Cómo Ayudar A Los Conversos Nuevos A
Cómo Ayudar A Los Conversos Nuevos A
Cómo Ayudar A Los Conversos Nuevos A
mantenerse fuertes
Por Susan W. Tanner
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes de 2002 a 2008
Todos estamos embarcados en el proceso de retener a los miembros nuevos, un proceso
constante de conversión, de volverse al Señor y de volver continuamente a Él.
Hace un tiempo, cuando fui a visitar el sur de Brasil, mi esposo me acompañó, pues ésa
era la región donde prestó servicio misional. Una noche, al llegar para una reunión, nos
recibió en la puerta una hermana joven que se presentó como mi intérprete para esa
reunión. Emocionada, se dirigió a mi marido, diciendo: “Élder Tanner, usted fue el que
llevó el Evangelio a mi familia hace muchos años; yo era muy pequeña, pero crecí oyendo
su nombre relacionado con los primeros bautismos de nuestra familia”. Después nos
habló de la fidelidad de cada uno de sus familiares en la Iglesia a través de los años. ¡Qué
conmovedor fue aquel encuentro!
Durante la reunión, al observar a los presentes, mi esposo vio aquí y allí entre la
congregación a otras personas a las que había enseñado el Evangelio y que habían
permanecido fieles. Cuando dio su testimonio, expresó el gozo que sentía al saber de su
continua fidelidad; dijo que recordaba la historia del Libro de Mormón, cuando en uno de
sus viajes Alma se encontró con sus amados amigos, los hijos de Mosíah:
“Estos hijos de Mosíah estaban con Alma en la ocasión en que el ángel se le apareció por
primera vez; por tanto, Alma se alegró muchísimo de ver a sus hermanos, y lo que
aumentó más su gozo fue que aún eran sus hermanos en el Señor” (Alma 17:2; cursiva
agregada).
Aquella noche en Brasil, mi esposo también se encontró con amigos queridos del pasado
que “aún eran sus hermanos [y hermanas] en el Señor”.
Ése es el deseo de todo misionero fiel: que los conversos nuevos se queden en la Iglesia y
sean “fortalecido[s] en el conocimiento de la verdad” (Alma 17:2). Ése es el deseo de
todos los padres fieles: que sus hijos permanezcan leales a la fe; es también el deseo de
los líderes de la Iglesia para los miembros a quienes cuidan, y es el deseo de corazón que
tiene nuestro Padre Celestial para Sus hijos (véase Moisés 1:39).
Busquemos a los que se extravían
Me conmueve ver cuántas veces expresa el Señor Su amor por Su pueblo, aun cuando se
desvían, tal vez especialmente cuando se desvían. Piensen en las parábolas del Salvador
sobre seres u objetos perdidos: la oveja, la moneda, el hijo pródigo (véase Lucas 15). El
pastor va en busca de la oveja perdida; la mujer revisa diligentemente su casa buscando la
moneda de plata; el padre corrió a recibir a su hijo extraviado “cuando aún estaba lejos…
y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). Así también, en la parábola del olivo
percibimos el paciente amor del Señor por los que se extravían (véase Jacob 5). Una y
otra vez el Señor de la viña se lamenta diciendo: “…Me aflige que tenga que perder este
árbol” (Jacob 5:7, 11, 13, 32). A través del libro de Isaías, vemos que el Señor asegura a
la nación de Israel que Él no puede olvidarla: “He aquí que en las palmas de las manos te
tengo esculpida” (Isaías 49:16). Y en el libro de Ezequiel dice: “Yo buscaré la perdida, y
haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada” (Ezequiel 34:16).
Cuando participamos en la obra de retención y reactivación, nos convertimos en agentes
con el Señor en la amorosa labor de buscar a nuestros hermanos y hermanas que pueden
ser la oveja perdida, la moneda perdida o el hijo pródigo.
La entrada a un mundo nuevo
El camino puede ser difícil para los que son nuevos en la Iglesia a medida que se adaptan
a ese gran cambio en su vida. Una miembro nueva lo describió, diciendo: “Cuando de
investigadores pasamos a ser miembros de la Iglesia, nos sorprende descubrir que hemos
entrado en un mundo completamente extraño, un mundo que tiene sus propias tradiciones,
cultura y lenguaje. Descubrimos que no hay una sola persona ni un punto de referencia a
donde acudir en busca de orientación en nuestro viaje a este mundo nuevo” 1.
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) ha enseñado muchas veces que tanto los
miembros nuevos como los que se han apartado necesitan nuestra ayuda. Necesitan un
amigo, una responsabilidad y alimento espiritual, tal como se enseña en el Libro de
Moroni: “Y después que habían sido recibidos por el bautismo… eran contados entre los
del pueblo de la iglesia de Cristo; y se inscribían sus nombres, a fin de que se hiciese
memoria de ellos y fuesen nutridos por la buena palabra de Dios, para guardarlos en el
camino recto…” (Moroni 6:4).
Durante ese mismo viaje a Brasil, fui a visitar a muchas jóvenes en su casa con el deseo
de “hacer memoria” de ellas y “nutrirlas”. Algunas eran totalmente valientes en su
testimonio, mientras que otras ya no estaban activas en la Iglesia; a cada una de éstas les
pregunté si podían repetir el lema de las Mujeres Jóvenes, ¡y todas lo sabían! Después
pregunté a cada una cuál de los valores de las Mujeres Jóvenes era más importante para
ella y por qué; al oír sus respuestas, sentí el Espíritu y me di cuenta de que quedaba por lo
menos una chispa de fe en las que ya no asistían a la iglesia. Pensé que si alguien las
recordara y las amara y nutriera esa pequeña chispa de fe, su luz volvería a resplandecer.
La responsabilidad personal
El nutrir con la buena palabra de Dios implica el hecho de estar atentos al progreso y
bienestar espiritual de los demás, de la misma forma en que nutrimos nuestro cuerpo
físico. Aunque los padres, los líderes y los amigos deben ayudar en ese proceso, los
conversos nuevos, los jóvenes inquisitivos y los miembros débiles en la fe también tienen
la responsabilidad personal de ayudarse a sí mismos. La mejor manera de hacerlo es
mediante el estudio individual del Evangelio.
Recuerdo bien el verano en que me gradué de la secundaria; para mí fue un período
espiritualmente difícil mientras trataba de abrirme camino en el Evangelio, como lo hacen
muchos conversos nuevos. El antídoto que utilizaba para esas dificultades era la lectura y
el estudio diligentes y diarios del Libro de Mormón, al que a menudo dedicaba largos
ratos. Todavía llevo en la memoria algunos de aquellos momentos llenos del Espíritu. Ésa
fue la época en que puse el fundamento para el cultivo y el progreso de mi testimonio.
Además de recordar y nutrir a aquellos que estén perdidos o apartados, es preciso que les
demos la oportunidad de prestar servicio. El Salvador aconsejó lo siguiente al apóstol
Pedro: “…y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Los
llamamientos de la Iglesia dan a los miembros la oportunidad de fortalecer a los demás y,
al prestar ese servicio, de progresar también ellos mismos.
Cuando mis hijos eran adolescentes y a veces no querían ir a la Mutual o a otras
reuniones, yo les hablaba de su responsabilidad; les decía que no siempre vamos a una
reunión por lo que podamos sacar de ella sino por lo que podamos contribuir. Con
frecuencia les explicaba: “Tú necesitas la Iglesia y la Iglesia te necesita a ti”. Los
conversos nuevos y los miembros menos activos tienen que sentir que se les necesita
porque así es, se les necesita.
Una obra que es para todos
Todos estamos embarcados en el proceso de la retención de miembros; es el proceso
constante de la conversión, de volvernos al Señor y de volver continuamente a Él. Alma
se refiere a eso como un gran cambio (véase Alma 5:14). La conversión es la obra que
estamos llevando a cabo, ya sea que trabajemos con investigadores, con jóvenes, con
miembros menos activos o incluso con los miembros activos. Todos debemos estar
consagrados a trabajar en la obra del Señor, a fin de llevar a cabo la inmortalidad y la vida
eterna de Sus hijos (véase Moisés 1:39).
Mi esposo escribió esto en su diario de la misión: “La conversión es el milagro más
grande; es más grandioso aún que sanar a los enfermos o levantar a los muertos, pues,
mientras que una persona que es sanada al fin caerá enferma nuevamente y por último
morirá, el milagro de la conversión puede durar para siempre y tener trascendencia eterna
tanto para el converso como para su posteridad; gracias a ese milagro, se sana y se redime
de la muerte a generaciones enteras”.
Unámonos al Señor en la búsqueda de lo que se ha perdido, en traer nuevamente lo que se
ha extraviado y en reparar lo que se ha roto. Luego, en aquel gran día del Señor,
podremos regocijarnos, como mi esposo cuando volvió al lugar de su misión, al encontrar
que aquellos a quienes hemos amado en el Evangelio son todavía nuestros hermanos y
hermanas en el Señor.
Los miembros nuevos y los que están desviándose precisan nuestra ayuda; necesitan un
amigo, una responsabilidad y alimento espiritual.
Cuidemos de los nuevos conversos
Carl B. Pratt
Of the First Quorum of the Seventy
“En la edificación del reino de Dios, todo hecho positivo, todo saludo amigable, toda
sonrisa cálida, toda muestra de consideración contribuye a la fortaleza colectiva.”
Mis hermanos y hermanas, les traigo el saludo de los santos del sur de México. Yo nací
en ese país, al igual que mi padre y mi abuelo. Aun cuando me crié y me eduqué en los
Estados Unidos desde que tenia unos seis años de edad, conserve a lo largo de mi vida un
gran cariño y fascinación hacia Latinoamérica, su gente maravillosa y su amplia gama de
culturas. Aun cuando de niño siempre fui consciente de mis raíces en México y del papel
que desempeñó mi familia en el establecimiento del reino del Señor allí, mi verdadero
apego empezó cuando, de joven misionero en Argentina, vi a muchas personas,
preparadas por el Espíritu, abrazar con entusiasmo el Evangelio, el cual llenaba su vida de
paz y de dicha.
Mi creciente amor no fue solamente hacia Latinoamérica, sino hacia la obra del Señor
entre la gente de allí. Por eso, en 1975, con menos de cuatro años de haberme recibido de
abogado, no vacile en absoluto cuando me ofrecieron un puesto como asesor legal de la
Iglesia en Sudamérica. Acompañados de nuestros tres hijos pequeños, mi esposa y yo nos
mudamos a Montevideo, Uruguay. Fuimos bendecidos con cinco hijos mas en los años
que siguieron, los cuales nacieron en diversos países de América del Sur. Nuestros hijos
se criaron en países de habla hispana y cada uno de ellos tiene un profundo respeto hacia
la diversidad de su patrimonio cultural e idiomático.
En los pasados 22 años, hemos sido espectadores directos del dinámico despliegue de la
obra del Señor en la América Latina. Literalmente, millones de personas se han unido a la
Iglesia en estos años, y nosotros la hemos visto crecer de un puñado de estacas a mas de
700 en la actualidad. Tenemos seis templos en funcionamiento y cinco mas en
construcción en esos países. Que época tan maravillosa en la cual vivir y tomar parte en
esta gran obra de ser una bendición para los hijos de nuestro Padre.
Si, todos estos años han sido increíblemente fascinantes, desafiantes e inmensamente
robustecedores para nosotros como familia; pero hemos aprendido mucho mas que
geografía, cultura e idioma. Hemos ganado una comprensión renovada y mas profunda de
palabras tales como amor, dicha, servicio y sacrificio. Por ejemplo, hemos sido testigos de
la forma en la que algunas familias han ahorrado durante años, para luego viajar hasta 72
horas, con hijos pequeños, en un autobús repleto y por caminos en pésimo estado, tan solo
para recibir las bendiciones de las sagradas ordenanzas del templo. Hemos visto a
humildes y dedicados lideres del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares luchar a
brazo partido para edificar el reino, así como para ser una bendición en la vida de los
santos, y sin las ventajas le un teléfono ni de un medio de transporte propio.
También hemos aprendido que ninguna cultura, pueblo ni país tiene el monopolio del
amor, de la calidez y de la bondad. Al regresar periódicamente a los Estados Unidos para
visitar a familiares y a amigos, tentamos el privilegio de asistir a diferentes barrios en
distintos estados. No fue sino hasta que nuestros hijos entraron en la adolescencia que
empezamos a notar las diferencias que había en el espíritu de los diversos barrios. A
nuestros hijos les encantaba visitar algunos de ellos porque en seguida hacían amigos y se
nos recibía con los brazos abiertos. Pero había otros a los que nuestros hijos regresaban
sin tanto entusiasmo, pues se notaba la ausencia de la calidez que caracterizaba a los
demás.
Entonces empezamos a advertir que en algunas de las unidades que visitábamos en los
Estados Unidos y también en Latinoamérica, si hubiéramos sido investigadores o
miembros nuevos, no nos habríamos sentido bien acogidos. El apóstol Pablo enseñó a los
efesios: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos,
y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). Sin embargo, hubo ocasiones en las que
nos sentimos como “extranjeros y advenedizos” en la misma Iglesia de Jesucristo a la que
pertenecemos.
Estas experiencias nos ayudaron a comprender lo incómodos que se sentirán a veces
quienes visitan nuestras capillas por primera vez y nos hicieron ganar conciencia de la
necesidad que todos tenemos de mejorar lo que llamamos nuestra capacidad de
hermanamiento. De vez en cuando, hemos observado en algunos barrios de la Iglesia
tanto de América Latina como de España y de los Estados Unidos que humildes nuevos
conversos no han sido recibidos con el corazón y los brazos abiertos; es por eso que todos
nosotros hemos visto la necesidad que existe de mejorar la retención de los nuevos
conversos.
Hermanos y hermanas, tenemos las bendiciones mas ricas que Dios puede dar a Sus hijos.
Tenemos la plenitud del Evangelio de Jesucristo. Debemos ser la gente mas hospitalaria,
mas amigable, mas feliz, mas bondadosa, mas considerada y mas amorosa del mundo
entero. Cumplimos bastante bien con nuestros llamamientos, con el asistir a las reuniones,
con el pago de nuestro diezmo; pero, hemos aprendido verdaderamente a vivir el segundo
gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo?” (Mateo 22:39). Esto no es
algo que se puede simplemente asignar al quórum de élderes o a las maestras visitantes;
esto tiene que emanar del corazón de todo verdadero discípulo de Cristo: una persona que,
en forma natural y sin que se le pida, busque oportunidades de servir, de elevar y de
fortalecer a su prójimo.
Recordemos las palabras del Salvador: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tu viereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). ¡Nos reconocerán quienes no son
miembros de la Iglesia, los nuevos conversos y quienes visiten nuestras capillas como
discípulos de Cristo por la calidez de nuestro saludo, por la sinceridad de nuestra sonrisa y
por la bondad y el interés genuino que reflejan nuestros ojos?
Prestemos mas atención a aquellos que son nuevos en nuestras congregaciones. En el
Sermón del monte Jesús enseñó: “Porque si amáis a los que os aman, ¿que recompensa
tendréis? … Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿que hacéis de mas? …”
(Mateo 5:46-47).
En la edificación del reino de Dios, todo hecho positivo, todo saludo amigable, toda
sonrisa cálida, toda muestra de consideración contribuye a la fortaleza colectiva. Ruego
que seamos hospitalarios, sociables, amigables y serviciales con todos los que se acerquen
a nosotros. Pero prestemos particular atención y brindemos especial interés a los nuevos
conversos. Cuando notemos algún tropiezo o vacilación en ellos al comenzar su nueva
jornada por el sendero del Evangelio, estemos dispuestos a levantarlos y a apoyarlos con
palabras de bondad e interés genuino; estemos prestos para dar consejos amorosos que
fortalezcan y sostengan. Busquemos concienzudamente oportunidades de demostrar ese
amor que el Salvador nos pidió que tuviéramos cuando nos dijo: “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros …” (Juan 13:34).
Testifico que ésta es la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, que El vive y dirige esta gran
obra, en el nombre de Jesucristo. Amén.
Un fulgor perfecto de esperanza: Para los miembros nuevos de la
Iglesia
Por el presidente Gordon B. Hinckley
Los felicitamos por su reciente bautismo y les damos una cálida bienvenida. ¡Qué paso
tan maravilloso han dado al unirse a la Iglesia! Estamos listos para ayudarles en todo lo
que nos sea posible.
En este momento tan importante, tal vez se sientan como la mujer que escribió esta carta:
“Mi camino hacia la Iglesia fue muy especial y bastante difícil. Este año ha resultado ser
el más duro de toda mi vida, pero también ha sido el de mayor satisfacción. Como
miembro nuevo, sigo enfrentando desafíos todos los días”.
Y prosigue: “Cuando de investigadores pasamos a ser miembros de la Iglesia, nos
sorprende descubrir que hemos entrado en un mundo completamente foráneo, un mundo
que tiene sus propias tradiciones, cultura y lenguaje. Descubrimos que no hay una sola
persona o punto de referencia adonde acudir en busca de orientación en nuestro viaje por
este mundo nuevo”1.
Su experiencia como miembros nuevos de esta Iglesia debiera llenarlos de júbilo, ya que
ustedes tienen una fe fuerte en el Salvador y su deseo de aprender más y más sobre el
Evangelio restaurado es sincero. Pero también es fácil sentirse abrumados por palabras
nuevas, reuniones, enseñanzas y retos nuevos; puede que hasta les cueste el tener que
tratar con personas nuevas. Es posible que se pregunten si alguna vez estarán a la altura de
lo que significa ser un verdadero Santo de los Últimos Días. Tengo un sencillo mensaje
para ustedes: ¡Por supuesto que sí! ¡No se den por vencidos!
En el sendero
Recuerden lo que dijo Nefi:
“…habéis entrado por la puerta; habéis obrado de acuerdo con los mandamientos del
Padre y del Hijo; y habéis recibido el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del
Hijo…
“Y ahora bien… después de haber entrado en esta estrecha y angosta senda, quisiera
preguntar si ya quedó hecho todo. He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta
aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en
los méritos de aquel que es poderoso para salvar.
“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de
esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante,
deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre:
Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:18–20).
Unirse a la Iglesia es algo serio, puesto que todo converso toma sobre sí el nombre de
Cristo con la promesa implícita de guardar Sus mandamientos, pero el entrar a formar
parte de la Iglesia puede ser una experiencia difícil, y a menos que haya manos amorosas
y firmes que les reciban, a menos que les ofrezcamos amor e interés, puede que
comiencen a dudar del paso que acaban de dar. A menos que existan manos amigas y
corazones que les acojan y les conduzcan por el camino, tal vez se alejen de la Iglesia. Se
nos presenta el reto de ayudarles a fortalecer su testimonio de la veracidad de esta obra.
¡No podemos dejar que entren por la puerta principal y se nos marchen por la de atrás!
Cada uno de ustedes es valiosísimo; cada uno de ustedes es un hijo de Dios.
Ya he dicho antes, y vuelvo a repetirlo, que cada uno de ustedes, como conversos,
necesita tres cosas:
1. Un amigo en la Iglesia al que puedan acudir constantemente, alguien que camine a
su lado, que responda a sus preguntas y que comprenda sus problemas. Además,
cuentan con maestros orientadores, maestras visitantes y otros miembros que les
ayudarán en su maravillosa trayectoria de fe.
2. Una asignación. La actividad es una característica distintiva de esta Iglesia; es el
proceso mediante el cual progresamos. La fe y el amor por el Señor son como los
músculos del brazo; si los empleo, se van fortaleciendo; si los pongo en un
cabestrillo, se debilitan. Cada uno de ustedes merece tener una responsabilidad.
Es posible que en el ejercicio de dicha responsabilidad cometan algunos errores. ¿Y qué?
Todos cometemos errores. Lo que importa es el progreso que genere esa actividad. Sus
líderes pueden ayudarles a encontrar maneras de mantenerse activos. Estén dispuestos a
aceptar nuevos retos y confíen en que el Señor les ayudará a estar a la altura de ellos. Si se
desaniman, pidan ayuda, pero no se den por vencidos. Al esforzarse una y otra vez, verán
cómo aumenta su capacidad.
3. Ustedes precisan ser constantemente “nutridos por la buena palabra de Dios”
(Moroni 6:4). Formarán parte de un quórum del sacerdocio, de la Sociedad de
Socorro, las Mujeres Jóvenes, los Hombres Jóvenes, la Escuela Dominical o la
Primaria. Acudan a la reunión sacramental para participar de la Santa Cena y
renovar los convenios que hicieron al momento de su bautismo. Lean las Escrituras
todos los días y oren cada mañana y cada noche a fin de mantenerse cerca del
Señor.
Tanto ustedes como nosotros sabemos que hay muchas personas buenas en otras iglesias.
Hay mucho de valor en ellas. Puede que su familia y sus tradiciones religiosas anteriores
les hayan enseñado muchas cosas buenas y hayan contribuido a desarrollar buenos hábitos
en ustedes. El apóstol Pablo dijo. “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses
5:21). Traigan esas cosas buenas con ustedes, consérvenlas y utilícenlas para servir al
Señor.
Regocijémonos juntos
Nos regocijamos con ustedes en el Evangelio de Jesucristo. Hay muchas bendiciones
reservadas para ustedes. Sabemos que a veces uno puede sentirse terriblemente solo, cosa
que puede resultar decepcionante y hasta aterradora. Los miembros de esta Iglesia somos
mucho más diferentes del resto del mundo de lo que solemos pensar, pero el Evangelio no
es algo de lo que debamos avergonzarnos, sino que debemos sentirnos orgullosos de él.
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”, le escribió Pablo a
Timoteo (2 Timoteo 1:8).
A ustedes que son nuevos, les suplico que continúen con nosotros. Los necesitamos. Les
rodearemos con nuestros brazos y seremos sus amigos. Haremos lo que esté de nuestra
parte para darles consuelo y para que se sientan bienvenidos y aceptados. Les amamos y
sabemos que el Señor les ama. Disculpen nuestras faltas y debilidades. Vengan y trabajen
con nosotros, hombro a hombro, mientras crecemos y aprendemos juntos.
Ésta es la santa obra de Dios; es Su Iglesia y Su reino. La visión que tuvo lugar en la
Arboleda Sagrada sucedió tal y como dijo José. Hay en mi corazón una comprensión
verdadera de la importancia de lo que allí sucedió. El Libro de Mormón es verdadero y
testifica del Señor Jesucristo, cuyo sacerdocio ha sido restaurado y se halla entre nosotros.
Las llaves del sacerdocio, entregadas por seres celestiales, se ejercen para nuestra
bendición eterna. Tal es nuestro testimonio —el suyo y el mío—, y debemos vivir en
armonía con ese testimonio y compartirlo con nuestro prójimo. Les dejo este testimonio,
mi bendición y mi amor a cada uno de ustedes, así como mi invitación para que sigan
formando parte de este gran milagro de los últimos días que es La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días.
Ideas para los maestros orientadores
Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un
método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se
citan algunos ejemplos:
1. Muestre tres objetos que representen los tres puntos mencionados en el artículo y
que cada converso necesita. Por ejemplo, puede mostrar un regalo de un amigo, un
manual de la Iglesia y las Escrituras.
Si va a enseñar a conversos recientes, analice con ellos cómo esos objetos
les ayudarán a regocijarse en el hecho de ser miembros de la Iglesia.
Ayúdeles también a ver la contribución que pueden realizar siendo
miembros nuevos.
Si va a enseñar a miembros que ya llevan tiempo en la Iglesia, analicen por
qué un amigo, una responsabilidad y el ser nutridos por la palabra de Dios
son tan importantes para los miembros nuevos. Invíteles a atender las
necesidades de los miembros nuevos de su barrio o rama.
2. Pida a los miembros de la familia que se imaginen que acaban de llegar a un país
extranjero cuyo idioma, costumbres y cultura desconocen, y pregúnteles cómo se
sienten. ¿Qué es lo primero que quieren o que echan de menos? Compare esta
situación con la que podría vivir un miembro nuevo. Lea la última parte del
mensaje del presidente Hinckley y testifique de las bendiciones que se reciben al
formar “parte de este gran milagro de los últimos días”.