Anexo 8 Texto Completo El Oso Que No Lo Era

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Érase una vez –para ser precisos,

un martes– un oso que estaba


parado en el lindero de un gran
bosque mirando hacia el cielo.
Allá, muy alto, vio una bandada
de gansos salvajes que volaban
hacia el sur.
Se volvió y miró desde abajo los
árboles. Todas sus hojas se habían
vuelto amarillas y marrones y caían de
las ramas una a una.
Sabía que cuando los gansos volaban hacia el sur, cuando las hojas caían
de los árboles, el invierno no tardaba en llegar. Pronto la nieve cubriría el
bosque y ya era hora de buscar una cueva en la cual invernar.
Y eso fue, precisamente, lo que hizo.
Poco tiempo después- para ser más precisos un miércoles llegaron unos
hombres… muchos hombres que traían planos, mapas e instrumentos de
medición.
Trazaron, proyectaron, midieron de un lado a otro.
A continuación, llegaron más hombres, muchos hombres con
excavadoras, sierras y tractores. Excavaron, serraron,
apisonaron
y lo arrasaron todo de un lugar a otro. Y trabajaron
y trabajaron hasta construir una gran, inmensa, colosal
fábrica JUSTO ENCIMA de la cueva en la que dormía el oso.
La fábrica funcionó durante todo el largo y frío invierno.
y
entonces
volvió
la
PRIMAVERA
Aún medio dormido, se puso
de pie y miró a su alrededor.
Allá, muy hondo, debajo de Estaba muy oscuro. Apenas si
uno de los edificios de la podía ver.
fábrica, el oso se despertó.
Parpadeó y bostezó.

Pero a lo lejos vio una luz.


“¡Ah! – se dijo–, allí debe estar
la entrada de la cueva.” Y
volvió a bostezar.
Pero poco tiempo iba a estar
Subió las escaleras hasta la
con los ojos a medio abrir.
entrada y salió fuera, donde
De repente… ¡PAFFF!... se le
brillaba un sol primaveral.
abrieron de par en par. Miró
Tenía los ojos medio abiertos y
fijamente lo que tenía delante.
seguía con sueño.
¿Dónde estaba el bosque?
¿Dónde estaba la hierba?
¿Dónde estaban los árboles?
¿Dónde estaban las flores?

¿QUÈ HABÍA PASADO?


¿Dónde estaba?
Todo le parecía raro. No sabía dónde
estaba.
Pero nosotros sí, ¿no es verdad? Sabemos que está justo en medio de una
fábrica que está trabajando a tope.
– Seguro que estoy soñando –se
dijo–. Claro que sí. Eso es. Estoy
soñando – y volvió a cerrar los ojos y
se pellizcó.
– Muy despacito los abrió otra vez y
miró a su alrededor. Pero ahí
seguían los inmensos edificios. No,
no era un sueño. Era todo de verdad.
En ese mismo instante salió
un hombre por una puerta.
– ¡Eh, tú, ponte a trabajar! –
le gritó–. Soy el Capataz y
como no me hagas caso te
voy a denunciar.
–Yo no trabajo aquí –dijo el
oso–. Yo soy un oso.
El Capataz soltó una
carcajada.

– Esa sí que es una


buena excusa para no
trabajar. ¡Decir que es un
oso!

– Pero es que soy un oso – dijo el oso.


El Capataz dejó de reírse, muy enfadado.
– No intentes engañarme –le dijo–. Tú no eres un oso. Tú eres un
hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles. Te voy a llevar al
despacho del Gerente.
– Se equivoca usted – dijo el oso –. Yo soy un oso.
El Gerente también estaba muy enfadado.
– Usted no es un oso. Usted es un hombre, tonto, sin afeitar y con un
abrigo de pieles. Le voy a llevar ante el Vicepresidente Tercero.
– Cuanto siento que me diga eso… porque yo soy un oso.
El Vicepresidente Tercero estaba aún más enfadado.
Se levantó de su silla y dijo:
– Usted no es un oso. Usted es un hombre, tonto, sin afeitar y
con un abrigo de pieles. Ahora mismo voy a llevarle ante el
Vicepresidente Segundo.
El oso, apoyándose en la mesa dijo:
– Pero eso no es verdad, yo soy un oso. Sencillamente soy un
oso cualquiera, normal y corriente.
El Vicepresidente Segundo estaba más que enfadado. Estaba
furioso.
Apuntó con el dedo al oso y le dijo:
– Usted no es un oso. Usted es un hombre, tonto, sin afeitar y con
un abrigo de pieles. Vamos a ver al Vicepresidente Primero.
– ¿Quién? ¿Yo?
– preguntó el oso–
¿Cómo puede usted hablarme así si yo lo que soy es un oso?
El Vicepresidente Primero gritaba enfurecido:
– Usted no es un oso. Usted es un hombre, tonto, sin
afeitar y con un abrigo de pieles. Le voy a llevar ante
el Presidente.
Y el oso suplicó:
Pero mire, todo esto es un terrible error. Que yo
recuerde, he sido un oso toda la vida.
– Escúcheme – le dijo el oso al Presidente –, yo no trabajo aquí. Soy un oso y
por favor le ruego que no me diga que lo que soy es un hombre, tonto, sin afeitar
y con un abrigo de pieles, porque ya me lo han dicho el Vicepresidente Primero,
el Segundo, el Tercero, el Gerente….
… y el Capataz.
– Le agradezco que me haga la advertencia – dijo el Presidente –, y no sé lo
diré, porque eso es, precisamente, lo que pienso que es usted.
– Soy un oso –dijo el oso.
El Presidente sonrió y dijo:
– No puede ser un oso. Los osos sólo
están en los zoos o en el circo. Nunca
están en una fábrica y usted lo está;
usted está en una fábrica. Por lo tanto,
¿cómo puede ser un oso?

– Pero soy un oso – dijo el oso.


El Presidente dijo:
– No sólo es usted un hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles,
sino que además es usted muy cabezota. Le voy a demostrar, de una vez
por todas, que no es un oso.
– Pero soy un oso – dijo el oso.
Y
ASÍ
SE
SUBIERON
TODOS
AL
COCHE
DEL
PRESIDENTE
Y
SALIERON
CAMINO
DEL
ZOO
– ¿Es un oso este? – preguntó el
Presidente a los osos del zoo.
Los osos del zoo contestaron:
– No, no lo es, porque si fuese un oso
no estaría fuera de la jaula con usted,
sino dentro con nosotros.
– Pero soy un oso– dijo el oso.
– Yo sé lo que es Usted dijo un osito del zoo; usted es un hombre, tonto, sin
afeitar y con un abrigo de pieles.
Y todos los osos del zoo se echaron a reír.
Pero soy un oso dijo el oso.
Y
TODOS
SE
FUERON
DEL
ZOO
Y
SE
DIRIGIERON
AL
CIRCO
MÁS
CERCANO
QUE
ESTABA
A
MÁS
DE
SEISCIENTAS
MILLAS
– ¿Es un oso éste? – preguntó el Presidente a los osos del circo.
– ¡Qué va a ser un oso! – contestaron los osos del circo–; si fuese un oso no
estaría sentado en la tribuna con ustedes, sino que llevaría, como nosotros, un
sombrerito con una cinta a rayas, un globo en la mano e iría montado en una
bicicleta. – Pero soy un oso – dijo el oso. Y todos los osos del circo se echaron a
reír.
– Yo sé lo que es usted
– dijo uno de los
ositos del circo–. Usted
es un hombre, tonto,
sin afeitar y con un
abrigo de pieles.
Y todos los osos del
circo se echaron a reír y
por poco se caen de las
bicicletas.
– Pero soy un oso – dijo
el oso.
Salieron del circo y regresaron a la
fábrica.
Así que cogieron al oso y le pusieron a trabajar en una máquina muy grande
con un montón de hombres.
El oso trabajó meses y meses en aquella gran máquina.
Por un día, mucho tiempo después, la
fábrica tuvo que cerrar. Despidieron a
los obreros, que se volvieron a sus
casas.
El oso los seguía de lejos. Estaba
solo y no tenía a dónde ir.
Mientras iba caminando se
le ocurrió mirar al cielo. Allá,
muy alto, vio una bandada
de gansos salvajes que
volaban hacia el sur.
Miró desde abajo los árboles
del bosque. Todas sus hojas
se habían vuelto amarillas y
marrones y caían una a una
de las ramas.
El oso sabía que cuando los gansos volaban
hacia el sur y cuando las hojas caían de los
árboles, el invierno no tardaba en llegar. La
nieve cubriría el bosque. Era hora de
meterse en una cueva para hibernar.
Y fue andando hasta un árbol enorme bajo cuyas raíces había una cueva
oculta. Cuando estaba a punto de entrar se paró y dijo:
– Pero NO puedo entrar en la cueva para hibernar. NO soy un oso. Soy un
hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles.
Y así llegó el invierno y empezó a nevar. La nieve cubrió el bosque y también
le cubrió a él. Estaba tiritando y se dijo: – ¡Ojalá fuera un oso!
Cuanto más tiempo seguía sentado, más frío tenía. Se le helaban
los dedos de los pies y las orejas y le castañeaban los dientes. De la
nariz y la barbilla le colgaban carámbanos de hielo. Le habían dicho
tantas veces que era un hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo
de pieles, que se había convencido de que debía ser verdad.
Y así se quedó sentado, porque no sabía lo que tenía que hacer un
hombre, tonto sin afeitar y con un abrigo de pieles que se estaba
muriendo de frío en la nieve.
El pobre oso estaba muy triste y se sentía muy solo. No sabía qué
hacer.
Pero de repente se
levantó y cruzó la espesa
nieve camino de la cueva.

Dentro se estaba calientito y a


gusto. El viento helado y la nieve,
tan fríos, no conseguían entrar. Y
sintió cómo todo el cuerpo le iba
entrando en calor.
Se dejó caer sobre un techo de ramas de pino y se durmió enseguida feliz.
Soñó dulces sueños, como todos los osos cuando hibernan.

Y aunque el CAPATAZ y el VICEPRESIDENTE PRIMERO


y el GERENTE y el PRESIDENTE
y el VICEPRESIDENTE TERCERO y los OSOS DEL ZOO
y el VICEPRESIDENTE SEGUNDO y los OSOS DEL CIRCO

habían jurado que era un hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de
pieles, yo sospecho que él se lo creyó, ¿no les parece?
No, desde luego que no. Sabía que no era un hombre tonto.

Y también sabía que tampoco era un oso tonto.

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