El Concepto de Trabajo Desde Una Perspectiva Histórico Social

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 59

El Concepto trabajo desde una perspectiva histórico-social

Las distintas perspectivas de análisis antropológico, social, económico,


histórico y psicológico han configurado al trabajo como una actividad relevante
de orden social, que permite a los individuos que lo realizan estar o
considerarse parte de un sistema organizado y ser llamados ciudadanos
(Pirenne, 1971; Jahoda, 1987; Prieto, 2000; Alonso, 2005).
Dentro de esta perspectiva histórica y social, se distingue al trabajo
como una actividad propia del ser humano, haciendo la distinción de quién lo
debe hacer y cómo lo debe hacer (Arendt, 2005). En la tradición Greco–
romana, el trabajo fue considerado como una actividad exclusiva para los
esclavos, quienes realizaban toda clase de labores pesadas distintas al ocio,
pensar e incluso la guerra -estas últimas reservadas para los considerados
privilegiados- (Blanch, 1996). El hecho de trabajar de una forma ardua, pesada,
con dificultad para el cumplimiento del objetivo, significó un castigo incluso,
una actividad corruptora que degradaba tanto a las mujeres como a los
esclavos (Blanch, 2003, 2006; Köhler y Martín, 2005).
Esta concepción del trabajo como degradación y actividad corruptora, se
mantuvo prácticamente como visión hegemónica, hasta la caída del imperio
romano. Posteriormente, en la tradición Judeo-Cristiana, el trabajo tiene otra
concepción, la cual es ambivalente. Por un lado se asumió como castigo por
haber infringido la ley de la obediencia a Dios y por otro lado como el hecho de
trabajar para agradar a Dios y poder vivir con otros y para otros (Méda, 1995).
Se sufre al trabajar, pero este sufrimiento se convierte en condición de
salvación: El trabajo dignifica al hombre. Por tanto, la condición de dignidad
hace que el trabajar se convierta en una obligación, para poder alcanzarla.
En la Edad Media, donde el cristianismo se convirtió en la religión
dominante- el trabajo manual-artesanal e incluso el realizado por los usureros,
continuaba siendo bastante rechazado y degradado4. Para no estar en
condiciones de tortura, se consideraba necesario poseer tierras, lo que
garantizaba la libertad de la persona. Posteriormente con el surgimiento de la
burguesía y los indicios de la modernidad, se abrieron paso nuevas formas de
organización social, donde la riqueza no se medía con la tenencia de tierras
sino con dinero o productos comerciales (Pirenne, 1971; Prieto, 2000). Los
4
denominando la actividad como tripaliare, palabra del latín que significa torturar

1
cambios sociales de finales de la edad media e inicios de la edad moderna (la
ilustración, inicio de la Revolución Industrial, entre otros), configuraron una
nueva forma dominante de entender el trabajo. En este sentido Méda (1995),
argumenta que esta actividad se realizaba para el bien de la comunidad, en un
aspecto más humanista y sociológico de la época, concibiendo al trabajo como
la actividad propicia para la socialización y formación de identidades tanto
colectiva como individual.
En los inicios de la época moderna, el trabajo asume un papel más
protagónico y es abordado desde otros niveles de análisis, como el económico
y el psicológico (Marx 1867; Jahoda, 1987; Giddens, 1998; Weber, 2003;
Durkheim, 2014). A partir de la época moderna, se asume que trabajo no es
solo como bien colectivo, sino también una actividad clave para la autonomía
del individuo. En ese sentido, gracias a “mi” trabajo no sólo se obtienen los
medios para vivir, sino que se desarrolla la capacidad de apropiárselo. Por
tanto, el trabajo empieza a concebirse como una actividad creadora, sinónimo
de obra, generando, sea el eje fundante de la sociedad (Méda, 1995, 2007;
Blanch, 1996,2003; Prieto, 2000; Lessa, 2002; Arendt, 2005).
El concepto de trabajo toma un nuevo significado. Toma un sentido
incluyente, donde ya no es una actividad repudiada, discriminada,
menospreciada o esclavista, sino al contrario todos los individuos pueden
trabajar, permitiendo que se logre una igualdad entre las personas que realizan
esta actividad y poder relacionarse con otros. De esta forma, el trabajo
empieza a asumir un papel de centralidad (Antunes, 2000a, 2005; De la Garza,
2014). La importancia del trabajo y su carácter central, se amplía a aspectos de
la vida personal, familiar y vecinal, configurando de esta manera, formas de
relación que permiten la transformación del mundo, a través de la relación
consigo mismo, con la naturaleza y con los demás (Méda, 1995).
En este sentido, el trabajo permite a las personas que lo realizan, la
posibilidad de interactuar, estructura el tiempo y estar dentro del modelo
económico de la época moderna, el capitalismo (Giddens, 1998; Alonso 2007;
Boltanski y Chiapello, 2010; Morales 2012; De la Garza, 2014). Para estar
dentro del modelo capitalista, es decir, acumular el capital y estar inmerso en
un régimen salarial (Boltanski y Chiapello, 2010), lograr una inserción
sociopolítica y considerarse propietario (Blanch, 2006), era necesario contar
con una forma de trabajo que permitiera la inserción en este modelo; dicha
forma, fue el empleo llegando a ser la forma de trabajo más común e
importante en la edad moderna, incluso imprescindible.

a. El empleo como forma hegemónica del trabajo en el Fordismo

En las sociedades capitalistas, el empleo se convirtió prácticamente, en


la forma referente de trabajo. Éste configuraba y configura, la manera como las
personas estructuraban el tiempo cotidiano y establecían relaciones
interpersonales (Jahoda, 1987; Blanch, 2003; Álvaro y Garrido, 2006). Así, el
empleo se consolida como una actividad que genera un estado ideal para el
individuo, por la identidad que éste le proporciona a quien lo tiene, al igual que
le permite estar inmerso en las lógicas capitalistas (Peiró, 1989; Blanch, 2006).
En este sentido, el empleo no es sólo la realización de una tarea en
específico, sino que implica el pago por la ejecución de dicha actividad. Para
contar con las ventajas del modelo capitalista y los cánones de la oferta y
demanda, es necesario tener un empleo de manera prolongada en el tiempo,
en el mismo lugar y con la garantía de tenerlo para siempre. El pleno empleo y
para toda la vida, eran los estandartes de los modelos económicos del
Keynesianismo y fordismo (Jaua, 1997; Neffa, 1998, 2001; Quiroz, 2010;
Morales, 2012).
El Keynesianismo propuso una serie de medidas regulatorias,
encaminadas a garantizar y proteger la contratación laboral y el aseguramiento
del pleno empleo. Todo individuo podría tener la seguridad que contaba con un
empleo manera permanente y en la eventualidad de perderlo estar cobijado
por el Estado, quien debía brindarle, por un lado la seguridad de encontrar un
nuevo empleo y por el otro de mantener el acceso a la seguridad social y
servicios públicos como la educación mientras estuviese en desempleo (Agulló,
1998; Alonso, 1999,2004). Sistema de seguridad que fue llamado Estado de
Bienestar, como forma de regulación estatal que permitía colectivizar la renta
mediante la provisión de servicios o garantías sociales a la totalidad de los
ciudadanos, con especial beneficio para los asalariados.
Por su parte, el modelo Fordista promovía la alta productividad y brindar
empleo a muchas personas. De esta forma se promulgaban condiciones de
igualdad entre los empleados, la homogenización de la clase trabajadora (una
gran clase media), la estabilidad del empleo realizado en grandes factorías (en
la línea de producción) y ser parte de un colectivo con estatus social. En
consecuencia se asegura el sostenimiento de la familia por el salario ganado
gracias a la realización de la actividad por al cual fue contratado el trabajador
(Castel, 1997; Neffa, 1998; Quiroz, 2010).
La coexistencia del Keynesianismo y Fordismo gestó una forma de
relación laboral. Funcionaba bajo la lógica del mejoramiento de las condiciones
laborales y posibilidad de encontrar empleo la fuerza de trabajo poco
calificada, realizar un trabajo que se ejerce a tiempo completo en condiciones
de estabilidad y de duración indefinida (Neffa, 1998, 2003). El trabajo que se
realiza está inscrito en un espacio concreto que implica hacerlo en el mismo
sitio (fábrica) y mismo lugar en la cadena de producción, trabajo que realizado
a cambio de un salario constituyéndose en la única posibilidad de ingreso
derivado de las horas que se está en el sitio de trabajo, que implica que cada
trabajador tiene una posición clara dentro de la cadena de producción.
Además del salario, el trabajador fordista y protegido por el Estado de
bienestar, tiene derecho al acceso a los sistemas de seguridad social
agenciados por éste como las incapacidades, la jubilación y vacaciones, entre
los más importantes.
Estos modelos económicos inmersos en el modelo capitalista, conciben
el empleo como una forma trabajo que cuenta con protección estatal,
productiva, remunerada y estable que se mantiene de forma indefinida,
constituyéndose en el eje central de la ciudadanía, basado en la filosofía del
pleno empleo y en la centralidad de la relación salarial (Rojo, 2002; Blanch,
2003; Kölher y Martín, 2005; Rentería, 2009). Por consiguiente, el empleo no
sólo permite participar de forma activa en el modelo capitalista sino que
consolida formas identitarias a través de la actividad e incluso con la
organización en donde se realiza ésta. Es decir, el empleo no solo cumple con
funciones estrictamente económicas, sino también cumple con funciones
psicosociales (Jahoda, Lazarsfeld y Zeisel, 1987; MOW, 1987; Peiró, 1989;
Blanch, 1996, 2003, 2005, 2006).
Entre las funciones económicas del empleo se cuentan las vías de acceso
al circuito de producción-distribución y consumo de bienes y servicios que son
necesarios para la supervivencia material. El empleo cumple con funciones de
tipo sociopolítico, en el sentido que es el medio de integración de la ciudadanía
con la vida social y política; redistribuidor del bienestar financiado por la
actividad económica. Finalmente, Blanch (1996,2003) en concordancia con
Jahoda (1987), hace alusión a las funciones psicosociales del empleo las cuales
las define como instrumento para el logro de la autonomía financiera, social,
ideológica y moral, así como facilitador de la organización del tiempo
cotidiano, eje vertebrador de la actividad personal y familiar, de sus
estructuras, ritmos, rutinas y rupturas.
En este sentido, el empleo, como forma de trabajo, es visto como
actividad central e instrumental para acceder a las demandas de la sociedad
capitalista y a su vez como medio para adaptarse, a los principios de realidad
del modelo económico como la socialización secundaria, identidad y asignación
de roles (Jahoda, 1987; Blanch,1996; Peiró, 1996). Por ende, el trabajo en la
sociedad salarial implicaba una relación económica, jurídica y política de
adscripción formal e incorporación a un modelo económico, social e
institucional (Castel, 1997; Jaua, 1997).
Desde este punto de vista la carencia de empleo se constituye en una
cuestión socialmente problematizada porque afecta la relación entre las
instancias políticas, económicas, jurídicas e individuales. Desde el nivel
individual, el estudio realizado por Jahoda, Lazarsfeld y Zeisel (1987), en la
década de los treinta (30) (durante la gran depresión económica), distinguió en
una comunidad de Austria, Marienthal, aspectos Socio-Pscicológicos que se
vieron afectados por la vivencia del desempleo masivo debido al cierre de una
de las fábricas donde casi toda la población se encontraba trabajando. En el
estudio diferenciaron cuatro tipos de reacciones al desempleo: la resignación,
la desesperación, la apatía y el mantenimiento de la moral. También
identificaron una vivencia de precariedad económica, consecuencia de no
acceder a productos que anteriormente estaban en la lista de consumo
frecuente.
De esta forma la modernidad capitalista ligó el empleo, asumido como
actividad única para la adquisición de bienes materiales e inmateriales, a la
existencia del mismo individuo, mostrándolo como “homologo” del trabajo y
como actividad central y vertebradora para éste (Marín, 2004; Blanch y
Morales, 2012; Freyre, 2014). Esta hegemonía del empleo como forma de
trabajo casi exclusiva, en los individuos, estuvo en auge durante las décadas de
los años treinta hasta la década de los años setenta del siglo XX , en el contexto
urbano, citadino e industrializado principalmente (Neffa, 1998, 2001,2003;
Alonso, 2005; Rentería, 2009; Morales, 2012).
A pesar del éxito económico, social y político del modelo Fordista en
concreto, hacia finales de la década de los setenta, empieza a dar indicios de
desgaste y crisis estructural. Algunos de estos indicios fueron: el descenso de
las ganancias, el descontento de los trabajadores ante la rutinización de la
tarea, la aparición de nuevos mercados competitivos y la disminución de la
tasa de beneficios como consecuencia de la acumulación de capital (De la
Garza, 2001; Neffa, 2003). La crisis del fordismo, incidió directamente en la
concepción de empleo y por ende a los diversos niveles, social, organizacional
e individual. El trabajo no podía ser tratado como una mera mercancía. Al ser
una actividad de naturaleza humana y dada la implicación de centralidad que le
dio el fordismo al empleo, resultaba un obstáculo para la movilidad de la
subjetividad para hacerlo creativo, reflejándose negativamente en la salud
biología, psíquica y mental de los individuos que cambiaba de empleo o incluso
lo perdía (Neffa, 2003; Blanch, 2007).

b. La centralidad del trabajo

El empleo al ocupar un lugar privilegiado dentro del modelo capitalista,


supuso que toda actividad que se realice y por la que se reciba un pago por
realizarla, era considerada como trabajo. Asumir al empleo como una forma de
trabajo, contribuyó a que éste fuese considerado como central, atribuyéndole
valores no sólo instrumentales sino también de tipo expresivo y final (MOW,
1987; Blanch, 1990, 1996, 2003, 2006; Pérezgonzález y Díaz, 2005). Por tanto,
con el hecho de tener trabajo no sólo se adquiría el derecho a obtener bienes
materiales proporcionados por el modelo capitalista como la adquisición de
vivienda, sino también inmateriales como satisfacción, motivación o la
realización por el trabajar. En pocas palabras, el trabajo constituye un factor
estructural del sistema industrial y estructurante del sentido común, al igual
que de la vida cotidiana (Blanch, 1996, 2003).
La importancia conferida al trabajo, se notó en las cifras de disminución
del desempleo durante las décadas de los años 30 al 70 del siglo pasado y un
aumento de los empleados de forma generalizada, amparados por el
keynesianismo y fordismo (Álvaro y Garrido, 2006; Gallardo Góngora, 2011;
Morales, 2012). Este aumento de empleados, fortalecían los cánones de la
oferta y demanda del capitalismo, permitiendo que con el pago recibido por el
trabajo realizado, se accediera a una serie de beneficios propios de la llamada
clase que vive del trabajo, propuesta por Antunes (2002b, 2007). Beneficios
propios del trabajo asalariado, que permiten a esta gran masa de personas
trabajadoras acceder a diversos productos y servicios tangibles (educación
vivienda, salud, subsidios entre otros).
La centralidad del trabajo, más allá de la función instrumental, hace
referencia a la importancia de éste para el individuo, pues, constituye la fuente
principal de provisión de medios materiales que se consideran necesarios, y a
su vez suministra recursos subjetivos para el desarrollo moral, político y
psicológico (Blanch, 1990, 2006, 2011; Prieto, 2000; De la Garza, 2001, 2014;
Pérezgonzález y Díaz, 2005). En este sentido, la centralidad del trabajo es la
importancia que tiene para el individuo dicha actividad, a partir de la cual se
pueden adquirir cosas a través de su realización, de forma instrumental y se
hace por una finalidad (Agulló, 1998; Pérezgonzález y Díaz, 2005; Woodward,
2008).
Por tanto, contar con un trabajo se relaciona con una serie de
motivaciones, las cuales se vinculan con la actividad misma del trabajo. Ya no
es solo hacer el trabajo de forma mecánica, asumir un tiempo para poderlo
hacer, sino también una serie de vínculos como las relaciones sociales que se
gestan cuando se realiza un trabajo, la satisfacción de haber realizado una
labor que se considera gratificante, el crecimiento personal, entre otras
(Durán, 2006b; De la Garza, 2007, 2010; Woodward, 2008). Por ende, se valora
a quien trabaja, así como el tipo de trabajo y dónde se realiza. Ya no es sólo
tener trabajo sino la calidad del mismo, es decir la centralidad del trabajo
alude ahora a la importancia de la obtención del empleo y todo lo que implica
el estar empleado; en ese sentido implica socialización en y con el trabajo
(MOW, 1987; Blanch, 1990, 2003; Harpaz, 1999; Harpaz, Honing y Coetsier,
2002; Baldry, Bain, Taylor, Hyman, Scholarios, Marks, Watson, Gilbert, Gall,
Bunzel y Nolan, 2007).
La centralidad del empleo, hizo que a la actividad trabajo se le otorgaran
nuevas definiciones que diferían de las Greco-romanas, que lo designaban
como una maldición, castigo o bendición (dependiendo de la época). La nueva
definición tiene en cuenta la capacidad del trabajo de ordenar, organizar y
jerarquizar la vida, según la importancia que le da cada persona a la actividad
trabajo (MOW, 1987; Jahoda, 1987; Antunes, 2000a; Blanch, 1996, 2006, 2012;
Pérezgonzález y Díaz, 2005). El trabajo es un derecho y una obligación social,
donde la especie humana depende de él para continuar con su reproducción.
Gracias a esta actividad los seres humanos pueden generar la producción de
bienes y servicios necesarios para dicha reproducción. A su vez, con la
actividad de trabajar, pueden desarrollar su personalidad en varias
dimensiones: la vida de relación, el cuerpo, el intelecto y la voluntad (Neffa,
1995).
Así entonces, se presenta al trabajo como un eje central, estructurante
de la vida de los individuos, de naturaleza reflexiva e importante para la
realización de aspectos personales como el intelecto, el bienestar psicológico o
la vida de las relaciones sociales. Se considera que el trabajo es una actividad a
la que se aportan energías, habilidades y conocimientos para obtener algún
tipo de compensación material, psicológica o social (Peiró, 1989; Blanch,
2006,2012; Woodward, 2008).
Las anteriores definiciones, hacen énfasis en la centralidad del trabajo en
la vida de las personas, mas no hacen referencia a la importancia de tener y
mantener un empleo en la época Fordista, como forma exclusiva de
mantenerse en el mercado capitalista. Por tanto, la centralidad del trabajo se
considera como una creencia general acerca de su valor en la vida de las
personas (MOW, 1987; Harpaz, 1999). Una de las principales características de
la centralidad es la identificación de los individuos con el trabajo, la cual es la
creencia resultante de la comparación del trabajo como actividad y las
percepciones de sí mismos. A su vez, el cómo se involucran o comprometen los
individuos, con el trabajo, es la vinculación afectiva con el trabajo en sí.
Las diversas definiciones de trabajo, producen ambivalencias. En un
principio se rechazaba todo lo concerniente al trabajo, y posteriormente se
convirtió en una de las actividades que no podían ser rechazadas, sino que lo
deseable era tenerlo, con miedo a perderlo, a pesar que querer liberarse de él
para no continuar con la alienación que es estar en el mismo empleo (Blanch,
2006). En este sentido, la sociedad capitalista moderna, configura o
esquematiza buena parte de su vida por el trabajo: se identifica con lo que
hace, cómo lo hace, para quién lo hace, y esto va hace que se vaya confiera
significado al trabajo, a través de la motivación o en el mismo comportamiento
laboral. En palabras de Blanch (1996, 2012), la centralidad del trabajo se
considera un significante estático en torno al cual se puede tener una variedad
o pluralidades de significados.

c. Crisis del Fordismo y la centralidad del trabajo.

A finales de los años sesenta los trabajadores y sindicatos, cuestionaron


los elementos de regulación del fordismo. Entre los cuestionamiento, se
encuentran la racionalización extrema de la organización científica del trabajo,
la rigidez del modelo, al igual que las promesas no cumplidas del
Keynesianismo con el Estado de Bienestar, la protección total por parte del
Estado garantizando el pleno empleo, el subsidio de desempleo, gratuidad en
la educación tanto básica como superior y salud, entre otros asuntos; un no
cumplimiento que empieza a tener consecuencias (Jaua, 1997; Quiroz, 2010;
Morales, 2012). Los cambios vividos por el modelo Fordista, afectaron de forma
generalizada el mundo del trabajo, que repercutieron en diversos niveles
social, económico, organizacional e individual.
A nivel social, el descontento con el modelo Fordista se vio reflejado en
las manifestaciones de trabajadores y sindicalistas, en diversos países, en
especial la de París en Mayo de 1968 (comúnmente conocida como Mayo del
68), siendo una de las más representativas. La inconformidad de los
estudiantes, sumadas a las inconformidades de los trabajadores, sentaron la
voz de protesta ante un Estado proteccionista que no logró cumplir ni suplir las
expectativas de una vida segura, plena, con trabajo y satisfecha (Uribe, 2008).
Los levantamientos de los trabajadores, dejaron ver que éstos siendo parte de
la fuerza laboral, lograban ser escuchados para buscar el cambio en los
modelos que estaban colapsando, en cierta medida por lo utópico de sus
propuestas.
A nivel económico, el Keynesianismo no logró mantener a una gran clase
media que tenía las mismas posibilidades de obtener bienes y servicios, como
lo hacían las clases sociales y económicas más altas, con la diferencia que los
de la clase media, accedían a ellos dependiendo del pago por el trabajo
realizado, por consiguiente las desigualdades entre clases se empiezan
vislumbrar.
A nivel organizacional el modelo de pleno empleo a término indefinido,
se desdibujó. Las condiciones de trabajo empezaron a cambiar, se presentan
cortes de personal, en especial de personal menos calificado el operativo,
acomodación de horarios reduciendo la dedicación a la tarea y el cambio de
contratación pasando de una contratación fija a una contratación temporal.
Las características del empleo empezaron a ser precarias, en las
organizaciones de corte productivo en especial. Menos tiempo laborado por
consiguiente menos paga, disminución de la mano de obra la cual fuese
reemplazada por tecnología, despidos injustificados y no reemplazo de las
plazas por nuevos trabajadores, aumento en las funciones laborales, poco
cubrimiento en la seguridad social, nuevas contrataciones a menos tiempo,
con pocas garantías de continuidad y de cobertura en seguridad social; en
otras palabras, condiciones que se flexibilizan (Gorz, 1997; Jaua, 1997; Neffa,
1998, 2001; Beck, 1999; Sennett, 2000; De la Garza, 2000ab, 2001).
Se pasa de trabajar de forma rígida y controlada (característica de la
producción manual y en masa) a trabajar de forma móvil, polivalente y
haciendo énfasis en el conocimiento “knowledge” (Coriat, 1992; Gorz, 1997;
Neffa, 2001). Este cambio en las condiciones del trabajo, generan una
metamorfosis en el mundo que lo representa, cuestionando no sólo el modelo
del pleno empleo sino también la centralidad del trabajo: coartar el acceso a la
ciudadanía y la dignidad de los individuos, el Estado Proteccionista, la
flexibilidad, la complejidad e inseguridad en el trabajo, la precariedad del
mismo, la desregularización y el riesgo (Offe, 1984; Gorz, 1995; Rifkin, 1996;
Bauman, 1998; Alonso, 1999, 2004, 2007; Beck, 1999; Castells, 1999; De la
Garza, 2000b; Sennett, 2000, 2003, 2006; Antunes, 2000b).
En palabras de Neffa (2001), la crisis del keynesianismo y fordismo,
repercutió en la pérdida de la centralidad del trabajo, en cuatro aspectos
principales: en primer lugar la decadencia de la industria en relación con la
estructura de las ocupaciones con crecimiento relativo y la extensión de
empleos precarios. Segundo, el fin de la centralidad del trabajo en el conjunto
de las relaciones sociales, donde se hace referencia a la fragmentación de los
mundos de vida. Tercero, la pérdida de la importancia del trabajo se relaciona
con la función de éste como generador de valor y cuarto la crisis del trabajo es
un problema político resultado de la lucha de la clase obrera.
En este sentido, el empleo como forma de trabajo al igual que la
importancia que se le otorga como una unidad instrumental, se configura de
forma diferente en parte por las nuevas condiciones en las que se presenta
(Neffa, 2001,2003; Rentería, 2009; De la Garza, 2010; Antunes, 2010). Nuevas
condiciones de trabajo consideradas propias de una época postfordista, del
capitalismo flexible, de la globalización, hacen que autores como Offe (1984) y
Rifkin (1996), consideren que el trabajo ha llegado a su fin, la sustitución de la
mano de obra humana, por la tecnología. Queda en entredicho la centralidad
del trabajo, asumiendo que no es la fuente principal para suplir necesidades u
otros tantos aspectos personales del individuo.
Gorz (1991), en consonancia con Rifkin y Offe, considera que en los
trabajos futuros, los seres humanos serán sustituidos por tecnologías de la
información y comunicación, situación cada vez más evidente y frecuente. A su
vez, plantea que el trabajo tal como se conoce, que se realiza y se coloca como
centro de la vida, es una invención de la modernidad, propone que éste debe
ser liberado de su condición económica, para precisamente, no “tener” que
trabajar.
Los cambios que se vivieron durante la década de los 70 en la biografía
del trabajo, y que se han vuelto a sentir en otros momentos históricos 5, han
hecho que el concepto trabajo tal y como se ha presentado en la época
moderna y su centralidad en la vida de las personas, presente nuevas formas
de análisis que abarcan desde sus condiciones hasta el significado que se le ha
atribuido (De la Garza, 2007; Smyer y Pitt-Catsouphes, 2007; Ardichvili y
Kuchinke, 2009; Blanch, 2011; Blanch, Ochoa y Sahagún, 2012; Shea-Van
Fossen, Vredenburgh, 2014). La transformación del trabajo y sus nuevas
condiciones, no supone una negación del trabajo como tal o de su existencia.
En palabras de Antunes (2000b, 2006, 2010), es la transformación del sentido
capitalista del trabajo caracterizada por la desproletarización del trabajo
industrial (trabajo precario y parcial), nuevos patrones de productividad,
nuevas formas de adecuación de la producción, así como la adecuación o
transformación de las organizaciones dedicadas al servicio y no a la producción
fabril; mientras se continúa observando un aumento de las personas que viven
del trabajo. Estas transformaciones, cambios o metamorfosis, se han de
abordar desde diferentes perspectivas y diversos niveles de análisis como: el

5
En el caso de Colombia, la crisis que se presentó en los años noventa del siglo XX, con el aumento en las tasas de desempleo, pasando de
una tasa de desempleo del 9.6% en el año 1993 a 15.8% en el año 1998, trayendo como consecuencia un fenómeno de migración a países
con mayores oportunidades de empleo, sin importar la cualificación de la mano de obra, entre los que se cuenta Estados Unidos y España.
En una pequeña investigación en la ciudad de Bucaramanga en el año 1998, Báez, Duarte y Romero, caracterizaron cuatro factores
psicológicos en desempleados: identidad ocupacional, manejo del tiempo, grupos de referencia y locus de control, donde uno de los
principales hallazgos fue lo central y significativo del trabajo para los desempleados, así como la satisfacción que se obtiene por el hecho
de realizar un trabajo en lo que se conoce y se sabe hacer.
contexto cultural y socio-histórico, los cambios en la situación del mercado
laboral, las preferencias personales por el trabajo y la motivación intrínseca,
entre otros (Borchet y Landher, 2009; Chalofsky y Krishna, 2009).
1.1. Metamorfosis de las condiciones de trabajo

Los cambios acaecidos en el mundo económico y del trabajo, han hecho


que se hable de nuevas formas de organización de éste último (Zuboff, 1988;
Blanch, 2011a; Ochoa, 2012a). La transición del modelo de producción en serie
a una producción flexible, que se acomoda a nuevos mercados más
competitivos, inestables a la vez que heterogéneos, ajustándose de forma
rigurosa a las nuevas demandas de los diversos tipos de clientes, hace que la
globalización y las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC´S), sean
los nuevos marcos de referencia donde las relaciones laborales se tejen. Se
trata de escenarios con nuevos patrones de productividad y nuevas formas de
construcción de subjetividades, relaciones, identidad, sentido y significado del
trabajo (Blanch, 1990, 2011; Benítez y Sobol, 2008; Rentería, 2008, 2009,
2012).
Por consiguiente, la globalización, las TIC´S, la nuevas formas de gestión
como la Nueva Gestión Pública (NGP), entre otros marcos de referencia,
permiten la construcción de repertorios compartidos, que exigen asumir lo
intangible, flexible e incierto para mantenerse, adaptarse o continuar
existiendo en el mundo laboral (Bauman, 1998, 2000; De la Garza, 2001, 2007;
Rojo, 2002; Blanch, 2011). En este sentido, los nuevos marcos de referencia de
mundo del trabajo, transforman el contenido de los patrones de acción,
gestión y de significación, posibilitando la creación de significados e incluso
comportamientos, considerados como nuevos o por lo menos diferentes, a los
que se manifestaban durante la época Fordista (Rentería, 2008).

a. Flexibilización, globalización y TIC

Los procesos de globalización, flexibilización y el posicionamiento de las


nuevas tecnologías de la información, cada vez más están instauradas y
legitimadas. Así, teniendo en cuenta lo que se entiende por globalización (la
circulación de mercancías e inversiones que sobrepasan los Estado-Nación
(Petras, 2000)), ésta va configurando nuevas formas de entender, hacer y
desarrollar el trabajo. En consecuencia, se modifican los procesos productivos,
planteando la alternativa de disgregar la producción o la prestación de los
servicios, los cuales ya no sólo se realizan en un espacio o lugar específico sino,
en diversos espacios que trascienden fronteras (Corredor, 2004).
La calidad del trabajo toma otros matices donde los trabajos
especializados son realizados por pocos, dedicados en particular a procesos de
investigación, alta tecnología, en organizaciones reducidas pero dedicadas a la
obtención de un mayor rendimiento del capital. De otro lado se presenta un
aumento de empleos subcontratados asumidos por organizaciones cuyas
dinámicas de contratación de la mano de obra, se caracteriza por el bajo costo
y la capacidad de respuesta inmediata. De esta forma, la globalización hace
que la comprensión del tiempo y el espacio sea de una forma diferente: el
trabajo como el trabajador son dinámicos, movibles y prescindibles (Beck,
1999, 2002; Sennett, 2000; Castells, 2006; Bauman, 2007).
Las transformaciones que se presentan en el trabajo, por el proceso de
la globalización hacen que los trabajos migren por sectores, países,
especialidades y que a su vez coexistan nuevas formas, modalidades y
condiciones de trabajo (Rentería, 2008, 2009, 2012). Bajo este aspecto, la
globalización se presenta como un proceso transformador de condiciones
sociales, individuales y organizacionales. Transformaciones que se perciben en
el aumento de las desigualdades sociales y territoriales, la marginación laboral
femenina y de los jóvenes, economías que no poseen regulaciones que
propendan por la igualdad entre trabajadores y organizaciones, la no cobertura
de ciertas condiciones de bienestar laboral, entendidas como ausencia de
derechos laborales, prolongación de las jornadas laborales y disminución de la
seguridad social (Bauman, 1998, 2000; Beck, 1999, 2002; Castells, 2006).
Estas características, propias de relaciones laborales dadas bajo la
globalización, conforman condiciones laborales que se distinguen por: la
flexibilidad, inseguridad en los vínculos jurídicos y psicosociales con el trabajo,
la desprotección, precarización y discontinuidad de la contratación, así la
virtualización de las relaciones laborales al igual que del lugar donde se realiza
el trabajo, la inmediatez del resultado, el aumento de la competitividad,
intensificación del trabajo, y el auge de los trabajos de media y baja
cualificación (Hargreaves, 1998; Neffa, 2001, 2014; Sennett, 2006; Sobol, 2006;
Sora, Caballer y Peiró, 2011).
El trabajo entonces, tiende a desarrollarse en condiciones precarias e
inestables, respecto al empleo, donde en común se presenta la ruptura de
pactos corporativos, la ampliación de la jornada y la reducción de la
remuneración, entre otros aspectos (De la Garza, 1997; Román y Avendaño,
2002). Beck (1999), designa estas condiciones como una desregularización de
las relaciones laborales, transformando a la sociedad en una sociedad de
riesgo. Asume riesgo como la inseguridad en diversos aspectos, como por
ejemplo, la continuidad en la contratación o la duración de la misma, entre
otros. En este sentido, Sennett (1998), argumenta que la flexibilidad es tolerar
la fragmentación, es decir la no continuidad en aspectos como la identidad o
carrera en el trabajo.
Las condiciones del trabajo flexible, presentan características de poca
duración y cambio constante, legitimando así, prácticas organizacionales como
la reducción del tamaño de las empresas (dowsizing) o tercerización de la
contratación de la mano de obra (outsourcing) (Rentería, 2008, 2012). En
palabras de Bauman (2000, 2007), es el paso de una modernidad estable,
sólida, segura, con referentes de anclaje, a una modernidad inestable, flotante,
volátil, líquida sin puntos certeros para poder asirse.
El surgimiento de una sociedad cosmopolita mundial (Giddens, 2000),
basada en la utilización y optimización de las telecomunicaciones y en la
mejora de los usos administrativos y mercantiles de los recursos, es uno de los
resultados esperados de la globalización, al igual que el aumento de la calidad
de vida y la movilidad entre otros aspectos. Esta nueva sociedad cosmopolita,
continúa inmersa en desigualdades socioeconómicas, como el aumento de las
tasas de desempleo a nivel global y la creación de puestos de trabajo
fragilizado y precarizado. Se trata de trabajadores altamente calificados que
quieren hacer sus ingresos, mientras que los poco calificados, cada vez más con
ingresos restringidos, buscan alternativas estables en condiciones de
incertidumbre, fluidez y adaptabilidad a nuevas formas de trabajo (Coriat,
1992; Giddens, 2000; Sennett, 2000; Acevedo Rodríguez, 2011) .
La sociedad a la que hace referencia Giddens, es uno de los efectos de la
globalización, el cual ha presentado una doble faceta. Una parte amable donde
hay facilidad de movilidad, así como un crecimiento rápido de algunos países
(especialmente los del Este de Asia), un aumento en la calidad de vida y por
ende reducción de los índices de pobreza (Stiglitz, 2002). Y una faceta menos
amable y más amarga, donde en la sociedad han crecido las desigualdades y
en aspectos referentes al trabajo, ha habido un aumento del empleo
deslocalizado, precarizado y fragilizado (Ramiro y Brusset, 2002; Rentería 2009,
2012). Son escenarios globales, que dejan como efecto la pérdida de la
autonomía local y la transformación de las condiciones que se consideran
favorables para la inversión y extracción de ganancias, sobre todo de
organizaciones públicas, que por su poca rentabilidad quedan destinadas a la
desaparición o a la privatización, para logar beneficios financieros para sus
inversionistas o para quienes reciben el servicio prestado (Ramiro y Brusset,
2002; Rentería, 2009).
De otro lado, el impacto de las nuevas tecnologías de la información y
comunicación, junto a la globalización y la flexibilización, han hecho que las
tareas, las formas de aprendizaje, la naturaleza y el sentido del trabajo hayan
cambiado de forma considerable (Coriat, 1992; Castells, 1999; Bauman, 2000;
Sennett, 2000). En el caso de las TIC´S, Castells (1999, 2006), las presenta
como la deslocalización tanto del trabajo como de las condiciones humanas,
asumiendo a la tecnología como una nueva forma de poder y el conocimiento
como un arma imprescindible que puede llevar a la misma desigualdad social.
Esto conlleva la producción desmesurada de nuevos sistemas y programas de
información a la gestión del conocimiento y a la especialización en el manejo y
control de éstos.
El impacto de la innovación tecnológica y digital, sobre las
organizaciones y las condiciones de trabajo, se refleja en el incremento de
puestos de trabajo donde las competencias cognitivas son las preponderantes,
al igual que una disminución o eliminación de puestos de trabajo en
determinados sectores productivos e incluso de servicios (Torrent-Sellens,
2008). También, se presenta el incremento de las horas laboradas con el ánimo
de hacer entrega del producto del trabajo, las cuales no son necesariamente
remuneradas, pues el pago se consigue como el resultado del trabajo más no
por las horas invertidas en él.
Emerge una economía basada en el conocimiento donde se adopta el
uso creciente de las tecnologías de la información, la comunicación y la
digitalización, generando un cambio en las capacidades requeridas en la fuerza
de trabajo. En este sentido, se trata de nuevas formas de trabajo que originan
modificaciones y tendencias de funcionamiento que trascienden la
presencialidad del trabajo en grupo, a un trabajo virtual y la prevalencia del
trabajo en red y el teletrabajo (Montuschi, 1999; Caamaño, 2005; Torrent-
Sellens, 2008).
Los cambios en la concepción del trabajo desde la óptica de la
globalización, la flexibilización de las condiciones de trabajo y la adopción de
las TIC como forma de realización del trabajo, configuran formas alternativas y
conforman un nuevo orden económico y productivo (Rentería, 2001, 2009,
2012; Rentería y Malvezzi, 2008). En este sentido, según se establezcan los
esquemas productivos y organizacionales, se delimitan las capacidades y las
competencias requeridas para el ejercicio del trabajo, que puede darse bajo el
componente de trabajo poco cualificado y sin capacidades de
autoprogramación o por el contrario adquiere características de trabajo
cualificado con autonomía operativa, polivalencia y movilidad, definiendo un
marco de relación entre empresarios y trabajadores más flexibles, con nuevos
valores y compromisos, con evidentes cambios en aspectos psicosociales(Díaz-
Chao, 2008).

b. Efectos generales y psicosociales de los nuevos escenarios

En el contexto de la globalización y las TIC´S, se ha visto el aumento de


formas de trabajo, consideradas atípicas (De la Garza, 2000), respecto a las
formas de contratación legitimadas por el Fordismo. Dichas formas de trabajo
dan respuesta a las necesidades de la flexibilización de las empresas y nuevos
escenarios del trabajo a nivel mundial (Caamaño, 2005). Las organizaciones
cada vez gestionan más sus procesos a través de la descentralización de sus
servicios, subcontratan servicios profesionales, tercerizan, temporalizan o se
realizan por proyectos. A su vez, prácticas de contratación a término fijo,
contratos por obra o labor determinada, teletrabajo son cada vez más
frecuentes. Las nuevas alternativas de trabajo y de relaciones laborales traen
como consecuencia nuevos marcos legales, contractuales, éticos e igualmente
nuevas experiencias para el trabajador (Neffa, 2001, 2014; Sora, Caballer y
Peiró, 2011)., Las nuevas formas transforman la comprensión y explicación de
las prácticas de gestión y teorización de las relaciones de trabajo, las cuales
están mediadas por una duración menor de la relación laboral, empleos a
distancia que generan un alto grado de desvinculación con la organización,
haciendo que las formas de trabajo se perciban como inestables, inseguras y
sean insuficientes (Rentería,2009, 2012).
La inestabilidad, es concebida como la duración contractual de forma
definida (corto tiempo) y que puede ser interrumpida en cualquier momento.
La Inseguridad, se entiende como la falta de protección social, es decir
ausencia de una cotización al sistema de pensiones y riesgos laborales
(accidentes, desempleo). Y la insuficiencia, como el bajo ingreso recibido por la
labor realizada (Caamaño, 2005). Es decir, los trabajos que tengan estas
características son considerados precarios. Aparecen por lo tanto formas de
trabajo atípicas y que a su vez son precarias.
Sora, Caballer y Peiró (2014), exponen las consecuencias de la
inseguridad laboral en contextos de crisis económica6 y la consideran como la
incapacidad de mantener la continuidad laboral ante una situación de
amenaza del trabajo. A su vez, esbozan la inseguridad laboral como uno de los
principales problemas asociados al estrés laboral y argumentan que uno de los
factores determinantes para su aparición, es la antigüedad en los cargos: entre
más tiempo se tiene en un cargo, menor es el nivel de inseguridad laboral.
Ante las formas de trabajo atípico y precario, los trabajadores deben
cuidar del cumplimiento de horarios, contenidos y condiciones del trabajo
pactado y buscar opciones para futuros trabajos, afectando esferas y espacios
cotidianos y no cotidianos y relaciones persona-trabajo-organización (Agulló,
1998; Betancur, 2003; Rentería y Malvezzi, 2008; Rentería, 2009; Baratini,
2009; Gómez y Restrepo, 2013). Bajo esta lógica, el trabajador que llega nuevos
ámbitos laborales, está en la competencia para conseguir los mejores negocios
de venta para su propia fuerza, es decir posee igualdad ante la ley con el
empleador, aunque su condición de trabador “libre” se desdibuja por la
pérdida de la capacidad de escogencia de lo que considera su vocación (Pulido-
Martínez y Carvajal-Marín, 2013).
Inestabilidad, inseguridad, precariedad transforman las experiencias de
la relación del trabajador en su actividad. Aumento o disminución de las
labores, realización de la misma labor pero en varios lugares en simultánea,
pasar de un rol de empleado a un rol de contratado como independiente,
disminución de los beneficios de protección social, incremento en la dedicación
de tiempo a los trabajos, realizar una labor por la cual no se siente afinidad o
no es lo que se conoce, entre otros aspectos, configuran formas alternas de
6
específicamente a la más reciente y documentada, crisis financiera de los países industrializados, encabezados por
Estados Unidos, seguido por los países de la Unión Europea donde una de las mayores consecuencias fue el aumento
desmesurado de la tasa de desempleo, acaecida en el año 2008
identidad y subjetividad (Gorz, 1997; Sennett, 2000; Beck, 1999; Beck & Beck-
Gernsheim, 2003; Peralta, 2009; Rentería, 2008; Blanch, 2008, 2011, 2014).
Las nuevas realidades del trabajo que se instauran y legitiman luego de
la metamorfosis vivida en el trabajo, hacen que el individuo configure o
reconfigure los sistemas de significación del mundo y construya identidades
que se actualizan, cambian o se recrean en la relación con los nuevos contextos
(Antunes, 2000b, 2006; Peralta, 2009; Ochoa, 2012a; Rentería, 2012; Sisto,
2012; Andrade, 2014); en este sentido, emergen formas de construcción y
explicación que hacen que el individuo sea y quede inserto en la fluidez del
mundo del trabajo, las organizaciones y de las relaciones sociales mismas
(Bauman, 2000; Köhler y Martín, 2005; Benítez y Sobol, 2008; Rentería, 2008).
La constitución de la subjetividad del trabajador ante lo que se denomina
“sociedad del riesgo” (Beck, 2002), hace que emerjan formas de cualificarlo, en
una primer caso, como el buen trabajador que hace referencia a las
características propias del estado de bienestar, donde se conservan las cargas
laborales y por ende el trabajador recibe un trato justo y democrático. Y una
segunda forma, como el trabajador empleable, es decir un buscador
permanente de la situación de estabilidad, donde la principal estrategia para
lograrlo es colocar en primer lugar las habilidades y competencias específicas
que se tengan para la obtención y el mantenimiento de un trabajo, siendo esta
última la predominante en la actualidad (Rentería, 2005; Rentería y Malvezzi,
2008; Sisto, 2009; Pulido- Martínez y Carvajal-Marín, 2013).
Desde este punto de vista, los marcos de referencia donde se
circunscribe el trabajo, que son los predominantes luego de la crisis del
fordismo posterior a la década de los años mil novecientos setenta, hacen que
el individuo y su relación con el trabajo no esté siendo impulsada tan solo por
el capital (Antunes, 1999, 2005). La relación individuo trabajo asume nuevos
matices donde, el trabajo asalariado configura no sólo la legitimidad del
capital, sino genera una subjetividad en el acto mismo de trabajar (Antunes,
2005).
Luego de los cambios suscitados, como quedó expuesto anteriormente,
en el mundo del trabajo, éste se ha mantenido como una actividad que
configura identidades (Díaz, Godoy y Stecher, 2005; Sisto, 2005, 2012;
Rentería,2008), subjetividades (Benítez y Sobol, 2008; Peralta, 2009; Orejuela y
Ramírez, 2011) significados (Morse y Weiss, 1955; MOW, 1987; Jahoda, 1987;
Blanch, 1990, 2014; Ardichvili y Kuchinke, 2009) y sentidos (Morin, 2001;
Guzmán, 2004; Antunes, 2005; Rentería, García, Restrepo y Riascos, 2007;
Morin, Tonelli y Pliopas, 2007).
Desde este punto de vista, diversas investigaciones se han abordado el
trabajo teniendo en cuenta variables psicosociales como la calidad de vida
laboral, condiciones laborales, bienestar y malestar, entre otras. Ahora bien, en
condiciones en las que el trabajo se presenta como flexible, precario, inseguro,
riesgoso, las “afecciones” a nivel psicosocial, repercuten no sólo directamente
en el individuo, sino también a nivel del grupo social, familiar y organizacional
(Sisto, 2009, 2012; Blanch, 2011, 2014; Blanch, Crespo & Sahagún, 2012). El
entorno laboral constituye una referencia clave para la evaluación de la calidad
de vida (Drobni, Beham y Präg, 2010; Blanch, 2011, 2014).
En el caso de la Calidad de Vida Laboral (CVL), Restrepo y López (2011),
argumentan que esta es una valoración subjetiva del trabajo y la forma en la
cual el trabajador experimenta y percibe su trabajo está asociada a
características particulares y recursos cognitivos personales. La Calidad de Vida
Laboral, se puede definir según Lau y May (1998), como las condiciones y
ambientes de trabajo favorable que protegen y promueven la satisfacción de
los empleados mediante recompensas, seguridad laboral y oportunidad de
desarrollo personal. Blanch (2007,2011), por su parte agrega que la CVL es el
grado de satisfacción y bienestar físico, psicológico y social, que experimentan
las personas en su lugar de trabajo, y define dos dimensiones, una objetiva
referida a condiciones económicas materiales y técnicas del trabajo y una
subjetiva asociada a la experiencia laboral y a la contribución en el desarrollo
personal.
La circunstancias y características económicas, materiales, técnicas y
sociales, en las que se realiza la actividad y las relaciones laborales, es lo que se
considera como Condiciones Laborales (Blanch, Sahagún y Cervantes, 2010).
Siendo así, la CVL, se ve afectada de forma positiva o negativa, según las
experiencias de los trabajadores respecto de las condiciones laborales en las
cuales se encuentra trabajando. Por lo general, hacen referencia al ambiente
físico y social, la organización y la característica de la tarea; este último
aspecto, referido a la carga de trabajo, los tiempos en los que se realiza, las
exigencias del rol, la responsabilidad y más aún las demandas cognitivas y
emocionales (Rentaría y Malvezzi, 2008; Terán, Botero, 2011; Stecher, Godoy
y Toro, 2012;
Blanch, 2014).
Ureña y Castro (2009), en una investigación adelantada con profesores
de colegio en Costa Rica, identificaron tres factores relacionados con el
bienestar laboral: 1) el ambiente social y el reconocimiento en el trabajo, 2) las
condiciones de infraestructura, remuneración y ascenso y 3) el tipo, cantidad
de trabajo y la relación con los estudiantes. Consideran que la vivencia
personal y subjetiva, de dichos factores, puede producir satisfacción o no,
repercutiendo en la calidad de vida laboral de los educadores de colegio. En
este sentido, la forma en la cual se presenta el trabajo y en las condiciones en
las que se realiza, guarda relación tanto con el bienestar laboral como con la
CVL.
Por otro lado, Ritter y Anker (2002), en una investigación transnacional
donde se indagó acerca de la satisfacción por el trabajo respecto a la tarea que
se realiza (asumieron dos categorías de buenos y malos trabajos), identificaron
que la satisfacción laboral está relacionada con la seguridad del empleo, más
exactamente con los considerados los mejores puestos de trabajo. Los
trabajadores con mayor grado de instrucción registraron mayor grado de
satisfacción con el trabajo que realizaban. Concluyeron, que la satisfacción
laboral guarda relación con la seguridad en el trabajo (las medidas de salud y
seguridad), con la seguridad del empleo (medidas de salvaguarda de la
estabilidad de la relación de trabajo), la seguridad de reproducción de las
calificaciones profesionales (el hacer lo que se sabe hacer), la calidad del
empleo y con las características de la relación de trabajo.
Es las anteriores investigaciones, se observa la relación que existe entre
las condiciones laborales, la satisfacción laboral y la CVL. Dependiendo de
cómo sean las condiciones en las que se presenta el trabajo, será entonces la
satisfacción que se perciba o se sienta respecto de la actividad que se realiza.
De igual forma, será con la CVL, la cual se percibe de una forma respecto del
trabajo o de otra que depende de la valoración de la experiencia que se tenga
de trabajar.
Las nuevas condiciones en las cuales se presenta el trabajo 7, hacen que
las experiencias devenidas, sean fuentes generadoras de riesgos psicosociales,
los cuales muestran efectos negativos en la salud de los trabajadores e incluso
el mismo trabajo. Entre las fuentes se cuentan, altas exigencias emocionales o
7
entre ellas la cantidad de horas para hacer el trabajo y sentir que no alcanza el tiempo, condiciones locativas, relación
contractual, realizar nuevas tareas sin que se asuman como propias de la profesión o de la actividad por la que se fue
contratado
cognitivas, elevados niveles de conflictividad o de competitividad en el grupo,
monotonía o extrema variedad en la tarea, desequilibrio entre el esfuerzo y la
tarea e incluso, la falta de ocasiones para la interacción social (Blanch, 2011a).
Otros efectos identificados son: el malestar o sufrimiento en el trabajo (Chalfin,
Dal Magro y Budde, 2011), síndrome de burnout (Salanova, Schaufeli, Llorens,
Peiró y Grau, 2000; Gil Monte, 2003), al igual que la transformación de
subjetividades e identidades (Sisto, 2012) y nuevas formas de significados y
sentidos del trabajo (Rentería, García, Restrepo y Riascos, 2007; Ardichvili y
Kuchinke, 2009; Ochoa, 2012a, b; Ochoa y Blanch; 2015).
Por consiguiente, los cambios acontecidos en el mundo del trabajo y las
formas de trabajo que emergen de estos cambios, son fuente de relación entre
éste último y el individuo, asumiendo que en las relaciones que se establecen,
también se cataloguen como nuevas o cambiantes (Habermas, 1989; Rifkin,
1996; Bauman, 2000; Sennett, 2000; De la Garza, 2007, 2014). Es en estas
relaciones nuevas con el trabajo que se generan cuestionamientos y
posibilidades de análisis multinivel (sociedad, la organización y el individuo),
respecto a qué sucede en cada uno de los niveles si las condiciones del trabajo
se presentan de forma flexible (Ardichvili y kuchinke, 2009).
En un primer nivel de análisis, social, la metamorfosis del mundo del
trabajo, ha generado que el concepto trabajo haya perdido la condición
emancipadora del hombre ante la sociedad misma. En palabras de Habermas
(1989), el trabajo no le da ni forma ni estructura, dada la pérdida de su esencia
transformadora en sí, es decir perdió su punto de referencia en la realidad, la
fuerza estructurante y socializadora, al menos en condiciones de estabilidad.
Por consiguiente, la sociedad o la clase que vive del trabajo (Antunes, 2000),
queda limitada a esperar del Estado ingresos mínimos por seguro de
desocupación, cada vez más escasos, el ingreso restringido al empleo, o el
ingreso a pocos empleos de forma precaria, el reemplazo de la mano de obra
por las nuevas tecnologías, dando lugar a reducción de empleos directos y
colocando en marcha un nuevo sistema productivo con un menor número de
trabajadores (Rifkin, 1996). Por ende, la sociedad centrada en el trabajo se
transforma y no asume al trabajo como punto de referencia y productor de
significado colectivo. En palabras de Offe (1984), la discontinuidad en la
biografía laboral, puede reforzar la idea que el trabajo es un problema donde
se relativiza el punto de orientación para la construcción de identidades tanto
sociales como individuales.
Un segundo nivel de análisis, organizacional, implica asumir nuevos
sistemas productivos en la organización o empresa, que trae consigo una
ruptura mayor o menor de los elementos claves de la división científica del
trabajo (De la Garza, 1997; Neffa, 2001; González, 2006). Implementación de
técnicas que se generalizan, como los sistemas de competencias, polivalencia
en materiales de calificaciones, gestión flexible en cuanto al manejo del tiempo
y entrega de resultados, movilidad de los trabajadores, flexibilidad productiva
de los medios de trabajo para adaptarse con el objeto a producir o el servicio
que se presta, producen una modificación en la organización y en la
organización del trabajo, dando paso a la flexibilidad de los condiciones, donde
se ocupan puestos similares en mundos menos estables y más precarios
(Castel, 1997; Sennett,2000; Neffa, 2001; Caamaño, 2005; González, 2006). De
esta forma se imponen modificaciones en la calificación y competencias de los
recursos humanos, con el ánimo de adecuarlos al contenido del trabajo,
generar interdependencia de las funciones y roles que aumentan la
polifuncionalidad y multi-habilidad de los individuos trabajadores (Román y
Avendaño, 2002). También se genera un paradigma organizacional que denota
el ajuste de estructuras salariales, desregulación, flexibilidad laboral y la
evaluación de las posibilidades de vinculación en cualquier lugar y en cualquier
campo de trabajo, donde se contempla que el individuo pueda ser vinculado
en cualquier modalidad de trabajo, asalariado o no, convirtiéndose en el reflejo
de la situación contemporánea del trabajo (Rentería, 2001; Rentería y
Malvezzi, 2008). Por consiguiente, un nuevo paradigma legitimado en las
organizaciones (desde la consecución, vinculación y retiro de personal), deja al
individuo ante la incertidumbre e inseguridad de lograr entrar en las nuevas
lógicas organizacionales de empleabilidad, precariedad y competitividad.
Como tercer nivel de análisis, individual, es visto como la instancia donde
los dos niveles anteriores tienen las mayores repercusiones. Como se ha
expuesto, en el individuo las transformaciones en el mundo del trabajo recaen
en aspectos subjetivos e identitarios, al igual que en la configuración de
significados, autoconcepto y sentidos de vida (Antunes, 2005; Ardichvili y
Kuchinke, 2009; Borchert y Landher, 2009; Kuchinke, Ardichvili, Borchert y
Rozanski, 2009; Burger, Crous y Root, 2012ab, 2013; Blanch, 2013a, 2014).
Nuevas condiciones laborales que se encuadran en las transformaciones del
mundo del trabajo, que colocan el acento en la flexibilidad, hacen que cambie
el significado del trabajo como bien lo señala Sennett (2000). Así entonces, la
actividad que se considera importante respecto a otras realizadas por el
individuo, no continua con el estatus designado por éste, bien sea por las
condiciones en las que se presenta el trabajo o bien porque el trabajo que se
realiza no tiene el impacto positivo para la comunidad y para el individuo
mismo (Ardichvili y Kuchinke, 2009). Desde este punto de vista, Chalofsky
(2003) identificó factores positivos del trabajo que contribuyen a dar
significado a dicha actividad, encabezados por el aprendizaje que aporta así
como los retos que se desprenden del trabajo. De esta forma, se identifica que
no solo se trabaja por lo estipulado por el capitalismo, sino que el trabajo da al
individuo razones de tipo existencial, por las cuales continúa trabajando.
En este sentido, no es una dimensión o un aspecto único el que
configura el significado del trabajo. Sino varias dimensiones que involucran la
importancia de la actividad, los valores que se tienen por el trabajo (MOW,
1987) y los motivos por los cuales se trabaja, en circunstancias que pueden
catalogarse como fuera de lo común, ganar la lotería (Morse y Weiss, 1955;
Harpaz, 1999), transiciones en el contexto histórico-social-político( Borchert y
Landher, 2009; Kuchinke et al., 2009) o la precariedad y flexibilidad del trabajo
(Díaz, Godoy y Stecher, 2005; Blanch, 2014). Estas razones y el conocer qué es y
cuáles son los significados y sentido del trabajo, para los individuos que están
suscritos en contextos flexibles y a su vez el producto de un trabajo intangible,
es decir que se encuentra en el sector servicios, son las que se presentan en el
siguiente apartado de la presente investigación.
1.2. Significado del Trabajo (ST) como actividad humana

El trabajo, como se ha venido explicando hasta el momento, se considera


como una actividad que vincula a las personas a situaciones sociales,
económicas, históricas y políticas. Debido a la relación que se establece, entre
trabajo y economía, por ejemplo, los cambios o crisis que sucedan a nivel
económico (distinguiendo algunas de ellas como la gran depresión de los años
treinta, crisis del desempleo en los años noventa y crisis económica mundial
del 2008), han conllevado consecuencias diversas que se reflejan a nivel
económico, por supuesto y a su vez en las personas que realizan la actividad de
trabajar desde hace años (trabajadores). De igual forma las transformaciones
afectan a las personas que entran en la lógica del mercado laboral, que hayan
adquirido una formación regular en instituciones educativas como colegios,
instituciones técnicas, tecnológicas o universitarias, e incluso las que no la
tienen, realizando una diferenciación en la significación del trabajo (Crespo,
Bergère, Torregrosa y Álvaro, 1998).
En este sentido tanto para los individuos que están dentro del mercado
laboral, con un determinado tiempo, como para los que recién ingresan, las
transformaciones del trabajo se perciben en los cambios en las formas de
trabajo y las características en las que se presenta, como la precarización de las
condiciones laborales (Cranford, Vosko y Zukewich, 2003; Acevedo, 2011), en la
disminución de las oportunidades de tener un trabajo por primera vez (Bell y
Blanchflower, 2009, 2010; Peiró, 2014) y el aumento en las tasas de desempleo
(De Jesús y Ordaz, 2006). Teniendo en cuenta este marco de referencia, el
significado del trabajo y el sentido que se le otorga a la profesión que se realiza,
se torna un campo de reflexión en contextos que se transforman en los que se
pueden distinguir una mayor participación de la mujer en el ámbito laboral y
cambio en los roles considerados tradicionales (Olivera, 2008; Cantera, Cubells,
Martínez, Blanch, 2009). Otra transformación relevante se describe como un
contexto laboral inicial para los Jóvenes que están incursionando en el mercado
del trabajo, centrado en la posibilidad de entrar y permanecer en las lógicas
del consumo aunque les provea recursos precarios (Marín, 2004; Blanch, 2005,
2008).
La relación resultante del trabajo con el contexto (cualquiera que este
fuese), trae como consecuencias para las cosmovisiones del trabajo y en el
significado que se le otorga a éste (Ardichvili, Kuchinke, 2009). Así, la
emergencia de relaciones diversificadas de trabajo, a causa por ejemplo de la
flexibilidad, en varias ocasiones, puede llevar al individuo a no identificase con
las actividades que realiza incluso a cuestionarse sobre sus significados y
sentidos del trabajo (Da Rosa, Chalfin, Baasch y Soares, 2011). A continuación
se abordará el significado del trabajo desde una perspectiva histórica,
resaltando algunas de las investigaciones que han sido referencia constante
sobre este tópico y posteriormente se abordarán investigaciones recientes
donde se tienen en cuenta aspectos contextuales específicos y variables
emergentes asociadas como los valores, la motivación, así como diferentes
niveles de análisis del significado y sentido del trabajo.

1.3.1. Empleo, salario y significado de trabajo

El empleo entendido como una forma de trabajo, se considera como una


de las actividades que mayor relevancia tiene para los individuos y a su vez, da
más satisfacción tenerlo (Blanch, 1990, 1996). El grado de satisfacción
depende, no sólo de tener un empleo y lo que significa, es decir un pago y
seguridad social, sino también de las características del puesto. A su vez, las
personas con un empleo logran cierto control de sus vidas, de lo que hacen y
logran estar motivadas. A esto, Jahoda (1979, 1987) lo refiere como funciones
latentes del empleo, definiéndolas como aquellas que justifican la motivación
hacia el empleo, incluso en condiciones de bajo salario. La autora, señala cinco
funciones latentes específicas del empleo: a) impone una estructura del
tiempo; b) implica relaciones con personas que son ajenas al grupo familiar; c)
vincula al individuo a metas y propósitos; d) proporciona un estatus social y
clarifica la identidad social; y e) requiere una actividad habitual y cotidiana.
En consecuencia, los individuos con empleo tienen un sentido del tiempo
y saber qué hacer con él, logran por tanto estructurar y organizar las
actividades que se hacen y el tiempo que se debe dedicar a cada una. Así
mismo entablan y mantienen relaciones sociales que no se limitan a la familia,
sino que se amplían a círculos, que se pueden considerar en determinado
momento influyentes. Las metas y propósitos que se han colocado,
trascienden, la parte personal e involucran tanto lo social como lo laboral. El
empleado, se identifica con lo que hace y gana una posición respecto a otros
empleados, teniendo en cuenta aquello, para lo que ha sido empleado. El
empleo se convierte en un hábito, que se hace de forma cotidiana, en el
mismo espacio, la misma actividad.
Manejo del tiempo, metas, relaciones sociales, estatus social e identidad
y hábito, es lo que obtiene el empleado, gracias al empleo, a su trabajo. Las
investigaciones de Jahoda, - que datan desde los años treinta en Marienthal,
Austria durante la “gran depresión”- permiten vislumbrar un indicio del
significado del trabajo. El hecho que el empleo tenga esta función latente,
configura la experiencia de trabajar y por ende de cuál sería su significado.
Este hecho, sugiere que el trabajo se constituye como un valor que no es sólo
instrumental, es decir que no sólo se tiene para suplir de forma económica
necesidades básicas y otros gastos, sino también como un aspecto expresivo
(identidad) y final (metas); en pocas palabras va más allá del hecho de ganarse
la vida (Jahoda 1987; Blanch, 1990, 1996, 2003; Buendía, 1990; Crespo,
Bergère, Torregrosa y Álvaro, 1998).
Buendía (1990) asegura que los individuos que no tienen un empleo,
manifiestan diversas afectaciones a nivel psicológico. Incluso, si tienen
asegurados los ingresos económicos, el malestar se llega a presentar por el
hecho de la experiencia de no trabajar. Varias de las investigaciones respecto al
empleo y desempleo, hacen referencia a las consecuencias de estar
desempleado y con mayor énfasis en aspectos psicológicos como los
brevemente descritos (Jahoda, 1987; Garrido, 1996; Blanch, 1996, 2006;
Álvaro y Garrido, 2006; Buendía, 2010).
La experiencia de trabajar localizado en el empleo, configura uno de los
primeros aspectos del significado del trabajo. El empleo es asumido como
fundamental para la existencia humana, proveyendo lo necesario para la vida.
El hecho de no tenerlo, es no acceder a suplir necesidades. En este sentido,
dado que el empleo garantiza ingresos económicos para poderlos consumir, el
trabajo seguirá ocupando un lugar central para los trabajadores consumidores
aunque su significado sea instrumental (Garrido, 2006). Por consiguiente, el
empleo como forma legítima de trabajo, tiene connotaciones de centralidad
propios de la época capitalista, donde cada instancia de la vida del individuo
está supeditada y direccionada por el hecho de tener un empleo. De lo anterior
se deriva que la pérdida o la imposibilidad de acceder a un empleo por un
determinado tiempo (desempleo), fue gestándose como la ruptura del sistema
de relaciones con el modelo económico basado en el consumismo, así como de
la desintegración de expectativas y modelos de comportamiento asociados a
estas relaciones (Habermas, 1989; Garrido, 1996, 2006; Neffa, 2001).
Los estudios de Jahoda (1987), son referencia para entender lo que
sucede con los desempleados, en un nivel psicológico y social. En este sentido,
las personas al no contar con una actividad en la cual ocupen el tiempo,
puedan consolidar sus relaciones, proyecten sus metas y logren identificarse
con dicha actividad, deterioran su salud mental, autoestima y el estatus social
empieza a disminuir (Crespo et al, 1998; Buendía, 1990, 2010; Guarino y Sojo,
2011; Bilgiç y Yilmaz, 2013; Montes y Louzán, 2013; Espindo, 2014). Pero a su
vez, los estudios de esta autora son las primeras aproximaciones al del
significado del trabajo. Se confirma el empleo como forma de trabajo, que
configura la vida de las personas y permite que estén dentro de las demandas
capitalistas. A su vez asegura la función de centralidad por un lado (por ser
importante para los individuos) y por el otro la de instrumentalidad (por el
poder adquisitivo que da la remuneración del empleo); así el trabajo es
significativo para los individuos que realizan la actividad, como una señal que
lo identifica, siendo ésta el valor que se le da al empleo remunerado (England y
Harpaz, 1983; Snir & Harpaz, 2002).
La centralidad del empleo como fuente de significado del trabajo, hace
que la importancia de éste se perciba en la manera en la que se realiza, las
estrategias para maximizar la productividad y la eficiencia. Baldry et al (2007),
consideran que con los cambios en el contexto del trabajo el significado se
configura más por aspectos psicológicos y tienen relación con la calidad de los
puestos de trabajo y el contexto en el cual se presenta y se realiza dicha
actividad. Por tanto, el significado del trabajo, va tomando forma no sólo de las
características propias del empleo sino que tiene como referente el valor que
se le da a realizar una labor determinada.
En ese caso, ya no sólo es trabajar para tener un salario y adquirir o
suplir necesidades de primera categoría, sino que el trabajo tiene otras
funciones psicosociales de carácter latente, las cuales sustentan el bienestar
psicológico de los individuos (Blanch, 1996, 2003, 2006; Montes y Louzán,
2013). Siendo así, si la función del trabajo de índole instrumental, quedase
suplida de forma permanente, no sería necesario entonces trabajar, porque se
cuenta con el dinero de manera garantizada de por vida, ¿qué pasaría con esta
función del trabajo?

1.3.2. El Significado del Trabajo más allá del salario

Respecto a la pregunta formulada Morse y Weiss (1955), realizaron una


investigación donde se cuestionaron acerca de la función y el significado del
trabajo focalizado en el empleo. El estudio realizado fue de corte exploratorio,
donde se utilizó la técnica de entrevista con una sola pregunta y de respuesta
corta. La pregunta utilizada fue: si por casualidad usted heredó suficiente
dinero para vivir confortablemente sin trabajo ¿cree usted, que trabajaría de
todos modos o no? Distinguieron dos grupos de participantes, granjeros y
trabajadores de clase media, empleados. Los resultados que obtuvieron, en
ambas poblaciones destacaban que por más que se tuviese el dinero para
suplir o cumplir con obligaciones o necesidades, se seguiría trabajando, en un
80%. Al momento de preguntar por qué seguiría trabajando?, los participantes
expresaron tanto aspectos positivos como negativos. Entre los positivos
estuvieron: disfrutar del tipo de trabajo, asociarse con las personas,
mantenerse ocupado o interesado, justifica la existencia, la sensación de
respeto por sí mismo y facilita el mantener una buena salud. Entre los aspectos
negativos, manifestaron: sentirse perdidos, inútiles, aburrirse, no saber qué
hacer con el tiempo, estar inactivos e improductivo, en estado de inercia y no
tener hábitos.
Igualmente, los investigadores resaltaron en los resultados, que los
trabajadores de clase media, indicaban que el trabajo no funciona
simplemente como un medio para ganarse la vida. Incluso si no hubiera
necesidad económica, el trabajo por tanto, funciona como “motor” de las
relaciones. El trabajo tiene una motivación de logro. Sin este no habría sentido
u objeto y por tanto no habrá la oportunidad de poder contribuir. Mientras
que para los participantes granjeros, el trabajo comporta una forma de
sentirse ocupados, una actividad habitual a ejecutar de modo preciso y
descriptivo como único medio para ganarse la vida. (Morse y Weiss, 1955).
Para un trabajador el significado del trabajo, hace referencia a la
ocupación y a la integración social de la actividad. El significado del trabajo, se
refiere a estar ocupado, ser productivo, a ser útil a nivel social derivado de la
experiencia de trabajar (MOW, 1987; Blanch, 1990, 2006; Pérez, 1996; Pérez
Alonso-Geta, 2005; Schaufeli, 2005; Peralta, 2012). Desde este punto de vista,
la importancia de la remuneración económica recibida por el empleo, se
combina con las vivencias basadas en la productividad, sentirse útil, y la
satisfacción desplazando la centralidad del empleo como eje fundante del
significado del trabajo (Snir y Harpaz, 2002; Baldry et al, 2007).
Las investigaciones de Jahoda durante los años treinta y Morse y Weiss
en los años cincuenta, fueron una primera aproximación al significado del
trabajo. Consideraron el empleo como forma de trabajo que modelaba la
vinculación con una sociedad que presentaba cambios en la concepción de la
actividad laboral, presentándola como actividad fundamental para la existencia
y permanencia en las lógicas del modelo económico capitalista (Alonso, 1999;
Neffa, 2001, 2003 De la Garza, 2001, 2007). En este sentido, el trabajo
asalariado ejercido por individuos considerados libres, permite obtener
ingresos que aseguran medios de subsistencia, característica que lo hace
significante además de ser una actividad donde se ocupa tiempo.
La importancia del trabajo para quien tiene un empleo, no es da sólo por
obtener recursos para sobrevivir, sino por adquirir identidad social, que genera
relaciones de solidaridad e intercambio con otras personas, estableciendo
nuevos derechos y deberes (Neffa, 2003). Por tanto, el significado del trabajo
hace referencia, a una actividad que le permite a los individuos relacionarse
con otras personas que pertenecen a otros círculos sociales, aparte de la
familia, una actividad donde se ocupa el tiempo, el ser productivos y útiles
(Blanch, 1990, 1996, 2006). En consecuencia, el significado del trabajo es fruto
de la relación del individuo con la actividad, que lleva consigo características,
como normas, hábitos, identidad y metas.
El significado del trabajo se afecta por las experiencias laborales
concretas, en diferentes momentos temporales, las cuales producen un
descenso en la centralidad y en la importancia que conceden a sus aspectos
expresivos (Gracia, Martín, Rodríguez y Peiró, 2001). El significado del trabajo,
ya no centralizado en la función económica del empleo, hace que otras
funciones se vislumbren. La función que cumple el trabajo a nivel psicológico
para el individuo, se relaciona con diferentes esferas como la familia, el ocio, la
religión y la comunidad, permitiendo una escala de valores donde no
necesariamente el trabajo se encuentra en primer lugar o en un lugar central
(Bendassolli y Guedes, 2014). Por ende el significado del trabajo se configura
con esferas que se encuentran vinculadas con él, que articulan la existencia del
individuo. Comprender el significado del trabajo, supone a entrar en las
dinámicas que da la actividad y la relación de éstas con las demás esferas en las
que se desenvuelve el individuo (MOW, 1987; Blanch, 1990; Snir y Harpaz,
2002; Bendassolli y Guedes, 2014.
En resumen, el significado del trabajo más allá del salario, hace
referencia a la configuración de dicho constructo de forma dinámica más allá
del vínculo económico salarial. Las experiencias con el trabajo y sus
características, determinan la variación o no del contenido del significado, en
donde intervienen las diversas esferas en la que se desenvuelve el individuo,
estructurando una ética del trabajo, escala de valores y una diferenciación de
su significación.

1.3.3. El Modelo MOW (The Meaning of Working)

En las anteriores investigaciones, el constructo del significado del trabajo


tomó un énfasis de centralidad, aunque no se indagaba acerca de lo que era o
consistía, sino por el interés estaba en qué se hace luego de “no tener” que
trabajar si el aspecto económico estaba suplido. Se configura entonces, que la
importancia del trabajo no es sólo por la función de instrumentalidad
(Salanova, Gracia y Peiró, 1996; Blanch, 2003; Sobol, 2006), sino que el trabajo
da la posibilidad de relación y en esta relación, es donde se configura su
significado (Prieto, Peiró, Bravo y Caballer, 1996).
A finales de la década de los años ochenta del siglo veinte, un equipo de
investigadores de diferentes países, conformaron The Meaning of Working
International Research Team (MOW, 1987), el equipo se interesó por responder
la pregunta qué se entiende por “Trabajar”. La investigación tuvo un diseño
transversal, con una muestra de quince mil personas pertenecientes a ocho
países localizados en tres continentes distintos, (Europa: Alemania, Bélgica,
Gran Bretaña, Países Bajos, Yugoslavia; Asia: Israel, Japón; América: Estados
Unidos). El MOW definió el significado del trabajo como un constructo
psicológico dinámico y multidimensional, donde tienen relevancia las
creencias, experiencias de los individuos en los contextos organizacionales y el
valor que ellos mismos y los grupos le atribuyen al trabajo (MOW, 1987; Ruiz–
Quintanilla y Claes, 2000). Las principales dimensiones encontradas fueron: La
centralidad del trabajo, Las normas societales sobre el trabajar, Las metas
laborales, resultados valorados del trabajo y la identificación con el rol laboral.
La centralidad del trabajo, hace referencia a la importancia que el trabajo
representa en la vida de los individuos, esta dimensión ha sido ampliamente
reconocida y desarrollada por diferentes autores en sus investigaciones
(Salanova, Gracia y Peiró, 1996; Snir y Harpaz, 2002; Perezgonzález y Díaz,
2005; Filippi, Zubieta, Calvo, Napoli, Ceballos, Iun, Beramendi, Furlano y
Córdoba, 2006), y se refiera la valoración subjetiva que el trabajador asigna el
hecho de trabajar (Álvaro, Dergere, Crespo, Blanch, 1990, 1996, 2003). El MOW
(1987), distingue dos tipos de centralidad las cuales tienen que ver con el grado
de importancia que se le da estar trabajando. El primer tipo es la centralidad
absoluta, la cual hace referencia a la importancia general otorgada por el
individuo al trabajo; el segundo es la relevancia del trabajo comparado con
otras áreas o aspectos de la vida, es decir la centralidad relativa. Estos tipos de
centralidad, se constituyen por el valor atribuido al trabajo y la importancia que
dicha actividad tiene respecto a otros papeles o funciones que se tengan en la
vida (Snir y Harpaz, 2002; Da Rosa, Chalfin, Baasch y Soares, 2011).
La segunda dimensión descrita por el MOW (1987), es la relacionada con
las normas y las creencias societales (sociales) que el individuo tiene acerca del
trabajo. Son las expectativas, ideas o juicios sociales, que se pueden describir
como los deberes y derechos, al momento de trabajar. Estas normas son las
que guían las valoraciones que el trabajador hace de su trabajo. Los deberes
laborales, son considerados como las normas que subyacen en el contexto de
trabajo, y que hacen referencia a las obligaciones para con la organización e
incluso la misma sociedad. Por otra parte, los derechos son esas normas que la
organización y la sociedad, tiene para con el trabajador dentro del contexto
laboral. Pérezgonzález y Díaz (2005), consideran que esta dimensión ocupa un
lugar concéntrico alrededor de la centralidad ya que son la segunda fuente de
importancia para el significado del trabajo.
La tercera dimensión, propuesta por el MOW (1987), son las metas
laborales. Estas hacen referencia a las razones por las cuales se trabaja, son las
creencias o percepciones acerca de la finalidad del trabajo, entre las que se
cuentan el estatus, prestigio, satisfacción y contactos sociales (Ruiz- Quintanilla
y Claes, 2000; Blanch, 2006). Reflejan la importancia que la persona le otorga al
hecho de trabajar, teniendo en cuenta aspectos psicológicos y contextuales de
su trabajo. Siguiendo estas dos categorías, el MOW (1987) distinguió factores
que se relacionan con las metas laborales de contexto: referidas a aspectos
económicos, promoción, condiciones contractuales y físicas del trabajo, y
horario, considerándolas estos instrumentales y extrínsecas. Las otras hacen
referencia a aspectos psicológicos como el desarrollo de competencias o
habilidades en el trabajo, nivel de autonomía e independencia, diversidad de
las tareas, buenas relaciones personales, autorrealización, siendo estos
intrínsecos o expresivos (Gracia, Martín y Peiró, 2001; Díaz, Godoy y Stecher,
2005).
La cuarta dimensión, se refiere a los resultados valorados del trabajo, es
decir aquellos que se espera obtener al realizar la actividad, es el fruto de la
labor cumplida. Gracia, et al (2001), los plantean como las características del
trabajo que preferiría encontrar en el lugar donde trabaja y que a su vez son de
importancia para estos individuos. La última de las dimensiones, es la
identificación con el rol laboral, que se refiere al nivel en el que el individuo se
identifica con ciertos componentes propios de trabajo o de los procesos que en
él se presenta. Esta identidad se presenta ya sea con las tareas que se hacen,
con la organización en la que trabaja, con los productos o los servicios
prestados o con la ocupación/profesión que se desempeña (MOW, 1987;
Badano, Basso, Benedetti, Angelino, Ríos, 2004; Díaz, Godoy y Stecher, 2005;
Peralta, 2011,2012; Andrade, 2014).
El proyecto MOW (1987), planteó una de las bases más importantes para
el estudio del significado del trabajo. Esta investigación transnacional ha sido y
sigue siendo referente al momento de abordar el tema. Se han realizado
réplicas del estudio en diversas investigaciones (Ruíz-Quintanilla y Wilpert,
1991; Snir y Harpaz, 2002; Harpaz, 2004; Borchert y Landher, 2009), se ha
considerado como uno de los antecedentes más importantes del tema (Gracia,
Martín, Rodríguez y Peiró, 2001; Harpaz, Honing y Coetsier, 2002), y al realizar
los balances o estados del arte de modelos teóricos y metodologías de
abordaje del significado del trabajo, continúa siendo un referente fundamental
(Ardichvili y Kuchinke, 2009; Goulart, 2009; Da Rosa et al, 2011). A su vez, es
una de las investigaciones que más se referencia en la literatura encontrada en
las investigaciones que del tópico se ha encontrado en Iberoamérica (Díaz,
Godoy y Stecher, 2005; Dakduk, González y Montilla, 2008; Stecher, Godoy y
Toro, 2012; Ochoa, 2012b; Bendassolli y Guedes, 2014).
El MOW, más que una definición única y específica, categoriza el
significado del trabajo, y da explicación a diversos aspectos que éste posee,
debido a su característica de dinamismo (Lanari, 2005; De la Garza, 2007;
Ardichvili y Kuchinke, 2009; Dakduk y Torres, 2013). Tiene en cuenta del
trabajo: lo que se hace, cómo se hace, dónde se hace, con quién se hace, por
qué y para qué lo hace. De esta forma, se vislumbra que el trabajo es
considerado como una actividad específica, por la que se recibe un salario, se
realiza en un espacio y en un horario determinado; es una actividad social,
donde los individuos invierten y dedican tiempo creando un sentido de
pertenencia y siendo agente socializador que posibilita tanto la transmisión de
creencias como de valores; es una actividad que exige esfuerzo físico y mental,
(carga) y un deber, es decir el carácter obligatorio y productivo de la actividad
laboral (MOW, 1987; Gracia et al, 2001; Dakduk y Torres, 2013).
En este sentido, la multi-dimensionalidad que el MOW describió
respecto al significado del trabajo, deja ver que este constructo es
particularmente dinámico y relacional. El trabajo significa según la relación que
se tenga con éste, incluyendo el lugar donde se realiza, las motivaciones, los
valores, metas y demás aspectos que pueden ser considerados de manera
personal, o enmarcada en un colectivo de trabajo. Como aspecto personal, por
ejemplo, el trabajo desempeña un papel crucial en ayudar a los individuos a
alcanzar y mantener su autoestima, el estado y el sentido del logro (Harpaz,
1990; Snir y Harpaz, 2002). Igualmente asume que el trabajo se ubica de forma
transversal en la vida de los individuos, configurando un tipo de orden y lógica
para la propia vida, es decir como un campo estructurador de relaciones
sociales y subjetividades (Álvaro, Dergere, Crespo, Torregrosa y Garrido, 1995;
Pérezgonzález y Díaz, 2005; De la Garza, 2007).

1.3.4. Tres estudios del Significado del Trabajo

La investigación de The Meaning of Working (MOW, 1987), no sólo crea


un precedente fundamental para el tema del significado del trabajo, sino que
vislumbra los cambios del trabajo, respecto al cómo se hace o cómo se
presenta. Al momento de cambiar las características socioeconómicas del
trabajo, el significado también se transforma. Tanto las condiciones
socioeconómicas como los cambios en estas y sus tendencias, juegan un papel
clave en la conformación de percepciones sociales del significado del trabajo
(Snir y Harpaz, 2002; Ardichvili y Kuchinke, 2009).
Los estudios del significado del trabajo, desde 1930 con las
investigaciones de Jahoda en Austria, en 1955 con Morse y Weiss en Estados
Unidos, hasta 1987 con el MOW de forma transnacional, guardan algunas
similitudes. En los tres estudios se destaca la importancia del trabajo para la
vida de las personas que realizan dicha actividad, lo denotan como una
actividad central, donde a través de su realización se logra configurar varias
circunstancias de la vida misma. En ese sentido, la centralidad del trabajo para
Jahoda (1987) es la regulación del tiempo, a su vez que para Morse y Weiss
(1955) es el hecho de mantenerse ocupado e incluso una buena salud, y en el
caso del MOW (1987) es la importancia que se le da al trabajo en la vida.
Las relaciones que se constituyen en y por el trabajo, son fuente para la
construcción de la identidad de las personas (Jahoda, 1987; MOW, 1987). En
este sentido, según sea la relación del individuo con su trabajo y más
exactamente con lo que hace en él, la identidad se va construyendo,
fortaleciendo y configurando la respuesta a la pregunta de ¿quién soy yo?.
Bajo esta misma lógica Scheibe (1995) plantea tres dimensiones que se
distinguen en la identidad, a partir de la actividad laboral estas son: el estatus,
el involvement y la valoración. El estatus hace referencia a las expectativas con
el rol que se realiza, el involvement, al grado de vinculación con la actividad, y
la valoración se refiere a los atributos favorables o no que se le asignan al rol
desempeñado. Por tanto, se puede argüir que hay una relación entre el trabajo
con el rol y la identidad. Según sea la valoración, las expectativas y el vínculo
que se tiene respecto al trabajo, así será el contenido de la identidad que se va
configurando, permitiendo que la persona sea localizada como objeto social
(Peralta, 2011; Andrade, 2014).
Otra de las similitudes de los tres estudios es considerar que el trabajo
permite el desarrollo de la actividad social. Este aspecto toma relevancia, dado
el tiempo que se invierte o se dedica al trabajo (Dakduk y Torres, 2013): el
hecho que sea alto el número de horas que se dedican al trabajo, crea un
sentido de pertenencia al grupo social con el que se comparte en el espacio
donde se realiza la actividad. El trabajo es visto entonces como una agencia
que permite la socialización donde se intercambian creencias, expectativas,
valores, al tiempo confiere una estructura a la vida de las personas y facilita la
integración de los individuos a su medio social. (Morse y Weiss, 1955; MOW,
1987; Blanch, 1996, 2003; Dakduk, González y Montilla, 2008; Gallardo
Góngora, 2011; Dakduk y Torres, 2013; Bendassolli y Guedes, 2014).
Teniendo en cuenta los resultados y las similitudes encontradas en las
investigaciones realizadas desde 1930 hasta el año 1990, se puede concluir que
el significado del trabajo es una variedad de representaciones propias de cada
individuo, que se tienen respecto al trabajo. A través de las cuales se
establecen relaciones, identidades y la noción de manejo del tiempo, en función
de las experiencias personales con el proceso trabajo. De forma gráfica la tabla
1, muestra la comparación entre los tres estudios, enunciando la relación
encontrada entre las tres investigaciones.
Tabla 1. Comparativo del significado del trabajo años 1930 a 1990 (realizado por la autora).

DÉCADA ASPECTO RELACIONAL SIGNIFICADO DEL


TRABAJO
Identidad *Instrumental/ dinero
Noción de *Centralidad
Años 1930 *Significa al momento de
tiempo
(Investigación la pérdida del empleo,
Empleo Metas
Jahoda, complicaciones a nivel
Relaciones
Lazarsfeld & Seizel, 1933. psicológico y social
sociales
(Referida en Jahoda,
1987))
Hábito
Relaciones *Instrumental/ trasciende
sociales el dinero
Mantenerse *Centralidad
*Significa por la
ocupado
Años 1950 Trabajo sin experiencia con relación
Justifica la del trabajador con la
(Investigación necesidad
existencia actividad que se realiza
Morse & Weiss, de recibir
Respeto por
1955) salario
sí mismo
Mantiene la
buena salud
Importancia *Prepondera la
absoluta o centralidad del trabajo,
relativa del como actividad que
trabajo encauza.
*Instrumentalidad dada
Derechos y
no solo por el dinero
deberes en adquirido, sino por el
el prestigio, condiciones y
trabajo oportunidades, y el
Represent desarrollo de habilidades,
Qué
aci ones autonomía, la calidad de
significa
Años 1980-1990 trabajar cognitivas la tarea, posibilidad de
para del fin del relaciones y crecimiento
personal.
(investigación MOW la sociedad trabajo
*Se es lo que se hace.
1987)
moderna?

Lo que se
espera
del
trabajo
Identid
ad con
la
tarea/l
a
organizació
n
1.3.5. Significado del trabajo y socialización laboral

El trabajo se concibe como una actividad propia de los humanos. En ella


se establece un intercambio de bienes y/o servicios para fines de satisfacción
de necesidades económicas y de desarrollo del potencial creativo (Ochoa,
2012a), que genera realización personal y social, capaz de encauzar la
existencia social y cultural (Blanch, 2012). A su vez, requiere un esfuerzo,
donde los individuos pueden desarrollar su personalidad (Neffa, 1995), se
obtiene algún tipo de compensación (Peiró, 1989), es una fuente de bienestar
(Warr, 1987, 2007) que puede ser remunerada o no y que tiene un impacto en
las esferas políticas, sociales y culturales (Crespo, Bergère, Torregrosa y Álvaro,
1998; Blanch, 2006,2012). El trabajo es también considerado hoy, como uno de
los aspectos de la vida de las personas, más relevantes, si se tiene en cuenta
que es una actividad a la cual se dedica una gran parte del ciclo vital.
Desde este punto de vista, cobra importancia el significado del trabajo y
el sentido que se le da a la profesión que se ejerce, en el trascurso de la vida.
Diversas investigaciones, posteriores a las del MOW (1987), se realizaron
conservando como eje central, el significado del trabajo, algunas de ellas
conservando la metodología propuesta por este grupo de investigación y otras
asumiendo nuevas variables, metodología, poblaciones, o formas de análisis
del fenómeno (Harpaz, 1990; Gracias et al, 1991; Ruiz-Quintanilla, 1991;
Salanova, 1992; Álvaro, Dergere, Crespo, Torregrosa y Garrido, 1995; Salanova,
Gracia y Peiró, 1996; Crespo et al, 1998; Kuchinke, Ardichvili, Borchet y
Rozanski, 2009; Rosso, Dekas y Wrzesniewski, 2010; Ochoa, 2012a; Bendassolli
y Guedes, 2014).
Una de las variables nuevas que se tuvieron en cuenta, fue la edad de los
trabajadores, investigando el significado del trabajo en jóvenes, teniendo en
cuenta que el ingreso a la vida laboral, sucede en juventud y el retiro en la
edad adulta. Los jóvenes que ingresan en el mercado laboral, demuestran que
son capaces de alcanzar sus metas, estructuran la vida, el trabajo se vuelve
parte de la cotidianidad y son individuos útiles para la sociedad (Salanova,
Osca, Peiró, Prieto y Sancerni, 1991; Agulló, 1997; Marín, 2004; Gallardo
Góngora, 2008,2011; Peiró, 2014). Los jóvenes, al momento de entrar en
contacto con el trabajo, ingresan a un proceso de socialización laboral, siendo
este un proceso continuo, dinámico e interactivo, donde se desarrollan
procesos de
aprendizaje, adaptación, afrontamiento, búsqueda y conflicto (WOSY, 1989).
Estos a su vez, generan una serie de cambios que se reflejan en conductas,
actividades, valores, normas, habilidades y destrezas (Salanova et al, 1991),
que son consecuencia del proceso de socialización iniciado en la fase laboral
del individuo. Se considera entonces que los primeros años de experiencia
laboral, al igual que al ingresar una persona a una organización, da lugar un
proceso continuo de influencia recíproca entre ella y su ambiente laboral,
importantes para configurar el significado del trabajo (WOSY, 1989; Drenth,
1991; Álvaro et al, 1995; Agulló, 1998; Gracia et al, 2001). La experiencia de
trabajar, no sólo influencia al significado del trabajo al inicio de la etapa laboral
sino también en el trascurso hasta su final, comúnmente considerado en la
jubilación (Forteza, 1990; Quiroz, 2000; Smyer y Pitt-Catsouphes, 2007).
El significado del trabajo se relaciona con diversos y variados aspectos
que se vinculan al sistema de valores, actitudes y experiencias que cada
individuo tenga respecto a su trabajo. De esta forma, Salanova, Osca, Peiró,
Prieto y Sancerni (1991), lo definen como “un conjunto de creencias, valores y
actitudes propios del sistema cognitivo de los sujetos, que se va aprendiendo
antes (socialización para el trabajo) y durante el proceso de socialización en el
trabajo y que varía en función de las experiencias subjetivas” (p. 114). En una
primera aproximación al planteamiento de Salanova y colaboradores, se
encuentra que el significado del trabajo son creencias, valores y actitudes, que
se aprenden desde la infancia y adolescencia, transmitidos de padres a hijos
(Baltes, Reese y Lipschitt, 1980; Pérez González-Geta, 2005), como un referente
previo al hecho de trabajar y hacen parte de la personalidad laboral. Desde
este punto de vista, se hace referencia a la estabilidad del significado del
trabajo, la cual es aprendida en la socialización primaria (Familia) y que se
mantiene durante el lapso en el que aún no se ha ingresado al mercado laboral,
es decir que no se tiene un trabajo salariado, empleo o cualquier otra de sus
clases (Lindsay y Knox, 1984).
En la segunda parte de la definición se plantea la tesis contraria a la
estabilidad. Hace referencia a la modificación sucedida en el proceso de
socialización secundaria modificando las creencias, valores y actitudes se
forman en función de las experiencias laborales, que son vividas por cada
persona en el ambiente en el que se desarrolla el trabajo (Wright y Hamilton,
1978; Gracia et al, 2001). En otras palabras, en el proceso de socialización
primaria se realiza una preparación para el trabajo y en la socialización
secundaria el significado del trabajo se va configurando y estructurando
constantemente.
La socialización es un proceso de anclaje para que el trabajo sea
significativo. El significado del trabajo varía a lo largo de la vida, dependiendo
de la socialización respecto a las distintas variables situacionales y de los roles
que se adoptan durante el ciclo tanto laboral como vital (Wright y Hamilton,
1978; Doering, Rhodes y Schuster, 1983; Gracia et al, 2001; Smyer y Pitt-
Catsouphes, 2007; Cortés, 2009; Roester, 2012). Desde este punto de vista, el
trabajo cumple con una serie de funciones psicosociales positivas, adicionales a
la función económica, gracias al proceso de socialización en el trabajo (Prieto
et al, 1996; Napoli y Zubieta, 2009; Dakduk y Torres, 2013).
Salanova, Gracias y Peiró (1996) y Dakduk y Torres (2013), describen
once funciones psicosociales que contribuyen a la construcción de experiencias
socialmente relevantes, estas son: 1- la propiedad integradora, conferida como
una fuente de sentido y estructura de vida; 2- Estatus y prestigio, la actividad
laboral a la que se dedica el individuo, determina su estatus social; 3- identidad
personal, la formación de la identidad da sentido a los individuos de quiénes
son, cómo se ven dentro y fuera del contexto laboral; 4- función económica, el
ganar dinero promete la independencia económica, con la cual se organiza,
planifican y deciden todos los aspectos económicos; 5- Oportunidad de
interacción, el trabajo es una forma de relación con el entorno y permite su
valoración; 6- Estructuración del tiempo en el trabajo, ayuda a establecer
objetivos y coordinar aspectos de la vida social, familiar y laboral; 7-
Obligatoriedad, es un deber tanto personal como con la sociedad misma; 8-
aprendizaje, el trabajo provee habilidades y destrezas que mejoran en la
práctica diaria; 9- socialización, permite establecer comunicación con diversas
personas, en este proceso hay intercambio de valores, creencias y expectativas
en las diversas facetas de la vida; 10- control y poder, a lo largo de la
experiencia laboral se establecen relaciones de control y subordinación con
personas; y 11- comodidad y disfrute, en tanto que el trabajo proporcione un
contexto físico adecuado y permita satisfacer las necesidades anteriores.
Este conjunto de funciones contribuye tanto a la construcción de
experiencias que son de valía e importancia para el individuo, como a la
construcción del significado del trabajo (Crespo, Bergère, Torregrosa y Álvaro,
1998; Napoli y Zubieta, 2009). Al realizar una lectura de dichas funciones
psicosociales del trabajo, se observa que son polivalentes, variables, al igual de
ser diversas y diferentes entre sí, donde cada una tiene en cuenta un aspecto
en particular que no necesariamente está en el mismo nivel, ni se le confiere el
mismo grado de importancia o valor, de acuerdo con el contexto en donde se
presenta la actividad trabajo (Peiró, 1996; Méda, 1998; Köhler y Martín, 2005;
Blanch, 2006). Por tanto, el significado del trabajo que se configura a través de
las experiencias que tienen un grado de valor (alto o bajo) para el individuo,
tendría el grado de valor o importancia, dependiendo de la forma en como
convergen individuo, contexto, valores, creencias y trabajo, a forma de
ilustración ver figura 2 (Dakduk y Torres, 2013).

INDIVIDUO.
TRABAJO( y EXPERIENCIAS
sus funciones psicosociales). CONTEXTO.

CREENCIAS Y
VALORES.

SIGNIFICADO DEL TRABAJO.


GRADO DE IMPORTANCIA.

Figura 2. Configuración del Significado del Trabajo como resultado de la convergencia entre
experiencia entre experiencia, trabajo y contexto (Elaboración de la autora).

Asumir que el trabajo tiene funciones psicosociales que contribuyen a la


configuración del significado del mismo, hace que se conciba como una
práctica social e históricamente compartida, que trasciende la satisfacción de
necesidades primarias. Dichas funciones apuntan al desarrollo de la persona en
diversos aspectos como conocimiento de sí mismo, motivación, satisfacción
con lo que se hace y en donde se hace, adquisición de habilidades,
constitución y desarrollo de la identidad, siendo aspectos subjetivamente
(Salanova et al, 1991; Peiró, 1996; Crespo et al, 1998; Morín, 2004; Díaz,
Godoy y Stecher, 2005; Dakduk y Torres, 2013).
Por otra parte, las funciones psicosociales positivas del trabajo, se
presentan al momento de entrar el individuo en las lógicas laborales, que están
enmarcadas en un contexto social, histórico y económico específico de la
época. Desde este punto de vista, Kornblit (2004), plantea que el contenido del
significado del trabajo se configura dependiendo de la época socio-histórica en
la cual se desarrolla el trabajo. Arguye, que la valoración hacia el trabajo y el
compromiso con él, son los componentes esenciales del significado que se le
atribuye, específicamente en la etapa industrial del capitalismo. A su vez,
asume que durante y posterior a la crisis del Estado de Bienestar, el significado
del trabajo, se caracteriza por una fisura en cuanto a la idea funcionalista como
el “deber ser”.
La relación que se establece a través de la socialización de los individuos
con las funciones del trabajo, en contextos socioeconómicos y socio históricos
en particular, son los que permiten la configuración del significado del trabajo,
que han de expresar cada una de las personas que ha tenido experiencias
laborales. Este significado al igual que el constructo trabajo es cambiante y
variable (Morin, 2004; Borchet y Landher, 2009; Kuchinke, Ardichvili, Borchet y
Rozanski, 2009). En la figura 3 se ilustra la forma en la que el individuo al estar
en contacto con el trabajo configura los significados que se le pueden atribuir,
como los propuestos por el MOW (1987), de centralidad, finalidad, normas
societales, identidad con el rol y metas y resultados del trabajo.

CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO
Obligatoriedad Propiedad integradora

Proceso de socialización
Estructura del tiempo Prestigio por el lugar

Aprendizaje Identidad personal


TRABAJO
Socialización y comunicación Función económica
SIGNIFICADO
Control y poder Creencias actitudes y valores Oportunidad de interacción

Comodidad y disfrute

Figura 3. Significado del trabajo por la socialización en el empleo (Elaboración de la autora) .


Es en las relaciones establecidas durante la socialización, cuando se
configura el significado del trabajo. Blanch (1996, 2006), propone que los
individuos socializados dan significado a la experiencia laboral por dos aspectos
principales: por los valores y las normas socialmente prescritas, por factores de
macrocontexto y de contexto inmediato y/o específico (ver Figura 4).
Los valores y las normas prescritas, hacen referencia a lo instrumental
del trabajo en el sentido de los resultados y a la finalidad de éste, para cada
individuo. Los valores son asumidos como las metas individuales, creencias
generales interrelacionadas y que se estructuran de forma jerárquica (Rokeach,
1973). Por consiguiente los valores que se tengan o que se hayan asumido
respecto al trabajo, denotan la importancia, lo deseable que la actividad tiene
para cada individuo y que trasciende situaciones específicas, siendo incluso
principios rectores para la propia vida (Schwartz, 1994).

Significado de la experiencia de trabajar a través de la socialización

 Motivación al trabajo
 Instrumentalidad
Valores y  Resultados de
normas trabajo l
 Sociopolíticos
 Macro  Jurídicos
 Organizacionales

Contexto  Característi d
cas puesto e
 Inmediato  Estatus l
laboral d
 Cualificaci e
ón tarea l
a

Figura 4. Significado de la experiencia de trabajar por la socialización según Blanch, 2006


(Figura realizada por la autora).

Los valores, varían en los individuos y reflejan la influencia de las normas


sociales, las interacciones y las experiencias del trabajo (Rosso, Dekas y
Wrzesniewski, 2010). Los valores se relacionan con el trabajo, en las
experiencias que se tengan en o con él. Super (1970) los presenta como
aquello
que las personas desean de su trabajo y Pennings (1970) sostiene que los
valores laborales son actitudes y opiniones con los que el individuo evalúa su
puesto de trabajo y el ambiente vivido en él. En este sentido, los valores
laborales son modelados o toman forma, según las experiencias, se relacionan
con la motivación para trabajar (es decir con los resultados que se obtienen en
el trabajo), la experiencia ocupacional y por consiguiente, con la escogencia de
carrera y oficio (Locke y Taylor, 1990; Ros y Grad, 1991; Blanch, 2006).
Los valores laborales en la experiencia del trabajo, sugiere que el
significado se construye a través de las creencias que cada individuo considera
importantes, respecto del trabajo y el ambiente que en él hay. De esta forma,
si los valores bien se consolidan o bien van variando según el rol o la ocupación
que se tenga e incluso por la importancia del trabajo que se realiza, así
entonces el significado del trabajo puede tener diferentes contenidos, teniendo
en cuenta las variaciones del contexto valorativo (Super, 1970; Pennings, 1970;
MOW, 1987; Super y Verko, 1995; Harpaz, 1999; Rosso et al, 2010).
Una manera de dilucidar el significado del trabajo para las personas es
identificar los valores básicos que asocia con el trabajo. El trabajo puede sr
valorado como una forma principal para alcanzar el éxito público, o como una
oportunidad para ejercer poder para ganar seguridad, e incluso para expresar
su independencia (Ros, Schwartz y Surkiss, 1999; Harpaz, 1999; Cortés, 2009).
De acuerdo con Blanch (1990,1996, 2006) el contexto es la segunda
variable de socialización que aporta al significado del trabajo. El primero de
ellos un macro contexto que está dado por las circunstancias y aspectos
sociopolíticos, jurídicos, económicos y organizacionales. El segundo
relacionado con un contexto más inmediato o micro, el cual se entiende como
las características del puesto, el estatus laboral y la cualificación de la tarea.
En diversas investigaciones se manifiesta cómo el contexto macro,
influye en la construcción y transformación del significado del trabajo. Bajo
esta lógica, las transformaciones económicas, políticas y sociales han traído
como resultado un cambio en el significado del trabajo (Sennett, 2000;
Ardichvili y Kuchinke, 2009). Harpaz en 1999, publicó los hallazgos de una
investigación realizada en Israel, donde comparó la relación entre el cambio de
las condiciones económicas y los cambios en el significado del trabajo,
tomando como referencia la década de 1980 y la década de 1990. Se encontró,
que entre las dos décadas hubo cambios notables en cómo definían el
trabajo: en la
década de los noventa el trabajo fue asumido como una actividad materialista
e instrumental, por la que se recibe una paga. Aunque se reconoce que el
trabajo como una actividad central e importante para los individuos, aparecen
nuevas dimensiones como el ocio, los valores laborales y los objetivos del
trabajo modulados por las características socioeconómicas de cada una de las
décadas que abarca la investigación.
Por su parte, Ardichvili y Kuchinke (2009), en una investigación teórica,
presentan las transformaciones económicas en Rusia, durante la transición del
comunismo al post-comunismo y la relación de estas transformaciones con el
significado del trabajo. El estudio, distingue tres grandes épocas económicas.
La primera de ellas en la década de los años 1980, siendo esta la última etapa
del régimen comunista, donde se presentó una disminución de la producción,
haciendo que se debilitara el Estado comunista y el descontento entre los
trabajadores. El segundo periodo, la década de 1990, caracterizada por los
choques radicales en el sistema, una rápida privatización y la transición a los
mecanismos del mercado, trayendo como resultado el aumento en la pobreza y
en la desigualdad, la disminución del empleo y la garantía del mismo, aumento
en los problemas de salud, y aumento en las brechas en el ingreso. En el tercer
periodo, luego del año 2000, se presentan mejoras socioeconómicas traducidas
en el aumento de la producción económica y el descenso de las tazas de
pobreza.
Los cambios que se presentaron durante los dos primeros periodos,
mostraron variaciones en los aspectos relacionados al trabajo y al significado,
debido a la creciente tasa de desigualdad en la sociedad, y disminución en las
prestaciones sociales (Ardichvili y Kuchinke, 2009). El trabajo continúa
considerándose como un valor fundamental donde las personas permanecen
trabajando aún sin un pago fijo, ya que el hecho de trabajar da estabilidad,
apelando a aspectos emocionales, pero el aspecto de centralidad vital empieza
a ser reemplazado por otras dimensiones como la familia (Ryabov y
Kurbageleeva, 2003; Ardichvili, 2005; Ardichvili y Kuchinke, 2009; Nemirovskiy,
2011). Durante la transición del comunismo al poscomunismo vivido en Rusia
se denota la disminución en la centralidad del trabajo. Éste, llega a ser un
aspecto secundario luego de la familia, amigos y a competir con las actividades
de ocio (Ardichvili, 2005; Ardichvili y Kuchinke, 2009). Semenov (2008) atribuye
a esta movilidad la transformación de la imagen del trabajador arduo, líder y
honesto, por trabajadores consumistas, quienes se relacionan de otras
maneras en y con el trabajo y con la sociedad misma. Como conclusiones del
estudio Ardichvili y Kuchinke (2009), exponen que el significado del trabajo
varía o cambia según el contexto social, económico, histórico u organizacional,
ya que da origen a nuevas relaciones en el lugar de trabajo y actitudes hacia
éste. Por tanto, el significado del trabajo se construye y configura en los
contextos donde se realiza la tarea, se influencia por las características de la
misma y por las determinaciones, políticas, sociales, históricas y
organizacionales.
Por consiguiente una premisa de la anterior conclusión, es que el
cambio en los contextos político, social, económico y organizacional influencia
la construcción del significado del trabajo a través de la socialización que se
tenga con la actividad, bien sea por cambios en el rol desempeñado, por
transformaciones en la tarea realizada, por su pérdida o por encontrarse
durante mucho tiempo sin actividad lucrativa o satisfactoria para el individuo.
Ahora bien, las características del puesto, el estatus laboral, la
cualificación de la tarea, tipo de contratación entre otros factores, son
aspectos que también influencian la configuración del significado del trabajo,
en la socialización (Blanch, 1990, 1996, 2006). Estos aspectos son reconocidos
como factores psicosociales del trabajo, entendidos como las condiciones
presentes en situaciones laborales relacionadas con la organización del trabajo,
el tipo de puesto, la propia realización de la tarea e incluso con el entorno
(Duro, 2005; Gil Monte, 2012; Blanch, 2007,2013). Estos factores pueden
favorecer o perjudicar tanto la actividad como la calidad de vida laboral de los
individuos (Duro, 2005; Da Silva, 2006). Cuando los factores psicosociales se
asumen como favorables, el resultado es el desarrollo personal, la satisfacción
en y con el trabajo, percepción de tener bienestar y calidad de vida laboral
entre otros; mientras que al asumir que los factores psicosociales son
perjudiciales, el resultado es contrario, percepción de malestar en el trabajo y
falta de calidad de vida laboral, perjuicio sobre la salud, entre otros aspectos
(Gómez, 2006; Meseguer de Pedro, Soler, García-Izquierdo, Sáez y Sánchez,
2007; Gómez-Ortiz y Moreno, 2010; Blanch, 2011; Cifre, Salanova y Franco,
2011; Gil Monte, 2012; González-Trijueque, Giachero y Delgado, 2012).
Para considerar que hay satisfacción en el trabajo, se reconocen varios
factores que inciden en ello, y que van más allá del salario. Estos tienen
relación. Con el hecho de no cesar de realizar la tarea ni dejar de estar
trabajando con el mismo empleador, es decir de la percepción de los individuos
de la continuidad en la organización, de la salvaguardia de la estabilidad de la
relación con el trabajo (Ritter y Anker, 2002); igualmente, la seguridad en el
trabajo, expresada en las medidas de salud y seguridad social. En este sentido,
la satisfacción en el trabajo se logra en determinado nivel, según las
condiciones, tanto de forma cuantitativa (carga laboral, es decir la cantidad de
actividades por realizar en determinado tiempo) como cualitativa (la calidad de
las actividades por realizar y que sean acordes al grado de experticia o
conocimiento en ella).
Duro (2005), argumenta que la satisfacción laboral es el resultado de la
experiencia subjetiva del trabajador, donde hay un acople entre las condiciones
de trabajo y la capacidad de adaptación del trabajador a éstas. Tales
experiencias subjetivas, configuran las percepciones acerca de la Calidad de
Vida Laboral (CVL), las cuales tienen en cuenta la motivación hacia el trabajo, la
satisfacción en él, al igual que las características de la organización, del puesto
de trabajo y de la tarea a realizar, como ya se había mencionado (Segurado y
Agulló, 2002; Quezada, Sanhueza y Silva, 2010). Por consiguiente, tanto la
satisfacción laboral como la CVL, son aspectos que configuran el significado del
trabajo como resultado de las experiencias subjetivas con los factores
psicosociales.
Si el trabajo y los factores psicosociales asociados a él, son percibidos
como positivos (espacios adecuados, cómodos, tareas motivantes por realizar,
entre otros), generan una percepción favorable de la CVL. Los factores
psicosociales que se perciben como negativos (condiciones laborales precarias,
tareas poco motivantes por realizar o consideradas improductivas, cargas
laborales excesivas, entre otros), generan por un lado, una percepción del
deterioro de la CVL y por otro un aumento de estrés, accidentes laborales,
ausentismo y la presencia de Síndrome de Burnout (Gil Monte, 2003, 2012;
Quiceno, Vinaccia, 2007; Moreno-Jiménez, Ríos-Rodríguez, Canto-Ortiz, San
Martín-García y Perles-Nova, 2010; Díaz, López y Varela, 2012).
En diversas investigaciones, se ha abordado el significado del trabajo y
los riesgos psicosociales, respecto del ambiente laboral. Kuchinke,
Cornachione, Oh y Kang (2010), investigaron el significado del trabajo y el
estrés en gerentes de nivel medio de Estados Unidos, Brasil y Korea, donde la
relevancia del trabajo era central en la vida de los participantes del estudio. A
su vez, los niveles de estrés entre los gerentes, fueron altos. El estrés se debía
a aspectos tanto intrínsecos como extrínsecos del trabajo, entre ellos la carga
laboral y el compromiso que se adquirió con el cargo gerencial. Una de las
conclusiones a las que Kuchinke et al (2010) llegaron con el estudio fue
considerar que los niveles de estrés en el trabajo estaban relacionados con el
nivel de centralidad del trabajo y las orientaciones laborales intrínsecas, junto
al aspecto económico.
Otra investigación referida a los riesgos psicosociales la realizó, Shanafelt
(2009), quien relacionó en su investigación con personal médico, dos variables:
el significado del trabajo y el síndrome de Burnout. Este último lo definió como
la pérdida del entusiasmo para el trabajo, manifiesta en el agotamiento
emocional, desgaste físico y considerar que el trato recibido es
despersonalizado. En la investigación, se describe que el trabajo en el personal
médico, no es una actividad significativa para ellos, en parte por la alteración
de la relación médico-paciente al disminuir la calidad de la atención que el
médico proporciona a los pacientes. A su vez, el autor relaciona la satisfacción
profesional con el grado de burnout, manifestándose en la empatía del
médico, el profesionalismo y la probabilidad de cometer errores. Como
conclusiones de la investigación, Shanafelt (2009) consideró que una baja
significación del trabajo, la pérdida de sentido de la profesión y un alto índice
de síndrome de burnout en la población médica, puede traer como
consecuencia al abandono de la práctica médica, el abuso de sustancias
permitidas o no, e incluso el suicidio.
La relación del significado del trabajo con los aspectos que se vinculan o
que se derivan de las condiciones de trabajo y los riesgos psicosociales, son
diversas. Macintosh, Wuest, Gray y Cronkhite (2010), realizaron una
investigación con mujeres que trabajaban en atención de salud, que se
relacionó el significado del trabajo y el bullying. Se encontró que las mujeres
que habían sido víctimas de acoso en su trabajo (bullying), experimentaban un
cambio en su significado hacia éste. Dicho movimiento lo llamaron significado
cambiante del trabajo y dicho proceso lo describieron en tres etapas: en una
primera etapa se reconocía las causas del cambio del significado del trabajo
como externas. La segunda etapa, de resistencia y defensa contra lo que ha
cambiado en el trabajo y una tercera etapa, la denotaron como reconstrucción
donde hay una adaptación y modificación de los nuevos enfoques para
trabajar, un ajuste de las actitudes hacia el trabajo (afrontamiento) y el hecho
de asumirlo como una inversión para sí mismo. Macintosh et al (2010),
identificaron que el proceso de cambio del significado del trabajo trae
implicaciones en la gestión de problemas de salud, los empleadores y del
trabajo en sí.
Como se ilustró, al contrario de aspectos positivos de los factores
psicosociales, los negativos logran una desestabilización de las personas
generando malestar, declive en el bienestar y la calidad de vida laboral,
aumento en los índices de estrés y la percepción de sufrimiento en el trabajo,
en lugar de placer o satisfacción por lo que se hace, por el tipo de contrato,
naturaleza y cantidad excesiva de la tarea (Moraes y Camargo, 2005; Mendoça
y Lima-Filho, 2009; Chalfin, Dal Magro y Budde, 2011).
Resumiendo aspectos que se han comentado hasta el momento, el
significado se configura por medio de la socialización en y con el trabajo, a
través de diversos elementos que son propios de la actividad, como los valores,
el contexto económico, político y social, y factores psicosociales del trabajo.
Esta socialización, genera que el trabajo sea considerado como una actividad
importante en un nivel que se cataloga como alto o bajo, absoluto o relativo,
central o poco central (MOW, 1987; Salanova et al, 1996; Del Carpio, Álvaro y
Garrido, 2014). Partiendo de esta centralidad, cada individuo configura tanto
su identidad laboral como un significado del trabajo a través de las
experiencias propias, que se nutre de creencias previas, de sistemas de
valores, deseos, naturaleza y expectativas respecto de la actividad, de la
profesión escogida y de contextos variables, flexibles y dinámicos, propios de
las épocas actuales (Benítez y Sobol, 2008; Guiménez, 2009; Roester, 2012; De
la Garza, Calis, Olivo y Retamozo, 2014)
El proceso de socialización en el trabajo facilita la configuración no sólo
del significado sino también de la identidad laboral. Para Dubar (2001), en
concordancia con Tajfel (1981) y Torregrosa (1983), la identidad laboral se
configura a partir de los otros, pero es para uno mismo, se va construyendo a
lo largo de la vida y determina la pertenencia a un grupo o categoría específica,
en un contexto histórico. De otro lado, la identidad laboral viene dada a partir
de los tipos de división del trabajo. En una etapa inicial, ilustrada en las
primeras civilizaciones, la división del trabajo se presentaba según el sexo
(hombre-mujer), denominada como figura cultural. Posteriormente, con el
desarrollo de la propiedad privada, quedan excluidas las mujeres, los
campesinos y todos aquellos que no pertenecen a la corporación, la identidad
se estructura por medio del oficio, basada en el trabajo y denomina Figura de
categoría. Una tercera figura, la figura instrumental, se presenta con la división
capitalista del trabajo donde se recibe un salario, por el uso de la fuerza
necesaria para la tarea. Por último, Dubar, considera que una nueva forma de
identidad surge al momento de realizar el trabajo en una organización o
empresa determinada, donde las esperanzas de desarrollo de carrera y gestión
individual son los móviles de los individuos, esto se denomina figura del
estatus.
Las cuatro figuras de identidad propuestas por Dubar (2001) son el
resultado de los modos de funcionamiento del trabajo donde las situaciones
que se dan en su interior, son las que determinan las formas de identificación
de los trabajadores. Las dos primeras figuras la cultural y la figura de categoría,
constituyen una identidad colectiva, en la que prima el reconocimiento del
individuo por parte de la organización. Mientras que las figuras instrumental y
estatus, configuran una identidad personal o para sí, en la cual se construye
una trayectoria biográfica.
La identidad en la propuesta de Dubar (2001), tiene dos dimensiones: la
primera de tipo biográfico (figura instrumental y de estatus). Esta incluye la
referencia a las trayectorias personales y la sucesión de acontecimientos, entre
ellos el enfrentamiento a nuevas realidades sistemáticas surgidas de crisis,
como el aumento de la desocupación, las reestructuraciones industriales, la
modernización tecnológica, la precarización del empleo y nuevas formas de
gestión de las organizaciones. La segunda dimensión es de tipo relacional
(figuras cultura y de categoría) que hace referencia a su inserción, pertenencia
y participación en diversos escenarios sociales, entre los que se destacan los
que se establecen en el entorno laboral con el resto de actores de la
organización, como colegas, jefes, clientes por ejemplo.
Los procesos de construcción de la identidad, biográfica y relacional,
permiten configurar formas socialmente pertinentes y subjetivamente
significativas, donde es tenido en cuenta el contenido de la tarea, la
organización, la continuidad, el cambio, la pertenencia y la singularidad (Dubar,
2001; Zacarés y Llinares, 2006; Soto, 2008; Ochoa, 2012a). Desde este punto de
vista se destaca la relación dinámica que se establece entre las condiciones
estructurales del contexto, del trabajo propiamente dicho y las estrategias que
ponen en juego los sujetos para enfrentarse a las mismas. Esta relación se
reflejan tanto en la identidad como en las trayectorias laborales del individuo
(Frassa, 2005; Sisto y Fardella, 2008).
Las trayectorias laborales, se comprenden como una secuencia de las
posiciones laborales que ocupa un individuo a lo largo de su vida (Pries, 1999).
En ese sentido, involucran la historia de la persona, en la que se circunscriben
todos los aspectos del trabajo y cada trabajo que haya tenido. Por tanto, en las
trayectorias laborales, se observa una síntesis entre los aspectos más objetivos
y medibles del trabajo así como de las concepciones y percepciones más
subjetivas del mismo (Frassa, 2005). Dávolos (2001) amplía la comprensión de
las trayectorias laborales proponiéndolas como el resultado de la dureza de las
estructuras de segmentación del mercado del trabajo y un proceso de
interpretación y evaluación por parte de los individuos de su situación y el
aprovechamiento de sus posibilidades, para delinear estrategias futuras más o
menos deseables. Observando esta definición, De la Lastra y Campusano
(2006), consideran que las trayectorias laborales pueden ser analizadas desde
dos puntos de vista, desde los resultados o desde el proceso. Como resultado,
se califica la trayectoria como exitosa o no, donde se valoran y evalúan los
logros. Como proceso, se enfatiza en la evaluación del recorrido, los recursos y
competencias utilizadas. En otras palabras, realizar un análisis de las
trayectorias laborales supone reconstruir las alternativas que han tenido los
individuos ante sí y los recursos subjetivamente evaluados con los que se
contaba para llevar adelante sus propósitos respecto al trabajo.
El concepto de trayectoria laboral, conjuga las biografías de los
individuos con los acontecimientos estructurales, hasta la toma de decisiones
subjetivas de los trabajadores, así como de determinantes socioeconómicos
existentes en un momento histórico y un espacio social determinado (Pries,
1999; Frassa, 2005; Woodward, 2008). Desde este punto de vista, la identidad y
las trayectorias laborales, hacen parte de la configuración del significado del
trabajo.
Desde la condición de identidad, se asume que cada individuo al no
tener la misma forma de relación con el trabajo, no desarrolla la misma forma
de identidad laboral (De Bonnafos, 1988; Dubar, 2001). La identidad laboral se
define a través de la continuidad de la carrera y el reconocimiento que se tenga
de la misma, es decir, lo que se hace y el lugar dónde se hace, toma
importancia para el hecho de quién es el individuo en términos laborales. Al
igual que se puede encontrar con diversidad de identidades laborales, se
encuentran trayectorias laborales, que son marcadas por las características del
contexto sociohistórico en el que se encuentra. En ese sentido, la identidad y
las trayectorias laborales son marcadas por la continuidad o la ruptura de los
aspectos laborales, y por el reconocimiento externo o interno que se haga del
trabajo en sí (Pries, 1999; Dubar, 2001; Frassa, 2005; Peralta, 2009; Andrade,
2014).
Las formas de identidad y las trayectorias laborales que a través del
tiempo y del contexto se configuran, son tanto formas de vivir el trabajo como
condiciones para darle sentido al mismo (Dubar, 2001; Sisto y Fardella, 2008). A
su vez, son las formas de contar y de anticipar el ciclo laboral. En otras palabras
es el afrontamiento ante las situaciones nuevas o no del trabajo (por ejemplo
modelos por competencias, nueva gestión pública, modelos de calificación,
exclusión del mercado, asalariados, entre otros). Por consiguiente, el
significado del trabajo se configura y se construye al tener en cuenta los
aspectos subjetivos del individuo como su identidad y su trayectoria biográfica,
(Da Rosa et al, 2011). Por tanto en el proceso de construcción del significado
del trabajo, intervienen diversos aspectos o elementos que hacen parte como
tal del trabajo (como los aspectos psicosociales) y aspectos subjetivos de cada
individuo (identidad, valores, trayectoria).
En este punto vale la pena proponer una síntesis que integre los
aspectos expuestos. El significado del trabajo, se perfila como un constructo
cambiante, dinámico, reflexivo, de características variables, el cual es luego de
un proceso de socialización con y en el trabajo, que asume características
similares en el sentido de la variabilidad, dinamismo y cambio. Teniendo en
cuenta, los diversos conceptos acerca del significado del trabajo desarrollados
por las diversas líneas de investigación MOW (1987), Salanova, Osca, Peiró,
Prieto y Sancerni (1991), Salanova, Gracia y Peiró (1996), Ardichvili y Kuchinke,
(2009) y la línea de investigación del doctorado en Psicología Social de la UAB
coordinado por Blanch (2005, 2014), se ha hecho una aproximación a definir el
significado del trabajo, como el conjunto de valores, actitudes y creencias de
características flexibles y dinámicas, que son el resultado de la socialización en
y con el trabajo, realizado en un contexto socio-histórico, que configuran una
identidad con la profesión y que son asumidos por un colectivo de personas.
El interés por el significado del trabajo, ha estado enmarcado en diversas
investigaciones y aún continúa siendo un tema de gran relevancia, por lo
cambiante y variable del constructo, así como la diversidad de relaciones que
se encuentran respecto de él (Baldry, Bain, Taylor, Hyman, Scholarios, Marks,
Watson, Gilbert Gall y Bunzel, 2007; Woodward, 2008). Lo complejo y central
que continua siendo el ejercicio laboral, hace que nuevos estudios científicos,
se desarrollen proponiendo núcleos de análisis diferentes, con diversos tipos
de relaciones con otros aspectos, entre los que se cuentan los cambios sociales
a nivel macro de una sociedad y el cambio en el sentido del trabajo. Desde esta
perspectiva, se han planteado una serie de estudios que se relacionan con los
diversos niveles de análisis y tratan de integrar las tradiciones disciplinares que
han abordado el tema, las cuales quedan explicitadas en la tabla 2.
Tabla 2. Matriz de literatura significado del trabajo con análisis multinivel (elaboración
propia)

Tópico Autor Aportacion


General es es
Chalofsky, N.; Krishna, V. (2009). Investigación desde un enfoque
Meaningfulness, Commitment, and multinivel, donde se parte de las
Engagement: The Intersection of Deeper motivaciones personales intrínsecas
Level of Intrinsic Motivation. Advances in hacia el trabajo, como aspectos
Developing Human Resources, 2(2), 189- individuales y psicológicas, analizando
203. los factores contextuales y culturales que
influyen en los empleados. De esta
forma, e explora el significado del trabajo
y su conexión entre el significado y el
sentido en el trabajo.
Borchert, M.; Landher, G. (2009). The La investigación indaga acerca de lo
Changing Meanigs of Work in Germany. cambiante del significado del trabajo en
Advances in Developing Human Resources, Alemania desde la reunificación del país
2(2), 204-217. en 1990. El significado cambiante del
trabajo es especialmente notable en los
jóvenes académicos y depende de la
variación de la
situación del mercado laboral.
Kuchinke, P.; Ardichvili, A.; Borchet, M.; Estudio empírico realizado en Rusia,
Rozanski, A. (2009). The meaning of working Alemania y Polonia sobre el significado
among profesional employees in Germany, del trabajo a nivel individual. Los
Significa Poland and Russia. Advances in Developing resultados del trabajo identificaron que el
do del Human Resources, 33(2), 104-124. trabajo es una actividad de relativa
trabajo centralidad, identificación con el rol que
con se ejerce y la satisfacción por la
análisis realización de la carrera deseada.
multinive Relacionando factores como económicos,
l políticos y sociales diferentes
en los tres países.
Ardichvili, A.; Kuchinke, P.(2009). International Investigación teórica donde se sitúa el
Perspectives in the Meanings of Work and significado del trabajo en el contexto más
Working: Current Research and Theory. . amplio de la investigación en las ciencias
Advances in Developing Human Resources, sociales. Se distinguen los niveles de
2(2), 155-167. análisis en la investigación acerca del
significado del trabajo, argumentando el
riesgo de caer en explicaciones
netamente
individualistas.
Shea-Van Fossen, R.; Vredenburg, D. (2014). Investigación donde se tuvieron en
Exploring Differences in work´s Meaning: An cuenta como variables atributos
Investigation of Ondividual Attributes individuales de personalidad como la
Associated with Work Orientations. Institute preocupación por los demás o por ellos
of Behavioral and Applied Management, 101- mismos, y la escogencia de un trabajo
120. que sea desafiante para ellos. La
escogencia del trabajo se da por lo
desafiante que pueda ser y no tanto por
la
orientación o la carrera en sí.

Conocidos los antecedentes se evidencia la necesidad de construir tanto


teórica como metodológicamente instrumentos de comprensión y medición
que amplíen las variables propuestas en su momento por el MOW (1987). Las
variables estudiadas por el MOW presentan limitaciones respecto del contexto
económico mundial cambiante y flexible contemporáneo. En respuesta a
dichas inquietudes emergen propuestas de estudio que adoptan elementos
ajustados a las transformaciones dadas recientemente en los contextos
históricos, y
sociales así como las organizacionales e individuos (Ardichvili y Kuchinke, 2009;
Lips-Wiersma y Wright, 2012). Entre dichas variables, se encuentran algunas a
las que ya se ha hecho mención como el síndrome de burnout, los cambios en
el mundo del trabajo de “capitalismo Flexible”, subjetividad, identidad,
trayectorias laborales y sentido del trabajo, incorporando nuevas metodologías
que integran dimensiones tanto cualitativas como cuantitativas (Blanch, 2005;
Blanch, Sahagún y Cervantes, 2010; Blanch, Sahagún, Cantera y Cervantes,
2010; Blanch, Ochoa y Sahagún, 2012; Ochoa y Blanch, 2015), modelo asumido
en esta investigación.
De acuerdo con las exigencias de las nuevas realidades hacia el
trabajador, la tendencia es una transformación en las nociones psicosociales
que acaparan la atención de temas relativos al significado y sentido como es el
caso de las identidades laborales, trayectorias laborales y subjetividades
laborales que se han constituido en líneas recientes de investigación (Sisto,
2009; De la Garza, 2010; Andrade, 2014; Peralta,2012;, 2012; Sisto,
Montecinos y Ahumada, 2013; Sisto y López, 2014). De otro lado, los contextos
en los que se presenta el trabajo se relacionan con variables, como tiempo,
intensidad laboral, líneas para las profesiones, trabajo productivo, trabajo
servicios, perfilándose como investigación.
En este sentido, ubicar la presente investigación en el contexto
latinoamericano supone asumir una de las nuevas gamas de abordaje del
significado del trabajo. Además indagar en una población que desempeña su
labor en el ámbito de los servicios humanos específicamente en el ámbito
académico, amplía los escenarios donde se presenta precarización laboral que
llega a afectar el sentido que los docentes han configurado de su profesión
profesoral. De esta forma, se procura comprender los cambios del trabajo a
nivel socio-histórico, entendido como un contexto variable con condiciones
diversas, que influencian las organizaciones de servicios humanos, en este
caso la universidad y por ende a la profesión académica. Desde este punto de
vista se aborda a nivel individual la configuración del sentido de la profesión, al
ubicarla como el ejercicio de la disciplina en la que se desenvuelve. El abordaje
del sentido del trabajo parte de las fuentes para que éste se configure, como
son las condiciones laborales y las tareas a realizarse dentro de la organización.

220

También podría gustarte