Comprender El Trastorno de Ansiedad - Crisis de Angustia y Agorafobia
Comprender El Trastorno de Ansiedad - Crisis de Angustia y Agorafobia
Comprender El Trastorno de Ansiedad - Crisis de Angustia y Agorafobia
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Trastornos
de ansiedad:
crisis de angustia
y agorafobia
Xavier Caseras
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede
ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta
obra.
ISBN(epub): 978-84-9735-454-7
Conversión: booqlab.com
Diseño cubierta: XicArt
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Referencias
Sobre el autor
Xavier Caseras es doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Neurociencia
Afectiva por las Universidades de Maastricht y de Florencia. Actualmente es Profesor Agregado en el
Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona y Lecturer del Departamento de
Psicología Medica de la Universidad de Cardiff.
Sobre el libro
Las crisis de angustia son ataques de ansiedad repentinos y muy intensos que generan un fuerte malestar,
acompañados en la mayoría de casos por la creencia de estar a punto de morir o de perder el juicio. Los
estudios realizados hasta la fecha muestran que hasta un 30% de la población ha sufrido por lo menos una vez
en la vida una experiencia de este tipo y que en un 3% se convierte en un problema crónico que conlleva un
gran sufrimiento e incapacidad para llevar a cabo actividades cotidianas.
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Web de Amat Editorial
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Índice
Introducción
2. La crisis de angustia
¿Qué causa las crisis de angustia?
Los síntomas más comunes de las crisis de angustia
Síntomas fisiológicos
Síntomas cognitivos
Síntomas conductuales
Crisis de angustia durante el sueño
3. El trastorno de angustia
Crisis de angustia o trastorno de angustia
Factores que pueden predisponer a padecer un trastorno de angustia
Factores que mantienen el trastorno de angustia
4. La agorafobia
La agorafobia como consecuencia esperable de las crisis de angustia
La extensión del miedo en la agorafobia
La evitación como fuente de ansiedad
La agorafobia sin crisis de angustia
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5. Tratamiento del trastorno de angustia y la agorafobia
Tratamiento farmacológico
Benzodiacepinas
Antidepresivos
Tratamiento cognitivo-conductual
Psicoeducación
Reestructuración cognitiva
Exposición interoceptiva
Exposición programada a situaciones temidas
La combinación de fármacos y psicoterapia
6. El futuro de la enfermedad
7. Preguntas y respuestas
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Introducción
En ocasiones, y en el caso del trastorno sobre el que versa este libro con
bastante frecuencia, será útil contar con la participación de una tercera persona
que juega el papel de coterapeuta. Éste ayudará al paciente a llevar a cabo
aquellos ejercicios que puedan resultarle más difíciles o inicialmente presentarse
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como imposibles. En otras palabras, mientras el terapeuta marcará el ritmo y
establecerá las pautas de qué y cómo hay que hacer en cada momento, el co-
terapeuta vivirá el día a día de ese trabajo acompañando al paciente en esos
ejercicios y detectando in situ los posibles problemas que puedan aparecer en la
ejecución.
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terapeuta y en el tratamiento, deteriorando la comunicación entre ellos.
Este libro nace con la voluntad de ser una herramienta útil en el proceso de
psicoeducación y por tanto una ayuda en el establecimiento de una buena
comunicación entre terapeuta y paciente. No se trata de una guía de autoayuda
que permita a una persona aplicar métodos de autocuración, ni un libro que
pretenda sanar mediante la palabra el trastorno de angustia y la agorafobia. Por
desgracia las cosas no suelen ser tan sencillas, aunque no por ello imposibles.
Tampoco pretende ser un manual para terapeutas, un recetario sobre los pasos
a seguir en el tratamiento del trastorno de angustia y la agorafobia; de hecho,
ha sido escrito con la intención de no exceder las necesidades informativas de
los pacientes y de sus allegados.
Xavier Caseras
Doctor en Psicología.
Profesor agregado en el Departamento de Psiquiatría
de la Universidad Autónoma de Barcelona
y Lecturer del Departamento de Psicología de
la Universidad de Cardiff
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1. Los conceptos
ansiedad y miedo
¿Qué es la ansiedad?
Aunque en principio pueda parecer un sinsentido a aquellos que sufren de un
trastorno de ansiedad, es muy importante tener en cuenta que la ansiedad es
una respuesta del organismo esperable, normal y deseable.
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No es difícil imaginarnos que la supervivencia de los animales está
estrechamente ligada a esta respuesta de preparación ante un posible peligro. Si
las gacelas no tuvieran la capacidad de generar una respuesta de ansiedad cada
vez que perciben la presencia de un posible depredador, haría ya mucho tiempo
que habrían dejado de existir. Sus depredadores habrían acabado con ellas al
sorprenderlas desprevenidas en cada ataque. Tampoco es difícil imaginar que
esta respuesta no sucede bajo la voluntad de la gacela, sino que ocurre de
manera automática. La gacela no analiza la situación y llega a la conclusión de
que es conveniente prepararse por si algo peligroso sobreviene, sino que el
movimiento en los matorrales desencadena una reacción en cadena muy rápida
que se inicia en su cerebro y que, en fracciones de segundo, afecta a múltiples
sistemas de su organismo (nervioso, muscular, digestivo, cardíaco, etcétera).
Figura 1.1. La respuesta de ansiedad es común a buena parte de los animales. Es fácil ver animales en
libertad (como el caso de esta gacela) respondiendo con ansiedad ante potenciales peligros. Esa respuesta les
permite ser más eficientes, escapando de sus depredadores y, por tanto, sobrevivir.
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genético y transmitirse de generación en generación. No podemos pretender
dejar de sufrir ansiedad, ya que somos humanos y los humanos nacemos
preparados para experimentar ese tipo de repuesta. Lógicamente, nuestro
entorno ha cambiado mucho desde los tiempos en que debíamos estar alerta de
la presencia de depredadores y huir rápidamente de ellos. Así pues, hoy en día
serán otras situaciones muy distintas las que tendrán la capacidad de despertar
esa reacción de alarma en nosotros; pero es importante que tengamos en
cuenta que esa reacción (la ansiedad) sigue existiendo, sigue transmitiéndose
de generación en generación y sigue formando parte de nuestra esencia
humana.
Por otra parte, también hemos explicado que la ansiedad no sólo sucede en
todas las personas sino que sucede en buena parte de las especies animales, y
que experimentar ansiedad no supone en sí ninguna anomalía, sino algo para lo
que los animales (incluyendo aquí a los humanos) nacemos preparados. Es por
ello que afirmamos que la ansiedad es una repuesta del todo normal.
Finalmente, hemos explicado también que los animales que han subsistido a lo
largo de la evolución han sido aquellos más rápidos reaccionando al posible
ataque de un depredador, o en otras palabras, aquellos capaces de generar una
rápida respuesta preparatoria para la acción ante una potencial amenaza
(llámese respuesta de ansiedad). A los humanos nos sirvió para subsistir y llegar
hasta nuestros días y nos sigue siendo de utilidad para sobrevivir. Cuando al
volante de un vehículo percibimos algo extraño en la maniobra de otro
automóvil próximo a nosotros, una inmediata activación del organismo nos pone
en alerta y facilita una mejor percepción de lo que está pasando y una más
rápida reacción. Así pues, la respuesta de ansiedad es altamente deseable en
algunas circunstancias y seguramente todos podríamos encontrar algún
momento en nuestra biografía en que responder así nos permitió seguir con
vida.
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Figura 1.2. La respuesta de ansiedad en las personas, como en el resto de animales, es altamente compleja y
representa un cambio muy notable en las funciones de nuestro organismo. Todos esos cambios suceden de
manera casi instantánea e involuntaria, y van encaminados a facilitar una huida rápida ante un potencial
peligro.
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Fuentes de ansiedad
Nuestro entorno ha cambiado notablemente desde los tiempos en que los
humanos nos movíamos por la sabana expuestos al ataque de un depredador.
Así, los estímulos capaces de generarnos ansiedad también han variado
notablemente desde entonces acorde con los cambios experimentados en
nuestro entorno.
Pero analicemos estos ejemplos con calma, muy probablemente para algunos de
ellos seremos capaces de imaginar la amenaza subyacente, pero para otros
puede sernos mucho más difícil llegar a detectarla, y aún así, encontrándonos
en esa situación nos habríamos sentido ansiosos.
Parece evidente que andar por una zona apartada y oscura de nuestra ciudad
conlleva el potencial peligro de ser asaltado, así que ésta sería una situación
muy parecida a la de la gacela en la charca; si bien en nuestro caso el atacante
no sería un depredador y su intención no sería comernos. En cualquier caso, la
mayoría de nosotros no nos sorprenderíamos sintiéndonos ansiosos y en esa
situación lo atribuiríamos al temor de ser asaltados.
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ser despedidos, justificarían sobradamente la respuesta de ansiedad en este
caso.
No todo lo que nos genera ansiedad tiene por que tener una connotación
negativa. Imaginemos por ejemplo una cita para cenar con una persona que nos
resulta altamente atractiva y con la que deseamos iniciar una relación
sentimental. Hasta la fecha nuestros encuentros han funcionado muy bien, si
bien siempre nos hemos tratado como buenos amigos y nos hemos visto en
compañía de otras personas. Así, que decidimos citarla en solitario en un
entorno más romántico, y con la expectativa de que, a partir de ese encuentro,
nuestra relación será más íntima. Podemos tener la certeza de que esa persona
comparte el mismo sentimiento por nosotros que nosotros tenemos por ella, así
que damos ese paso a sabiendas de que será bien recibido.
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atascos de tráfico son una constante para la mayoría de nosotros, y para
algunos una fuente de constante malestar y ansiedad. Imaginemos un caso
extremo, un hombre que recibe la llamada de que su mujer se dirige al hospital
para dar a luz a su hijo y en su camino al hospital se encuentra atrapado en un
atasco. En este caso, no sorprendería a nadie que esa persona experimentara
ansiedad. La amenaza es clara: perderse el nacimiento de su hijo. Pues bien,
hay gente que ha asumido esa misma urgencia por llegar a los sitios incluso
cuando su objetivo final es sentarse en el sofá de casa sin ninguna tarea
concreta que hacer. Cuando una retención de tráfico los demora, sienten la
amenaza de la tardanza en llegar a su destino. En estos casos, una reflexión
sobre lo que realmente está pasando y la poca importancia que para ellos puede
tener retrasarse unos minutos probablemente les llevaría a deshacerse de la
ansiedad —como la gacela cuando lo que asoma de los matorrales es un
babuino y no una leona— pero en muchas ocasiones esta reflexión no existe y la
persona se deja llevar por los automatismos de su mente, manteniendo una
ansiedad a todas luces innecesaria.
De los ejemplos que hemos citado en este apartado se desprende que en buena
medida sentir ansiedad depende de la interpretación que se hace de la situación
en que estemos inmersos. Dicho de otra manera, hay situaciones
universalmente capaces de producir ansiedad (por ejemplo, encontrarnos en
unas circunstancias en las que se pone en franco riesgo nuestra seguridad),
pero hay muchas otras en las que la respuesta de nuestro organismo estará
provocada por el hecho de que hemos asumido o imaginado una amenaza que
es más supuesta que real. Así pues, si en el ejemplo de la cita romántica las
dudas sobre la reciprocidad de los sentimientos no hubieran aparecido, la
ansiedad tampoco habría estado presente; o si en el caso del atasco de tráfico,
la persona simplemente adquiriera conciencia de que demorarse unos minutos
no le impediría llevar a cabo las mismas actividades que planeaba hacer
llegando con puntualidad, la ansiedad se desvanecería.
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Figura 1.3. A pesar de que nuestro entorno ha cambiado notablemente desde los orígenes de la humanidad y
con él las causas de nuestra ansiedad, seguimos respondiendo de la misma manera ante lo que interpretamos
cómo un peligro, bien sea un depredador, bien una importante reunión de trabajo.
Diferencias individuales
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Que no todos somos iguales ni respondemos de la misma manera frente a
situaciones idénticas es una obviedad de la que tampoco escapa la ansiedad.
Hay personas con una capacidad superior para percibir o interpretar amenazas a
su alrededor, mientras otras parecen ajenas a cualquier peligro. Así por ejemplo,
cuando nosotros estamos temblando y el corazón parece salírsenos del pecho
mientras estamos esperando a realizar una entrevista de trabajo, otro candidato
sentado a nuestro lado ojea relajadamente una revista. La herencia genética, las
experiencias vividas durante los primeros años de vida, la historia personal más
reciente o la importancia que se dé a determinada situación pueden explicar las
diferentes reacciones de las personas ante un mismo escenario.
Lógicamente, las experiencias que vivamos los primeros años de nuestra vida
también determinarán cuan ansiosos seremos de adultos, es decir, como acaban
expresándose esos genes que hemos adquirido.
Al igual que un niño que hereda una buena aptitud numérica no la desarrollará
plenamente si no es adecuadamente escolarizado o estimulado a ponerla en
práctica, alguien que hereda una elevada propensión a la ansiedad podrá verla
atenuada si su entorno durante la infancia no es excesivamente protector o no
se le inculca el temor a lo desconocido o a determinadas situaciones. Por el
contrario, si el niño con una buena capacidad innata para las matemáticas es
adecuadamente estimulado y alentado a desarrollarla, fácilmente despuntará
como matemático o físico; de la misma manera, el niño que hereda una forma
de ser ansiosa, si vive sobreprotegido o en un entorno temeroso, muy
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probablemente crecerá con una elevada propensión a experimentar ansiedad
ante muy diversas situaciones.
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aquellas zonas donde más necesario es, nuestras pupilas se dilatan, nuestra
temperatura aumenta, sudamos… pero en uno y otro caso lo que está
sucediendo en nuestro cerebro no es exactamente lo mismo.
Figura 1.4. Los últimos avances tecnológicos nos han permitido conocer mejor cómo funciona nuestro cerebro
cuando experimentamos unas u otras emociones. Así, ahora sabemos que la amígdala es una estructura
cerebral muy relacionada con la experiencia del miedo.
Por otra parte, las dos estructuras cerebrales de las que estamos hablando
parecen estar también muy bien conectadas entre sí, lo cual no es de
sorprender si tenemos en cuenta que cuando nos ponemos ansiosos nos
acabamos asustando, o lo que es lo mismo, que en muchas ocasiones la
ansiedad no deja de ser una respuesta previa al miedo. Como ya hemos venido
hablando, consideramos ansiedad la respuesta de preparación que se da ante
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una potencial amenaza, se trata pues de una respuesta de activación de nuestro
organismo que se produce ante un estímulo difuso, poco concreto.
¿Pero que sucedería si de entre los matorrales asomara una leona? En ese caso
la activación del organismo se mantendría y por muy sedienta que estuviera, la
gacela echaría a correr lejos de aquel lugar. En este caso, el estímulo que
provoca esa reacción ya no es difuso, no se trata de una potencial amenaza,
sino de un estímulo muy concreto: un depredador. Es ese momento la gacela ya
no está ansiosa, sino que experimenta miedo.
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cuando es posible que la ansiedad se mantuviera hasta que llegáramos a casa.
Si no consiguiéramos huir de él y nos asaltase, nuestro miedo desaparecería
cuando partiera con su botín, pero no así la ansiedad que muy probablemente
nos acompañaría durante un buen rato.
Esta distinción entre ansiedad y miedo, aunque sutil, tiene importancia. Como
veremos más adelante en el caso de las crisis de angustia, la ansiedad jugará un
papel desencadenante mientras que el miedo conformará la crisis en sí misma.
Así pues, ¿qué hacía que esos miedos pudieran considerarse un problema en el
caso de Juan? Él renunció a un sustancial ascenso en su trabajo debido a la
posibilidad de que su nuevo puesto implicara la necesidad de viajar en avión.
Simplemente, no podía soportar la idea de volar y estaba seguro que llegado el
momento sería del todo incapaz de hacerlo.
Explicaba también que en una ocasión se le hizo tarde al volante. A medida que
oscurecía se iba sintiendo mal, su corazón se aceleraba, se sentía mareado y
notaba la falta de aire. En la primera ocasión que tuvo paró el coche y llamó a
casa para que le fueran a buscar. Su mujer y su cuñado tuvieron que ir en su
ayuda, ya que él era incapaz de conducir los menos de 30 kilómetros que le
quedaban para llegar a casa.
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fuera acompañado. No podía soportar la idea de necesitar ayuda y estar lejos de
un lugar donde pudiera recibir asistencia médica.
A simple vista puede apreciarse que las situaciones que atemorizaban a Ana
María eran más invalidantes que las de Juan. En otras palabras, si imaginamos
que somos nosotros quienes sufrimos esos miedos, seguramente procuraríamos
llevar una vida relativamente parecida a la que tenemos ahora, pero sin hacer
uso de aviones, conducir de noche o adentrarnos en un bosque. Bastaría con
limitar nuestros viajes a distancias alcanzables en tren o coche, dejar que
nuestro acompañante condujera en caso de oscurecer, planificar nuestros
trayectos para que empezaran y terminaran con el crepúsculo, u olvidarnos de
organizar excursiones por la montaña.
Ahora bien, imaginemos que no podemos hacer uso del transporte público, de
ascensores o de echar el cerrojo a una puerta. Nuestra capacidad de
desplazarnos por la ciudad estaría mucho más limitada y, posiblemente, no
podríamos ir a muchos de los lugares que ahora frecuentamos. No hacer uso de
los ascensores quizás sería menos problemático y nos mantendría en forma,
pero ¿qué sucede si hemos de empujar un carrito de la compra o el cochecito de
un bebé? En esos casos, usar un ascensor se hace mucho más necesario.
Finalmente, no poder encerrarnos solos en una habitación es altamente
problemático. Imagínese cuantas veces ha hecho eso al usar un baño público, o
incluso el baño de su casa cuando tiene visitas o cuantas veces ha estado solo/a
en casa y, lógicamente, ha mantenido la puerta de la calle cerrada.
Otra de las diferencias que salta a la vista entre los miedos de Juan y los de Ana
María está en lo insólito de los mismos. Mientras que muchas personas podrían
compartir los miedos de Juan, aún sin llevarlos a los mismos extremos que éste,
los miedos de Ana María son mucho menos frecuentes entre nosotros. Muy
probablemente, nos sorprenderíamos mucho más si alguien cercano nos
confesara su miedo a quedar encerrado en un baño o a subirse al autobús, que
si nos revelara su temor por subirse a un avión o por conducir de noche por una
autopista. A fin de cuentas, la mayoría de nosotros entenderíamos como más
peligroso lo segundo que lo primero, y no olvidemos que la ansiedad y el miedo
hacen precisamente referencia a eso, a la anticipación de un peligro o a toparse
con él.
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Cuando la ansiedad sea excesiva en intensidad o se produzca ante situaciones
no susceptibles de ser peligrosas. Juan representa un buen ejemplo del primer
supuesto: aunque estadísticas en mano pudiéramos aceptar que conducir de
noche por una autopista entraña cierto peligro, la mayoría de nosotros afronta
esa situación con mayor o menor tranquilidad y no necesita llamar a casa para
que alguien venga a conducir nuestro coche una vez ha oscurecido. Parece claro
que aquí el problema radica en que a Juan su ansiedad le sobrepasaba y no le
permitía pensar y obrar con normalidad, como la mayoría de nosotros
actuaríamos.
Ana María nos sirve muy bien para el segundo de los supuestos: dar vuelta al
cerrojo del baño no entraña peligro alguno. Estadísticas en mano, antes debería
evitar comer setas por miedo a un envenenamiento o acostarse en la cama, ya
que son muchos más los que mueren mientras duermen que no los que lo hacen
encerrados en el baño. Así pues, en este caso la ansiedad aparece ante una
situación que claramente no lleva asociada ningún peligro real. Ni que decir
tiene que en ambos casos se cumplía un tercer supuesto para considerar la
presencia de un trastorno psicológico: la ansiedad interfería en el desarrollo de
sus actividades profesionales o de ocio (en ambos casos limitaba sus
posibilidades de llevar una vida normal) y/o producía un importante malestar
subjetivo (en ambos casos existía una sensación de inadecuación e
insatisfacción con uno mismo y con su vida).
Aunque los ejemplos presentados puedan parecer casos extremos del trastorno
al que se dedica este libro (trastorno de angustia con agorafobia), no es así. Un
gran número de personas que sufren ataques repentinos e incontrolables de
ansiedad llegan a temer a tantas situaciones de la vida cotidiana y con tanta
intensidad que quedan confinados al propio hogar y a moverse por un perímetro
muy corto de su propia vivienda. La mayoría de ellos sólo se aventurarán a
superar esos límites mentales en compañía de alguien que les ofrezca seguridad
y, en algunos casos, ni aún así.
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Puntos clave:
• La ansiedad y el miedo son respuestas normales de nuestro
organismo que se producen frente a peligros potenciales (la
ansiedad) o reales (el miedo). Han estado presentes desde el
origen de nuestra especie y nos han servido para subsistir y
mantenernos en el planeta. Así que lo irracional no es sufrir
ansiedad o miedo en determinadas situaciones, sino pretender
no experimentar nunca esas respuestas.
• La valoración inicial de peligro tiene lugar a un nivel muy
primitivo de nuestro cerebro, fuera de nuestro control voluntario.
Pensemos que los ratones sufren ansiedad y miedo, y
lógicamente sus cerebros no permiten grandes racionalizaciones
como las que podemos hacer los humanos. Así pues, la ansiedad
y el miedo pueden considerarse respuestas automáticas de
nuestro organismo.
• Son muchas las situaciones capaces de provocarnos ansiedad y
miedo. Que experimentemos esas emociones dependerá en gran
medida de los pensamientos que pasen por nuestra cabeza en
un momento determinado.
• La ansiedad y el miedo son un problema que merece atención
especializada cuando limitan el funcionamiento normal de una
persona por ser excesivas o aparecer en momentos inadecuados.
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2. Las crisis de angustia
Los síntomas citados son los más comunes, pero no los únicos. Probablemente,
debido a diferencias individuales en la respuesta fisiológica de nuestro
organismo, hay quienes fundamentalmente sienten mareo o vértigo
acompañados de alteraciones visuales y sensación de pérdida de equilibrio y/o
desmayo; hay quienes sienten más los síntomas de índole cardíaca, como
palpitaciones, opresión en el pecho, falta de aire y que creen estar sufriendo un
infarto; hay los que perciben un nudo en la garganta que no les deja tragar y
sensación de ahogo; y así muchas combinaciones distintas posibles.
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4. Sensación de ahogo o falta de aliento
5. Sensación de atragantarse
6. Opresión o malestar torácico
7. Náuseas o molestias abdominales
8. Inestabilidad, mareo o desmayo
9. Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (estar separado de uno
mismo)
10. Miedo a perder el control o volverse loco
11. Miedo a morir
12. Parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo)
13. Escalofríos o sofocaciones
Figura 2.1. Criterios a cumplir para considerar el diagnóstico de crisis de angustia según la última edición del
manual de trastornos mentales (DSM-IV-TR) de la Asociación Americana de Psiquiatría.
Las crisis de angustia que aquí más nos interesan son las inesperadas, las que
aparecen de la nada, ya que son las que se relacionan con el trastorno de
angustia al que se dedica este libro.
Para entender mejor qué es una crisis de angustia volvamos al ejemplo de Juan
y observemos cuándo y cómo empezaron sus problemas de ansiedad. Juan era
un ejecutivo de una importante firma. Su trabajo le obligaba a desplazarse con
cierta regularidad a distintas ciudades de su país y, ocasionalmente, al
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extranjero.
Aún y no sintiéndose del todo bien, sus síntomas habían mejorado y después de
una rápida exploración el médico le dijo que lo que había sufrido era ansiedad,
que no había motivo de preocupación por su salud y que le recomendaba
disminuir el ritmo de trabajo que llevaba. Le dio unas pastillas que le ayudarían
a recuperarse y una receta para que al día siguiente comprara más si aun las
precisaba. Juan tomó una pastilla y guardó dos más por si las necesitaba más
tarde. Subió a su habitación, canceló la cena con su colega, pidió algo ligero
para comer al servicio de habitaciones y se fue a dormir con la esperanza de
que lo peor ya hubiera pasado.
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habitación se puso las dos pastillas que le habían sobrado del día anterior en el
bolsillo y bajó hacia la recepción donde le esperaba su colega.
Cuando se disponía a salir del hotel, notó que el mareo volvía, percibió cierta
aceleración en su ritmo cardíaco y un malestar inespecífico que rápidamente le
echó atrás. Volvió a entrar y se sentó en una butaca. A pesar de que
mentalmente se repetía las palabras que el médico había usado la noche
anterior: «es ansiedad y no hay motivo de preocupación», en su cabeza
coexistía la duda de si no podría ser otra cosa y hasta que punto podría ser
grave. Los síntomas eran de menor intensidad que el día anterior, pero el miedo
aún existía.
Finalmente, su colega se ofreció a solucionar solo lo que quedaba por hacer esa
mañana, y así Juan podría descansar en la habitación y recuperarse del todo
antes de iniciar el viaje de vuelta. Así se hizo. Juan subió a su habitación, se
tomó otra de las pastillas que le había dado el médico y se tumbó a descansar
un rato.
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ocasiones, pero en muchísimas más había sentido la inminencia de un ataque,
aunque casi siempre había conseguido detenerlo; como había sucedido aquella
mañana en el hotel o aquella tarde en el coche. En algunas ocasiones, el posible
ataque era prevenido con las pastillas (de las cuales había tomado muchas más
durante esos cinco años) y otras veces lo lograba cambiando su comportamiento
(como cuando dejó conducir a su compañero y se sintió mejor). El problema
radicaba en que Juan vivía con el temor a sufrir una de esas crisis en cualquier
momento. Así pues, dondequiera que fuera llevaba aquellas pastillas mágicas en
el bolsillo y su vida estaba en gran medida determinada por esa amenaza. Todo
lo que hacía o dejaba de hacer era decidido en función de cómo podría afectar a
su ansiedad.
Según Donald Klein (quien postuló esta teoría), las personas que sufren crisis de
angustia tendrían un sistema de alarma tan sensible que se dispararía ante
situaciones en las que la variación de O2 y CO2 es imperceptible para la mayoría
de nosotros y nada peligrosa para la salud. Ejemplos de situaciones que pueden
producir desequilibrios entre O2 y CO2 pueden ser: estar en medio de una
multitud, en una habitación poco aireada, como resultado de alteraciones
respiratorias banales como las que suceden durante un resfriado, el ejercicio
físico, etcétera. A pesar de lo atractivo de esta teoría, uno de los problemas
fundamentales de los que adolece es que sólo sirve para explicar parte de las
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crisis de angustia, es decir, aquellas que cuentan con síntomas
cardiorrespiratorios como manifestación principal. Pero como veíamos
anteriormente, muchas otras combinaciones de síntomas, entre los que no está
la hiperventilación, son posibles y en estos casos la teoría de la falsa alarma de
asfixia parecería difícilmente aplicable.
Figura 2.2. Según la teoría de la falsa alarma de asfixia, situaciones en las que se produzca un ligero cambio
en la concentración de CO2 y O2 que absorbemos son susceptibles de precipitar una crisis de angustia en
aquellas personas con un sistema de alarma especialmente sensible.
Usando una óptica más psicológica, se conciben las crisis de angustia como el
resultado de un miedo excesivo a las sensaciones físicas que produce un círculo
vicioso en el que la percepción y el miedo a esas sensaciones no hace más que
incrementarlas en número e intensidad, lo que llamaremos el círculo de la
angustia. El problema fundamental de este modelo radica en que no da
respuesta a la pregunta «¿qué ha causado la sensación física?».
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Recordaremos que Juan estaba tendido en la cama esperando relajarse cuando
sintió un ligero vahído. Qué causó esa sensación no lo sabemos, ni
probablemente lo sabremos nunca. Podríamos encontrar muy variadas
explicaciones: podría haber sido una reacción a la ducha de agua caliente, o
producida por bajos niveles de azúcar al llevar muchas horas sin comer, o
simplemente ser una sensación aislada como las que podemos percibir en
muchos momentos del día.
Muy probablemente ése no fue el caso de Juan. Su cerebro detectó esa ligera
sensación de mareo y le atribuyó una importancia excesiva. En ese justo
momento una alarma se disparó en su cabeza: «¡Cuidado! ¿Qué ha sido esto?».
Ya sabemos que una alarma (la detección de un posible peligro) comporta una
respuesta de ansiedad. ¿Pero qué es la ansiedad? ¡Sensaciones! Aumentos del
ritmo cardíaco, hiperventilación, tensión muscular… y también un aumento de
atención sobre la fuente del peligro: en este caso el mareo. Así, tenemos a Juan
generando una alarma por una sensación sin importancia y, como consecuencia
de ello, provocando aun más síntomas físicos y atendiendo rigurosamente a
cualquier sensación física que se produzca. Si su cerebro había atribuido un
peligro al hecho de notar un mareo, ahora no sólo notaba esa misma sensación,
sino también un mayor malestar: vahído inicial + sensaciones relacionadas con
la ansiedad.
Una vez esto se ha producido, podríamos decir que la ansiedad deja paso al
miedo. En ese momento Juan no sólo percibía una posible amenaza, sino que se
encontraba cara a cara con un peligro real. Por volver a nuestro ejemplo de la
gacela, el rumor tras los matorrales había dejado paso a la clara visión de una
leona hambrienta; en el caso de Juan esa leona era la certeza de estar sufriendo
un ataque al corazón (aunque su certeza demostrara más tarde ser falsa).
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tanto, mayor certeza de estar en franco riesgo de morir y así sucesivamente. Se
crea un círculo vicioso en el que a mayor atención e importancia concedida a las
sensaciones, mayor número y más intensas sensaciones se tienen. Por suerte,
este círculo no es eterno y aunque no se haga nada para detenerlo (tomar una
pastilla, abrir una ventana para respirar mejor o refrescarnos, etcétera) en unos
minutos inicia un retroceso. No olvidemos que lo que está sucediendo es algo
normal y adaptativo, es decir, que nuestro organismo no está haciendo otra
cosa que prepararse para hacer frente a una amenaza. En realidad, dicha
amenaza no existe sino que la hemos generado nosotros mismos al atender a
esas sensaciones físicas y creer que eran un indicio de que algo nocivo estaba
sucediendo en nuestro cuerpo.
Pero ¿qué pasó entonces al día siguiente, cuando Juan intentó salir del hotel? ¿Y
en el coche? ¿Y las incontables veces que después de ese día Juan había sufrido
crisis o había estado a punto de sufrirlas durante los cinco años que
transcurrieron antes de que pidiera ayuda a un especialista? Exactamente lo
mismo.
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Durante buena parte del viaje no pasó nada. Muy probablemente las
sensaciones de Juan se mantenían por debajo del valor crítico para manifestarse
y hacerle entrar en el círculo de la angustia que hemos descrito anteriormente.
No obstante, fue oscureciendo y lógicamente su visión fue empeorando. Todos
tenemos un campo visual más reducido cuando conducimos de noche que
cuando lo hacemos de día, y a la mayoría de nosotros nos resulta molesto el
reflejo de las luces, aunque lo soportamos sin darle mayor importancia.
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Figura 2.3. Círculo de las crisis de angustia. Diversas variables pueden explicar que en determinado momento
se perciba una sensación física (atender a nuestro cuerpo, el hecho de estar especialmente nerviosos por algo,
un simple espasmo muscular benigno, etcétera). Si esa sensación al ser percibida es interpretada como
amenazante, podemos caer en el círculo de la angustia aquí representado. Pensar «puedo estar sufriendo un
infarto» al notar por ejemplo un pinchazo en el pecho, comportará que nuestro organismo se active generando
una respuesta de miedo que, como ya hemos visto, no hará más que aumentar el número y la intensidad de
nuestras sensaciones físicas.
Ni que decir tiene que este proceso funciona a una velocidad aun mayor de la
que le ha llevado a usted leerlo. Una vez detectada la sensación física, los
acontecimientos dentro de este círculo de la angustia se precipitan
vertiginosamente y en muchas ocasiones quien la sufre ni tal sólo ha tenido
tiempo de ser consciente de lo que pasaba por su cabeza. No es nada
infrecuente que gente que sufre episodios de este tipo explique: «ni siquiera
tuve tiempo de pensar que algo malo me iba a suceder, en un abrir y cerrar de
ojos me encontraba fatal», «intentaba repetirme que no pasaba nada, pero el
malestar me podía y sentía la necesidad de huir como fuera de allí». A pesar de
ello, un análisis profundo de la situación permite hacer evidente en estos casos
el temor asociado a las sensaciones físicas.
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angustia «se las provoque uno mismo». Tengamos en cuenta que este tipo de
problema está asociado a un elevadísimo malestar. Nadie se provoca a
sabiendas tal intensidad de malestar y sufrimiento. Lo que la psicología sugiere,
y no parece ir nada desencaminada, es que la manera como reaccionamos ante
determinadas experiencias físicas parece favorecer que esas sensaciones
aumenten hasta desbordar nuestra capacidad de hacerles frente.
Por otra parte, la manera como nos comportemos ante la ansiedad, aquello que
la persona que sufre crisis de angustia hace para prevenirlas o soportarlas
mejor, puede en realidad estar ayudando a perpetuarlas (lo trataremos
inmediatamente al hablar de las conductas de seguridad). Como explicaremos
más adelante, el tratamiento psicológico del trastorno de angustia pasa por
aprender estrategias de afrontamiento distintas ante las crisis y sobre todo por
perderles el miedo.
Síntomas fisiológicos
Éstos hacen referencia a las sensaciones que la persona experimenta durante la
crisis de angustia y que son el foco de su preocupación. Como decíamos
anteriormente, existe un grupo de síntomas que son los más comunes, los que
con más frecuencia se observan en la clínica (taquicardia, mareo, sensación de
ahogo, temblor, opresión en el pecho, sudoración), pero el rango de
sensaciones que puede experimentarse es mucho más amplio y puede variar
enormemente entre quienes padecen crisis de angustia. No olvidemos que la
respuesta de ansiedad es una reacción del organismo que afecta a muchos
sistemas y tiene un amplio alcance, por tanto, las sensaciones que pueden llegar
a producir son de una gran diversidad.
38
A pesar de que lo que conocemos como crisis de angustia presenta una duración
bastante limitada en el tiempo (los síntomas de la crisis llegan a su máxima
intensidad en escasos diez minutos y no suelen perdurar así por mucho tiempo)
es habitual que persistan síntomas residuales que pueden llegar a ser igual de
desagradables e invalidantes que las crisis.
En realidad, tan sólo había llegado a sufrir tres crisis en total, si bien en
bastantes ocasiones había experimentado amagos de crisis y se mantenía
aprensivo a que se reprodujeran. Lo que más preocupaba a Alberto cuando
experimentaba esos síntomas era perder el equilibrio y caerse, en parte por lo
que los demás pudieran pensar de él si notaran sus síntomas o llegara a caer
delante de ellos. Ni que decir tiene que Alberto no había caído jamás como
consecuencia de uno de esos vértigos.
Cuando vi a Alberto, había pasado más de un año desde que había sufrido su
última crisis de angustia, pero ésta le había dejado la permanente sensación de
que «la cabeza le rodaba», según sus propias palabras. Normalmente los
síntomas residuales de una crisis de angustia se pueden alargar unas horas, la
peculiaridad de este caso era que esos síntomas parecían haberse cronificado y
estaban presentes las 24 horas del día. En ocasiones, la sensación de vértigo era
más intensa y le obligaba a tomar numerosas precauciones: permanecer
sentado el mayor tiempo posible, sujetarse bien en elementos estables como
mesas o paredes para desplazarse, evitar interactuar con otras personas para
que no notaran que algo le pasaba, etcétera. En otros momentos, el vértigo era
más llevadero y tan sólo con controlar la velocidad a la que caminaba o con no
hacer movimientos bruscos de cabeza parecía tener suficiente para dominarlo.
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claro) y hasta que punto su sensación de vértigo era suficientemente leve como
para poder caminar sin que se notará nada. En función de la respuesta a esas
dos preguntas aceptaba o rechazaba amablemente la invitación. Lógicamente,
su mareo tenía un importante impacto sobre su trabajo y su vida social.
Figura 2.4. Curva de intensidad y tiempo de los síntomas físicos de los ataques de angustia. En las crisis de
angustia los síntomas físicos aparecen de manera abrupta y se disipan progresivamente. En algunos casos, se
mantienen unas sensaciones residuales que pueden perseverar durante horas, días o incluso cronificarse.
Síntomas cognitivos
Por síntomas cognitivos entendemos los procesos mentales asociados a la
ocurrencia de las crisis de angustia e incluye desde procesos atencionales, a los
pensamientos que se derivan de la percepción de sensaciones físicas.
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que dedicaremos recursos mentales y descartamos aquellos que son
irrelevantes. En su entorno, ahora mismo, hay un sinfín de estímulos que usted
podría procesar (ruidos, intensidad de luz, temperatura, etcétera). De hecho,
hay tantos que le sería imposible procesarlos todos correctamente. Usted no
estaba prestando atención a la mayoría de ellos, sino sólo a una pequeña parte
de ellos.
Cuando una persona sufre una crisis de angustia, presta una atención selectiva
sobre las sensaciones físicas y, en caso de detectarlas, una atención sostenida
sobre ellas. En otras palabras, a la que aparecen los primeros síntomas de
41
ansiedad la atención se desviará muy rápidamente desde cualquier tarea que se
estuviera realizando hacia esas sensaciones. Al mismo tiempo, será muy difícil
volver a concentrarse en otra cosa mientras exista la más mínima percepción
corporal.
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terapeuta los pensamientos automáticos empezarán a aflorar a la conciencia y
podrán empezar a ser cuestionados.
Figura 2.5. La interpretación que hacemos de las sensaciones físicas juega un papel crucial en el círculo de la
angustia. Aquí se presenta una lista de los pensamientos más habituales asociados a las crisis de angustia.
Síntomas conductuales
Por síntomas conductuales entendemos los comportamientos inducidos por las
crisis de angustia; todo aquello que una persona hace o deja de hacer como
consecuencia de estar sufriendo ansiedad.
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Sentirse atrapado, forma parte de esa valoración negativa. Así, al huir de la
situación el grado de peligrosidad que se le otorga disminuye y con ello el nivel
de activación del organismo. Si los síntomas experimentan un retroceso, es muy
posible que la persona gane en seguridad y la ansiedad comience a remitir. De
alguna manera, huir actúa como un freno del círculo de la angustia en el que la
persona estaba inmerso.
Entonces ¿es la huída una buena alternativa? Rotundamente no. Eso es lo que
muchas personas que sufren una crisis de angustia hacen y no por ello su
problema mejora sino que empeora. Huir de una situación conlleva una elevada
probabilidad de evitarla en el futuro. Si cuando estoy en un restaurante sufro
una crisis de angustia y saliendo apresuradamente de allí parece que mis
síntomas mejoran, la próxima vez lo pensaré dos veces antes de entrar en ese
restaurante, ya que en mi cabeza se ha convertido en un claro predictor de que
las cosas pueden irme muy mal allí. Lo que parece ser de una lógica aplastante:
si algo te sienta mal, huye de ello o evítalo, puede ser el inicio de un trastorno
asociado a las crisis de angustia conocido como agorafobia, al que más adelante
dedicaremos un capítulo.
Entre los síntomas conductuales de las crisis de angustia cabría citar también las
conductas de seguridad. Por conducta de seguridad entendemos aquellos actos,
en realidad fútiles, dirigidos a combatir los síntomas temidos. Si creo que estoy
a punto de desvanecerme y caer al suelo, lo más lógico sería sentarme o
sujetarme con fuerza al brazo de mi acompañante.
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Volveremos sobre las conductas de seguridad cuando en el siguiente capítulo
hablemos de los factores que predisponen a que las crisis de angustia se
repitan.
A pesar de que se podría pensar que las crisis de angustia nocturnas pudieran
estar disparadas por un sueño de carácter ansioso, la verdad es que estas crisis
no se dan durante las fases de la noche en que se producen los sueños. Cuando
dormimos, nuestro organismo varía su funcionamiento y así lo hace la actividad
del cerebro. En función de estas oscilaciones podemos definir cinco fases del
sueño (fases I a IV y fase REM). Los sueños vividos (por ejemplo, cuando
soñamos que somos el jugador clave de nuestro equipo de fútbol, cuando
descubrimos la cura a todos los males del mundo o cuando nos persigue una
jauría de animales hambrientos) se dan durante la fase REM. Las crisis de
angustia nocturna se suelen dar entre las fases II y III, es decir, no se
desencadenan cuando esos sueños tienen lugar y, por tanto, no podemos
considerar que hayan sido disparadas por una pesadilla.
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Figura 2.6. Fases del sueno. Durante el sueño se produce una transición en distintas fases (fase I-IV y fase
REM), las crisis de angustia nocturnas se producen durante les fases II y III. Los sueños vividos se producen
durante las fases REM, por lo que no podemos considerar que las crisis de angustia nocturnas estén provocadas
por pesadillas o sueños indeseados.
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Puntos clave:
• Las crisis de angustia son episodios repentinos de ansiedad
aguda asociados al convencimiento de estar sufriendo un ataque
grave que puede acabar con la vida o con el juicio de quien las
padece. A pesar de su intensidad, las crisis de angustia son
inofensivas para la salud.
• La psicología considera que las crisis de angustia son una
exacerbación de las sensaciones propias de la ansiedad causada
por el miedo que producen esos mismos síntomas. A más miedo,
mayor número y mayor intensidad de esas sensaciones, que a su
vez aumentan el miedo. Es lo que se conoce como círculo de la
angustia.
• Las respuestas de ansiedad y de miedo pueden producir un gran
número de sensaciones físicas, de ahí que exista una gran
variedad de síntomas asociados con las crisis de angustia.
• La atención de quienes sufren crisis de angustia se desvía
fácilmente hacia las sensaciones físicas que puedan percibir y
resulta muy difícil que se aparten de ellas. Esto pone a la
persona en riesgo de caer en el círculo de la angustia.
• La forma en que reaccionemos ante una crisis de angustia
aumentará o disminuirá las probabilidades de que ésta se repita.
Huir de una situación o practicar conductas de seguridad
empeora el problema en lugar de resolverlo.
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3. El trastorno
de angustia
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¿Cuándo diremos que alguien ha sufrido una crisis de angustia y cuando que
sufre de trastorno de angustia? Una crisis de angustia implica la aparición
repentina y limitada en el tiempo de un conjunto de síntomas propios de la
respuesta de ansiedad (palpitaciones, sudoración, dolores musculares, molestias
intestinales, miedo a estar sufriendo un ataque de gravedad o letal, etcétera)
que alcanzan su máxima intensidad en escasos minutos. Piense en lo que le
pasó a Juan esa noche en el hotel. Eso era una crisis de angustia. Para hablar
de trastorno de angustia, una persona debe haber sufrido un mínimo de dos
crisis de ese tipo.
Lo que le sucedió a Juan en el hotel era una crisis de angustia inesperada. Nada
le hubiera hecho pensar que podía llegar a sufrir un ataque como el que
padeció. Ocurrió de manera totalmente insospechada. Él esperaba relajarse
después de una ducha y tumbarse en la cama a ver la televisión, y en lugar de
eso su cuerpo reaccionó desencadenando un episodio de ansiedad aguda.
Ahora bien, posteriormente, las crisis no siempre aparecían de una manera tan
impensada. Como hemos explicado, Juan esperó unos cuantos años antes de
consultar a un especialista por su trastorno de ansiedad, y como él la mayoría
de personas que sufren el mismo problema. Durante ese tiempo había generado
muchas estrategias defensivas (conductas de seguridad) y había aprendido a
temer a muchas situaciones. Por ejemplo, conducir de noche se había
convertido en una actividad considerada de alto riesgo por él: tenía la certeza de
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que conduciendo después de oscurecer sufriría una crisis de angustia. Así pues,
si alguna vez lo había intentado o se había encontrado inesperadamente en esa
circunstancia, el temor a sufrir una crisis le provocaba los primeros síntomas de
ansiedad. Esas sensaciones no pasaban desapercibidas. Juan las notaba
inmediatamente y las interpretaba como señal de que algo terrible podía
suceder. Por su cabeza pasaban ideas del tipo «ya está aquí otra vez. Ahora es
cuando va a más. Me voy a desmayar y tendré un accidente». Lógicamente,
este tipo de pensamientos generaban aún más ansiedad y más síntomas. A
partir de aquí se iniciaba el círculo de la angustia que hemos descrito
anteriormente. En otras palabras, estando al volante durante la noche, Juan
«esperaba» sufrir una crisis y, por tanto, en caso de que ocurriera no podía
considerarse inesperada sino precipitada o favorecida por la situación.
A. Se cumplen 1 y 2:
1. Crisis de angustia inesperadas recidivantes
2. Al menos una de las crisis se ha seguido durante 1 mes (o más) de uno (o más) de los
siguientes síntomas:
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b) Preocupación por las implicaciones de la crisis o sus consecuencias (por ejemplo,
perder el control, sufrir un infarto de miocardio, «volverse loco»)
c) Cambio significativo del comportamiento relacionado con las crisis
B. Las crisis de angustia no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por
ejemplo, drogas, fármacos) o una enfermedad médica (por ejemplo, hipertiroidismo).
C. Las crisis de angustia no pueden explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental,
como por ejemplo fobia social (por ejemplo, aparecen al exponerse a situaciones sociales
temidas), fobia específica (por ejemplo, al exponerse a situaciones fóbicas específicas),
trastorno obsesivo-compulsivo (por ejemplo, al exponerse a la suciedad cuando la obsesión
versa sobre el tema de la contaminación), trastorno por estrés postraumático (por ejemplo,
en respuesta a estímulos asociados a situaciones altamente estresantes), o trastorno por
ansiedad de separación (por ejemplo, al estar lejos de casa o de los seres queridos).
Figura 3.1. Criterios a cumplir para considerar el diagnóstico de trastorno de angustia según la última edición
del manual de trastornos mentales (DSM-IV-TR) de la Asociación Americana de Psiquiatría.
Un par de años atrás, Ana María había sufrido una primera crisis de ansiedad
mientras estaba con unos amigos en una discoteca. Pasaron varias semanas
antes de que sufriera un segundo episodio otra noche en que había salido con
sus amigos. La siguiente crisis tuvo lugar en la universidad muy pocos días
después de la segunda (por aquel entonces Ana María estaba estudiando
ciencias empresariales). Podríamos decir que esta tercera crisis fue la que mayor
turbación le ocasionó y la que inició el declive en su vida y la aparición de los
miedos. Las dos anteriores se habían producido estando de fiesta, después de
cometer algunos excesos, y las había atribuido precisamente a eso «me he
pasado con la bebida y me ha sentado fatal», «este sitio era realmente muy
pequeño y lleno de humo, no se podía respirar». Sin embargo, la tercera crisis
se produjo en la universidad, sin motivo o explicación aparente. Quizás por ello
también consideraba que había sido más intensa que las anteriores y fue la que
despertó en ella el miedo a volver a sufrir otro episodio de ese tipo en cualquier
51
momento.
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ellos y con factores ambientales y del desarrollo para producir vulnerabilidad al
trastorno.
Parece lógico pensar que si alguien está sufriendo estrés y, por tanto, su
organismo está hiperactivado la mayor parte del tiempo, será más probable que
en algún momento esa ansiedad sobrepase cierto límite y se convierta en lo que
llamamos una crisis de angustia. Para buscar un símil, imagínese la ansiedad
como un río. Si durante el invierno ha llovido poco, bajará poco caudal de agua,
así que será más difícil que algún acontecimiento no esperado como la caída de
un árbol sobre el curso del río pueda provocar un desbordamiento.
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Figura 3.2. Durante períodos de estrés existe una mayor vulnerabilidad a sufrir una crisis de angustia, muy
probablemente porque la activación general del organismo se encuentra aumentada y eso hace más fácil
percibir sensaciones físicas y preocuparse por ellas.
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sufren de crisis de angustia son más sensibles a los cambios que puedan tener
lugar en su organismo? Sin duda. Diversos trabajos de laboratorio muestran que
las personas que sufren crisis de angustia poseen una mayor capacidad para
percibir sensaciones relacionadas con el funcionamiento de su organismo y con
los cambios en este funcionamiento (percepción interoceptiva).
Lo mismo que ha podido experimentar ahora es lo que les sucede a las personas
que sufren crisis de angustia, pero, en este caso, no sólo la respiración se puede
ver involucrada, sino que afecta a un amplio abanico de sensaciones. Además,
no sucede de forma transitoria como en nuestro ejercicio (muy probablemente
usted ya no está atendiendo a su respiración y está se habrá normalizado), sino
de manera continuada a lo largo del día. El cerebro de las personas con
trastorno de angustia ha aprendido a mantener la atención sobre el organismo y
a hacer de esa vigilancia una prioridad.
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conductuales de las crisis de angustia y debido a su importancia, insistiremos
sobre ellas ahora. Las conductas de seguridad hacen referencia a todo aquello
que la persona aquejada de crisis de angustia hace para intentar reducir la
probabilidad de aparición o la intensidad de las sensaciones físicas.
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«me volveré loco», «tendré un infarto», «me ahogaré», etcétera.
Así pues, las conductas de seguridad más que ayudar a controlar las crisis de
angustia, acaban ayudando a perpetuarlas. Si se siguen vigilando los síntomas,
se seguirán notando; si no se deja de creer que uno puede llegar a desmayarse,
ahogarse, etcétera, se seguirá generando miedo cuando se tengan esas
sensaciones y, por tanto, arriesgándose a entrar en el círculo de la angustia
cada vez que las sensaciones aparezcan.
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Puntos clave:
• Haber sufrido una crisis de angustia no implica tener un
trastorno de angustia. Para considerar este diagnóstico, son
necesarias otras condiciones referentes al número de crisis
padecidas, sus características y la aprensión que genere su
posible aparición futura.
• Cerca de un 30% de la población ha experimentado en alguna
ocasión una crisis de angustia, si bien sólo cerca de un 2%
genera un trastorno a partir de esa crisis y necesita tratamiento.
• La frecuencia con que aparecen las crisis es muy variable y no
existe ninguna norma al respecto. Es posible que una persona
con trastorno de angustia experimente períodos más o menos
largos sin crisis, si bien es muy poco frecuente que desaparezcan
por completo si no se ha recibido un tratamiento específico para
este problema.
• La genética familiar, el estrés y la sensibilidad a la ansiedad son
los factores de vulnerabilidad conocidos para el trastorno de
angustia.
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4. La agorafobia
El término Agora proviene del griego y significa mercado o plaza pública, o lugar
de encuentro. Así pues, en sentido estricto, agorafobia sería miedo extremo
(fobia) a los lugares públicos. A pesar de ello, las situaciones a las que los
agorafóbicos temen no necesariamente han de tener la connotación de públicas.
Por ejemplo, no es infrecuente que una persona con este trastorno tenga miedo
a conducir su propio coche (como era el caso de Juan) o a encerrarse en el
lavabo de su casa (como le pasaba a Ana María). Así pues, los manuales de
psicopatología definen la agorafobia como el miedo a encontrarse en lugares o
situaciones de los que escapar o en los que obtener socorro se presume difícil.
De esta manera, los lugares o situaciones a los que puede estar haciendo
referencia esta definición son ilimitados. Juan, como ya hemos comentado tenía
fundamentalmente miedo a los aviones, a conducir de noche y a alejarse de
zonas pobladas, pero además también sufría ansiedad y rehuía siempre que
podía las comidas o reuniones de trabajo, los encuentros con amigos o
familiares si eran de más de cuatro personas (la última situación en la que se
encontró incómodo y huyó con una vaga excusa fue la fiesta de aniversario de
su hijo) y los centros comerciales.
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Por otra parte, ya dijimos que Ana María no podía soportar el miedo que le
generaba viajar en autobús urbano, usar un ascensor o echar el cerrojo si se
encontraba sola en una habitación. Pero éstas eran tan solo tres de las muchas
situaciones que no era capaz de tolerar. Ana María interrumpió sus estudios
universitarios precisamente por la imposibilidad que sentía de ir a clase o incluso
entrar en la Facultad.
B. Estas situaciones se evitan (por ejemplo, se limita el número de viajes), se resisten a costa
de un malestar o ansiedad significativos por temor a que aparezca una crisis de angustia o
síntomas similares a la angustia, o se hace indispensable la presencia de un conocido para
soportarlas.
Figura 4.1. Criterios a cumplir para considerar la presencia de agorafobia según la última edición del manual
de trastornos mentales (DSM-IV-TR) de la Asociación Americana de Psiquiatría.
60
del pasillo de las últimas filas cerca de la salida. Aparte de los autobuses
urbanos, tampoco era capaz de usar el metro o el tren. No toleraba circular en
coche por determinadas calles de su ciudad que pudieran presentar atascos. En
una ocasión se vio atrapada en un atasco y a los primeros indicios de ansiedad
bajó del coche y salió huyendo sin ningún rumbo decidido dejando abandonado
su coche. No era capaz de entrar en supermercados o grandes almacenes.
En ocasiones, se puede dar la paradoja de que una persona tenga miedo a una
situación, pero no a otra que a simple vista nos puede parecer muy similar o
incluso capaz de producir una mayor aversión que la primera. Por ejemplo,
recuerdo el caso concreto de una paciente incapaz de subir al tren para
desplazarse desde su población a la ciudad donde seguía tratamiento. Cada vez
61
que en el pasado había intentado subir a un tren había experimentado una
ansiedad intensa que había sido incapaz de tolerar. El simple hecho de estar en
la estación y ver llegar el tren ya era capaz de provocarle unos niveles de
ansiedad insoportables. En cambio, una vez en la ciudad, era capaz de
desplazarse en metro, donde experimentaba una ansiedad mínima y fácilmente
tolerable.
Cuando tenía visita en nuestra consulta, conducía hasta las afueras de la ciudad,
donde aparcar era más fácil, y desde allí se trasladaba en metro hasta nuestro
centro. Al preguntarle como era posible que fuera capaz de eso, cuando a mi
entender el metro es un transporte más lúgubre y claustrofóbico que un tren de
superficie, ella respondió «en el metro las estaciones están tan cercanas que
caso de sufrir ansiedad tendría que esperar poco tiempo para poder salir». Para
mi seguía sin tener ninguna lógica, ni para ninguno de mis otros pacientes con
agorafobia que temían al metro. Cuando les daba el argumento de esta paciente
para rechazar el metro como situación «peligrosa», ellos lo rebatían con otros
argumentos en los que el metro se pretendía mucho peor que el tren.
Curiosamente, la paciente en cuestión parecía insensible a estas otras razones y
seguía manteniendo su postulado de que un tren era mucho más «peligroso»
para ella que un metro.
Es muy importante tener en cuanta que las fobias no son miedos razonables, de
ahí que el argumento de alguien para temer a una situación y no a otra pueda
carecer de sentido para la mayoría de nosotros. Un miedo razonable no es una
fobia. Atemorizarse ante una persona que nos apunta con un arma no puede ser
considerado una fobia, es una respuesta del todo esperable y, como veíamos en
el primer capítulo, deseable que suceda. Esa alerta nos puede permitir una
reacción más rápida y vigorosa para huir o desarmar al atacante.
Sería un error por parte del terapeuta creer que la fobia nace de la
desinformación o de sostener una razón equivocada. Como hemos dicho, la
62
fobia procede de un proceso mucho más básico, más primitivo en su forma, que
un razonamiento (lo explicaremos inmediatamente), con lo cual no debería
sorprendernos que una persona presente una aparente contradicción (como la
mujer de nuestro ejemplo). Por eso, los argumentos de un paciente para no
temer a una situación no son validos para aplacar el temor de otro.
La variable que mejor predice que alguien con trastorno de angustia sufrirá
agorafobia, es el tiempo trascurrido desde que se inició el trastorno, o lo que es
lo mismo en la mayoría de casos, desde que sufrió su primera crisis de angustia
inesperada, hasta que buscó ayuda en un especialista. A más tiempo
padeciendo trastorno de angustia, mayor probabilidad de sufrir agorafobia.
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María el trastorno sería mucho más grave que en el de quien no teme ni evita
situación alguna.
Pues bien, en ocasiones hay personas que sufren episodios agudos de ansiedad
que les generan problemas en su funcionamiento diario, pero que nunca han
llegado a manifestarse con el número mínimo de síntomas requerido por los
manuales y, por tanto, el diagnóstico de trastorno de angustia no es
clínicamente cierto. Como es lógico, los procesos que median la aparición de
estos ataques de síntomas limitados son los mismos que intervienen en los de
las crisis de angustia propiamente dichas; y tanto unos como otras son
susceptibles de provocar la ocurrencia de la agorafobia. De todas formas y como
veremos más adelante, esta relación trastorno angustia-agorafobia no es
infalible y tiene sus excepciones.
64
algún paciente que estos digan «es que no pone de su parte» o «no habrá para
tanto». Aquí es importante señalar que una crisis de angustia es un episodio de
ansiedad aguda profundamente desagradable y capaz de generar un gran miedo
a quien lo sufre.
¿Cuál es el proceso más habitual que sigue una persona que acaba sufriendo
agorafobia? Como hemos venido insistiendo, lo más habitual en los pacientes
que acuden a una consulta es que todo haya empezado con una crisis de
angustia.
Cuando alguien sufre un ataque de este tipo es fácil que las señales o estímulos
presentes en la situación donde lo haya experimentado, adquieran la capacidad
de provocar síntomas similares a los de la angustia. La persona temerá que la
crisis se pueda repetir si vuelve al lugar donde sufrió el ataque o a practicar la
actividad que estuviera realizando, por lo que entra dentro de la lógica que lo
evite. Para complicar las cosas, es muy probable que no sólo ese lugar o
actividad quede asociado a las crisis, sino también otras situaciones que se les
parezcan, aunque jamás se haya experimentado una crisis de angustia ante
ellas.
Así pues, cuando alguien sufre una crisis de angustia es relativamente fácil que
diversas situaciones, y no sólo aquélla ante la que se dio la crisis, se conviertan
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automáticamente en lugares o actividades «prohibidos» por su potencial
capacidad de disparar ataques de ansiedad. A cada crisis de angustia o amago
de crisis, la secuencia se repite y son múltiples las situaciones que pasan a
engrosar la lista de lugares o actividades a evitar.
¿Cómo es posible que una situación (estar en clase) que hasta entonces había
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tolerado sin problemas, fuera ahora capaz de despertar ese malestar? La
situación había pasado de ser inocua a representar un peligro. Cuando alguien
experimenta una vivencia tan desagradable como una crisis de angustia, es
altamente probable que determinadas señales (estímulos) del entorno adquieran
a partir de entonces la capacidad de despertar sensaciones similares a las de la
crisis.
Imagine ahora que las cinco veces siguientes en que usted ve la paloma en la
pantalla recibe al mismo tiempo una molesta descarga eléctrica en su antebrazo
¿Qué cree que le pasaría a su corazón en la siguiente ocasión en que se le
mostrara de la fotografía de la paloma? Es altamente probable que se acelerara.
La descarga eléctrica tiene la capacidad de producir, entre otras cosas, una
aceleración de su corazón (la descarga produce miedo). Cuando alguien recibe
una corriente eléctrica es del todo esperable que esto suceda.
Cuando Ana María experimentó la crisis de angustia, fue fácil que algún estímulo
presente en el entorno en ese momento (muy probablemente la propia aula) se
asociara en su cerebro con la ocurrencia de la crisis que equivaldría a la
descarga en nuestro ejemplo del laboratorio. De vuelta al aula, el corazón se
aceleró como resultado de la previsión de un peligro, al igual que sucedía
cuando la imagen de la paloma aparecía en la pantalla del ordenador. En el caso
de Ana María el aumento de ritmo cardíaco, aun siendo real, no era el síntoma
que ella más fácilmente detectaba ni al que prestaba una mayor atención. Para
ella, cobraban preeminencia las náuseas y el cambio de temperatura corporal
que también tienen lugar cuando uno se pone ansioso. Éstas eran las
67
sensaciones que percibió cuando entró en clase el día después de la crisis de
angustia.
Volvamos al laboratorio para explicar qué pudo pasarle: supongamos que hemos
conseguido que usted acelere su corazón delante de la misma fotografía de una
paloma que anteriormente habíamos emparejado con una descarga eléctrica.
Imagine que su cerebro ha aprendido esa asociación. Ahora aparece otra
paloma en la pantalla. No es la misma de antes, pero a fin de cuentas es una
paloma. ¿Qué cree que sucedería con su corazón? Dependería del grado de
similitud entre ambas imágenes, pero no sería de extrañar que su corazón
también se acelerara en este caso. ¿Por qué, si esa paloma en concreto nunca
ha aparecido acompañada del calambre? Porque nuestro cerebro tiene la
capacidad de generalizar frente a estímulos parecidos.
Los automatismos con los que funciona nuestro organismo establecen que si
algo es indicativo de peligro para nosotros, lo que se le parezca debe recibir la
misma consideración. Podríamos decir que nuestro cerebro aplica la regla «más
vale prevenir que curar». Por tanto, si una paloma predecía la aparición de la
descarga eléctrica, más vale asumir que la otra paloma también, o lo que es lo
mismo, la segunda paloma generará ansiedad a pesar de que nunca haya
aparecido antes acompañada de una descarga. Entonces, ¿hasta que punto han
de parecerse las palomas? No hay una regla de oro. De hecho, el grado de
similitud entre dos estímulos para que la asociación se generalice o traspase de
uno a otro depende de diversas variables. Entre éstas, hay una muy importante:
el grado de miedo que la consecuencia temida nos produzca.
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En el laboratorio se puede conseguir con relativa facilidad que una persona
aumente su ritmo cardíaco ante una imagen inicialmente neutra, tan solo con
asociarla a otro estímulo desagradable como pueda ser una pequeña descarga
eléctrica. Sería parecido a «fabricar» una fobia en el laboratorio, si bien la
intensidad y consecuencias de la misma serían mucho menores que las de las
fobias que se observan en la clínicas de atención psicológica.
Fíjese que estamos explicando estos procesos como algo ajeno a su voluntad, es
decir, que usted no decide conscientemente «a partir de ahora voy a temer a la
imagen de la paloma, ya que la experiencia me demuestra que puede ir
acompañada de descarga», ni tampoco «como la otra paloma iba seguida de
descarga, puede ser que esta también»; sino que todo ello sucede a nivel
preconsciente, sin la intervención de su raciocinio.
Así pues, Ana María sufrió una crisis de angustia en un aula, pero generó miedo
a todas las demás aulas de la facultad por su semejanza. A fin de cuentas, todas
ellas eran lugares donde se daba clase y de donde salir podía ser comprometido
una vez había empezado la clase. Cada vez que Ana María hacía el esfuerzo de
entrar en un aula y sufría un conato de angustia, esa asociación se consolidaba.
En su cerebro arraigaba con más fuerza la consideración de esa situación (estar
en el aula) como una señal de peligro inminente y más fácil era que las clases
provocaran ansiedad.
Hacía días que Ana María había dejado de ir a la universidad. A fin de cuentas,
que sentido tenía ir si no podía asistir a las clases ni ir a la biblioteca. Por fin,
una amiga la convenció argumentando que quizás se sentiría mejor y podría ir a
alguna clase, o que por lo menos se verían y ella le dejaría los apuntes de clase
para que pudiera estudiarlos en casa. Cuando Ana María llegó a la puerta de la
facultad empezó a sentirse incómoda. Andar por los pasillos no ayudó a que su
malestar disminuyera y cuando llegó a la cafetería sintió que su ansiedad se
desbordaba y presintió que acabaría sufriendo una crisis. Le pidió a su amiga
que la acompañara fuera y ya no volvió a pisar la universidad.
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físicas que la corriente. Lo que la fotografía de la paloma provoca es que el
organismo se prepare para hacer frente a un peligro y, por tanto, promueve las
sensaciones propias de la ansiedad.
Cuando usted haya aprendido a usar el pulsador, la paloma está tan sólo unas
70
décimas de segundo en pantalla y usted no vuelve a experimentar la
desagradable sensación del shock eléctrico. ¿Cuántas veces apretaría usted el
pulsador? Tantas veces como apareciera la fotografía de la paloma en la
pantalla. De hecho, es muy probable que, como hemos explicado anteriormente,
no sólo lo pulse frente a la imagen de esa paloma, sino ante cualquier imagen
que usted intuya asociada a la paloma y, por tanto, susceptible de predecir la
descarga. Si el shock eléctrico es potente, es muy poco probable que usted
tome la arriesgada decisión de no presionar el botón y esperar a ver qué
sucede.
Será mucho más esperable que pulse el botón de modo preventivo siempre que
sospeche que una imagen puede predecir la descarga. Al actuar de ese modo,
su cerebro atribuirá automáticamente el valor de «amenaza» a esa nueva
imagen evitada, y la siguiente vez que aparezca disparará la alarma de la
ansiedad. A fin de cuentas, si usted ha decidido evitar algo, será porque ese
algo es potencialmente peligroso o desagradable, y como tal será considerado a
partir de ahora por su cerebro. ¿Cuando cree usted que dejaría de pulsar ese
botón? Mientras exista la amenaza, no dejaría de hacerlo, o lo que es lo mismo,
mientras haya la posibilidad de que aparezca la fotografía de la paloma usted
seguiría muy atento a la pantalla y pulsaría el botón al primer indicio de
presentación de esa imagen.
La paradoja está en que podría llegar el caso en el que la batería del circuito
eléctrico se agotase y que, por tanto, ya no existiera la posibilidad de recibir una
descarga. La corriente ya no sería posible, pero como usted pulsaría el botón en
el mismo instante en que la imagen temida apareciera en la pantalla, jamás
llegaría a descubrirlo. Usted continuaría actuando como si el shock eléctrico
siguiera a esas fotografías y no llegaría a descubrir que la descarga ya no tiene
lugar.
Exactamente lo mismo sucedía con Ana María. Ella seguía haciendo lo que creía
que prevenía la aparición de la crisis de angustia (equivalente a la descarga del
experimento), y lo hacía siempre que percibía alguna amenaza en su entorno
como un aula, una biblioteca, una habitación cerrada, etcétera (el equivalente a
la foto de la paloma y a otras fotos parecidas de nuestro experimento). Mientras
el temor a la aparición de una crisis de angustia existiera, la evitación de esas
situaciones se mantendría. Incluso durante los seis meses en que no padeció
ninguna crisis, el hecho de seguir atribuyendo a la universidad la capacidad de
provocarlas la mantuvo apartada cualquier contacto con ella.
Así pues, por una parte, la evitación nos permitiría explicar que algunas
situaciones parecidas a la situación original adquieran la capacidad de provocar
ansiedad. Cuando con un excesivo celo protector evitamos una situación por la
71
posibilidad de que dispare una crisis de angustia, sin quererlo estamos
dotándola de la capacidad de disparar la alarma de la ansiedad en el futuro; o lo
que es lo mismo, algo que en principio era inofensivo lo convertimos en nuestro
cerebro en un potencial peligro.
Por otra parte, la evitación también nos permite entender como la ansiedad o el
temor a determinadas situaciones se mantiene durante un largo tiempo. El
hecho de no hacerles frente hace que las sigamos considerando peligrosas y,
por tanto, disparando la alarma de la ansiedad cada vez que nos crucemos con
ellas.
72
de agorafobia sin más implica un grado de severidad del trastorno
suficientemente bajo como para que estas personas no lleguen a las consultas
de los especialistas clínicos. En cualquier caso, el tratamiento que se aplicaría
sería muy similar al de los pacientes que presentan agorafobia conjuntamente
con un trastorno de angustia.
73
Puntos clave:
• La agorafobia es el miedo extremo e incapacitante a situaciones
de las que escapar o en las que obtener ayuda puede ser difícil.
Este trastorno implica la evitación de múltiples situaciones y en
los casos más graves puede llegar a recluir a una persona en su
propio hogar.
• La inmensa mayoría de personas que consultan a un especialista
por su agorafobia, también padecen trastorno de angustia. En
estos casos, la agorafobia se asocia al miedo a padecer una
crisis de angustia en situaciones en las que escapar o recibir
ayuda se estima difícil.
• La agorafobia, como todas las fobias, implica un miedo excesivo
e irracional. Por ello, las razones de un paciente para temer a
una situación pueden no ser válidas para otro. Más importante
aun es que debido a esta irracionalidad, reconocida en muchos
casos por la propia persona que sufre el problema, la agorafobia
no se resuelve con explicaciones ni contrargumentaciones.
• En sus primeras fases, la agorafobia afecta a un número
limitado de situaciones, pero rápidamente puede extenderse a
un sinfín de ellas a medida que la persona va realizando
generalizaciones a situaciones parecidas y evitaciones.
74
5. Tratamiento del
trastorno de angustia y la agorafobia
75
enfermedad médica, parece que no lo es tanto cuando se aplica a los problemas
mentales.
Tratamiento farmacológico
Fundamentalmente, existen dos tipos de medicamentos que han demostrado
buena eficacia en el tratamiento del trastorno de angustia: las benzodiacepinas
y los antidepresivos.
Benzodiacepinas
Son unas sustancias que actúan directamente sobre la respuesta de ansiedad.
Como tales (recuerde que las crisis de angustia no son más que una respuesta
de ansiedad aguda) tienen la capacidad de bloquear las crisis de angustia y
hacerlas desaparecer. De hecho, la mayoría de pacientes que sufren uno de
estos episodios y que acuden a un centro médico, reciben una de estas pastillas
y en escasos minutos los síntomas desaparecen.
Las pastillas que el médico dio y recetó a Juan cuando padeció una crisis de
angustia en el hotel en el que estaba alojado eran de este tipo. De hecho, le
sugirió usarlas de un modo que se llama «a demanda» y que consiste en
tomarse una de estas pastillas cada vez que el paciente percibe la inminencia de
un ataque o cuando sospecha que podría sobrevenirle uno.
76
Mucho más recomendable suele ser establecer una pauta regular de medicación,
es decir, un número fijo de pastillas repartidas a lo largo del día. El problema de
esta estrategia es que la persona puede estar tomando más medicación de la
que realmente necesite en función de la frecuencia de sus crisis de angustia.
Ahora bien, casi la mitad de los pacientes que son tratados únicamente con
estas substancias, vuelven a sufrir episodios de ansiedad aguda al poco tiempo
de haber abandonado las pastillas. De hecho, la suspensión de una pauta de
tratamiento con benzodiacepinas debe hacerse siguiendo las instrucciones del
médico, ya que dejarlas repentinamente produce síntomas de abstinencia. Ni
que decir tiene que esos síntomas, a pesar de ser más molestos que peligrosos
en la mayoría de casos, pueden desencadenar una crisis de angustia, ya que la
persona que los sufra los malinterpretará fácilmente como señal de que algo va
mal, y entrará en el círculo de la angustia anteriormente descrito.
Antidepresivos
La mejor alternativa farmacológica a las benzodiacepinas son los antidepresivos
y en concreto un grupo de ellos conocidos como Inhibidores Selectivos de la
Recaptación de Serotonina (ISRS). Reciben este nombre por su acción sobre las
neuronas del cerebro. Estos fármacos consiguen que una sustancia conocida
como Serotonina circule mejor entre las neuronas de nuestro sistema nervioso
central, facilitando la comunicación entre ellas. Además de actuar como
antidepresivos, los ISRS también tienen la capacidad de regular la respuesta de
ansiedad. Su acción es mucho más lenta que la de las benzodiacepinas y, por
tanto, necesitan bastante más tiempo para que la persona sea capaz de notar
sus efectos.
Por otra parte, los ISRS presentan una menor tolerancia que las
benzodiacepinas, en el sentido de que pueden provocar efectos secundarios con
mayor facilidad, como por ejemplo una disminución del deseo y de la excitación
sexual. Estos efectos secundarios no son peligrosos, pero sí bastante fastidiosos.
Aun así, estos fármacos parecen tener un efecto más beneficioso que las
benzodiacepinas, no sólo sobre la respuesta de ansiedad sino sobre el bienestar
y la seguridad de los pacientes, además de producir menos recaídas cuando el
tratamiento se suspende.
77
Por otra parte, el hecho de que sean de acción más lenta y de que difícilmente
puedan producir abstinencia al suspender su uso, hace que sean fármacos más
recomendables para su utilización durante periodos largos de tiempo. De hecho,
estos fármacos antidepresivos (los ISRS) son el tratamiento farmacológico de
elección recomendado por los expertos, es decir, el primer tipo de fármacos que
debe ser puesto a prueba en pacientes con trastorno de angustia.
A pesar de que como hemos comentado los ISRS conllevan un porcentaje menor
de recaídas que las benzodiacepinas, una vez se da por terminado el
tratamiento ambos fármacos salen desfavorecidos en la mayoría de estudios en
los que se ha comparado su eficacia con la del tratamiento psicológico
(cognitivo-conductual).
Por otra parte, los fármacos inciden simplemente sobre la aparición de las crisis
de angustia, pero no sobre el trastorno de angustia per se o la agorafobia. En
otras palabras, al disminuir los niveles de activación del organismo consiguen
que la probabilidad de sufrir una crisis disminuya notablemente, pero no por ello
necesariamente corrigen la aprensión que la persona pueda sentir ante las
sensaciones físicas, ni la evitación de situaciones.
78
Figura 5.1. La serotonina es un neurotransmisor que liberado en el espacio microscópico que separa las
neuronas facilita la comunicación entre ellas.
Las moléculas de serotonina son captadas por la neurona postsináptica que se activa y hace fluir la información
hacia la siguiente neurona. La serotonina sobrante es recogida nuevamente por la neurona presináptica (la que
la liberó) para ser reutilizada.
Los fármacos conocidos como inhibidores de la recaptación de serotonina bloquean esta recuperación de la
substancia que al estar más tiempo en el espacio que separa las dos neuronas, tiene mayor facilidad para
contactar con los receptores de la neurona postsináptica y ejercer su papel de transmisor de la información.
79
la oficina o que lo había perdido, tenía que introducir la mano en el bolsillo para
asegurarse de que allí estaba. Cuando comprobaba su presencia, no tenía
grandes dificultades para llevar una actividad normal (a excepción de conducir
de noche, subir a un avión o alejarse de zonas habitadas, situaciones que ni con
pastillas se veía capaz de afrontar). Ahora bien, sin las pastillas no podía salir de
casa porque se sentía perdido y su ansiedad podía desbordarse fácilmente en
forma de crisis.
Tratamiento cognitivo-conductual
Entre las diferentes intervenciones psicológicas posibles para el tratamiento del
trastorno de angustia y la agorafobia, y siguiendo nuestra premisa de considerar
sólo aquellos tratamientos basados en la evidencia, el tratamiento cognitivo-
conductual es el único que dispone de suficientes resultados a favor sobre su
eficacia para ser incluido aquí. De los trabajos realizados se desprende que
alrededor del 70% de los pacientes mejoran significativamente. Un 20% puede
presentar ocasionalmente algunos síntomas de ansiedad, mientras que
aproximadamente la mitad de los pacientes tratados no vuelven a sufrir ningún
episodio de angustia.
• Psicoeducación.
• Reestructuración cognitiva.
• Exposición interoceptiva.
• Exposición programada a situaciones temidas.
Sin pretender detallar a fondo cada uno de estos puntos (no es el objetivo de
este libro), explicaremos sucintamente en que consiste cada uno de ellos. El
tratamiento cognitivo-conductual se basa en el desarrollo de nuevas habilidades
por parte del paciente. En el caso de la angustia y la agorafobia se trata de
entrenar a la persona para que afronte de manera más efectiva su ansiedad, o
lo que es lo mismo, cambiar la manera como la persona actúa y piensa ante los
síntomas de ansiedad para conseguir que su respuesta emocional (miedo) sea
tolerable o incluso llegue a desaparecer.
Psicoeducación
80
La psicoeducación es el primer paso del tratamiento psicológico en la mayoría de
trastornos, tal y como se mencionó en el prólogo haciendo referencia
precisamente al objetivo de este libro.
Una de las primeras preguntas que quieren resolver quienes sufren crisis de
angustia es: ¿por qué tengo estos síntomas y que significan? Muchas personas
han barajado múltiples opciones de entre diversas enfermedades médicas que
pueden causar síntomas similares, e incluso muchas de ellas han realizado
diversas consultas médicas que han descartado esas patologías. Así pues,
cuando finalmente consultan a un psiquiatra o un psicólogo pueden sentirse
defraudados si la respuesta parece tan simple como «porque usted está
ansioso» y no significan nada más que eso: que usted está ansioso.
81
es fundamental en el proceso de curación. Ello puede resultar difícil si la persona
interpreta que al decirle que sufre ansiedad, a) los síntomas son de escasa
intensidad y, por tanto, fácilmente soportables, b) la ansiedad es algo que uno
se provoca a sí mismo y que, por tanto, debería controlar a voluntad. Respecto
a estos errores, es muy importante entender que aceptar que esos síntomas son
señales que indican que nuestro organismo se ha activado para hacer frente a
un peligro, no implica reconocer que las crisis han estado provocadas por uno
mismo, ni que su intensidad haya de ser moderada-baja.
Otra idea común en quienes sufren ataques de angustia es que las sensaciones
que perciben (la ansiedad) van en aumento de manera imparable e ilimitada
hasta literalmente acabar con uno. Pues bien, en realidad ni la ansiedad sigue
en progresión infinita, ni las sensaciones se mantienen tanto tiempo como
pueda parecerles a quienes las sufren. Quienes han sufrido crisis de angustia
probablemente ya han experimentado la máxima intensidad a la que esos
episodios pueden llegar. La capacidad del organismo para activarse no es
ilimitada. Al contrario, llega con relativa rapidez a su máximo y a partir de ahí
inicia un progresivo descenso hasta llegar a los niveles de activación iniciales o
basales. Por norma general, el grado máximo de la ansiedad se experimenta
dentro de los 10 minutos siguientes al inicio de la crisis y media hora después la
intensidad de esa respuesta se ha reducido en más de la mitad.
82
No es de extrañar que quienes experimentan esos ataques tengan la percepción
de que el tiempo ha pasado más despacio o de que en realidad la crisis ha sido
más larga. Lo importante es entender que eso es una percepción perfectamente
comprensible a tenor de la desagradable intensidad de los síntomas
experimentados, pero a fin de cuentas una percepción que no se corresponde
con la realidad. Si usted consulta a un especialista porque sufre crisis de
angustia, lo peor que podría pasar ya ha pasado; es decir, usted ya ha vivido las
peores sensaciones que puede comportar una crisis de angustia.
Reestructuración cognitiva
Con este nombre se conoce el proceso a través del cual una persona aprende a
detectar que pensamientos pueden pasar por su cabeza en un momento
concreto y despertar una emoción determinada (en nuestro caso ansiedad o
miedo), a ejercitar el razonamiento o cuestionamiento de esos pensamientos y
a adquirir la habilidad de modificarlos caso de demostrarse equivocados o
imprecisos.
Imagínese que llega del trabajo a casa después de haber quedado con su pareja
en que ese día saldrán a cenar para celebrar su cumpleaños. Normalmente, su
pareja llega antes que usted, así que abre la puerta esperando encontrarla, pero
todo está en silencio y parece no haber nadie. Por su cabeza cruza una idea:
«se le ha olvidado y se ha entretenido charlando con alguien, se hará tarde y no
encontraremos mesa donde yo quería ir». Seguramente se sentirá defraudado y
enfado. Si por su cabeza hubiera pasado otra idea como por ejemplo:
«precisamente hoy deben haberla entretenido en el trabajo. Pobre, debe estar
nerviosa por salir cuanto antes», sentirá compasión por su pareja y esperará
pacientemente a que llegue. Si pensara: «me temo que me tiene preparada una
fiesta sorpresa…», se sentirá complacido y feliz.
83
sesgo cognitivo que le genera problemas; en otras palabras, que muestra una
tendencia exagerada a interpretar que los demás le menosprecian y que esto le
hace estar habitualmente enojado sin que haya un motivo real.
Figura 5.2. Lo que pensamos respecto de lo que nos acontece determina nuestro estado de ánimo y nuestro
comportamiento. En ocasiones nuestras ideas pueden ser equivocadas o exageradas y generarnos estados de
ánimo negativos que no se corresponden con la realidad de lo que está sucediendo.
84
sobre el fuego aumentan su temperatura drásticamente en escasos segundos?
Si alguna vez le ha pasado, ¿recuerda qué pensó en el cortísimo intervalo que
media entre la visión del fuego encendido y el acto repentino de apartar la
mano?
Lógicamente, no. La idea de que las cosas metálicas sobre el fuego no deben
tocarse porque queman está tan integrada en su conocimiento, que no necesita
elaborarla para que esa idea se haga efectiva y module sus reacciones. Lo hace
de manera automática.
Las personas que sufren un trastorno de angustia llegan a tener tan integrada la
idea de que las sensaciones físicas son indicio de que algo terrible sucederá, que
aplican ese mismo automatismo que usted usó para no quemarse con el cazo a
las sensaciones físicas que pueden percibir de su cuerpo.
85
control? Parecería que es así. Por tanto, si la experiencia me demuestra que las
probabilidades de que realmente me desmaye son prácticamente inexistentes y
que en la mayoría de ocasiones la crisis de angustia no llega a suceder. ¿Podría
ser capaz de eliminar estas sensaciones aunque conduzca si simplemente no les
doy tanta importancia y me convenzo de que no me desvaneceré?» La
respuesta a esta última pregunta es Sí, y lo que Juan ha hecho en este caso ha
sido racionalizar lo que estaba pasando, es decir, poner en práctica un ejercicio
de reestructuración cognitiva.
Fíjese que lo que pretende este proceso es cambiar el modo de percibir las
sensaciones que provienen del cuerpo. En el momento en que Juan era capaz
de convencerse de que sus temidas predicciones (tener un accidente al
desmayarse al volante) no se cumplirían, las sensaciones físicas dejaban de
despertarle miedo. Al no producirse miedo, su organismo no se activaba y las
sensaciones no se multiplicaban. En otras palabras, el círculo de la angustia no
tenía lugar.
Exposición interoceptiva
Existe otra herramienta que usa un terapeuta cognitivo-conductual para ayudar
al cambio cognitivo en un paciente: la exposición. Recuerde cuando era niño, o
piense en sus hijos, muchas veces usted ha podido advertirles que no hagan
algo por el posible riesgo que entraña. Aun así, en ocasiones los niños no
cambian su manera de pensar y siguen adelante con sus intenciones. No son
pocas las veces en las que la experiencia directa les hace entender lo que usted
era incapaz de hacerles comprender con palabras.
86
Hemos venido insistiendo en que las crisis de angustia no son más que un
disparo exagerado de ansiedad/miedo; una respuesta adaptativa del organismo
que no busca más que prepararse para afrontar un potencial peligro. Hemos
insistido en que esa respuesta no es nociva para el organismo y que no resulta
en infartos, desmayos, locura, etcétera. Si aún no lo cree, vaya a un parque de
atracciones y verá cientos de personas involucrados voluntariamente en
actividades que les provocan intensas respuestas de ansiedad. Cuente cuantos
de ellos sufren ataques al corazón, o pierden el conocimiento o el juicio. Hechas
las cuentas verá que las probabilidades de que la ansiedad provoque ese tipo de
consecuencias son prácticamente inexistentes. A pesar de ello, los pensamientos
automáticos de quienes sufren un trastorno de angustia hacen casi siempre
referencia a ello.
Recuerde el caso de Alberto, aquel ingeniero que temía caer al suelo fruto de un
mareo. Cuando en la consulta se le pedía que girara sobre sí mismo unas
cuantas veces para incrementar su sensación de vértigo, su miedo era casi
inexistente. Lo hacía sin problemas a pesar de que se sentía intensamente
mareado ¿Qué era lo que mantenía el miedo a raya? Por una parte, que sabía
perfectamente de donde provenía el mareo y tenía la experiencia de que un
vértigo así provocado desaparece en pocos minutos o incluso segundos. Por
otra, que nosotros conocíamos a fondo su historia, él nos la había contado y,
por tanto, no sentía vergüenza ante la posibilidad de caer al suelo delante de
sus terapeutas, mientras que ese temor a la humillación era muy potente ante
87
sus compañeros de trabajo.
De lo que hemos dicho hasta ahora se desprende que otra variable muy
importante a controlar durante la exposición interoceptiva es la presencia de
conductas de seguridad. Si, como habíamos dicho, las conductas de seguridad
tienen la finalidad de hacer desaparecer los síntomas o controlar su aparición, es
decir, eliminar el miedo, deberemos asegurarnos que éstas no aparecen
mientras se practica este ejercicio. De lo contrario, la exposición no producirá el
efecto terapéutico deseado.
88
en la que se padeció una crisis.
89
Figura 5.3. La exposición programada a situaciones temidas va más allá de la simple confrontación con lo que
nos genera ansiedad. Para ser efectiva, requiere unas reglas de aplicación que un terapeuta debe consignar y
supervisar. La constancia es una de esas reglas de oro y su efectividad es muy elevadasi se aplica
correctamente.
Por otra parte, también debemos tener presente que la exposición a situaciones
no producirá grandes cambios de un día para el otro; conviene tener un poco de
paciencia, pero los beneficios son notables después de pocas semanas de
práctica sistemática. Finalmente, la exposición programada es muy distinta de la
intrepidez de introducirse en una situación temida para «ver qué pasa».
Requiere seguir unos principios básicos que han de permitir el efecto terapéutico
deseado. Esto es, establecer un orden de exposición a las distintas situaciones
(jerarquía), unos criterios sobre el tiempo y la frecuencia de cada sesión de
exposición y unas normas de cómo obrar ante la previsible aparición de
ansiedad. Es importante recordar que el objetivo de la exposición no es afrontar
las situaciones temidas con una nula aparición de síntomas ansiosos, sino
aprender a dominarnos ante esos síntomas para no entrar en el círculo de la
angustia.
90
Siempre que hacía estas pruebas iba a la universidad en ayunas para disminuir
las probabilidades de vomitar. A pesar de todo ello, no tardaba mucho en notar
las primeras sensaciones físicas, lo cual disparaba sus pensamientos
automáticos negativos y la idea de que «tienen que desaparecer antes de que
llegue el profesor». Desde su asiento observaba atentamente la puerta con el fin
de poder escapar antes de que el profesor entrara en el aula, en caso de que
esas sensaciones no hubieran desaparecido por completo.
• En sus intentos previos al tratamiento, lo que Ana María hacía era entrar en el
91
aula, empezar a experimentar ansiedad y cuando ésta llegaba a un nivel
elevado, salir corriendo. Uno de los principios de la exposición programada
consiste en no abandonar la situación hasta que la ansiedad haya disminuido
por lo menos a un nivel inferior al del inicio de la sesión. Si eso parece
imposible, porque la ansiedad llega a hacerse intolerable y la persona no se
siente capaz de mantenerse en la situación, la regla de oro es que tras
escapar hay que volver lo antes posible. Cuanto más tiempo se deje pasar,
más costará volver a intentarlo y más miedo producirá la siguiente vez.
Como puede apreciarse, los intentos previos de Ana María, al igual que los de la
mayoría de personas que sufren angustia y agorafobia, distan mucho de
parecerse a lo que el terapeuta cognitivo-conductual llama exposición
programada a situaciones temidas.
92
de detectar los pensamientos automáticos asociados a su miedo por las
sensaciones físicas con el fin que empiece a cuestionarlos y modificarlos.
La combinación de fármacos
y psicoterapia
La combinación de fármacos y terapia cognitivo-conductual parece ser la receta
terapéutica más extendida en los centros de tratamiento del trastorno de
angustia y de la agorafobia. Lo cierto es que los fármacos parecen tener una
acción más rápida que la terapia psicológica sobre las crisis de angustia,
mientras la psicoterapia suele mostrar unos mejores resultados a largo plazo
que los antidepresivos y sobre todo que las benzodiacepinas. Así pues, es
habitual iniciar el tratamiento mediante una combinación de fármacos y
psicoterapia, para posteriormente ir reduciendo el medicamento y manteniendo
las técnicas cognitivo-conductuales.
93
permitan no caer en el círculo de la angustia y que faciliten que su cerebro
desactive la alarma de la ansiedad ante esos estímulos. Si con un fármaco
conseguimos eliminar totalmente las sensaciones ligadas a la ansiedad, estas
técnicas pierden su sentido. De hecho, hay autores que sostienen que la ventaja
a largo plazo de la terapia cognitivo-conductual sobre los fármacos consiste
precisamente en que la primera permite al paciente adquirir nuevas habilidades
para afrontar sus miedos, mientras que las pastillas simplemente detienen unos
síntomas por acción de un agente externo sin que se produzcan cambios en la
manera de funcionar del paciente. Siendo justos, cabe decir que la eficacia a
largo plazo de los ISRS no es cero, y que algunos pacientes tratados con ellos
consiguen mantenerse asintomáticos largo tiempo después de finalizado el
tratamiento.
94
Puntos clave:
• Hoy en día, disponemos de estrategias de tratamiento que
benefician a la mayoría de las personas que padecen trastorno
de angustia y agorafobia (un 70% de ellas mejoran
notablemente con el tratamiento).
• La combinación de tratamiento psicológico (cognitivo-
conductual) y farmacológico parece tener la ventaja de ofrecer
tanto una acción más rápida como unos buenos resultados a
largo plazo.
• El tratamiento psicológico pasa, en parte, por aprender a
afrontar los síntomas de la ansiedad de manera que no se caiga
en el círculo de la angustia. Por ello, es necesario que durante el
tratamiento se experimente cierto grado de ansiedad y no que
los síntomas desaparezcan del todo gracias a un fármaco.
95
6. El futuro
de la enfermedad
Como se desprende de los ejemplos que hemos ido usando en este libro, la
mayoría de las personas que sufren trastorno de angustia y agorafobia deciden
iniciar un tratamiento para su problema bastantes años después de iniciado
éste. Esto conlleva una dificultad añadida, ya que el padecimiento de ansiedad y
miedo durante tanto tiempo deriva fácilmente en la aparición de síntomas
depresivos que vienen a complicar la situación personal del paciente. Estos
síntomas, aunque en muchas ocasiones son secundarios al problema de
ansiedad, enmascaran el verdadero problema sobre el que focalizar la atención
clínica inicial: el trastorno de angustia y la agorafobia.
Desgranar bien todos los problemas que pueden estar presentes y priorizarlos
correctamente puede ser difícil en el campo de la atención primaria, entre otras
cosas por una cuestión de tiempo y medios. Muchas veces, el tratamiento que
acaba recibiendo la persona que no acude a un especialista está dirigido a un
96
solo trastorno (por ejemplo, la depresión). Con ello se alivian en algo sus
molestias, pero no se resuelve el foco inicial del problema.
97
debería usar.
Las investigaciones llevadas a cabo hasta la fecha en este campo indican que
una breve sesión de pocas horas en la que se informe adecuadamente a la
persona sobre lo que es una crisis de angustia y se le den pautas sobre la
necesidad de exponerse a los síntomas y no huir o evitar las situaciones en que
se producen, reducía mucho las probabilidades de acabar generando un
trastorno de angustia y agorafobia. Muchas de las personas que sufren una
crisis de angustia son atendidas en las urgencias de un centro sanitario. Su
convencimiento de estar muriendo o sufriendo un achaque de gravedad les lleva
a solicitar ese tipo de ayuda.
98
un paso más allá y se consigue identificar a aquellos en situación de riesgo de
sufrir este tipo de problema; y se les proporciona una buena educación sobre
qué es y cómo se manifiesta la ansiedad, y sobre cómo se debe reaccionar ante
una posible crisis, se podría reducir aún más significativamente el número de
personas que acaban precisando tratamiento para el trastorno de angustia y la
agorafobia.
99
7. Preguntas y
respuestas
Sufrir una crisis de angustia es algo mucho más común de lo que podríamos
pensar en un principio. Cerca de un tercio de la población ha sufrido uno de
estos episodios en alguna ocasión sin que ello haya desencadenado ninguna
complicación posterior. La diferencia entre quienes sufren una crisis de ansiedad
100
sin más y los que sufren un trastorno de angustia radica en que los segundos
generan un importante temor a que las crisis reaparezcan y por ello cambian la
manera de comportarse habitualmente para prevenir su aparición. No caer en
esa trampa del miedo a las sensaciones físicas y de las evitaciones de
situaciones que creemos que pueden desencadenar las crisis es la clave para no
generar un trastorno de ansiedad.
101
sanguíneo se reduce en determinadas partes de nuestro cuerpo y aumenta en
otras, nuestras pupilas se dilatan, la respiración se acelera, la digestión se
detiene, segregamos adrenalina, la presión arterial nuestra temperatura corporal
aumentan, sudamos, etcétera)
Ante tal cascada de cambios en nuestro cuerpo, son muchas las sensaciones
que podemos experimentar. Alguien puede centrarse o tener una mayor
facilidad para percibir los latidos de su corazón; otra persona notará más
fácilmente las variaciones de su respiración, una tercera el calor y el sudor,
etcétera. Todas estarán experimentando la misma respuesta y los mismos
cambios fisiológicos. La diferencia radicará en el componente de la respuesta de
ansiedad al que dedicarán una mayor atención o tendrán–mayor facilidad para
detectar.
Por tanto, llevar una vida más relajada puede hacer desaparecer uno de los
factores que nos hace vulnerables a sufrir crisis de angustia, pero ni nos hace
inmunes a ellas ni mucho menos nos resolverá el problema una vez aparecido.
Si usted padece un trastorno de angustia, lo mejor es que busque la ayuda
especializada de un psiquiatra y/o un psicólogo cognitivo-conductual.
102
(esto es, mientras están despiertas), también experimentan algunas de
nocturnas (mientras duermen). Por regla general las diurnas son bastante más
frecuentes que las nocturnas, aunque también se dan algunos casos en los que
las crisis se producen casi exclusivamente durante el transcurso de la noche.
El modelo que explica los ataques nocturnos es el mismo que para las crisis que
se dan durante la vigilia, es decir, el círculo de la angustia. El mismo tratamiento
que se aplica para las crisis diurnas sirve para las nocturnas y lo habitual es que
al tiempo que unas remiten, también lo hagan las otras. Al igual que en las crisis
que suceden durante el día, es importante localizar y eliminar las posibles
conductas de seguridad que la persona puede estar practicando para evitar la
presencia de las crisis (por ejemplo, dejar la ventana abierta, usar tiritas nasales
para facilitar la ventilación, retrasar la hora de acostarse para estar más cansado
y evitar despertarse, etcétera). Así pues, sufrir ataques nocturnos no indica la
presencia de otro trastorno, ni una mayor gravedad. Es simplemente parte del
mismo trastorno de angustia.
Su conducta de contar hacía atrás tiene como objetivo distraerle a usted de esas
sensaciones y dificulta el aprendizaje de perder el miedo a los síntomas.
Cualquier cosa que usted haga para evitar experimentar ansiedad interferirá con
el tratamiento cognitivo-conductual. Conviene entender que el trastorno de
angustia se resuelve consiguiendo que la persona aprenda a afrontar de manera
distinta las sensaciones que provienen de su cuerpo, sin caer en el círculo de la
angustia. En ningún caso podemos pretender que esas sensaciones dejen de
existir. La ansiedad es una respuesta normal de nuestro organismo y como tal
no podemos aspirar a hacerla desaparecer.
103
Probablemente sí. De hecho, hemos explicado en este libro la exposición
programada y progresiva a situaciones generadoras de angustia, es decir,
empezando por las situaciones a priori menos amenazantes para la persona y
avanzando progresivamente hasta la que ocuparía el primer lugar de la lista.
104
El tratamiento psicológico comporta la utilización de otras técnicas como la
exposición interoceptiva, la exposición programada a situaciones y la
reestructuración cognitiva, que son necesarias para corregir los automatismos
de nuestro cerebro y los sesgos cognitivos y de hábitos que hayamos podido
generar. En muchas ocasiones, saber algo no implica que nuestro organismo
cambie con facilidad su forma de reaccionar, sino que además conviene un
entrenamiento más preciso de varias habilidades.
Cuando usted va al cine a ver una película de terror, sabe perfectamente que lo
que ve es pura ficción y aun así experimenta miedo y sobresaltos. Igualmente,
usted puede haber entendido que las crisis de ansiedad no son nocivas, pero
puede necesitar de un mayor entrenamiento y práctica para conseguir que su
cerebro no disparé las alarmas de la ansiedad cuando perciba sensaciones
físicas.
105
8. Información de
utilidad para el paciente
Web: www.cop.es
Email: [email protected]
Asociaciones de pacientes
Las asociaciones de pacientes también pueden ser de ayuda en la obtención de
información o como mecanismo para compartir experiencias. Existen múltiples
asociaciones de personas afectada por el trastorno de angustia y la agorafobia
con base en diversas zonas del estado. En www.juntospodemos.com puede
encontrarse un listado de algunas de ellas. A modo de ejemplo se incluye aquí
una breve lista:
106
de la Ansiedad y la Depresión
Página web: www.actad.org
Teléfono: 93-4301290
107
Índice
Título 3
Derechos de autor 4
Referencias 5
Índice 7
Introducción 9
1. Los conceptos ansiedad y miedo 12
¿Qué es ansiedad? 12
Fuentes de ansiedad 16
Diferencias individuales 19
La sutil división entre ansiedad y miedo 21
La ansiedad y el miedo como problemas 24
2. La crisis de angustia 28
¿Qué causa las crisis de angustia? 32
Los síntomas más comunes de las crisis de angustia 38
Síntomas fisiológicos 38
Síntomas cognitivos 40
Síntomas conductuales 43
Crisis de angustia durante el sueño 45
3. El trastorno de angustia 48
Crisis de angustia o trastorno de angustia 48
Factores que pueden predisponer a padecer un trastorno de angustia 52
Factores que mantienen el trastorno de angustia 54
4. La agorafobia 59
La agorafobia como consecuencia esperable de las crisis de angustia 63
La extensión del miedo en la agorafobia 64
La evitación como fuente de ansiedad 70
La agorafobia sin crisis de angustia 72
5. Tratamiento del trastorno de angustia y la agorafobia 75
Tratamiento farmacológico 76
Benzodiacepinas 76
Antidepresivos 77
Tratamiento cognitivo-conductual 80
108
Psicoeducación 80
Reestructuración cognitiva 83
Exposición interoceptiva 86
Exposición programada a situaciones temidas 88
La combinación de fármacos y psicoterapia 93
6. El futuro de la enfermedad 96
7. Preguntas y respuestas 100
8. Información de utilidad para el paciente 106
109