Estudiar Hasta La Muerte en Corea Del Sur - EL MUNDO

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25/3/2021 Estudiar hasta la muerte en Corea del Sur | EL MUNDO

Nueve técnicas para sacarle el máximo partido al estudio

Estudiar hasta la muerte en Corea del Sur


Un problema de Estado
Javier Espinosa
Pekín | Corresponsal en Asia

En ciencias quieren más letras

Técnicas de estudio

La fijación social por la Selectividad causa deudas que persisten durante años y uno de los índices de suicidio entre alumnos más altos de la OCDE

Los Hagwons y cafés librería son una de las imágenes recurrentes en torno a la emblemática estación de metro de Gangnam, que da nombre al barrio de Seúl que
popularizó el cantante Psy. Los segundos podrían ser la versión muy edulcorada de los Hagwons y, por tanto, aptos tan sólo para los menos proclives a las singulares
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normativas de esos centros de estudio privados. Además, sus propios promotores -muchos de ellos, compañías editoras que hasta ahora tenían escasa relación con el
mundo de la hostelería- reconocen que no suelen ser negocios que reporten grandes ingresos y que simplemente lo hacen para aprovechar la presencia de estudiantes y
publicitar sus libros. Los más sofisticados, además de ofrecer el mejor café, permiten también alquilar ordenadores portátiles y hasta proyectores.

Los Hagwons son una institución aparte. Las propias autoridades capitalinas tuvieron que establecer hace años una suerte de toque de queda para poner freno a su
desempeño, que les podía llevar a permanecer abiertos hasta la 1 de la mañana.

Es decir, los alumnos surcoreanos enrolados en estos recintos abarrotados podían mantener rutinas diarias de hasta 16 horas vinculadas a sus actividades escolares durante
los días laborables de la semana, como ha denunciado Un Mundo sin Preocupación por la Educación Sombría, una de las ONG que más críticas se han mostrado con este
entramado.
La prohibición supuso toda una mejora respecto a sus usos y costumbres, que incluían el recurso habitual a lo que se apodaba el palo del amor, todo un eufemismo para
referirse a las varas de madera que utilizaban los profesores para castigar a los que no mostraban las debidas aptitudes.
La práctica no se prohibió hasta 2010 y, pese a ello, una investigación del diario The Korean Times puso de relieve hace días que algunos padres siguen instando a los
Hagwons a utilizar los castigos corporales para inspirar a los muchachos

«No repartimos formularios pidiendo permiso [para pegarles] -algunos Hangwon lo hacen-, sino que los padres me llaman y me dicen que les pegue si no hacen la tarea o
tienen malas notas», declaró un profesor de inglés al citado matutino.

La prueba de acceso a la Universidad se vive en el país asiático como una operación militar

Los Hagwons son, en definitiva, un exponente de la auténtica fiebre que domina la sociedad surcoreana por forzar a sus hijos a estudiar de forma casi compulsiva para
afrontar la jornada que creen más decisiva de su vida: el temido examen de acceso a la universidad, conocido allí como CSAT o Suneung.
La fecha se afronta en Corea del Sur como si fuera una operación casi militar en la que las autoridades dan órdenes para que se retrasen las aperturas de negocios, la
Bolsa, los vuelos comerciales o los de los aviones militares, y un pelotón de voluntarios y agentes se despliega por las calles para facilitar el tráfico y facilitar la llegada de
los alumnos a los centros donde afrontarán las pruebas.
En los días previos a esa cita, templos budistas e iglesias cristianas suelen estar repletos de madres que portan los retratos de sus hijos y rezan bajo la convicción de que su
fe reforzará las posibilidades de los chavales en los exámenes. Son las mismas mujeres que despiden llorando a los chiquillos cuando parten para el colegio como si se
dirigieran a un conflicto bélico.

Hace dos años, un vídeo se convirtió en un fenómeno viral en la nación asiática. Mostraba a una joven sometida a esta dinámica durante días, supervisada por su madre -
que no dudaba en colocarle un reloj sobre la mesa para recordarle que debía permanecer estudiando hasta medianoche-, y cómo la chiquilla terminaba encaramándose en
una azotea y saltando al vacío.

Algunos padres siguen instando a las escuelas a utilizar castigos corporales cuando sus hijos fallan

La grabación tan sólo reflejaba una estremecedora realidad. Al igual que su sistema educativo se ha convertido en un referente mundial en cuanto a resultados -Obama
dijo que había que imitarlo-, también lo es a la hora de contabilizar otro dato mucho menos reconfortante: Corea del Sur lleva años siendo uno de los países con el mayor
índice de suicidios de estudiantes de la OCDE.
La nación sufrió toda una conmoción años atrás, en 2011, cuando el Instituto Avanzado de Ciencia y Tecnología, una de las universidades más prestigiosas del país,
registró hasta cinco sucesos de este tipo -cuatro alumnos y un profesor- en otros tantos meses y el público descubrió que el presidente de dicha institución había
establecido una norma en la que los estudiantes debían pagar más según las notas que sacaran, perdiendo el beneficio de la educación gratuita si bajaban de 3 en una
escala de 4.

Tras esas muertes, el Consejo de Estudiantes se atrevió a difundir un inusual comunicado -en ese país el profesor goza de un respeto casi absoluto- en el que criticaba de
forma tácita la política de los responsables de la universidad. «Día tras día estamos acorralados en una competición implacable que nos asfixia y sofoca. Ni siquiera nos
sobran 30 minutos para nuestros compañeros problemáticos debido a todos nuestros deberes. Ya no tenemos ni la posibilidad de reírnos libremente», se leía en el texto,
que causó un notable impacto en la opinión pública.

El Ministerio de Educación reconoció en 2015 que la presión escolar que afrontan los jóvenes ha desembocado en unas tasas de suicidios tan significativas que se han
convertido «en un problema social».
Al anunciar la puesta en marcha de una aplicación especial para móviles para combatir este brete, el departamento admitió que, sólo entre 2009 y 2014, había
contabilizado 878 estudiantes que se quitaron la vida.

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El proyecto instaba a los padres a instalar ese programa en el teléfono de sus hijos para que así supervisaran si recurrían a palabras relacionadas con un posible intento de
matarse en sus conversaciones virtuales.

Los surcoreanos se gastaron 16.000 millones de dólares durante 2016 en tutores y clases privadas

En esas mismas fechas, el Centro Curativo de Hyowon, regentado por un antiguo empleado de una funeraria, decidió ofrecer falsos funerales a los alumnos como método
para lidiar con este tipo de inclinaciones. Los chiquillos se veían obligados a escribir una nota de despedida e introducirse en un féretro para simular su deceso y, al
despertar, escuchaban una alocución del sujeto en la que les instaba a continuar luchando.
Estas iniciativas forman parte de las muchas ideas apadrinadas por funcionarios e instituciones privadas para intentar frenar lo que es un auténtico fenómeno difícil de
resolver mientras que la sociedad surcoreana siga valorando de tal manera el éxito laboral por encima de muchas otras consideraciones.

De hecho, los suicidios no son exclusivos de los estudiantes, sino un trágico episodio que se ha cobrado la vida de conocidos actores, deportistas, modelos, millonarios y
hasta un presidente, Roh Moo-Hyun, que se lanzó desde un acantilado en 2009 cuando fue acusado de corrupción.

878 estudiantes se han quitado la vida entre 2009 y 2014, las autoridades lo consideran «un problema social»

Tan común que, según una encuesta de una institución oficial, un 31,8% de los surcoreanos ha tenido que sufrirlo en la persona de un familiar o un amigo. Esto ha llevado
a que las autoridades tengan que colocar vallas y teléfonos de la esperanza en puentes capitalinos como el de Mapo.
La pasión de las familias por colocar a sus hijos en las mejores universidades se traduce también en un frenesí de gastos para completar su educación por medio de tutores
privados o en los mencionados Hagwons.

Las estadísticas oficiales de 2016 mostraban que los surcoreanos se gastaron la astronómica cifra de 16.000 millones dólares en ese concepto, una cantidad que ha
generado una nueva clase social, los llamados estupobres -en expresión usada por los medios locales- que se endeudan durante años a causa de esta práctica y que, por el
contrario, ha generado todo un negocio en torno a los Hagwons y profesores online, que llegan a transmutarse en estrellas virtuales con sueldos millonarios.

El 83% de los niños de cinco años y el 35% de los de dos años tienen actividades extraescolares

El pasado marzo, una coalición de ONG y políticos locales promovió un debate en el Parlamento para instar a los diputados a legislar la prohibición de que los citados
Hagwons puedan enseñar también durante los fines de semana.
«Tenemos que contemplar que la educación privada en fines de semana ya no es una opción individual, sino producto de una acumulación excesiva de tareas escolares»,
opinó Kim Jin-woo, presidente de la llamada Campaña de Buenos Profesores.

El diario Korean Times llegó a exigir en su editorial que los padres surcoreanos permitieran a sus hijos «jugar» después de que un estudio del Instituto de Educación y
Cuidado de Corea del Sur demostrara que un 83,6% de los pequeños de cinco años afrontan ya actividades extraescolares, una práctica que también tiene que aguantar el
35,5% de los que sólo tienen dos años.
Para Kim Mi-sook, del Instituto Coreano de Asuntos Sociales y Salud, esta estructura educativa y de valores ha generado una influencia nefasta en la salud mental de los
más jóvenes. «No están satisfechos con su vida, lo que infringe su felicidad, daña su salud mental y puede resultar en un peligro mayor, como adicciones, delincuencia o
incluso suicidio», asevera.

«El sistema educativo ha bloqueado la creatividad y la innovación, requiere un cambio»

El sistema educativo surcoreano tiene sus raíces en los exámenes que estableció la dinastía Koryo para acceder al aparato de burócratas del Estado a partir del siglo X. La
ocupación japonesa restringió la educación de tal manera que, al concluir la II Guerra Mundial, menos del 5% de la población adulta disponía de conocimientos más allá
de la educación elemental.
Sin embargo, tras la partición de la península en dos estados, Corea del Sur se enfrascó en un esfuerzo sistemático por recuperar el nivel de su educación, algo que sin
duda lograron, aunque a costa de que sus niños no sólo se signifiquen por sus notas, sino también por ser los más infelices de la OCDE.

Como escribía el Korean Times en un reciente editorial, el sistema educativo surcoreano, «que está enfocado primariamente hacia los exámenes de acceso a la
universidad, ha generado una extrema infelicidad entre alumnos, padres y profesores. Ha bloqueado la creatividad y la innovación, debilitando la competitividad de los
estudiantes. El sistema requiere un cambio profundo».

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