Tomo - 1 Velasco
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Albarado
TOMO I
Conmemorando
52 años
del proceso de gobierno
Octubre 2020
Imaginando el Perú
post pandemia
Ediciones Grupo Emancipador Perú
Héctor Béjar comandó el Ejército de Liberación Nacional, una de las guerrillas que
combatieron en la sierra peruana contra el latifundismo entre 1961 y 1965. Hecho
prisionero en 1966, fue amnistiado por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada
en diciembre de 1970. Entre 1971 y 1975 fue uno de los directores del Sistema Nacional
de Apoyo a la Movilización Social en el gobierno de Velasco Alvarado. Tiene varios libros
publicados sobre la situación económica y social del Perú. Fue Premio de Ensayo de la
Casa de las Américas por su libro sobre las guerrillas del Perú de 1965. Actualmente es
sociólogo y profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima.
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PALABRAS INICIALES
Entre el 3 de octubre de 1968 y el 29 de agosto de 1975, las Fuerzas Armadas del Perú
comandadas por el General de División Juan Velasco Alvarado realizaron un rápido y radical
cambio de estructuras en el Perú. Expropiaron a latifundistas y adjudicaron a organizaciones
de campesinos 7 millones de hectáreas acabando con el latifundio; nacionalizaron la
International Petroleum Co., la Cerro de Pasco Copper Corp., la Marcota Mining y otras
empresas norteamericanas terminando con la ocupación de los recursos naturales por el
imperialismo; nacionalizaron la pesca industrial (el Perú era en esos momentos el primer
país pesquero del mundo), la industria básica, el comercio exterior, las aguas, declararon la
soberanía territorial sobre 200 millas marítimas, abrieron relaciones con todos los países
del mundo incluidos los países socialistas, iniciaron una ambiciosa reforma educativa y
se encaminaron por un proyecto nacional de desarrollo independiente, declarándose no
capitalistas y no comunistas pero postulando una economía de base autogestora (en manos
de los trabajadores) y un sistema político de democracia participativa.
El proceso duró siete años durante los cuales sorteó numerosas dificultades en orden
y sin violencia. Pero el entorno le fue siendo desfavorable. Se precipitó la crisis petrolera
y el sangriento golpe de Pinochet en 1973. Fue derrocado Juan José Torres en Bolivia.
Previendo un conflicto con Chile el Perú tuvo que equiparse con armamento soviético.
Velasco fue víctima de un aneurisma, se le amputó una pierna y quedó inmovilizado. En
agosto de 1975 un golpe de estado lo obligó a renunciar.
Este libro contiene mis impresiones de aquel proceso que viví como participante una
veces y protagonista otras. Es una defensa de Velasco y su obra, pero también es una crítica.
El lector juzgará.
Unas pocas, pero necesarias anotaciones. El capítulo sobre organización política
y partido, para el que he utilizado en parte algunas de las ideas contenidas en el libro
de Carlos Franco, “La Revolución Participatoria” , se refiere exclusivamente a la etapa
del proceso revolucionario, es decir a los años 1968 a 1975. Las condiciones han variado
después y por tanto también algunos de los criterios que me llevaron a descartar el partido
como fórmula aconsejable de participación política para el pueblo peruano en
aquellas circunstancias. Cuando vivíamos un proceso de cambios sociales, la fórmula del
partido tradicional, que iba ser de todos modos partido oficial u oficialista, no era lo más
aconsejable como medio de llevar al pueblo organizado al poder. Pero cuando no existe
proceso revolucionario debe repensarse los términos del debate sobre organización política
popular.
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Parte de las referencias sobre el avance del Estado proceden del libro de Francisco
Guerra García “El peruano, un proceso abierto”. El capítulo sobre los siete últimos meses
del gobierno del general Velasco, ha sido desarrollado sobre la base de la Cronología
Política DESCO que contiene una relación muy detallada, día a día, de los siete años de
proceso revolucionario. Y parte del retrato del presidente Velasco ha sido tomada de una
entrevista que yo le hiciera, junto con el equipo político de la revista “Oiga”, en julio de
1971.
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1 El General Manuel Odría gobernó el Perú entre 1948 y 1956 aliado con la oligarquía exportadora y las
empresas mineras norteamericanas. Ilegalizó y persiguió al APRA y al Partido Comunista. A pesar de haber
sido perseguido por Odría, el aprismo se alió con sus representantes parlamentarios en el período 1963 – 1968
para oponerse a la moderada reforma agraria que proponía Belaunde.
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Otra vía fue su lucha por la nacionalización del petróleo. Respaldando una campaña
de los sectores nacionalistas, el Comando Conjunto de la Fuerza Armada se pronunció contra
el humillante Laudo arbitral de la Brea y Pariñas, firmado por el gobierno de Leguía en
1922, que reconoció a la International Petroleum Company, una subsidiaria de la Standard
Oil, la propiedad del suelo y subsuelo de esos yacimientos petrolíferos en el norte del
Perú. A pesar de que el Congreso lo denunció unilateralmente en noviembre de 1963, el
gobierno de Belaunde no se decidió a cortar el nudo gordiano de este complejo problema: en
realidad algunos de sus miembros estaban comprometidos con los intereses de la compañía
norteamericana. Por eso cuando ya en el poder nacionalizaron los yacimientos y por más que
afirmasen que el de la IPC era un caso “excepcional”, los militares no podían evitar que la
situación los lleve, como por un plano inclinado, al antimperialismo y al cuestionamiento de
la presencia de otras empresas norteamericanas en el territorio nacional.
Por su parte, el proceso de acciones guerrilleras que, con diversos intentos y
movimientos tuvo lugar desde 1961 hasta comienzos de 1966, produjo en los militares una
mezcla de impresiones: la conmoción que causó en el país el sacrificio de una generación
de jóvenes y adolescentes, la condena contra el régimen cuya defensa de la propiedad
terrateniente era políticamente responsable de las acciones represivas en que se vieron
obligados a participar. Y sobre todo ello, la aspiración a lograr una seguridad nacional no
contra las protestas populares sino contra la intervención extranjera, que estuviese basada en
la justicia social.
Muchos otros factores han sido señalados para explicar el caso peruano. Entre
ellos: el origen social de los militares que procedían de los sectores medios o de las mayorías
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populares; la modernización del ejército que fue consecuencia de la segunda guerra mundial
y trajo consigo la tecnificación y relativa “intelectualización” de sus mandos; la necesidad
de responder bajo una dirección reformista unificada a la aguda movilización popular que
experimentó el Perú desde los años cincuenta como consecuencia de su crecimiento;
la efervescencia revolucionaria de América Latina a partir de la revolución cubana. Todo
llevó a las fuerzas armadas al intento de revolucionar las caducas estructuras de la sociedad
oligárquica. Y fue propiciando el diálogo entre el poder militar y algunos de los profesionales,
técnicos e intelectuales peruanos mejor formados de aquella generación. Porque a la par que
la izquierda universitaria se afiliaba a las diversas corrientes del marxismo leninismo de la
época, fue surgiendo otra izquierda profesional preocupada por el análisis de la realidad
concreta del Perú. Las virtudes y defectos de la primera hicieron crisis durante los siete años
que duró el proceso peruano. La segunda creció dentro de la burocracia, en el profesorado
universitario, en moderados círculos de la intelectualidad y en los partidos políticos
reformistas de los cuales se alejó al comprobar que no eran suficientes para un cambio real
del país. Su labor fue más silenciosa pero también más eficaz puesto que analizó científica
y técnicamente los problemas nacionales, sin perderse en la demagogia partidarista y sin
autolimitarse en su búsqueda de soluciones por un absurdo compromiso con los dogmas
políticos. Esta izquierda, madurada largamente a través de estudios parciales, pero certeros,
de nuestra realidad, llegó a tener convicciones socialistas por la vía de la reflexión acerca de
que el socialismo constituía una solución de fondo para los históricos problemas peruanos.
Se trataba de una izquierda formada en la discusión y no en el combate, “realista” en el
mejor sentido de la palabra, ocupada en la búsqueda de fórmulas viables para el desarrollo
revolucionario y obligada por eso mismo al hábito del diálogo y la negociación. Pero era una
izquierda auténtica, leal a sus principios y decidida a cooperar en la lucha por la liberación
nacional.
Cohibidos, marginados o reprimidos durante el régimen de Belaunde, estos grupos de
intelectuales y técnicos de la nueva izquierda lograron importantes posiciones de poder a partir
de 1968, con el estímulo militar. Pronto dirigieron el proceso de reforma agraria; delinearon
la nueva política exterior del país, incorporándolo a las acciones del tercer mundo desde una
posición autónoma; postularon un nuevo tipo de planificación participativa haciendo cada
vez más determinante el papel del Estado y de las organizaciones populares en el desarrollo
económico; diseñaron la reforma educativa más radical, completa y coherente de toda la
historia peruana; y concretaron en proyectos viables las ideas nacionalistas y la vocación
revolucionaria de los militares progresistas. Así, se abrió el intercambio de ideas, propósitos
y esperanzas entre un sector intelectual y una generación militar. Parte importante y decisiva
del proceso peruano fue haciéndose desde los ministerios de Agricultura, Relaciones
Exteriores, Educación, Energía y Minas, el Comité de Oficiales Asesores de la Presidencia
(COAP), el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (Sinamos), el Instituto
Nacional de Planificación y otras instituciones a cuyos niveles más altos concurrieron o se
incorporaron cada vez más profesionales civiles de ideas socialistas.
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Velasco Alvarado | 52 años de su proceso de gobierno
Pero la tarea de estos grupos hubiese sido imposible sin la existencia de una contraparte
militar que, mediante el ejercicio pleno del poder, convertía los diseños en hechos y los
proyectos en realizaciones. La revolución peruana no fue sólo fruto
sorprendente o acción audaz de un pequeño grupo de militares progresistas. Fue resultante
del sentir de una generación militar que consideraba al Perú como una sola identidad política
y que por ello fue adquiriendo una firme voluntad de integración nacional sobre la base de la
reconciliación entre el ejército y el pueblo, enfrentados durante cuarenta años de la historia
peruana.
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militar, construye relaciones firmes, estrechas y perdurables con la clase media, que van
uniformando su comportamiento y adaptándolo a un modo de vida ligado a la comodidad
y la seguridad en el disfrute de las cosas materiales, pero el origen social, las vivencias
familiares, y el contacto directo con estremecedoras realidades sociales efectuado durante
su carrera profesional, perduran aún cuando los oficiales han llegado a los grados más altos.
Algunas conciencias se resisten entonces a uniformarse y oscilan entre la lealtad al origen
difícil o la sumisión al presente confortable.
En este marco tuvo que operar la izquierda militar que junto con la izquierda civil,
diseñó y llevó adelante el proceso revolucionario. Una minoría ínfima si la comparamos
con el número total de miembros de la institución castrense. Una vanguardia que no podía
marchar demasiado adelante del resto; que debía mediatizar frecuentemente las iniciativas
audaces de la izquierda civil sometiéndolas al filtro de sus temores o pragmatismo. O que
también se dejaba llevar fácilmente por su entusiasmo, su candor político y su afición
castrense por las decisiones claras y tajantes.
Mientras la revolución atacó las inversiones del imperialismo o los privilegios
de la oligarquía – que nunca se tomó la molestia de educar a sus hijos en la carrera de
las armas-no había mayores problemas. Al fin y al cabo, tanto la oligarquía como el
imperialismo representaban intereses y realidades ajenos al origen social de los oficiales
del Perú. Pero cuando las reformas o sus consecuencias empezaron a dañar los intereses
de parientes, familiares y amigos de los militares en las “clases” medias, la desazón y la
incertidumbre respecto del futuro se convirtieron en caldo de cultivo para una paulatina,
progresiva y silenciosa presión contra la ejecución de las reformas. A ello se añadía la
carencia de información política que sumergía al grueso de las fuerzas armadas en un
cándido apoliticismo, a pesar de que estaban en el gobierno y de que desarrollaban el
proceso de reformas sociales más avanzado de Sudamérica. A lo largo de muchos años, la
oligarquía peruana impidió que los oficiales tuviesen ideas y actividades políticas. Sabían
que la formación puramente castrense es el mejor auxiliar de la dominación. Mientras los
generales adictos a la oligarquía y el imperialismo gobernaron el Perú, la institución militar
fue mantenida al margen de cualquier decisión y estuvo circunscrita a proteger los manejos
antinacionales de latifundistas, banqueros y exportadores realizados a través del dictador de
turno. Ignorantes del significado real de cuanto acontecía, las fuerzas armadas se limitaban a
ser garantes del “orden establecido”. Cuando Velasco tomó el poder no podía prescindir de
los generales conservadores porque su mandato estaba respaldado en
la institución castrense. Implantar la educación política de los oficiales y soldados hubiese
causado el desagrado de sus aliados. Se optó entonces por “descuidar” la politización y
postergarla para un momento más propicio, mientras se impulsaba a fondo las reformas
estructurales.
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ocupar cargos políticos en el Estado. Los relevos rutinarios de la jerarquía castrense hicieron
que la izquierda militar abandonase el control de este elemento importantísimo que se sumó
a los servicios de las otras armas en su obsesivo macartismo y cayó frecuentemente en
manos de oficiales sin preparación política.
Muy pronto, y aún bajo el gobierno del general Velasco, algunos integrantes de estos
organismos trataron de imponer el macartismo como una norma del proceso revolucionario,
Había quienes comentaban irónicamente que los archivos de los servicios, que se habían
mantenido intactos durante años, tenían información copiosa sobre los elementos de
izquierda, pero carecían de datos acerca de las actividades de la derecha y del imperialismo.
Guiándose por este criterio, algunos jefes de los “servicios” señalaban como subversivos y
peligrosos para la seguridad del país a los más activos colaboradores del gobierno, mantenían
un seguimiento contra los militares y los civiles que jugaban su suerte en la revolución y
alimentaban recelos y sospechas contra ellos a todos los niveles. Ignoraban a los enemigos
de la revolución tanto como vigilaban y hostilizaban a sus amigos. Sus informes que servían
de elemento orientador para los mandos decisivos del gobierno y las fuerzas armadas donde
eran distribuidos, fueron señalando un volumen cada vez mayor de “infiltración comunista”
en ministerios y oficinas públicas a medida que la revolución avanzaba. Los más acusados
fueron el Instituto Nacional de Planificación, el Sinamos, y los ministerios de Energía y
Minas, Agricultura, Educación y Relaciones Exteriores.
Pero la llamada “infiltración comunista”, que después fue agitada por la derecha
como piedra de escándalo para chantajear al gobierno, no era otra cosa que el ingreso de
personas de ideas progresistas a la administración de los asuntos públicos en la estructura
estatal que habían dejado los gobiernos reaccionarios anteriores. En una de las numerosas
ocasiones en que algunos ministros trataron de hacer cuestión de estado en el Gabinete
acerca de la supuesta infiltración en la reforma agraria, el general Velasco respondió que
había una revolución en el país y una revolución no se puede hacer sin revolucionarios. Pero
el peso de la opinión del presidente y la cauta acción de la izquierda militar nunca fueron
suficientes para variar de manera decisiva la orientación de estos aparatos que continuaron
actuando por su cuenta y socavando una revolución que debían defender.
Así, el diálogo entre las izquierdas civil y militar se hacía bajo vigilancia, dentro
del cerco que el enemigo iba tendiendo, utilizando los recursos heredados de las etapas
prerrevolucionarias y los defectos, malformaciones y limitaciones que las fuerzas armadas
traían de su historia anterior.
Fusión de burocracias
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obstáculos para retardar, cuando no anular la evolución de los militares hacia posiciones
revolucionarias, hay que añadir los hábitos burocráticos del oficial peruano.
Como todos los ejércitos del mundo, el peruano usa la mayor parte de su tiempo
en mantenerse en forma para una guerra que casi nunca llega, pero que hay que prever en
resguardo de la seguridad nacional. Generaciones de oficiales pasan su vida entregados al
mantenimiento de una maquinaria que tiene un peso insignificante en relación a las grandes
potencias puesto que utiliza armamentos y tecnología siempre retrasados comparados con
la producción de la industria bélica contemporánea. Pero lo que era mínimo en relación al
mundo de la época era máximo para un país subdesarrollado y al borde de los niveles de vida
más bajos del planeta como el Perú de los sesenta. Sus límites con cinco países y la posesión
de una de las costas más extensas del continente, obligaban a gastar cada vez más dinero en
las instituciones militares convirtiéndolas en aparatos poderosos y sofisticados comparados
con la miseria y el retraso cultural de su pueblo. En el Perú como en casi todo el Tercer
Mundo la institución militar se convirtió en elemento o factor dirigente por la gravitación de
su propio peso.
El hecho de que la inmensa mayoría de organizaciones militares en el mundo viven
de recursos que los Estados ponen a su disposición y que ellas administran con autonomía y
reserva dentro de los criterios de seguridad nacional, las ha convertido en instituciones
burocráticas. Su condición de burocracia, creaba y condicionaba la mentalidad, también
burocrática de sus integrantes. Parte de este comportamiento burocrático consistía en la
lentitud y temor para decidir por cuenta propia, aún dentro de las líneas impuestas por los
mandos, la obligación de seguir sin discusión las órdenes superiores, la tendencia a delegar a
los altos niveles toda decisión, autolimitándose en cualquier iniciativa, en fin, la desconfianza
y el recelo frente a cualquier planteamiento nuevo que pueda comprometer la estabilidad de
la institución y la seguridad individual de sus integrantes. Es cierto que, cuando burocracia
militar y burocracia estatal se confundieron en el Perú como consecuencia del ejercicio por
militares de los cargos más importantes del Estado quedó atrás gran parte del descuido y
la frivolidad que habían caracterizado hasta ese entonces la administración de los asuntos
públicos. Pero, por otro lado, a los defectos típicos de la burocracia militar se sumaron
muchos de los viejos males congénitos de toda burocracia de Estado; y el régimen peruano
en su conjunto reforzó su carácter autoritario.
Mientras hubo personas con mentalidad avanzada en los mandos militares más
importantes, la rigidez de la disciplina castrense obró en favor de las reformas sociales,
puesto que los oficiales y soldados respaldaban por disciplina las opiniones y decisiones de
sus superiores. Pero aquello que dio al proceso una de las condiciones más importantes de su
fuerza ocultaba, al mismo tiempo, una de sus más grandes debilidades: bastaba un relevo en
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los mandos para variar totalmente la correlación política, Y, por eso, gran parte de la suerte
del proceso revolucionario no se decidía en la conciencia de las masas sino en el juego de
ajedrez de los medios castrenses y burocráticos, donde se desarrollaba y definía la lucha por
el poder.
Las complicaciones de esta lucha, ignorada en gran parte por quienes observaban sus
consecuencias desde fuera, convirtió a la revolución peruana en uno de los procesos sociales
más enigmáticos de América Latina. Casi todas las decisiones más importantes fueron
adoptadas en secreto y ejecutadas como operaciones de comandos en una guerra de sorpresa.
Eso dio al proceso una fulminante eficacia en su batalla contra una oligarquía habituada a los
cubileteos de las mesas de juego electoral o a los trajines palaciegos o cortesanos, en que las
determinaciones cruciales eran ocultadas al pueblo pero consultadas a los medios financieros
y empresariales. Pero este hermetismo dificultó también la comprensión del pueblo respecto
a la lucha que se daba en las alturas. Ante los ojos de amplios sectores de la opinión pública
aparecía inmutable, homogénea, inalterable en su tranquilidad sólo matizada por el pase al
retiro de uno que otro general, la institución militar, indiscutida en su manejo de los asuntos del
Estado y a buen recaudo de cualquier análisis incómodo sobre sus contradicciones internas.
Esta imagen falsa alimentaba en la izquierda tradicional el antimilitarismo de quienes veían
en las fuerzas armadas una suerte de ente diabólico, pero también uniforme en su calidad de
sujeto de poder, y no la institución permeable a las influencias externas y el campo de batalla
entre la revolución y la contrarrevolución, el pasado y el futuro, que era en realidad.
Por elemental que parezca, ésta es, sin embargo una de las conclusiones más
importantes de la experiencia de 1968-75: las fuerzas armadas no son una institución
homogénea, atacable ó defendible como un todo, en términos genéricos. Ellas sufren el
impacto de toda suerte de influencias externas, y si bien bajo las características de la vida
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MEDIDAS PRINCIPALES DE LA
REVOLUCIÓN PERUANA 1968 – 1975
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Revista | Imaginando el Perú post pandemia
II
Antes de 1968, y en especial durante las etapas en que tuvieron pleno dominio sobre
la política gubernamental, fueron los grandes dueños de la tierra quienes participaron casi
exclusivamente en la definición de la política del Estado respecto del agro. Los dueños de las
haciendas azucareras y los productores de algodón para la exportación se agruparon en un
poderoso grupo de presión que recibió el nombre de Sociedad Nacional Agraria.
La Sociedad Nacional Agraria consiguió que el gobierno libere de impuestos a
los productos agrícolas de exportación, y que se le de facilidades para la importación de
insumos, protección en épocas críticas del mercado internacional y, lo más importante para
ellos desde 1930, seguridad y orden, mediante la represión, para estar a salvo de cualquier
revuelta masiva o de la posibilidad de una revolución social.
Aunque reposaba sobre la propiedad de la tierra y el dominio de las aguas, el poder de
los latifundistas tenía numerosos tentáculos: estaban en conexión con el capital financiero,
tenían presencia en el Parlamento por la vía de los representantes “civilistas”3 y sus aliados,
usaba directamente del diario La Prensa, e indirectamente de los otros diarios de circulación
nacional para defender sus intereses; y su lugar de reunión era el Club Nacional, entidad que
agrupaba a la alta sociedad peruana.
La cabeza del poder terrateniente estaba constituida por las grandes unidades
productivas capitalistas de la costa, en las que, desde la crisis de 1929, había existido una
importante y creciente presencia de capital extranjero. Pero era complementada, hacia
el interior del país, por el poder de los latifundistas serranos, dueños de atrasadas y poco
rentables haciendas, cuyos excedentes eran decrecientes y provenían del abundante uso de
fuerza de trabajo campesina cuyos costos de reproducción eran exiguos.
2 Este ensayo no describe la situación anterior a la reforma agraria debido a que existe abundantes bibliografía
sobre la materia y, particularmente, en el estudio sobre tenencia de la tierra en el Perú que realizo el Comité
Interamericano de Desarrollo agrícola, al promediar la década del sesenta, Ver: CIDA, tenencia de la tierra y
desarrollo socioeconómico del sector agrícola: Perú, publicado por Unión Panamericana, Washington, 1966.
3 “Civilista”: perteneciente al Partido Civil, agrupación oligárquica fundada a fines del siglo XIX por el
Presidente Manuel Pardo. El Partido se extinguió al comenzar el siglo XX pero la denominación de civilista
quedó para señalar a los miembros de la oligarquía que hacían política.
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4 Ver comisionara la reforma Agraria y la Vivienda. La reforma agrafia en el PERU. Explosión de motivos y
Proyectos de ley. Lima 1960.
5 “.. La reforma se propone detener el proceso de concentración de propiedad de la tierra y difundir la pequeña
y mediana propiedad… trata así de consolidar como propietarios a quienes habitualmente trabajan la tierra en
pequeñas explotaciones; parcelar los fundos improductivos o mal trabajados; recortar los fundos productivos
en los casos que concentren la tierra al punto de impedir o dificultar seriamente el acceso a ella, con un recorte
proporcionalmente mayor cuando más grandes sean; y, finalmente, reglamentar los contratos agrarios y de
trabajo agrícola”. Comisión para la Reforma agraria y la vivienda. Ob. Cit.
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En los meses anteriores a la reforma agraria, entre 1968 y 1969, la Sociedad Nacional
Agraria era conducida ya por los medianos propietarios. Así declinaba, poco antes de su
extinción definitiva por la reforma agraria, el poder económico que había dominado el Perú
desde la prosperidad de la era del guano6, por más de un siglo.
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económicas y productivas por los trabajadores sólo existía en el área social de las comunidades
campesinas cuyo derecho a la propiedad de la tierra que poseían había sido reconocido sólo
formalmente a partir de la Constitución de 1920. Y como reivindicación, estaba presente
también en la lucha de las comunidades campesinas y las reclamaciones de los sindicatos
agrícolas de la costa.
Durante el siglo XIX, en el tiempo que media entre los decretos de Bolívar y San
Martín, que las dejaron desprotegidas contra el despojo de las haciendas y la Constitución
de 1920 que reconoció por primera vez su existencia, las comunidades campesinas lucharon
por subsistir. Y lograron hacerlo, aunque expulsadas hacia las tierras más altas y pobres de
los Andes. A partir de 1920, empezaron su lucha por la recuperación de las tierras usurpadas
por las haciendas, valiéndose de sus viejos títulos coloniales que no eran aceptados en
los registros públicos. Su presión sobre los latifundios y el poder central varió desde la
reclamación legal, larga y penosamente tramitada en los vericuetos de la burocracia judicial
y política, hasta las sublevaciones que eran reprimidas sangrientamente. Pero nunca cesó.
Debido a ello, la decadencia del latifundio precipitó también el avance de las
comunidades. Este avance tuvo su clímax en el período 1962 – 63, cuando centenares de
comunidades invadieron tierras de las haciendas en todos los departamentos de la sierra.
Esta gran movilización fue, una vez más, reprimida. Pero quedó como el antecedente más
importante de la reforma agraria de 1969 en el terreno de la lucha popular.
Por su parte, los sindicatos de trabajadores agrícolas existieron desde comienzos
del siglo XX. Nacieron en las haciendas azucareras de la costa que tenían más fuertes
concentraciones de braceros y tomaron parte decisiva en la transformación de los campesinos
serranos, procedentes de un régimen semifeudal de servidumbre, en obreros asalariados.
6 Se denomina “era del guano” a los treinta años 1840—1870 durante los cuales el Perú exportó a Europa
millones de toneladas de estiércol de aves marinas para fertilizar tierras. Fue un período de abundancia para
las familias ricas del Perú. Una riqueza que despilfarraron y acabaron perdiendo en la trágica guerra con
Chile de 1879 – 1883.
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Sin embargo, el país no había debatido aún qué tipo de reforma agraria era el
más adecuado. La consigna general “la tierra para quien la trabaja”, que propugnaron los
propagandistas de la reforma, no se condensó en ningún proyecto concreto. La tierra para
quien la trabaja implicaba el sueño de dar en propiedad a cada familia campesina un área
de cultivo que le sirviese para mantenerse y además producir para el mercado nacional. Las
experiencias de reparticiones de tierras ensayadas en México, Guatemala y Bolivia en el
continente; y también las reformas agrarias habidas en Europa del Este y en China, después de
la Segunda Guerra Mundial, eran los antecedentes más conocidos, y los que estaban presentes
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en las ideas de los partidos de izquierda. Los casos de Cuba e Israel sólo eran analizados en
profundidad en muy pequeños círculos. El esquema de aplicación se centraba en la siguiente
secuencia: estatizar las tierras más ricas o las empresas más tecnificadas, expropiar, repartir
y cooperativizar las tierras de importancia secundaria. La cooperativización de la producción
agrícola era apreciada como resultado de un proceso más o menos largo, que debía atravesar
primero por la existencia de propiedad privada
individual en manos del campesino. La mayor o menor radicalidad de los planteamientos se
reducía a si la expropiación debía hacerse con pago o sin él.
Pero el sueño de dar a cada campesino una parcela era imposible en el Perú, debido
a que el país tiene el área por habitante más pequeña del continente. La escasez de tierra
cultivable era un pie forzado que obligaba a buscar economías de escala y otras soluciones
que se orientaron entonces hacia la constitución de un área asociativa.
Por otro lado, la necesidad política de atacar en primer lugar las bases del poder
oligárquico que estaban en las haciendas más tecnificadas también conducía a la expropiación
de las mismas y al mantenimiento de las economías de escala. Parcelar las grandes
plantaciones azucareras hubiera implicado un cambio de cultivos y la probable ruina de una
industria próspera, posibilidad que el gobierno no estaba en condiciones de afrontar.
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militares no optasen por la simple estatización de las empresas más tecnificadas y para que
el modelo cooperativo fuese adoptado como el predominante en la reforma agraria.
Debido a ello, todo un conjunto de circunstancias entre las que estaban, como hemos
dicho, la escasez de tierra cultivable y la necesidad de mantener los niveles de producción en
las áreas más tecnificadas, condujo a descartar la parcelación y adoptar el sistema cooperativo
en la parte más importante de los 10 millones de hectáreas expropiadas.
Esta era una opción inédita y hasta sorpresiva, tanto respecto a los partidos políticos
como al movimiento campesino. Los criterios existentes hasta entonces consideraban a la
reforma agraria como el paso de la “semifeudalidad” al capitalismo por la vía de la propiedad
privada y dejaban la socialización de la tierra para una etapa posterior. En los años 30 el
movimiento indigenista y la izquierda marxista creyeron en la posibilidad de convertir a las
comunidades campesinas en la vía de socialización del campo. Pero en años posteriores,
cuando las comunidades iniciaron la recuperación de las
haciendas serranas, mostraron por el contrario la tendencia a parcelar de inmediato las tierras
recuperadas. Por otro lado, las organizaciones laborales del sector más tecnificado de la
costa, donde estaban las plantaciones azucareras, eran las más moderadas y aquellas que
respetaban el “status quo”.
No obstante, y a pesar de la rapidez de las medidas que iban dando forma al proceso
de reforma agraria, la realización de la misma y el nacimiento de la autogestión como su
característica principal, no fueron hechos que se originaron fácilmente. La imagen más
extendida de la reforma es la de un proceso orientado y definido desde el Estado, sin que
la participación de los campesinos tenga ningún rol decisivo en él. Si bien las decisiones
fueron tomadas en la Presidencia de la República y el COAP, que eran los centros decisorios
del gobierno militar, conviene relativizar esta afirmación. Sobre las acciones de reforma
influyeron: las diversas opiniones de los militares que iban desde la simple oposición a
su realización hasta el apoyo decidido a la autogestión; la presión de los medianos
propietarios que tenían todavía amplio acceso hacia algunas instancias gubernamentales;
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las preocupaciones de los militares acerca de la ausencia de una base social y política que
garantice un funcionamiento normal y exitoso de la autogestión sin que ella sea usada
por la oposición al régimen desde la derecha e izquierda políticas; las demandas de los
sectores campesinos que apoyaban la reforma y cifraban expectativas en ella; el sistemático
desborde propiciado por los grupos de oposición de izquierda; y muchos otros factores de
menor importancia, pero que, incidentalmente, tuvieron influencia decisiva. Todo ello fue
moldeando un proceso que evolucionó progresiva pero rápidamente, y que se mantuvo en un
curso inacabado y abierto a diferentes influencias.
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adjudicar totalmente las tierras, fijada para junio de 1975, el avance y la radicalización del
proceso fue generando reacciones contrarias dentro del mismo régimen, al tiempo que éste
se deterioraba. Las Fuerzas Armadas iniciaron una evaluación de las acciones de reforma
agraria y las comisiones de oficiales nombradas para tal fin criticaron sus presuntos excesos.
En agosto de 1975, al ser relevado del poder el general Velasco, el fuerte impulso inicial de
la reforma agraria subsistió todavía durante un corto período pero luego empezó a decrecer
hasta casi desaparecer.
por muchos analistas de la reforma7. Sin embargo, cabe hacer algunas puntualizaciones:
la primera es que, aun así, la capacidad del Estado resultaba insuficiente para cubrir las
enormes demandas surgidas de la aplicación de la reforma y que, de una u otra manera,
tenían que ver con la vida de un 40% de la población peruana. Una menor participación del
Estado hubiese conducido a una rápida extinción o al fracaso de los esfuerzos por cambiar
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el sistema de tenencia de la tierra en el país. Por otro lado, no se puede ignorar que en gran
número de acciones, el Estado operaba en alianza con los campesinos organizados y no
como una fuerza contraria o de dominación sobre ellos. Era imposible suponer que, antes
de 1969 los campesinos, con sus únicas fuerzas y su conciencia social fuesen capaces de
impulsar una revolución agraria en todo el país, sin ser derrotados por el peso represivo del
Estado oligárquico. El cambio de orientación en la política del Estado y su fortalecimiento
eran una condición necesaria e imprescindible de la reforma agraria, en un país como el
Perú. Opciones mejores no tenían sustento en factores reales.
Finalmente, convendría tener en cuenta que también la participación del Estado fue un
proceso evolutivo, que admitió modificaciones a lo largo de la aplicación de la reforma.
Al iniciarse ésta, todavía existían fuertes tendencias a un cercano control de las áreas
reformadas, sobre todo de aquellas que, como la industria azucarera o las explotaciones
más tecnificadas, tenían cierta calidad estratégica debido a su importancia económica como
rubros de exportación o líneas de abastecimiento en el interior del país. Carentes de una
base social y política, las Fuerzas Armadas desplegaban cuidadosamente sus acciones,
reservándose siempre mecanismos de control. Esta actitud hizo posible también que la
reforma agraria se desarrollase con un bajo costo social a diferencia de otras reformas como
la mejicana o la boliviana que convulsionaron sus respectivos países con grandes pérdidas
de vidas. En los años siguientes, y a medida que la reforma se afianzaba, muchos de esos
mecanismos dejaron de ser usados o fueron eliminados. Las cooperativas empezaron a elegir
sus dirigentes libremente y sin ninguna interferencia y lo mismo sucedió con los gerentes
y personal técnico. En muchos casos, las empresas campesinas prefirieron nombrar como
gerentes a sus propios miembros, rompiendo con la línea de contratar personal especializado
de fuera. Esto tuvo cierto costo en la ausencia de dirección técnica, pero permitió que los
trabajadores hiciesen una experiencia directa de manejo empresarial.
7 Sosteniendo estas criticas ver los trabajos sobre el tema de Diego García Sayán, Mariano Valderrama, José
Matos Mar, José Manuel mejía y José María Caballero. Una respuesta a las mismas puede encontrarse en
Héctor Bejar. “Para criticar la reforma agraria”, en Socialismo y participación nº 14.
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La participación campesina
En muy apretado resumen, diremos que las cooperativas agrarias de producción fueron
organizadas como entidades autogestoras de propiedad colectiva, donde los trabajadores
socios eligen directamente los consejos de gobierno. La organización de estas cooperativas
significó un avance importante en el cooperativismo peruano que estuvo limitado desde su
nacimiento en la década del 30 a las cooperativas urbanas de crédito, consumo y servicios.
Las centrales de cooperativas fueron organizadas con la finalidad de establecer mecanismos
de concertación económica entre las cooperativas de cada valle para la distribución de
insumos y la comercialización de productos. Las SAIS constituidas en la región andina,
organizaron a las comunidades campesinas para la explotación asociativa de las grandes
haciendas expropiadas.
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e. Sociedades Agrícolas de Interés Social, SAIS, que conjugan la propiedad de comunidades con una apropiación colectiva de haciendas
limítrofes, generalmente de alta eficiencia técnica. También se establecen SAIS de primer grado, es decir, similares a las CAP.
f. Mecanismos de Integración Económica, las Centrales, que concentran flujos de los diferentes tipos de
cooperativas anteriores y SAIS, y ofrecen apoyo técnico, planificación y compensación inter-empresas, se prevén al final del proceso
de existencia de 406 centrales como resultado de 105 Proyectos Integrales de Asentamiento Rural, PIAR.
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Así, se intentaba superar el enfoque fundo por fundo. La aplicación del planteamiento
de los PIAR y PID10 fue solo marginal, debido a los obstáculos que fueron apareciendo en el
gobierno desde 1973 y a la declinación de la reforma a partir de 1975.
9 A pesar de la relativa velocidad con que operaban, 108 funcionarios que dirigían la reforma agrafia a
nivel nacional, no pudieron evitar que los propietarios de las zonas aun no afectadas iniciaran también una
rápida descapitalización de sus fundos mediante ventas ilegales de ganado y demás bienes, lo que produjo el
descontento campesino por la tardanza gubernamental Estos casos se dieron especialmente en los departamentos
del Cajamarca, Piura y Andahuaylas y causaron el surgimiento del movimientos de protesta y tomas de tierras.
En general, como consecuencia de las ventas ilegales de maquinarias y ganado, muchas empresas campesinas
de los Andes (esto no sucedió en las grandes haciendas azucareras) iniciaron sus actividades sin capital físico.
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Desde otro ángulo, la oposición a la reforma agraria surgió también de algunos grupos
de la izquierda marxista, que acusaron a las Ligas Agrarias de ser mecanismos corporativos
de sujeción del movimiento campesino organizado al aparato del Estado. Esta oposición al
surgimiento de las ligas y de la CNA se reflejó en el impulso que dichos grupos políticos
dieron a la Confederación Campesina del Perú, reorganizada en 1974 como una central de
oposición de izquierda al gobierno, y competitiva con la CNA.
Habría que distinguir en principio las tomas de tierras que funcionaron en el sentido
y a favor de la reforma agraria, separándolas de aquellas que fueron impulsadas como
mecanismos de oposición.
Entre las primeras están las movilizaciones realizadas por los campesinos de la
hacienda Huando y de los valles de Supe, Barranca y Pativilca, dirigidas a exigir al gobierno
la expropiación de fundos, sin plantear al mismo tiempo una oposición antigubernamental. En
el caso de la hacienda Huando, los campesinos, organizados en un sindicato de trabajadores,
se opusieron a la venta y distribución fraudulenta de las tierras de la hacienda entre los
miembros y allegados de la familia Graña, una de las más influyentes del Perú. Luego de
una larga huelga, y de haber tomado posesión del fundo, los campesinos de Huando lograron
que el gobierno derogue el Capítulo IX del DL 17716 que autorizaba la parcelación de las
tierras por iniciativa privada. En los valles de Supe, Barranca y Pativilca, los campesinos
lograron la afectación de varios fundos menores de 150 Has, luego de aplicar el mismo
sistema de toma de posesión. En ambos casos funcionó en la práctica un mecanismo de
comunicación y alianza informal entre las organizaciones campesinas que realizaban dichas
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tomas de posesión y los funcionarios del gobierno que eran partidarios de una radicalización
de la reforma.
No fue éste el caso de los departamentos de Piura y Andahuaylas en que las “tomas”
de tierras fueron realizadas por grupos campesinos y por partidos políticos de oposición
que planteaban una crítica sistemática a la reforma. En el caso de Piura, la Federación de
Campesinos demandó que el gobierno central declarase a dicho departamento como zona
de reforma agraria, sin tener éxito, debido a que los hacendados piuranos mantenían aún
en esos días una influencia importante en algunos sectores gubernamentales. Cuando el
gobierno decidió al fin la iniciación de la reforma agraria en el departamento, los grupos
de oposición precipitaron tomas organizadas de tierras para adelantarse en los hechos a la
medida gubernamental.
El de Andahuaylas (en la sierra andina) fue un caso más importante y masivo ya que
comprometió casi toda la provincia, y en especial a los latifundios donde la reforma agraria
aún no había iniciado acciones. Tanto Piura como Andahuaylas se constituyeron en esos
años como bases principales de la Confederación Campesina del Perú, organización gremial
que proclamaba su oposición al gobierno y a la reforma.
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los sectores sociales afectados – en especial de los grandes terratenientes y los medianos
propietarios que poseían más de 150 has. – llevó al gobierno a una acción sorpresiva sobre
los fundos más industrializados de la costa. Estos mismos fundos constituían una de las
bases más importantes de poder económico de la oligarquía. Entre 1969 y 1975, la reforma
agraria expropió y adjudicó casi 6 millones de has. Esta rapidez correspondió a una decisión
de los mandos militares comprometidos para “actuar contra el tiempo”, ya que el gobierno
llegó a fijar el año 1975 como el punto final en el cambio de tenencia de la tierra.
Detrás de esta ausencia de participación señalada por los críticos de la reforma agraria
como su defecto más notorio, en lo que se refiere por ejemplo a la falta de capacitación de
los trabajadores previa a las acciones de reforma, yace la contradicción entre las necesidades
globales y de largo plazo del país y el grado de avance de la conciencia campesina. Las acciones
que desarrollaba el gobierno desde el poder central fueron más allá que el conocimiento y
la decisión de los campesinos acerca de su propia situación. Esa contradicción se resolvió
en razón de las necesidades del país y no del grado de capacitación o información de los
campesinos. Cabría preguntarse sin embargo qué hubiera sucedido si el gobierno de la época
hubiese esperado promover primero un largo y complicado proceso de capacitación y toma
de conciencia masiva, antes de empezar el proceso de expropiación de tierras. Si se hubiera
observado este hipotético prerrequisito el proceso no se habría realizado jamás.
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admitida como parte de una realidad social cuyo cambio no era imaginable a corto ni mediano
plazo. Las relaciones entre los sectores campesinos y los hacendados formaron una compleja
red paternalista en que las decisiones más importantes, incluso aquellas que se referían a la
vida familiar de los campesinos, era adoptadas por el latifundista. Había imposición, pero
también reconocimiento del carácter “natural” o “normal” de dicha situación y una entrega
a los latifundistas de elementos claves para las decisiones sobre la vida diaria y el destino de
personas y grupos.
En la costa no existía una tradición campesina empresarial, fenómeno que era mucho
más notorio debido a la relativa complejidad de empresas agrícolas que habían llegado a
cierta tecnificación de su proceso productivo. La planificación de cultivos, el inventario de
recursos, el seguimiento de la contabilidad, y hasta la lectura e interpretación de balances no
estuvieron dentro de los hábitos campesinos. Y ello dificultó su capacidad para opinar y decidir
acerca del manejo de las empresas que habían sido puestas en sus manos, ubicándolos en una
relación desventajosa respecto a los gerentes y cuadros técnicos nombrados inicialmente por
el Estado.
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Velasco Alvarado | 52 años de su proceso de gobierno
El horizonte local
Debe agregarse las diferencias entre regiones, pisos ecológicos, formas de producción,
visiones distintas del ambiente y la historia, en suma la diversidad del Perú.
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y culturales diferentes. Además debe tenerse en cuenta que dichos modelos portaban el sesgo
de las sociedades capitalistas desarrolladas donde se habían originado. Al fin y al cabo,
la empresa autogestora moderna es resultado de una evolución cultural que no se había
producido en el Perú. La reforma agraria no llegó a diseñar en el terreno económico productivo
empresas que tuviesen una organización adecuada a la realidad del país y a la situación del
proceso participativo. Y en el caso de las organizaciones gremiales representativas, el ámbito
en que ellas debían trabajar no había sido ocupado nunca por la organización campesina.
Las empresas autogestoras tuvieron que reunir también a trabajadores que antes de
la reforma vivían situaciones diferentes y contradictorias. Este fenómeno se dio en el caso
de los fundos de la costa que integraron tanto a los trabajadores asalariados y permanentes
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Velasco Alvarado | 52 años de su proceso de gobierno
de las antiguas haciendas, como a quienes habían sido “yanaconas”, o sea conductores de
parcelas que tenían contratos de aparcería con los antiguos dueños. Cuando los yanaconas
tenían tierras mayores que la unidad agrícola familiar de 5 has. y ubicadas en los límites de
los fundos, adquirieron la calidad de pequeños propietarios privados. No sucedió lo mismo
cuando las tierras que poseían estaban dentro de la unidad territorial del fundo.
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Este proceso de desplazamiento fue acompañado de una marcada separación entre los
trabajadores de hacienda y los comuneros y una pulverización de las pocas tierras cultivables
que aún poseían las comunidades, tierras que fueron convertidas en minifundios. Por ello se
ha dicho que el latifundio y minifundio forman parte de un mismo proceso histórico.
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económicas como de representatividad gremial, y dentro del cual los campesinos podían
estar organizados también por producto.
La separación entre estos dos sistemas dentro de cada empresa (uno descendente y el
otro ascendente) impidió que las propuestas sobre técnicas de cultivo y sistemas de trabajo
surgidas de la experiencia de los trabajadores, sean escuchadas por los ejecutivos del sistema
productivo y asimiladas por el conjunto del sistema empresarial. Ello influyó también en
el abandono de las tecnologías tradicionales y en la aplicación vertical de las tecnologías
occidentales, al tiempo que producía en el ánimo del trabajador una sensación de falta de
posibilidades de participación en el manejo de empresas, que le habían dicho que eran suyas.
O, como reacción contraria, produjo confusión e invasión de funciones entre los consejos
directivos integrados por campesinos y las gerencias desempeñadas por técnicos.
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funcionamiento eficiente de los organismos de gobierno, ya que a ellos llegaba una enorme
cantidad de problemas de naturaleza y nivel muy diversos, produciendo una sensación de
desamparo en el trabajador de base.
Debe tenerse en cuenta sin embargo que el país no había tenido nunca una
experiencia de este tipo y que el surgimiento de uno o varios modelos de empresas como la
que planteamos, sólo podía ser resultado de una larga práctica en la autogestión campesina,
en los distintos medios económicos y sociales en que ella era ensayada. La organización
cooperativa convencional que fue aplicada en la reforma agraria, sólo podía ser entendida
como un tránsito hacia la creación de una empresa nueva.
Cuando las nuevas empresas fueron organizadas, se consideró como socios de ellas
sólo a los jefes de familia. Ello traía como consecuencia que las mujeres y los hijos de
familia no participaran en ninguna de las decisiones de la empresa. El problema era aún más
notorio si se tiene en cuenta que la dimensión territorial de estas empresas hacía necesaria la
organización de la población para la gestión municipal y para todas aquellas tareas comunales
que no formaban parte del ámbito técnico-productivo pero que eran resueltas en el régimen
de hacienda. La organización empresarial cooperativa se limitó formalmente a la realización
de estas últimas pero no siempre afrontó de manera constante y coherente las tareas que
estaban fuera del ámbito técnico-productivo.
Cuando los hijos mayores lograban empleo en la empresa no eran considerados como
socios, debido a que no podían existir dos socios por cada familia; ellos quedaban entonces en
calidad de trabajadores eventuales a pesar de realizar una tarea permanente. Frecuentemente
sus condiciones sociales de trabajo eran desventajosas y sus salarios menores que los de los
socios.
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Velasco Alvarado | 52 años de su proceso de gobierno
Cada ente burocrático llevó a las áreas rurales una imagen y un planteamiento parcial
de actividades, contribuyendo a dividir el mundo campesino. Los problemas de coordinación
entre los diversos organismos estatales tuvieron como consecuencia la desorientación
del campesinado. Este fraccionamiento del mundo campesino se reflejó también en las
posibilidades de participación popular. La autoridad municipal, judicial, educativa, los
organismos estatales de seguridad y otros, fueron invadiendo las antiguas atribuciones de las
autoridades comunales en el caso de las comunidades campesinas11. Cada uno de estos entes
estableció jurisdicciones diferentes, de manera que una misma comunidad o distrito podía
pertenecer a distintos centros de decisión por parte del Estado para cada materia. Cuando,
al iniciarse el proceso de reforma agraria, organismos como el Ministerio de Educación,
SINAMOS, comités de desarrollo y la propia reforma agraria implementaron sus propios
mecanismos de participación, ello aumentó la complejidad del problema. En las oficinas
públicas, el proceso de participación fue visto como una obligación de las organizaciones
populares para estar presentes en todas aquellas instituciones que cada ente estatal iba
creando de acuerdo a sus necesidades. Y aún más, cada organismo estatal tendió a crear e
impulsar organizaciones populares que le sirvieran de interlocutores en el medio rural, en
vez de concurrir, todas ellas coordinadamente con el campesinado, al esfuerzo de construir
una sola organización que englobase a todos los pobladores de cada área rural. Se produjo
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Revista | Imaginando el Perú post pandemia
así una contradicción entre las decisiones verticales y parceladas de la burocracia estatal y la
necesidad de crear una organización integrada desde la base.
La idea de una reforma con participación campesina entró en conflicto con los
intereses de los grupos políticos que mantenían alguna actividad en las áreas rurales.
Tradicionalmente, la política peruana fue urbana, debido a que antes de 1980 en el Perú no
votaban los analfabetos y la cantidad de electores en el campo era poco significativa. No
obstante, la estructura política del sistema oligárquico de dominación penetró al área rural y
llegó a todas las provincias. A partir de los años 50 los partidos radicales que cuestionaban
la propiedad terrateniente – el Apra y la izquierda marxista--, desarrollaron cierta actividad
en algunas regiones. Mientras el Apra tenía influencia entre los trabajadores agrícolas de
la costa norte y central, la izquierda marxista se desarrolló entre los campesinos de Cusco,
Ayacucho y Junín.
Sin embargo, ninguno de estos grupos políticos había elaborado un planteamiento
sobre la participación campesina en un proceso de reforma agraria desde que, en la
práctica, tal proceso no figuraba en sus previsiones para el inmediato futuro. La reforma
agraria fue también una medida sorpresiva para ellos, al tiempo que implicaba perder un
área de influencia que consideraban como suya. La realización de un proceso de reforma
agraria colocaba en la práctica al gobierno militar en competencia política con los partidos
existentes. Antes de 1968, el partido aprista se opuso a la expropiación de los complejos
agroindustriales azucareros. Luego de un período conflictivo, las relaciones entre la poderosa
Federación de Trabajadores Azucareros bajo influencia aprista, y los terratenientes, se habían
consolidado y eran más bien amistosas. Por su lado, algunos grupos de la izquierda marxista
que desarrollaban trabajo político en las áreas rurales se habían enfrentado a los militares en
el curso de la sindicalización campesina y las guerrillas anteriores a 1968. El conjunto de
estas circunstancias colocó en la práctica a los partidos políticos – incluyendo aquellos que
se pronunciaron a favor de la reforma agraria en las décadas anteriores – en la oposición o en
competencia con las medidas de reforma que llevaba adelante el Gobierno Revolucionario
de la Fuerza Armada. Esta competencia determinó mucho del proceso de aplicación de
la reforma agraria, sobre todo aquellos aspectos que tenían que ver con la participación
campesina. El gobierno militar se vio forzado a buscar una base social y política propia
para la aplicación de la reforma y sólo pudo asimilar y ganar la adhesión de una parte de
los dirigentes campesinos de aquella época. Tanto por la amplitud y extensión territorial del
proceso de reforma agraria, como por el fenómeno de competencia política al que hemos
hecho mención, la aplicación del DL 17716 generó un intenso proceso formador de nuevos
dirigentes campesinos en la práctica de la reforma agraria.
11 Sobre las relaciones entre las comunidades campesinas y el Estado, puede consultarse Elmer Arce,
“Comunidades campesinas y políticas del Estado”, en Socialismo y participación Nº 12
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En gran medida lo anterior tiene que ver con la relación que hubo entre la reforma
agraria y el movimiento sindical campesino. Los críticos de la reforma agraria han señalado
la hostilidad o indiferencia de la misma hacia los sindicatos campesinos. Tal argumentación
se basa especialmente en que el DL 19400 que creó las ligas agrarias, no mencionaba a los
sindicatos de trabajadores agrícolas y en que algunos funcionarios de la reforma agraria
argumentaron también que la organización de las cooperativas agrarias de producción
implicaba la desaparición de los sindicatos que existían a la fecha, debido a que allí donde
los trabajadores eran dueños de las empresas, ya no se justificaba la organización sindical.
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Revista | Imaginando el Perú post pandemia
Se ha dicho que la reforma agraria benefició solamente a una parte del campesinado,
aquel englobado en las cooperativas agrarias y empresas campesinas formadas entre 1969
y 1975. Si se estima mecánicamente la cifra de socios de dichas empresas, ella, sin dejar de
ser significativa, no comprende a más de un tercio del conjunto de trabajadores rurales. El
mundo de la comunidad campesina y de los trabajadores sin tierra habría quedado así fuera
de la reforma debido a la escasez de tierra agrícola en el Perú.
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significó para ellos en muchos casos, un claro mejoramiento en sus condiciones de trabajo,
cuando no su admisión como socios de las cooperativas. Al promediar la reforma agraria,
los trabajadores temporeros iniciaron procesos de organización formando cooperativas de
servicios que eliminaban a los antiguos contratistas o “enganchadores”. Ello también hizo
posible en este caso un diálogo directo entre los cooperativistas y los trabajadores sin tierra,
organizados en algunos casos aislados en empresas autogestionarias, que hacían posible el
salario mínimo y la seguridad social.
13 El fenómeno de las invasiones de tierras durante la reforma agraria ha servido de tema a varios estudios.
En particular ver sobre Andahuaylas: Diego Garcia Sayán. Tomas de tierras en el Perú. Lima: DESCO, 1982.
Rodrigo Sánchez Enríquez Toma de tierras y conciencia política campesina. Las lecciones de Andahuaylas,
Lima: IEP. 1981
14 No Obstante, debe tenerse en cuenta los estudios de Richard Webb y Adolfo Figueroa, Distribución
de ingresos en el Perú. IEP. 1975
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15 En efecto, y aunque los precios de los alimentos estuvieron controlados por el Estado, la intervención
de las empresas publicas en la comercialización de insumos y productos agropecuarios permitió estabilizar
y promediar los precios de los insumos y pagar precios remunerativos a las empresas campesinas por sus
productos. Ver: Billone, Carbonetto y Martínez, Términos de intercambio ciudad – campo 1970-1980: precios
y excedente agrario. Lima: CEDEP, Abril 1982
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