El Kari Kari

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El Kari Kari (karishiri)

Agosto es en el altiplano aymara de Bolivia el tiempo sacrificial por excelencia


donde las ofrendas ceremoniales, waxt'as y wilanchas sangrientas, junto con los
personajes míticos que lo recorren, codifican un tipo de violencia ritual que alude a
la percepción histórica de larga duración, tanto del tiempo como del espacio
ceremonial, a la vez que contribuyen a la configuración de la propia identidad
cultural de las sociedades aymaras contemporáneas.

Palabras claves: kharisiri, waxt'a, wilancha, agosto, aymaras.

August constitutes the most relevant sacrificial time on the Aymara plateau
in Bolivia, where the ceremonial gifts, waxt'as and bloody wilanchas. Together with
some mythical characters, codify a kind of ritual violence that refers to a long
standing historical perception, related to both time and space of the ceremony and
at the same time, contribute to the definition of the cultural identity of
contemporary Aymara societies.

Key words: Kharisiri, waxt'a, wilancha, August, Aymaras.

Agosto es un período de gran importancia ceremonial en el altiplano aymara. Es el


momento en que la tierra, pachamama, según cuentan los aymaras, se abre para
recibir las ofrendas rituales que necesita para recuperar su vigor y fortaleza una vez
transcurrido el invierno. Por eso le dicen lakani phaxi, "el mes que tiene boca". En
agosto las familias aymaras realizan ofrendas ceremoniales en las chacras de
cultivo y acuden a las cumbres de los cerros donde se encuentran los
venerados achachilas, tutores ceremoniales de la montaña, a realizar las ofrendas y
quemar las mesas rituales1 con la intención de satisfacer el apetito ceremonial que
las montañas y la tierra padecen antes de iniciarse el nuevo ciclo productivo. Una
vez efectuado el ritual, la tierra aparece simbólicamente preparada para que
comiencen las labores de la siembra en todo el altiplano a partir de septiembre y
octubre. La pachamama se abre el mediodía del primero de agosto. Es el momento
óptimo para realizar las oblaciones rituales y expresar al mismo tiempo los ruegos y
deseos que se espera obtener a lo largo del año. A la pachamama y a
los achachilas hay que pedirles, con insistencia y comedimiento, que ayuden en el
de

sarrollo del nuevo ciclo agrícola, que no falte la lluvia, que los cultivos crezcan y
extiendan sus tonos multicolores en los meses de febrero y marzo, que el envidioso
granizo no baile sobre las calaminas ni golpee las sementeras, que se vaya a otras
comunidades, junto con la escarcha y la helada, sus flojos hermanos, a robar el
fruto del trabajo humano. Todo depende del éxito de la ofrenda ceremonial, de la
elaboración correcta y específica de los platos rituales, de la abundancia y calidad
de las aspersiones ceremoniales y, por supuesto, de la acertada solicitud del
oficiante ceremonial quien debe conocer las aficiones culinarias rituales de sus
comensales sagrados y rogar por los intereses de sus representados con la
apropiada cortesía2.

En tiempo de agosto es el propio mundo aymara el que aparece abierto a los


encantos del pasado, aparecen los "tapados" y tesorillos coloniales, las ciudades de
los antiguos chullpas y de los incas, así como el "oro vivo", animales de oro que se
mueven produciendo fulgores azulados la víspera del primero de agosto. La tierra
está abierta, el mundo aymara proyecta sus vísceras antiguas sobre la superficie
(Fernández 1997).

En tiempo de agosto son varias las manifestaciones rituales aymaras que incluyen
diferentes oblaciones de sacrificio tanto cruentas como incruentas; tal vez, la más
conocida sea la waxt´a o mesa que he comentado anteriormente, con una
presencia extensa y amplia en las diferentes poblaciones andinas. Junto a la waxt
´a y en ocasiones complementándola se produce en los sectores ganaderos del
altiplano, con presencia de camélidos de altura, la wilancha o sacrificio de sangre
de alguna llama o alpaca, preferentemente3. De igual forma, la wilancha presenta
un acusado reconocimiento en contextos mineros para festejar el primero de
agosto. Si atendemos a las narraciones orales que implican, desde la perspectiva
aymara, a los seres cuya presencia en el altiplano y cuya interacción con sus
pobladores se circunscribe de manera explícita aunque no excluyente al mes de
agosto, podemos aventurar otras manifestaciones de violencia ceremonial que no
afectan tan sólo a elementos rituales inocuos, sino a los propios seres humanos.
Los propios cuerpos físicos de los pobladores aymaras son violentados en esta
época por parte de varios personajes que acentúan sus correrías en este tiempo
ceremonial4 (Fernández 1998a); uno de ellos aparece recorriendo el altiplano
buscando víctimas a las que extraer grasa y sangre, es el kharisiri. Los materiales
etnográficos que voy a presentar proceden tanto de comunidades aymaras de la
Provincia Omasuyos, próximas al Lago Titicaca, como de la Provincia Ingavi del
Departamento de La Paz.

Kharisiri

Kharisiri, kharikhari, lik´ichiri, khariri, son los


términos aymaras más frecuentes que hacen
alusión a la actividad violenta del personaje5, de
ahí la expresión castellanizada que emplean
algunos estudiosos del fenómeno, al definirlo
como "degollador". El término lik´ichiri hace
resaltar su carácter como recolector de grasa, lik
´i. En quechua, en los dominios de Ayacucho se
emplean los términos ñakaq  y phistaku (Ansión
1989; Morote 1988[1959]:153-177)6. La
etnografía se ha ocupado de personajes parejos
en el mundo hispano; conocidos son los
"sacamantecas" españoles presentes en diversos
lugares de la geografía hispana, así como sus
equivalentes mediterráneos que han dado lugar
incluso a la composición de modernas leyendas
urbanas (Ortí y Sampere 2002).
En el caso de los Andes, se trate de un modelo hispano importado o no,
los kharisiris aymaras adquieren un específico interés etnográfico. La forma de
actuación de los kharisiris y sus características representativas están bien
documentadas. Los kharisiris provocan el sueño en sus víctimas potenciales de
diferentes formas, ya sea rezando plegarias católicas en sentido contrario al
habitual, en especial el Padre Nuestro, tocando una campanilla o espolvoreando
cenizas de difuntos y restos de la bolsa amniótica de los recién nacidos (Morote
1988:161). Ataca a los viajeros solitarios en los caminos a los que acecha a
distancia; actúa fundamentalmente durante el mes de agosto7 empleando un objeto
o maquinita para recoger la grasa colectada de las víctimas, a la manera de termo.
Igualmente se dice que emplea una jeringa para realizar la extracción, además es
preciso tener en cuenta que al kharisiri le interesa tanto la grasa como la sangre de
sus víctimas8 . Su imagen tradicionalmente se ha relacionado con los sacerdotes y
personas relacionadas con la Iglesia católica; en ocasiones era el mismo sacerdote,
el que la mentalidad popular de los lugareños identificaba con el kharisiri o alguien
que trabajaba con esta misión bajo su servicio. De hecho, la grasa humana
indígena colectada, se decía, era empleada en la elaboración de todo un complejo
elenco de objetos relacionados con el quehacer ceremonial del sacerdote (velas,
campanas, santos óleos); otras versiones más modernas consideran que se emplea
la grasa para elaborar jabón y cosméticos de los q'aras, los mestizos y blancos de
las grandes ciudades, o para realizar aceites lubricantes en los ingenios mineros y
en la puesta a punto de los automóviles; hay quien lo asocia al pago de la deuda
externa (Albó 1999; Celestino 1998). El kharisiri viste de blanco y lleva el rostro
tapado con su fardo o q'ipi para esconder su identidad.

Habitualmente la antropología andina ha


relacionado el complejo del kharisiri con criterios
de identidad o pertenencia, estableciendo las
maneras de relación de los pobladores andinos
con respecto a los que no lo son en términos de
relaciones de poder expresadas a través del
siniestro personaje9. Rivière (1991), Aguiló
(1980) y Crankshaw (1990), entre otros
investigadores, así lo han reflejado. Su figura ha
sido considerada desde la perspectiva de la
mediación ceremonial recientemente (Charlier
1998).

En la actualidad no sólo los sacerdotes y los


extranjeros resultan sospechosos de
ser kharisiri,según el modelo de relaciones de
identidad que parecen puestas en juego entre los
aymaras y los q'aras que son expresadas por el
personaje que nos ocupa. La sospecha se ha
extendido al interior de las comunidades
aymaras, en especial sobre aquellos campesinos
que rechazan los compromisos y obligaciones
comunitarios; aquellos que próximos al entorno
de las ciudades olvidan las normas comunitarias
y se desentienden de sus responsabilidades,
especialmente en la satisfacción de cargos
públicos y rituales10. Por otro lado, se desconfía
de los campesinos que se comportan al modo de
la ciudad y que hacen pública ostentación de
dinero, sin que se les reconozca actividad
remunerada alguna. En la actualidad,
el kharisiri está asentado en el seno de las
propias comunidades; no faltan sospechas sobre
tal o cual persona o familia a cuyos miembros se
ha encontrado en actitud sospechosa de noche,
por los caminos11.
La acusación de ser kharisiri resulta traumática para el afectado, aun a pesar de
que no se pueda probar ni demostrar nada en su contra. El sospechoso sufrirá, a
buen seguro, serios problemas de articulación social con el resto de familias y a la
larga es posible que tenga que abandonar la comunidad a riesgo de perder la
propia vida (Wachtel 1997). Resulta tan grave dicha acusación que los que poseen
algo de dinero no dudan en ponerse en manos de abogados sin escrúpulos en los
núcleos urbanos para conseguir algún papel oficial donde se acredite su inocencia
(Fernández 1995:173).

El hecho de que la presencia del kharisiri se haya generalizado y que ya no sea


formalmente un cura, o un extranjero, como antaño, sino que es gente como los
propios aymaras, extiende igualmente el problema y las supuestas intenciones
dañinas del personaje12.

El interés del kharisiri por la grasa parece que ha sido sustituido por la


sangre13 humana, mucho más fácil de lograr con su "maquinita"; de hecho, le
interesan ambos fluidos (Albó 1999; López 2001). El interés de la grasa humana
corresponde a la grasa indígena que es la considerada de especial calidad, seca por
la incidencia de la alimentación autóctona, repleta de técnicas que favorecen la
deshidratación de los productos y que configuran cuerpos secos y resistentes ante
la enfermedad como son conceptualizados los cuerpos de los indios, frente a los
grasos, endebles y de poco aguante de los mestizos (Fernández 1998b; Gutiérrez
2002). La grasa y la sangre india son de gran valor siempre y cuando muera el
afectado. Si la víctima no fallece los fluidos extraídos no valen nada; no pueden ser
transformados en los productos que el sacerdote, los médicos, los ingenieros o los
representantes del Estado precisan para sus diferentes fines. Si la víctima fallece, el
propio kharisiri acudirá a la medianoche, sin que nadie le observe, a pedir perdón
de rodillas, ante la tumba de su víctima. Solamente tras la muerte se hace visible
en el cuerpo de la víctima la cicatriz que acredita el ataque de que ha sido objeto
por parte del kharisiri.

La actuación del kharisiri está rodeada del más absoluto secretismo, tanto en lo que


afecta a la relación que mantiene con sus víctimas como en la forma en que es
preciso atender a los afectados por él. El yatiri, con la ayuda de los familiares del
afectado, deberá actuar en secreto, sin revelarle nunca al paciente la dolencia que
le aflige, si quiere tener alguna oportunidad de salvarlo.

Al empleo tradicional del cuchillo propio del degollador que aparece en los relatos
de Morote (1988), le ha seguido una modernización tecnológica, que no hace sino
reflejar la presión de la modernidad sobre las comunidades aymaras, en lo que a
los útiles del kharisiri se refiere; de esta forma se le achaca el empleo de máquinas,
tales como cámaras fotográficas, grabadoras o jeringas con las que extrae el sebo,
o mucho más fácilmente la sangre de sus víctimas (Fernández 1999; Wachtel
1997).

La amenaza externa procede de lo "otro" cultural, étnica y tecnológicamente ajeno,


así como de lo propio culturalmente distante, como es el caso de los comuneros
que no se adecuan a las normas tradicionales y obligaciones imperantes en el
entorno social del altiplano o al ejercicio del cambio cultural y de las mentalidades
que promueven los propios estudiantes. La generalización de la amenaza
del kharisiri en agosto hace que los propios campesinos recomienden no dormirse
en los vehículos colectivos que viajan hasta la ciudad de La Paz, ya que
el kharisiri puede estar a nuestro lado dispuesto para actuar.

Si en un principio era la institución eclesiástica la que concitaba las amenazas por el


temor de los grupos indios sobre su poder, en la actualidad otros colectivos han
tomado el relevo de la institución religiosa en esa relación asimétrica y debilitante
con los aymara (Albó 1999). Tal es el caso de los médicos. Ningún colectivo como
el sanitario, con su tendencia a los análisis sanguíneos y a la operación quirúrgica,
la apertura excesiva de los cuerpos, resulta hoy tan próximo a la figura
del kharisiri, circunstancia que limita notablemente sus posibilidades de atención y
servicio (Fernández 1999)14. Los hospitales son considerados lugares nefastos
donde los enfermos mueren y la atención personal deja mucho que desear; por otro
lado, la amenaza de ser violentados los cuerpos, traficados los órganos internos y
aprovechada la sangre para elaborar los diferentes tipos sanguíneos con la
intención de comerciar con ellos, resulta patente. Junto a los médicos y
representantes de ONGs, los propios estudiantes aymaras, portadores de nuevas
mentalidades y modelos de cambio cultural, son considerados aliados de
los kharisiris por los lugareños más ancianos (Fernández 2002).

Los kharisiris actúan durante todo el año, pero con especial incidencia, como hemos
dicho, en agosto, particularmente la víspera del primero de agosto (Mendoza
1978:54), momento en que la tierra se abre. El primero de agosto, justo en el
momento en el que la sangre de los campesinos es de mejor calidad, dada la
variedad alimenticia que se consigue tras la cosecha, así como el mundo aparece
abierto y expuesto a las características del pasado, el cuerpo de los seres humanos
es violentado y abierto por las mañas del kharisiri extrayendo lo que debe
permanecer oculto, la grasa y la sangre.

Para protegernos del kharisiri debemos mascar o llevar como amuleto ajo de


Castilla, algún fragmento de "carne de ombligo", extenderse el propio sudor 15, o
simplemente revelar nuestra sospecha en voz suficientemente audible al
encontrarnos con alguien por el camino, "¿no será kharisiri?"; es decir, sacar al
exterior y verbalizar lo que guardamos dentro en el caso de la sospecha oculta, un
fragmento de carne seca de lo que siendo de naturaleza interna sale al exterior del
cuerpo con el parto o bien mediante ajo de Castilla, por su fragancia y por su
naturaleza foránea que afecta a la calidad de la grasa. Una triple exteriorización
para prevenir la foraneidad más grave que puede sufrir nuestro cuerpo como
expresión pública de su grasa corporal íntima empleada por el kharisiri en la
elaboración de objetos de poder públicos tales como campanas, fármacos, tipos
sanguíneos, hospitales o el pago de la deuda externa16. Lo privado que debe
permanecer en el interior oculto es abiertamente mostrado para uso público por
parte del kharisiri.

La dolencia originada por el kharisiri puede tratarse con una medicina específica


que no es difícil encontrar en cualquier puesto de medicina tradicional, en los
mercados y ferias rurales del altiplano. Consiste en un producto de aspecto viscoso
cuya elaboración permanece en secreto, pero de precio muy elevado. En realidad se
trata de un precio descabellado para la cantidad testimonial o ridícula que se ofrece
al enfermo, siempre con su total desconocimiento sobre la medicina y la dolencia
que padece. En este sentido la proporción resulta paralela a la grasa o la sangre
que el paciente ha perdido. La cantidad que el paciente pierde en el ataque
del kharisiri es testimonial, como lo es, igualmente, la dosis medicinal ingerida para
su restitución. Existen otros tratamientos como el consumo de caldo de oveja negra
y cuidados como evitar el consumo de productos frescos17 que pueden provocar la
recaída del enfermo.

El tratamiento de la dolencia del kharisiri exigía


antaño una serie de productos que en la
actualidad ya no son eficaces. La razón es que
entonces el kharisiri sacaba la grasa de la gente,
pero no cualquier tipo de grasa sino el tejido
conjuntivo denominado mesenterio, omento o
redaño que en aymara se
dice  llikawara  o iqara (Huanacu y Pawels
1998:126) y que aparece regularizado de forma
genérica en el préstamo castellano "riñón"18.
Como ahora saca la sangre, el tratamiento
antiguo ha dejado de tener efecto; así al menos
lo considera Macario Vargas, yatiri19 de Qurpa:
No, recién ahora. Antes que ya han sacado riñón, dice, sacado, dice
tata cura, así dice. Ahora ya está sabiendo sacar sangre, recién no
más. Antes riñón, ahora saca no más sangre. Los que hay enfermos
que hemos visto, como aquí, o sea aquí, en la nalga o si no es en el
pulmón, en la espalda inyección pica sin más[...]. Más antes también
negro de oveja, su tela hay que sacar, con eso hay que poner no más
para curar. Después parece que como nylon ha aparecido como
nylonsito. Para vender sabe el cura ¿cómo será pues? Sabe el cura,
ahora, no sabemos nosotros. Ahora recién ha recuperado con nylon
oveja negra de tela. Riñón es pues. La oveja, cuando carneamos
nosotros, su barriga es como riñón; ese saca. Después con calentito,
pone, como emplaste. Con eso no más ha recuperado dice los
abuelos no más. Con eso no más ha curado dice. Ahora ya
carneamos la oveja, ahora, sacando su riñón de la oveja con calorcito
pone no, ¡no sana!

El objeto tradicional de deseo del kharisiri era la grasa del mesenterio, el "riñón" o


redaño de los seres humanos, ese tejido pleno de vasos linfáticos y células adiposas
que unen los intestinos y el estómago con el abdomen. De hecho, se emplea
todavía en algunas prácticas terapéuticas la "tela" del mesenterio de las ovejas
negras en el tratamiento del mal atribuido al kharisiri. La llikawara de la oveja debe
colocarse caliente sobre el lugar afectado del paciente con incienso blanco hasta
que el tejido se seque por completo sobre su cuerpo (Huanacu y Pawels 1998:126;
Rivière 1991:26).

El redaño constituye uno de los elementos esenciales en la recuperación del


afectado por el mal del kharisiri. A pesar de la apreciación de Macario vinculando su
empleo al pasado, todavía se utiliza en la actualidad. Como vemos para
el yatiri Macario el empleo de la llikawara estaba relacionado con la actuación del
sacerdote en su acepción de kharisiri y su interés añejo por la grasa de los adentros
de los seres humanos, su interés precisamente por el redaño inspirado bajo el
préstamo "riñón". Veamos otra versión de un maestro kallawaya, Severino Vila:

El kharisiri tiene su presión ¡phucha! muy caloraso siente calor, tiene


diarrea, no tiene valor, en la cama se acuesta, ya no se puede
levantar más. Para eso nosotros, ¡cosa sencilla! No es mucho.
Podemos preparar grasa o una oveja negra. Agarramos,
rápidamente, el panza le abrimos, la grasa, lo que complementa a la
panza, su grasa ese hay que sacar, su telita y todo... lik'i decimos
nosotros en quechua. Entonces eso "k'aj" colocando "aquí me duele",
"k'aj" le hacemos colocar, después huevo batido blanco no más,
también puede ser eso, también puede limpiar con los cuatro huevos
o también puede tomar, tomadito un huevo, pero sin azúcar nada,
eso se llama curación de los kharisiris. Estos temas raras veces me
llegan, pero nuestros abuelos nos contaron. Esas cosas, sí, una vez
cada unos cuantos años, una vez escuchamos; a los dos años ¡una
vez! Así pasa. Hay también otra forma. Prepara habas rojo, sebo de
llama, su líquido que bota se prepara.

En castellano "redaño" equivale a lo más interno y de más valor que posee la


persona. "¡Tiene redaños!", se dice de la persona con bríos, con ánimo y valentía20.
El redaño se asocia por tanto con el coraje y el valor, es decir, con las entidades
anímicas de los jaqi aymaras21. Uno de los rasgos del doliente afectado por el mal
del kharisiri es la pérdida de bríos y valor para enfrentarse a la vida. La supuesta
pérdida de sangre o grasa recluye a la víctima en su casa. El afectado carece de
valor, el principal recurso energético y vital que posee la vida humana representado
en la gordura, la grasa y la sangre (Bastien 1986; Szeminski 1987). La grasa del
redaño parece apropiada para reflejar materialmente las "sombras" de
los jaqi aymaras. La grasa del redaño, como el propio Macario nos ha explicado,
supone el pasado y, a la vez, lo más interno y valioso de la persona.

La dolencia del kharisiri se trata de diferentes formas en el altiplano; puede ser con


ese producto de aspecto graso, tremendamente caro, que en pequeñas dosis se
ofrece al enfermo, sin que este identifique para qué tiene que tomar dicha
medicina. El yatiri Macario y su mujer Cipriana experta en hierbas y farmacopea
tradicional elaboran su propia medicina para el mal del kharisiri, adecuándose al
hecho novedoso y reciente de su preferencia por la sangre humana. Recordemos
que el tratamiento tradicional, basado en el interés del kharisiri por la grasa, ya no
resulta eficaz.

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