Cap 3 - Escatología - Resumen
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CAPITULO III
Nuevo Testamento está escrito bajo la convicción de que el hecho Jesús de Nazaret incide
definitivamente en el curso y el sentido de la historia. Jesús, con palabras y acciones ha dado
expresión a un modo singularísimo de entender la esperanza escatológica de Israel y su
cumplimiento
El comienzo del ministerio público de Jesús está signado por la referencia expresa a otro
ministerio, el de Juan el Bautista que anuncia la inminencia del juicio escatológico (Mt 3,1-12; Mc
1,2-8; Lc 3,1-18). Su figura, pues, se aloja todavía en el marco de la expectación
veterotestamentaria.
1. Un reino ya presente.
Jesús de Nazaret reivindica para sí un plus de relevancia frente a toda la economía anterior; él
es más que el Bautista (Mt 11,11), más que Jonás (Mt 12,41), más que Moisés (Mt 5,21), más
que el templo o el sábado (Mt 12,6.8). Como señala Jeremías, en este más reiterativo,
abrumador, asoma ya una nítida vibración escatológica. Identificándose personalmente con
tan masiva plusvalía, Jesús traspasa el umbral de la expectación para situarse a sí mismo, con
su mensaje y sus gestos ministeriales, en la esfera del cumplimiento.
«El tiempo se ha cumplido» (Mc 1,15); «la escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy»
(Lc 4,21); «no he venido a abolir (la ley), sino a cumplir(la)» (Mt 5,17).
El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17,20s); la pregunta sobre la venida del reino ya no
se responde con un allá o un entonces, sino con el ahora de la presencia física, tangible, de
Jesús. porque él es el reino.
El ya de su presencia estalla en gestos preñados de significación. Las curaciones en primer
lugar, «eres tú el que ha de venir, ¿o debemos esperar a otro?» las curaciones avalan la
presencia del reino: «a los milagros podría denominárselos algo así como reino de Dios en
acciones».
Estas acciones milagrosas certifican el carácter encarnatorio del reino: la salvación es salud, la
categoría «reino de Dios» no remite primariamente a algo que está en el cielo, sino a lo que
Dios está obrando en la tierra.
Junto a las curaciones, están los exorcismos; el mundo esclavizado por Satanás contempla la
aurora de su liberación. «Si por el dedo de Dios expulso los demonios, es que ha llegado a
vosotros el reino de Dios» (Lc 11,20).
Jesús se arrogó la potestad de perdonar los pecados. No se limita a transmitir la noticia del
perdón divino, los perdona él mismo. Si Jesús osa atribuirse esa potestad, ello se explica en
base a «una peculiar y única conciencia de misión», que es más que la de un simple
anunciante del reino futuro.
Otros dos datos. La comunidad de los doce discípulos reviste un carácter simbólico; en ella se
inaugura la comunidad escatológica de las doce tribus, las comidas de Jesús son síntoma y
realización del banquete mesiánico.
2. ¿Escatología consecuente?
Juan y Jesús marcan la diferencia que media entre el pronóstico y su verificación. El primero
anunciaba la venida inminente del reino. El segundo manifiesta el cumplimiento de la
promesa; su actuación: Dios ha entrado ya en la historia, el poder del demonio se tambalea,
la enfermedad y el pecado retroceden. El conjunto de estos datos desautoriza la hipótesis de
que Jesús haya patrocinado una escatología exclusivamente futurista, hipótesis propuesta por
la escuela de la escatología consecuente.
Según esta escuela, Jesús habría asumido las representaciones apocalípticas del tiempo final,
que él estimó a punto de llegar en un futuro muy próximo. Es esa proximidad la que le lleva al
ministerio público, continuando la tarea del Bautista donde éste la ha interrumpido, y al envío
urgente de los discípulos en la primera misión (Mt 9,35-11,1). Mas toda vez que los discípulos
regresan sin que el reino haya venido, se produce una crisis en la conciencia de Jesús, que se
superará con la asunción por su parte de la identidad mesiánica, personificada en el personaje
apocalíptico del Hijo del hombre, cuya resurrección sería la condición previa de la irrupción
del reino.
Pero los acontecimientos posteriores a la pascua no siguieron el curso así previsto: en vez de
sentarse en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel, habrá que predicar, bautizar y
dar testimonio de la mesianidad del Resucitado hasta que él vuelva (Hech 1,11).
La interpretación paulina del tiempo que sigue a la resurrección como breve estado
intermedio se vio desautorizada de nuevo por la dilación indefinida de la parusía.
¿Qué decir de esta teoría? Reconocérsele el mérito de haber recuperado para la exegesis y la
teología de su tiempo la densidad escatológica del mensaje de Jesús sobre el reino.
Quizás la clave de esta insólita diástasis (presente-futuro del eschaton en y por la persona de
Jesús) estribe en el titulo Hijo del hombre. Dan 7,13ss. Parece sumamente probable que Jesús
se apropió el título, usándolo como su auto designación más frecuente. El Jesús terreno es ya
el Hijo del hombre, por tanto, el reino ha penetrado en la historia, lo es ahora en una
condición de abajamiento, impotencia, ignorancia. Este Hijo del hombre «tiene donde reclinar
su cabeza» (Mt 8,20), es «comilón y borracho, amigo de publícanos y pecadores» (Mt 11,19),
(lo que resulta más sorprendente), desconoce «el día aquel y la hora» (Mc 13,32).
Sin embargo, «verán venir al Hijo del hombre entre nubes, con gran poder y gloria» (Mc
13,26). En el célebre logion de Mc 8,38 («quien se avergüence de mi…, también el Hijo del
hombre se avergonzará de el»), única explicación razonable del logion es la que supone una
real identidad entre éste y el Hijo del hombre. Sólo que la condición presente de Jesús no
manifiesta aún tal identidad, que ha de quedar custodiada por el secreto mesiánico.
Con otras palabras: la venida del Hijo del hombre profetizada por Daniel se desdobla en dos
etapas; conoce una manifestación kenótica («el Hijo del hombre ha venido...») y conocerá
una manifestación mayestática («el Hijo del hombre vendrá...»). Correlativamente, el reino
experimenta también un despliegue en dos tiempos: «está entre vosotros» (Lc 17,21) ya
ahora y se consumará en el porvenir.
Se comprende también que Jesús ore, y enseñe a orar a sus discípulos, por la venida del reino
(Mt 6,10=Lc 11,2), «el padrenuestro está marcado escatológicamente en toda su estructura»
24, y la petición de la basileía ocupa en él un lugar central.
A esa consumación futura del reino corresponden, además del juicio, los elementos que
integran la salvación en su figura definitiva: resurrección y retribución eterna, (Mt 22,1-10; Le
14,16.24; Mt 8,1 ls). Todas estas ideas, estrictamente escatológicas, ocupan un lugar tan
destacado en la predicación de Jesús que no se ve cómo pueda impugnarse su autenticidad. A
la teología del reino propia de Jesús pertenece la dimensión futura del mismo, el juicio, la
resurrección, los premios y los castigos; sin ella el carácter salvífico de la presencia actual del
reino resulta difícilmente explicable y convincente.
En resumen, la realidad reino, ya implantada en el ahora del ministerio de Jesús, está abierta,
inconclusa, la promesa se ha cumplido incoativamente, no acabadamente Su consumador
será su implantador el Jesús Siervo se revelará como el Cristo Señor.
2. ¿Escatología realizada?
A la apertura al futuro del reino anunciado por Jesús se opone la teoría de la «escatología
realizada», propuesta por Ch E Dodd.
En efecto, habría anunciado, ya desde el mismo comienzo de su vida pública, la llegada del
reino (en Mc 1,15). En su vida, muerte y resurrección, Dios habría consumado definitivamente
la revelación y comunicación de la salvación escatológica, la historia llega de esta forma a su
fin, en cuanto que el designio divino se revela y cumple aquí acabadamente.
El perfil del reino proclamado por Jesús como ya presente y consumado se ilustra en las
parábolas.
Una escatología que liquida el todavía no en favor del ya propende fatalmente hacia el
individualismo, el intimismo y la espiritualización de sus contenidos. Pues es demasiado
evidente que ni la humanidad ni la historia ni el mundo material han cobrado aún su figura
definitiva. La escatología se ve privada de su vertiente social y cósmica.
Que estos peligros son reales lo muestra la escatología existencial de Bultmann y de algunos
de sus discípulos. El teólogo alemán viene a coincidir con su colega inglés en una cierta
presencialización del eschaton y en la repulsa de su futuridad. Las diversas teologías políticas,
que ven en ese proyecto el más categórico bloqueo al impulso subversivo del Evangelio.
III. PRESENTE-FUTURO: UNA ESCATOLOGÍA BIPOLAR
La bipolaridad presente-futuro sería, pues, la nota específica de una escatología cuya originalidad
reside cabalmente en la tensión entre los dos momentos de la irrupción del eschaton. En el origen
de esta nueva comprensión escatológica estaría la predicación de Jesús: «el doble modo de hablar
del reino [presente-futuro] es característico del Jesús histórico».
La presencia del cumplimiento, lejos de relajar la tensión hacia el porvenir, la reactiva. Y viceversa,
la cercanía del futuro confirma la actualidad del cumplimiento.
La parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32) está asociada en Q a la de la levadura (Mt 13,31-
33 = Lc 13,18-21). Ambas ejemplifican la misma tesis de la parábola del sembrador: la continuidad
entre un comienzo real, si bien modesto, y un final espléndido en su plenitud: Propia de Marcos
es la parábola de la semilla que crece por sí misma (Mc 4,26-28). La parábola enfatiza en la actitud
del labrador la necesidad de la espera y la seguridad del buen final, garantizado por la propia y
actual virtud de la semilla misma.
Resumiendo: la escatología de los sinópticos fusiona las dos series de enunciados escatológicos en
un cuadro unitario, en el que se articulan, como componentes esenciales y mutuamente
referidos, la presencialidad y la futuridad del reino de Dios.
Para Pablo no ofrece duda el que con Cristo se ha hecho presente «la plenitud del tiempo» (Gal
4,4; cf. Ef 1,10: Este carácter resolutivo del hecho Cristo se pone de manifiesto en una
contraposición adverbial sumamente ilustrativa: «entonces» (o «en otro tiempo») / «ahora». «En
otro tiempo, cuando no conocíais a Dios... Ahora que habéis conocido a Dios...» (Gal 4,8s); «en
otro tiempo fuisteis tinieblas, ahora sois luz» (Ef 5,8); Dios ha mostrado su justicia salvífica en el
ahora del tiempo presente (Rom 3,21.26); «ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la
salvación» (2 Cor 6,2); ahora hemos obtenido la reconciliación (Rom 5,11), el uso reiterativo del
adverbio ahora induce el del adjetivo nuevo: vida nueva (Rom 6,4), nueva creación (2 Cor 5,17;
Gal 6,15), hombre nuevo (Col 3,10), pues «lo viejo pasó, todo es nuevo» (2 Cor 5,17).
¿Significa todo esto que la esperanza ya no tiene objeto? En la más antigua de sus cartas, Pablo
describe la condición cristiana con sólo dos rasgos: «servir al Dios vivo y verdadero y esperar a su
Hijo Jesús, que ha de venir de los cielos» (1 Tes l,9s). Esta caracterización del cristiano como
«esperante» se mantendrá a lo largo de todos los escritos: «somos ciudadanos del cielo, de donde
esperamos como salvador al Señor Jesús» (Flp 3,20s). De esta espera participan no sólo los seres
humanos, sino también el universo material (Rom 8,20-22); todo lo creado, en efecto, será
consumado «el día del Señor», es decir, en la parusía o revelación de Cristo, cuando tendrá lugar
la resurrección (1 Cor 15,51 s.; 1 Tes 4,14-17), el juicio (2 Cor 5,10), y la historia llegará a su fin (1
Cor 15, 24-28).
Los bienes salvíficos se poseen en la dialéctica del ya y el todavía no; el cristiano no camina
«según la carne», aunque viva aún «en la carne» (2 Cor 10,3; Gal 2,20; Flp 1,22); posee el Espíritu,
más como airaban (arras: 2 Cor 1,22; 5,5) o aparché (primicias: Rom 8,23) de la existencia
espiritual propia del eschaton «quien inició en vosotros la buena obra [presente], la irá
consumando [futuro] hasta el día de Cristo Jesús» (Flp 1,6).
2. ¿Presentismo en Juan?
El ahora que ya encontráramos en los escritos paulinos cobra en el último evangelio un rango
hegemónico. No sólo la vida eterna se posee ya ahora por la fe (3,15-16.36; 5,21.24.40; 11, 25s;
17,3; etc.), sino que acontecimientos tan típicos del término de la historia como la parusía
(14,3.18-20), la resurrección (5,25; ll,24s) y el juicio (3,18; 12,31) parecen anticiparse en ese ahora.
Las referencias a la esperanza, tan abundantes en Pablo, desaparecen espectacularmente en Juan.
Sin embargo. La primera carta de Juan recupera enfáticamente la dimensión estrictamente futura
del eschaton. En 2,2 se habla inequívocamente de la parusía como de algo por venir; en 4,17 se
exhorta a los cristianos' para que tengan confianza en el día del juicio; 3,1-2, porque representa
una clarísima formulación de la dialéctica ya-todavía no: ya somos hijos de Dios, más todavía no se
ha manifestado lo que seremos.
Puede decirse que para Juan «el fin ya es presente, pero este presente no es el fin»; La
acentuación prevalente del ya no induce la abolición del todavía no.
V. SOBRE LA ESPERA PRÓXIMA DE LA PARUSÍA
¿No sería posible sortear el debate estrictamente técnico, aunque se nos escape el detalle? Lo
haremos partiendo del Jesús histórico y pasando luego a los escritos apostólicos.
La relativización del elemento cronológico desemboca en una singular elasticidad del tiempo de
espera. Jesús advierte que Dios puede tanto abreviar como prolongar ésta, y ello porque nos
hallamos en una economía de gracia, y no únicamente de juicio. Los discípulos son exhortados a
rogar para que se acelere el proceso: «venga tu reino». Por otra parte, se le incita a la paciencia
ante una siempre posible dilación del plazo (Mc 13,7.13.21-23). Jesús sitúa por encima de lo que
puedan ser sus conjeturas el designio del Padre, que acorta para los justos el tiempo de calamidad
y alarga para los pecadores el tiempo de conversión. Se comprende entonces que cuantas veces se
le ha demandado un pronunciamiento sobre la fecha de la parusía, Jesús haya rechazado la
fijación cronológica del término. «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el
cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mc 13,32).
El logion «no sabéis el día ni la hora» (Mt 24,42; 25,13; cf. Mc 13,33.35.37; Lc 12,40), se ilustra con
la imprevisible imagen del ladrón (Mt 24,43; Lc 12,39), indudablemente procedente de Jesús; la
comunidad no se hubiese atrevido (como ya se ha notado) a inventar una comparación tan
irreverente como ésta.
Así pues, Jesús pudo compartir con sus contemporáneos la persuasión de una parusía
cronológicamente próxima. Difiere de ellos en dos puntos decisivos. Su percepción de la
proximidad del reino trascendía la pura temporalidad cronológica porque, brotaba de una
apreciación del tiempo más en términos cualitativos que cuantitativos. En segundo lugar, la
opinión que Jesús, desde su saber humano, pudiera tener sobre la extensión del plazo no era una
definición autoritativa, pues la única autoridad reconocida por él en este asunto era la del Padre.
No hay por qué dudar de que Jesús previo un tiempo intermedio entre la pascua y la parusía. La
creación de un discipulado, las instrucciones al mismo sobre sus modos de comportamiento en el
mundo y, sobre todo, la asignación de una tarea misional a esos discípulos está suponiendo en
Jesús la certeza de que el fin no vendría con su muerte, pues entonces nada de esto tendría
sentido. Como no lo tendrían las constantes llamadas a la vigilancia.
Ha llamado la atención principalmente sobre Mc 9,1: sólo algunos de la presente generación verán
el reino viniendo en poder.
Otros logios para considerar («pobres tendréis siempre con vosotros...; a mí no me tendréis
siempre»: Mc 14,7) (los discípulos «ya ayunarán cuando el esposo les sea arrebatado»: Mc 2,19s).
Ambos suponen la prolongación del tiempo más allá de la muerte de Jesús.
Que el entretiempo se haya ampliado más allá de lo previsto por Jesús no modifica la estructura
de su concepción escatológica.
a) La parusía se espera en un plazo breve. «Nosotros, lo que vivamos, los que quedemos
hasta la venida del Señor...» (1 Tes 4,15-17); «no moriremos todos (antes de la parusía)»
(1 Cor 15,51); «la salvación (definitiva) está más cerca de nosotros que cuando
abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día (del Señor) se avecina» (Rom 13,1 ls).
b) Una deliberada relativización de este cálculo estimativo. «En cuanto al tiempo y al
momento..., sabéis que el día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche» (1 Tes
5, ls; cf. v.4). La imagen del ladrón una ipsissima vox Jesu.
c) Textos tardíos, cuando, a punto de declinar o ya desaparecida la primera generación
cristiana, poco o ningún espacio quedaba para una espera del fin dentro de esa
generación.
La Iglesia apostólica vivió esperando la parusía; calculando su fecha en términos de corto plazo;
exhortando a la constante preparación, porque el fin puede sobrevenir en cualquier momento;
más aún, llegará de improviso. Lo esencial aquí no es la determinación del plazo, sino la
certidumbre de que con Cristo ha penetrado la salvación y, por consiguiente, estamos en «los
últimos días». En los escritos examinados no hay trazas de una grave decepción de la comunidad a
causa de tal aplazamiento (sólo 2 Pe 3, y tal vez Jn 21,23, podría insinuar algo de esto); sí hay, en
cambio, una permanente actitud esperanzada hacia el todavía no.
VI. CONSIDERACIONES FINALES
Declarar realizada la escatología es cerrar los ojos a las actuales indignidades de la existencia, dar
el visto bueno a las formas plurales de inhumanismo hoy vigentes.
El hecho Cristo se opone a esta doble forma de desmembración del eschaton y garantiza su
integración. Hemos visto que en la conciencia de Jesús se daban cita la convicción de la presencia
del reino en sus acciones y palabras y la certidumbre de su consumación futura en la venida del
Hijo del Hombre. La escatología del Nuevo Testamento es, en última instancia, una cristología.
Porque Cristo ha venido, la escatología neotestamentaria es presentista; porque ha de venir, es a
la vez futurista.
La bipolaridad del eschaton es, además, componente específico de la esperanza cristiana. El polo
todavía no, frente a la arrogante euforia y el rigorismo totalitario de las ideologías, impide la
absolutización de los proyectos sociopolíticos.
Según el Nuevo Testamento, el eschaton no implica el fin del mundo. Tampoco implica el fin del
tiempo, puesto que la historia sigue. No sólo la historia es proceso, sino que también el eschaton
reviste un carácter procesual, y no un carácter puntual. El eschaton se implanta con la
encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, se desarrolla en un arco temporal de
duración indeterminada, pero que puede ser llamado «la última hora», «los últimos días», «el
nuevo eón», y se consuma con la parusía del Señor resucitado.
Lejos, pues, de anular el mundo y el tiempo, lo que hace el eschaton, tal y como lo describe el
Nuevo Testamento, es encarnarse en ellos. Como resultado de esa encarnación, el mundo
comienza a ser realmente «nueva creación», no por aniquilación de o yuxtaposición a la antigua,
sino por su transformación.
No puede decirse, que el Nuevo Testamento ha espiritualizado un eschaton concebido
materialísticamente por el Antiguo Testamento. Más bien habría que decir lo contrario: el objetivo
menos «materialista» de la esperanza de Israel («vosotros seréis mi pueblo, yo seré vuestro Dios»)
es resueltamente materializado, es decir, introyectado en la carne, el tiempo y el mundo por el
Evangelio; la más espectacular inmanentización del eschaton sucede en el Nuevo Testamento, no
en el Antiguo.
El don escatológico es de tal magnitud que, asumiendo carne, tiempo y mundo, los rebasa; los
delata como estructuralmente incapaces de contenerlo en su perfil definitivo. Cuando éste se
alcance, no podrá menos de iniciar una forma inédita de duración, ya no histórica, ya no temporal,
que llamamos, por cierto, impropia o ambiguamente eternidad.
Adviértase, que, para el pensamiento bíblico, las categorías espaciales (más acá-más allá) son
mucho menos importantes que las categorías temporales (antes-después, ya-todavía no); lo
cosmológico ha sido desplazado por lo histórico. Luego tratar de interpretar la escatología bíblica
en términos de espacio, es malentender las estructuras discursivas básicas. Los datos
escatológicos por excelencia son, según la Biblia: a) la identificación de la promesa con la Palabra
que promete; b) la revelación del carácter divino-personal de esa Palabra; c) su encarnación en
Jesús de Nazaret; d) su manifestación gloriosa al final de los tiempos.
A la postre, esperamos no algo, sino a Alguien; al Absoluto personal, consustancial con Dios, pero
también con nosotros; eterno.