Apuntes para La Investigación
Apuntes para La Investigación
Apuntes para La Investigación
Mónica Ayala-Mira
Ricardo Carlos Ernesto González
Claudia Salinas Boldo
(coordinadores)
EDICIONES ACADÉMICAS
La presente investigación se privilegia con el aval de dos pares ciegos externos que
aprobaron publicar este libro.
Presentación
Mónica Ayala-Mira y Ricardo Carlos Ernesto González . . . . . . . . . 9
PRIMERA PARTE
Reflexiones y propuestas epistémico-metodológicas
desde las ciencias humanas y sociales
SEGUNDA PARTE
Instituciones y vidas precarias como urgencias sociales
En un espacio de encierro:
Familia, castigo, exclusión y abandono.
Jaime Olivera Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
Presentación
Las diferentes crisis en las ciencias sociales —como las del periodo de
posguerra o posterior a la caída del muro de Berlín— nos han dejado una
serie de reflexiones profundas sobre el quehacer de las disciplinas cien
tíficas. Pasamos de modelos explicativos, herméticos y rígidos, a otros
flexibles y congruentes con la complejidad del mundo social. Pero este
ejercicio no ha llegado solo, mucho menos se ha establecido como un
tema permanente en nuestro quehacer científico; los esfuerzos de los in-
vestigadores que dialogan en este libro son una prueba clara de cómo el
principal motor para estos ejercicios es el compromiso ético y no la del
extractivismo académico.
Sin embargo, este tedioso trabajo no ha llegado, a este punto, libre de
controversias o impaciencias, cualquier reflexión que vaya a contraco-
rriente del positivismo, el conservadurismo y la predictiva generalidad,
se gana un lugar en el paredón de la acusación por subjetivo —como algo
negativo—, sesgado, contaminado, etcétera. Y lejos de concretarse como un
tema superado, aún es posible notar, en la gran diversidad de investiga-
ciones, a quienes consideran que la ciencia sólo es una, sin cabida a la
multiplicidad de enfoques, metodologías y reflexiones. Dicho proceso
está lejos de terminarse, el adeudo de las ciencias sociales aún no logra
impactar en todos los ámbitos de las labores científicas, a pesar de todo lo
andado es imposible evitar el caudal que va de la mano con la magnitud
de los contextos contemporáneos en donde la sensibilización, por parte
de quien hace investigación, no es un lujo sino una necesidad, más si ha-
blamos de quienes hacen trabajo académico entre la precariedad, las vio-
lencias, las vulnerabilidades, las exclusiones, etcétera.
Históricamente, las ciencias humanas y sociales han limitado su re-
flexión así como su crítica en torno a los niveles subjetivos de la labor
científica, tanto en su impacto, como en la posible formulación de proce-
dimientos cooperativos con metodologías menos violentas y asimétricas.
Sin embargo, esta tarea se ha presentado en función de reconocer las
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contexto que nos rodea. Pero incorporarlos a la razón como elemento del
proceso metodológico, no es central; la imposibilidad de integrar a quien
investiga con respecto a sus sentimientos, miradas, posturas sobre lo que
investiga tiene su base en muchos años de metodologías, replicadas y he-
redadas por la escuela positivista y experimental que trastocó todos los
campos cientistas, en lo que D. Haraway ha denominado testigo modesto
(1997).
El testigo modesto de Haraway se refiere a la mirada que se autoinvi-
sibiliza en la producción del conocimiento, la cual deriva finalmente en
la subordinación y sacrificio de otros. Es decir, quien investiga es una es-
pecie de ventrículo legítimo que no agrega nada de sus propias opiniones
y corporeidad para permitir que la realidad hable por sí misma, él/ella
sólo atestigua lo que es. En este sentido, toda sensibilidad y empatía son
acalladas pues ponen en peligro la pureza de los objetos, su claridad, lo
que garantiza entonces que su subjetividad sea su objetividad al autoinvi-
sibilizarse, la cual se torna europea, moderna, masculina y científica, es
decir, es una forma colonial en donde el género forma parte del dominio
y subordinación, con consecuencias importantes sobre todo para Améri-
ca Latina.
¿Qué tan exentas están las investigaciones y quien investiga, de las
subjetividades en sus opiniones o posicionamientos políticos? Si partimos
de lo que motiva al quehacer científico, encontraríamos una serie de in-
termedios que potencian al proceso de investigación, pero el reconocerlo
no es suficiente para el planteamiento epistemológico. La vigilancia epis-
témica que Bourdieu y Wacquant (2005) señaló durante muchos años es
necesaria para entender la forma en que la objetivación de la subjetividad
debe ser, pues es, en muchos sentidos, un pilar de la investigación inde-
pendientemente del contexto al que se apele. En ese tenor, enunciar la sub-
jetividad y, por ende, los posicionamientos epistémicos, se postulan como
una posibilidad de entender la complejidad que demanda rupturas en las
fronteras disciplinares y claridad en el lugar de diálogo de quienes hacen
investigación.
Aunque aun en la mayoría de los espacios académicos a nivel mun-
dial se sigue hablando de la necesidad de ser objetivo en las ciencias so-
ciales, de tener posturas neutrales, o incluso de apelar a las generalidades
y reglas universales, es necesario hacer de la investigación algo más que
sólo aprendizajes para la lectura científica aislada del mundo social es
algo que ya no puede ni debe ser operativo en el sentido de la desbordan-
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tes que resultan los contextos que nos rodean. De ahí que hablar de lo
transdisciplinariedad recobre un sentido más filosófico, epistémico y
metodológico que en otros momentos de la historia humana. Si bien la
complejidad ya es en sí misma un punto de reconocimiento para las posi-
bilidades y deficiencias que tenemos como investigadorxs, el tema de la
transdisciplinariedad demanda su lugar en la academia contemporánea.
Para Basarab (1996) la transdisciplinariedad no sólo es un esfuerzo
por interconectar formas de hacer investigación, sino un proceso de aná-
lisis sobre las partes de lo que estudiamos y las maneras en que podemos
alcanzar dicha complejidad, dice: “La visión transdisciplinar nos propo-
ne considerar una realidad multidimensional, estructurada en varios ni-
veles, que remplaza la realidad unidimensional, a un solo nivel, del pen-
samiento clásico” (p. 39). Si bien su propuesta está en el campo de la
física, no deja de ser un impulso importante al pensamiento de las cien-
cias humanas y sociales, en donde nuestros sujetos de estudio son tan
diversos como nosotros mismos.
¿Se tratará de que quien hace investigación ve la complejidad de su
entorno y no la propia? Es inevitable pensar en la rabia, la felicidad, la
empatía, el enojo, el amor y la esperanza, como fuertes catalizadores de
la vida social, como potentes exponentes de la motivación en las investi-
gaciones, en el activismo, en la militancia, entre otras actividades que im-
plican posicionamientos epistemológicos claros. Parafraseando a Ahmed
(2004-2014), a quienes investigamos ¿cómo nos mueven o detienen las
emociones? ¿Qué hacen las emociones y sentimientos? ¿cómo están
ligados a las formas en que investigamos e intervenimos en la realidad
social? Las coordenadas académicas y de las ciencias necesitan, urgente-
mente, reconocer sus sentimientos y el rol que juegan estos en nuestros
quehaceres. Sin embargo, el ejercicio es más complicado de lo que se pue-
de denotar en estas primeras líneas, pues siguiendo a Ahmed (2004/2014)
¿Por quiénes es válido tener sentimientos justos? ¿Cómo se articulan en
la solidaridad y la empatía? ¿Cómo nos definen frente a los otros? ¿Qué
efectos tienen?
Pensar en las afectividades y, por ende, en los sentimientos, nos lleva
a tener un panorama lleno de subjetividades difícil de incorporar en los
quehaceres de las ciencias sociales más tradicionalistas y hegemónicas.
Por metodología y epistemología, la dimensión emocional y corporal,
sus cruces y efectos, de las y los investigadores, estaba reservada a los dia-
rios de campo y a los espacios íntimos de la escritura. Podemos observar
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Bibliografía
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REFLEXIONES Y PROPUESTAS
EPISTÉMICO-METODOLÓGICAS DESDE
LAS CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES
De los conceptos
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a) Por venta de niños se entiende todo acto o transacción en virtud del cual
un niño es transferido por una persona o grupo de personas a otra a
cambio de remuneración o de cualquier otra retribución;
b) Por prostitución infantil se entiende la utilización de un niño en activida-
des sexuales a cambio de remuneración o de cualquier otra retribución;
c) Por pornografía infantil se entiende toda representación, por cualquier
medio, de un niño dedicado a actividades sexuales explícitas, reales o si-
muladas, o toda representación de las partes genitales de un niño con fi-
nes primordialmente sexuales (p. ).
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De los enfoques
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Un caso típico donde se expresa la lógica comercial de la explotación sexual de niñas y ado-
lescentes ha sido reportado en la tesis doctoral de Gómez (2013). Disponible en http://oreon.
dgbiblio.unam.mx/F/QHCAVNNJ11V3IPUJCFJTKND7UK2YU2X4JCQA-
VFYHQH52QGH5QD-33483?func=short-0- b&set_number=010908&request=WRD%20
%3D%20%28%20anel%20Hortensia%20G%C3%B3mez%20San%20Luis%20%29
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El “Cliente” es quizá la figura que menor estigma tiene entre los diferentes actores que parti-
cipan en la trata y la explotación sexual comercial; sin embargo, su responsabilidad no sólo es
ética (refiriéndonos a una ética de consumo), sino legal.
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Bibliografía
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Introducción
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Involucramiento
Anestesiamiento Compartir
el sufrimiento
No involucramiento
Fuente: elaboración propia.
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Continuidad
vulnerabilidad Seguridad
Ruptura
Fuente: elaboración propia.
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Complicidad Complicidad
activa del pasiva del
Estado Estado
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Figura 4. Dilema sobre la relación del sujeto con el Estado en contextos violentos:
el sentimiento de confianza y la oposición al discurso del Estado.
Resistencia
Desconfianza Confianza
Asimilación
Fuente: elaboración propia.
Desconfianza Confianza
Asimilación
Fuente: elaboración propia.
está vivo, pueden experimentar angustia por el riesgo de que sea lesiona-
do, asesinado o nunca regrese; si asumen que está muerto, pueden expe-
rimentar dolor por esta pérdida y el deseo de encontrar su cuerpo. La in-
certidumbre se vuelve parte esencial de la experiencia de la desaparición,
por lo cual los familiares pueden sostener ambas creencias simultánea-
mente, o bien, fluctuar entre ellas a través del tiempo, como si estuvieran
en conflicto, ya que considerar que aún vive implica mantener la espe-
ranza y continuar con la búsqueda; mientras que asumir la muerte impli-
ca tener que resignarse y abandonar la esperanza de encontrarlo. Hallar
el cuerpo implica disminuir la incertidumbre (no garantiza conocer los
motivos de la desaparición, la captura de los victimarios o su sometimien-
to a un proceso judicial) y puede facilitar el desarrollo de un proceso de
duelo por medio de los rituales culturales disponibles.
Si los familiares no cuentan con el cuerpo o parte de sus restos, se
impide la realización de rituales como el funeral, el entierro o las ceremo-
nias religiosas. Sin estos rituales se impide el reconocimiento público de
la muerte y la construcción de memoriales para honrar a la persona, e
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de la búsqueda.
Por lo tanto, las madres de hijos desaparecidos recurren a otras estra-
tegias para lidiar con el malestar. Existen estrategias espirituales, como
encomendarse a Dios y realizar prácticas religiosas como rezar, acudir a
la iglesia o construir un altar en casa. Desarrollan estrategias individuales
para manejar los afectos generados por la desaparición, a lo que denomi-
nan hacerse la fuerte o tratar de sobrellevar, que implica no demostrar su
dolor en público, sino mantenerlo en privado o al menos expresarlo ante
personas de confianza. Otras estrategias individuales son de evitación,
como el intento de no hablar de la desaparición en ciertas ocasiones, o re-
currir a distracciones para no concentrarse en el dolor. Asimismo, men-
cionan que emplean estrategias relacionadas con el ámbito familiar, como
enfocarse en el cuidado y la atención de los miembros de su familia en
lugar de pensar solamente en la desaparición. Señalan que toman medi-
das de precaución en la familia para cuidar de todos los miembros y evitar
una nueva desaparición. Puede considerarse que las madres de personas
desaparecidas se convierten en agentes activos de su recuperación, sin
embargo, esta recuperación será parcial y limitada si no se realizan trans-
formaciones en las condiciones contextuales que mantienen y exacerban
el sufrimiento social.
Conclusión
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Recuerdo Tenerlo
Esperanza Buscar Sufrimiento
positivo presente Denunciar Transformarse
(Futuro) y buscar colectivo
(PASADO) (PRESENTE)
Implicación
Malestar
de salud
Referencias
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Mónica Ayala-Mira*
Y has cruzado.
Y a tu alrededor espacio.
Sola. Con la nada.
Nadie te va a salvar.
Nadie te va a cortar la soga,
a cortar las gruesas espinas que te rodean.
Nadie vendrá a asaltar
los muros del castillo ni
a despertar con un beso tu nacimiento,
a bajar por tu pelo, ni a montarte
en el caballo blanco.
Gloria Anzaldúa
Introducción
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La escritura y lo narrado
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A manera de conclusión
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Bibliografía
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Introducción
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Para reflexionar sobre el poder político y los lenguajes simbólicos, de la coautora de este ar
tículo véase el primer capítulo de La piedra del poder. Un análisis mitocrítico del poder político en
cuatro novelas mexicanas: Pedro Páramo, Los recuerdos del porvenir, Oficio de tinieblas y El testigo
(Montaño, 2014).
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Por tanto, hay una clara interrelación entre pobreza entendida como
la insatisfacción de necesidades humanas y la incapacidad del Estado
para garantizar a todas las personas el pleno ejercicio de sus derechos
humanos. En cuanto a México, recordemos que se ha sumado a una larga
tradición, tanto desde la Organización de Estados Americanos (oea)
como desde la Organización de Naciones Unidas (onu), en la protección
de derechos humanos como un mínimo de condiciones a las que debe
acceder toda persona por el solo hecho de serlo;4 además de la reforma
en dicha materia en 2011 que modificó la estructura jurídica nacional
para colocarlos como el fundamento del Estado.
Esto significa que los programas sociales, así como toda acción del
Estado respecto al combate a la pobreza, deriva del cumplimiento de sus
obligaciones fundamentales de hacer efectivos los derechos humanos
para todas las personas, en especial aquellas en condiciones de vulnerabi-
lidad. Precisamente, siendo las personas empobrecidas aquellas que no
han tenido acceso al ejercicio pleno de sus derechos humanos, la obliga-
ción del Estado es aún mayor pues debe transformar aquellas condicio-
4
Recordemos que en protección de derechos humanos México forma parte de dos sistemas: el
regional americano como Estado miembro de la oea, y el universal, como Estado miembro de la
onu. Del cúmulo de tratados internacionales que ha suscrito con la oea, cabe destacar respecto al
combate de la pobreza el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Huma-
nos en Materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Protocolo de San Salvador), que
complementa la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José). Respecto
a los tratados que ha suscrito con la onu, en el mismo sentido, destacan respecto a la pobreza:
Declaración Universal de Derechos Humanos (dudh), y Pacto Internacional de Derechos Econó-
micos, Sociales y Culturales (pidesc).
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nes que han impedido dicho ejercicio, en especial las que provienen de su
propia incapacidad para promover el desarrollo económico, social y cul-
tural incluyente, equitativo, integral, sustentable y justo.5 Sin embargo, en
el imaginario social que interpretamos desde los discursos y acciones es-
tatales, así como las narrativas y comportamientos de los sujetos empo-
brecidos, los programas sociales son representados como una graciosa
concesión, una dádiva; no como derechos que el Estado se comprometió
a garantizar, lo que implica la obligación de sus autoridades y servidores
públicos, así como la capacidad de agencia activa de las personas para
ejercerlos. El “apoyo social” se ha cargado de un sentido que lo reviste como
regalo en el imaginario social; pues, aunque expresamente se indique lo
contrario, el lenguaje simbólico tanto de los funcionarios públicos como
de las personas en general y de los destinatarios en especial, siguen consi-
derándolo como una mera dádiva.
Esta construcción de sentido implica que, al tratarse de un regalo, no
se asume con responsabilidad y compromiso tanto por quien lo otorga como
por quien lo recibe. Los funcionarios, en lugar de que en su imaginario estén
realizando un cumplimiento de la obligación del Estado correlativa a un
derecho humano, se considera que dan un apoyo como regalo; por lo cual
no se responsabilizan de su deber de garantizar el pleno ejercicio de todos
los derechos humanos que permitan el acceso a una vida libre de pobreza;
lo que cambiaría su concepción de superior jerarquía que impone sus
condiciones para que se hagan merecedores de su regalo. Tampoco se com-
prometen a que se cumpla con el objetivo de reintegrar a la persona en el
pleno goce de sus derechos que lo lleven a superar las condiciones de po-
breza; sino, que como regalo, al contrario, considera que los sujetos desti-
natarios del programa le deben gratitud y deben corresponder a su gene-
rosidad, lo que da pie al clientelismo.
Respecto a los destinatarios de programas sociales, al conformarse en
5
Al respecto, el derecho humano al desarrollo, considerado un derecho síntesis que incluye
todos aquellos que, de forma interdependiente e indivisible, se requieren para garantizar el des
arrollo expansivo de la dignidad humana comunitaria (derechos de tercera generación) en condi-
ciones justas, equitativas, satisfactorias, sustentables y progresivas; por ejemplo, derecho al me
dioambiente, derecho a la alimentación, derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a la vivienda,
derecho a la educación, derecho a la cultura, derecho a los avaneces científicos y tecnológicos
(Romero, 2015). Este derecho, además de contenerse en el pidesc y el Protocolo de San Salvador,
se reconoce en el artículo 25 constitucional en el que se obliga el Estado mexicano a garantizar el
desarrollo integral, sustentable, competitivo y fomentando el crecimiento económico con una jus-
ta distribución del ingreso y la riqueza.
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En total, se cuenta con un total de 43 entrevistas grabadas de 18 hijas e hijos; se realizó una
historia familiar guiada por historias de vida de tres ejes analíticos: educación escolarizada, iden-
tidad y redes de apoyo. Además se realizaron cuatro grupos de discusión en donde participaron
32 adolescentes, tanto hombres como mujeres, en donde se indagó la relación de la pobreza con la
trayectoria educativa y laboral de su generación en relación con sus padres.
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del lugar de empleo, que a su vez aumenta el tiempo de traslado, por men-
cionar algunas circunstancias para contextualizar.
De lo anterior se colige que aunque se tenga un trabajo éste no trae
aparejada una remuneración suficiente; por lo que se representa en el
imaginario de los “hijos de los programas sociales” el seguir siendo con-
siderados pobres para continuar recibiendo apoyos económicos. En este
sentido, existen pobres urbanos, es decir, personas que tienen un trabajo,
los hijos van a la escuela, comen todos los días, tienen un lugar donde
vivir y todos los servicios; pero que no es suficiente lo que perciben para
cubrir las demandas de su familia; por ejemplo tienen vehículo para trans-
portarse hacia su lugar de trabajo, pero no siempre tienen gasolina; tie-
nen para comer todos los días, pero no diario alimentos nutritivos; sus
hijos van a la escuela, pero no siempre pueden comprar los materiales
que les solicitan para tareas; etcétera.
La preocupación de dichos pobres urbanos es no saber si ante una
evaluación para ser considerados beneficiarios de un programa social de-
ben esconder un refrigerador o decir que compraron uno, o un tinaco, o
si les conviene o no ampliar o mejorar espacios físicos de su casa. Tienen
duda si una mejoría que se refleje en algo tangible afectará el resultado de
seguir considerándolos pobres. Tampoco quieren platicar con quienes in
vestigamos desde las ciencias sociales porque conocen casos de personas
que han platicado sobre cómo manejan el apoyo y después se los retiran.
También saben de casos en los que “no necesitan el apoyo” y aún así lo
tienen, sospechando de alguna relación con los funcionarios, sea cliente-
lar o de otro tipo. A ello hay que sumarle la politización de los programas
como cuando todos los hogares de una comunidad son apoyados para
granjear su lealtad política, o realizan acuerdos entre las partes involu-
cradas para condicionar obligaciones que se tienen como beneficiario
(Agudo, 2015).
Ello ha generado un imaginario social en el que los beneficiarios de
los programas heredan su autoconcepción como personas que siempre se
mantendrán en la necesidad de apoyos. Esto trae la reflexión del aparta-
do anterior, pues la relación de subordinación jerárquica en la que se les
concibe como receptores pasivos ha impedido que se desarrollen sus ca-
pacidades de agencia en el ejercicio de derechos que lleven a generar
condiciones que los libre de la pobreza. Los apoyos que en el imaginario
social se conciben como regalos o dádivas generan una lógica asistencia-
lista con una relación jerárquica de aceptación sumisa; en lugar de generar
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Conclusión
Como se observa, las subjetividades de las personas son clave para anali-
zar si los programas sociales cumplen o no con su función. Por ello, reto-
mamos las reflexiones que en este artículo hemos hecho para analizar el
imaginario social mexicano en torno a los programas sociales; así como
aquellas críticas que, a la luz de los derechos humanos, podrían aportar
en su reconfiguración para un efectivo combate a la pobreza. Las perso-
nas empobrecidas en México han sido destinatarias pasivas de política
pública de combate a la pobreza; el Estado debe, por tanto, cambiar este
enfoque de subordinación hacia uno de coordinación donde se les reco-
sona y determinando más indicadores para considerar la pobreza y las necesidades de la dignidad
humana, y, también, sobre la necesidad de fortalecer las capacidades humanas para actuar sobre
el bienestar subjetivo individual y social (González, 2014).
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Bibliografía
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Introducción
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Lagarde (2005) define el chisme como “…un espacio cultural de las mu-
jeres, se da entre ellas y su finalidad es influir en el curso de los aconteci-
mientos mediante el poder de la palabra” (p. 348). Lo describe como es-
pacio de destrucción y construcción a la vez, pues a través del chisme se
sanciona y se desacredita, pero también se construye y se empatiza. El
chisme separa a las mujeres, pero también las une, las angustia y las di-
vierte; tiene el potencial de convertirse en una prisión adicional o en el
único espacio desde el cual reconstruirse como individuo.
De acuerdo con Regueyra (2001) en la cárcel, el lenguaje no verbal
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se atrevan a contrariar las reglas morales del grupo, contrastar las conduc-
tas adecuadas y las inadecuadas; brindar una lección de buenas costum-
bres a todos aquellos que requieran de un recordatorio y reafirmar la im-
portancia y vigencia del código ético imperante. Las mujeres son blanco
por excelencia de esta práctica porque son ellas las depositarias de los
valores morales comunitarios, así que se les ridiculiza y expone, sea per-
sonal o genéricamente, en pos de reafirmar el control que se tiene sobre
ellas y sus acciones.
Esto explica que a través del chisme se toquen temas que no se pue-
den hablar abiertamente, como es el caso de la sexualidad. Al inventar un
chisme acerca de una persona se toca su reputación, y esto en muchas oca-
siones modifica la forma en la que es tratada por el resto de la gente. En
los chismes que giran en torno al tema del cuerpo y la sexualidad, siem-
pre las mujeres son las que llevan la peor parte, pues la doble moral sigue
imperando en nuestra ideología. A consecuencia de esto, ellas tratan de
regular su conducta y la de otras, de tal manera que puedan evitar ser víc-
timas del chisme o, al menos, minimizar sus efectos (Vázquez y Chávez,
2008).
No resulta difícil percatarse de que el chisme es violencia en el plano
emocional y psicológico. Una violencia que se ejerce en un nivel micro-
social, es decir, entre familiares, amigas, vecinas y colegas. Una violencia
que destruye reputaciones y provoca sufrimiento, aislamiento y humilla-
ción a quien la padece. El chisme es una forma de violencia que se ejerce
en un plano más amplio que los espacios micro sociales, una violencia
que abarca esos espacios privados, los atraviesa y los trasciende. Aquí me
estoy refiriendo al plano de la violencia simbólica.
A un nivel de violencia aplicada en lo microsocial, se desgasta el con-
texto inmediato de aquella persona en torno a la cual se teje el rumor, se
perjudica su imagen ante la comunidad cercana y ante aquellos que com-
ponen su círculo de amistades y familiares. Los vínculos afectivos pue-
den verse comprometidos ocasionando desencuentros, malos entendidos
o separaciones. Podemos decir que, a este nivel, la violencia está en el
contenido de los chismes.
Pero a un nivel macro, la violencia está en la existencia misma del fe-
nómeno del chisme, independientemente de su contenido. A este nivel,
podemos hablar de una violencia simbólica, pues se trata de una violencia
que es reproducida de maneras inconscientes y automáticas, por aque-
llas que son, a la vez, víctimas y victimarias. Y estamos entonces ante un
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Lagarde (2005) nos dice que los chismes tienen el poder de trascen-
der el tiempo, pues transforman el pasado, alteran el presente e inciden
en el futuro. El chisme se caracteriza por ser uno de los pocos poderes que
tienen quienes no tienen poder sobre aspectos tales como la economía, la
política y la historia. El chisme, entonces, es el poder privado de aquéllas
que son impotentes en el espacio público. Esta impotencia se manifiesta
como desinterés en estos temas que se sienten como ajenos, desconoci-
dos y poco interesantes. El tema de los chismes gira siempre en torno a la
vida privada, incluso cuando se habla de figuras públicas. Se habla de las
parejas, los hijos, el amor, el desamor, la sexualidad, los celos, los naci-
mientos, las muertes; pero, sobre todo, se habla de los hombres, porque
ellos son objetivo vital de las mujeres. Los hombres son a quienes amamos,
quienes nos “complementan” y quienes tienen poder sobre nosotras, es
por eso que las historias que contamos, casi siempre giran en torno a las
relaciones que sostenemos con ellos. El chisme es valioso como posesión
social pues modifica realidades, es acción política, y esto es mucho para
quienes se definen a partir de la pobreza, de ahí la necesidad y gusto por
chismear.
La autora nos dice que el chisme siempre trata de asuntos concretos,
comunes y cotidianos y que se da en el marco de una relación pedagógica
y maternal entre mujeres. Sirve para obtener aprendizajes éticos y como
medio de opresión, pues a través de los chismes se sanciona, desacredita,
ridiculiza y aísla a las personas de las cuales se habla. No es casualidad
que sean las mujeres las encargadas de chismear y tampoco lo es que sus
chismes giren en torno a las relaciones interpersonales, la moral, los afec-
tos y el deber ser. Según Bourdieu (2000), el mundo social funciona como
un “mercado de bienes simbólicos dominado por la visión masculina”
(p. 122). Es decir, los seres humanos miramos e interpretamos nuestro
entorno a la luz de valores y categorías impuestas por el patriarcado, y las
mujeres, como seres subordinados dentro del sistema, no sólo miramos a
otros y otras, sino que también somos constantemente miradas e inter-
pretadas a través de estas mismas estructuras ideológicas, pues desde las
posiciones de dominación patriarcal se nos impone la constante vigilancia
que sanciona, prohíbe, limita, exige y juzga.
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solo una acción política que tome realmente en consideración todos los
efectos de dominación que se ejercen a través de la complicidad objetiva en-
tre las estructuras asimiladas y las estructuras de las grandes instituciones
en las que se realiza y se reproduce no sólo el orden masculino, sino también
todo el orden social podrá, sin duda a largo plazo, y amparándose en las
contradicciones inherentes a los diferentes mecanismos o instituciones im-
plicados, contribuir a la extinción progresiva de la dominación masculina.
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Metodología
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Resultados
No platica con todas, sólo con algunas. Sí me gusta, pero no me gusta que
julanita me dijo esto, y ya al rato se hace el chismote grandote. Es como yo
se lo dije a una compañera mía, se lo dije en confianza, o sea, estuvo una
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chava que nos conocimos desde niñas, nos conocimos desde niñas yo y ella,
y ella cayó de interna, de robo, y pues la chava se fue libre, estuvo 9 meses, y
se fue la chava, y me dijo que en cuanto pudiera ella me iba a venir a ver y
ayer vino, y entonces yo le confié una cosa a mi compañera y ayer que vino
la chava se lo comentó. Y yo le dije, si yo te lo dije, te lo dije en confianza,
pero no para que se lo dijeras a ella.
Yo le platiqué a mi compañera que a esa chava cuando yo vivía con mi
marido, a la chava la corrieron sus papás por lo mismo de sus vicios que
tiene que le gusta la droga, y sus papás la corrieron y ya no tenía adonde
quedarse la chava y me pidió que si le daba permiso de quedarse adonde yo
vivía con mi marido y un día le dije sí, y un día me fui a las tortillas, me
llevé a mi bebé y cuando llegué la chava y mi marido se estaban abrazando
y besando. Y ayer que vino le dice la que le platiqué. Y le digo, ¡pues no es
para que se lo dijeras! ¡Total ya!
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Y que le digo, ¡yo no te tengo miedo mierda!, le digo, ¿por qué crees que
me dicen la venenosa?
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culera soy buena onda pero ella me hizo que yo…no le hice nada, nada
más le digo. Y que le dice su compañera de trinaria [celda] ¡ya bájale! ¡Ella
no te ta diciendo nada!, en cuanto te viera [hubiera] dicho algo entonces sí,
pero no te está haciendo nada, yo veo que ella es chida contigo güey, le dice
la otra señora, yo veo que es chida contigo, veo que es chida porque cuando
las demás viejas te dicen mamadas si veo que ella se anda, veo que se mete
y no se vale.
Esta chava llegó por lesiones que le llaman, es problemática pues, es
pleitista, es de esas que, como se llama, que de que no entienden razones. Es
de un pueblito, es persona que no entiende.
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Guadalupe considera que tiene una buena relación con sus compañeras
de celda. Me cuenta que, durante el día, gusta de escuchar música mien-
tras hace sus bordados.
Me gusta de Paquita, del Miramar, de los Ángeles de Charlie, de Brindis,
de los Yoniks, de los Pasteles Verdes, de los Terrícolas. Cuando mi compañera
pone la grabadora o la tele la veo, pero yo no le meto mano. Lo que no es
mío, no es mío y ya.
Guadalupe me cuenta de una ocasión, cuando apenas acababa de lle-
gar a la cárcel, en la cual tuvo un altercado con su compañera de celda.
Pues… o sea… a mí… yo soy de las personas que no me gusta que me
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manden. Y ella quiere… como un día le conteste, ¿sabes qué?, le digo, dis-
cúlpame, pero yo… a mí no me gusta que me manden, no me gusta que me
manden y tú eres de esas personas. Si mis compañeras se dejan, ¡por ton-
tas!, o como ellas quieran, ¡pero a mí no me vas a mandar como tú quie-
ras!, ni me vas a hacer a tu ley, porque si el que me mantuvo nunca me hizo
a su ley, ¡menos tú!, ¡una pendeja igual que yo de delincuenta!, ¡no me vas
a hacer a tu ley! Aquí estamos los pendejos, ¡los chingones están allá afuera!
Porque si jueras [fueras] como lo que dices no estuvieras aquí. Con lo mis-
mo que chingastes, con eso mismo hubieras pagado y te hubieras ido, ¡pero
no!, le digo, ¡yo de pendeja no tengo nada!, ¡me hago que es otra cosa!
Somos seis [en la celda]. Digo, yo todavía me paso de buena onda que
agarraba y lavaba [trastes] de todas. Pero de hoy en adelante, ¡culebra eres
pos también culebra voy a ser yo!, mejor cada quien. Agarraba los trastes y
los lavaba yo, órale, en buena onda, pero si culera eres tú, también yo pue-
do ser culera. De ahora en adelante cada quien que lave su vaso y su plato y
su cuchara, y así se acaba el problema. Le digo, es más, yo no vine a caerle a
nadie, no vengo a que, si me quieren o no me quieren, yo vine a pagar una
condena, mas no vine a que me quieran.
Conclusiones
Las mujeres de esta cárcel sufren mucho a causa de los chismes. Conside-
ran que la vida en la cárcel es un infierno por esta causa. Unas hablan mal
de las otras y esto les causa problemas entre ellas mismas y con sus pa
rejas, sean estas parejas hombres internos como ellas, o personas del
exterior. Uno de los principales temores de estas mujeres es al abandono
y con el chisme este miedo se intensifica pues la relación con aquellas
personas que son su fuente de apoyo más importante se ve amenazada.
Como indica Bourdieu (2000) el mundo está basado en el intercambio de
bienes simbólicos y en la cárcel, el afecto, el vínculo con el exterior y el apo-
yo de los otros significativos, son los bienes más valiosos. Con un chisme,
no sólo sus relaciones significativas se ven amenazadas, sino también
quedan expuestas ante los demás como “malas mujeres”, pues el chisme, a
decir de Corres (2010), deja a la mujer desnuda, expuesta en su intimi-
dad. El chisme nos vulnera en lo más profundo.
Las internas consideran que los chismes son producto de la envidia
de las otras que “no pueden soportar verlas felices” con una pareja o reci-
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hacen a la vista de todas las demás mujeres internas, algo que les deja un
sentimiento de incomodidad y humillación constantes. Goffman (1959)
advierte que en espacios como la cárcel, en los que la convivencia es cer-
cana y constante; la vigilancia es estrecha y no se cuenta con privacidad,
existe una marcada dificultad para establecer límites y lidiar en contra del
estigma vinculado a la privación de la libertad. Si a esto le sumamos el
hecho que el mismo Goffman destaca, de que las mujeres nos construi-
mos en torno a la prohibición, la resignación y la discreción, nos encon-
tramos con una importante desventaja para las mujeres internas, quienes
se enfrentan a una violencia simbólica acentuada por sus condiciones
de vida.
Al final, es posible concluir que tanto el chisme como la falta de priva
cidad, son ambos, formas de violencia simbólica que violentan a las muje-
res en su intimidad, creando una sensación de constante vulnerabilidad,
y la perpetuación de sentimientos tales como el miedo, la frustración y
el enojo.
Bibliografía
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ción. Sin embargo, el hecho de que Blanca Estela aparezca como culpable
de la muerte de sus hijas, no necesariamente significa que ella lo haya
hecho. Al escuchar su narración me preguntaba si realmente una madre
puede ser capaz de quitarles la vida a sus hijos.
Junto con ella, también fue detenido un hombre, su cuarta pareja
sentimental, quien además de no ser el padre biológico de las niñas fue a
quien se le adjudicó ser el autor material de los dos homicidios. Como se
puede observar en este caso:
Él está diciendo que yo no tengo nada que ver, que yo no les hice nada; pero
como me quedé callada, por eso estoy aquí [en prisión]. O sea, la autoridad
me está dejando mi delito como “homicidio”, no como omisión de cuida-
dos, ni como complicidad. A ellos no les importó lo que yo pasé, todo lo
que él me hacía; o sea, ellos me lo están tomando como si yo también lo hu-
biera hecho. Me lo están dejando como “homicidio agravado en razón de
parentesco” con todas las agravantes, y me dieron cincuenta años. A él también
le dieron los mismos años que a mí.
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Entraban y salían otras internas que venían por otros delitos. Unas se iban y
a otras las ingresaban a su celda, pero yo seguía ahí, me seguían teniendo
ahí. De alguna forma como que cuidaban que no me golpearan las demás;
pues por el delito que vengo [suelen hacerlo], por eso es que fue muy difícil.
1
Recientemente, mientras terminaba de escribir este texto, recibí sorpresiva y emocionada-
mente la llamada telefónica de Blanca Estela, quien me contó (entre muchas otras cosas, conside-
rando que hablamos durante unos cinco minutos y después de dos años), que ya no vivía en la
misma celda debido a una revocación de sentencia. El día de hoy (8 de enero de 2019), justo está
teniendo nuevamente un juicio y al término del día sabrá su nueva sentencia.
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Llegué y ese mismo día, por el delito que vengo, fui como muy señalada,
muy acusada. Porque las mismas oficiales querían que unas muchachas que
estaban ahí, internas, me golpearan. Pero una de las muchachas me dijo que
no, que ella no quería broncas porque ya se iba a ir. Entonces, como las mu-
chachas no quisieron, las oficiales me golpearon. Por lo tanto, fue muy duro
y muy difícil para mí porque pues, además del delito que yo traía, todavía
fui golpeada.
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lugar como la prisión el tema del castigo no basta con el encierro? García,
(2016) nos ayuda a comprenderlo, cuando nos recuerda que:
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Blanca Estela considera que así debe ser, que si hay un castigo no es
por mera “maldad”, sino que es debido a un incumplimiento de las reglas
impuestas. Por lo tanto, esperaba que sólo fuera una llamada de atención
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Rutina y cotidianidad
Lo cotidiano tiene que ver con aquellas acciones diarias que se convierten
en algo habitual y que vivimos con normalidad. Esto es así porque suceden
día con día, a tal grado que se tiene conciencia de lo que está pasando. Sin
embargo, al repetirse constantemente, esa cotidianidad se puede conver-
tir en rutina cuando comenzamos a hacer esas mismas cosas sin poner
atención en ello, sin tomar conciencia de lo que estamos haciendo. Algo así
140
como un hacer por hacer sin detenernos a pensar mucho en ello mientras
lo hacemos. En este sentido, Blanca Estela me relató su vida cotidiana y lo
que de ésta se ha convertido en rutina
Al hablarme sobre sus prácticas diarias dentro de prisión, inició su
relato con la frase casi estereotípica en las investigaciones de este orden:
“en cuanto me despierto, le doy gracias a Dios por permitirme otro día
más de vida, porque aunque yo estoy en este lugar, hay otra personas que,
a lo mejor, no pueden moverse, no pueden valerse por sí mismas”. Blanca
Estela le agradece a Dios por permitirle “respirar” y darle “la bendición o
tener misericordia” de ella. Es decir, por encontrarse bien a cada mañana.
Entre su emoción, me continuó diciendo: “le doy gracias por cuidar a mi
familia, cuidar a mi hijo, a mi madre”; todos ellos en libertad, y entre que
la visitan y no. En ese momento pensé en cómo se debe sentir estar lejos
de personas que quieres y con quienes compartiste, muchas veces, el de-
sayuno.
En el cereso es diferente, Blanca Estela está sola “cuando pasa el de-
sayuno, como a las cinco de la mañana, seguido del aseo”. Lo que se volvió
rutina en el desayuno fue que sirvieran “por ejemplo, papas con chorizo
y frijoles”; también el té, “té de limón, té caliente”. Blanca Estela enfatizó:
“y pues ya de ahí, la que quiere desayuna; yo por lo regular guardo mi
comida para cuando me da hambre y, a veces, no me como las tortillas
[risas], las pongo a secar en el ventilador”, para comerlas como tostadas y
variar el menú.
De ahí, si va a salir de la celda a realizar alguna actividad trata de es-
tar arreglada, “¡porque si no!… [su expresión es de asombro, significa
que si no está lista habrá un castigo, una llamada de atención por parte de
las custodias]. “Porque depende, hay veces, como el miércoles que sali-
mos a patio, que me baño bien temprano, pues para las siete tenemos que
estar ya todas bañadas”, me dijo. Blanca Estela piensa que mientras más
temprano se bañe, es mejor; “a veces a las cinco de la mañana se mete a
bañar la primera, a veces soy yo, a veces es otra”, relató. “Cada quien se
mete a bañar sola, primero una y luego la otra”, describió con un gesto
como de saberse conocedora del tema. Todo esto, por supuesto, acarrea
una serie de problemas: el primero de ellos tiene que ver con sobrepobla-
ción y hacinamiento.
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Ya entrada la noche, como a las ocho, esperar a ver unas series que pasan
por televisión. Son dos las que miro; acaban como a las diez y media. Ahí,
se acabó el día. Me subo a mi cama, porque la tele la miro abajo, y me pongo
a leer la biblia o algo y ya, a dormir. Hay veces que no me puedo dormir y, a
veces, como que me pongo a pensar, pero digo: no, ya me voy a dormir. Así,
de repente me quedo dormida y ya, prácticamente se acabó el día.
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Hace como un mes mi hermana me regañó muy duro. Me dijo que yo era
una ingrata, que qué pensaba, que no tenía voluntad de ir a visitar a mi hija.
Me dijo que qué me costaba perder un día, un rato, por ir a verla; que tengo
meses que no voy —porque Blanca se comunica con mi hermana—. “Di
que no tienes voluntad de ir a verla”, me dijo; y me hizo llorar por teléfono;
me dijo un montón de cosas. Entonces, dije yo: “bueno, voy a ir un día de
estos a hablar con mi hermana, voy a platicar seriamente con ella”; porque mis
hijas me dijeron: “¿por qué mi tía te habla así?; mi tía no tiene por qué ha-
blarte así, porque sólo tú sabes lo que estás viviendo” [U] “Voy a hablar con
ella”, les dije.
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Doña Estela también pensaba hablar con su hija, con Blanca Estela:
Voy a hablar con ella y le voy a decir: “mira, Blanca, así están las cosas; yo te
quiero, eres mi hija, pero date cuenta de esto, y esto, y esto, y esto”. Que ella
trate de entenderme; y si es que ella no lo entiende, que trate de entenderlo.
Que sea más humilde, que no exija nada. A lo mejor hasta sus hermanas se
van a compadecer y decir: “Blanca está ahí pagando lo que hizo y no exige
nada, y es humilde”, y a la mejor van a verla.
Conclusión
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Referencias
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Introducción
Relatos iniciales
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El problema de no (re)conocer
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lia con una bastedad de análisis sobre el tema que convoca este texto. Si
bien las violencias se han trabajado de formas intensas, las lecturas mo-
nodireccionales o monodisciplinares no son lo suficiente para construir
puentes de análisis, al mismo tiempo que son las más abundantes. No ha
bastado, únicamente, con el ejercicio científico (metódico y corroborativo)
de la Sociología, la Antropología, la Psicología o el Trabajo Social, para
llegar a tener perspectivas críticas y conscientes de las realidades sociales
que se transforman a velocidades vertiginosas.
De manera puntual, hemos de mencionar que uno de los tantos apla-
zamientos que han dejado las ciencias humanas y sociales, es el trabajar
de formas críticas con las poblaciones que están privadas de su libertad,
bajo una perspectiva no paternalista, ni resolutiva; una perspectiva que no
pretenda la verdad de su implicación en el delito, una que nos posibilite
ver las asimetrías de poder en sus trayectorias de vida y que, a su vez, no
suponga sus métodos como formas de conseguir confesiones bajo el tono
de interrogatorio. Una prueba de esto han sido las acciones de las comi-
siones de los derechos humanos y del acompañamiento terapéutico en la
reinserción social, que, en lugar de aclarar el panorama, lo han hecho más
complicado de caminar.
Estévez y Vázquez (2017) señalan que, en torno al quehacer de las
ciencias y de los derechos humanos, hay dos grandes betas a seguir en el
mundo contemporáneo y que, por su urgencia, no deben desdibujarse en
los quehaceres de las ciencias sociales (todas). La primera de estas urgen-
cias a trabajar es lo que llaman la explotación económica extrema de la vida,
y la segunda es enunciada como las violencias endémicas en el mundo.
Estos apuntes sobre lo que debemos hacer, o al menos sobre lo que sugieren
que hagamos resultan oportunos en este escenario de excesos y abusos
enfilados.
La sugerencia de Estévez y Vázquez (2017) contiene en sí la capaci-
dad de incitarnos al análisis en diferentes coordenadas, por lo que es via-
ble afirmar en este punto que no todos los encierros convocan las mismas
dinámicas, ni tampoco demandan la misma ritualidad en sus quehaceres
cotidianos. Debemos aclarar que cada espacio penitenciario en México
tiene tratos diferentes a sus poblaciones. Mientras que algunos pueden
tener todos los permisos para estudiar, hacer ejercicio o tocar instrumen-
tos musicales, hay otros que no pueden hacer ninguna de estas activida-
des más que en tiempos restringidos y limitados. Es decir, si pensamos
en términos mucho más fenomenológicos, las experiencias de momentos
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Los nombres que uso para referir a las interlocutoras en este trabajo fueron parte del diseño
metodológico en donde el anonimato y cuidado de los datos es prioridad. Durante las entrevistas
les pregunté a las entrevistadas si deseaban compartir sus experiencias, además de solicitarles un
nombre inventado por ellas o sugerido para referirse a sus narrativas. Como el de Tikal se encon-
trarán otros relatos similares.
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diarios, y 51 100 pesos al año (Zepeda, 2013). El icps reporta que para el
2016 había 217 868 personas cumpliendo sentencia o en proceso de reci-
bir una en las cárceles en todo el país, de las cuales, aclaran, había 10 832
mujeres.
Si los datos son cercanos a la situación actual (pensando que de esto
ya han pasado algunos años), pareciera que la prioridad, en términos de
número poblacional, está centrada en los hombres (al ser una mayoría
numérica); sin embargo, y que para eso nos sirva la lección del trabajo de
campo, al estar y transitar los espacios carcelarios femeniles, los discur-
sos institucionales se desvanecen con gran facilidad y pierden la consis-
tencia a la que apelan por ser objetivos, así como comprobables.
En una ocasión, realizando trabajo de campo en enero del 2016, al
interior del cereso El Hongo, ubicado sobre la carretera libre Tecate-Baja
California, un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Baja Ca-
lifornia son guiados por el interior del centro con el fin de que conozcan
las instalaciones y el funcionamiento de éstas. Un hombre quien se pre-
senta como el director del cereso, menciona: “los internos de este centro
están en completo contacto con sus familias, tienen espacios adecuados y
tiempos de visita que funcionan como principal vínculo con sus círculos
familiares. Nosotros estamos conscientes de que sus familias son quienes
dan felicidad y tranquilidad a los internos; cuando ellos están cerca de
sus familias, el proceso de reinserción es más efectivo, sus lazos son más
fuertes”.
Esta lógica, aunque se trata de un centro penitenciario para varones,
funciona en todos los espacios administrados por el sistema penitenciario
de México. La disyuntiva viene cuando emerge la incongruencia con dicho
proceso de reinserción social. Al contrario de lo que se plantea, los espa-
cios carcelarios rompen con todos los lazos familiares, al mismo tiempo
que eliminan las posibilidades de convivencia a falta de medios adecuados
en sus procesos de asignación de sentencias. Esto da como resultado un
dato abrumador, las mujeres son la población abandonada por sus fami-
liares con mayor rapidez en comparación a las poblaciones varoniles.
Hasta este punto, es claro que las condiciones del encierro tienen una car-
ga de violencia importante. El sistema que rodea al contexto penitenciario
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es tan precario como la misma cárcel al interior. Sin embargo, como an-
tes he mencionado, las características del espacio y de la población son
fundamentales si pensamos en las particularidades que evoca la intersec-
cionalidad. En Baja California, en la ciudad de Mexicali, al interior del
Centro de Reinserción Social (cereso)-Mixto, en una de las esquinas más
profundas de la edificación, con pocos recursos y en precarias condiciones
(casi extremas por el frío y calor característico de esta zona desértica) está
el denominado Metro Sexto (M6) que es la zona femenil de dicho espacio
carcelario. Una estructura de dos niveles que alberga en su primer piso a
las mujeres que son originarias de Baja California y en su segundo piso,
de forma muy particular, se encuentran quienes provienen de diferentes
estados de la república y que, por un traslado casi siempre desinformado,
fueron traídas a una ciudad de la que desconocían su existencia.
Podríamos preguntarnos ¿qué implica que a una persona se la lleve
lejos de todo vínculo social-afectivo? Según las propuestas de análisis so-
bre las violencias que hace Mbembe (2012) pensar en las estrategias que
el Estado efectúa sobre los sujetos sociales, nos lleva a reflexionar acerca
de la minuciosidad de limitar, prohibir, censurar, negar y restringir la
vida social de diversos sujetos. Si bien, es reconocido que el poder socia-
lizador de la familia es uno de los principales incentivos en la formación
del self (sí mismo) social, el contexto cultural en el que se desarrollan las
personas, junto con la familia como primer referente institucional, son
los primordiales detonadores de nuestras acciones (Mead, 1991).
Los protocolos del sistema de reinserción social dictan que es la fami-
lia, en su calidad de socializadora, la que debe ser el referente de los in-
ternos mientras están en su proceso penal. Pero no hay nada más alejado
de la realidad que este principio en su estructura, casi, terapéutica del tra-
tamiento a quienes habitan las cárceles. Primero, porque la precariedad
económica de las familias que tienen algún integrante en cárcel, imposi-
bilita la visita; y segundo, las distancias son para algunos casos excesivas,
por lo que no podemos evitar discutir sobre los criterios de traslado que
son aplicables en México. Karina, mujer joven privada de su libertad en
el cereso Mexicali, originaria de la ciudad de Puebla, dice:
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amenazando a todos los mexicanos, la patria, la gente, los ciudadanos, las fa-
milias mexicanas y a nuestros pueblos (p. 26).
…la forma que tenemos de ver actos y actores, (en contextos de violencias),
no es tampoco constante, sino contingente y afectada por los recursos inter-
pretativos que están socialmente disponibles. Y sería ingenuo pensar que
tales recursos están al margen de los intereses de poder y dominación que atra-
viesan a toda formación social (p. ).
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un solo sentido. Si bien son ejercidas con excesos y abusos por parte del
Estado, también son confrontadas desde otros sitios, desde otras coor
denadas.
Valenzuela (2009) afirmaba que las juventudes en México y en buena
parte de América Latina, han perdido, no sólo la esperanza en el Estado
benefactor, sino el mismo sentido hegemónico en las prácticas de la mo-
dernidad, del progreso, de las instituciones. Si como dice Foucault (2002)
después de ejercer la violencia como castigo a nivel público, se dieron las
primeras muestras del castigo institucionalizado y reformatorio, en la re-
inserción social en México pareciera que llegamos a un retroceso abru-
mador.
De ahí que proponga verlas, a esas mujeres privadas de su libertad
en el M6, como agentes sociales, con reflexiones profundas de sus vidas,
cuerpos y subjetividades; como sujetos con capacidades de acción fren-
te a las adversidades, e incluso a las presiones del biopoder (Foucault,
2002). Así, Valenzuela (2009) enuncia su propuesta de biocultura, en la
que refiere a la somatización del cuerpo y la disputa por su control,
pero también su participación como elemento de resistencia cultural o
como expresión artística, también alude a la confrontación de la condi-
ción de la biopolítica, en la que el cuerpo es territorio de control y so-
metimiento.
El cuerpo (junto con todo lo sensorial que convoca) dice Morín y
Nateras (2009): “es el último reducto de las juventudes en México” (p. ).
Si bien hasta este momento me he dedicado a mostrar mi visión de las
violencias en el encierro (hablando del que se reconoce como legal), no
podemos pensar que somos únicamente receptores de estos ejercicios,
pues, por el contrario, se han gestado tremendas rutas, estrategias, avan-
ces para confrontar, reducir y colisionar sus vidas y esperanzas, siempre
en el ánimo de resistir, de defender lo último que les queda. Cruz afirma:
Cuando llega alguien nueva, lo hace como todas, llega sin nada, llega con la
bendición, con una mano adelante y otra atrás. Pero aquí siempre, no falta,
quién te eche la mano, que te dé papel, que te dé un jabón, hasta que te dé
algo para comer. Porque las custodias no te dan nada, ni tampoco aquí en el
cereso se nos da apoyo de nada. Ya cuando pasa un tiempo y no tienen
información de sus familias, a veces, sí nos comenzamos a hablar, pues le
prestas para una llamada, para que hable a su casa.
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Cantar y resistir
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Las resistencias que son diseñadas con las herramientas que tienen a
la mano o a la brevedad de sus existencias, están en constante transfor-
mación, como si un estira y afloja por parte de las autoridades, así como
de las mujeres privadas de su libertad, generaran las condiciones de ges-
tión a nuevas articulaciones bioculturales (Valenzuela, 2009). El cuerpo,
el canto, el arte, la educación, la fe, entre otras, son dispositivos que fun-
damentan la respuesta a las violencias que aplastan y constriñen desde
arriba. Mientras que algunas de estas mujeres cantan, otras proporcionan
productos de higiene personal, ropa y alimento a quienes van llegando
sin recursos del exterior. Elizabeth, una mujer joven que cumple senten-
cia en el M6, menciona:
Más allá de una red de apoyo, podemos hacer legible estas acciones a
través de la resistencia, pues mientras logran generar apoyos internos,
también refutan el discurso de la individualidad y la aparente carga nega-
tiva que representan quienes están en el encierro, una suerte de confron-
tación a la representación social de lo que habita el encierro. No podemos
generar afirmaciones de lo que no vemos, mucho menos de lo que los
discursos institucionales emiten, es tarea obligada dialogar con las narra-
tivas de la experiencia, de quienes en su día a día buscan alternativas para
no vencerse en el proceso de cumplimiento o asignación de sentencia.
Conclusiones
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Bibliografía
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Mónica Ayala-Mira
Doctora en Psicología por el Programa Interinstitucional de la Zona
Centro Occidente de la anuies, sede Universidad de Guanajuato. Maes-
tra en Psicología con Residencia en Terapia Familiar por la Universidad
Nacional Autónoma de México. Licenciada en Psicología Organizacional
por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Tiene
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