, se
torna significativo el sintagma al que Sarmiento recurrió para definirse a sí mismo, en la
carta a Valentín Alsina: "este pobre narrador americano" (25). Forjada tras su viaje a
Europa, África y América, que le había sido encomendado por el gobierno para estudiar la
organización escolar en Europa y Estados Unidos, esa imagen registra el distanciamiento
desde el cual el autor se percibía-por primera-vez a sí mismo como un otro y, bajo el tópico
estratégico de la falsa modestia, lograba autorretratarse como un sujeto marginal,
estigmatizado con la marca de la carencia que a menudo se toma retórica, ocultando una
ambición de grandeza y de gloria que la desbordan.' °
Puede inferirse entonces que el autor había tomado conciencia de su peculiar lugar
de enunciación y había construido desde el discurso ciertas señas de identidad particulares
de un saber o de un pensar americano, en aquel estadio desértico inicial, tal como se
evidencia, por ejemplo, en la imagen con la que describe la situación cultural preparada
por la "misión civilizadora" (N. Elías): la pampa presentada como el desierto o —según se
verá- como el analogon del mar, con una mirada mediada por los relatos de viajeros
extranjeros.' 1 No obstante, cabe aclarar que, como veremos más adelante, la utilización

Esta perspectiva ha sido la menos transitada, incluso entre los trabajos publicados desde 1988, el año del
centenario de la muerte del autor, en que proliferaron nuevos enfoques críticos acerca de su obra.
10
En la "Introducción" de la primera edición del Facundo (1845), declaraba esa falta como condición
americana: "A la América del Sud en general, i a la Republica Arjentina sobre todo, le ha hecho falta un
Tocqueville, que premunido del conocimiento de las teorías sociales (...),
viniera a penetrar el interior de
nuestra vida política..." (11). Sin embargo, en esa misma carta confesaba tener una "ambicion literaria"
(24), y señalaba que "[H]ai una justicia ejemplar que hacer i una gloria que adquirir como escritor
argentino —fustigar al mundo, i humillar la soberbia de los grandes de la tierra..." (26-27)
El símil que encontramos en La cautiva, de Esteban Echeverría. y en el Fausto, de Estanislao del
Campo, aparece en el Facundo en pasajes como el que sigue: "...al fin al sud triunfa la Pampa, i ostenta su
lisa i velluda frente, infinita, sin límite conocido, sin accidente notable: es la imájen del mar en la tierra, la
tierra como en el mapa..." (31) En 1845, Sarmiento aún no había visto la pampa. La imagen, por tanto, está
construida a partir de las figuraciones de otras miradas que sí la conocieron y recorrieron: las de los
viajeros europeos y norteamericanos; un ejemplo más de la carencia americana de un repertorio simbólico
de imágenes propias que urgía acuñar, y de la consiguiente apropiación y traducción de figuras ajenas.
Véase al respecto: Adolfo Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. 1820-
1850. Bs.As.: Sudamericana, 1996.
110

del término 'americano' asume en Sarmiento un sentido muy personal, diferente de la


acepción que se le asignara en el discurso rosista y federal. Desde este ángulo, es posible
reconocer en Facundo un proyecto que trasciende tanto las fronteras territoriales como las
disciplinarias, en términos geopolíticos, discursivos y semiótico-culturales, a contrapelo
del programa explícitamente antiamericanista de su autor. Así registramos en su
entramado heterogéneo, algunos núcleos y zonas de cruce que generan ese otro sentido
condensado en el libro de un modo tan singular y violento como fascinante y productivo,
hasta el punto de convertirlo en un texto discursivamente denso que pone en signo, con un
valor estético innegable -como pocos textos de su época lo lograron-, las tensiones del
complejo sistema cultural del que forma parte.
Esta impronta americana presente en el texto en forma subrepticia, por una serie de
razones que discutiremos más adelante, subsistió negada o desplazada en las lecturas -aún
cuando ya se había insinuado en otros libros de este autor- hasta hacerse explícita en sus
últimos textos, como en los prolegómenos del primer volumen de Conflicto y armonías de
las razas en América (1883), donde Sarmiento se preguntaba por el enigma y los alcances
de nuestra identidad.' 2 Encontramos también en este volumen una nueva semejanza con
otras obras de su etapa chilena: la matriz mestiza o híbrida de su composición textual que
persistió en sus textos más conocidos, como Viajes (1849), Recuerdos de provincia (1850),
Campaña en el Ejército Grande... (1852). En definitiva, la elección reiterada y
consecuente de la forma ensayística para configurar en el Facundo una entidad histórica,
geográfica y cultural, América, como el lugar de enunciación diferenciado desde donde se
escribe, presentándola en sus aristas más problemáticas como una cuestión abierta, nos
permite postular un gesto singular en el proceso de producción de sentido. Por ende, podría
conjeturarse cierta motivación en la relación planteada entre forma y objeto representado,
entre modalidad enunciativa y referente de la reflexión.
Por otra parte, es de notar que, al escribir el Facundo, Sarmiento confesó de
antemano que carecía de la ciencia y de los instrumentos necesarios para hacerlo con el
rigor y la precisión que requería esa empresa,' 3 pero a pesar de ello en.sayó

12
Aludimos a la cita de Sarmiento que comentamos en la introducción de la segunda parte de este trabajo.
13
Transcribimos a continuación el fragmento textual completo que leemos en la "Introducción":
A la América del Sud en jeneral, i a la República Arjentina sobre todo, le ha hecho falta un
Tocqueville, que premunido del conocimiento de las teorías sociales, como el viajero científico de
espontáneamente y con los únicos medios asequibles, un trazado discursivo de territorios
en el campo de la sociedad y la cultura americanas, y una toma de posición en la batalla
simbólica que acompañaba el conflicto material y visible en el terreno de los
enfrentamientos armados, donde tempranamente se vio involucrado ya en su tierra natal.
Por consiguiente, uno de los propósitos de nuestro análisis consistirá en dilucidar ese
trazado y ese posicionamiento. Para ello dejaremos de lado algunas afirmaciones
aquilatadas por la crítica sarmientina más clásica, buscando avanzar en una lectura del
texto 'en filigrana', a través de sus fisuras, intersticios e incongruencias, allí donde el
sujeto y el espacio-tiempo representado estallan, en un trabajo del lenguaje que escapa a la
actitud voluntarista y egocéntrica de control que "don Yo" —como solían apodarlo sus
detractores y como él mismo se autodefinió desde una banca del Senado nacional, en
1879- intentó sostener empecinadamente a lo largo del Facundo.
En suma, este texto aparece como un libro inaugural de un nuevo modo de
reflexionar e interpelar narrativamente, o de narrar argumentando y discurriendo, y -
anticipando la tesis que desarrollaremos en los próximos apartados- podemos aventurar
que el Facundo introduce, con un estilo extremadamente personal, una modalidad
radicalmente diferente, señalada -aún con contradicciones y más allá de las pretensiones
del programa esbozado por su autor- como una alternativa de la forma de escritura y de
organización de los saberes europeos, tomados como modelos deliberadamente al sesgo.

Violencias textuales: adaptaciones, mutilaciones y restituciones

La imagen de Murena que aludía a la existencia en Latinoamérica de una


paradójica tradición literaria "no literaria", la de subordinar el arte de la escritura a las
urgencias y fascinaciones de la "Gorgona de la política", encontró seguramente en el
Facundo una de sus más conspicuas fuentes de inspiración. Esa práctica de "una

barómetros, octantes ¡ brújulas, viniera a penetrar en el interior de nuestra vida política, como en
un campo vastísimo i aun no esplorado ni descrito por la ciencia, i revelase a la Europa, a la
Francia, tan ávida de fases nuevas en la vida de las diversas porciones de la humanidad, este
nuevo modo de ser que no tiene antecedentes marcados ¡ conocidos ( ... ) Este estudio (...),
hecho
por observadores competentes, habria revelado a los ojos atónitos de la Europa un mundo nuevo
en política, una lucha injénua, franca i primitiva entre los últimos progresos del espíritu humano i
los rudimentos de la vida salvaje, entre las ciudades populosas i los bosques sombríos... (11-12).
14 Remitimos a la cita de Héctor Murena que cierra la introducción de la segunda parte de nuestro estudio.
112

equitación de vida o muerte" que no dejaba tiempo para ocuparse del estilo —de acuerdo a
la idea muy particular que Murena tenía acerca de éste- y le arrancaba aullidos a su jinete,
puede reconocerse inequívocamente en las sucesivas y reiteradas violencias que el autor
sanjuanino ejerció sobre su libro, en cada una de sus reapariciones. Estas profundas
transformaciones -mutilaciones, autocensuras y restituciones- que sufrió el texto a lo largo
de la historia de sus reediciones, a la vez que ponen de manifiesto su contextura dinámica
que llevó al extremo la versatilidad discursiva propia del ensayo, revelan el vínculo que
unía esas mutaciones con las diferentes escenas enunciativas en que habían salido a la luz.
En efecto, el Facundo reapareció una y otra vez, con notorias variaciones, en las cuatro
ediciones publicadas en vida de su autor, exhibiendo su insólita espectacularidad, al
metamorfosearse reiteradamente con la pretensión de adaptarse a las condiciones
fluctuantes de cada nueva puesta en escena. Pocos libros en la historia cultural de
Latinoamérica presentan la complejidad y riqueza de alteraciones y reacomodos que
entretejieron el intrincado historial de las ediciones de Civilización y barbarie... Entre esos
cambios tuvieron lugar mutilaciones premeditadas por el propio autor, supresiones
sugeridas por lectores calificados, leves rectificaciones en respuesta a esas observaciones,
nuevas reposiciones de partes suprimidas y restituciones definitivas.
Una mirada atenta al aspecto filológico del texto nos permitirá examinar y valorar
cabalmente la optimización que hizo Sarmiento de la maleabilidad y la heterogeneidad
formal admitidas por el ensayo, y del fragmentarismo que lo identifica como un modelo a
armar, por cuanto en cada montaje y desmontaje proponía nuevos pactos de lectura, con
efectos muy variados en el también cambiante público lector. Sin duda, estos rasgos
tipológicos contribuyeron a crear una fluida interacción del discurso con las diferentes
coyunturas históricas de cada nueva instancia enunciativa, en la segunda mitad del siglo.
En cuanto a la circunstancia inicial de la escritura, sabemos que el examen casi
inédito del fenómeno del caudillismo en el sector más austral de Hispanoamérica, y de los
efectos de la instalación con Rosas de una siniestra inflexión regional del despotismo en la
Argentina, 15 fijada en la letra impresa por el Facundo y difundida a través de la prensa, no

' Para describir la atmósfera política de su tiempo, Sarmiento apeló a una metáfora tomada de la geografia
regional: "vorágine ( ... ) en que remolinean elementos tan contrarios", "lavas ardientes que se revuelcan, se
agitan, se chocan bramando en este gran foco de lucha intestina", "volcán subalterno" (11)-, cara a la
retórica iluminista que abundaba en los escritos de nuestros pensadores ilustrados, donde se denostaba el
113

hubiera podido hacerse público dentro de los límites de la patria natal de su autor. De
modo que ese proyecto recién pudo concretarse, cuando Sarmiento se encontró finalmente
a buen resguardo, "del otro lado de los Andes", fuera del territorio donde la république des
letires había sido interdicta y desterrados, sus más eximios ciudadanos letrados. Durante su
segundo exilio chileno, iniciado a fines de 1840, Sarmiento pudo hallar en el refugio de la
nación trasandina las condiciones más favorables para concretar una tarea de gran
envergadura, en los dominios fronterizos y agitados de la prensa chilena. Dos años antes,
se había iniciado en la actividad periodística de agitación en San Juan, donde dirigió la
única imprenta oficial de su provincia y fue el principal responsable del periódico
hebdomadario que había fundado en 1839, El Zonda, del que salieron sólo seis números. 16
Ya por esos años, tanto en la práctica periodística como en el magisterio, canalizó la
vocación y el compromiso por la educación y la política que lo acompañaron hasta el final
de su vida.
A los efectos de nuestra lectura, revisaremos las diferentes situaciones de
enunciación/argumentación, donde el Facundo irrumpió en las ediciones aparecidas entre

despotismo y la anarquía dominantes en el panorama convulsivo de la época, como en la siguiente aserción


del sabio hondureño, José Cecilio del Valle: "La América es en lo político lo mismo que en lo fisico: la
tierra de los temblores..." (Carta de J. C. del Valle a Alvaro Flores Estrada (1833), cit. en S. Rotker 1994,
1: 130). En su extenso trabajo "La cuestión del Plata" (El Mercurio, 8.X. 1842), Sarmiento se propuso
estudiar "como verdadero americano" la tiranía en el Río de la Plata, que entonces había llegado a sus
extremos, y en la que tomaban parte las otras repúblicas americanas. Allí mismo consignó la necesidad de
escribir un volumen para demostrar que se trataba de una cuestión singular y sin ejemplo en América, y
mal comprendida en nuestros países. Al referirse a Rosas no ahorró epítetos ni morigeró sus invectivas: lo
retrató como "poseído del demonio de la guerra...", con "aparentes oscuridades" y un "alma tenebrosa". D.
F. Sarmiento, Obras, VI: Política argentina 1841-1851, 70-ss.
16
Poco después de instalarse en Santiago, Sarmiento escribió otras obras de combate, como el libelo
autobiográfico, Mi defensa (1843), y un par de biografias de caudillos de su patria, como los Apuntes
biográficos (Vida de Aldao) (1845), publicados por entregas en la "Sección Correspondencia" de El
Progreso. Al iniciarse como publicista en Chile, atrajo la atención de los letrados más destacados de esa
nación. Su amigo, José Y. Lastarria, lo evocó en sus Recuerdos literarios, en esos primeros años, como un
"embrión de grande hombre que tenía el talento de embellecer con su palabra sus formas casi de gaucho."
(J.V.Lastarria, Recuerdos literarios. Sgo.de Chile, 1878). El mismo Lastarria, entusiasmado por la lectura de
su artículo sobre la batalla de Chacabuco, se lo envió al propietario del diario Mercurio de Valparaíso,
Manuel Rivadeneyra, por considerarlo digno de ser publicado. Ese artículo salió a la luz con el título: "12 de
febrero de 1817" y con la acertada estrategia del anonimato bajo un seudónimo oportuno: "Un teniente de
artillería en Chacabuco" (Mercurio, 11.11.1841, en Obras, 1, 1-7). La revelación de la verdadera identidad de
su autor generó una gran confusión incluso entre quienes serían sus futuros adversarios en numerosas
polémicas. Desde ese escrito, Sarmiento protagonizó los debates de cuestiones políticas y culturales del
periodismo chileno; sus artículos fueron elogiados por Andrés Bello, entre otros, y su estilo cautivó al público
lector de Santiago y Valparaíso. En una de las más famosas polémicas con Bello, Sarmiento pudo difundir su
programa de escritura, opuesto al del docto venezolano, y basado en la libertad y la primacía del contenido y
las ideas sobre la forma. La mayoría de sus textos polémicos se encuentran en los dos primeros tomos de la
sus Obras, publicadas en la Editorial Luz del Día.
114

1845 y 1874, tomando distancia, una vez más, de la tendencia más generalizada en la
crítica sarmientina que privilegió la dimensión fictiva en este libro, para centrarnos en
su estructura fuertemente argumentativa que incorpora la ficcionalización como
estrategia retórica al servicio de la seducción y el encantamiento del lector. Algunas de
las variaciones más importantes durante las tres décadas en que se publicaron las
primeras cuatro ediciones, se relacionan directamente con marcas y operaciones
textuales que, en las sucesivas mutaciones formales, experimentaron cambios
sustanciales, especialmente en la disposición textual. En cada nueva edición, el Facundo
activó estrategias de captación y de persuasión, orientadas hacia distintos tipos de
destinatarios, con propósitos también muy variados. En cada caso, la fuerte vinculación
entre el marco de enunciación y la situación de recepción, aparece como una constante
textual, en virtud de la indiscutible naturaleza mudable del libro.
En la primera edición de 1845, tres circunstancias actuaron en forma decisiva en
las dos modalidades editoriales iniciales (en folletín y en libro). En primer lugar, cuando
Sarmiento escribió el Facundo por sugerencia de su amigo chileno, el ministro Manuel
Montt, la revolución de la independencia en la República Argentina ya estaba terminada y
sólo estorbaba el tirano que ella había engendrado, ya que, a pesar de haber obtenido
logros envidiables para otros pueblos americanos, la carrera hacia el progreso y la
civilización quedaba interrumpida. En el presente de la enunciación del relato-argumento
de la dramática lucha entre civilización y barbarie, el bárbaro Rosas ocupaba el centro de
la escena y del poder, en tanto que los pocos letrados civilizados habían sido dominados y
limitados en su libertad de pensamiento y de acción, o expulsados de la polis hacia
Uruguay y Chile, donde encontraron patrias alternativas para dar forma a sus nuevos
proyectos y perfilar estrategias mediatas de rebelión. Hacia 1845, Sarmiento había
desarrollado una intensa actividad en la prensa chilena con una excelente acogida y era ya
un hombre público. En la portada del volumen aparecido en 1845, se lo presentaba como
catedrático de la Universidad de Chile y Director de la Escuela Normal. Conocido por
algunos libros y sobre todo por los artículos periodísticos publicados desde 1841 en
medios de prensa de Valparaíso y Santiago, participó activamente en numerosas polémicas
periodísticas (sobre la lengua, el romanticismo, las bel/es lettres y la cultura), donde se vio
enfrentado con personalidades de la talla de Bello, Lastarria, Rafael Minvielle, Francisco
115

Bilbao y los demás redactores de El Semanario, entre tantos, además de otras polémicas
pedagógicas y parlamentarias. También desde Chile, Sarmiento vaticinó para sí y para los
demás miembros de su grupo -en su mayoría, jóvenes letrados exiliados-, una posición
elevada y central, desde donde él mismo se propuso escribir.' 7
En segundo lugar, el movimiento de expansión de la figura de Rosas en Chile,
impulsado por la llegada de su enviado, Baldomero García, potenció la motivación
inicial de Sarmiento, originada en su condición de exiliado. Bajo el pretexto de
preservar las relaciones entre ambos países, García había llegado a Chile para
desacreditar a los emigrados argentinos y exigir al gobierno chileno que contuviera la
acción de los proscriptos. Frente a esto, el Facundo constituye en sí mismo un acto de
posicionamiento decisivo ante la amenaza concreta que suponía la inminente presencia del
enviado de Rosas en Chile: los representantes de los intereses del tirano de inmediato
esparcieron ecos rosistas en el país trasandino, con el rumor de su propósito de comprar
prensas y ganar escritores para contrarrestar las campañas de oposición impulsadas por los
proscriptos argentinos que veían a Rosas como el espíritu de la contrarrevolución y el
reivindicador de las tradiciones coloniales.' 8
Y en tercera instancia, el peligro latente de la pretensión de Rosas de ganar
simpatías en Europa para la causa americana aceleraba la iniciativa de emprender una
campaña decidida para modificar o frustrar ese intento y desarticular el plan. En este
contexto, la estrategia de escritura del Facundo creaba, a la vez, un efecto de prevención e
incoación, en un plan pergeñado como táctica agonística para ingresar en un campo de
confrontación cuasi bélica. Un día antes de la publicación de la primera entrega del
folletín, en el "Anuncio ..." que apareció en la tercera página de El Progreso, Sarmiento
promocionó su "obrita", tratando de captar el interés del momento y alentando la

17 Entre los numerosos artículos antirrosistas de Sarmiento escritos en Chile por esos años y recogidos en

sus Obras, VI (Política Argentina 1841-185 1), destacamos "Política exterior de Rosas" (El Progreso, 2, 5
y 8.X. 1844, en Obras, VI, 131-132), y " Lo que es Rosas" (El Progreso, 11.1V.1 845).
18 Esta interpretación clásica, insinuada en el Facundo, apareció también en los escritos polémicos de los

proscriptos que combatieron a Rosas, así como en un discurso de Esteban Echeverría pronunciado en
Montevideo en 1844, en Agresiones de Rosas de Andrés Lamas y en los póstumos Estudios Económicos de
Alberdi, donde sentenció que en Caseros "el antiguo régimen colonial caía con Rosas por segunda vez"
(J.B.Alberdi, Escritos Póstumos, 1. Bs.As.: Imprenta Europea, 1895: 6, 131-1 36). Años más tarde, esa tesis
fue retomada por José Ingenieros en "La Restauración" (J. Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas,
Libro II, en Obras completas, IV. Bs.As.: Mar Océano, 1961, 285-374). Cfr. Arturo Ardao,
"Interpretaciones de Rosas," Estudios latinoamericanos de historia de las ideas. Caracas: Monte Avila
Editores, 1978, 71-88.
116

curiosidad de los lectores con "la rareza de ciertos detalles" (5). Resulta extraño comprobar
que en las ediciones subsiguientes, posteriores a Caseros, cuando Rosas ya había sido
arrojado definitivamente fuera de la escena política sudamericana, aún permanecían las
marcas de esa escritura signada por los tópicos de la carencia y la urgencia del momento:
curiosamente el cuadro persistía inacabado, con la premura del primer trazado, en el que se
había sacrificado "toda pretension literaria a la necesidad de atajar un mal que puede ser
trascendental para nosotros"( 1).
Si en la primera escenificación de 1845 se hizo visible la condición reactiva del
texto que actuó como un instrumento desafiante de intervención y oposición, un arma
contra el monstruo y sus enviados, en la campaña antirrosista sostenida por los
emigrados argentinos, t9 volvemos a encontrar aflia mismo un rasgo que distingue el
Facundo del resto de los escritos publicados bajo la forma del folletín periódico, lo que
pudo incidir -como veremos más adelante- en el relativo desinterés del pasaje del folletín
al volumen que se observa, con algunas excepciones, en la mayoría de los trabajos
críticos sobre el Facundo, a pesar de la fuerte impronta de esa materialidad inicial en la
fisonomía y la estructura que mantuvo el libro en sus diferentes ediciones posteriores. 20
El pasaje casi inmediato del folletín al libro estuvo marcado por el apuro por sacar el
volumen a la luz pública. Por otra parte, la prisa estuvo precedida por un cambio de
formato en el diario que no dejaba lugar para el Facundo en la nueva edición del periódico,
ya que debería haber ocupado más de un pliego con las consiguientes incomodidades para
21
los lectores (El Progreso, 6.VI. 1845). Por esta razón se lo ofreció en un suplemento del
mismo tamaño de los números anteriores y probablemente haya terminado con la entrega
25 (El Progreso, n° 799, 21 .VI. 1845). 22

19
Otros artículos publicados por Sarmiento en esos años acompañaron al Facundo en el embate
antirrosista. Entre ellos destacamos el artículo que abrió la edición del 8 de mayo: "Verdaderos intereses
del agente que Rosas puso entre nosotros" y, días más tarde, en la primera página del diario: "La cinta
colorada".
20
Con la excepción de algunos trabajos de Guillermo Ara, Nol Salomon, Paul Verdevoye y Elizabeth
Garrels, la generalizada desconsideración que señalamos puede ser entendida, como lo sugiere Miriam
Gárate, a la luz de la supuesta atipicidad del Facundo respecto del subgénero del folletín, lo que contribuyó
a considerarlo como un hecho incidental de consecuencias irrelevantes. Cfr. Miriam V. Gárate, Qihares
cricados: entre Sarmiento e Euclides da Cunha. Tese de doutorado. Campinas: Instituto de Estados da
Linguagem, Universidade Estadual de Campinas, 1995 (mimeo).
21
Cfr. Guillermo Ara, "Las ediciones del Facundo," Revista Iberoamericana, XXIII, 46(1958): 376.
22
Aunque no hemos podido verificarla hasta la fecha, creemos oportuno consignar con mayor detalle la
hipótesis planteada por Elizabeth Garrels, cuya confirmación nos obligaría a replantear algunas de nuestras
117

De no confirmarse la hipótesis sugerida por Elizabeth Garreis, podemos afirmar


que entre ambas versiones no hubo mayores cambios estructurales, excepto en el comienzo
del libro donde se interpoló la "Advertencia del autor", seguida por la sentencia en francés
"On ne tue point les idées" y su correspondiente traducción. El plan textual de la edición
de 1845 comprendía ademá.s una introducción que en el folletín daba inicio al texto, y tres
partes que, a su vez, se dividían en un total de quince capítulos. La primera parte se titulaba
"Aspecto fisico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra"
(capítulos 1 al IV); la segunda, "Vida de Juan Facundo Quiroga" (capítulos V al XIII), y la
tercera, "Gobierno unitario y presente y porvenir" (capítulos XIV y XV). 23
En 1851, se publicó la segunda edición de Facundo en la imprenta de Julio Belin
y Cía., de Santiago de Chile, después del viaje de su autor a Europa, Africa y los
Estados Unidos, en la inminencia de la caída de Rosas en la batalla de Caseros,
corolario de la campaña del Ejército Grande Aliado de Sudamérica, y un año después de
la publicación de Recuerdos de provincia y Argirópolis. Ya por esos años, Sarmiento
reconocía el Facundo como su "escrito más peculiar" ("Carta a Matías Calandrelli",
1851). En esta edición, el libro estaba dirigido a Francia, Inglaterra y otros países que
defendían a Rosas, y dedicado expresamente a Valentín Alsina, destinatario de la carta-
prólogo que se incluye en algunas ediciones. Los principales cambios con respecto a la
primera edición se introdujeron por la oportuna y explícita decisión de su autor, en su

afirmaciones sobre el pasaje del folletín al libro. Garrels contabilizó veinticinco entregas del Facundo en El
Progreso de Santiago, en mayo y junio de 1845 (todas como folletín, excepto la última que apareció como
suplemento del diario), con la sospecha de "que la publicación del Facundo como folletín haya terminado
con el capítulo "Barranca Yaco! ! !" (capítulo XIII) y que, por lo tanto, no haya tenido el mismo largo que la-
primera edición" en forma de libro. Su hipótesis se basaba en el hecho de que, al cabo de un minucioso
examen de las colecciones de El Progreso para estudiar el Facundo como folletín, tanto en la colección de
la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos como en la de la Biblioteca Nacional de Chile, la última
entrega que registró fue la correspondiente al número 813, del 21 de junio, fecha del primero y quizás el
único suplemento en que apareció el Facundo, y que contenía un capítulo y medio. Entre otras razones,
contribuye a abonar su hipótesis el hecho de que esa entrega no finalizaba con el consabido "Continuará".
No obstante, Garrels no descarta la posibilidad de que se hayan extraviado los últimos suplementos del
folletín con los capítulos restantes. Cfr. Elizabeth Garrels, "El Facundo como folletín", Revista
Iberoamericana, 143 (abril-juniol989): 421. Por su parte, en su artículo, Guillermo Ara corrigió
parcialmente el error de Palcos sobre la similitud entre la edición príncipe y el folletín. Cfr. Guillermo Ara,
"Las ediciones del Facundo", Revista Iberoamericana, XXIII, 46(1958): 376.
23
Cabe señalar que, apenas salido el libro, en la reseña que Carlos Tejedor publicó en El Progreso
(28.VII.1845), mencionaba el "comienzo" de la publicación de "la interesante obrita" en el folletín de ese
mismo diario, con notable éxito en el público. Luego, también apareció publicado en el folletín de El
Nacional de Montevideo (3.X.1845 - 6.11.1846), donde se aclaraba que se lo reproducía de aquel diario
chileno, y no del libro que ya circulaba en la capital uruguaya. Curiosamente no se incluían allí los dos
últimos capítulos que cerraban el volumen aparecido enjulio de 1845.
118

mayoría, en atención a las observaciones y enmiendas de lectores calificados como su


amigo Valentín Alsina, quien desde su exilio montevideano le envió cincuenta y una
notas a la primera edición, en respuesta al pedido que le hiciera el mismo Sarmiento. 24
Además de la exclusión de la "Advertencia..." y del epígrafe y su traducción -sólo
permaneció el episodio del joven Sarmiento desterrado, atravesando la frontera
argentino-chilena, que se introdujo en esta edición con el título de "Prólogo" y en una
versión más precisa-, con las supresiones estructurales de la "Introducción" y los dos
últimos capftulos (indudablemente atribuibles a razones políticas, no estéticas), el libro
fue -al decir de Alberto Palcos- "cruelmente cercenado por el propio autor", quien no
obstante expuso sucintamente las razones que motivaron dichas "mutilaciones",
centrándose en las "Notas" de Alsina. 25 Alegando la inutilidad de la introducción y el
carácter "ocioso" de los dos capítulos finales que coronaban la edición de 1845,
Sarmiento respondía así la indicación de su amigo, quien ya en 1846 le había sugerido
que el libro estaba terminado con la muerte de Quiroga (Palcos: XVIII).
Aunque en la edición príncipe el autor había expresado que su libro quedaría
trunco e incompleto si terminaba allí, 26 curiosamente esas partes fueron suprimidas en la

24
En 1846, tras la lectura del libro y del folletín, Alsina comenzó a redactar sus observaciones críticas
desde Montevideo, donde sobrevino una revolución, pero se las entregó recién en 1850 y permanecieron
inéditas hasta 1901. Alsina todavía no había concluido su trabajo, cuando se presentó una ocasión propicia y
resolvió enviárselas, omitiendo algunos detalles. En la carta que el autor le dirigió a Alsina, desde Yungay,
el 7 de abril de 1851, incluida a modo de prólogo en la segunda edición del libro, le agradeció las notas a
su amigo y respondió algunas de sus observaciones. En la última nota, Alsina le pidió disculpas a Sarmiento
por la prolijidad -indispensable para rectificar ideas- y la rigidez en el señalamiento de lo que reputaba como
errores, arguyendo insistentemente lo que suponía que Sarmiento había querido o proyectado hacer. Daba por
cierto lo que no era sino una impresión personal o un propósito incumplido e inconfesadamente dejado de
lado por el autor: que Sarmiento se había propuesto escribir una historia, no un romance. Así justificaba sus
observaciones: para escribir históricamente, para reformar el libro como su autor había pensado hacerlo, era
inevitable todo eso. Por la boca de Alsina, la Historia le exigía a Sarmiento "exactitud", "procedimientos
analíticos" y "recto examen". Cfr. "Notas de Valentín Alsina al libro "Civilización y barbarie",
"Documentos relacionados con el Facundo", en D. F. Sarmiento, Facundo. Ed.crít. de A.Palcos: 364-426.
Un interesante estudio crítico de estas notas puede encontrarse en el segundo capítulo del libro de Diana
Sorensen, El Facundo y/a construcción de la cultura argentina. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1998.
25
Alberto Palcos, "Prólogo" a D. F. Sarmiento, Facundo. Ed.por A. Palcos. La Plata: UNLP, 1938: XVII.
26
Siguiendo esa aseveración de 1845, en la edición de 1851 incluyó una nota al final del capítulo VII, en la
página 137 (nota 52 de la edición crítica del Facundo de Palcos, p. 139), donde reconocía los defectos de su
libro -al que se refería como "primer ensayo histórico"-, mientras anunciaba la imposibilidad de
suprimirlos, sin que las ideas perdieran ilación y quedaran sin sostén: "se llevarían consigo el libro entero"-
confesó. En esa misma nota, se justificaba por las exageraciones señaladas por Alsina, aduciendo el "calor de
los primeros años, la imposibilidad de verificar los hechos desde el destierro, i las preocupaciones de partido"
que habían dejado "trazas indelebles" en el libro. A razones similares apeló en la carta a Alsina, donde pedía
disculpas por los errores, escudándose en la prisa y la distancia, y volvía a renegar, con displicencia, del
"sacrificio" invocado en 1845, ahora con una ambición literaria que se sumaba a la del historiador (19-27).
IpJ

segunda edición. Como sugirió Palcos, existieron motivos más fuertes y de índole política,
además de las meras indicaciones de Alsina, que explicaban aquellas supresiones por la
necesidad de adecuar el texto al cambio del panorama político de la República. Sin duda, el
inminente derrumbe de la tiranía de Rosas fue uno de ellos. Sarmiento ya había escrito
Argfrópolis con esa misma convicción. Y efectivamente la supresión de aquellos
elementos irritativos -derivados del carácter polémico de la introducción, del intertexto
del libro y del sesgo anticipatorio y programático-político de la tercera parte- colaboró
para acercar y reconciliar a los argentinos en un proyecto de unidad nacional, más allá de
las diferencias que los separaban, y contribuyó a que el autor pudiese ganarse las simpatías
tanto de los viejos unitarios como de los federales.
Desde el punto de vista estilístico y compositivo, esos cambios le otorgaron mayor
sugerencia y moderación al texto y lo alejaron del tono panfletario, político y
programático que primaba en la edición de 1845. Asimismo, en la segunda edición se
suprimió la división en partes, dejando sólo la disposición en capítulos con numeración
corrida, y se hicieron diferentes retoques a la redacción de la edición anterior, tales como el
reemplazo de galicismos, los cambios en la sintaxis para mejorar el texto, el agregado y la
exclusión de párrafos, vocablos y notas, la corrección de errores tipográficos, la supresión
de sarcasmos excesivos, críticas innecesarias y datos inoportunos o incorrectos, la
actualización de expresiones y referencias temporales anacrónicas —pasados ya seis años
desde la edición anterior-, ajustes léxicos y el añadido del párrafo final, entre otros.
A partir de esta segunda edición, la biografía de Facundo Quiroga pasó a ser el
'corazón' del Facundo, el núcleo donde el valor estético resistía y establecía su
dominio, y la ficción ganaba protagonismo, mientras otras partes más lábiles se
adaptaban, se quitaban o se reponían. Por esta razón se comprende que en la portada de
esa edición se imprimiera el siguiente título: Vida de Facundo Quiroga i aspecto fisico
costumbres i hábitos de la República Argentina. El relato de la vida del caudillo riojano
fue la única parte que permaneció inamovible en todas las ediciones, con algunas ligeras
rectificaciones en la edición de 1852, en respuesta parcial a las notas solicitadas a su
amigo.
La tercera edición del libro en español se publicó en la casa Appleton de Nueva
York, con el siguiente título: Facundo; Civilización ¡ barbarie en las pampas
120

arjentinas. Salió a la luz en 1868, al mismo tiempo que la traducción al inglés, hecha
por Mary Mann, y estuvo prologada también por ella misma. 27 Se mantuvieron allí las
modificaciones estructurales de la segunda, salvo la exclusión del episodio inicial
(Sarmiento marchando hacia el exilio trasandino, tras escribir la sentencia en francés en
clave civilizatoria y con carbón, a modo de graffihi revolucionario), algunos cambios en
los títulos de los capítulos y apartados, y la omisión de las transcripciones y referencias
a las observaciones de Alsina. Se inóorporaron además las correcciones formales
indicadas por el gramático cubano Mantilla, quien revisó las pruebas a pedido del autor
e introdujo cambios tendientes a mejorar la sintaxis y clarificar el sentido de la
expresión. Aunque las mutilaciones se conservaban sin explicaciones, en cierto modo,
eran predecibles: Sarmiento lanzó la edición en Nueva York, siendo ministro
plenipotenciario de la República Argentina en los Estados Unidos, donde residía desde
1865, y en esa instancia, nuevos y diferentes motivos políticos lo obligaron a
mantenerlas.. Recordemos que 1868 fue el año de las elecciones presidenciales en la
Argentina, en las que Sarmiento era candidato por el partido autonomista. El líder de
este partido, Adolfo Alsina, se oponía a la federalización de Bs.As., propuesta en el
Facundo, y a ello obedeció seguramente la supresión de los dos últimos capítulos que
sostenían la tesis de la configuración unitaria de la república y postulaban a Buenos
Aires como la única capital posible del país. Por otro lado, es indudable que la
publicación del libro apuntaba también a prestigiar la candidatura de su autor, quien ya
contaba con una trayectoria prestigiosa, puesto que había ocupado varios cargos
oficiales en la Argentina y se había ganado un merecido reconocimiento como
periodista y escritor. De hecho, la traducción y publicación de su libro por Hurd y
Houghton, además de hacerlo conocer por lectores ingleses y norteamericanos, culminó
sus denodados esfuerzos por colocarse en el centro de la vida cultural norteamericana.

27
La relación de Sarmiento con los Mann fue decisiva, entre otras cosas, en la migración cultural del
Facundo a los Estados Unidos. Durante su breve visita a Londres, Sarmiento conoció a Horace Mann,
educador radicado cerca de Boston, Massachusetts, a partir de la lectura de su "Informe de un viaje
educacional en Alemania, Francia, Holanda y Gran Bretaña". Desde entonces, tuvo el firme propósito de
visitarlo y ver personalmente los logros de la educación pública en los Estados Unidos. En 1847, pudo
dialogar con el pedagogo Mann en Boston, ayudado por las traducciones de la mujer de aquél, Mary
Peabody Mann, quien luego llegaría a ser su amiga y la traductora de sus obras al inglés. Cfr. William
Katra, "Sarmiento en los Estados Unidos", Todo es Historia, a. XXII, 255 (sept. 1988): 8, 10; D. Sorensen
1998, cap. 4.
121

En la cuarta edición, publicada en la editorial Hachette de París, en 1874, con el


título: Facundo ó Civilización i Barbarie en las pampas argentinas, se restituyó
finalmente el texto íntegro, excepto la "Advertencia del autor". Fue la última edición
publicada en vida del autor y constituye, según Palcos, la edición "definitiva" sobre la
cual preparó su edición crítica. Sarmiento le encargó la supervisión a su nieto, Augusto
Belín Sarmiento, quien restituyó las partes eliminadas durante veintitrés años y el
episodio inicial del destierro con la versión de 1845. Asimismo se agregaron algunos
cambios leves junto con unos pocos errores tipográficos. También en esa ocasión
existieron razones políticas que autorizaron la reposición: en ese tiempo, Sarmiento era
uno de los "padres de la patria" (J.Ludmer), ya no un outlaw ni un disidente marginado,
y había llegado a ocupar la cúspide del poder; su obra presidencial acababa de concluir
ese mismo año y ya se había ratificado y cumplido en parte el proyecto de progreso
soñado y rubricado desde el exilio en el capítulo final del libro. De modo que la
restitución era esperable, entonces, en la medida en que el Facundo había perdido su
compromiso inmediato y su capacidad interpelativa más virulenta, en tanto que había
ganado relieve como obra literaria, con un estilo reconocible y cierta autonomía estética.
A la vez, la cuestión capital estaba muy próxima a ser resuelta y era conveniente
restituir las partes censuradas, porque así el público podría comparar el programa de
gobierno esbozado en el último capítulo con el que el autor llevó a cabo desde el poder,
y así podría evaluar su consecuencia con los principios proclamados desde el exilio.
Finalmente, en 1889, el año siguiente a la muerte de Sarmiento, apareció el
Facundo en el tomo séptimo de la edición de las Obras del autor sanjuanino, publicada
por la Editorial Luz del Día. Allí se restituyó además la "Advertencia al lector" y se
retomó a la partitio inicial en capítulos, obviando la división en partes para restablecer
lo más fielmente posible el texto de la primera edición y apoyándose en el carácter
intempestivo e improvisado de la escritura sarmientina que pasaba directamente de la
hoja manuscrita a la máquina. Sin embargo, se olvidaba al editor Luis Montt, hijo del
amigo y protector chileno del autor, que cuando Sarmiento reeditaba, introducía muchas
variantes formales en sus textos, preocupado por preservar su fama literaria. En
consecuencia, la edición de 1889 significó un retroceso considerable en el proceso
editorial de esta obra, debido a que el editor ignoró las correcciones posteriores, no
122

advirtió muchas erratas de imprenta y suprimió párrafos sin motivo aparente. Palcos
sostuvo que en esta quinta edición —la primera, póstuma- se cometieron varios errores:
se dejaron de lado las modificaciones impresas mantenidas en las otras dos ediciones
publicadas en vida del autor, al desconocer las diferencias entre ellas por no haberlas
cotejado previamente y, por esa misma razón, se reintrodujeron frases ya eliminadas que
empeoraron notablemente el texto. Muchos de estos yerros fueron repetidos en las
ediciones posteriores que continuaron desmejorando y desfigurando el texto, por
ejemplo: se volvieron a incluir expresiones eliminadas por erróneas o anacrónicas y se
introdujeron otros leves cambios.
En síntesis, por la trayectoria mudable de su historia editorial que deviene un
rasgo sustancial, en sintonía con los cambios en la escena política y cultural de la que es
imposible sustraerlo, advertimos que aún hoy el Facundo sorprende y desconcierta,
incluso a un lector crítico actual, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿qué texto es, en
definitiva, el que tenemos en nuestras manos?, ¿cuál de las diferentes versiones que se
fueron sumando en las sucesivas entradas a escena, es la que leemos hoy en día? y
¿desde qué red de relaciones nos interpela? Visto desde este ángulo, se nos presenta
extremadamente lábil y versátil, como un texto que se desarma y se rearma, se contrae y
se expande como un organismo vivo, se mutila y autocensura para luego restituirse y
recomponerse nuevamente. Con una lógica guiada por la oportunidad y la adecuación a
los contextos de producción, circulación y recepción, 28 en función de los cuales el sujeto
de la enunciación ejerció un control obsesivo sobre su plan textual y sus efectos de
lectura, el Facundo exhibe el fuerte impacto de la marca de la modernidad, a través de
la inscripción de su temporalidad cambiante en el cuerpo textual y en sus constantes
mutaciones. Hay aquí otro elemento que merece ser considerado: la preocupación por la
función conativa29 del texto, decisiva en el ensayo y ligada a su retórica envolvente de
seducción que no anula -pero excede- el propósito de convencer al lector.

28 Como ejemplos de la movilidad discursiva del ensayo en relación con sus contextos de recepción se
pueden citar los cambios registrados en los títulos de las traducciones a otros idiomas. La segunda edición
parcial en francés (1852) llevó por título: Le Socialisme dans ¡ 'Amerique du Sud, lo que marcaba un
desplazamiento del relato biográfico en favor de la dimensión ensayística del texto, y la traducción al
inglés por Mary Mann se tituló: Ljfe in ¡he Argentine Republic in ¡he days of ¡he Tyrants: or Civili:ation
and Barbarism (1868), privilegiando la descripción de la vida cotidiana de una nación sometida a los
designios de un tirano y sin subordinar el componente ensayístico al relato ficcional.
29
Cfr. Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general. Barcelona: Ariel, 1984. 1" cd.: 1974.
123

El horizonte complejo que hemos trazado justifica que, para considerar los
aspectos más diversos del libro, hayamos optado por trabajar con la edición crítica
establecida por Alberto Palcos, donde se incorpora la totalidad de las partes
trashumantes del texto, incluso aquellas secciones paratextuales como el "Anuncio...",
la "Advertencia del autor", los epígrafes, la escena inicial y las cartas, entre otros. Esos
reacomodos textuales han sido posibles por la permeabilidad de los límites borrosos que
delimitan el ensayo. Por otra parte, el texto se metamorfosea de acuerdo con los cambios
registrados en el contexto político y las diferentes elecciones del ensayista (estilísticas, de
énfasis, de adecuación a la 'verdad histórica' o a la época, etc.), con lo que se pone de
relieve el poderoso vínculo referencial de ida y vuelta entre éste y sus contextos, a lo largo
de su historia editorial.
Una vez establecida la estrecha ligazón entre los cambios formales y las
situaciones históricas correspondientes, trasladaremos la indagación hacia otras
relaciones establecidas con espacios y géneros discursivos, registros y modos de
producción, circulación y recepción ligados al ejercicio de la práctica periodística y a
una zona discursiva organizada desde diferentes premisas como la literatura de ideas y
el discurso político.

De la protesta en carbón al 'libro extraño': el germen panfletario

Al revisar las sucesivas transformaciones que expandieron o redujeron el Facundo


en sus sucesivas ediciones, se hace evidente la fuerte impronta de su singular formato
inicial. Para nuestro estudio, importará considerar el condicionamiento y la imbricación
de la textura con su hábitat primitivo de inserción, y examinar los aspectos materiales del
texto como objeto cultural. Por ello nos detendremos en su inscripción formal como
folletín del semanario santiaguino El Progreso. Esa primera versión que lo asocia al
periodismo constituye de por sí una instancia genotextual insoslayable, por la poderosa
incidencia del soporte material en la forma y la estructura del texto. La materialidad, el
ritmo y los estilos de la página periódica -aspectos con los que Sarmiento estaba muy
familiarizado- dejaron rastros en la escritura literaria que explican sus características y
fórmulas compositivas más notables. Así encontramos en el Facundo, signos inequívocos
124

de su sintonía con el medio de publicación originario, tales como la urgencia como tópico
y condición del proceso de escritura, el carácter panfletario del texto, la actualidad y
variedad de los temas, la peculiar mixtura discursiva, entre otros.
La inserción del ensayo en el periódico nos reenvía a la histórica relación ensayo -
periodismo, a la que nos hemos referido en la primera parte de nuestro estudio. Como se
sabe, el periódico surgió bajo el signo de lo efimero, para satisfacer intereses que variaban
diariamente. Producto de las nuevas demandas sociales y de las posibilidades técnicas
que habilitaron la transformación de su formato y sus fórmulas más frecuentes, su
materialidad estuvo siempre vinculada a un contexto modelado por libros y volúmenes
producidos bajo otras circunstancias. Los cambios tecnológicos aceleraron los tiempos de
utilidad, producción, circulación y consumo de los escritos e introdujeron diferentes
criterios de durabilidad, valor y conservación entre el periódico y el libro, además de
variantes en la calidad de la impresión, del papel y de la organización de su superficie. Es
sabido también que en el siglo XIX el periódico era reconocido socialmente como un
discurso portador y propagador de ideas en el horizonte de la tradición letrada moderna,
un espacio propicio para incitar polémicas y debates, y promover el análisis de los
hechos, esgrimiendo verdades y razones construidas con argumentos y estrategias
propias de una retórica empeñada en convencer.
Por otra parte, la página del periódico no reproducía divisiones demasiado
marcadas, sino que representaba fronteras móviles entre pasado y presente, datos y
valoraciones, información y formación. Y aunque ese código en gestación no contaba
todavía a mediados del XIX con un lenguaje periodístico solidificado, ya tenía un rol
protagónico en la prensa del período. Ofrecía una discursividad híbrida que albergaba
columnas sociales, crítica de arte y literatura, ensayos literarios, biografias y artículos de
costumbres, reseñas bibliográficas, y en la que convergían distintas operaciones
indiferenciadas: informar, formar, divulgar, discutir, opinar. No es extraño entonces que
un tono ensayístico-disertativo impregnara los diarios de la época, encargados de
aleccionar a los lectores en cuestiones de doctrina, de carácter histórico y cultural, y
modelados por un nuevo perfil de sujeto productor, cristalizado en la figura del
periodista-redactor polifacético (polígrafo, crítico de arte y de teatro, ensayista, cronista
local) que oficiaba también de traductor-compilador-divulgador de lo que leía en
125

periódicos y revistas extranjeras, dada la dificultad de establecer contacto directo y obtener


información de primera mano. 30 Por esta razón, como señala Julio Ramos, la hibridez y la
polivalencia del Facundo no son anómalas sino congruentes con su situación de
enunciación. 3 1 En esta perspectiva, entonces, la úbicuidad genérica del Facundo puede ser
vista como una marca discursiva de su inscripción en la modernidad, en diálogo con la
prensa de la época que inicialmente le sirvió de marco y en correspondencia con la
indeterminación general del discurso periodístico, incluidos el folletín y la página impresa
en general. 32
Desde sus inicios como periodista, Sarmiento reflexionó insistentemente sobre el
diarismo, un fenómeno de su tiempo que le interesó en particular: "Por el diarismo el
genio tiene por -patria el- mundo, y por testigos la humanidad civilizada (...). Por el diarismo
los pueblos mandan, la opinión se forma y los gobiernos la siguen mal de su grado" 33 . Veía
en el diario una tribuna cuya finalidad era persuadir, un "arma de civilización i progreso"
que contribuía a desarrollar la cultura, las artes y el comercio (59-60), y valoraba la
posibilidad que ofrecía para recriminar, reprobar, amenazar. Para Sarmiento, el diario era
un producto inseparable de la ciudad, en esos tiempos de publicidad y pujante vida
periodística, impensable fuera de la modernidad y del espacio urbano y estrechamente
conectado con el progreso material de un pueblo y las posibilidades abiertas por la
civilización y la libertad. Formalmente, un periódico era un collage de retazos diversos,
de bagatelas de momento, una obra sin capítulos, sin prólogos. En suma, concluía:

lUn periódico es, pues, todo, el gobierno, la administración, el pueblo, el comercio,


la junta, el bloqueo, la Patria, la ciencia, la Europa, el Asia, el mundo entero, todo.
Un periódico es el hombre, el ciudadano, la civilización, el cielo, la tierra, lo

30
Cfr. Frédéric Barbier y Catherine Bertho Lavenier, Historia de los medios: de Diderot a Internet. Bs.
As.: Colihue, 1999; A.C. Ambroise-Rendu, "Du dessin de presse á la photographie (1878-1914): histoire
d'une mutation technique et culturelle", Revue d 'Hisloire Moderne et Contemporaine, 39 (1992).
31 Cfr. Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en e/siglo

XIX. México: FCE, 1989, 23-24.


32
Cfr. Susana Rotker, La invención de la crónica. Buenos Aires: Ediciones Letra Buena, 1992, y Aníbal
González, La crónica modernista hispanoamericana. Madrid: José Porrúa Turanzas, 1982, 96.
u D.F.Sarmiento, "El diarismo" (El Nacional, 15 y 29.V.1841), Obras, 1, 58. En otros artículos, Sarmiento
señalaba la precariedad y exigüidad del público subscriptor, denunciaba las fallas y faltas del sistema y
lamentaba la vida efimera de los diarios de su época. Cfr. "Sobre la lectura de periódicos" (Mercurio, 4.VII y
7.V11I.1841), Obras, 1, 77-86. 1, 206.
126

pasado, el presente, las crónicas, las grandes acciones, la buena o la mala


administración, las necesidades del individuo, la misión del gobierno, la historia
contemporánea, la historia de todos los tiempos, el siglo presente, la humanidad en
general, la medida de la civilización de un pueblo. 34

Sin embargo, aunque la heterogeneidad del Facundo sea una marca heredada de su
formato original y el libro parezca carecer de un plan armado previamente, una mirada
atenta reconoce en él una clara organización formal (introducción, epígrafes, partes,
capítulos, conclusiones, disposición cronológica y sucesiva de la biografia del caudillo,
crítica del presente y programa para el futuro), con algunos elementos que ya estaban
presentes en el folletín, vinculados con las posibilidades técnicas habilitadas por ese
formato inicial.
El Progreso era un periódico de Santiago, fundado por Sarmiento en 1842 y
dirigido por él hasta octubre de 1845, cuando dejó de ser su redactor para partir a Europa.
Era de formato pequeño -el más común en esa época- y de magras dimensiones (cuatro
páginas de cuatro columnas cada una), lo que facilitaba su encuadernación para
coleccionarlo. Era tribuna y escuela a la vez: reflejaba el presente, compendiaba el
pasado y tramaba el futuro. Desde su aparición, introdujo una serie de cambios
novedosos en la prensa chilena: incorporó la sección del folletín diario, un elemento de
la modernización capitalista, particularmente eficaz para estimular las ventas y con un
fuerte poder ideológico, que respondió a una necesidad del momento y llegó a ser una
de las secciones de mayor influencia. 35 Ofrecía un repertorio lo suficientemente diverso
que ampliaba los tópicos tradicionalmente tratados en un periódico. 36

34
D.F.Sarmiento, "Periódicos" (E/Zonda, 10.VlII.1839), Obras. Escritos diversos (último tomo), LII, 14-15.
El énfasis es nuestro.
35 En sus Viajes (1849), definió el folletín como "... la filosofia de la época aplicada a la vida, el tirano de
las conciencias, el regulador de las aspiraciones humanas..." (D.F.Sarmiento, Viajes por Europa, Africa y
América (1845-1847) (1849), en Obras, V, 116). Pueden encontrarse otras definiciones del género en:
"Nuestro folletín" (El Progreso, 10. Xl. 1842), Obras, II, 3, donde Sarmiento formuló un programa para ese
espacio discursivo; "Nuestro pecado de los folletines" (El Progreso, 30.VIII. 1845), Obras, II, 314-317,
donde comentó que le reprochaban haber inoculado en la prensa chilena el virus del "folletín"; "Un folletín
para E/Progreso por Carlos Bello" (El Progreso, n° 150, 15.IV.1843), entre otros.
6
En el primer número de El Progreso (1 0.XI. 1842), se anunció, además del material heterogéneo que se
incluiría en la sección "Folletín", la eventual reproducción de páginas publicadas previamente en diarios
europeos -especialmente franceses y españóles- y americanos. Esta última opción terminó casi
monopolizando el folletín ("Nuestro folletín", Obras, II: 3). Entre los 180 títulos publicados en esa sección
127

A través del folletín, el diario retomaba al libro y así ambos mundos quedaban
religados no sin conflictos. Tanto en la composición textual cuanto en la gráfica, por la
duplicidad de sus usos, el folletín se ubicó en una zona híbrida entre la fugacidad y la
permanencia, el suelto y el volumen, el fragmento y la totalidad. En lo que respecta
específicamente al folletín de ese período, la disposición, la diversidad y el tempus37 eran
diferentes de los que distinguieron al folletín del siglo XX. Cada entrega consistía en una
unidad mínima que debía ser renovada pero, a diferencia de la página impresa diariamente,
debía ofrecer algo nuevo y de interés. Esto hizo lugar para la no ficción en el folletín y
paradójicamente para la ficción en el cuerpo del diario, lo que favoreció el cultivo del
folletín de tema histórico, que terminó imponiéndose. 38 Por lo común, esta modalidad
estuvo asociada a lo meramente circunstancial, por su carácter de instrumento de acción
inmediata y directa. Asimismo, el folletín se caracterizó por estar escrito día a día, a
medida que la publicación iba avanzando, de acuerdo con la azarosa acogida del público. 39
Es evidente que la inserción atípica y menor del panfleto -Facundo- como
novela de folletín en el espacio discursivo de las dos o tres páginas que le ofrecía el
periódico, precipitada por las circunstancias ya mencionadas, resultó la más oportuna y
conveniente, aunque tal vez en otro momento la publicación se hubiera dilatado. No hay
dudas de que el periódico fue un medio de difusión sumamente eficaz y acorde con las
necesidades de la época. Al día siguiente del "Anuncio...", empezaron a sucederse las
entregas, con algunas interrupciones y algún cambio ligero de formato hasta la última

del diario, mientras Sarmiento fue su redactor, la mayor parte de los materiales serializados que se
incorporaron allí fueron ficciones tomadas de diarios extranjeros (lo que supuso -según Garrels (1988: 425-
426)- un público lector pasivo que no podía influir en el curso de lo narrado) y reseñas teatrales
(generalmente de melodramas representados en salas santiaguinas), de las cuales sólo unas pocas fueron
escritas por autores locales, expresamente para El Progreso.
37 Susana Rotker lo describió como un caso de presente ampliado, es decir, un alargamiento del presente en

el que los acontecimientos duraban más por limitaciones técnicas en la transmisión de las noticias. Las
fórmulas expresivas resultaron un tanto extrañas en un principio: rumores, conjeturas, relatos referidos
por terceros, elocuencia impersonal, extraña a principios de brevedad, economía verbal y concisión que,
más adelante, definieron la lengua informativa de la imprenta. Cfr. S. Rotker 1992, y S. Jongue, "Les
premier pas du feuilleton: chronique historique, nouvelle, roman", Europe. Revue Liltéraire Mensuelle,
542 (1974).
38 Además del roman-feuillelon como Los misterios de París, de Eugenio Sue, aparecieron en los folletines
de El Progreso novelas históricas como Rienzi, del inglés Edward Bulwer-Lytton —texto interrumpido para
dejar lugar al Facundo-, y otras como Le Pire Goriot, de Honoré de Balzac, publicada en la Revue de
Paris (1834), etc.
39
Jean-Louis Bory, "Premiers éléments pour une esthétique du roman-feuilleton", Musique II: Toul Feu
ToutFlamme. Paris: Julliard, 1966, 17.
e 128

publicación. En consecuencia, el apuro fue responsable y a la vez complementario del


carácter exaltado y combativo del texto, concebido como el arma contra el "monstruo" y
su enviado. Sin embargo, el soporte material y la estructura del que fuera el primer
vehículo del Facundo eran permeables y congruentes con esa modalidad compositiva de la
obra.
Así las consecuencias de la tecnología del folletín se pusieron de manifiesto en
esta primera transformación textual (del diario al libro atípico), con escasos retoques. El
cambio de estatuto trasladó al libro rasgos estilísticos y estructurales propios del formato
inicial y del medio originario de difusión, 4° y marcó definitivamente la interacción y la
correspondencia con la prensa de su tiempo, lo que nos permite reformular la atipicidad
del texto migrante, en el tránsito ni demasiado brusco ni demasiado traumático del diario
al libro. Dan muestra de ello, por ejemplo, la naturaleza episódica, truculenta y
melodramática de los materiales incluidos, la mezcla de registros y medios de distintas
formas de la literatura popular (además del melodrama, el artículo de costumbres y la
tragedia heroica, concebidos desde la óptica del drama romántico), el encadenamiento
sucesivo de la secuencia narrada, el modo de plantear los cortes, dosificar la intriga y
mantener el suspenso para convocar la atención del lector al final de cada entrega y
despertarle el deseo de seguir leyendo. También podrían atribuirse a ese pasado
folletinesco las constantes mudanzas textuales y las transformaciones abruptas que
enumeramos en el apartado anterior, ya que cortar y recomponer libremente los textos
utilizados en los folletines solía ser una práctica habitual entre sus redactores. Por otra
parte, en la medida en que cada capítulo o segmento delimitaba los contornos de un
volumen virtual, vale decir, que el libro acentuaba su condición ensayística de parergon
(de Obaldía), de obra en proceso, adelantando su próxima fase editorial, el periódico se
convertía en un objeto independiente y coleccionable.
No obstante, el Facundo no podía ser confundido con otros materiales que
circulaban con ese mismo formato en las páginas del periódico, tales como el roman-
feuilleton, el serial que salía diariamente con una modalidad cuyo ejemplo más clásico es
el texto Los misterios de París, de Eugenio Sue, publicado en el Journal des Débats, entre
40 Son frecuentes en el libro las expresiones que revelan los rastros de la naturaleza episódica de la
publicación inicial como folletín, como la que aparece al comienzo de la segunda entrega, disimulada por
la sucesividad del volumen: "El que haya leido las pájinas que preceden, creerá qe es mi ánimo ... " ( 18).
129

junio y octubre de 1843 (Bory, 13-41). En primer lugar, las diferencias aparecen porque
sus condiciones y su modo de producción fueron otros: ni el acuerdo productivo con el
público lector a medida que leía las entregas, ni la escritura improvisada día a día están
estrictamente presentes en el libro que nos ocupa. Como advirtió Ana María Barrenechea,
en su perspicaz trabajo sobre la configuración del Facundo, Sarmiento tenía previamente a
su redacción la clara intuición de un plan coherente para su libro, que sólo por motivos
circunstanciales fue publicado como folletín. Sabía que corría el riesgo de que el lector, por
lo general distraído y perezoso, no siguiera paso a paso la explicación planeada en el libro,

[P]or eso parecería que se apodera de él desde los primeros capítulos y no lo suelta.
Por una parte, excita su interés con un diálogo constante que no le deja desviar la
atención, con preguntas, respuestas, exclamaciones, recursos que subrayan las
opiniones, sacudimientos y virajes súbitos, respiros y sorpresas, pausas y nuevas
arremetidas. Por otra parte, temiendo que se extravíe entre tantas digresiones y no
mantenga el hilo de su razonamiento, le recuerda a cada paso el plan que lo guía
para que al final quede claro el camino recorrido. 4 '

Sin embargo, muchos de estos rasgos que aseguraron la coherencia interna del libro
coincidían con los trazos distintivos de la estética de] roman-feuilleton -centrífugo,
discontinuo, ligado a una visión voluntariamente incoherente y fragmentaria del mundo-
(Bory, 16-17), que Sarmiento aprovechó para atraer al lector. Esa dispersión controlada,
efecto del esfuerzo por captar y mantener el interés del lector, formaba parte de la estética
del Facundo pero, a diferencia del roman, allí lo que primaba era la unidad. 42 El mismo
origen folletinesco tenían los ingredientes truculentos (desgracias y peligros, muerte y
violencia: puñaladas, descuartizamientos y degüellos, azotes y balazos, ejecuciones y
fusilamientos), cuyo alto potencial melodramático buscaba saciar la sed de violencia que

41 Ana María Barrenechea, "La configuración del Facundo", Textos Hispanoamericanos. De Sarmiento a

Sarduy. Caracas: Monte Avila, 1978: 39.


42
Carlos Tejedor, uno de sus primeros críticos, reconoció mucho antes esta virtud característica del
Facundo, cuando elogiaba "la trama de los acontecimientos qe existian desorganizados en nuestra cabeza,
i qe él a tenido la abilidad de no olvidar un momento, a pesar de los ímpetus fogosos de su imaginación, de
los episodios sin fin a qe a tenido qe dar entrada en su obra para volverla amena i completa". (Carlos
Tejedor, "Facundo", El Progreso, 28.VII.1845. Cit. por E. Garrels 1988: 424).
130

caracterizaba el gusto del lector medio del folletín, además de los cuadros costumbristas
como los cuatro tipos retratados en los primeros capítulos, el mayor Navarro y el general
La Madrid, entre otros. Indudablemente, la inclusión de estos elementos tan apropiados
para la sección donde se publicaba el Facundo, cumplió el propósito de no decepcionar a
los lectores habituales y de justificar su inserción en esa parte del diario, indispensable para
estimular las ventas.
Finalmente, la relación que el Facundo construyó con los lectores se inscribe en
esta misma línea. En un artículo publicado unos años después de la segunda edición del
libro, Sarmiento destacaba la peculiaridad de este texto que rompía con el "divorcio entre
lector y libro", dominante en América: "El lector se hace a su turno autor también,
pudiendo corregir un hecho mal narrado, o un efecto atribuido a causa diferente de la
verdadera..."13 Desde este ángulo, son visibles los vínculos entre ensayo y novela
convocados en el libro. Pero, si bien encontramos allí elementos netamente novelísticos -
caracteres, cierta conciencia de mundo, acción e intriga que habilitan un espacio para el
suspenso y la tensión dramática, apertura y agenericidad, aptitud para combinar modos
literarios heterogéneos, conjunción de lo histórico con lo filosófico-, la parcial fusión
entre ensayista y autor no llega a ser reemplazada, como sucede en la novela, por la
distancia estética propia de un narrador plenamente maduro, excepto en las ediciones
donde sólo prevalece el relato biográfico. Por otro lado, si consideramos la relación
ensayo-novela como una progresión, lo netamente ensayístico pasaría a ser en la
segunda y tercera edición un suplemento descartable o secundario —sin despojarse del
valor estético-, cumplida la meta inmediata que lo hacía imprescindible para dejar lugar al
despliegue ficcional en la narración de la vida y la muerte del caudillo riojano. 44
Asimismo, aunque los propósitos que animaron la redacción del Facundo
excedieron el mero entretenimiento del lector, la finalidad de escribir un texto con
eficacia política y con cierto valor científico-social, le planteó a Sarmiento la necesidad
de utilizar recursos artísticos y melodramáticos de la novela popular y del teatro, que le

43
D.F.Sarmiento, "La dictadura de O'Higgins. Carta a su autor don Miguel Luis Amunátegui" (La
Crónica, 26.X1I.1853), Obras, II, 371.
44
Cfr. C.de Obaldía, 19. Graham Good relaciona el ensayo periodístico con el surgimiento de la novela
inglesa y con el auge del individualismo burgués, en el contexto de la vasta transformación de la civilización
occidental que tuvo lugar a partir del Renacimiento. Cfr. Graham Good, The Observing Se?f Rediscovering
ihe Essay. Routledge, 1988, 14.
131

permitirían divertir y al mismo tiempo persuadir al mayor número de lectores. 45 A su


vez, el carácter episódico, perecedero y efimero de la entrega del folletín, de corto plazo
pero urgente, concordaba con la impronta contestataria e insurgente de la cita en francés y
su traducción autóctona en lenguaje gaucho, que se colocó debajo del nombre y apellido
del autor en el frontispicio de la primera edición y que reapareció -convertida en graffiti
inscripto "en carbón" por el joven Sarmiento, en el camino trasandino hacia el destierro- en
el episodio que ofició de prólogo del libro en la segunda edición. Ambos anunciarían
estructuralmente también el corte panfletario de la introducción y de algunos párrafos de
los capítulos iniciales.
Cabe aclarar que, de acuerdo con la sistematización de los discursos doxológicos
y persuasivos que propone Marc Angenot dentro de la-topología del campo ideológico,
el Facundo se perfila como un texto más cercano al ensayo—meditación ("essai-
méditation") a lo Montaigne —pero con un marcado sesgo programático y propositivo-,
que a la otra modalidad del ensayo, representada por la vertiente baconiana. Se
reconocen en él los rasgos más salientes de ese tipo ensayístico, como la fuerte
presencia de la subjetividad de quien lleva adelante la reflexión —un yo omnipresente
como conciencia y medida de su valor-, que deja ver los rastros de un pensamiento que
se arma sobre la marcha, como una "deliberación interior", interrogativa, de estructura
zigzagueante y no preformada, con un desarrollo discontinuo y aparentemente
desordenado, tramado con proposiciones a menudo unidas por junturas accesorias,
aleatorias, donde la imagen intuitiva suele tener más fuerza persuasiva que el puro
silogismo, y la demostración aparece cargada de un poderoso potencial afectivo y
pasional.46
Sin embargo, no se puede dejar de reconocer en este libro la fuerte presencia de
la impronta del panfleto, como era corriente identificarlo en su época. Dentro del
discurso entimemático 47 , Angenot le asigna al panfleto un lugar entre las formas

45 Avanzado el capítulo Xl, leemos: "Si el lector se fastidia con estos razonamientos, contárele crímenes
espantosos" (202). Pero la historia de Severa Villafafle, relatada en el capítulo X, es la que concentra el
material más típicamente melodramático del libro y concluye con un remate irónico que desmonta el uso
estratégico de esa anécdota, conscientemente elegido por el narrador/autor.
46
Tomamos algunos de los trazos distintivos del "essai-méditalion". Véase Angenot 1982, 53, 56-58.
47
Angenot denomina "discurso entimemático" (discours enihymémalique) (1982, 30) al conjunto
semiótico complejo, compuesto por un número finito de unidades funcionales y reglas combinatorias, que
incluye discursos del saber (tratados científicos y filosóficos) y discursos doxológicos y persuasivos
132

doxológicas del discurso persuasivo, cuando lo define como una forma histórica del
discurso agonístico que supone un contradiscurso implicado en la trama del discurso
social coetáneo, y reúne modos axiomáticos y entimemáticos, en una doble estrategia de
demostración de una tesis y de refutación para descalificar la tesis adversa (Angenot,
12), buscando generar un efecto perturbador en el marco de un combate ideológico. 48
Como lo señalamos, con el Facundo Sarmiento respondió con premura a una situación
que vivenció como un escándalo: la presencia concreta del representante del tirano en
Chile, que había sido enviado allí para ganar el favor de la prensa y la sociedad chilena
hacia su persona y su gobierno, y para desprestigiar a sus enemigos que superpoblaban la
prensa de ese país. De ahí, el carácter polémico y personal que nació del anhelo ferviente
de revertir la situación: anunciar su caída y derrota final, y ocupar su lugar o tal vez
desplazarse del margen hacia el centro para acceder a un lugar de poder. En este sentido,
el libro le sirvió a su autor -como, años más tarde, lo hizo Recuerdos de provincia- de
plataforma de lanzamiento y carta de presentación en Europa. 49

(ensayos, sátiras, homilías, polémicas, arengas, editoriales, panfletos, etc.). Por "entimema" (enthymme)
entiende todo enunciado que comporta un juicio sobre un tema cualquiera, es decir, todo lugar (Iieu) o
tópico (topos) que pone en relación ese fenómeno con un conjunto conceptual que lo integra o lo
determina, en tanto principio regulador más general, presupuesto dentro de su enunciado: un eslabón de
una cadena de pensamiento organizada de forma no aleatoria ni reversible, de acuerdo con una estrategia
general de orden cognitivo. Esos enunciados omitidos vinculan lo universal con lo particular en el discurso
entimemático y suponen una coherencia relacional en el universo del discurso. Son discursos teleológicos,
orientados en función de un fin cognitivo. Cfr. Angenot 1982, 30-33.
48
Angenot describe, además, el panfleto como una forma del discurso agónico, históricamente
circunscripta, perteneciente a una sociedad determinada y portadora de síntomas ideológicos definidos,
que consiste en una configuración ideológica nacida con la escritura y cuya táctica consiste en atacar
defendiéndose. Aparece como discurso-síntoma de una erosión ideológica en el campo social, acompañada
por rupturas bruscas entre un conjunto de valores y las prácticas concretas. Se trata de un modo discursivo
entimemático, persuasivo, doxológico y agónico. Por último, siendo a la vez artificio y acto, técnica y
espontaneidad, por sus funciones ideológicas, el panfleto se vale de ciertas coartadas (lo verdadero, lo Real,
el Yo, la Sinceridad, el mandato del Fuego interior o la trascendencia de los valores). Por naturaleza,
mantiene juntas dos ilusiones propias de la ideología del texto: afirmar la capacidad del discurso para decir
la Verdad e identificar la escritura con la expresión de un sujeto pleno, concibiendo en definitiva la
significación como relación diferencial y como adecuación a lo Real . Cfr. Angenot 1992,12-13, 3 7-45.
" Es elocuente la imagen con que Allison Bunkley describe a Sarmiento, recién llegado a París, con un
libro bajo el brazo, parado frente a la Revue de Deux Mondes, lo que descubre el juego del que forma
parte el texto: le urgía a su autor presentarse en Europa con un libro que le sirviera de contrapartida para
refutar lo que Europa pensaba de América y de Rosas, y para develar los móviles verdaderos del tirano y
su modus operandi, esperando convencer al lector europeo de la falsedad de la imagen construida hacia
fuera, por Rosas y sus colaboradores. En sus Viajes, Sarmiento relata en detalle los entretelones del
episodio que lo consagra en Europa: la publicación de la reseña en francés del Facundo que escribió
Charles Mazade en la Revue de Deux Mondes (París, 1846). Allí confiesa a su amigo Manuel Montt sus
expectativas respecto de las posibilidades que le facilitaría su libro: ". . .la llave de dos puertas llevo para
133

Ahora bien, entre aquellos elementos paratextuales antes mencionados -la


sentencia y el episodio contiguo-, antepuestos a la entrada del libro, se perfilan ciertos
ingredientes que nos permiten identificar desde el inicio embrionario del texto, el
germen panfletario que adelanta el franco dominio de esa forma discursiva
especialmente en la "Introducción" y los capítulos finales, las partes menos estables
que fueron suprimidas cuando el autor las juzgó inoportunas. Desde el "Anuncio.. ."
y,
ya en el libro, la escena posterior al epígrafe, se revela toda una táctica de combate:
prudencia en el lanzamiento, reserva en la gradación, cautela en la embestida, en tanto que
las páginas introductorias y en los capítulos que le sirven de epílogo se lanza a fondo y
abiertamente contra Rosas, poniendo en escena todos los recursos del gran juego
patético. 5° De- este modo, el discurso oscila entre la intensificación performativa
controlada por el yo y la atenuación de las aserciones por vía de la ironía.
Además, otros trazos discursivos descubren la dimensión panfletaria que se
anuncia sobre todo en el cuadro de la huida y el cruce. Ellos son, entre otros, la
estructura entimemática del texto, el grado asertivo de sus argumentos, los síntomas
ideológicos.5 ' Simultáneamente aquellos paratextos actúan como filtros textuales,
mediadores, que orientan y organizan la lectura de los segmentos posteriores, mientras
que el aforismo en francés y su traducción en léxico regional funcionan como
contraseñas para el lector "civilizado" o "ilustrado", a quien se le asigna el rol de

penetrar en París, la recomendación oficial del gobierno de Chile ¡ el Facundo; tengo fe en este libro..."
Véase: "Documentos relacionados con el Facundo", en Palcos: 328.
50 Transcribimos algunos de los ejemplos que ilustran la retórica violenta y pasional, puesta en acción en
esas secciones: adjetivos e imágenes fuertes arrostradas con valor de improperio para presentar a su
adversario en la "Introducción" (Rosas, quien ocupaba la cúspide del poder, era descripto en estos
términos: "falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasion ( ... ). Tirano sin rival hoy
en la tierra ( ... ), mónstruo (...), Esfinge [sic] Argentino, mitad mujer por lo cobarde, mitad tigre por lo
sanguinario. . . "(10). Comparaciones denostatorias, improperios, alevosas invectivas, retorsiones al
contrincante, preguntas retóricas encendidas incluso bajo la forma intempestiva de la exclamación en una
secuencia dialogal -"Dios mío! ¡Para qué lo combatís!" (11); "...adios tirano! adiós tiranía!" (16)
pretenden dar respuesta contundente a la práctica violenta que sufrió en carne propia y revelan su firme
convicción -fiel al cilios panfletista- de que la impostura sería desenmascarada y la verdad se impondría.
Con temeraria claridad se describe la imposición del terror en Buenos Aires en el capítulo XIV - "El terror
estaba ya en la atmósfera.. ."(253); ". . .En la República Argentina (...), el que se ha apoderado así de la
autoridad suprema, es un hombre i un hombre bien indigno" (255).
51
Más adelante nos detendremos en el enfrentamiento de los actores involucrados en el episodio, y la
decidida carga combativa antirrosista anticipada allí y confirmada en la anécdota de la sospecha de un
insulto oculto en el axioma cifrado, por parte de quienes no pudieron descifrar el mensaje.
134

"prodestinatario" o "paradestinatario" del mensaje. 52 La escena inicial del letrado


marchando hacia el destierro es, en suma, funcional a la operatoria del panfleto: instituir,
de acuerdo con la lógica del género, una imagen del enunciador y resaltar la figura central
de quien embate sobreexpuesto en el convulsionado campo ideológico-político de la
región, en un período muy particular, y al mismo tiempo las imágenes de sus
adversarios y sus destinatarios, inmersos todos en un campo imaginario de
antagonismos sociales.
De un modo análogo había operado esa misma frase con los destinatarios reales.
Recordemos que el episodio autobiográfico aparecía a continuación de la sentencia que
se repetía para ser explicada y situada en el contexto de la persecución ideológico-
política y la violencia fisica y simbólica ejercidas durante la tiranía rosista. En el
apartado que sigue abordaremos este mismo pasaje desde otras aristas. 53
Nos interesa advertir aquí que el graffihi de por sí comportaba una "protesta" (6)
—como la llama Sarmiento-, fundada en la férrea y temeraria adscripción a la Verdad y
ejercida en soledad -tal como se lo presentaba en ese episodio-, que expresaba
elípticamente para unos, crípticamente para otros, en una cita mal atribuida a Fortoul, 54

52
Según la clasificación de los destinatarios del discurso político propuesta por Eliseo Verán, el
"destinatario positivo" es quien comparte las ideas, los valores y objetivos del enunciador, y el
"paradestinatario" es quien aparentemente queda "fuera del juego" y de quien se presupone o suspende su
creencia. Cfr. E. Verán, "La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política", E.Verón, L.
Arfuch y otros, E/discurso político. Lenguajes y acontecimientos. Bs.As.: Hachette, 1987: 16-18.
En uno de los pocos estudios dedicados exclusivamente al análisis de este fragmento del Facundo,
Jaime Concha lo describe como un montaje de experiencias sintéticas y perturbadoras a la vez, que demanda
un estudio casi microscópico de sus contenidos. Cfr. J.Concha, "On the threshold of Facundo", Tulio
Halperín Donghi, I.Jaksic, G.Kirkpatrick, F.Masiello (eds), Sarmiento. Author of a nation. Berkeley-Los
Angeles-London: University of California Press, 1994: 146.
Por otra parte, el contrapunto entablado a partir de las interpretaciones divergentes de Ricardo Piglia y
David Viñas acerca del uso libre y salvaje de las citas en el Facundo -ya evidente en este pasaje-, ilustra
claramente la densidad cultural encerrada en este libro fundamental. En tanto que Piglia adjudica los
'deslices' de Sarmiento a la hora de citar fuentes de la 'alta cultura' occidental a una falla o falta
constitutiva de la cultura americana, al "funcionamiento de una cultura ostentatoria y de segunda mano"
Viñas acuerda con lo de "ostentatoria", pero discrepa con lo de "segunda mano", argumentando que "la
conversión posible de un col/age en bricollage" es precisamente una de sus marcas distintivas. Cfr.
Ricardo Piglia, "Notas sobre Facundo," Punto de vista, a. III, 8 (marzo-junio 1980): 15-18 y "Facundo: el
comienzo," Un escritor llamado Sarmiento, Página 12. Culturas, 11 .IX.1988: 2-3, y David Viñas, "Piglia y
Sarmiento," Página 12, 28.1X.1988.
54
Paul Verdevoye señaló el muy frecuente error de atribuir al conde de Volney la autoría de la frase que
Sarmiento adjudicó inicialmente a Fortoul y sostuvo, en cambio, refutando a Paul Groussac, que Diderot
era el verdadero autor de ese pasaje. La hipótesis se basa en que, poco tiempo antes de la publicación del
Facundo, había aparecido una frase muy semejante de Diderot —"Qn ne tire pas de coups de fusil aux
idées"-, como epígrafe de un artículo de Charles Didier en la Revue Encyclopédique, de la que el Maestro
sanjuanino era asiduo lector. Cfr. Verdevoye 1988, 80.
135

la invulnerabilidad de las ideas, un tópico que en el volumen se desarrolla in extenso, al


mismo tiempo que adelantaba y concentraba -insistimos- la dimensión panfletaria de la
"Introducción" y del libro en general, hasta el punto de intensificarla en la edición donde
sería suprimida. Es de notar que la referencia a la violencia incluida en ese episodio
conecta, en una misma operación de "glosa" de esta anécdota en la totalidad del texto -
tal como la describe Diana Sorensen-, las marcas infligidas en el cuerpo del joven
letrado, como resultado de los ataques con saña de los que había sido víctima el propio
autor poco antes de su huida, según se relata en esas líneas iniciales ("...estropeado,
lleno de cardenales, puntazos y golpes..."), con la descripción más detallada e insistente
de las prácticas bárbaras que ocupa gran parte del libro. A su vez, la violencia ejercida
en el cuerpo paterno del autor refracta en las sucesivas violencias practicadas en el
cuerpo textual del hijo de papel, siguiendo la dinámica de amputación salvaje que
acompaña su sinuosa trayectoria editorial, no ajena a los bruscos y repentinos cambios
políticos y sociales donde reaparece sucesivamente.
Definido por una pluralidad de registros, marcas genéricas y planos articulatorios
semánticamente correlativos, y atravesado por diferentes exigencias, en el deseo de
incorporarlo todo, el Facundo está animado por una concepción de la escritura donde
predomina la tendencia romántica a la mezcla, aún cuando ésta le reste eficacia persuasiva.
Precisamente esta persistencia en la mezcla distingue su potencial literario: diferentes
códigos entretejidos y continuos, con articulaciones que generan breves cortes de distinto
tipo (de lo filosófico a lo costumbrista, de lo científico a lo periodístico, de lo político a lo
gramatical, de lo histórico general a lo anecdótico individual), superposición de recursos y
modalidades enunciativas muy diversas: pequeños relatos o apólogos, escenificaciones y
explicaciones pseudocientíficas, imágenes y modos elocutivos poéticos intercalados,
tomados de textos europeos con distintos fines y por diferentes motivos, cuadros de
costumbres (tableaux vivants), testimonios orales, rumores, leyendas, anécdotas,
recuerdos, etc. Biografia negativa, discurso sociológico-político, incipiente novela
histórica, arenga política, discurso pseudorreligioso (paródico, herético), ensayo de
explicación sociológico y filosófico-político y, al mismo tiempo, ilustración y prueba
verificadora de lo enunciado, el Facundo reúne historiografia, literatura, sociología avant
la lettre y política, y las entrelaza en la escritura, en una dispositio indisciplinada y
136

desprolija, con una sintaxis argumentativa propensa a las inconsistencias y al "vértigo


argumentativo" 55 , y un análisis carente de exhaustividad y de rigor en muchas páginas,
pero provisto de una agudísima visión prospectiva. Ese mismo modo compositivo ya
había sido anunciado en la "Advertencia". El eclecticismo, aún cuando no era privativo del
Facundo, apareció en él con toda su complejidad, como resultado de reacomodos y de
mezclas, de entrecruzamientos de elementos objetivos y subjetivos que aparecían en una
misma frase como evidencia del acopio de innumerables y variadas lecturas tempranas y
del deseo de emular la fama de reconocidos escritores de la estirpe de Walter Scott,
Mariano José de Lan-a y James Fenimore Cooper.
En suma, detenemos en ese detalle de la puesta en discurso inaugurada por el
Facundo y en los rasgos formales más salientes de su composición, nos permite leer
metafóricamente los trazos más reconocibles de esa fundación.

Destierro, frontera y fundación: una poética de combate

Considerado en su materialidad más inmediata, este libro se distingue por la


movilidad de sus márgenes, el nomadismo de sus partes y la inestabilidad de su comienzo
y su final.56 Cabría preguntarse, entonces, dónde comienza el Facundo. La partitio de la
cuarta edición (epígrafe y escena-prólogo, introducción y quince capítulos), a la que Palcos
le antepuso en su edición crítica la advertencia del autor, estableció finalmente en forma
definitiva el incipit del libro, con la restitución de los componentes textuales preliminares.

Carlos Pereda, Vértigos argumentativos. Una ética de la disputa. México: Universidad Autónoma
Metropolitana—lztapalapa / Anthropos. Ediciones del Hombre, 1994, 9-16, 322-324. El filósofo mexicano
denomina así los "vicios epistémicos", los "procesos de violencia interna" de la maquinaria argumentativa,
en los que se incurre "cuando quien argumenta constantemente prolonga, confirma e inmuniza el punto de
vista ya adoptado en la discusión, sin preocuparse de las posibles opciones a ese punto de vista (....) y todo
ello de manera, en general, no intencional"(9). Bajo la tentación de la certeza y el poder, estas
argumentaciones radicalmente parciales responden a la "razón enfática", valiéndose a menudo de la
"retórica de la violencia" (improperios, invectivas, retorsiones al contrincante en respuesta a la práctica
efectiva de la violencia que desde el poder se ejercía sobre los cuerpos de los disidentes).
56 Entre sus detractores más célebres, J.B.Alberdi y Paul Groussac criticaron la informidad del Facundo y

la adjudicaron a las lagunas culturales de Sarmiento y a la distorsión de concebir grandesempresas y no


redondearlas, un rasgo evidente del oportunismo político que le atribuían a su autor. En Facundo y su
biógrafo, Alberdi fustigó la mezcla estilística del libro y lo describió rotundamente y sin ofrecer ninguna
prueba, como "un museo de estilos, de opiniones y de doctrinas políticas". Cfr. J.B. Alberdi, Escritos
Póstumos, V. Bs.As.: Impr. Monkes, 1897, 275. Es interesante confrontar estas apreciaciones con la de
Raúl Orgaz, quien atribuye a Sarmiento las características que Alexis de Tocqueville señalaba en los
escritores de los siglos de las democracias: descuido formal, rapidez de la ejecución antes que perfección en
los detalles y cierta agilidad verbal, hija de la vehemencia de los afectos.
137

De modo que el axioma en francés, la traducción libre del propio autor —"A los ombres
[sic] se degüella: a las ideas no"(6)-, y el breve episodio autobiográfico (con el sucinto
relato de la golpiza que le propinó la Mazorca al autor y la escena del cruce de los Andes
hacia el exilio) que los enmarca, se convirtieron desde entonces en la instancia textual
liminar. El dato no es menor, puesto que la escenificación exhibe su propia ratio, la que
sostiene la transformación del graffiti en el libro "intratable" (A.Candido), raro,
heterogéneo. Esa emblemática escena inicial que condiciona y orienta su lectura, forma un
pliegue textual significativo donde se concentran y ocultan los actores principales, las
nociones y los dilemas básicos que protagonizarán la dramática lucha entre la civilización
y la barbarie representada en la totalidad del volumen. 57 A lo largo de éste se prolongan y
expanden ciertos signos presentes en aquella escena del destierro y la protesta en francés,
tales como el valor y la fuerza de las ideas, la denuncia de la violencia y el despotismo por
la exhibición de su modus operandi y sus efectos, y los pares oposicionales que articulan
su planteo. Civilización y barbarie, orden y caos, progreso y atraso, libertad y esclavitud,
paz y guerra, luces y oscuridad, don de lenguas y saber letrado vs. incomunicación e
ignorancia bárbaras, son algunos de los núcleos significativos desarrollados y ampliados en
las otras partes del libro.
Por consiguiente, leer el Facundo con ese comienzo, allí donde lo fija la edición de
Palcos, supone reconocer desde la entrada misma del texto un fuerte posicionamiento
enunciativo frente a un problema anunciado y denunciado en ese mismo segmento
preliminar. Así, el libro se anda como reacción personal de su autor ante el ataque a su
propia persona por parte del gobierno de Rosas, "en una de esas bacanales sangrientas de
soldadesca i mazorqueros" (6), y como respuesta en forma de protesta iluminadora a los
"cardenales" recibidos, oscuros signos escritos sobre su cuerpo por el otro/los otros -los
enviados del tirano- a quien/es se identificará en el curso de la lectura con la barbarie, el
segundo término del sintagma anticipado en el título del volumen, donde se cifra la clave
ideológica del texto.
De este modo, al situarse egocéntricamente y sin eufemismos en el centro de la
escena, instala en ese mismo lugar su propia subjetividad como enunciador/autor y se

57Es iluminadora la explicación de Marc Angenot (1982, 71) sobre la significación del incipit en el
discurso panfletario, especialmente por la potencialidad de convertir lo expositivo en performativo, que se
despliega en esa parte del texto, lo que justifica la atención que le dedicamos a ese pasaje del Facundo.
138

introduce como actor de un personaje presentado con dos notas románticas inconfundibles:
la condición de desterrado (exiliado de la polis) y de víctima expoliada de los abusos de
quien ejerce el poder en su patria, dos rasgos definitorios que aparecen en la escena
enunciativa, en un tono contenido pero confesional. Podría decirse que el episodio
inicial del cruce opera a modo de margen u orilla textual y da inicio a una presencia que
será continua durante todo el texto y que aparecerá bajo diferentes morfemas gramaticales
de persona (pronombres personales y adjetivos posesivos, verbos conjugados en primera
persona del singular), todas ellas, marcas netamente románticas y expresiones de "Don
Yo". El recurso literario, ostensiblemente presente, se distancia de lo conceptual, aunque lo
contiene concentrado en la oposición entre ensayo meditativo y panfleto político, cuyos
rasgos y componentes —como hemos visto- están simultáneamente presentes-eweste texto.
La escena del destierro resulta, entonces, emblemática de la semiosis dinámica y
singular del texto sarmientino y sus errancias, por cuanto se vincula con la totalidad del
volumen que precede y anticipa. Las fechas y precisiones geográficas presentan la
situación del destierro como una experiencia efectivamente vivida por el joven
Sarmiento, quien en un gesto pulsional, casi instintivo, inscribió de puño y letra su
protesta "en carbón", debajo del escudo de armas de la patria, sobre la pared de una
choza en los baños de Zonda, 58 y la escribió cautelosamente en clave (en francés, la
lengua de la civilización y de las nuevas ideas, cuyo solo dominio confería prestigio
cultural a quien lo poseía), a modo de salvoconducto para desconcertar y ocultar (cifrar,
contrabandear) su mensaje ante el enemigo no ilustrado y para alertar a quienes
pudieran comprenderlo (descifrarlo, traducirlo).
Por otra parte, el espacio geográfico donde tiene lugar la escena, la frontera
argentino-chilena en los Andes, nos reenvía simbólicamente a otras franjas intersticiales de
delimitación que se trazan en el texto. 59 En primer lugar, las que están convocadas ya
desde la misma contextura discursiva del ensayo que —como se expuso en la primera parte

58 Cierta versión legendaria que sobrevive todavía en el imaginario escolar argentino localizó esa escena de
escritura sobre una roca de la cordillera de los Andes.
La observación de José Joaquín Brunner en relación con las "identidades colectivas", entretejidas por la
fina red de las palabras que las nombran y sostenidas por discursos e interpretaciones, en la medida en
que "son tributarias de las distintas maneras en que las escen?ficamos" discursivamente, nos permitió
advertir que la geografia asume un lugar importante en la "escena de identidad" construida en el Facundo.
J.J.Brunner, CarlograjTas de la modernidad. Sgo.de Chile: Dolmen Ediciones, 1994, 191, 195.
139

de este estudio- reúne saberes, disciplinas, géneros y modalidades diferentes. A su vez, la


imagen liminar evoca las condiciones de enunciación contrastantes y opuestas, en un lado
y otro de los Andes, que hacían posible o no la escritura y la publicación del Facundo.
Recordemos que el autor confesó en ese mismo pasaje, entre otros, que sólo en "el otro
lado de los Andes" -en Chile- había podido hallar el ambiente propicio para ejercer la
prensa libre y expresarse sin trabas que lo silenciaran.
Ese mismo fragmento nos permite además extraer otras inferencias. Al pasar por
los baños del Zonda, el desterrado maltrecho y herido, con las marcas violentas de la
barbarie inscriptas en su propio cuerpo, deja también su marca bajo las Armas de la Patria
que en días más alegres había pintado en una sala, en un gesto que confirma su
clandestinidad. Y -como apunta Ricardo Piglia- en su marca "impone su diferencia y su
distancia: escribe para no ser entendido"(Piglia 1980: 15). Así establece, desde ese lugar
estratégico, su perspectiva para dar cuenta de los hechos y adelantar su programa. Y en ese
mismo acto traza la línea demarcatoria de los dos campos semánticos que se adelantan en
el título: civilización y barbarie, cristalizados en el enfrentamiento entre quienes
efectivamente podrían o no leer y decodificar esa frase escrita en otro idioma. Sarmiento
como letrado posee el código para comprenderla e interpretarla y, como tal, exhibe esa
competencia que, en la instancia del cruce, asume el papel de ardid, de escaramuza o
reaseguro de la exclusión del otro, en complicidad con el conjunto de los letrados
perseguidos o expulsados de la patria. Por consiguiente, los que, por ignorancia y por
carecer del "don de lenguas"60 , sólo pueden preguntarse por el sentido de esas palabras, las
malinterpretan o conjeturan con desconfianza, desde la violencia verbal que el hombre
civilizado dejaba explícita con su huida, aparecen representados en su malogrado intento
interpretativo, en la versión más extensa de esa anécdota anticipada en una carta dirigida
por Sarmiento a su amigo Manuel Quiroga Rosas, dueño de la biblioteca donde tomó
contacto con las nuevas ideas en su ciudad natal:

60
En su momento, Sarmiento le recriminó a Rosas haberse visto compelido a "robar el don de lenguas" (18)
para predicar el mal: hizo traducir y publicar en Europa, artículos en su defensa, en varios idiomas. Este
ejemplo ilustra a las claras los alcances de la expresión utilizada por Sarmiento, quien poseía ese don y lo
ejercitaba como pocos en su época.
140

Una ocurrencia original. ¿Se acuerda de mi cuarto en los baños de Zonda, tan
pintado con las armas de la patria en un frente con banderas y trofeos? Pues bien, el
día que me degollaron, lancearon, etc..., en San Juan, al pasar a mi destierro, entré
en el cuarto y bajo el trofeo nacional escribí estas célebres palabras: 'On ne tue pas
les idées' y seguí mi camino. Como nadie lo entendiese, la ignorancia, madre de la
desconfianza, sospechó que podría decir: 'Hijos de una gran puta, montoneros, un
día me la pagarán'. Y esta traducción corrió de boca en boca; pero cuando llegó el
Gobierno era no sólo aquello sino los insultos más groseros, con un plan de
conspiración, y de llapa, que la Teléfora (éste era el nombre de la esposa del
Gobernador) era una ballena en aceite..." 61

A continuación del relato del envío por parte del Gobierno de una "COMISIÓN
DE SABIOS para que descifrasen el enigma" -en rigor, "el jeroglífico, que se decía
contener desahogos innobles, insultos y amenazas" (6) era jeroglífico para el otro, que
no podía comprenderlo-, en la anécdota se agrega el dato del presunto resultado del
informe sobre "los horrores que estaban contenidos en aquellas siniestras palabras" (cfr.
Verdevoye, 75). Además es curioso que en la escena de la protesta, Sarmiento no se
limite solamente a registrar el desconcierto de sus interlocutores enemigos -". . .Oida la
traduccion, "1 bien!", dijeron, "qué significa esto 7...." (6-7)-, sino que, una vez
restituido el sentido de la sentencia, interponga tipográficamente una suerte de barrera
formada por una sucesión de puntos suspensivos que abarcan varias líneas,
representando e incorporando en el cuerpo mismo del texto, el silencio o las
suposiciones maliciosas de los otros y la distancia respecto de su propio saber y el de
quienes podían leer aquella cita. Inmediatamente repone su interpretación personal de la
frase: "Significaba, simplemente, que venia a Chile, donde la libertad brillaba aun, i me
proponia hacer proyectar los rayos de las luces de su prensa hasta el otro lado de los
Andes..." (7)
De modo que el cruce y las acciones antes realizadas instalan definitivamente la
noción de frontera, pasaje, puente que comunica o separa dos territorios diferentes y que, a
la vez, hace posible imaginar un desplazamiento, un cambio, una reterritorialización, una

61
Citado por P. Verdevoye, 75.
141

transposición que, en este caso, estará representada por el deseo de trasplantar/transportar y


arraigar el proyecto de la modernidad deseada en estas latitudes. 62 La noción actualizada
por la imagen del cruce de los Andes hacia el destierro chileno anticipa también otras
travesías que se realizarán en otros órdenes del texto: cruces lingüísticos, discursivos, de
registros y tonos, de campos de saber, como lo ejemplifican la introducción de citas
textuales colocadas como epígrafes, la inscripción en la letra escrita de la palabra oral -
rumor, palabra hablada o cantada, anécdotas, dichos, leyendas-, y otras. El Facundo se
transmuta en una zona limítrofe de tensiones, cruces y negociaciones entre dos espacios
culturales -europeo y latino(/hispano/indo)americano-, ambos pensados o deseados
como occidentales. La frontera instalada imaginariamente en la escena inicial opera en
la totalidad del cuerpo textual como un lugar de fundación de identidades, donde
elementos heterogéneos cohabitan o coexisten conflictivamente. Ese mismo gesto es el
que alienta las remisiones intertextuales que marcan idas y vueltas, instalando
mediadores textuales. Y es ese mismo procedimiento el que anima las traducciones,
comparaciones y confrontaciones, las antítesis, las oposiciones binarias y las
interpretaciones por analogía o por contraste de una realidad a la luz de la otra que son
frecuentes en este libro. 63
Por último, la escena de comunicación que antepone aquel episodio en la entrada
del libro asume rápidamente el carácter de una contienda verbal, donde el diálogo se
imposibilita por la violencia fisica que lo precede. De este modo, el incipit del Facundo
anticipa una primera pareja de antagonistas en el campo de batalla en el que transcurre la

62
Julio Ramos describe ese proyecto en estos términos:
Tras la victoria sobre el antiguo régimen se intensificaba el caos, en la medida en que las rígidas
instituciones coloniales —y el consenso antiespañol- perdían vigencia. Escribir, a partir de los
1820, respondía a la necesidad de superar la catástrofe, el vacío de discursos, la anulación de
estructuras que las guerras habían causado. Escribir, en ese mundo, era dar forma al sueño
modernizador; era "civilizar": ordenar el sinsentido de la "barbarie" americana. ( ... ) El intelectual
en Sarmiento se legitima volviendo 'los ojos a todas partes buscando con qué llenar el vacío'.
Llenar vacíos: poblar desiertos, construir ciudades, navegar los ríos... (J. Ramos 1989, 19).
63
Prueba de ellos son, por ejemplo, las fuentes citadas en los epígrafes —algunas, notoriamente de segunda
mano, como el fragmento de Shakespeare citado en francés en los capítulos X y XI, y otras, adjudicadas a
autores equivocados. Los epígrafes de los capítulos fueron extraídos de obras de figuras europeas
prominentes, como escritores (Victor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Shakespeare), historiadores y
filósofos (Villemain, Alix, Cousin), científicos y viajeros (Humboldt, Malte-Brun, Head). Asimismo
ilustran nuestra afirmación, las comparaciones desvalorizantes de la España americana con el Africa
bárbara y con la España rezagada y oscurantista (F, 12), y los cotejos con modelos procedentes de las
naciones más civilizadas de Europa o de la tradición universal, que exhiben sus carencias y atrasos.
142

trama narrativa del texto: yo (el letrado desterrado, el joven Sarmiento) y el/los otro/s (el
gobierno rosista, "esfinge" compleja pero escrutable, y misterio que cederá en manos de
las facultades exegéticas del yo). Aparecen también nombrados allí los actores principales
de la contienda: Sarmiento y Rosas, y en el comienzo de la "Introducción", un tercero que
oficiará de mediador: Facundo, invocado para terciar en lo que puede ser visto como un
acto de autoinvocación, desde la perspectiva introducida por la lectura alberdiana que
descubre en Sarmiento un "segundo Facundo".
Por otra parte, los términos en los que se plantea la oposición no dejan dudas sobre
la división del campo de batalla ideológico: civilizados y bárbaros, enfrentados en una
relación asimétrica en los órdenes del saber y del poder, ya que la superioridad cognitiva y
hermenéutica del yo resulta insuficiente frente al otro que ostenta el ejercicio de un poder
exorbitado. En este esquema, tras la constancia de la censura y la opción de Ja autocensura,
la violencia verbal desplegada junto con la inequívoca impronta panfletaria del libro será el
sucedáneo verbal compensatorio para la posición de franca desventaja frente a la violencia
fisica ejercida desde el poder. A esa diferencia inicial de fuerzas y de espacios, se sumará
el creciente deseo del autor de ocupar el territorio que, cuando escribió esa "obrita",
pertenecía a su adversario, en su empecinada obsesión por reunir en su misma persona
fuerzas dispersas y territorios escindidos. Estos proyectos implicaban realizar cambios
sustanciales en la estructura y el estatuto del poder de ese momento, cuando Rosas
representaba la fuerza sin límites y el poder absoluto en la ilegitimidad y la palabra oral, en
tanto que el yo, por el contrario, la promesa de una autoridad de otro orden, con una
legalidad objetivada en reglas escritas.
En resumen, se configura aquí la posición fronteriza de ese sujeto expatriado,
herido y maltratado en su patria, y recibido con admiración y afecto en la tierra chilena
que lo cobija, desde donde se enuncia, se organiza y se dispone el texto y desde donde
se arroja como llamado de alerta e instrumento de ataque que vale, para su autor, lo que
"un escuadrón de coraceros", o un "verdadero fragmento de peñasco que se lanzan a la
cabeza los titanes" 64. A ese locus de enunciación desterritorializado y atravesado de

64
Las citas completas donde se incluyen la imágenes del autor sobre su libro, que acabamos de citar, son
las siguientes: "La circulación de este librejo (Facundo) vale para mí tanto como un escuadrón de
coraceros mandado por un jefe arrojado." D.F.Sarmiento, "Carta a Anselmo Rojo", cit. por William
Katra, "El Facundo: contexto histórico y estética derivada", Cuadernos Americanos, XL, 3 (1981): 163.
143

tensiones, se añaden otras oposiciones como la de los materiales, los lugares, los signos
y los valores de la escritura y las incisiones: sangre o carbón y tinta; sobre el cuerpo, la
pared o el papel; palabras bajas o palabras cultas (en lengua elevada y de prestigio);
jeroglíficos ilegibles para unos o enigmas descifrables para otros. Este conjunto de
diferencias establecen una primera asimetría entre los sujetos del relato, que consagra la
supremacía interpretativa del yo. Sin embargo, la paradoja que desata el conflicto radica
en que ese yo investido de saber que se construye y se exhibe como tal, está despojado
de poder y muy lejos de dirigir los negocios de la República, que permanece en manos
del poder omnímodo de don Juan Manuel de Rosas, quien reúne en su persona las
mezquindades y caprichos que guiaban a los caudillos provincianos. Desde esta óptica,
se insinúa también el conflicto de intereses entre Buenos Aires y el interior, las ciudades
y las campañas pastoras.
La voz fronteriza 'polígrafo' que designaba en esa época el rol social que le
correspondía a Sarmiento como sujeto enunciador, en virtud de las prácticas culturales y
escriturarias que desempeñaba, perfila otra frontera que se resiste a disociar ciencia y
arte, entreviendo en esa intersección el futuro de las letras contemporáneas, resultante
de la tensión entre los muy diversos dominios epistémicos, genéricos, retóricos y
lexicográficos involucrados. Al superponerse la entrada del texto con el inicio de un
cruce definitivo y cargado de múltiples sentidos (no el primero en la biografia del
protagonista, pero sí el que dará comienzo a su actividad periodística y de escritor,
académico, político y educador en Chile), se establece allí el horizonte de expectativas
del proyecto perseguido con la travesía que había emprendido hacia su exilio como letrado
opositor -contracara de las posibilidades que le ofrece la realidad de la que decide alejarse-:

En otro símil bélico le adjudica el mérito de "haber servido de piedra para arrojarla ante el carro
triunfal de un tirano(...),
libro extraño, sin pies ni cabeza, informe, verdadero fragmento de peñasco que
se lanzan a la cabeza los titanes". D.F.Sarmiento, "Prólogo del autor a la traducción italiana de Facundo"
(1881), Obras, XLVI: Páginas literarias, 323.
Pero mucho antes, en Campaña en Ejército Grande Aliado del Sur, se autodefine en términos
equivalentes al de un panfletista (cfr. Angenot 1982, 24): "Soldado con la pluma o la espada, combato para
poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el
pensamiento." D.F.Sarmiento, Obras, XIV: Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sudamérica, 67-68.
En la "Primera Carta Quillotana", Alberdi reconoció esta impronta en la escritura de Sarmiento, cuando lo
identificaba con una tendencia de la prensa argentina: "Por diez años Ud. ha sido un soldado de la prensa, un
escritor de guerra, de combate. En sus manos la pluma fue una espada, no una antorcha. Las doctrinas eran
armas, instrumentos, medios de combate, no fines." J. B. Alberdi, Obras, IV, 13-14.
144

prensa libre, producción iluminista y liberal, programa civilizador, utópico, revolucionario.


En ese mismo pasaje se cifra la posibilidad de cambio y de ingreso a la
civilización, al trazarse los dos polos contrapuestos del espacio cultural representado:
orden-caos, luces-oscuridad, saber-ignorancia, libertad-represión. Siendo en el siglo
XIX las ideas el núcleo rector y teniéndolas como tales, Sarmiento asume su papel de
narrador y como un gran manipulador, convierte con el poder fáctico de las palabras, la
nada en un instrumento todopoderoso: "Nada! escepto ideas, escepto consuelos, escepto
estímulos..." (17), mientras proclama las ventajas de la prensa libre, como única arma para
resistir atacando que ofrece a los combatientes y los hombres libres en Chile. Así, a
mediados de ese siglo, exclama en la "Introducción": "La prensa! La prensa! Hé aquí,
tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros; hé aquí el bel locino de oro que tratamos de
conquistar..." (18).
En ese contexto, la imagen de la frontera adelanta en el orden semiótico del
texto una función de mixtura o fusión, cuando borra la división entre lo literario y lo
filosófico-sociológico, órdenes que coexisten conflictiva pero productivamente en ese
libro. Así se nos presenta el Facundo como un texto disruptivo que pone de manifiesto
la imposibilidad de hacer literatura por separado de la política, en la Argentina del siglo
XIX, 65 y la necesidad de concebirla como una práctica ni tan específica ni tan particular,

en su momento, y mucho menos, autónoma, como querrán verla los finiseculares.


Efectivamente, la noción amplia y vigente de belles lettres era más comprensiva que lo que
hoy entendemos por literatura, en su sentido más restringido. En síntesis, si consideramos
la frontera -parafraseando a Heidegger- no tanto como el lugar donde algo termina o se
detiene sino, por lo contrario, como el lugar a partir del cual algo nuevo comienza a
manifestarse, 66 encontraremos en esa zona altamente productiva, nuevos signos de
identidad dentro del mensaje cifrado en el Facundo, que redefinen lindes y territorios,
categorías y condensaciones, imágenes y consignas. La figura liminar que abre el texto
anticipa, de este modo, un trazado que se desplegará -como dijimos- en otros niveles que
entretejen la semiosis textual, a través de categorías que se revelan en su desarrollo
discursivo a lo largo del espacio textual, como no unívocas ni homogéneas, tal como

61
Cfr. R. Piglia, "Sarmiento the Writer", en T. Halperín Donghi et al. 1994: 127-128.
66
Martin Heidegger reelabora la idea de límite, ya pensada en estos términos por los griegos, en
"Building, dwelling, thinking", Poetry, Language, Thought. Nueva York,: Harper & Row, 1971, 152-153.
145

ocurre con los términos de la oposición básica que postula el texto: civilización -
barbarie,67 y también en relación con el escenario más amplio donde se inscribe esa dupla
en el marco del aún sangriento drama nacional que ocupará el centro de la reflexión:
cultura (letrada) (occidental), América, americanismo, entre otros.
El primer capítulo del libro sitúa, con un tono inconfundiblemente magisterial, la
República Argentina (Confederación Argentina o, antes, las Provincias Unidas del Río de
la Plata) dentro del mapa continental. La elección no parece azarosa y da cuenta de una
preocupación que trasciende los límites del estado-nación y que estará presente
lateralmente a lo largo del volumen, sin que el autor se desentienda de ella totalmente,
aunque nunca llegue a formularla explícitamente ni alcance el primer plano del discurrir
ensayístico. Esta estrategia facilita el cotejo entre diferentes zonas y países, y sostiene la
localización de dos alternativas en América del Sur, frente a la dupla que articula el tópico
central y su profuso despliegue entimemático en el texto. Hay así una América bárbara,
rosista (identificada por la tiranía, la violencia, la falta de libertad, muy cercana al exótico
despotismo oriental) y una América civilizada o civilizable (caracterizada por la libertad, la
justicia, la paz, asociada a la forma de gobierno republicana y a la tolerancia). A esta
duplicidad estará naturalmente ligada la oscilación en el uso de la doble acepción del
lexema "americano" en el Facundo. Si la acepción negativa prima a causa de la
apropiación del término por el discurso rosista, equiparado en su propuesta política y
cultural a bárbaro, reaccionario, atrasado, atávico, el otro uso del mismo asume un
sentido positivo, por ejemplo, cuando el mismo autor se define a sí mismo como un
escritor "americano".
Sin embargo, podemos afirmar con certeza que no existe en Sarmiento un
desentendimiento total frente a esta cuestión americana. En el Facundo, como en otros
textos del autor, la representación y la reflexión sobre lo americano se restringen al estudio
o explicación —desentrañamiento- de la realidad de su patria-nación ("la República
Argentina"), pero contemplada como una de las fases de la realidad americana, mientras
que Chile encarna "el otro lado de los Andes" 68, su contracara, la América civilizable y

67
Para ampliar sobre el origen y los significados de estos términos, véase la nota 35 del capítulo 11 del
presente estudio.
68
El sintagma "en el otro lado de los Andes" es una expresión frecuentemente utilizada en el discurso
letrado europeo, sobre todo en escritores del romanticismo francés interesados en cuestiones americanas,
146

civilizada, como potencialidad realizada. No hay que olvidar que Sarmiento escribe desde
el exilio, a la distancia, desterrado de la polis, en condiciones que permiten la prensa libre
(punto insistentemente declamado en la polémica "Introducción") y desde donde es posible
imaginar y concretar —merced a las 'luces' de la prensa- la regeneración y reorganización
de su patria. El interés exclusivamente circunscrito a la cuestión nacional es sólo aparente.
Las circunstancias que rodearon la escritura del Facundo revelan que su autor no se
desentendió, desde la primera aparición del libro, del debate sobre el sentido y alcance
de la cuestión americana y del americanismo como ideología continentalista. Por lo
contrario, esas preocupaciones estuvieron siempre presentes como telón de fondo del
texto. Desde las primeras ediciones del Facundo, contamos con suficientes elementos
para reinterpretar el posicionamiento crítico de Sarmiento ante la cuestión, como
escritor y letrado patricio, lo que permite reevaluar la importancia del tópico en el
horizonte ideológico del autor y reconsiderar la aparente indiferencia que se le adj udica
ante la causa subcontinental. 69
Por otro lado, un segundo dato que suele dejarse de lado en las reconstrucciones
históricas de la situación enunciativa de este libro es la posición francamente explícita de
Sarmiento en contra de las expectativas surgidas de la convocatoria a un Congreso
Americano, que se difundió en varios periódicos sudamericanos, un año antes de la
publicación del Facundo. En 1844, el Ministro del Interior de Chile propuso realizar un

que visualizan dos Américas, a uno y otro lado de la cordillera de los Andes. Por ejemplo, en una carta de
Lamennais a Francisco Bilbao, escrita en 1853, que el chileno cita en una nota de su ensayo E/evangelio
americano (1866), se lo refiere a Chile en estos términos: "on commence ¿i penser avec force de / 'autre
cóté des Cordillires ". Cit.en Francisco Bilbao, El evangelio americano, Obras completas. Edic.de
Manuel Bilbao. 2 tomos. Bs.As.: Imprenta de Bs.As., 1866, II, 403.
69 Existía un gran movimiento en Montevideo que escandalizaba a la América y le dio a Rosas una
poderosa arma moral para fortalecer su gobierno y su principio americano. Rosas les echó en cara a sus
enemigos unitarios la alianza con los franceses que bloqueaban el puerto de Bs.As. Sarmiento terció en el
conflicto aclarando que los verdaderos unitarios que figuraron hasta 1829, no fueron los responsables de
esa alianza y cometieron delito de leso americanismo, y que quienes en realidad se echaron en brazos de
la Francia para salvar la civilización europea fueron los jóvenes de su generación. Lo que en verdad lo
inquietaba era la aceptación de Rosas en los estados americanos, aún entre liberales y hombres
civilizados. Aunque encontramos reflexiones dispersas sobre distintas naciones americanas en escritos
anteriores a 1845, su mayor interés se concentró en Argentina, Chile y Uruguay. Sin embargo, como
precisa Paul Verdevoye, es probable que el exilio haya infundido en él una noción de patria de fronteras
más amplias que las de su país, y lo haya llevado a pensar más en el continente que en un territorio
determinado. Cfr. D.F.Sarmiento (El Mercurio, 10.VlII.), Obras, IX, 5; P.Verdevoye 1988, 350-357.
Desde Francia, Charles Mazade concedió un considerable espacio a esta perspectiva de lectura del libro
en la famosa y extensísima reseña que publicó en la Revue de Deux Mondes. Cabe recordar por otra parte
que, como lo confiesa en sus Viajes, en París. Sarmiento se presenta a sí mismo como "el americano".
Cfr. "Documentos relacionados con el Facundo", en Sarmiento, Facundo. Ed.crít. de A.Palcos: 364-426.

L.
147

congreso de repúblicas sudamericanas, para concretar la incumplida utopía bolivariana y,


pese a ser partidario del gobierno del general Bulnes y amigo del Ministro Manuel Montt,
Sarmiento combatió duramente esa idea en dos artículos, arguyendo que por el estado
político rudimentario de las naciones sudamericanas —la mayoría, en plena anarquía o
despotismo-, la participación de las que tenían gobiernos regulares en ese congreso
implicaría la legitimación de gobiernos como el de Rosas, lo que obstaculizaría la
ilustración de la opinión, por las exigencias que impondrían tales tiranos a los países donde
se refugiaban sus adversarios. 70 Al mismo tiempo, a lo largo de su obra y ya previamente a
la escritura del Facundo, se había instalado en este autor la inquietud acerca de la literatura
continental o, al menos, de la América del Sur. 7 '

Ahora bien, en lo que respecta al rol fundador que se le asigna a este libro, hay
que considerar que, desechada la idea de un surgimiento natural de las entidades político-
culturales, cuando las elites letradas de la Argentina naciente emprendieron la tarea de
"construir una identidad nacional", se enfrentaron con un legado particularmente

° D.F.Sarmiento, "Un Congreso Americano en 1844" (El Progreso, 10 y 11. X.1844), Cuestiones
americanas, Obras, XXXIV: 7-14. Esos artículos provocaron la respuesta de Alberdi, quien terció en el
debate con la "Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano" (1844). Esa
tesis presentada en la Universidad de Chile, donde demostraba la utilidad de esa reunión, desató una
polémica en la prensa chilena, a la que se sumaron el periódico El araucano, redactado por Andrés Bello,
y el periódico oficial, El Siglo, con el que Sarmiento ya había polemizado anteriormente. Aún cuando el
congreso se concretase, Sarmiento sospechaba que no sería más que una utopía, ya que esas reuniones
eran una práctica diplomática europea, de dificil y dudosa efectividad en las relaciones internacionales.
Desde una óptica realista, su duda se centraba en la ingerencia que podría ejercer un congreso americano
en la ética de las relaciones entre los estados americanos y los poderes europeos, sobre todo, en el terreno
político y económico. Con lucidez, Sarmiento advertía sobre el efecto contrario que podría provocar la
exhibición de las debilidades de América, lo que tentaría las aspiraciones colonizadoras de las potencias
europeas en estado de guerra para ocupar territorios vacíos del continente, como las islas Malvinas, Pará,
Mosquitos, etc. Lo expuesto testimonia claramente la preocupación de Sarmiento por la situación de
América, que parecía obliterada en el Facundo.
Es sabido que en sus últimas obras extiende el análisis desarrollado en el Facundo hacia toda la América
Española. Véase: D.F.Sarmiento, Conflicto y armonías de las ra:as en América. Vol. 1, OC, XXXVII.
Editorial Luz del Día, 1953, 10-19. En 1883, el "Prólogo" de ese libro enuncia el siguiente diagnóstico: "Para
nuestro común atraso sudamericano avanzamos ciertamente; pero para el mundo civilizado, que marcha, nos
quedamos atrás" (11). Allí después de pasar revista al estado de las naciones hispanoamericanas y aventurar
sus causas, declara sin ambigüedades y muy a todo con el clima ideológico de esos años, su posición frente a
la cuestión americana: ". . . Tantas analogías y tan grandes disparidades, pues por todo hemos pasado
nosotros y de todo lo que allá pasa también estamos amenazados, me han hecho de tiempo atrás sospechar
que hay otra cosa que meros errores de los gobernantes, y ambiciones desenfrenadas, sino como una
tendencia general de los hechos a tomar una misma dirección en la española América, a causa de la
conciencia política de los habitantes, como a causa de una inclinación sudeste del vasto territorio que forma la
Pampa, corren todos los ríos argentinos en esa dirección.. ."( 18-19). La cursiva es nuestra.
Hemos realizado un relevamiento más minucioso del tema en M. Scarano, "Sarmiento y la literatura
americana", Anales de literatura hispanoamericana(Ed. Univ. Complutense, Madrid), 18 (1989): 29-38.

(11
148

problemático la verdadera "paradoja del romanticismo en el Plata", como la define Oscar


Terán: en las naciones hispanoamericanas, la necesidad de imaginar una nación se
cimentó sobre un vacío de nacionalidad. Y puesto que, siguiendo este esquema, una
nación debía derivarse de una cultura autóctona, los jóvenes discípulos de Víctor Hugo y
de Lamartine partieron en su búsqueda para encontrarse con que aquello que remitía a un
legado nativo era o bien inexistente (el caso de Esteban Echeverría, persiguiendo
canciones populares sin hallarlas), o bien despreciable (y es el caso de Alberdi,
sosteniendo que "en América todo lo que no es europeo es bárbaro"). 72 Pero una vez
alcanzada la independencia, la flamante generación argentina necesitó urgentemente
diferenciarse al mismo tiempo de la colonia española y del pasado anterior del mundo
indígena, de modo que "ni indios ni españoles, apelaron entonces a la más amplia-
identidad de los europeos" (Terán, 279). Se plantea entonces el problema de cómo
imaginar ese vacío de tradiciones, cómo representar la carencia, la orfandad de huellas
culturales y de lugares comunes y de dónde aferrarse para proyectar y forjar una
identidad.
Buscando una respuesta para estas cuestiones, se nos presentan dos imágenes del
Facundo tan sugestivas como potentes, y con la eficacia simbólica suficiente para
ordenar el caos e instaurar un sentido posible, en un texto que muy pronto habría de ser
leído como un verdadero hito fundacional. Nos referimos a las imágenes de la frontera y
el desierto. Si, como se dijo, la imagen de la frontera prefigura una estética transida de
pasajes, traducciones, desciframientos y desplazamientos, y perfila un espacio entretejido
de ambigüedades y contrastes, tensiones y dualidades, siempre presentes en la superficie
textual, más adelante, al comienzo del primer capítulo, irrumpe la imagen del desierto
que tendrá en la historia patria una perdurabilidad semejante, pero cargada de mayor
tragicidad, y tiene en la literatura argentina una tradición que el mismo Sarmiento se
encarga de reconocer y registrar. Había aparecido en el Fausto de Estanislao del Campo
y en el largo poema de Esteban Echeverría, La Cautiva, titulando en forma homónima el
primer canto:

72
Oscar Terán, "Acerca de la idea nacional", en Carlos Altamirano (ed.). La Argentina en el siglo X(
Introducción de C. Altamirano. Bs.As.: Ariel / Universidad Nacional de Quilmes, 1999: 279.
149

Era la tarde, y la hora


en que el sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende, triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar...

El reconocimiento de Sarmiento a Echeverría 73 le sirvió también para señalar un


precedente local y legitimar la nueva estética que introdujo en-la-prosa americana, donde
el sentimiento de lo sublime se abría a la percepción de la naturaleza autóctona, según
los dictados del discurso romántico francés. Su hallazgo le permitió presentar un nuevo
objeto de inspiración cercana y local, donde se descubrían notables semejanzas con las
notas que distinguían los espacios exóticos, tan lejanos, que aparecían insistentemente en
las obras más representativas de las corrientes imaginativas de moda, en esa época, como
Las ruinas de Palmira del conde de Volney, Los Orientales de Víctor Hugo y Atala de
Chateaubriand, entre otras. Pero pudo también —como lo declaraba el propio autor en ese
mismo pasaje- extraer de él un valor agregado exportable, que sumaba algo diferente al
caudal de capital simbólico importado.
Además, en ambos, la categoría del desierto aludía, en última instancia, a la
ausencia total de textualidad, en el sentido restringido de registros escritos que dieran
cuenta de ese hábitat, lo que guarda directa relación con la inexistencia de inscripciones
o huellas perdurables en esa dimensión espacial. En una de las primeras menciones sobre
esta cuestión en el Facundo, se alude al único registro de índole oral de los

73
En el Facundo, Sarmiento elogia el acierto imaginativo de Echeverría, a quien llamó el "Cooper
argentino" -aludiendo al novelista norteamericano, Fenimore Cooper, de reconocida fama en Europa por
sus novelas La pradera y El último de los mohicanos:
.Este bardo arjentino dejó a un lado a Dido i Argea, que sus predecesores los Varela trataron con
maestría clásica i estro poético, pero sin suceso i sin consecuencia, porque nada agregaban al caudal de
nociones europeas, i volvió sus miradas al Desierto, ¡ allá en la inmensidad sin límites, en las
soledades en que vaga el salvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los
campos se incendian, halló las inspiraciones que proporciona a la imajinación, el espectáculo de una
naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; i entónces, el eco de sus versos pudo hacerse
oír con aprobacion, aun por la península española... (48).

AN
150

acontecimientos que serían la materia central del libro y que curiosamente se recogieron
en ese ámbito de desarraigo, nomadismo y dispersión:

Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el


gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían:
"No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!" (55) (El énfasis es nuestro).

Era el inasible espacio de la oralidad, del decir de las tradiciones populares, los rumores
y las consejas, de los cuentos "de fogón"; una construcción que devolvía una
originalidad previa al lenguaje del letrado. Y es ese espacio, ignorado o desconocido para
el saber europeo o para sus difusores -locales, el que resultaba imperioso representar y
fijar para poderlo dominar. De ahí que se pueda describir al Facundo, como lo hace Julio
Ramos, como "un depósito de voces, relatos orales, anécdotas, cuentos de otros que
Sarmiento 'transcribe' y acomoda en su representación de la barbarie" (J. Ramos 1989,
29), como si la escritura de la voz resolviera en la misma superficie de su forma la
contradicción generada por el caos. Sin embargo -como también sugiere Ramos-, habría
que reparar sobre todo en el modo de la representación y en los cambios que se
introducen en la transcripción. No hay dudas de que la visión de Sarmiento desborda en
contradicciones y es justamente en este punto donde nos interesa ahondar.
Volviendo al plano de lo espacial, se podría trasladar esa misma inquietud al
modo de composición de la imagen del desierto y de otras afines, casi homólogas, que
se presentan en el Facundo, corno la pampa, la llanura, la planicie, donde hallamos
también una zona de tensiones y fuerzas contrarias semejante a la que configura el eje
escritura-oralidad. Paradójicamente, la tarea inédita emprendida esos jóvenes escritores
americanos, escribir el desierto, fue la condición necesaria para conquistarlo y también
para modernizarlo. Y si, por cierto, la tarea consistía en "llenar el vacío" 74, era
imperioso conceptualizar, nombrar, 'escribir el vacío' ("desierto") y así fijarlo,
ordenarlo, delimitarlo, para poder recién entonces 'poblarlo de signos' y otorgarle un
sentido, cultivarlo, civilizarlo. La función y el encuadre ideológicos de esa empresa son

74
Recuérdese la expresión del mismo Sarmiento, en Recuerdos de provincia: "Nosotros, al día siguiente de
la revolución, debíamos volver los ojos a todas partes buscando con qué llenar el vacío..." D.F. Sarmiento,
Obras, III. Bs. As., Editorial Luz del Día, 1948, 117. El énfasis es nuestro.
151

por demás evidentes: la denostación del despotismo, el caudillismo y la barbarie,


principales obstáculos para la misión civilizadora y la concreción del proyecto
modemizador soñado, por un lado, y por otro, la legitimación del expansionismo
europeo como empresa de civilización, en la que Sarmiento se empeña en inscribirse,
pese a no ser europeo, dentro de las líneas que definen la ideología neocolonial.
Puede inferirse que la cartografia simbólica trazada sobre la nación proyectada
asume el sentido deleuziano de 'deslinde demarcatorio' de territorios fisicos, espacio-
temporales y culturales, en una doble articulación: como programa ideológico y como
política concreta de escritura. 75 Y, en este sentido, cabe llamar la atención sobre el papel
rector de la geografia en el montaje de esa "escena de identidad" (J.J.Brunner 1994,
195). Ladoble-motivación que señalamos -ideológica y estética- rige la composición del
paisaje en el Facundo y obedece a un doble movimiento. Si se apela al "archivo
orientalista" para establecer analogías y comparaciones, y al prestigio del color local y
la lejanía para barbarizar poéticamente los escenarios y los personajes locales,
acudiendo a un saber universal siguiendo un modelo bastante más general 76, esos
mismos procedimientos son utilizados para enmarcar y situar de un modo inequívoco el
despotismo y a su agente, el déspota Rosas.
En efecto, la figuración estética del desierto en el Facundo no escapa a las
convenciones del modelo romántico de la época y comparte casi todas las marcas que
distinguen la construcción estereotipada de los espacios bárbaros: inmensidad, soledad,
extensión llana e inmensurable, aridez, lejanía, ciudades decadentes o en ruinas y
presencia furtiva de "beduinos americanos" que surcaban esos lugares "inhabitados",
pero no deja de vincularse con el otro móvil, por cuanto permite presentar el mal
político del poder absoluto mediante la imaginería orientalista, de acuerdo con la tesis

15 Cfr. Graciela Montaldo, "El cuerpo de la patria: espacio, naturaleza y cultura en Bello y Sarmiento",

B.González S.-Javier Lasarte— G.Montaldo-Ma.Julia Daroqui (compils.). Esplendores y miserias de/siglo


XIX Cultura y sociedad en América Latina. Caracas: Monte Avila Editores Latinoamericana-
Equinoccio—Edics. de la Universidad Simón Bolívar: 103-123.
76 Carlos Altamirano señala con acierto que el uso general de símiles y paralelos era un procedimiento

extendido en las ciencias humanas, muy corriente en la literatura de viajes y entre la elite ilustrada,
asimilado mediante la lectura, aún sin mediar la experiencia del viaje, y pone en duda que el mecanismo
analógico baste para conferirle singularidad a Sarmiento o al Facundo, en velado contrapunto con la
sugestiva interpretación de Ricardo Piglia sobre las analogías en ese libro. Cfr.C.Altamirano, "El
orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo", Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana "Dr. Emilio G. Ravignani", 3" serie, 9(1° sem. 1994): 8-9, y R. Piglia, 1980.
152

del despotismo que Montesquieu desarrolla en El espíritu de las leyes, donde presenta el
Asia como el medio natural de esa forma de gobierno.
La primera descripción del desierto aparece en el libro en un elocuente y extenso
pasaje que sirve para ilustrar la importancia de la composición del paisaje americano en
la organización de la obra. 77 En ella se destaca la descripción del desierto que acecha en
los bordes y se insinúa también en las entrañas del país, confundiéndose con otras zonas
geográficas que no responden estrictamente a la fisonomía de aquél. En especial,
llamaremos la atención sobre el modo que asume en ese espacio la composición de los
'salvajes', precisamente uno de los componentes que sospechamos más conspicuos pero
que ha sido menos analizado por la crítica. El calificativo se repite en tres ocasiones en
este pasaje, para hacer alusión a lo temido ("los bultos siniestros de la horda salvaje"),
refiriéndose a las tribus de indígenas que atraviesan y deambulan por ese espacio, sin
llegar a habitarlo ni poblarlo, de acuerdo con la condición animal que se les atribuye y a
juzgar por los epítetos que acompañan sus escasas menciones o por las otras alimañas
con las que se los equipara. En ambos casos, se recurre a una estrategia que pondrá en
evidencia el carácter ficticio o artificioso de esa construcción política y cultural,

" La inmensa estension de pais que está en sus extremos, es enteramente despoblada, i nos navegables
posee que no ha surcado aún el frájil barquichuelo. El mal que aqueja a la República Arjentina es la
estension: el desierto la rodea por todas partes i se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado
sin una habitacion humana, son, por lo jeneral, los límites incuestionables entre unas y otras
provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos
los nos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores
tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba i principia el
cielo. Al sud i al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual
enjambres de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones.
En la solitaria caravana de carretas que atraviesa pesadamente las Pampas, i que se detiene a reposar
por momentos, la tripulación, reunida en torno del escaso fuego vuelve maquinalmente la vista hácia
el sud, al más lijero susurro del viento que ajita las yerbas secas, para hundir sus miradas en las
tinieblas profundas de la noche, en busca de los bultos siniestros de la horda salvaje que puede, de un
momento a otro, sorprenderla desapercibida. Si el oido no escucha rumor alguno, si la vista no alcanza
a calar el velo oscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a
las orejas de algun caballo que está inmediato al fogon, para observar si están inmóviles y
neglijentemente inclinadas hácia atras. Entónces continúa la conversacion interrumpida, o lleva a la
boca el tasajo de carne medio sollamado de que se alimenta. Si no es la proximidad del salvaje lo que
inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una vívora que puede pisar.
Esta inseguridad de la vida, que es habitual i permanente en las campañas imprime, a mi parecer, en el
carácter arjentino, cierta resignacion estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los
percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra; y puede quizá esplicar
en parte la indiferencia con que dan i reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones
profundas i duraderas. (30-31)
153

ideológicamente fundada.
Desde esta perspectiva, el desierto se configura a partir de la tensión entre una
serie de elementos aludidos, ostentosamente unas veces y de un modo compulsivo otras,
sin reparar en errores ni reiteraciones -las estepas, el llano, la llanura y la pampa como
"el mar en la tierra", los beduinos, la caravana-, y otros moderada y suspicazmente
eludidos. Ciertamente, silos textos y las formas de percepción y de imaginación de
algunos viajeros extranjeros que visitaron estas y otras tierras de la América Meridional,
como Francis Bond Head, Alexander von Humboldt, Joseph Andrews, Félix de Azara,
Charles Darwin, entre otros, refractaron al ser invocados y exhibidos de un modo
ostensible y sin pudor alguno, en el Facundo,78 para configurar imaginativamente un
espacio que el autor, en rigor, no alcanzó a conocer sino muchos años después, cuando
acompañó a Urquiza como boletinero en el Ejército Grande del Sur, cabría preguntarse
cómo entender o explicar la reticencia sostenida en la figuración de un elemento que
podría ofrecer la oportunidad de desplegar la artillería retórica del exotismo y de la
barbarie y, en consecuencia, a qué podría obedecer la compulsiva ostentación de esas
'señas de civilización'. Y por último, qué relación e implicancias se podrían establecer
entre estas dos actitudes: la de nombrar profusamente lo escasamente conocido por
fuentes de segunda o tercera mano, y la de mencionar con mesura o simulando ignorar lo
bien conocido, cercano y tan temido.
No se pueden ignorar las profusas alusiones de citas, lecturas, vocablos, miradas
e imágenes prestigiosas, procedentes de los centros culturales europeos y portadoras de
los lustres de la civilización ; de las luces de la razón y de las tentadoras promesas del
progreso que invaden desde los epígrafes hasta las estrategias de autorización de los
enunciados, las notas ampliatorias y las comparaciones, los pasajes y fragmentos
traducidos, las analogías y las imágenes que remiten a referencias culturales exóticas y
lejanas, pero ideológicamente motivadas. Es evidente que el saber universal que se
ostenta, buscando formular un programa que se proyecta inscripto en la cultura
occidental, requiere la exhibición de un repertorio bien nutrido de referentes culturales
amplio y variado, así como de estrategias de presentación que lo hagan asimilable a una

78
Prieto señala la contradicción que supone en el Facundo introducir las efusiones y valoraciones estéticas
sobre el escenario natural extraídas de los textos de Humboldt y los viajeros ingleses, cundo se postulan los
efectos negativos determinantes de esa naturaleza en caracteres, hábitos e ideas. Cfr. A. Prieto 1996: 164-5.
154

audiencia europea y civilizada. Como señalamos, ese saber aparecerá las más de las
veces mediatizado por la retórica, los códigos culturales y la perspectiva de los viajeros,
en muchos casos, haciendo un "uso salvaje de la cultura" que aquellas lecturas le
pudieron proveer. 79
Hay, además, en el texto elusiones de diferentes tipos como la que colectiviza al
'otro' indígena (el malón, las hordas) que atraviesa el desierto exterior o lo coloca en un
segundo plano, bestializándolo, sin llegar al retrato panfletario, ni caer en descripciones
tan enfáticas que descubren un innegable trasfondo racista, como lo hiciera en textos
muy cercanos temporalmente donde no ahorraba improperios descalificadores -
utilizados como epítetos- para establecer su denostación. Por ejemplo, caracterizaciones
de una crudeza inusitada como las que Sarmiento publicó en un periódico chileno, menos
de un año antes de la aparición del Facundo en folletín, en una reseña crítica a un texto
de José V. Lastarria donde se ponía en tela de juicio el sistema colonial de los españoles.
Así escribió en una clara toma de posición sobre el exterminio indígena, con una
argumentación tan temible como falaz:

Si este procedimiento terrible de la civilización es bárbaro y cruel a los ojos de la


justicia y de la razón, es, como la guerra misma, como la conquista, uno de los
medios de que la providencia ha armado a las diversas razas humanas y entre
éstas a las más poderosas y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que
por su debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la civilización, no pueden
alcan-zar los grandes destinos del hombre en la tierra. Puede ser muy injusto
exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que
estén en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la
América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de
progreso, está ocupada por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente,
la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra ... 80

79
Uno de los ejemplos más elocuentes lo encontramos en el registro de la cita erróneamente atribuida a
otro autor (Fortoul por Volney o quizás Diderot), que Sarmiento escribe con carbón, a modo de graffihi,
antes de atravesar la cordillera de los Andes para exiliarse en Chile.
80
D. F. Sarmiento, "Investigaciones. Sobre el sistema colonial de los españoles. J.V.Lastarria", El
Progreso, 27. IX. 1844, Obras, II. Bs.As., Editorial Luz del Día, 1948: 218.
155

Y en ese mismo texto —el único donde Sarmiento ofrece un juicio favorable
acerca de la empresa de la conquista española y de sus gestores-, deslizaba más adelante
una posible explicación a la elusión que señalamos:

Creemos, pues, que no debieran ya nuestros escritores insistir sobre la


crueldad de los españoles para con los salvajes de América, ahora como entonces,
nuestros enemigos de raza, de color, de tendencias, de civilización; ni principiar
la historia de nuestra existencia por la historia de los indígenas, que nada tienen
de común con nosotros (...). No hay amalgama posible entre un pueblo salvaje y
uno civilizado. Donde éste ponga su pie, deliberada o indeliberadamente, el otro
tiene que abandonar el terreno y la existencia; porque tarde o temprano ha de
desaparecer de la superficie de la tierra, y si algo arguye a favor de los españoles
es el que los salvajes, cuyos descendientes forman hoy nuestra plebe de color,
hayan sido tolerados y protegidos. Decimos otro tanto con respecto a la violación
de los principios del derecho de gentes para con los salvajes. Este derecho supone
gentes, naciones que pactan entre sí, que se respetan, que reconocen derechos o
los reclaman, y esto no puede tener lugar en las luchas que sostienen las naciones
civilizadas con los salvajes ( ... )
[P]ero no podemos menos que reconocer en los países civilizados cierto
odio y desprecio por los salvajes, que los hace crueles sin escrúpulo; y ese odio y
ese desprecio eran tan patentes en los españoles contra los indios y los infieles,
que se discutió largo tiempo entre teólogos y sabios si los indios eran hombres.
Sobre todo, quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes,
por quienes sentimos, sin poderlo remediar, una invencible repugnancia, y para
nosotros, Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y
nobles de que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a
quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora, si reapareciesen en
una guerra de los araucanos contra Chile, que nada tiene que ver con esa canalla...
(218219, 220) 81

81
Según la investigación histórica de Lastarria en la Memoria que presentó a la Universidad de Chile, la
conquista española había influido decisivamente sobre la sociedad chilena. En ella celebraba con
156

Se probaría así que la deliberación de 'construir un paisaje', donde se conjuguen esos dos
designios rectores del Facundo -el político y el estético- conileva el riesgo ineludible de
la contradicción que el mismo autor admitirá hacia el final de su vida. 82 ¿Cómo entender,
sin ceder ante la tentación de desplegar un mayor potencial literario, la elección de
privilegiar la representación de la llanura pampeana central y oriental como una Arcadia
de rasgos orientales, surcada por carretas viajeras, arrieros y gauchos indómitos y
solitarios, bajo la amenaza constante de los malones, un espacio vasto y desierto donde
relevará unas catorce ciudades, cuando la descripción de aquella otra llanura "degradada
de matorrales enfermizos y espinosos" de la precordillera riojana, que había sido el
terruño de Quiroga, más ajustada a la tesis del determinismo mesológico, o del desierto
externo, le hubiera permitido presentar con mayor dramatismo la lucha entre la
civilización y la barbarie.
En suma, la elusión del 'otro' indígena pone en duda y acaba descartando la
posibilidad de civilizarlo, quedando así restringida la condición de 'otro' civilizable
solamente a los gauchos, esos "beduinos americanos" que deambulaban por la pampa sin
afincarse definitivamente en ningún sitio. No obstante, esta resolución no está exenta de
ambigüedades e inconsistencias, ya que la intención de desconocer en los "indios" los

entusiasmo la heroica resistencia de los araucanos y condenaba los malos tratos de los españoles para sus
enemigos. Sarmiento le replicó, contrargumentando así:
El autor no ha podido en estos conceptos emanciparse de las ideas que puso en boga la revolución de
la independencia para azuzar los ánimos contra la dominación española, mintiendo una pretendida
fraternidad con los indios, a fin de ponernos en hostilidad con nuestros padres, a quienes queríamos
arrojar de América; así, pues, nos envenenaríamos de 'la cordura de Colocolo, de la -prudencia y-
fortaleza de Caupolicán, de la pericia y denuedo. de Lautaro, de la ligereza y osadía de Painenancu',
como si estos hombres salvajes pertenecieren a nuestra historia americana, y como si Arauco, después
de la revolución, como durante el coloniaje, no fuese un país fronterizo y una nación extraña a Chile y
su capital e implacable enemigo, a quien Chile ha de absorber, destruir, esclavizar, ni mas ni menos
que lo habían hecho los españoles. Cuando nos preguntamos, pues, cuál es la sociedad sobre la que la
conquista ha venido a influir, nosotros no sabemos qué contestamos, a no ser que se suponga una
solidaridad que nunca existió entre los antiguos pueblos indígenas; y los españoles y sus descendientes
(217).
82
Sobre el Facundo, escribió su autor:
No vaya el escalpelo del historiador que busca la verdad gráfica, a herir en las carnes del Facundo, que
está vivo; ¡no lo toquéis! Así como así, con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones, lo
amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas las literaturas extranjeras, desveló a todos los que lo
leían por primera vez, y la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra, como las montañas de la
Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de las inteligencias. D. F. Sarmiento, "Facundo.
Civilitá o Barbarie- versione al' italiano de F. Fontana" (El Nacional, 22.IX. 1881), Páginas literarias,
Obras, XLVI. Ed. por Augusto Belín Sarmiento Bs.As., Luz del Día, 1953, 303-304. Respetamos la
ortografia del original.
157

rasgos que definen a la especie humana, 83 lo que los dejaría fuera de la dicotomía
civilización-barbarie que estructura la obra, convive con la mención de la 'barbarie
indígena' que reaparece esporádicamente en el texto. Se podrían ensayar otras razones
posibles para esa sospechosa elusión. Quizás una figuración más detallada de la
feracidad de las temerarias tribus salvajes que atravesaban en hordas el desierto, habría
colaborado para equiparar de algún modo al ilustrado Sarmiento con su bárbaro
adversario, el Restaurador de las Leyes, quien tuvo una destacada actuación militar en el
trazado de la frontera austral, en la línea de los fortines, luchando contra los malones que
dominaban la Patagonia, lo que —de no mediar el fracaso en esa empresa- lo hubiera
colocado a Rosas entre los gestores de la 'misión civilizadora'.
Pero, aún admitiendo esta tensión entre la negación o el ocultamiento de aquellos
signos que desea excluir del proyecto literario, cultural y político de la nación, y la fuerte
voluntad de inscripción, donde advertimos una sistemática "sobreescritura nativa de lo
exótico" (Sommer, 60) por medio de sus lecturas y su ávida capacidad para apropiarse de
conocimientos heterogéneos por diferentes medios, el Facundo no deja de presentarse
como una épica fundacional, un discurso cultural que funda una nueva forma política y
retórica americana, habiéndose ganado como tal un lugar privilegiado en la literatura
nacional.
Aquí encontramos la fórmula para comprender la verdadera finalidad que
encierra esa tarea política y cultural: una labor de 'poblamiento' que el autor no sólo
desplegó en el orden político material, como efectivamente lo cumpliría unos años
después, en su programa de colonización de las campañas bonaerenses, formulado en su
famoso discurso de Chivilcoy, sino también en el orden simbólico, instalando el desierto
en el naciente imaginario nacional como problema y despejando ese territorio de todo
posible indicio de asentamiento 'humano' estable y de signos de cultura que pudieran
haber arraigado desde tiempos inmemoriales en esa región. De modo que recién en un
segundo movimiento sería factible nombrar, demarcar y fundar un nuevo orden,
domesticando el vacío, la barbarie y el caos para sembrar la civilización.

83
Doris Sommer identifica esta operación con el "ninguneo" que, con mayor o menor culpa o nostalgia,
Sarmiento practica al "hacer de Alguien Nadie", tal como define esa expresión Octavio Paz en E/laberinto
de la soledad. Cfr. Doris Sommer, Foundational Fictions. The National Romances of La/fn America.
Berkeley - Los Angeles / London: University of California Press, 1991, 67.
158

Si la cultura es menos el paisaje contemplado que la mirada con que se lo mira o,


dicho de otro modo, el modo de construirlo y contemplarlo, podemos concluir entonces
que la escritura en conflicto que media en el Facundo entre la civilización y la barbarie,
por momentos tensando y en otros, entrecruzando estas oposiciones, fragua una literatura
que, desde la letra y la composición de un paisaje nacional, rubrica una voluntad de
poder. Una vez más, el gesto tan argentino de construir una identidad nacional en un sutil
y complejo mecanismo de reapropiaciones y negaciones, corrobora la hipótesis de
Mitchell acerca de la relación entre paisaje, cultura y poder:

El paisaje no sólo significa o simboliza relaciones de poder; es un instrumento


de poder cultural, tal vez incluso un agente de ese poder que es (o que muchas
veces es representado como si fuera) libre de las intenciones humanas. El paisaje
como medio cultural tiene, pues, un papel doble con respecto a nociones como la
de ideología: naturaliza una construcción cultural y social, representando a un
mundo artificial como si éste estuviera dado e inevitable, y vuelve operativa esta
representación interpelando a su portador desde su supuesto carácter de evidencia
visual y espacial. ••84

Retomando el epígrafe de este capítulo, por varios motivos, se puede sostener que
el Facundo resulta —como lo advirtió el propio autor en su vejez- un texto vivo, y como
tal convivió con él a lo largo de toda su vida. Las palabras con que se refiere a su libro
en una carta dirigida a su nieto editor, nos invitan a imaginar una semejanza con la
relación de continuidad vital entre obra y autor que Montaigne señalaba a propósito de
sus Essais:

El libro este, es una especie de poema, panfleto, historia, que habiendo pasado
el objeto con que se escribió, queda vivo no obstante y pasa a otras lenguas con
veinte años de retardo, por el interés y novedad de sus ideas. 85

84
W.J.T. Mitchell, "Introduction", id. (ed.) Landscape andPower. Chicago, Chicago U.P., 1994: 1-2
85D.F.Sarmiento, "Carta a su nieto Augusto Belín Sarmiento, ante la cuarta edición de Civili;ación y
barbarie" (París, marzo de 1874), Obras, LI: 387. El énfasis es nuestro.
159

Por cierto, si Facundo vivía en las tradiciones populares, el 'texto Facundo' siguió vivo
también, a lo largo del siglo y medio transcurrido desde su publicación, activando todo
tipo de mecanismos y marcas de constantes culturales que aún podemos localizar, al
menos, en algunas regiones de nuestro país y del subcontinente, y que dan cuenta de la
dificultad bastante generalizada en un grupo lector medianamente familiarizado con ese
libro, para hablar del Facundo en forma desapasionada —como ocurre también con otros
escritos sarmientinos- o simplemente para entablar un diálogo actualizado con el texto, sin
caer en esquematismos o simplificaciones, o en reacciones epidérmicas de exaltación
ingenua o rotundo rechazo. En suma, aún hoy el Facundo, texto complejo de nuestra
historia cultural, portador de significaciones que modelan nuestra identidad individual y
social, sigue problematizando y estimulando polémicas y debates. Así, al concebirlo como
un organismo vivo, Sarmiento revela algunas claves de su escritura en términos
programáticos y descubre bajo una formulación deóntica no sólo la relación de paternidad
que lo religa con el libro sino hasta qué punto reconoce en aquel una proyección de sí
mismo:

Escribir es pensar ha dicho alguno; pero yo creo que mejor habría dicho, escribir
es sentir, es querer, es obrar; y nunca producirán nuestras plumas contemporáneas
cosa que interese, si el corazón y simpatías no van guiando a la inteligencia en las
narraciones históricas. El autor de un libro ha de dejarse apercibir más que en el
título de la obra, en el perfume de las ideas. Un libro debe saber a algo y ser el hijo
ylaimagen de su padre. 86

86 D.F.Sarmiento, "La dictadura de O'Higgins.. ."(Crónica, 26.XII.1853), Obras, 11:376. El énfasis es nuestro.
160

"Nuestra América", de José Martí: la escritura de una patria virtual

Es mal mío no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los
pequeños moldes, y hacer los artículos de diario como si fueran libros, por lo cual
no escribo con sosiego, ni con mi verdadero modo de escribir, sino cuando siento
que escribo para gentes que han de amarme...

1
José Martí

América Latina existe como un campo de lucha (..); lucha de retóricas y discursos
-a veces seguidas de luchas armadas- que se disputan la hegemonía sobre el
sentido de 'nuestra' identidad. Es decir, tras cada postulación de lo
latinoamericano hay una voluntad de poder, ejercida desde distintos lugares
en el mapa de las contradicciones sociales...

Julio Ramos2

El segundo texto en nuestra travesía es "Nuestra América" (1891), un escrito

José Martí, "Carta a Bartolomé Mitre y Vedia" (Nueva York, 19 de diciembre de 1882)", Escenas
norteamericanas (1881-1883), J. Martí, Obras completas, t. IX: En los Estados Unidos. La Habana:
Editora Nacional de Cuba, 1963-1965, 16. La cursiva es nuestra.
2
Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina..., 230.
Las alusiones y citas textuales remiten a la siguiente edición: J. Martí, Nuestra América. Prólogo de Juan
Marinello. Selección y notas de Hugo Achugar. Cronología de Cintio Vitier. Caracas: Biblioteca Ayacucho,
1977. Hemos cotejado esta edición con la versión incluida en el tomo VI de las Obras completas (La
Habana: Edit. Nac. de Cuba, 1963) y con la edición de "Nuestra América" anotada por C. Vitier, incluida en:
C. Vitier, "Nuestra América, texto cenital de José Martí", AAVV. José Martí a cien años de Nuestra
América. Coordinada por J. Serna Moreno y Ma. Teresa Bosque Lastra. México: UNAM-CCYDEL...,
la

emblemático que se ha convertido ya en un clásico del latinoamericanismo, nacido de la


pluma del cubano José Martí, cuando aún residía en Nueva York. Este ensayo-
pro grama coincide con el Facundo en su inscripción en las páginas de un diario y
comparte con aquel la función social y algo de la retórica propia del discurso
periodístico. En ese primer contexto discursivo, dotado de la peculiaridad material que
lo caracteriza y que condiciona lo que allí se publica, la materia prima más accesible
para el ensayista es la realidad inmediata. Por esta razón, el proceso mental transferido a
la escritura se hace cargo, en primer lugar, de la descripción de hechos reales como, en
este caso, los avances y planes inmediatos de la política expansionista de los Estados
Unidos hacia las repúblicas del resto del continente y las amenazas que esto supone,
realidades de las que Martí tuvo evidencias directas al participar en la Primera
Conferencia Internacional Americana de Washington (1889-1890), aunque las
referencias aparecen formuladas veladamente en su ensayo. Y recién en segundo lugar,
da paso a la meditación y formula conclusiones o teoriza sobre esos hechos. Este punto
reviste particular importancia, si consideramos que Ja reflexión en Martí aparece
siempre como una dimensión nunca abstracta, sino situada y marcadamente encamada
con la realidad histórica, social y hasta individual y cotidiana, pese a la aparente
volatilidad derivada de un uso altamente estilizado del lenguaje, aún para asuntos de
inmediatas y dramáticas consecuencias prácticas. 4
Además de la brevedad en su extensión, la clara impronta del ensayo cognitivo,
concentrado y de diagnóstico (Angenot 1982), lo distancia de la morosidad en el
discurrir que encontrábamos en un ensayo más meditativo y expansivo como el
Facundo. Estas dos marcas instalan una diferencia definitiva con ese otro ensayo. Sin
embargo, como Sarmiento, en este texto Martí sobrepasa el marco de conocimientos
acumulados por una disciplina determinada, lo que da lugar a un tipo particular de
ensayo que señalamos como "desenmarcado" o "descentrado" (Mignolo 1984). Discurso
político y poético a la vez, que reúne el estudio táctico del terreno y la visión profética
con argumentos que combinan razón y pasión, reaparece nuevamente aquí la mixtura de

1993: 143-162. De El Gal/o Ilustrado 1496, suplemento cultural de El Día (México, 24. 11.1991). Publicada
también como anexo en C. Vitier, Vida y obra de/Apóstol José Martí La Habana: CEM, 2004: 339-347.
David Lagmanovich, "Los Estados Unidos vistos con los ojos de nuestra América", en J. Martí, En los
Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Edic. crítica coord. por Roberto Fernández Retamar y Pedro
Pablo Rodríguez. Madrid-Barcelona-La Habana ... : Colección Archivos - Casa de las Américas, 2003: 1850.
162

literatura (estética) y política, tan cara a los románticos y al espíritu del siglo XIX
latinoamericano. El andamiaje argumentativo toma en "Nuestra América" la forma de
un despliegue estratégico y, en este sentido, es inseparable de su naturaleza claramente
agonística, la que autoriza su inclusión —como veremos más adelante- en la llamada
literatura de combate. Esta inscripción del ensayo en el campo de lo bélico no debe
llamar la atención, si reconocemos que la cultura es en Latinoamérica, especialmente en
esos tiempos, siempre "un campo de batalla", ya como resonancia de las luchas
armadas, ya como el lugar donde éstas se fraguan y reavivan. 5
Por otra parte, la figura de José Martí, investida -como pocas- de un carácter
sacralizado como 'héroe cultural' y 'patriota revolucionario' -cuyos méritos ciertamente
no desestimamos-, sumado a los innumerables apelativos consagratorios con que se lo
nombraba ya desde su época -Darío lo llamó "Maestro"; Ezequiel Martínez Estrada, "un
Héroe" y "un Santo, un Sabio y un Mártir"-, explica a las claras esta impronta
proyectada en su escritura y su propuesta estética y, al mismo tiempo, el relativo
desinterés sobre un aspecto que permaneció desatendido por la crítica martiana para dar
paso a lecturas que enfocaban su filiación modernista o su militancia política
revolucionaria y antiimperialista avant la lettre, con el consecuente repertorio
ideológico que la fundamentaba. Precisamente el aspecto que destacamos, el del Martí
periodista-cronista-ensayista -que no invalida ni desconoce los otros enfoques sino que
los integra desde otra perspectiva-, ha venido recibiendo una atención preferencial por
parte de la crítica en las últimas décadas. 6
Es fácil advertir cómo esas facetas están presentes en "Nuestra América", en el
proceder provisional y tentativo de la retícula martiana que imprime una determinada

Susana Rotker, "Estudio preliminar" a Ensayistas de nuestra América, tomo 1,... 7. Remitimos también a la
idea de cultura de Pierre Bourdieu que desarrollamos en el capítulo 2 de este estudio. Cfr. P. Bourdieu 1984.
6
No podemos dejar de señalar el protagonismo de Angel Rama en este decisivo viraje en los estudios
martianos, quien instaló definitivamente el estudio de la producción literaria y periodística martiana en
relación con la dialéctica modernidad/modernLación en América Latina. Véase: Ángel Rama, "La dialéctica
de la modernidad en José Martí", Estudios martianos. Seminario Martí. Río Piedras-Pto. Rico: Universidad
de Puerto Rico, 1971: 129-197). Son de destacar, también en esta línea, los estudios señeros de Julio Ramos
(1989) y de Susana Rotker (1991 y 1992) y, además, los trabajos reunidos por Pedro Pablo Rodríguez en: El
periodismo como misión (Compilación y prólogo de Pedro Pablo Rodríguez. La Habana: Pablo de la
Torriente Editorial, 2002), y los estudios recogidos en la edición de las crónicas de Martí escritas en y sobre
los Estados Unidos: J. Martí, En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892 (Edición crítica coordinada
por R. Fernández Retamar y P. P. Rodríguez. Madrid-Barcelona-La Habana-Lisboa-París-México-Bs.As.-
San Pablo-Lima-Guatemala-San José: Colección Archivos - Casa de las Américas, 2003).
163

'forma de mirada' al observar lo que irrumpe solapadamente y conileva una amenaza,


para luego detenerse en los contrastes y finalmente arriesgar una generalización que
asume el peso de una verdad por la contundencia de su forma aforística, pero sin anular
la posibilidad de repensarla, ya sea para ratificarla o reformularla, mediante un uso del
lenguaje más persuasivo y exhortativo que imperativo y coercitivo. 7
La biografia del Apóstol cubano no ahorra experiencias que lo singularizan
como Mártir y Padre fundador en una tarea patriótica de emancipación que él asume
conscientemente siendo apenas un adolescente. Por el contrario, ese itinerario
llamativamente precoz de confrontación y búsqueda de coherencia ideológica,
acompaña y refuerza el cariz fuertemente militante, ético e integrador de facetas
diferentes y contrastantes que se proyecta en su escritura, en su propuesta ética y estética
a la vez, y en su vida misma, en consonancia con su visión integral y orgánica del
mundo.8
Recordemos en breves trazos un episodio biográfico temprano, por demás
elocuente de los ribetes prematuramente dramáticos de esa vida tan particular y de la
precoz conciencia política que desde entonces tenía el autor. Formado por su maestro, el
poeta y patriota cubano, don Rafael María de Mendive -su "segundo padre", en quien
vio el modelo del letrado criollo que, por resistir y oponerse a la tiranía colonial, debió
sufrir la cárcel y el destierro-, también Martí fue preso político y desterrado de su Isla,
antes de los dieciocho años. 9 En las primeras tareas públicas que desempeñó se

Baste para ilustrar lo que afirmamos, el cotejo de las tesis y argumentaciones de "Nuestra América" (1891)
con las de un discurso anterior, de temática similar, conocido como "Madre América" (1889).
8
Reconocemos nuestra deuda en lá perspectiva desde donde interpretamos este ensayo nodal de la obra
martiana, a la lectura del ineludible estudio de Fina García Marruz, El amor como energía revolucionaria en
José Martí. La Habana: Centro de Estudios Martianos - Ediciones Pontón Caribe, 2003. Lejos de pretender
imponer dogmáticamente la visión integral del mundo de Martí, García Marruz propone simplemente no
ignorarla y tomar lo provechoso que se encuentre en esa obra, estudiar el pensamiento martiano como un
todo y analizar la función de su ideario político-social, pedagógico y estético, sin dejar de percibir "los
hilos', 'la juntura' que los engarza", porque ese "...principio de relación, en su caso, constituye el centro de
que esos radios parten...", y "la interrelación de esos órdenes forma parte constitutiva de cada orden en sí
mismo...".

'? Encarcelado y deportado Mendive (1821-1886) y clausurado el colegio "San Pablo" de su Maestro,
Martí fue también encarcelado junto con su amigo Fermín Valdés Domínguez, ambos acusados de escribir
una carta sediciosa. Martí reclamó la paternidad de esa carta y el derecho de Cuba a la independencia, y
fue condenado a seis años de prisión en 1870 y obligado a realizar trabajos forzados en canteras. Por
gestiones de su padre, pronto le conmutaron la pena por deportación a Isla de Pinos y luego a España,
164

reconocen las huellas de su mentor. Al estallar la guerra cubana contra España en el


poblado de Yara, en Oriente (Cuba), en 1868, adhirió "a la causa de Yara". Publicó
sonetos clandestinamente y al año siguiente editó la revista El diablo cojuelo, y poco
después el "semanario democrático cosmopolita", La Patria Libre, publicaciones que no
pasaron del primer número. En este último, con tan sólo dieciséis años, publicó su
poema dramático "Abdala ", un escrito patriótico que prefiguró proféticamente algunos
episodios de su vida, donde el joven patriota negro homónimo, empeñado en defender
su patria, Nubia (en clara alusión a Cuba), ante el opresor, le explicaba con estos versos
a su madre, Espirta, cuando ésta intentaba detenerlo, antes de su partida:

El amor, madre, a la patria


No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;-
Y tal amor despierta en nuestro pecho
El mundo de recuerdos que nos llama
A la vida otra vez, cuando la sangre,
Herida brota con angustia el alma.-
¡La imagen del amor que nos consuela
Y las memorias plácidas que guarda! 1°

En esta primera escena biográfica, advertimos cómo el patriotismo se conjuga con el


sufrimiento, la persecución y la carencia, lo que tendrá recurrentemente otras tantas
equivalencias a lo largo de su breve itinerario vital signado por la errancia y la
imposibilidad de anclar en un lugar seguro que le garantizara la libertad necesaria para

hacia donde partió en 1871. En alta mar redactó su primer escrito político, un alegato entre realista y
simbólico, con resabios bíblicos, El presidio político en Cuba. Cfr. C.Vitier 2004; lbrahim Hidalgo Paz,
José Mar1í1853-1895. Cronología. La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2003. 2°edic.rev.; Salvador
Morales Pérez, José Martí: vida, tiempo, ideas. México: Soc.Cult. M.Hidalgo, CEM,... 2003.
165

vivir de su pluma y desarrollar su vocación. Reiteradas acusaciones de conspiración,


persecuciones y espionaje, nuevos exilios forzados, un formativo peregrinaje por varias
naciones del subcontinente (México, Guatemala, Venezuela, viajes por Centroamérica)
donde no puede afincarse definitivamente en ninguna de ellas, por negarse a ser
cooptado por quienes ocupaban el poder en ese momento -algunos de ellos, dictadores
que trataron de ganar su pluma a su favor (Porfirio Díaz en México, Guzmán Blanco en
Venezuela, Justo Rufino Barrios en Guatemala)... Nueva deportación a España,
definitiva radicación en los Estados Unidos durante los quince últimos años de su vida
(allí encuentra la tranquilidad y la estabilidad necesarias para vivir de lo que escribe,
alternando la tarea periodística y la creación poética con su labor de maestro y traductor,
entre otras), censuras y reconvenciones en los grandes medios que albergaban sus textos
en sus páginas, todo lo cual colabora para alimentar en él la nostalgia por la patria y su
sentimiento de desarraigo y desamparo, nuevas persecuciones y hasta un intento de
envenenamiento son algunos de los hechos aciagos que jalonaron su biografia. Por estas
mismas circunstancias y pese a no haber publicado casi ningún libro en vida, sorprende
que nos haya legado miles de páginas escritas en la mejor lengua española, diseminadas
en incontables publicaciones periódicas de nuestro continente y de ultramar, que ocupan
la mayor parte de su obra, superando incluso su abundante labor epistolar y oratoria. 11

O
José Martí, Escena y de ,4bda!a (Escrito expresamente para La Patria) [La Patria Libre, La Habana,
23 de octubre de 1869], J. Martí, Obras completas, tomo XVIII: Teatro/Novela/"La Edad de Oro ". La
Habana: Editorial de Ciencias Sociales del Instituto Cubano del Libro, 1975, 19.
11 Gonzalo de Quesada y Miranda registró en el apéndice de su libro Martí periodista (La Habana:
Rambla y Bouza, 1929), veintiocho periódicos y revistas para los cuales Martí escribió, sin contar los que
reprodujeron sus artículos en Hispanoamérica. La mayor parte de la enorme producción periodística
martiana se ubica entre 1881 y 1892. Sin la presunción de exhaustividad, nombramos algunos de los
medios donde circularon sus textos en el curso de su vida: en Cuba (El Diablo Cojuelo, Patria Libre, El
Siboney, El Almendares, la revista La Niñe:), en España (La cuestión cubana, de Sevilla, La Soberanía
Nacional, de Cádiz, El Jurado Federal, de Madrid entre otros), en Hispanoamérica (La Nación y El Sud
Americano, de Argentina; La Pluma, de Bogotá; El Progreso, El Porvenir y Revista Guatemalteca, de
Guatemala; La República, de Honduras; La Opinión Pública, del Uruguay; La Opinión Nacional de
Caracas y la Revista Universal, El Partido Liberal y El Socialista (del Gran Circulo Obrero), la Revista
A:ul, El Federalista, de México; La Época, La Libertad Electoral y El Ferrocarril, de Santiago de Chile;
El Mercurio, de Valparaíso y El Sur, de Concepción), y de los EEUU (El Porvenir, La Revista Ilustrada,
y la revista La Ofrenda de oro de Nueva York, el diario The Hour, The Sun, el periódico mensual La
América, El Economista Americano, El Latino-Americano, La República, El Avisador Cubano, El
Avisador Hispano-Americano, todos de Nueva York.). Incidentalmente se publicaron artículos de Martí
en The Evening Post, y Export and Finance, de Nueva York, La Habana Elegante, La Estrella de
Panamá, entre otros. Además de las publicaciones que creó en sus primeros años en La Habana, años
después fundó La Revista Vene:o/ana (1881), La Edad de Oro (1889), publicación infantil para niños
mayores, y en 1892, el semanario Patria, órgano oficial del Partido Revolucionario Cubano.
Además, tanto en su producción escrita en general —unas 12.500 páginas
agrupadas en 27 volúmenes en la edición digital de sus Obras completas'2- como en el
texto que nos ocupa en particular, comprobamos una vez más la fuerte conexión
existente entre ensayismo y periodismo, una ligazón que se nos revela ya como una
constante epocal, en la realidad cultural de algunas naciones americanas en el siglo XIX.
Y aunque no nos extenderemos en este punto, conviene señalar que el desplazamiento
del ensayo-libro al ensayo periodístico o aforístico no debe ser entendido fuera del
contexto de los cambios que tienen lugar en el último cuarto del siglo XIX, ya que
forman parte de lo que Julio Ramos describe como la "fragmentación de la República de
las letras" (Ramos 1989, 62-81 ), con la consecuente pérdida del papel protector con que
el estado las preservaba y dotaba de prestigio, una de cuyas consecuencias sería la
pérdida del mecanismo de consagración de los hombres de letras que suponía el
mecenazgo o el amparo y respaldo ofrecido por el Estado o, dicho de otro modo, su
función estatal.' 3 En las dos últimas décadas del siglo, la relación entre éstas y la vida
pública se volvió problemática a causa de la separación de la esfera pública,
específicamente política, del saber 'indiferenciado' de la república de las letras. Las
letras ya no eran la política, como lo habían sido antes (recordemos la imposibilidad de
separar esas dos esferas en el Facundo), y se hicieron cada vez más perceptibles los
efectos de la división del trabajo en la vida intelectual que reorganiza el campo
intelectual, como lo señaló Pedro Henríquez Ureña.' 4
Para entender cabalmente el proceso de emergencia de una autoridad y un lugar
de enunciación literarios en nuestras sociedades —sostiene Ramos-, es necesario atender

12
Aludimos a la edición publicada por la Editorial de Ciencias Sociales, cuyo carácter incompleto ha sido
puesto en evidencia por la reciente Edición crítica de las Obras completas, publicada por el Centro de
Estudios Martianos, actualmente en curso.
13
Así se entiende, por ejemplo, que Versos sencillos fuera publicado en una edición artesanal, costeada con
dificultad por el mismo autor. Este fue uno de los pocos libros -si no el único- que se editó en vida de su
autor y que amerita ser catalogado como tal, pues el material restante de sus publicaciones editadas antes de
su muerte está formado, en su mayoría, por prospectos, folletos, hojas impresas, discursos publicados
posteriormente, libelos y traducciones -muchos de ellos, escritos por encargo. Algo semejante ocurrió con la
versión en español de la novela de Helen Hunt Jackson que Martí tradujo y publicó en 1888, por su cuenta,
con el título Ramona. Novela americana, al no haber conseguido el financiamiento para montar su propia
empresa editorial, consciente de los beneficios que le hubiera aportado ese proyecto.
14
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en/a América Hispánica. México: FCE, 1974, 164.
167

a la incorporación de los escritores al mercado, llevada a cabo en un primer momento


por medio del periodismo. Hacia el fin de siglo, este ingreso al mercado de los bienes
culturales se hizo sistemático; sin embargo ya existían, desde los inicios de esa centuria,
algunas zonas atravesadas por las leyes del intercambio económico. La tensión
instalada entre la nueva literatura relativamente "pura" y autónoma' 5 y la anterior
función estatal de las letras transformó la relación entre los enunciados, las formas
literarias y los campos semióticos presupuestos por la autoridad literaria, diferenciada de
la política, más aún desde el exilio —como es el caso de Martí- y viniendo de una patria
que era aún una colonia.
Lo cierto es que el periodismo fue el principal vehículo del pensamiento martiano,
convertido en él en análisis, advertencia, poesía, visión, y funcional tanto a su vocación de
'testigo' del devenir moderno como a su condición de 'veedor' de sus conquistas y
peligros. En síntesis, Martí fue uno de los protagonistas del proceso de creación de un
periodismo moderno en Hispanoamérica, un verdadero renacimiento del diarismo que
tuvo lugar en el último tercio del siglo XIX, con la marca visible del gran periodismo
europeo, especialmente el francés, tanto en los criterios editoriales como en los aspectos
materiales de sus maquinarias.' 6 Esto contribuyó a consolidar un nuevo orden de vida en
nuestros países (la 'organización nacional' en Argentina, la 'Reforma en México, el
paulatino acercamiento a la superación de la monarquía esclavista en el Brasil). En este
contexto escribió Martí, especialmente en sus años de residencia en Nueva York, durante
los últimos quince años de su vida, con un profundo ímpetu renovador en la prosa, en
diferentes géneros discursivos y en el orden de las ideas, y una asombrosa capacidad
proteica (así entendemos la prosa periodística -como sugiere Cintio Vitier- "tan pronto
ensayística como pictórica o poemática" 7 ) para producir textos con un elevado valor
estético.

15
Coincidimos con Julio Ramos en el cuestionamiento de la pertinencia de pensar en un funcionamiento
pleno de la autonomía literaria, dada la modernización desigual de América Latina. Cfr. Ramos 1989, 66-70,
82-84.
16
Pedro Henríquez Ureña resalta el rol que cumplieron en este proceso dos periódicos argentinos, La Prensa
(fundado por José C. Paz en 1869) y La Nación (fundado por Bartolomé Mitre en enero de 1870). Cfr. P.
Henríquez Ureña, Historia de la cultura en la América Hispana. México-Buenos Aires. FCE, 1947, 111. A
éstos se suman en una visión de conjunto, los avances en la modernización de periódicos como El Comercio,
de Lima (fundado en 1839), E/Mercurio, de Valparaíso, y El Progreso, de Santiago de Chile, entre otros.
17
J. Ramos 1989, 62-81.
168

No obstante, para Martí, el trabajo periodístico resultó conflictivo, a diferencia de


los letrados iluministas e incluso Sarmiento mismo, pero a la vez representaba el modo
más eficaz de subsistencia mediante la escritura y el modo de vida más cercano a sus
instrumentos de trabajo: la lengua y la pluma. En una crónica dirigida a La Nación, Martí
reveló cómo entendía la labor del periódico bajo una forma exclamativa que connota la
fascinación que ese medio ejercía sobre los nuevos escritores de su época y la
heterogeneidad de los asuntos que trataba:

¡Oh, el periódico! ¡lente inmensa, que en este siglo levanta y refleja con
certidumbre beneficiosa e implacable las sinuosidades lóbregas, las miserias
desnudas, las grandezas humildes, las cumbres resplandecientes de la vida!' 8

Sintéticamente definió así el 'deber ser' del periodismo: "El periodista ha de


saber desde la nube hasta el microbio" 9 y con mayor detenimiento detalló en otro
pasaje el programa ambicioso que entrevió en ese oficio:

Que no haya una manifestación de la vida, cuyos diarios accidentes no sorprenda


el diarista: eso es hacer un buen diario. Decir lo que a todos conviene. Y no
dejar de decir nada que a alguien pueda convenir. Que todos encuentren en el
diario lo que pueden necesitar saber. Y decirlo con un lenguaje especial para
cada especie: escribiendo en todos los géneros, menos en el fastidioso de Bibeau,
desdeñando lo inútil y atendiendo siempre lo útil elegantemente. Que un
periódico sea literario o no, no depende de que se vierta en él mucha literatura,
sino que se escriba literariamente todo. El periódico ha de estar siempre como
los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano, y la espuela
en el tacón. Al menor accidente, debe saltar sobre la silla, sacudir la fusta, y
echar a escape el caballo para salir pronto y para que nadie llegue antes que él.
Debe, extractando en libros, facilitar su lectura a los pobres de tiempo. O de
voluntad o de dinero. Hacer asistir a los teatros ( ... ). Debe desobedecer los

18
J. Martí, OC, t XXXI. La Habana: Editorial Trópico, 1936-1949, 412.
19
J. Martí, Obras completas, t. X, 235.
apetitos del bien personal, y atender imparcialmente al bien público. Debe ser
coqueta para seducir, catedrático para explicar, filósofo para mejorar, pilluelo
para penetrar, guerrero para combatir. Deber ser útil, sano, elegante, oportuno,
saliente. En cada artículo debe verse la mano enguantada que lo escribe, y los
20
labios sin mancha que lo dictan. No hay cetro mejor que un buen periódico..

Radicado en Nueva York, en el corazón de la metrópolis moderna, el periodismo


se convirtió para él en su "actividad diurna", en tanto que la poesía era su "oficio
nocturno". En el poema "Hierro", incluido en el poemario Versos libres, había
confesado:

Ganado tengo el pan: hágase el verso,


Y en su comercio dulce se ejercite
La mano, que cual prófugo perdido
Entre oscuras malezas, o quien lleva
A rastra enorme peso andaba ha poco
Sumas hilando y revolviendo cifras. 2 '

Y sin desconocer lo poco que tenían que ver las condiciones en las que se practicaba la
escritura periodística con las más libres y apremiantes que acompañaban la poesía, vio
en el poeta, sin embargo, el hombre en quien las ideas encarnaban para ponerse del lado
de la acción.
Así, el periodismo dificilmente está presente en su obra corno una zona o un tipo
de discurso que se pueda deslindar con facilidad de las otras dimensiones o esferas de su
escritura. La producción martiana que podría catalogarse como propiamente periodística
o ligada a este oficio, atraviesa toda su vida (desde su adolescencia con "El diablo
cojuelo" y "Patria Libre" hasta la última etapa de la formación del Partido
Revolucionario Cubano, con la fundación del periódico "Patria" como su órgano
revolucionario) y abarca todos los aspectos o planos de su obra. En la Revista

20
J. Martí, Apunte dado a conocer por Gonzalo de Quesada y Miranda en su libro Martí periodista... 1929,
167, cit. en C. Vitier 2004, 210.
21
J. Martí, "Hierro", Versos libres, Obras Completas, XVI. Poesía 1..., 141.
170

Venezolana, por ejemplo, comienza a desarrollar su concepción de un arte y una


escritura propiamente latinoamericanos, y esa práctica, entre otras, le permitirá
completar su misión de insurrecto. En cierto modo, el periodismo fue un medio para
alcanzar otros fines, más allá de los que le imponía o demandaba la circunstancia
concreta que originaba cada texto publicado en un periódicó o en una revista. Y hasta
podría decirse que "escribiendo diarios ensayará (o se entrenará para) escribir
proclamas".22 En Martí, el poeta, el educador, el ensayista, el político estratega, el
orador, el narrador y el dramaturgo se reúnen, de un modo u otro, en su labor
periodística.
Ahora bien, como ya señalamos —y esto también es un rasgo común con la obra
de Sarmiento, aunque en Martí aparece de un modo mucho más marcado por el escaso
número de volúmenes publicados en vida del autor-, la mayor parte de la prosa martiana
fue escrita para ser publicada originariamente en diarios y revistas de Latinoamérica,
los Estados Unidos y España, y tuvo en el periodismo su lugar de enunciación
preferencial, pero a diferencia del Facundo, la modalidad enunciativa es aquí diferente:
por su extensión se acerca al artículo periodístico que se lee de una sentada y está lejos
del ensayo-libro, aunque ambiciona el largo aliento y la hondura del volumen. Por lo
general, los textos martianos varían en tamaño, dependiendo del prestigio reconocido al
autor y del papel que se le asigna en el diario, además del interés que despierta la
temática abordada en sus colaboraciones. Seguramente, una de las razones del cambio
en la longitud de los textos en los escritores-periodistas que proliferaron hacia el fin de
siglo y comienzos del XX, reside en el espacio limitado que ofrece un periódico para la
pi.iblicación de ese tipo de escritos, lo que demanda concisión y brevedad. Se pasa así
del ensayo con el formato del volumen al ensayo-artículo periodístico que ocupa varias
columnas en la página de un diario. Este formato breve que acompaña el ensayo
modernista que se vuelve "tentativa de escritura", "meditación alada", propia de los
nuevos tiempos que Martí describe en el "Prólogo al 'Poema del Niágara"como "de
reenquiciamiento y remolde..." que demandan moldes adecuados a las nuevas formas
sociales y a la nueva temporalidad vertiginosa, instantánea, por eso hablará de

22
Dardo Cúneo, "Crónica argentina de Martí" (Prólogo), J. Martí, Argentina y la Primera Conferencia
Panamericana. Ord.y pról.de D. Cúneo. Bs. As.: Edics.Transición, 1955: 11.
171

"pequeñas obras fúlgidas", 23 donde predomina "lo aforístico" sobre "lo metódico"
(Angenot 1982, 46-47) y gana terreno el sincretismo poético.
Si, como advierte con admirable sutileza crítica Fina García Marruz a propósito de
las crónicas martianas, "[L]a humilde 'crónica' se convirtió en sus manos en un
extraordinario vehículo artístico", 24 por la hasta entonces nunca vista incorporación de lo
cotidiano en ese género y el trabajo lingüístico e imaginativo que sobreimprimía a sus
percepciones, lo mismo podemos sostener acerca del ensayo que, multiforme y de
apariencia formalmente endeble, alcanza en este "gran texto" (LaCapra) y en otros
discursos doxológicos martianos, una solidez constructiva comparable a la arquitectura
poética, dotada de la mejor retórica —entendida ésta en un sentido que no se agota en lo
meramente ornamental (Perelman 1997)-, que nos persuade de que ninguna otra forma
discursiva netamente política (arenga, programa, panfleto, alegato, proclama, diatriba,
prospecto, etc.) podría haber provocado el efecto incoativo ni el poder de convicción que
suscita esta "criatura verbal" (García Marruz).

La escena discursiva y sus entornos: los cónclaves interamericanos

Nos concentraremos ahora en las condiciones enunciativas que rodearon la


escritura y posterior publicación del ensayo "Nuestra América" (1891), vale decir: en su
contexto de producción, histórico y discursivo. 25 Nuevamente el escenario donde el
texto hace aparición como acontecimiento se vuelve por demás significativo. No
obstante, no intentamos promover determinismos fácticos simplistas, de dudoso rigor y
utilidad. Por lo contrario, pretendemos sobre todo señalar la directa relación de este
ensayo con el 'intertexto' histórico y social que lo precede y sucede, una relación que

23
J. Martí, "Prólogo" al Poema del Niágara de José Antonio Pérez Bonalde (Nueva York, 1882) [Revista de
Cuba, tomo XIV, 18831, Nuestra América. Prólogo de Juan Marinello. Selección y notas de Hugo Achugar.
Cronología de Cintio Vitier. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977, 304.
24
Fina García Marruz, "La prosa poemática en José Martí", Cintio Vitier - Fina García Marruz, Temas
martianos. Pto. Rico: Ediciones Huracán, 1981.
25
"Nuestra América" se publicó inicialmente en la Revista Ilustrada de Nueva York, el 1° de enero de 1891,
y luego, sin modificaciones, en El Partido Liberal de México, el 30 de enero de ese mismo año. Es de notar
que a menudo los críticos suelen indicar el 10 de enero como primera fecha de aparición, en la publicación
neoyorquina. Al respecto, hemos optado por respetar la fecha indicada en la última edición revisada de la
cronología martiana preparada por Ibrahim Hidalgo Paz (2003) y en una de las más recientes biografias de
José Martí, escrita por Cintio Vitier (2004).
172

percibimos como particularmente provocativa para nuestra interpretación textual, por su


decisiva incidencia en el orden político-cultural. Concretamente, nos referimos a un dato
con frecuencia omitido o desestimado en los estudios sobre "Nuestra América": la
ubicación de este escrito martiano entre dos acontecimientos de la historia de la política
internacional americana, especialmente importantes en relación con las ideologías
continentalistas: la Conferencia Internacional Americana de Washington (18891890)26
y la Conferencia Monetaria Internacional Americana (1891), realizada también en esa
capital. 27 Martí participó en ambos eventos con diferentes roles, y dejó testimonio de sus
deliberaciones y sobre todo de los entretelones, intrigas, alianzas y realineamientos de
ese magno acontecimiento, como cronista en el diario La Nación de Buenos Aires,
donde escribió como corresponsal entre 1882 y 1891,28 y en la reconocida Revista

26
La Conferencia Internacional Americana se inauguró en Washington el 2 de octubre de 1889 con la
participación de dieciocho países americanos, incluidos los EEUU (sólo Sto. Domingo no acudió al
convite realizado por el país del Norte) y se clausuró el 19 de abril de 1890. Se inició con una gira de los
delegados por el país anfitrión, en lo que Martí llamó "el tren-palacio de los delegados". La concurrencia
de su amigo personal de Martí, Gonzalo de Quesada, como secretario del delegado argentino, le permitió
incluir detalles y comentarios críticos e irónicos sobre ese "viaje-excursión" en sus crónicas para La
Nación. Las sesiones de la Conferencia se reanudaron el 18 de noviembre, y un mes después, la Sociedad
Literaria Hispano-Americana de Nueva York organizó una velada artística para los delegados, donde
Martí pronunció su célebre discurso "Madre América". Martí llegó a Washington el 15 de marzo de 1890,
donde permaneció dos días y se entrevistó con los representantes.
27
La Comisión Monetaria Internacional Americana fue inaugurada en Washington el 7 de enero de 1891
y tras ocho sesiones fue clausurada el 4 de abril de ese mismo año. Martí concurrió como representante
del Uruguay, con voz y voto, y el 4 de febrero participó en la segunda reunión de la Comisión. En la
tercera sesión integró la Comisión de Credenciales, con delegados de Brasil y Colombia, y en la cuarta
fue designado para participar con los delegados de Chile, Brasil, Argentina y Colombia en una comisión
que debía estudiar y emitir un dictamen sobre las propuestas de la delegación de los EEUU. Contra la idea
que había inspirado la convocatoria, la comisión consideró imposible la creación de una moneda común y
abogó por el bimetalismo, con una relación fija entre el oro y la plata, y solicitó convocar una conferencia
mundial para discutir esos asuntos. En ese marco, el 30 de marzo, Martí leyó ese dictamen en español y en
inglés. Durante las dos reuniones siguientes, se discutió acerca de la conveniencia de una nueva reunión.
El 1° de abril fue nombrado miembro de una comisión integrada también por México, Argentina,
Nicaragua y Colombia, para evaluar si se levantarían las sesiones para convocar a una conferencia
universal. Dos días después, se sometió a plenario el proyecto de resolución que no juzgaba factible
adoptar una relación fija entre el oro y la plata y auspiciaba la invitación a una reunión internacional para
acordar un sistema monetario uniforme entre las naciones americanas, lo que fue aprobado por
unanimidad. Al día siguiente, partió hacia Nueva York, sin poder participar de la última sesión. En el mes
de mayo, publicó su artículo "La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América" en el número
cinco de la Revista Ilustrada de Nueva York, donde denunciaba los objetivos ocultos del convite y
alertaba acerca del peligro del vínculo que trataban de imponer los EEUU: "ni uniones de América contra
Europa, ni con Europa contra un pueblo de América ( ... ) La unión, con el mundo, y no con una parte de
él; no con una parte de él, contra otra..." (J. Martí, COMISION MONETARIA INTERNACIONAL
AMERICANA, OC, VI, 157-167).
28
Las crónicas sobre la Conferencia interamericana o el Congreso de Washington, como también se lo
llamó, fueron escritas bajo la forma de cartas dirigidas al Director de La Nación, desde unos días antes del
inicio de las sesiones, el 28 de setiembre de 1889, hasta el 3 de mayo de 1890, unos días después de la
173

ilustrada de Nueva York, donde publicó su artículo sobre la Conferencia Monetaria


Interamericana.
Es sabido que la relación entre escritura y política admite diversos clivajes.
Como lo señalamos en el capítulo anterior, en la historia de la literatura y la cultura
subcontinental, este vínculo alcanzó especial relevancia y ocupó un lugar central en la
escena de las prácticas simbólico-discursivas a lo largo de la etapa de la emancipación
política, bajo la influencia de la filosofia de las Luces, y aún durante la etapa de
organización nacional de los nuevos estados. Sin embargo, se pueden distinguir
diferentes políticas de la escritura en todas las épocas, ejecutadas con mayor o menor
conciencia y deliberación. Pero en este caso nos interesa centrarnos en la escritura de la
política, justamente lo que, a nuestro juicio, está en juego en la imbricación de "Nuestra
América" con los dos eventos interamericanos o 'panamericanos' -como preferían
llamarlos sus organizadores, al decir de Martí. La obra de Martí es, por muchas razones,
un caso paradigmático para indagar cómo se escribe la política, en especial cuando se
franquean los límites de lo decible desde una perspectiva pragmático-discursiva. La
totalidad de su obra ofrece innumerables ejemplos que ilustran distintas fases de una
misma obsesión, o bien los hiatos, las carencias y las ausencias que dejaron huellas en
el curso de ese proceso, desde los primeros textos políticos escritos en su más temprana
adolescencia, hasta los Diarios de campaña al final de su vida. En diferentes momentos,
por exceso o por defecto, la connivencia entre esas dos dimensiones persiste en su obra,
a menudo como su eje vertebral.
La Conferencia Internacional Americana dio lugar a un valioso conjunto de
textos muy diversos (un discurso, trece crónicas epistolares, un ensayo, informes, etc.),
en los cuales ese cruce se torna muy visible. Ellos son el resultado del seguimiento, el
examen detenido y las opiniones vertidas a propósito de las vicisitudes de ese magno
acontecimiento, cuyas repercusiones el cronista se encargó cautelosamente de sopesar.
Este corpus es el que antecede discursivamente "Nuestra América", en forma más
inmediata y directa que otros textos con los que también se relaciona por diferentes
razones, como los Versos sencillos y algunas crónicas o escenas norteamericanas.

clausura, y fueron publicadas en ese periódico respectivamente, un mes y medio después. Cfr. J. Martí,
CONFERENCIA INTERNACIONAL AMERICANA, OC, VI, 33-116.
174

Destacamos en aquel conjunto textual uno de los discursos más reconocidos por la
crítica dentro de la producción doxológica del Maestro: el discurso "Madre América"
(1889), junto con las crónicas propiamente dichas del evento, publicadas en el diario La
Nación de Buenos Aires y reproducidas desde éste en otros diarios sudamericanos.
Precisamente en este contexto discursivo, el ensayo-programa político-cultural,
"Nuestra América", sobresale como un escrito clave y central, ligado por infinitos vasos
comunicantes con los mejores textos en prosa o en verso del autor, que lo colocan en el
'corazón' mismo de la obra martiana, en la cual asume el valor de un fragmento,
consagrado unánimemente como uno de los grandes textos de la historia intelectual
latinoamericana y continental, por su densidad ideológica y discursiva. Junto con
"Madre América", su antecedente más directo, exhibe un altísimo grado de estilización
y figuración poética. Ambos textos funcionan en el conjunto, a modo de contrapunto,
marcando dos instancias discursivas diferentes frente al referido evento, que muestran la
intensidad de la percepción martiana del dilema acerca de la definición de la identidad
americana en esa coyuntura, así como el sentido, en cierto modo, relativo y situacional de
su respuesta y de su toma de posición frente a esa disyuntiva.
En este caso, también el cotejo resulta iluminador. Brevemente, si en "Madre
América" el sujeto de la enunciación (el poeta, escritor-periodista José Martí, quien
pronuncia el discurso de recepción de los delegados hispanoamericanos, en un agasajo
ofrecido por la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York) se presenta bajo la
imagen objetivada del "hijo preso, que vuelve a ver a su madre [América] por entre las
rejas de su prisión", 29 desplegando la plurivocidad simbólica de imágenes típicamente
martianas como la casa, el hospedaje, la madre ausente, en clara referencia a
circunstancias biográficas (exilio, nostalgia por la patria, recepción de los huéspedes en
la casa de América), en "Nuestra América" —publicado simultáneamente y con
diferencia de unas semanas en el mismo mes de enero de 1891, en una revista
neoyorquina y en un periódico de México, casi coincidiendo con el nombramiento para
participar en la Conferencia Monetaria Interamericana-, el sujeto ha borrado toda marca
identificatoria (no hay referencias a una primera persona del singular, ni a la situación

29
j Martí, "Discurso de la Sociedad Literaria Hispanoamericana" ("Madre América"), Nuestra América...
Biblioteca Ayacucho, 1977, 19.
175

desde la cual escribe el sujeto, excepto la inclusión en un "nosotros" que se presenta


como un 'locus de enunciación' diferenciado y heterogéneo -"Ya no podemos ser el
pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o
•3O; "[C]on los pies en el rosario, la
zumbando, según la acaricie el capricho de la luz.
cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las
naciones..." (29); "[É]ramos una visión con el pecho de atleta, las manos de petimetre y
la frente de niño..." (30)-, y la fuerte presencia de una subjetividad que valora, adjetiva,
intensifica o devalúa con emociones, razonamientos internalizados y un profundo
sentido ético, los hechos y situaciones que describe.
Vistos desde otro ángulo, la distancia que media entre la utopía de una América
maternal, por un lado, que acoge por igual a sus hijos del Norte y del Sur del continente,
alentada en el inicio de la Conferencia (en "Madre América", el explicit cierra el
discurso con el reencuentro con la imagen maternal que los equipara a unos y a otros en
una misma relación filial), y por otro, la representación de una entidad diferenciada y
contrastante de la "América nuestra" -"nuestras repúblicas dolorosas de América" (27)-,
que es llamada a resistir para evitar ser invadida y vencida por los Estados Unidos
"potentes", en un epílogo que anuncia la gestación de "la América nueva" por las
naciones románticas del continente y las islas dolorosas del mar, descubre cierta
provisionalidad y versatilidad en esas construcciones que, no obstante, se presentan con
la engañosa consistencia de verdades sustanciales, tal como indagaremos en el próximo
apartado. También se omite toda referencia precisa acerca del adversario (no se
mencionan nombres de personas vinculadas con el poder en la "otra América"), en
tanto que en las crónicas del Congreso estos datos están sobreponderados (pensamos en
el lugar que se le concede a la presentación de la figura del flamante Secretario de
Estado de los Estados Unidos, James G. Blaine, por ejemplo). En "Nuestra América",
por lo contrario, no se invocan nombres propios en relación con la situación presente,
excepto los relativos a los segmentos históricos recuperados en ese ensayo.
En los textos publicados en las páginas de La Nación, se anticipan
discursivamente procedimientos, imágenes y emblemas que formarán parte de la

30
J. Martí, "Nuestra América", Nuestra América..., 26. En adelante, cuando se hagan citas o menciones de
esta edición, se consignará solamente el número de página entre paréntesis, en el cuerpo del texto.
176

estrategia discursiva de "Nuestra América", lo que facilita la comprensión de los


desplazamientos operados entre aquella serie textual y nuestro ensayo. Enumeraremos
sólo algunos de los rasgos compositivos que caracterizan esos artículos. En primer
lugar, la forma de validar los dichos mediante citas y comentarios de distintos medios de
la prensa escrita ("Se lee", "[S]e habla", "dicen..." 31 ) muestra la instalación del sujeto en
ese espacio urbano, donde la variedad de la prensa es especialmente apreciada, y
comporta a la vez una forma de poder decir más allá de lo permitido, puesto que no lo
dice él, lo dicen los diarios, la gente (lo escucha en las conversaciones o lo traen los
telégrafos, etc.), y así se hace eco del impacto que causan esos sucesos en la opinión
pública y da cuenta de los hechos y sus diferentes y muy variadas interpretaciones y
versiones. De este modo, toma cuerpo un relato que guardará continuidad en las
sucesivas entregas, a partir de un comienzo que coincide con la llegada de los
delegados: "Estos días han sido de recepciones y visitas para los hispanoamericanos
(...). Unos venían de Europa...", 32 y anuncia ausencias y adelanta conflictos y temores
que los justifican, para terminar dejando entrever un cambio de conciencia
supranacional o subcontinental:

Ya se van, aleccionados y silenciosos, los delegados que vinieron de los pueblos


de América a tratar, por el convite de Washington, sobre las cosas americanas.
Ya vuelven a Centro América los de los cinco países, más centroamericanos de
lo que vinieron, porque al venir se veían de soslayo unos a otros, y ahora, se van
juntos como si comprendieran que este modo de andar les va mejor..

En segundo lugar, el despliegue de la "retórica del paseo" (Ramos 1989, 126),

31
Veamos, por ejemplo, el comienzo de una de esas crónicas:
Se abre el Mail and &press, el diario vespertino de los republicanos de Nueva York y se lee: "los
huéspedes que vienen a seguir nuestra guía; la alianza que hemos solicitado y que vienen a ajustar
nuestros huéspedes".
Se abre el Herald y se lee: "es un tanto curiosa la idea de echar a andar en ferrocarril para que vean
cómo machacamos el hierro y hacemos zapatos, a veintisiete diplomáticos y hombres de marca, de
países donde no se acaba de nacer". Se abre el Post, y se lee: "el discurso de Blaine", lleno de
evasivas sonoras...
(J. Martí, "El Congreso de Washington" (N.Y, 4.X.1889) [La Nación (Bs. As., 14. X1.1889],
Ntra.América,43).
32
j Martí, "El Congreso de Washington " (N.Y., 28.IX. 1889) [La Nación, 8.XI. 1889], Nuestra América ,35.
33
J. Martí, "El Congreso de Washington "(N.Y., 3.V. 1890) [La Nación, 1 5.VI. 18901, Nuestra América, 95.
177

como dispositivo organizativo del plan textual, introduce una forma amena y
aparentemente ligera, distractora, para describir el "viaje-excursión en el tren-palacio de
los delegados" por los Estados Unidos (itinerarios, participantes, iniciativas,
propuestas), mientras permite intercalar sutiles observaciones críticas sobre las
intenciones ocultas que siembran la duda y conducen al lector al punto de sospechar
acerca del fin posible del congreso y las expectativas, intrigas y componendas de los
otros representantes, desplegando, a la par, una "retórica" complementaria "del peligro y
la sospecha" que incorpora el tópico de la urgencia, de la necesidad de estar listos -
"[U]rge...", "[D]e raíz hay que ver a los pueblos, que llevan sus raíces donde ya no se las
ve" (49)-, una retórica que volveremos a ver expandida en "Nuestra América".
Por otra parte, la presentación de la escena y de los personajes retratados apunta
a la construcción de un antagonista. Como se adelantó, quien encarna más cabalmente
el desmedido deseo expansionista imperial de los Estados Unidos, su costado más
oscuro aunque no el único, es James Gillespie Blaine (1830-1893), político y
diplomático republicano, varias veces Secretario de Estado y figura central de la política
panamericanista norteamericana. 34 Pero hacia el final de la crónica, se introduce otro
retrato, el del representante argentino, Manuel Quintana, que produjo un cambio
inesperado a último momento que desbarató la política de alianzas esperada, al votar a
favor de la eliminación del derecho de conquista, fortaleciendo así la unión
hispanoamericana.35
Interesa llamar la atención, en esta reconstrucción de la situación de enunciación
de "Nuestra América", sobre el hecho de que cuando Martí escribió las crónicas de estos
eventos para La Nación, tradujo en ellas una fuerte sensación de angustia que declaró
abiertamente en el prólogo de sus Versos sencillos, en un contexto intimista que admitía
una confesión de esa naturaleza (escritos en 1889 y publicados en 1891). En ese prólogo
describió ese tiempo como

34
Martí se refirió a Blaine, en varias ocasiones, en las Escenas norteamericanas y en sus "Norteamericanos".
En 1881, aquel concibió la idea de citar a un Congreso Interamericano para reafirmar la Doctrina Monroe. En
1882, medió junto con Trescott en un conflicto en Chile, Perú, y Bolivia, y fracasó, desautorizado por su
sucesor, Frelinghuysen. Como precandidato presidencial por el partido republicano, fue derrotado dos veces,
por Hayes y Garfield, y por el demócrata Cleveland en 1884, ligado a los intereses de empresas ferroviarias.
35
J. Martí, "El Congreso de Washington" (N.Y.3.V.1890) [La Nación, 15.VI.18901, Nuestra América, 98-
99.
178

• . .aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por


miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los
pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el
escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de
Waiker, apretaba en sús garras los pabellones todos de América? Y la agonía en
que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el
horror y la vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los
cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para
bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se
36
completa, de la patria hispanoamericana.

Y ya desde mucho antes, pero con más intensidad en los años en que se reunieron esos
cónclaves, vivía con temor sobre el futuro político de su patria y la posible ingerencia de
los Estados Unidos en la región y el subcontinente, para concretar planes que adivinaba
siniestros.37 Con la pesada intuición sobre ese aciago futuro, le confesó su preocupación a
un amigo uruguayo, en 1887, cuando le comentaba su negativa a aceptar la invitación a
instalarse en la redacción de La Nación, en Buenos Aires, donde se revela la conciencia y
el estado con que asumió el compromiso con su patria y el tamaño de su entrega:

.La Nación me manda a buscar de Buenos Aires ( ... ) Me siento desnudo y


escurrido como un monte deshelado, o como un árbol sin hojas ( ... ). Claro está que
no puedo ir con mi tierra sufriendo a la puerta, que algún día tal vez pueda
necesitarme (...). ¿Cómo ir a Buenos Aires distante, con mi tierra gimiendo a la

36
José Martí, "Prólogo" a Versos sencillos (1891), OC, XVI, Poesía, 1, 61. La cursiva es nuestra. Sus
Versos sencillos fueron escritos en el prescripto aislamiento en la Naturaleza en las montañas de Catskill
(EEUU), hacia donde lo "echó el médico al monte" (61), cuando enfermó de ansiedad. Así escribió ese
poemario que finalmente publicó en una sencilla edición de autor, un balance vital escrito en un metro
popular -octosílabos sencillos y complejos a la vez-, en vísperas de lanzarse a una campaña revolucionaria
independentista que habría de insumirle sus últimas energías.
31
Prueba de ello es el comentario sobre el congreso que le envió en una carta del 14 de diciembre de 1889, a
su discípulo cubano, Gonzalo de Quesada, entonces secretario del delegado argentino Roque Sáenz Peña y
luego secretario del Partido Revolucionario Cubano: "Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más
tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para
tener pretexto de intervenir en ella...". J. Martí, OC, VI, 128.
179

puerta? Luego, mejor que a zurcir letras, violentas y postizas como los colorines
de los moros, adonde hubiera querido ir era a un retiro campesino, a reparar, en
38
comunión con la naturaleza, las fuerzas perdidas en vivir contra ella ...

Hacia el final de esa década, sus temores acerca de los designios norteamericanos
sobre la otra América se fueron confirmando hasta hacerse visibles, en 1888, con la
convocatoria del gobierno norteamericano a la Primera Conferencia de Naciones
Americanas en Washington. Martí siguió esas noticias con ansiedad, una vez difundida la
convocatoria de "un pueblo de intereses distintos, composición híbrida y problemas
pavorosos,"39 que pretendía "ensayar en pueblos libres su sistema de colonización" (57), al
que luego se identificaría como "neocolonialismo". Cabe agregar que las ambiciones
opuestas entre Inglaterra y los Estados Unidos y la ubicación de Argentina -en ese
momento- dentro de la órbita de influencia británica, favorecieron que Martí tuviera la
posibilidad de combatir esa reunión desde las páginas del diario La Nación de Buenos
Aires.4° Veamos algunos ejemplos de sus embates. Apenas iniciada la conferencia,
escribió en las páginas del periódico de los Mitre una crónica donde advertía
tempranamente sobre el desequilibrio de fuerzas puestas en juego en ese evento:

Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más


sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que

38
J. Martí, "Carta a un amigo uruguayo" (1887). La cursiva es nuestra.
39
J. Martí, "El congreso de Washington", OC, VI, 129.
40
Conviene tomar en cuenta que, en 1888, cuando se convoca la conferencia, una tercera parte del monto
total del comercio argentino le correspondía a Inglaterra; a Francia, más de un quinto, y a Alemania un
décimo, en tanto que los Estados Unidos tenía sólo la doceava parte. El dato es revelador respecto de las
observaciones incluidas en las instrucciones del presidente de la Argentina a los delegados M.Quintana y
Roque Sáenz Peña:
La formación de una liga aduanera americana envuelve a primera vista el propósito de excluir a
Europa de las ventajas acordadas a su comercio ( ... ). Tal pensamiento no puede ser simpático al
gobierno argentino ( ... ) que
(...)
bajo ningún concepto querría ver debilitarse sus relaciones
comerciales con aquella parte del mundo, adonde enviamos nuestros productos y de donde
recibimos capitales y brazos ( ... ). La convocatoria actual tiene por objeto la implantación del
Zoilverein americano, pero estando la legislación aduanera de los Estados Unidos basada en
principios opuestos a nuestras leyes en esa materia, no sería posible aceptar ninguna proposición
tendiente a la ampliación en América del sistema proteccionista de los Estados Unidos o que
importara restricciones a nuestro comercio con Europa...
(R. Sáenz Peña, Escritos y discursos, t. III. Ed.por R.Olivera. Bs.As., 1934, 369). Cfr. R.Fernández
Retamar, "Prólogo", J. Martí, Política de Nuestra América. México, S.XXI: 1977, 17.
180

el convite de los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles y


determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones
americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos
europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos contra el resto del
mundo...4 '

Y a continuación formuló la urgencia de la tan mentada consigna emancipatoria que


retomaba y profundizaba un tópico de nuestros escritores románticos y de los fundadores
de nuestras naciones: "De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora,
después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge
decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América espaí7iola la hora de declarar
su segunda independencia".42
Al respecto, nos interesa destacar que estos cautivantes artículos escritos para ese
periódico, que ya en esa época era uno de los más importantes y modernos de la América
del Sur, lejos de agotarse en el mero valor documental y testimonial de los hechos que
comentaba y los planes que denunciaba y desmoronaba, fueron verdaderas piezas
literarias, dotadas de un sutil espíritu crítico y una fuerte dosis de invectiva, en virtud de
los cuales llegaron a ser los dardos más duros que se lanzaron contra la conferencia. 43 En
este sentido, pensamos que es pertinente leerlos en diálogo con "Nuestra América", lo que
ayuda a advertir las diferentes estrategias vehiculizadas por la escritura en cada caso y nos
conduce a la conclusión de que en realidad ambos funcionaron en forma complementaria,
de modo que lo enunciado explícitamente en las crónicas iluminaba y completaba, o
cargaba de sentido lo eludido o cifrado, que estaba implícito en aquel texto bifronte. 44

41
J. Martí, "El Congreso de Washington", OC, VI. La cursiva es nuestra.
42
J. Martí, "El Congreso de Washington", Nuestra América, 48. La cursiva es nuestra.
43
Cfr. Thomas F. Mc Gann, Argentina, EEUUy el sistema interamericano 1880-1914. Bs. As., 1960, 207.
44
Sólo un ejemplo, tomado de la crónica ya citada sobre la última sesión, escrita el 3 de mayo de 1890:
La batalla del día fue de veras muy recia. El Zollverein había sido el campo de combate en lo
económico, y la Argentina lo ganó, de cara al sol. El proyecto de conquista, suma y término natural
del arbitraje, era el campo de combate en lo político; ¿lo ganaría la Argentina también, cuando tenía
al sol en contra? Porque, entre los de habla castellana el entusiasmo con que se acogió el proyecto
de honradez y humanidad que a todos las asegura y garantiza, y no se puede rechazar sin confesarse
reo voluntario y descarado contra la humanidad y la honradez, fue tan loable como la moderación
extranjera con que en la casa, refrenó los impulsos a que lo pudo llevar el interés amenazado o la
ira, el único pueblo de nuestra América que por sus pecados de guerra, pudo creer que le iba al
pecho el proyecto levantado en masa por todas las repúblicas del continente, como un coro de
181

Por otra parte, el ensayo que estudiamos interactia con otros textos martianos
ampliamente leídos y difundidos, especialmente en periódicos hispanoamericanos, en la
medida en que esas crónicas político-económicas formaban parte de un conjunto textual
mucho más amplio, publicado en ese diario porteño, entre otros, y compuesto por artículos
-agudos informes, minuciosos y escritos con un estilo deslumbrante, cargado de ironías y
alusiones- que Martí enviaba regularmente como corresponsal de La Nación, desde los
Estados Unidos. Esos textos conocidos como "cartas de Nueva York" o "escenas
norteamericanas" eran, al mismo tiempo -como señala Jorge Mañach sobre esas
correspondencias-, "blanco constante de alusiones y un foco de influencias literarias" en
las tertulias modernistas de Buenos Aires, donde Rubén Darío -y antes Sarmiento- solía
leer en voz alta muchas de aquellas "espesas inundaciones de tinta", como solía
llamarlas el nicaragüense.45
Más adelante, volveremos sobre este vínculo con las crónicas, a propósito de la
construcción discursiva de "nuestra América". Nos limitaremos aquí a indicar solamente
que cuando Martí publicó su ensayo político, era ya uno de los escritores de lengua
española más leídos y admirados en el continente, 46 y su fama continuó creciendo a
medida que se conocían sus escritos y sus acciones. 47 Esto nos autoriza a sostener que

hermanos. Quien vio aquel espectáculo,jamás lo olvidará... (96)


45
Los textos martianos ocuparon hasta cuatro columnas de ese periódico, repletas con densos signos
tipográficos y extendidas en los noventa centímetros de longitud de la larga página (la "sábana", como la
llamaba Darío) del periódico mitrista. Desde allí miles de lectores argentinos que se informaban diariamente
de las últimas novedades neoyorquinas, conocieron Nueva York a través de los ojos de José Martí. Cfr. Jorge
Mañach, Marti e/apóstol. Bs.As.: Espasa-Calpe, 1952, 176.
46
A modo de ejemplo, citamos las palabras de Sarmiento a Paul Groussac, cuando le recomienda traducir al
francés la crónica de Martí sobre la Estatua de la Libertad (1887): "En español, nada hay que se parezca a la
salida de bramidos de Martí, y después de Víctor Hugo, nada presenta la Francia de esta resonancia de
metal". D.F.Sarmiento, "La libertad iluminando al mundo" [La Nación, Bs.As., 41.18871, Obras, XLVI,
173-176.

' Anotaremos sólo algunos datos de la biografia martiana que preludian y suceden la publicación de
"Nuestra América. Hacia el final de los ochenta, Martí ocupó cargos diplomáticos e importantes lugares en
instituciones ligadas a la cultura y la tarea intelectual (desde 1887 era cónsul de Uruguay en Nueva York;
desde 1888, representante en los Estados Unidos y Canadá de la Asociación de Prensa de Buenos Aires, y
desde 1890, presidente electo de la Sociedad Literaria Hispano-americana de Nueva York y presidente
honorario de La Liga, una sociedad de negros en la que era maestro). A mediados de 1890, fue nombrado
cónsul de Argentina y Paraguay. Entre julio y octubre de 1889 había emprendido la tarea de escribir una
revista para niños, La edad de oro -de la que salieron sólo cuatro números-, de alto contenido moral, espíritu
moderno y sobrado valor estético por las ilustraciones y los textos que incluía. En ella les enseñaba "con ojos
descolonizados" a los niños -en quienes veía a los futuros hombres nuevos-, la historia del presente, el amor a
182

también era indudablemente reconocible por su estilo, el que —cabe recordarlo- para los
escritores modernistas era algo semejante a una "marca de fábrica", el lenguaje específico
de la literatura, un sello personal que se forjaba en las redacciones de los periódicos
(Ramos 1989, 90).
En este mismo sentido, el periodismo -según Rubén Darío- "constituye una•
gimnasia de estilo" y la crónica, un "laboratorio de ensayo del 'estilo' modernista" (Rotker
1992, 96), de donde se podría pensar —insistimos- en que ese mismo estilo opera como una
matriz compartida en los textos que nos interesa acercar, en la medida en que sus asuntos y
lugares de enunciación son también comunes.
Por último, podemos preguntamos por la función que asumen estas
contextualizaciones en la lectura que proponemos. En primer lugar, el cotejo que
sugerimos apunta a enfocar lo no explícito y desentrañar lo c?frado en un texto que nos
adelantamos a caracterizar como portador de un alto nivel de estilización y de trabajo
estético, construido con imágenes y tropos de sólo aparente sencillez y transparencia,
cargados de múltiples significaciones por su denso valor simbólico. En segundo lugar,
como se sabe, estas operaciones de "sobreescritura" 48 que agregaban un plus de sentido y
filtraban lo que estaba más allá de lo meramente informativo o de lo efectivamente
permitido, nos obligan a proceder con cautela, leer entrelíneas y 'sobreleer' materiales
semánticamente sobresaturados como los que se trabajan en el ensayo que estudiamos. En
tercer lugar, de lo expuesto hasta aquí es posible inferir que la participación como cronista
y testigo en el Congreso Internacional de Washington y como juez y parte en la

la patria hispanoamericana, a los héroes y a los humildes, y, al mismo tiempo, los grandes valores
universales: la verdad, la justicia, la belleza. En esa época fracasó definitivamente su matrimonio con
Carmen Zayas Bazán, mientras profundizaba su labor organizativa y de creación de una conciencia
independentista y antianexionista. En 1891 participó activamente como delegado de Uruguay en la
Conferencia Monetaria Internacional Americana, donde tuvo un papel central. Poco después, renunció a
sus cargos consulares y puso fin a su colaboración con periódicos latinoamericanos para dedicarse de
lleno a la tarea revolucionaria (en mayo de 1891, publicó su última correspondencia en La Nación). Desde
entonces sólo conservó unas clases nocturnas de español para vivir. Cfr. R. Fernández Retamar, 1977, 16-
19; 1. Hidalgo Paz 2003; C. Vitier 2004; S. Morales Pérez 2003.

48
Por sobreescrilura, entendemos la operación discursiva que Julio Ramos describe de este modo:
Para poder hablar en el periódico, el literato se ajusta a la exigencia del mismo, informa, e
incluso asume la información como un objeto privilegiado de su reflexión. Pero al "informar"
sobre-escribe: escribe sobre el periódico, que continuamente lee, en un acto de palimpsesto,
digamos, que a la vez proyecta un trabajo verbal sumamente enfático, que la noticia —el objeto
leído- no tenía.(J. Ramos 1989, 110).
183

Conferencia Monetaria, le ofreció la posibilidad única de palpar, desde las "[e]ntrañas del
congreso [que] están como todas las entrañas, donde no se las ve. " -desde el interior ,
mismo del lugar de discusión-, cómo y dónde se forjaban y debatían las políticas
internacionales continentales, se anudaban alianzas estratégicas y se elegían los planes y
las acciones para ejecutarlas.
De ahí la cautela, el esfuerzo cuidadoso y el esmero puestos en "estetizar la
política" (Rotker) en "Nuestra América", no para maquillarla o decorarla sino para poder
advertir y precaver, desarticular y refutar, programar y armar. A su vez, la lectura de esos
textos que anticipan y complementan las tesis y los argumentos, los tópicos, las figuras y
los tropos retomados en "Nuestra América" se nos propone como un ejercicio provocador
y particularmente productivo para el lector contemporáneo, en la medida en que ilumina
significados estilizados estratégicamente en ese texto, que el lector de época podía
fácilmente reponer y activar.
En suma, la consideración de esta relación poco trabajada como contexto
histórico y discursivo resulta, a nuestro entender, una operación ineludible para el
estudio y la cabal comprensión de este ensayo que merece ser revisada a la luz del
nutrido entramado de hebras de sentido que ligan estos acontecimientos político-
culturales con el acontecimiento discursivo que nos ocupa. Desde este punto de vista,
las afirmaciones de Julio Ramos, al comienzo del último capítulo de Desencuentros...,
dedicado a "Nuestra América", parecen estar sesgadas en exceso por teorías
posmodemas que colocan exclusivamente en el discurso, el poder configurador de la
realidad, perdiendo de vista el protagonismo —como en el caso que estudiamos- de lo
que se repone solamente en la inserción del - texto en la situación comunicativa en que
fue gestado como intervención, dentro en un momento histórico especialmente denso y
significativo.
Ramos adelanta que el objetivo de su lectura de ese ensayo martiano es la
configuración de un discurso latinoamericanista, y no la idea o el concepto de América
Latina como el núcleo generador que -tal como la percibe, casi siempre, irreflexivamente
cierta historiografia de la cultura- presupone "la presencia de América Latina como un

49
J. Martí, "El Congreso de Washington" (N.Y, 29.IX, 1889) [La Nación, 8.XT.18891, Nuestra
América, . 38.
..
184

campo desde siempre organizado en el exterior de los 'conceptos', referible por la


"transparencia de las ideas, y luego historiable" (Ramos 1989, 229). Y más adelante
explicita su perspectiva: "América Latina no es un campo de identidad organizado,
demarcado, antes de la intervención de la mirada que busca representarlo", para luego
enunciar la hipótesis que le sirve de punto de partida: ". . . ' lo latinoamericano' es un campo
producido, ordenado, en la misma disposición -políticamente sobredeterminada- del
discurso que nombra y al nombrar genera el campo de esa realidad." (229)
Sin embargo, pese a que el crítico se encarga un tanto elípticamente de tomar
distancia de engañosas mistificaciones autorreferencialistas y de empirismos ingenuos, y
admite que América Latina no es una pura ficción que se agota en las palabras que la
designan, sino que sobrepasa las representaciones intelectuales sobre esa experiencia
contradictoria y existe como problemática densa e ineluctable, nos resulta curioso que no
sólo omita considerar aquella relación que mencionamos, sino que ni siquiera haga una
sola mención de aquellos acontecimientos políticos (las dos Conferencias que enmarcaron
aquel ensayo) de directa y mutua implicación.
En consecuencia, sin desestimar el acierto del señalamiento de Ramos acerca del
papel protagónico del aspecto marcadamente constructivo de este texto,
programáticamente armonioso y equilibrado, pensamos que es necesario no desatender
las circunstancias que rodearon su escritura, los entornos que la motivaron, el entramado
sociopolítico y económico de la escena discursiva en la que este texto se enmarca e
interviene, instalándose de un modo plenamente consciente para su autor.

Tensiones y suturas en la construcción de 'nuestra América'

En este apartado abordaremos la configuración discursiva de la entidad que se


construye en este ensayo. Para ello conviene tener en cuenta otro dato extremadamente
significativo para el estudio de su estructura formal, que la crítica ha incorporado
recientemente pero sin que aún haya sido suficientemente aprovechado en los estudios
dedicados a este texto.
En efecto, hasta hace sólo unas décadas se pensaba que el ensayo "Nuestra
América" había sido publicado originariamente en "El Partido Liberal" de México, el 30
de enero de1891, pero cuando Iván Schulman y Vemon Chamberlin localizaron la
185

mayoría de los números de una publicación que había permanecido casi ignorada durante
más de medio siglo, La Revista ilustrada de Nueva York, descubrieron que el l de enero
de 1891 el mismo ensayo había sido publicado en los Estados Unidos, en esa revista. A
pesar de que no se encontraron diferencias en la versión textual, las consecuencias de ese
hallazgo no fueron irrelevantes, puesto que la noticia de la doble publicación en
circunstancias y contextos nacionales, tan distintos y temporalmente no demasiado
lejanos, suponía un doble marco de inscripción que podría haber incidido —y que
efectivamente incidió- en la configuración discursiva del texto. A las tensiones inherentes
al contexto de confrontación ideológico-política donde salió a escena, se agrega la
orientación hacia dos espacios, una doble situación de recepción, es decir: dos contextos
de lectura que trazan desde el inicio una bipolaridad que reduplica aquella tensión original
pero también introducen un doble horizonte de destinatarios (pro- y paradestinatarios
para reunir adhesiones y contradestinatario para contraargumentar) (E. Verón).
Esta doble estrategia textual hace de "Nuestra América", por este solo hecho, un
texto atípico en la historia del latinoamericanismo y también en la de la cultura
latinoamericana, con por lo menos dos tipos de lectores implícitos, dos bandos textuales
considerados e incluidos en los dispositivos mismos de enunciación, y dos contextos de
recepción, circulación y difusión previstos anticipadamente en el texto. En principio, nos
referimos a la relación desigual que mantuvo Martí periodista o corresponsal, con estas
dos publicaciones —La Revista ilustrada de Nueva York y El Partido Liberal de México-
y los directores, temáticas, tipo de lectores y proyectos de cada una, aunque es probable
que tal vez el ensayo haya sido publicado en otros periódicos o revistas del continente, en
fecha no muy lejana, lo que explicaría la rápida difusión de su propuesta de acción. Esos
dos lugares documentados de edición representan los extremos de una curva de recepción
implícita: exiliados hispanos de Nueva York y políticos norteamericanos interesados en el
tema que encarnaban los intereses estadounidenses hasta los letrados e intelectuales del
resto de América.
Observemos algunos rasgos de las publicaciones que albergan este ensayo: en
principio, La Revista Ilustrada de Nueva York (1885-1898?) fue una prestigiosa
publicación decimonónica, de pensamiento y de letras -hasta hace unas décadas muy poco
conocida y escasamente estudiada-, cuyo editor propietario fue un distinguido panameño,
186

don Elías de Losada (1848-1896). La Revista ilustrada sobresalió por su alto valor
literario y su impresión de cierto lujo entre los mejores magazines editados en lengua
española, en los Estados Unidos, por esos años, y fue uno de los periódicos familiares más
destacados entre los más de doscientos publicados, eñ el siglo XIX, en las principales
ciudades norteamericanas. Su director literario fue Nicanor Bolet Peraza, poeta en prosa,
quien garantizó que el "esmero artístico" ("la pluma de colores", como lo llamó Martí)
fuese cultivado por todos sus colaboradores. En sus columnas escribieron autores de
renombre como Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Ricardo Palma, Juan Montalvo,
Juan Valera y Emilia Pardo Bazán, entre otros.
En La Revista -como solía llamarla Martí-, se publicaron al parecer sólo dos
trabajos más, aparte de "Nuestra América": "La conferencia monetaria de las repúblicas de
América" y "Las crónicas potosinas de Vicente O. Quesada", este último sin su firma. Se
distribuyó por toda la América Hispana y tuvo un sesgo netamente americano en su
propósito de dar a conocer nuestros pueblos, como lo prueban los numerosos artículos
elogiosos, procedentes de publicaciones extranjeras, que se reproducen en sus columnas. 50
La defensa martiana de los valores culturales americanos coincidía con la postura
americanista de La Revista, de modo que allí encontró una tribuna adecuada para definir
su posición autónoma respecto de América, posición que caracterizaba -por otra parte- a
esa publicación que defendía además del principio educativo de la fuerza intelectual como
vía y garantía del progreso, las "armas del juicio...", "trincheras de ideas..." (26), vale
decir, el valor del conocimiento para solucionar problemas. Por otra parte, la breve pero
muy valiosa colaboración de Martí en esa rara publicación neoyorquina se respaldó en una
serie de constantes compartidas por La Revista y el ideario martiano, como la apuesta- por
un magisterio social, un americanismo integral, una concepción idealista romántica
combinada con un sentido pragmático, un pensamiento universal y el deseo de fortalecer
y elevar el espíritu de América.
Conviene recordar, con vistas a perfilar el lector de este artículo, que
contemporáneamente a su publicación existían en Nueva York asociaciones de

50
En una carta a Elías de Losada, José Martí le expresó con estas palabras su personal estima sobre La
Revista: "Me pareció el periódico, cosa mía, por la tolerancia y pensamiento americano, del bueno, que
Ud. pone en él: y tuve un gusto vivo y personal..." (J.Martí, "Carta de Iván A. Schulman,
"José Martí y la Revista ilustrada de Nueva York", Cuadernos Americanos, XXVII, 4 (1968): 14 1-153.
187

hispanoamericanos o prohispanoamericanos que, individualmente o en forma colectiva,


fomentaron la ubicación central de la lucha por la liberación de la isla en ese lugar. Por
ejemplo: el Club "LOS independientes" -la organización revolucionaria que más perduró-,
"La sociedad literaria hispano-americana" que llegó a presidir el mismo Martí y, en el otro
extremo, "La liga", una sociedad de trabajadores cubanos de color, fundada en Nueva
York, en 1890, bajo la inspiración de Martí.
Entre 1886 y 1892, Martí colaboró desde los Estados Unidos, en El Partido
Liberal, de México, el periódico oficial de Porfirio Díaz, gracias a la mediación de su
amigo Manuel Mercado, simultáneamente a sus colaboraciones en La Nación, que en
muchos casos trataban los mismos temas, aunque éstas se publicaban más tardíamente.
Según Félix Lizaso, Martí había sido invitado a colaborar en ese diario, recién en marzo de
1889, pero al parecer la historia de sus colaboraciones en El Partido Liberal fue durante
largo tiempo mal contada. 5 ' En las Cartas a Manuel A. Mercado que el propio Martí
escribió a su amigo mexicano, se puede leer que desde el 22 de marzo de 1886, el Maestro
cubano deseaba conseguir el cargo de corresponsal en algún periódico mexicano como El
Partido Liberal o El Nacional, y que cuando Martí escribió su primera correspondencia el
14 de mayo de 1886 (publicada en El Partido..., el 29 de mayo de ese año), todavía no
sabía el nombre del periódico que la publicaría, aunque imaginaba que sería El Partido
Liberal.52
En México, pudo entrar en contacto con otro lector hispanoamericano
característico de esa época: el burgués ilustrado. Siempre preocupado por el país que
accedía a la lectura del periódico especializado, Martí solía decir que le costaba tomar el
tono al diario y al público nuevo, que al principio lo asustaba el compromiso de escribir
cuatro cartas al mes por "miedo a parecer intruso" (hoy diríamos, 'descontextualizado).
Por lo general, se trazaba un programa mínimo, de manera que en casi todas se trataba
sólo un asunto (y en esto, como en sus cartas desde Nueva York, rompía con la tradición
que había impuesto Le Figaro sobre la variedad de materias y temas tratados en una

Félix Lizaso, Marti místico de/deber. Bs.As.: Losada, 1952, 263.


51 Cfr.
52
J. Martí, Cartas a Manuel A. Mercado. México: Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de
México, 1946, 105. Véase también: Ernesto Mejía Sánchez, "Introducción: José Martí en E/Partido Liberal
(1886-1892)", José Martí, Nuevas cartas de Nueva York Investigación, introducción e índice de E. Mejía
Sánchez. México: Siglo XXI - Colección América Nuestra, 1980: 11-17.
188

misma crónica), a menos que no fuese muy culminante y absorbente (cfr. Rotker 1992,
107). En otras ocasiones, dudaba sobre la oportunidad de la publicación de un artículo y
sin embargo lo enviaba igual, pero dejaba la decisión de "darlo a la prensa" o no, en las
manos de Manuel Mercado y sus amigos, aunque confesaba haberlo "escrito en virtud de
mucho pensamiento y con una previsión en cada palabra".
Como es el caso de "Nuestra América", por lo general, la marca gramatical de la
primera persona del plural del posesivo ("nuestro"/a) incluida en los artículos publicados
en ese diario, englobaba la figura del lector ideal, presupuesto en la composición del texto,
e indicaba al mismo tiempo la pertenencia del emisor y del receptor al mismo espacio, en
tanto entidad construida legitimadora que autorizaba la escritura. Presuponía así una cierta
simetría que el sujeto de la enunciación esgrimía como estrategia. La identidad de ese
"nosotros" en representación del cual hablaba el emisor, podía referirse a los hombres de
la América Española, no sólo los que leen, sino los otros, los indios, los negros, los
campesinos -"la vincha y la toga"-, también los americanos del sur interesados en el
destino de la patria común, pero no aquellos "aldeanos" que sólo se miraban el ombligo y
veían con desconfianza a su vecino.
En cuanto a la circulación de lo publicado en esas páginas.del periódico mexicano,
excedía ampliamente las fronteras de esa nación: llegaba por intercambio directo a varias
capitales latinoamericanas, circulaba casi de boca en boca o por correo postal o a través de
viajeros (gente de las clases adineradas, las únicas que tenían el hábito de viajar
regularmente). Aparte de la directa relación de Martí con otros diarios del continente, el
periodismo le ofrecía un poderoso mecanismo encargado de diseminar las "novedades"
entre los centros culturales y de poder, mientras permitía el instantaneísmo, la casi
simultaneidad de un texto con el acontecimiento que lo había genera y una estrecha
relación entre hechos y palabras. 53

53
En la segunda mitad del siglo XIX, comenzó a difundirse el paulatino desplazamiento del periodismo
doctrinario, de opinión, al periodismo de cuño informativo, y de la prensa de divulgación y debate de ideas al
registro de acontecimientos, a partir de la aparición de la noticia. Esa transferencia de énfasis tiene como
correlato la preocupación creciente por acceder a la información in situ (novedad introducida en Francia, por
el semanario L'illusiraiion, fundado en 1843). En consecuencia, se comenzó a ponderar la relación de
contacto directo con la veracidad, la confiabilidad o el carácter fidedigno de la información recogida. Por
otra parte, la tendencia a acelerar el tiempo de transmisión, circulación y consumo de los datos se hizo
posible por la intermediación de dispositivos técnicos, como el telégrafo después de 1850. El campo de la
información de prensa acompaña la extensión de redes de telégrafo y la aparición del reponer, como nuevo
tipo social profesional del fin del siglo XIX. Cfr. E. Verón, S. Rotker, J. Ramos, P. P. Rodríguez, entre otros.
189

Volvamos ahora al ensayo que nos ocupa, debemos aclarar que aunque el asunto
tratado estaba lejos de encuadrarse en la esfera de lo euimero del diario de ayer e iba más
allá de la mera crónica, por cuanto refería y reflexionaba sobre un conflicto que, aún
confirmada la sospecha y realizado lo anunciado en ese texto, conservó su vigencia hasta
nuestros días, desde cualquier perspectiva que se lo enfoque, trasponiendo en su relación
de circulación-consumo los límites de lo instantáneo y perecedero hasta instalarse por su
tematización prolongada en la long durée de la historia.
"Nuestra América" construye así una entidad cultural, desde un doble lugar de
inscripción discursiva que traspasa no solamente las fronteras nacionales del lugar fisico
desde donde el autor lo escribió, sino las de la "comunidad imaginada" (B. Anderson)
transnacional o supranacional que el mismo texto se encarga de diseñar, y derriba así los
límites impuestos por el mismo mecanismo constructivo que lo articula, a través de una
cadena de oposiciones que lo tensan: "nuestra América" - "la América del Norte",
"nosotros" - "ellos", "hombres naturales" - "letrados artificiales", "mestizo autóctono" -
"criollo exótico", "tigre de adentro" - "tigre de afuera". En una escena atravesada por la
amenaza de una avanzada imperialista que extrema toda posibilidad de reflexionar sobre
la identidad fuera de ese contexto y mucho menos en el ámbito de un periódico, Martí
construye así una entidad que se desplaza incluso más allá de la frontera geográfica
trazada, hasta llegar a incorporar al sujeto mismo de la enunciación que encuentra aquí, al
parecer, en la escritura, a la vez su único lugar de arraigo y amparo. La operación
constructiva -insistimos- atravesada de tensiones profusamente representadas en el
discurso -como veremos en un apartado siguiente- apenas remeda una sutura que pretende
reparar la herida, el desarraigo, la carencia.
Sin embargo, ni la experiencia de la tensión que atraviesa la construcción
identitaria, intensificada en la circunstancia particular que rodea la escritura y
reduplicada en este texto por las condiciones materiales de su inscripción discursiva, ni
la expresión "nuestra América" y la conceptualización que la acompaña, son nuevas ni
en Martí ni en la historia intelectual de nuestros países, sino que reconocen una larga
prosapia y cuentan con una superpoblada genealogía de pensadores que la anticiparon:
Francisco de Miranda (1783 y 1806), y, aún antes, el poeta neogranadino, Hernando
Domínguez Camargo (1676) y el mexicano Juan José Eguiara y Eguren (1748), entre
190

otros. Y sin atenernos estrictamente a aquella expresión sino a la idea de bloque


subcontinental o de grandes uniones regionales que la integran, entronca con una larga
y sostenida tradición: desde los precursores de la Independencia y los letrados patricios
como Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Simón Bolívar, Bernardo de Monteagudo, San
Martín, O'Higgins, Sucre, Fray Servando Teresa de Mier, Mariano Moreno, José Cecilio
del Valle y, ya bien entrado el siglo XIX, los románticos José Victoriano Lastarria y el
olvidado Francisco Bilbao (de quien se reconocen en "Nuestra América" algunos
pasajes, tópicos y expresiones de su libro El evangelio americano (186), pero sin la
retórica excesivamente declamatoria y grandilocuente del chileno), Juan Bautista
Alberdi, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, José Enrique Rodó (en cuyo Ariel
se hará cargo de la divisa creadora de Martí), Justo Sierra, Juan Montalvo, Manuel
Ugarte, Pedro Henríquez Ureña, y tantos otros. 54 Cabe consignar que el mismo James
Blaine utilizó la expresión "Nuestra América", pero extendiéndola a todo el continente
como sinónimo de Panamérica.
En cuanto a su trayectoria en la obra martiana, si -como afirma Fernández
Retamar- la dramática coyuntura de la Conferencia de Washington "cataliza la visión
martiana de nuestra América, esa visión ha venido forjándose desde mucho antes en él"
(R. Fernández Retamar 1977, 25). Las fisuras y confrontaciones ya habían sido señaladas
desde mucho antes tanto en sus trabajos publicados en la "Revista Universal", durante su
temprana estadía en México, como en los escritos en Guatemala y en Venezuela, los que
confirman que en esos años la concepción martiana de la naturaleza y el destino de estos
países estaba ya plenamente formada. 55 Indudablemente, las experiencias mexicana y

54
Remitimos a los siguientes estudios detallados de estas fuentes del nacionalismo latinoamericano y de los
antecedentes de la idea de "nuestra América": Ricaurte Soler, Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De
la independencia a la emergencia del imperialismo. México: Siglo XXI, 1980 y Ernesto Mejía Sánchez,
"Estudio preliminar" a Carlos María de Bustamante, No conviene a la libertad de la nación mexicana....
México: Colección Bibliófilos Oaxaqueños, 2 serie, 1974.
55 Hay una progresión en la toma de conciencia política de Martí sobre este punto, desde su inicial
preocupación por la nación en lo inmediato ("O Yara o Madrid") y por los efectos de la dominación
colonial más allá de las fronteras de la Isla, en El Presidio..., aunque sin percibirlas todavía como una
totalidad orgánica, ni con un nombre unificador, pero sí como diferentes de España. Luego, en España
advirtió la diferencia con los EEUU ("Cuadernos de apuntes. 1", oc, XXI, 15-16), y en México, con la
"América europea" (26). El primer germen de la idea martiana de "nuestra América", preparada y
anticipada en México, con el decisivo aporte de las culturas aborígenes, se hizo realidad en Guatemala,
hacia 1877, donde trazó un balance de su saber continental, con nociones que lo acompañaron durante el
resto de su vida ("Los códigos nuevos", OC, VII, 98). En ese mismo año, acuñó la expresión "madre
América", esbozada en sus artículos mexicanos. Ambas reaparecieron en su madurez. En Venezuela se
191

guatemalteca echaron las bases del americanismo martiano, pero -al decir de Cintio Vitier-

fue desde las estribaciones del Monte Ávila [en Venezuela] y desde el
tumultuoso mirador neoyorquino que Martí continentalizó, por decirlo así, su prosa
periodística, dotada ya en los años ochenta de una espacialidad, de un pathos de lo
simultáneo y de una adhesión al torrente vital que únicamente encontramos en la
poesía de Walt Whitman... (Vitier 2004, 206).

Así es que en un grupo importante de los textos neoyorquinos, especialmente en


las crónicas económico-políticas y en las crónicas urbanas, verdaderos mosaicos de
escenas de "la otra América", es donde con mayor acuidad desarrolla la oposición entre
"nuestra América" y la otra América. En un texto de incomparable calidad literaria y de
admirable estructuración artística como "Coney Island", una crónica de balneario
aparentemente menor, encontramos representada en forma tan contundente como
sublime la contradicción entre las dos Américas, sopesando y alternando táctica o
estratégicamente temores y esperanzas, angustias y entusiasmos. Para ilustrarlo, citamos
sólo un fragmento donde tácitamente se describe en forma contrastiva el país del Norte
y luego se condensa en una frase brevísima, casi aforística, la antítesis que resume el
planteo identitario central:

En los fastos humanos, nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados


Unidos del Norte. Si hay o no en ellos falta de raíces profundas; si son más
duraderos en los pueblos lbs lazos que ata el sacrificio y el dolor común que los
que ata el común interés; si esa nación colosal, lleva o no en sus entrañas
elementos feroces y tremendos; si la ausencia del espíritu femenil, origen del
sentido artístico y complemento del ser nacional, endurece y corrompe el

cristalizaron sus ideas sobre el carácter específico y diferente de nuestra América, pero recién en 1881,
en los EEUU, nació una nueva imagen de nuestra América en contrapunto con la "América europea". En
esos años ya había salido a la luz la dicotomía entre textos públicos donde hablaba de "nuestra América
fabulosa", y privados donde la llamaba "nuestra América enferma"(OC, XX, 67) y declaraba que "no
habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispanoamérica" (OC, )(X1, 164). Cfr. R. Fernández
Retamar 1977, 23-29. Para ampliar, puede verse: P.P.Rodríguez, De las dos Américas. (Aproximaciones
a/pensamiento martiano). La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2002.
192

corazón de ese pueblo pasmoso, eso lo dirán los tiempos.


(...)

Aquellas gentes comen cantidad; nosotros clase.. 56

Esta última frase, claro exponente de la "prosa poemática" más elaborada, da


cuenta de la distancia impuesta por el demostrativo y alude a la muchedumbre que
disfruta del ocio, como a un sujeto masificado, disperso y despersonalizado, que
precisamente contrasta con el "nosotros" (los pueblos hispanoamericanos), donde el
sujeto enunciador se construye nostálgicamente su lugar, aunque justamente ese otro
(ustedes) que el hablante (yo, nosotros) incluye en el campo de identidad que busca
representar, nuestras tierras, no deja de ser como el ellos, en cierto modo, una unidad
producida, todo lo cual colabora a agudizar aún más la oposición.
Se reconocen aquí algunos trazos similares a los que componen la representación
oposicional entre la América nuestra (concepto que aparece, a esta altura, bien definido)
y la América del Norte, y por su condición bicultural, se hace evidente la capacidad
especial del Apóstol cubano para captar las características diferenciales de la
civilización ajena, las que más sorprenden, con la mirada de un 'descubridor' que lo
coloca en una posición privilegiada, porque -como sostiene Georg Simmel- "quien viene
de afuera, quien mira la vida ( ... ) como un extranjero, percibe más el hacerse ( ... ),
calibra la convención de lo que pasa por natural, con más agudeza que quien es vecino
de siempre..."57 Será entonces esa observación de lo diferente, su formulación como-tal,
la que habilita el establecimiento de contrastes y tensiones, pero al mismo tiempo, la
consideración de lo diverso y heterogéneo, simultáneamente, conduce a -reiterados
intentos de síntesis y suturas.

La construcción de Nuestra América: retórica persuasiva y sintaxis cordial

"Artículo programático" (Fernández Retamar 1977, 24), ensayo-visión, "prosa


poemática" García Marruz), visión profética, "ensayo revolucionario" (Morales Pérez),

56
J. Martí, "Coney Island" [La Pluma (Bogotá), 3.X1I.18811, OC, t. IX, 123,127.
57Georg Simmel, "La metrópoli y la vida intelectual", El individuo y la libertad Ensayos de crítica de la
cultura. Península, Barcelona, 1986.
193

advertencia y proclama, manifiesto de la libertad del subcontinente, discurso político de


oposición a la expansión imperialista de los Estados Unidos y de liderazgo hacia los
países hispanoamericanos, "Nuestra América" admite que se lo ubique en todas estas
categorías y que se le atribuyan tal vez muchos rótulos más, pero con una condición
peculiar que se agrega a su versatilidad intrínseca: la de albergar componentes de
diferentes modalidades discursivas: rastros provenientes del cuento infantil, intensidades y
tonalidades oratorias, prosa y poesía fusionadas (lo que Fina García Marruz describió
como "prosa poemática" 58 ), modulaciones teatrales y dramáticas, dispositivos compartidos
por los textos periodísticos (noticia, crónica, semblanza), arenga, parábola, aforismo,
programa, entre tantos otros.
Sin embargo, el texto obedece en su conjunto a una serie de factores muy
puntuales que nos autorizan a reconocer en él la presencia de una serie de elementos que
responden por lo menos a dos dispositivos, uno de los cuales anticipamos en el inicio de
nuestro trabajo: la retórica de la guerray su sucedáneo, de la alerta y el peligro, y la que
hace de este texto, en el fondo, pese a todas las formas de las que se recubre, un ensayo: la
retórica de la persuasión.59
En relación con la primera, señalaremos que a la puesta a prueba de una nueva
exégesis textual: la estetización de la política sobre un recorte novedoso del objeto, se
suma este uso bélico de la lengua (de la escritura y de la palabra), proyectado tanto en el

58
Con esa expresión, Fina García Marruz designa en Martí "la extensión de los límites de 'lo poético', como
cualidad adjetiva, a la poesía, como sustancia de la realidad toda, aún la sufriente o carente de belleza", y
agrega que "...y es ese abrazar también a las realidades mal llamadas 'prosaicas' la que lo llevó a su
excepcional periodismo poemático, en el que están las fuentes de su verso libre, de aquel llevar al verso 'la
llaneza y construcción directa de la prosa', como - ya había llevado a la prosa el aliento de lo lírico." Fina
García Marruz, "La prosa poemática en Martí", C. Vitier - F. García Marruz, Temas martianos. Pto. Rico:
Ediciones Huracán, 1984, 213. El énfasis en nuestro.
59 Conviene aclarar el sentido con que utilizamos la expresión 'retórica persuasiva'. Siguiendo la taxonomía
de la audiencia del discurso político, propuesta por Eliseo Verón, entendemos por esa expresión el
dispositivo utilizado en el tipo de discurso político orientado a un destinatario incorporado en contextos
democráticos o republicanos. Sostenemos, entonces, que si todo discurso político cumple funciones
diferentes frente a los dos destinatarios antagónicos que presupone: de polémica (lectura destructiva) respecto
del contradestinatario (Otro negativo, con inversión de creencia) y de refiiero respecto del prodestinatario
(Otro positivo, con presuposición de creencia) —ambas funciones, básicamente desarrolladas por la retórica
bélica-, "al paradestinatario [fuera de juego, con suspensión de creencia] va dirigido todo lo que en el
discurso político es del orden de la persuasión" (Verón 1987, 17). En este sentido, advertimos que este
ensayo cumple una función estrictamente formativa o educadora, con un marcado interés ético-político. En
ninguno de los casos, la retórica se reduce a lo someramente ornamental (Perelman), sino que se la piensa
sobre todo con un valor fundante.
194

terreno simbólico-discursivo como en el de las estrategias político-diplomáticas. A


diferencia de otros inclpit exclamativos e intempestivos de algunas de sus mejores
crónicas, el texto comienza sorpresivamente con una reflexión iii media res, con un tono
medio, equilibrado, pensado (sin que haya lugar tampoco para la presentación previa ni
parael anticipo de asuntos ni exordios), que parte de una creencia atribuida al hombre
común e inmediatamente denuncia y critica el regionalismo o el localismo ingenuos. No
sólo se ordena en campos semánticos opuestos -como ya lo anunciamos-: "nosotros"-
"ellos", "nuestra América"-"la América del Norte", "cultura"-"naturaleza", lo local-lo
universal, sino en antagonismos internos como los referidos a la figura de la traición que
aparecerán más adelante bajo el simbolismo del tigre: "el tigre de adentro" que reduplica
"el tigre de afuera" y aumenta la amenaza, además de las elecciones léxicas vinculadas con
el orden de lo bélico y con frecuencia cruzadas con el campo semántico de las ideas,
recreando el antiguo topos de las armas y las letras, tal como aparecen en el primer
parágrafo del ensayo: "armas del juicio", "trincheras de ideas"! "trincheras de piedra",
"proa", "un escuadrón de acorazados", "puños", "sangre", "sable" (25).
Recordemos que cuando Martí dio a conocer este texto, en 1891, había sido
consumada desde hacía medio siglo la anexión de los estados mexicanos de Texas,
California y Nuevo México los Estados Unidos, y Martí ya tenía la certeza de la política
panamericanista que pretendían imponer el país del Norte, que fue el verdadero motor de
la sensación de peligro y amenaza inminente de la que urgía alertar a "nuestras repúblicas
dolorosas de América" (27), de modo que la puesta en marcha de este mecanismo
discursivo le permitió representar lo que en efecto se estaba configurando en el terreno de
la realidad fáctica como un escenario previo de la guerra, y al mismo tiempo desplegar una
estrategia "antiimperialista" avant la lettre. Así, las imágenes y metáforas bélicas, los
personajes históricos mencionados, los verbos y las expresiones que indican contraste,
enfrentamiento, lucha, violencia, uso prepotente de la fuerza, invaden todos los órdenes
representados: "poner la bota encima", "pelea de los cometas en el cielo", "se enseñan los
puños", "cercenaron, con el sable tinto..." (26). Y en lo sucesivo, la configuración de lo
bélico atraviesa todo el discurso y sus distintos órdenes siempre tensos.
Detengámonos en el primer párrafo, por ejemplo: dos imágenes asocian el peligro
no atendido con el imaginario infantil (y la interpretación alegórica de los cuentos), por un
11,11

lado, y el orden cósmico (quizás por oposición al microcosmos donde ubica la ingenuidad,
más terrenal), por el otro. La imagen muy arraigada en el imaginario infantil de "los
gigantes que llevan siete leguas en las botas", tomada del personaje fabuloso del famoso
cuento para niños Pulgarcito, de Charles Perrault, cuya sola mención enfatiza el
desarrollo vertiginoso ("botas de siete leguas") de los países más poderosos y la
desproporción de su relación con los países más débiles y pequeños, 60 y la metáfora más
extraña y compleja de "la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos
engullendo mundos" (26), ligada directamente con un pasaje de la crónica "El Congreso
Internacional de Washington" (La Nación, 19 y 20.Xll. 1889)61 —lo que abona la propuesta
de lectura en cotejo que planteamos en el primer apartado de este capítulo- y con cierta
creencia indígena de "cometas orgullosos que paseaban por entre el sol dormido y la
montaña inmóvil el espíritu de las estrellas", de los macusíes de la región del Orinoco, de
la que Martí tuvo noticia a través de su amigo venezolano Arístides Rojas. 62
Pero este poderoso dispositivo configurador no se agota en la asombrosa
profusión de recursos estratégicamente seleccionados sino que articula el orden mismo
de la partitio del texto en el encadenamiento de secuencias narrativas (en total, cinco
secciones separadas por un espacio en blanco) que marcan un avance, si no en el terreno
de la realidad fáctica, sí en el orden de la creencia: de la doxa inicial impugnada al
comienzo del texto, pasando por verdades sentenciadas, falacias denunciadas y falsas
creencias desacreditadas, e intercalando visiones retrospectivas, balances certeros y
anuncios proféticos, se asistirá en el final a la revelación exaltada no sólo en el orden de
lo visual sino también en el de lo sonoro ("Porque ya suena el himno unánime ... !)" de
un mito amerindio que actualiza la llegada de la América nueva, y se nos-impone con el
valor de una verdad: "...del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el
Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar,

60
Es de notar la vinculación que se establece aquí entre este ensayo y el proyecto pedagógico martiano que
llevó adelante La Edad de Oro. En esa revista publicó, en julio de 1889, el cuento de Laboulaye, "Meñique",
donde les enseñaba a los niños de nuestra América que "el saber vale más que la fuerza" (J. Martí, OC, t.
XVIII, 3 10-324).
61
El pasaje es el siguiente: "LA qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados
Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América
sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?" (J. Martí, OC, t.6, 57).
62
Cfi. C.Vitier, Notas a "Nuestra América. Edición crítica", Anexo a Vida y obra del Apóstol José Martí,
348.
196

la semilla de la América nueva!". 63


En la apertura del texto, la apelación a la doxa del hombre común, desinteresado
de lo que no sea inmediato y local ("el aldeano vanidoso" 64 que cree que el mundo es su
aldea), no deja lugar a dudas sobre la posición que asume el sujeto emisor que intenta
despertarlo y alertarlo del peligro inminente, yanticipa un primer par antagónico en la
cadena de oposiciones que se articulan a lo largo de todo el ensayo: la cuestión del
regionalismo y el localismo vs universalismo, lo local-lo global, lo propio-lo ajeno,
nativismo, nacionalismo-cosmopolitismo, internacionalismo, entre otros. 65 A
continuación sacudirá su indiferencia o su despreocupación ingenua, con imperativos,
exhortaciones y enunciados deónticos ("han de..."), intercalando sentencias taxativas,
siempre hacia el final del párrafo o de la secuencia: "[E]s la hora del recuento, y de la
marcha unida"(26), interrogaciones retóricas con un propósito claramente apelativo, y
repeticiones anafóricas que, de un modo letánico, insisten en marcar que no hay dilación
posible, que ya no es posible prolongar ese estado de cosas ("ya no...", "No hay..

63
Contra la atribución más corriente de la última imagen mítica del Gran Semí que cierra el ensayo, a la
mitología taína como representación de las fuerzas de la Naturaleza y al uso simbólico de la figura de
Yucahuguamá, Cintio Vitier la rastrea en otros textos martianos y sostiene que se trata de la figuración mítica
del padre Amalivaca, de los indios tamanacos, sobre los cuales Martí habría obtenido información también en
este caso de manos de Arístides Rojas. Cfr. C.Vitier 2004, "Anexo", 355. Para la interpretación anterior,
véase la nota final de "Nuestra América" de la edición de la Biblioteca Ayacucho, anotada por Hugo
Achugar (33).
64
El adjetivo "vanidoso" es el único indicio de la falacia que entrañaba esa proposición.
65
Otros pasajes y desplazamientos que se verifican a lo largo del texto van de lo inmaterial a lo material,
de lo abstracto a lo concreto, de lo desconocido a lo conocido, de la referencia fáctica a su interpretación e
intelección. Por otra parte, tras una apariencia de objetividad se pondera el orden simbólico, y se
evidencia una creciente valoración de enunciados subjetivos que van emergiendo por medio de la
adjetivación, las modalizaciones e intensificativos, y de la vasta gama de procedimientos compositivos
utilizados.
66
Las cinco secuencias enunciativas asociadas con lo bélico pueden reconstruirse en la dispositio del texto
de este modo: en 1 (tres primeros párrafos) se alerta y se llama a tomar conciencia del peligro, se insiste en
la necesidad de conocerse y unirse para arraigarse, y de tener valor, fe y orgullo para defenderse en una
batalla desigual entre nuestra América ("que va de menos a más") y la América del Norte ("que va de más
a menos"), y por último se introduce la figura del traidor; en las próximas tres secuencias se concentran
las argumentaciones: en 11 (cuarto, quinto y sexto párrafos) por primera vez se menciona la "patria" y se
argumenta su existencia con el relato de su origen y la adecuación a la realidad concreta, y finalmente se
enumeran las pautas para un buen gobierno; en III (séptimo y octavo), se evoca a los héroes de la
emancipación americana y se formula el problema de la independencia en términos de cambio de espíritu,
y al final se reitera la amenaza, esta vez con el símbolo del tigre; en IV (noveno y décimo párrafos) se
introduce la confianza en salvación de estos países, fundada en el nacimiento del hombre real, cifrada en
la juventud y en la autenticidad; y por último, en y (undécimo y duodécimo párrafos), encontramos una
suerte de epílogo, donde se insiste en la confianza en la salvación de nuestra América de todos sus
peligros, y se denuncia nuevamente, en forma más explícita, la posible avanzada imperialista por parte de
los EEUU, que no la conocen y la desdeñan. Por último, se introduce una visión utópica -"no hay odio de
197

A lo largo del ensayo, cada sección reúne un conjunto denso de componentes


léxicos, gramaticales y temáticos que reaparecen en uno y otro pasaje, entramando el
discurso por un criterio de proximidad e interrelación mutua. Unidades mínimas
destacadas como párrafos, microrrelatos, escenas e imágenes instantáneas y fugaces
como pinceladas impresionistas, son algunos de los enunciados que abren, rematan,
retoman y cierran el discurso, marcando intensidades, énfasis, tonalidades, a través de
repeticiones léxicas incorporadas deliberadamente, y de modos y tiempos verbales que
marcan ritmos en un trabajo paralelo desde lo fónico y tonal.
Podría decirse que el acierto de la estrategia de este texto reside en el estilo tan
altamente logrado que alcanza el nivel de lo sublime y se impone como estética, una
dimensión inseparable en Martí de la ética y la política, y en la cual, aunque parezca
paradójico, reside el mayor poder argumentativo de "Nuestra América". No encontramos
aquí, sin embargo, lo que suele denominarse un discurso 'tropicalista', por lo común en
forma peyorativa, por la retórica florida, voluptuosa y vaciada de sentido que la
acompaña. Por lo contrario, el discurso se presenta cargado de formas poéticas que ponen
en acto el deseo, el anhelo, activando la imaginación para generar el efecto de realidad y
dar por hecho lo que no es sino sólo un proyecto.
En el segundo momento de la primera secuencia del ensayo, defendido el orden
más poderoso de las ideas -".. .las armas del juicio, que vencen a las otras....... y cerrado el
primer párrafo —como es habitual en Martí-, a modo de sentencia: "[T]rincheras de ideas
valen más que trincheras de piedra"-, se incita al hombre común representado por ese
"aldeano" a pensar y a tomar conciencia, a no quedarse en el nivel de la creencia ingenua -
"No hay proa que taje una nube- de ideas", se argumenta-, y se lo invita a aceptar la
'verdad' que se le ofrecerá, más avanzado el discurso, bajo la forma de una visión,
desbordante de optimismo o, quizá, de 'fe' en la construcción de la "América nueva", en
tanto que se condena la traición, la cobardía, la falta de valor y de fe -"esos insectos
dañinos que le roen el hueso a la patria que los nutre"; "[E]stos hijos de carpinteros, que
se avergüenzan de que su padre sea carpintero!", " [E]stos nacidos en América, que se
avergüenzan, porque llevan delantal indio de la madre que los crió ... !"; "[E]stos

razas, porque no hay razas" (32); ". . .la generación actual lleva a cuestas ( ... ) la América trabajadora"
(33)-, y el texto se cierra con la imagen mítica del Gran Semí sobre un cóndor, sembrando la América
nueva (33), que representa el anuncio hecho realidad.
198

delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres!" (27).


Junto a las imágenes y símbolos relacionados con el ámbito de la guerra - "los
árboles se han de poner en fila ( ... )! Es la hora del recuento, y de la marcha unida ( ... ), en
cuadro apretado....... se apela en esta instancia a la dimensión cognoscitiva -"Los pueblos
que no se conocen han de darse prisa para conocerse. . ."(26), "Conocerlos basta, sin
vendas ni ambages...", "Conocer es resolver.. ."(28)-, que se retomará y profundizará, más
avanzado el texto, con un uso abundante de verbos y sustantivos relacionados con esa
esfera de lo real -"sabe", "enseñe", "[C]onocer", "ideas", "libro", "universidad",
"erudición", "periódico", "cátedra", "academia", "conocimiento", entre otros tantos-, que
contribuirán a ir instalando en la mente del lector la imagen mental, 'intelectual', de una
verdad consistente que se ofrece no sólo para ser aprehendida conceptualmente sino para
convertirla en una realidad histórica concreta. Se cruzan así, como vimos, dos campos
semánticos de dos esferas diferentes -el pensamiento y la guerra-, reunidas en la praxis
vital de Martí escritor: la palabra y la revolución (esta última, por debajo de lo militar y lo
guerrero).
Precisamente, a partir de la estrategia persuasiva, desplegada con intensidad en este
texto agonístico como recurso argumentativo, nuestra América es presentada y aludida en
forma tan contundente que no se deja lugar a dudas de su estatuto de realidad, aunque al
mismo tiempo se escamotea el verdadero carácter constructivo que la originó. 67 En la

67
Los aportes de la teoría del discurso social a la literatura de ideas, sobre el rol sociocultural de la acción
discursiva y la lengua como lugar de debate y confrontación de subjetividades, así como el diálogo abierto
entre la nueva retórica y la teoría de la argumentación, y el reencuentro de la retórica con la dialéctica, nos
permiten trazar un nuevo punto de partida eficaz para reevaluar-este-gran texto martiano, impregnado de un
"espíritu ensayístico" (C. de Obaldía), justamente donde parecen agotarse los instrumentos interpretativos. En
particular, nos preguntamos cómo se puede hablar de ensayos martianos o de una dimensión ensayística en
la escritura de Martí, cuando se reconoce en su obra una clara vocación magisterial de comunicar una verdad,
de iluminar racionalmente con ansia universal y con una voluntad inquebrantable de pergeñar un programa de
acción inmediata, de alertar peligros y solucionar enigmas. Por otra parte, ¿es posible calificar esa actitud
ensayística como una "estrategia de escritura"(J. Leenhardt) que pretenda abordar "al sesgo" el mundo del
que habla, o —dicho de otro modo- como una táctica de persuasión directamente orientada a abrir el diálogo
o la discusión con el público lector para alertarlo, sacudirlo, conmoverlo, para ganar su adhesión y contar con
su participación activa. En este caso puntual, cabe recordar la reflexión de Georges Vignaux respecto de los
"argumentos retóricos" que por su carácter dialéctico no producen jamás una convicción perfecta. Recuerda
Vignaux la condena aristotélica de esa "retórica pasional", pero visualiza a la par otros medios de persuasión
que derivan del carácter del orador y apelan a las disposiciones del oyente. Creemos que en "Nuestra
América" están operando estas vías alternativas procedentes del personalísimo y muy elaborado estilo
martiano y su poco común capacidad de fundir prosa y poesía en la poderosa construcción de verdades
convincentes, asimiladas como realidades, en tomo a una entidad geopolítica como "nuestra América",
cuyas fronteras estaban lejos de referirse a una entidad política administrativa existente.
199

segunda sección del texto, aparece por primera vez la palabra "patria", en el marco del
"discurso del nosotros"(A. Roig, 1981) que comienza a hacerse explícito en estas líneas,
dando lugar a lo "enunciativo americano" (F. García Marruz): "Ni ¿en qué patria puede
tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas
entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos
sangrientos de un centenar de apóstoles?" (27) (El énfasis es nuestro).
De este modo, por medio de una conjunción de recursos que trazan
desplazamientos, enlaces y contraposiciones (analogías, anáforas, oposiciones binarias,
gradaciones y expansiones), a medida que avanza el texto se confirma y se da por hecho el
pasaje de un ser deficiente, marcado por la carencia, la debilidad y la negación -"madre
enferma", "los que no tienen fe en su tierra. . .", "les falta valor" (27), "factores tan
descompuestos" (28), "elementos discordantes y hostiles", "continente descoyuntado
durante tres siglos" (29)-, a un deber ser pleno, rotundo y con un sentido armónico -
"naciones tan adelantadas y compactas", "pueblos originales, de composición singular y
violenta" (27), "el gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del
país" (28)-, y de la situación presente a la futura ideal, pese a que en apariencia aquella se
presenta equiparada con el futuro.
Pero donde mejor se evidencia y se concreta este sentido fuertemente constructivo
y su vocación de equilibrio y armonía, poniendo al descubierto la condición virtual de la
entidad referida, es sobre todo en aquellos pasajes donde la operación de "poetización
de lo real" produce 'núcleos de condensación poética', en una concentrada síntesis,
haciendo uso de recursos ficcionales, analogías y simbolismos, en una combinación "de
representación referencial y creación de un orden que sólo existe en el espacio del texto"
(Rotker 1992, 155). Veamos algunos ejemplos donde la yuxtaposición de pequeñas
imágenes, a modo de pinceladas de un cuadro impresionista, compone un cuadro
general de 'nuestra identidad' que, bajo la metáfora corporal nacida de un collage de
sinécdoques, remedan el trabajo de patchwork, de acuerdo con una estética del retazo
de la que Martí abomina como nos lo recuerda el primer epígrafe:

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo,
vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la virgen
200

salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer


alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a
la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres
magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de
España... (29)

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente
de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco
parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio,
mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a
bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón,
solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se
revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura.
Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en
los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la
caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga;
en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la
libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor,
y el general, y el letrado, y el prebendado... (30)

Nos interesa hacer notar en estos dos pasajes la estrategia de dar por pasado lo
que todavía sigue en pie. Se da paso de este modo a la idea de una identidad 'compacta',
'cristalizada', donde la conflictividad de la heterogeneidad cultural que^ nos constituye
parece haber sido armoniosamente contenida en un proyecto identitario superador:

El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los
bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma
hispanoamericano. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la
lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo (....), se empieza,
como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos y se saludan:
",Cómo somos? se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son ( ... ). Las
201

levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América


( ... ). Crear es la palabra de pase de esta generación... (30-3 1)

En la sintaxis flexible y aparentemente espontánea de los enunciados, la


alternancia de estos pasajes, de poderosa condensación de sentidos y alto valor estético,
que concentran una enorme variedad de recursos superpuestos y engarzados en una
representación compleja y simbólicamente densa (sinécdoques, metonimias, metáforas,
todo tipo de imágenes sensoriales y de procedimientos elocutivos), con otros pasajes
menos intensos y predominantemente explicativos y expansivos, suele estar interceptada y
seguida por enunciados sintéticos que, a modo de aforismos o sentencias con el aspecto de
fórmulas, incorporan definiciones y traducen equivalencias entre verbos o sustantivos
conectados a su vez mediante un verbo copulativo —"[E]strategia es política..." (31),
"[P]ensar es servir.. ."(32)-, o que vinculan estructuras semánticamente opuestas y
sintácticamente paralelas -"[E]l tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de
afuera.. ."; "[L]een para aplicar, pero no para copiar..." (31) (citamos solamente las más
breves).
Por otra parte, la alternancia de razón y pasión en el encadenamiento del discurso,
intercalando argumentos racionales seguidos por otros fragmentos cargados de emotividad
(por lo general ubicados en el comienzo y en el final de los párrafos y en las zonas de
mayor intensidad poética), así como el uso frecuente de una mixtura de exclamaciones e
interrogaciones retóricas, períodos breves y extensos, enunciados referenciales y estéticos,
concretos y abstractos, a modo de sístoles y diástoles, remedan una sintaxis cordial, con
proyecciones y retracciones, intensidades y expansiones, entimemas y consignas
deductivas, acciones prescriptas y pequeñas fábulas didácticas, conceptualizaciones e
impresiones subjetivas. Esta sintaxis aparece siempre en Martí, junto con una estructura
rítmica68 que la acompasa (anáforas y repeticiones de algunos lexemas entretejen un
entramado rítmico en el interior del discurso), hasta el punto de acercar el ensayo al
poema en prosa, donde los párrafos se trasmutan en estrofas. El mismo Martí había

68 "Siempre conserva la prosa estructuras del verso...", pero "[E1n la prosa de Martí ( ... )" -al decir de Fina
García Marruz-, "la distinción prosa-verso pierde un poco su sentido ante esa fuerza de la palabra viva,
rítmica, adoptando todas las formas, para la cual la prosa había de resultar, en mucha mayor medida que el
verso, el órgano de todos los registros". Cfr. F. García Marruz, 213.
202

manifestado su predilección por aquellas "odas en prosa" que sintetizaban ideas madres
en párrafos cortos, sólidos y brillantes, en lugar de diluirlas en artículos extensos (cfr.
García Marruz, 213). En esta línea, la concisión, en tanto marca estilística que caracteriza
ciertos textos martianos y algunos pasajes alternantes en otros, ocupa un lugar central y es
alcanzada a partir de rigurosos procedimientos de desvío, en un modo oblicuo de enunciar,
indirecto y elíptico, que conjuga síntesis, brevedad y condensación, extrayendo de las
palabras su máxima densidad y potenciando su polivalencia y polisemia. 69
De acuerdo con la reconocida impronta del ensayo cognitivo 7° que ya señalamos,
el estilo martiano apunta a naturalizar los planteos mediante tropos tomados del orden de
lo natural (minera!, animal, vegetal): ". . . como la plata en las raíces de los Andes..." (26),
• .el tigre espera, detrás de cada árbol..." (30), y de lo familiar y cotidiano71 : ". . . como
hermanos celosos..." (26), aligerando la erudición y recurriendo a un léxico sencillo, pero
pleno de significación. Esa sintaxis de las imágenes que se iluminan unas a otras convive
paradójicamente con la argumentación en términos bélicos, que hace del texto
simultáneamente un arma de combate ideológico. Tal vez obedezca a esta estrategia el
hecho de que, a diferencia de otros ensayos, no haya aquí un emisor que adelante o declare
propósitos ni confiese intenciones ni se disculpe de sus incompetencias, y que tampoco
haya citas que sostengan los enunciados y los autoricen. Sin embargo, forma e idea al
parecer se concilian entre sí y alcanzan la contundencia de la verdad 'naturalizada' que se
impone por sí sola, sin necesidad de apoyos.
Para finalizar, cabría plantear una última cuestión. Aunque resulta evidente que el
sujeto de la enunciación posee una inconfundible actitud crítica y que no se limita en
ningún momento a ser un mero descriptor u observador, sino que se presenta en su
distancia táctica como un intérprete preocupado por comprender y hacer comprender

69 Este arte de la concisión asume en Martí el carácter de máxima, sobre todo en sus artículos
periodísticos, y adquiere al final de su búsqueda en los orígenes de nuestra lengua un virtuosismo
inconfundiblemente barroco: "El arte de escribir ¿no es reducir? La verba mata sin duda la elocuencia.
Hay tanto que decir, que ha de decirse en el menor número de palabras posible: eso sí, que cada palabra
lleve ala y color..." J. Martí, OC, XIII, 196. La cursiva es nuestra.
° Utilizamos la categoría empleada por Marc Angenot (1982), para designar el tipo de ensayo donde las
virtualidades literarias devienen estrategias persuasivas, conciliando el trabajo intenso -y hasta sofisticado-
del lenguaje con la voluntad militante de la escritura, en tanto estrategia para la acción certera. Estos textos
hacen prevalecer un valor, una regla, buscando adhesiones para la tesis que sostienen (11-12).
71
Cfr. George Lakoff y Mark Johnson, Metáforas de la vida cotidiana. Introducción de José Antonio
Millán y Susana Narotzky. 4 edic. Madrid: Cátedra-Teorema, 1998. 10 ed. en inglés: 1980.
203

aquello que está enunciando, surge de lo expuesto hasta aquí una única pregunta: ¿desde
dónde se enuncia o se escribe "Nuestra América"? Es útil retomar para este caso, una
vez más, la noción de lugar de enunciación (E. Benveniste) que permite deslindar el
lugar en donde se enuncia/escribe de aquel desde donde se lo hace.
Como sabemos, en 1891, Martí residía en Nueva York y formaba parte de la
diáspora cubana dispersa en esos años por América y Europa. Su lugar de enunciación es,
sin duda, el exilio, y al enunciar, no puede sino hacerlo sobre ese horizonte polémico.
Escribe desde lo alto -el locus tradicional desde donde los letrados y patriotas
independentistas (pensamos en Viscardo, Bello, del Valle, Bolívar) contemplaron o
imaginaron el panorama de la patria, "desde las nubes"-, asumiendo la posición de un
'veedor', desde el lugar del letrado virtuoso, ilustrado, pero ubicándose en y desde
"nuestras repúblicas" 72 . Solamente desde allí, tras la aparente impersonalidad desde
donde habla (sin que irrumpa nunca el 'yo', ni haya marcas de primera persona del
singular, excepto sólo algunos posesivos de primera del plural), puede enunciar con
vocación magisterial y naturalizar sus representaciones de la experiencia
latinoamericana. Solamente desde allí le es posible descifrar los sentidos trascendentes
del orden de lo espiritual y de lo histórico, tomando la distancia indispensable para
imaginar y fundar la nación, con la mirada lúcida del poeta-profeta, heredero de
Emerson, que por momentos llega a investir su ensayo con el tono de un sermón.
Ahora bien, si la fundación de una 'patria común', acometida en el ensayo
martiano, comparte con el ensayo de Sarmiento —pese a lo que suele sostenerse en relación
con la relectura martiana de la dupla civilización-barbarie- su nueva incursión en el topos
de las armas y las letras 73 y la fe renovada en el poder de las ideas, el lugar de

72
Arcadio Díaz Quiñones, "Martí: La guerra desde las nubes", "Dossier", José Martí, En los Estados
Unidos. Coord.por R. Fernández Retamar y P. P. Rodríguez ... : 2129-2148
73
No queremos dejar de recuperar, en relación con esta cuestión, la cita martiana donde replantea los
términos de la conocida oposición y los valores asignados a éstos:
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres
naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico.
No hay batalla entre la civili:ación y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturale:a...
(28) La cursiva es nuestra.
Sobre esta reformulación, coincidimos con la perspectiva de lectura que adopta Susana Zanetti al
estudiar la relación entre los dos autores, cuando sostiene que en realidad en ese fragmento:
Martí no discute con Sarmiento, pues [éste] ya pertenece al pasado. ( ... ) Martí rechaza y combate en
sus escritos, sobre todo la concepción positivista que, apoyada en prejuicios y discriminaciones,
pretende imponer una visión de los hombres de América como incapaces de alcanzar todos juntos,
204

enunciación no se ubica en la arena donde los románticos debatían cuerpo a cuerpo las
alternativas políticas de la nación en ciernes. Pero es desde ese lugar de autoridad social y
espiritual donde se ubica, que erige a "Nuestra América" en texto cenital - como el
Facundo, en fundador-, que anuda antecedentes y prolongaciones: recoge inspiraciones de
quienes lo precedieron (Sarmiento, Alberdi, Bilbao), impacta definitivamente en el ensayo
caribefío (Hostos, en algunas ideas, Antonio Pedreira, Antonio Benítez Rojo, Arcadio Díaz
Quiñones) y se prolonga ya en sus contemporáneos como es el caso de José Enrique Rodó
quien en la lección del espíritu americano de su Ariel se hace eco del legado martiano,
actualizando su mandato creador en quienes lo sucedieron, como Pedro Henríquez Ureña,
Alfonso Reyes, Octavio Paz, entre tantos otros, en cuya obra ensayística reconocemos la
huella del Apóstol.
Por último, en relación con la definición incluida en el segundo epígrafe de este
capítuló, reconocemos en "Nuestra América" esa construcción que recompone la
e armonía y la unidad 'deseadas' de esa entidad, como una instancia de identificación, y
reproduce en el papel y en la página, con la pluma y los caracteres tipográficos, y en la
letra, el desequilibrio de fuerzas y las tensiones de la realidad que provoca la reflexión.
En este sentido, debemos admitir que, más allá de su canonización académica, este texto
todavía nos interpela y nos identifica, en virtud de una operación persuasiva, que es
funcional a su conversión como arma de combate en el terreno de lo simbólico, y que
hace de su virtualidad potencial un modo de comprometer en su concreción.

el dominio y explotación de sus recursos naturales mediante el trabajo, y la organización de


repúblicas democráticas. ( ... ) Sus interlocutores en esta lucha interdiscursiva, son quienes, fundados
en el positivismo, desprecian las posibilidades de un desarrollo moderno en América Latina sin
acudir a gobiernos autoritarios, confundidos tanto frente a los "ultramontanos besapiés" (XXIII, 43)
como ante la "sotana científica" (XXIII, 44), que disfraza su racismo en la fatalidad y convierte en
dogma pretendidas leyes universales, así como coinciden en atribuir los problemas al desquicio
continuo del 'díscolo espíritu latino', sin atender al conocimiento concreto de la realidad americana;
y sobre todo sin buscar un desarrollo armonioso de todas las capacidades humanas, especialmente
en lo que hace a los valores espirituales...
(S. Zanetti, "Sarmiento y Martí", M. Scarano (coord. y pról.), Resonancias y disonancias de Sarmiento en las
Américas. Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar del Plata, 2007).
205

Entre la escritura alucinada y la cruzada cultural:


la utopía integradora de La raza cósmica, de José Vasconcelos

¿ Qué desmedido afán es éste de entregarse a las


profecías?A caso hemos perdido la brújula cient(flca? ¿Acaso, aun antes de que la
civilización desaparezca, considerando que ella nos traiciona y no dudando en
sacry'carla, hemos resuelto retrogradar étnicamente a la era prelógica de los
primitivos, al tiempo en que las tribus se gobernaban por hechicerías caprichosas,
refugiándonos, como decía Ignacio Ram frez, "en aquella frontera hospitalaria para
todos los desterrados, adonde nos entregaríamos todas las noches a la danza
frenética, inspiradora de las cabelleras"? No: la profecía no satisface a la ciencia,
pero sí al anhelo de existencia y en este sentido contiene también una verdad. Si la
Dialéctica entiende en lo que es, la antistrofa de la Dialéctica, la Retórica, entiende
en lo que deseamos que sea. Hoy por hoy los americanos tenemos el derecho, acaso
tenemos el deber, de ser algo profetas, por lo mismo que, ante los desastres del
mundo y las agonías de la especie, pretendemos aún perdurar.

Alfonso Reyes'

El tercer texto que nos ocupa, La Raza Cósmica 2 (1925), del escritor, ideólogo

1 Alfonso Reyes, "Posición de América" (Conferencia para ser leída en el III Congreso del lnst.
Internacional de Literatura Iberoamericana, Nueva Orleans, 21 -24.XJI. 1941), Posición de América.
CEESTEMIEditoriaI Nueva Imagen - Colección Cuadernos Americanos, 49-50.
2
Las citas y remisiones textuales refieren a la siguiente edición: José Vasconcelos, La ra:a cósmica.
Misión de la ra:a iberoamericana. Argentina y Brasil. Bs.As.: Espasa Calpe, 1948. En adelante, se
utilizará la sigla LRC y sólo se anotará entre paréntesis el número de páginas. Nos concentraremos
aquí en el ensayo introductorio de La raa cósmica, que puede ser leído como un texto autónomo de
las notas del viaje sudamericano, aún desde su estructura, o como un "complemento" de aquellas.
206

y filósofo mexicano, José Vasconcelos, presenta rasgos extremadamente peculiares que


reclaman situarlo -como lo declara su contemporáneo, el humanista mexicano Alfonso
Reyes, en el epígrafe de este capítulo- en una época en que el fervor profético y el
entusiasmo patriótico continental exacerbado eran las notas comunes que definían el
clima espiritual de esos años marcados por una irrenunciable voluntad de futuro. Este
punto de partida nos permite sortear los escollos que suelen interponerse en el ingreso a
ese texto 'excéntrico', 'desaforado', y despojarnos del frecuente prejuicio que suele
mediar la lectura de un texto que se nos ofrece como el resultado de una fe 'alucinada'
en un destino por demás improbable pero que, no obstante, contiene expresiones que
aparecen inscriptas programáticamente como graffitis urbanos en la ciudad de México,
un dato que nos ayuda a dimensionar la profundidad del impacto de su obra y su
proyecto modemizador en la historia de la nación mexicana.
En la variada producción textual de Vasconcelos, ocupa un lugar importante el
conjunto de ensayos, discursos y conferencias que recogen sus reflexiones acerca de la
cultura hispanoamericana o iberoamericana —estos dos gentilicios son los más
utilizados por el autor. Esos textos testimonian una preocupación muy presente en la
ensayística mexicana de esos años y compartida por quienes desarrollaron su actividad
intelectual en torno del Ateneo de la Juventud(1909-1914), dentro del clima ideológico
que sirvió de fondo a los avatares de la Revolución Mexicana. También se advierte en
esos textos una modulación original en la secuencia discursiva que, inscripta en el
marco del sistema ensayístico latinoamericano, se abocó deliberada y
programáticamente a 'pensar' la identidad cultural de la- 'América mestiza'. En este
esbozo preliminar de la obra del pensador mexicano no podemos dejar de notar que la
escritura de José Vasconcelos comparte el carácter complejo y polémico de la
personalidad de su autor. 3

Es ilustrativa la presentación que ofrece José Joaquín Blanco en la introducción de su libro:


Al evocar a José Vasconcelos se confrmnden su acción histórica y su concepción alegórica, su obra
y su biografia, los hechos y los mitos en una figura compleja y dinámica: un personaje que escapa
a la definición y se instala en el espacio de la contradicción y la polémica. Una acción histórica:
un intelectual de la clase media porfiriana, especialmente vigoroso y audaz, participa en la
Revolución Mexicana, funda la política cultural y educativa del Estado posrevolucionario, se
enemista ruidosamente con los caudillos y trata de vencerlos en la lucha democrática: al fracasar se
convierte en un crítico del gobierno mexicano con tal furia que pronto ya lo es también del país, de
207

Como lo adelantamos, por su carácter americanista, sus escritos representan el


estilo cultural vigente entre los círculos intelectuales mexicanos, en las primeras
décadas del siglo XX: postpositivista, por su marcado rechazo de la ideología que
había dominado en el régimen porfiriano, y postarielista, por su avance con respecto a
la lectura modernista de la cultura, encarnada en el Ariel (1900), de José Enrique
Rodó, a la que se agrega una mayor proximidad a la circunstancia histórica. Su
posición frente a lo que ya era en esa época un tópico de la ensayística
hispanoamericana: el porvenir de los pueblos hispanoamericanos, debe ser considerada
en el contexto de las discusiones que tuvieron lugar en el Ateneo de la Juventud. Allí se
congregó la nueva generación de "caudillos culturales" -como los describe Enrique
Krauze- que, en las postrimerías del régimen de Porfirio Díaz, intentó construir un
nuevo espacio cultural, enfrentándose con la generación de sus padres y maestros, con
la expectativa de diseñar un orden nuevo, y reclamando intensamente el poder
compensatorio de la cultura y la consolidación de la autoridad cultural y literaria, y
desarticulando las redes institucionales de los "científicos" porfiristas. 4 Entre ellos

su historia e incluso llega a abanderar las peores causas (como el nazismo) a través de treinta años
de textos y actitudes excepcionalmente diestros en la imprecación y el insulto. Una concepción
alegórica: formado y conformado en el siglo XIX, en la tradición liberal humanista, Vasconcelos
establece una identidad nacional con mitos e impulsos diversos —la lucha de Quetzalcóatl y
Huichilobos, la estética bárbara, la raza cósmica, el mesianismo nacionalista, la redención
misionera, la felicidad del Espíritu- con los que no sólo debía lograrse una nueva nación, sino una
nueva humanidad; esta alegoría constituyó la palanca cultural básica del México moderno...
(J.J.Blanco, Se llamaba Vasconcelos. Una evocación crítica. México: FCE, 1977, 9).
Enrique Krauze llama "caudillos culturales" a los hombres que, como José Vasconcelos, en una
actitud que sería modelo para la generación de 1915 en México, "quisieron embridar culturalmente a
la revolución", pretendiendo "instaurar en México el buen poder, la obra de beneficio colectivo,
imponiendo a la realidad cruda y bronca de la Revolución la sublime y ordenada de la ética absoluta y
la técnica..." Cfr.E. Krauze, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana. México: Siglo XXI,
1985, 15.
Por su parte, Leopoldo Zea ubica a Vasconcelos en la "generación del Ateneo o del Centenario".
En efecto, en el mes de octubre de 1909, fundó el "Ateneo de la Juventud", con Antonio Caso, Pedro
Henríquez Ureña (único miembro no mexicano del grupo), Jesús T. Acevedo, Ricardo Gómez Robelo,
Julio Torri, Alfonso Reyes, y otros. En ocasión del Centenario de México (1910), dictaron
conferencias y Vasconcelos leyó entonces su famoso discurso "Don Gabino Barreda y las ideas
contemporáneas", que se distinguió por su originalidad. En 1912, asumió la presidencia del Ateneo:
desde entonces lo convirtió en el "Ateneo de México", otorgándole el carácter de cru:ada cultural y
convirtiendo lo que antes era un "cenáculo elitista" en un verdadero movimiento nacional, con la
ayuda de su injerencia en el gobierno maderista. El Ateneo se disolvió, poco después, durante la fase
armada de la Revolución. Cfr. Leopoldo Zea, Apogeo y decadencia del positivismo. México: El
Colegio de México, F.C.E., 1977, 30 y 42-46.
Asimismo, Martín S. Stabb destaca lo que distinguió a ese grupo respecto del programa arielista: si
208

surge nuevamente la preocupación metafisica y se consolida una nueva filosofia anti-


intelectualista y anticien4flcista. La 'nueva sensibilidad' compartida por este grupo
basó sus puntos de vista en las lecturas de Schopenhauer, Nietzsche, Stirner, Boutroux
y Bergson, entre otros, y elaboró una nueva concepción acerca de la tradición cultural
mexicana y de los problemas espirituales y culturales hispanoamericanos, que
sintetizaremos en dos de sus tópicos más salientes: el nacionalismo cultural y la
revalorización del mestizaje.
Cabe señalar además que la generación del Ateneo inició una revolución
ideológica que acompañó el proceso político y social de la Revolución Mexicana,
destruyendo las bases ideológicas en que se había apoyado la burguesía mexicana en la
etapa porfirista. 5 Y aunque la crítica del positivismo era ya un tópico frecuente que
distinguía el campo literario desde los 80, y el concepto de 'cultura' que manejaron
Vasconcelos, Reyes y Henríquez Ureña había comenzado a fomiularse en las últimas
décadas del siglo XIX hasta cristalizarse en el arielismo, la disputa por el control del
espacio universitario que acompañó la posición de los ateneístas frente a la cultura -
como lo señala Julio Ramos- no podría había sido prevista por Martí ni por sus
contemporáneos (Ramos 1989, 223). El mismo Vasconcelos reconoció, años más
tarde, en la primera parte de su tetralogía autobiográfica: Ulises criollo (1935), el rol.
que cumplió el Ateneo -"su" Ateneo, como lo llamaba- como precursor intelectual de
la Revolución Mexicana, al haber reiniciado la rehabilitación del pensamiento de la
raza.6 Observemos en este punto que fue justamente el ensayo, el género discursivo

el grupo mejicano compartió la crítica arielista al cientificismo, su ánimo humanista y su tono


generalmente idealista , parecieron ajenos a las ideas de los ateneístas la insistencia en el papel de la
aristocracia y la estructura social jerárquica, así como cierta actitud snob y la pose esteticista. Cfr.
Martín S. Stabb, América Latina en busca de una identidad. Modelos del ensayo ideológico
hispanoamericano, 1890-1960. Caracas: Monte Avila, 1967, 74.
Leopoldo Zea agrega que, admitiendo el papel activo del Ateneo en la Revolución Mexicana, éste
actuó más ene! campo teórico de lo político y no tanto en el de lo social. Cfr. L. Zea 1977, 261.
6
Cfr. J. Vasconcelos, Ulises criollo, Antonio Castro Leal, (selecc. y pról.), La novela de la
Revolución Mexicana. México: Aguilar, 1970, 677-678.
Vasconcelos tuvo distintos grados de compromiso y participación en la Revolución Mexicana: en
1904 integró el primer Partido Antirreeleccionista, en oposición al gobierno de Porfirio Díaz. En 1910
participó en la Gran Convención de ese partido; al año siguiente fue Secretario de la Agencia
Confidencial de la Revolución en Washington D.C., y al poco tiempo quedó al frente de dicho
organismo. Durante el gobierno de Francisco 1. Madero, fue director de la Escuela Nacional
Preparatoria; tras la Decena trágica y de los asesinatos de Madero y Pino Suárez, huyó de la ciudad de
209

elegido y el más utilizado por los ateneístas para difundir sus ideas acerca de la cultura
como una meta-especialidad (Ramos 1989, 223). Adalbert Dessau atribuyó esta
preferencia al complicado carácter social del grupo, así como al hecho de que la
mayoría de sus miembros, como intelectuales, no tomaron parte directa en los procesos
económicos, de modo que encontraron en el ensayo, por su forma asistemática, el
mejor instrumento para la propagación de su pensamiento. 7
La prédica y la defensa de la unidad cultural iberoamericana, así como el
tratamiento de las "trilladas cuestiones" -de este modo se refería a ellas el autor en la
introducción a su Indología- relativas a los problemas políticos, sociales y raciales de
nuestro subcontinente, recorren numerosos folletos, conferencias, discursos, notas de
viajes del autor, pero encuentran su forma más acabada en dos de sus libros más
conocidos y comentados: La raza cósmica (1925) y las conferencias que integran el
volumen ya mencionado, Indología. Una interpretación de la cultura iberoamericana

México para incorporarse a las fuerzas revolucionarias. Desde La Habana y Nueva York, tomó
contacto con los dirigentes de la Revolución; fue nombrado agente confidencial en Inglaterra, y de
regreso de Europa, en 1914, participó en la Convención de Aguas Calientes, donde fue nombrado
presidente provisional el general Eulalio Gutiérrez. Vasconcelos ocupó el cargo de Secretario de
Instrucción Pública y Bellas Artes hasta 1915, y por oponerse al triunfo de Venustiano Carranza sobre
los caudillos revolucionarios, se desterró voluntariamente en Nueva York y luego en Lima. Regresó a
México, próximo el fin del gobierno de Carranza, y caído éste, fue rector de la Universidad de
México, durante el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta, desde 1920. Durante el gobierno del
general Álvaro Obregón, que marcó el comienzo de la estabilización y la reconstrucción en la historia
política mexicana, desde 1921 hasta 1924, ocupó el cargo de Secretario de Educación Pública,
suprimido en la Constitución de 1917, y en este período fue enviado como embajador en misiones
especiales a diversos países de América del Sur. Distanciado luego con Obregón y Calles, renunció a
la Secretaría y se exilió voluntariamente en Europa, desde 1925. Cfr. J. J. Blanco, Se llamaba
Vasconcelos ... ; E. Krauze, Caudillos culturales...
Como bien señala Annick Lemperiére, durante su desempeño en la función pública, Vasconcelos se
rodeó de colaboradores emanados de la nueva elite de hombres de menos de cuarenta años y de sus
discípulos, muchos de los cuales tenían menos de veinticinco. En 1921, designó a Antonio Caso para
sucederlo en el Rectorado, y a Pedro Henríquez Ureña, como director de la Universidad de Verano.
Otro ateneísta, Julio Torri, fue nombrado director del Departamento de Publicaciones de la SEP.
Entre los "Siete sabios", Lombardo Toledano llegó a ser director de la Escuela Preparatoria en 1922.
Antonio Caso y, un poco más jóvenes, Daniel Cossío Villegas, Jesús Silva Herzog y Eduardo
Villaseñor y Samuel Ramos trabajaron en el Departamento de Publicaciones de la SEP. Cabe destacar
-como lo apunta Lemperiére- que, para la "generación de 1915", el pasaje por la SEP constituye una
iniciación a las tareas de la administración, ennoblecida por el ideal vasconceliano del intelectual al
servicio del pueblo. Cfr. A. Lemperiére, Intellectucis, Etal et société aii Mexique XXe. sicIe. LES
CLERCS DE LA NATION. Paris: L' Harmattan. Recherches & documents. Ameriques Latines, 1992,
44.
Cfr. Adalbert Dessau, La novela de la Revolución Mexicana. México: F.C.E., 1972, 105.
210

(1926)8 -ambos, escritos durante su voluntario exilio europeo, tras distanciarse con
quienes estaban al frente del gobierno de su país, lo que motivó su renuncia como
Secretario de Educación Pública, en julio de 1924. 9
Si reconocemos en la mayoría de los intelectuales hispanoamericanos de los
primeros decenios del siglo XX el ejercicio de una función marcadamente
ideologizante que los lleva a asumir la conducción espiritual de la sociedad mediante
la implementación de una "superpolítica educativa" 0 podemos ver en los textos
,

autointerpretativos de la cultura hispanoamericana de José Vasconcelos el intento de


diseñar desde el orden de los signos un modelo cultural que trascienda el proyecto
nacional y alcance una dimensión supranacional. Como "ideólogo de la cultura", el
Maestro de la Juventud -como fue proclamado varias veces en esos años" - desempeñó

8
J. Vasconcelos, Indología. Una interpretación de la cultura iberoamericana. París: Agencia
Mundial de Librería, slf (en adelante, 1). Ese volumen está compuesto por siete conferencias que
Vasconcelos preparó desde París para dictar en Puerto Rico, Santo Domingo y Chicago, en 1926, por
invitación de la Universidad Puertorriqueña. Consiste en una ampliación de LRC -según lo acotado
por el mismo autor-, que fue escrita como aquella desde el exilio en Europa.
El corpus, cuyo objeto de reflexión es el proyecto cultural iberoamericano, puede ampliarse con otro
volumen menos difundido de este autor: Bolivarismo y monroísmo. Temas iberoamericanos (1934),
que incluye las conferencias leídas el año anterior, tituladas "La cultura en Hispanoamérica" e
"Hispanoamérica frente a los nacionalismos agresivos de Europa y Norteamérica". Cfr. J.
Vasconcelos, Bolivarismo y monroísmo. Temas iberoamericanos. Sgo.de Chile: Ercilla, 1934 (en
adelante, BYM); Hispanoamérica frente a los nacionalismos agresivos de Europa y Norteamérica.
Conferencias pronunciadas en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. La Plata, 1934 (en
adelante, 11). Cabe acotar que los espacios discursivos elegidos para formular su propuesta ideológica
comparten la libertad de emergencia del sujeto de la enunciación y facilitan la comunicación con el
lector, mediante su versatilidad formal y su apertura incoativa. Estos textos ofrecen una exposición
reflexiva del proceso cultural del subcontinente, desde la perspectiva de los mismos protagonistas que
intentan pensar la identidad nacional o supranacional, desde adentro, en oposición a las visiones
foráneas, prestigiadas paradójicamente por algunos representantes de nuestras elites intelectuales.
10
A. Rama, La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte, 1984, 110. Sobre la "función
ideologizante" que asume el intelectual en la "ciudad modernizada", véase: A.Rama 1984, cap. V.
11 Por una iniciativa que nació con Germán Arciniégas, en 1923, la Cuarta Asamblea Nacional de
Estudiantes de Colombia homenajeó a Vasconcelos, proclamando su nombre como "Maestro de la
Juventud" de ese país, e hizo un llamamiento a las federaciones estudiantiles de América para que
siguieran su ejemplo. Y así lo hicieron en ese mismo año, inicialmente los estudiantes de la pequeña
Universidad de Trujillo del Perú, en un contexto grave de agitación obrera y estudiantil, y luego los de
las universidades de Lima, Arequipa y Cuzco, y asimismo la Asociación de Estudiantes de Panamá, y
los estudiantes e intelectuales de Costa Rica, entre otros, con la oposición de la prensa conservadora,
algunos grupos estudiantiles y los medios universitarios más tradicionalistas de esos países. Se le
reconoce así su adhesión a las orientaciones sociales del movimiento estudiantil en el continente, el
éxito del Congreso Internacional de Estudiantes de México de 1921 y el desarrollo de la política
educativa implantada en México por la Secretaría de Educación Pública, a su cargo. Sumadas a éstos,
211

un doble rol de intelectual y escritor y, al mismo tiempo, de político y educador, de


acuerdo con el modelo decimonónico del letrado que siguió tiempo después aún
vigente, desmintiendo la validez general de la tesis de la 'despolitización' del
intelectual hispanoamericano del siglo XX, cooptado o seducido por el mercado. 12 Esta
misma función lo condujo a experimentar la conflictiva conciliación entre el orden del
saber y el orden del poder, ya que —como ya lo puntualizó Enrique Krauze- el proyecto
nacional que pretendía llevar a la práctica no siempre coincidía con los fines del
caudillo revolucionario, a quien asistía como "consejero intelectual", de manera que el
choque generaba una "tensión moral" que finalmente lo llevó a optar por el exilio,
frente a una realidad que parecía regirse ineludiblemente con las armas, y no con las
ideas (E. Krauze, 15).13
Finalmente, insistimos, tanto desde la escritura como desde su tarea política en
la función pública, el propósito vasconceliano de construir un nuevo orden cultural en
esta primera etapa de su biografia -la que lo convierte en objeto de reverencia y lo
encumbra a la cima de su éxito y fama internacional, y sobre todo continental, mucho
más luminosa que la que sobreviene a partir de 1929, connotada por oscuridades y

las controversias a veces violentas entre el gobierno de los Estados Unidos y el de México respecto
del reconocimiento del gobierno de Obregón contribuyeron a difundir en los medios universitarios y
estudiantiles de Hispanoamérica la imagen de un ministro demócrata consagrado a una vasta campaña
de educación popular.
Como lo destacó Arciniégas, la importante obra educativa de vocación popular emprendida por el
ministro de Obregón, y su política favorable a las artes y los artistas contribuyeron a consolidar el
'idealismo de la raza', con el fin de oponer una barrera infranqueable- a la codicia norteamericana.
Según Arciniégas, Vasconcelos recogió el legado de figuras como Rodó, que abrieron 'horizontes
espiritualistas' a la juventud del subcontinente:"
Vasconcelos ha hecho del mapa hispanoamericano el escudo de la Universidad de México; él
promovió la Liga de Intelectuales Latinoamericanos; él ha estudiado como propios los problemas
de Brasil y de la Argentina; él ha ido hombro a hombro en las manifestaciones de los universitarios
chilenos; él ha llevado a Gabriela Mistral a México; él ha iniciado las protestas contra la tiranía de
Juan Vicente Gómez...
(G. Arciniégas, "Vasconcelos, Maestro de la Juventud", La República (Bogotá), 14.Vl. 1923, cit. por
Claude FelI, José Vasconcelos. Los años del águila (1920-1 925). Educación, cultura e
iberoamericanismo en e/México postrevolucionario. México: IJNAM, 1989, 571).
12 Henríquez Ureña defiende la tesis de la apoliticidad del intelectual hispanoamericano del siglo XX,

como prolongación del modelo de artepurismo que ubica en el modernismo. Cfr. P. Henríquez Ureña,
Las corrientes literarias en la América Hispana. México: FCE, 1949, 165.
13
En el prólogo a su Indología, Vasconcelos se autodefine como un "filósofo metido a caudillo"
(XLII).
212

rasgos muy distantes y hasta opuestos a los de sus años de esplendor' 4 implicó romper
-

con pretensiones nacionales y trazar el perfil de un ideal colectivo

De las notas de viaje al ensayo profético

A diferencia de los ensayos de Sarmiento y Martí, a los que dedicamos los dos
capítulos anteriores, no hay aquí una instancia periodística previa directa sino, en todo
caso, en forma tangencial, si consideramos como parergon las notas que recogieron sus
impresiones de la experiencia estimulante del viaje que realizó Vasconcelos por
algunos países de la América del Sur, las que excedían el papel de borradores de
trabajo -de hecho fueron incorporadas en el mismo libro, a continuación del ensayo-
prólogo titulado como el volumen homónimo que los reúne, La raza cósmica-, y que
fueron completadas con materiales tomados de algunos artículos periodísticos
publicados en medios de prensa sudamericanos. Efectivamente, tras su partida de la
Secretaría de Educación pública,' 6 a mediados de 1924, Vasconcelos comenzó a

14
En la semblanza trazada por Noé Jitrik, a propósito de la edición del Fondo de Cultura Económica
de las Memorias de José Vasconcelos, el crítico argentino alude a:
...la idea corriente acerca de que hay dos Vasconcelos, uno anterior y otro posterior a 1929, año de
la gran defraudación. El primero reúne los siguientes rasgos: maderismo, audacia y arrojo,
progresismo, casi socialismo, en ciertos aspectos (el sistema educativo) muy cerca del
bolcheviquismo (Lunatcharsky), sensibilidad, intensa capacidad para comprometerse, política y
eróticamente, sentir y gozar, imaginación, coherencia, fuerza filosófica, revolución, proyectos
sociales, políticos y artísticos. En cuanto al segundo, la imagen es de un sujeto minado por el
resentimiento, autoritario, juzgador, tradicionalista, antisemita, fascista, antirrevolucionario,
obsesivo, contradictorio, egoísta, reiterativo...
Sin embargo, Jitrik señala con agudeza que "esa operación separatoria, que existe ciertamente, no es
convincente, al menos para quienes quieran entender, a su través, un orden de problemas más amplio
que su propio, brillante y dramático caso." Y sugiere que "[H]abría que intentar una explicación o un
pasaje de una figura a otra..." Cfr. N. Jitrik ,"Lectura de Vasconcelos", El balcón barroco. México:
UNAM, 1988, 240-24 1.
15
Cfr. J. Vasconcelos, Indología, 205.
16 A los efectos de evaluar más acertadamente los alcances del proyecto vasconceliano, importa

considerar con mayor detenimiento la circunstancia del último año de su actuación en la SEP y de su
renuncia a la misma. Con razón, José Joaquín Blanco sostiene que "Vasconcelos vio en Obregón una
versión local del déspota ilustrado" que brindaba, a diferencia de otros caudillos de la Revolución, un
espacio de "ilustración o "civilización", no sólo en la esfera cultura] y educativa, sino también en la
política de reconciliación de facciones y en la apertura diplomática a Latinoamérica, en un proyecto
que aquel caudillo llamó la "revolución constructiva". Obregón prometía —según Blanco- "cambiar de
tácticas y de retórica: liquidar el militarismo y asegurar libertades", con respecto a los zapatistas,
villistas y carranclanes que representaban "su indeseable pasado violento" (130). Es evidente que la
213

revisar las notas que fue acumulando durante su viaje sudamericano por Brasil,
Uruguay, Argentina y Chile, 17 las organizó y las completó con los artículos publicados
en la prensa de los países visitados entre septiembre y diciembre de 1922, la mayoría
de los cuales había sido reproducida en los Boletines de la SEP. 18 Ese 'diario de viaje',
una vez ordenado y con el agregado de una introducción-ensayo sobre la "raza
cósmica", el 'programa espiritual' que creía destinado a consolidar definitivamente la
cohesión del continente iberoamericano y convertirlo en la cuna de 'la humanidad nueva
y que se conocería poco después con el título LRC.
Según el decir de Claude Feil, ese prefacio oscila "entre el manifiesto y el
conjuro", "vehemente y lírico, premonitorio e inspirado", en la misma línea de los
escritos estéticos anteriores a los años veinte, 19 y aparece como una 'tentativa'
contradictoria y hasta, por momentos, incoherente de ofrecer una síntesis 'intuitiva' de

alianza promovida por Obregón con los generales sobrevivientes, otorgó una enorme libertad en el
campo educativo que Vasconcelos supo aprovechar. Pero al surgir fuerzas políticas más poderosas
que los meros caudillos, como la Confederación Obrera (la CROM), que sustituyeron a los viejos
generales hasta conformar el PNR, origen del PR!, desde 1923, el feudo de la SEP fue invadido. Esas
fuerzas llegaron a organizar una huelga universitaria, y en 1924 propusieron mediante Lombardo
Toledano un programa educativo propio y opuesto al de Vasconcelos, de modo que, en el último año,
Vasconcelos nada nuevo pudo hacer, pues estaba rodeado de opositores y su acción individualista
desde la SEP se vio afectada por los compromisos de Obregón con la CROM. Por otra parte, el
arreglo de Obregón con los EEUU restó importancia a esa Secretaría como prestigio internacional y
la estructuración del estado en organizaciones políticas ofreció a las masas, aunque manipuladas, una
injerencia en la retórica oficial y en la cultura nacionalista. Así, acota Blanco:
[E]l culto demagógico al indigenismo, al obrerismo, la actitud anti-intelectualista a base de ser
"popular", la vinculación estrecha de la cultura con la oratoria oficial, etcétera, desplazaron los
cultos ( ... ) que había impuesto Vasconcelos. En sus términos de referencia, del despotismo
ilustrado se había pasado al despotismo bárbaro...
(Blanco; 13 1-132).
17
Antes de 1920, de Hispanoamérica sólo conocía Cuba y Perú, de modo que el viaje oficial hacia el
sur del continente que Vasconcelos emprendió, desde agosto hasta setiembre de 1922, le proporcionó
un conocimiento directo de las realidades continentales que renovó su fuerte convicción
iberoamericanista. Además, a la inicial inspiración en los escritos de Rodó, Henríquez Ureña, Díaz
Rodríguez y el brasileño José Pereira de Graça Aranha, posteriormente se agregaron las reflexiones de
Manuel Ugarte, José Ingenieros, Alfredo Palacios, Gabriela Mistral, Ricardo Rojas, entre otros.
8
A partir de 1922, el Boletín de la Secretaría de Educación Pública en cierto modo reemplazó al
recientemente desaparecido Boletín de la Universidad Nacional de México, cuya publicación se había
reanudado cuando Vasconcelos era rector de la UNAM. La organización de los Boletines de la SEP
reproducía la de la Secretaría y se le otorgaba gran espacio a las informaciones publicadas en la
Sección Iberoamericana. Entre 1922 y 1924, aparecieron cinco números, uno de los cuales fue doble.
Cfr. C. FelI 1989, 498.
19
Nos referimos a los libros que testimonian su poco común eclecticismo estético: José Vasconcelos:
Pitágoras, una teoría del ritmo (La Habana, 1912; edición completa: México, 1917), El monismo
estético (México, 1918); Estudios indostánicos (México, 1920), entre otros.
214

la nueva ideología que se anunciaba movilizadora (C. FelI, 639). En las breves páginas
que prologan LRC en su conjunto, Vasconcelos remite al 'intertexto' que rodea y
condiciona sus reflexiones, y menciona la legitimación del mestizaje propiciada por la
política dominante a partir de la Revolución Mexicana, así como la vigencia de un
código en desgaste en la época en que publicó su ensayo: la teoría darwiniana de la
supervivencia del más apto, aplicada a lo social por Gobineau, quien en el Ensayo
sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855) había desarrollado la tesis del
ario puro que sirvió de sustento ideológico al imperialismo británico y fue llevado a
extremos aberrantes por el nazismo (LRC, 9). En el mismo prólogo, advierte sobre la
existencia de ciertas fisuras en aquellas doctrinas cientificistas con las que pretende
romper20, y señala la emergencia de nuevas teorías superadoras de las limitaciones de
las ideologías y códigos anteriormente dominantes, que introducen una nueva
interpretación del concepto de evolución, eliminando toda discriminación racial y
reclamando la necesidad de educar a todos los hombres en igualdad.
Sin embargo, pese a esta profusión de doctrinas nuevas y opuestas a los códigos
oficiales hasta hacía unos años atrás, se encuentran todavía residuos de doctrinas
positivistas a lo largo del principal ensayo de Vasconcelos, La raza cósmica,
especialmente por la frecuente recurrencia a claves y nociones raciales para referirse a
la cuestión de la cultura hispanoamericana. El acento está puesto indudablemente en la
incidencia del factor étnico, aunque se consideran además otros factores como el medio
fisico y geográfico y el espiritual, en la segunda y tercera parte del ensayo
respectivamente. No-obstante, existe también en-este texto una voluntad explícitamente
formulada de alcanzar una visión sintética que concilie la realidad espiritual, humana e
intuitiva, con la precisión y claridad de los datos proporcionados por la historia y la
ciencia21 :

20
Desde la conferencia que pronunció en el Ateneo de la Juventud, en 1910, titulada "Don Gabino
Barreda y las ideas contemporáneas", expresó su descontento con el orden positivista que llevaba
medio siglo en vigencia, y afirmó su posición crítica frente a esa ideología, junto con los miembros de
ese cenáculo. Así describió el clima intelectual reinante: "Se sentía la necesidad de una doctrina que
fuese capaz de poner en marcha al interés humano. A las ideas de Comte, Stuart Mill y Spencer se
opusieron las de Schopenhauer, Nietzsche, Boutroux, Bergson y Rodó." Cit. por Leopoldo Zea,
Apogeo y decadencia de/positivismo. México: El Colegio de México-FCE, 1977, 263 y 268.
21
Pensamos, por ejemplo, en las extrapolaciones de las leyes de Mendel combinadas con un breve
215

Sólo un salto del espíritu, nutrido de datos podrá darnos una visión que nos
levante por encima de la microideología del especialista. Sondeemos entonces
en el conjunto de los sucesos para descubrir en ellos una dirección, un ritmo y
un propósito. Y justamente allí donde nada descubre el analista, el sintetizador
y el creador se iluminan.
Ensayemos, pues, explicaciones, no con fantasía de novelista, pero sí con
una intuición que se apoya en los datos de la historia y la ciencia (LRC, 15-
16). 22

El centro del planteo de este ensayo reside en la noción algo confusa de 'raza'
que en Vasconcelos se asemeja a una 'amalgama' de conceptos afines, tales como
'cultura', 'civilización', 'pueblo','costumbres', 'lengua'. Priman aquí, sin embargo, la
crítica a la especialización y la fragmentación de los saberes y las esferas de la realidad,
puntos claves en el debate ateneísta contra el positivismo que funciona en LRC como el
principal núcleo provocador de las principales tesis que sostiene este ensayo. En este
sentido, el ensayo en su forma 'total', como lo visualiza Ramos, materializa la "super-
visión de la cultura" de Vasconcelos que pasa a representar "el atributo distintivo de la
raza "cósmica ", "latina", tras alcanzar un estadio superior del progreso humano que le
permitiría -como lo veremos más adelante- superar las limitaciones del estadio inferior
del "sajonismo", dominado aún por la mirada fragmentaria, propia de la ciencia y la
tecnología (Ramos 1989, 224).
A su vez, la yuxtaposición de alusiones explícitas o no a discursos de diversa
índole y ajenos al campo de las humanidades, la utilización de diferentes criterios,
métodos y teorías para la exposición y el análisis del problema americano se traducen
en la doble conformación lingüística que asume el discurso. Es notable cómo se desliza

análisis sociológico de la evolución histórica de las relaciones entre el norte y el sur de nuestro
continente.
22
La voluntad de síntesis de las nociones de raa y espíritu se hace patente en la divisa que
Vasconcelos propuso como lema para el escudo de la Universidad de México: "Por mi raza hablará el
espíritu", en el que efectivamente se incluyó esa sentencia.
216

desde la aparente neutralIdad asociada con el lenguaje científico, cuando se aportan


diferentes argumentaciones dentro de ese ámbito (etnológicas, geológicas,
antropológicas, biológicas, sociológicas) (LRC, 31, 33, 48), hacia formas más libres y
poéticas, que delatan un discurso literario, estético, dentro de las posibilidades retóricas
del ensayo. Es de notar que estas formas irrumpen en los pasajes de mayor carga
espiritualista, donde se exponen ideas vinculadas con una filosofia de la vida,
dinámica, que habilita un pensamiento utópico, despojado de connotaciones negativas
y que puede ser concretado en algún sentido (LRC, 32).
Al mismo tiempo, la posibilidad de una construcción de este tipo en LRC se
encuentra estimulada por la acción mediadora de la ilusión y la contextura flexible del
ensayo, permeable a elementos ficcionales manejados por el libre juego de la fantasía y
la imaginación. Por otra parte, la naturaleza ficticia es un rasgo común, al menos en la
estructura formal, a todas las configuraciones utópicas, lo que no implica concederle
una libertad de acción ilimitada al componente imaginativo, también sometido a la
exigencia insoslayable de hacer referencia a la realidad concreta que pretende mejorar y
superar. 23 Vasconcelos sentencia: "La realidad será como la fantasía..." (LRC, 35); y en
varias ocasiones recurre a la leyenda, como cuando alude a "una civilización nacida de
nuestros bosques" y al "misterio de los hombres rojos" (LRC, 14).
En este mismo sentido, la recurrente utilización de criterios irracionalistas y
antiintelectualistas que apelan a la vía de la intuición como un medio seguro de
alcanzar el ideal soñado -"...si descubrimos, si creamos, triunfaremos...";
"...Vagamente sentimos que.." (LRC, 27)-, -expresa un deseo casi intuitivo y nada
científico, que no se concilia -y esto es lo que resulta disonante y resta solidez a la
construcción- con el recurso a argumentaciones pretendidamente científicas -"opinan
geólogos autorizados ...... (LRC, 9); "[O]bservaciones recientes habían demostrado
que..." (LRC, 10). En contraste con lo que desde el discurso se declara buscar, se

23
Cfr. Max Nettlau, 11. Nettlau propone no despreciar la imaginación y el sueiío en el proceso de
construcción de la utopía. Por otra parte, Glenn Negley y J. Max Patrick definen la utopía como
necesariamenteficticia en su forma, lo que no permite una licencia absoluta de la imaginación, por su
necesaria referencia con la realidad y alguna semejanza con la sociedad en que vive el utopista. Cfr.
Negley y Patrick, 'La búsqueda de utopía', 1. L. Horowitz, 124.
217

subraya así la inconsistencia de la argumentación por la dificil convivencia de


elementos irracionalistas y cientificistas, ya que, como sabemos, la fantasía no suele
admitir justificaciones científicas y viceversa. Ese desajuste se agrava con afirmaciones
insustanciales como las siguientes:

El inglés siguió cruzándose sólo con el blanco, y exterminó al indígena; lo


sigue exterminando en la sorda lucha económica, más eficaz que la conquista
armada. Esto prueba su limitación y es el indicio de su decadencia ( ... ).
Contradice el fin ulterior de la Historia, que es lograr la fusión de los pueblos y
las culturas... (LRC, 27)

Si el Amazonas lo dominan los ingleses de las islas o del continente, que son
ambos campeones del blanco puro, la aparición de la quinta raza quedará
vencida. Pero tal desenlace resultaría absurdo; la Historia no tuerce sus
caminos; los mismos ingleses, en el nuevo clima, se tomarían maleables, se
volverían mestizos...(LRC, 35).

A esto se agregan, además, el planteo de hipótesis sin demostrar, las


apelaciones al 'mandato de la Historia', la afirmación rotunda de hechos presentados
como 'indefectibles', y el recurso a fundamentaciones científicas para sostener
cuestiones abiertas que la ciencia de entonces no había logrado resolver, como es el
caso de la ubicación de la Atlántida. En suma, generada a partir de las reflexiones de
los ateneístas, bajo el impacto de la Revolución Mexicana, con elementos de la
ideología burguesa, liberal, dominante, la utopía de LRC inaugura un mundo del como
si, que guarda alguna relación con lo real, pero idealizado. El discurso altema entre una
actitud crítica frente al presente (LRC, 18) y la idealización de un futuro que, desde una
perspectiva progresista y esperanzada, se intuye como patria de una estirpe mejor y de
un tipo superior (LRC, 30).
Visión alucinada, profecía anticientificista, presagio delirante anticipado en el
diario de viaje y prolongado en sus afirmaciones principales en las conferencias
218

culturalistas, lo que abona la teoría de 'texto separado' del que el diario fue sólo una
instancia de inspiración. En el ensayo de Vasconcelos, el enunciador se aproxima en
la lógica de su discurrir al profeta o al visionario, en una actitud al parecer deliberada o
conciente, por cuanto en el Prólogo definió el contenido de su ensayo como un
"presagio" (LRC, 9, 50), una "premonición" (y así subtitula sus Notas de viaje por
América del Sur).

Una nueva versión de la utopía hispanoamericana

Es sabido que el pensamiento social y cultural de América Latina ha recibido


una fuerte impronta de diferentes tradiciones utópicas que, desde los umbrales de la
modernidad y los tiempos del 'descubrimiento' y la conquista, acompañaron la
historia de nuestros territorios, y aún desde mucho antes, si tomamos en
consideración algunos relatos amerindios donde pueden encontrarse marcas
reconocibles de representaciones utópicas. Así, para argumentar acerca de la
supuesta especificidad del mundo latinoamericano, frecuentemente se ha recurrido a
numerosas teorías sociales y proyectos culturales que colaboraron en la construcción
de grandes imaginarios utópicos. Obviamente esta proliferación de textos, discursos
y programas evidencia una particular vocación por lo utópico en este campo o, dicho
de otro modo, un alto grado de 'creatividad utópica' sostenida por una singular
afinidad con las estructuras mentales y las ideas dominantes en ciertos momentos
históricos. Mencionaremos sólo algunas de las primeras variantes que conformaron
el 'archivo utópico' subcontinental, desde las primeras representaciones de nuestros
territorios como la Tierra Prometida anhelada por los conquistadores europeos, las
alucinadas e hiperbólicas imágenes recreadas a partir de las tradiciones y leyendas
nativas que impulsaron incesantes búsquedas y exploraciones, multiplicando la
toponimia utópica a lo largo y a lo ancho de nuestro continente (Paitití, el Dorado,
las tierras del Rey Blanco, la Fuente de la Eterna Juventud, y muchas otras) y el
llamado 'Nuevo Mundo' convertido en el sueño milenario de la sociedad occidental.
Este apretado recuento ilustra lo que concluye Horacio Cerutti acerca del papel que
219

cumplió la utopía para América: "América Latina fue condenada a constituirse en el


topos de utopías ajenas, a ser reducida al objeto de un telurismo." 24
A grandes trazos, la lista continúa con otras articulaciones de la invención
utópica, como las utopías misioneras -proyectos simbióticos del comunitarismo
indígena y la comunidad ideal cristiana-, la utopía que acompañó el levantamiento
indígena de Tupac Amaru y, ya en los albores de la constitución de nuestras
naciones, la utopía bolivariana que marcó las luchas independentistas del siglo XIX,
anticipada y retomada por otras figuraciones de la emancipación americana
(pensamos nuevamente en los escritos de Viscardo, Miranda, Monteagudo, Mariano
Moreno, Simón Bolívar, José Cecilio del Valle, Andrés Bello, entre otros), hasta
llegar a identificarse con las utopías de la unidad latinoamericana ("Nuestra
América" de Martí, El porvenir de la América Latina y El destino de un continente,
de Manuel Ugarte, entre otros) y las utopías de la liberación latinoamericana del
siglo XX, encarnadas por los grandes movimientos revolucionarios como la
Revolución Mexicana, el movimiento campesino de Sandino en Nicaragua, la
Revolución Cubana, que componen junto con otros tantos fenómenos político-
sociales un mosaico de aspiraciones utópicas donde la contingencia histórica de la
praxis de transformación no permite evaluarlas como meras quimeras absurdas o
curiosas ni como proyectos fracasados o, al menos, totalmente olvidados.
Recordemos, además, que estas expresiones diversas de la utopía de América
integran un proceso de toma de conciencia de sí y para sí, que implica la producción
-desde el continente mismo- de un pensamiento identitario que define un perfil
posible para las sociedades latinoamericanas, vale decir, que estos proyectos utópicos
coinciden en pensarnos en dimensión de futuro. Este rasgo característico del
contenido de lo utópico en el pensamiento social del subcontinente, aparece
reavivado de un modo muy significativo en la época en que fue escrito el texto que
nos ocupa. En efecto, Vasconcelos recurre a la utopía como un molde discursivo eficaz
para expresar sus ideas en el marco maleable del discurso ensayístico y captar el interés
del público lector, sin ignorar su larga y arraigada tradición en la literatura mexicana y

24
Cfr. Horacio Cerutti, "Utopía y América Latina", La utopía en América. México: CCy DEL, UNAM, 1991.
220

latinoamericana. No pretendemos en estas páginas revisar la tradición utópica en


México, a principios del siglo XX, sin embargo nos interesa destacar, en particular,
el papel relevante que tuvieron en América las utopías europeas más conocidas. Cabe
recordar al respecto el gran éxito que desde fines del siglo pasado suscitó este género
en toda Europa, especialmente en Francia, y la buena acogida que tuvo entre los
miembros del Ateneo de la Juventud.
Un ejemplo que merece nuestra atención y en el que nos detendremos
brevemente es el texto de Pedro Henríquez Ureña, titulado "La utopía de América",
de 1925, el mismo año en que se publicó LRC. Estos dos grandes textos doxológicos
-el término que propone Marc Angenot (1982) aporta en este caso una categoría
amplia que incluye y excede la del 'ensayo de interpretación'-, ciertamente dialogan
en un mismo tono pero difieren notablemente en su forma y disposición discursiva.
Una lectura cotejada de ambos es útil, puesto que la consideración atenta del texto de
Henríquez Ureña iluminará algunos aspectos de LRC. En este punto, no ignoramos la
dificultad señalada por Bronislaw Baczko en su esbozo de una historia del concepto
'utopía' 25, cuando plantea la notoria ambigüedad de esa palabra, cuya polisemia ha
dado lugar a numerosas conceptualizaciones, lo que demanda una especial cautela
metodológica, toda vez que se intente trabajar con esta noción en textos inscriptos
dentro del 'paradigma utópico', en un sentido extremadamente extensivo del
término. En consecuencia, estableceremos un primer deslinde para localizar el
concepto dentro de los marcos que cada texto reclama o vincularlo con las fuentes a
las que explícita o implícitamente cada texto remite.
Pedro Henríquez Ureña, uno de los grandes maestros de la América 'nuestra',
formuló la idea de una utopía americana, en forma concisa pero contundente y
apasionada, en dos ensayos publicados en 1925: "La Utopía de América" y "Patria de
la justicia"26. El primero fue inicialmente una breve conferencia que el autor

25
Cfr. Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y espera:as colectivas. Bs.As.: Nueva
Visión, 1991, 70-80.
26
Ambos textos fueron publicados autor en el siguiente volumen: Pedro Henríquez Ureña, La utopía
de América. La Plata: Ed. Estudiantina, 1925, y fueron recogidos en Plenitud de América, Pedro
Henríquez Ureña, La utopía de América. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
221

pronunció durante su paso por la Argentina, en la Universidad de La Plata, en 1922,


mientras integraba una delegación de la recién fundada Secretaría de Educación
Pública de México, presidida por José Vasconcelos. Allí, el Maestro dominicano (en
adelante, HU) expuso con fundamentos su filosofia de la utopía, siguiendo el esbozo
de este concepto, perfilado por Ernst Bloch en su Geist der Utopie, en 1918, aunque
sin emular el arduo trabajo teórico ni el lenguaje entusiasta de este último. En HU,
como en Bloch, la utopía se presenta desprovista de su carácter quimérico, como una
categoría antropológica e histórica. Tras aludir a México, "un país de cultura
autóctona", para adelantar la tesis central de su exposición, y relevadas las fuerzas
opuestas de civilización y barbarie, de espíritu y violencia, HU insta a los
americanos, con un tono fuertemente exhortativo y prescriptivo, a encaminarse hacia
'su' utopía, la que les es propia y común, a "afirmar la fe en su destino" y en "el
porvenir de la civilización" (5):

Ensanchemos el campo espiritual, demos el alfabeto a todos los hombres;


demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos;
esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera:
avancemos, en fin, hacia nuestra utopía ... (6)

La propuesta está formulada, pero no obstante la sitúa y rastrea su progenie,


reclamando la necesidad de volver a la idea clásica deutopía: "La utopía no es vano
juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del
Mediterráneo" (6), y de devolverle su carácter de gran creación intelectual del pueblo
griego, al que adjudica otros logros como la inquietud del perfeccionamiento humano
constante, la discusión, la crítica, la historia. Presenta con notable elocuencia y
deliberado didactismo la utopía no sólo como un programa general concreto para el
futuro inmediato y, aún para el presente, cuyas metas son la libertad verdadera, la
reforma social y la justicia económica, universalidad, armonioso equilibrio, sino
como la esencia histórica de Occidente, el motor y el sostén de su historia, la
222

propiedad humana descubierta por los griegos. En este sentido, se evidencia la


adhesión de HU a la conceptualización blochiana de la utopía como una suerte de
constante cultural, un fenómeno proteico y omnipresente en la cultura, un
permanente llamado al futuro que mantiene el presente en constante apertura hacia la
actividad creadora de la Esperanza (Baczko, 76). Así la dimensión utópica funciona
en HU como la base que sustenta su programa historiográfico y literario. Sin
embargo en su propuesta, el modelo histórico concreto del pasado es trascendido al
ser alimentado por el dinamismo propio del hombre racional y crítico.

En suma, la utopía aparece en HU como una constante humana universal que


determina histórica y antropológicamente al hombre y la sociedad, que presenta en
términos de 'esperanza' a nuestra América el desafio de conservar y perfeccionar su
carácter 'original', al tiempo que se aproxima a la creación del hombre universal,
sintetizando y uniendo el 'doble tesoro' de la tradición española y la tradición
indígena, en una unidad y universalidad imaginadas no como uniformidad ni
descastamiento, sino como "matices diversos de la unidad humana", "armonía de las
multánimes voces de los pueblos" (8). Si la función utópica puede desvanecerse en
determinadas etapas de la historia de la humanidad, nunca muere definitivamente
sino que surge en momentos de crisis y desorientación. En palabras de HU:

Hoy en medio del formidable desconcierto en que se agita la humanidad,


sólo una luz unifica a todos los espíritus, la luz de una utopía, reducida es
verdad ( ... ), pero utopía al fin, donde se vislumbra la única esperanza de paz
entre el infierno social que atravesamos todos... (7)

De este modo, con una modulación pausada y dialogal, propia de una meditación
compartida o en voz alta, afin con la 'actitud ensayística', un encadenamiento de
interrogaciones retóricas articula el texto buscando involucrar al público/lector y
guiarlo en el curso de su razonamiento, con un fin eminentemente persuasivo y
didáctico: "Hacia la utopía?..." (6), ",Cuál sería, pues, nuestro papel en estas
223

cosas?...", ",Y cómo se concilia esta utopía ( ... )?" (7).


Por último, en virtud de la actitud enunciativa elegida, se advierte que en este
texto el sujeto del discurrir se ubica en un lugar de autoridad cultural y espiritual y
adopta una postura magisterial, en coincidencia con la impronta dominante de los
factores culturales privilegiados en las argumentaciones y los recuentos que lo
configuran como una utopía cultural y de acuerdo con la cualidad atribuida a los
hombres, en quienes se deposita la esperanza de un porvenir mejor para nuestra
América, tal como se lo hace explícito hacia el final de esa conferencia: "hombres
magistrales, héroes verdaderos de nuestra vida moderna, verbo de nuestro espíritu y
creadores de vida espiritual"(8).
Mucho más extenso, declamatorio y con flancos débiles, 27 frente a la claridad
y mesura expositiva y la consistencia argumentativa del texto de HU, el ensayo de
Vasconcelos situado entre la crítica de la ciencia y el anhelo libre del espíritu, se
asienta sobre una construcción con rasgos y formas que delatan la andadura ficticia
del relato utópico: parte de una rebelión contra una realidad presente inaceptable, con
la esperanza eufórica de acercarse a un porvenir mejor, cuyas posibilidades imagina e
idealiza. Ya Max Nettlau en su señera definición del fenómeno utópico destacaba esta
doble tensión:

La utopía es un fenómeno social de todas las épocas y es una de las primeras


formas y más antiguas del progreso y de la rebelión: porque el deseo de
elevarse por encima de un presente que no parece aceptable más que - para el
usurpador y el disfrutador, y la esperanza de que se triunfará un día, los medios
para llegar, todo eso se transforma en reflexión sobre el porvenir, en visión de

27
Gran parte de las críticas y objeciones que recibió LRC insisten en su falta de rigor y su inconsistencia
declamatoria, dos rasgos que la convierten en pura oratoria, así como en las frecuentes digresiones y
reiteraciones que acrecientan la insustancialidad del discurso, ya fundado en bases antropológicas poco
firmes y en falsas argumentaciones. Al parecer resulta evidente que la existencia de una construcción
utópica en LRC, salva en parte la crítica negativa que la condena al rango de "floripondio sociológico-
retórico, hinchado de falso profetismo". Cfr. Alberto Zum Felde, Indice crítico de la literatura
hispanoamericana: el ensayo y la crítica. Tomo 1. México: Ed. Guaranía, 1954, 426. Subsisten, sin
embargo, las grietas, las tensiones por la recurrente utilización de diferentes discursos, los vestigios de
otras ideologías remanentes, el desajuste entre el anhelo y el proyecto sin sustento científico.
224

lo que podría hacerse alternando en el organismo sano con el impulso a obrar


hic el nunc, con la acción y el trabajo y la investigación o el experimento
presentes.. 28

En La raza cósmica, no se desarrolla una narración detallada ni uña descripción


rígida ni exhaustiva sino que se delinean los rasgos esenciales de la "nueva humanidad
futura", y se insiste reiteradamente en la función crítica del presente y del pasado para
proclamar la necesaria concreción de alternativas positivas que superen el egoísmo
materialista del blanco y pongan en duda su pretendida superioridad. No sólo como
"presagio" o "premonición", más aún como visión alucinada que describe como hechos
los que son sólo fruto de una intuición o de una idea obsesivamente convertida en
imagen, la escritura de Vasconcelos en este texto en particular está impulsada por una
actitud decididamente mesiánica y redentorista que induce al lector a la acción, para
poner en práctica el programa místico de instaurar una nueva sociedad en un tiempo y
un espacio perfectos, pues "estamos llamados" a consumar "una misión divina" (LRC,
28). Se trata, entonces, de una utopía mesiánica y escatológica. Si consideramos la
afirmación de Raymond Ruyer, quien sostiene que "[L]as utopías tienen valor de
síntomas de las ideas e ilusiones de la época en que son escritas ( ... ) Reflejan las ideas
p1ás que la realidad del momento en que escriben. ,,29, identificaremos el exorbitado
mesianismo de Vasconcelos como un rasgo propio de su época y del ambiente
intelectual frecuentado por los ateneístas. Es recurrente asimismo la idea de cambio,
que sugiere una movilidad, opuesta a toda sumisión, donde todo apunta al futuro, a
superar el pasado: " ... somos nosotros de mañana..." (LRC, 30). Abundan los verbos en
futuro, las construcciones hipotéticas en modo potencial, los adverbios que indican
posibilidad (LRC, 39), junto con argumentaciones que defienden la tesis de la
probabilidad de la misión futura de la raza iberoamericana de formar, mediante la
unión de todos los pueblos, la "quinta raza cósmica" (LRC, 31).

28 Max Nettlau, Esbo:o de historia de las utopías. Bs.As.: Imán, 1934, 7.


29
Raymond Ruyer, "Caracteres generales de las utopías sociales", Irving Louis Horowitz (selecc.),
Historia y elementos de la sociología del conocimiento, tomo II: Contenido y contexto de las ideas
225

Volviendo a la construcción utópica en sí, más allá de los desajustes e


incongruencias de los criterios que la sostienen, es lícito calificar la LRC como una
utopía racial, por su insistencia en el análisis del factor raza, por encima del político o
el social. Aquí reside quizás la singularidad de esta construcción en LRC: utopía, pero
racial, pero además irracional. Lo que en la mayoría de las utopías se plantea como
enfrentamiento de clases, se presenta aquí como 'lucha de razas', o más bien, fusión,
asimilación, integración de las distintas razas, ya no enfrentadas, en un nuevo tipo
étnico de síntesis. La tesis central de este ensayo consiste en la hibridación racial que
apunta a un ideal de "fusión étnica y espiritual"(LRC, 29), a la formación de una "raza
definitiva, de síntesis, integral" (LRC, 31), una "patria libre, en la que encuentre hogar
y refugio"(LRC, 36) la creación de una "nueva cultura". 3° En un proyecto de
regeneración social y racial que se anuncia idealista, emocional, espiritualista,
imagina la creación en tierra iberoamericana de una "quinta raza", síntesis de todas
las razas existentes en el planeta, "la raza cósmica" 31 , un advenimiento que
supondría la gestación de una nueva cultura a partir de la raza mestiza, instalada en
el continente iberoamericano, mediante un complejo período de asimilación y
síntesis,32 que Vasconcelos insiste en avizorar con clara conciencia de la misión
histórica que se le asigna a los pueblos iberoamericanos. 33 Básicamente se funda en
la revalorización de un fenómeno típicamente iberoamericano que constituye su más
original idiosincracia: el proceso de mestizaje que Vasconcelos potencia como
condición propicia para la fusión interracial y la constitución de una nueva cultura
de síntesis, universal y definitiva. 34 El espacio donde Vasconcelos ubica su. utopía es

sociales. Bs.As.: Eudeba, 1964, 120.


30
Medio siglo antes, Justo Sierra, en su estudio sobre el pueblo mexicano enunció y reivindicó el
cruce de razas que —según él- caracterizaba al mestizo indohispánico, euroamericano, como tipo
virtual del continente americano. Cfr. Alberto Zum Felde, Indice crítico..., 426.
31
Cfr. LRC, 10, 27-29: etapa del Mundo Uno, raza nueva, raza de síntesis, quinta raza, 29: raza
definitiva, raza integral, 30,34; 1, 79.
32
Cfr. 1, 84: sincretismo de culturas; LRC, 10: fusión e hibridación de todas las razas, 25: mestizaje
racial; 1, 75, 206: fusión racial y cultural.
u Cfr. H, 20: llamado étnico; LRC, 26: nuestra misión étnica; LRC, 27: mandato de la Historia; LRC,
26: misionerismo étnico; LRC, 27: misión sin precedentes de América Latina en la Historia.
34
La tesis central de LRC consiste en la fusión interracial (LRC, 9). Cfr. LRC, 45: revalorización del
mestizaje; LRC,29: idiosincracia iberoamericana; 1, 92: mestizaje o tutelaje; LRC, 25: Hispanoamérica
como puente de fusión y mezcla de todos los pueblos; LRC, 16, 30: destino de la raza blanca y los
226

el trópico americano, la zona inexplorada de tierras disponibles ubicadas en la región


más cálida del planeta que comprende Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, parte del
Perú, parte de Bolivia y la región superior de la Argentina (LRC, 33-35). El autor
analiza las ventajas y los obstáculos que ofrece este lugar, pero en ningún momento
justifica con cierto fundamento esa elección.
Esa intermixión racial ya iniciada en Hispanoamérica daría lugar en la utopía
vasconceliana a otro mestizaje aún más complejo: el cultural, verdadera palingenesia
para los desalentados espíritus latinos, frente al poderoso movimiento expansivo
anglosajón (LRC, 27, 50). Vasconcelos se empeña en mostrar cómo sería posible
alcanzar tal estado ideal, redundando en la utilización de componentes pragmáticos
prescriptivos y exhortativos (expresiones del tipo de "...es menester que...", formas
desiderativas, verbos en imperativo, subjuntivo y en futuro conjugados casi siempre en
la primera persona del plural, uso frecuente de adverbios temporales). A partir del
análisis de las condiciones presentes que, en términos generales, parecen favorables a
la concreción de la fusión interracial, enumera los fundamentos de tal factibilidad: la
legitimidad del mestizaje y sus ventajas para el aumento de la cultura, la justificación
de su valor por la comparación con períodos históricos de homogeneidad racial y de
hibridez, la creencia en el factor hereditario, según una ley de cruzamientos regidos por
una 'simpatía verdadera' ("ley del gusto estético" o "eugenesia") (LRC, 33-34, 42), la
conveniencia de reforzar el hispanismo: "...nosotros no seremos grandes mientras el
español de América no se sienta tan español como los hijos de España .. .... (LRC, 19), la
necesidad de elevar el nivel económico de los hombres (LRC, 10), la urgencia de la
educación popular como medio de ingreso a la sabiduría y garantía del libre ascenso
hacia los valores superiores (LRC, 36-37), la supresión universal de las barreras
geográficas por la acción ejercida por las comunicaciones modernas, la aplicación de
medios técnicos y progresos científicos para conquistar el trópico y solucionar los
inconvenientes que plantea la instalación de una civilización en ese medio (LRC, 35).
Vasconcelos especifica también los valores sobre los que se fundaría esa

pueblos latinos en Iberoamérica: servir de puente; LRC, 16, 33: trópico como el medio ideal; 1, 45,
65.
227

"nueva civilización". Si, por un lado, destaca la fantasía como la "facultad primordial",
por otro privilegia los valores estéticos: la belleza, el buen gusto, junto con el amor, el
ritmo, la emoción, la pasión y la alegría, que establecen las leyes y los criterios que
habrán de regir en el futuro (LRC, 36-37, 48). Merece resaltarse el anhelo de
universalidad que acompaña este proyecto visionario, en su intento de trascender toda
limitación racial, política, social, geográfica, desplazando intereses locales,
provinciales, regionales y hasta nacionales, en nombre de una aspiración 'cósmica',
internacionalista, de un "mundo Uno" (LRC, 27), cifrada en el nombre del lugar donde
se asentaría: Universópolis (LRC, 36). Paralelamente, el autor imagina también el
fracaso de su propuesta y la alternativa que se impondría de no lograrse la fusión
interracial deseada y supuesta la hipótesis de un nuevo triunfo sajón: el nombre sería,
entonces, Ánglotown.
Por último, si retomamos el cotejo de los dos textos utópicos y americanistas
que, a grandes rasgos, acabamos de trazar, podemos concluir que tanto en sus
aciertos como en sus limitaciones, ambos ofrecen dos versiones contemporáneas del
ensayismo tan característico a principios del siglo XX, dentro del estilo cultural
dominante entre las elites intelectuales mexicanas, pero con modulaciones muy
diferentes de la inflexión utópica -la utopía cultural y social en el texto de HU y la
utopía racial y mesiánica, como veremos más adelante, en LRC-, pese a que existen
contenidos y figuras compartidos por ambas modalidades.

El ensayo utópico y lasideologías continentalistas

La superposición de discursos, códigos, teorías y doctrinas con que se trama la


construcción utópica en LRC, reclama reparar en la forma en que se registra el pasaje
desde una configuración ideológica a otra, es decir, desde un sistema ideológico
positivista, cientificista, a otro opuesto, postpositivista, que habilita el ingreso a la
constelación utópica. De modo provisorio denominaremos a este último
contraideología. Vasconcelos confiesa abiertamente en LRC su intencón de
desenmascarar por medio del discurso, las doctrinas y filosofias que sirven de
228

justificativo para las ambiciones y manejos imperialistas de la raza dominante, a


sabiendas de que "[T]odo imperialismo necesita de una filosofia que lo justifique..."
(LRC, 46).
Desde el comienzo del ensayo, Vasconcelos se asume como ideólogo que busca
elaborar una propuesta ideológica superadora de la "microideología del especialista"
(LRC, 15), trazando un cuadro bien planeado en función y al servicio de sus ideales. En
la tercera parte del texto retorna esa reflexión:

...pero ahora que se inicia una nueva fase de la Historia, se hace necesario
reconstituir nuestra ideología y organizar conforme a una nueva doctrina étnica
toda nuestra vida continental ... (47).

Se hace referencia aquí a la 'nueva ideología' de la nueva generación, que potencia los
valores espirituales del desinterés y la libertad (L. Zea 1977, 276). De este modo, la
utopía asume el valor de una ideología, rebasando el criterio limitado de considerarla
como una consecuencia del uso exagerado de la imaginación. Al respecto, Roucek
contribuye a conciliar ideología y utopía, cuando explica que: "...la ideología ( ... ),
con su supuesto carácter "científico" utiliza de manera consciente o inconsciente
ilusiones e incluso errores (...). La ideología da por sentado sus ilusiones, declina
ponerlas en duda..."35
Por otra parte, si aceptamos con Horowitz que las ideologías son " ... conjuntos
de actitudes que pueden servir a diferentes estructuras políticas en diferentes períodos
de la historia..."36 podemos sostener que una doctrina puede identificarse como
,

ideología y como contraideología, de acuerdo con cuáles sean los determinantes


concretos de carácter histórico y empírico, y según qué se defienda o ataque, se alabe o

35
Joseph S. Roucek, "La ideología como medio de control social", I.L.Horowitz, 40.
36
Cfr. Irving Louis Horowitz, "Formalización de la teoría general de la ideología y la utopía",
Horowitz, 92, donde redefine los conceptos de utopía, contra-utopía, ideología y contra-ideología.
Desmiente en la ideología y la contra-utopía el mero uso exagerado de la imaginación, y subraya en la
contraideología la función de 'desenmascaramiento' de las ideologías establecidas.
Por otra parte, Talcott Parsons define la "contraideología" como "una ruptura abierta con el sistema
de valores e ideología de una sociedad más amplia", compartida por un grupo divergente. Cfr. Talcott
Parsons, "La institucionalización de las ideologías", I.L. Horowitz, 105.
229

critique, en un momento dado de la evolución social. -


En consecuencia, es posible identificar el mecanismo estratégico que permite
dilucidar el doble estatuto de LRC: de construcción utópica contraideológica y de
instrumento ideológico revestido de una forma utópica. Por una parte, el texto hace
uso de argumentos cientificistas para poner en funcionamiento la estrategia de
contrarrestar la eficacia y los alcances de la tesis darwiniana de la selección natural
que sostiene la superioridad étnica del blanco sajón, para capitalizarla a su favor y
defender su teoría de la integración racial y cultural en una quinta raza de síntesis, que
sería fruto de una sabia selección regida por la ley eugenésica del buen gusto (LRC,
44). Vasconcelos busca captar y retener la atención del lector, para moverlo hacia el
'deber ser' del ideal de una 'nueva humanidad'. Para ello echa mano a una velada
operación persuasiva que se despliega toda vez que comparte con el lector los
interrogantes y las dudas que surgen en el curso de su reflexión: así es que presenta las
cuestiones sin resolver, para compartir en un paso posterior la búsqueda de sus posibles
salidas. Y con el fin de lograr su cometido, 'sondea' con los mismos métodos de la
ideología que pretende desarticular, pero sin alcanzar el objetivo deseado, por lo que ya
señalamos como un desajuste entre el discurso utópico y la argumentación científica
que en Vasconcelos no supera la retórica, sumado a la falta de solidez y de coherencia
lógica37. Llega incluso al extremo de invertir la ley de los tres estados de Comte para
exponer su visión de la historia, como un proceso gradual y progresista compuesto por
tres etapas: 1) material o guerrera; 2) intelectual o política, y 3) espiritual o estética
(LRC, 38). Asimismo, en la convicción de que - no -hay retornos en la Historia y que
todo es novedad en ella, sostiene que cada raza tiene un período único de poderío y una
misión particular que cumplir, en un momento histórico determinado.
En segundo lugar, es posible leer en LRC una propuesta ideológica nueva, que
representa un sistema de creencias y doctrinas compartido por los miembros de la
nueva generación mexicana. Desde esta perspectiva, el ensayo se afirma como un
proyecto más coherente, aún admitiendo las fisuras por las que asoman en el discurso

37Intención y efecto semejantes encontramos en la ampliación de la ky hereditaria de Mendel al plano


del espíritu: "mendelismo astuto", "mendelismo espiritual' (LRC, 43-44, 50).
230

espiritualista, elementos remanentes del código oficializado e institucionalizado como


norma, en la época en que Vasconcelos se formó, durante el porfiriato, pese a haber
sostenido desde entonces una visión crítica sobre ese sistema. Así podrían explicarse
las concesiones a la ideología positivista, tales como la alusión a "razas superiores e
inferiores" (LRC, 30, 44), que contradice la tesis central desarrollada en LRC, así como
la frecuente utilización del criterio de utilidad (LRC, 31) y la aceptación final de la
doctrina darwinista para las especies inferiores, sin llegar a aplicarla en su reflexión
sobre la especie humana (LRC, 44)38
La forma utópica que asume la propuesta ideológica formulada en tomo a la
'América mestiza' pone de manifiesto la revelación del nuevo papel que le
corresponde a Hispanoamérica, como sede de la nueva raza y puente (LRC, 30) para
concretar la fusión interracial universal, desplazándola desde un rol subordinado,
dependiente y periférico en el juego de fuerzas raciales y políticas a nivel mundial,
hacia una posición central y protagónica:

El objeto del continente nuevo y antiguo es mucho más importante. Su


predestinación obedece al designio de constituir la cuna de una raza quinta en la
que se fundirán todos los pueblos, para reemplazar a las cuatro que
aisladamente han venido forjando la Historia. En el suelo de América hallará
término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor
fecundo, y la superación de todas las estirpes... (LRC, 28).

Vasconcelos propone la necesidad de "reconstituir nuestra ideología" (LRC, 47)


y organizar la vida continental sobre la base de "una doctrina étnica propia" (LRC, 47).
Y tratando de formular una "ideología iberoamericana" (1, LVD que siente las bases de
un nuevo ciclo en la cultura del Nuevo Mundo, caracteriza la existencia colectiva
iberoamericana, los rasgos distintivos de ese organismo en formación" (1, 1) y las

38
Vasconcelos se opone a la aplicación del darwinismo como biología social. Su posición se perfila
como contrapartida del "Estudio de las relaciones entre la sociología y la biología", de Manuel
Ramos, discípulo de Gabino Barreda y miembro de la Asociación Metodófila. Cfr. L. Zea, El
positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia. México: F.C.E., 1968, 172.
231

normas que permitan construir el ideal hispanoamericano en el futuro (1, 105), a partir
de una filosofia y un pensamiento propios (1, 96; LRC, 47)•39
De lo expuesto, concluimos que el discurso alterna entre una actitud crítica
frente al presente (LRC, 18) y la idealización de un futuro. Desde una perspectiva
progresista y esperanzada, el futuro es visualizado como patria de una estirpe mejor y
de un tipo superior (LRC, 30). No obstante, el presente es visto como la transición
hacia la tercera edad, estética (41), reconociéndose en él las condiciones propicias para
su advenimiento (LRC, 51). En este punto confirmamos también la afirmación de
Melvin Lasky acerca de las utopías:

Las utopías se escriben a partir de la esperanza y de la desesperación. Son


modelos de estabilidad concebidos con ánimo de contradecir. Son acciones (...)
en nombre de valores ideales ( ... ). Son interpretaciones del orden existente y,
muchas veces, programas de cambio. La implicación exhortadora de la utopía,
en forma de un requerimiento secreto, está siempre presente, pues todos los
ideales políticos son implícitamente revolucionarios; sus elementos críticos
llevan a disentir; sus perfectas proyecciones, a un anhelo por construir de
nuevo. El sueño utópico del futuro, con sus fuentes en la fantasía y en la
alienación, implica la pesadilla del presente.. 40

Pasado, presente y futuro recorren LRC en un constante juego contrapuntístico,


donde triunfa la persistente confianza en las potencialidades de Hispanoamérica, para
cumplir con su destino histórico (LRC, 53). Frente al pasado, se asume una doble
postura: de ruptura con la ideología que sustenta la ambición sajona y de continuidad
con el pasado hispánico (panhispanismo) y prolongación de la utopía retrospectiva de
la civilización atlántida. Tanto en LRC como en la expansión de sus tesis en 1,
Vasconcelos se propone describir y afirmar los rasgos que definen a la "raza
iberoamericana" que habita nuestro continente y presenta América Latina como "un

Vasconcelos amplía su concepción del pensamiento iberoamericano, en el cuarto capítulo de


Indo/ogía, titulado "El pensamiento iberoamericano".
232

grupo étnico homogéneo", planteando una continuidad con la tradición cultural


española, con la que se había roto desde nuestra emancipación (1, 15-16), con la
intención de construir una conciencia de nuestra identidad cultural y racial (1, 17). Un
rasgo común en la forma del discurso autointerpretativo de la cultura iberoamericana
en la escritura vasconceliana es la definición por negación u oposición. Así lo expresa
explícitamente el autor en Indología:

...tratemos de definirnos a nosotros mismos y marquemos, sin ningún ánimo de


discordia, las diferencias.
Pobre procedimiento es comenzar a definir una cosa por lo que no es; pero
al fin y al cabo no puede dejar de emplearse cuando se trata de asuntos todavía
informes, cambiantes, inmensos; en tales casos, ningún elemento de
determinación es inútil... (12),

y así describe, también por la negativa, su posición sobre el perfil cultural que diseña
para el continente: ni sajón ni nacionalista ni regionalista ni localista, ni provincialista
en un sentido extremo o reductivo, ni "patrioterista", ni panamericanista ni proclive al
intervencionismo del imperialismo norteamericano o de cualquier otro origen, ni
colonialista ni indigenista.4 ' En cada caso, la negación supone su contrario, por lo
pronto, una rectificación o ampliación del concepto negado.
Otra forma corriente de definir el proceso cultural hispanoamericano en los
escritos vasconcelianos consiste- en plantear la opción por uno de los dos términos de
una alternativa: latinos-sajones, imperialismo-antiimperialismo, hispanismo-

40
Melvin Lasky, Utopía y revolución. México: F.C.E., 1985, 26.
41
Cfr. sobre antisajonismo: LRC, 23, 29; sobre oposición al nacionalismo reductivo: 1, 20;
antilocalismo: 1, 212; antiprovincialismo: LRC, 24; rechazo del patrioterismo del populismo y del
patriotismo de los caudillos: 1, 21, antipanamericanismo y antimonroísmo: LRC, 30, donde identifica
el imperialismo norteamericano, como el imperio final que pronto sucumbiría. También en BYM, 13
se expresa en contra del "inglesamiento" de Hispanoamérica, como ya lo había escrito en LRC, 23.
Pero en 1, XXIII se resiste a identificar a los Estados Unidos con la figura de Calibán y reconoce las
ventajas de algunas virtudes, patrimonio de la civilización sajona, precisando que justamente el
peligro reside en que suelen superarnos también en el espíritu. Véase tb. LRC, 15, 26, 46-47; 1, 111-
112. Oposición al indigenismo y a un renacimiento de las culturas indígenas: LRC, 25; 1, 73, 144;
BYM, 55. En 1, 77, identifica "lo autóctono" con el concepto de "nueva raza mestiza". Para ampliar
233

indigenismo, europeísmo-latinoamericanismo, entre otras. 42 Nos interesa destacar que,


en muchos casos, las posturas sostenidas discursivamente en sus textos encuentran su
correlato en acciones de política cultural emprendidas por Vasconcelos en su ejercicio
de la función pública, tanto en el rectorado de la Universidad de México como en su
cargo en la Secretaría. Así lo ilustra el comentario que introduce en la última parte de

sobre la aspiración de Vasconcelos a una "patria ideal", cfr. J. J. Blanco, 76.


42
A partir de estas oposiciones dilemáticas podemos perfilar su encuadre ideológico continentalista:
- prolatinisla: respecto del debate entre lo latino y lo sajón, iniciado en Europa en los últimos decenios
del siglo XIX, reconoce una mayor afinidad con lo latino y adopta esa perspectiva (LRC, 23, 45). Define
a los iberoamericanos como latinos y percibe la latinización como una etapa indefectible hacia la fritura
fusión de razas (LRC, 26, 30), coincidiendo con la idea de un renacimiento latino -que por esos tiempos
ya circulaba en Europa-, y reavivando el sueño del poderío latino ahogado por la emancipación
hispanoamericana (LRC, 24) hasta esbozar un programa panlatinista (LRC, 18, 25). Según Vasconcelos, la
oposición entre esas dos civilizaciones y sistemas debería ser resuelta en la integración de ambos con
otras razas, lo que daría lugar a una nueva culturade síntesis definitiva y universal (LRC, 32; 1, 17, 84). Al
respecto, Lily Litvak estudia el impacto en Hispanoamérica del libro de Desmolins sobre esta polémica
(82), de la idea de Taine sobre la proximidad de la decadencia anglosajona (54) y de la esperanza en el
renacimiento de los pueblos latinos. Cfr. L. Litvak, Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica.
Barcelona: PuvilI Editor, 1980.
- universalista: el ideal de cultura y civilización intuido por Vasconcelos consiste en una síntesis
superadora que recogería todos los valores que puedan aportar al progreso y felicidad de todos los
hombres. En Indología denomina esa nueva cultura: "totinismo", y el ideal del hombre futuro:
"Totinem", es decir, "hombre todo", "hombre síntesis" (1, 93). Esa "verdadera civilización" -"civilización
planetaria" (1, 63, 79; LRC, 33, 47), "civilización índica" (1, 94)- supone una regeneración económica,
social y moral, cuyo ámbito de acción no tendría fronteras. En este sentido, Vasconcelos defiende un
"nacionalismo continental" o un regionalismo con "alma universal" (LRC, 20; L 20; H, 3 7-38). Se
entienden así los reparos del autor a posiciones reductivas -nacionalistas, regionalistas o localistas- que
ahondan en las diferencias entre las naciones hispanoamericanas y los pueblos de origen latino,
favoreciendo así el triunfo sajón (LRC, 9, 18; H, 37-38).
- hispanista: Vasconcelos propone el retorno a lo hispánico para hacer frente al "inglesamiento"
vigente y recuperar el sentido histórico perdido en la emancipación, que favorezca el auto-
reconocimiento como "americanos españoles" (LRC, 23; BYM; 13, 1, cap. IV). El rescate y
revalorización de la tradición hispánica se advierte en las conferencias posteriores a LRC, en el elogio
a la conquista española y a la labor de los misioneros católicos y en la construcción 'heroica' de
Hernán Cortés (1, 76, 141; H, 15; BYM, 32).
- hispanoamericanista: frente a la amenaza sajona y el avance expansionista del imperialismo
norteamericano, proclama la urgencia de reforzar la unión hispanoamericana como estrategia defensiva
(LRC, 20, 29; 1, 18; BYM, 37), retomando la ideología bolivariana y reivindicando el rol
antipanamericanista de Lucas Alamán en la historia mexicana (ByM, 15), a quien enfrenta con Benito
Juárez, identificándolo con el monroísmo. Más adelante analizó con mayor detalle esta postura
representada por Bolívar, Sucre, Petión el negro, Martí y otros emancipadores, sin dejar de puntualizar
las zonas más cuestionables o confusas del programa bolivarista (BYM). El ideal iberoamericanista de
Vasconcelos, al que denominó "monroísmo iberoamericano", no se agota en la unión espiritual de la
raza hispana en América, sino que incluye la aspiración de alcanzar la autonomía económica y política,
con el lema: "Hispanoamérica para los hispanoamericanos" (1, 9, 84; BYM, 204, 207-208). En lo político,
propone una federación o liga defensiva de los pueblos iberoamericanos para formar la futura República
Iberoamericana, inspirada en el proyecto de la Federación Ibérica de Ramón Valle Inclán (LRC, 29; 1,
VI).
234

su ensayo, donde relata hasta qué punto las ideas expresadas allí habían sido 'puestas
en signo' monumentalmente en el Palacio de la Secretaría de Educación Pública, en las
alegorías murales y estatuas de piedra que adornaban el recinto, anticipando su ideal de
sincretismo universalista (LRC, 53). Del mismo modo operaron acciones como el
asilo y el empleo en México de intelectuales latinoamericanos perseguidos, o la
invitación de grandes figuras latinoamericanas (Gabriela Mistral, José Ingenieros,
Manuel Ugarte, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Eustasio Rivera, entre otros) a
visitar su país para participar en la gran cruzada educativa y cultural promovida desde
la Secretaría, dos acciones con las que dio clara muestra de su posición
hispanoamericanista.
Utopía con elementos cientificistas y, a la vez, ideología con ropaje utópico;
ensayo alucinado y delirante, basado en argumentaciones improbables e inconsistentes,
pero, al mismo tiempo, documento verbal de un proyecto que cuenta con otras
Op
manifestaciones convergentes en el terreno artístico y arquitectónico -evidencias de
cierta coherencia estética, exorbitada pero consistente- y con correlatos en su programa
educativo ambicioso y extravagante pero efectivamente concretado en muchos
aspectos, 43 en LRC la ambivalencia parece ser un componente central.
Este rasgo es compatible con la pluralidad que caracteriza la reflexión
vasconceliana sobre Hispanoamérica, frecuentemente representada con la imagen de
una 'sinfonía', en consonancia con la flexibilidad del modelo y con su presentación de
la formación iberoamericana como una "síntesis de todos los valores" (LRC, 32; 1, 6,
204, 226). Descreído de la validez de imponer modelos culturales a pueblos en
formación (1, 78-79), Vasconcelos define su Indología como una "sinfonía
inconclusa", no definitiva, pero valiosa como apunte inicial para la formulación
colectiva de una ideología continental hispanoamericana (1, 205).

' Durante su función como Secretario de Educación Pública, Vasconcelos propició una
importantísima difusión popular de la cultura y la educación, mediante campañas de alfabetización,
ediciones populares de obras clásicas distribuidas entre la población semianalfabeta -en su mayoría,
indígena-, fomentó la pintura mural en México (los frescos del -Palacio de la Secretaría de Educación
Pública, pintados por Diego Rivera y José Clemente Orozco son un buen ejemplo de ello El discurso
de inauguración del 'palacio' para la Secretaría contiene pasajes muy semejantes al párrafo que cierra
LRC (9.VII.1922).
235

La perspectiva desde la que Vasconcelos construye su modelo es


deliberadamente la de un "sistematizador antiespecialista" (1, 2), un "sintetizador" que
elabora una "macroideología", desde la intuición, y que, adoptando una perspectiva,
más que magisterial, asimilable a la de un vidente o un profeta, señala a la distancia o
como en una visión, tendencias, ritmos, direcciones, y esboza ideales colectivos (LRC,
47-49; 1, XVIII, 205). 44 En Indología admite haberse basado en teorías científicas aún
no comprobadas definitivamente, y se justifica en la poca solidez que poseían hasta ese
momento las ciencias sociales (1, 204). El mismo autor dio el nombre de "indología" a
su personal propuesta ideológica subcontinental o, al menos, al esbozo de ésta que
traza en sus escritos:

Llamaremos Indología a todo el conjunto de reflexiones que me propongo

e presentar a propósito de la vida contemporánea, los orígenes y el porvenir de


esta gran rama de la especie racional que se conoce con el nombre de raza
iberoamericana... (1,7)

Indología es, en principio, una aspiración, un anhelo, una propuesta:

Esto se soñó que fuésemos, nada de esto somos aún; pero a fin de procurar
que lo seamos dediquémonos a formular una ciencia, un credo, unas bases
constitutivas, una forma de voluntad, un conjunto de impulsos superiores que
nos permitan ascender a la realización del ideal contenido en -nuestro--signo... (1,
10).

En la periodización de las formas de gobierno que esboza en esas conferencias,


Vasconcelos coloca como estado ideal a aquel que encomienda la dirección de los
la
asuntos humanos a los filósofos y educadores (1, 216): "el gobierno de los pensadores,

44Cfr. LRC, 15, donde cuestiona los alcances de la historia científica o empírica, a la que describe
como "enferma de miopía", pues sólo da detalles, sin responder a los interrogantes que se plantean,
huye de las conclusiones generales o de las hipótesis trascendentes, limitándose a describir
particularidades, pormenores, exterioridades sin importancia, sin llegar a enunciar una teoría integral y
236

de los intelectuales", un ideal en el que concilia los lazos que vinculan los dos órdenes
—del saber y del poder-, concediéndoles a aquellos un doble papel de "ideólogos y
estrategas" a la vez. Así lo sostiene el autor en un pasaje que ilustra, con una retórica
declamatoria muy propia de la época, la función que se le asigna al intelectual en el
discurso cultural vasconceliano:

Iluminar a las gentes para que todos los males vayan siendo corregidos y
vencidos; tal es la misión de todo patriota y de todo el que algo sabe en favor
del que no sabe.
Trabajemos, pues, sin descanso todos los que nos empeñamos en la
redención económica y moral de nuestra América. Trabajemos unidos para
resolver el problema complicado de una explicación justa y eficaz de nuestros
cuantiosos recursos, una explotación que beneficie al mayor número, para que
pueda ser base de una verdadera civilización.... (1,63).

Pese a estar alejado de su país y de la tarea política, Vasconcelos acrecienta


desde el exilio su entusiasmo por contribuir a la formación de un pensamiento
iberoamericano 'propio y original', dirigiéndose no solamente a los jóvenes del
continente sino a toda la población letrada hispanoamericana. Para la construcción del
nuevo orden cultural, el instrumento encargado de iluminar y persuadir a las masas será
la educación, visualizada como factor fundamental en el pensamiento y proyecto
vasconcelianos (1, 92, 196) y destinadoa a consumar una obra revolucionaria de la que
es prueba la tarea desempeñada por Vasconcelos en su país, desde la Secretaría de
Educación Pública.(I, cap. y). En Indología, el mito de Quetzalcoatl es el que encama
el ideal de educador como constructor (1, 139), y junto a éste presenta como modelos
tanto a conquistadores y evangelizadores españoles como a poetas amerindios, tales
como Cortés, Vasco de Quiroga, Motolinía, Pedro de Gante y Netzahualcoyotl, entre
otros.
En síntesis, más allá de las objeciones de las que se han hecho acreedores sus

comprensiva.
237

textos,45 no se puede discutir que Vasconcelos se ganó justa fama y reconocimiento


como un 'profeta americanista', cuya voz se hizo oír a lo largo y a lo ancho de
Hispanoamérica, en particular en la primera etapa de su biografia. Observamos que
Vasconcelos retorna, en este mismo sentido, la propuesta martiana e incluso utiliza a
menudo la expresión "Nuestra América" en sus obras, al afirmar su creencia en el
destino histórico trascendente de los pueblos iberoamericanos (LRC, 2, 19), pero
confirmando su aspiración a una patria "ideal" y "verdadera" -una "patria continental"
(LRC, 19, 20; 1, 84, 93)- arraigada tanto en lo indígena como en lo hispánico.
Es justo admitir que, a semejante éxito, no ha sido ajena la eficacia de su
discurso ni el hecho de que haya sido el pueblo mexicano y latinoamericano de las
clases medias, su destinatario privilegiado. Dominada por la vehemencia de la pasión y
el sentimiento, su escritura tiende a ser incoativa como instrumento ideológico y aspira
a ejercer cierta violencia mental en su afán didáctico y pedagógico. Y probablemente
sea en virtud de la modalidad enunciativa elegida y su retórica persuasiva, y la libertad
formal y temática que conlleva el ensayo, que se legitima el carácter utópico de su
escritura, sumándose a la numerosa lista de autores y obras que, desde Sarmiento a
Martínez Estrada, desde Lucas Alamán a Justo Sierra, desde Darío a Neruda, desde
Montalvo a Mariátegui, imaginan profecías de paraísos inminentes, empeñados en
anunciar un horizonte futuro mejor, a contrapelo de lo que hoy indica, casi un siglo
después, con escaso margen para miradas eufóricas o entusiastamente augurales, la
realidad actual de nuestros países.

'u Es oportuno citar aquí algunos juicios de Alberto Zum Felde quien, con mayor acritud crítica, se
refirió a los libros americanistas de Vasconcelos en estos términos: "lo que hay de bueno en ellos no
es nuevo y lo que hay de nuevo no es bueno", "divagación literaria", "verbalismo filosofante",
"tropical ismo filosófico", "mística verbalista", "iberoamericanismo divagatorio y retórico",
"americanismo retórico, charlatanesco". Cfr. A. Zum Felde, 426-427.
238

Los 7 ensayos..., de Mariátegui:


la modernidad heterogénea desde la raíz andina

Tal vez hay en cada uno de estos ensayos el esquema, la intención de un libro
autónomo. Ninguno de estos ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva
y piense y tenga algo que añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado...
José Carlos Mariátegui 1

Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos
acercando cada vez más a nosotros mismos...
José Carlos Mariátegui 2

[E]! que Mariátegui no definiera la identidad nacional como algo ya hecho, y


-ni siquiera-como una imagen unívoca del futuro, sino más bien como el resultado
de un proceso histórico que él lo imagina en camino -pero camino propio,
nacional- al socialismo (...), no concibe el tema de la identidad sino a través de
la historia, lo que implica, de una parte, que la identidad no es tanto un ser como
un hacerse (...), que su consistencia es fluctuante y mudable, y (..) que su
definición hacia el futuro, enmarcada. Queda abierta a varias alternativas...
Antonio Cornejo Polar3

J. C. Mariátegui, Obras comp/etas, tomo 2: 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima:


Ed.Airauta, 1988, 350. En adelante, en citas y remisiones de este libro, se indicará 7e y el número de página.
2
j. C. Mariátegui, 7e, 12.
A. Cornejo Polar, Escribir en e/aire... 1994, 191.
239

La cita del primer epígrafe de este capítulo, tomada de la "Advertencia" que


precede el último texto de nuestro recorrido interpretativo, / ensayos de interpretación de
la realidad peruana (1928), de José Carlos Mariátegui (en adelante, JCM), plantea una
reflexión del propio autor acerca de la forma del libro o, indirectamente, del tipo
discursivo elegido para desplegar su interpretación acerca de la realidad del Perú en los
primeros decenios del siglo XX, una cuestión particularmente productiva en la obra del
Amauta. Al elegir ese fragmento pretendemos llamar la atención sobre la dimensión
deliberadamente ensayística que asume ese libro, el segundo editado durante la breve vida
del escritor, crítico e ideólogo peruano (se publicó dos años antes de su muerte
temprana). Nuestro propósito consiste en situarlo y cotejarlo -como lo hicimos con los
ensayos anteriores, analizados en los capítulos precedentes de nuestro estudio- en el marco
más amplio de la secuencia discursiva del ensayo de interpretación cultural
latinoamericano que, desde mediados el siglo XIX, viene ofreciendo diferentes respuestas
al interrogante planteado una y otra vez, con creciente complejidad, en tomo de la
identidad cultural de los países del subcontinente. Recordemos que esa búsqueda obsesiva
donde lo enmarcamos impactó en nuestros países, sobre todo desde principios del siglo
XIX, con mayor o menor fuerza según los períodos y las regiones involucrados, se hizo
más intensa durante buena parte del siglo XX y aún se mantiene vigente bajo otras
formas, en nuestros días. 4

' Importa enmarcar la lectura de este ensayo en la confluencia de tres cuestiones que Antonio Cornejo Polar
señaló como las agendas problemáticas que, entrecruzadas con otros conflictos sociales e históricos
seguramente mucho más acuciantes, dominaron el campo de la literatura y el pensamiento crítico
latinoamericanos en los últimos decenios del siglo XX. La tarea de reivindicar la "heteróclita pluralidad" que
definiría nuestras sociedades y nuestra cultura, aislando regiones y estratos, profundizando las "abisales
diferencias que separan y contraponen, hasta con beligerancia", los variados universos socio-culturales y los
muchos ritmos históricos coexistentes y solapados dentro de los espacios nacionales (A. Cornejo Polar,
Escribir en el aire..., 12), se relaciona estrechamente con las otras dos demandas -el cambio por la vía
revolucionaria que marcó la década de los sesenta, y la búsqueda obsesiva de la identidad nacional o
latinoamericana que comenzó a insinuarse desde las postrimerías de la colonia.
Es de notar que la inevitable percepción de disparidades y contradicciones entre las diferentes imágenes y
representaciones de América Latina y las realidades identificadas con esa noción, ha contribuido a presentarla
como una configuración plurívoca y conflictiva. Por otra parte, la valoración positiva de esa urdimbre de
desencuentros, quiebras y discontinuidades, bajo la cual se anudan soterrados lazos comunicantes con la
consiguiente aceptación de esa construcción híbrida y plural, ha permitido enhebrar muy laxamente redes
sociales de pertenencia y legitimidad en respuesta a la pregunta incesante por nuestra identidad.
240

Por otra parte, nos interesa destacar la presencia continua de formas del discurso
doxológico y persuasivo (Angenot 1982), especialmente del ensayo5 , en la producción
mariateguiana, en el formato más breve acorde con la circulación inicial que tuvo la mayor
parte de su obra en periódicos, folletos y revistas. Cabe recordar, por ejemplo, la decisión
expresa del autor de conservar el tono improvisado y provisorio de las "impresiones" que
reúne en su primer libro, La escena contemporánea (1925), y el carácter ensayístico que la
crítica reconoció en los trabajos incluidos en algunos volúmenes de la colección de sus
Obras completas 6 -la mayoría de ellos, antológicos y publicados póstumamente-, como
Defensa del marxismo, Peruanicemos el Perú, Temas de Nuestra América, Signos y obras
y La novela y la vida, que incluye una sección titulada "Ensayos sintéticos", donde expone
opiniones, apunta aclaraciones y discute hipótesis con peculiar sinceridad y personal tono
afirmativo y polémico, haciendo usos de los contenidos, procedimientos y motivaciones
que le competen al ensayo, combinados con datos informativos sobre el tema y una
profunda reflexión que sopesa sus implicancias. 7

Reenviamos a la definición operativa de ensayo incluida en el primer capítulo de este estudio (ver el
apartado "Una definición tentativa...") , anticipada en Scarano 1994, y a la noción de género planteada en
ese mismo capítulo. También nos resultaron útiles las nociones expuestas en Angenot 1982, 11, y las
reflexiones sobre la relación entre texto, contexto e ideología desarrolladas por Hayden White en el capítulo
"El contexto del texto: método e ideología en la historia intelectual", incluido en su El contenido de la
forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Bs.As.: Paidós, 1992.
6
Para los textos de JCM, utilizamos la edición popular de sus obras: J. C. Mariátegui. Obras completas,
20 vols. Editada y dirigida por Sandro, Siegfried, José Carlos y Javier Mariátegui. Lima: Biblioteca
Amauta. De los veinte volúmenes, dieciséis reúnen los escritos de JCM a partir de las Cartas de Italia
(1920-1922) hasta su muerte. La producción anterior a 1920, que JCM llamó su "edad de piedra", no fue
incluida en esta edición.
Fiel a la versatilidad, agudeza y sugestión polémica que admite el género, aporta un punto de vista, un
testimonio, observaciones y juicios con cierta originalidad, que no alcanzan nunca el valor de conclusiones
rotundas. En la opinión de Alberto Tauro, "la hondura filosófica, la exaltación lírica, la ironía demoledora, o
el gozoso escarceo del ingenio" del ensayo mariateguiano son compatibles aquí con la creación literaria, la
disertación ideológica y el periodismo. Según Tauro,
aun temas circunstanciales, y a veces frívolos, proporcionan a José Carlos Mariátegui suficiente
materia para aplicar o comprobar teorías sobre la sociedad y la cultura, o sobre la acción de las fuerzas
que impulsan la marcha histórica. Y en esa accesible profundidad, en esa ágil concatenación de
apariencias y realidades, en esa facilidad para despejar la problemática de la mente actual, se halla la
esencia del ensayo...
(A. Tauro, Presentación a J. C. Mariátegui, "Ensayos sintéticos", OC., tomo 4: La novela y/a vida. Siegfried
y e/profesor Canella. Ensayos sintéticos. Reportajes y encuestas. Lima: Empresa Editora Amauta, 1987. 16°
edición: 89-90).
En los "Ensayos sintéticos", JCM hurga en los antecedentes y proyecciones, semejanzas y presupuestos
de los hechos abordados, y los presenta como pruebas eficientes de su concepción del mundo, desarrollando
su perspectiva en el tono apropiado, transmutando la seriedad de una teorización en una nota humorística o
una burla sutil, y apuntando a dar cuenta del estilo de una época mediante las formas de la cultura popular
que definen la vida colectiva.
241

Sin embargo, volviendo a 7e, el tipo discursivo, las funciones lingüísticas, las
dimensiones expresivas y las modalidades enunciativas convocadas para desarrollar su
reflexión, desde diferentes ángulos, en cierto modo se salen de los cauces esperados, si
tenemos en cuenta el modelo teórico marxista utilizado y su correspondiente
instrumental metodológico, que haría esperar un texto más cercano a los requerimientos
del discurso disciplinar que podría regular cada uno de los siete ensayos, con menos
apertura y margen para reescrituras y reformulaciones. Hay aquí un filón productivo
sobre el que conviene indagar. Como sabemos, de acuerdo con las conceptualizaciones
de Hayden White, la operación selectiva en el orden de lo estrictamente formal conlleva
opciones que remiten al plano de lo ideológico. 8 Al respecto, la precisa y acertada
valoración analítica de la escritura mariateguiana que aporta José Sazbón, puede ser
referida puntualmente a 7e : "[C]uriosa combinación de rigor reflexivo, expresividad
poética, convicción política y análisis subjetivo". 9 En su perspicaz descripción, Sazbón
recorta de una manera sutil -cautelosamente connotada en el calificativo "curiosa"- el
mismo aspecto que señalamos como particularmente conflictivo, en la medida en que
contribuye a poner de relieve su argumento acerca de las diferencias de los textos de
Mariátegui respecto de los paradigmas reconocidos del discurso marxista y la
perspectiva socialista, las que reclamarían seguramente -repetimos- un mayor
disciplinamiento respecto de sus matrices más reconocibles -discurso 'leninista',
'socialdemócrata', 'historicista', 'cientificista', 'dialéctica', 'determinista', entre otros) °
Encontramos aquí algunas cuestiones que iluminan esa zona especialmente
atractiva del ensayo mariateguiano, por la riqueza de opciones formales que concentran

8
Cfr. H. White, "El contexto del texto: método e ideología en la historia intelectual", El contenido de la
forma... 1992.
José Sazbón, "Filosofia y revolución en los escritos de Mariátegui". Ponencia leída en el Coloquio
internacional "Mariátegui y la revolución latinoamericana" (Tema 2: "El marxismo de Mariátegui").
Culiacán - México: Universidad Autónoma de Sinaloa, 14 al 18 de abril de 1980. Mimeo, 2.
una versión posterior de su trabajo, José Sazbón plantea la cuestión en términos de
la congruencia entre, por un lado, la práctica política de su autor y, por otro, la articulación de
posiciones filosófico-sociales; entre las resonancias del texto y el carácter del combate, o si se quiere,
entre dos formas distintas de inscripción ideológica (aunque esta inscripción sea, en esa primera
aproximación, conjetural). La intervención revolucionaria, la praxis socialista de Mariátegui, ¿no
aparecen ambiguamente refractadas en ese discurso que recupera con desenvoltura la mayoría de los
encuadres idealistas (vitalismo, irracionalismo, espiritualismo, intuicionismo, voluntarismo, misticismo,
agnosticismo) que las filosofias de su tiempo —la académica y la marginal- pusieron en circulación ( ... )?...
(J. Sazbón, "Filosofia y revolución en los escritos de Mariátegui ", Cuestiones políticas (Universidad de
Zulia, Venezuela), 1 (1985): 14).
242

múltiples significaciones imbricadas con los componentes de los niveles más explícitos
del discurso. Desde el título mismo, se nos anuncia como una particularidad de 7e el
hecho de que la interpretación de la realidad peruana estará estructurada bajo la forma de
"7 ensayos", que suponen siete entradas desde perspectivas diferentes, según el campo
disciplinario desde el que se ejerce la mirada crítica -la economía, la sociología, la crítica
literaria y cultural, etc.- o la problemática que se recorta -la cuestión agraria, el problema
del indio, el conflicto entre el regionalismo y el centralismo, el problema de la educación,
el factor religioso, el proceso de la la literatura, entre otros.'
En sintonía con la descripción de Sazbón, José Aricó, al referirse a JCM en forma
sesgada, a partir de una caracterización del intelectual tomada de Antonio Gramsci,
subraya algunos trazos que esbozan su retrato y guardan directa relación con la
caracterización que acto seguido hará de la escritura del Amauta. Nos referimos al
siguiente pasaje de las consideraciones preliminares de su libro La cola del diablo.
Itinerario de Gramsci en América Latina (1988):

En Cuestiones de método, Gramsci dice: "Esta serie de observaciones vale en


mayor medida cuando el autor es impetuoso, de carácter polémico y carente de
espíritu de sistema, cuando se trata de una personalidad en la cual la actividad
teórica y la práctica están indisolublemente vinculadas, de un intelecto en continua
creación y en perpetuo movimiento, que siente vigorosamente la autocrítica del
modo más despiadado y consecuente" (El materialismo histórico y lafilosofia de

11 Robert Paris ha señalado una de las principales claves de los Siete ensayos... y la prefiguración de su
estructuración en siete partes, en la obra de Francisco García Calderón, El Perú contemporáneo, publicada en
1907 bajo los auspicios de la Sociedad de Sociología de París:
Es necesario anotar, además, aunque sea como una curiosidad, que esta obra, con la excepción de una
"Introducción geográfica e histórica", se divide en siete capítulos, en los que podríamos encontrar sin
dificultad una prefiguración de los 7 ensayos... La mayoría de los problemas abordados en ese libro son,
en efecto, aquello que Mariátegui va a encontrar unos veinte años más tarde. Para comenzar: la distinción
geográfica tradicional de las tres grandes zonas que dividen el país: costa, sierra y montaña, y el viejo
tema "del regionalismo y del centralismo", con esta capital ( ... ) "demasiado vasta para un inmenso país
sin habitantes". Encontramos también el problema del 'ayllu' y del socialismo incaico, "el más despótico
y paternal de los socialismos". Y el diagnóstico, que Mariátegui retomará: la conquista ha sido
"demasiado fácil". Se trata, en fin, de una periodización de la historia del Perú y de un enfoque de los
problemas y dificultades que anuncian indudablemente los 7 ensayos...
(R. Paris, "Para una lectura de los 7 ensayos...", José Aricó (sel. y pról.) Mariátegui y los orígenes del
marxismo latinoamericano. 2° edic. correg. y aumentada. México: Siglo XXI, 1980: 311-312).
243

Benedetto Croce, México, Juan Pablos, 1975, p. 82). ¿A quién si no al propio


Gramsci -se pregunta Aricó- le cabe esta definición? Y sin embargo nosotros,
americanos, ¿no evocamos de inmediato la figura de Mariátegui al leer este texto?
Un mismo estilo que une la reflexión ideológica y política a una intensidad
afectiva, un idéntico hombre que en su propia escritura, no interesa cuán complejo
y variado sea el razonamiento, nos hace saber de múltiples maneras que quien
escribe no es un hombre de letras, ni tampoco un científico, sino un hombre
político en el más cabal sentido de la palabra ... ' 2

E inmediatamente se desplaza hacia la escritura de estos dos grandes intelectuales a


quienes Aricó vincula, preocupándose de dejar constancia de la imposibilidad de
establecer una relación de filiación directa entre ambos (Aricó aduce que las referencias a
Gramsci son "escasas y genéricas" en los escritos de JCM y no permiten hablar de un
conocimiento directo y un contacto personal entre ellos; Gramsci era casi un desconocido
para los italianos en los años de residencia de Mariátegui en Europa, entre 1920 y 1923).
Por lo contrario, dicha relación se basa en la posibilidad de establecer un "cierto
parentesco, y hasta coincidencias sugestivas, entre los discursos de ambos..." (Aricó 1988,
122-123), entre cuyas motivaciones no se descartan las que provienen de su biografia
personal y de su itinerario intelectual, y le da pie a Aricó para caracterizar el estilo de
ambos, trazando semejanzas que nos permiten entrever su relación de afinidad con el
ensayo, que es lo que nos interesa resaltar en sus observaciones:

Pero si pudo decirse del estilo de Mariátegui que estaba dirigido a un público
básicamente americano, ¿por qué no pensar que es también el estilo de Gramsci el
que le permitió alcanzar tamaña recepción y constancia? Tanto en uno como en
otro nos sigue deslumbrando el carácter inacabado, abierto, problematizador de su
escritura. Descubrimos en ella una pluralidad de sentidos que nos obliga a
desandar el camino, a retornar a razonamientos que con cada nueva lectura,
provocadas siempre por la irrupción violenta de una realidad mutante, aparecen

12
José Aricó, La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Bs. As.: Puntosur, 1988, 29-30.
244

siempre con una tonalidad distinta. ( ... ) Nada más significativo que la utilización
permanente del potencial, todos esos "habría que retomar" con los que Gramsci se
dice a sí mismo y advierte a sus desconocidos lectores sobre la provisoriedad del
discurso frente a la complejidad de lo real... (Aricó 1988, 30)

En esta misma línea y volviendo al plan textual que sostiene la dispositio de 7e,
cabe señalar que ese diseño pone de manifiesto una posibilidad formal potenciada por la
flexibilidad inherente al discurso ensayístico, así como por su no linealidad y su ductilidad
para aceptar interpolaciones, digresiones o interferencias, rasgos que han sido destacados
en las últimas décadas por algunos antropólogos que cultivan asiduamente esa forma
discursiva. Es el caso de Clifford Geertz, quien reivindica-ei-ensayo como el tipo más apto
para la exposición del conocimiento social y el análisis cultural, en la medida en que
permite explorar en distintas direcciones y facilita la argumentación con estudios y teorías
de otros que reclaman la recurrente referencia a 'discursos ajenos', tan común en los
ensayos que aspiran, al menos, a acercarse a un discurso científico.' 3 Sobre este punto,
creemos oportuno precisar que no consideramos inadecuado atribuir estas afirmaciones
retrospectivamente a los 7e de JCM; por lo contrario, justificar el anacronismo de esa
relación constituye una de las aspiraciones de nuestro trabajo.
Asimismo, la diversidad de campos involucrados y la disposición contigua y
sucesiva de cada uno de los ensayos podría sugerir un estadio epistemológico de transición
que insinúa la incipiente y progresiva compartimentación de los saberes, a cuyas últimas

13
Escribe Clifford Geertz, teorizando sobre la disciplina de su competencia:
En lugar de seguir una curva ascendente de comprobaciones acumulativas, el análisis cultural se
desarrolla según una secuencia discontinua pero coherente de despegues cada vez más audaces. Los
estudios se realizan sobre otros estudios, pero no en el sentido de que reanudan una cuestión en el punto
en el que otros la dejaron, sino en el sentido de que, con mejor información y conceptualización, los
nuevos estudios se sumergen más profundamente en las mismas cuestiones. Todo análisis cultural serio
parte de un nuevo comienzo y termina en el punto al que logra llegar antes de que se le agote su impulso
intelectual. Se movilizan hechos anteriormente descubiertos, se usan conceptos anteriormente
desarrollados, se someten a prueba hipótesis anteriormente formuladas ( ... ) El nuevo estudio no se apoya
masivamente sobre los anteriores a los que desafia, sino que se mueve paralelamente a ellos. Es esta
razón, entre otras, la que hace del ensayo, ya de treinta páginas ya de trescientas páginas, el género natural
para presentar interpretaciones culturales y las teorías en que ellas se apoyan....
(C. Geertz, "Descripción densa: una teoría interpretativa de la cultura", La interpretación de las culturas.
Barcelona: Gedisa, 1990: 36. Tb.su Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas.
Barcelona - Bs.As.: Paidós, 1994).
245

consecuencias asistimos en nuestros días. Sin embargo, como veremos más adelante, esta
hipótesis debe ser compatibilizada con otra marca identificatoria de ese libro: la voluntad
de establecer equivalencias, enlaces y analogías entre fenómenos y procesos que se
registran en los distintos aspectos de la realidad peruana abordados en los sucesivos
estudios que componen los 7e, imbricados entre sí, a modo de un sistema de vasos
comunicantes, desde la mirada unitiva del emisor. Así se entienden tanto la inclusión
como epígrafe de un fragmento de Nietzsche, donde se reivindica la posibilidad de
plasmar en forma de libro, sin una intención constructiva previa, deliberada y manifiesta,
la libertad y espontaneidad del pensamiento, como las afirmaciones que leemos en la
"Advertencia" que abre el libro: "... no es éste, pues, un libro orgánico", "...[M]i trabajo se
desenvuelve según el querer de Nietzsche ( ... )- espontánea e inadvertidamente...", "Y si
algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de -también conforme un
principio de Nietzsche- meter toda mi sangre en mis ideas" (7e, 11).
Ahora bien, si retenemos la imagen espacial elegida por JCM para finalizar este
prefacio: " ... la entrada de mi libro..." (12), y parafraseando la disposición itinerante
subrayada en el subtítulo del ensayo de Néstor García Canclini, Culturas híbridas...,
podemos sostener que en los 7e 'se entra y se sale estratégicamente' de la realidad peruana
interpretada por JCM, por diferentes accesos, recorriendo distintos caminos, que conducen
a zonas o núcleos raigales intercomunicados, hasta tal punto de que es imposible aislar
uno de ellos, sin afectar los restantes, lo que nos autoriza a considerar el texto como un
objeto armónicamente concebido y unitariamente pensado, con un estilo personal
reconocible, pese a su génesis aparentemente inorgánica.' 4
Pero basta sólo una rápida mirada a lo que se expone en cada uno de los ensayos,
para llegar a planteamos cuál es el margen de espontaneidad que se reserva ese sujeto
abocado a sintetizar y explicar, en un número limitado de páginas, procesos tan complejos

14
Es reveladora sobre este punto la respuesta de JCM a "i,Cómo escribe usted?", una encuesta del semanario
Variedades, de Lima, aparecida en la edición del 9 de enero de 1926, cuando JCM se encontraba aún
convaleciente de la intervención quirúrgica en la que le amputaron una pierna:
escribo siempre a última hora, cuando debo mandar mis cuartillas a la imprenta. Este hábito es sin
duda un residuo del diarisino. ( ... )
Tengo tendencia al método. Me preocupa mucho el orden en la exposición. Me preocupa más todavía
la expresión de las ideas y las cosas en fórmulas concisas y precisas. Detesto la ampulosidad...
("Reportajes y encuestas", J. C. Mariátegui, OC, tomo 4: La novela y la vida... Lima: Amauta, 1987. l2 ed.,
144). La cursiva es nuestra.
246

como la evolución económica y social del Perú desde el Imperio inkaico y la Colonia hasta
la República, la cuestión agraria en relación con la organización preincaica de las
comunidades indígenas andinas, las formas de religiosidad, el proceso de la instrucción
pública y de la literatura peruana desde la colonia hasta las primeras décadas del XX,
además de los consecuentes conflictos originados por el enquistamiento del colonialismo y
de la ley del gamonal que dominaron los distintos modos de organización política y
administrativa del Perú independiente.
A su vez, si convenimos en que el ensayo asume la individualidad del hablante en
un estilo singular, portador de un punto de vida personal y de un proyecto discursivo y una
visión del mundo que le son propios, notaremos la emergencia de la subjetividad del
emisor en- los 7e emerge esporádicamente y con diferentes funciones, pero siempre
legitimando las aserciones, juicios y proposiciones en su carácter de "sujeto ideológico"
(Mignolo 1984, 215) y, por tanto, portavoz de la peruanidad que aspira a consolidar como
programa de la 'nueva generación' peruana que JCM propicia, bajo la consigna
"peruanicemos el Perú", traída de México por el periodista peruano, Gastón Roger
(Ezequiel Balarezo Pinillos).' 5
Como en el Facundo, aquí también la reflexión sobre la realidad continental y
regional se perfila a partir del mapa de una nación en ciernes, todavía por construirse -
"la unidad peruana está por hacer" (7e, 206)-, y en esto puede trazarse una línea de
continuidad con el ensayo de Sarmiento, con el que /e entra en diálogo en forma
explícita, como lo apuntamos en la introducción de esta segunda parte de nuestro
estudio. En rigor, corresponde hablar en este caso de un 'pseudodiálogo' textual entre
ambos autores, ya que la relación se origina en la directa y explícita declaración
unilateral de Mariátegui sobre Sarmiento en la "Advertencia" de 7e y sería imposible
encontrar una valoración precedente del argentino, dado que no fueron coetáneos.
Retomemos nuevamente esa alusión:

Toda esta labor no es sino una contribución a la crítica socialista de los


problemas y la historia del Perú. No faltan quienes me suponen un europeizante,

15
Esa misma consigna daba el título a la sección que tenía a cargo JCM en la revista peruana Mundial.
247

ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de


justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi
mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia
y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento, que es uno de los
creadores de la argentinidad, fue en su época un europeizante. No encontró
mejor modo de ser argentino... (7e, 12)

La importancia y densidad de este fragmento no se agota en la mera remisión


intertextual sobre la que ya hemos llamado la atención. Nos interesa hacer notar que se
plantea aquí, bajo una forma paradojal, tal vez uno de los nudos más significativos de
las formaciones culturales latinoamericanas, frecuentemente formulado en términos
dilemáticos y propuesto por JCM inicialmente como un reto o una provocación,
considerando el desplazamiento desde la región rioplatense o del Cono sur hacia la
realidad muy diferente de la región andina, concretamente la del Perú como nación en
formación. Sin menoscabo de ello, la cita nos introduce en otras cuestiones a las que nos
abocaremos a continuación.
Hay que señalar que la función tutelar que se le asigna a Sarmiento en esa
referencia, ya se anticipa en un primer indicio que aparece en el epígrafe del libro,
tomado de la obra de Nietzsche, Der Wanderer und sein Schatten (El caminante y su
sombra), donde se introduce sugestivamente una reflexión del filósofo acerca de la
condición que deben cumplir los 'modelos' que Nietzsche evoca bajo la figura de la
sombra en el contexto más amplio de la fuente citada: el pasaje que antecede la
"Advertencia..." nos induce a pensar que no fue casual ni aleatorio que Mariátegui
hubiera invocado a la figura fantasmal de Sarmiento en las páginas iniciales de 7e. En
un gesto doble, revela a la vez su admiración por el ilustre argentino, a quien le otorga
un lugar privilegiado en el panteón de héroes modernos, y su entusiasmo por la
Argentina liberal, al mostrarse indudablemente encandilado por la fama de ese país y los
logros de su proceso de desarrollo, sin advertir quizás por ello sus profundas
contradicciones. Por tanto es de notar como una señal significativa, desde la entrada
misma del libro, la declaración de cierta afinidad entre dos temperamentos y dos modos
248

diferentes de plantear una política y una estética de la escritura.' 6


Inscriptos de algún modo en la tradición indagatoria inaugurada por las crónicas de
Indias y deudores de la fuerte impronta ensayística que asumió la escritura
latinoamericana en el contexto de la vida independiente de nuestras naciones, los dos
textos nos permiten poner en suspenso provisoriamente los horizontes ideológicos en
los que se inscriben, para ahondar en las crispaciones del diálogo de las tradiciones
contrastantes que en ellos se ponen en juego. Por encima de las diferencias ideológicas y
formales que separan y enfrentan sus respectivos programas y sus prácticas escriturarias,
culturales y políticas, y aún admitiendo notorias diferencias entre los contextos
históricos, geográficos y culturales en los que cada uno intervino, sus autores -cada cual
a su modo- irrigaron fecundamente el paisaje intelectual latinoamericano de la segunda
mitad del siglo XIX y de las primeras décadas del XX hasta nuestros días, retomando y
renovando tradiciones intelectuales ya consolidadas o por consolidarse. Si Sarmiento
apeló al horizonte ideológico de la ilustración y del liberalismo europeo y americano
decimonónico para sentar las bases de la nación argentina y delinear un territorio en
términos no sólo políticos sino culturales, por su parte el Amauta recurrió
explícitamente al utillaje mental del materialismo histórico para ensayar siete
interpretaciones en clave marxista de diferentes aspectos de la nación peruana en
formación, no sin recurrir a conceptos liberales no exentos de cierto racismo, como
señalaremos más adelante.' 7
Por cierto, no ignoramos la dificultad planteada por la equiparación o el apareo
de estos dos "héroes culturales" que componen lo que. Elizabeth Garrels describió como

6
El fragmento que sirve de epígrafe a los 7e, citado por Mariátegui en alemán, es el siguiente: "lch will
keinen Autor mehr lesen, dem man anmerk!, er wolite ein Buch machen; sondern nurjene, deren, Gedanken
unversehens ein Buch werden." (7e, 9) ("Ya no quiero leer a ningún autor en el que se advierta su intención
de hacer un libro, sino sólo a aquellos cuyos pensamientos se conviertan espontáneamente en un libro.") La
traducción es nuestra.

17 Al respecto, es interesante el estudio de Elizabeth Garreis, que reclama la necesidad de un análisis


dialéctico e histórico sobre JCM y se dedica a deslindar su doble herencia: la primera parte está dedicada a
definir una zona en la que utiliza criterios liberales y racistas, ajenos al marxismo y ligados a su sistema
eurocéntrico de valores, y la segunda se ocupa de restituirlo al propio contexto histórico en el que surge,
proponiendo algunas hipótesis sobre "la circunstancia de conocimiento" que caracterizó su medio intelectual.
Garrels denomina a este fenómeno bipolar: "un caso de lentes ajenos" y elabora así una nueva y provocadora
lectura de JCM. Cfr. E. Garrels, Mariálegui y la Argentina: un caso de lentes ajenos. Gaithersburg:
Ediciones Hispamérica, 1982.
249

un mito, un "matrimonio de conveniencia" (Garrels 1982, 46), lo que equivale a


descalificarlo como un binomio imposible. Tampoco soslayamos la inevitable
estilización y cristalización de sus figuras, como resultado de la consabida atribución de
rasgos que estas operaciones activan con la idealización de sus biografias y la
sacralización de su legado. En cuanto a sus diferencias, nadie discute que los enfrenta,
sobre todo, la postura que cada uno sostuvo frente a la cuestión del "indio" o (dejando el
léxico utilizado tanto por Sarmiento como por Mariátegui, para evitar la connotación
desvalorizante que aún hoy conserva aquel término) el problema del nativo autóctono de
estas tierras, cuyos ancestros ya las habían habitado desde tiempos inmemoriales, mucho
antes de la conquista y de la imposición del poder colonial. El antiindigenismo de
Sarmiento, confesado y nunca disimulado--ni negado por el propio autor, y su acérrimo
racismo renovado en sus últimos años en las afirmaciones más xenófobas de su
"Facundo de la vejez", Conflicto y armonías de las razas en América (1883),
dificilmente concilian con la tenaz voluntad del peruano de incluir al "indio" en su
proyecto modemizador. Como lo señala Françoise Pérus, Sarmiento fue en esta cuestión
lo que Mariátegui caracterizó como un "zootécnico" (7e, 343), por su ostensivo
desprecio programático hacia el indio, su fe ciega en la superioridad de la raza blanca y
su férrea convicción acerca de la existencia de razas inferiores.' 8
Lo que en realidad debería sorprender no es precisamente ese ideario ampliamente
compartido, sobre todo en la porción más austral del continente, durante la época en la que
vivió Sarmiento, sino la total ausencia de referencias al racismo del argentino que se
advierte en toda -la obra de Mariátegui, 19 aunque conviene tener en cuenta que, a
comienzos del XX, incluso en Latinoamérica, el racismo todavía formaba parte del air du
temps, por cuanto pervivían rastros del darwinismo social en la escena intelectual
dominada por el positivismo y en ese entonces disputada por vitalistas, pragmáticos e
inclusive por el marxismo llamado a socavar los cimientos del racionalismo burgués. Sin

18
Françoise Pérus, "Heterogeneidad cultural e historia en los Siete ensayos de José Carlos Mariátegui (de
Sarmiento a Mariátegui)", Liliana Irene Weinberg y Ricardo Melgar Bao (eds.), Mariálegui entre la
memoria y elfuturo de América Latina. México: UNAM - Cuadernos de Cuadernos 10, 2000: 17-30.
19
Es preciso aclarar que cuando JCM menciona a Sarmiento se refiere, al parecer, al 'primer Sarmiento',
todavía más europeísta que admirador de los Estados Unidos.
250

embargo, es dificil imaginar que Mariátegui pudiera haber ignorado el antiindigenismo de


Sarmiento, dado que los más conocidos textos de este autor se difundieron por todo el
continente americano desde fines del XIX y, además, los escritores de la época a menudo
citaban pasajes de las obras sarmientinas (tal es el caso del positivista peruano Javier
Prado y Ugarteche, a quien Mariátegui leía). Es más probable tal vez que el Amauta
disculpara el racismo de quien se había ganado su respeto y admiración por otras tantas
buenas razones. Por otra parte, como lo ha estudiado en profundidad Nelson Manrique, 20
especialmente en el escrito de Mariátegui titulado "El problema de las razas en América"
(1929), la perspectiva mariateguiana respecto de esta cuestión adoleció de serias
inconsistencias, como lo ilustran la tendencia a adoptar un léxico positivista —la "sangre
tropical y caliente" del negro peruano (7e, 334), por ejemplo-, la estimación de los incas y
aztecas por su capacidad superior a la de los otros grupos étnicos aborígenes, la marcada
indefinición en sus enunciados sobre cuestiones raciales, la creencia en la inferioridad no
de algunas razas sino de la cultura, entre otros.
Resumiendo, en textualidades densas de significados (LaCapra 1982) y con los
matices y salvedades ya señalados que apuntan a evitar los riesgos y las arbitrariedades
de ligeros esquematismos, estos dos autores inauguran y representan dos corrientes -en
muchos puntos-opuestas, de larga y reconocida trayectoria en nuestra historia cultural:
antiindigenismo vs. indigenismo, colonialismo vs. anticolonialismo, homogeneización
cultural vs. respeto y reivindicación de las diferencias, denuesto y defensa del mestizaje,
entre otras (249).
No obstante, en ambos casos, como lo hemos visto, los dos libros fueron en su
momento la resultante de un proceso de escritura que no se anunciaba definitivo ni
acabado, sino que, por el contrario, se había sido concretado "espontánea e
inadvertidamente", bajo las órdenes de un "imperioso mandato vital" (7e, II), o —en el
del Facundo- "a prisa, lejos del teatro de los acontecimientos", "fruto de la inspiración
del momento" (F, 23) y de la necesidad de "hacinar sobre el papel" sus ideas,
obedeciendo a un "interés del momento, premioso y urgente" que lo obligó a "trazar

20
N. Manrique, "Mariátegul y el problema de las razas", L. Weinberg y R. Melgar Bao (eds.) 2000: 281-
303.
251

rápidamente un cuadro que había creído poder presentar algún día" en forma más
acabada" (F, 5). En 7e también reconocemos la misma promesa de retomar más adelante
el curso de su investigación para convertir cada ensayo en "un libro autónomo" (7e, 12),
la misma idea de lo provisorio e incompleto -meros ensayos, bocetos o esquemas nunca
definitivos ni cerrados y siempre sujetos a adiciones y modificaciones- que debe ser
expandido o repensado con un instrumental teórico apropiado, en una instancia
superadora posterior. Sin embargo, diferentes motivos en cada caso impidieron alcanzar
la tan anunciada concreción: si la muerte lo sorprendió dos años después a Mariátegui, a
los treinta y seis años, en la etapa de madurez de su producción, en Sarmiento una
atávica obstinación, quizá no del todo deliberada obturó la posibilidad de otorgarle
mayor sistematización y contextura científica a su Facundo.

La forja de los 7e: la escena europea

Si para Sarmiento la experiencia del hostigamiento al que se vio sometido por el


aparato represivo rosista y su consecuente exilio chileno condicionaron la escritura del
Facundo, y para Martí la participación en el Congreso Internacional Panamericano de
Washington y su residencia en los Estados Unidos actuaron como instancias decisivas a
la hora de imaginar y pensar "Nuestra América", para JCM el viaje que realizó a Europa
con César Falcón, entre 1919 y 1923, enviado por el gobierno de Leguía en una
"deportación disimulada, alejamiento necesario para el régimen en que se iniciaba",
cumplió el mismo propósito en relación con el volumen que nos ocupa. 21 Allí recorrió

21
María Wiesse, "José Carlos Mariátegui. Etapas de su vida", J. C. Mariátegui, Ediciones populares de las
OC, tomo 10. Lima: Amauta 1986. 1 1" edic, 24. Explica la biógrafa que el nuevo presidente del Perú,
Augusto B. Leguía, para perpetuarse en el poder, como en efecto lo hizo durante once años, procedía
cautelosamente sacando de la escena política peruana a quienes consideraba peligrosos para su gobierno.
Para ello utilizó el método de la deportación, ofreciendo al deportado una pensión para subsistir en el
destierro. Es probable que en JCM, Leguía entreviera una fuerza que habría de oponérsele y un posible
renovador del Perú por sus doctrinas e ideas; seguramente por ello le ofreció costearle un viaje a Europa (que
JCM no hubiera podido afrontar económicamente), tras suspender la publicación del diario La Ra:ón, donde
militaba junto a Falcón. El periódico, de orientación izquierdista, publicado desde 1919 por ambos y
Humberto del Águila, había comenzado a alarmar el ambiente con su campaña de reforma de la Universidad
de San Marcos y sus artículos en apoyo a obreros y estudiantes que la impulsaban. Mariátegui aceptó la
252

varios países, sobre todo Francia, Italia, Alemania, y se compenetró enteramente en el


drama europeo y en él descubrió el de su propio país y el del continente.
La experiencia europea de JCM subrayó su conciencia de americanidad y de
peruanidad. Sobre esa instancia decisiva en la biografía del Amauta, acierta Richard
Morse cuando sostiene, en coincidencia con otros autores, que

[E]l secreto de la penetración intelectual de Mariátegui está en sus tres años y


medio de residencia en Europa, específicamente en Italia (...).
Al llegar a Europa
la teoría marxista era para él algo "confusa, pesada y fría"; sólo en Italia, según
confesó, había llegado a "ver su verdadera luz y tener la revelación". Ahora

oferta de Leguía y, en octubre de 1919, se embarcó hacia Europa.


Lejos de representar una claudicación de sus ideas, como muchos pensaron cuando lo criticaban con
dureza, JCM necesitaba ir a Europa -según Wiesse- "a reafirmar su cultura, a conocer el movimiento
socialista del Viejo Continente, a beber en las fuentes de las antiguas civilizaciones el agua pura del arte..."
(23). En Europa vivió cuatro años fecundos, estudiando, observando y acercándose a los más interesantes
personajes y aspectos de la posguerra. Llegado a París, permaneció unas semanas en la capital francesa, antes
de salir a comien2os del año siguiente para Italia. En la capital francesa vivió en el barrio de las artistas, se
contactó con Henri Barbusse, asistió a las sesiones de la cámara de los Diputados, visitó museos y concurrió
a conciertos y teatros Residió en Italia durante dos años y medio hasta junio de 1922. Allí desposó "una
mujer y algunas ideas" -como él mismo le escribió en una carta a Samuel Glusberg-, asistió a conferencias
donde se discutían las grandes cuestiones mundiales y recorrió luego Alemania, donde se cantaba la
"Internacional" en teatros y cafés y los retratos de Marx y Engels estaban en clubs y centros obreros. Luego
pasó por Austria, Hungría, Checoeslovaquia, Bélgica y, por segunda vez, permaneció algún tiempo en
Francia, antes de su regreso definitivo al Perú en marzo de 1923. Hay consenso entre los mariateguistas en
considerar esa estadía en el viejo continente como el punto de partida de su formación política e ideológica,
aunque -como afirma él mismo en la misma carta a Glusberg- su compromiso socialista es ligeramente
anterior:
Desde 1918, nauseado de política criolla, -como diarista y durante algún tiempo redactor político y
parlamentario conocí- por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas- me orienté resueltamente
hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos y
bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía...
Cfr. J. C. Mariátegui, "Carta a Samuel Glusberg" (10 de enero de 1928), Correspondencia (1915-1930),
tomo II. Lima: Editorial Amauta, 1984, 331.
En 1929, en un comentario a un libro de su amigo César Falcón, su compañero en el viaje europeo,
confesó que esa experiencia les había abierto los ojos, haciéndoles ver con una luz nueva su propia realidad:
...Habíamos pasado juntos algunos densos y estremecidos días de historia europea: los de la ocupación
del Ruhr. La cita para esta última jornada común nos había reunido en Colonia. La atracción del drama
renano, esa atracción del drama, de la aventura a la que ni él ni yo hemos sabido nunca resistir, nos llevó
a Essen, donde la huelga ferroviaria nos tuvo bloqueados algunos días. Nos habíamos entregado sin
reservas, hasta la última célula, con un ansia subconsciente de evasión, a Europa, a su existencia, a su
tragedia. Y descubríamos, al final, sobre todo, nuestra propia tragedia, la del Perú, la de Hispanoamérica.
El itinerario de Europa había sido para nosotros el del mejor, y más tremendo, descubrimiento de
América...
(J. C. Mariátegui, "El pueblo sin Dios' por César Falcón" (Mundial, Lima, 8.11A929), OC, tomo 11:
Peruanicemos al Perú. Lima: Empresa Editora Amauta, 1985. 9" edición, 201-202).
253

estaba estratégicamente ubicado para interpretar los cataclismos sociales de la


Europa de posguerra, oriental y occidental, para obtener información de primera
mano sobre el gran experimento ruso y para observar la forja y la prueba de
ideologías en el crisol de la acción... 22

De vuelta al Perú en 1923 y hasta el final de su vida, en 1930, JCM publicó en


varias revistas numerosos artículos, varios de los cuales fueron recogidos en libros como
La escena contemporánea y 7e, donde dio forma a lo que él mismo denominó, en un
editorial de la revista Amauta de 1928, "el socialismo indo-americano". En general, si
observamos los nuevos objetos de la reflexión mariateguiana que van cobrando volumen
en los años posteriores a su estadía europea -la reinvención del subcontinente como
Indoamérica, un nuevo proyecto político del socialismo indoamericano, el nuevo
regionalismo, el nuevo Perú, verdadero, esencial, raigal, como nacionalidad en formación,
la cuestión indígena planteada como problema de la tierra, para nombrar sólo algunos-,
identificamos en su tratamiento en los 7e, la acción de ciertos elementos interpretantes y
criterios de codificación del proceso creativo de reterritorialización al que ellos son
sometidos, instrumentos que median en el sondeo mariateguiano de la realidad peruana.
Nos referimos en particular a la concepción soreliana del mito de la revolución, el contacto
con grupos socialistas y marxistas en Francia e Italia y la reformulación del marxismo en
términos peruanos, el encuentro con un movimiento obrero organizado fuerte en Italia, la
visión del Risorgimiento italiano del turinés Piero Gobetti, entre otras vivencias y teorías
recogidas durantesu estancia en Europa.
Efectivamente, JCM nunca perdió de vista que sin el descubrimiento del
socialismo y del marxismo europeos jamás hubiera podido proveerse de ese utillaje
conceptual y metodológico apropiado para interpretar la realidad peruana y, por
extensión, indo-americana. Por esta razón, incluso contrariamente a algunos indigenistas
radicales peruanos, militantes acérrimos de la causa indígena, como Luis E. Valcárcel,
por ejemplo, nunca se sumó al rechazo de la civilización occidental sino, al revés, tendió
siempre a determinar y valorar los aportes reales de ésta a América Latina:

22
Richard M. Morse, El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del nuevo mundo. México: Siglo
X)(I, 1987, 136-137.
e 254

w
Hago a mi modo la defensa de Occidente: denunciando el empeño
conservador de identificar la civilización occidental con el capitalismo y reducir
la revolución rusa, engendrada por el marxismo, esto es el pensamiento y la
experiencia de Europa, a un fenómeno de barbarie oriental... ("Carta a Samuel
Glusberg", 331)

Y cuando JCM se refirió a Occidente como "una civilización en decadencia" donde


afloraba "un sentimiento desencantado de la vida", 23 como aclara Roland Forgues,

es menos por lo visto, de una degeneración de los fundamentos y valores de


dicha civilización, al estilo de Bizancio o de la antigua Roma por ejemplo, de la
cual quiere hablar que del surgimiento de ciertas formas perversas de evolución
constituidas por el capitalismo y su estadio supremo que es el imperialismo. ••24

Retomando la génesis del libro que -tal como lo declaraba el autor en la


"Advertencia"- reunía algunos ensayos armados a partir de materiales ya publicados
previamente en las revistas peruanas Mundial, Variedades y en la que él mismo fundó
en setiembre de 1926, Amauta -escritos todos durante su estadía europea, con la
promesa de volver sobre ellos, cuando se lo demandara el curso de su investigación y su
polémica (7e, 12)25, la historia editorial del volumen confirma la conciencia de la

23
Extraído de un artículo cuyo título reproduce la fórmula de José Vasconcelos que, para JCM, no solamente
definía "el sentimiento de la nueva generación ibero-americana frente a la crisis contemporánea", sino que
también correspondía absolutamente "a la mentalidad y a la sensibilidad de una época en la cual ( ... )
millones de hombres trabajan con un ardimiento místico y una pasión religiosa, por crear un mundo nuevo."
J. C. Mariátegui, "Pesimismo de la realidad y optimismo del ideal" (agosto de 1925), oc, tomo 3: El alma
matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima: Amauta, 1985. 9 edición, 34-36.
24
Roland Forgues, "Mariátegui, lazo de unión entre América y Europa", R. Forgues (compil.), Encuentro
Internacional "José Carlos Mariátegui y Europa. El otro aspecto del descubrimiento ".Lima:Amauta, 1993:
75.
25
Solamente en el último ensayo de 7e, "El proceso de la literatura", después del filtro de una selección
previa, se 'ensamblaron' (es el término utilizado por JCM) treinta y un artículos sobre la literatura del Perú,
publicados por entregas, en la revista Mundial, de Lima, entre el 9 de diciembre de 1924 y el 14 de
septiembre de 1928. Cfr. Mirla Alcibíades, "Una 'tabla de valores': Pedro Henríquez Ureña en "El proceso
de la literatura" de José Carlos Mariátegui", Javier Lasarte V. (coord.), Territorios intelectuales.
Pensamiento y Cultura en América Latina. Caracas: Editorial La Nave Va, 2001: 305.
255
-- apertura de cada uno de los ensayos, a la que alude la cita del primer epígrafe, y acentúa
la condición provisional de work in pro gress de 7e desde instancias textuales que,
oficiando de 'borradores' (drafts), surgen del humus inspirador de la escena europea. 26
En efecto, el libro apareció en los primeros días de octubre de 1928, después de haberse
publicado su anuncio en el número 17 de Amauta (septiembre de 1928), y se vinculó
estrechamente con el propósito confesado por JCM en 1925, de llevar adelante no sólo
la conquista del poder sino "la conquista del pensamiento", en el convencimiento de que
"[L]a idea revolucionaria tiene que desalojar a la idea conservadora no sólo de las
instituciones sino también de la mentalidad y del espíritu de la humanidad". 27
Por otro lado, si nos detenemos en el incipit de 7e, encontramos otro rasgo
compartido con el Facundo: ambos textos se sitúan desde sus respectivos comienzos-en
el linde de tensiones, cruces y negociaciones entre dos espacios culturales -europeo y
latino(/hispano/indo)americano-, pensados o deseados como occidentales. En virtud de
un constante deslizamiento de perspectiva en sus respectivos lugares de enunciación, en
los dos textos se traza una frontera que opera como lugar de fundación de identidades,
donde elementos heterogéneos cohabitan a menudo conflictivamente. El mismo gesto,
con modulaciones y énfasis diferentes en cada texto y desde programas políticos
divergentes, alienta las remisiones intertextuales que marcan idas y vueltas e instalan
mediaciones y filtros textuales. Precisamente ese modus operandi es el que anima las
traducciones, comparaciones y confrontaciones en ambos textos, así como las antítesis,
los binarismos y las interpretaciones -por analogía o por contraste- de una realidad a la
luz de la otra, que reconocemos en ellos.

26 A menudo el ensayo se origina en notas en los márgenes de otros textos, por lo cual el género se convierte
en lo que es mediante la adición y el suplemento, expandiéndose sobre sus márgenes, de modo que el estatuto
completo que adquiere depende de una creciente 'marginalidad' y de un descentramiento tipográficamente
visible. Si tomamos los artículos previos como "borradores", vale decir, 'residuos' en tanto diferentes
versiones del texto fuera de la racionalidad cronológica del antes y del después, de la causa y del efecto. En
tanto fragmentos cada ensayos operan a la vez como totalidades autónomas, microcosmos y ana/ogon (cfr. C.
de Obaldía, 27). En relación con este aspecto del género, Graham Good sostiene que el ensayo es una suerte
de medio que liga formas establecidas de la sentencia y la cita por un lado, con el "libro" por otro, entre el
intento trivial y la anticipación de su uso genérico. Cfr. G. Good, The ObservingSelf.. 1988, 28.
27
JC• Mariátegui, La escena contemporánea, Obras completas, tomo 1. 14° edic. popular. Lima: Empresa
Editora Amauta, 1987, 156.
256

El ensayista como intérprete y traductor

Al mismo tiempo, la experiencia europea le dio a JCM la oportunidad de


elevarse por encima de la 'falsa disyuntiva' entre soluciones importadas y autóctonas para
los problemas de "Indoamérica" -como él mismo rebautizó el subcontinente-, para afirmar
que, a pesar de todos los componentes y configuraciones peculiares de su historia, su única
salvación estaba en el pensamiento y en la ciencia europeos. En palabras de Estuardo
Núñez, sólo en Europa llegó a sentirse americano.28 Ese mismo sentir se corrobora en una
confesión del autor incluida en El alma matinal:

Por los caminos de Europa, encontré el país de América que yo había dejado y
en el que había vivido casi extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto
pertenecía yo a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impulsó, me
29
esclareció el deber de una tarea americana.

Desde esta premisa, debe evaluarse la "interpretación" 30 que intenta ofrecer


JCM en 7e, y las operaciones involucradas en ese proceso. Así, por ejemplo, la noción
de "socialismo indo-americano" se tradujo en un nuevo acercamiento a la realidad
peruana a la luz de herramientas conceptuales y metodológicas del socialismo marxista,
reelaboradas en función de los imperativos que implicaba el estudio de una sociedad
radicalmente distinta, una sociedad en la cual, pese a la dolorosa prueba de la conquista
y de la colonización hispánicas, prolongada durante la política criolla republicana,
persistían -como supo reconocerlo el Amauta- elementos de un socialismo práctico,
provenientes de las costumbres comunitarias andinas del antiguo ayllu.
Entre las operaciones comprometidas en 7e, advertimos un mecanismo sucesivo
de traducción ejercido por el sujeto del discurrir ensayístico que equipara e interconecta
los distintos órdenes analizados en los siete "estudios", en torno a una misma idea y un
mismo esquema histórico: la continuidad del coloniaje y sus secuelas -la feudalidad y el

28 EstuardoNúñez,La experiencia europea de José Carlos Mariáteguiy otros ensayos. Lima: Amauta, 1978.
29j C. Mariátegui, El alma matinal..., 192.
30
En parte, puede entenderse "interpretación" en 7e, en el sentido de 'traductor' de una tradición cultural,
que le da Zygmunt Bauman en Legisladores e intérpretes.., 14, 203-204.
257

gamonalismo- durante la República, que es señalada en las diferentes esferas de la vida


social y cultural -económica, administrativa, educativa, religiosa, literaria y artística, así
como en la cuestión agraria y en el problema del "indio". 31 Además, los espacios en los
que se concentra la reflexión -la costa y la sierra- se encuentran inmersos en
temporalidades históricas diferenciadas y superpuestas -la de la aldea prehispánica y la
del feudo colonial-, en realidades que perviven y aparecen igualmente implicadas a la
hora de configurar un espacio nacional o regional, tales como las "de 'comunidad' y
latifundio" (7e, 65).32 Esos tiempos se articulan, a su vez, a partir de comparaciones con
otros períodos históricos (Medioevo, etapa prerrevolucionaria, comienzos de la
modernidad y época revolucionaria, etc.) y con otros espacios, incluso de latitudes muy
distintas. Por otra parte, las teorías sociales subyacentes en esos planteos introducen
relaciones que desbordan los límites territoriales e históricos del Perú y establecen
cotejos con el Oriente -India y China, en particular-, con Rusia y los países
antibolcheviques de la Europa Central y Oriental, además de las naciones de la Europa
Occidental, llegando incluso a marcar contrastes y comparaciones —las más de las veces
desvalorizantes- entre el Perú y otras zonas de nuestro subcontinente (7e, 66).
También aquí reencontramos la misma operatoria de los otros ensayos
analizados, que vincula el saber letrado, racional, con el saber emanado de la
experiencia vital, de la política y del presente histórico. En 7e la idea reiteradamente
desarrollada del "comunismo andino", "comunismo inkaico" (7e, 54), entabla vínculos
entre el comunismo occidental y el "comunismo agrario del ayllu" (7e, 63), entre el
indio del altiplano peruano y el m uf ik de las-estepas rusas, entre la literatura indigenista
y la literatura 'mujikista' del período pre-revolucionario ruso (7e, 48).
Es evidente que la subjetividad, cuando irrumpe en forma manifiesta -bajo la
marca de la primera persona gramatical en singular o en plural, o en cláusulas parentéticas

31
Transcribimos algunas citas que ilustran la insistente recurrencia a ese argumento en diferentes órdenes
de la realidad: "La supervivencia de la feudalidad en la Costa, se traduce en la languidez y pobreza de su
vida urbana" (7e, 30); la cuestión indígena no podrá ser resuelta, "mientras subsista la feudalidad de los
'gamonales" (7e,35); "[E1n la historia de nuestra literatura, la Colonia termina ahora (...).
El
'indigenismo' está
( ... ) extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al 'colonialismo" (7e, 350).
32
Leemos en 7e: "Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos
residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una
economía burguesa que (...)
da la impresión de una economía retardada" (7e, 28).
258

como "a mi juicio" (7e, 23), "me parece" (7e, 28), se muestra contenida en su afán por.
sostener un despliegue argumentativo sólido e irrefutable. Precisamente éste es uno de los
tantos aportes que se le reconocen a JCM: el de haber contribuido a crear una prosa
científica latinoamericana33 . En 7e, la interpretación se somete a un manejo controlado de
los resultados de investigaciones empíricas que aportan datos, fechas, cifras y porcentajes
extraídos de informes estadísticos, censos y bibliografia especializada en cada uno de los
aspectos estudiados. Con un lenguaje conciso, escueto, medido, donde se impone la idea,
en un claro afán de huir del retoricismo verbalista de la prosa tropicalista, el discurso
mariateguiano oscila y se polariza, por momentos, entre dos límites extremos, si no
contradictorios: desde la evidencia del dato tomado de la realidad o de la cita del
especialista, hacia la impresión, el juicio valorativo, la visión de realidades ocultas y
profundas, el mito en un sentido positivo heredado de Georges Sorel.
Nos interesa observar cómo se desplaza el enunciador desde un lugar donde asume
la óptica de un observador especialista al hacer sus revisiones sumarias, transitando de una
perspectiva a otra (7e, 21), hasta aparecer como el mediador que regula y dirige la
pluralidad de 'voces ajenas' ('discursos-otros') que pueblan el texto y arbitra la
intervención de los diferentes saberes y discursos a los que se apela para argumentar,
autorizar y sostener las aseveraciones. JCM se preocupa más de una vez en los 7e de
deslindar competencias y tomar distancia del rol de especialista que le es ajeno. Así lo
declara en el cuarto ensayo:

En el discurso de este estudio no me he propuesto esclarecer sino los


fundamentales lineamientos ideológicos y políticos del proceso de la instrucción
pública en el Perú. He prescindido de su aspecto técnico que, además de no ser de
mi competencia, se encuentra subordinado a principios teóricos y a necesidades
políticas y económicas... (7e, 159)

Y escribió en el "Balance provisorio" al final de la última parte del libro:

B
Cfr. David William Foster, "Procesos metadiscursivos en "El proceso de la literatura" de Mariátegui (Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana)", Para una lectura semiótica del ensayo latinoamericano.
Madrid: José Porrúa Turanzas, 1983.
259

No he tenido en esta sumarísima revisión de valores-signos el propósito de hacer


historia ni crónica. No he tenido siquiera el propósito de hacer crítica, dentro del
concepto que limita la crítica al campo de la técnica literaria. Me he propuesto
esbozar los lineamientos o los rasgos esenciales de nuestra literatura. He realizado
un ensayo de interpretación de su espíritu... (7e, 348)

Las fuentes de información y argumentación utilizadas a lo largo de todo el texto


remiten a los campos disciplinarios más diversos, tal como surge de la perspectiva móvil
de la mirada y admite materiales tan disímiles como ideas y creencias del hombre común
que conforman los imaginarios sociales, conversaciones recogidas en su experiencia
cotidiana e información tomada de la lectura del periódico y, al mismo tiempo, una
cantidad enorme de citas, referencias y menciones de una lista de autores que nos es
imposible sintetizar y resulta por demás sorprendente, si tenemos en cuenta la época y el
lugar de enunciación. Esto nos lleva a pensar en la condición singular de JCM, a quien
Antonio Melis ha calificado, con justicia, como "el primer marxista de América" y "tal
vez el mayor intelectual latinoamericano de nuestro siglo.
Podemos advertir también en este punto una diferencia muy notoria en el
tratamiento de los aspectos que no son del dominio específico de JCM: en los seis
primeros ensayos, abundan las citas, referencias, glosas o menciones de otros autores y
fuentes de autorización del discurso, en tanto que en el último enjuicia la literatura peruana
hasta el período contemporáneo del autor, con un fuerte predominio de modalidades
valorativas, que revelan el gusto, las inclinaciones y la subjetividad del emisor, donde se
amengua la cita de autoridad, aunque se incorporan breves fragmentos de textos de autores
que se pretende difundir y popularizar, y por otra parte, se insiste en la contrargumentación
por la vía del contraste contrapuntístico de juicios y opiniones opuestas.
Si retomamos la imagen del sujeto de la enunciación como 'traductor', podremos

34
A.Melis, "Mariátegui, el primer marxista de América", J. Aricó (sel.y pról.), Mariáteguiy los orígenes del
marxismo latinoamericano. México: Cuadernos de Pasado y Presente 60, 1980. 2a edición corregida y
aumentada: 201.
'II

reparar en cómo lleva a cabo la mediación en el proceso de producción de sentido que


observamos en 7e, desde su condición de sujeto de la 'peruanidad', en una época
coyuntural y de transición de la historia de ese país. El sujeto enunciador actúa -
insistimos- a modo de regulador de la interacción semiótica, enlazando diferentes esferas
de lo real: descubriendo secretas analogías, desentrañando una enmarañada red de
vinculaciones ocultas a simple vista, tratando de 'develar' y 'esclarecer' la realidad que,
desde otros estudios y análisis, aparecía 'escamoteada' o 'deformada'. Las reiteraciones o
ideas-fuerza que se ofrecen, como ieit-motiv, desde una mirada totalizadora, marcan en
forma enfática fenómenos que se-registran ineludiblemente en los distintos aspectos de la
realidad analizada en los siete ensayos que componen el libro: la coincidente división en
períodos, la presencia del dualismo y el conflicto en el Perú -la costa y la sierra-, la
necesidad de un nuevo elan vital, la denuncia del colonialismo y las rémoras feudales
subsistentes durante la República, la preeminencia del factor económico-social como
fundamento de todos los otros órdenes, la propuesta socialista como solución portadora de
un nuevo planteo que recorta nuevos objetos como el comunismo indígena, el nuevo
regionalismo, el indigenismo, el hombre nuevo, el Perú auténtico, el mito de la revolución
socialista.
Pero cabe preguntarse cómo es posible autorizar en forma consistente y persuasiva
enunciados y razonamientos que provienen de saberes y disciplinas tan diversos, como la
economía, la incipiente antropología, la pedagogía, la historia, la sociología, la política, la
filosofia, la literatura y la crítica literaria, entre otros. Estos conocimientos y aserciones
aparecen mediatizados -por alusiones, citas textuales o menciones de especialistas, a
quienes se remite para legitimar lo específico de cada planteo. Distintos tipos de
procedimientos revelan esa oculta simbiosis entre lo general y lo específico, y articulan
discursivamente esos enlaces: por un lado, las fórmulas esquemáticas que recorren el texto
planteando equivalencias entre las diferentes esferas -nos referimos a enunciados tales
como: "la solución del problema del indio tiene que ser una solución social" (7e, 49), la
declarada solidaridad entre el "problema del indio" y el "problema de la tierra" (7e, 50),
"el problema de la enseñanza ( ... ) considerado como un problema económico y ( ... )
social", "el mestizaje ( ... ) analizado ( ... ) como cuestión sociológica" (7e, 343), por otra
parte, el insistente señalamiento de algunos fenómenos que se perciben y registran como
261

ineludibles en los distintos aspectos de la realidad analizada, la necesidad de un nuevo


espíritu y de una savia nueva, de un Perú auténtico, entre otros. La misma función es
cumplida por los campos evocados en el sistema metafórico que muy esporádicamente
activa el texto -se recurre a metáforas geológicas, industriales, médicas, letradas,
económicas, ópticas, fisicas, jurídicas, etc. para aludir a objetos o fenómenos de otros
órdenes de la realidad. 35
Si nos detenemos a analizar el sistema argumentativo que rige el texto, llama la
atención la gran variedad de criterios que intervienen en la selección de los estudiosos y
especialistas convocados -ya sea por simple glosa o mención o por transcripción textual.
Nos interesa señalar aquí ciertos usos estratégicos tales como la inclusión simultánea de
autores como Mussolini -en una obra que se presenta explícitamente como "una
contribución a la crítica socialista de los problemas y la historia del Perú..."( 7e, 12)-, en la
misma página donde se cita a Marx, Engels y O. Papini, en una actitud de dificil equilibrio
ideológico. Es éste un dato de época interesante para analizar, pero que excede las
limitaciones de este trabajo. Es posible que la heterogeneidad señalada obedezca tanto a la
voluntad integradora de JCM, y además esté pensada en función de la búsqueda de una
amplia franja de lectores, no sólo considerados como prodestinatarios, sino también como

35 Aunque las imágenes poéticas no abunden en los 7 ensayos... y afloren en casos muy puntuales, como
cuando se refiere a la relación del indígena con la tierra. Como hemos señalado, el sistema metafórico
refuerza los nexos o enlaces señalados entre los distintos aspectos de la realidad que se consideran en el libro
desde una visión unitiva y totalizadora. Encontramos por ejemplo: - metáforas letradas con las cuales lee, en
el primer ensayo, la evolución económica del Perú como si se tratara del capítulo inicial de un libro (7e,20,
22), "El último capítulo de la evolución de la economía peruana es el de nuestra posguerra" (7e, 24); -
metáforas industriales como "un golpe de conquista destruyó esta máquina de producción", aplicada a la
destrucción del sistema económico del lnkario, "las costumbres contrarias a la doctrina católica ( ... ) tendían a
convertir la comunidad en una rueda de su maquinaria administrativa y fiscal" (7e, 63), "íntimo
engranaje"( ... ) entre la economía y la enseñanza", "Los grandes caciques naturalmente vieron en estos
parlamentos una máquina muy embrollada" (7e, 211); - metáforas médicas, de cuño positivista y
características del discurso de su predecesor, Manuel González Prada, que aluden a la enfermedad del cuerpo
social y a la nación como un organismo: "anemia", "nación desangrada, mutilada", "nuestra economía
convaleciente de la crisis post-bélica" (7e, 25); -metáforas geológicas como expresiones de este tipo: "en la
costa, sobre un suelo feudal..."(7e, 28), "En el sur, la 'región' reposa sólidamente en la piedra histórica" (7e,
208); -metáforas teatrales, de acuerdo con una concepción romántica de la historia: "no quiero señalar más
que un testimonio reciente de la igualdad con que interpretan el mensaje de la época los agonistas iluminados
y los espectadores inteligentes de nuestro drama histórico" (7e, 201); -melaforas jurídicas como la del
"proceso judicial", aplicada a la crítica literaria según se lo explicita en el planteo inicial del último ensayo
(7e, 229-233); -metaforas económicas como el subtítulo que cierra el último ensayo del libro, "Balance
provisorio", o en el cuarto ensayo: "El balance de la primera centuria de la República se cierra, en orden a la
educación pública, con un enorme pasivo. El problema del analfabetismo indígena está casi intacto" (7e,
160).
262

paradestinatarios, cuya adhesión se pretende captar desde el gesto apelativo del discurso.36
Por otra parte, debe destacarse la utilización de ciertos autores para contraargumentar tesis
adversas a las que ellos sostienen, en un juego argumentativo propio de la polémica
política, en el que las afirmaciones del otro se esgrimen para desarticular sus
razonamientos.37
Es curioso notar cómo un volumen tan considerable de datos, opiniones,
constataciones e hipótesis de la más diversa índole conforman un sistema semiótico
complejo que, no obstante, está muy lejos de componer un mero collage de discursos
ajenos. Podría decirse mejor, como sugiere Oscar Terán, que se trata de un operación
relacionada con esos "saberes latinoamericanos que parecían limitarse a practicar
modestos bricollages sobre la base de materiales importados" (bajo el nombre de
Mariátegui -según Terán- se encontraba una "heterogeneidad de registros superpuestos, a
veces sin fusión". 38 Nuevamente cobra relevancia aquí la participación de la subjetividad
del emisor en su rol de regulador de las apropiaciones, las analogías y confrontaciones que
se establecen en el texto, donde es notable la diversidad del espectro universal al que
remiten los distintos términos comparativos, no sólo de los países centrales de Europa,
sino de América Latina y, en particular, de México y Argentina, y con frecuencia, de Rusia
y los países de Oriente.39
Advertimos en esta línea de lectura que 7e operan como un espacio textual de
reemplazamiento de sentidos -JCM utiliza en reiteradas oportunidades la palabra
"traducción" para referir un proceso que excede las transacciones lingüísticas y comprende

3,5
Utilizamos las categorías propuestas por Eliseo Verón en su tipología de los destinatarios del discurso
político. Cfr. E. Verón, "La palabra adversativa...", E. Verón y otros, El discurso político... 17.
:

37
Es el caso del escritor español, Ramiro de Maeztu, de quien se cita un fragmento de un artículo, a
continuación de un párrafo de El capital de Marx, con la siguiente cláusula introductoria:
Y no sólo los dialécticos del materialismo histórico constatan esta consanguinidad de los dos grandes
fenómenos [el protestantismo y el capitalismo]. Hoy mismo, en una época de reacción, así intelectual
como política, un escritor español, Ramiro de Maeztu descubre la flaqueza de su pueblo en su falta de
sentido económico... (7e, 179-180)

38
O. Terán, Discutir Mariátegui. Puebla: Editorial Universidad Autónoma de Puebla - ICUAP, 1985: 9

podemos dejar de recordar comparaciones verdaderamente curiosas como las que asocian el mir ruso
con el ayllu andino (7e, 65), el yanaconazgo con el sistema de otrabotki ruso (7e, 93), la literatura
indigenista con la literatura mujikista prerrevolucionaria (7e, 328), o la religión del Tawantisuyo con la
religión china (169), entre tantas otras. Llama la atención también la imagen "orientalismo indígena"
263

desplazamientos y apropiaciones de significaciones de distinto orden (7e, 199, 242, 328,


346). Presentándose como portavoz de una nueva generación, el autor manifiesta
reiteradamente su pretensión de sentar en ese libro las bases de un discurso inaugural,
fundacional, con una acentuada "voluntad (...) afirmativa" y "temperamento (...) de
constructor" (229), que se concreta en los nuevos planteos, que trasuntan una nueva
actitud generacional de crítica y ruptura con los resabios coloniales y feudales del pasado,
todavía latentes. El libro se convierte -visto desde este ángulo- en un texto complejo donde
dialogan voces diversas, cuya combinatoria es regulada y articulada por el ensayista que
las mediatiza, buscando trascender la epidermis de una mirada enciclopédica para avanzar
hacia niveles más profundos de lo real -y por ende más densos y oscuros-, donde se
encontrarán y develarán las claves de intelección de la realidad por desentrañar. Así se
entiende el proceso creativo de reterritorialización al que serán sometidos estos elementos
interpretantes que median en el sondeo mariateguiano de la realidad peruana. Este aspecto
ha sido lúcidamente estudiado por Robert Paris y José Aricó, entre otros, en relación con
la versión singular del marxismo mariateguiano. 4° Alberto Flores Galindo lo plantea en
estos términos: "A través de sus escritos el Perú ingresa en la geografia del marxismo con
una tonalidad propia" y vincula la creatividad propia de JCM con su ubicación en una
verdadera encrucijada histórica: "un país atrasado, con una antigua tradición cultural, en el
que se inicia ( ... ), un rápido cambio que conduce de una sociedad con rasgos estamentales
hacia una sociedad estructurada en clases..." 4 '

En consecuencia, podemos perfilar ya desde esta instancia uno de los rasgos -a


nuestro entender- identificatorios del ensayo en JCM, considerado éste desde el peculiar
lugar de enunciación que él mismo se construye, situado precisamente en una instancia de
frontera entre distintos sistemas culturales. Desde una actitud de porosidad cultural
extrema -en términos lotmanianos-, JCM piensa y escribe, operando procesos complejos
en una dinámica de mutación constante, donde se localizan cuestiones largamente

(302).
40
Cfr. J. Aricó, "Introducción", Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano. Selecc. y
pról.de J. Aricó. 1980: X1-LVI. Robert Paris reconstruye la disímil red de referencias que definen un
"campo cultural extremadamente marginal" respecto al marxismo de Marx, Lenin o la III Internacional y
explican ese signo común que identifica la obra mariateguiana: la ambigüedad. R. Paris, "El marxismo de
Mariátegui", Aportes, Revista trimestral de ciencias sociales, 17 (julio de 1970), París: Instituto
latinoamericano de relaciones internacionales: 18.
264
debatidas como el 'europeísmo' como el 'nacionalismo-popular' con los que se lo
denuesta desde diferentes posturas ideológicas, la reciclada concepción soreliana del mito
revolucionario y socialista, y el cosmopolitismo. Recordemos las palabras del epígrafe de
este capítulo, cargadas de una esperanza cercana a la exaltación alucinada de Vasconcelos
pero no exenta de una conciencia real de los obstáculos que se interponen, con que se
cierran los 7e, apelando a "caminos universales" en una búsqueda de la propia identidad y
apostando a obtener un saldo altamente positivo de ese intercambio. Queda clara en ese
fragmento la presencia de la función originaria del discurso ensayístico que, desde
Montaigne, había nacido como relato indagatorio del yo, entendido aquí en términos
colectivos.
Pero no es solamente en el terreno de los intercambios semióticos, donde se
advierte la hibridez y contaminación del ensayo mariateguiano, también sostiene una
marcada reticencia frente al discurso académico, por lo que prefiere siempre localizar la
enunciación en una zona fronteriza entre constataciones científicas e impresiones o
intuiciones personales, privilegiando la variante espontánea y testimonial de la
subjetividad que se manifiesta mediante juicios, ideales, pensamientos, pasiones y
aserciones. Declara desde la "Advertencia": "...no soy un crítico imparcial ni objetivo"
(7e, 12), "Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario"
(7e, 12). Así el sujeto se legitima desde un saber también heterogéneo, propio del
intelectual latinoamericano, vinculado con el campo de la política, que media entre la
especialidad científica más regulada y el orden de lo experiencial-cotidiano, lo mítico-
espiritual, siendo ésta quizás la única -actitud posible desde esa perspectiva -ciertamente
ambigua- ante una realidad como la del Perú de los años veinte acerca de la cual existían
pocos datos ciertos y comprobables. De ahí que se pueda situar los 7e en un estadio
disciplinario de transición entre el ensayo unitario y el más reciente, cercano al informe
técnico. No obstante, de acuerdo con los modos enunciativos que predominan en el texto,
se impone el carácter de la prosa expositivo-argumentativa de una investigación
documentada, según lo ya establecido y codificado, pero más próxima a la estructura y el
estilo del tratado didáctico, por cuanto busca comunicar una verdad científica
disciplinadamente, con claridad y orden metódico, atendiendo a la necesidad de resultar

41
A. Flores Galindo, La agonía de Mariátegui. 3' edición. Lima: Instituto de Apoyo Agrario, 1989, 9-10
265

inteligible para un lector medianamente iniciado en el tema.

Hacia una modernidad heterogénea: nación, marxismo y raíces andinas

Es constante en 7e la referencia metatextual a los juegos discursivos que


particularizan el ensayo. En especial, se advierte en el libro una marcada oscilación entre
la convicción de precariedad y la falta de exhaustividad del ensayo bajo la forma del
esquema sumario -"definición esquemática", "sumarísimos apuntes"(28), "rápido esquema
de interpretación"- que, ante la necesidad de mayor documentación, no permiten un
examen más detenido, y en el otro extremo, el ensayo como exagiurn, "tentativa de
esclarecimiento" (217), resultado de un estudio o sondeo profundo -"trabajo de
investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista"-, llegando al nivel de
una concepción estética integral y unitiva. 42 No obstante, JCM se declara de antemano
distante del discurso académico y profesoral: "Estoy lo más lejos posible de la técnica
profesional y del espíritu universitario" (7e, 12), por lo menos del que emana de la
concepción tradicional del conocimiento impartido en la universidad, al que se ha referido
en numerosos artículos críticos con la intención deliberada de postular un nuevo modelo
vinculado con la reforma universitaria y la universidad popular. La aclaración parece
apuntar a no involucrarse con afirmaciones rotundas y definitivas, verificables, ni con
aspiraciones sistemáticas, sino por el contrario legitimar la adopción de un punto de vista,
de una perspectiva personal que involucra no solamente lo racional sino que introduce
también la dinámica de sus pasiones: "... repito que no soy un crítico imparcial y objetivo.
Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una
declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano..." (7e,
12).

42
En el último ensayo del libro escribe:
El espíritu del hombre es indivisible; y yo no me duelo de esta fatalidad, sino por el contrario, la
reconozco como una necesidad de plenitud y coherencia (...)
Mi concepción estética se unimisma, en
la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que sin dejar de
ser concepción estrictamente estética no puede operar independientemente o diversamente... (7e, 230-
23 1).
266

Ahora bien, como lo vio Eduardo Nicol, el ensayo en tanto "forma de pensar" 43
nos lleva a preguntarnos por las implicancias de la elección de! discurso ensayístico en la
producción mariateguiana, en particular, en el libro que analizamos. En la cita del primer
epígrafe de este capítulo a la que ya hemos aludido, se enuncia una característica que se
toma relevante en el curso de la lectura: el ensayo se presenta como una escritura abierta,
inacabada, perfectible, que se revela además como una estrategia de escritura "sesgada" -
tal como la describió Jacques Leenhardt- 44 y reclama una mirada 'transversal', oblicua,
sucesiva e intensiva a la vez, capaz de reconstruir los vasos comunicantes que producen el
sentido profundo del texto, recorriendo sus límites borrosos. Se insinúa así, desde el inicio
del texto mariateguiano, una incipiente teoría de la escritura.
Al mismo tiempo, al indagar la relación que establece este tipo de discurso con
la índole del objeto de la interpretación, encontramos lo que tal vez sea una clave de
sentido de 7e: existe una peculiar analogía entre la forma abierta y fronteriza de la
escritura ensayística y la realidad interpretada. En su afán por desentrañar los rasgos
sustantivos de la realidad peruana (20), desde la actitud de un 'hermeneuta de la
cultura', JCM advierte que el Perú es una realidad "por hacer", indefinida y conflictiva
(204) -rasgos que precisamente serán remedados en el despliegue discursivo con que se
los sondea. Consciente de la excepcionalidad negativa del Perú en el contexto de
América Latina -distinto por la geografia y su composición demográfica de otras
regiones del subcontinente, y por eso mismo más distante de Europa y más cercano al
Oriente-, JCM proyecta su programa de un Perú nuevo y entero, desde un lugar
doblemente periférico, donde su presencia es, sin duda, singular.
En 7e, las superposiciones y traslados temporales referidos instalan ritmos
dispares que trastocan profundamente la formación histórica y congelan el devenir
temporal o lo disuelven. Así lo atestiguan la persistencia del feudalismo más allá de la
República, la postergación del corte definitivo con la Colonia y la declaración de la
conocida consigna, más programática que asertiva, en el último ensayo: "En la historia
de nuestra literatura, la Colonia termina ahora ( ... ). Hoy la ruptura es sustancial" (7e, 350).

43
Citado en José Luis Gómez-Martínez, Teoría del ensayo. Salamanca: Edics.de la lJniv.de Salamanca,
1981, 54.
44 Cfr. J. Leenhardt, "La estructura ensayística de la novela latinoamericana", 1984: 140.
267

En este sentido, la organización del espacio natural y social en el tiempo configura la


idea de cultura, como resultado de una compleja dinámica de movimientos internos y
externos que producen tensiones, rupturas y discontinuidades en los distintos planos.
Por esta razón, al no estar sólidamente sedimentados ni cohesionados los componentes
de la cultura para conformar la nación, se debe recurrir a diferentes modos muy
particulares de configurar la imagen del otro y la del sujeto mismo de la enunciación.
Como se señaló, JCM presenta en 7e aquella misma condición del espacio-tiempo
peruano como problema o conflicto que urge resolver para construir la nación, definido
por la dualidad de raza, de lengua, de sentimiento religioso, por el conflicto entre el Perú
costeño y español y el Perú serrano e indígena (7e, 207) y, en términos más amplios, por
la coexistencia en América de dos sociedades diferentes y antagónicas: la feudal y la
capitalista (7e, 34). El dilema del 'nuevo regionalismo' que propone 3CM es tajante; ya no
es civilización o barbarie, sino "optar por el gamonal o por el indio. No existe un tercer
camino"( 7e, 215). También, como sabemos, tienen lugar otros cruces de elementos
antagónicos: ciertas rémoras teñidas de un reconocible racismo heredado y de criterios
liberales que persisten en su pensamiento no sin conflicto, al ser ambos cristales
interpretativos ajenos al marxismo.
Una vez más se percibe aquí, como en los ensayos vistos en los capítulos
anteriores, el trazado de una cartografia de la nación como comunidad proyectada e
imaginada, en su doble articulación de programa y escritura. Marcados por la impronta
modernizadora y europeísta, los proyectos que vehiculizan estos textos comparten la
modernización como una meta deseada yalgunas de las vías y modelos para alcanzarla,
aunque de inmediato surgen matices y diferencias que los distancian tanto en sus
repertorios ideológicos y sus planteos, como en las condiciones mismas de los contextos
donde cada uno de ellos interviene. Por cierto, la impugnación al componente indígena y
el asimilacionismo selectivo de Sarmiento, o las diferentes versiones de los proyectos
integracionistas y unificadores de Martí y Vasconcelos, con distintos énfasis, componentes

45En varios pasajes de 7e, se insiste en que el problema del Perú es "más hondo" y demanda resolver
desigualdades y conflictos enquistados desde la conquista y arraigados aún más durante la República. Se
formula un programa para el Perú futuro (7e, 215), "un Perú integral, ( ... ) nuevo" (7e, 242), planteándolo
como un desafio para la "nueva generación": un "nuevo regionalismo" que identifica con la "conciencia
peruana" y la construcción de la unidad de ese país (7e, 214-216).
268

ideológicos y estilos, no siempre son compatibles con el pensamiento mariateguiano,


tributario de la utopía andina y cercano al relativismo cultural todavía incipiente, ni con la
apreciación milenarista de su propuesta socialista 46 .

La prédica anticolonialista de Mariátegui, vale decir, la impugnación de los lastres


coloniales durante la etapa de la República y la propuesta descolonizadora que él inaugura,
constituye un punto clave que distingue su propuesta y la acerca a la martiana, aunque con
alcances mucho más limitados. En este aspecto, si -como él mismo lo declara- es
imposible pensar América sin Europa, también admitirá, por otra parte, la imposibilidad
de pensarla sin las raíces, retomando la imagen martiana del árbol abierto en sus ramas al
mundo, pero con tronco y raíces de nuestros países. 47 En los siete ensayos que componen
el libro, la idea de la 'colonia' funciona como una bisagra en el planteo de la evolución y
el proceso tan peculiares como complejos, examinados en cada uno de ellos: la evolución
económica y social del Perú desde el Imperio incaico y la Colonia hacia la República, la
cuestión agraria en relación con las comunidades indígenas, la religiosidad, el proceso de
la instrucción pública y la literatura, y los conflictos originados por el enquistamiento del
colonialismo y la ley del gamonal, que dominan los distintos modos de organización
política y administrativa del Perú independiente. En cada caso, la colonia se interpone
entre una etapa -actual o por venir- percibida como ineludible, de incorporación a la
modernidad occidental, y la sociedad indígena, base sustancial donde JCM encuentra las
raíces desde las cuales propone pensar y construir creativamente un nuevo proyecto

46
Cfr. Alberto Flores Galindo, Buscando un inca. Identidad y utopía en los Andes. 40 ed. Lima: Horizonte,
1994., 27 1-274.
" JCM manifiesta una postura coincidente con lo expresado en la "Advertencia" de 7e, en el fragmento
citado en la página 255 de este capítulo, extraído de unas notas dedicadas a Waldo Frank, escritas entre
1925 y 1929 y recogidas en El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, donde confiesa que,
como el escritor norteamericano -con quien se reconoce semejante en trayectoria y experiencia-, no se
siente americano sino en Europa. Allí agrega: "Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso, yo tenía
una conciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme
conquistado enteramente, al Perú y a América; mas no me había detenido a analizar el proceso de esta
reintegración" (J. C. Mariátegui, OC, 3, 192). Sin duda, la lectura de la explicación que Waldo Frank dio
en Europe, en agosto de 1926, sobre la función de su experiencia europea en su propio descubrimiento del
Nuevo Mundo fue decisivo para la meditación del mismo proceso en el Amauta. Escribe más adelante en
las mismas notas que JCM describe como "impresiones" (OC, 3, 195):
Europa, para el americano, -como para el asiático- no es sólo un peligro de desnacionalización y de
desarraigamiento; es también la mejor posibilidad de recuperación y descubrimiento del propio mundo
y del propio destino ( ... ). Por mucho tiempo, el redescubrimiento del mundo nuevo es un viaje para el
cual habrá que partir de un puerto del viejo continente... (OC, 3, 194).
269

integrador.48 Las operaciones culturales a las que apela para llevarlo a cabo son,
básicamente, dos: 'asimilación' e 'incorporación' (7e, 344), pero ambas suponen la
'reivindicación' de lo indígena autóctono (7e, 332) y su salvación, como paso previo y
capital para lograr la renovación o reconstrucción del Perú verdadero (7e, 215).
Con las limitaciones propias de su tiempo, JCM inicia un movimiento de
'descolonización', en un sentido amplio del término, con el afán de no segregar ningún
elemento foráneo, excepto aquellos que impidan llevar adelante el proyecto de revolución
y el sondeo de la 'savia natural', indispensables para la nueva peruanidad "por crear" (7e,
254) .
49
No obstante esto, son de notar la voluntad y la lucidez puestas al servicio de la
dificil tarea de imbricar sistemas culturales tan dispares. El efecto de convocatoria buscado
por el proyecto mariateguiano se confirma en la constante apelación al lector y mantiene
su vigencia hasta nuestros días, sobre todo por su interpelación ante el recrudecimiento de
las luchas étnicas y el avance amenazante de la sociedad global sólo aparentemente
integradora bajo la condición de una homogeneización que tiende a borrar y negar las

' Imágenes tales como "formidable máquina de producción" (7e, 13) y " comunismo inkaico" (7e, 54, 63,
78, 83, 338-9), con las que JCM describe la sociedad incaica, ilustran la condensación expresiva del
proceso que venimos planteando.
' Nelson Manrique propone devolver dimensión humana e identidad primaria a JCM en su condición de
"héroe cultural" y rastrea las ambivalencias terminológicas con que el Amauta aborda el problema de las
razas, que adjudica a prejuicios básicamente inconscientes. Como lo adelantamos, el análisis de la
valoración negativa que desarrolla JCM, del mestizaje con negros y chinos, lleva a Manrique a sostener
que: "[E]n la elaboración de sus juicios sobre la mezcla de razas, Mariátegui se mueve permanentemente
al filo de interpretaciones que, reclamándose sólidamente sociológicas, no dejan de estar profundamente
marcadas por los prejuicios -racistas- de la época...". N. Manrique, "Mariátegui y el problema de las
razas", L. Weinberg - R. Melgar Bao (eds.) 2000: 288.
Por su parte, Míbal Quijano analiza en JCM la misma ambigüedad en la utilización de categorías
como "raza" y "etnia". Cfr. A. Quijano, "Raza', 'etnia' y 'nación' en Mariátegui: cuestiones abiertas",
Encuentro Internacional José Carlos Mariátegui y Europa. El otro aspecto del Descubrimiento. Lima:
Amauta, 1993: 181-187. Desde la premisa de considerar a JCM esencialmente un "antieurocéntrico" -
premisa ciertamente discutible y efectivamente discutida, por ejemplo, por José Aricó, entre otros, en la
"Introducción" de su compilación Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, al situarlo en
el contexto del marxismo y en las polémicas derivadas de su posición peculiar-, Quijano destaca, sin
embargo, la influencia europea en el uso diferencial de los conceptos de "feudalismo", "comunismo" Y
"capitalismo". Cfr. A. Quijano 1993: 188, y J. Aricó, "Introducción", Mariátegui y los orígenes del
marxismo latinoamericano. Selecc. y pról.de J. Aricó. 1980: XI-LVI.
Encontramos además otro tipo de limitaciones en los 7e. Por un lado, los nuevos descubrimientos
realizados sobre la organización social del ayllu y la sociedad incaica, en general, desactualizaron la
información que JCM maneja al respecto, para sustentar los planteos contenidos en los primeros ensayos;
por otra parte, el Amauta muestra una marcada preferencia por la producción escrita y la cultura letrada -
en estrecha relación con el estado de las investigaciones acerca de la civilización incaica y las sociedades
andinas en general. Se hace presente en este punto la fuerte vinculación vigente en su época de la
concepción de la 'literatura' con la noción de 'letra'.
270

diferencias o a expulsarlas.
Representante conspicuo del pensamiento moderno en la región andina, JCM es el
pensador que plantea con mayor perspicacia el problema de cómo y hasta dónde articular
el culto a la vieja tradición indígena con las demandas de la modernidad, tal como él la
entendía. Otros ensayistas andinos de filiaciones muy diversas y hasta opuestas como
Alcides Arguedas, Franz Tamayo o Luis E. Valcárcel, entre otros, coinciden con él en el
señalamiento de las insondables desarticulaciones que dividen Bolivia, Ecuador y Perú, y
explican las inconsistencias de sus estatutos nacionales. Con énfasis distintos, estos
autores parten de la descripción de una geografia diversa, con regiones internas que no
tienen entre sí nada en común y que producen formas de organización social y sistemas
culturales decididamente diferentes y hasta antagónicos. 5° Para el Perú, JCM expone un
esquema de tres regiones internas (la costa, la sierra y la montaña): "Llegamos a uno de
los problemas sustantivos del regionalismo: la definición de las regiones..." (7e, 203);
"[L]a región tiene generalmente raíces más antiguas que la nación misma..." (7e, 204);
"[E]l Perú actual es una formación costeña. La actual peruanidad se ha sedimentado en la
tierra baja..." (7e, 205).

...[P]uede decirse que la montaña, o mejor dicho la floresta, es un dominio


colonial del Estado Peruano. Pero la costa y la sierra, en tanto, son efectivamente
las dos regiones en que se distingue y separa como el territorio, la población [lo
que genera así] [L]a dualidad de la historia y el alma peruanas", [que] "se precisa
como un conflicto entre la forma histórica que se elabora en la costa y el
sentimiento indígena que sobrevive en la sierra hondamente enraizado en la
naturaleza... (7e, 204-205)

Por lo general, prima en los países andinos el aislamiento y la más drástica


incomunicación debido a su malformación histórica, y proliferan las visiones dicotómicas
que describen esas naciones en términos casi siempre inconciliables: ciudad-campo, sierra-
costa, provincia-capital, nacionalismo-cosmopolitismo, tradición-modernidad, entre otros,

50Esta creencia común en el poder configurador de la geografia denota una inconfundible filiación
positivista, aunque a veces funcione —como apunta Cornejo Polar- sólo como base de un pensamiento que -en
271
pero por encima de todos esos dilemas se impone la dicotomía que enfrentaba a indios y
'blancos', con eventuales alusiones sobre los 'negros', pero casi nunca sobre los mestizos.
Esto obedece a que -como se vio en el capítulo anterior- la ideología del mestizaje que
dominaba por ese entonces y pervive aún hoy, tuvo frecuentemente un tono conciliador y
hasta salvífico (cfr. Cornejo Polar 1994, 179-180).
A lo largo de todo el libro, el centro del debate y la atención se plantea en torno de
la 'cuestión indígena', concretamente por la situación de los nativos que son a la vez
mayoritarios, y marginales y discriminados, pero además porque se admite explícita o
implícitamente que las raíces nacionales no pueden ser pensadas al margen de la tradición
histórica de ese pueblo mayoritario. Por esta razón, se lo incluye a JCM en el movimiento
indigenista. Lejos de caer en el extremo del positivismo más reaccionario, el Amauta corre
el riesgo de incurrir en algunas contradicciones internas y, sin negar la modernidad como
progreso, la cruza con la utopía andina, recurriendo a entonaciones claramente apodícticas.
Cornejo Polar denomina esta variante "modernidad de raíz andina" (Cornejo Polar, 187-
194). En el prólogo al libro de Valcárcel, Tempestad en los Andes, que aparece citado en
una extensa nota al pie al comienzo del segundo ensayo del libro, JCM expone sus reparos
sobre la perspectiva arcaizante que anima esa obra del indigenista peruano. El indigenismo
en JCM se enmarca en la propuesta vanguardista:

no es una especulación literaria ni un pasatiempo romántico. No es un


indigenismo que ( ... ) se resuelve y agota en una inocua apología del Imperio de los
Incas y de sus faustos. Los indigenistas, revolucionarios, en lugar de .un amor
platónico al pasado incaico, manifiestan una activa y concreta solidaridad con el
indio de hoy... 5 '

Cabe aclarar, sin embargo, que dentro de la constelación cultural peruana a la que
Ø
pertenece JCM, polemiza y acusa influencia de pensadores indigenistas (Luis Alberto
Sánchez, Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Basadre), entre ellos, de aquel autor y del

otros campos- exploraba distintas tendencias filosóficas, desde el vitalismo espiritualista hasta el marxismo.
51
J. C. Mariátegui, "Nacionalismo y vanguardismo" (1925), Peruanicemos a/Perú, oc, u, 100.
272

grupo cuzqueño, en general (además de Valcárcel, Une! García, entre otros. 52 La tarea
intelectual de este último grupo busca conciliar la experiencia histórica peruana con el
pensamiento político europeo contemporáneo, introducir el tema económico en el trabajo
historiográfico y adecuar el estudio del pasado a la necesidad de explicar y resolver los
problemas sociales del Perú de las primeras décadas del veinte. No sería justo olvidar al
peruano Manuel González Prada, entre los precursores que también dejan su huella en la
obra del Amauta. Particularmente su ensayo "Nuestros indios" (1904) ha sido, sin duda,
señero en el planteo de esta cuestión.
Un punto clave y problemático en el programa indigenista de JCM es la
articulación entre indigenismo y socialismo, que se proyecta a su vez sobre otras
cuestiones conexas, tales como las relaciones entre universalismo, vanguardismo y
nacionalismo, y entre tradición y modernidad. Desde su perspectiva, el problema nacional
reside esencialmente en la persistencia de un orden social que desemboca en la
servidumbre indígena, por eso defiende con insistencia y firmeza la necesidad de acabar
con esa situación de injusticia y desigualdad. La interpretación y el análisis mariateguianos
se sustentan en un marxismo excepcionalmente abierto, proponiendo una lectura de la
historia que asume a la vez los requerimientos de la tradición y de la modernidad.
A este respecto, la propuesta de JCM puede sintetizarse a grandes trazos en los
siguientes puntos, atendiendo a los principios básicos expuestos por Antonio Cornejo
Polar (1994, 187-190): a) la reivindicación de la tradición -para JCM, fundamentalmente
la incaica- como historia viva se funda en una posición revolucionaria ("El pasado incaico

52
En la puesta en discurso de 7e, JCM toma distancia del proyecto de "meter toda mi sangre en mis ideas"
(7e, 11) y suele utilizar un estilo más cercano a la monografla o al estudio académico, más acorde con su
criterio economicista y su perspectiva crítica socialista revolucionaria de "marxista convicto y confeso". Hay,
sin embargo, algunas excepciones donde se dejan oír acentos y tonos poéticos y expresivos de una
sensibilidad literaria y artística, como por ejemplo en aquellos pasajes con clara evidencia del influjo del
indigenista Luis Valcárcel, que encontramos en el estudio sobre el problema del indio, en cuya intensidad
poética resuenan los ecos de Tempestad en los Andes:
La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las
tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha
sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de
estas respuestas... (7e, 47)
Asimismo, ese estilo notoriamente más literario vuelve a aflorar con cierto dejo irónico, en algunos pasajes
del último ensayo:
Los pocos literatos vitales, en esta palúdica y clorótica teoría de cansinos y chafados retores, son los que
de algún modo tradujeron al pueblo. La literatura peruana es una pesada e indigesta rapsodia de la
literatura española, en todas las obras en que ignora al Perú viviente y verdadero. El ay indígena, la
273

ha entrado en nuestra historia reivindicado no por los tradicionalistas sino por los
revolucionarios ( ... ) La revolución ha reivindicado nuestra más antigua tradición" 53); b) el
rescate de la tradición prehispánica tiene un sesgo no sólo histórico, sino también político:
en el incanato funcionó un sistema "comunista", "bajo un régimen autocrático" (7e, 54),
abonando la perspectiva marxista clásica sobre una etapa de 'comunismo primitivo' en el
proceso de desarrollo humano (cfr. Cornejo Polar 1994, 188); c) se advierte en las
'comunidades' la pervivencia de signos de la antigua organización social indígena, pese a
su destrucción durante la conquista y, aunque este tema no abunda en los escritos
mariateguistas, la sola constatación de la "supervivencia de la comunidad y de los
elementos de socialismo práctico en la agricultura y en la vida indígenas" (7e, 52) -vale
decir, de la existencia de un "comunismo incaico" y su supervivencia contemporánea- es
clave para articular el proyecto socialista moderno con la tradición nacional originaria y lo
que sobrevive de ella, y para 'nacionalizar el socialismo' y arraigarlo en la historia propia,
soluciones avizoradas por JCM para superar el atraso, la fragmentación y la injusticia
enquistados en la sociedad peruana; d) la feudalidad consolidada durante la Colonia
sustituye el orden social incaico y se mantiene vigente aún después de la Independencia,
inclusive en plena República; de ahí que, para JCM, la debilidad y la torpeza de la
burguesía peruana y sus compromisos con el "gamonalismo" que domina el régimen
feudal, impiden una auténtica revolución burguesa y un régimen capitalista moderno,
incluso en las áreas más desarrolladas del Perú. Obstaculizado el proceso modernizador
por acción del imperialismo, sin que la burguesía nacional pudiese liderarlo (7e, 13-34),
JCM postula que el socialismo peruano debe ordenar y definir las reivindicaciones -de -las
masas trabajadoras que en el Perú es, por entonces, en sus cuatro quintas partes indígenas
y campesinas (7e, 48); e) en consecuencia, al socialismo le corresponde 'modernizar la
nación', realizando algo de lo que la burguesía no quiso o no pudo realizar, pero
retomando un proceso iniciado en el pasado prehispánico más remoto, que tiene sus raíces

pirueta zamba, son las notas más animadas y veraces de esta literatura sin alas y sin vértebras... (7e, 244).

53
J. C. Mariátegui, "La tradición nacional"(1927), Peruanicemos a/Perú, OC, 11 ...: 168. En "Heterodoxia
de la tradición" (1927), defiende esta mirada nueva y proyectiva hacia la tradición, argumentando a favor de
un uso productivo del pasado en función de la construcción del futuro, planteo que sustenta la propuesta
central de 7e: "Quien no puede imaginar el futuro, tampoco puede, por lo general, imaginar el pasado". J. C.
Mariátegui, Peruanicemos al Perú, OC, 11 ..., 164.
274

en la tradición nacional y se mantiene aún vivo, de algún modo, en el mundo andino


contemporáneo.
De modo que la insistencia de JCM en agenciar la alianza entre socialismo e
indigenismo en el Perú apunta, en última instancia, a formar la nación, en el
convencimiento de que ni el feudalismo ni la burguesía la podrían consolidar. Munido de
los conocimientos de su época, JCM logra resolver por esa vía muchas de las aporías de su
tiempo. Por una parte, la "confluencia y aleación" del comunismo con el indigenismo
destruye la oposición entre el internacionalismo de aquél y el nativismo de éste, abriendo
un cauce único donde ambos discurren más o menos armoniosamente, superando la
polémica entre 'nativistas' y 'cosmopolitas' y otorgando un carácter nacional y moderno a
su proyecto político. En definitiva, la modernidad encarnada para muchos de sus
coetáneos en el socialismo emergente, sienta sus bases en tradiciones nacionales
originarias; de esta manera, JCM sortea las inciertas predicciones voluntaristas del
indigenismo más duro que visualiza el futuro como un desarrollo de lo indígena,
refractario a las contaminaciones foráneas, y ofrece un proyecto más convincente en que lo
nuevo -cualquiera fuera su procedencia- se inserta en la tradición nacional y la reaviva.
Pese a resultar inviable en algunos puntos, 54 la propuesta de JCM ostenta cierta
'originalidad' y coherencia, y se funda sobre una construcción teórica, amplia y
enriquecida por innumerables aportes diversos. Válida para lo que aún hoy sigue siendo un
problema trascendente: la apuesta a favor de una modernidad que no sea copia de la
alcanzada por los países centrales, incluso de los países socialistas nacientes en esa
coyuntura, sino un desarrollo peculiar de distintas circunstancias, "[Lja tesis mariateguiana
propone una alternativa antidogmática: no hay una sino muchas modernidades, y varias
maneras de llegar a ese punto" (Cornejo Polar 1994, 190). JCM imagina y se compromete
en la realización de una modernidad de raíz y temple andinos; se trata, en suma, de una
modernidad heterogénea, alternativa. Cabe añadir sobre este punto que su visión nacional
—andina- del socialismo como la forma de la modernidad que corresponde a ese contexto,
fue objeto de malentendidos y rechazos por la ortodoxia marxista de esa época. 55

54
Como ha acotado Antonio Cornejo Polar, entre otros, hoy todo indica que la socialización de las
comunidades indígenas proviene de otra matriz diferente de la que indicaba JCM.Cfr.Cornejo Polar 1994,
189.
275
En otro orden de cosas, en cuanto a la aspiración modernizadora en el lenguaje,
Antonio Cornejo Polar ha sostenido que JCM compartió con César Vallejo la misma
preocupación por la representación y la autenticidad, ante la sospecha de que la
experimentación de la vanguardia andina, tensa y crispada, derivara en una falsificación
del lenguaje sólo en apariencia nuevo, como respuesta al reclamo de modernización
(Cornejo Polar 1994, 165). Justamente esa desconfianza ante la pura 'novedad' formal
alentó en ellos la creación una literatura esencial y globalmente nueva, y la decisión de
desliteraturizar el lenguaje, saliéndose de los cauces del canon modernista dariano y
abrevando, en todo caso, de la vertiente martiana para generar una renovación artística,
libre y auténtica, más allá de cualquier signo externo que podría ser engañoso: "El
modernismo [en un sentido amplio que incluye la vanguardia que JCM consideraba
decadente] no es sólo una cuestión de formas, sino sobre todo, de esencia..."; "... hay que
ser moderno espiritualmente." 56 La sospecha provenía, en el fondo, de la percepción del
abismo existente entre el atraso social de las naciones andinas (pese a los recientes
procesos parciales de modernización a partir de la parcial inserción de la región en la
órbita del capitalismo internacional, sobre todo norteamericano) y las diferentes
expresiones del arte moderno. Dicho de otro modo, el modernismo como forma cultural
no se asentaba sobre una auténtica modernidad social, y esto producía tensiones y
contradicciones de muy diversa índole. A pesar de su fe en el futuro, la modernidad -
concebida por JCM como modernidad socialista- era percibida por ambos como una meta
lejana y dificil de alcanzar en el mundo andino, un espacio extremadamente conflictivo en
el que se avistaban dos opciones igualmente inaceptables: la estetización del atraso y del
arcaísmo o la configuración de un arte moderno pero socialmente inconsistente. Al instalar
su propia obra en la historia, ambos asumieron sus energías transformadoras y confiaron
en el carácter renovador -o revolucionario- de los discursos culturales. Por esa vía
contribuían a demoler el viejo orden y a construir un orden nuevo, a la vez que, inmersos
en la modernidad social que anunciaban, la ponían en la escena enunciativa en sus
discursos ensayfsticos o poéticos, según el caso, con la esperanza de darles cauce y sentido
al arte y la ideología, ya integrados dinámica y productivamente en el proceso social.

55 En La agonía de Mariátegui, Alberto Flores Galindo ha explorado estas contradicciones del Amauta con la
ortodoxia marxista de su tiempo. Cfr. A. Flores Galindo, La agonía de Mariátegui... 1989.
276

Ambos vivieron, a la par de una intensa experiencia europea, algunos momentos


fragmentarios de modernización en su propio país. En el caso de JCM, era la Lima de
Leguía que en esos años había sido espectacularmente renovada.
Advertimos, a su vez, como se lee en el último epígrafe de este capítulo, que JCM
se abstiene de identificar la identidad como algo ya hecho o como una identidad nacional;
por lo contrario, la describe como el resultado de un proceso histórico que imagina en
marcha, en un camino propio -nacional- hacia el socialismo. De este modo se perfila como
un pensador - uno de los pocos- que piensa la identidad en la historia, no en términos de
un ser sino de un hacerse, abierto a varias alternativas en el futuro. Por consiguiente, desde
esta perspectiva, el socialismo en América no sería calco ni copia sino "creación heroica"
(Amauta ifi, 17 de setiembre de 1928) (cfr. Cornejo Polar, 191). JCM privilegia la
creatividad por sobre los modelos previos. La nación misma irá definiéndose a sí misma a
través de su historia, y el intelectual será tan sólo un mediador. Todos estos planteos
aparecen en el último de los 7e, donde propone una periodización estrictamente literaria,
no social ni marxista (7e, 239), que comprende tres etapas: colonial, cosmopolita,
nacional. Las dos primeras, sin límites precisos, y la última, un proceso en plena
formación, sin realizarse aún del todo y abierto a varias opciones posibles.
Por otra parte, da cuenta de la densidad de cada período, donde coexisten diversas
corrientes en conflicto, como se advierte cuando sitúa a Melgar, que cronológicamente
pertenece a la Colonia, dentro del período nacional, y a escritores contemporáneos como
continuadores del primer tramo de la literatura. JCM observa la historia como un proceso
de conflictos imbricados en un devenir en el que en cada momento ciertas alternativas se
imponen y, por debajo de ellas, surgen opciones subordinadas que emergen y llegan a
dominar en un período posterior, donde lo previamente hegemónico puede subsistir en
forma residual durante un tiempo más o menos extenso.
La correlación de estos planteos con el entimema general del libro se evidencia en
algunos puntos decisivos: por ejemplo, cuando JCM califica de 'contradicción antagónica'
a la oposición entre lo colonial y lo nacional, similar a la que se da entre el feudalismo y el
socialismo, cuando el capitalismo todavía no se ha terminado de realizar, pero encuentra
que lo cosmopolita resiste y prepara, a la vez, el surgimiento de lo nacional. Tal vez se

56
j C. Mariátegui, "Poetas nuevos y poesía vieja" (1924), Peruanicemos al Perú, OC, 11, 26.
277

pueda entender el cosmopolitismo como una etapa que todavía no se realizó en lo social,
es decir, la revolución modernizadora burguesa que habría propiciado el surgimiento de
una dinámica social que conduciría al socialismo por la propia fuerza de sus
contradicciones. De hecho, el cosmopolitismo es el equivalente literario a la acumulación
de capital simbólico-tecnológico, con connotaciones de internacionalización, de la que
surgirá la literatura nacional como reencauzamiento y transformación de esas energías y de
las nuevas que iría suscitando, en camino hacia metas inéditas y distintas. De ahí se
entiende que lá oposición entre los dos últimos períodos no sea antagónica, puesto que el
segundo supera pero se alimenta del primero, y que JCM aceptara sin reparos la existencia
de un "indigenismo vanguardista" que de varias maneras alentó y estimuló y que sería, en
cierto modo, la manifestación literaria de la tesis central sobre la convergencia entre
indigenismo y socialismo.
Se evidencia aquí un problema mayor, que reside en que si la imagen y el
proyecto de la nación peruana tiene en Mariátegui una filiación indígena, su interpretación
de la literatura peruana —contradictoriamente- se limita a la literatura escrita en español. En
este campo el origen está fijado en la conquista, y no en el Comunismo incaico. Esta
contradicción deriva de la concepción de la lengua que regía la construcción de las grandes
historias nacionales europeas, pero en los propios textos de JCM hay elementos suficientes
para invalidar lo expuesto al comienzo de "El proceso de la literatura", el último ensayo de
7e. Sin encerrarse en dogmatismos herméticos: se abre a la discusión y hasta invita al
debate que suele realizarse explícitamente en sus mismas reflexiones, sobre las siguientes
cuestiones: en primer lugar, la dualidad quechualespaflol no está resuelta (7e, 205, 206,
236); en segundo lugar, la literatura peruana no es "orgánicamente nacional" (7e, 204-
205), pór su dispersión y porque el país íntegro es todavía una "nacionalidad en
formación"; y tercero, la definición de lo nacional en literatura con un contenido
originariamente indígena. La propuesta mariateguiana contiene gérmenes que permiten
traspasar esa frontera de la escritura en español y produce una interpretación más abierta
que la que parece surgir de una lectura ligera del último ensayo.
En consonancia con lo que sostiene en otros planos, la literatura nacional es para
JCM, al mismo tiempo moderna y hunde sus raíces y anda su sentido último en la
reivindicación de lo indígena y en la expresión de los sentimientos propios del "alma
278

indígena", aunque algunos críticos reconocen que cierto manejo algo abstracto en este
último punto, con rastros de una retórica del indigenismo que el Amauta había contribuido
a superar. Resulta obvio, sin embargo, que su programa nacional en su vertiente literaria
articula las dos categorías básicas de sus tesis centrales: la modernidad, en su versión
socialista, y lo indígena, intuyendo que por la vía del "indigenismo vanguardista" se
cumplirán las metas sociales y culturales de su proyecto. Así, por ejemplo, en el ensayo
"Nacionalismo y vanguardia" (1927), sostiene que: "[L]a vanguardia propugna la
reconstrucción peruana sobre la base del indio (...) busca para su obra materiales más
genuinamente peruanos [que los de la Colonia], más remotamente antiguos". 57 Sin
embargo, para JCM, el indigenismo no era la única alternativa posible (7e, 334).
Para finalizar, como en los capítulos anteriores de esta segunda parte de nuestro
estudio, dejaremos pendiente para un trabajo posterior el tratamiento exhaustivo de los
aspectos argumentativos más cercanos al aparato conceptual de 7e, de dificil
esclarecimiento político e ideológico, y el complejo entramado de relaciones donde textos
e ideas luchan entre sí mostrando la dinámica interna de un discurso en constante proceso
de construcción, aspectos merecedores de un desarrollo más detenido que excedería los
límites razonables de nuestra investigación. Retomaremos, entonces, la elección
deliberada del ensayo como el tipo discursivo más adecuado para enunciar las tesis y
disquisiciones que se reúnen en 7e, con el propósito de esbozar algunas reflexiones finales
sobre la dimensión que adquiere el ensayo en la escritura mariateguiana.
En primer lugar, el breve y doloroso itinerario vital de este "cuerpo sufriente"
explica en parte que, a lo largo de sus treinta y cinco años de vida, fecundos-y cargados de
experiencias e ideas, anhelos y realizaciones, el Amauta haya escrito casi exclusivamente
ensayos y textos doxológicos afines. Su corta vida, signada por la precariedad, la
enfermedad y la pobreza, y curiosamente animada por la inquietud intelectual, no le dejó
tiempo para proyectos de más largo aliento tales como escribir una novela, sino tan sólo
para esa escritura de la espontaneidad cruzada por la reflexión y el análisis científico. Así
el ensayo se comporta, en el contexto de la producción mariateguiana, como una poética
de la urgencia y de la prisa de quien presiente que el tiempo se consume y la tarea que

57
J. C. Mariátegui, "Nacionalismo y vanguardismo", Peruanicemos al Perú, OC, 11, 74.
279

queda por delante es aún inmensa. 58 En segundo lugar, el sustrato genotextual sobre el
que se construye 7e -artículos aparecidos en publicaciones y revistas culturales
peruanas- provee un formato lábil que acepta intercalaciones ulteriores y responde
también a la exigencia de lo perentorio y a la necesidad de esbozar e improvisar
rápidamente y con insistencia ideas previas que toman forma en el encadenamiento de
sucesivas reescrituras. 59 Por último, destacamos que el modo ensayístico de JCM, tal
como lo construye discursivamente, busca calar hondo y dejar huellas, invitando
incoativamente a sus lectores a repensar sus aserciones y sumarse a sus planteos.
De este modo se crea un nuevo lugar de enunciación que elude y avanza sobre
las posturas colonialistas. En este sentido, JCM inició también una 'descolonización de
la escritura' en una acepción amplia del término, reinvirtiendo - la función tradicional que
había cumplido la letra como instrumento de colonización y potenciando el rol inverso
de herramienta emancipatoria que había desempeñado en el proceso de formación de los
estados nacionales. Tal vez sea precisamente esa marca de escritura abierta la que se
impone como estrategia de una obra que no concluye, cuya interpelación permanece aún
vigente, estimulando la búsqueda de nuevas alternativas, en tanto que en nuestra
América permanezcan sus planteos y desafios incumplidos.

58 En las palabras finales del libro, cargadas de esperanza, el autor apuesta a que pueda obtenerse un saldo
positivo de ese intercambio: " ... un nuevo sentimiento, una nueva revelación se anuncian..." (7e, 350).

59 En La Escena Contemporánea, JCM asocia su programa de escritura a dos géneros de la modernidad


como el periodismo y el cine: "... el mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es un poco
periodístico y un poco cinematográfico" (J.C. Mariátegui, OC, 1, 11).
EPÍLOGO

A modo de reflexión final, volveremos sobre algunas de las afirmaciones que


sostuvimos a lo largo de nuestro estudio, con el fin de descubrir énfasis e insistencias
y deslindar las distintas perspectivas adoptadas en cada caso. Como lo advertimos
desde el comienzo, la selección de los textos no aspira a ser exhaustiva sino que
procura trazar un itinerario entre tantos, que podría ser ampliado, sumando textos y
lecturas, y por otra parte, sugiere otras líneas posibles de continuidad. Así, en el
curso de la lectura, desde una mirada -transversal se atraviesan al sesgo las cuestiones
relevadas en la primera parte de nuestro estudio y, a partir de una serie de
lineamientos teóricos, se demarca un tipo especial de un género por demás vasto e
inclusivo: el ensayo de interpretación cultural. En la segunda parte del trabajo, se
retoman esas líneas en las lecturas de los cuatro ensayos culturales que se presentan
como puntos de llegada en el itinerario de indagación crítica recorrido.
Del cuadro inicial que esbozamos en lo que concierne al marco teórico-crítico
sobre el ensayo y, en particular, sobre el ensayo latinoamericano, podemos recuperar
las interrogaciones y preocupaciones que hilvanan los sucesivos tramos de nuestra
investigación: ¿cuál es el lugar del tipo de ensayo que recortamos en la interacción de
los juegos discursivos?, ¿cómo se reconoce la 'actitud' o el 'espíritu' ensayístico?,
¿qué estrategias argumentativas acompañan el -comportamiento persuasivo que
define la relación particular entre el sujeto enunciador y el destinatario-lector en esta
clase de ensayo? y, por último, ¿cómo se inserta esta forma discursiva en las
diferentes variantes que asume el proyecto moderno en las distintas regiones del
subcontinente?
Consagrados a la tarea insondable de reflexionar acerca de la realidad
(latino/hispano/indo)americana, de sedimentar una identidad colectiva posible y
construir versiones de la nación en áreas muy diversas de Latinoamérica, los cuatro
textos elegidos -miradas autocontemplativas de nuestra fisonomía cultural y objetos
representativos de la colección latinoamericana- nos permiten dar comienzo a una
281

indagación sobre las diferentes maneras de representar la trama compleja y heterogénea


de nuestra cultura, y relacionarlas con la forma del ensayo, las posibilidades que
habilita y las nuevas capas de sentido que aporta a la configuración de las
significaciones. Tangencialmente se apuntan reflexiones sobre las políticas culturales
promovidas en cada caso frente a la cuestión de la alteridad (el otro / lo otro / los otros)
y la propia identidad cultural, así como sobre el lugar desde donde estos letrados /
intelectuales discurren y escriben.
En esta línea de trabajo, se ha juzgado más conveniente atravesar las
urdimbres textuales, privilegiando sus pliegues menos evidentes y explorados (la
génesis textual y sus huellas, la inserción en el intertexto histórico y socio-cultural a
partir de algunos hechos y fenómenos puntuales, la función del sujeto enunciador
como intérprete cultural -traductor, hermeneuta-, la relación de la propuesta
agenciada en cada ensayo con las ideologías continentalistas en auge en esa época,
entre otros), por sobre sus capas más obvias y visibles como las franjas temáticas
compartidas y los repertorios ideológicos retomados en cada uno de ellos. Cabe
señalar que estos nuevos flancos de ingreso que contribuyen a releerlos y
reinterpretarlos con otras claves y perspectivas interpretativas, a menudo operan a
contrapelo del programa que cada texto formula explícitamente y nos permiten
leerlos en la complejidad y el espesor de sentido que los caracteriza.
Por otra parte, en la lectura crítica se ha optado por respetar la dispositio de
cada texto, considerando que en el ensayo la sucesividad y el encadenamiento de cada
una de las partes aportan significaciones que no siempre son atendidas. Nos ha
importado sobre todo dejar discurrir libremente distintas posturas sobre la cuestión
cultural que, por lo común, dan lugar a polémicas, debates, posiciones críticas
formalizadas en reseñas y comentarios, incorporando en algunos casos remisiones a
otros discursos contrarios, constantemente aludidos y eludidos. Asimismo, las
diferentes modulaciones del discurso cultural latinoamericano representadas en los
cuatro textos que ponemos en diálogo, se hacen visibles al encontrar las matrices más
significativas de cada uno de los modos de decir y saber puestos en signo con el
formato ensayístico. Así, en el Facundo, de Sarmiento, descubrimos el ensayo-
282

meditación, resultante de la expansión de un graffiti provocador, y en "Nuestra


América", de José Martí, un caso más cercano al ensayo cognitivo, un texto bélico
portador de un alto grado de estetización de lo político, pese a estar inmerso en una
densa trama política internacional; La raza cósmica, de José Vasconcelos, por su parte,
es leído como un ensayo utópico que a su vez prologa el relato de su viaje por América
del Sur y, finalmente, los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, de
Mariátegui, reúne un conjunto de lecturas enfocadas desde distintas perspectivas
disciplinares que conforman un ensayo de interpretación cultural propiamente dicho.
En suma, la travesía crítica por esas cuatro instancias discursivas nos ha
enfrentado a cuatro modos enunciativos diferentes de trazar un cuadro descriptivo,
reflexivo y polémico de cada situación cultural visualizada desde posiciones espacio-
temporales e ideológicas muy diversas, que pueden ser analizadas en relación con otros
textos. Los ensayos elegidos son ejemplos muy notorios que ocupan un lugar
importante en la gran secuencia discursiva ensayística en la que dialogan, se refutan,
rectifican o confrontan entre sí en una compleja interacción de saberes, a través de una
disputatio abierta, desplegada o retomada en todos ellos.
Otra nota común en estos ensayos consiste en exponer los límites y alcances de
cuatro posiciones distintas ante la cuestión del americanismo y, en particular, la curva
pronunciada por algunos y su vigencia, cuando encuentran continuadores. Y si bien la
meta de lograr la autonomía y la independencia intelectual en nuestros países aún avista
un horizonte incierto, el planteo que se comunica en estos ensayos pone en evidencia
que buena parte de los debates vigentes en la actualidad hunden sus raíces en el siglo
XIX. De ahí el interés de estudiar los proyectos que contienen, donde la independencia
cultural emerge como un programa presente en casi todos ellos, que excede lo
estrictamente literario pero emerge como paradoja y utopía, oscilando entre dos polos:
el nacionalismo que reivindica la tradición hispánica y criolla y, en algunos casos,
mestiza, y la influencia universalizante de corrientes ideológicas y estéticas, sobre todo
europeas, no necesariamente hispánicas.
Además es curioso advertir que, excepto el primer texto escrito por un
argentino desde el exilio trasandino, los tres restantes mantienen alguna relación con
283

nuestro país que ocupa el lugar de una referencia idealizada y funciona como modelo o
paradigma al que se aspira emular. Como corresponsal del diario La Nación, Martí
menciona la Argentina como paradigma; por su parte, Vasconcelos escribe La raza
cósmica como ensayo-prólogo de las impresiones de un viaje por América del Sur, en
el curso del cual conoce la Argentina, entre otros países sudamericanos, y selecciona el
modelo de "crisol de razas", y JCM se relaciona con la vanguardia literaria, cultural y
política y por esta vía entra en contacto con los principales referentes argentinos en esas
esferas, muchos de los cuales aparecen citados o mencionados en sus escritos (José
Ingenieros, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, y figuras
salientes de la política -sobre todo socialistas y comunistas- y vinculados con la
reforma universitaria, entre otros).
Precisamente en el proceder aparentemente ametódico del ensayo encontraron
estos autores el molde ideal para configurar desplazamientos, desvíos y
yuxtaposiciones ideológicas, trasplantes, mezclas y apropiaciones culturales (R.
Schwarz), y sus propias posiciones de sujeto y sus fábulas de identidad/diferencia. De
este modo, el aspecto dialógico del discurso ensayístico se revela central para el estudio
de la dimensión incoativa, polémica y pan fletaria del ensayo cultural latinoamericano, y
evaluar su eficacia discursiva, que no se agota en la tensión apelativa hacia el lector y
en el llamado a su colaboración, sino que se nutre de la 'teatralidad' propia del
discurso, tal como la concibe desde la lógica discursiva Georges Vignaux, quien se
detiene en la puesta en escena argumentativa, buscando construir una gramática de la
argumentación.
Hoja de ruta parcial y focalizada de un recorrido y, sobre todo, de un modo de
transitar la historia cultural, desde uno de sus costados letrados, el de las élites
culturales o la historia intelectual latinoamericana, excluyendo la versión de los
sectores no letrados, el ensayo como forma discursiva se convierte en una clave para
leer transversalmente la constitución de un sujeto histórico, político, social, cultural,
en el proceso mismo de su escritura, con sus grietas, aperturas y suturas. Así deviene
la experiencia de una prosa que socava certidumbres y plantea más problemas que
soluciones. En consecuencia, la invitación al lector a interpretar es una invitación a
284

participar en una experiencia profundamente perturbadora (de Obaldía, 34), una


experiencia excéntrica que sugiere la lógica de la contradicción. En efecto, los cuatro
ensayos se relacionan con un momento histórico particular del subcontinente,
marcado por la emergencia de nuevas integraciones y la constitución de bloques y
reconfiguraciones de fronteras en América Latina.
Como se sabe, la construcción de identidades y diferencias, o la cuestión
cultural en Latinoamérica es un tema tan complejo y vasto que se ha llegado a
negarlo o considerarlo un pseudoproblema, intentando evitar sus efectos paralizantes
o la imposición de una visión monolítica. Por ende, indagar en las zonas
contradictorias, en lo insondable —diría Antonio Candido-, "[S]ondear el vado" -
retomando la imagen acuñada por Montaigne-, esa deriva de posiciones, tiene un
costado político que nos interesa destacar. No se trata solamente de ofrecer una
alternativa más, un camino alternativo posible sino de presentarlo como plausible, de
manera convincente, y de recurrir a todas las estrategias; y es ahí, entonces donde
cobra sentido el ingreso de la literatura. En tanto automiradas que calan hasta lo más
hondo, cartografias culturales, mapas cuya lectura da cuenta de una de las tantas
imágenes y representaciones que componen el complejo collage de matices, colores,
sonidos, ideologías, tradiciones y proyectos contrapuestos del continente
heterogéneo, atravesado de tensiones y de armonías invisibles.
Resumiendo, el estatuto precursor y provisorio del ensayo es la marca de una
forma problemática o, mejor, es la respuesta a un mundo que se ha tornado
problemático (de Obaldía, 39). En la negatividad de los tiempos modernos, el ensayo
funciona como mediador entre las distintas oposiciones que los caracterizan: el yo y el
mundo, el sujeto y el objeto, lo particular y lo universal, el arte y la filosofia. Las
ventajas ofrecidas por la condición abierta que lo singulariza, y su permeabilidad para
introducir replanteos y modificaciones, son comprensibles sobre todo si tenemos en
cuenta que las sociedades de Latinoamérica nacieron en la diferencia (A. Chanady,
XX), como naciones que lucharon por la independencia contra un centro imperial, y
que en gran medida conforman sus identidades plurales, integrando y adaptando
diferentes paradigmas. En otras palabras, la diferencia es constitutiva de nuestros
285

países, como en sus comienzos poscolombinos. Aunque admitamos que ninguna


sociedad es una totalidad homogénea, pese a las estrategias homogeneizadoras de
construcción de la nación, no se puede discutir que la diferencia en el 'Nuevo Mundo'
ha sido extensamente simbolizada, constantemente tematizada y esgrimida como una
de las fundaciones de una 'auténtica' identidad latinoamericana. Considerada
generalmente en el marco de la constitución 'moderna' de "comunidades imaginadas"
(B. Anderson), América también suele ser vista en términos de heterogeneidad o
pluralidad posmoderna, cuya estructuración constantemente renovada de la
nacionalidad (o de otras formas de identidad colectiva), desde la sociedad poscolonial,
desafía la construcción de comunidades imaginadas monolíticas.
Repensar, pues, el concepto mismo de modernidad para Latinoamérica, desde
la integración de formas heterogéneas, supone la búsqueda de certezas por construir, el
rechazo de formas estéticas canónicas tradicionales, el énfasis de la literatura como
producción de un principio de incertidumbre (Heinsenberg). Aunque deliberadamente
no ingresamos en esta discusión, nos interesa señalar simplemente la posibilidad de ver
la cuestión desde ese otro ángulo, que llevaría a revisar la relación entre la modernidad
latinoamericana y el eurocentrismo, entre otros puntos. Desde donde
miramos/pensamos la cuestión cultural como problema en el plano literario y político,
la noción dinámica de cultura- inherente a la reflexión de las ciencias sociales que, a su
vez, resultan indispensables para pensarla- asume tensiones y contradicciones en la
secuencia de los textos elegidos, y se convierte -en la perspectiva de Marc Augé- en un
dato antropológico (D. Cuche, 7) que alimenta la relación inestable que nutre el
pensamiento crítico, las letras y la filosofia en Latinoamérica.
Anclado en el análisis textual, el punto de vista que guió nuestra reflexión
buscó eludir el enfoque posmoderno que hace de aquel un 'fetiche' metodológico que
absolutiza el enfoque reductor de los 'hechos'. En este sentido, el interés por la
dimensión histórica de la cultura en las cuatro instancias estudiadas, a la vez que
reconoce esa dimensión como ineludible, permite vincular los fenómenos y procesos
culturales con las manifestaciones de la vida social. De este modo, el análisis textual se
integra a la comprensión global de los discursos, en el marco del proceso cultural
286

donde los textos se articulan y pasan a ser enunciados de una enunciación cuyo sujeto
es un emisor social imbricado en un proceso histórico de conjunto, en diálogo implícito
con otros textos o discursos y con la realidad misma.

luí
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