Enzo
Enzo
Enzo
Diseño
3
Tolola
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10 4
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Lista de reproducción
Sobre el autor
¡D e la autora éxito de ventas de USA, K. Webster; llega una nueva
novela romántica tabú independiente!
Jenna ha crecido en el sistema.
Forzada a ser dura, cautelosa y fuerte.
Sólo ha podido contar con ella misma.
Hasta Enzo.
Es mucho mayor y responsable de ver por ella.
Lo que debería ser un trabajo para él, se convierte en mucho más.
Llamadas telefónicas nocturnas.
Toques persistentes.
Un fuego prohibido que arde cada día más.
5
Todo en él destila fuerza.
Su voluntad de protegerla es más de lo que ella podría pedir.
Lamentablemente, incluso los héroes tienen sus limitaciones.
Pero ella no necesita un héroe.
Sólo lo necesita a él.
“Solo deja que lo bueno pase.”
6
Jenna
Pasado – 15 años
—N
o se van a quedar contigo.
Levanto la mirada de mi libro para encontrar
la mirada aburrida de mi nuevo hermano adoptivo,
Ryder. Tiene trece años que parecen treinta.
Arrogante para un niño en el mismo barco que yo. Huérfanos de madre. Sin
padre. Sin esperanza.
—¿Quién dice que quiero que se queden conmigo?
7
Frunce el ceño como si acabara de darse cuenta de que nunca morderé el
anzuelo. El niño odioso y su hermanito, Rex, parecen pensar que soy una
amenaza para su felicidad. La verdad es que quiero permanecer bajo el radar.
No estoy aquí para tratar de quitarles el lugar del favorito. Este no es mi primer
rodeo. La misma historia, un hogar diferente. Una y otra vez. Sólo quiero que me
dejen en paz.
—Quieren adoptarnos, pero cada vez que empiezan a hablar de ello,
alguien aparece con otro niño. —Cruza los brazos sobre su pecho y me frunce el
ceño, como si todo esto fuera culpa mía.
Cierro mi libro y me deslizo de la cama llena de bultos. Llevo aquí seis
semanas y aún tengo que pensar que es mi hogar. Nunca están en casa para mí.
Sólo un nuevo lugar para dormir y comer. Simplemente estoy contando hasta el
día en que cumpla dieciocho años para poder hacer mis propias reglas.
—Sal de mi habitación —digo en voz alta.
—No es tu habitación —dice con frialdad, con los hombros rectos.
El niño puede ser tan alto como yo, pero me he enfrentado a niños más
altos, malos y crueles.
—Sal. De. Mi. Habitación.
Me empuja. —Oblígame.
Empuño mis manos, lista para golpear a este niño, cuando escuchamos la
conmoción abajo. Adultos hablando en voz alta. Un bebé gritando. Ryder se
escapa y le sigo los pasos. Cuando llegamos al final de las escaleras, maldice en
voz baja.
Katrina, mi trabajadora social, hablando con mi madre adoptiva, Amanda,
y su esposo, Blake, mientras sostiene en sus brazos a un bebé que grita. Tanto
Amanda como Blake lucen rígidos y asintiendo mientras Katrina, de alguna
manera, habla sobre el bebé llorando para darles información. No lo entiendo
todo, pero escucho algunas cosas.
Ella sólo estará aquí unas pocas semanas.
Será adoptada rápidamente.
Son un regalo del cielo por haberla aceptado en el último minuto.
Los gritos se vuelven demasiado y me apresuro a subir. Se supone que no
debemos cerrar la puerta, pero lo hago de todos modos. Me acurruco en mi cama
y odio la forma en que mi corazón golpea mi pecho. ¿Quién abandona a un bebé?
La amargura se apodera de mí.
Mi mamá, esa es.
Me dieron en adopción inmediatamente. He estado entrando y saliendo de
casas de acogida desde entonces. Cuando era más joven, soñaba que mi mamá 8
sólo me había perdido y que volvería por mí algún día. Me aferré a esa esperanza
durante años. Es lo que me hizo actuar cuando la gente trataba de ayudarme.
Temía que intentaran llevarme antes de que mi madre pudiera encontrarme. A
veces, me convencía de que era mi padre quien me salvaría, siempre buscando
a su hija perdida. Sin embargo, alrededor de los trece años; me di cuenta de que
fui abandonada permanentemente. Mis padres no me querían. Fin de la historia.
Y, cada día desde entonces, he estado convenciéndome a mí misma de que
tampoco los quería.
La puerta se abre y Blake me frunce el ceño. —¿Qué dijimos de la puerta?
Me encojo de hombros. Blake y Amanda son jóvenes, de treinta y pocos
años de edad, y, de alguna manera, parecen pensar que Dios los llamó a tener
hijos adoptivos. Me arrastran a la iglesia todos los domingos y miércoles, y son
bastante santurrones, si me preguntas. En la iglesia, se pavonean y sonríen
humildemente cuando la gente les dice lo maravillosos que son por acoger a los
niños. Pero, ¿en casa? En casa suspiran, lloran, gritan, dan portazos. Llevo aquí
seis semanas y los dos niños que estuvieron aquí antes que yo se han ido.
Entonces, me aceptaron. Ahora, tienen una banshee1 gritona.
1Las banshees forman parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Son espíritus femeninos
que, según la leyenda, se aparecen a una persona para anunciar con sus llantos o gritos la
muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo.
Se queja, pero comienza a instalar un equipo en un lado de la habitación
frente al armario. Me toma unos segundos darme cuenta de que es una cama de
bebé portátil. Ughhhhh, no. No quiero esa cosa gritando en mi habitación.
Todavía puedo oír sus lamentos abajo.
—Katrina dijo que sólo estará aquí por unos días —me explica, con
exasperación en su tono.
—Genial.
Su cabeza se mueve en mi dirección y me frunce el ceño. Blake siempre
lleva la misma mirada de cansada decepción. Amanda sólo llora.
Recojo mi libro y trato de concentrarme, pero todo lo que oigo son los gritos
del bebé. Me pregunto si lo han alimentado. A ella. Los bebés necesitan comer y
éste parece hambriento.
—Cólico. —Deja salir, como si esto tuviera sentido para mí—. Nos enviaron
un bebé con cólicos.
—Genial. —Vuelvo a decirlo porque no sé por qué me cuenta esto.
Pellizca su pulgar en dos de las piezas de metal de la cama del bebé y deja
salir una serie de palabras de maldición en voz baja.
Escuché esas...
La risa que se me escapa es inapropiada y me gana una mirada 9
desagradable de Blake. Tan pronto como termina con la cama, sale de mi
habitación. Minutos después, los gritos se hacen más fuertes a medida que
Amanda la lleva a mi tranquilo santuario. El bebé se agita, tiene la cara roja y
llora.
—Jenna, ¿puedes vigilar a Cora hasta que podamos arreglar todo con
Katrina? —pregunta Amanda, el cansancio ya sangrando en cada palabra.
Si está cansada quince minutos después de esto, ¿cómo va a durar unos
días?
—Gracias —dice mientras deposita al bebé en la cuna y se quita una bolsa
de pañales del hombro.
El llanto no cesa cuando se va. No me pierdo el hecho de que cierra la
puerta y rompe su propia regla detrás de ella. Desde mi cama, miro al otro lado
de la habitación al bebé histérico. Sus gritos son enloquecedores, así que no
puedo culpar a Blake y Amanda por haber perdido la cabeza. Con un enfado
frustrado, me paro y me acerco a ella. Nunca he sostenido a un bebé antes, así
que lucho por un momento mientras la tiro en mis brazos.
Es entonces cuando la huelo.
Caca.
Ughhhhhh.
—Te dejaron en un pañal sucio. No me extraña que estés enojado —digo
en voz baja—. Puedo ayudar, bebé banshee.
Su llanto sigue fuera de control. Puedo dejar de prestarle atención
mientras me concentro en acostarla en mi cama para cambiarla. Dentro de su
bolso, encuentro algunas toallitas y pañales y algunas mudas de ropa. Lleva
mucho tiempo quitarle toda la caca de su trasero rojo y estoy bastante segura
de que tengo algo encima, pero finalmente la he limpiado. Poner el pañal limpio
es difícil, pero finalmente lo descubro. Su llanto se ha suavizado un poco, pero
cuando empiezo a desvestirla, se recupera.
—Te voy a sacar de esa ropa asquerosa y te pondré tus pijamas —le
explico, como si pudiera entenderme—. Entonces, estarás cómoda, bebé
banshee.
Vestir a Cora es como vestir a una de las viejas muñecas con las que solía
jugar, excepto que esta muñeca grita, patea y golpea. Eventualmente, puedo
subirle la cremallera de un bonito pijama enterizo con patos amarillos.
La puerta se abre y Amanda me lanza un biberón caliente. —Intenta darle
esto. —Luego, se va de nuevo, asegurándose de cerrar la puerta detrás de ella.
La ira irracional surge dentro de mí. ¿Era así como era conmigo cuando
era un bebé? ¿Dónde está la madre de Cora? ¿Cómo podría no querer a su bebé?
Las lágrimas me arden en los ojos, pero las parpadeo mientras la levanto
suavemente. Me siento en mi cama con la espalda contra la pared y levanto el
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biberón.
—¿Es esto lo que quieres?
Cora abre la boca, buscando, e inclino el biberón hacia arriba para
ofrecérsela. El llanto se silencia mientras se traga codiciosamente la fórmula
caliente. Sus pestañas lucen mojadas por las lágrimas, pero ahora me mira con
grandes y conmovedores ojos azules. Por un segundo, estoy atrapada en su
mirada.
Ella es muy hermosa.
Un angelito sin alas.
—Lamento que te quedes conmigo —digo en voz baja—. No soy buena para
las cosas de bebés y, desafortunadamente, no creo que Amanda y Blake lo sean
tampoco. —Acaricio su cabello rubio y sedoso. Sí, definitivamente un ángel—.
Pero, lo intentaré. Mientras estés aquí los próximos días, me aseguraré de que
esos tontos no olviden alimentarte y cambiarte. ¿Suena como un trato?
Golpeo su puño en el aire y me agarra el dedo. Sus ojos azules nunca dejan
los míos mientras bebe de su biberón. Ahora que está limpia y ya no grita, me
gusta. Es la única en esta casa que no me mira como si fuera una intrusa. Este
bebé me mira como si la hubiera salvado. Mi corazón se derrite.
—Podríamos estar juntas —le propongo, sonriendo a la linda bebé.
Se le sale la tetina, la fórmula le baja por la mejilla y me sonríe sin dientes,
antes de volver a buscarla.
Podríamos estar juntas.
Hasta que una buena familia adopte a la niña bonita.
Todo el mundo necesita a alguien, aunque sólo sea por unos días.
En ese momento, mientras la veo beber, hago una promesa silenciosa a
los dos. Voy a cuidar de ella hasta que se la lleven. Como una hermanita. Nunca
tuve una hermana. Nunca tuve a nadie.
—Puedes llamarme Sissy2 —digo con una sonrisa y le beso la frente.
Suelta un pequeño suspiro y me doy cuenta de que ha acabado su biberón.
Sus párpados se vuelven pesados y se queda dormida en mis brazos.
Mi corazón tartamudea en el pecho cuando me doy cuenta de que no
quiero dejarla ir.
11
M
is ojos se cierran y trato de concentrarme en la conferencia del
entrenador Long sobre el Teorema Cero Racional, pero cada vez
es más difícil. Anoche, Cora estuvo despierta toda la noche
llorando. Es propensa a las infecciones de oído y cuando se pone como anoche,
sé que tiene una. Si fuera por mí, la llevaría directamente al médico. Pero, no
depende de mí. Tengo que convencer a mi madre adoptiva, Juanita, de que tiene
que ir. 12
Distraídamente, me froto el moretón en el bíceps. Juanita es mayor y usa
un bastón. Y, no creo que el bastón sea para caminar. Me ha golpeado con su
estúpido bastón más veces de las que me gustaría admitir, pero con gusto me
pondría delante de ese bastón cada vez para evitar que le pegue a Cora o a los
niños. Pero a Malachi y a Xavier les dan mucho con el bastón. Gracias a Dios,
Cora es lo suficientemente pequeña para esconderse detrás de uno de nosotros.
Mis ojos arden por falta de sueño y bostezo. Puedo sentirme a la deriva,
pensando en lo caliente que se sintió esta mañana.
—...factores del coeficiente principal... —continúa el entrenador Long.
Después de la escuela, tendré que darme prisa. El consultorio de su
pediatra cierra a las cuatro. Necesitaré tiempo para llegar a casa desde el
autobús, encender un fuego debajo de Juanita, y hacer que la vean. Necesita
antibióticos.
Otro bostezo, tan grande que me lloran los ojos.
Conocí a Cora cuando tenía sólo cinco meses. Es como si el sistema nos
hubiera emparejado después de eso porque rebotamos de casa en casa juntas.
Cora y yo nos quedamos con Amanda y Blake por unos meses hasta que nos
informaron a todos que adoptarían a Ryder y Rex antes de dejar de ser padres
de crianza para siempre. Dios los guiaba a adoptar, dijeron. Por otro camino,
explicaron. Cora y yo no debíamos estar en ese camino, así que Katrina nos llevó
a otro. Otro hogar, otro día.
Trato de no tener pensamientos amargos hacia Katrina. No es su culpa
que se mudara a otro estado. Sin embargo, era sólo un adulto más que nos
abandonó en nuestra vida. A Cora y a mí nos asignaron un nuevo asistente
social.
Lorenzo Tauber.
Cerrando los ojos, no puedo evitar pensar en él. El Sr. Tauber es caliente.
No hay manera de evitarlo. Cuando se presentó como mi nuevo asistente social,
me reí en su cara. El tipo se veía mejor para una maldita pasarela, no para
atender a niños no deseados. Ha sido nuestro trabajador social durante varios
meses, y me avergonzaba que fuera parte de la transición de nuestra última casa
a la de Juanita. Todavía recuerdo la triste forma en que me miraba. Como si, por
una vez en mi vida, a alguien le importara lo suficiente como para hacer algo
permanentemente útil en mi vida.
Pero, luego se fue. Nos dejó a Cora y a mí con unas pocas palabras de
aliento. Como si sus palabras lo arreglaran todo.
“Aguanta un poco.”
Emití un resoplido burlón que me ganó una mirada de advertencia del
entrenador Long. Varios estudiantes se ríen de mi arrebato.
Pero, Tauber se equivocó. Sus palabras no hicieron nada. Nos dejó con
Juanita y su estúpido bastón. 13
Mi cabeza palpita ligeramente y me froto las sienes, cerrando los ojos. Un
día, dentro de un par de meses, voy a cumplir dieciocho años y nos sacaré de
este lugar. Adoptaré a Cora y nos mudaremos a un lugar feliz. Podrá comer todas
las galletas que quiera y nunca se le dirá que no. Pasaremos los días
columpiándonos, persiguiendo grillos y cantando canciones.
—Detención, señorita Pruitt. Después de la escuela.
Parpadeo, abro los ojos y miro al hombre que me devuelve la mirada. —
¿Qué?
—Pareces pensar que reírse en mi clase y luego dormir en ella es aceptable.
No en mi clase. —Gruñe, antes de volver a la parte delantera de la clase.
Las lágrimas amenazan y me levanto abruptamente. No puedo quedarme
después de clase. Tengo que volver con Juanita y convencerla de que lleve a Cora
al médico. Es un momento terrible.
Si no vemos al doctor hoy, la temperatura de Cora seguirá subiendo.
Gritará de dolor sin parar. Todo esto puede evitarse si estos adultos se despiertan
de inmediato. Una lágrima me recorre la mejilla y me la quito apresuradamente.
Una chica llamada Winter me frunce el ceño. Normalmente es la alborotadora de
la clase del entrenador. A veces puedo ser una bocazas, pero nunca pongo en
peligro mi tiempo con Cora.
—¿Estás bien? —me susurra.
Asiento y me muerdo el labio para no llorar mientras suena la campana y
todos se ponen de pie. Winter me da un papel con su número de teléfono. No
tengo el corazón para decirle que no tengo un teléfono celular o acceso a uno.
En vez de eso, lo doblo y lo meto en mi sudadera negra raída.
El entrenador Long me ignora mientras se acerca a su escritorio. Tan
pronto como la habitación se vacía, me paro y corro hacia él.
—E-Entrenador —empiezo, mi voz ronca de emoción—. Por favor, no me
castigue. Yo…
—El acto de llorar no funciona conmigo —dice en tono frío, sin hacer
contacto visual mientras revisa algunos papeles.
—Por favor —grito—. No puede hacer esto.
Su mirada se fija en mí. —Esta es mi clase, señorita Pruitt. Si duermes y
haces el tonto, te castigan. Te lo dije desde el primer día. No es un secreto.
Derrotada, doy un paso atrás, odiando la forma en que mi barbilla tiembla
salvajemente. Mis manos tiemblan mientras el pánico se apodera de mí. Necesita
ir al médico después de la escuela. Quizá pueda llamar a Juanita y convencerla
por teléfono. Estoy frenética mientras meto torpemente mis cosas en mi bolso.
El temblor en mis manos no se detendrá, ni los sonidos ahogados me
abandonarán. Cuando me levanto y llevo mi mochila al hombro, el entrenador
me observa con las cejas arrugadas. 14
—¿Qué sucede? —exige.
—Tengo que llevarla al médico —admito con un sollozo—. Mi madre
adoptiva es imposible de tratar y Cora tiene una infección de oído. Necesita
antibióticos.
Su mirada se suaviza. —¿Tu hermana?
Mi todo.
—Sí.
Frunce los labios y mira hacia otro lado. Puedo decir que sus ruedas giran.
—Estuviste despierta toda la noche con ella.
Le parpadeo con sorpresa. —Sí, ¿cómo lo sabe?
La diversión brilla en sus ojos. —Suposición afortunada. —Luego, suspira
frustrado—. Nadie sale de detención.
Mi cabeza se inclina. —Lo sé.
—Pero, no soy un monstruo total, como todos piensan. Cuida de tu
hermana, duerme un poco y presta atención en clase —se queja—. Te encuentras
en el último año. Necesitas buenas notas si vas a salir y hacer algo de ti misma.
Presiono mis labios y rezo para que mis mejillas no se pongan rojas. A
veces odio que los profesores conozcan mi situación. Que soy una chica de
acogida. Sola, sin amor y con una ventaja injusta.
—Gracias —murmuro—. Haré lo que pueda.
—Vete de aquí —dice mientras los chicos se amontonan en la clase para
la próxima hora.
Puedo oír sus gritos en el momento en que me bajo del autobús. Un dolor
que ha estado en lo profundo de mis huesos parece convertirse en un dolor
agonizante.
Ya voy, bebé banshee.
Pasando junto a otros chicos que se han bajado del autobús, me apresuro
a ir a la casa de Juanita. Necesita una reparación desesperada, pero nunca lo 15
hace. Nunca hace nada excepto fumar y ver estúpidos programas de entrevistas
todo el día. Cuando llegamos a casa, somos su entretenimiento nocturno y su
ejercicio mientras nos golpea con su bastón. La pobre Cora tiene que aguantarla
todo el día mientras estamos en la escuela.
En el momento en que entro por la puerta, tiro mi mochila al suelo y sigo
los gritos. En la sala de estar, el televisor suena a todo volumen.
—Tiene una infección de oído —grito por el ruido—. Llama a su pediatra.
Juanita me ignora para encender otro cigarrillo.
»¡Juanita! —grito—. Llama al Dr. Powell.
—Chica, tienes que cuidar tu tono conmigo —dice molesta, sus ojos nunca
dejan la pantalla.
Entro a la sala de estar y apago el televisor. —Llámalo ahora o llamo al
señor Tauber.
Juanita agarra su bastón y doy un paso atrás, a pesar de que estoy fuera
de su alcance. —Es sólo una mocosa quisquillosa. La malcrías, chica.
Cruzo los brazos y me quedo mirándola. Los gritos de Cora son mi
perdición, pero no me moveré hasta que Juanita haga la llamada. Finalmente,
se rinde y llama por nuestra pequeña emergencia. Tan pronto como la escucho
confirmar que estaremos allí en media hora, subo corriendo a mi bebé.
Irrumpiendo por la puerta de nuestro dormitorio, la encuentro parada en
medio de la habitación. Su cabello rubio se ve sudoroso y desordenado. Corren
mocos por sus labios y barbilla. Tiene la cara roja y luce enferma. Mi pobre,
pobre bebé.
—Cora. —Me ahogo, corriendo hacia ella. La jalo a mis brazos y le beso la
cabeza sudorosa. Todo su cuerpo tiembla mientras se aferra a mí—. Shhhhh —
la arrullo mientras le doy una palmadita en la espalda—. Vamos a ver al médico
y a curarte.
No hay forma de calmarla cuando se pone así. Supongo que tiene una
infección de oído doble. Su piel se siente muy caliente y claramente tiene mucho
dolor. Cora es susceptible a las infecciones crónicas de oído. Ojalá le hicieran los
tubos en los oídos como el Dr. Powell mencionó a nuestra última familia de
acogida.
Mientras sostengo a Cora, le llevo su pequeña mochila rosa con algunas
de sus cosas favoritas. La cremallera no funciona y en momentos como este
desearía tener dinero para mantenerla. Le compraría una mochila más nueva y
más grande para guardar más cosas para su comodidad.
Una vez que hemos empacado, la llevo abajo y salgo por la puerta principal.
Juanita me sigue a regañadientes, su bastón golpeando el suelo mientras
camina. Con cada grieta en el suelo, Cora salta.
—Está bien —susurro en su cabello—. No nos golpeará fuera de esa casa.
16
Abrocho a Cora en su asiento y me siento a su lado en la parte de atrás.
Juanita conduce como la vieja abuelita que es, manejando a través de las señales
de alto, casi chocando de lado a otros autos y manejando por lo menos a veinte
por debajo del límite establecido. Cuando finalmente llegamos a la oficina del
doctor, la desabrocho y me apresuro a entrar.
—Hola, Jenna —dice la recepcionista Lori. Me gusta Lori. Es una mujer
amigable, con el cabello morado y un aro en la nariz. Me encanta que ponga fotos
de sus hijos a lo largo de la pared al lado de su escritorio. Los seis se ven felices.
Ojalá tuviera espacio para dos más.
—Hola, Lori. Cora necesita antibióticos.
—Claro, cariño. El Dr. Powell la curará. —Cuando Juanita entra por la
puerta, la sonrisa de Lori se desvanece y su mirada es helada.
Dejo que Juanita se encargue de registrarla y me siento con Cora en mi
regazo. Ya no grita, sólo lloriquea. Cuando se siente molesta, me tuerce el cabello
entre los dedos y se lo frota en la cara. Y, cuando ha estado llorando, termino
con mocos en el cabello. Pero, mientras se calme, no me importa. Lo lavaré
después.
Eventualmente, nos vuelven a llamar y, gracias a Dios, Juanita opta por
quedarse en la sala de espera. Doy un suspiro de alivio mientras esperamos al
Dr. Powell.
La enfermera Lou entra y nos sonríe suavemente. Lou es vieja como
Juanita pero maravillosa. Sus bolsillos siempre están llenos de pegatinas y
caramelos.
Cora se sienta y le sonríe a Lou. —¿Chupetín?
Lou saca un chupetín rosa de su bolsillo y lo desenvuelve. Cora felizmente
se lo mete en la boca. Todavía se siente caliente y con dolor, pero parece mejor.
Cora sólo tiene dos años, pero sabe que este es un lugar seguro donde siempre
la curan. Lou le toma la temperatura, treinta y ocho punto siete grados; y la
presión arterial. Se conecta a la computadora y luego nos deja esperando al Dr.
Powell.
El hombre de cabello blanco finalmente aparece y frunce el ceño. Nos hace
las preguntas normales al principio, sobre su salud, y luego sobre nuestra
situación en casa. Le doy las respuestas genéricas, esperando que se apresure y
le recete el medicamento para que se sienta mejor.
—¿Tu madre adoptiva les pega alguna vez? —pregunta el Dr. Powell, su
atención va y viene entre nosotras.
Me congelo y Cora asiente.
—El bastón lastima a Sissy —susurra Cora.
El Dr. Powell me mira con tristeza. —Llamaré a Lou. Estoy obligado a
examinarlas a ambas y a llamar a su asistente social.
17
Me fortalezco para no llorar y le hago un gesto con la cabeza. —Lo que sea.
Después de veinte minutos embarazosos en los que Lou y el Dr. Powell
documentaron nuestros moretones, la mayoría míos, nos reponemos y
esperamos al Sr. Tauber.
Sólo quiero que Cora reciba antibióticos.
El resto puede esperar.
Enzo
M
e hallaba a punto de salir por el día cuando recibí la llamada del
Dr. Powell. Dos de mis niñas, Jenna Pruitt y Cora Wells, fueron
traídas a verlo. Su madre adoptiva ha estado abusando de ellas y,
después de un cuidadoso interrogatorio, también de dos de los otros niños en el
hogar. Así que, en lugar de reunirme con mi mamá y mi papá en Red Lobster
para una cena temprana, voy a reunirme con el sheriff McMahon y el Dr. Powell.
Cuando llego al consultorio del médico, miro con demasiada alegría cómo
un oficial lleva a una Juanita Aikens esposada en la parte trasera de un auto
patrulla. Por cada buena familia de acogida, hay demasiadas malas. Intento con 18
todas mis fuerzas antes de colocar a estos niños en un lugar seguro, pero algunos
se esconden bajo el radar hasta que es demasiado tarde. Nada te hace sentir
como un fracaso más que tener que rescatar a los niños de un hogar en el que
los pusiste.
Entro y me guían hasta la sala de descanso donde me esperan las chicas.
Cora duerme en los brazos de Jenna. Jenna, con círculos oscuros bajo los ojos,
mira fijamente al techo, como si ella misma estuviera a punto de desmayarse.
Me duele el corazón al ver a estas dos. Cuando me dieron sus casos, sentí lástima
por ellas. No son hermanas de verdad, pero Katrina dejó notas antes de que se
mudara para tratarlas como si lo fueran, porque era más suave de esa manera.
El Dr. Powell me da la mano y luego discutimos las observaciones de abuso
físico. Jenna y Cora admitieron que Juanita les pegaba mucho a ellas y a los
chicos Bryant. Tengo cuatro niños que mudar esta noche. Frotando mi cara con
frustración, me devano los sesos buscando respuestas que no tengo en este
momento. Mi estómago gruñe y lo ignoro.
Hago algunas llamadas y me alegra ver que las enfermeras han pedido
pizza. Jenna come algo, pero Cora sigue durmiendo. Probablemente lo mejor
para la niña enferma. Robo un pedazo de pizza mientras hago algunas llamadas.
Hay una familia que puede llevar a los cuatro. Don y Barb Friedman. No tienen
ninguna marca negativa y sólo tienen un niño a su cargo. Así que, hago los
arreglos.
—Hora de irse —le digo a Jenna—. Tenemos que recoger a los chicos y tus
cosas. Los Friedman pueden tomarlos a todos hasta que encontremos algo mejor.
Los ojos verdes de Jenna brillan con ira. —Nunca hay nada mejor. De
hecho, sólo empeora.
La culpa me quema el estómago. —Aguanta un poco.
—Odio cuando dices eso —sisea, empujándome.
Estoy frunciendo el ceño cuando el Dr. Powell me toca el hombro, dándome
una bolsa de medicación.
—Asegúrese de que la nueva casa sea de no fumadores. Fumar no es
bueno para las alergias de Cora —dice.
—Haré lo que pueda. —No es una mentira. Siempre hago lo mejor que
puedo. Nunca es lo suficientemente bueno. Puedo decirles a los padres adoptivos
que no fumen en la casa hasta que la cara se me ponga azul y lo encenderán en
el momento en que mi auto salga de la entrada.
Sigo a las chicas hasta el auto, saludando al sheriff McMahon cuando sale.
Una vez que nos hayamos instalado, las chicas de atrás y yo adelante, las llevaré
a casa de Juanita.
—Tenemos que pasar por la farmacia para conseguir su medicación —
instruye Jenna, con sus ojos ardiendo en el espejo retrovisor, desafiándome a 19
decir que no.
—El Dr. Powell debe haber enviado a alguien a recogerlo. Lo tengo.
Toda la ira sangra de Jenna y se derrumba aliviada. Se inclina y besa a
Cora en la cabeza. Las miro cada vez que me detengo en un semáforo. Pobres
jodidas niñas.
Finalmente llegamos a casa de Juanita y las acompaño adentro. Otro
trabajador social llamado Seth se sienta en el sofá y les hace algunas preguntas
a los chicos Bryant. Le hago un saludo y sigo a Jenna a la cocina. Abro la bolsa
de medicinas y abro el frasco de antibióticos.
Cora se despierta en los brazos de Jenna y empieza a quejarse. —
Iuckiuckiuck.
—Tienes que tomarla, Cora —le ruego suavemente.
Cora grita, moviendo la cabeza. —¡Noooooo!
—Oyeee —dice Jenna en un tono tranquilo que tranquiliza a Cora—.
Bébetelo y tus oídos dejarán de dolerte. Hazlo por Sissy.
La niña no parece contenta y después de verter la medicina rosa de mal
olor en la copa, Jenna la toma y se la ofrece a Cora. Cora llora un poco, pero con
un poco de suave persuasión, Jenna consigue que se la trague. En el momento
en que lo hace, Jenna se relaja.
Pasamos la siguiente media hora recogiendo a los niños. Entre Seth y yo,
no tarda mucho en reunir sus escasas pertenencias. Más puñaladas de culpa en
mi corazón. Más recuerdos dolorosos que me gusta mantener alejados.
Yo, al igual que estos pobres chicos, fui un chico que se pudría en el
sistema.
Pero, a diferencia de mí, no tenían ángeles que se abalanzaban sobre ellos
y los salvaban.
Mamá y papá me adoptaron cuando sólo tenía nueve años. Pasé de estar
a punto de morirme de hambre, de ser golpeado por otros niños en la casa y de
estar muy solo, a ser feliz. Mamá y papá, y su hijo, Elijah, fueron mi felices para
siempre. Eran mis héroes. Todavía lo son.
La culpa de que encontré un hogar para siempre y estos niños nunca lo
hacen, nunca termina.
20
Mientras Seth instala a los niños en la casa de los Friedman, ayudo a
Jenna a preparar la cama portátil para niños pequeños. Cora está roncando
ahora pero ya no tiene una temperatura terrible. Jenna parece estar lista para
quedarse dormida en el sitio. Muevo a la niña dormida de la cama gemela a la
cama pequeña, afortunadamente sin despertarla.
—Llámame si las cosas se ponen feas aquí —le digo a Jenna, dándole una
de mis tarjetas.
La guarda en su sudadera con capucha. —Bien, me pondré a ello porque
los que abusan de nosotros nos dejan usar sus teléfonos para chismorrear sobre
ellos.
Su labio inferior tiembla y las lágrimas se aferran a sus pestañas, pero no
caen. Esta valiente chica apenas puede mantener la calma. En un movimiento
que nos sorprende a ambos, la jalo hacia mí y la abrazo. Se pone rígida, pero
luego suelta un sollozo ahogado. Sus dedos agarran mi camisa por los lados
mientras llora contra mi pecho. Se supone que no debemos acercarnos a estos
chicos. Al menos, así es como nos entrenan. Pero, recuerdo haber sido un niño
pequeño y necesitaba desesperadamente un abrazo de alguien, de cualquiera.
Ahora mismo, Jenna necesita un abrazo. Empieza a desmoronarse ante mis
propios ojos, y eso me destruye.
Aguanta un poco.
Mi frase clave.
La tengo en la punta de mi lengua.
Qué línea tan falsa. Si alguien me hubiera dicho eso cuando era niño, les
habría dado una patada en las pelotas. No se puede aguantar. Una frase mejor
sería: "No te ahogues". La vida va a tratar de empujarte bajo el estanque de agua,
aplastándote contra el suelo hasta el fondo. Es oscuro y frío, y te sentirás como
si te estuvieras sofocando. Estarás solo. Tan jodidamente solo. No te ahogues.
Acaricio con mis dedos el cabello de Jenna. Se enredan en el fondo, donde
hay una costra de algo. Mocos probablemente. A Cora le gusta restregárselo todo
en el cabello a Jenna cuando necesita consuelo.
—Encuentra una manera de llamarme. En la escuela, si es necesario.
Quiero saber si hay algún problema a la primera señal. Descubrir que Juanita
las ha estado golpeando durante meses es inaceptable —la reprendo—. No puedo
ayudarte si no me lo dices.
Se pone rígida y se aleja. —Lo tengo.
—Duerme un poco —ordeno, señalando la cama.
Se quita los zapatos y se cae en el colchón sin decir una palabra más. En
cuestión de segundos, duerme profundamente como su hermana adoptiva.
Durante mucho tiempo, me quedo de pie, mirándolas mientras duermen. ¿Por
qué la vida es tan cruel con los niños tristes e inocentes?
21
Necesitan un héroe.
—No nos dejan comer —susurra Jenna—. Guardan la comida bajo llave.
Han estado en casa de los Friedman durante días, y ya estoy recibiendo
llamadas sobre lo terribles que son. Mierda.
—¿Las matan de hambre? —pregunto, parpadeando mientras me doy la
vuelta para comprobar la hora. A las tres de la mañana. ¿Qué demonios?
—Lo intentan —sisea—. Me colé en su habitación y tomé la llave de Don.
—¿Te han hecho daño?
Se queda en silencio por un tiempo. —Aparte de tratar de matar de hambre
a todos, no físicamente.
—Lo siento, Jenna, pero esto no es lo suficientemente grave como para
hacer algo al respecto. —La fría y dura verdad. A las tres de la mañana,
aparentemente, soy un imbécil.
—Te odio. Los odio a todos.
Cuelga y la culpa me traga completo.
25
Jenna
E
n cuanto el señor Tauber se va, vuelvo a cerrar la puerta. No lo voy
a dejar al azar. He sorprendido a Don aquí en medio de la noche,
mirándome fijamente y, una vez, entró en el baño mientras yo me
duchaba para “guardar las toallas”.
Debería habérselo dicho al señor Tauber.
Lorenzo.
Pero, ¿qué podría haber hecho? Ya ha dicho que a menos que sea algo
grande, no hay nada que pueda hacer. Derrotada, me hundo en la cama, 26
deseando poder dormir hasta mi cumpleaños. Entonces, Cora y yo podremos
largarnos de aquí.
—Libro —se queja Cora, empujándome un libro de ilustraciones en la cara.
Le sonrío y nos quedamos en mi cama. Se acurruca contra mí, jugando
con mi cabello.
—Este libro se llama Mi Mami —digo, manteniendo la firmeza de mi voz.
Lo último que necesita aprender son las mamás. Las mamás son débiles y dejan
a sus hijos cuando los tiempos se ponen difíciles. Nuestras dos mamás
apestaban.
—Mi mami es agradable. A mi mami le gusta el arroz —leo con voz alegre—
. Mi mami canta una canción sobre el sol. Mi mami es muy divertida.
Cora me mira y me hace sonreír con su adorable sonrisa.
—Mi mami me da de comer. A mi mami le gusta comer galletas.
Cora se ríe. —¡Galletas!
—Mi mami me lava la cara. Mi mamá limpia por todos lados.
Se acurruca contra mí. —Mi mamá es Jenna.
Me congelo en sus palabras. —Soy Sissy.
—Mami —argumenta, su linda nariz arrugándose.
—Ehhhh, ¿quieres encontrar un libro diferente? —pregunto.
Sacude la cabeza. —¡Libro de mami, mami!
—Cora —digo con firmeza—. Soy Sissy.
—¡Mami! ¡Mami! —se lamenta y empieza a hacer berrinches. El libro es
tirado al suelo mientras patea y se retuerce—. ¡Mami! ¡Mami!
—Shhh, bebé banshee, shhh. Vas a hacer que el viejo Don venga aquí —
la regaño, abrazándola hacia mí.
—Mami. —Llora—. Mi mami.
Suelto un fuerte suspiro, parpadeando las lágrimas. —En nuestra
habitación, puedes llamarme mami. ¿Así está mejor?
Asiente, otra dulce sonrisa pegada a su cara llorosa.
—A otras personas puede que no les guste que me llames mami, así que,
es nuestro secreto, ¿de acuerdo?
Su cabecita vuelve a asentir y beso su cabello sedoso. Un día, voy a hacer
que esta chica sea mía legalmente. Entonces, nadie podrá separarnos. Puede
llamarme mami todo lo que quiera cuando llegue ese momento.
—¿Quieres ir a jugar con Malachi, Xavier y Joseph?
Le da una larga mirada a su libro en el suelo antes de ceder para ir a jugar 27
con los niños.
Vamos, dieciocho... dejen de tardar tanto en llegar aquí.
Dejo a Cora en la habitación con los chicos para ponerme al día con los
deberes. La clase de Pre-cálculo del entrenador Long me está matando, pero
necesito aprobar su clase con una A si tengo alguna esperanza de entrar a la
universidad que quiero. Estoy profundamente pensando cuando Don entra en
mi habitación.
—¿Qué le dijiste? —exige.
Le arqueo una ceja. —Que eres un asqueroso —me burlo, amando la forma
en que sus ojos brillan con furia—. Que me espías en la ducha. —Me río
cruelmente de él—. Enfermo pervertido.
Es mentira, pero quiero que sepa que no soy una chica débil que aceptará
sus grandes avances. Demasiados niños y niñas en el sistema han sido
aprovechados por adultos y niños mayores. Que me parta un rayo si este tipo
cree que puede hacerme lo mismo a mí.
—Mentirosa. —Gruñe—. Eres una mentirosa. Si eso fuera cierto, no se
habría ido de aquí sin decir ni una palabra. —Sus ojos se entrecerraron—. Pero,
parecía inquieto, lo que significa que le dijiste algo. No me gusta esto. No
permitiré que una chica asquerosa trate de joder mi mundo porque quiere follar
a su asistente social.
—Vete a la mierda —siseo, con cuidado de mantener mi voz baja para que
los niños no oigan.
Rápido como un rayo, se abalanza sobre mí. El dorso de su mano me
golpea en el costado de la cara y me hace caer sobre la cama. Sacudo mi mirada
hacia él y sostengo la palma de mi mano ante el dolor que ahora me palpita en
la mejilla.
—Me golpeaste —lo acuso, mis ojos volviéndose llorosos y mi labio
temblando.
Su mirada cae sobre mis piernas desnudas y se lame los labios. —Te
caíste.
—Déjame en paz. —Mis palabras son firmes y feroces, pero el resultado se 28
desvanece debido al temblor de mi voz.
—No inventes historias que no son verdaderas para chismearle al señor
Héroe. ¿Lo entiendes?
Cuando no digo nada, asiente hacia la puerta.
—Cora —grita, sus ojos aún sobre los míos. Amenazador.
—Lo entiendo —digo en voz alta—. No diré nada porque no pasó nada.
Me sonríe, con la boca llena de dientes amarillos. No puedo evitar
estremecerme. —Buena chica.
Cora camina en la habitación y pasa corriendo junto a él, directamente a
mis brazos. Mi corazón late fuertemente en mi pecho. Sentí su amenaza tácita.
Si me meto con él, él se meterá conmigo a través de ella. Moriría antes de dejar
que eso ocurra.
Me despierto de una siesta con Cora al sonido de Don y Barb gritando
desde abajo. Nos están llamando. Tal vez podamos irnos. Con demasiada
emoción, me pongo unos vaqueros y unos zapatos antes de recoger a una Cora
con los ojos dormidos y bajar las escaleras. Los niños se hallan todos esperando
allí, acurrucados como si tuvieran seguridad en número. Estoy agradecida de
que Malachi esté aquí para cuidar a los otros dos niños. Es mucho más joven
que yo, pero tiene una buena cabeza. Es increíble lo rápido que tienes que crecer
cuando eres responsable de los niños más pequeños.
—Nana. —Gime Cora, su mano retorciéndose salvajemente en mi cabello.
—Veré si más tarde puedo conseguirte una banana —le prometo. Lo
intentaré, aunque tenga que ir a la tienda y robar una.
—Niños —vocifera Barb, haciendo saltar a Cora.
La abrazo fuerte y le doy palmaditas en la espalda. Ha estado tomando
antibióticos durante unos días, pero aún no lo ha hecho al cien por cien.
—Su asistente social viene en camino para una revisión de la casa. Quiero
que todos se comporten lo mejor posible —explica Don, con sus ojos haciendo
un agujero en mí—. No necesitamos que todos les digan mentiras.
Todos asienten, yo incluida.
Abre la boca para volver a hablar cuando alguien llama a la puerta. Barb
abre la puerta a Lorenzo y Seth. Ambos llevan expresiones sombrías a juego.
29
—Ya pueden irse a sus habitaciones —dice Barb con frialdad.
—A Cora le gustaría una banana —le respondí, sujetándola con una
mirada desafiante.
—Nana —dice Cora en voz baja.
—Yo también tengo hambre —se queja Joseph.
Lorenzo asiente y señala hacia la cocina. —Podemos empezar en la cocina.
Barb me lanza una mirada mordaz, pero la ignoro para caminar junto a
Lorenzo.
—¿Estás bien? —susurra en el camino.
Tengo la garganta apretada por la emoción. Todo lo que puedo hacer es
encoger los hombros y apartar la mirada de sus indagadores ojos color avellana.
Me siento con Cora en mi regazo en la mesa de la cocina y observo con
satisfacción mientras Barb y Don explican por qué hay cerraduras en el
refrigerador y en la puerta de la despensa. Mientras Cora, felizmente, se come
una banana, noto que las cejas de Lorenzo se hacen más profundas con cada
minuto que pasa y hace muchos garabatos en su portapapeles.
Puede que esto no sea grave como él lo llama, pero no está bien. Espero
que quienquiera que sea esté de acuerdo conmigo y nos saque de aquí.
Permanecen aquí por horas. Termino acostando a Cora y me siento cerca
de mi ventana para tratar de concentrarme en mi libro. Eventualmente, Lorenzo
viene a entrevistarme. Puedo oír a Seth hablando con los chicos del otro lado del
pasillo.
—¿Puedes cerrar la puerta? —suplico. Lo último que quiero es que Don
me escuche.
Asiente y luego se sienta en mi cama. Sus rizos de color chocolate son un
desastre en la parte superior de su cabeza, como si hubiera pasado el tiempo
pasando sus dedos por ellos una y otra vez. Me hace querer suavizarlos para él.
Mis dedos se mueven para hacer precisamente eso. En vez de eso, pongo el puño
en mis manos y espero a que hable.
—¿Qué ha pasado entre esta mañana y ahora? —pregunta con voz suave
y preocupada.
Parpadeo las lágrimas. —Nada grave.
Pone los ojos en blanco y por un momento, le hace parecer muy joven. — 30
No seas así, Jenna. Estoy tratando de ayudar. —Suelta un suspiro y deja su
sujetapapeles en la mesita de noche—. Háblame.
—Señor Tauber —comienzo, frotando distraídamente mi mejilla dolorida.
—Enzo.
Nuestros ojos se encuentran y el calor nada en su mirada.
—Enzo. —Me encanta la forma en que su nombre abreviado sale de mi
lengua—. Odio estar aquí.
—Odias todos los lugares.
Una lágrima corre por mi mejilla. —No quiero que le pase nada a Cora. —
El recordatorio de cómo Don la miró antes me hace sentir un escalofrío de pavor
que corre por mi columna vertebral. Me estremezco y me ahogo en un sollozo.
—Oye —dice Enzo—. Oye. Ven aquí.
Caigo en su abrazo, desesperada por no sentirme tan sola en este mundo.
No soy de los que dejan entrar a la gente. Cora es la única persona a la que
realmente he amado, pero es bueno que Enzo esté tratando de ayudar. Y no de
la misma manera que Katrina ayudó. Con Enzo, se preocupa más de lo que se
supone que debe. Me gusta eso de él. Necesito que alguien se preocupe por mí.
Más que una obligación, sino porque quieren hacerlo.
—Háblame —insiste, con voz suave. No me deja ir, sino que me abraza con
fuerza, como si me fuera a romper en cualquier momento.
Las palabras caen de mis labios. Todas las cosas que quería decirle antes
sobre Don. Cómo es un asqueroso al acecho. Entonces, cómo me golpeó.
En cuanto se lo digo, se aleja para mirarme a la cara. Sus ojos color
avellana escanean mi carne, la ira centelleando en ellos. Cuando agarra
suavemente mi mandíbula para girar mi cabeza a un lado, mi piel se calienta y
las mariposas bailan en mi estómago. Sé que me inspecciona en busca de
lesiones, pero se siente tan íntimo. Le doy la bienvenida a su dulce toque.
—¿Aquí? —Su voz es ronca y tensa mientras pasa su pulgar a lo largo de
la carne magullada.
—Sí.
—No hay moretón, pero se ve rojo. —Cierra los ojos por un momento y
aprieta la mandíbula—. Lo siento, Jenna.
Más lágrimas calientes se filtran por mis mejillas. Una vez más me siento
atraída hacia su abrazo. Huele bien y se siente fuerte. Alguien como él podría
mantener alejados a todos estos cretinos. El pensamiento es alarmante pero no
indeseado. No quiero poner esperanza en otra persona para que me salve, pero
por una vez, no tengo elección. Está justo ahí. La esperanza burbujeando por
todos lados. 31
Después de un tiempo, emite un fuerte suspiro.
—Tengo que irme.
Desanimada, me alejo y me quito las lágrimas apresuradamente. No me
rompo a menudo, pero últimamente, es todo lo que he estado haciendo. La
libertad se halla tan cerca que puedo saborearla, lo que hace que todo el resto
de esto sea mucho más frustrante.
—Lo sé.
—Estoy trabajando en ello. Te lo prometo. Sólo... —Frunce el ceño y mira
hacia otro lado—. No te ahogues hasta que pueda lanzarte un salvavidas.
—¿No más “aguantar un poco”? —pregunto, una sonrisa tirando de mis
labios.
Sonríe. —No estoy seguro de que pueda confiar en que no cuelgues al
Chico Donnie si te tiro una cuerda.
—Gracias, Enzo.
Se adelanta y toca suavemente mi mejilla dolorida. —No quiero nada más
que asegurarme de que estás a salvo y provista. —Nuestros ojos se encuentran
y luego baja la mano antes de irse sin decir una palabra más.
Miro a la puerta cerrada mucho después de que se haya ido, rezando para
que sea fiel a su palabra.
Enzo
Nochebuena
H
oy he tomado una decisión. Una que no es ética. Le compré un
teléfono. Pero, necesito una forma de asegurarme de que está bien.
Dejar a esas niñas anoche, especialmente a la siempre fuerte pero
gravemente rota Jenna, fue la cosa más difícil que he tenido que hacer. Estoy
demasiado apegado.
Mientras conduzco a casa de los Friedman para encontrarme con mi amigo
Nick, y otro abogado, Dane, llamo a mamá. Responde en el primer timbre. 32
—Hola, cariño —saluda, y luego le grita a mi papá, diciéndole que está
cortando mal el jamón.
Sonrío porque mis padres discuten todo el tiempo. Todo el tiempo. Pero es
casi como si fuera un juego para ellos; algo que juegan, porque el amor siempre
brilla en sus ojos. Recuerdo que tenía nueve años, en la parte trasera de su
camioneta, temblando cuando discutían sobre dónde me llevarían para mi
primera cena. Mamá quería filete. Papá discutía que era mejor un sitio para
niños como Showbiz Pizza por los juegos. Mi nuevo hermano, Elijah, se puso del
lado de papá. Me sentaba tenso como el demonio, esperando que golpeara a mi
nueva madre. En vez de eso, se rio mientras concedía y luego le dijo a todo el
mundo que le debían una elegante cena con bistec. Me costó un poco
acostumbrarme, pero las bromas juguetonas eran todo lo que era. Juguetonas.
Discusiones tontas por nada. Aprendí a no tomarme la vida tan en serio y empecé
a relajarme.
—Hola, mamá.
—¿Cuándo vas a llegar?
Doy un fuerte suspiro. —Chequeo no oficial de la casa. Iré más tarde
cuando termine. Dile a Eli que no se coma todo el maldito jamón antes de que
llegue.
Se ríe. —Sabes que no puedo prometer tal cosa. Ese chico come como su
padre.
Hablamos sobre los planes para mañana, el tiempo y otras cosas sin
importancia, pero eso me calma. Mamá siempre me ha calmado cuando estoy
molesto. Puede que no sea su sangre, pero tiene esa intuición de madre.
—¿Vas a decirme qué pasa, Enzo?
Doy un fuerte suspiro. —¿Alguna vez te sientes indefensa? ¿Como si
desearas poder hacer más, pero no puedes?
Los sonidos de mi hermano y mi padre desaparecen mientras mamá va a
un lugar tranquilo. Toda la diversión se ha ido. —A veces, hijo, sí.
—Sólo deseo... —Gimo y paso mis dedos por mi cabello que sigue mojado
por los copos de nieve de cuando me subí al auto—. Ojalá pudiera arreglar su
situación. Los niños sólo quieren ser felices.
—¿Un niño en particular? —pregunta, una vez más sabiendo exactamente
lo que pasa dentro de mi cabeza.
—Ella me rompe el corazón —admito.
—Sé lo que quieres decir —murmura—. Todo lo que puedes hacer es lo
mejor. De lo que eres capaz. No eres un superhéroe. Nadie lo es. Ayuda a los
niños, a la chica, lo mejor que puedas. ¿Será suficiente? Probablemente no. Pero 33
el hecho de que lo intentes es suficiente.
Nos quedamos callados un momento y luego hago la pregunta que siempre
me he hecho. —¿Por qué me elegiste? Éramos dos de nosotros que
necesitábamos ayuda desesperadamente. Me elegiste a mí, mamá.
¿Qué hay de Logan?
Logan ha estado en la penitenciaría estatal durante veinte años, y no
puedo evitar pensar que, si nos hubiera elegido a los dos, tal vez él habría tomado
un camino diferente. Uno que no involucrara violencia.
—Oh, cariño —dice con tristeza—. Tu padre y yo hablamos mucho de
ustedes dos. Podríamos haber manejado a otro niño, pero algo no se sentía bien.
Podía sentirlo. Darle un hogar y una familia no iba a ser suficiente para
arreglarlo. Tu padre y yo no nos encontrábamos preparados para tratar con un
niño como Logan. Ambos lo sabíamos. Por muy triste que fuera separarlos, era
lo único que podíamos hacer.
Aprieto la mandíbula mientras pienso en Logan. Era mi hermano adoptivo
cuando éramos niños. Como Jenna y Cora, rebotábamos juntos como si
fuéramos parientes de sangre. Logan siempre parecía perturbado. Sus ojos
siempre lucían fríos. Siempre. Las únicas veces que mostraron calidez fueron
para mí. Se peleó mucho con niños y adultos. Cuando ambos teníamos nueve
años, justo antes de que yo fuera adoptado, él ya fumaba marihuana y robaba
licor, donde yo apenas sabía lo que era.
—Sí. —Es todo lo que puedo responder—. Acabo de llegar a casa de los
Friedman. Te veré más tarde.
—Te quiero, Enzo. Siempre lo he hecho.
—Yo también te quiero, mamá.
Me paro en la entrada y espero en mi auto a que lleguen Dane y Nick. El
teléfono en mi bolsillo se siente como una bendición y una maldición. Estoy
rompiendo las reglas para darle un teléfono a uno de mis chicos. Un teléfono
conectado a mí porque lo incluí en mi plan de teléfono celular. Es sólo buscar
problemas. Pero, cuando entré a la tienda y lo preparé, no pensaba en mi trabajo.
Pensaba en Jenna. Le prometí un salvavidas. Esta es su manera de evitar
ahogarse.
Un par de faros brillan detrás de mí. Salgo del auto, temblando contra el
frío y la nieve, y me acerco para estrechar la mano de Nick y Dane.
—Tú debes ser Nick. Encantado de conocerte finalmente —le digo a mi
amigo vestido con un traje de Santa Claus y con quien sólo he conversado por
teléfono.
—Nick —dice Dane—. Te presento a Lorenzo Tauber. Enzo, este es San
Nick.
Todos nos reímos, pero luego nos ponemos serios cuando nuestras
miradas terminan en la casa con los tristes y solitarios niños dentro.
34
—Y, ¿nos esperan? —pregunta Nick, inquieto como si estuviera nervioso.
—Esperan la visita de Santa y algunos regalos. La madre de crianza no
lucía interesada en una visita de un trabajador social dos días esta semana, pero
la convencí de que esto era algo que hacíamos a menudo y que no formaba parte
del estudio de hogar —digo. Técnicamente, han pasado más de dos días, pero
Nick y Dane no necesitan saber los relatos de mis visitas “no oficiales”—.
Tenemos que andar con cuidado. —Agarro el hombro de Nick y frunzo el ceño—
. Es fácil enojarse cuando vemos las injusticias que se cometen contra estos
niños. Pero, para que podamos protegerlos y ayudarlos, debemos mantener la
calma. Confío en ti al traerte aquí conmigo.
Asiente y luego ambos se dirigen al baúl para recoger los regalos. Tengo el
teléfono en el bolsillo, los nervios empiezan a comerme vivo. Como si fuera a
explotar y todo el mundo supiera que le llevo un teléfono a Jenna. Mi mano
tiembla ligeramente al tocar el timbre.
No se lo daré.
Decisión tomada.
Mi trabajo será seguro y no estaré haciendo algo que parezca superficial,
como tratar de comunicarme con un adolescente. Estoy seguro de que la policía
pensará que soy tan espeluznante como Don. Gracias a Dios que no estará aquí
esta noche, según dijo Barb cuando llamé antes para arreglar esto.
Barb abre la puerta y mira sospechosamente a los que se hallan detrás de
mí mientras suben.
—Sra. Friedman, gracias por permitirnos venir —digo gustosamente. Esta
bruja encierra su comida y deja que su marido vigile a las niñas mientras se
duchan. Odio tener que ser amable con ella, pero conozco las reglas. Hasta que
el juez no revise los informes y tome una decisión, se quedarán atrapadas aquí,
y que me condenen si se lo pongo más difícil a estos niños por ser un imbécil
con su cuidador.
—No es que tuviera elección —se queja.
La seguimos dentro. La casa se siente helada esta noche, lo que hace que
me hierva la sangre. Me hace pensar en mamá, que probablemente le grita a
Elijah o a papá para avivar el fuego porque no está lo suficientemente caliente.
Si mamá estuviera aquí, les enseñaría a estos imbéciles a ser padres de la
manera correcta.
Nick frunce el ceño mientras se adentra en el entorno. El olor rancio del
humo. El aire frío. La falta de adornos navideños. Él y Dane intercambian una
mirada ponderada. Es sorprendente para ellos, pero a mí me resulta demasiado
familiar.
—¡Niños! ¡Vengan aquí ahora mismo! —grita Barb por las escaleras.
Aprieto la mandíbula y camino hasta el rincón más alejado de la sala de 35
estar. No se trata de que yo esté aquí con un chequeo oficial. Es para que esos
niños puedan tener un pequeño momento de una Navidad feliz. Ojalá
pudiéramos hacer más, pero esto es todo lo que podemos hacer por ahora.
Nick se sienta en el sillón reclinable, todo vestido como Santa Claus, y no
puedo evitar dispararle al pobre tipo una sonrisa tranquilizadora y un guiño. Me
gusta que le importe. Siempre es bueno tener un abogado como amigo cuando
se trata de niños y se necesitan jueces para hacer que las cosas sucedan.
La siento antes de verla y muevo la cabeza hacia las escaleras. Jenna, con
una máscara de fiereza y desconfianza, sujeta a Cora fuertemente contra ella
mientras baja las escaleras.
—Jenna —saludo, mi voz ronca de emoción. El deseo de arrebatar a ambas
chicas y llevarlas a casa conmigo es abrumador—. Hola, Cora. —Cora se esconde
de mí como siempre, enterrando su cara en el cabello de Jenna, y no puedo evitar
sentirme abatido.
—¡Chicos! —grita Barb—. ¡Vengan aquí ahora mismo! ¡Tenemos compañía!
Jenna y Cora se acobardan y empiezo a acercarme a ellas. ¿Para hacer
qué? ¿Rescatarlas? No puedo hacer una mierda. No legalmente de todos modos.
Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que vean a Santa y reciban sus
regalos. Y entonces, esperemos que el juez las saque de esta casa donde piensan
que está bien guardar la comida y ver a Jenna.
Los tres niños finalmente salen de arriba. Jenna y Cora se encuentran lo
suficientemente cerca como para que casi las atraiga para un abrazo. Nick,
afortunadamente, toma el control de la situación e interpreta su papel muy bien
como Santa Claus. Mientras todos parecen distraídos, viendo a Joseph hablar
con Santa Claus y recibir sus regalos, me tomo un momento para hablar con
Jenna.
—¿Cómo lo llevan? —pregunto en voz baja.
Se encoge de hombros y besa la cabeza de Cora. —Estamos bien.
—¿Manteniéndose a flote?
Una pequeña sonrisa tira de sus labios. —Apenas, pero sí.
—Jenna, lleva a Cora allá —dice Barb, sacándonos de nuestra
conversación privada.
Jenna la mira con la mirada perdida, pero se acerca a Nick. Es joven, pero
el sistema la ha envejecido. La obligó a crecer hace mucho tiempo. Mientras
sostiene a Cora de forma protectora, me recuerda a una mamá oso. Las garras y
los dientes desnudos, listos para arrancar las gargantas de cualquiera que
pudiera tratar de lastimar a su cachorro. Me duele el pecho por ellas. Me
recuerda demasiado a Logan. Era mi familia como Cora es la suya. A veces la
vida también nos quita a nuestras familias inventadas.
La vida es una mierda.
36
Cora empieza a chillar cuando se da cuenta de que Jenna está a punto de
ponerla en el regazo de Nick. No la culpo. Todos los adultos con los que ha estado
han sido crueles con ella, negligentes o incapaces de hacer algo para ayudarla.
Todos la hemos defraudado.
—¿Quieres sentarte con ella? —pregunta Nick.
No puedo ver la cara de Jenna, pero luce tensa. Ella, como Cora, no ha
tenido la mejor suerte con los adultos y aquí, un hombre adulto quiere que se
siente en su regazo.
—Soy un poco grande —murmura Jenna.
—Soy fuerte. —Nick la guiña el ojo, amabilidad en su sonrisa.
Con Cora en sus brazos, Jenna se sienta en su rodilla. Cora, ahora a salvo
con Jenna, curiosamente extiende la mano para tocar la nariz de Nick.
—¿Santa? —susurra Cora.
—Feliz Navidad, Cora. Has sido una buena chica este año. Te traje algunos
regalos —le asegura.
—¿También Sissy? —pregunta Cora.
Mi corazón se abre de golpe. Estas dos se aman. Un lazo forjado por las
circunstancias, pero el amor no menos que si tuvieran la misma sangre corriendo
por sus venas.
—Sissy también —dice Nick—. Las dos mejores chicas de mi lista.
Dane le da a Nick sus regalos. Primero el de Cora y luego el de Jenna. A
Cora le gustan todos sus regalos, pero se fija en el koala de peluche. Creo que
Jenna podría llorar cuando abra su Kindle. Eventualmente le dan las gracias a
Santa Claus y se dirigen a mí. Malachi termina en el regazo de Santa mientras
me concentro en Jenna.
Tiene ojos muy tristes, pero parece muy fuerte. A pesar de todo. Necesita
un salvavidas. Le prometí que le daría uno. Es Navidad después de todo. No creo
que mi decisión haya durado demasiado. Simplemente saco el teléfono de mi
bolsillo y se lo doy discretamente. Sus ojos se abren de par en par por un
momento mientras registra lo que le estoy dando, y luego rápidamente lo mete
dentro del bolsillo de su sudadera con capucha antes de que alguien se dé
cuenta.
Lo hice.
Le di una forma de ponerse en contacto conmigo, aunque probablemente
me despidan por ese movimiento.
La culpa debería abrumarme, pero todo lo que siento es alivio. 37
No se ahogará.
Le he lanzado un salvavidas. La salvaré. Las salvaré a ambas.
—¿Qué es esto? —le pregunto a Cora mientras señalo a su oso—. ¿Es un
koala parlante?
Me sonríe tímidamente mientras me ofrece su peluche. Se lo quito y
pretendo ser el oso, haciéndole hablar con ella sobre lo que él quiere para
Navidad.
—Una bicicleta nueva, un trampolín y una casa en el árbol —digo con voz
chillona, moviéndolo hacia ella.
Cora se ríe y el sonido me llega al corazón. Tan dulce y encantadora. Nunca
se ha acostumbrado a mí, y siento como si hubiera cruzado una gran barrera
con ella. Cuando miro a Jenna, me mira con una mirada extraña. Le guiño el ojo
y sus mejillas se vuelven rosadas.
—Tengo hambre. —Gime Joseph.
Barb lo mira con rabia. —Nada de comida después de la cena.
Puede que haya conseguido que quiten las cerraduras, pero eso no
significa que pueda hacer que les quiten sus estúpidas reglas. Estos pobres
chicos deberían estar comiendo jamón, galletas y dulces. Es Nochebuena, por el
amor de Dios. No deberían tener que rogar por un bocadillo.
Los ojos de Nick brillan con furia y abre la boca, como si estuviera a punto
de decir algo, pero lo detengo con un movimiento de cabeza. Los sacaremos de
aquí. Tal vez no hoy o mañana, pero los moveremos una vez que el juez tenga
tiempo de leer mis informes. Si no estuviéramos en medio de las vacaciones, se
movería mucho más rápido.
—Es hora de que Santa se vaya —dice Barb en tono frío—. Tiene otros
niños que ver. —Se acerca y saca a Xavier del regazo de Nick.
—Gracias por permitirnos venir —le digo a Barb. Mi mirada se fija una vez
más en Jenna mientras nos dirigimos hacia la puerta.
Llámame más tarde cuando puedas, y hablaremos.
Mi mensaje tácito debe llegar a sus oídos porque Jenna asiente. Sus ojos
brillan con alivio y siento que he hecho algo bien, no importa lo poco ético que
sea.
38
Jenna
E
s medianoche después de que todos se hayan dormido cuando me
atrevo a llamar a Enzo. Llevó mucho tiempo acostar a Cora, quien
ronca suavemente desde el otro lado de la habitación. Mi corazón
golpea erráticamente en mi pecho mientras presiono su nombre; el único de la
lista de contactos. Responde en el primer timbre, como si estuviera esperando
mi llamada.
—Jenna —murmura.
Su voz, llena de fatiga, parece más profunda y ronca. Puedo sentirla
arañando su camino dentro de mí y haciendo un hogar. Se encuentra lejos de
39
ser una sensación desagradable. De hecho, mi piel se calienta por mi reacción a
la forma en que dice mi nombre.
—Enzo.
Permanece en silencio por un tiempo. Me hace preguntarme si también
aprecia el sonido de mi voz. ¿Lo guardará en su banco de memoria para más
tarde? Las imágenes de Enzo y yo, juntos y no separados, inundan mi mente.
Fantasías tontas de mí y de mi nuevo enamoramiento.
—¿Cómo estás? —pregunta, su voz volviendo a ser educada y profesional.
Estoy un poco irritada de estar aquí fantaseando con él, y me está
hablando fuera de servicio. —Bien. —Dejo salir, sonando como una adolescente
malcriada. Hago un gesto de dolor porque quiero que piense en mí como algo
más.
—¿Cómo estás realmente? —Su risa me calienta. También me reconforta
que me conozca mejor para aceptar una respuesta desdeñosa a sus preguntas.
—Cansada...
—Bueno, es medianoche...
—No —interrumpo—. Estoy cansada de todo.
—¿Qué significa eso? —exige en tono de pánico.
Mi estómago se revuelve. —No voy a hacerme daño —le aseguro—. Estoy
cansada de tener que depender de la gente. Quiero valerme por mí misma.
—Está bien necesitar a la gente.
¿Como él?
¿Por qué siento que últimamente lo necesito? Necesito que me mantenga
a salvo de gente como Juanita y Don. Necesito que me asegure que todo va a
estar bien y que no me ahogaré. Necesito que me ayude a salir de aquí.
—Necesito gente —admito—. Cora y... —Tú.
—¿Estás a salvo? ¿Tu puerta se halla cerrada con llave?
Miro a la puerta en la oscuridad. Está cerrada, pero la manija de la puerta
no. Don se lo quitó después de que Enzo se fuera hoy temprano.
—Estoy a salvo. —Mentiras. Pero, ¿qué puede hacer al respecto?—. ¿Qué
harás en Navidad? —pregunto, desesperada por cambiar de tema.
—Voy a casa de mamá —dice, con una sonrisa en su voz.
—Debe ser agradable. —No lo digo amargamente, sólo sinceramente. Un
día, Cora tendrá las Navidades más maravillosas. Me aseguraré de ello. Cumpliré
dieciocho años en febrero y luego cambiaré nuestras vidas para mejor. Muy
pronto.
—Jenna —murmura—. Sé cómo te sientes, y lo siento.
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—Y, ¿lo haces? Porque ni siquiera sé cómo me siento la mitad del tiempo
—respondo gruñendo.
—Yo era como tú hasta que... —Se calla y suspira—. Mamá y papá me
adoptaron.
¿También era un niño adoptivo?
—¿Eras feliz? —Respiro, lágrimas nadando en mis ojos mientras trato de
imaginarme ese día. Una buena mamá y papá para que vengan a buscarte y te
den una vida encantadora como en todas las películas.
—Lo era. Sin embargo, tuvo un gran costo —dice con tristeza—. Logan. No
podían manejarnos a los dos. Ya tenían a Elijah.
—Lo siento —susurro. Si alguien nos separara a Cora y a mí, perdería la
cabeza. Claro que no. Ella es mi bebé. De nadie más. Mía.
—Estoy aquí si necesitas hablar, es todo lo que digo.
Las tablas del suelo crujen por el pasillo y me congelo. —Tengo que irme
—digo antes de colgar. Escondo el teléfono debajo de la almohada y finjo que
duermo.
Creeeak.
Abro un ojo, esperando ver a uno de los chicos, pero mi piel se enfría al
ver a Don. Se halla de pie en el medio de la habitación, usando sólo sus
calzoncillos.
Vete de aquí. Vete de aquí. Vete de aquí.
En vez de caminar hacia mí, se dirige a donde duerme Cora. El pánico
tranquiliza mi corazón. Cuando trata de alcanzarla, dejo salir un gemido de
sueño, esperando asustarlo. Se congela y se vuelve hacia mí.
Con los ojos cerrados, intento desesperadamente calmar mis nervios.
Cuando siento una mano caliente en mi mejilla, contengo un aliento agudo.
Mueve la mano debajo de la manta y manosea mi pecho sobre mi camisón. Estoy
aturdida, el miedo me mantiene inmóvil, hasta que desliza su mano más abajo.
Llega hasta la parte baja de mi estómago antes de perderlo. Le araño el brazo y
retuerzo mi cuerpo, dándole patadas y sacudiéndolo para alejarlo de mí.
—¡Mierda! —Gruñe.
Mi pie se conecta con sus preciosas joyas de la familia y aúlla en agonía,
cayendo al suelo, agarrando su polla y sus pelotas magulladas. Cora empieza a
llorar cuando se despierta. Me resbalo de la cama y rescato a mi bebé mientras
Don gimotea desde el suelo.
—Sal de mi cuarto, pervertido —siseo.
—Maldita perra —murmura mientras se levanta con las piernas
41
tambaleantes, todavía sosteniendo su pene.
Cora entierra su cara contra el costado de mi cuello y me retuerce el
cabello. La sostengo contra mí, luchando contra las lágrimas. El teléfono zumba
bajo mi almohada varias veces. Cuando se vuelve a dormir, lo saco.
Enzo: ¿Estás bien?
Enzo: Jenna, hazme saber que estás bien.
Enzo: Si no contestas, voy a llamar a la policía.
Lloro en silencio mientras leo sus textos. Finalmente, le respondo.
Yo: Ahora estoy a salvo, pero no puedo quedarme aquí mucho más tiempo.
Sácame de aquí.
Su respuesta es inmediata.
Enzo: ¿Tengo que ir ahora?
Giro la cámara hacia mí y hacia Cora, y tomo una selfie que la hace saltar
del flash brillante. En la foto, ella se aferra a mí y yo tengo la cara roja de lágrimas
empapando mis mejillas. A la mayoría de las chicas de mi edad les preocupa que
el tipo que les gusta las vea en su peor momento.
Sólo quiero que me vea.
Después de enviarle la foto, escribo una respuesta.
Yo: Mañana es Navidad. Disfruta de la tuya. Puedo luchar contra ese
bastardo hasta entonces.
Antes de que pueda responder, guardo el teléfono y me quedo dormida,
rezando para que realmente pueda hacerlo.
44
Enzo
—P
atty y Junior Grayson son buenas personas —le aseguro a
Jenna mientras conducimos.
Sus cejas se fruncen y agarra un hilo de su abrigo. —
Correcto. Si fueran tan buenos, habrían dejado que los chicos también vinieran.
Dejo escapar un suspiro de frustración. Los Grayson sólo tenían espacio
para dos más. Seth tomó a los tres niños y los colocó en otro hogar igualmente
bueno. Cuando el juez Rowe falló a nuestro favor esta mañana, me sentía
eufórico de haber sacado a los cinco de la pareja Friedman, aunque eso
significara separarlos. Mientras Cora y Jenna no se separaran, lo consideraría
45
un éxito.
—Estoy haciendo lo mejor que puedo, Jenna.
Mira por encima de su hombro y le da un beso a Cora antes de volverse
hacia mí. —Lo sé —admite, su voz pequeña y vulnerable—. Siempre tengo que
mantener la guardia alta.
Entiendo.
La esperanza es inútil para niños como ella, Cora y los chicos.
Seguro que era inútil cuando era niño.
—¿Ya cenaron?
Resopla. —¿Qué te parece? ¿Que ese imbécil de Don nos prepararía una
comida de despedida? Cierto. Eres un soñador, Enzo. —A pesar de sus cínicas
palabras, sonríe.
Se supone que debo llevarlas directamente a casa de los Grayson, pero
necesitan comer. Doblo en la siguiente salida antes de bajar a un restaurante
que sirve casi de todo. Cuando estaciono, Jenna me muestra una sonrisa de
agradecimiento que tiene mi corazón en expansión. A la chica le vendría bien
sonreír un poco más a menudo.
—¡Comer! ¡Comer! —grita Cora alegremente desde el asiento trasero.
Me río cuando salgo del auto y desabrocho a Cora de su asiento.
Sorprendentemente, me busca. Sin perder la oportunidad, la recojo y la abrazo.
Esta niña es linda como el demonio.
—¿Tienes hambre, mocosa?
Me sonríe. —Y mami también.
Frunzo el ceño y miro a Jenna confundida. Su cara se enrojece.
—Sissy —corrige a Cora—. Apuesto a que quieres un sándwich de queso a
la parrilla, ¿eh?
—Entonces démosle un sándwich a la chica —les digo a ambas, sonriendo.
Jenna extiende sus manos por Cora, pero ella apoya su cabeza en mi
hombro.
—No hay problema —le aseguro a Jenna—. La tengo.
Los ojos verdes de Jenna se entrecierran y sus labios se estrechan. Cuando
está en modo Mamá Oso, no parece una chica de casi dieciocho años. Parece
una mujer adulta que ha visto mierda en su vida y hará cualquier cosa para
proteger a su hija.
Le doy una palmadita en la cabeza a Jenna.
—Yo me encargo de esto. Confía en mí. 46
Cora me imita y también le da palmaditas en la cabeza a Jenna, ganándose
una sonrisa de nuestra chica gruñona.
—Vamos —dice Jenna con un suspiro—. Tengo hambre.
Entramos en el restaurante ambientado en los años 50 y Cora grita al ver
el tren que se desliza a lo largo de una vía suspendida del techo. Una canción de
Elvis suena en la rocola y nos saluda una camarera amistosa de cabello blanco
llamada Earlene.
Agarra algunos menús y nos guía hasta un puesto redondo en la esquina.
Es demasiado grande para nosotros tres, pero no nos quejamos. Cora se instala
entre Jenna y yo. Earlene se preocupa por lo adorable que es, y le da unos lápices
de colores y una hoja para colorear antes de salir corriendo a buscar agua para
nosotros.
—Este es un lugar divertido, ¿no, Cora? —dice Jenna, suavizando el
cabello rubio y desordenado de Cora.
—Tren, mami —chilla Cora en respuesta. Deja de pintar para señalar el
tren que pasa.
—¿Mami? —Levanto una ceja hacia Jenna.
—A veces se confunde —responde, sin hacer contacto visual.
Lo dejo pasar por ahora. Hablaré con ella más tarde cuando no tengamos
oídos pequeños escuchando. La corrigió la primera vez que lo oí, pero ahora no.
De hecho, todo lo que hace alienta el comportamiento de Cora hacia Jenna.
Earlene vuelve para tomar nuestro pedido. Jenna no pide mucho para ella
y para Cora, así que les añado unos cuantos platos más para que los prueben,
así como mi propio pedido, incluyendo batidos de leche. Ambas chicas sonríen
cuando Earlene les trae batidos de lujo apilados con crema batida y encima
cerezas.
—En febrero, cumpliré dieciocho años y podremos tener días divertidos
como éste todo el tiempo. ¿Eh, Cora? —le dice Jenna a la niña, sus ojos verdes
brillan de emoción.
Cora asiente alegremente y balbucea sobre su koala. Todavía me
impresionan las palabras de Jenna.
—Tendrás que conseguir un permiso especial para visitarla —le recuerdo
a Jenna.
—¿Visitarla? —Sus fosas nasales se ensanchan—. No voy a visitarla, voy
a adoptarla.
El batido se amarga en mi estómago. —Jenna, sabes que no funciona así.
Sus ojos verdes me miran fijamente, feroces y desafiantes. —¿Así cómo?
Un niño necesita ser adoptado. Un adulto quiere adoptarlos. Se aman el uno al
47
otro. ¿Qué más quieren?
Comprobante de residencia. Historial laboral. Ingresos constantes.
Ciertamente no dejan que los adultos recién convertidos adopten niños
pequeños. Simplemente no funciona de esa manera.
Earlene interrumpe nuestro momento de tensión dejando unos palitos de
queso mozzarella y unos pepinillos fritos. Jenna frunce el ceño mientras come.
—Sólo estoy diciendo... —empiezo, pero me interrumpe.
—Bueno, no lo hagas —dice amargamente.
Pasamos la siguiente media hora comiendo en silencio. Cora habla
alegremente y con colores, pero Jenna se niega a hacer contacto visual conmigo.
—Quiero ir al baño —le dice Cora a Jenna.
Se van y doy un suspiro de frustración. Si el amor fuera suficiente, muchos
niños tendrían mejores lugares para vivir. Pero, el amor no paga las cuentas.
Jenna tiene esta meta imposible de adoptar a Cora y, por supuesto, tengo que
ser el malo y hacer estallar su burbuja.
Para cuando regresan, ya he pagado la cuenta y estoy esperando en la
puerta con sus abrigos. Jenna ha vuelto a cerrar el trato conmigo. Al menos Cora
me parece que se calienta con cada visita. El camino a casa de los Grayson no
está lejos y, cuando llegamos, las dos chicas han perdido el fuego. Las cejas de
Jenna se fruncen por la preocupación, y Cora se esconde tímidamente en el
cabello de Jenna. Me froto la cara con la palma de la mano y las guío hasta la
puerta principal. Una chica, probablemente de unos trece años, abre la puerta.
—A menos que estén vendiendo galletas de las exploradoras, no queremos
ninguna —dice la niña en forma de saludo.
Dejo salir una risita. —Vengo a ver al señor y la señora Grayson.
La chica me mira y luego deja salir un resoplido. —¡Señorita Patty, tiene
más niños!
—Bueno, déjalos entrar, Delia —grita Patty—. ¡Se van a resfriar contigo
interrogándolos así!
Jenna me da una mirada de pánico.
Le doy una sonrisa tranquilizadora. Si mi mamá alguna vez me enseñó
algo, es que algunas personas son gritonas, pero eso no las hace malas. Algunas
de las personas más ruidosas son tan buenas como el oro.
—Vamos —dice Delia, haciéndonos señas para que entremos—. Llegaron
justo a tiempo para ver a Faye quemar los cupcakes. Ella lo quema todo.
—¿Cupcakes? —pregunta Cora, animándose.
Seguimos a Delia a la sala de estar donde Patty Grayson se sienta en un
sillón reclinable. Moana reproduciéndose en la televisión, y una niña de no más 48
de cinco años se sienta en el suelo, jugando con muñecas. Otra niña, de unos
siete años de edad, pone clips en el cabello salvaje de Patty, de color rojo
anaranjado.
—¡Mira lo que ha traído el gato! —dice Patty con un resoplido—. Vamos al
zoológico. Siempre hay lugar para unos cuantos monos más.
Jenna se tensa a mi lado. Le doy una palmadita en la espalda para que
sepa que está bien.
—Señora Grayson, ella es Jenna, y la pequeña es Cora. Se quedarán aquí
—le digo en un saludo—. Chicas, esta es la señora Grayson.
Una adolescente sale de la cocina, agitando frenéticamente las manos en
el aire. —¡Se quemaron, señorita Patty! Los observé. Decía que los sacara entre
once y trece minutos. ¡Sólo han pasado diez y se han quemado!
Delia se ríe. —Se los dije —nos dice a mí y a Jenna.
—Cuando Junior llegue a casa del trabajo, cuéntaselo todo. Sabes que he
estado intentando que ese chico se rinda y me compre un horno nuevo. Nunca
me escucha, pero no puede decirles que no. —Patty coge su vaso de té helado y
toma un sorbo—. Hay otra caja de esa mezcla para pasteles en la despensa.
Inténtalo de nuevo y ten cuidado, Faye. La próxima vez compraré más en la
tienda.
Faye refunfuña, pero asiente mientras regresa a la cocina, aparentemente
sin preocuparse por nuestra llegada.
—Jenna —dice Patty—. La quema cupcakes es Faye. Tiene dieciséis años.
Un verdadero amor. Esa atrevida de ahí es Delia. No sé de dónde saca esa boca.
—Ella y Delia se ríen a carcajadas, como si fuera una broma interna. Luego,
Patty señala a la pequeña—. Noelle tiene cinco años y le encantan las muñecas.
Apuesto a que te divertirías jugando con ella, Cora.
—Muñecas —dice Cora en voz baja y señala. Se mueve y Jenna la pone de
pie. Luego, con cuidado, se acerca a la niña.
—Y la estilista aquí es Lola. Lola tiene casi ocho años. Una niña talentosa
para poder hacer que este lío se vea bien —dice Patty, saludando con la mano.
No puedo evitar reírme. Se ve ridícula con moños en el cabello, pero Lola
parece feliz de jugar a disfrazarse con ella. —Muy talentoso en verdad.
—Delia, cariño, ¿por qué no le enseñas a la señorita Jenna dónde se va a
quedar?
Delia le hace señas a Jenna para que la siga. Jenna mira a Cora, pero ya
está jugando a las muñecas con Noelle.
—Estará bien —le asegura Patty, su voz suave por primera vez.
Jenna deja escapar un aliento tembloroso, pero asiente. Subo con ella por 49
las escaleras detrás de Delia. Delia nos da un rápido recorrido por el espacio y
luego la lleva a un dormitorio al final del pasillo.
—Éste será tuyo y de Faye. Las mayores siempre consiguen la mejor
habitación —se queja Delia, pero no parece muy molesta—. Ésa de ahí es donde
se quedan los pequeños.
—¿Cuál es la tuyo? —le pregunto a Delia.
—Bueno, era con Faye, pero la señorita Patty me pidió que me fuera con
Noelle y Lola porque dijo que querrías estar cerca de Cora.
Dejo escapar un aliento de alivio. Cuando Patty y yo hablamos antes,
después de que el juez Rowe tomara su decisión, le dije que eran muy unidas y
que dudaba seriamente de que Jenna dejara a Cora fuera de su vista.
—Muy amable de tu parte, Delia —digo—. ¿Verdad, Jenna?
Jenna asiente a regañadientes.
—Si me necesitas, estaré en mi nueva habitación, tratando de quitarme el
olor a cupcakes quemados de la nariz —nos informa Delia, antes de salir de la
habitación.
Jenna mira alrededor del área y deja su bolso en el suelo. —Tienen muchas
cosas.
Le devuelvo una sonrisa. Todas las demás casas eran escasas en los
dormitorios. Este dormitorio parece bastante habitado, desde las coloridas
colchas hasta las luces blancas de Navidad colgadas a lo largo de las paredes.
Los carteles se alinean en las paredes, algunos de los cuales son bandas de
chicos asiáticos y Thor. Cientos de fotografías polaroid han sido grapadas a la
pared en un collage gigante.
—Parecen felices —digo suavemente.
Espero otro comentario amargo, pero cuando nuestros ojos se encuentran,
los suyos son vidriosos con lágrimas. Cuando su labio inferior tiembla, no puedo
evitar ir hacia ella y envolverla en un abrazo reconfortante.
—Está bien —le aseguro—. Todo va a estar bien.
—Estoy tan cansada —murmura contra mi pecho.
Le acaricio el cabello con los dedos. —Lo sé. Creo que ya puedes descansar.
Este lugar es seguro.
Su cuerpo se relaja contra el mío. —Pero, ¿qué hay de su marido?
La ansiedad sangra en sus palabras. Levanta la cabeza para buscar en mi
cara la tranquilidad. Con sus ojos verdes y húmedos de lágrimas, parecen
granates brillantes.
—Me mandas un mensaje más tarde, o me llamas. Hazme saber sobre el 50
ambiente. Recuerda, estoy aquí para protegerte.
—Siento lo de antes —dice—. Últimamente, soy un desastre. Mis
emociones están por todas partes.
—Es comprensible.
Levanta la mano y suavemente acuna mi mejilla. Su toque parece
electrizarme, y estoy aturdido por la repentina sacudida de la conciencia que se
desliza a través de mí. La tristeza se ha disipado y sus rasgos son curiosos. Estoy
congelado en su mirada, perturbado por el cambio de nuestro abrazo. El
momento pasa de ser reconfortante a algo más.
—Jenna... —empiezo, mi voz un poco ronca.
Se muerde el labio inferior y frunce el ceño. —Hueles bien.
No puedo evitar sonreír. —Gracias. Tú también hueles bien —respondo en
forma de broma.
Me recompensa poniendo los ojos en blanco antes de apoyar otra vez su
mejilla en mi pecho. Confortarla se siente como algo natural. Inhalo su cabello.
—Hueles a pepinillos fritos —le informo.
Se ríe, el sonido resonando en mi corazón. —Asqueroso.
—No es asqueroso —murmuro antes de besarle la cabeza.
Sus brazos se tensan a mi alrededor. Ojalá pudiera abrazarla para
siempre. Jenna necesita que alguien la abrace y le recuerde que es una gran
chica con una vida brillante por delante. Su infancia puede haber sido una
mierda, pero está a punto de pasar a una etapa mejor en su vida.
—Si hay una manera, ¿me ayudarás a encontrarla? —pregunta en voz
baja. Su cabeza se levanta de nuevo.
Me quedo atrapado en su intensa mirada por un momento antes de
admirar lo bonitos que son sus rasgos. Simple, pero clásicamente hermosa.
Labios perfectos y pálidos. El impulso de besar esos labios me hace alejarme de
ella. Sacudo mi cabeza brevemente para ahuyentar los pensamientos que no
tienen cabida a su alrededor.
—Lo investigaré —le prometo—. Pero, vas a tener que hacer algo de trabajo
de campo también, Jenna. Un trabajo a tiempo parcial sería un buen comienzo.
Puedo ayudarte con eso. Sólo avísame cuando estés lista.
—Gracias —murmura antes de acercarse a mí y luego pararse de puntillas.
Planta un beso en mi mejilla que hace que mi alma arda en llamas—. Gracias
por ayudarme.
—Siempre lo haré —prometo.
Me recompensa con una sonrisa impresionante.
51
Jenna
Tres semanas después
M
e despierto con el olor de algo que se quema. Frotando el sueño
de mis ojos, miro para descubrir que Faye no está, lo que significa
que se halla cocinando. La cocina de Faye siempre es desastrosa.
Todavía no puedo evitar sonreír. Patty y Junior son amables. Genuinamente
agradables. Me sentía preocupada cuando Junior apareció la primera noche.
Esperé a que me mirara. Pero, Junior era un tipo grande y gordo con sólo ojos
para su esposa. Patty le da órdenes, y Junior sólo cumple sus órdenes. También
le compró el horno nuevo que buscaba.
52
Puedo oír a Patty gritando abajo, pero ya no me estremece. Le grita a todo
el mundo y nunca se enfada. Nunca. La he provocado un par de veces para
ponerla a prueba y simplemente cambia de tema. Como si no acabara de dejar
escapar la palabra “perra” o me negara a cargar el lavavajillas. Después de un
par de veces, la culpa se apoderó de mí. Ahora, trato de no causar problemas.
La cama de Cora está vacía, y puedo oírla a ella y a Noelle peleándose por
una muñeca en la habitación de al lado. Lola hace de pacificadora mientras Delia
canta muy fuerte en la ducha al final del pasillo. No está nada mal aquí. No me
importa montar la ola de Patty y Junior Grayson hasta que cumpla dieciocho
años en poco más de un mes.
Mi teléfono suena y lo saco de debajo de mi almohada.
Enzo: Pensé en llevarte hoy a la casa de las mujeres. Te mostraré dónde te
quedarás y te dejaré conocer a las mujeres de allí. ¿Estás libre?
Gimo mientras contesto.
Yo: Muchas otras cosas más emocionantes que eso... como contar los
cabellos de mi cabeza o escuchar a Lola tocar el clarinete.
Me responde antes de que tenga la oportunidad de sentarme.
Enzo: Tienes que hacer esto. Además, pensé que podría convencerte con
papas fritas y queso. Sé que la clave de tu corazón es la comida.
Me tomo una selfie mañanera con la lengua afuera y se la envío.
Enzo: Arregla ese cabello matutino, Oscar, y estaré allí en un par de horas.
Una sonrisa me tira de los labios. Le gusta llamarme Oscar. Como Oscar
el gruñón de Plaza Sésamo. Ni siquiera me molesta porque sé que a veces puedo
ser un oso.
Yo: Bien, tú ganas.
Enzo: Siempre lo hago.
56
—S
e enfermó de nuevo —dice Jenna, con la voz tensa y
preocupada.
Echo un vistazo al reloj. Es tarde, casi la una de la
mañana. —¿Sus oídos?
—Sí —dice con lágrimas en los ojos—. Se siente muy caliente y no puedo 58
despertarla.
—Eso no suena bien. Ve y despierta a Patty, cariño.
—Está bien, lo haré. ¿Enzo?
—¿Sí?
—Tengo miedo. —Su voz tiembla y me duele el pecho por ella.
—Lo sé. Ve a buscar a Patty y mantenme informado.
En cuanto colgamos, me pongo algo de ropa y me cepillo los dientes. Esto
va más allá de mis deberes como asistente social, pero no me importa. Jenna
necesita mi apoyo. Va a necesitarlo mucho más cuando tenga que dejar a Cora
y salir sola.
El pensamiento es uno oscuro que me inquieta.
Cuando hablamos por teléfono, se siente segura de que puede hacer que
funcione. Pero, yo soy el realista, y sé que no es así. Desafortunadamente, ya no
tengo el corazón para decirle lo mucho que se equivoca.
Jenna: Nos dirigimos al hospital.
Me pongo unos zapatos, cojo mi abrigo y estoy fuera en cinco minutos.
Hace un frío infernal esta noche de febrero, pero al menos no hay tráfico. Llego
al hospital diez minutos después, justo cuando Patty y las chicas llegan. Saliendo
de mi auto, me acerco a ellos, con los nervios destrozados por la preocupación.
—Señor Tauber —dice Patty, frunciendo el ceño—. No esperaba verlo aquí.
—Yo lo llamé —dice Jenna mientras desabrocha a Cora de su asiento—.
No sabía si tenías toda su información médica.
Patty asiente, aparentemente confundida en cuanto a por qué estoy aquí.
—Aquí —le digo a Jenna—. Déjame ir a cogerla.
Se aparta del camino y tomo a Cora a mis brazos. La pobre chica se siente
flácida y muy caliente. Le aliso el cabello y beso su cabeza. Con mi brazo libre,
abrazo a Jenna a mi lado.
—Todo va a salir bien —le aseguro—. La curarán enseguida.
Jenna me da una sonrisa acuosa y asiente antes de irse. Mientras Patty
se pone a registrar a Cora, me siento con Jenna en la sala de espera. Apoya su
cabeza en mi hombro. Con ambas chicas conmigo, algo se siente bien y completo
en mi mundo. Un dolor que parece estar siempre presente parece desaparecer.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunto a Jenna.
Su mano se desliza en la mía y la aprieto.
—Mucho mejor ahora.
Cora se sacude y gime, lo que hace que Jenna casi rompa los huesos de
mi mano con su agarre mortal. 59
—Shhhh —les digo a los dos—. Está bien.
Cora vuelve a dormir y Jenna se relaja.
—¿Qué te parecieron las ofertas de trabajo que te envié? —pregunto, con
la esperanza de distraer a Jenna de su estrés.
—El trabajo de archivadora en el bufete de abogados suena un poco
aburrido —dice con un suspiro—. Pero, el trabajo de recepcionista suena bien.
También tienen buenos horarios, lo que sería bueno para Cora.
Me muerdo la lengua para no decir nada sobre su comentario de Cora. —
Mi amigo Drew es el dueño de la clínica de fisioterapia. Sé que es sólo un trabajo
de recepcionista, pero contrata a muchos internos. Mencionaste que te
interesaba entrar en la medicina algún día. Podría ser un buen lugar para tener
el pie en la puerta, especialmente mientras vas a la universidad. Puedo hablarle
bien de ti.
—De acuerdo.
Un suspiro aliviado pasa por mis labios. —De acuerdo. Mañana, llena la
solicitud y le enviaré un mensaje para avisarle que le va a llegar.
—Gracias, Enzo. Haría lo que sea por ella.
Aprieto a Cora mientras trato de esconder mi mueca de dolor. Jenna cree
que puede conseguir un trabajo y luego adoptar a Cora. Dios, si tan sólo fuera
tan simple.
Eventualmente, Patty se une a nosotros y esperamos mucho tiempo hasta
que nos llaman. La enfermera le toma los signos vitales, le hace algunas pruebas
y luego se va corriendo a buscar al médico. Momentos después, un tipo de cabello
oscuro de unos cuarenta y tantos años pasa la cortina y entra en nuestra
habitación.
—Parece que tenemos una niña enferma aquí —dice el doctor como
saludo—. Soy el Dr. Venable. —Sus ojos verdes son intensos y familiares, pero
no sé si lo conozco.
—Creo que son sus oídos —dice Jenna—. Frecuentes infecciones de oído.
La Dra. Venable sacude sus palabras y mueve la cabeza en su dirección,
como si sólo la notara por primera vez. —¿Gayla?
Jenna frunce el ceño. —Jenna.
Me pongo rígido y me siento en mi silla, intercambiando una mirada con
Patty. A ninguno de los dos parece gustarnos la forma en que mira a Jenna.
—¿Hay algún problema?
El Dr. Venable mira a Jenna por un rato más y luego me da un ligero 60
movimiento de cabeza antes de volver a Cora. Pasa algún tiempo escuchando
sus pulmones, mirando sus oídos y garganta, y revisándola. La habitación se
vuelve incómodamente silenciosa. Este médico de urgencias tiene un buen trato
con los pacientes.
—Doble infección de oído. Voy a revisar la prueba de estreptococos que le
administró la enfermera Becky. Está deshidratada, así que quiero que empiece
con algunos líquidos. Le daremos algo para bajarle la fiebre también. Agárrate
fuerte —dice, antes de salir de la habitación.
Patty baja la cremallera del bolso y empieza a escarbar. —¿Era sólo yo o el
Dr. Espeluznante se comportaba raro?
Contengo una risa. —Definitivamente era raro.
La enfermera Becky regresa y nos lleva a los cuatro a sostener a una Cora
gritando para que le coloquen la aguja intravenosa. Jenna termina arrastrándose
a la cama y sosteniéndola antes de que Cora se calme. Se duermen en los brazos
de la otra. Pronto, Patty se duerme en su silla, roncando tan fuerte que estoy
tentado a patear su silla para despertarla. Yo también estoy cansado, pero no
puedo dejar de mirarlas.
Jenna y Cora.
Una pareja unida por el destino.
Dos chicas que pronto se separarán.
El cumpleaños de Jenna se avecina en una semana. Cuando cumpla los
dieciocho años, ambos mundos se pondrán patas arriba.
—¿Eres su marido? —pregunta el Dr. Venable en voz baja cuando se
asoma para comprobar las cosas.
Mi corazón hace un golpe posesivo en el pecho. Aparto esos pensamientos
y sacudo la cabeza. —Su asistente social. ¿Por qué?
No me gusta su interés en Jenna. Me pone nervioso.
—Se parece a alguien que solía conocer —murmura.
—No la conoces —digo—. Tiene diecisiete años. Una niña adoptiva.
Sus ojos verdes se entrecruzan con los míos. Es entonces cuando empiezo
a darme cuenta de dónde reside la familiaridad. Me recuerdan a...
—Diecisiete, ¿eh? —Aprieta los ojos y pellizca el puente de su nariz—.
¿Sabe quién es su padre?
Me pongo tenso y estrecho mis ojos hacia él. Es alto y en forma. Un médico
joven con una cara bonita. Cuando sus ojos se vuelven tormentosos y torturados,
mi intestino se ahueca porque he visto esa expresión antes en otra persona.
Mierda. —No, no lo sabe.
Se pasa los dedos por su cabello. —Esto va a sonar muy loco, pero... —
Suspira—. Escuché su voz. Sonaba como una mujer con quien salía cuando me 61
encontraba en la facultad de medicina. La escuela era estresante y ella me ayudó
a olvidarme de las cosas. Y luego, cuando la vi...
Miro a Jenna mientras duerme. Tan hermosa y serena.
—Ella es la viva imagen de Gayla —dice bruscamente—. No sé cuál es el
protocolo, pero me gustaría ver si ella es... —Se calla, como si no pudiera
terminar.
Muevo mi atención sobre él. Esto es lo último que necesita ahora mismo.
Falsa esperanza o un nuevo padre. De cualquier manera, joderá con su ya frágil
estado de ánimo. —Dame tu número y lo veremos más tarde.
—O podríamos verlo ahora —dice una voz desde la cama.
Jenna me mira con sus brillantes ojos verdes.
—¿Crees que podrías ser mi padre? —le pregunta al Dr. Venable.
Entra en la habitación y asiente. —Gayla y yo éramos descuidados
entonces. El estrés era abrumador. En un momento dado, me pregunté si tal vez
estaría embarazada. Pero entonces, me dejó. Se fue sin despedirse. Nunca volví
a verla ni a saber de ella. Incluso la busqué a lo largo de los años, hasta que...
—Se aleja y baja la mirada a sus pies.
—¿Hasta qué? —pregunta Jenna en voz baja.
—Me enteré de que murió. Se suicidó.
—Hay procedimientos y protocolos que debemos seguir —digo con
cansancio.
—Haz la prueba —dice Jenna—. Toma sangre o lo que necesites.
Se escabulle de la habitación y se va sin decir nada más.
—Jenna —me quejo—. Para algo como esto, voy a tener que hacer el
papeleo.
—Cumpliré dieciocho años al final de la semana. Haré la prueba, Enzo.
Estamos hablando de mi vida. —Acaricia el cabello de Cora con los dedos—. Su
temperatura ha bajado.
Me paro y camino hasta la cama. Tomando la mano de Jenna, le doy un
apretón. —La gente se parece. No te hagas ilusiones. —Sobre esto. Sobre Cora.
La esperanza es peligrosa para una persona en el sistema. La mayoría de las
veces la esperanza te decepciona.
—Prefiero descartarlo y seguir adelante con mi vida —dice—. Pero, si es mi
padre... —Las lágrimas rebosan en sus ojos y traga—. Me gustaría conocer a mi
familia, si hubiera una oportunidad. Tú, de entre todas las personas, deberías
entender eso.
Mamá, papá y Eli son mi familia, pero si hubiera una oportunidad de
conocer a mi verdadero padre y a mi verdadera madre, lo haría en un abrir y
cerrar de ojos. Todos quieren saber de dónde vienen. Si tienen otros hermanos o
62
problemas de salud que podrían transmitirse. Saber te da un poder que no te es
concedido cuando eres huérfano.
—Si eso es lo que quieres, no te detendré. —Dejo escapar un suspiro de
derrota—. Simplemente no sé nada al respecto.
Sonríe de manera conspirativa. —Nunca estuviste aquí.
El Dr. Venable regresa con una enfermera. La enfermera tiene curiosidad
ahora, después de lo que el Dr. Venable le dijo, porque sigue estudiando a Jenna.
—Daniel —dice el Dr. Venable, ofreciendo su mano a Jenna—. Mi nombre
es Daniel. Gracias por querer hacer esto.
La enfermera guiña el ojo a Jenna y luego se dispone a frotar primero el
interior de su mejilla. Después de que encierra el hisopo en un estuche
etiquetado, hace lo mismo con Daniel.
—Típicamente, puede tomar un par de semanas —explica Daniel—. Pero,
haré que lo envíen a un laboratorio privado. Costará un poco más agilizarlo, pero
pueden darnos los resultados en un par de días. —En cuanto la enfermera se
va, vuelve al modo médico—. En cuanto a esta pequeña, no es estreptococo. Le
recomendaría que después de que los antibióticos la hayan puesto en su lugar,
se ponga unos tubos en los oídos. Conozco a un gran especialista en
otorrinolaringología.
Patty ronca tan fuerte que se despierta sola. Se sienta y sus ojos salvajes
se mueven a su alrededor mientras trata de palpar su desorden de cabello
naranja-rojizo. —¿Qué me he perdido?
—Cora necesita tubos, como he estado diciéndole a todo el mundo, pero
va a estar bien —dice Jenna, alivio en sus ojos.
—Haré que una enfermera llame al especialista en otorrinolaringología
para que lo programe —asegura Daniel. Entonces, me dice—: Y aquí está mi
tarjeta. En caso de que me necesites.
Saco una de las mías de mi billetera. Necesitará comunicarse conmigo
cuando tengan los resultados de la prueba. —Estaremos en contacto.
63
Jenna
Tres días después
I
ntento concentrarme en la conferencia del entrenador Long, pero
Winter me hace caras. Cada vez, se necesita esfuerzo para no reírse.
Me gusta Winter. Es diferente a todas las chicas de esta escuela. Actúa
de una forma más adulta y madura. Normalmente lo hace. Ahora mismo, actúa
como si tuviera doce años, pero aparentemente eso es exactamente lo que
necesito. Mi teléfono suena con un mensaje de texto de ella.
Winter: ¿Por qué la cara LARGA3? 64
Sonrío y dirijo mi mirada al entrenador para asegurarme de que no me
regañe por no prestar atención.
Yo: Ja. Eres tan tonta. Sólo estoy estresada.
Winter: Obvio. Tienes bolsas bajo los ojos y pareces nerviosa. ¿Qué pasa?
Frunzo el ceño por el comentario de las bolsas, pero sé que es verdad. No
he dormido mucho últimamente.
Yo: No quieres saberlo.
Winter: Lo hago... sino no te lo preguntaría. No seas tan difícil. Escúpelo.
Yo: Es complicado.
Resopla, lo que hace que el entrenador gire y mire fijamente a la clase.
Todo el mundo se sienta un poco más derecho hasta que se da la vuelta.
Winter: Eres tan gruñona y reservada. Por suerte para ti, tengo la paciencia
de una santa. Ahora dime, qué diablos te pasa antes de que nos manden a las
dos a detención donde pueda pasar una hora molestándote.
Curvo mi labio y discretamente le saco el dedo medio.
3 Winter hace juego de palabras con el apellido del entrenador Long, que en español significa
largo.
Yo: Oh, veamos. En un par de días, cumpliré dieciocho. Me enviarán a vivir
con un montón de mujeres que no conozco. Tendré que dejar a mi pequeña. Voy a
empezar un nuevo trabajo pronto, así que puedo tratar de tener un historial de
trabajo para poder adoptarla. Y su médico podría ser mi padre, estoy a la espera
de una prueba de paternidad. Además, quiero acostarme con mi asistente social.
Apuesto a que desearías no haber preguntado.
Cuando levanto la mirada, sus ojos se abren de par en par al responder.
Winter: No, imbécil, eres la persona más interesante que he conocido.
¿Tienes una hija? Y, por Dios, ¿quieres follarte a tu asistente social?
Yo: Ella no es mía de sangre, pero es mía. Y él es tan sexy.
Winter: ¿Quieres ir a tomar un café después de la escuela? Puedes
contarme todo sobre tu niña y el chico sexy. Yo invito.
Mi pecho se aprieta. Winter trata de ser mi amiga. No hago muchos de
esos. Las únicas personas con las que estoy remotamente unida además de Enzo
y Cora son Patty y Faye. Tener una amiga parece un lujo que no puedo
permitirme.
Yo: Debería volver a casa con Cora.
Winter: Estoy segura de que Cora estará bien por media hora. ¿Quieres
comprobarlo primero y hacérmelo saber?
65
68
—¿Hola?
—Hola.
Enzo hace un sonido de gemido varonil que envía ondas de emoción
corriendo a través de mí.
—¿Te he despertado? —murmuro.
—No —miente. Bosteza y no puedo evitar sonreír—. ¿Estás en el armario?
—Sí. También huele como los pies de Faye.
Se ríe, profundo y graciosamente. —Tal vez deberías volver a la cama.
—No puedo dormir.
—¿Cora está bien?
—Sí —digo, mi voz resquebrajada por la emoción—. Siento que el tiempo
se me acaba.
El silencio se extiende ante nosotros y luego habla. —Tu vida está a punto
de comenzar, cariño. Finalmente tendrás el control sobre ella.
Pero no lo haré. Seguiré buscando cosas que se supone que no debo tener.
—No quiero dejarla —admito, lágrimas amenazando con salir—. No puedo,
Enzo.
—Oye —dice—. Lo resolveremos. Sólo dame algo de tiempo. Mientras
tanto, está a salvo con Patty. Lo sabes.
Lo sé, pero no lo hace más fácil. Cora no lo entenderá cuando me vea
obligada a irme en un par de días.
—El viernes, iré a casa de Patty después de la escuela a recogerte. Puedes
hacer las maletas y despedirte de Cora por ahora. Pensé que tal vez podría hacer
algo especial para ti en tu cumpleaños —dice—. No tienes que registrarte hasta
el sábado por la tarde.
A pesar de toda la incertidumbre y el estrés, sus palabras envían un
revoloteo de mariposas danzando a través de mí. —¿Me pides una cita, Enzo? —
Sonrío en el armario oscuro.
—Eso y mucho más. Tomaré lo que pueda.
69
Enzo
M
iro fijamente mi texto en estado de sorpresa.
Daniel: Ella es mía.
Ha adjuntado una foto de los resultados y después de
estudiarlos cuidadosamente, es tan claro como el día. Daniel
Venable es una coincidencia perfecta de ADN con Jenna.
Yo: Déjame hablar con ella primero. Se lo haré saber.
Su respuesta es inmediata.
Daniel: ¿Me das su número? Me gustaría conocer a mi hija.
70
Yo: Si quiere hablar contigo, te llamará. Jenna ha tenido una vida difícil y
pasa por un momento difícil en este momento. Presionarla para que tenga una
relación ahora mismo no es una buena idea.
Daniel: ¿Es dinero? Puedo darle dinero si lo necesita.
Yo: Paciencia. Sólo dale un poco de eso por ahora.
Daniel: Puedo hacerlo. Por ahora.
Con un suspiro, salgo de mi auto y me dirijo hacia la puerta principal de
Patty y Junior. Delia responde antes de que tenga la oportunidad de llamar.
—Buena suerte. —Es todo lo que pronuncia antes de marcharse.
Hay una gran conmoción arriba y me apresuro a subir al segundo piso.
Cuando llego a la habitación de Jenna y Cora, mi corazón se hunde. Jenna se
halla sentada en la cama, se aferra a Cora y llora. No sólo unas pocas lágrimas,
sino un llanto histérico. Cora también llora, mientras se agarran la una a la otra.
Faye se sienta en la cama cercana con lágrimas en los ojos mientras Patty la
abraza.
Oh, chico.
—Se están despidiendo —dice Patty, su voz temblando de emoción—.
Vamos, Faye. Démosles un momento.
Salen de la habitación y me dejan con las dos chicas llorando. Me siento
al lado de Jenna y las tiro a ambas en un abrazo. Jenna parece romperse en mis
brazos. Se derrite contra mí.
—N-No puedo d-dejarla. —Se ahoga con las palabras.
—Tienes que hacerlo.
Cora empieza a llorar más fuerte y a decir “no”, una y otra vez.
Me alejo y paso mis dedos por el cabello de Jenna, tirando suavemente
para que me mire.
—Escucha, cariño. Tienes que ser fuerte, ¿de acuerdo? Tienes que ser
fuerte por ella. No te vas a despedir para siempre. Sólo es un adiós por ahora.
Tú lloras, ella llora. ¿Entiendes?
Aprieta sus ojos y su cara se contorsiona en una expresión de
desconcierto. Las lágrimas corren por sus mejillas, pero asiente. Su labio inferior
tiembla salvajemente. —Puedo hacer esto.
—Puedes, y lo harás —concuerdo, alisando su cabello.
Acaricio el cabello de Cora y le beso la parte superior de la cabeza.
—Cora Osita, Jenna se irá conmigo, ¿de acuerdo? Quédate y ayuda a la
señorita Patty a cocinar de nuevo. Te gusta ayudar a la señorita Patty, ¿verdad?
Cora asiente y me mira. —Cupcake.
71
—Apuesto a que Faye querrá ayuda para hacer cupcakes —concuerdo—.
¿Puedes ser una chica grande y decirle a Jenna que la verás más tarde?
Cora se mueve para sentarse en mi regazo y luego acaricia el cabello de
Jenna como yo lo he estado haciendo. —¿Hacer cupcakes, mami?
Jenna asiente, más lágrimas corriendo por sus mejillas. —Haz cupcakes y
pronto volveré a verte. ¿De acuerdo?
—Está bien —concuerda Cora—. Beso de despedida.
—Será mejor que me des unos besos, bebé banshee —dice Jenna,
haciéndole cosquillas a Cora y haciéndole chillar. Luego besa toda su cara
mientras Cora se ríe a carcajadas—. Te quiero, Cora.
—Te quiero, mami.
—Ve a jugar con Noelle —susurra Jenna—. Te veré pronto.
Cora se desliza de mi regazo y sale de la habitación. No pierdo el tiempo
tirando de Jenna hacia mí y abrazándola.
—Lo haces muy bien —le aseguro—. Estoy muy orgulloso de ti.
Llora por otra media hora, aferrándose a mi pecho y empapando mi camisa
con sus lágrimas.
Planeé llevarla a cenar y al cine. Tal vez hasta de compras. Pero, parece
tan rota y cansada que decidí llevarla a casa. Patty nos envió un poco de pastel
de cumpleaños que podemos comer más tarde. Cuando entro en mi garaje,
Jenna me muestra una sonrisa de alivio.
—No estoy de humor para salir —dice con tristeza.
—Ahora no, pero algún día lo estarás. Puedo esperar. Pero, lo que no puedo
esperar es mi estómago gruñendo. ¿Qué dices, cumpleañera? ¿Quieres pollo frito
o espaguetis? Esas son mis dos especialidades y admito que son las únicas cosas
que sé cocinar.
Se ríe. —Con todas esas opciones, es difícil decidir. Sorpréndeme.
Inclinándome hacia delante, le doy un beso en los labios. —Va a ser la
mejor cena de cumpleaños de la historia, lo prometo.
Salimos del auto y le muestro mi casa. Su estado de ánimo sombrío se ha
apagado mientras se dedica a abrazar a Halo. Halo, feliz de que alguien que no
sea yo le dé afecto, ronronea y se acurruca contra ella. 72
—Sé que mencionaste que no tienes muchas cosas que ponerte. Eres
bienvenida a husmear en mis cajones. Coge lo que quieras. Ponte cómoda.
Quiero que te relajes, Jenna —murmuro, metiendo su cabello detrás de su
oreja—. Te ves muy tensa. Es tu cumpleaños. Te lo debes a ti misma.
—Lo intentaré —promete.
La dejo para ir a preparar la cena. Los espaguetis son lo mejor que sé
cocinar, así que me pongo a hervir agua y dorar la carne. Eventualmente, entra
a la cocina usando mis pantalones de chándal y mi sudadera con capucha.
Cuando llega a mi lado, sonrío porque también huele a mí.
—Mi ropa te queda bien —digo.
Se ríe. —Hablas como un verdadero hombre.
Dejo la cuchara y me vuelvo hacia ella. Sus ojos se ven inyectados de
sangre e hinchados por el llanto, pero sigue siendo hermosa. —Lo haces muy
bien, Jenna.
Su sonrisa cae y su nariz se vuelve rosa a medida que lucha contra más
lágrimas. —Trato de no ahogarme.
—No dejaré que te ahogues —juro, mientras bajo mi cabeza para besarla.
—¿Lo prometes?
—Promesa.
La beso de nuevo, pero esta vez, abre sus labios para invitarme a más.
Deslizando la palma de mi mano por el lado de su cuello, deslizo mi dedo a lo
largo de su mandíbula de una manera suave. Sus dedos agarran la parte
delantera de mi suéter y me acerca. Nuestras lenguas se buscan
desesperadamente una a la otra. Tengo que forzarme a alejarme de su dulce boca
antes de decidirme a abandonar la cena y comer el postre en su lugar.
—Provocador —murmura, su voz ronca por la necesidad.
—Créeme, no quería parar. —Guiño el ojo y luego sigo cocinando. Se ocupa
en la cocina, buscando platos y tazas. Pronto, nos sentamos a una comida
casera. Su estado de ánimo ha mejorado visiblemente a medida que charla sobre
una de sus nuevas amigas llamada Winter.
—Quiere ser abogada. ¿Puedes creerlo? —pregunta mientras retuerce los
fideos alrededor de su tenedor—. Quiero decir, la he visto discutir con el
entrenador Long y es muy buena en eso. Pero, ¿una abogada? Suena tan
aburrido.
Me río. —Suenas como mi amigo, Nick. ¿Te sientes nerviosa por empezar
con Drew la semana que viene?
Traga un bocado y luego se encoge de hombros. —Fue amable por teléfono.
Describió todo lo que iba a hacer y no me pareció muy difícil. Estoy deseando
que llegue. Lástima que sólo será a tiempo parcial hasta que terminen las clases. 73
—Es un buen comienzo. ¿Qué hay de la universidad?
Su nariz se arruga mientras hace una mueca. —He aplicado en algunos
lugares, pero no quiero ir muy lejos. Ya sabes... por si acaso.
Sólo en caso de que no consiga a Cora.
—Un día a la vez —digo—. Es todo lo que puedes hacer.
—Hasta entonces —dice con un suspiro—. No ahogarse.
78
Jenna
M
e despierto de un sobresalto, confundida en la oscuridad. Estoy
sudando y mi cabello se pega a mi cara y cuello. Un hombre me
rodea como si fuera un osito de peluche de tamaño humano. Mi
corazón latiendo erráticamente se ralentiza al pasar mis dedos a través de su
cabello. Los recuerdos de la noche anterior pasan al primer plano de mi mente.
Él me hizo venir. Dos veces.
Fue vergonzoso estar tan expuesta a otra persona, pero todos los
pensamientos vergonzosos salieron volando por la ventana cuando lamió, chupó
y me probó.
79
Y su polla.
Oh. Mi. Dios.
Ojalá pudiera hablar con Winter sobre ello. Para ser honesta, me
aterroriza. Es grande. Realmente grande. No tengo nada con qué compararlo,
pero mi mano parecía muy pequeña envuelta alrededor. La idea de que se
metiera donde tenía los dedos hace apenas unas horas es una idea aterradora.
¿Dolerá? ¿Tendremos sexo antes de que me mande a vivir al refugio de mujeres?
Mi intestino se hunde.
Cuando nos despertemos mañana, tendré que prepararme para ir al
refugio. Es infantil pedirle a Enzo que me deje quedarme con él, aunque sea lo
que realmente quiero. Apenas hemos intimado. No quiero asustarlo aferrándome
a él.
Doy un suspiro. Las lágrimas me pican los ojos mientras busco por los
ronquidos suaves y constantes de Cora. Está ausente, lo que se siente como si
mi corazón estuviera siendo aplastado bajo una bota. La echo de menos. La voy
a extrañar cada segundo de cada día hasta que encuentre la manera de
recuperarla.
—¿Qué pasa? —La voz ronca de Enzo me sorprende.
—Nada —miento.
—Lloras en la oscuridad, cariño. —Se detiene—. ¿Es por mí? ¿Por lo que
dije anoche? Sabes que nunca te presionaría para que hicieras nada. Si quieres
que sea gentil, así es como seré.
Sacudo la cabeza y las lágrimas caen por mi sien. —No le temo a eso. Sólo
tengo calor.
Los resortes gimen mientras se sienta. Su camisa que llevo puesta me
traga y se siente empapada de sudor. Respiro un suspiro de alivio cuando me la
quita del cuerpo y la desecha. Ahora que estoy completamente desnuda, un
delicioso escalofrío me estremece la columna vertebral.
—¿Mejor?
—Mucho. —Un sollozo se engancha en mi garganta y la cama tiembla
mientras trato de contenerlo.
—Shhh —canturrea, tirando de mí contra su pecho desnudo—. Te tengo.
—La extraño —admito, cediendo a la emoción que amenaza con
ahogarme—. Demasiado.
Me acaricia el cabello con los dedos y lo desenreda en el camino. —Sé que
lo haces. Sin embargo, le irá bien. Tú lo sabes.
—Me pertenece.
—No lo dudo ni por un segundo. 80
—¿Y si tarda demasiado? —Me ahogo—. ¿Y si se olvida de mí?
—No se olvidará de ti. Nadie podría olvidarte.
Me acuesto en silencio mientras mis lágrimas se secan y me refresco.
Tímidamente, levanto la mano y le acaricio el pecho con los dedos. —Quiero
que... —Arrastro las palabras, sintiéndome estúpida—. Quiero que me hagas el
amor como a cualquier otra mujer con la que estés saliendo. No quiero que te
contengas si es algo que te gusta. Dijiste que no me harías daño y lo creo. —
Levanto mi cabeza, buscando su boca—. Quiero que me distraigas, Enzo.
Sus labios encuentran los míos en la oscuridad y me besa
desesperadamente. Como si fuera el aire por el que ha estado jadeando. Gimo
cuando me hace rodar sobre mi espalda y besa un rastro a lo largo de mi
mandíbula hasta mi cuello. Mordisquea la carne lo suficientemente fuerte como
para hacerme moretones. Me concentro en la forma en que mi piel me pica y
ahora en la forma en que le quita el dolor. Si este es el tipo de rudeza que quiere
usar conmigo, con gusto seré su víctima. Mientras alterna entre besarme y
morderme, su mano se mueve hacia el sur entre mis piernas, donde ya me estoy
mojando por él. Me hipnotiza la facilidad con la que toca mi cuerpo. Cómo sabe
exactamente dónde frotar y tocar para que me dé placer. Me lleva al límite y llego
al clímax tan fuerte que veo estrellas en la oscuridad.
No hace ningún movimiento, así que lo animo. Es fácil ser valiente en la
oscuridad.
—Necesito esto —susurro—. Quiero que me des esto.
—Si en cualquier momento es demasiado, dímelo, cariño.
—Lo prometo.
Su boca encuentra la mía de nuevo y me marea con un beso profundo. Un
temblor de nerviosismo me atraviesa cuando separa mis piernas y se instala
entre mis muslos. Su polla pesada descansa contra mi coño, pero no hace otra
cosa que besarme.
Se está conteniendo.
La determinación se enciende dentro de mí. No quiero que se contenga
conmigo. Quiero que pierda el control. Quiero que me haga el amor, como si no
hubiera tenido otra mujer. Quiero ser mejor que ellas. Metiéndole las uñas en
los hombros y los talones en el culo, le insto a que haga lo que quiera.
—Te deseo, Enzo. Llévame contigo.
Gruñe; feroz y varonil, antes de deslizar su polla de un lado a otro a lo
largo de mi hendidura. El movimiento es una burla y me hace desear más de él.
Su punta entra en mi abertura y ya me pica. Lentamente, con dolor, entra y sale,
profundizando cada vez más.
—Jesús, Jenna. —Gruñe—. Te sientes tan bien.
Me derrito bajo sus elogios. —Tú también te sientes bien. 81
Se retira un poco y luego se mete dentro de mí el resto del camino con un
fuerte empujón. Nuestras bocas chocan mientras ahoga mi gemido en un beso
hambriento. El dolor entre mis piernas es ignorado cuando me concentro en la
forma en que me consume desde adentro hacia afuera. Se halla dentro de mí.
Haciéndome el amor. Se siente como si estuviéramos conectados ahora,
conectados de una manera que nunca he estado con nadie. Como si hubiera
encontrado una forma de unir nuestras almas.
—Enzo —digo sin aliento—. Oh, Dios.
Sus caderas me golpean fuerte. La manera reverente en que acuna mi
mejilla se convierte en algo más oscuro mientras su mano se desliza hacia mi
garganta. Aplica presión y mi coño late en respuesta. Estoy atrapada en su
posesivo agarre mientras se estrella contra mí una y otra vez. Me gusta cómo me
abraza, como si fuera a tratar de escapar.
No voy a ir a ninguna parte.
Me cuesta trabajo respirar mientras aprieta más fuerte. En lugar de sentir
pánico por mi limitado suministro de aire, me siento más viva que nunca. La
electricidad parece zumbar a través de mis terminaciones nerviosas, corriendo a
todas las zonas erógenas. Los pulsos del placer palpitan en mi corazón. Trabaja
sus caderas de tal manera que se frota contra mi clítoris sobre cualquier otro
empuje. Los movimientos hacen que mis piernas tiemblen de necesidad. Mis
dedos arañan su carne, desesperados por dar ese salto con él. Estoy desesperada
por más... más de qué, no sé. Deslizo mi mano sobre la suya. Dándole permiso.
Entiende mis palabras tácitas y me agarra más fuerte. Sus labios se ciernen
sobre los míos en un casi beso mientras me lleva al borde de la cordura. La
habitación parece girar a medida que pierdo el control, llegando al clímax con
fuerza.
—Mierda —maldice. Su agarre se afloja cuando se sale de repente.
Salpicaduras de calor contra mi coño pican por la paliza que acaba de recibir.
Cuando termina, se inclina hacia delante para encender la lámpara de cabecera.
Se sienta en sus caderas y me mira fijamente.
Mi primer instinto es cerrar las piernas, avergonzada por lo que pueda ver.
Pero sus ojos color avellana se oscurecen al abrirme de nuevo.
—Esto —murmura, mientras riega su semen con la palma de su mano
contra mi coño—. Es hermoso.
Le sonrío, me siento estúpida y joven, pero también feliz. Ver a este hombre
adulto y guapo admirando mi cuerpo como si fuera algo maravilloso puede
realmente ayudar al ego de una chica. —Tú también eres hermoso.
Y lo es. Abdominales duros y esculpidos. Hombros anchos. Vello oscuro
entre sus músculos pectorales que coincide con el rastro hacia abajo a su polla
que brilla por nuestra corrida. Tiene su cabello marrón oscuro despeinado y
desordenado de una forma que nunca he visto. 82
Me muestra una sonrisa arrogante y juguetona antes de volver a prestar
atención a mi coño. —¿Duele?
Sacudo la cabeza. —Un poco, pero en general, se sintió muy bien. Tenía
miedo de que no fuera a caber.
—Yo también —admite, con el ceño fruncido—. ¿Te lastimé en algún otro
lugar? —Su mirada se dirige hacia mi cuello.
—No —murmuro, mis mejillas se calientan—. Me gustó mucho esa parte.
Me gustó sentir que te deshacías y perdías el control.
Sonríe. —Ni siquiera me reconozco. No tengo ningún control contigo. Me
tomó cada gramo de autocontrol que tuve que sacar. ¿Tomas la píldora?
—No —digo, avergonzada—. Lo siento.
Su mano abofetea mi coño dolorido y grito. —No debes sentir pena por algo
así, cariño. Siento haberte tomado sin preguntar. Estoy limpio, si eso te
preocupa.
—Sé que nunca pondrías mi salud en peligro —aseguro.
Me pasa los nudillos por el interior del muslo. Arriba y abajo. De una
manera que me hace querer que me haga el amor de nuevo. —Puedo llevarte a
ver a tu médico. Te compraré pastillas. Mientras tanto, deberíamos usar
condones.
—De acuerdo.
Sus cejas se fruncen. —Hablando de médicos...
—¿Qué?
—Vamos. Duchémonos y hablemos.
Se levanta de la cama y me quedo mirando su musculoso trasero mientras
se dirige al baño. Me duele todo el cuerpo, pero es un buen tipo de dolor. No
puedo esperar a hacerlo todo de nuevo con él. Saliendo de la cama, no puedo
evitar sonreír. Su semen empieza a secarse en mi piel y se siente raro. Raro
bueno. Como si un animal marcara a su pareja con su olor. Me siento marcada.
Propiedad y protección. Para cuando llego al baño, ya ha empezado la ducha y
las olas de vapor. Lo sigo a la ducha y lo miro fijamente.
—¿De qué hablaremos? —pregunto, juntando mis labios.
Frunce el ceño y coloca sus grandes manos sobre mis caderas. —El Dr.
Venable me envió un mensaje hoy.
Los resultados de la paternidad.
Mi corazón amenaza con salir de mi pecho.
—¿Y? —Me atraganto.
—¿Qué es lo que quieres? 83
Trago, tratando de imaginar cómo sería tener un padre. Si no es mi padre,
me sentiré decepcionada porque volveré a estar sola en este mundo, sin familia.
Si lo es... no puedo dejar que mis esperanzas se desvanezcan hasta que esté
segura.
—Quiero saber de cualquier manera —digo con firmeza.
—Daniel Venable es tu padre.
Parpadeo en estado de shock. Entonces, una ola de emoción me invade.
Las lágrimas se derraman por mis mejillas mientras me permito entender sus
palabras. Tengo un padre.
—Quiere conocerte, pero si no te sientes segura...
—También quiero conocerlo —digo.
Su sonrisa es gentil y reconfortante. Como la sonrisa de trabajador social
que tanto me gusta. A pesar de estar desnudo con mis pechos aplastados contra
su pecho, su sonrisa me hace sentir segura, como todas las otras veces antes.
—Me ha pedido tu número, así que se lo daré ahora.
—Gracias —me ahogo.
Me acerca y me besa la parte superior de la cabeza. Entonces, se pone a
lavar mi cuerpo mientras estoy allí parada, inmóvil, mis pensamientos un borrón
interminable. Enzo me enjuaga el cabello cuando parece que salgo de la niebla.
Sus toques ya no se sienten inocentes mientras se queda con sus dedos en mi
garganta. Dándome la vuelta, me lanzo hacia él. Nuestras bocas se estrellan en
el siguiente instante. Me agarra el culo y me levanta antes de empujarme contra
el azulejo frío.
—Enzo —suplico.
—El condón —se queja. Su polla late fuerte entre nosotros.
—Retírate de nuevo.
No hace falta que se lo digan dos veces. Un segundo, se frota su cuerpo
contra mí y al siguiente, se mete dentro mí tan fuerte que grito. Enzo, mi siempre
caballero, se ha transformado en una bestia que tiene hambre de violarme.
Inclino mi cabeza para que mi garganta sea más accesible a él. Sus dientes
encuentran la carne y me muerde.
—¡Oh, Dios! —grito.
Me golpea tan fuerte que mi cabeza rebota en el azulejo y me marea. Ver a
Enzo perder el control mientras se pierde dentro de mi cuerpo es lo más
satisfactorio del mundo. Me hace sentir fuerte, como si tuviera algún poder
mágico. Para sentirme débil toda mi vida, es un soplo de aire fresco. Sus dedos
se enredan en mi cabello, su agarre apretado en las raíces. La picadura de mis
folículos tirando de mi cuero cabelludo mientras me obliga a levantar la cabeza
para mirarlo es emocionante. Me mordisquea el labio inferior y no puedo evitar 84
apretarle la polla. Desde este ángulo, se mete en lo más profundo de mí,
golpeando lugares que no sabía que existían.
Me encanta.
Lo amo.
El pensamiento es aterrador.
Nunca he estado con nadie de la forma en que estoy con Enzo. La sola idea
de dejarlo pronto es casi paralizante. Quiero estar envuelta en sus brazos
seguros y protectores para siempre.
—Cariño, estoy a punto de correrme. —Gruñe—. Toca tu bonito clítoris y
vente conmigo.
Seducida por sus crudas palabras, le obedezco. Nuestros ojos se
encuentran cuando me folla mientras toco mi sensible clítoris. No pasa mucho
tiempo antes de que mi cuerpo se tense en anticipación. Su nombre sale de mis
labios mientras me sumerjo en el olvido.
—Jenna. —Gruñe, su polla palpita. El calor me pica por dentro, y luego se
sale, disparando su orgasmo entre nosotros—. Estamos jugando con fuego —
murmura con voz ronca—. Me encontraba a punto de venirme dentro de ti.
No le digo que tal vez se vino un poco dentro de mí. Parece tan seguro de
que no lo hizo. No sé a quién intenta convencer. Estoy segura de que yo no estoy
convencida.
—¿Y si lo hicieras? —pregunto, mordisqueando mi labio inferior.
Sus rasgos se oscurecen. —Entonces podrías quedarte embarazada.
Ninguno de nosotros dice nada más al respecto. No estoy segura de cómo
se siente al respecto, pero mi corazón se agita un poco. ¿Un hermanito para que
Cora juegue con él? No puedo decir que odie la idea. De hecho, con Enzo, lo
quiero todo al final. Sólo espero que él también lo quiera.
85
Enzo
E
cho un vistazo a Jenna mientras conducimos hacia el refugio. Me
mata traerla aquí en primer lugar, pero, ¿qué se supone que debo
decir? Sé que acabamos de empezar a follar y apenas te conozco,
pero, ¿te mudarías conmigo? Me estremezco al imaginarme diciendo esas
palabras. Si fuera por mí, le diría que se vaya a la mierda el refugio y que se
mude conmigo. Mientras comprábamos juntos en el centro comercial hoy
temprano y luego almorzábamos, nos sentíamos como una pareja de verdad.
Mejor que cualquier otra relación que haya tenido en el pasado. Con Jenna, se
siente tan natural. Como si fuéramos el uno para el otro. 86
Y eso me hace sentir como un cretino por enamorarme de ella tan rápido.
¿Desde cuándo me acuesto con una chica y decido que es la indicada?
Sin mencionar cómo debe sentirse. Soy su primero. Pero, ¿qué pasa si no
quiere que sea el último?
Si algo me ha enseñado el ser trabajador social es que las adolescentes
son débiles y emotivas. Especialmente las chicas que han vivido toda su vida en
el sistema. Las he visto actuar mal un día y ser buenas como el oro al siguiente.
Jenna podría despertarse dentro de dos semanas y desear no estar atada a un
hombre tan viejo como su padre. Podría conocer a un fisioterapeuta en casa de
Drew y decidir que acostarse con un tipo más cercano a su edad es más divertido.
Así que, me muerdo la lengua.
Las palabras bailan en mi boca, rogando ser derramadas.
Quédate conmigo en su lugar.
Jenna levanta la barbilla y mira al parabrisas mientras conducimos. Es
valiente y fuerte. Que me parta un rayo si le quito su primera prueba de libertad
porque quiero quedarme con ella.
—¿Te sientes nerviosa? —pregunto, mi voz ronca.
—Un poco.
Quédate conmigo en su lugar.
—Estoy a una llamada de distancia —digo tontamente. Mierda.
Me da una pequeña sonrisa. No llega a sus ojos. —Mi padre también.
Frunzo el ceño, no estoy seguro de cómo tomar esa respuesta. —Jenna...
Quédate conmigo en su lugar.
—Mi padre quiere que me quede con él en lugar de ir al refugio —
murmura—. Pero...
—Quieres libertad.
Frunce los labios. —No lo conozco, y...
—¿Y qué?
Pregúntame. Diré que sí.
—No quiero quedarme con él —dice finalmente con un suspiro.
Los dos estamos callados mientras entramos en el estacionamiento del
refugio. Empiezo a abrir la puerta, pero me agarra la muñeca.
—Puedo hacer esto sola. Te enviaré un mensaje más tarde.
Sus ojos se llenan de lágrimas, pero parece decidida.
—Ven aquí —murmuro, abrazándola sobre la consola central—. Iré a
buscarte mañana. Iremos a almorzar o algo así. Siempre estoy aquí. A sólo una 87
llamada de distancia si me necesitas. —Le beso la parte superior de la cabeza—
. Esto no es un adiós, cariño. Esta eres tú extendiendo un poco tus alas. Estaré
aquí para ti.
Acuno sus mejillas mientras me alejo para mirarla. Mis labios se aprietan
contra los suyos por un beso suave. —Todavía te quiero con cada fibra de mi ser.
Más tiempo juntos. Más de lo que hicimos anoche y esta mañana. ¿De acuerdo?
Se traga sus emociones y asiente. —De acuerdo.
—No te ahogues —digo, mientras se aleja y sale del auto. Me recompensa
con una pequeña sonrisa que parece que es más para el espectáculo.
—No lo haré.
Mientras se aleja, no puedo evitar pensar que me estoy hundiendo.
Yo soy el que se ahogará sin ella.
Lo que significa que tengo que encontrar una forma de traer a Cora y a
mis chicas a casa, donde pertenecen. Jenna no es una adolescente débil. Es
responsable, madura más allá de sus años y por lo tanto merece personas
constantes en su vida que se preocupen por ella. Ella realmente me pertenece y
no permitiré que mis dudas me infrinjan.
Con la determinación que me atraviesa, la veo entrar al edificio y luego
salgo del estacionamiento en una misión. Voy a encontrar una manera.
Entro en el pub y encuentro a August en una cabina en la parte de atrás.
Su cabeza se inclina mientras escribe un mensaje de texto, una pequeña sonrisa
en su cara. August y yo somos conocidos, habiéndonos encontrado en varios
casos. No fue hasta hace poco que salimos a tomar una cerveza aquí y allá como
amigos de verdad. Necesito un amigo que me ayude a resolver esta mierda.
—Tauber —dice saludándome antes de meterse el teléfono en el bolsillo y
encontrarse con mi mirada.
—Miller. —Gruño—. ¿Qué es lo que te hace sonreír? No sabía que tu boca
conocía esa maniobra.
Me muestra una sonrisa de un millón de dólares y sus ojos se oscurecen
con maldad. —Mi boca sabe muchos movimientos. Sólo pregúntale a mi chica.
—Chica, ¿eh?
La vergüenza en Augoust es nueva. Sus mejillas se vuelven rosadas por
un momento antes de encogerse de hombros. —Estoy con alguien mucho más
joven. ¿Tienes algún problema? 88
—¿Cuánto más joven? —sondeo.
—Tiene dieciocho años —dice en tono defensivo.
Dejo escapar un suspiro de alivio. Tal vez entienda por lo que estoy
pasando. —Tengo un problema y necesito ayuda.
—Eso dijiste antes.
Viene una camarera y August pide un par de cervezas de la casa.
—Adelante —insiste.
Me froto la nuca y suelto un suspiro irregular. —Una de mis chicas... —La
acidez me duele en el estómago. Esto probablemente va a sonar raro cuando se
entere de que me acuesto con ella—. Una de mis chicas, Jenna, quiere adoptar
a una de mis otros niños, Cora.
Sus ojos se entrecerraron. —Las recuerdo. Nick y Dane fueron contigo a
verlas en Navidad. También a los chicos.
—Jenna acaba de cumplir dieciocho años, y piensa... —Arrastro las
palabras porque suena imposible para mis propios oídos, así que sé que lo hará.
—Cree que por arte de magia será capaz de firmar en las líneas punteadas
y conseguir a la niña, ¿eh?
—Le dije que no era tan simple. Demasiados factores involucrados. —Sé
un poco del proceso de adopción, pero normalmente, estoy en el lado opuesto.
En este caso, del lado de Cora. Aunque no es mi decisión, mis estudios de hogar
y otras evaluaciones ayudan en la decisión del juez.
—La ley establece que el solicitante debe tener veintiún años —dice, lo que
me hace desinflar—. Pero, a veces, eso puede ser anulado en casos
extraordinarios.
—Entonces, ¿todavía tiene esperanzas?
—Las tiene. La edad no la descarta necesariamente. Principalmente,
necesita tener una residencia permanente establecida. El refugio para mujeres
no funcionará. —Frunce el ceño—. ¿Tiene trabajo?
La camarera entrega nuestra cerveza y se va. Me acomodo en mi asiento y
tomo un sorbo antes de asentir. —Sí. Clínica de fisioterapia como recepcionista.
Empieza el lunes después de la escuela. Es a tiempo parcial.
Toma un largo suspiro de su cerveza y sus cejas se fruncen mientras
piensa. Finalmente, me libera del suspenso de lo que le pasa por su cabeza. —
Cada situación es diferente, pero todo se reduce a la aprobación de la agencia y
del juez en la audiencia de finalización. Aunque las reglas establecen que la
adopción no es discriminatoria en cuanto a la edad, el nivel de ingresos y el
estado civil, en última instancia, la agencia decidirá si la adopción es positiva o
negativa. Sería mejor para ti ayudarla a alinearlo todo, así tendríamos el mejor
89
caso para conseguir la aprobación de la adopción.
—¿Nosotros? —digo, sonriendo.
Resopla. —No te hagas el sorprendido. A veces, puedo ser caritativo.
—Gracias, hombre —Tomo otro sorbo de cerveza y luego me encuentro con
su mirada—. Así que, dame el resumen. Si puedo darle a Jenna un plan que
pueda seguir, creo que eso ayudará.
—Seis meses. Ninguna agencia la aprobará sin seis meses de estabilidad,
como mínimo. Ellos simpatizarán con su relación ya existente y Jenna ha vivido
dentro del sistema todos estos años. El asistente social de Cora —dice,
señalándome—. Llevará a cabo un estudio del hogar, tal vez periódicamente,
para demostrar que tiene un hogar estable. Sería estupendo tener algunos
testimonios de personas de confianza en la comunidad, si es posible. El padre
de crianza más reciente de Jenna, amigos, compañeros de trabajo, etcétera.
Incluso pueden requerir una prueba de drogas si son duros con ella. Así que dile
que mantenga la cabeza sobre sus hombros, que tenga un hogar estable y que
no la despidan. Entonces, podría aplicar en ese momento. Aplicar ahora sería
una pérdida de tiempo para todos. La tirarán antes de verla.
Me desinflo porque no le gustará esa respuesta. —Aprecio esto. Haré lo
que sea para ayudarla.
Se inclina hacia delante y sus cejas se mueven. —Recuerda tu lugar en su
caso. Eres el trabajador social de Cora. Tu deber es velar por los intereses de
Cora. Puedo verlo en tus ojos enfermos de amor. O te acuestas con la chica o
pones tu corazón en ello. Eres un jodido hombre adulto, así que puedes hacer lo
que quieras, pero debes saber que, si sale a la luz y es expuesto, eso podría ser
una amenaza, no sólo para tu trabajo, sino para cualquier oportunidad que
tenga de quedarse a Cora. Sólo estoy siendo sincero contigo.
—Así que, mudarse conmigo está fuera de discusión.
Se ríe a carcajadas. —Absolutamente fuera de discusión, hombre. —Toca
con su dedo el costado de la cabeza—. Usa tu cerebro, no tu pene. Ayúdala a
asegurar un apartamento o algo así. No te la lleves contigo. Sólo complicará todo.
Por mucho que quiera ser su héroe y salvar el día, tengo que ser inteligente
al respecto. Con disgusto, saco mi teléfono y le envío un mensaje de texto a la
única persona que puede ayudar.
Yo: ¿Estás libre mañana?
Su respuesta afirmativa es inmediata.
90
—M
ierda —siseo cuando llegamos a la entrada de la
casa de mi padre.
Enzo me aprieta la mano. —Es médico,
¿recuerdas?
—Uno muy rico —digo con un resoplido—. ¿Por qué tiene una casa tan
grande si es sólo él?
—Tal vez esperaba poder llenarla algún día —dice con nostalgia.
Mi corazón palpita un poco, sabiendo que la casa de Enzo es demasiado 93
grande para él también. Tiene un par de dormitorios extra y me pregunto si
también espera llenar su lugar algún día.
—Estoy nerviosa por esto —admito mientras salimos—. ¿Y si resulta ser
un gran idiota?
Enzo me detiene y me acuna la cara con sus palmas. Sus intensos ojos
color avellana se fijan en los míos. Planta un dulce beso en la comisura de mi
boca. —Dime si te mira raro. Te sacaré de ahí tan rápido que la cabeza te dará
vueltas.
Giro un poco la cabeza para encontrarme con sus labios y que me bese
más profundamente. Su lengua se desliza a lo largo de la mía, enviando una
emoción que baja por mi columna vertebral. —¿Y dónde me llevarás?
Me tira del labio inferior con los dientes antes de mostrarme una sonrisa
lobuna. —Donde no debería.
Mi corazón tartamudea en mi pecho. —¿Dónde es eso?
—Mi casa.
El pensamiento es tentador. Sería mucho más fácil dejar que Enzo se
ocupara de mí. Pero me advirtió de lo que August dijo. Que, si el juez descubriera
que vivía con mi antiguo trabajador social, podría volar en pedazos cualquier
oportunidad que tenga de conseguir a Cora. Todo se convertiría en un gran lío,
que es exactamente lo que estoy tratando de evitar. Por supuesto que la vida no
sería tan simple. Pero Cora vale la pena caminar a través de la mierda para llegar
a ella. Me duele el pecho mientras pienso en mi angelito. Extraño su sonrisa, su
cara adorable y su olor. Las lágrimas inundan mis ojos.
—Estarás bien —me asegura Enzo—. Haces esto por Cora. —Me encanta
cuando parece que se mete en mi cerebro y encuentra mis pensamientos exactos.
—Por Cora —imito cuando vamos a la puerta principal.
Antes de llegar a la puerta, se abre y Daniel nos saluda. No puedo evitar
notar similitudes entre nosotros. Esto es surrealista. Voy toda mi vida sin nadie
y, de repente, tengo un padre que quiere estar en mi vida. No estoy segura de
cómo sentirme al respecto.
—Jenna —dice, una sonrisa nerviosa en su rostro—. Estoy muy feliz de
que hayas decidido venir aquí en vez de quedarte en el refugio. Lo que necesites,
sólo pídelo. Quiero recuperar todo el tiempo que perdimos.
Mi corazón se derrite con sus palabras. Las lágrimas que estuvieron
rebosando antes vuelven a brotar. A menudo, trato de ser dura y fuerte, pero
últimamente, siento que mis paredes se derrumban a mi alrededor. Estoy
expuesta a estas personas, y tengo que confiar en que no lastiman lo que
encuentran.
Me acerco a él y le doy un abrazo incómodo. Al principio se pone tenso,
pero luego me abraza fuerte, como si tuviera miedo de que desaparezca o cambie 94
de opinión. Él es mi sangre. Mi familia. Y tenerlo abrazándome con tanto vigor
hace que algo se rompa en mi interior. Algo congelado se parte por la mitad y
sangra calor. Me ahogo con un sollozo de alivio. Vine aquí por otras razones, por
Cora; pero ahora mismo siento que lo estoy haciendo por mí. Necesito esto.
—Oh, cariño —dice en voz baja—. Siento mucho todo lo que has tenido
que soportar. Pero, te juro que, si me dejas; seré el mejor padre que una chica
pueda tener.
Esnifando, asiento contra su cuerpo, agradecida de que quiera esta
relación tanto como yo. No recibo ninguna vibración espeluznante de él. No,
siento que la esperanza irradia de él en oleadas. Una esperanza que coincide con
la mía.
—Entra —dice, con una sonrisa en la voz—. Tengo una lasaña en el horno
y está casi lista.
—¿Sabes cocinar? —pregunto asombrada mientras me alejo.
Se ríe entre dientes. —Y limpio e incluso tejo si puedes creerlo.
Enzo resopla y me echo a reír.
—¿Tejer? —Levanto mi ceja, no pudiendo continuar sin una explicación.
Su sonrisa es cálida. —Mi mamá me enseñó. Dicen que los hombres
necesitan saber cómo hacer todo. Para poder encontrarse una buena esposa
algún día. —Se ríe entre dientes—. Mientras todavía espera de mí la parte de la
esposa, se siente encantada de que pueda darle una nieta.
Sus palabras se asientan y me quedo boquiabierta. —¿Tengo una abuela?
—La tienes y se muere por conocerte. Le dije que te diera tiempo para que
te acomodaras antes de que irrumpiera y te consintiera. —Sonríe con esa idea—
. Mi madre es exagerada.
—Suena descarada. Ya me gusta —digo con una sonrisa.
—Descarada es un eufemismo.
—L
a, la, la, la —dice Jenna por encima del hombro—. No
puedo oírte.
Su amiga Sophia cojeando detrás de ella como una
anciana, con una sonrisa malvada en la cara. —
Semen. En todas partes. Eso es todo lo que estoy diciendo.
Abro los ojos hacia Jenna. —Umm... ¿qué? 101
—No preguntes —dice con un resoplido.
—Te llamo más tarde para darte todas las cosas jugosas, J —grita Sophia.
Jenna se ríe y le saca el dedo medio antes de subirse a mi auto. Sólo estoy
abriendo mi puerta para entrar cuando Sophia vuelve su maldad en mi camino.
—No te preocupes, también oiré todo sobre tus jugosas partes. —Con esas
palabras, se ríe y regresa a la clínica de terapia.
Me subo junto a Jenna y le doy una mirada interrogativa que sólo la hace
reír.
—Ignórala. Ya sabes cómo es. ¿Podemos comprar granizados para las
chicas? —Se abrocha el cinturón de seguridad y empieza a hojear su teléfono.
No puedo evitar sonreír. Estas últimas dos semanas la han cambiado. Ya
no es la chica triste que era. Daniel le ha dado un hogar y su adorable atención.
Tiene un trabajo que le encanta y ha hecho grandes amigos. Y me tiene a mí.
Cuando podemos, nos escabullimos a mi casa para hacer el amor y pasar el rato.
Lo único que le falta para completar su vida es Cora.
Afortunadamente, Patty nos deja ir cuando queramos. Así que, cada día
después de que Jenna sale del trabajo, vamos a ver a Cora y a las otras chicas.
El primer día que nos fuimos, Cora lloró a mares. Pero ahora que sabe que
vamos, es más fácil para ella despedirse de Jenna todos los días.
Manejo a un auto servicio para conseguir granizados para todas. Cuando
llegamos a la casa de Patty, las chicas se sienten encantadas de que les hayan
traído un regalo.
Jenna se sienta en el sofá y Cora se arrastra a su regazo. Como todos los
días que hemos venido, hablan de lo que sea que esas dos hablen mientras Patty
y yo conversamos sobre el bienestar de Cora.
—Ella la ama —dice Patty, antes de sorber su granizado—. Jenna puede
que sólo tenga dieciocho años, pero ama a Cora más de lo que cualquier padre
podría hacerlo.
Miro a Jenna. Cora sostiene su bebida para que Jenna la pruebe. Jenna
finge que es demasiado agrio, haciendo reír a Cora, pero sigue haciendo que lo
pruebe. Son adorables.
—Lo hace. Espero que algún día puedan volver a estar juntas —digo en
voz baja.
Patty asiente. —Yo también, señor Tauber. A veces la ley no entiende el
amor. Tiene reglas para el amor. —Me da palmaditas en la rodilla y una sonrisa
conocedora—. Pero el amor no tiene ley. El amor no conoce las normas sociales.
Al amor le importa un bledo.
Sonrío. —No —concuerdo—. El amor hace lo que quiere.
Pasamos un par de horas con Cora y las chicas hasta que es hora de
102
dormir. Cora tiene los ojos llorosos cuando nos vamos, pero no se pone mal.
Jenna maneja su separación mucho mejor que al principio. Aun así, mientras la
llevo a su casa, parece sombría.
—¿Estás bien?
Asiente. —Tan bien como puedo estar.
Iba a llevarla a cenar y al cine, como a veces hacemos después de dejar a
Cora, pero esta noche se siente como si necesitara un hombro para llorar.
Pasamos y comemos unas hamburguesas antes de ir a su casa. En el auto, nos
sentamos y nos las comemos en silencio.
—¿Puedes entrar? —pregunta. Sus cejas se fruncen—. ¿Pasarías la noche
conmigo?
Miro hacia la casa. Daniel es un buen tipo, pero no sé cómo se sentiría si
pasara la noche aquí. No quiero hacer nada que ponga en peligro su relación con
su padre.
Se ríe.
—Relájate. No va a ir tras de ti con una escopeta. Recibí un mensaje antes.
Ha sido llamado y no llegará a casa hasta mañana por la noche. —Su sonrisa es
sexy—. Sólo somos nosotros.
—Entonces, me quedaré —digo, mostrándole una sonrisa—. Ahora que sé
que no me van a disparar en las pelotas.
Salimos del auto y la sigo hasta la parte de atrás de la casa. Le gusta ir
por la puerta trasera del patio de su habitación. Creo que la hace sentir como si
fuera más su casa de esa manera. Tan pronto como entramos, introduce el
código de la alarma y tira su bolso al suelo. Cierra la puerta y nos encierra,
mientras mi mirada se asoma a su habitación. La ha transformado desde que
llegamos. La ha decorado con cercetas y grises que son más de su estilo que el
aspecto masculino que tenía antes. Fotos de ella y Cora llenan el espacio y sus
ropas se esparcen por el suelo. Lo que me hace sentir curioso es la pila de libros
en su mesita de noche.
—¿Has estado leyendo los libros de tu padre? —pregunto, mientras recojo
uno de los libros de medicina.
Sus mejillas se ponen rosadas. —Sólo veía si me interesaba lo suficiente
como para ir a la escuela.
El orgullo me golpea en el pecho. —¿Escuela de medicina? ¿Como Daniel?
—Quizá sea algo de familia. —Se encoge de hombros—. Drew me ha estado
dejando seguirlo mientras ve pacientes cuando vamos más despacio. Dice que
presto más atención que Soph.
Dejo el libro abajo. —Creo que lo harías muy bien. Eres genial con todas 103
las dolencias de Cora.
—Ya veremos —dice en un tono no comprometido—. Haré lo que sea mejor
para Cora. Incluso si eso significa trabajar en la clínica a tiempo completo en
lugar de ir a la universidad. Sabes que ella es mi principal prioridad.
Sus palabras, aunque dulces y genuinas, me regañan. Le agarro las
caderas y la acerco. —Puedes tener tus sueños y una familia. Te das cuenta de
eso, ¿verdad?
—Uno de esos escenarios demasiado buenos para ser ciertos —murmura.
—Sólo digo que...
Presiona su pulgar contra mis labios. —¿Qué tal si no hablamos de mi
futuro y hablamos del presente? —Su ceja se levanta mientras su otra mano se
desliza para agarrarme a través de mis pantalones—. Quiero mostrarte lo
agradecida que estoy de que seas un novio tan bueno y cariñoso.
Mi polla se sacude a la vida en su agarre, palpitando en anticipación.
—Jenna. —Gruño, mi voz ronca por la necesidad.
—Shhhh —susurra, mientras empieza a desabrocharme la camisa—. Todo
lo que quiero oír son sonidos de placer viniendo de ti.
Gruño ante sus palabras descaradas. —¿Qué se te ha metido?
—Tú no... todavía.
Me empuja la camisa por los brazos y se cae al suelo. Luego, me quita la
camiseta. Mi polla se tensa contra mis pantalones. Sus dedos desabrochan
hábilmente mi cinturón y en cuestión de segundos, empuja mis pantalones y la
ropa interior hacia abajo. Como si estuviera ansioso por verla, mi polla rebota
delante de ella, ya gotea pre-semen en la punta.
Su lengua sale y se lame el labio inferior.
—Alguien está muy callado ahora. —Ronronea.
Se quita el suéter y luego se desabrocha el sostén. Sus tetas llenas me son
regaladas para mi degustación visual mientras se arrodilla ante mí. Sus ojos
verdes se abalanzan sobre mí. La confianza gotea de ella y doy gracias a Dios de
que se haya hecho amiga de Sophia y Winter. Esas dos chicas son fundamentales
para sacarla de su caparazón. La confianza en sí misma es una cualidad sexy en
Jenna.
Su mano envuelve mi polla y se burla de mí acariciándome suavemente.
Estoy a punto de decirle que deje de jugar conmigo cuando su lengua se desliza
por mi punta. Mis dedos se deslizan dentro de su cabello, agarrándola fuerte y
suelto un pequeño gruñido.
—Mierda, Jenna.
Sonríe, su lengua rodeando mi punta, antes de deslizarse sobre mi
longitud. Un par de veces me la ha chupado, pero no es algo que haya pedido 104
activamente. Pero, ahora que se siente segura de sus habilidades y que está
haciendo un buen trabajo, me inclino a sugerirlo en un futuro próximo.
Mis ojos se cierran cuando tiene un poco de arcadas. Soy demasiado
grande para que me lleve completamente en su boca, pero la hermosa chica lo
intenta. Mierda, cómo lo intenta. La saliva corre por mi eje hasta mis pelotas y
mis nervios arden de lujuria. Mientras chupa y se burla de mi polla, su mano se
desliza a lo largo de mi cuerpo, manchando su saliva. La frota en mis pelotas,
haciendo que el placer casi explote de mí. Mis rodillas se siguen doblando
mientras casi pierdo el control. Me las arreglo para decir mis palabras de
advertencia.
—Me voy a correr, cariño.
Se desliza y murmura—: Déjame probarte.
Sus palabras son mi perdición, pero son sus ojos verdes malvados los que
me excitan. Abre los labios hinchados y saca la lengua, como si estuviera
esperando un regalo. Entonces, me masturba con su mano mojada. Cuando
gimo, una señal de mi inminente orgasmo, apunta mi punta directamente a su
boca abierta. Siseo en placer y mi semen brota de mí. Le cubre la lengua, gruesa
y blanca. Su boca se engancha a la punta una vez más y se traga cada gota hasta
que me deja seco.
Con mi agarre apretado en su cabello, la pongo de pie y beso su sexy boca
que todavía sabe a mí. Antes de que se meta demasiado en el beso, la alejo de
mí. Mis manos hacen un trabajo rápido para desabrocharle los pantalones y
pasárselos por los muslos. Tan pronto como sus bragas son empujadas hacia
abajo también, la doblo sobre la cama, mostrando su perfecto y redondo trasero
hacia mí.
—La niña pequeña jugando grandes juegos con niños grandes, ¿ummm?
—pregunto, mi voz ronca.
Se retuerce y mueve su culo. —Soy una chica grande. Tú eres el que
necesita estar al día.
Mi polla tiembla ante sus palabras. Le doy una nalgada, me encanta
cuando florece de inmediato de color rosa. —Tú eres la que está agachada sobre
la cama y a mi merced, cariño. —Corro mi dedo entre sus muslos y me complace
encontrar su coño empapado. Empujando dentro de ella hasta mi nudillo, no
puedo evitar darme cuenta de lo afortunado que soy de tener a esta preciosa
mujer a la que llamo mía.
—¿Vas a follarme o sólo a burlarte de mí? —me provoca.
Lentamente le meto y le saco el dedo. —Las bromas son más divertidas.
Mientras deslizo un dedo dentro de ella, dejo que uno de los otros se frote
a lo largo de su clítoris cada vez que muevo mi mano. Su cuerpo tiembla y se
sacude. Una y otra vez, la llevo cerca del borde del éxtasis hasta que lloriquea y
ruega por su liberación. 105
—Ruega por mi polla —digo, abofeteando su culo con mi mano libre.
Aprieta mi dedo y grita—: ¡Por favor! ¡La necesito!
Alejo mis dedos, riéndome de su gruñido, y me las arreglo para encontrar
un condón en mi billetera. Hemos intentado jugar a lo seguro, pero a veces no
sucede como debería. Rompo el papel de aluminio con los dientes y envaino mi
pene aún húmedo con el condón. Luego, alineo mi punta con su abertura, antes
de entrar de golpe. Grita, sus puños tirando de la colcha, y su coño me agarra
hasta el punto de marearme de placer.
—Te gusta cuando te follo duro. —Gruño—. ¿No es así? —Para llevar a
casa mis palabras, separo sus mejillas para poder mirar su trasero y me meto
dentro de ella profundamente. Su trasero me tienta, deseoso de que la lleve lo
más lejos que pueda. Mojo mi pulgar con la lengua y luego lo presiono contra su
agujero fruncido. Grita conmocionada y luego gime cuando la sondeo allí.
—¡Ahh!
—Buena chica. —Gruño—. Algún día te voy a hacer trabajar para que
tomes mi polla aquí.
Se estremece y su coño se vuelve más mojado con la excitación. Follo su
culo con el pulgar mientras le follo el coño con la polla, y le doy una bofetada en
la mejilla con la otra mano. Cada vez que golpeo su carne, su culo y su coño se
aprietan a mi alrededor. Me vuelve loco, haciéndome meterme dentro de ella más
duro, más rápido y más feroz.
—Toca tu clítoris, Jenna. Hazte venir, tal como te enseñé. —Gruño, mi
mano agarrando la mejilla de su culo.
Suelta el cubrecama para tocarse ella misma. Cada vez que se acerca, su
coño se aprieta a mi alrededor. Cuando empieza a venirse, le quito el pulgar y le
agarro los pechos, tirando de ella hacia mi pecho. La follo duro, sosteniéndola
con mi polla dentro de ella y mis manos en sus tetas. Su gemido estrangulado al
detonar su orgasmo alimenta el mío. Gimo, enterrando mis dientes en su hombro
mientras dreno mi liberación.
—Maldición, mujer. —Gruño, y ahora le doy besos dulces en el hombro—
. Maldita sea.
Se ríe. —Me agotaste.
Deslizándola de mi polla, me pongo de pie. Cuando me agacho para
quitarme el condón, ya no está.
—Mierda —me quejo—. El condón no está.
—¿Se ha ido? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Acuéstate y déjame buscarlo.
Se da la vuelta, sus ojos verdes abiertos de par en par. —¿Está dentro de 106
mí?
Beso su boca abierta. —Recuéstate y abre las piernas. Lo sacaré. Confía
en mí.
Sus cejas se fruncen, pero obedece. Se ve muy caliente, tumbada en su
cama con las piernas abiertas. Jenna me hace sentir joven de nuevo. Como si
pudiera follármela diez veces al día y nunca me cansara. Alejo la mirada de su
estómago para ver su coño rojo por mi abuso. El condón ha desaparecido. Meto
dos dedos dentro de ella en busca del condón. Se retuerce un poco, pero me deja
buscarlo. Me las arreglo para localizarlo y pellizcarlo entre los dedos antes de
sacarlo. Su coño gotea con semen cuando saco el condón.
—Está seco por dentro —señalo, moviéndolo hacia ella. Lo tiro en la cama
junto a ella y luego le meto los nudillos por la abertura—. Así que eso significa
que todo esto fue directo al interior sin barreras.
—No es la primera vez que te vienes dentro de mí —dice en voz baja.
Agarro sus manos y la jalo para que se ponga de pie conmigo. —No estoy
tratando de embarazarte, pero es una posibilidad real, con tantas veces como
hemos tenido sexo. Y todavía no tomas la píldora.
—¿Estás enojado conmigo? —Su nariz se vuelve rosa ante su pregunta
vulnerable.
Con una sonrisa que no puedo resistir, beso su preciosa boca. —No, pero
tienes que entender algo. He estado en la universidad. Tengo mi carrera. Estoy
listo para sentar cabeza. Tú, por otro lado, tienes mucho frente a ti. —Descanso
mi frente contra la suya—. No voy a ir a ninguna parte, pero es por ti por quien
me preocupo. No quiero quitarte tus decisiones forzándote un momento que te
cambiará la vida.
Sus palmas acunan mis mejillas desaliñadas. —Entiendo las
consecuencias y repercusiones. Todavía estoy aquí. Tienes que recordar que no
soy como la mayoría de las chicas de mi edad. Tenemos deseos y deseos muy
similares.
Una sonrisa malvada curva mis labios. —Bien, porque sólo tenía un
condón inútil y si me quedo esta noche, planeo hacerte el amor muchísimas
veces más que una vez.
107
Jenna
Dos meses y medio después
—¿T
e compró un auto? —exige Winter en la otra
línea—. ¿En serio?
—¿Es raro? —pregunto, mordiendo mi labio
inferior—. Dijo que era un regalo de graduación.
Se ríe. —Quiero decir, es tu padre y todo eso, pero apenas lo conoces. ¿Te
pareció raro que te lo diera? 108
—No —digo—. Se veía muy feliz.
—Bueno, entonces eso es genial —dice, y luego se queja con alguien. Luego
un chillido—. ¡Mierda! ¡Tengo que irme! Hablando de papis viejos… —Su risa es
lo último que escucho antes de que cuelgue.
Nos enteramos de que el abogado que me ha estado ayudando a través de
Enzo es su novio. Hablando de un mundo pequeño. Pero no habla mucho de su
relación. Todo lo que sé es que vive con él y él solía ser el mejor amigo de su
padre. Hay todo tipo de drama envuelto en su vida, así que trato de darle un
espacio seguro de todo eso. En vez de eso, terminamos hablando de mi drama.
Enzo es el buen tipo de drama. Es cariñoso en público y dominante en el
dormitorio. Nos peleamos por tonterías, pero nunca por algo que dure.
El drama que es estresante para mí gira en torno a Cora. Esperar este
período de seis meses es ridículo. Siempre me pide que vaya a casa o irse
conmigo. Afortunadamente, entre mi padre programando su cirugía de
otorrinolaringología y Patty acompañándola, Cora ahora tiene los tubos que
necesitaba desesperadamente. Le pregunté a Patty después de que Cora se
recuperara si podíamos llevarla a casa de papá para mostrarle la habitación,
pero no pensó que fuera una buena idea. Esa noche lloré hasta quedarme
dormida.
Me gradué de la escuela secundaria y me aceptaron en una universidad
local con una beca completa. Tengo un auto, y ahora, con la escuela terminada,
un trabajo a tiempo completo. Todo es casi perfecto. Por eso el otro día, fui a la
agencia y llené los papeles para conseguir a mi chica.
Tres meses en su lugar parece más que suficiente tiempo. Sólo quiero que
vuelva a casa conmigo. Me lloran los ojos sólo de pensar en Cora. La veo casi
todos los días, pero no es suficiente. La echo mucho de menos.
Papá llama a mi puerta abierta y cruza el umbral. Hoy, aparece en modo
médico. Todo lo que le falta es su bata blanca de laboratorio. Pero, lleva puesta
la mirada intensa y súper enfocada en su rostro que reserva para el trabajo.
—Buenos días —dice—. ¿O debería decir tarde?
Me río y le tiro una almohada. —Es domingo. Seguramente una chica
puede dormir hasta tarde.
—Bueno, te perdiste el desayuno, dormilona. Lo dejé en la estufa para ti.
Estoy a punto de salir.
La mención de comida hace que me duela el estómago. Enrosco el labio y
cierro los ojos.
—¿Todo bien? —pregunta papá, de repente en la cama a mi lado, revisando
mi temperatura como si tuviera ocho años en vez de dieciocho. Es un padre muy
devoto, estoy aprendiendo.
—Sí, sólo me siento un poco mal esta mañana. 109
Me da una sonrisa comprensiva. —¿Nerviosa?
—Han pasado como tres días desde que presenté la solicitud. No he oído
una palabra de vuelta.
—Estas cosas llevan tiempo. Estoy seguro de que todo está bien.
—Gracias, papá.
Mira su reloj. —¿Hoy va a venir Enzo?
—Más tarde. Tuvo que ir a casa de su madre para ayudarles a podar
algunos árboles. Le diré que le mandas saludos. ¿Cuándo volverás a casa?
—No hasta mañana por la tarde. Si me necesitas, envíame un mensaje de
texto. Estoy a la vuelta de la esquina.
Sonrío. —No te molestaré en el trabajo.
—Pero, sabes que puedes hacerlo, ¿verdad? Sin importar qué.
Mi corazón se hincha. Es agradable tener familia. Este sentimiento nunca
pasará de moda. —Lo sé.
Me da palmaditas en la cabeza. —Bien. Me tengo que ir, chica. Nos vemos
mañana.
Mientras se dirige hacia la puerta, me invade la emoción. Salto de la cama
y lo abrazo por detrás. —Te quiero.
Su voz se ahoga cuando responde. —Yo también te quiero, Jenna.
L
e doy palmaditas en la espalda a Lila y beso su cabello castaño y
esponjoso. Suspira, pero no se despierta. Mientras sostengo a
nuestra niña, miro a Cora y Jenna desde la ventana. Estas chicas,
cada una de ellas, me han robado partes de mi corazón. Cuando conocí a Jenna
y Cora, nunca hubiera imaginado que terminaríamos donde estamos ahora.
Siendo familia.
Cora es oficialmente nuestra. 129
Después de un año de molestar a la agencia, finalmente se nos concedió
nuestro deseo más esperado. Hacer de la pequeña Cora una Tauber. Ahora que
es nuestra, le hemos devuelto a Daniel su espacio. Ha estado pasando por su
propio infierno personal el año pasado. Le hará bien tenernos lejos.
Entro en la guardería de Lila y la acuesto. Antes de irme, la miro fijamente
durante un largo momento. Tiene mi nariz y mis ojos, pero tiene los labios
pálidos de su madre. Es adorable como el infierno y una niña de papá. Como si
estuviera compartiendo mis pensamientos, sonríe mientras duerme.
Deslizándome de su habitación, vuelvo a la sala de estar. Jenna entra con
Cora. En el puño de Cora, tiene una flor.
—Es una flor preciosa la que tienes ahí —digo mientras me arrodillo para
inspeccionarla.
—Flor para papi. —Me sonríe, se ve demasiado linda para las palabras.
Cuando escuchó que Jenna se refería a mí como “papi” cuando hablaba con Lila
poco después de nacer, Cora decidió que yo también era su papi. Realmente no
entiende todo el asunto de la adopción, pero sabe que su hogar está con Jenna
y conmigo, dondequiera que esté.
Beso su frente. —Es hermosa. Pongámosla en agua.
Entramos a la cocina y lleno un vaso de plástico. Felizmente mete la flor
abusada en la taza. Jenna se pone a cortar una banana, y luego pone el tazón
en la mesa para ella. Cora se sienta en su silla, felizmente comiendo su banana.
—¿Estás bien? —pregunto, jalando a Jenna hacia mí por un raro momento
de silencio robado.
—Sí, sólo cansada. Tengo un examen el lunes para el que necesito
estudiar.
Beso la parte superior de su cabeza. —¿Necesitas ir a casa de tu padre a
estudiar? —Puede que hayamos vuelto a mi casa permanentemente, pero sé que
extraña su antiguo estudio.
—Puede que vaya allí un par de horas, si estás seguro de que puedes
manejar a esta multitud —dice y le hace una cara tonta a Cora.
Cora la imita, se ríe y luego se mete más mordiscos de banana en la boca.
—Si se salen de control, llamaré a mamá para que venga a salvar el día —
digo riéndome. Mi madre es una buena madre, pero es una abuela fantástica.
Cora adora el suelo que pisa. El año pasado, cuando Jenna y yo teníamos que
trabajar, y a Daniel lo llamaban al hospital, fue mi mamá la que nos ayudó a
cuidar a Cora. Desarrollaron un vínculo que sólo se ha fortalecido con el tiempo.
—Tu mamá la echa a perder —dice Jenna, pero no de mala gana. Sabe que
Cora merece ser malcriada. La niña, como Jenna, ha pasado por alguna mierda.
130
Es bueno para ella que su abuela la malcríe, como cualquier otra niña normal.
Cora se frota la cara, frotando plátanos sobre ella y Jenna entra en acción.
La limpia y luego me la trae para que la bese antes de que se acueste a dormir
la siesta. Afortunadamente, Cora todavía cae fácilmente para sus siestas. Unos
minutos más tarde, Jenna regresa con una sonrisa astuta en la cara.
—¿Tenemos tiempo para dormir la siesta mientras los niños duermen? —
pregunta en tono tímido, antes de salir de la cocina.
La persigo y voy a nuestro dormitorio. Cuando se quita la camisa y los
pantalones, mi pene se despierta. Despojándome de mi ropa durante el camino,
la sigo hasta la cama. Con dos niñas cerca, hemos aprendido a ser rápidos. Llevo
a mi esposa al clímax con una velocidad experta y luego busco un condón en la
mesita de noche. Cuando lo pongo en mis dientes para abrirlo, me lo quita
suavemente. Sus ojos verdes resplandecen de amor y felicidad.
Levantándole la ceja, le digo con una expresión silenciosa: Podríamos
quedarnos embarazados.
Su sonrisa es cegadoramente hermosa mientras asiente. Tal vez lo
hagamos.
Nuestras bocas se juntan para un beso ferviente y la penetro fuertemente.
Nos perdemos el uno en el otro hasta que ambos estamos explotando de placer
y la lleno de semen. El brillo de sus ojos me dice que espera que tengamos éxito.
—Supongo que estamos haciendo esto de nuevo —murmuro, antes de tirar
de su labio inferior entre mis dientes.
Acaricia mi cabello con sus dedos y me sonríe. —Con suerte lo haremos
una y otra vez.
—¿Cinco hijos? —La reto con una risa.
—Quiero todos los que me des.
Mi polla se endurece ante sus palabras, ansiosa por follármela al menos
una vez más hoy antes de que las niñas se despierten. —Entonces, señora
Tauber, será mejor que empecemos. —La beso con fuerza antes de alejarme para
ver su precioso y feliz rostro—. Hagamos algunos bebés, cariño.
Fin
131
“Broken” de Lovelytheband “Hi-Low (Hollow)” de Bishop Briggs
“Jumper” de Third Eye Blind “The Death of Me” de Meg Myers
“Fever” de The Black Keys “Soldier” de Fleurie
“A Little Death” de The “Codex” de Radiohead
Neighbourhood “True Love Waits” de Radiohead
“Girls Your Age” de Transviolet “High and Dry” de Radiohead
“Hatefuck” de Cruel Youth “Uninvited” de Alanis Morissette
“Walk Through the Fire” de Zayde
“Him & I” de G-Eazy and Halsey
Wolf and Ruelle
“Fade Into You” de Mazzy Star
“If You Want Love” de NF
“Animal” de Badflower
“Lie” de NF
“The Sound of Silence” de Simon &
“I Told You I Was Mean” de Ellie Garfunkel
King
“Arsonist’s Lullabye” de Hozier 132
“Poison” de Meg Myers
“Work Song” de Hozier
“Middle Fingers” de Missio
“Hold On” de Alabama Shakes
“Kids Ain’t All Right” de Grace
Mitchell “Hallelujah” de Jeff Buckley
“Carry You” de Ruelle “The Winding Sheet” de Mark
Lanegan
“Little One” de Highly Suspect
“I Love You Little Girl” de Mark
“I Don’t Even Care About You” de Lanegan
Missio
“Where Did You Sleep Last Night” de
“Heart-Shaped Box” de Dead Sara Mark Lanegan
“Numb” Meg Myers
K. Webster es la autora éxito de ventas
de USA Today de más de setenta libros de
romance en muchos géneros diferentes,
incluyendo romance contemporáneo, romance
histórico, romance paranormal, romance
oscuro, suspenso romántico, romance tabú y
romance erótico. Cuando no está pasando
tiempo con su hilarante y guapo esposo y sus
dos adorables hijos, es activa en los medios de
comunicación social conectando con sus
lectores.
Sus otras pasiones además de la
escritura incluyen la lectura y el diseño gráfico.
K siempre se puede encontrar frente a su
computadora persiguiendo su próxima idea y
tomando acción. Desea que llegue el día en que 133
vea uno de sus títulos en la pantalla grande.
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