Apocalipsis Catolico
Apocalipsis Catolico
Apocalipsis Catolico
Introducción.
Título.
En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar — tanto
entre los judíos como entre los cristianos — libros que contenían revelaciones divinas
acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas
podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación
divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo
los secretos celestes.
Género apocalíptico.
Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género
literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran
éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo
II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que
se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto
número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los
Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el
Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abraham, de Isaías, de Baruc, de Sofon ías, de
Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos
tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres
celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la betsaida
de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y
de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que
tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.),
ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del
pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas
pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando
comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel.
Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban
la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los
gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.
Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son
presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una
solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un
futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos
recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan
como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o
revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos
contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y
misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto
en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los
tiempos futuros.
Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la
religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la
seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya
inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y
acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún
personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.
El apocalipsis es, por lo tanto, una "revelación" hecha a ciertos hombres, directamente
por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos
divinos 5.
El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del
futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es
así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la
profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista
literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas
revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también
guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que
toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien
como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género
apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico,
voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.
Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos
símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone
no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje
apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de
símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en
cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete
cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los
diez cuernos sobre siete cabezas?
El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del
género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y
partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas
imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las
diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no
es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos
22
.
Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de
primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad
de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos
cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los
profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos
sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo
definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La
Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero
todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantaci ón
de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un
cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no s ólo exhorta y
anima, sino que también reprende.
Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis,
apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y
semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece
contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de
composición empleado por Juan.
Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las
series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas,
las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan
característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al
número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va
precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-
3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec.
preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec.
preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria
= 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1);
6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7
septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).
Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro
guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de
una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la
llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera
vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y
cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas
formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones —
como indicamos arriba — y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del
Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se
explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión
esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una
precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran
enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer
en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.
Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases
sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho,
primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar
como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble
representación de un mismo hecho 52.
También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos
los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antit éticas. Dentro
de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer
resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la
posición de la antítesis 54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las
visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento
de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la
vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir,
la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada
por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las
grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia.
Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre
el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder
de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan
con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la
gloria55.
El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana
antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo.
Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San
Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: "Además hubo entre
nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en
la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo
pasarían mil años en Jerusalén"57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del
apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita
expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (αίβο) nos dice Andrιs de
Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190),
heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al
autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el
claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): "Apocalypsis etiam lohannis.
Recipimus."61
En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los
escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.
Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por
Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior,
llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón,
obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.
La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo πι, cuando los herejes alogos
(negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbνtero romano de
principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el
abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico 66. Con mayor
moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el
origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se
funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que
San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para
quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se
apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias
precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68.
Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén,
San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis,
lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la
versión siríaca Peshitta.
En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la
autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando
hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto
evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores
católicos77.
Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del
Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota
característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los
sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y
personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de
profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño
que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los
ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos
en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo.
Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de
Jesucristo.
Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema
de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos
antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan
apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de
Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este
habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.
Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuesti ón
de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el
mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo
81
. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los dem ás
libros del Nuevo Testamento 82.
Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan,
al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El
Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del
Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos
apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de
las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la
isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad
de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es
muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir
su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y
de correctores 86.
El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis)
cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87.
Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida
por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan
a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jer ónimo,
fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan
recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95
d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y
el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San
Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92.
La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.
En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión
romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores
amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores
todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en
tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las
iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un
gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel — al obispo — de cada una
de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y
hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo
considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.
Algunos autores, como, por ejemplo, el Ρ. Μ. E. Boismard,” que admiten dos o mαs
redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final
del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que
el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a
primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a
contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con
comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se
explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir.
El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César,
volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de
resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el
emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.
Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición:
la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicaci ón del
Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el
Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género
apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro,
conservando su unidad literaria.
En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del
siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya
indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de
San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de
Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la
tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.
Destinatarios.
El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las
cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse
en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano,
el cual se hacía llamar en las actas oficiales: "dominus et deus noster." 105
Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó
una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los
cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente
por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles
perseguidos a muerte por el poder civil.
San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los
fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la
perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos
verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus
enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a
sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la
recepción de la marca o señal de la Bestia — el poder imperial —, reconociendo su
carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la
liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a
los emperadores.
San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la
pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.
El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del
mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las
almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto
en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la
venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.
1) Dios. — El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto
se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores
exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de
la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo; 113.
Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio
y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso
para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la
eternidad.
7) Escatología. — La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia
durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia
conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las
persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que
pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por
muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último
día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno,
entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será
excluido el mal152.
¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor
sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo
futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia 153.
Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio
155
y la llegada del mundo nuevo 156.
Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra.
Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del
Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia
humana.
En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que
interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de
volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos,
y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último
juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un
milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes
temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los
goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta
pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana.
Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto,
Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.
Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a
interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el
autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la
resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las
pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la
que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el
Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la
de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera
resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia,
después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería,
en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el
fin de los tiempos.
La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del
Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-
29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado,
vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual,
cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al
final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección
de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección
espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina
de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la
vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto
hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones,
que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer
unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.
Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo,
siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-
3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros,
fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo
presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales:
Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones
proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un pr ólogo (Ap 1:1-3) Y
un epílogo (Ap 22:6-21).
II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias
del Asia Menor (1:4-3:22).
2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia
(6:9-11).
8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel
(12:1-22:5):
1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los
sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es
decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de
Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios
propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican
apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya
cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano,
y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el
octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.
2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una
manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo.
Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos,
las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad
Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los
escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F.
Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A.
Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el
Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó
v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y
con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.
3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182,
interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los
últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las
calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por
ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las
calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del
anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los
defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo
escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo
caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.
Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos
apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El
Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11
se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran
muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es
decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias,
que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idol átrico. Los
que se resisten serán exterminados 189.
Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos.
Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos
los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta
coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda
interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.
1 Αρ 1:1. — 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Ν. Τ. puede
designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una
revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la
aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f"7)· o bien la manifestaci ón
gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca- lyptique: DBS I 327. — 3 J. B. Frey, ibid.,
328. — 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; .
Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354;
J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish
Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. — 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. — 6 El libro
de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y m ás Perfecto de los
apocalípticos" (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia
comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. — 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en
La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. — 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. — 9 M.
E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959)
p.712s. — 10 Ap 1:11. — 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. — 12 Ap 1:20.
— 13 Ap 17:9-10. — 14 Ap 19:8. — 15 Ap 6:1-8. — 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis
véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique
(Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265;
K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg,
Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. — 17 Ap 13:1. — 18 M. E.
Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dej érusalem p.8s. — 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada
Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ρ.ι624· — 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París
1933) p.XXXIs. — 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. — 22
Ap 1:1.4.9. — 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. — 24 Ez 3:1-2. — 25 Ez 38. — 26 Ap 4. — 27 Ez 1; 9-10. — 28
Ez 40 y capítulos siguientes. — 29 Ap 21-22. — 30 Ap 18. — 31 EZ27. — 32 Ap 11. — 33 A P21. — 34 Zac
2:1ss. — 35 Ez 40:3. — 36 Zac 3. — 37 Ap 6. — 38 Zac 6. — 39 Ap 1:75.13-20. — 40 Zac3:4; Dan7:8ss;
10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. — 41 Dan 7:1-8.23-27. — 42 Ap 12:1-17. — 43 Ap 1:10. — 44 Ap 15:8. — 45
Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. —
46 Ap 15:2-3. — 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap
11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A.
Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué
(Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77
(1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la
imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap
12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). — 48 The Apocalypse
of St. John (Londres 1947)· — 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924)
513-525·596-6ι8. — 50 O.c. p.LXXXVs. — 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. — 52 J. M. Bover-F. Cantera,
Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. — 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y
16:15. — 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. — 55 Cf. Dom Gur ú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de
Montserrat XXII (1958) p.228s. — 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. — 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG
6:669. — 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. — 59 Andrés De Cesárea, Comm. in
Apocalypsin pról.: PG 106.220. — 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG
7:1040.1192.1207. — 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. — 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG
8:1365; 9:61. — 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. — 64 Adv. Marcionem
3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. — 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392)
nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: "Acerca del diablo y del Apocalipsis de
Juan." — 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. — 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los
milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos
muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. — 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. —
69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr.
Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo
De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. —
70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. — 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. —
72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12
(1939) 74-78. — 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. — 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. — 75 EB 47.
Cf. Mansi, 3161736.1738. — 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. — 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La
Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. — 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la
Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. — 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. — 80 Eusebio, Hist. Eccl
3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. — 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24
junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la ep íst. a los Hebreos: EB 417. — 82 M. E.
Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. — 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353;
7:38. — 84 Ap3,14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; 21,5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. — 85 Cf.
A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie
16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Αρ.: ThZ 3 (1947) 161-177. — 86 Gf. E. B. Allo, o.c.
p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. — 87 Ap 1:9. — 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. —
89 In Apocalypsim ιο,ιι; 17:10: PL 5:333.338. — 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. — 91 De viris
illustribus 9: PL 23:625. — 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- — 93 Plinio el Joven le llama
"Immanissima bellua" (Panegyr. Traiani 48). — 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. — 95 Cf. Plinio, Hi's í.
Nat. 4:12.23. — 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. — 97 Ap 2:6.15.2053. — 98 Ap 2:10.13. — 99
L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. — 100 Ap 17:10. — 101 Ap 13:3-4 — 102 A. Gelin,
L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. — 103 A. Feuillet, Essai
d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. — 104 Ap 1:1-11. — 105 Suetonio,
Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. — 106 Cf.
P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cyb éle (París 1935) p,805s; M. García Cordero,
o.c. p.igs. — 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. — 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. — 110 M.
García Cordero, o.c. p.20. — 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. V éanse J.
Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Λ Note on the Liturgy
of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-
22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G.
Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd,
Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in
Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. — 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. — 113 Ap 4:8; cf. Ex
3:14. — 114 Ap 4:8.11. — 115 Ap 1:8; 21:6. — 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. — 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 —
118 Ap 12:5; 19:15. — 119 Ap 2:28; 22:16. — 120 AP 2:1; 3:20. — 121 AΡ1-5· — 122 Ap 5:12-14. — 123
Ap 5:6. — 124 Ap 5:5. — 125 AP 5:9s. — 126 Ap 1:5 — 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The
Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das
Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. — 128 Ap 1:4. — 129 Ap
1:4; 3:1; 4:5. — 130 AP 2-3. — 131 Ap 22:17. — 132 Ap 2:7 y passim. — 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. — 134
Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. — 135 Ap 7:14; 12:11; 20, 12; 14:13. Cf. H. Crouzel,
LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. — 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. — 137
Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott
(Munich 1937). — 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. — 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. — 140 Ap
12:12.17- 143 Ap 12. — 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. — 145 Ap 5:10; 20:6. — 146 Ap 5:9-10; cf.
Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88.
— 147 Ap 21:2.10; 19:7. — 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. — 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf.
7.12. — 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. — 151 Ap 19:21; 20:10. — 152 Ap 20:11; 21,iss. — 153
Ap 19:19; 20:8-9. — 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. — 155 Ap 20:11. — 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en
La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. — 157 Cf. Ap 6:12-17. — 158 Ap 20:1-6. — 159 A P20:4. — 160 Ap
20:753. — 161 Ap 20:11-15. — 162 Entre esos Padres se cuentan Pap ías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG
20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7"
1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem
3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. — 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG
20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· — 164 El tenor del decreto es como sigue: "Postremis
hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum
de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive
praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse
ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi.
Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto
respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse." Cf. AAS 36 (1944) 212; G.
Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-g üés, Millenarismus
omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. — 165 Tom ás, 4
Sent. dist.43 q.i a.3. — 166 Cf. D 423. — 167 Ez 38-39. — 168 Ap 20:7-10. — 169 De civitate Dei 20:7:1-2:
PL 41:666-668. — 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II
P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo,
Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El
miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des
tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F.
AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi:
VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich
1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe
Millenium: Bibliotheca Sacra ϊ 14 ά957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E.
Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. — 171 o.c. p.XCVII-
CXI. — 172 Ap 1:19. — 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die
Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi
sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et
les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. — 174 Son éstos: E. Ren án, D. Vólter, O. Pfleiderer,
E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. — 175 Ap 17:10. — 176 Ap
17:11. — 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete per íodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha
de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de
los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los v írgenes (las Ordenes religiosas) contra
musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del
anticristo; 7) milenio y consumación. — 178 Este escritor nos da una explicaci ón del Apocalipsis
estrictamente cronológica, dividi- — 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. —
180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l' Église primi- tive:
RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. — 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San
Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. — 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C.
Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. — 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev.
Apocalypsim Comm. (Salamanca Ι59θ· — 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The
Apocalypse of the St. John (Londres 1909). — 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). — 187 Cf. M. E.
Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. — 188 E. B. Allo, o.c.
p.CCLXXIII. — 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. — 191 Ap 17:9. — 192 Gf. Jn
16:33. — 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. — 194 Ap 14:8; 17-18. — 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. — 196 Ap 5:10;
11:17; 19:6.16. — 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II
p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en
la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman
más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el
Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.
Caριτulo 1.
Prólogo: título del libro y afirmación de su origen divino, 1:1-3.
San Juan comienza su libro por una especie de introducción, en la que nos presenta su
escrito, nos habla de su contenido y de su origen divino. Y termina este peque ño pr ólogo
con un macarismo, en el que declara bienaventurado al que escucha y pone en práctica
las cosas que están escritas en dicho libro.
1
Apocalipsis de Jesucristo, que, para instruir a sus siervos sobre las
cosas que han de suceder pronto, ha dado Dios a conocer por su ángel
a su siervo Juan, 2 el cual da testimonio de la palabra de Dios y el
testimonio de Jesucristo, de todo lo que él ha visto. 3 Bienaventurado
el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profec ía, y los que
observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo.
La palabra griega apocalipsis vale tanto como revelación, como manifestación de algo
oculto. Y puede referirse a la manifestación de secretos de orden natural o sobrenatural.
En el Nuevo Testamento, sin embargo, designa la manifestación de verdades
sobrenaturales! San Pablo es el que más emplea el término apocalipsis 2; algunas veces
utiliza dicha expresión para significar la manifestación gloriosa de Cristo y de los fieles 3,
pero el sentido más frecuente en San Pablo es el de revelación de los secretos divinos 4.
Más tarde se aplicará dicha palabra para designar el libro en que está contenida la
revelación de las cosas ocultas, de los secretos divinos, comunicados a los hombres por
Dios. Unas veces esas revelaciones serán puras invenciones, y entonces tendremos los
apocalipsis apócrifos; otras veces las revelaciones serán auténticas, verdaderas, y en ese
caso tendremos el Apocalipsis de San Juan, o partes de otros libros del Antiguo y del
Nuevo Testamento.
Por consiguiente, el término apocalipsis es muy apropiado para designar el último libro
de la Biblia, que contiene la revelación divina comunicada a su siervo Juan, por medio de
un ángel, sobre las cosas que están para suceder.
Jesucristo mismo es el que comunica a Juan los secretos de esta revelación divina, como
se ve por el contexto inmediato, así como por la visión de Ap 1:9 y por las cartas a las
siete iglesias5, en donde el mismo Cristo en persona aparece como revelador. El ángel
intermediario es solamente una exigencia del género literario apocalíptico 6.
Los beneficiarios de la revelación recibida por Juan serán los sierros de Jesucristo, es
decir, los fieles cristianos del Asia Menor, 9 Y por medio de ellos, todos los cristianos de
la Iglesia universal. 10 Apocalipsis es un libro de consolación dirigido a los fieles de fines
del siglo I, que se sentían desalentados y como acobardados ante la hostilidad de los
poderes públicos, y decepcionados por la tardanza de la par usía del Señor. El vidente de
Patmos les dice que la manifestación gloriosa de Cristo está próxima, y que mientras
tanto han de mantenerse firmes en la prueba para que cuando venga Jesucristo, puedan
presentarse a El purificados. Y entonces los que hayan permanecido fieles reinarán
gloriosos con Cristo triunfador.
San Juan se siente después como obligado a dar testimonio y a atestiguar ante la Iglesia y
ante el mundo la verdad de la palabra de Dios (v.2), es decir, todo lo que ha visto y nos irá
declarando en el curso del libro. Esta palabra de Dios es, según Juan, una profecía (v.3), o
sea una exhortación que consuela, instruye y estimula 11. Esta profecía despertará en los
corazones cristianos la certeza de la victoria sobre las fuerzas enemigas de Dios. San
Juan la coloca de golpe al mismo rango que las profecías del Antiguo Testamento,
porque proclama bienaventurados a los que la lean y la escuchen con obediencia. El que
cumpla el mensaje del Apocalipsis vencerá y obtendrá de Cristo una grande recompensa.
En el Apocalipsis existen siete bienaventuranzas o macarismos 12. El macarismo, que se
encuentra en la literatura griega y latina, es una forma literaria muy propia de la literatura
bíblica, mediante la cual se proclama feliz a alguien a causa de una buena acción, de una
virtud, por la cual será recompensado. El macarismo consta de cuatro elementos: a) ha de
empezar con la expresión bienaventurado, que en hebreo es 'asrey, en griego μακάριος, y
en latνn beatus (Vulgata); b) después viene la persona a la cual se dirige el macarismo; c)
se alude a la causa que ha motivado la alabanza: una buena acción, una virtud.; d) y,
finalmente, se expresa la recompensa de la buena acción, que suele ser descrita con
imágenes exuberantes. Puede suceder, sin embargo, que alguno de estos cuatro
elementos no esté expresado, en cuyo caso será suficiente atender al contexto para
suplirlo 13.
Juan apremia a los cristianos, a los que se dirige, para que reciban el mensaje y
conformen su conducta a las instrucciones morales de la profecía. Esto es tanto más
necesario y útil cuanto que el tiempo esta próximo 14. En la perspectiva teológica de San
Juan, los hechos se suceden con celeridad tal que el cristiano dispone de poco tiempo
para prepararse a la venida gloriosa de Cristo 15.
San Juan se dirige a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia, que
comprendía la parte sudoccidental de la actual Turquía, y cuya capital era Efeso. Las
siete iglesias locales o distritos religiosos, a modo de diócesis, eran: Efeso, Esmirna,
Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. De cada una de ellas hablará con más
detalle en Ap 2-3. W. M. Ramsay 1S ha mostrado que las iglesias son escogidas siguiendo
una vía imperial circular, al oeste de la provincia proconsular. Sin duda que en Asia
Menor había más de siete iglesias; sin embargo, el número siete, número simbólico que
indicaba plenitud, totalidad, es evidentemente elegido para simbolizar el conjunto de las
cristiandades de la provincia proconsular de Asia. La tradición nos dice que San Juan
residió la última época de su vida en Efeso. Y en dicha ciudad y en las regiones
circunvecinas, donde estaban situadas las siete iglesias, ejerció su apostolado. Las cartas
dirigidas a estas iglesias pueden ser consideradas como dirigidas de un modo mediato a
todas las iglesias cristianas. Según esto, dice muy bien el Fragmento de Muratori:
"lohannes enim in Apocalypsi, licet septem ecclesiis scribat, tamen ómnibus dicit."19
A esas iglesias San Juan desea la gracia y la paz (v.4), comenzando con esta expresión el
saludo epistolar. A semejanza de San "ablo, el autor del Apocalipsis junta el saludo
griego gracia, Χάρις, con el saludo hebreo paz, salom, para significar todo el conjunto de
bendiciones que deseaba a los fieles a quienes escribía. El término Χάριβ, gracia, sólo
aparece aquí y en la fórmula final del Apocalipsis 20. También es digno de tenerse en
cuenta que en el cuarto evangelio se lee Χάρις sσlo tres veces en el prólogo, y, en las
epístolas joánicas, una sola vez en el saludo de la 2 Jn. Este fen ómeno se explica si
tenemos presente que San Juan suele expresar la idea de gracia con otras expresiones,
como la luz, la vida, el amor. Junto con la gracia, que es la benevolencia divina 21, les
desea la paz, aquella paz que Jesucristo dejó a los discípulos al despedirse de ellos, y
"que el mundo no puede dar" 22. Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, al cual
designa con la extraña expresión de el que es, el que era y el que viene. Parece ser que
esta frase es una explicación targúmica del nombre de Yahvé, para significar la eternidad
de Dios, que domina todos los tiempos. El Targum de Jonatán (s.III-IV d.C.) sobre Dt
32:39 tiene: "Yo soy aquel que es, y que fue y que será." De igual modo, los escritores
paganos atribuyen a Júpiter esta misma expresión: "Júpiter es, fue y será." El futuro sera,
que emplea el Targum de Jonatán y Pausanias, parece más apropiado para abarcar toda la
duración de los tiempos. Sin embargo, nuestro profeta sustituyó el que sera por el que
viene, que concuerda mejor con el tema del libro, que es el de la venida de Dios a juzgar
al mundo. Ερχόμενος implica una intervenciσn de Dios en la historia humana para llevar
a cabo su plan salvífico. Después de mencionar al Padre Eterno como el que es, el
que era y el que viene, el autor sagrado pasa a hablarnos de los siete espíritus que
están delante de su trono. A propósito de esta expresión son posibles dos
interpretaciones. La primera es la que cree que aquí San Juan se refiere a los siete ángeles
de la tradición judía, que sirven ante el trono de Yahvé 23. Y el hecho de que se hable de
ellos antes de Jesucristo sería únicamente para indicar su posición junto al trono de Dios,
sin que se quiera expresar jerarquía 24. La segunda interpretación, que nos parece la más
probable, es la que ve en esta frase una alusión al Espíritu Santo septiforme 25. Esta
manera de ver está avalada por varias razones: en la fórmula trinitaria inicial, los siete
espíritus son mencionados antes de Jesucristo, y están colocados en el mismo rango que
el Padre y el Hijo. Además, la gracia y la paz que Juan desea a sus lectores, son un don
divino, que, en el Nuevo Testamento, es concedido por Dios y nunca por los ángeles. De
ahí que la tradición latina admita unánimemente que este pasaje se refiere al Espíritu
Santo. En cambio, la tradición griega está dividida: unos admiten la referencia al Espíritu
Santo y otros a los siete ángeles 26. Por consiguiente, creemos que la fórmula de Ap 1:4-5
es trinitaria y que supone la igualdad de las personas divinas, fuente indivisible de vida y
de felicidad27. El hecho de que San Juan ernplee la imagen de los siete espíritus para
designar al Espíritu Santo, tal vez haya sido motivada por el simbolismo del número
siete, que tanta importancia tiene en el Apocalipsis. Por otra parte, también el texto de
Isaías de los siete dones del Mesías 28, y el de Zacarías sobre los siete ojos divinos 29,
pudieron sugerir la imagen al vidente de Patmos. Del mismo modo que los siete cuernos
y los siete ojos del Cordero simbolizan el poder absoluto y el conocimiento perfecto de
Jesucristo, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud de los dones divinos del
Espíritu Santo, con los cuales consolará y fortificará a los fieles en la lucha que tienen
entablada con las Bestias.
A Jesucristo se le designa, en nuestro pasaje (v.5), con varios apelativos, muy propios del
Apocalipsis. Se le llama primeramente testigo veraz, como en Ap 3:14. Designación muy
propia de San Juan, pues él mismo nos dice en el cuarto evangelio que Cristo vino al
mundo a "dar testimonio de la verdad." 30 El segundo título de Jesucristo es el ser
primogénito de los muertos. Esto significa que El es el primero que resucitó a una vida
gloriosa e inmortal, y que, por lo tanto, es el fundamento y el garante de nuestra propia
resurrección, como afirma también San Pablo 31. La expresión "primogénito de los
muertos" supone una concepción curiosa del Seol-Hades: el Seol, o región de los
difuntos, es concebido como una mujer encinta que retiene en su seno a los muertos, y la
resurrección, como un nacimiento 32. El tercer apelativo dado a Cristo es el de príncipe de
los reyes de la tierra, pues le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo 33. γ San
Pablo enseña que, por las humillaciones de su pasión, Jesucristo recibió del Padre el
título de Señor, con pleno poder en el cielo, en la tierra y hasta en los infiernos 34. El título
de Cristo-Rey es como el tema principal del Apocalipsis, e insinúa una oposición a los
emperadores romanos 35. San Juan desea destacar la soberanía de Jesucristo sobre todos
los poderes, principalmente sobre el poder imperial que se oponía violentamente a la
difusión de la Iglesia en la tierra. Esto era necesario para consolar e infundir nuevo valor
a los cristianos, mostrándoles la superioridad de Cristo sobre todos los poderes terrenos.
Jesucristo, además de ser Rey y Señor de toda la creación, es también el Redentor, que
nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre (ν.5) 36.
Jesucristo nos amó y nos dio la mayor prueba posible de su amor muriendo por nosotros
37
y librándonos de los pecados en virtud de su sangre derramada. San Pablo dice lo
mismo en su epístola a los Efesios: "Cristo nos amó y se entregó por nosotros en
oblación y sacrificio a Dios" 38 El rescate por la sangre es una doctrina común del
cristianismo primitivo 39. Cristo es el Pontífice de la nueva alianza, que, en virtud de su
sangre, se ha convertido en Mediador supremo entre Dios y nosotros y nos ha hecho
participantes de su soberanía real y sacerdotal.
La doxología del v.6 parece evocar en la mente del autor sagrado la última venida
triunfal de Cristo sobre las nubes del cielo, ante la mirada atónita de todos los pueblos
(v.y). El profeta está tan seguro de la próxima venida de Jesucristo, que lo presenta ya
como avanzando en medio de las nubes. La imagen de la parusía de Cristo rodeado de
nubes proviene del profeta Daniel, que en visión nocturna ve "venir en las nubes del
cielo a uno como hijo de hombre" 47. Nuestro Señor también se sirvió de ella delante del
sumo sacerdote para confesar su mesianidad y su triunfo futuro48. La relación que tiene
esta confesión de Jesús ante Caifas con su pasión redentora, recuerda a Juan un texto del
profeta Zacarías: "Y a aquel a quien traspasaron, le llorarán como se llora al hijo único, y
se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito." 49 El profeta alude a un llanto
general a causa de la muerte de un justo traspasado, que parece haber sido v íctima
inocente del pueblo elegido. Yahvé llevará a cabo una efusión de gracias divinas sobre
los moradores de Jerusalén, por cuyo medio Dios producirá en ellos un cambio interior,
que les hará convertirse de nuevo a El y llorar, con un duelo nacional, la muerte del
misterioso justo. San Juan aplica el texto de Zacarías a Jesucristo crucificado por el
mismo pueblo judío: Cristo es el Justo traspasado de la profecía. Pero también llegar á un
tiempo en que los judíos reconocerán su pecado y se lamentarán en señal de dolor y de
arrepentimiento. En nuestro texto son todas las tribus de la tierra las que condividen los
remordimientos de Israel.
La alusión a la crucifixión y a la lanzada de Cristo es bastante clara, tanto más cuanto que
es Juan quien nos transmite la noticia de esta última 50. La crucifixión parece asociada, en
el v.7, a la gloria parusíaca, como en Mt 24:30.
La doble afirmación con que se termina el v.7: Sí, amén, indica la solemnidad y la
convicción de lo que acaba de decir. Recuérdese el amén, amén del cuarto evangelio.
Del mismo modo que sucede al final de los oráculos proféticos, una declaración divina
garantiza la verdad de lo que acaba de decir.
Las últimas palabras de esta sección están puestas en boca del Señor Dios (= Yahvé-
Elohim). El que habla es el Padre, el cual hace una declaración de su eternidad: Yo soy el
alfa y la omega (v.8), o sea el principio y el fin de las cosas. Esta designación simb ólica
de la divinidad — que en otros lugares será aplicada al mismo Cristo — por la primera y
la última de las letras del alfabeto griego, tal vez sea la imitación de un procedimiento
tomado de los rabinos. Estos también solían designar a Yahvé con la primera y la última
de las letras del alfabeto hebreo: a/e/ y tau. En la literatura rabínica también se dice que
el sello de Dios es el 'emet, es decir, la "fidelidad y la firmeza"; y esa expresión está
escrita con la primera, la mediana y la última letra del alefato hebreo 51. La expresión de
San Juan también pudiera tener estrecha relación con la mística helenística de las letras,
que era frecuente entonces. Así la serie αεηιουω en los papiros mαgicos, significa la
universalidad del mundo, y sirve, al mismo tiempo, para designar a la divinidad 52.
Finalmente, el autor sagrado insiste de nuevo sobre la eternidad de Dios y sobre el poder
absoluto que tiene sobre toda la creación: (Yo soy). el que es, el que era, el que viene, el
todopoderoso (v.8). Con esto quiere tranquilizar a sus lectores, pues el Dios justo y
triunfador del pasado continuará siendo el mismo en todos los tiempos, ya que su
soberanía sobre todos los seres es absoluta.
Juan, al volverse para ver al que le hablaba, lo primero que contempla son siete
candelabros de oro. En medio de ellos había uno semejante a un hijo de hombre (v.12-13).
Es Jesucristo que se le aparece en sus funciones de juez escatológico, como en Daniel
7:13. Jesús empleó con mucha frecuencia esta expresión daniélica, aplicándosela a sí
mismo 64. Era un título mesiánico que ponía de realce las cualidades humanas de Cristo.
La Iglesia cristiana primitiva lo empleó muy raramente, prefiriendo llamarle Señor, con
el fin de poner de manifiesto su carácter divino. El autor del Apocalipsis describe las
prerrogativas de Cristo simbólicamente; su túnica talar lo caracteriza como sacerdote 65,
y su cinturón de oro designa la dignidad regia del Mesías66. El sumo sacerdote de la
Antigua Ley llevaba también una larga túnica talar, ceñida con una faja de cuatro dedos
de ancho 67. Los cabellos blancos, como la nieve 68, significan la eternidad del personaje
que ve Juan. Los ojos llameantes indican la mirada que todo lo penetra y de la que nadie
puede huir. Es su ciencia divina 69. Una majestad aterradora parece como desprenderse de
toda su persona: sus pies son como azófar (una aleación de cobre y cinc) incandescente;
su voz, potente como el ruido de muchas aguas; su aspecto, resplandeciente como el sol.
Esta descripción se apoya indudablemente en las narraciones de Ezequiel y Daniel, que
contemplan a su personaje resplandeciente cual bronce bruñido 70. Ezequiel contempla a
"una figura semejante a un hombre que se erguía sobre el trono; y lo que de él aparecía,
de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo,
como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía" 71. Y Daniel todavía
nos describe con mayor detalle "a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro.
Su cuerpo era como de crisólito, su rostro resplandecía como el relámpago, sus ojos eran
como brasas de fuego, sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su
voz era como rumor de muchedumbre" 72.
Todos los elementos de esta descripción contribuyen a darnos una imagen impresionante
del misterioso personaje que se le aparece a Juan, el cual, como ya dejamos indicado, no
es otro que Jesucristo glorioso.
A la vista de esta aparición, San Juan sufre un desmayo, del que le hace volver Cristo,
que le conforta, inspirándole confianza. Escenas semejantes las encontramos en los
profetas Ezequiel y Daniel75. Las palabras que le dirige Cristo son tranquilizadoras, y se
proponen infundirle ánimo. Con este mismo fin, Jesucristo enumera sus títulos y
poderes: yo soy el primero y el último (v.18). Esta designación, tomada probablemente
de Isaías 44:6, en donde se aplica a Yahvé, es sinónima de la expresión alfa y omega 76.
Dios siempre es el mismo; y por eso Juan no ha de temer, pues Jesucristo es tan
misericordioso como cuando él le conoció en este mundo.
Cuando quiere la puede soltar para que actúe en el mundo y la puede volver a encerrar
bajo llave cuando lo estime conveniente. Este poder extraordinario de Cristo ha de servir
para tranquilizar a San Juan, y para justificar ante sus ojos y ante los de las siete iglesias
el mensaje que va a comunicarle.
Una segunda prerrogativa de Cristo es la de tener derecho de gobierno sobre las iglesias.
Y, finalmente, es dueño de los destinos de esas mismas iglesias y del mundo entero.
Estas dos últimas prerrogativas están expresadas en el v.1q, cuando Cristo ordena a Juan
escribir para las siete iglesias tanto lo presente como lo que ha de suceder después. Las
cosas presentes se refieren al estado de las siete iglesias, y las cosas futuras parecen
aludir a lo que dirá en el resto del Apocalipsis. Por consiguiente, la profecía tendrá por
objeto no sólo el futuro, sino también el presente. San Pablo concebía el carisma de la
profecía como un don que Dios da para exhortar, consolar y edificar79.
Las iglesias están representadas por siete candeleros (v.20), porque participan de la luz de
Cristo. El hijo del hombre, Cristo, vive en medio de ellos (cf. v.13). Las siete estrellas en
la mano diestra de Cristo representan los ángeles de las siete iglesias. Según las
concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por
ángeles 80, sino también las personas y las comunidades. De ahí que San Juan considere
cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta 81. Estos
ángeles tutelares eran los obispos de las diversas iglesias, que, a su vez, representaban a
Cristo ante las comunidades.
1 Gf. Lc 2:32; Ef 1:17. — 2 De diecisiete veces que se emplea el t érmino apocalipsis en el Ν. Τ., catorce
veces pertenecen a las epνstolas de San Pablo. — 3 Cf. 2 Tes 1:7; Rom 2:5; 8:19; 1 Cor 1:7; ver 1 Pe
1:7.13; 4:13. — 4 Rom 16:25; 2 Cor 12:1; Gal 1:12; 2:2; Ef 3:3. — 5 Ap 2-3- — 6 Cristo reveló a su Padre
al mundo, pero aquí lo hace por medio de un ángel (cf. Ap 22, 6.16) para acomodarse al estilo apocal íptico.
A partir de Ezequiel, Zacarías y Daniel, los ángeles eran los gu ías de los videntes y los int érpretes de sus
visiones. El ángel, enviado por Jesu-isto y como ministro suyo, viene a comunicar la revelaci ón a Juan.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es frecuente el ministerio de los ángeles entre Dios y
los hombres (£,240:1-44:3; Zac 1:9; 2:3; Dan7,16; 8:15-26; 9:20-27; 10:4-21; 12:5-12; Ap 22:6-9). — 7 Cf.
Jn 1:18; 5:20ss; 7:16; 14:10; 17:8. — 8 Cf. Ap 1:9, en donde vuelve a presentarse como Juan, recordando
al mismo tiempo a Js lectores que, como ellos, ha tenido que sufrir la tribulaci ón en la isla de Patmo^.
Véase también Ap 22:8. — 9 Ap 22:8-9. — 10 Jn 19:35; 21:21; 1 Jn 1:1-3. — 11 Gf. 1 Cor 14. — 12 Cf. Ap
1:3; 14:13; 16:15; 19.9; 20:6; 22:7.14. El nombre de macarismo proviene del adjetivo griego μακάριος:
feliz, dichoso, bienaventurado. Por eso los griegos llaman μακαρισ-μοί las bienaventuranzas del sermσn
de la Montaña. — 13 Cf. S. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl
34 (1960) 57-88. Véase también el Excursus I: Los siete macarismos del Apocalipsis, del mismo autor, en
La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.618-621. — 14 Cf. Ap 22:10. — 15 Cf.
M. García Cordero, El libro de los siete sellos (Salamanca 1962) ρ.34· — 16 Cf, Jer 1:1-3. — 18 The Letters
to the Seven Churches of Asia (Londres 1904). — 19 Cf. EB 4 Jn.57-59. — 20 Ap 22:21 — 21 Cf. Lc 1:30.
— 22 Jn 14:127. — 23 Cf. Tob 12:15. Ver también el Targum de Jonatán sobre Gen 11:7: "Dijo Dios a los
siete ángeles que están en su presencia." — 24 Cf. P. Jouon, Apocalypse 1:4: RSR 21 (1931) 486-487. — 25
Cf. Is 11:2-3(LXX). — 26 Cf. J. M. Bover, Los siete espíritus del Apocalipsis: Razón y Fe 52 (1918) 289-99;
J. Lebreton, Histoire du dogrne de la Trinité7 (París 1927) p.628-631; E. B. Allo, Apocalypse (París 1933)
p.8-9; A. Skrinjar, Les sept Esprits: Bi 16 (1936) 1-24.113-140; J. Michl, Die En-elvorstellungen in der
Apokalypse des heiligen Johannes: I. Die Engel um Gott (München 1937) 112-210; E. Schweizer, Die
sieben Geister in der Apokalypse: Evangelische Theologie n (1951-1952) 502-512; L. F. Rivera, Los siete
espíritus del Apocalipsis: Revista Bíblica 64 (Buenos Aires 1952) 35-39- — 27 Así lo cree tambi én el P. E.
B. Allo. Véase su obra U Apocalypse p.6. — 28 Is 11:2-3. — 29 Zac 3:9; 4:10. — 30 Jn 18:37. — 31 Cf. 1
Cor 15:20; Col 1:18. — 32 Cf. Act 2:24. Véase también IV Esdr ás 4:33-42. J. Chaine, Des éente du Christ
aux en-fers: DBS II 414-415. — 33 Mt 28:18. — 34 Fil 2:6-9. — 35 Cf. A. Gelin, Apocalypse, en La Sainte
Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1938) P-596s. — 36 Los v. 5-6 constituyen una especie de doxolog ía, la
primera de las muchas contenidas en el Apocalipsis. Deben de ser sin duda ecos de las asambleas
cristianas, que nos son conocidas por la 1 Cor y la Didajé. Estas doxologías, introducidas a veces con
Allelu-Yah (Ap iq,iss), parecen ser una herencia del judaismo. Son de gran importancia teol ógica, sobre
todo para la cristología. — 37 Jn 15:13. — 38 Ef 5:2. — 39 Cf. Mc 10:45; Rom 3:24; Heb 0:11-22. — 40 1
Pe 2:9. Cf. M. García Cordero, El sacerdocio real en 1 Pe 2:9: CultBib 16 (1959) 321-323; véase en Recueil
L. Cerfaux (Gembloux 1954) II p.283-315, el artículo Regale Sacer-dotium; R. B. Y. Scott, A Kingdom of
Priests, en Oudtestamentische Studien VIII (Leiden 1950) p.213-219; J- Lécuyer, Le sacerdoce dans le
mystére du Christ (París 1957) p.iyiss. — 41 Ex 19:6; cf. Ap 5:10; 20:6. — 42 Ap 5:9-10. — 43 Heb 7:20.
— 44 Rom 12:1. — 45 Cf. W. H. Brownlee, The Priestly Character ofthe Church in the Apocalypse:
NTStS (1959) 224-225. — 46 Cf. A. Gharue, Les Építres Catholiques, en La Sainte Bible, de Pirot-Clamer,
XII P-453S. Véase también M. García Cordero, a.c.: CultBib 16 (1959) 322S. — 47 Dan 7:13. — 48 Mt
26:64; Me 14:62. Jesús también empleó la imagen de Daniel en el discurso escato-logico (Mt 24:30; Mc
13:26; Le 21:27). — 49 Zac 12:10. — 50 Jn 19:34- — 51 Cf. G. Kittel, Theologisches Worterbuch zum N.
T. I 2 ; S. bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p. óo ó. — 52 E.
B. Allo, o.c. p.8. — 53 Jn 6.155. — 54 Jer i,4ss. — 55 Ez 1-2. — 56 Dan 7:28; 8:1. — 57 Hist. Nat. 4:12:23.
Cf. G. camps, Patmos: DBS VII 73-81. — 58 Comm. in Apocalypsin: PL 5:317. — 59 De viris illustr. 9:
PL 23:625. Véase también A. berjon, San Juan en Patmos: CultBib 10 (1953) 51-52. — 60 Cf. Api,6. — 61
Cf. Act 20:7-8; 1 Cor 16:1-2. La Didajé (14:1) afirma claramente que los cristianos se reunían el domingo
para la fracción del pan. Y San Ignacio de Antioqu ía dice expresamente: "Vivid, no ya sabatizando, sino
según el día dominical" (Ad Magn. 9:1: F. X. Funk, I 235-239). — 62 Cf. A. Gelin, L'Apocalypse, en La
Sainte Bible de Pirot-Clamer (París 195i)p.598. — 63 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of
Asia (Londres 1906) p.iqiss. — 64 Mt 16:13-27; 17:9: Me 9:8s. — 65 Cf. Lev 8:13. — 66 Dan 10:5. — 67
Ex 28:4.31-32; 29:5· Cf. josefo flavio, Ant. 3:7:4. — 68 Cf. Dan 7:9- — 69 Cf. Dan 10:6. — 70 Ez 1:7;
Dan 10:6. — 71 Ez 1:26-27. — 72 Dan 10:6. — 73 Cf, S. Bartina, En su mano derecha siete ásteres: EstEcl
26 (1952) 71-78. — 74 Cf. S. Bartina, Una espada salía de la boca de su vestido: EstBib 20 (1961) 207-217. —
75 Ez 1:28; 2:1-2; Dan8,18; 10:15-19. — 76 Ap 1:8; 22:13. La expresi ón "Yo soy el primero y el último"
se encuentra otras dos veces en el Apocalipsis (2:8; 22:13) y siempre es aplicada a Jesucristo. — 77 Cf. Jn
5:26-28; 1 Pe 3:19; 1 Sam 2:6. — 78 Is 38:10. — 79 1 Cor 14:3. — 80 Cf. Ap 7:1; 14:18; 16:5. — 81 Cf. M.
E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dej érusalem p.so; A. Skrinjar, Antiquitas christiana de
angelis septem ecclesiarum (Ap 1-3): VD 22 (1942) 18-24.51-56; W. H. Brownlee, The Priestly Character of
the Church in the Apocalypse: NTSt 5 (19583) 224-225.
Estos dos capítulos se diferencian claramente del resto del libro. Y, sin embargo, son
inseparables de todo el conjunto del Apocalipsis. Porque, de una parte, la mención de los
atributos de Jesucristo, al comienzo de cada una de las cartas, está tomada de la visión
inaugural l; de otra parte, las promesas con que termina cada epístola resultan
incomprensibles si no se tiene presente el final del Apocalipsis 2, que da la explicación de
símbolos como el "árbol de la vida" y la "nueva Jerusalén." 3 El mismo Cristo, que en in
había ordenado al profeta escribir cuanto viere, es el mismo que ahora dicta a San Juan
estas epístolas dirigidas a las siete iglesias.
El plan de las cartas es uniforme, y la simetría es casi perfecta. Todas comienzan por esto
dice, y el que habla es Jesucristo, designado por uno de sus siete atributos: por aquel que
dice mayor relación con la condición especial de cada Iglesia. Todas terminan por una
promesa dirigida al vencedor, o sea a todo cristiano fiel, la cual responde más o menos
directamente al atributo proclamado. En el cuerpo de cada carta también se observa el
mismo orden. Las palabras de Cristo comienzan en todas las cartas por conozco, que
tiene por complemento la situación de la iglesia, con las amonestaciones oportunas. En
todas las cartas se encuentra la expresión el que tenga oídos, y a continuación se declara
que es el Espíritu el que habla a las Iglesias, es decir, el Espíritu Santo que posee Jesús 4.
Este Espíritu aparece aquí como una persona.
La doctrina de las cartas presenta muchas semejanzas con el resto del Nuevo
Testamento, especialmente con los sinópticos, con las epístolas a los Tesalonicenses,
Colosenses, con la epístola de Santiago y la i Pe. La cristología se presenta ya muy
avanzada, sobre todo en la afirmación clara de la divinidad de Jesús. El objeto principal
de las promesas — a semejanza del cuarto evangelio — es la vida de la gracia, la vida
eterna del Evangelio, comenzada ya en este mundo y que se completará en la gloria.
Los motivos que indujeron a San Juan a escribir estas cartas debieron de ser los peligros
y errores que comenzaban a introducirse en las comunidades cristianas. Los peligros de
las iglesias son más bien interiores que exteriores. La persecución parece que es todavía
considerada como algo futuro. Juan conoce perfectamente la historia y la geografía de
estas ciudades asiáticas, lo que supone que ya había vivido en ellas 5.
Las cartas están dirigidas al ángel de cada iglesia, que debe representar al jefe o al obispo
de cada una de ellas. Esto supone que ya existía en todas partes un episcopado
monárquico. Aunque el apóstol fuese el obispo de Efeso, esto no impide que San Juan se
dirija al pastor de esta iglesia, ya que podía tener un pastor local distinto del apóstol; o, al
menos, alguien había tenido que sustituirle durante su destierro 6
Capitulo 2.
Carta a la iglesia de Efeso, 2:1-7.
1
Al ángel de la Iglesia de Efeso escribe: Esto dice el que tiene en su
diestra las siete estrellas, el que se pasea en medio de los siete
candeleros de oro. 2 Conozco tus obras, tus trabajos, tu paciencia, y
que no puedes tolerar a los malos, y que has probado a los que se
dicen apóstoles, pero no lo son, y los hallaste mentirosos, 3 y tienes
paciencia y sufriste por mi nombre, sin desfallecer. 4 Pero tengo
contra ti que dejaste tu primera caridad. 5 Considera, pues, de dónde
has caído, y arrepiéntete, y practica las obras primeras; si no, vendr é
a ti y removeré tu candelero de su lugar si no te arrepientes. 6 Mas
tienes esto a tu favor, que aborreces las obras de los nicolaítas como
las aborrezco yo. 7 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice
a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que
está en el paraíso de mi Dios.
Efeso es nombrada en primer lugar a causa de su importancia y por ser la metr ópoli de la
provincia proconsular de Asia. La ciudad era muy antigua y la más rica del Asia Menor
en aquel tiempo. Dotada de un gran puerto, con un territorio muy fértil, y una industria
muy floreciente, era un gran centro comercial entre el Oriente y el Occidente. En ella
confluían las grandes vías romanas que venían de Galacia, de Mesopotamia y de
Antioquía. Su grandioso templo de Artemis o Diana, considerado como la séptima
maravilla del mundo, era famoso en toda la antigüedad y hacía de la ciudad un centro
religioso de los más notables del mundo antiguo. En la época de Domiciano vino a ser
también el centro del culto imperial de la provincia proconsular de Asia. Era también la
residencia del procónsul romano. Y en ella residía una numerosa colonia judía 7.
La iglesia de Efeso había sido fundada por San Pablo en su tercer viaje apost ólico 8. El
Apóstol de las Gentes llegó a Efeso por los años 53-56, y predicó allí con grande éxito
durante casi tres años. Tuvo que abandonar la ciudad a causa de la sublevación de los
orfebres, que veían amenazada su industria de fabricación de estatuitas de Diana con la
propagación de la fe cristiana. Más tarde, probablemente después de la ruina de
Jerusalén, el año 70, San Juan vino a establecerse en Efeso, y allí se mostraba su sepulcro
y hasta la casa en que había vivido en compañía de la Virgen María. Despu és de la ca ída
de Jerusalén, Efeso vino, pues, a convertirse en el primer centro del cristianismo oriental.
En la actualidad, Efeso no es más que un campo de ruinas grandiosas, que, por s í solas
hablan de la importancia que tuvo esta ciudad en la época en que San Juan escrib ía el
Apocalipsis.
El autor sagrado describe a Cristo con rasgos tomados de Ap 1:13. Se añade, además, el
detalle de que se pasea en medio de los siete candeleros de oro, como para significar con
esta actitud su dominio sobre todas las Iglesias, pues Efeso era como la metrópoli de
todas las demás que ha de nombrar. Jesucristo tiene en su mano y domina a todos los
jefes de las iglesias, y es señor absoluto de ellas. El hecho de pasear por en medio de ellas
significa que Cristo vigila constantemente sobre esas comunidades cristianas.
Jesucristo conoce la vida de la iglesia de Efeso, de la cual hace un gran elogio. En los
trabajos sufridos y en las persecuciones padecidas por el nombre de Jesús ha mostrado
paciencia; y no ha tolerado la presencia de malvados y falsos apóstoles en su comunidad
(v.2-3). Se hace particular referencia a los seudoapóstoles, de los cuales habla ya San
Pablo en la 2 Cor 9, poniendo en guardia a los fieles contra esos falsos maestros. Se
servían de mil maneras para sembrar entre los cristianos doctrinas corruptoras, que
producían confusión y mucho daño en las almas. La Didajé 10 manda que para descubrir
el verdadero espíritu de los que se presentaban como apóstoles, profetas, maestros, se
confrontase su vida y doctrina con la vida y la doctrina de Cristo. La iglesia de Efeso los
ha probado y los ha hallado mentirosos. Se debe de tratar de los nicolaítas (cf. v.6) o de
otros propagandistas de la semilla gnóstica, o también de judíos o judaizantes, que se
esforzaban por introducirse y perturbar las comunidades cristianas. El Señor alaba la
conducta de la iglesia de Efeso con estos falsos doctores. San Ignacio de Antioqu ía alaba
igualmente a la iglesia de Efeso por haber cerrado sus oídos a los falsos doctores 11.
El hermoso elogio que hace Jesucristo de esta iglesia, tanto en lo referente a su fidelidad
doctrinal como en la paciencia manifestada en las persecuciones, supone que la vida
cristiana en lo que tiene de más esencial era floreciente en ella. Pero entonces, ¿cómo se
entiende el reproche que le dirige: Tengo contra ti que dejaste tu primera caridad? (v.4).
Ahora bien, la caridad es la virtud esencial de la vida cristiana 12. ¿Cómo explicar, pues,
esta especie de paradoja? Para entender esto hemos de tener presente que el verbo ι,
empleado aquν por San Juan, puede significar "renunciar, abandonar," pero también
"aflojar, descuidar." Y el reproche que le dirige Cristo parece ser a causa de su
negligencia. El aflojamiento de los efesios en la caridad, sin constituir un abandono
propiamente dicho de la caridad, es una desobediencia progresiva o una vía de escape de
una obligación rigurosa que tienen todos los cristianos de practicar la caridad 13. Por
consiguiente, la iglesia de Efeso se ha resfriado en el fervor de su caridad primera. San
Juan opone la caridad actual de la iglesia a la que tuvo en un principio, es decir, despu és
de la conversión de los efesios. La caridad en aquella época era muy fervorosa. Pero con
el tiempo, en lugar de desarrollarla mediante el continuo ejercicio para que diese sus
frutos, la han dejado decaer.
La caridad de que nos habla aquí Juan no parece referirse únicamente al fervor interior.
En Ap 2:5 y 19 es asociada expresamente con las obras. De donde se deduce que se trata
de la manifestación concreta del amor. Y esa manifestación se lleva a cabo por medio de
las obras de caridad para con el prójimo, especialmente para con los pobres. Por lo tanto,
esta caridad debe de ser la caridad fraterna manifestada en las obras de misericordia 14. El
reproche del v.4 está, por consiguiente, en una línea auténticamente joánica, pues el
mismo San Juan es el que dice: "Quien ama a su hermano está en la luz, y en él no hay
escándalo"15. La caridad es como el lazo que da consistencia y vigor a todas las virtudes.
Los efesios, con su cansancio en la práctica de esta virtud, ponen en peligro toda su vida
moral. Su pereza en el ejercicio de las obras de caridad les conduce a una especie de
tibieza espiritual. Conservan, es verdad, su capacidad de amar divinamente, porque no
han perdido la gracia, pero se muestran perezosos en la práctica de la caridad 16.
Sin embargo, la iglesia de Efeso tiene a su favor el hecho de haber aborrecido las obras
de los nicolaítas (v.6). No sabemos con seguridad quiénes eran estos nicolaítas. En la
antigüedad ha habido muchos escritores que ligaban equivocadamente esta secta con el
diácono Nicolás 18. No obstante, no se conoce con certeza ni su autor ni sus ense ñanzas
erróneas, que debieron de ser de orden moral. Según Clemente Alejandrino 19, los
nicolaítas permitían comer las carnes sacrificadas a los ídolos, después de echar sobre
ellas los exorcismos, y afirmaban que la fornicación no era pecado. En cuyo caso, los
nicolaítas constituirían una especie de herejía pregnóstica, que sería la continuadora, en
las iglesias del Asia, del error del cual nos hablan las epístolas paulinas de la cautividad y
las pastorales. Ha habido también autores modernos que han visto en nicolaítas un juego
de palabras: los nicolaítas habría que identificarlos con los baalamitas de la Iglesia de
Pérgamo 20 y con la Jezabel de Tiatira 21, pues reflejarían los mismos vicios. En este caso,
las palabras griegas νίκα λαόν = “ιl domina al pueblo" de Dios, equivaldrían a la
expresión hebrea baaíam = "dueño del pueblo" de Dios. Se trataría, pues, de un nombre
simbólico, no de un nombre histórico. A continuación San Juan trata de atraer la atención
de sus lectores para que mediten seriamente en el sentido del mensaje que les acaba de
exponer: el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (v.7). En los
evangelios, Jesucristo emplea también frecuentemente esta misma expresión 22. El
Espíritu que habla es el Espíritu Santo, inspirador de los profetas. Pero aquí es
presentado como Espíritu de Cristo, porque es el mismo Cristo el que habla 23. Ese
Espíritu conoce perfectamente el corazón de los hombres y sabe valorar sus acciones.
Por eso puede reprender y corregir con conocimiento de causa. Y al mismo tiempo, como
Dios, puede amenazar con castigos o bien ofrecer premios. Al cristiano que haya sido fiel
y que, por lo tanto, haya resultado vencedor 24 el Señor le dará en premio a comer del
árbol de la vida (v.7) 25. La vida cristiana es una especie de milicia, pues presupone una
continua lucha contra todo lo que le puede apartar de Dios. Pero al que venciere, el Señor
le dará el don de la inmortalidad. La imagen del árbol de la vida procede del G énesis 26,
que lo coloca en medio del paraíso, guardado por querubines para que el hombre caído
no logre arrebatar su fruto y recobrar la inmortalidad 27. En la literatura rabínica y
apocalíptica se alude con frecuencia al árbol de la vida que se da a comer a los
vencedores 28. Y según las ideas judías de entonces, atestiguadas por diversos apocalipsis
apócrifos 29, el paraíso y el árbol de la vida debían volver a aparecer al fin de los tiempos
para gozo de los elegidos. Sin embargo, el árbol es una pura imagen. El premio
prometido es la inmortalidad bienaventurada. El árbol de la vida, que estaba en el paraíso
terrenal, confería al que lo comía el don de la inmortalidad 30. Pero, por el pecado, el
hombre quedó privado del don de la inmortalidad. Ahora Cristo promete a todo cristiano
que venciere al pecado el don de la inmortalidad gloriosa en el cielo. Esto es lo que
significa comer del árbol de la vida que está en el paraíso de mi Dios. La literatura
apocalíptica, siguiendo en esto el ejemplo de los profetas, idealiza frecuentemente el
futuro mesiánico comparando su felicidad con la del paraíso terrestre 31.
En virtud de la identidad joánica entre gracia y gloria, también se podría ver aquí la
presencia de Cristo en el alma fiel. Desde esta vida Cristo y el Esp íritu Santo nutrir án a
los cristianos fieles con el alimento que da la vida 32.
Esmirna era otra de las grandes ciudades del Asia Menor, situada a 50 kilómetros al norte
de Efeso. Edificada sobre una grande bahía, disfrutaba de un magnífico puerto. Se
distinguió siempre por su fidelidad a Roma en sus luchas contra los Seléucidas, Cartago
y Mitrídates. Por eso se le concedió el título de fiel. Este fervor por Roma lo manifestó
también levantando, la primera de todas las ciudades, en el año 195 a. C., un templo a la
diosa Roma. En el año 26 d.C. obtuvo, antes que Efeso y Sardes, el privilegio de erigir un
templo a Tiberio, a Livia y al Senado 33. Ignoramos cuándo recibió Esmirna la fe de
Cristo. Es muy probable que la haya recibido de Efeso, por medio de algunos convertidos
por San Pablo en esta ciudad 34. Esmirna era una ciudad rica y de mucho comercio. Por
eso contaba con una comunidad numerosa de judíos. Es probable que por la fecha en que
se escribía el Apocalipsis fuese ya obispo de Esmirna San Policarpo: discípulo de San
Juan, que, al morir mártir por no querer decir, "César es Señor" (f 156), llevaba ochenta y
seis años sirviendo a Cristo. Los judíos fueron los que impulsaron al pueblo a pedir su
muerte. De todas las ciudades antiguas de la provincia, es Esmirna la única que ha
renacido de sus cenizas, gracias a su magnífico puerto. Actualmente existe en Esmirna
un buen grupo de católicos con su obispo. Se supone que Esmirna fue la patria de
Hornero 35.
Jesucristo hace un buen elogio de la iglesia de Esmirna, que ha sufrido mucho, pero que
todavía tendrá que sufrir más. En la causa de estos padecimientos tendrán parte los
judíos, los cuales no merecen este honroso nombre, sino el de sinagoga de Satán (v.q).
Los judíos, muy numerosos e intrigantes en Esmirna, como en Efeso, han sido siempre
particularmente duros para el cristianismo, como se ve por el Martirio de San Policarpo
36
, en el que aparecen ellos como los principales instigadores contra el santo obispo.
Aquí, como en tantas otras partes, se cumple el dicho de Tertuliano: "Synagogas
iudaeorum fontes persecutionum." La blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son
debió de consistir probablemente en renegar de Jesucristo y de su Iglesia 37. Por eso
mismo, no son verdaderos judíos; pues, en realidad, solamente los que creen en
Jesucristo son los verdaderos judíos, los auténticos herederos de los privilegios del
pueblo elegido. Los cristianos son, como dice San Pablo, el verdadero Israel de Dios 38.
San Juan también reconoce el singular privilegio de los judíos, como se ve por su
evangelio 39 y por este pasaje, pero a condición de que se mantengan en el plan
establecido por Dios. En una ciudad rica, los fieles son pobres en bienes materiales, pero
ricos en virtudes y merecimientos ante Dios. La antítesis riqueza espiritual y pobreza
material 40 es empleada de nuevo, aunque en sentido inverso, en la carta a la iglesia de
Laodicea41. La comunidad cristiana de Esmirna se encuentra en estado de tribulación y de
pobreza, causado probablemente por la persecución de los judíos, auxiliados a su vez por
los poderes públicos. Unos y otros se han aprovechado de la ocasión para despojar a los
cristianos de sus bienes. Por otra parte, sabemos que los cristianos primitivos procedían
en su mayoría de la clase más pobre y humilde.
Pérgamo, otra de las grandes ciudades de Asia Menor, estaba a unos 70 kilómetros al
norte de Esmirna y a unos 30 del mar. Su grandeza y prosperidad databan del año 282 a.
C., en que fue constituido el reino de los Atálidas, que duró hasta el a ño 133 a. C. En este
año, el rey Átalo III se sometió al dominio de Roma. Estaba situada sobre una solitaria
colina de unos 300 metros de altura, desde la que dominaba el amplio valle del Caico.
Los reyes de Pérgamo habían fundado en ella una gran biblioteca, que competía con la de
Alejandría. Esto dio origen al desarrollo de una industria, la del pergamino, que sustituía
al papiro para la composición y escritura de los libros. Fue famosa por sus monumentos
religiosos, entre los cuales descollaba el santurario de Zeus Soter, en el que los reyes de
Pérgamo habían levantado un altar colosal, en uno de cuyos lados estaba representada la
Gigantomaquia, o sea la lucha de los gigantes con los dioses. También era notable el
culto de Esculapio, a cuya sombra nació el cultivo de la medicina. De sus escuelas salió
el insigne Galeno. Pérgamo fue la sede de un Augusteum, o templo dedicado al
emperador Augusto, y otro dedicado a la diosa Roma48. Sobre los orígenes del
cristianismo en Pérgamo nada sabemos.
Cristo alaba la fe y la fortaleza de la Iglesia de Pérgamo, porque, aun morando donde está
el trono de Satán, ha mantenido firme la fe recibida. Pérgamo podía ser llamada con
mucha propiedad trono de Satán (v.13), a causa de sus templos, de los cultos paganos y
de su colegio sacerdotal. El templo de Zeus Soter dominaba, desde la acrópolis, los
valles que rodeaban la ciudad. Además, era el centro del culto imperial oficial, por lo
cual venía como a dominar sobre todos los demás templos de Asia Menor.
A pesar de la fidelidad demostrada por la Iglesia de Pérgamo, el Señor tiene sus quejas
contra ella: tolera en su seno a los que siguen las doctrinas de Balam y de los nicolaítas
(v.14-15). El v.15 parece identificar — según opinión de la mayoría de los intérpretes —
los nicolaítas con los secuaces de Balam. Este famoso adivino fue llamado por Balac, rey
de Moab, para que maldijera a los israelitas, que amenazaban su reino. Balac esperaba
que la maldición tuviese como efecto la destrucción de Israel. Pero Balam en lugar de
maldecir, es obligado por Yahvé a proferir sobre Israel magníficas bendiciones 51. Sin
embargo, por Núm 31:16 sabemos que las mujeres moabitas y madianitas indujeron a los
israelitas, por consejo de Balam, a tomar parte en los cultos idolátricos de Baal Fogor.
Así lo afirma también un comentario haggádico judío, añadiendo que fue Balam el que
dio este perverso consejo al rey de Moab, A esta interpretación parece aludir nuestro
pasaje. Balam quedó en la literatura judaica como el prototipo del inductor al mal.
A semejanza de Balam, hay en la Iglesia de Pérgamo falsos doctores que con sus
doctrinas erróneas inducen a los fieles al mal. Es probable que San Juan mire aquí a
algún falso doctor que no tenía reparo en enseñar ser lícito tomar parte en los banquetes
de los ídolos, en los sacrificios paganos o también dejarse llevar del desenfreno moral. El
problema de los idolotitos preocupó ya desde un principio a los apóstoles. San Pablo
había tenido que intervenir en este asunto para dar normas concretas a las cuales debían
atenerse los fieles52. Según esto, la fornicación de que nos habla el v.14 hay que
entenderla de la connivencia con la idolatría. Es muy frecuente en los profetas del
Antiguo Testamento el considerar la idolatría como una fornicación 53. La razón de esto
está sin duda en el hecho de que Israel era considerado por esos mismos profetas como la
esposa de Yahvé. Al darse a la idolatría venía como a prostituirse a un extraño, faltando
así a la fidelidad debida a su esposo Yahvé. Sin embargo, es también posible que haya
que tomar la expresión fornicar de nuestro texto en sentido propio, pues las fiestas
religiosas de Pérgamo, en las cuales tal vez participaban algunos cristianos, solían llevar
consigo desórdenes morales.
Con esto se quiere poner más de realce, posiblemente, un lazo mucho más íntimo entre
Cristo y el alma del cristiano. Sería la experiencia íntima y personal que el cristiano
tenga de Jesucristo. Sólo aquel que la sienta podrá darse cuenta de ella: es un nombre
nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe (v.17). También podría interpretarse el
nombre nuevo como equivalente a santo y seña, con el que se facilitaría al agraciado la
entrada al banquete celeste65.
Tiatira, la menos importante de las siete ciudades nombradas por San Juan, estaba
situada a 65 kilómetros al sudeste de Pérgamo. Antes de que fuera incorporada al imperio
romano era una pequeña ciudad de guarnición entre la Misia y la Lidia, levantada por
Seleuco I (312-280 a. C.), y estaba situada entre los ríos Caico y Hermo. Hacia el año 190
a. C. fue conquistada por Roma. Desde entonces comenzó a crecer la ciudad, llegando a
alcanzar un desarrollo industrial muy floreciente. Era célebre en la antigüedad por sus
industrias de tejidos, de tintorería y de fundición. Esto contribuyó al desarrollo de sus
numerosas asociaciones obreras y patronales de carácter profesional y religioso, como
nos lo atestigua la epigrafía de la ciudad 66. Eran frecuentes los banquetes idolátricos que
se celebraban con motivo de las fiestas patronales de cada gremio laboral. Por lo cual los
cristianos se veían con frecuencia en compromiso, al sentirse por una parte obligados a
cumplir con sus deberes gremiales y, por otra, a llevar a efecto sus exigencias cristianas.
Era famoso el templo dedicado a la sibila oriental Sambata, que, por eso, era llamado
Sambatheion. Ignoramos de qué manera penetró en esta ciudad el cristianismo. Sólo
sabemos que entre los convertidos por San Pablo en Filipos se contaba una mujer, por
nombre Lidia, originaria de Tiatira y dedicada al comercio de la púrpura67.
La carta a la iglesia de Tiatira es la más larga de todas. En ésta, y en las otras tres que
faltan, se invierten las dos constantes finales.
El título de Hijo de Dios (v.18) sólo se encuentra bajo esta forma en este pasaje. Sin
embargo, la idea se expresa implícita o equivalentemente en muchos otros lugares del
Apocalipsis, con fórmulas diversas68. La divinidad de Cristo y su filiación natural era una
verdad fundamental del cristianismo. Jesucristo había muerto precisamente por afirmar
inequívocamente esta verdad69.
Los ojos de Cristo son como llamas de fuego. Existe en esta expresión una alusión
manifiesta a la visión inaugural70. Los antiguos creían, al parecer, que los ojos emitían
una luz con la cual la visión resultaba mucho más perfecta. Jesucristo tiene un foco de
luz potentísimo en sus ojos, con los cuales puede penetrar hasta los más profundos
escondrijos de las almas y de los corazones. De este modo puede contemplar la vida de la
Iglesia de Tiatira y las maldades que cometen algunos de sus miembros incitados por
Satán. Los pies de Cristo son semejantes a azófar o a auricalco incandescente, como ya
se dijo en Ap 1:15. Para muchos autores el auricalco incandescente designaría un metal
muy duro, que serviría para simbolizar la acción de Cristo pisoteando y deshaciendo a
sus enemigos y toda clase de maldad que se pueda cometer en este mundo 71. Sin
embargo, la luminosidad de los pies de Cristo nos parece una imagen muy apropiada y en
perfecto paralelismo con el fulgor de los ojos, para significar la naturaleza espiritual de
Jesucristo, que penetra hasta lo más recóndito del corazón humano 72.
Como en las otras cartas, San Juan hace primero el elogio de la Iglesia de Tiatira, para
pasar después a los reproches. En la 1 Tes también San Pablo procede de la misma
forma: los reproches sólo los comienza en el capítulo 4. El elogio de la Iglesia de Tiatira
es el más rico y espléndido de todas las cartas. Discuten los autores si los términos aqu í
empleados para describir las virtudes de dicha iglesia han de ser tomados en sentido
propio, o si, por el contrario, San Juan cita únicamente un catálogo tradicional de
virtudes73. En las epístolas pastorales de San Pablo encontramos muchas enumeraciones
análogas de virtudes74. Y en todas es mencionada la caridad, que casi siempre es asociada
a la fe y a la paciencia 751 Esto nos fuerza a considerar la caridad de nuestro texto más
bien como una virtud moral que se manifiesta en las obras de misericordia. De modo
semejante, la fe designa no la fe teologal propiamente dicha, sino la lealtad y la fidelidad.
No obstante, estas manifestaciones concretas de la caridad y de la fe proceden de la
íntima unión del alma con Cristo. Por eso, el cristiano caritativo y fiel en la vida ordinaria
es el que cree en Cristo y le ama personalmente 76.
San Juan alaba las obras (epyoc) de la Iglesia de Tiatira, la primera de las cuales es la
caridad. El ministerio (διακονία) es probable que se refiera al servicio de los pobres y de
los afligidos 77, es decir, sería una manifestación de la caridad eficiente para con los
hombres, y en especial para con los cristianos. La paciencia (υπομονή) es probable que
se refiera a la fuerza que da la caridad para sufrir con resignaciσn. Esta es, precisamente,
la característica de la caridad, según el sermón de la Montaña y las ep ístolas de San
Pablo: "la caridad todo lo tolera."78
Pero no todo es bueno en Tiatira. El apóstol le reprocha varias cosas que pueden ser
motivo de perversión para los fieles. Su mal es muy parecido al de Pérgamo, pero da la
sensación de estar más extendido. Y como al hablar a la iglesia de Pérgamo se sirvi ó el
autor sagrado del nombre de Balam81, así ahora toma el nombre de Jezabel para designar
probablemente a alguna dama influyente de aquella Iglesia 82. El nombre de Jezabel es
indudablemente simbólico, y está tomado de la tristemente famosa mujer de Ajab, que
introdujo los cultos fenicios en el reino de Israel y persiguió a muerte a los verdaderos
profetas 83. El Señor la castigó con muerte terrible, lo mismo que a toda su
descendencia84. La Jezabel de que nos habla San Juan — perteneciente posiblemente a la
secta de los nicolaítas — enseñaba y fomentaba con su ejemplo la idolatría, participando
en los sacrificios de los ídolos 85. En Tiatira abundaban las asociaciones de artesanos, las
cuales celebraban con frecuencia sus fiestas y banquetes religiosos, que darían ocasión a
los actos idolátricos aquí condenados. A esta dama, o a esta porción de fieles
representados por la dama Jezabel, les había dado el Señor tiempo para que se
arrepintiesen (v.21), tal vez por medio de una corrección pública; pero no había querido
cambiar de conducta. La falsa profetisa se ha empeñado en seguir con sus fornicaciones
y adulterios. Los términos fornicación y adulterio pueden aludir a la convivencia con la
idolatría, pues en el Antiguo Testamento fornicación es sinónimo de idolatr ía. Pero
también pueden designar una doctrina moral laxista, y referirse a los desórdenes que
acompañarían la participación de los nicolaítas en los banquetes paganos (v.20-21).
De la carta dirigida a los de Tiatira se desprende con bastante claridad que los cristianos
de esta ciudad tomaban parte, con rek-tiva facilidad, en los banquetes en que se comía
carne sacrificada a los ídolos. Lo cual no ha de extrañar si esos banquetes eran los
celebrados por los gremios laborales de la industriosa ciudad. Esta costumbre de asistir a
los banquetes de los ídolos parece inveterada, pues no quieren arrepentirse de su
fornicación.
Por cuyo motivo, Jesucristo amenaza con arrojarla en cama (v.22), en el lecho de la
enfermedad86. Es un contraste sarcástico con el lecho del adulterio o con el triclinium de
los banquetes sagrados 87. El Señor va a castigarla, juntamente con sus hijos (v.23), es
decir, los que siguen su ejemplo, con una muerte desastrosa, como la que sufrió la fenicia
Jezabel 88. Este castigo lo permite el Señor con el fin de que se arrepienta de sus obras,
pues Dios quiere que todos los hombres se salven y les concede el tiempo y las gracias
suficientes para ello. Además, el castigo servirá de ejemplo no sólo a la Iglesia de Tiatira,
sino también a otros, a los que pudiera llegar el escándalo. Con esto conocerán todos
cuan verdaderas son las palabras del profeta: "Yo soy Yahvé, el que escudriña las
entrañas y los corazones, y el que os dará a cada uno según vuestras obras" 89.
A continuación (v.24-25) el Señor contrapone a los que acaba de condenar los demás que
se han mantenido fieles a la verdadera doctrina y han conservado pura la tradición
apostólica. Estos no han aceptado las profundidades de Satán. La expresión
profundidades de Satán parece designar el sistema doctrinal nicolaíta, que nosotros no
conocemos. Los adherentes a este sistema enseñaban errores doctrinales, unidos a un
cierto libertinaje moral, que les llevaba a separarse de la doctrina recibida de los
apóstoles 90. Porque consideraban esta doctrina apostólica como un peso insoportable.
Pero San Juan les dice que la única carga que Cristo impone a los fieles es la de
conservar la fe en El (v.25), absteniéndose de toda participación en las ceremonias
idolátricas, especialmente en los banquetes sagrados. El concilio de Jerusalén también
había prohibido comer carne sacrificada a los ídolos, principalmente por lo que esto
implicaba de participación en los cultos paganos 91. Los cristianos fieles de Tiatira han de
guardar firmemente la doctrina apostólica hasta que venga Cristo. Se refiere el autor
sagrado a la manifestación escatológica de Jesucristo como juez del mundo. Entonces,
cuando Cristo venga, al que venciere 92 y perseverare hasta el fin en las obras de fe y
caridad, a las que ha aludido arriba 93, le dará un premio singular: el dominio sobre las
naciones (v.26). La expresión está tomada del salmo 2:9, en el que se dice del Mes ías que
regirá las naciones con cetro de hierro y las quebrará como vaso de barro. Es la promesa
que Dios hace al Mesías futuro de constituirlo soberano de todos los pueblos. De este
poder que el Mesías recibe de Yahvé (v.28) participarán en su día los fieles de Cristo, que
ahora sufren la opresión de las naciones rebeldes a la fe 94. Cuando los elegidos reinen
con Cristo en el cielo participarán de algún modo en su soberanía, porque juntamente con
El han logrado vencer al mundo 95. San Juan insiste frecuentemente en el Apocalipsis
sobre el dominio absoluto de Cristo victorioso sobre todas las criaturas, y en uni ón con
El gozarán de ese dominio los elegidos 96. Era una manera de consolar a los afligidos
cristianos que estaban sometidos a la tiranía imperial, que se esforzaba por arrebatarles
su fe 97.
Este nombre, en los primeros siglos cristianos, era aplicado a Cristo. Sólo a partir de la
Edad Media se comenzó a dar a Satanás el título de Lucifer, a causa de la aplicaci ón que
se le hizo del texto de Is 14, 12, en donde el rey de Babilonia, s ímbolo de Satan ás, es
llamado lucifer o estrella de la mañana 100. Una confirmación de esto la tenemos en el
cántico litúrgico Exultet de la vigilia pascual, en el cual Cristo es llamado lucifer
matutinus.
Es posible que San Juan nos hable de Cristo como estrella de la mañana, como astro
resplandeciente, para oponerlo al culto del sol, que era adorado en Tiatira como un dios.
1 Ap 1:13-18. — 2 Ap 21-22. — 3 A. Gelin, o.c — 4 Ap 5:6. — 5 E. B. Allo, o.c. p.29-30. — 6 A prop ósito
de las cartas a las siete iglesias, se pueden consultar las obras siguientes: Hort, The Apocalypse ofSt. John
I-III (Londres 1908); W. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia, and their Place in the Plan
ofthe Apocalypse (Londres 1909); C. H. Parez, The Seven Letters and the Rest ofthe Apocalypse: JTS 12
(1910-1911) 284-286; j. Breuer, Geheim-nis der sieben Sterne. Von Ephesus bis Laodicea: Das Heilige
Land in Vergangenheit und Ge-genwart 84 (1952) 57-62; I. Schuster, La Chiesa e le sette chiese
apocalittiche: ScuolCat 81 (1953) 217-223; A. George, Un appel a lafidelité. Les lettres aux sept églises
d'Asie (Ap 2-3)' Bivichr 15 (1956) 80-86; F. Hoyos, La carta común a las siete iglesias. Iniciación a la parte
parenética del Apocalipsis: RevBi 18 (Buenos Aires 1956) 82-90.135-141-198-203; 19 (1957) 18-22; H.
Martin, The Seven Letters, Christ's Message to His Church (Londres 1956); J. A. Seiss, Letters to the
Seven Churches (Grand Rapids 1956); W. Barclay, Letters to the Seven Churches (Londres 1957); A. S.
Macnair, To the Churches with Love. Biblical Studies ofthe Seven Churches (Filadelfia 1960); M. Hubert,
L'architecture des lettres aux Sept Églises: RB 67 (1960) 349-353; L. Poirier, Les sept Églises ou le premier
septénaire prophétique de Γ Apocalypse (Montréal 1943). — 7 Cf. Act 19:1-20. — 8 Gf. Act 19:10; 20:31.
— 9 2 Cor 3:1; 11:3-5. — 10 Didajé 11:8:4. — 11 San Ignacio De Antioquía, Ad Ephes. 7:1 : 19:1· — 12
Cf. 1 Cor 13:1-13. — 13 Cf. G. Spicq, Ágape III (París 1959) p.114-116. — 14 Cf. Ap 2:19; Mt 24:12.
Véanse A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII p.óoo; J. Moffat, The Love in
the Ν. T. (Londres 1929) p.236. — 15 1 Jn 2:10; 3,14s; cf. Jn 13:35; 2 Jn 5-6. — 16 Cf. C. Spicq, o.c. p. 117-
118. — 17 Cf. W. Ramsay, o.c. p.245. — 18 Cf. Act 6:5; San Ireneo, Adv. haer, i,26:3: PG 7:687. — 19
Stromata 2:20:118; 3:4:25: PG 8:10628.11305; cf. San Hipólito, Filosofumena 8:36. — 20 Ap 2:14-15. —
21 Ap 2:20. — 22 Cf. Mt 11:15; 13:9-43; Mc 4:9.23. — 23 Ap2:1. — 24 El t érmino νικών = "vencedor" es
eminentemente joánico. Se emplea mucho en el Ap y seis veces en la 1 Jn. — 25 Cf. A P 22:2. — 26 Gen
2:9. — 27 Gén 3:22ss. — 28 Cf. J. Bonsirven, Judaísme palestinien I (París 1934) p.329.333-35.511.518;
Strack-Billerbeck, III p.?92; IV 885.933.1121-1125.1130-1165. — 29 Apocalipsis de Moisés 28, etc. — 30
Cf. Gen 3:22.24. — 31 Cf. Henoc etiópico 24:4-6; 25:1-7; Apocalipsis de Moisés 28; Apocalipsis de Pedro
v. 15-16. — 32 Gf. Jn 6:4855: "Yo soy el pan de vida." Véase E. B. Allo, o.c. p.33; A. Gelin, o.c. p.6oi. —
33 Tácito, Ármales 4:15. — 34 Act 19:10. — 35 Cf. E. Deschamps, Smyrne, la ville d'Homére: Bulletin de
la Société Géographique de Marseille 36 (1912) 151-178; G. Cadoux, Ancient Smyrna (Oxford 193^). — 36
Martirio de San Policarpo 12:2. — 37 Act 13:45; Ap 13:6. Cf. San Ignacio De Antioqu ía, Ad Smyrn. 1:2.
— 38 Gal 6:15; Rom 2:28; 1 Cor 10:18. — 39 Jn i,n; 4:22. — 40 Cf. Le 12:21; 2 Cor 6:10; Sant 2:5; 1 Tim
6:175' — 41 Ap3:17. — 42 Cf. Dan 1:12.14. — 43 Fil 2:8; Heb 12:4. — 44 Gf. 1 Cor 9:24-27; 1 Pe 5:4. —
45 Cf. P. Hoyos, La fidelidad en el combate y el premio (Ap 2:8-11): RevBib 20 (Buenos Aires 1958) 73-
77.127-133.190-193- — 45 Gf. Ap 20:6. — 47 E. B. Allo, o.c. p.36. — 48 Cf. K. Humann, Altertümer von
Pergamon (Berlín 1885-1923); H. Kahler, Pergamon (Berlín 1949); R. north, Thronus Satanae Pergamenus:
VD 28 (1950) 65-76. — 49 Cf. Ap 1:16. — 50 E. B. Allo, o.c. p.s8. — 51 Núm 22:2-24:25. — 52 1 Cor 8-10;
Rom 14:2.15; 2 Cor 6:16; cf. Act 15:20.29. — 53 Cf. Os 4:10-14; 5:4; Jer 3:9; Ez 16:20-34. — 54 Ex 16:4.
— 55 Ex 16:32-34- — 56 Cf. Strack-Billerbeck, Kommentar zum N. T. aus Talmud una Midrasch III p.?
93 ; Apocalipsis siríaco de Baruc 29:8; Orne, sibil. 7:148. — 57 Ap 22:2. — 58 Ap 22:1. — 59 Jn 6:31-32;
A. Gelin, o.c. p.6o3. — 60 A. Jankowski, Manna absconditum (Ap 2:17) quonam sensu ad Eucharistiam
referatur: Collectanea Theologica 29 (Varsovia 1958) 3-10. — 61 Tob 12:19. Cf. S. bartina, o.c. p.635. — 62
Cf. Talmud in Josué 8. — 63 W. M. Ramsay, The White Stone and the Gladiatorial Tessera: The
Expositor 16 (Londres^ 1904-1905) 558-561. — 64 Cf. Ap 3:12; 19:12. En Ap 19:16 se dice que Cristo lleva
escrito sobre su manto su nombre, que suena: Rey de reyes, Señor de señores. — 65 Gf. S. Bartina, o.c. —
66 Cf. Act 16:14. — 67 Act 16:14. — 68 Cf. Ap 1:6; 2:273; 3:5-21; 14:1. — 69 Mt 26:63; Jn 19:7. — 70 Ap
1:14. — 71 Cf. Sal 2:9. — 72 S. Bartina, o.c. p.637. — 73 Cf. C. Spicq, Ágape III P.I 18-119. — 74 Cf. 1
Tim 1:14; 2:15; 4:12; 6:11; 2 Tim 1:7.13; 2:22; 3:10; Tit 2:2. — 75 Cf. 1 Tim 6:11; 2 Tim 3:10; Tit 2:2. —
76 Cf. Heb 6:10. Véase C. spicq, o.c. p.ng. — 77 Cf. Act 11:29; Rom 15:25.31; 1 Cor 16:15; 2 Cor 8:4; 9:1;
1 Pe 4:10. — 78 1 Cor 13:7. — 79 El término πλείονα no sσlo significa multiplicidad (Mt 11:20), sino
también valor, excelencia (Mt 6:25; 12:41; Me 12:43; Le 12:23; 21:3; Heb 3:3; 11:4). — 80 Ap 2:4. Cf. C.
Spicq, o.c. p.ng. — 81 Ap 2:14. — 82 Hay, sin embargo, algunos manuscritos (A,O,46), la versi ón sir., etc.,
que añaden el pronombre posesivo σου = tu. Segϊn esto, habría que traducir: "permites a tu mujer
Jezabel.." En cuyo caso se referiría a la mujer del obispo de Tiatira, o a la mujer de un falso doctor, o bien
designaría la comunidad en sentido figurado. Con todo nos parece que tiene mucha m ás probabilidad de
autenticidad el texto sin el pronombre posesivo, como se puede ver por las ediciones cr íticas. — 83 1 Re
16:31-33; 19:1-7; 2 Re 9:30-32. — 84 1 Re 21:17-26; 2 Re 9:22.33-3? — 85 Cf. Shurrer Die profetin Isabel
in Thiathira.39-57. — 86 LA expresión hebrea "caer en un lecho" ( Ex21:18, Jue 8:3.) — 87 E. B. Allo, o.c.
p.43. — 88 Cf. 2 Re 9:33-37- — 89 Jer 17:10; cf. 1 Tes 2:5; Rom 8:27. — 90 La doctrina gn óstica es
llamada por algunos escritores antiguos τα βάβη: “las profundidades” (cf. San Ireneo, Adv. haer. 2:22:1.3;
San Hipólito, Filosofumena 5:6; Tertuliano, Adv. Valentinum i). — 91 Act 15:28-29. — 92 En las cuatro
últimas cartas, como ya dejamos indicado, el profeta invierte el orden de los dos puntos postreros,
poniendo primero el premio de los vencedores y luego la amonestaci ón para que escuchen la voz del
Espíritu. — 93 Ap 2:19. — 94 Cf. Sab 3:8. — 95 5 Jn 16:33; 1 Jn 5:4-5. — 96 Ap 12:5; 19:15-16. — 97 Cf.
M. García Cordero, El libro de los siete sellos ρ.ζζ. — 98 Ap 1:13. — 99 Ap 1:20. — 100 Cf. A. Gelin, o.c.
p.604.
Capítulo 3.
Carta a la iglesia de Sardes, 3:1-6.
1
Al ángel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los
siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras y que
tienes nombre de vivo, pero estás muerto. 2 Estáte alerta y consolida
lo demás, que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras
en la presencia de mi Dios. 3 Por tanto, acuérdate de lo que has
recibido y has escuchado, y guárdalo y arrepiéntete. Porque si no
velas, vendré como ladrón, y no sabrás la hora en que vendré a ti. 4
Pero tienes en Sardes algunas personas que no han manchado sus
vestidos y caminarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos.
5
El que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás borraré
su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi
Padre y delante de sus ángeles. 6 El que tenga oídos, oiga lo que el
Espíritu dice a las Iglesias.
Sardes, la capital del antiguo reino lidio, estaba situada a unos 50 kilómetros al sudeste de
Tiatira. El núcleo principal de la ciudad surgía sobre una alta y escarpada montaña, que
hacía de ella una fortaleza inexpugnable. Cuando Ciro el Grande conquistó el imperio de
Creso (546 a. C.), rey de Lidia, Sardes no se rindió y s ólo por sorpresa pudo ser tomada.
De igual estratagema se hubo de servir Antíoco III. El apogeo de la grandeza de Sardes
tuvo lugar bajo el reinado de Creso (s.VI a. C.). Sin embargo, la fundaci ón de P érgamo le
quitó grande importancia, aunque todavía en la época romana era residencia de un
conventus iuridicus. El año 17 de la era cristiana fue destruida por un temblor de tierra.
Pero con la ayuda del emperador Tiberio logró rehacerse. En agradecimiento levantó un
templo en honor del emperador y de su madre Livia V Sin embargo, el culto principal de
la ciudad era el tributado a la Magna Mater, una divinidad indígena parecida a la Artemis
de Efeso, y que se cubría con el manto griego de Demeter, la Ceres de los romanos. La
industria principal de la ciudad era la de la lana y la tintorería. Sus habitantes tenían fama
de licenciosos e inmorales 2.
Jesucristo se presenta aquí como el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete
estrellas (v.1). El autor sagrado quiere significar con estas expresiones el poder absoluto
que Cristo tiene sobre las iglesias y sobre todos los cristianos. En Ap 1:16 ya hab ía
empleado la expresión de "las siete estrellas en su diestra." Estas estrellas representan las
iglesias a las cuales se dirige San Juan. Y el tenerlas en su mano indica el poder que
Jesucristo ejerce sobre los jefes de las iglesias y sobre las iglesias mismas 3. Otro tanto
podemos decir de los siete espíritus, que Cristo tiene en su mano como algo de que puede
disponer. Estos siete espíritus pueden designar al Espíritu septiforme de que nos habla Is
11:2, o sea al mismo Espíritu Santo4. Aquí los siete espíritus de Dios pertenecen al Hijo,
como en Ap 5:6 pertenecen al Cordero, porque Jesús distribuye los diversos dones de
este Espíritu, del que depende la vida de todas las iglesias 5. Este Espíritu, que en Jn 15:26
se dice proceder del Padre, es también el Espíritu del Hijo, lo que no puede ser sino
procediendo de El6. Jesús dice también que irá al Padre y le rogará que envíe a sus
discípulos el Espíritu Paráclito. Pero, al mismo tiempo, dice en otra parte que El mismo
lo enviará 7. Para algunos autores, los siete espíritus de Dios representarían los siete
ángeles que están ante el trono de Dios 8. En cuyo caso, la expresión querría significar
que Cristo domina también sobre los espíritus angélicos.
En el v.4 San Juan afirma que en la Iglesia de Sardes, al lado de las almas muertas y de
las que gozaban de vida lánguida, había todavía otras de vida perfecta. Estas personas no
han manchado sus vestidos, y por eso caminaran con el Señor vestidas de blanco. Los
vestidos blancos, que tantas veces aparecen en el Apocalipsis, son símbolo, no sólo de
pureza, sino también de victoria, de alegría, de fiesta. En el cielo, los elegidos, los
ángeles y hasta el mismo Dios 12 aparecen vestidos de blanco. Esas almas selectas de
Sardes, a las que alude el autor sagrado, formarán parte del séquito de Cristo en el cielo.
Por otra parte, la mención de vestidos convenía a la perfección a esta ciudad, ya que
Sardes era muy renombrada en la antigüedad por sus telas y tejidos.
A los cristianos fieles de Sardes que resulten vencedores en la lucha moral y espiritual
contra los enemigos de Dios, Cristo les promete el premio escatológico de la vida eterna
(v.5). Este premio es designado bajo una triple forma 13. En primer lugar, los vencedores
se vestirán de vestiduras blancas, que representan la victoria final y la gloria de que serán
revestidos los elegidos en el cielo 14. Después se les promete que jamás será borrado su
nombre del libro de la vida. En el Antiguo Testamento se menciona el libro de la vida, en
el cual Dios tenía escritos los nombres de los hijos de Israel 15. El estar escrito en dicho
libro daba derecho a participar en las bendiciones mesiánicas 16; en cambio, si se era
borrado de él, significaba la exclusión del pueblo de Dios y de los tiempos me-siánicos.
Posteriormente el concepto de libro de la vida evolucionó en la teología judía, pasando a
significar el derecho a participar en las alegrías de la vida futura del cielo 17. En el Nuevo
Testamento el libro de la vida designa el libro en donde están registrados los nombres de
los elegidos 18. En tercer lugar, el Señor promete al vencedor confesar su nombre delante
de su Padre y delante de sus angeles, es decir, le reconocerá como cosa suya en el último
juicio 19. Este premio, presentado bajo una triple forma, designa una misma cosa: la vida
eterna, que se promete a los vencedores en las luchas contra el mundo, el demonio y la
carne.
Y San Juan termina la carta a la Iglesia de Sardes con las palabras el que tenga oídos, que
oiga lo que dice el Espíritu (v.6), como para incitar a los fieles a escuchar las
amonestaciones de Cristo y llevarlas a la práctica.
La presente carta no contiene ninguna amonestación. Los cristianos, que debían de ser
pocos y de baja condición social, se han mantenido fieles a la doctrina cristiana. El autor
sagrado se complace en acumular en la carta sobreabundancia de promesas y
recompensas.
Los apelativos que se dan en ella a Cristo son dignos de tenerse en cuenta. El primero lo
designa como el Santo (v.7), que es aplicado frecuentemente a Yahvé en el Antiguo
Testamento, pero que únicamente se encuentra aquí en el Apocalipsis, aplicado a
Jesucristo. Sin embargo, en los evangelios se da ya a Jesucristo el apelativo de Santo 21.
El segundo epíteto, el Verídico, el Verdadero, que va junto con el apelativo de fiel en Ap
3:14; 19:11, designa la fidelidad de Cristo en el cumplimiento de sus promesas. Antes
faltará el cielo y la tierra que Jesucristo falte a sus promesas 22. Cristo es veraz en todo lo
que dice y hace; en cambio, los que combaten su doctrina y obra son falsarios. El
término verdadero (άλη·8ινόβ) es muy frecuente en la literatura joαnica 23. El Santo, el
Verídico, tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre (v.7). Es
una metáfora bíblica y rabínica que significa los plenos poderes que Jesucristo tiene en la
nueva ciudad de David, en la Jerusalén celeste, es decir, en la Iglesia. Jesucristo puede
abrir y cerrar, o sea, tiene plena autoridad para admitir o excluir de la Iglesia. La imagen
y las expresiones empleadas por el autor del Apocalipsis están tomadas de Isaías 22:21,
en donde el profeta presenta a Eliaquín recibiendo en sus manos el poder y sobre sus
espaldas la llave del palacio real.
El Señor conoce las obras de la Iglesia de Filadelfia, y ha puesto ante ella una puerta
abierta, que nadie puede cerrar (v.8). La puerta abierta para San Pablo significaba las
posibilidades que se abrían al esfuerzo misionero del Apóstol de los Gentiles y de sus
colaboradores 25. Aquí se trata de las facilidades que se le han presentado a Filadelfia
para el apostolado y la propaganda cristiana a través de toda la Frigia. A pesar de ser una
ciudad pequeña y contar con escasos medios, Cristo le garantizó el éxito de sus
esfuerzos. Y esa puerta sigue abierta, porque la comunidad cristiana de Filadelfia
continúa vigorosa en su fe, y el mismo Cristo la sostiene en sus ímpetus misioneros. Por
eso, nadie podra cerrar dicha puerta mientras Jesucristo la mantenga abierta.
San Ignacio de Antioquía 26 atestigua que esta Iglesia era muy floreciente, no obstante los
muchos judíos y judaizantes que vivían en dicha ciudad. Entre las conquistas apostólicas
de los filadelfios había que contar la conversión de cierto número de judíos, que,
abrazando la fe en Cristo, vendrían a postrarse a los pies de la iglesia. Entonces los judíos
convertidos reconocerán el amor, la predilección del Señor por la comunidad que los ha
acogido en su seno (v.9). Aquí también el amor se manifiesta en los signos externos que
la humilde y ejemplar comunidad religiosa de Filadelfia da a los neoconvertidos. El autor
sagrado aplica a la Iglesia de Filadelfia las palabras que el mismo Yahvé había dirigido a
su pueblo, para justificar su manera de proceder con las demás naciones: "Porque eres a
mis ojos de muy gran estima, de gran precio, y te amo, y entrego por ti reinos y pueblos a
cambio de tu vida." 27 La conversión de que nos habla el Apocalipsis en este pasaje no
alude a la conversión en masa de Israel, predicha por San Pablo 28, sino a la de algunos
judíos de Filadelfia.
A continuación (v.10) prosigue el Señor ponderando cómo la iglesia había sabido imitar
en medio de las dificultades los ejemplos de paciencia y perseverancia que Jesús nos
había dejado y que han de ser para los cristianos verdaderas enseñanzas. Por el hecho de
haber sido fiel en la guarda de la palabra de paciencia dada por Cristo, también el Señor
la sostendrá en el día de la prueba que vendrá sobre la tierra. Y esto será pronto.
Semejante prueba no será sólo de la iglesia, sino de la tierra entera. El profeta debe de
referirse a la serie de azotes descritos en los capítulos 8-9 y 16; o bien a alg ún terremoto,
como los que habían asolado la región en tiempos pasados. Termina la exhortación
estimulando a la Iglesia de Filadelfia a guardar los bienes que posee, es decir, a
perseverar en la conducta hasta ahora observada, a fin de no perder la corona que tiene
merecida (v.11). Esta será su victoria y su gloria. Cada iglesia ha de aferrarse tenazmente
a la doctrina recibida de los apóstoles, así nadie les arrebatará su herencia espiritual. Con
esto no quiere decir el profeta que otra comunidad podrá arrebatar la corona de
Filadelfia, sino que se refiere simplemente a la posibilidad de perder lo que se tiene. .
En otras epístolas también emplea la imagen de los cristianos, que son edificados para
formar el templo de Dios 30. La promesa de estabilidad era muy oportuna para la Iglesia
de Filadelfia, cuya ciudad fue destruida por un terremoto en el año 17 d.C. El cristiano
que permanezca fiel hasta el fin se convertirá en una columna firme e inconmovible en el
templo celeste. Por eso dice que no saldrá ya jamás fuera de él. Sobre la columna se
escribirá el nombre de Dios y el de la nueva Jerusalén y el nombre nuevo de Cristo. La
acción de escribir estos nombres sobre el fiel vencedor significa que éste pertenece a
Dios y a Jesucristo y que es ciudadano de la Jerusalén celeste. Filadelfia había cambiado
de nombre en tiempo de Tiberio, dándosele el nombre nuevo de Neocesarea en honor del
emperador. Esto tal vez haya sugerido a San Juan la expresión de nombre nuevo de
Cristo. También en el templo de Jerusalén había dos columnas, cada una de las cuales
tenía escrito un nombre: Yakín. "Yahvé da estabilidad," y Boaz, "Yahvé da fuerza." 31
En otros lugares del Apocalipsis 32 se habla de una señal puesta sobre la frente de los
elegidos para indicar que pertenecen a Dios. Lo que se promete a los vencedores es en
realidad, tanto aquí como en las cartas precedentes, la vida eterna.
Son varios los títulos que se dan a Cristo al comienzo de la carta: el Amén, el testigo fiel
y veraz, el principio de la creación de Dios (v.14). La extraña designación de Cristo como
el amén 38, es decir, el fiel, el inmutable, contrasta con la triste condición de Laodicea.
Convenía afirmar, al principio de la carta, la veracidad absoluta e inmutable de
Jesucristo, fiel en sus promesas y en sus obras, antes de hablar de Laodicea, la ciudad de
los compromisos. El texto parece inspirarse en Is 65:16, en donde ya aparece Amén como
nombre divino. Otro de los apelativos dados a Cristo es el ser el principio de la creación
de Dios (v.14). Este título de Cristo significa que Jesús sea considerado como la primera
de las criaturas de Dios, como lo interpretaban los arríanos, sino que designa el principio
causal de la creación. La idea responde a lo que dice el mismo San Juan en el pr ólogo de
su evangelio: "Todas las cosas fueron hechas por El" 39. Y es semejante a la expresada ya
por el Apocalipsis: "Yo soy el primero y el último." 40 Jesucristo es el principio, junto con
el Padre y el Espíritu Santo, de toda la creación. "El es — como dice San Pablo a los
Colosenses — la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en El
fueron creadas todas las cosas.; todo fue creado por El y para EL.; El es el principio" el
primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas." 41 La
doctrina de San Pablo sobre Cristo primogénito de toda la creación debe de tener especial
relación con la del Apocalipsis. Lo cual se explica bien si tenemos presente que Colosas
estaba cerca de Laodicea, y debía de encontrarse en circunstancias bastante parecidas.
Además, San Pablo manda expresamente que su carta a los Colosenses sea también le ída
a los de Laodicea42.
Cristo mismo índica los remedios que se han de aplicar a la Iglesia de Laodicea para que
pueda salir del mal estado en que se encuentra (v,18). Puesto que se encuentran en la
indigencia y, por otra parte, son buenos comerciantes, les aconseja que compren de su
oro acrisolado por el fuego, para que se enriquezcan. Es decir, han de acudir al que es
rico y fuente de toda riqueza, a Jesucristo, el cual les dará un don espiritual que los
enriquecerá sobre toda ponderación. Este don debe de ser la fe y la gracia santificante. En
1 Pe 1:7 la imagen del crisol es aplicada a la fe, lo cual es probable que suceda tambi én
en nuestro pasaje. Los laodicenses han de comprar también vestiduras blancas, en lugar
de negociar con sus lanas negras, para cubrir su desnudez espiritual. Las vestiduras
blancas son símbolo de la gracia y de las virtudes del verdadero cristiano, que vienen
como a cubrir la miseria de nuestra naturaleza corrompida. Y, finalmente, han de
conseguir un colirio espiritual, que les curará de su ceguera, confiriéndoles, al mismo
tiempo, el don de la penetración en su vida espiritual íntima. Es un don muy grande de
Dios el darse cuenta del mal estado en que se está, para así poder entrar dentro de sí y
volverse al Señor44.
Jesucristo reprende a la Iglesia de Laodicea guiado por el amor que siente por ella (v.1q).
De modo semejante decía el autor de los Proverbios: "Al que Yahvé ama le corrige, y
aflige al hijo que le es más caro" 45. Dios siempre se ha servido en la historia de las
pruebas y castigos para purificar a los que amaba. La pedagogía del sufrimiento tiene
mucha importancia en el Antiguo Testamento, especialmente en los libros sapienciales 46.
Las pruebas son también venidas de Cristo al alma fiel. Jesucristo, que reina como Dios
omnipotente sobre toda la creación, se presenta como humilde peregrino a las puertas de
los cristianos, pidiendo hospitalidad y solicitando suplicante le abran 47 para celebrar con
ellos la cena de la amistad (v.20) 48. La cena con Cristo es símbolo de los dones
mesiánicos que el Señor está dispuesto a dar, ya desde este mundo, a los que realmente le
aman. La imagen de la cena o del banquete 49 representa frecuentemente en la Sagrada
Escritura la bienaventuranza de la vida futura, la gloria. Sin embargo, aquí, en nuestro
pasaje, no se trata del banquete de la gloria, sino de la entrada secreta en el coraz ón del
fiel, seguida de las alegrías de la gracia y de la recepción de la Eucaristía 50.
Los ν. 19-20 se pueden contar entre los mαs conmovedores y tiernos del Nuevo
Testamento. San Juan no olvida nunca, incluso en los momentos en que tiene que
corregir más severamente, que Dios es amor 51.
El premio prometido a los vencedores es el reino de los cielos. La promesa, por tanto, se
hace aquí escatológica 52. Cristo, sentado a la diestra de Dios Padre, participa plenamente
de su soberanía. Los fieles, que hayan vencido, también reinarán con Cristo y
participarán del poder real que posee Jesucristo. El Señor prometió a los apóstoles que se
sentarían sobre doce tronos para juzgar a Israel 53. Pero esta gracia no es exclusiva de los
apóstoles, sino de todos los que imiten su ejemplo 54. Lo mismo se puede decir del
sentarse con Cristo en el trono de la gloria, o sea del reinar con él en el cielo. Son todas
imágenes diversas para expresar una realidad inefable, la vida eterna.
San Juan nos presenta, en esta primera parte del Apocalipsis, a Jesucristo, Hijo de Dios e
Hijo del hombre, resucitado y glorioso, juez de vivos y muertos y cabeza de las iglesias.
Cuanto dice de cada una de estas iglesias puede ser aplicable a otras que se hallen en las
mismas circunstancias. Porque la palabra del Señor está por encima de los lugares y de
los tiempos. Dignas de especial atención son las promesas de vida eterna con que trata de
alentar a las iglesias y a los fieles en los momentos de prueba. Tal es el pensamiento
dominante del Apocalipsis y el más conveniente en aquellas circunstancias. Todo cuanto
aquí se dice de las iglesias conviene mejor a los fieles. La vida de la gracia está dirigida,
y la organización de las iglesias se ordena precisamente a fomentar y a conservar la vida
divina de los fieles, para que puedan conseguir la vida eterna en el cielo.
Esta segunda parte del Apocalipsis anuncia las cosas que han de suceder después de
esto l, y abarca casi todo el cuerpo del libro. La idea central de esta segunda parte es el
misterio del reino de Dios, que se manifestará al toque de la séptima trompeta 2. Cuando
comienza a realizarse este misterio, el diablo prepara una gran persecución, que
terminará con el juicio de los perseguidores (c.18-19) y la venida del reinado de mil años
(20:1-6). Acabado el período de mil años, el diablo vuelve de nuevo a hacer la guerra a
los santos. Pero es vencido por Cristo, y entonces tiene lugar el juicio final y las bodas
del Cordero (20:7-22:5). Los capítulos 4-11 pueden considerarse como una especie de
introducción a la gran profecía de toda la segunda parte, que comienza propiamente en el
capítulo 12. El profeta nos presenta primeramente, en los capítulos 4-5, el escenario, o sea
la corte del cielo, desde donde Dios Padre y el Cordero redentor dominan todos los
sucesos de la historia que va a narrar. Después viene la apertura de los siete sellos por el
Cordero (c.6-7), que prepara las escenas de las siete trompetas (c.8-11), las cuales dan
principio a la realización del misterio de Dios.
San Juan, antes de comenzar a hablar de las cosas futuras, tiene una visión, en la cual ve
el cielo. Y en el cielo ve un trono sobre el cual estaba sentado el Señor omnipotente
rodeado de toda su corte celeste (4:1-11). Después ve también en el mismo cielo al
Cordero redentor, que toma en su mano la guía de la historia, que va a ser revelada a Juan
(5:1-14). Las descripciones de San Juan están inspiradas en otras descripciones, bastante
parecidas, que se encuentran en muchos apócrifos. Sin embargo, San Juan ha
transformado lo que él copiaba: ha simplificado y ha dado mayor firmeza a las
descripciones apocalípticas, dándoles una majestad y un sentido religioso que no poseían
3
.
1 Tácito, Arma/es 2:47; 4:55. — 2 Herodoto, 1:55; Esquilo, Los persas 45. Cf. H. Butler, Sardis (Princeton
1922-1930); G. Hanfmann, Sardis: Illustrated London News 234 Ü959) 924; Basor 154 (1959) 5-35- — 3 Ap
1:20. — 4 Cf. Ap 1:4. — 5 Act 2:33; Jn 16:14; E- B. Allo, o.c. p.47. — 6 Jn 16:7.143. — 7 Jn 14:16.26. — 8
Tob 12:15. — 9 Algunos autores creen que se da aquí un juego de palabras: tiene nombre de vivo (ότι ζρ5),
que pudiera hacer referencia al nombre del obispo, llamado tal vez Zósimo, "el que vive." Cf. S. Bartina,
o.c. p.643. — 10 Mt 24:42-51; 25:13; Mc 13:35; Le 12:39ss; cf. 1 Tes 5:2; 2 Pe 3:10. — 11 Cf. E. B. Allo,
o.c. p.47. — 12 Ap 19:14; 15:6; 1:12-17. — 13 Cf. 1 Jn 2:133; 5:4s. — 14 Ap 7:9.135. — 15 Ex 32:32-33;
Sal 69:29. — 16 Cf. Is 4:3. — 17 Dan 12:1. Cf. J. Bonsirven, Le Judaísme palestinien I p.iSgss. — 18 Cf.
Mt 10:32; Lc 10:20; Fil 4:3; Ap 20:11-15; 21:27. — 19 Cf. Lc 9:26. — 20 San Ignacio De Ant., Ad Phil.
3:5:10. Véanse W. Ramsay, Histórica! Geography of Asia Minor (Londres 1890) p.121; V. Tshrerikower,
Die hellenistischen Stddtengründungen von Alexander der Gross bis auf die Romerzeit (Lipsias 1927)
p.17955; Dictionnairede la Bible de Vigouroux, art. Philadelphia 5:261. — 21 Gf. Mc 1:24; Lc 1:35; 4:34;
Jn 6:69; Act3:14 — 22 Mt 24:35. — 23 Cf. Jn 1:9; 4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 1 Jn 2:8; 5:20; Ap 3:14; 6:10;
16:7; 19:2.9.11; 21,5s. — 24 Mt 16:19. — 24 Mt 16:19. — 25 1 Cor 16:9; 2 Cor 2:12; Col 4:3. — 26
AdPhilad.3,i. — 27 Is 43:4. Cf. C. spicq, Ágape III p.iao. — 28 Rom 11:25-27. — 29 Cf. Ap 21:22. — 30
Gf. Ef2:21. — 31 Gf. i Re 7:15-21; 2 Crón 3:15-17. — 32 7:3; 14:1; 22:4. — 33 Ant. lud. 14:10:20. — 34
Cf. Tácito, Ármales 14:29. — 35 Cf. W. M. Ramsay, The Cities and Bishoprics ofPhrygia (Oxford 1895) I
1-83.34235; II 512ss.542ss.785ss; E. Beurlier, Laodicée, en Dict. de la Bible 4:86. — 36 E. B. Allo, o.c.
p.57. — 37 Col 2:1; 4:13-16; cf. Act 19:10. — 38 El 'Amen hebreo vale tanto como firme, fiel, que inspira
confianza. — 39 Jn 1:3 — 40 Ap 1:18. — 41 Col 1:15.16.18. — 42 Col 4:16. — 43 A prop ósito de la tibieza
de los laodicenses se pueden consultar J. Alonso, El sentido de tibieza en la recriminaci ón de la iglesia de
Laodicea: Miscelánea Comillas 19 (1953) 121-130; El estado de tibieza espiritual en relaci ón con el
mensaje del Señor a Laodicea (Comillas 1955) 94; J. B. Bauer, Salvator nihil m édium amat (Ap 3:15; Mt
25:29; Heb 4:12): VD 34 (1956) 352-355- — 44 Cf. Col 1:27; 2:3. De los polvos frigios empleados como
colino nos hablan varios autores antiguos: Horacio, Satir. 1:5.30; Juvenal, 6.579; Celso, 6.7; 7:74. — 45
Prov 3:12. — 46 Cf. Prov 13:24; Job 5:17; véase 1 Cor 11:32; Heb 12:6ss. — 47 Cf. Cant 5:2. — 48 Cf. Le
24:13-35. — 49 Cf. Le 14:15; Is 25:6. — 50 E. B. Allo, o.c. p.s6. — 51 1 Jn 41:16. — 52 Ap 20:4. — 53 Jn
5:27 — 54 Mt 19:28.
Capítulo 4.
El Dios omnipotente y su corte, 4:1-11.
1
Después de estas cosas tuve una visión, y vi una puerta abierta en el
cielo, y la voz, aquella primera que había oído como de trompeta, me
hablaba y decía: Sube acá y te mostraré las cosas que han de acaecer
después de éstas* 2 Al instante fui arrebatado en espíritu y vi un trono
colocado en medio del cielo, y sobre el trono, uno sentado. 3 El que
estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a la
sardónica, y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una
esmeralda.4 Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre
los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de
vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. 5 Salían
del trono relámpagos, y voces, y truenos, y siete lámparas de fuego
ardían delante del trono, que eran los siete espíritus de Dios. 6 Delante
del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal, y en
medio del trono y en rededor de él, cuatro vivientes, llenos de ojos por
delante y por detrás. 7 El primer viviente era semejante a un león, el
segundo viviente, semejante a un toro, el tercero tenía semblante
como de hombre y el cuarto era semejante a un águila voladora. 8 Los
cuatro vivientes tenían cada uno de ellos seis alas, y todos en torno y
dentro estaban llenos de ojos, y no se daban reposo d ía y noche,
diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que
era, el que es y el que viene. 9 Siempre que los vivientes daban gloria,
honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por
los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos caían delante del
que está sentado en el trono, y se postraban ante el que vive por los
siglos de los siglos, y arrojaban sus coronas delante del trono,
diciendo: 11 Digno eres, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el
honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad
existen y fueron creadas.
San Juan es transportado en espíritu al cielo 4, en donde permanecerá hasta el capítulo 10.
Allí contemplará las cosas celestiales y el anuncio de los sucesos futuros que tendrían
lugar sobre la tierra. El cielo es considerado — siguiendo la concepción de los antiguos
babilonios — como una bóveda sólida, en la cual se abren puertas de acceso 5. Por una de
ellas entra San Juan en el cielo, en donde Dios habita con su corte celestial. Pero antes de
entrar oye una voz, que era la misma que había oído antes 6. Era la voz de Cristo
revelador que aquí va a hacer de guía de Juan. Hasta ahora Jesucristo le ha mostrado
cosas que son 7; mas en adelante le va a mostrar las cosas que han de acaecer en el futuro
(v.1). Estas serán de grande importancia para la Iglesia y para el mundo. Por eso, el
vidente de Patmos ha de poner la mayor atención posible a lo que viere y oyere. Esta es
una especie de introducción muy propia de los escritos apocalípticos judíos.
Al entrar en el cielo, lo primero que ve Juan es un trono, y a uno que esta sentado en ese
trono (v.2), rodeado de sus asistentes. La descripción que nos ofrece San Juan de la corte
de Dios está inspirada en las visiones de los profetas Isaías, Ezequiel y Daniel, y tiene
también puntos de contacto con las descripciones de la apocalíptica judía. Pero es más
original que ésta. Es, además, relativamente sobria y llena de grandeza y de
significación. Dios aparece como el Señor del universo y de los siglos. En el cielo, desde
donde son dirigidos todos los sucesos del universo, Juan verá cómo el Señor Dios
omnipotente confiere al Cordero el poder de su reino 8. Sin embargo, San Juan evita el
nombrar y el describir en forma humana a aquel que está sentado sobre el trono, el cual
habita en una luz inaccesible, y al que nadie ha visto ni puede ver 9. El autor sagrado tiene
conciencia de ver solamente figuras de realidades invisibles. Por eso evita, más todavía
que Ezequiel — en el que se inspira especialmente nuestro autor —, toda descripción
antropomórfica de la divinidad. De ahí que no diga como Ezequiel: sobre el trono había
"una figura semejante a un hombre que se erguía sobre él; y lo que de él aparecía, de
cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como
el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía"10. San Juan, para indicar
misteriosamente la divina presencia, recurre al resplandor de piedras preciosas y del arco
iris (v.3). También el profeta Ezequiel representa el trono de Dios rodeado de un
resplandor como el del arco iris n. Probablemente el jaspe sería translúcido, como un
cristal; la sardónica debía de ser de color rojizo muy intenso y, finalmente, el arco iris
aparecía con color esmeralda en sus diversos matices. Los autores bíblicos imaginaban la
Divinidad rodeada por un halo de luz verde que la cubría como si fuera un manto 12. San
Juan muestra un gusto especial por los colores vivos 13; manifestándose, al mismo
tiempo, como un maravilloso colorista.
Los reyes de la tierra solían tener un consejo de ancianos 14 que les asistían en el gobierno
del reino. Pues bien, al rey del cielo y de la tierra no le podía faltar este elemento de
ornato — aunque en realidad como Dios sapientísimo no necesite de su consejo — para
dar realce a la majestad de su corte. Los veinticuatro ancianos del v.4 forman como un
senado de honor que rodea el trono de Dios. Se discute entre los autores qui énes sean
estos ancianos. Para unos serían hombres glorificados o santos del Antiguo Testamento
15
. Para otros habría que identificarlos con los doce patriarcas y los doce apóstoles, que
simbolizarían al Antiguo y Nuevo Testamento. Otros ven en el número veinticuatro un
número simbólico, que estaría inspirado en las veinticuatro clases sacerdotales que
servían en el templo. Sin embargo, teniendo en cuenta que en esta primera parte de la
visión Dios se presenta simplemente como Creador (cf. v.6-8.n), creemos más conforme
con el contexto ver en los veinticuatro ancianos angeles a quienes Dios ha confiado el
gobierno de los tiempos. "Son — dice el P. Alio — como ángeles custodios
universales."16 Están sentados en sus tronos, vestidos de blanco y con una corona de oro
sobre sus cabezas. Todo esto simboliza su poder y su gran dignidad. Las vestiduras
blancas significan el triunfo y la pureza. Las coronas simbolizan su autoridad y la parte
que toman en el gobierno del mundo. Y son ancianos por su gobierno secular. Pero no
sólo reinan, sino que también ejercen oficios sacerdotales en la liturgia celeste 17. "Están
— como dice el P. Alio — a la cabeza de la iglesia celeste, y por eso representan
idealmente a la humanidad rescatada, cuyas oraciones ellos ofrecen a Dios 18. Se los verá
asociarse sin cesar a los sucesos de la tierra y al progreso del reino de Dios" 19. También
pudiera suceder que San Juan los llamara ancianos, πρεσβύτεροι, por este motivo. El
nϊmero de veinticuatro corresponde a las doce horas del día, sumadas a las doce de la
noche. En las ruinas de algunas sinagogas antiguas se han encontrado representaciones
del tiempo, bajo el símbolo de los doce signos del Zodíaco, de los doce meses y de las
cuatro estaciones del año. Por donde se ve que la idea de que el tiempo toma tambi én
parte en la glorificación del Rey de los siglos no era extraña al pensamiento jud ío 20. Hay
también algunos autores que ven en este número una alusión a las veinticuatro
divinidades estelares de la astronomía babilónica.
No sólo los veinticuatro ancianos dan realce a la majestad de Dios, sino que tambi én la
naturaleza contribuía a esto con truenos y relámpagos (v.5), como en la teofanía del Sinaí
21
. Los truenos y relámpagos son la imagen tradicional de la voz y de la acción ad extra de
Dios, sobre todo en las teofanías. Simbolizan, al mismo tiempo, el poder terrible que
Dios tiene, y que manifestará castigando a los transgresores de su ley y a sus enemigos.
Las siete lámparas de fuego., que eran los siete espíritus de Dios (v.5), creemos que son
expresiones para designar al Espíritu Santo. De este modo, San Juan contemplar ía a la
Trinidad beatísima: junto al Padre, sentado sobre el trono, estarían Jesucristo, el Cordero
y el Espíritu Santo. Este, que es único, se presenta como múltiple por la abundancia de
sus dones. Las siete lámparas y los siete espíritus simbolizan los siete dones del Espíritu
Santo, que comunica a los hombres y por medio de ellos se da a conocer 22. La imagen
empleada por San Juan procede del candelabro de siete brazos 23, que ardía noche y día
en el templo de Jerusalén, y que el profeta Zacarías recuerda en una de sus visiones 24.
También puede tener relación con el oráculo de Isaías referente al Espíritu septiforme
que había de reposar sobre el Mesías 25.
Delante del trono ve el profeta como un mar de vidrio semejante al cristal (v.6). Es
evidentemente el firmamento tal como se lo imaginaban los hebreos 26, y particularmente
la literatura apocalíptica. Según las ideas cosmológicas de los antiguos, sobre el
firmamento sólido estaban las aguas superiores o el océano celeste del Testamento de
Leví 27. Pues bien, este mar sobre el firmamento forma como el alfombrado del templo
celeste sobre el cual reposa el trono de Dios. Y este asombroso alfombrado del cielo era
como de vidrio, material muy estimado en la antigüedad. También el profeta Ezequiel
concibe el piso del cielo como si fuera de cristal, y sobre él está colocado el trono de
Dios 28. San Juan ve, además, en medio del trono y en rededor de él cuatro vivientes. La
posición de estos seres vivientes no resulta fácil de explicar. Sin embargo, creemos que
la mejor explicación — en analogía con la visión de Ezequiel 29, de la que evidentemente
depende — es la que coloca cada uno de los cuatro vivientes al pie de cada una de las
cuatro caras del trono, mirando hacia los cuatro puntos cardinales. Para el profeta que
mira el trono desde la parte delantera, uno de los vivientes está en medio y los otros en
rededor. La descripción de los cuatro vivientes es parecida a la de Ezequiel 30, aunque
más sencilla y con algunos puntos de contacto con Isaías 31. En lugar de los cuatro
aspectos (panim) de los Kerub de Ezequiel, aquí cada animal sólo tiene uno. Estos cuatro
vivientes del Apocalipsis están tomados sin duda de Ezequiel 1:10, y representan los
cuatro reyes del reino animal: el león, rey de las fieras; el toro, rey de los ganados; el
águila, rey de las aves, y el hombre, rey de la creación. La figura bajo la cual se presentan
sugiere que representan lo que hay de más noble, de más fuerte, de más sabio y de m ás
rápido en el conjunto de la creación.
Los cuatro vivientes estaban llenos de ojos por delante y por detrás. Ezequiel, en cambio,
pone los ojos sobre las ruedas del carro de Dios 35. Los ojos son para ver, luego estos
vivientes deben de tener algún oficio en el gobierno del mundo. Por otra parte, el número
cuatro responde a las cuatro partes del mundo, como sucede frecuentemente en el
Apocalipsis 36. Además, todo el contexto nos inclina a creer que los cuatro vivientes son
seres de los cuales Dios se sirve para el gobierno de la creación y que le dan gloria en
nombre de ella. Según el libro apócrifo de las Parábolas de Henoc 37, está encomendado a
tres clases de ángeles el guardar el trono de la gloria del Señor, sin dormir jam ás: los
Serafim, los Kerubim y los Ofanim 38. Los Ofanim 39 tenían innumerables ojos para
indicar que eran los ministros de Dios en el gobierno del mundo y que deb ían atender a
todo lo que sucedía en las diversas partes del orbe 40. Al mismo tiempo, los Serafim, los
Kerubim y los Ofanim eran los encargados de cantar el Trisagion: "Santo, santo, santo es
el Señor de los Espíritus. El llena la tierra con espíritus" 41. Los vivientes de San Juan
reúnen las características de estas tres clases de ángeles: tienen las seis alas de los
Serafim42, los numerosos ojos de los Ofanim43, y están debajo del trono de Dios como los
Kerubim de Ezequiel.
Según una interpretación propuesta ya por San Ireneo y Andrés de Ces área, estos
vivientes serían los cuatro ángeles que están al frente del gobierno del mundo material.
Su número corresponde al número simbólico del cosmos, pues "existen cuatro regiones
del mundo en que estamos," como se expresa San Ireneo44. Sus ojos simbolizan la ciencia
universal y la providencia divina. Y dan gloria a Dios sin cesar por su obra creadora 45.
También San Ireneo ve simbolizados en estos cuatro animales a los cuatro evangelistas,
como ya dejamos explicado.
Los cuatro vivientes tenían seis alas (v.8), como los serafines de Isaías 46. No sabemos por
qué tienen seis alas y no cuatro — los cuatro vientos —, que eran las que tenían los
querubines de Ezequiel47. Y al abrir las alas aparecían sus cuerpos llenos de ojos todo en
derredor. De igual modo que los serafines de Isaías, no cesan ni de día ni de noche de
ensalzar la santidad del Señor Dios todopoderoso. La triple aclamación — el trisagio 48 —
a la santidad divina quiere poner de relieve la trascendencia divina, separada de todo lo
contaminado y de toda maldad. La triple repetición de Santo es una manera de expresar
el superlativo, muy propia de la lengua hebrea. Santo, santo, santo equivale, por lo tanto,
a santísimo o supersantísimo. Los misteriosos vivientes aclaman, pues, la santidad de
Dios y, al mismo tiempo, su omnipotencia y eternidad. Por eso no cesaban de repetir:
Sanio, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene
(v.8). Tenemos aquí una magnífica alabanza a la divinidad, a la omnipotencia y a la
eternidad de Dios 49. Esta hermosa doxología se inspira en Isaías 6:3, y corresponde al
Sanctus que nosotros cantamos en la misa. La liturgia de la Iglesia es, en efecto, una
participación terrestre de la liturgia celeste.
Siempre que los cuatro vivientes daban gloria, honor y acción de gracias. al que vive por
los siglos de los siglos (v.9), los veinticuatro ancianos se asociaban a esta liturgia celestial
postrándose de rodillas e inclinándose hasta tocar la tierra, según la costumbre oriental 50.
Tomando luego sus coronas, que simbolizan el poder de gobernar el mundo, las
arrojaban delante del trono de Dios (v.10). El deponer sus coronas es un signo de
sumisión y vasallaje, que estaba de uso en la antigüedad. Del rey de Armenia Tiritadas se
narra que arrojó también su corona delante de la estatua de Nerón 51. A estos signos de
respeto y adoración añaden los ancianos su propio himno litúrgico: Digno eres, Señor.,
de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu
voluntad existen y fueron creadas (v.11). Esta doxología desarrolla el tema de la gloria de
Dios en las obras de la creación. En el protocolo áulico de aquella época y en el culto
imperial también se deseaba al emperador la gloria, el honor y el poder 52. Sin embargo,
San Juan probablemente se inspira en la piedad y en la literatura judía, que solían
emplear estos términos principalmente en las oraciones litúrgicas de las sinagogas. Dios
es digno de que le alabemos, porque posee todas las perfecciones posibles y su bondad se
extiende al universo entero. Ha creado todas las cosas y por su voluntad existen, de ahí
que sea justo que le den gloria y honor y reconozcan su dominio soberano sobre toda la
creación.
En resumen, los ángeles del cielo, en quienes debe estar representada la creación entera,
aclaman al Dios creador y conservador de todas las cosas 53.
1 Ap 1:19. — 2 Ap 11:15; cf. 10:7. — 3 Cf. L. Mowry, Revelation IV-V and Early Christian Liturgical
Usage: LBTh 71 (1952) 75-84; A. Ruó, Gottesbild una Gottesverehrung in Ap 4 und 5:6-14: BiLi 24 (1956)
326-331; J. Giblet, De visione Templi caelestis in Ap 4: Collectanea Mechlinensia 43 (1958) 593-597 — 4
Cf. 2 Cor 12:2SS. — 5 Cf. Job 37:18. Véase Libro de Henoc 33:1; 34:2s; 35; 36:1-3. — 6 Ap 1:10-11. — 7
Ap 1:19. — 8 dom Guiu M. Camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII p.266. — 9 Jn 1:18; 1Til
— 10 Ez 1:26-27. — 11 Ez 1:28. — 12 Cf. Sal 104:2. — 13 Cf. Ap 21:18-21. — 14 Cf. 1 Re 12:6; 2 Re 6:32.
— 15 J. Michl, Die 24 Atiesten in der Apok. des hl Johannes (München 1938) p.ioSss.!6 E. B. allo, o.c.
p.yo. — 17 Ap 4:10-11; 5:9; 11:16. — 18 Ap 5:8. — 19 E. B. Allo, ib íd., p.vo. — 20 Cf. dom Guiu M.
Camps, o.c. p.aóy; A. Feuillet, Les vingt-quatre vieillards de l'Apo-calypse: RB 65 (1958) 5-32; A.
Skrinjar, Vingintújuatuor séniores: VD 16 (1936) 333-338. 361-368; N. B. Stonehouse, The Elders and the
Living Beings in the Apocalypse. Arcana reveíala (Kampen 1951) 135-148. — 21 Ex 19,16ss; cf. Sal 18:8-
16. — 22 cf. 1 Cor 12:4. — 23 Ex 25:37- — 24 Zac 4:2. — 25 Is n.i-2. — 26 Ex 24:10; Ez 1:22. — 27 Test,
de Leví 2:7; cf. Gen 1:7; Sal 104:3. — 28 EZ 1:22.26. — 29 Ez I.4SS. — 30 Ez 1:4-25. — 31 Is 6:1-3. — 32
Mc 1:3. — 33 Lc 1:5. — 34 Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan. La Sagrada Escritura. Nuevo
Testamento III p.655 nt. 4; San Ireneo, Adv. haer. 3:11:8; San Agust ín, De consensu evangelistarum 1:6.
— 35 Ez 1:18. — 36 Ap 5:13; 7:1; 8:7-12; 16:2-9; 21:13. — 37 En el Libro de Henoc suelen designarse
con el título Las Parábolas de Henoc los capítulos 37-71. — 38 Libro de Henoc etiópico 71:7. — 39 El
profeta Ezequiel afirma que los innumerables ojos estaban en derredor de las llantas de las ruedas del carro
de Dios. Ahora bien, el término que emplea para designar las ruedas es el de Ofanim, que es el vocablo
empleado por el Libro de Henoc para designar a una clase de ángeles. — 40 M. garcía cordero, El libro de
los siete sellos ρ.βζ. — 41 Libro de Henoc 39:12. — 42 Is 6:2. — 43 Ez 1:18. — 44 Adv. haer. 3:11:8. — 45
Ap 4:9. Cf. M. E. Boismard, Apocalypse, en La Bible de Jérusalem p.39 — 46 Is 6:2. — 47 Ezi,6. — 48 Cf.
N. Walker, TheOriginofthe Thrice-Holy, Ap4:8: NTSt 5 (19585) 1325; B. M. Leiser, The Trisagion of
Isaiah's Vision: NTSt 6 (1960) 261-263. — 49 A propósito de la expresi ón el que era, el que es y el que
viene, se puede consultar la explicación que dimos de dicha frase en Ap 1:4. — 50 Cf. Eclo 50:17.21. — 51
Tácito, Annales 15:29. Cicerón (Pro P. Sestio 27) también refiere que Pompeyo devolvió, en un gesto de
magnanimidad, la corona real a un reyezuelo que se la hab ía dado en signo de sumisi ón. — 52 Cf. P.
Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) P-102. — 53 Cf. Sal 8:2.
Capitulo 5.
El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos, 5:1-14.
1
Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro, escrito
por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. 2 Vi un ángel poderoso
que pregonaba a grandes voces: ¿Quién será digno de abrir el libro y
soltar sus sellos? 3 Y nadie podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni
debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo. 4 Yo lloraba mucho, porque
ninguno era hallado digno de abrirlo y verlo. 5 Pero uno de los
ancianos me dijo: No llores, mira que ha vencido el león de la tribu de
Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos. 6 Vi en
medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos,
un Cordero, que estaba en pie como degollado, que tenía siete
cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a
toda la tierra. 7 Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba
sentado en el trono. 8 Y cuando lo hubo tomado, los cuatro vivientes y
los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero, teniendo cada
uno su cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones
de los santos. 9 Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de
tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu
sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua,
pueblo y nación, 10 y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y
reinan sobre la tierra. 11 Vi y oí la voz de muchos ángeles en rededor
del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su n úmero de
miríadas de miríadas, y de millares de millares, 12 que decían a
grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir
el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la
bendición.13 Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la
tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y en todo cuanto hay en ellos,
oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la
bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. 14
Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron
de hinojos y adoraron.
El presente capítulo tiene como tema central a Jesucristo redentor, al Cordero inmolado
por los pecados del mundo. Ya no se trata de la adoración a Dios creador, que era el
argumento del capítulo 4, sino de Cristo glorioso, vencedor por su pasión y muerte
redentora. En sus manos pone el Padre Eterno los destinos futuros de la humanidad. El
llevará a efecto los planes divinos, luchando contra las fuerzas adversas de su Iglesia, y
logrando el triunfo definitivo sobre el mal. Al recibir el Cordero la suprema investidura
de manos del Padre, todas las criaturas — representadas por los cuatro vivientes, los
veinticuatro ancianos y las miríadas de ángeles — prorrumpen en himnos de alabanza y
de adoración 1.
Como introducción a la presentación del Cordero redentor en el cielo, San Juan nos
describe con gran dramatismo la escena de un libro sellado que nadie es capaz de abrir.
En la mano derecha de Dios ve el profeta un libro (v.1), es decir, un rollo de papiro
conteniendo los decretos divinos contra el Imperio romano, tipo de todos los imperios
paganos perseguidores de los fieles. Estaba escrito por las dos caras de la hoja de papiro.
Generalmente se escribía sólo sobre una cara; pero la extensión del texto y la carestía del
papel obligaban a veces a escribir por ambas caras. La imagen del libro en donde están
escritas las leyes de la Providencia divina o los oráculos de Yahvé es frecuente en la
Biblia 2. También en la literatura apocalíptica judía se habla de las tabletas celestes y del
libro del Señor, en donde estaban consignados los planes de Dios sobre el mundo 3.
El libro o rollo que vio San Juan estaba sellado con siete sellos (v.1). Con lo cual se
quiere indicar que el contenido del libro era secretísimo 4. Los siete sellos sujetaban la
hoja enrollada, de suerte que para abrir el rollo era preciso soltar todos los sellos. La
apertura de cada uno de los sellos no implica, pues, la publicación o la lectura de una
parte del documento, sino que es más bien un preludio de su ejecución. El segundo
preludio de la ejecución de los decretos divinos comenzará solamente con el toque de las
siete trompetas.
Algunos autores piensan que el hecho de estar sellado el libro con siete sellos no
simboliza el carácter hasta entonces secreto de los decretos divinos, sino que aludiría a la
costumbre de cerrar los testamentos con sellos de diversos testigos 5. En cuyo caso, el
documento que Dios entrega al Cordero significaría el testamento de Dios. Sin embargo,
los decretos de Dios sobre el mundo no se puede decir que constituyan un testamento. Y,
además, no requerían la presencia jurídica de los testigos para su validez, como se exig ía
en la legislación jurídica de aquel tiempo para abrir un testamento. Por otra parte, no
resultaría fácil explicar cómo Jesucristo solo podía hacer jurídicamente lo que debían
hacer siete personas 6. Por todo lo cual consideramos la opinión de estos autores como
menos probable.
Un ángel poderoso grita a grandes voces, con el fin de que su voz se oiga en todo el
universo 7, preguntando si hay alguno que sea digno, o capaz, de abrir el libro, soltando
los siete sellos (v.a). Pero nadie responde en toda la creación. Nadie es digno, ni en el
cielo, ni en la tierra, ni en los abismos, de abrir el libro (ν.β). Nadie posee la dignidad
suficiente para atreverse a escudriρar los destinos futuros de la humanidad. No hay
ningún ángel en el cielo, ningún hombre en la tierra, ningún difunto en el hades que
pueda arrogarse tal dignidad. Sólo Cristo, redentor y mediador de los hombres, posee los
títulos suficientes para llevar a cabo semejante empresa. El hecho de no encontrar a nadie
en el universo capaz de desligar los sellos sirve para demostrar la alta dignidad del único
digno de realizar esta hazaña.
El profeta, ante aquel silencio de toda la creación, prorrumpe en llanto (v.4), porque
comprende cuál es el contenido del rollo. Y piensa que no será posible conocer la
revelación de aquel libro misterioso, y, en consecuencia, tampoco tendrá la alegría de
contemplar el triunfo final del reino de Dios y de su Iglesia sobre los poderes del mal,
personificados en las autoridades del Imperio romano. Pero he aquí que uno de los
ancianos amablemente le tranquiliza, y le dice: No llores, mira que ha vencido el León
de la tribu de Judá, la Raíz de David, para abrir el libro ( ν.ζ). El anciano afirma
claramente que sólo Cristo es capaz de soltar los sellos. Pero lo hace con lenguaje
figurado, inspirado en diversos pasajes del Antiguo Testamento. El epíteto León de Judá
está tomado de la bendición de Jacob a sus doce hijos, en la cual Jud á es comparado a un
cachorro de león 8. Sabido es que esta bendición de Judá es mesiánica. El otro título, Raíz
de David, es lo mismo que la expresión mesiánica Retoño de Jesé 9, que se encuentra en
la profecía de Isaías 11:10. Pues bien, es el León de Judá y el Vastago de la raza de David
el que ha vencido las fuerzas siniestras del mal, simbolizadas por el Dragón infernal 10. El
ha sido el que ha triunfado, mediante su pasión y resurrección n, del pecado y de la
muerte. Por eso El será el único digno y capaz de abrir el libro de los siete sellos.
El Cordero tiene, además, siete cuernos, que simbolizan la plenitud — siete — del poder
y de la fuerza del mismo 17. El cuerno, en el Antiguo Testamento y en las literaturas y
artes plásticas del Oriente, significa poder y fuerza. Se conocen muchas representaciones
de guerreros que aparecen con cascos provistos de cuernos para simbolizar su mayor o
menor potencia militar. Otro tanto podemos decir de las divinidades antiguas,
especialmente mesopotámicas, que suelen estar representadas con una tiara de siete
cuernos. La imagen, pues, del Cordero con siete cuernos significa el poder omnímodo de
que goza Jesucristo. Pero sería un error querer imaginarse a Jesucristo como una realidad
con siete cuernos y siete ojos. Estas imágenes son únicamente símbolos, y como tales
han de tomarse, sin tratar de forzar el pensamiento del autor sagrado. Pues San Juan,
cuando esto escribía, sin duda que no imaginaba a Cristo con siete cuernos. Se sirvió sólo
de esta imagen para simbolizar una realidad muy superior: la omnipotencia divina de
Cristo, que es el único, en toda la creación, capaz de conocer y dirigir los sucesos futuros
del universo.
El Cordero aparecía también con siete ojos, que designan su omnisciencia y providencia
universal. El profeta Zacarías ve sobre una piedra siete ojos 18, que "son los ojos de
Yahvé, los cuales observan la tierra en toda su redondez" 19. Lo que Zacarías decía de
Yahvé, lo dice San Juan en el Apocalipsis del Cordero. Los siete ojos, como las siete
lámparas de Ap 4:5, son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra (v.6). Estos
representan al mismo Espíritu Santo prometido por Jesucristo, y enviado por el Padre y
por Jesús sobre los discípulos para que diesen testimonio de Jesús y de su Evangelio
hasta el cabo del mundo 20. El espíritu Santo, que es único, aparece aquí como múltiple
para significar la abundancia de sus dones. El Apocalipsis, que se complace en el número
siete, ha querido simbolizar esta abundancia de dones mediante los siete ojos. Los siete
espíritus que, de una parte, se hallan al lado del que está sentado en el trono 21, el Dios
omnipotente, y, de otra, junto al Cordero, indican con esto que es el Espíritu de ambos.
Vienen a expresar, en forma simbólica, lo que confesamos al decir: "Creo en el Espíritu
Santo, que procede del Padre y del Hijo."
El Cordero se acerca al trono y recibe el libro de manos del que está sentado en él (v.7).
No hay que preguntar cómo pudo el Cordero tomar el rollo, no teniendo manos. Nos
hallamos en el cielo ante el Dios omnipotente, en donde todo es posible. La significación
transcendental del acto realizado por el Cordero, al tomar el libro para abrir sus sellos y
revelar su contenido, se manifiesta en la escena que sigue. Los cuatro vivientes y los
veinticuatro ancianos se postran, en señal de adoración, delante del Cordero glorioso
(v.8). Estos tienen en sus manos cítaras, para acompañar el cántico nuevo, que en seguida
entonarán, y copas de oro llenas de perfume. Estos perfumes simbolizan las oraciones de
todos los fieles de la Iglesia de Cristo que aún viven en la tierra. Los ancianos se
muestran aquí claramente como ángeles intercesores 22. Y se distinguen evidentemente
de los cristianos de la Iglesia terrestre cuyas oraciones ofrecen al Cordero. La función de
los ancianos-ángeles es manifiestamente litúrgica: el cielo es un templo con su altar y sus
cantores, parecido al templo de Jerusalén. Parece que el templo celeste que nos presenta
San Juan está más o menos calcado en el templo hierosolimitano. El vidente de Patmos
nos habla de un altar de los holocaustos 23, de un altar de los perfumes 24, de una especie
de santo de los santos, que al abrirse deja ver el arca de la alianza 25. San Juan se sirve de
elementos tradicionales bíblicos o extrabíblicos para componer sus escenas celestes, pero
dándoles un significado mucho más elevado del que tenían 26.
Los ancianos y los vivientes, al postrarse delante del Cordero, le rinden acatamiento y
adoración, al mismo tiempo que reconocen su superioridad como vencedor en la lucha
contra los poderes del Dragón. Además, expresan esos mismos sentimientos de
reverencia y adoración, entonando un cántico nuevo (v.9), que va dirigido no solamente a
Dios creador, como sucedía en los cuatro primeros capítulos del Apocalipsis, sino
principalmente a Cristo redentor. Ese cántico nuevo corresponde al orden nuevo
instaurado por Jesucristo, a la suprema intervención divina en los destinos de la
humanidad, por medio de la muerte redentora del Cordero. El tema, pues, de este c ántico
es la redención llevada a cabo por Jesucristo. El ha rescatado con su sangre a toda la
humanidad, confiriendo a todos los rescatados la dignidad de reyes y sacerdotes (v.10).
Todos los cristianos han comenzado ya a reinar espiritualmente desde que Cristo ha sido
glorificado, y son poderosos delante de Dios por su intercesión. Son un sacerdocio real 27,
porque mucho más que los sacerdotes de la Antigua Alianza se pueden acercar a Dios
para interceder por los hombres 28.
El universalismo de la obra redentora de Cristo se halla aquí bien claramente afirmado 29.
La idea del rescate por medio de la sangre redentora de Jesús es manifiestamente paulina
30
. El cántico nuevo, entonado por los habitantes del cielo, es todo él una clara confesión
de la divinidad y omnipotencia del Cordero, que es el Verbo de Dios 31.
San Juan, después de haber contemplado el grupo de los seres que están más cercanos al
trono y tienen una parte más importante en el gobierno del mundo y de la Iglesia, ve un
segundo grupo formado por miríadas de ángeles que rodeaban el trono (v.11). Estos son
incontables, miríadas de miríadas y millones de millones 32. Las cifras que nos da aquí el
profeta significan un número incontable, y parece tomarlas del profeta Daniel 33. Al
cántico nuevo de los vivientes y de los ancianos hacen coro innumerables ángeles, que
aclaman y confiesan al Cordero, inmolado por la salud de la humanidad, proclamándolo
digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la
bendición (v.12). Estos siete términos honoríficos 34 indican la plenitud de la dignidad y
de la obra redentora de Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la
redención, corresponde la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado.
La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero
que ha sido degollado, recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda
la creación. Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios
y al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los
ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el
honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13). En esta doxologνa de cuatro términos,
que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro
partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte,
sur, este, oeste 35. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como
Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación
se unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para
entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la
aclamación cósmica universal. Se acomodan a la manera de proceder de la liturgia tanto
judía como cristiana 36. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este
modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de
obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo. San Pablo, habiéndonos del
anonadamiento de Cristo y de su obediencia hasta la muerte de cruz 37, nos dice que
Jesucristo recibió, por este motivo, del Padre la dignidad más grande: fue constituido
Señor, de suerte que ante El han de doblar la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y
todo ello para gloria de Dios Padre.
En estos capítulos, y sobre todo en los capítulos 6-9 y 11:14-18, encontramos una serie de
visiones simbólicas que parecen anunciar y preparar el exterminio del Imperio romano,
tipo de todos los imperios paganos que han de perseguir a la Iglesia de Cristo. San Juan
verá idealmente, y de una manera todavía general y confusa, cómo se van preparando en
el cielo los juicios divinos (c.6-7), antes de tener la visión más detallada de su realizaci ón
sobre la tierra (c.8-11) l.
Toda esta escena se realiza en los cielos. A medida que el Cordero va abriendo los sellos,
van apareciendo uno a uno los elementos que entran en los juicios de Dios sobre el
Imperio romano y sobre todo el mundo. A la apertura de cada sello corresponde algo así
como un capítulo de cuanto está escrito en el libro. El septenario de sellos se divide en
dos series secundarias de cuatro y de tres miembros. Con la apertura de los cuatro
primeros sellos aparecen los símbolos de diversas calamidades. Los cuatro primeros
flagelos, representados por los cuatro jinetes, simbolizan las calamidades más frecuentes
en la antigüedad: invasión de los bárbaros, guerra, hambre, epidemias (6:1-8). Al abrir el
quinto sello se eleva al cielo la plegaria de los que han sido muertos por la causa de la
palabra de Dios, pidiendo a Dios que manifieste su justicia (6:9-11). Cuando el Cordero
abre el sexto sello, el profeta percibe un gran terremoto acompañado con señales del
cielo, que presagian la ira del Cordero contra los impíos (6:12-17). Después aparece un
ángel que marca a los justos con una señal en la frente para preservarlos de los castigos
que han de venir (7:1-8). A estos elegidos se une una gran multitud de vencedores, que,
uniendo sus voces a las de los ángeles, entonan himnos de alabanza a Dios y al Cordero
(7:9-17). Finalmente, al ser abierto el último sello (8:1), se hace un gran silencio en el
cielo. Este silencio impresionante indica la solemnidad del momento en el que el juicio
se va a ejecutar.
1 S. Bartina, Apocalipsis de San Juan. La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.657-658. — 2 Ez
2:9s; Dan 10:21. — 3 Libro de Henoc 81:1-2. Cf. J. bonsirven, Le Judaísme palestinien I p.190. — 4 Cf. W.
S. Taylor, The Seven Seáis in the Revelation of John: JTS 31 (1930) 266-271; O. Roller, Das Buch mit
sieben siegeln: Zntw 36 (1937) 98-113; B. deri, Die Vision über das Buch mit den sieben Siegeln (Ap 5:1-5)
(Viena 1950-1951). — 5 Cf. Suetonio, Augustus 101; Daremberg-Saglio, Dictionnaire d'Antiquit és Gr éco-
Ro-mainesfig.64443 y 67145; Dom Guiu M. Camps, o.c. p.27O. — 6 Cf. S. Bartina, o.c. p.659 nt. 3. — 7 Cf.
Ap 14:633; 18,is. — 8 Gen 49,1055. — 9 Jesé era el padre de David. Por donde se ve que Raíz de David es
equivalente a Raíz de Jesé, o al sinónimo Retoño de Jesé. — 10 Ap 12:3-9. — 11 Gf. Ap 3:21; Jn 12:313;
16:33. — 12 La imagen del cordero, aplicada a Cristo, es propia de la literatura jo ánica. Aquí el autor
sagrado emplea el término άρνίον, que aparece veintinueve veces en Ap, y siempre designa al Mesías
crucificado. En cambio, en Jn 1:29 se emplea la palabra άμνόβ· — 13 Ex 12; cf. Is 53:7; Jn 1:29.36; 1 Pe
1:19. — 14 1853:7. — 15 Jn 1:29. — 16 Cf. M. J. Lagrange, Évangile selon S. Jean1 (París 1947) p.39-41; P.
A. Harle, L'Agneau de l'Apocalypse et le Nouveau Testament: Les Études Théologiques et Religieuses 31
(1956) 26-35. — 17 Cf. Zac 1.18ss;Dan7:7;8:3s. — 18 Zac 3:9. — 19 Zac 4:10. — 20 Cf. Jn 15:26; 16:14. —
21 Ap4:5. — 22 Cf. Ap 8:3. — 23 Ap 6:9. — 24 Ap 8:3. — 25 Ap 11:19. — 26 Cf. M. Garc ía Cordero, o.c.
p.68. — 27 Ex 19:6. — 28 Ya hemos explicado en el comentario a Ap 1:6 el significado de la expresi ón
reyes-sacerdotes. — 29 Cf. 1 Pe i,18ss; 2:9; 2 Pe 2,r. — 30 Gal 3:13; 4:5; 1 Cor 6:20; 7:23. — 31 Cf. Jn i.is.
— 32 Tomás afirma que "los ángeles, en cuanto sustancias espirituales, forman una multitud inmensa,
superior a la de los seres materiales" (S. Th. i q.30,a.3). — 33 Dan 7:10. — 34 A la doxolog ía que los
veinticuatro ancianos habían dedicado a Dios creador en Ap 4:11, añaden ahora los ángeles otros cuatro
epítetos: riqueza, sabiduría, fuerza y bendición para completar el número siete. — 35 Cf. F. Cabrol, La
doxologie dans la priére chrétienne: RSR (1928) 14. — 36 Cf. 1 Crón 16:36. — 37 F Ü2.IO.
Capitulo 6.
Aparecen cuatro jinetes, 6:1-8.
1
Así que el Cordero abrió el primero de los siete sellos, vi y o í a uno
de los cuatro vivientes que decía con voz como de trueno: 2 Ven. Miré
y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le
fue dada una corona, y salió vencedor, y para vencer aún. 3 Cuando
abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: Ven. 4 Salió
otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido
desterrar la paz de la tierra, y que se degollasen unos a otros, y le fue
dada una gran espada. 5 Cuando abrió el sello tercero oí al tercer
viviente que decía: Ven. Miré y vi un caballo negro, y el que lo
montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una voz en medio
de los cuatro vivientes que decía: Dos libras de trigo por un denario,
y seis libras de cebada por un denario, pero el aceite y el vino ni
tocarlos. 7 Cuando abrió el sello cuarto oí la voz del cuarto viviente
que decía: Ven. 8 Miré y vi un caballo bayo, y el que cabalgaba sobre
él tenía por nombre Mortandad, y el infierno le acompañaba. Fueles
dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por la
espada, y con el hambre, y con la peste, y con las fieras de la tierra.
Los cuatro jinetes de esta primera visión, que depende de Zacarías 6:1-3, representan el
imperio de los partos, que fueron el terror del Imperio romano, y los azotes que sus
invasiones provocarían: dominio extranjero, guerra, hambre, epidemias 2. Pero, al mismo
tiempo, son también tipo de los azotes con que es amenazado el mundo pagano.
Los cuatro vivientes que sostienen el trono de Dios son los que dan aviso al profeta —
uno tras otro — para que se acerque y vea lo que va a suceder (v.1). A la apertura del
primer sello aparece un caballo blanco, y el que lo monta lleva un arco y recibe una
corona, señal de una primera victoria, que irá seguida de otras más (v.2). El jinete blanco
parece representar los partos — prototipo de los pueblos belicosos —, como se ve por el
arco, que era el arma característica de sus guerreros 3. El color blanco del caballo y la
corona son signos de victoria y de dominación. Los partos instalados sobre el Eufrates
constituían una amenaza continua contra el Imperio romano. En el año 62 d.C., el rey
parto Vologesis había logrado vencer a las legiones romanas junto al río Tigris. Esta
victoria presagiaba otras. Por eso se dice que el jinete salió vencedor, y para vencer aún
(v.2).
Desde los tiempos de San Ireneo, casi todos los comentaristas antiguos y muchos
modernos han visto en el jinete blanco a Jesucristo o la personificación del Evangelio,
que había obtenido victorias a través del mundo y las seguiría obteniendo. Esta
interpretación se apoya sobre todo en la semejanza con el caballero victorioso de Ap
19:11, que representa evidentemente a Jesucristo. Pero contra esta interpretación militan
las razones siguientes: La visión de los cuatro jinetes se inspira en Zacarías 6:1-3, en
donde simbolizan azotes. Luego lo normal es que también aquí tengan ese sentido. Por
otra parte, el primer jinete del Apocalipsis forma un todo con los otros tres, que
ciertamente representan calamidades. Además, parece poco probable que en los tres
septenarios del Apocalipsis un solo elemento sea heterogéneo. Y, finalmente, si se
tratase de la predicación evangélica, no se explica por qué no lleva ningún signo
distintivo, mientras que los demás jinetes llevan todos un símbolo que los caracteriza. El
arco que lleva el primer jinete no parece ser un signo distintivo apropiado para designar
la predicación evangélica 4.
Por consiguiente, creemos que el primer jinete representa el azote de las invasiones de
los bárbaros, tan frecuentes en la antigüedad. Los bárbaros, a los cuales hace referencia
San Juan en este pasaje, parecen ser los partos, que en aquella época eran los más
temibles adversarios del Imperio romano y de la cultura griega. Sus amenazas y sus
victorias tuvieron atemorizados a los habitantes del imperio durante mucho tiempo.
Después de abrir el segundo sello apareció un jinete de color rojo, es decir, de color
sangre, al cual fue entregada una grande espada. Y se le dio el poder de desterrar la paz
de la tierra y hacer que los hombres se degollasen unos a otros (v.3-4). La espada, arma de
las legiones romanas, simboliza las guerras intestinas del Imperio romano, que tuvieron
lugar el año 69 d.C. En dicho año, las legiones del Rhin, de las Galias, de la Grecia y del
Asia, capitaneadas por Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano, se enfrentaron entre s í 5. Estas
luchas eran conocidas, sin duda, por San Juan, y pudieron sugerirle la imagen del caballo
rojo de la guerra.
Después de la invasión, de la guerra y del hambre, viene la peste (v.7-8). El color claro
verdoso del jinete es el color del cadáver en putrefacción. Por eso, el jinete es llamado
Mortandad, o mejor, Muerte, ó θάνατος. Pero aquν muerte hay que entenderla de la
peste, que los LXX traducen frecuentemente por θάνατος 12. Como el hambre, era la
peste compaρera inseparable de las guerras en los tiempos antiguos, a causa del poco o
ningún cuidado de enterrar los cadáveres y de la suciedad en los campos y en las
ciudades. El hades-seol aparece aquí personificado 13 como un individuo siniestro que
seguía a la peste y a los otros tres azotes para tragar las víctimas que éstos dejaban. El v.8
precisa que las calamidades de los cuatro primeros azotes fueron limitadas a la cuarta
parte de la tierra. Esta restricción es claro indicio de la misericordia divina, que no
permitirá que tales calamidades se abatan sobre toda la humanidad. La enumeración de
las cuatro calamidades está tomada del profeta Ezequiel, el cual, dirigiéndose a los
israelitas infieles, les dice: "¡Cuánto más cuando desencadene yo contra Jerusalén esos
cuatro azotes juntamente: la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste, para
exterminar en ella hombres y animales!"14
Semejantes calamidades las habían experimentado las provincias de Oriente más de una
vez durante el siglo I. San Juan, sorprendido por todos los azotes que tuvieron lugar en su
tiempo: malas cosechas, desde el año 44 d.C., encareciendo la vida bajo Nerón, la gran
epidemia del año 65 15, guerras civiles, temor de los partos, temblores de tierra en
Anatolia, las catástrofes de Herculanp y de Pompeya, se sirvió de ellos como de símbolos
para anunciar las grandes calamidades que habían de venir sobre el mundo 16. Son como
el símbolo de los diversos azotes con que Dios castiga periódicamente a la humanidad.
San Juan concibe el cielo como un templo semejante al templo de Jerusalén, con su altar
de los holocaustos, al pie del cual se derramaba la sangre de los sacrificios. Según la
mentalidad hebraica, en la sangre estaba la vida, el alma 17. Por eso nos dice el autor del
Apocalipsis que debajo del altar estaban las almas de los mártires sacrificados por la
palabra de Dios y por el testimonio de Jesucristo (v.9). Los mártires, degollados como el
Cordero, son considerados como holocaustos ofrecidos a Dios 18. Porque el martirio es un
verdadero sacrificio soportado por amor de Cristo 19. Los mártires son, por este motivo,
los verdaderos seguidores de Jesús, el mejor cortejo que Jesucristo glorioso puede tener
en el cielo. Los que ve San Juan eran los que habían muerto bajo la persecución de Nerón
20
Una tradición judía, atestiguada por el Talmud 21, coloca las almas de los justos bajo el
trono de Dios. Otra tradición judía los representaba en el acto de ser ofrecidos a Yahv é
por Miguel sobre el altar celeste. Y la literatura rabínica colocaba a los justos, en especial
a los muertos por causa de la Ley, muy cerca del trono de Dios 22· Es muy probable que
estas tradiciones hayan influido sobre la concepción de San Juan. Por otra parte, es
posible que el Apocalipsis coloque las almas de los mártires bajo el altar porque sobre el
altar son ofrecidas las oraciones de los santos 23, o bien porque quiere significar que la
inmolación de los que son sacrificados en la tierra es ofrecida a Dios simbólicamente
sobre el altar del cielo. Según la tradición apocalíptica judía, las almas de los mártires y
justos estaban en unas cuevas o receptáculos especiales en donde esperaban la
resurrección 24. Es también muy posible que San Juan coloque a los mártires debajo del
altar para significar una especial intimidad de éstos con Dios.
Estos mártires claman, como clamaba la sangre de Abel 25, y piden al Dios santo y fiel
que vengue su sangre en los habitantes de la tierra (v.10), es decir, en los enemigos de
Dios 26. Esta petición de los mártires que parece un tanto dura y poco conforme con el
espíritu cristiano, hay que entenderla en conformidad con todo el libro y con el esp íritu
general del Nuevo Testamento. "Non haec odio inimicorum, pro quibus in hoc saeculo
rogaverunt, orant, sed amore aequitatis" (San Beda). Los mártires desean ardientemente
el triunfo de la palabra divina; de ahí la petición que dirigen a Dios para que se cumpla la
justicia 27. Sin embargo, la súplica que aquí elevan los mártires no está inspirada en la del
Señor ni en la de San Esteban Protomártir pidiendo perdón para sus verdugos. Es m ás
bien el eco de las que leemos tantas veces en los salmos, en Jeremías y en otros lugares
del Antiguo Testamento. La venganza más digna de Dios misericordioso es obligar a sus
enemigos a postrarse ante El pidiendo perdón. La respuesta que se da a la petici ón de los
mártires se parece bastante a la que se encuentra en el 4 Esdras 4:35-37. Los justos, desde
sus receptáculos, preguntan: "¿Cuánto tiempo tendremos todavía que permanecer aquí?"
A lo que responde el arcángel Jeremiel: "Hasta que el número de vuestros semejantes sea
completo." De igual modo, los mártires del Apocalipsis han de callarse, esperando un
poco de tiempo aún (v.11), a que se complete el número de sus hermanos que han de ser
muertos como ellos. El tiempo de espera será corto, porque en el cielo los años cuentan
poco. A los mártires se les da una túnica blanca, propia de los que ya han triunfado, como
en Ap 3:5; 7:9. Los mártires participan desde ahora del triunfo y de la gloria celeste, que
son prenda del pleno cumplimiento de las promesas divinas.
La satisfacción prometida a los mártires va a ser simbolizada, bajo su doble aspecto, por
la visión del sexto sello. Tal vez las oraciones de los santos hayan acelerado la acción
divina.
Los cataclismos cósmicos que siguen a la apertura del sexto sello parecen presentarse
como una respuesta al clamor de los mártires. Son las señales que precederán al castigo
de Dios contra los poderes del mal, y que por sí solos indican lo terrible y espantoso que
será ese día. Todas las señales cósmicas descritas aquí por San Juan: terremotos,
oscurecimiento del sol y de la luna, caída de las estrellas, arrollamiento del cielo,
estremecimiento de los montes y de las islas (v.12-14), son clásicas y tradicionales en la
literatura profética y apocalíptica tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Son
figuras empleadas para anunciar el desencadenamiento de la cólera de Dios contra los
impíos. De temblores de tierra se habla en Amos 8:8; en Joel 2:10; 3:4. De eclipses de
sol y de la luna ensangrentada en Amos 8:9; Joel 2:10; 3:4; Isaías 13:10; 50:3; en San
Mateo 24:21.29-30; en el mismo Apocalipsis 8:5; 11:13; 16:18. De la caída de las
estrellas y de la desaparición del cielo, nos dice hermosamente Isaías: "La milicia de los
cielos se disuelve, se enrollan los cielos como se enrolla un libro; y todo su ejército caer á
como caen las hojas de la higuera." 29 Como se ve claramente, esta imagen de Isaías está
tomada casi al pie de la letra por el autor del Apocalipsis. La única imagen que no
encontramos en la Biblia es la de la translación de las montañas y de las islas 30, que
puede considerarse como una consecuencia del gran terremoto anunciado en el v.12.
Todas estas imágenes no hay que tomarlas al pie de la letra. No se trata de hechos reales,
que han de suceder como preludio del fin del mundo, sino que son puros s ímbolos
convencionales de desgracias que se han de abatir sobre los malvados. No es el juicio
final lo que aquí se anuncia. Es más bien una de tantas intervenciones justicieras de Dios
sobre la humanidad en el curso de su historia.
San Juan nos presenta a hombres de todas clases y condición el n úmero siete indica
totalidad —, desde los reyes, magnates, tribunos, ricos y poderosos hasta los siervos y
libres, huyendo de los cataclismos para esconderse en las cavernas de los montes (v.15).
Esto era frecuente en Palestina en tiempo de invasiones enemigas y de guerras 31. Y lo
mismo dice Jesucristo en el Evangelio cuando habla de la caída de Jerusalén y de la gran
tribulación 32. El apostrofe que dirigen los impíos a los montes y a las peñas: Caed sobre
nosotros y ocultadnos de la cara. del Cordero (v.16), nos recuerda las palabras que Cristo
dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén, que se lamentaban de su suerte, cuando iba
camino del Calvario: "Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los
collados: Ocultadnos." 33 Los malvados tienen conciencia de su culpabilidad, y, antes de
comparecer ante la faz irritada del Cordero, prefieren desaparecer para siempre. Porque
ha llegado el día terrible de su ira, y nadie podrá mantenerse en pie en su presencia (v.17).
El manso Cordero se ha convertido en fiero León para los enemigos de Dios. La vista del
Redentor inmolado será lo que más terror ha de causar a la humanidad ingrata. Los
enemigos de Dios se sentirán llenos de espanto, y tendrán que reconocer la soberanía y la
omnipotencia divinas, manifestadas en esas convulsiones cósmicas. El día grande de la
ira del Señor es el paralelo del gran día de Yahvé, del cual nos hablan frecuentemente los
profetas 34. Ese día será un día terrible, un día de tinieblas y oscuridad, en el que se
oscurecerá el sol y la luna, y las estrellas caerán del cielo, y el universo entero se
conmoverá 35. Todas estas imágenes sirven para dar realce a la intervención divina en
favor de su Iglesia y en contra de los enemigos de ella.
El significado esencial de la escena descrita por San Juan es que los enemigos de Dios
serán obligados a reconocer, en las diversas épocas de la historia, los signos precursores
del gran día de Dios, del gran juicio del Señor 36. Y tendrán que constatar que no siempre
podrán escapar a la justicia divina 37.
1 Cf. E. B. Allo, o.c. p.8-4; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejórusalem p.42. — 2 Gf.
G. Baldensperger, Les Cavaliers de l'Apocalypse (Ap 6:1-8): Rhpr 4 (1924) 1-31" — 3 Cf. W. M. Ramsay,
o.c. p.s8. — 4 Cf. A. Gelin, o.c. p.612; dom Guiu M. Camps, o.c. p.2?5. — 5 Gf. P. Touilleux, o.c. p.52. —
6 Cf.Ez 4.16. — 7 Mt 20.255. — 8 El quénice, Χοΐνιξ, era una medida griega de capacidad para áridos. El
denario era el sueldo medio de un trabajador por jornada. Equivalía más o menos a una peseta oro. — 9 Cf.
Cicerón, In Verrem 3,Si. — 10 Según nuestra manera de ver, la traducción de Nácar-Colunga: el aceite y
el vino ni tocarlos, es un tanto confusa, y se presta a diversas interpretaciones. Sería mejor traducir el
griego το ελαιον και τον οινον μη άδικήσης: al aceite y al vino no les hagas daño, o bien, no les causes
ningún perjuicio. De esta manera se ve claramente que el autor sagrado no habla de la escasez del aceite y
del vino, como piensan algunos autores, sino, por el contrario, de sobreabundancia. — 11 Suetonio,
Domitianus 7:2.15. — 12 El término griego θάνατος = muerte, es empleado con frecuencia por los LXX
para traducir el hebreo deber = peste. — 13 Cf. Ap20:14. — 14 Ez 14:21. — 15 Tácito, Ármales 16:13;
Suetonio, Nerón 39:45· — 16 Cf. E. B. Allo, o.c. p.Q4. — 17 Cf. Lev 17:11-14- — 18 Cf. Fil 2:17;
2Tim4:6. — 19 Cf. 2 Tim 4:6. — 20 tácito, Anuales 15:44· — 21 Sabbaih 125b. — 22 Cf. J. Bonsirven,
Juda'isme Palest. I p.327-340; Strack-Billerbeck, o.c. I p.224; ΠΙ p.803. — 23 Ap 8:3. — 24 Esdras 4:3553.
— 25 Gen 4:10. — 26 Ap 9:; 11:10. Libro de Henoc 22:5-7; — 27 Cf. E. B. Allo, o.c. p.104. — 28 E. B.
Allo, o.c. ρ.104 — 29 Is 34:4. — 30 Cf. Ap 16:20. La traducciσn de Nácar-Colunga: todos ios montes e
islas se movieron en sus lugares, no es del todo exacta. Sería mejor traducir, siguiendo el griego: "se
movieron de sus lugares” (εκ των τόπων ocϊrcov εκινή3ησαν). En varios salmos (cf. Sal 18:8; 46:3-4;
114:4) se nos dice que los montes se conmovieron, que saltaron, que incluso se precipitaron en el mar.
Tenemos, por consiguiente, una imagen bastante parecida a la del Apocalipsis. — 31 Gf. i Mac 2:28-30;
Mt 24:16.26. — 32 Mc 13:14; Lc 21:21. — 33 Le 23:30. — 34 Cf. Am 5:18.20; Sof 1:14-16; Jl 2:1-2.11. —
35 Mt 24:29. — 36 Cf. Jl 2:11; Sof 1:14-18. — 37 E. B. Allo, o.c. p.io ó.
Capitulo 7.
Preservación de los justos de los azotes, 7:1-8.
1
Después de esto vi cuatro ángeles, que estaban en pie sobre los
cuatro ángulos de la tierra, y retenían los cuatro vientos de ella para
que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre
ningún árbol. 2 Vi otro ángel que subía del naciente del sol, y ten ía el
sello de Dios vivo, y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles, a
quienes había sido encomendado dañar a la tierra y al mar, diciendo:
3
No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que
hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes. 4 Oí que
el número de los sellados era de ciento cuarenta y cuatro mil sellados,
de todas las tribus de los hijos de Israel: 5 De la tribu de Judá, doce
mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce
mil; 6 de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftal í, doce mil;
de la tribu de Manases, doce mil; 7 de la tribu de Simeón, doce mil; de
la tribu de Le vi, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; 8 de la tribu
de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de
Benjamín, doce mil.
Todo el capítulo séptimo está íntimamente ligado al sexto sello. Es como una respuesta
al grito desesperado de los enemigos del Cordero: ¿Quién podrá mantenerse en pie? El
autor sagrado quiere infundir aliento y esperanza a los fieles ante la gran catástrofe
anunciada en el capítulo anterior. Hasta aquí los azotes divinos no hacían distinción entre
los siervos de Dios y los impíos habitantes de la tierra. En adelante, los fieles ser án
preservados. Por eso, antes de abrir el séptimo sello, un ángel de Dios marca a los
escogidos con una señal en la frente, que los distinguirá de los paganos.
El profeta ve cuatro angeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra (v.1). La tierra
antiguamente era concebida como plana y cuadrada 2. Los cuatro ángulos de la tierra
equivalían a los cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Los cuatro ángeles
tenían como misión el retener los cuatro vientos de la tierra. En la tradición judía, todos
los elementos materiales del mundo estaban regidos por ángeles que vigilaban su
funcionamiento. Aquí, los cuatro vientos corresponden a los cuatro azotes del capítulo
precedente. Los cuatro ángeles rectores de ellos les impiden soplar sobre la tierra y
arrojar sobre ella los castigos decretados por la justicia divina. Con esto, San Juan afirma
con bastante claridad que todos los elementos que componen el cosmos y las condiciones
meteorológicas de él dependen totalmente de la voluntad de Dios.
Además de estos cuatro ángeles, San Juan ve un quinto ángel, que viene del oriente (v.2).
El oriente es el lado de donde viene la luz, lo que corresponde bien a este ángel portador
y anunciador de la salvación 3. El ángel que ve Juan lleva el sello (σφραγίβ) de Dios
vivo, con el cual marcará a los siervos de Dios. Se trata, según parece, de un sello
negativo que, al ser aplicado, deja marcada una imagen. En la antigüedad era frecuente
llevar piedras entalladas con las cuales se marcaban los objetos, las cartas, etc. Y esta
marca servía de firma. El objeto o la persona sellados, es decir, marcados con el sello,
indicaban con esto que pertenecían al dueño del sello. Los esclavos y las personas
pertenecientes al culto de los templos eran sellados frecuentemente a fuego, para
significar de una manera indeleble su procedencia y propietario. El ángel portador del
sello grita a los otros cuatro ángeles que no hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los
árboles hasta que marque en la frente, con el sello de Dios, a los siervos del Señor (ν.β).
Una vez hecho esto, ya podrαn cumplir su oficio justiciero. El signo sobre la frente
indica la protección divina y la pertenencia a Dios y al Cordero 4. La imagen del signo o
del sello religioso era también conocida en Israel. En el Éxodo 5 se narra que la noche en
que se había de ejecutar la décima plaga, mandó Dios un ángel para que con la sangre del
cordero pascual señalase las casas de los hebreos. De este modo fueron librados los
israelitas de la décima plaga. En el mismo libro del Éxodo 6 se manda que en el turbante
del sumo sacerdote había de haber una placa con la inscripción: le - Yahweh —
"propiedad de Yahvé." El profeta Isaías 7 habla de los paganos convertidos a la religión
de Yahvé, que tendrían sobre la mano la inscripción: le - Yahweh = "De Yahvé,"
"propiedad de Yahvé." Pero es sobre todo Ezequiel el que sirvió de modelo al autor del
Apocalipsis. El profeta Ezequiel 8 ve un ángel, con pluma y tintero, que va señalando con
una tau en la frente a los que no se habían contaminado con las abominaciones idolátricas
que se cometían en Jerusalén. De esta manera, los sellados con la tau son preservados de
la matanza de los otros seis ángeles. La visión del Apocalipsis corresponde
perfectamente a esta de Ezequiel. A los marcados con el sello de Dios no les alcanzarán
los azotes que van a descargar sobre el mundo los cuatro vientos. Probablemente, la
señal con que eran sellados los siervos de Dios debía de ser el nombre de Dios y del
Cordero, pues éste es el signo que distingue a los predestinados en Ap 14:1.
Lo cierto es que los marcados con el sello pasaban a estar bajo una protección especial de
Dios. Ya hemos indicado más arriba que en la antigüedad pagana era corriente marcar a
los esclavos con una señal, que indicaba ser propiedad de un determinado señor.
Heródoto habla del templo egipcio de Hierápolis, en donde existía la costumbre de
señalar con el sello sagrado a todos los esclavos que se refugiaban en el templo, con el
fin de consagrarlos al servicio del dios. Después de lo cual, a nadie estaba permitido
poner la mano sobre ellos 9. En Ap. 13:16 también se dice que los seguidores de la Bestia
llevarán su sello sobre la frente. El bautismo cristiano, que era administrado en nombre
de Cristo y por el cual el fiel pasaba a ser como propiedad de Cristo, fue llamado
σφραγίβ: sello 10. Aquí, sin embargo, no parece que se trate ni se aluda al bautismo. La
señal es algo metafórico, como lo será la señal de la Bestia 11.
El número de los marcados en la frente es de 144.000 (v.4). Es éste un número simb ólico,
resultado de la suma de doce mil escogidos de cada una de las doce tribus de Israel (=12
X 12 X 1000), que designa una inmensa multitud. ¿A quiénes representan estos 144.000
sellados? Creemos que la opinión que tiene mayor probabilidad es la que ve en esta
multitud de marcados a toda la Iglesia cristiana. Se identificar ía con la ingente
muchedumbre de que nos va a hablar San Juan en Ap 7:9-17. Pero San Juan presenta a
esta inmensa multitud ya en el plano glorioso del cielo. Según Ap 3:9-10, las doce tribus
de Israel designan a la Iglesia militante, en cuanto que los cristianos son considerados
como formando el verdadero pueblo de Israel, que sucede al antiguo 12. Y los 144.000
vírgenes de Ap 14:1-5 que siguen al Cordero, pudieran también identificarse con la
inmensa multitud de nuestro texto. Sin embargo, es más probable que revistan matices un
tanto distintos esos dos grupos de 144.000: el grupo inmenso de sellados de Ap 7:4
representaría a la totalidad de los cristianos; mientras que los 144.000 vírgenes de Ap
14:4 designaría a la totalidad de los elegidos 13. Orígenes, Primasio, San Beda, Beato de
Liébana, y autores modernos, como Renán, Swete y otros, ven en esta cifra simbolizada
la multitud de los fieles de Cristo, que serán librados de los azotes en el d ía de la c ólera
de Dios contra los impíos. Otros escritores, siguiendo a Victorino Pettau y a Andr és de
Cesárea, creen más bien que el número 144.000 representa a los cristianos convertidos del
judaismo, desde los días apostólicos hasta la entrada en masa de Israel en la Iglesia 14. Y,
finalmente, ciertos autores, como, por ejemplo, el P. S. Bartína 15, identifican esa
muchedumbre inmensa de 144.000 con un grupo escogido que había de quedar excluido
de las calamidades que se abatirían sobre la tierra, y que sería el que prolongase la Iglesia
en la historia.
El vidente de Patmos coloca la tribu de Judá en primer lugar, por ser la tribu de la cual
había salido el Mesías, Jesucristo 16. La tribu de Dan no es nombrada, tal vez porque una
tradición judía la consideraba como maldita, por suponer que de ella había de salir el
anticristo 17. Pero con el fin de que subsista el número 12 — n úmero sagrado de las tribus
de Israel — el hagiógrafo nombra a la tribu de Leví, y desdobla la tribu de Jos é en las de
Efraím (en lugar de Efraím es nombrado José) y de Manases.
San Juan, después de contemplar los 144.000 sellados, ve en el cielo una gran
muchedumbre de elegidos de todas las naciones, incontables en número, que estaban de
pie delante del trono y del Cordero (v.8). Esta multitud innumerable simboliza a toda la
Iglesia, compuesta de gentes de toda raza y nación. El Señor había prometido a los
patriarcas que en ellos serían bendecidos todos los pueblos de la tierra 18. Los profetas
también habían predicho de muy diversas maneras la incorporación de las naciones al
pueblo de Dios en los tiempos mesiánicos. Por eso Jesucristo había mandado a los
apóstoles a predicar el Evangelio a toda criatura 19. Y San Pablo nos dirá todavía más
claramente que en Cristo no hay judío ni gentil, hombre o mujer, siervo o libre, porque
todos somos uno en Cristo 20. La gran muchedumbre que ve San Juan parece designar —
según el v.14 —, un gran número de mártires cristianos, que vienen de la gran tribulación
y ya poseen la bienaventuranza eterna. Los vestidos blancos y las palmas en las manos
significan su triunfo y su felicidad celeste. Sin embargo, conviene tener presente que las
túnicas blancas y las palmas pueden ser también el símbolo de todo cristiano que ha
triunfado del mundo. El cristiano que ha permanecido fiel a su fe en medio de las
dificultades de este mundo, consigue una dificilísima victoria, que en mucho se parece a
la victoria de los mártires. Además, para San Juan, la vida en el cielo es la prolongación,
la expansión de la vida de la gracia recibida en el bautismo. El contempla a los elegidos
en una especie de peregrinación, de procesión hacia el cielo, en donde tendrá lugar el
último acto de su largo peregrinar. Este último acto consistirá en sumarse al coro celeste
de todos los elegidos para alabar a Dios por toda la eternidad 21. Por eso, en la perspectiva
joánica, la Iglesia militante y la triunfante vienen como a identificarse, a sobreponerse
frecuentemente. Esta es la razón que nos ha movido a identificar la muchedumbre
innumerable de Ap 7:9 con los 144.000 siervos de Dios sellados en la frente de los
versículos precedentes 22.
La inmensa turba toma parte, juntamente con los espíritus celestiales, en la gran liturgia
del cielo, en el sacrificio de alabanza, el más grato al Señor (v. 10-12). En su acción de
gracias entonan un cántico en el que reconocen que la salvación de que gozan la han
recibido del que está sentado en el trono y del Cordero. Porque éstos son los únicos que
la pueden dar. El cántico de alabanza va dirigido a ambos, con lo cual confiesan su
unidad y — hablando en lenguaje teológico — la consubstancialidad del Padre y del
Hijo. La expresión salud (σωτηρία) α nuestro Dios parece ser una traducción del hosanna
de los judíos, que era empleado especialmente en las manifestaciones religiosas de la
fiesta de los Tabernáculos 23.
Las miríadas de ángeles que estaban en torno al trono de Dios, los veinticuatro ancianos
y los cuatro vivientes, se unen a la aclamación de los mártires postr ándose en tierra y
respondiendo con un solemne amén (v.11). Luego entonan una doxología de alabanza a
Dios, que consta de siete términos (v.12). Con este septenario de plenitud y totalidad se
celebran la sabiduría y el poder divinos, por haber hecho triunfar a tan inmensa multitud.
En primer lugar es la bendición que le ofrecen todas las criaturas. De este colosal cántico
de bendición de toda la creación tenemos como un eco lejano en el canto: "Bendecid
todas las obras del Señor al Señor" 24. Después es la gloria, es decir, la manifestación de
la grandeza de Dios, que invita a la alabanza, de la cual está llena toda la tierra 25. La
sabiduría, que el mismo Dios pregona en el libro de Job, describiéndonos las maravillas
de la creación, en que resplandece la sabiduría del Creador 26. La acción de gracias, la
cual es debida a Dios por los innumerables beneficios que derrama en todas las criaturas,
especialmente en los seres racionales, a quienes hace participantes de su propia
bienaventuranza. Honor es el reconocimiento de la excelencia de una persona, y ¿quién
más excelente que Dios, y a quién es más debido el reconocimiento de esa excelencia? El
poder soberano para regir a nadie puede competir mejor que al que por derecho propio
reina sobre la creación entera. Finalmente, la fortaleza, o mejor, la fuerza con que
subyuga a cuantos se le oponen, sometiéndolos a su ley, conviene de modo especial a
aquel que es llamado el todopoderoso. Todos estos atributos los posee Dios, no por algún
tiempo determinado, sino por los siglos de los siglos. Así, los cielos y la tierra, los
ángeles y los hombres se juntan, en esta solemnísima liturgia celeste, para aclamar a una
al Dios soberano, que está sentado en el trono, y al Cordero.
A continuación (v.13-17) San Juan va a determinar mejor quiénes son los que forman esa
muchedumbre incontable. Y en un diálogo entre uno de los veinticuatro ancianos y el
vidente de Patmos, muy propio del estilo apocalíptico, aquél le responde: Estos son ios
que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del
Cordero (v.14). La gran tribulación de que se habla aquí no es precisamente la de los
últimos tiempos, es decir, la del juicio final, sino que probablemente se refiere a la
persecución de Nerón, tipo de todas las persecuciones antirreligiosas de todos los
tiempos. La muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre del Cordero,
no comprende únicamente a los mártires de la persecución neroniana, sino también a
todos los fieles purificados de sus pecados por el bautismo. El sacramento del bautismo
recibe de la sangre de Cristo la virtud de lavar y purificar las almas 27. El cristiano,
que recibe por el bautismo la gracia de Dios, posee ya en sí mismo la vida. Vive la vida
de la gracia, que es comienzo de la vida eterna, aun en medio de las tribulaciones de la
vida presente. Después vendrá la plena expansión de esa vida en el cielo. Así entendido
este pasaje, se explica bien la expresión un tanto extraña: lavaron sus túnicas y las
blanquearon en la sangre del Cordero. Es la sangre de Cristo, que lava y purifica las
almas de los pecados contraídos. Esta metáfora de la sangre de Cristo que blanquea,
quitando los pecados, se encuentra en otros lugares del Nuevo Testamento 28. La imagen
del Apocalipsis debe de provenir de Ex 19:10.14 y Gen 49:11.
Capitulo 8.
Apertura del séptimo sello: silencio de media hora, 8:1.
1
Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo por
espacio corno de media hora.
La apertura del séptimo sello da comienzo a una nueva serie de catástrofes. Por
consiguiente, el séptimo sello no constituye el final del drama, que trae consigo el gran
día del castigo, sino que es sólo el final de un acto. Su apertura dará lugar a un nuevo
septenario de catástrofes, que se producen al toque de siete trompetas. Al abrir el último
sello se origina una gran expectación entre los que rodeaban el trono de Dios y el
Cordero. La solemnidad del momento se pone de manifiesto al presentarnos a los
habitantes celestes como atónitos, guardando silencio por espacio de media hora (v.1).
Este impresionante silencio señala la espera ansiosa de las criaturas mientras se
desenrolla el libro. Lo que ahora se va a descubrir es tan sorprendente y aterrador que
todos quedan como sobrecogidos por el terror. Este silencio solemne, que precede la
venida del gran día de la cólera, es una especie de entreacto, después del cual la escena
pasa del cielo a la tierra. El toque de las siete trompetas anunciará una nueva serie de
azotes, que constituirán el preludio a la llegada del reino de Dios.
Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día, 8:2-6.
2
Vi siete ángeles, que estaban en pie delante de Dios, a los cuales
fueron dadas siete trompetas. 3 Llegó otro ángel, y púsose en pie junto
al altar, con un incensario de oro, y fuéronle dados muchos perfumes
para unirlos a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro,
que está delante del trono. 4 El humo de los perfumes subió, con las
oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia de Dios. 5
Tomó el ángel el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arroj ó
sobre la tierra; y hubo truenos, voces, relámpagos y temblores. 6 Los
siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
Tal vez haya que suponer que el Cordero, después de soltar el séptimo sello, desenroll ó
el libro y lo leyó. Una vez conocido el contenido del libro, da las órdenes pertinentes a
los ángeles, que son sus agentes. San Juan ve los siete ángeles que están delante de Dios,
a los que fueron entregadas siete trompetas (v.2). Estos ángeles deben de ser figuras ya
conocidas, como lo indica el artículo τους. Probablemente sean los αngeles que la
tradición judía conocía como los ángeles de la faz o angeles de la presencia, es decir, los
siete arcángeles de que nos hablan Tobías 3, Daniel 4, San Lucas5 y Henoc6: Uriel, Rafael,
Raguel, Miguel, Saraquiel, Gabriel, Remeiel. Están delante de Dios para significar que
es El quien los envía a poner por obra sus juicios sobre la tierra. Ellos han de dar las
señales para que los ministros de la justicia divina cumplan los mandatos que ya habían
recibido. Las trompetas que les fueron entregadas' constituían una imagen escatológica
tradicional. Por medio de ellas se da la señal de los juicios divinos, sobre todo la del
último juicio7. Ellas anuncian la destrucción del mundo pagano, pero son, al mismo
tiempo, anuncio de alegría y liberación para los elegidos.
Pero antes de que los siete ángeles comiencen a hacer su oficio, llega otro ángel con un
incensario, o, más propiamente, con una paleta que servía para transportar las brasas del
altar de los holocaustos sobre el altar de los perfumes. El ángel se acerca al altar de los
holocaustos, bajo el cual estaban los mártires 8, y recibe muchos perfumes, que
simbolizan las oraciones de los santos, los cuales ha de ofrecer sobre el altar de oro (v.3).
El autor sagrado concibe el templo celeste exactamente como el templo de Jerusalén. En
él hay un altar de los holocaustos, un altar de los perfumes y un santo de los santos 9. Las
oraciones de los fieles llegan hasta Dios por mediación de los ángeles 10. Se afirma aquí
claramente la doctrina de la intercesión de los ángeles en favor de los hombres H. San
Juan en el Apocalipsis insiste en presentar al ángel como intercesor de los santos al lado
del Señor. En esto se conforma a la tradición bíblica y judía, que presenta frecuentemente
a los ángeles como intercesores de los hombres, especialmente en los últimos libros del
Antiguo Testamento 12. El ángel que había visto San Juan coloca los perfumes o el
incienso sobre las brasas del altar. Y entonces se vio una columna de humo que subía,
juntamente con las oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia de Dios
(v.4). Las oraciones, simbolizadas por los perfumes 13, piden justicia contra los
perseguidores. Y, en efecto, Dios escucha las oraciones de los santos, pues pronto vamos
a contemplar su realización. Dios va a intervenir en favor de su Iglesia.
Del mismo modo que la apertura de los cuatro primeros sellos constituía una especie de
grupo, así también aquí las cuatro trompetas forman un primer grupo. La razón de esto
está en que se reparten, como los siete sellos, las siete cartas, las siete copas, en dos series
de cuatro y de tres miembros respectivamente. Las calamidades que desencadena el
toque de las diversas trompetas se abaten sobre un tercio de la naturaleza inanimada: la
tierra, el mar, las aguas dulces y los cielos. Los hombres no son atacados directamente;
pero indirectamente tendrán que sufrir los efectos consiguientes a la acción de los azotes
divinos. Las calamidades desencadenadas por los cuatro jinetes herían a un cuarto de la
humanidad. Aquí el castigo es mayor, pues abarca a un tercio. La cólera divina alcanzará
su mayor extensión en el septenario de las copas 14.
La descripción de los azotes que se producen al toque de las diversas trompetas está
tomada en buena parte de las plagas de Egipto, que en la tradición judía representaban
los castigos típicos de Dios contra los idólatras 15. Las siete calamidades del Apocalipsis
provocadas por las trompetas siguen muy de cerca, incluso en la parte literaria, la
narración de las plagas del tiempo de Moisés 16. Es evidente que no han de tomarse al pie
de la letra, ni aun en sentido alegórico, tratando de dar un sentido determinado a cada
detalle. Se deben interpretar más bien en sentido parabólico, viendo en cada calamidad
— tomada en conjunto — la acción de la justicia divina, que castiga a los hombres
obrando sobre la naturaleza, que Dios había creado para su provecho 17.
Según el libro cuarto de Esdras 22, la destrucción del mundo habría de durar siete días,
tantos como había durado su creación. No tendría nada de extraño que el septenario de
las trompetas se inspirase en esta concepción. Sin embargo, interpretando este septenario
dentro del cuadro general del Apocalipsis de San Juan, es más probable que aquí el
número siete tenga sentido de plenitud, como ya hemos visto que tenía en otros
septenarios 23.
La segunda trompeta trae consigo un azote sobre el mar del todo singular. Una montaña
ardiendo es arrojada al mar, y convierte en sangre la tercera parte de él, y destruye
cuantos animales hay en sus aguas y hasta las naves que por ellas navegan (v.8-9). El
hecho de convertirse el agua en sangre recuerda la primera plaga de Egipto, en la cual el
Nilo se convirtió en sangre y murieron todos los peces que en ellas había 27. En la gran
montaña arrojada al mar ardiendo en llamas, algunos autores ven una alusión a alguna
erupción volcánica. Pudiera ser una referencia a la gran erupción del Vesubio (año 79
d.C.), en la que fueron sepultadas por la lava las ciudades de Pompeya y Herculano 28. El
recuerdo de esta catástrofe verdaderamente apocalíptica debía de perdurar todavía a fines
del siglo i, cuando San Juan redactaba su libro. Y este recuerdo pudo sugerirle elementos
para la descripción del segundo azote.
Al sonar la tercera trompeta cayó del cielo un astro grande, ardiendo como una tea, sobre
la tercera parte de los ríos y de las fuentes de agua (v.10). Este astro, llamado Ajenjo,
inficionó las aguas, causando la muerte de muchos hombres con su amargura (v.11). Sin
duda que este azote se refiere a alguna epidemia causada por las aguas emponzoñadas.
En Ap 8:8-9 se hablaba de la contaminación de las aguas saladas del mar; ahora toca la
vez a las aguas dulces de los ríos y de las fuentes. El astro envuelto en llamas que cae del
cielo pudiera ser un ángel, por analogía con Ap 9:1. Pero también podría ser un b ólido,
que en los ambientes populares habría sido considerado como el causante de la epidemia.
Uno de los Oráculos sibilinos (5:158-161) también anuncia la caída de un astro que secará
el mar profundo y consumirá a Babilonia (Roma) y a Italia 29. En el libro cuarto de Esdras
(5:9) se habla de las aguas dulces convertidas en amargas, que es considerado como un
signo precursor de la proximidad del fin del mundo. El ajenjo (Artemisia absinthium) era
una planta muy conocida en la antigüedad por su sabor, el más amargo de todos. En el
Antiguo Testamento, el ajenjo es símbolo de la injusticia, de la idolatría y de los castigos
divinos 30. Las aguas emponzoñadas con el ajenjo del Apocalipsis mataron a muchos
hombres. No se especifica que fuera una tercera parte, como en las trompetas anteriores,
sino que se habla de una manera general e indeterminada. Se pueden percibir en esta
tercera, trompeta reminiscencias de la primera plaga de Egipto 31.
La cuarta trompeta trae consigo el oscurecimiento de la tercera parte del sol, de la luna y
de las estrellas (v.12). También Dios creó los astros para servicio del hombre, a fin de que
le sirvieran con su luz. Por eso su oscurecimiento es una señal de mal augurio para los
hombres. Se debe de tratar de eclipses parciales, que eran de mal presagio para los
antiguos. En las descripciones apocalípticas de la Sagrada Escritura y de la literatura
judía posterior nunca faltan estos fenómenos celestes 32. Con ellos se quiere indicar que
los astros, criaturas de Dios, también tomarán parte en los castigos divinos contra la
humanidad. El azote desencadenado por esta cuarta trompeta depende evidentemente de
la novena plaga de Egipto, en la que las tinieblas cubrieron durante tres días la tierra 33.
En el libro de la Sabiduría, el autor sagrado se complace en ponderar la grandeza de esta
plaga 34.
De esta manera, la tierra, el mar, las aguas dulces y los astros han sido heridos
sucesivamente en un tercio. Esto muestra que la descripción del vidente de Patmos es
una cosa convencional y artificial, para significar los castigos que habían de venir sobre
el mundo. Del mundo material sólo quedan el aire, que será herido al sonar la séptima
trompeta, y el Abismo, o sea el hades, del cual se hablará al tratar de la quinta trompeta.
Los castigos desencadenados por las cuatro primeras trompetas han alcanzado
directamente sólo a la tierra y a los astros. Los nombres han sido alcanzados hasta aqu í
sólo indirectamente. Las otras tres trompetas que quedan traerán consigo una creciente
intensidad de los azotes, que alcanzarán a los hombres directamente, y sus efectos serán
mucho más graves. Esto nos lo muestra el profeta con la breve introducción de Ap 8:13.
Un águila aparece en lo alto del cielo para que se oiga bien de todas partes lo que va a
decir. Con poderosa voz amenaza a los moradores de la tierra con las tres trompetas que
todavía no han sonado. El águila profiere tres ayes contra los habitantes de la tierra 35, es
decir, contra los paganos. Los tres ayes corresponden a las tres calamidades que
provocarán las tres últimas trompetas. El ay (vae) amenazador, empleado con tanta
frecuencia en la literatura bíblica 36 y extrabíblica 37, es exactamente lo opuesto de
bienaventurados (beati), y presupone el anuncio o el deseo de que venga algún castigo.
El P.E.B. Alio nota, a propósito del segundo αν, que tambiιn los cristianos serían
alcanzados por la calamidad. Pero San Juan hablaría como si no hiriera a los cristianos,
porque supone que ellos se aprovecharían de esta ocasión para purificarse 38. En este
sentido, los azotes serían presentados como pruebas providenciales, que prácticamente
sólo harían daño a los paganos. Para los cristianos serían un medio de perfeccionamiento.
La imagen del águila no es nueva en la Sagrada Escritura, pues la emplea Jeremías para
significar la rapidez con que vendrá el castigo sobre Moab y Edom 39. Pero los pasajes de
Jeremías no tienen la solemne belleza del águila de San Juan, amenazando desde lo alto
del cielo a la tierra con los azotes que traerán las trompetas que faltan. Las escenas de las
tres trompetas restantes están separadas de las precedentes, siguiendo la ley de la ruptura
de los septenarios después del cuarto (=4 + 3). De las tres calamidades que aún quedan, la
quinta se termina en Ap 9:12; la sexta en Ap 11:13, y la séptima abarcará todo el fin del
Apocalipsis, a cuyo final parece servir como de introducción (Ap 11:15-19). De aquí
podemos deducir que este septenario es de estructura semejante a la del precedente, es
decir, al de los siete sellos.
1 Dom Guiu M. — 2 Camps, o.c. p.283. — 3 Tob 12:15. — 4 Dan 10:13; 12:1. — 5 Lc 1:19. — 6 Libro de
Henoc 20:2-8; cf. 4 Esdr 4:36. — 7 Cf. Is 27:13; Jl 2:1; Mt 24:31; 1 Cor 15:52. — 8 Ap 6:9. — 9 Cf. Ap
11:19; 14:17; 15:5-8; 16:17- — 10 Cf. Tob 12:12-15. — 11 Cf. Aps,8. — 12 Zac 1:12; Tob 12:12-15; cf.
Libro de Henoc 9:3-n; 15:2-16:2; Test, de Levi 3:5-8; Test, de Judá 24:2; Baruc griego 12:3-13:5- — 13
Cf. Ap 5:8. En el salmo 141:2 se compara ya la oración al humo del incienso: "S éate mi oraci ón como
incienso ante ti." — 14 Cf.Ap 15-16. — 15 Cf. Ez 38:22; Sab ii,16;16:16-19; 17:1-20. — 16 Esto ya fue
advertido por San Ireneo (Adv. haer. 4:30:4). — 17 Cf. Gen 1:28ss. — 18 Jl 2:1-3.15- — 19 Mt 24:31. — 20
1 Tes 4:16; 1 Cor 15:52. — 21 Libro 4 Esdras 6:23 ; Salmos de Salom ón n,i; Or áculos sibil. 8:239. — 22 4
Esdr 7:30. — 23 Cf. M. García Cordero, o.c. p.97. — 24 Anuales 15:47. — 25 Ex 9:24 — 26 J13.3. — 27 Ex
7:20-21; cf. Sof 1:3. — 28 Cf. T. W. Crafer, The Revelation of St. John the Divine, en A New
Commentary on Holy Scripture (Londres 1929) p.Ó92; P. Touilleux, o.c. p-54; A. Gelin, o.c. p.619. — 29
Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.8o8; A. Gelin, o.c. p. óao. — 30 Cf. Am5:7;Jer9,iS;Dt29,17. — 31 Cf. Ex
7:19-25- — 32 Cf. Am 8:9; Jl 3:15; Mt 24:29; Me 13:24; 4 Esdr 5:4, — 33 Ex 10:21-29. — 34 Sab 17,iss. —
35 Cf. Ap 9:4.20; 11:10. — 36 Cf. Núm 21:29; 1 Re 13:30; Am 5:16; Mt 11:21; 23:1353; 24:19; 26:24; Mc
13:17; Lc 17:1. — 37 Cf. A. Díez Macho, Estudio de la "hazar á" en la "Po ética hebraica" de Mos én Ibn
Ezra y en el texto masorético: Sefarad 7 (1947) 21. — 38 E. B. Allo, o.c. p.136. — 39 Jer 48:40; 49:16.
Capitulo 9.
Este capítulo narra lo que sucedió después de tocar la quinta trompeta y lo que tuvo
lugar después de la sexta. Los castigos que estas dos trompetas desencadenan son más
fuertes y severos que los que hemos visto anteriormente. Pero todavía los superará el
azote que traerá consigo la trompeta séptima. La descripción de estas calamidades
contiene más abundancia de pormenores que las hasta ahora vistas. El fin que se propone
Dios al enviar estas plagas es el de convertir a los paganos e impíos para que no
continúen persiguiendo a su Iglesia 1.
San Juan nos ofrece en esta quinta trompeta la descripción de una terrible invasi ón de
demonios, salidos del abismo, bajo la forma de langostas infernales. Estas atormentan a
los hombres que no están marcados con el sello divino; pero sin matarlos. En Palestina
es conocida la plaga de langostas, que procede de la orilla oriental del mar Muerto y a
veces invade las tierras de la parte occidental, dejándolas desoladas 2. Estos insectos son
tan voraces que no dejan nada verde. A veces son tan numerosos que forman nubes de
varios kilómetros, que llegan a oscurecer el sol. Cuando vuelan en grandes bandadas
producen con sus alas un ruido intenso.
En el Éxodo 10:12-19 se habla también de una plaga de langostas que Dios mandó sobre
Egipto. Pero es especialmente el profeta Joel quien nos dejó una descripción maravillosa
de la invasión de la langosta 3. La descripción del Apocalipsis se inspira indudablemente
en la octava plaga de Egipto 4, pero sobre todo en la narración de Joel. Las langostas de
que nos habla el vidente de Patmos deben de responder a alguna representación híbrida,
bastante frecuentes en el Oriente antiguo (cf. v.7-10). Baste recordar los querubes de
Ezequiel, en cuya representación entran cabeza y tronco de hombre, cuerpo de toro con
patas de león y alas de águila 5. Tal vez la imagen de los centauros griegos no está ausente
de la mente de Juan.
El ejército de langostas sube del abismo, del océano primitivo, que aquí es considerado
como la morada de los demonios. La tierra está comunicada con este abismo por medio
de un pozo muy profundo, que de ordinario está cerrado, y cuya llave la tiene el mismo
Dios, con el fin de limitar la acción diabólica sobre el mundo. San Juan ve una estrella
caer del cielo sobre la tierra, a la cual fue dada la llave del pozo del abismo (v.1). Esta
estrella representa un ángel6, pues, según la literatura apocalíptica, los ángeles eran los
que dirigían las estrellas y se consideraban como una personificación de las mismas 7.
Esta estrella caída no representa un ángel caído 8, sino un ángel mandado por Dios para
desencadenar otro castigo contra los malvados. Probablemente el autor sagrado se refiera
al ángel que guardaba el abismo. Y no sería nada de extraño que aludiese a U riel, que,
según el Libro de Henoc 20:2, tenía autoridad sobre el mundo y el Tártaro. El abismo
(hebreo: tehom), que en el Antiguo Testamento era el océano sobre el cual estaba
fundamentada la tierra, se convierte en la literatura apocalíptica en una prisión
subterránea 9. En ella había un fuego que atormentaba a los ángeles caídos y a los
demonios 10, y que había de ser el lugar de tormento de todos los pecadores n. Para el
autor del Apocalipsis, el lugar de castigo escatológico es el estanque de fuego 12. El
abismo es considerado como el lugar en donde Satanás y los ángeles caídos son
temporalmente encadenados y castigados 13. Este abismo es también una región
tenebrosa de la que procedían las pestes y los monstruos 14.
A la estrella que caía del cielo le fue dada la llave del pozo del abismo. Cristo mismo fue
quien le dio la llave, pues, según Ap 1:18, Jesucristo es el que tiene las "llaves de la
muerte y del infierno."
A estos animales tan maléficos se les prohibe dañar los cultivos del hombre, como la
hierba de la tierra, la verdura, los arboles. Tan sólo se les permite atormentar a los
hombres que no están marcados con el sello de Dios sobre sus frentes (v.4). Para no
incurrir en dificultades y contradicciones hemos de tener presente que estas distintas
calamidades no se suceden cronológicamente, ni tampoco dependen unas de otras. Son
cuadros convencionales en los que se prescinde de los demás, compuestos para expresar
una idea teológica y religiosa. Por eso no nos hemos de extrañar que en el azote
provocado por la primera trompeta 19 se diga que "toda hierba verde quedó abrasada,"
mientras que aquí se supone que esa hierba verde todavía existía. Lo que pretende el
autor sagrado con esto es poner de relieve que so lo los hombres no sellados serán los que
sufrirán el castigo divino.
Se ordena a las langostas infernales no matar a los hombres, sino atormentarlos durante
cinco meses (ν.5). Υ el tormento que se les infligνa era como el de la picadura de un
escorpión, que, si bien es dolorosísima, raramente es mortal 20. La picadura de los
escorpiones es temible a causa del dolor intolerable que produce. El tiempo en que se les
permite atormentar a los hombres no marcados con el sello de Dios es de cinco meses. Es
precisamente la duración de la vida de una langosta, o sea un verano entero. Aquí cinco
meses es un período de tiempo inferior a medio año, con el cual se quiere indicar un
espacio de tiempo relativamente corto. El tormento causado por las picaduras de estas
langostas-escorpiones es tan doloroso que las víctimas desearán y buscarán la muerte,
pero no la hallarán porque la muerte huirá de ellos (v.6). El autor sagrado nos presenta la
muerte personificada, que huye de los hombres heridos por los escorpiones para hacerlos
sufrir más, y así obligarlos a entrar dentro de sí, a reconocer sus pecados y a convertirse.
La visión de las langostas es muy posible que aluda a algún hecho histórico, como, por
ejemplo, a una invasión de los partos. Sin embargo, una interpretación casi tradicional,
aceptada por muchos comentaristas ya desde los tiempos de Andrés de Cesárea, prefiere
ver en las langostas un símbolo de los tormentos espirituales provocados por los
demonios en las conciencias de los hombres. Los malos espíritus atacarían a éstos con
turbaciones de espíritu y remordimientos de conciencia tan fuertes que les harían desear
la muerte y llamarla a gritos, aunque en vano. Como en las cuatro primeras trompetas,
tampoco aquí se puede alegorizar, sino aplicar la ley de la parábola, que mira al conjunto
de la descripción para ver expresada en ella una idea.
El hagiógrafo se detiene de repente y anuncia que éste es el fin del primero de los ¡ayes!
con el que amenazaba el águila en Ap 8:13. Pero al mismo tiempo afirma que van a
seguir otros dos ¡ayes! (v.12), no menos perniciosos que el primero.
Llega el segundo de los ¡ayes! El sexto ángel hace sonar la trompeta, y de los cuatro
cuernos del altar de oro sale una voz (v.13). Esta voz, que proviene del altar de los
perfumes, debe de ser una personificación de las oraciones de los santos allí ofrecidas 23.
Estos piden que continúen los azotes contra el mundo pagano; es decir, que se cumpla la
justicia divina contra los impíos 24.
La voz salida de los cuatro cuernos del altar 25 ordena al sexto ángel, de parte de Dios,
que suelte los cuatro angeles que están ligados sobre el río Eufrates (v,14). En la literatura
bíblica el Eufrates suele ser frecuentemente el punto de partida de las hordas invasoras,
que tantas veces habían de devastar la Palestina. Durante siglos fueron los asir ios,
después los babilonios, más tarde los persas y escitas y en tiempo de San Juan eran los
partos. Los cuatro ángeles encadenados a orillas del Eufrates no hay que confundirlos
con los de Ap 7:1-3·
Parecen ser más bien la personificación de las fuerzas invasoras, que van a sembrar por
doquier la devastación y la ruina. Probablemente son los ángeles del castigo
mencionados en Henoc 53:3, que con sus instrumentos de suplicio van a atormentar a los
reyes y poderosos de la tierra. El artículo τούβ que emplea el texto griego del
Apocalipsis hace suponer que estos cuatro αngeles eran conocidos en la tradición judío-
cristiana 26. Según el Libro de Henoc 56:5-8, estos ángeles se pondrán un día al frente de
los partos y de los medos, cuya caballería invadirá Palestina para el combate
escatológico. San Juan probablemente se sirve de esta tradición transformándola un poco
27
: contempla a esos ángeles poniéndose al frente de la caballería diabólica, lo mismo que
Abaddón guiaba a las langostas infernales, y lanzándose contra los impíos. Y, en efecto,
los partos, terror del Imperio romano de aquella época, acechaban la oportunidad a
orillas del Eufrates para lanzarse sobre el mundo civilizado. Las luchas entre los partos y
el Imperio romano eran frecuentes, y la victoria no siempre había sonreído a los
romanos. Más de una vez las provincias del Imperio se vieron invadidas por la impetuosa
caballería de los partos, terrible por su destreza en el manejo del arco. Solamente bajo
Trajano, después que éste conquistó Mesopotamia y estableció la frontera a orillas del
Tigris, cesó por un tiempo el temor de los partos. Sin embargo, hay que tener presente
que las invasiones de los partos son el símbolo de las catástrofes que amenazan a los
grandes imperios paganos perseguidores de la Iglesia de Dios.
Los cuatro ángeles que estaban preparados por Dios para el momento preciso — para la
hora, para el día, para el mes y para el año — señalado por su justicia, fueron sueltos
(v.15). Se sueltan cuatro ángeles, porque sus efectos han de alcanzar a las cuatro partes
del mundo. En este azote ya no se trata de atormentar sin matar, sino que este ej ército
invasor, capitaneado por los cuatro ángeles, hará perecer a la tercera parte de los
hombres. Sigue el mismo esquema que las cuatro primeras calamidades, desencadenadas
por el toque de las trompetas. Pero los castigos son cada vez más terribles. El dar muerte
a una tercera parte de los hombres quiere significar el gran estrago y carnicer ía que
llevará a cabo el ejército invasor.
Nada más soltar a los cuatro ángeles aparece la caballería infernal compuesta de 200
millones de caballos y otros tantos de jinetes: el número de los del ejército. era de dos
miríadas de miríadas (v.16). La masa del ejército es realmente imponente, y designa una
potencia irresistible. La cifra que oyó, y que nos transmite el profeta, es semejante a la de
los ángeles de la corte celestial, cuyo número era también de miríadas de miríadas 28. San
Juan quiere como dar a entender que existen dos ejércitos formidables, el de Dios y el del
diablo, que se espían, dispuestos a lanzarse el uno contra el otro. Este paralelismo o
contraste que parece aflorar entre los dos ejércitos, indica que el autor sagrado se refiere
aquí posiblemente al ejército de ángeles del abismo infernal, o, al menos, considera a los
partos como los ministros del infierno.
Dios, que ante todo desea la salud de los hombres 32, ordena todos estos azotes al bien de
los hombres. Dios bondadoso dirige tanto las obras de su justicia como de su
misericordia a la conversión de los pecadores. Pero, en el caso presente, los planes mise-
ricordiosos de Dios quedan frustrados por la protervia humana. Lo que decidirá a los
pecadores a volverse a Dios será la exaltación de los dos Testigos simbólicos, que serán
presentados en el capítulo 11.
De los cristianos no se dice nada. Pero, por analogía con el conjunto de este septenario,
se puede concluir que debieron de salir purificados de la prueba. La gran tribulación
pasada constituyó para ellos una ocasión de purificación espiritual, de la que salieron
más fortalecidos en su fe y en su esperanza 33.
1 Gf. S. Bartina, o.c. p.680. — 2 Existen tres clases de langosta: Pachytylus migratorius, Schistocerca
peregrina y Staurono-tus maroccanus. Suelen darse principalmente en Egipto, Arabia, Palestina y en
África, desde donde a veces se desplazan a las islas Canarias, al sur de España, Sicilia, etc. — 3 Jl 1-2. — 4
Ex 10:1-20; cf. Sab 16:9. — 5 Ez 1:5-11. — 6 Cf. Ap 20:1-3. — 7 Libro de Henoc 86:1-4. Cf. J. Bonsirven,
Judaisme palest. I p.231-232.242. — 8 En la literatura bíblica, sin embargo, se representa al demonio como
cayendo del cielo. El mismo Jesucristo nos dice en Le 10:18: "Ve ía yo a Satan ás caer del cielo como un
rayo." Y el texto de Is 14:12 también ha sido aplicado a Satan ás. — 9 Cf. Is 24:21-22. — 10 Libro de Henoc
21:7-10. — 11 Libro de Henoc 54:1-6. — 12 Ap 19:20; 20:9.145; 21:8. — 13 Ap 20:3. — 14 Libro de
Henoc 19:15; 21,7ss; 90:24-27. — 15 Ex 10:12-19. — 16 Jl 1:6-12. — 17 Ez 1:5-11. Es muy posible que
haya influencia también de Sab 16:9. — 18 Cf. M. García-Cordero, o.c. p.104-105. Es muy posible que las
largas cabelleras, al estilo de los bárbaros, simbolicen su crueldad. Cf. Suetonio, Vespasianas 24:4; J.
Michl, Zu Apocalypse 9:8: Bi 23 (1942) 192-193. — 19 Ap 8:7. — 20 Cf. Dt 8:15; Eclo 26:10; Sab 16:9. —
21 Cf. Job 26:6; Prov 15:11; 27:20; 30:153. — 22 Apolyon proviene del verbo griego άπόλλυμι,
“destruir,” cechar a perder.” — 23 Cf. Ap 8:3-5- — 24 Cf. Ap6:9-n; 8:3-4. — 25 Cf. Ex 37:26; 1 Re 1:50;
2:28. — 26 En el texto sirνaco del 4 Esdras se dice: "Que sean sueltos estos cuatro reyes que est án
condenados sobre el gran río Eufrates, que aniquilarán una tercera parte de los hombres." Citado por M.
García Cordero, o.c. p.ioy. — 27 Cf. A. Gelin, o.c. p.622. — 28 Ap 5:11. — 29 H. Vincent-P. Dhorme, Les
chérubins: RB (1926) 356. — 30 Cf. Rom 1:24-26. San Juan considera tambi én los cr ímenes y vicios de los
paganos como una consecuencia de la idolatría. — 31 Ap 21:8; 22:15; cf. Gal 5:20; 1 Pe 4:15. — 32 1 Tim
2:4. — 33 M. García Cordero, o.c. p.106.
Capitulo 10.
San Juan está ahora sobre la tierra, desde donde ve a un ángel que baja del cielo. El
aspecto del ángel era imponente, poderoso, y toda su figura majestuosa. Para encubrir un
tanto su majestad y gloria viene envuelto en una nube, que es el vehículo tradicional
empleado por los seres celestes para sus viajes entre el cielo y la tierra 2. Llevaba sobre
su cabeza el arco iris (v.1), que, a manera de aureola o de halo glorioso irisado, rodeaba
su cabeza. El arco iris indica su gloria espiritual y su procedencia celestial; pero, al
mismo tiempo, es signo de que el ángel trae un mensaje de paz y de misericordia 3 para
los fieles cristianos perseguidos. El juicio general que va a anunciar y los juicios
particulares que mandará profetizar al vidente de Patmos demuestran esto mismo. Los
fieles recibirán satisfacción y sus deseos serán cumplidos. El rostro del ángel
resplandecía como el sol y sus pies eran como columnas de fuego. Este aspecto
resplandeciente y lleno de gloria es una nota característica de las apariciones
sobrenaturales de seres en forma humana 4. Esta imagen del ángel nos recuerda un tanto
la visión del ángel de Ap 5:2. Como éste había en cierta manera anunciado y provocado
el comienzo de las calamidades sobre el mundo pagano, así el ángel de Ap 10:1 viene a
anunciar la consumación próxima de los juicios divinos. La intervención de este ángel
poderoso significa la importancia de la misión que trae: la consumación está próxima 5.
El hecho de que el ángel resplandece a semejanza del Hijo del hombre en la aparición
inicial de los mensajes a las siete iglesias 6, ha llevado a algunos autores a identificarlo
con Jesucristo. Sin embargo, el resplandor es común a los seres sobrenaturales y
gloriosos. Además, aquí el ángel actúa como los otros y Dios le da órdenes, lo cual nunca
sucede con Jesucristo. ¿Qué ángel es? Pudiera ser Gabriel, "fuerza de Dios," al cual
convendría a perfección el epíteto de poderoso (ισχυρός). Trae tambiιn un mensaje
consolador de tipo mesiánico, como es la llegada del reino de Dios, que será el
coronamiento en la historia del Evangelio.
El ángel de aspecto imponente tiene en su mano un librito abierto (v.2). Este librito está
como en contraste con el libro sellado del capítulo 5, a causa de su pequenez 7 y por estar
abierto. Sus pequeñas proporciones parecen significar que contiene pocos oráculos. Y
está abierto porque dichos oráculos son relativamente claros o bien porque ya han sido
revelados bajo alguna forma en la visión de las siete trompetas. El librito deb ía de
contener los destinos del Imperio romano, considerado en sus relaciones con la Iglesia y
como prototipo de las potencias que han de ser vencidas por Cristo.
Las proporciones colosales del ángel, que tenía su pie derecho sobre el mar y el
izquierdo sobre la tierra, designan su misión universal, la cual abarcará al mundo en su
totalidad. Su poderosa voz está en consonancia con su superhercúlea estatura. Dio un
grito 8 inarticulado, parecido al rugido de un león, que se convirtió en un eco inmenso
semejante al de siete truenos (v.3). El ángel emitió probablemente con su poderosa voz
siete mensajes, cuyo eco iba retumbando por todos los ángulos de la tierra 9. El trueno en
la Sagrada Escritura es la voz de Dios 10. Los siete truenos, eco del poderoso grito del
ángel, parecen simbolizar "todo el conjunto de la revelación profética comunicada por
Dios a Juan" n. Pero si no simbolizan todo el conjunto de la revelación profética, al
menos debe de tratarse de cierto número de revelaciones o mensajes dirigidos a los
cristianos, porque San Juan, al oír la voz, entiende algo que al punto se dispone a escribir
para darlo a conocer a las Iglesias. Pero una voz del cielo se lo impide, ordenándole que
no lo escriba, que lo guarde en su corazón hasta que llegue la hora de revelarlo (v.4).
Sellar las cosas que han dicho los siete truenos es igual que mantenerlas en secreto. Lo
cual significa que San Juan había oído muchos secretos acerca de los designios de Dios
sobre la humanidad, que no serían puestos por escrito, es decir, no serían revelados. Son
estos artificios literarios muy en consonancia con el carácter apocalíptico de nuestro
libro. Ya el profeta Daniel se expresaba casi en los mismos términos: "Tú, Daniel, ten en
secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin" 12. La razón que se da en
Daniel para mantener el secreto es el tiempo lejano en que ha de tener lugar lo anunciado
13
.
Ha habido muchos autores que han intentado penetrar en el contenido de los siete
truenos. Pero es difícil determinar con certeza cuáles eran los mensajes de los siete
truenos. Lo que nos parece más probable y más en conformidad con todo el tenor del
Apocalipsis es que lo dicho por los truenos debe de ser el anuncio de nuevas calamidades
relacionadas con el mensaje del ángel. Tal vez se prohiba a San Juan revelarlas para no
desalentar a los cristianos, ya tan probados.
Otra vez la voz del cielo, la misma que había prohibido escribir la revelaci ón de los siete
truenos, habla al vidente de Patmos. Le manda tomar el librito abierto de mano del ángel
que está sobre el mar y sobre la tierra (v.8). El ángel se lo da y le ordena que lo coma. El
librito estaba abierto, con lo cual quiere significar que su contenido no era secreto y
podía ser comunicado a los cristianos. No era necesario abrirlo ni leerlo públicamente,
porque el Cordero ya había abierto el gran libro sellado que contenía todo lo del librito y
otras muchas cosas futuras. Conviene que San Juan lo coma, es decir, que se penetre bien
de su contenido para anunciarlo y profetizarlo a todos los pueblos y naciones 22. Dicho
contenido es muy probablemente el capítulo 12 y todo lo que sigue del Apocalipsis. La
escena de Juan comiendo el librito está tomada indudablemente del profeta Ezequiel, el
cual ve en la visión inaugural un rollo escrito por delante y por detrás, que conten ía
lamentaciones, elegías y ayes 23. Y a continuación oye una voz del cielo que ordena:
"Hijo de hombre, come eso que tienes delante; come ese rollo y habla luego a la casa de
Israel. Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu
vientre e hinche tus entrañas de este rollo que te presento. Yo lo comí, y me supo a
mieles" 24. La acción de comerse el libro significa apropiarse intelectualmente el
contenido de él. A Ezequiel le resultó el rollo dulce como la miel; a San Juan le resultar á
dulce en la boca, pero amargo en el vientre (v.q-10). El librito le resulta dulce a Juan
porque anuncia el triunfo de la Iglesia y la liberación de los cristianos de la opresi ón de
los poderes paganos. Pero al mismo tiempo lo siente amargo porque también anuncia los
sufrimientos temporales de los cristianos y la suerte trágica de los paganos. Su corazón
compasivo de padre se siente angustiado al contemplar la ruina de tantos infieles. La
misión profética, por otra parte, es una cosa extraordinariamente elevada y dulce; pero a
la vez es difícil de cumplir, como vemos por el ejemplo de Jeremías.
Finalmente, se dice a Juan que tendrá que profetizar de nuevo a los pueblos, a las
naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos (v.11). Esto significa que el vidente de
Patmos, antes de terminar el Apocalipsis, tendrá que publicar las visiones contenidas en
el librito. Estas visiones deben abarcar todo el contenido de los capítulos 12-20, que se
refiere al Imperio romano. Los reyes de los que nos habla aquí el autor sagrado no
pueden ser otros que los del capítulo 17:10-12. Esto indica que la materia del librito
corresponde, más o menos, al contenido de la séptima trompeta. El profeta se siente
impulsado por una necesidad interior, después que ha comido el libro, a predicar una vez
más. Esta expresión hay que entenderla por relación a todas las profecías que ya ha
pronunciado. Los oráculos que va a pronunciar a continuación serán, en parte, los
mismos que ya ha anunciado, pero revestirán otra forma, con alusiones más particulares,
y serán contemplados desde un punto de vista diverso. Tenemos aquí un ejemplo claro
del procedimiento de composición llamado recapitulación, en virtud del cual San Juan en
el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que
describe los mismos sucesos bajo formas literarias distintas 25.
1 Cf. A. Feuillet, Le chapítre X de l'Apocalypse. Son apport dans la solution du probl érre eschatologique:
Sacra Pagina, Miscellanea Bíblica, Congressus Internationalis Catholicus de Re B íblica, vol.2 (Bruxelas-
Lovaina 1959) p.414-429. — 2 Gf. Ex 24,15s; Sal 104:3; Dan 7:13; Mc 9:7; Act 1:9; 1 Tes 4:17; Ap 1:7;
11:12; 14:14· — 3 Cf. Gen 9:12-17. — 4 Ap 1:15. — 5 Gf. Ap 10:6-7. — 6 Gf. Ap i,13ss. — 7 El término
griego βιβλαρίδιον es el su vez lo es de otro, βιβλίον de βίβλος. diminutivo de otro diminutivo,
βιβλάριον, que a — 8 San Juan emplea μυκάομοπ, “mugir,” que no puede aplicarse al leσn. De todas
maneras, el autor sagrado probablemente quiso significar con esto la potencia y majestad del grito del
ángel. — 9 S. Bartina, o.c. p.689- — 10 El salmo 29:3ss llama al trueno la "voz de Yahv é." Cf. Jn 12:283.
Este símbolo tal vez provenga de la mitolog ía babil ónica, en la que Adad, dios de la tempestad, cuando
daba su voz, retumbaba en las siete esferas planetarias. — 11 E. B. Allo, o.c. p.139- — 12 Dan 12:4. — 13
Dan 8:26. — 14 Cf. Gen 14:22; Dan 12:7. — 15 Ex 20:11; Sal 146:6. — 16 Gen 14:22; Dt 32:40. — 17 Ex
20:11. — 18 Gf. 1 Cor 2,iss; Ef I.9-H.21-22 — 19 Col 2:2. — 20 Cf. Le 19:11; 24:21; Act 1:6. 21 Cf.
Ama,?; Le 1:70. — 22 Cf. Ap 10:11. — 23 Ez 2:8-9. — 24 Ez 3:1-3- — 25 Cf. E. B. Allo, o.c. p.143.
Capitulo 11.
Misión de los dos testigos, 11:1-13.
El episodio de los dos Testigos es uno de los más misteriosos del Apocalipsis. Sin
embargo, si examinamos atentamente nuestro texto, veremos que San Juan ha querido
contraponer el resultado de la actividad de los dos Testigos a las calamidades del azote
precedente. Se trata simplemente de la antítesis periódica que el autor sagrado suele
colocar después del sexto momento de los septenarios. El procedimiento es semejante al
del sexto sello, en donde el vidente de Patmos oponía la postración de los imp íos heridos
por grandes calamidades 1 a la seguridad y triunfo de los 144.000 y de la gran multitud
que afluía continuamente al cielo2. La plaga desencadenada al toque de la sexta trompeta
había llevado al colmo de la desesperación a los infieles, porque había hecho desaparecer
un tercio de la humanidad. No obstante, esta justicia vengativa no había logrado
convertir a los paganos 3. Aquí, en cambio, San Juan contempla la solicitud providencial
de Dios sobre su Iglesia, simbolizada por los dos Testigos. El la protege continuamente y
la conduce al triunfo a través de luchas y dolores. Este asombroso espectáculo de la
Providencia divina produce sobre los enemigos de la Iglesia un efecto que no habían
logrado conseguir las calamidades precedentes: les hace abrir los ojos y dar gloria a Dios
4
. El alcance del oráculo del capítulo n no ha de ser restringido hasta ver en él únicamente
una predicción de la suerte de Jerusalén y de los judíos. Así lo piensan algunos autores,
que creen encontrar aquí un documento judío adaptado por San Juan a su finalidad
teológica. Las razones en que se apoyan son diversas. El templo de Dios es el de la
ciudad de Jerusalén histórica, y no el templo celeste como en el resto del Apocalipsis.
Jerusalén es llamada la gran ciudad, expresión que en otros lugares del Apocalipsis
designa a Roma5. También es llamada Jerusalén la ciudad santa, que en otras partes se
refiere a la Jerusalén celestial 6. Los habitantes de la tierra son los que habitan en
Palestina, y no los moradores de todo el mundo, como de ordinario se dice en el
Apocalipsis. Es posible que la toma de Jerusalén por los romanos en el a ño 70 haya
proporcionado a San Juan los elementos para componer la escena. Pero ha de ser
interpretada en un sentido espiritual y como aludiendo a un hecho universal 7. El templo
de Jerusalén es el símbolo de la Iglesia, que será perseguida por los gentiles, es decir, por
el Imperio romano y por todos los demás pueblos paganos. Mas la Iglesia será
preservada de todos los males futuros, que, si en algo la pueden tocar, será únicamente en
su aspecto exterior.
1
Fueme dada una caña] semejante a una vara, diciendo: Levántate y
mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. 2 El atrio
exterior del templo déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido
entregado a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante
cuarenta y dos meses. 3 Mandaré a mis dos testigos para que
profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. 4
Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del
Señor de la tierra. 5 Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego de
su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quisiera da ñarlos
morirá. 6 Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que la lluvia no
caiga los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las
aguas para tornarlas en sangre, y para herir la tierra con todo género
de plagas cuantas veces quisieren. 7 Cuando hubieren acabado su
testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los
vencerá y les quitará la vida. 8 Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran
ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su
Señor fue crucificado. 9 Los pueblos, las tribus, las lenguas y las
naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitir án
que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. 10 Los moradores de la
tierra se alegrarán a causa de ellos, y se regocijarán, y mutuamente se
mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los
moradores de la tierra. 11 Después de tres días y medio, un espíritu de
vida que procede de Dios entró en ellos, y los hizo levantarse sobre
sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban.
12
Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo
en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. 13 En aquella hora se
produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la
ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y
los restantes quedaron llenos de espanto, y dieron gloria al Dios del
cielo.
San Juan tiene una visión en la cual se le entrega una caña para medir. Y una voz,
probablemente la de Cristo, le ordena medir el templo de Dios, el altar y a los que adoran
en él (v.1). La acción simbólica prescrita al vidente es la misma que encontramos en el
profeta Ezequiel 8. El profeta, que se encontraba en Babilonia, es trasladado en rapto a
Jerusalén y ve a un ángel que medía el templo y la ciudad de Jerusalén en orden a su
restauración. Isaías también anuncia que Edom será medido para reducirlo a la nada 9.
Por donde se ve que medir puede significar la preservación o la destrucción. En nuestro
texto del Apocalipsis se hace la medición en vista de una preservación de la destrucción
10
. Es una acción de significado semejante a la de marcar a los siervos de Dios en sus
frentes H. Aquí ya no se trata del templo celeste, ni del altar del cielo 12, sino del templo
terrestre de Jerusalén, que representa a la Iglesia. San Juan mide simbólicamente a la
Iglesia para su preservación. La acción de medir es equivalente al sellado preservativo de
los 144.000. La parte del templo que es medida será preservada de la profanación. Las
partes que mide Juan son el santuario, el altar de los holocaustos y el atrio en donde éste
se hallaba, o sea toda la parte limitada por una barrera de piedra en donde se le ía una
inscripción, colocada en diversas partes de la barrera: "Que ningún extraño (a la religión
judía) entre en el interior de la barrera del cercado que rodea el santuario. El que sea
sorprendido incurrirá por su propia culpa en la pena de muerte" 13. El templo de
Jerusalén, edificado por Heredes, tenía cuatro atrios con pórticos: el de los sacerdotes, el
de los israelitas, el de las mujeres y el más exterior, que era el de los gentiles. San Juan
recibe la orden de dejar sin medir el atrio exterior y la ciudad santa, es decir, Jerusalén,
porque no serán preservados, sino entregados a los gentiles durante cuarenta y dos
meses, o sea durante tres años y medio (v.2).
¿Qué significa este número de cuarenta y dos meses? La respuesta la daremos en seguida.
Pero antes hemos de observar que esta cifra es barajada constantemente por el autor del
Apocalipsis. La ciudad santa será profanada durante cuarenta y dos meses 14. Los dos
Testigos profetizarán por un espacio de tiempo de mil doscientos sesenta días ( ν.β), ο sea
durante cuarenta y dos meses. La Mujer del capνtulo 12 se refugia en el desierto durante
tres años y medio 15, es decir, un tiempo equivalente a cuarenta y dos meses. Esa misma
Mujer, que representa a la Iglesia, será protegida por Dios en el desierto por un tiempo,
dos tiempos y medio tiempo 16, o sea por tres años y medio o cuarenta y dos meses. La
Bestia blasfemará contra Dios y los santos cuarenta y dos meses 17. El libro de Daniel es
el que nos da la clave para entender el significado del número cuarenta y dos meses o de
tres años y medio, o también de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. El profeta nos
habla de la persecución de Antíoco IV Epífanes, el cual desencadenó una terrible
persecución contra la religión judía, y profanó el templo de Jerusalén durante un tiempo,
dos tiempos y medio tiempo 18, es decir, por un período de tres años y medio (desde junio
del año 168 hasta diciembre del 165 a. C.). Desde entonces la cifra de tres años y medio se
ha convertido en la duración tipo de toda persecución, de toda época de crisis. Por eso,
San Lucas 19 y Santiago 20 se han servido de esta expresión tradicional para designar la
duración de una sequía que, en realidad, sólo duró tres años 21. Esto significa que el
número de tres años y medio sirve para simbolizar todo período de persecución contra la
verdadera religión, durare lo que durare. Tres años y medio es un número imperfecto,
pues constituye la mitad de una semana de años, o sea de siete a ños, que es el n úmero de
la perfección en el Apocalipsis. Indica, por consiguiente, que la persecución contra la
Iglesia no llegará a destruirla, no alcanzará el objetivo que se proponían sus
perseguidores 22.
Es muy posible que San Juan aluda a la profanación del templo de Jerusalén por las
tropas romanas de Tito. Los zelotes habían convertido el templo en una fortaleza, en el
cual resistieron desde el año 68 hasta el 70. Las legiones romanas lograron desalojarlos
primeramente del atrio exterior, pero la resistencia de los zelotes fue terriblemente tenaz
y encarnizada en los atrios interiores y en el santuario. Mucho antes, los romanos ya se
habían apoderado de la ciudad santa de Jerusalén. Pero hemos de tener en cuenta que San
Juan se sirve de estas imágenes de la Jerusalén terrestre para simbolizar la Iglesia y la
persecución del Imperio romano contra ella. El templo y los adoradores preservados de
la profanación significan la Iglesia, que, como institución eterna 23, será preservada de los
asaltos de los perseguidores. Estos solamente podrán perseguirla y herirla en su
estructura y en su aspecto exterior. Esto es lo que parecen significar los atrios hollados
por las naciones. Que a su vez parece ser un eco de la profecía de Jesús sobre la
destrucción de la ciudad santa de Jerusalén: Esta "será hollada por los gentiles, hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones." 24
Durante mil doscientos sesenta días, o sea por un lapso de tiempo de tres años y medio, el
Señor enviará dos Testigos vestidos de saco, encargados de profetizar (ν.3) y predicar la
penitencia. Su actividad apostσlica dura tres años y medio, es decir, cuarenta y dos
meses, que es el tiempo que dura la profanación del atrio exterior hollado por las
naciones. Van vestidos de saco, como los profetas del Antiguo Testamento, en señal de
austeridad ante un mundo corrompido por el pecado. Su misión será, pues, una protesta
continua contra la victoria aparente del mal 25. Y profetizan, es decir, predican, como
ya lo habían hecho los profetas antiguos, la penitencia, con el fin de excitar a los
pecadores al arrepentimiento.
Los dos Testigos, que encarnan la acción de la Iglesia en medio del mundo pagano, son
descritos bajo la imagen de dos olivos y dos candeleros, que están delante del Señor
(v./j.). Esta imagen ha sido tomada de Zacarías 4:11-14, en donde el profeta ve dos olivos
que están al lado de un candelero y le suministran aceite. El candelero simboliza el
templo de Jerusalén en construcción. Y los dos olivos son el sumo sacerdote Josu é y el
gobernador civil Zorobabel, que trabajaban unidos en la reconstrucción del templo y del
pueblo de Dios. San Juan se sirve de esta visión de Zacarías para expresar realidades
cristianas. Los dos olivos y los dos candeleros del Apocalipsis representan los intereses
espirituales de la Iglesia. El Señor los ha armado de su poder para que puedan defenderse
de sus enemigos y neutralizar los portentos del anticristo. Si alguien quisiera dañarlos,
saldrá fuego de su boca, que consumirá a sus enemigos (v.s), como hizo Elías con los
enviados del rey Ocozías 32. También Moisés hizo que se abriera la tierra para que se
tragara a Coré, Datan y Abirón, y consiguió que bajara fuego del cielo para abrasar a los
doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido el incienso 33. En la literatura
apocalíptica judía se presenta asimismo al Mesías lanzando fuego de su boca contra sus
enemigos 34. Fuego hay que tomarlo aquí en sentido simbólico, como lo exige el
contexto: significa el efecto producido por la predicación de la Iglesia. En el Antiguo
Testamento se compara a veces la predicación ardiente de ciertos profetas con el fuego.
"Porque habéis dicho todo esto — exclama Jeremías — mis palabras serán en vuestra
boca fuego, y este pueblo cual montón de leña. Y los abrasará" 35. Y el libro del
Eclesiástico, refiriéndose precisamente al profeta Elías, escribe: "Como un fuego se
levantó Elías; su palabra era ardiente como antorcha" 36. La comparación se asemeja
bastante a la de los dos Testigos, considerados por el autor del Apocalipsis como dos
candeleros que con su palabra de fuego han de encender e iluminar al mundo 37.
El autor sagrado sigue aplicando a los dos Testigos datos tomados de Moisés y Elías.
Como éste, tendrán poder para suspender la lluvia (v.6) y para hacerla caer 38. Aún más,
tienen poder para convertir el agua en sangre, como Moisés en Egipto, cuando hizo
desencadenarse la primera plaga 39, y para hacer venir sobre la tierra todas las plagas con
que Moisés castigó al faraón hasta obtener la libertad de Israel. La acción bienhechora de
los dos Testigos, lo mismo que la de Moisés y Elías, está ordenada al provecho del
pueblo de Dios, del verdadero Israel. Ellos buscan con su predicación la manera más
apropiada para defender a la Iglesia contra sus enemigos, que querían destruirla.
Los dos Testigos serán defendidos y protegidos por Dios hasta que logren llevar a feliz
término su ministerio. Al fin, Dios permitirá que surja una Bestia del abismo, es decir,
una potencia extranjera antirreligiosa, que los perseguirá, los vencerá y les quitará la vida
(v.7). Sin embargo, su victoria será momentánea 40, porque Dios les hará revivir y reinarán
con El para siempre 41. La Bestia que aparece por anticipación, sin haber sido presentada,
simboliza el Imperio romano, y, más en particular, tal vez al emperador Nerón 42, figura
del anticristo y de todos los perseguidores de la Iglesia. San Juan describirá más en
concreto, en los capítulos que siguen, las intervenciones de esta Bestia en contra de la
Iglesia de Cristo. La Bestia debía de ser conocida de los lectores del Apocalipsis, ya que
el autor sagrado nos la presenta precedida del artículo. La ve subir del abismo, porque es
el infierno el que la suscita, o también del mar, porque representa al Imperio romano, y
para el vidente de Patmos el poder de Roma procedía del lado del mar, es decir, de
occidente. La imagen de esta Bestia está tomada del profeta Daniel, el cual nos presenta
los imperios de Oriente bajo la figura de diversas bestias 43. Sobre todo nos pinta con muy
vivos colores aquella "cuarta bestia, terrible, espantosa, sobremanera fuerte, con grandes
dientes de hierro, que devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies." 44
Esta bestia es el imperio seléucida, del cual salió un cuerno que hacía la guerra a los
santos y los vencía45. Este no es otro que Antíoco IV Epífanes, el gran perseguidor del
pueblo judío, que profanó el templo dedicándolo a Júpiter Olímpico.
La Bestia del Apocalipsis, como el cuerno de la cuarta bestia de Daniel, hará la guerra a
los dos Testigos, íos vencerá y les quitará la vida. Con esto parece querer indicar San
Juan que las persecuciones desencadenadas por el Imperio romano contra los cristianos
vencerán aparentemente durante algún tiempo a la Iglesia. Los dos Testigos muertos son
el símbolo de los cristianos martirizados durante las violentas persecuciones de Nerón y
Domiciano 46. La Bestia, después de matar a los dos Testigos, deja abandonados sus
cadáveres — para mayor escarnio — en medio de la ciudad, para que sean pasto de los
perros y de las aves. Esta ciudad es designada con los epítetos de gran ciudad, que
espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado (v.8). Es muy
probable que dicha ciudad sea Jerusalén47; la Jerusalén que mata a los profetas y que
apedrea a los enviados del Señor48. Así parece indicarlo San Juan al afirmar que es la
ciudad en la que su Señor fue crucificado. Se la designa despectivamente con los
nombres de Sodoma, a causa de sus abominaciones y corrupción de costumbres, y de
Egipto, por ser la ciudad perseguidora y opresora de la Iglesia. Estos dos nombres son
tipo de una ciudad malvada49, que pueden ser aplicados a cualquier urbe. Jerusalén, que
había sido la ciudad elegida por Dios para poner en ella su morada, se hab ía convertido
en la ciudad deicida. Era el símbolo de la oposición al cristianismo. Por los Hechos de los
Apóstoles y otros escritos del Nuevo Testamento sabemos cómo de Jerusalén salían
órdenes, delegaciones de judíos y predicadores de la sinagoga, con el propósito decidido
de combatir y destruir a la Iglesia naciente.
Sin embargo, a nuestro parecer, Jerusalén es aquí una figura simbólica — como lo son
también el templo y los dos Testigos — que representa la Roma imperial, la gran
Sodoma corrompida por innumerables crímenes, tipo del mundo en donde triunfan las
fuerzas del mal. Esto se ve claramente en las secciones siguientes, en donde Roma es el
centro de la persecución contra la Iglesia 50. ¿Por qué entonces el autor sagrado, si alude a
Roma, no emplea el nombre cifrado de Babilonia para designarla? Porque las visiones de
medición habían tenido por escenario Jerusalén. Porque para San Juan, Jerusalén era la
gran apóstata; y porque la destrucción de la ciudad el año 70 d.C. se mantenía viva en su
memoria.
Los cadáveres de los dos Testigos permanecen insepultos tres días y medio (v.6) en la
plaza de la gran ciudad. Este lapso de tiempo simboliza la corta duración del triunfo
aparente y efímero de la Bestia y de los pueblos paganos. La victoria durar á justamente
tantos días cuantos años duró la actividad victoriosa de los dos Testigos, es decir, que el
triunfo será trescientas sesenta veces más breve que la duración de la misión de los dos
Testigos. Con esto, San Juan quiere significar que el tiempo de ilusión de los que se
figuran haber matado a la Iglesia es siempre muy corto.
Los dos Testigos muertos habían predicado no sólo al pueblo de Israel, sino también a las
naciones todas, a las que anunciaban los juicios de Dios 51. Por esto, los pueblos, las
tribus, las lenguas y las naciones, es decir, el mundo infiel, se asocia a la obra de la
Bestia, no permitiendo que los cadáveres de los dos Testigos sean sepultados. Todos
estos moradores de la tierra — expresión empleada por el Apocalipsis para designar a los
enemigos de Dios y de su Iglesia — se alegrarán de ver muertos a los que los molestaban
con su palabra. Y, en señal de alegría, se dan mutuamente el parabién (v.10). Los dos
Testigos los atormentaban reprendiendo sus vicios y amenazándoles con los terribles
juicios de Dios. Sus palabras eran como dardos encendidos que herían su vida disoluta.
Ahora, la muerte de los dos Testigos será causa de gran regocijo, y se mandar án
presentes entre sí como señal de victoria y alegría. En la muerte de los dos Testigos ven
una prueba de que las divinidades no aprobaban su obra. Algo parecido hicieron los
sacerdotes y escribas judíos a los pies de la cruz en el Gólgota 52. La duración de esta
ilusión es, sin embargo, muy corta: tres días y medio. Al cabo de estos tres días y medio,
un espíritu de vida que procede de Dios entra en ellos y les devuelve la vida (v.11). Es
decir, resucitaron por la virtud de Dios, y sus enemigos pudieron contemplar el milagro.
Entonces, ante semejante prodigio, los que los veían sintieron un gran temor. Y creció
todavía más este temor cuando oyeron una voz que de lo alto los llamaba, diciendo:
Subid al cielo. Obedecieron y subieron al cielo en una nube ante la mirada atónita de sus
enemigos (v.12). Era el triunfo total de los dos Testigos. El mundo les había hecho la
guerra, pero el Señor, cuya causa representaban en la tierra, había salido en su defensa y
les había dado la victoria. La resurrección de los dos Testigos está descrita con palabras
tomadas del profeta Ezequiel53. Este ve un campo cubierto de huesos secos, que en virtud
de la palabra de Dios, predicada por el profeta, reviven y resucitan. La resurrección de
estos huesos es una imagen de la resurrección del pueblo judío, es decir, de su
restauración después del destierro babilónico. Por otra parte, el relato de la resurrección y
ascensión de los dos Testigos parece inspirarse en la ascensión de nuestro Señor 54, en la
historia de Elías 55 y en la leyenda judía de Moisés. Según Josefo Flavio 56, Moisés habría
sido llevado al cielo en una nube desde las cercanías de Jericó 57. Los dos Testigos, que
representan la Iglesia cristiana perseguida, vuelven como a encarnar a esos dos grandes
personajes del Antiguo Testamento, que también habían tenido que sufrir por la causa de
Dios. El triunfo de los dos Testigos coincide con la resurrección de los m ártires, despu és
de los tres años y medio de persecución 58. Simboliza la victoria de la Iglesia después de
la persecución sufrida; e incluso podemos afirmar que simboliza el triunfo de la Iglesia
después de cualquier persecución, porque, como decía Tertuliano, "sanguis martyrum
semen christianorum." Toda resurrección de la Iglesia, toda nueva manifestación suya
exterior, ha debido de sorprender y atemorizar al mundo pagano59.
Los v.11 y 12 forman como un paralelo implícito con el milenio y ayudan a comprenderlo
mejor.
El v.13 es digno de ser notado. El triunfo de los dos Testigos va acompa ñado de un grave
terremoto en la ciudad, que destruye la décima parte de ella y mata hasta siete mil seres
humanos. Estas cifras son simbólicas, para significar que un gran número de personas de
todas las clases sociales perecieron, en castigo por no haberse aprovechado del mensaje
de los dos Testigos. El castigo, relativamente moderado si lo comparamos con los
precedentes, manifiesta la bondad y la misericordia del Señor, que da tiempo a los
restantes para convertirse. Los evangelistas también nos hablan de un temblor de tierra
que tuvo lugar a la muerte de Jesús 60. Y en los profetas, las conmociones cósmicas
suelen acompañar a los juicios divinos sobre Israel o sobre las demás naciones 61. El
castigo divino del que nos habla el autor del Apocalipsis produjo en las personas que no
perecieron en la catástrofe gran espanto. Y este terror fue el que les condujo al
arrepentimiento y a la conversión. En efecto, los que se libran del castigo dan gloria al
Dios del cielo, es decir, que se convierten al monoteísmo, a la religión del verdadero
Dios. La actitud de estos convertidos nos recuerda al pueblo que bajaba del Calvario
hiriéndose el pecho y reconociendo su pecado después de haber contemplado el temblor
de tierra y la muerte de Cristo 62.
El segundo ¡ay! termina con la conversión de aquellos que habían sido librados del
castigo, aunque propiamente sería mejor decir que el segundo ¡ay! es aquel que ha sido
descrito en Ap 9:13-19. San Juan anuncia a continuación que el tercer ¡ay! está a punto de
llegar (v.14). Este corresponde a la séptima trompeta. Y tendrá su realización en la caída
de Babilonia (Roma), narrada en el capítulo 17. Como la apertura del séptimo sello había
sido la señal de la ejecución de los decretos divinos, así también el toque de la s éptima
trompeta traerá consigo la consumación. Esta se llevará a cabo durante el toque de la
séptima trompeta; y comprenderá todo el período final, que será bastante largo. Durante
este período se realizará el misterio de Dios y se manifestará su soberanía efectiva.
San Juan, al percibir el sonido de la séptima trompeta, oyó decir en el cielo que todo
había terminado. El vidente de Patmos, cuando habla de hechos cuya realización no ha
tenido lugar en su tiempo, sino que se realizarán en el futuro, no los suele contemplar con
sus ojos. Los conoce únicamente por haberlos oído. Los V.14-IQ son considerados por la
mayoría de los autores como un intermedio y una anticipación a la descripción de la
consumación anunciada por la séptima trompeta.
Al llegar la vez al séptimo ángel, éste toca la trompeta y se oyen en el cielo grandes
voces (v.15). Estas grandes voces contrastan con el silencio impresionante que había
seguido a la apertura del séptimo sello63. Estas voces tal vez sean las de los cuatro
vivientes, que sostenían el trono de Dios ^4, ya que se hace mención de los veinticuatro
ancianos, que suelen aparecer en unión con ellos. Esto se comprende todavía mejor si
tenemos en cuenta que, a pesar del carácter flotante de las visiones, el fondo de la escena
es siempre el mismo desde el capítulo 4 65. Las grandes voces que se oyeron en el cielo
decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y reinar á por los
siglos de los siglos (v.15). Esta expresión no significa que el reino de Dios y de Jesucristo
vaya a empezar, sino que ya consiguió su fin: ha logrado establecerse ya para siempre. El
futuro reinara (βασιλεύσει) no puede significar aquν otra cosa que la continuación eterna
de un reino, ya inaugurado, en toda su perfección y esplendor. Cristo había inaugurado
este reino con su venida al mundo. Y ahora, aunque incipiente, se consolidará
firmemente con el triunfo sobre los poderes de este mundo, representados por la Roma
pagana y perseguidora. En adelante nadie podrá detener su expansión arrolladora. Y Dios
reinará en su Iglesia por siempre jamás.
El anuncio del reino del Señor y de su Cristo, que aquí llevan a cabo las voces de los
cuatro vivientes, nos introduce en el corazón de la segunda parte del Apocalipsis. Al
llegar este momento del anuncio tan deseado en los cielos y en la tierra, los veinticuatro
ancianos se postran, como en la entronización del Cordero, y adoran al Señor
todopoderoso (v.16), dándole gracias por haber recobrado su poder y entrado en posesión
de su reino (v.17). Por derecho natural, todo el universo y cuantos lo habitan, sin excluir
los hombres, están bajo el poder soberano de Dios. Por algún tiempo Dios había
permitido la rebeldía de los hombres, los cuales, en vez de reconocer a Dios como a su
Señor y Hacedor, rendían culto a las obras mismas de Dios, trasladando a ellas los
atributos divinos. Los ancianos dan por terminado todo esto. Dios ha recobrado su gran
poder y ha entrado en posesión del reino que le tenían usurpado. Esta es la causa de que
los veinticuatro ancianos entonen un himno de alabanza en el que cantan la intervención
de Dios en el mundo con el fin de hacer triunfar definitivamente a su Iglesia. Dan gracias
a Dios por esta suprema manifestación de su amor, de su gloria, y tambi én de su justicia.
En la fórmula el que es, el que era, se omite la frase complementaria ν el que vendrá 66,
porque el reino de Dios ya está presente, o porque para el autor sagrado es tan cierto su
establecimiento que lo da ya por realizado. Es lo que anunciaba el ángel del capítulo 10:7
acerca de la consumación del misterio de Dios. Se considera como realizado todo el
contenido del libro de los siete sellos67.
El himno de los veinticuatro ancianos no sólo canta el poder y la gloria de Dios, sino
también su justicia, manifestada en contra de las naciones paganas. En el salmo 2, el
mundo rebelde se levanta contra Yahvé y contra su Cristo. Pero Yahvé se r íe de estas
bravatas de los pobres mortales, y, usando de su autoridad soberana, entroniza a su Hijo
en Sión, dándole por heredad los confines todos de la tierra. El Apocalipsis también nos
recuerda que las naciones se habían enfurecido contra la soberanía del Señor (v.18). Pero
inmediatamente añade que llegó el tiempo de la ira justiciera de Dios contra ellas y el
momento de devolverles lo merecido por las persecuciones desencadenadas contra la
Iglesia y sus miembros. Por otra parte, es ya también hora de que sean juzgados los
muertos, de que se dé la recompensa merecida a los profetas o predicadores del
Evangelio, que tanto han trabajado por la causa de Dios, de que se premie a los santos
que han muerto por Cristo, y a los que temen al Señor, sean pequeños o grandes. Los que
temen al Señor son los que reverencian su nombre y observan sus mandamientos. De esta
manera Dios cumplirá la justicia que le pedían las almas de los mártires 68. Y deshará a
los que destruían la tierra santa, es decir, su Iglesia.
El autor sagrado parece aludir aquí a una lucha entablada entre la Iglesia y los enemigos
de ella. Y, en efecto, en los capítulos 17-18, San Juan describirá el castigo de la Gran
Prostituta (Roma), que corrompía la tierra. Después hablará del exterminio de los gentiles
69
y de su juicio70. Todos estos sucesos son preanunciados en el v.18 del capítulo 11. Los
vencedores en esta lucha están divididos en tres categorías: los profetas, que tuvieron
gran importancia en la Iglesia primitiva; los santos, es decir, aquellos que sufrieron por
el nombre de Jesús 71, y todos los que temen el nombre del Señor.
San Juan no alude en este pasaje al juicio final. Es muy posible que, siguiendo el ejemplo
de los profetas, anuncie el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, con un juicio
previo contra aquellos que antes le hacían la guerra 72. En este juicio recibirán su premio
todos aquellos que, en los tiempos pasados, fueron fieles a Dios y defendieron su causa,
aun a costa de su sangre. La muerte de Cristo les abrió las puertas de la gloria. Con la
implantación del reino de Dios en la tierra y con la perspectiva del triunfo de la Iglesia se
termina esta sección profética del Apocalipsis. Los cristianos perseguidos han de
regocijarse porque la victoria ya está al alcance de la mano.
La esperanza de triunfo de los fieles es corroborada por la apertura del templo de Dios,
que está en el cielo, dejándose así ver el arca de la alianza (v.19). En adelante, Dios no
estará separado de su pueblo, como sucedía en el Antiguo Testamento. Todos serán
admitidos al "santo de los santos" del santuario celeste. De este modo se inaugura la vida
de plena intimidad de los elegidos con Dios en el cielo. Esta es la nueva fase de triunfo
inaugurada con la apertura del templo de Dios. El vidente de Patmos contempla en el
cielo un templo semejante al que él había visto en Jerusalén, con su respectiva arca de la
alianza. El arca de la alianza había sido el símbolo por excelencia de la presencia de Dios
en medio de su pueblo y de la alianza entre Yahvé e Israel. También en el Apocalipsis el
arca será el símbolo de la nueva alianza entre Dios y el nuevo Israel. Porque el arca es la
imagen del Verbo de Dios, que "se hizo carne y habitó entre nosotros." 73 Según la
tradición judía 74, el arca de la alianza volvería a aparecer cuando se restableciese el reino
de Dios. El arca de la nueva alianza será prenda de una más estrecha vinculación de los
fieles con Dios y de protección divina sobre su Iglesia.
Los relámpagos, rayos, temblores, granizo y voces son como las salvas con que la
naturaleza saluda a su Señor al aparecer sobre la tierra para castigar a los enemigos de su
Iglesia. Los signos que acompañan su aparición son semejantes a los que acompañaron la
alianza del Sinaí. Las perturbaciones atmosféricas suelen acompañar a los momentos
solemnes de alguna intervención de Dios en la historia, como si la tierra se hiciese eco de
ella. El septenario de las trompetas termina como el septenario de los sellos 75, y, como
sucederá con el septenario de las copas 76, con un terrible fragor de relámpagos, rayos,
voces, granizo y temblores.
El v.19 forma como una transición entre la primera sección profética del Apocalipsis y la
segunda. Y trata de explicar de qué manera se cumplió lo que se anuncia como la
consumación del misterio de Dios y la llegada de su reino.
Capitulo 12.
Visión de la mujer y del dragón, 12:1-18.
El capítulo 12 abre la última sección del libro a manera de grandioso prefacio. San Juan
nos mostrará en él que es el odio de Satanás la causa principal de las persecuciones que el
Imperio romano había desencadenado contra la Iglesia y sus fieles. Tocamos aquí el
punto culminante del Apocalipsis, pues el capítulo 12 es central en este libro sagrado.
Contiene una de las escenas más grandiosas del Apocalipsis, y prepara con algunas
pinceladas las figuras principales que han de jugar un papel de primer orden en la última
sección del libro. Este capítulo constituye el desarrollo del tercer ay! Se puede dividir —
el capítulo 12 — en tres partes: la Mujer da a luz un Niño, 12:1-6; Miguel combate contra
el Dragón y lo arroja del cielo, 12, 7-12; la Mujer en el desierto, 12:13-18.
Los adornos siderales eran atribuidos también a varias divinidades paganas, como a
Cibeles, a Isis y a Attis 10. Además, el culto de la diosa madre era muy floreciente en la
provincia proconsular de Asia en tiempos de Juan. Por eso, la visión de "la Mujer-Iglesia
pudiera muy bien ser — como dice A. Gelin — una réplica plástica de la diosa cuyo
culto era necesario combatir." 11
No obstante la gloria celeste que circunda a esta Mujer extraordinaria, San Juan nos la
presenta gritando por los dolores de parto y las ansias de parir (v.2). Estos detalles que
nos da el autor sagrado son de capital importancia para individualizar a la misteriosa
Mujer. ¿Quién es esa Mujer refulgente de gloria y de esplendor? La respuesta más
sencilla para nosotros sería la de afirmar que esa Mujer es María, la Madre de Jes ús, ya
que en el v.5 se dice con bastante claridad que dio a luz al Mes ías. Pero hay varias
razones que parecen oponerse poderosamente a esta solución. En primer lugar se dice en
nuestro pasaje que la Mujer gritaba en los dolores de parto. Ahora bien, la tradición
enseña unánimemente que la Santísima Virgen dio a luz a Jesús de una manera virginal y
sin dolor. En segundo lugar, el autor sagrado habla en el v.17 de los descendientes de la
Mujer, o sea de otros hijos que habría tenido. Nosotros sabemos por los Evangelios, por
la fe y la tradición que María fue siempre Virgen y tuvo un solo Hijo, Jesucristo. Estas
razones tan evidentes obligaron a los intérpretes, ya desde antiguo, a buscar otras
soluciones. Unos ven en la Mujer el símbolo de Israel; para otros sería la figura de la
Iglesia. Y no faltan quienes vean en ella simbolizada de alguna manera a la Santísima
Virgen.
Los que ven en la Mujer la representación de Israel se fundan en razones que, a nuestra
manera de ver, son de mucho peso. Son muchos los lugares de los profetas del Antiguo
Testamento en que Israel es representado bajo la figura de una mujer. Dejando aparte la
esposa del Cantar de los Cantares, podemos descubrir esta personificación de Israel en
Oseas 12, en Jeremías 13 y en Ezequiel14. Este último nos presenta a las dos hermanas Oola
y Ooliba, que representan a los dos reinos de Samaría y Judá 15. Los libros apócrifos
siguen también la misma norma, como se puede ver en 4 Esdras 16. Y en el Nuevo
Testamento encontramos estas mismas personificaciones 17. Por otra parte, la imagen de
Sión en dolores de parto no era desconocida en el Antiguo Testamento. El profeta
Miqueas exclama: "Te dueles y gimes, hija de Sión, como mujer en parto porque vas a
salir ahora de la ciudad y morarás en los campos y llegarás hasta Babilonia" 18. Isaías nos
presenta a los israelitas oprimidos que claman a Yahvé: "Como la mujer encinta cuando
llega el parto se retuerce y grita en sus dolores, así estábamos nosotros lejos de ti, oh
Yahvé!"19 Y en otro lugar, el mismo profeta nos habla de la multiplicación de la nueva
Jerusalén en estos términos: "Antes de ponerse de parto ha parido; antes de sentir los
dolores dio a luz un hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Quién vio nunca tal? ¿Nace un
pueblo en un día? Una nación, ¿nace toda de una vez? Pues Sión ha parido a sus hijos
antes de sentir los dolores." 20
Además, el autor del Apocalipsis nos dice expresamente en el v.6 que la Mujer huyó al
desierto, en donde fue alimentada por Dios hasta que desapareció el peligro de parte de
sus enemigos. Por el libro del Éxodo sabemos que Israel huyó de Egipto al desierto del
Sinaí, en donde fue alimentado por Dios con el maná caído del cielo hasta que se
convirtió en un pueblo bien constituido, capaz de enfrentarse y resistir a los pueblos
enemigos. De este paralelo evidente parece seguirse que la Mujer del Apocalipsis
representa al pueblo de Dios personificado. Pero ¿qué pueblo es éste? ¿Es acaso el Israel
de la Antigua Alianza o más bien el nuevo Israel, es decir, la Iglesia de Cristo? Creemos
que la mujer de nuestro texto simboliza en primer lugar al Israel del Antiguo Testamento,
del cual nació Jesucristo según la carne. Y en segundo lugar representa al nuevo Israel, o
sea a la Iglesia, que será el blanco de todos los ataques del Dragón.
Tal es, sin duda, el sentido de nuestro texto, expresado en estilo muy conforme con el de
los antiguos profetas y muy ajustado al lenguaje apocalíptico. El Mesías había de nacer
de la nación santa en los momentos de mayor angustia. Por consiguiente, la Mujer del
Apocalipsis es la personificación de la Iglesia en sus diversas fases. Primero, en su
estadio imperfecto del Antiguo Testamento, y después, en su estadio perfecto del Nuevo
Testamento. Uno constituye el perfeccionamiento y la coronación del otro. Porque no
hay más que una Iglesia, que ha venido desarrollándose a través dé los siglos.
Por el hecho de ser esta Mujer, tan maravillosamente adornada, la Madre del Mes ías ( ν.5)
ha habido muchos autores antiguos y modernos que la identifican con la Virgen María,
de quien, en efecto, nació el Salvador. Esta interpretación se puede justificar si tenemos
en cuenta que el sentido histórico no agota la riqueza de la Sagrada Escritura tal como
nos enseñan a leerla los Santos Padres y la Iglesia. En un sentido literal acomodaticio se
puede aplicar este texto a la Santísima Virgen María, Madre del Mesías y de todos los
cristianos, siguiendo a San Agustín 27 y a San Bernardo 28. San Pablo, escribiendo a los
romanos, contrapone Cristo a Adán en estos términos: "La muerte reinó desde Ad án
hasta Moisés aun sobre aquellos que no habían pecado, como pecó Adán, que es tipo del
que había de venir. Mas no fue el don como la transgresión. Pues si por la transgresión de
uno solo mueren muchos, mucho más la gracia de Dios y el don gratuito, consistente en
la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se difundirá copiosamente sobre muchos. Y no
fue el don lo que fue la obra de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el
juicio para condenación; mas el don, después de muchas transgresiones, acabó en
justificación." 29 Esta misma contraposición es desarrollada por el Apóstol en 1 Cor
15:45-49. Pues esta contraposición entre Adán y Cristo llevó a los Santos Padres a otra, la
de Eva y María, que suelen desarrollarla haciendo ver la parte que tomó María en la obra
de la redención. Es la aplicación del principio de analogía, que tanto valor tiene en la
ciencia teológica.
Todo esto y mucho más lo conocía San Juan. Por eso es muy posible que el vidente de
Patmos aluda de algún modo, en esta visión del Ap 12, a la Santísima Virgen Mar ía. El,
que conocía a María, la Madre de Jesús; que la había recibido como madre suya en el
Calvario, que había cumplido con ella los deberes de un buen hijo, no podía menos de
pensar en ella cuando nos habla del nacimiento del Mesías. La liturgia de la Iglesia
también entiende esta visión de la Virgen María. A esta aplicación no se opone el que en
nuestro texto se hable de los do I ores de parto de la Mujer, ya que esto se podría
entender de la compasión de María 34. En estos últimos tiempos se ha escrito mucho
sobre el sentido mariano de esta visión del Apocalipsis 35. Los defensores del sentido
mariológico ven en la descendencia de la Mujer del v.17, significada la maternidad
espiritual de María, que también engendra a los que creen en Jesús 36.
San Juan nos indica la fuerza maléfica y formidable del Dragón al afirmar que con su
cola arrastró la tercera parte de los astros y los arrojó a la tierra (v.4). También en el libro
de Daniel se nos habla de un "pequeño cuerno" que creció mucho hacia los cuatro puntos
cardinales, "engrandeciéndose hasta llegar al ejército de los cielos, y echó a tierra
estrellas y las holló."42 El profeta Daniel se refiere a Antíoco IV Epífanes, que con su
persecución religiosa contra el judaísmo logró la defección de relevantes personajes de la
nación hebrea y profanó el templo y todo lo más sagrado de la religión de Yahvé 43. Por
eso no sería de extrañar que el autor del Apocalipsis aludiese a la apostas ía de altos
representantes de la Iglesia de Cristo durante las persecuciones entonces
desencadenadas. Sin embargo, según un simbolismo conocido en la literatura
apocalíptica 44, las estrellas que caen del cielo representan a los ángeles prevaricadores.
Con su poder de persuasión, el Dragón arrastra en pos de s í una buena porci ón de los
ángeles del cielo, y con el mismo poder arrastrará también a muchísimos hombres, como
arrastró a nuestros primeros padres en el paraíso.
El Dragón, que había aparecido en el cielo arrastrando a la tercera parte de las estrellas,
se para delante de la Mujer, que estaba a punto de dar a luz, para tragarse a su Hijo. La
actitud del Dragón nos indica claramente que lo que intenta es acabar con el reino de
Dios dando muerte a su fundador. Se da cuenta que el que va a nacer es el Mes ías, el cual
viene a implantar el reino de Dios en este mundo con el fin de acabar con el imperio del
mal. La historia evangélica nos muestra con toda claridad que el demonio atentó desde el
principio contra la vida de Jesús y se esforzó por deshacer su obra. A inspiración
diabólica obedecían los conatos de Heredes para dar muerte a Jesús recién nacido y,
especialmente las tentaciones del desierto con el propósito de anular la misión mesiánica
de Jesucristo. Pero, sobre todo, la escena que nos describe el Apocalipsis alude a los
esfuerzos de los judíos, estimulados por el demonio 45, para dar muerte a nuestro Señor y
acabar con su obra. También podemos ver aquí implícitamente indicados los lazos que el
diablo tenderá a todos los cristianos para hacerlos caer, porque la idea del Cristo místico
está presente en este relato al lado de la del Cristo personal46.
El Hijo que nace de la Mujer es caracterizado empleando unas palabras del salmo 2:9:
Parió un varón, que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hierro (v.5). Esta cita
de un salmo mesiánico indica claramente que San Juan identifica este Niño varón con el
Mesías, es decir, con Jesucristo, considerado tanto en su realidad histórica como mística
en los cristianos. El Mesías, según el Antiguo
El Dragón no pudo devorar al Niño recién nacido porque fue arrebatado a Dios y a su
trono. El autor sagrado alude, sin duda, a la ascensión de Cristo y a su triunfo, que
provocará la caída del Dragón. Jesucristo, por su gloriosa ascensión, subió al cielo y
ahora reina al lado de Dios Padre por los siglos de los siglos. San Juan pasa de repente
del nacimiento de Cristo a su ascensión prescindiendo de todos los hechos de la vida
terrestre de Jesús, de su pasión y resurrección. Esto no significa que desconozca esos
hechos, a los cuales alude en el ν. 11 y en todo el Apocalipsis 47, sino que pretende
mostrar la impotencia de Satanás ante el poder omnipotente de Dios y de su Hijo. San
Juan, incluso en su evangelio, pasó por alto la infancia y la juventud de Jesús. Lo que
aquí interesa al autor sagrado es la continuación de la lucha entre el Dragón y el Niño,
representado en sus seguidores. Cristo es el primogénito de muchos hermanos 48 que
habían de seguir su misma suerte, dolorosa primero, gloriosa después. Jesucristo es el
capitán que dirige los escuadrones de sus seguidores contra las fuerzas de Satanás. La
lucha continuará mientras dure el mundo. Pero el Dragón se verá impotente para resistir
al ímpetu del ejército celestial. Desfogará su rabia, como la desfoga en nuestro pasaje,
ante su impotencia frente a Jesucristo y a la Mujer que lo ha engendrado. El
establecimiento de la Iglesia en este mundo exaspera a Satanás, que se da a perseguirla
por todos los medios a su alcance.
La Mujer tuvo que huir al desierto (v.6) para librarse de los ataques del Dragón. Es una
anticipación de la huida, de la cual se volverá a hablar en los v.13-iy. ¿Qué significa la
huida de esta Mujer al desierto para escapar a las acometidas del Dragón? Ante todo
hemos de tener presente que el desierto es el refugio tradicional de los perseguidos en el
Antiguo Testamento49. Además, San Juan sabía perfectamente que en el desierto halló
Israel un refugio contra la persecución de los egipcios y en el desierto fue alimentado por
Dios con el maná. En Oseas se dice que Dios llevará a su pueblo al desierto y que allí le
hablará al corazón. Este desierto50 no es otro que el retiro del mundo — en el cual reina el
Dragón, Satanás — para vivir la vida escondida con Cristo en Dios. En este desierto, la
Iglesia de Jesucristo será preservada de la contaminación pagana y podrá llevar una vida
espiritual más profunda, de mayor concentración e intimidad con Dios. Y allí, en aquel
retiro íntimo con Dios, los cristianos serán alimentados con el agua milagrosa de la
palabra divina y con el pan bajado del cielo que es la Eucaristía, figurada por el man á51.
Así interpretan este pasaje Primasio, Andrés de Cesárea y San Beda.
Narra Eusebio que, al estallar la guerra judía de los años 66-70 d.C. y antes que Tito
sitiase Jerusalén, los fieles cristianos de esta ciudad, en virtud de una revelación divina,
se retiraron el año 67 a Pella, en TransJordania, escapando así a los estragos de la guerra
52
. No hay inconveniente en admitir que este hecho haya podido sugerir a San Juan esta
imagen de la huida al desierto, aunque TransJordania estaba muy lejos de ser un desierto
en aquella época.
La Mujer, huida al desierto, es sustentada por Dios durante todo el tiempo que dure la
persecución, o sea, por espacio de tres años y medio. Hay evidentemente aquí una clara
alusión a Israel, alimentado en el desierto por el maná que Dios le envió 56. Y
posiblemente también se refiera al sustento milagroso con el que Dios fortaleció al
profeta Elías para que pudiese caminar y llegar al monte Horeb 57. El autor del
Apocalipsis suele servirse de hechos y pasajes del Antiguo Testamento para expresar e
ilustrar realidades mucho más elevadas del Nuevo Testamento. En esto sigue la misma
concepción de San Pablo, para el cual las realidades del Antiguo Testamento eran figuras
de otras realidades superiores del Nuevo Testamento.
Como preámbulo a las luchas que el Dragón entablará contra los fieles de Cristo, San
Juan nos describe una batalla que tiene lugar en el cielo. Los ángeles buenos se enfrentan
con los espíritus reprobos, logrando la victoria sobre éstos. Al frente del ejército de los
ángeles buenos está Miguel58. La victoria conseguida por Miguel y los suyos es la
victoria de Jesucristo, de la que nos hablan los Evangelios. Jesús, aludiendo a la derrota
que infligiría al demonio muriendo sobre la cruz, se expresa en estos términos: "Ahora
es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera" 59. Y en
otra circunstancia decía el mismo Cristo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un
rayo"60. La expulsión de los malos espíritus de los endemoniados era una victoria sobre el
príncipe de las tinieblas y un retroceso de su imperio ante el avance del reino de Dios 61.
Los cristianos vencerán al demonio por la virtud de Jesucristo, pues Jesús forma un todo
con sus fieles. Las persecuciones que El sufrió de parte del mundo y de su príncipe
Satanás continuarán contra los suyos, porque el discípulo no puede ser de mejor
condición que el maestro 62. Pero la victoria alcanzada por Jesús beneficiará a los suyos,
los cuales, con la fuerza del Maestro, serán también vencedores.
El cielo atmosférico es la morada de las potestades aéreas según la concepción antigua 63.
En él es donde tiene lugar la batalla entre las legiones del Padre celestial 64 y las de
Satanás (v.4). Miguel, el protector del pueblo de Israel en Daniel65, se convierte en el
Apocalipsis en el protector del Israel de Dios, es decir, de la Iglesia de Jesucristo. Es ésta
la única vez en todo el Apocalipsis que se da el nombre de un ángel. Miguel es el
caudillo de los ejércitos celestiales que pelean contra las fuerzas del Dragón. La batalla
que se entabla entre ambos bandos parece como si fuera ocasionada por la ascensión de
Cristo al cielo. Jesucristo, sentado en el trono de Dios, recibe de éste la soberan ía sobre
toda la creación. Satanás y los suyos no quieren aceptarla. Y entonces Cristo, obrando
como rey, lanza contra el Dragón el ejército angélico, poniéndole en fuga. Esta
desbandada simboliza la derrota de las fuerzas diabólicas por la cruz de Cristo. Las
fuerzas del Dragón con su jefe son arrojadas a la tierra, teniendo que abandonar su propia
morada del cielo (v.8). Pero en la tierra no dejarán de seguir la lucha, que hab ían
comenzado con tan felices resultados en el paraíso terrenal. San Juan, al hablar de la
derrota del Dragón y de su precipitación sobre la tierra, tal vez se inspire en Henoc
eslavo, el cual, hablando de los ángeles caídos, dice: "Uno que era extraño a los coros de
ángeles. concibió un plan imposible: quiso colocar su trono más alto que las nubes por
encima de la tierra con el fin de poder llegar a ser igual en rango a mi poder. Y entonces
yo lo arrojé de las alturas junto con sus ángeles, y permaneció volando continuamente en
el aire sobre el insondable."66 Esta concepción parece haber sido la que aceptó en general
la teología judía contemporánea 67. También en el Nuevo Testamento la 2 Pe 2:4 y Jds 6
hablan claramente de la caída de Satanás y de sus ángeles al infierno, considerándolo
como un hecho pasado ya muy lejano. Para el autor del Apocalipsis, el descalabro
sufrido por el demonio y su caída del cielo tuvo lugar principalmente cuando Jes ús
triunfó de la muerte en la cruz. Desde entonces, el poder del demonio quedó destruido y
su actividad fue grandemente limitada y reducida.
La derrota decisiva del Dragón provoca una gran alegría en el cielo. Los ángeles o bien
las almas de los primeros mártires 71 entonan un cántico de alabanza a Dios y a Cristo
(v.10). Porque la victoria de Miguel es en realidad la victoria de Jesucristo. La doxología
está inspirada en las aclamaciones imperiales, tan en boga en la época en que escribía
San Juan. Los que la cantan son los ángeles o tal vez los mártires. Si fueran estos últimos,
se explicaría bien que llamaran hermanos a los fieles que aún vivían en la tierra, cuyo
triunfo futuro se considera tan seguro, que se presenta como ya realizado 72. Con la
derrota del Dragón llega la salvación para todos los que quieran seguir las huellas de
Cristo. Y se manifiesta el poder irresistible de Dios, que nadie puede detener, y el reino
que ejerce sobre toda la creación sin trabas de ninguna clase. Al mismo tiempo, la
autoridad de Cristo sobre el mundo y sobre la Iglesia será reconocida por la humanidad
entera.
Los santos cantan el himno de alabanza porque fue precipitado del cielo el acusador que
los acusaba delante de Dios constantemente. Esta victoria la han conseguido por la virtud
de la sangre del Cordero, que fue derramada por todos, y también por sus propios
sufrimientos, al dar testimonio de Cristo con su vida (v.11). Lo que en realidad venció al
Dragón fue la cruz de Cristo, y los seguidores de Cristo le vencerán siendo fieles a su
Maestro hasta la muerte si fuere preciso. El triunfo del pecado y la salvación eterna
por la sangre de Cristo sólo se obtienen por la fidelidad al mensaje de Jes ús llevada
hasta sus últimas consecuencias.
La victoria de los ejércitos celestiales debe ser motivo de regocijo tanto en el cielo
como en la tierra, porque en ambos repercutirá el triunfo favorablemente. Estos cantos de
victoria se repiten con frecuencia en todo el resto del libro, porque el autor sagrado
quiere fortalecer con ellos el ánimo de los fieles con la esperanza del triunfo. Aquí
termina — como sucede con todos los cánticos celestes del Apocalipsis — un pasaje que
sirve como de primer acto al segundo bosquejo del drama indicado en el v.6. Es una
especie de introducción a lo que sigue, lo mismo que la visión de los sellos, la
proclamación del águila en Ap 8:13 y el cántico de los ángeles antes de las copas, Ap 15.
El autor sagrado se mueve siempre en el mismo cuadro 73.
El furor del Diablo crece con la derrota tanto más cuanto que sabe le queda poco tiempo
para perseguir y hacer daño a la Iglesia de Cristo (v.1a). San Juan, a imitación de los
profetas, consideraba como muy próxima la victoria definitiva de Cristo, el fin de las
persecuciones y la implantación de su reino de paz sobre la tierra. La lucha durar á
solamente tres años y medio según la cronología del vidente de Patmos. El tiempo de que
dispone el Dragón para hacer daño a los seguidores de Cristo es, pues, muy corto en
comparación con la eternidad del triunfo de Jesucristo y de todos los bienaventurados 74.
Pero la tierra y el mar tendrán que sufrir todavía de los perseguidores de Cristo y de su
Iglesia, que, como instrumentos del Dragón, se opondrán con todas sus fuerzas a su
implantación en este mundo. El furor de Satanás alcanzará a todos los moradores de la
tierra, pero de modo muy diverso. Los idólatras quedarán esclavizados por el diablo y
sometidos a los efectos de la justicia divina. Los fieles, en cambio, aunque en apariencia
vencidos, conseguirán la victoria bien por medio del martirio o bien por el mérito de las
tribulaciones sufridas. El Dragón perseguirá a la Iglesia e inducirá a los hombres a la
apostasía. En esta tarea será ayudado por dos Bestias, que provendrán una del mar y la
otra de la tierra. Son los últimos asaltos del demonio, que anuncian el tercer ¡ay! el cual
abarca todo el resto del Apocalipsis hasta la completa victoria sobre Satán en el capítulo
19
.
No pudiendo el Dragón dar alcance a la Mujer, que se retira al desierto con la velocidad
del águila, recurre a un subterfugio: arroja de su boca como un río de agua para que
arrastre a la Mujer (v.15). Es muy posible que San Juan piense aquí en algún monstruo
acuático, como el Leviatán, o en el cocodrilo o la ballena, que lanzan borbotones de agua
al aire 82. El río de agua que el Dragón arroja contra la Mujer simboliza las calamidades y
persecuciones que Satanás desencadenará contra la Iglesia para destruirla. En los Salmos
y en los Profetas, las persecuciones y tribulaciones que sufren los justos se hallan
expresadas a veces por las muchas aguas, que amenazan anegarlos 83. Tal parece ser el
origen de esta imagen.
Algunos autores consideran como probable que San Juan utilice aquí elementos de un
mito griego, como el de Latona, que, a punto de dar a luz a Apolo, es perseguida por la
serpiente Pitón. Latona huye entonces a la isla Ortigia, en donde da a luz a Apolo sin que
se dé cuenta Pitón. Después Apolo matará a la serpiente Pitón 84. Desde el punto de vista
de la inspiración e inenarrancia de la Sagrada Escritura, no existe inconveniente alguno
en admitir que el autor del Apocalipsis se haya servido de la leyenda griega para su
composición escenográfica.
No obstante las artimañas del Dragón para impedir la huida de la Mujer, Dios vela sobre
ella, pues el que le había preparado un retiro en el desierto no había de abandonarla en
este lance (v.16). Con este fin hace que la tierra se convierta en auxiliar de la Mujer
perseguida: la tierra sedienta, a semejanza de los torrentes o wadis resecos de Palestina,
se traga totalmente la impetuosa torrentera. El autor sagrado quiere simbolizar con esta
imagen las persecuciones del mal contra la Iglesia, semejantes a aguas desbordadas 85.
Pero Dios siempre vendrá en ayuda de los suyos, concediéndoles al fin la victoria sobre
todos sus enemigos. Los lectores del Apocalipsis debían ver aquí una prueba de la
protección divina sobre ellos en las persecuciones que sufrían.
El Dragón, sin embargo, no se da por vencido. Ante el fracaso sufrido en el intento de
abatir a Cristo y a la Mujer que lo había engendrado, desfoga su rabia dándose a
perseguir a la descendencia de la Mujer (v.17). Las acometidas del Dragón no se dirigen
contra los paganos, que son suyos, sino contra los fieles de Jesucristo, contra aquellos
que guardan los preceptos de Dios y se mantienen firmes en la fe dando testimonio de
Jesús con su vida o con su sangre. Esto último era propio de los confesores de la fe, a
quienes la Iglesia dio el nombre de mártires, de testigos de Jesucristo. El martirio es la
más alta manifestación de fidelidad a Cristo y a su mensaje de salvación 86. El Dragón
hace la guerra a todos los hermanos de Jesús, a toda la Iglesia considerada bajo dos
aspectos diferentes: en cuanto conjunto y en sus miembros. Mientras que la Iglesia, la
sociedad cristiana, en su esencia es indefectible, sus miembros individuales permanecen
expuestos a las persecuciones del demonio. Contra éstos dirige Satanás principalmente
sus asaltos.
Las diferencias entre judíos y gentiles que habían preocupado a los apóstoles en el
concilio de Jerusalén ya no existían en los días en que San Juan escribía el Apocalipsis.
Al menos no aparece reflejada dicha oposición en nuestro libro.
Capitulo 13.
El dragón transmite su poder a la bestia, 13:1-18.
El demonio, arrojado del cielo sobre la tierra, lleno de furia se dispone a aprovechar el
poco tiempo que le queda para deshacer, si le fuera posible, la obra de Dios en este
mundo. El capítulo 13 nos describe cómo el Dragón organiza sus fuerzas para la lucha
que se propone seguir contra la descendencia de la Mujer, es decir, contra la Iglesia de
Cristo. Su reino es organizado imitando el modelo de su adversario, o sea el del Cordero.
Al mismo Cordero opone Satanás la Bestia, el anticristo. Prepara incluso para su Bestia
una especie de resurrección, de entronización — imitación de la entronización del
Cordero —, de parusía diabólica. Estas escenas tienen lugar sobre la tierra en presencia
del Dragón y van acompañadas con cánticos, imitando lo más posible lo que se hab ía
dicho del Cordero en los capítulos 4-5. Sin embargo, una Bestia sola no podía rivalizar
con la potencia del Cordero. Esta es la razón de que Satanás consiga la ayuda de una
segunda Bestia, la Bestia de la tierra 1. Las dos Bestias, imitando a los dos Testigos de
Cristo 2, se enfrentan con el Cordero. Logran seducir a muchos hombres 3 sirviéndose de
milagros aparentes; y los marcan con su señal. De este modo se enfrentan sobre la tierra
dos ejércitos, el del Dragón, capitaneado por las dos Bestias, y el del Cordero. El
desarrollo de la lucha seguirá un curso cuyo paralelismo con los capítulos 6-11 es
evidente4.
El capítulo 13 nos presenta y describe esas dos Bestias, de las cuales se servir á el Drag ón
para hacer la guerra a la Iglesia de Cristo 5. La primera Bestia es el imperialismo romano
con sus medios potentísimos de conquista, dominio y seducción. La otra Bestia
representa el poder del sacerdocio pagano, especialmente el de Asia Menor, servilmente
sometido al capricho de los emperadores.
El capítulo 13 se puede dividir en dos partes: la Bestia del Occidente (v.1-10), la Bestia
del Oriente (v.11-18).
La primera Bestia simboliza, según Ap 17:10-14, el Imperio romano, tipo de todas las
fuerzas que se levantarán contra la Iglesia en el decurso de los siglos. En efecto, el
vidente de Patmos ve esa primera Bestia venir del Mediterráneo con siete cabezas y diez
cuernos (v.1). Hay que tener en cuenta que la potencia del imperio romano era en gran
parte marítima, sobre todo vista desde Asia Menor. En los diez cuernos, la Bestia llevaba
otras tantas diademas, y en las siete cabezas, nombres de blasfemia. Las siete cabezas de
la Bestia simbolizan una serie de siete emperadores que se sucedieron en el trono de
Roma. Y probablemente también aluden a las siete colinas sobre las cuales se asentaba la
capital del Imperio romano. Los diez cuernos representan diez reyes vasallos de Roma
que actuaban en íntima conexión con ella en su política persecutoria contra la Iglesia. La
identificación de esos reyes y emperadores resulta difícil e hipotética, como veremos
después. La fábula representaba la hidra con muchas cabezas para significar su
resistencia a la muerte, porque, destruida una cabeza, quedaban las otras. Los cuernos
son en la Sagrada Escritura símbolos de la fuerza, incluso de la fuerza militar. Las
coronas que llevaba la Bestia significan el poder regio de los distintos soberanos. En
cada una de las siete cabezas hay un nombre de blasfemia, es decir, un nombre blasfemo.
Tales debían de ser a los ojos de San Juan y de los cristianos de entonces los títulos que
los emperadores romanos se daban a sí mismos, como vemos por las monedas y las
inscripciones. Algunos de ellos eran indudablemente blasfemos: Augustus, Divus, Deus,
Filius dei, Dominus, Salvator, Benefactor. Estos títulos herían profundamente a los
judíos, monoteístas, y a los cristianos, porque con ellos una pura criatura trataba de
arrogarse atributos divinos exclusivos de Dios. Domiciano fue el primero que empezó a
usar estos títulos en la misma Roma, en donde ninguno de sus predecesores se había
atrevido a aceptarlos 6, si exceptuamos el título de Augustus. El emperador Tiberio se
excusa en una ocasión de haber permitido que los españoles le dedicasen un templo,
siguiendo en esto el ejemplo de Augusto, que había permitido erigir en Per gamo un
templo en su honor. Pero, si lo toleraba excepcionalmente, sabía muy bien — como dice
Tácito 7 — que era un hombre mortal. También Nerón impidió que le dedicasen un
templo en Roma. Solamente los admitió para después de su muerte, porque los honores
divinos no se debían dar — según él — a un emperador mientras viviese entre los
mortales 8.
En el v.2 nos describe el autor sagrado el aspecto exterior de la primera Bestia. Era
semejante a una pantera, como la tercera bestia de la visión del profeta Daniel 9. Con
esto, tal vez San Juan quiera significar la astuta agilidad y la crueldad felina propias de
esta fiera. Las patas eran parecidas a las de un oso, con lo que quiere indicar la potencia
irresistible de sus acometidas. Esta nota distintiva corresponde a la segunda bestia de
Daniel10. La boca era como la de un león, el cual, arrojándose impetuosamente sobre su
víctima, la deshace y la tritura con sus poderosas mandíbulas. También la primera de las
cuatro bestias de la visión de Daniel era semejante a un león n. Por consiguiente, la
descripción que nos da San Juan de la Bestia del Apocalipsis está compuesta de
elementos tomados de las cuatro bestias de Daniel 12 y se inspira evidentemente en ella. El
profeta Daniel ve, en visión nocturna, salir del mar Grande, es decir, del Mediterráneo,
cuatro grandes bestias, diferentes una de otra. La primera era como león con alas de
águila; la segunda era semejante a un oso; la tercera era como un leopardo con cuatro
cabezas; la cuarta, diferente de todas las otras, era terrible, espantosa, sobremanera
fuerte, armada con dientes de hierro y tenía diez cuernos. Estas bestias representan otros
tantos reinos 13 que se levantarán en la tierra antes que llegue el reino de los santos. De la
cuarta bestia, la más temible de todas, armada con diez cuernos, vio Daniel que salía un
cuerno pequeño, que derribó tres de los otros diez. Y tenía una boca que hablaba con
arrogancia. La cuarta bestia simboliza el reino seléucida, del que salió el pequeño
cuerno, Antíoco IV Epífanes, tan arrogante, que se levantará contra el Altísimo,
pretenderá abrogar su Ley y perseguirá a los santos durante un tiempo, dos tiempos y
medio tiempo, o sea durante tres años y medio.
El autor del Apocalipsis reúne los diversos elementos de estas cuatro bestias para
componer la figura de su terrible Bestia. Las siete cabezas de ésta son la suma de las
cuatro cabezas de la tercera bestia de Daniel más las cabezas de las tres restantes fieras
del profeta. La Bestia del Apocalipsis forma, pues, la síntesis de las cuatro bestias de
Daniel. Con lo cual el vidente de Patmos parece querer indicarnos que esta espantosa
Bestia reúne en sí lo peor que los siglos han podido contemplar de fuerzas organizadas
opuestas a los planes de Dios.
La cuarta bestia de Daniel, la más parecida a la primera del Apocalipsis, que designaba al
imperio seléucida, fue posteriormente empleada para designar al Imperio romano. Esto
se ve claramente por el Evangelio de San Lucas 14, en donde la expresión abominación de
la desolación, que significaba para Daniel la obra de la cuarta bestia, encarnada en
Antíoco IV Epífanes, se aplica al asedio de Jerusalén por las fuerzas de Roma. De igual
modo, en el libro 4 de Esdras (11-12), las visiones de Daniel son transformadas para
representar al imperio romano.
Por eso no tiene nada de extraño que San Juan, siguiendo la tradición apocalíptica de su
tiempo, quiera simbolizar con su primera Bestia al Imperio romano. A esta Bestia
entrega el Dragón, como príncipe de este mundo 15, su poder, su trono y una autoridad
muy grande (v.2). Lo cual constituye una ridícula parodia de la entronización del Cordero
en el cielo 16. El autor sagrado considera la Bestia como un poder satánico, agente
terrestre del diablo. Esto se comprenderá mejor si tenemos presente que San Juan
considera al Imperio romano como adorador de los ídolos y perseguidor de la fe. Es, en
una palabra, la encarnación del poder de Satanás, opuesto al reino de Dios y a su Iglesia.
A esto no obsta el que San Pedro 17 y San Pablo 18, considerando al Imperio romano como
una fuerza conservadora del orden y de la paz social, lo presenten a los fieles como
ordenado por Dios. Y por este motivo mandan a los cristianos pagar los tributos y rogar
por el emperador y los gobernantes a fin de que puedan gozar de paz y servir en ella a
Dios.
El mundo se inclina ante la fuerza brutal del Imperio romano, y se somete de cuerpo y
alma al principio que lo inspira. Este, para el autor del Apocalipsis, no es otro que el
Dragón 26. Todos los moradores del Imperio romano, es decir, aquellos que no están
escritos en el libro de la vida eterna, sino que adoran a los ídolos, se rindieron a la Bestia,
exclamando: ¿Quién como la Bestia? ¿Quién podrá guerrear con ella? Son éstas
expresiones que en el Antiguo Testamento se dirigen exclusivamente a Dios 27. De donde
se deduce que los adoradores de la Bestia la consideraban como el dios más poderoso,
contra el cual nadie podía levantarse.
Todo el universo está sometido al poder de Dios, pero es El quien, por sus altos juicios,
permite la acción del Dragón, el cual inspira a la Bestia las palabras blasfemas que van
implicadas en los nombres divinos que los cesares se arrogaron. La actuación de la
Bestia se asemeja a la del "pequeño cuerno" de la visión de Daniel 28: hablaba con gran
arrogancia, pronunciando palabras llenas de blasfemia (v.5). Los autores antiguos narran
hechos blasfemos de divinización de los emperadores o de familiares de éstos 29. A la
Bestia se le permite desarrollar su acción durante un período de cuarenta y dos meses, es
decir, durante tres años y medio, que es el tiempo simbólico de toda persecución
religiosa. El tiempo que es dejado al Dragón para que actúe sus planes está, pues,
estrictamente delimitado. Durará tanto como la profanación del templo de Jerusalén por
el "pequeño cuerno," Antíoco IV Epífanes 30, como la predicación de los dos Testigos 31 y
como el retiro de la Mujer en el desierto 32. Todos estos hechos son evidentemente
simultáneos y constituyen aspectos diversos de un mismo suceso.
La fuerza y el esplendor del imperio romano arrastró a muchos a darle culto. Los
cristianos que se resistían eran inmolados como enemigos del Estado y de la religión.
Pocos años después de la composición del Apocalipsis, Plinio el Joven narra en una carta
al emperador Trajano la conducta que había seguido con los cristianos de Bitinia. A los
acusados de cristianismo los hacía llevar ante la imagen del emperador y de los otros
dioses para que les ofreciesen incienso e hicieran una libación de vino. Los que
ejecutaban este rito eran puestos en libertad; en cambio, los que se negaban eran
ejecutados como rebeldes 36. Años más tarde, el procónsul de Asia exigía a San Policarpo
jurar por el nombre del César y llamarle Señor, Κύριος Καίσαρ 37f a lo que el Santo se
negó creyendo que esto era una confesión idolátrica. En tiempo de San Juan todavía no
se había llegado a este extremo; pero el profeta, que veía el culto del emperador y de
Roma extendido y solemnizado en la provincia proconsular de Asia, podía muy bien
entrever adonde llegaría tal superstición.
Por eso dice muy bien que adoraron a la Bestia tocios los moradores de la tierra (v.8).
Solamente los cristianos, cuyo nombre está escrito en el libro de la vida desde el
principio del mundo, se negaron a ofrecer incienso a las imágenes de los emperadores.
Los moradores de la tierra son los enemigos de Dios según la manera de hablar del
Apocalipsis. Estos no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado. Aquí,
como en Ap 21:27, el libro de la vida se atribuye al Cordero inmolado, porque ha sido El
que con su inmolación sobre la cruz ha dado vida al mundo 38. Cristo tiene, pues, el libro
de la vida en su poder 39, y de él puede borrar a los que sean indignos. Este libro est á
escrito desde la fundación del mundo, como se dice también en Ap 17:8. El plan divino
de la redención por medio de la sangre del Cordero inmolado estaba ya determinado
desde la eternidad. Cristo estaba predestinado desde la eternidad al sacrificio redentor de
su vida, como lo afirma la i Pe: "Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir. con la
sangre preciosa de Cristo, como de Cordero sin defecto ni mancha, ya conocido antes de
la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por amor vuestro."40
Pero para poder ser inscrito en el libro de la vida es necesario participar de los
sufrimientos de Cristo. Porque sólo la vía de la cruz es la que conduce al cielo. Esta es la
razón de que San Juan anuncie a los fieles sufrimientos y hasta la muerte con frases un
tanto enigmáticas: Si alguno esta destinado a la cautividad, a la cautividad ira; si alguno
mata por espada, por espada morirá (v.10). No se trata aquí de la ley del talión, porque
rompería evidentemente la marcha del pensamiento. Se trata de una grave advertencia
del vidente de Patmos hecha a sus lectores acerca de lo que va a ocurrir. De ahí la
expresión: Si alguno tiene oídos, que oiga (v.9), con la que quiere llamar la atención de
los cristianos de Asia sobre el peligro que les amenaza 41. El autor sagrado tiene ante los
ojos la lucha que se acerca, que ha de ser afrontada por los fieles no con la fuerza de las
armas, sino con el sufrimiento, abrazándose con la cruz que a cada uno tenga el Señor
preparada. Esta puede ser el destierro, que él mismo estaba sufriendo en Patmos, o la
muerte, que muchos ya habían sufrido. Los cristianos han de aceptar con fe y paciencia
las persecuciones, que en los planes divinos están destinadas a perfeccionarlos y a
manifestar su virtud.
La advertencia de los v.9-10 está tomada de Jeremías 42, que le da otro sentido. El profeta
amenaza al pueblo israelita prevaricador con la cólera de Dios. Unos morirán de peste,
otros al filo de la espada, otros perecerán de hambre y otros serán llevados cautivos. Pero
esto será efecto de la justicia divina, que por estos medios castiga las iniquidades de su
pueblo, mientras que en el Apocalipsis es la misericordia de Dios, que se propone por los
mismos medios coronar a sus fieles con la corona de la gloria. La persecución promovida
por los agentes del culto imperial pondrá a prueba la paciencia y la fe de los santos. Si
saben soportarla por amor a Jesucristo, les alcanzará la vida eterna 43. El Salvador había
anunciado en diversas ocasiones a sus discípulos que tendrían que sufrir persecuciones y
pruebas de todo género por su nombre. Pero las persecuciones serían ocasión para dar
testimonio de Jesucristo y para manifestar la verdadera calidad del cristiano. "Por su
paciencia en la prueba salvarían sus almas."44
Después de la visión de la primera Bestia, San Juan ve otra Bestia, que se diferencia de la
primera. La primera sale del mar, es decir, viene del occidente; la segunda, en cambio,
viene de la tierra, o sea, para Juan, que estaba en Patmos, la tierra era el Asia Menor. La
primera tenía diez cuernos, expresión de su gran poder; la segunda sólo tiene dos, que se
asemejan a los de un cordero. El profeta Daniel también nos habla de un carnero con dos
cuernos 45, que para él representaba el imperio persa. No obstante el aspecto manso de
cordero que tenía la segunda Bestia del Apocalipsis y que parecía hacerla poco temible,
su lenguaje es venenoso y maléfico como el del Dragón (v.11). Con lo cual el autor
sagrado quiere significar su actuación en extremo peligrosa y ponzoñosa. Ejerce una
actividad muy amplia y maléfica en favor de la primera Bestia.
Es, por lo tanto, una aliada de ella. Le presta su ayuda no con solas palabras, m ás o
menos persuasivas, sino con grandes prodigios, hasta hacer bajar fuego del cielo. Y con
estos portentos, obrados delante de la primera Bestia y en honor de ella, logra arrastrar a
los hombres en pos de la Bestia, que, habiendo recibido una herida mortal, había
revivido. Todavía hace más: infunde espíritu de vida en las imágenes de la Bestia para
que hablen. Con esto inducía a todos a que adorasen a la Bestia y hacía morir a los que se
resistían a este homenaje. Además, hacía marcar a todos en la frente y en la mano con la
señal de la Bestia.
Todos estos detalles nos pintan al vivo el carácter de esta segunda Bestia, que no
representa una potencia político-militar como la primera, sino una potencia espiritual al
servicio de ella. No dispone de la fuerza, sino de la persuasión y del arte de
prestidigitación para engañar a los hombres. Es una fuerza filosófico-religiosa, una
especie de personificación de los falsos profetas disfrazados con piel de cordero de que
nos habla Jesús en el Evangelio 46. De ahí que, si la primera Bestia era el tipo del
anticristo político, la segunda es el tipo del anticristo religioso. Tiene que ser un poder
espiritual que obra poderosamente sobre las almas, induciéndolas a rendir culto a la
primera Bestia. Se trata de un poder religioso (ν.13), que ejerce al mismo tiempo un poder
polνtico de parte del imperio (v.12), y promueve el culto imperial y la persecuci ón contra
los cristianos (v.12 y 15)47.
Todas estas características corresponden bien al sacerdocio pagano, que tomaba parte en
el gobierno municipal de las ciudades y de las provincias. Algunos autores ven en esto
una alusión a los colegios sacerdotales del culto de Cibeles, el cual estaba muy extendido
por la provincia proconsular del Asia Menor y tenía relación con el culto imperial 48. Pero
más probablemente se debe de referir a todo el sacerdocio del Asia Menor, que se
esforzaba por promover el culto imperial. Tal vez la ciudad de Per gamo fuera el centro
de irradiación de este movimiento en favor del culto imperial49. Por aquel entonces
existían también religiones sincretistas, especialmente de tendencia gnóstica, que con sus
ideas filosófico-religiosas y sus imitaciones del cristianismo amenazaban destruir la
verdadera esencia del mensaje cristiano. Todo esto debía de estar presente en la mente de
San Juan.
Los portentos de la segunda Bestia consiguen extraviar a los moradores de la tierra (v.14),
admirados ante el fuego caído del cielo, y los arrastra al culto de la primera Bestia.
Jesucristo ya había anunciado que surgirían falsos profetas y seudotaumaturgos que
harían portentos para seducir a los hombres 54. Y San Pablo también afirma que la venida
del anticristo "irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales
y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la
perdición."55
La Bestia, al mismo tiempo que se servía de estos artificios para promover el culto
imperial, se constituía en denunciadora de los que no adoraban a la Bestia. En la carta de
Plinio el Joven al emperador Trajano refiere el legado cómo le eran llevados los
cristianos para que los juzgase, y cómo se le presentaban listas de gentes denunciadas por
ser cristianas sin la firma de los denunciantes. A lo cual contesta el emperador diciendo:
"No se han de llevar a cabo pesquisas a propósito de los cristianos; pero, si son acusados
y convencidos, hay que castigarlos. Por lo demás, en ningún género de crímenes se han
de aceptar denuncias que no estén firmadas por alguien, ya que esto serviría de pésimo
ejemplo"57. De aquí se puede deducir que no eran las autoridades romanas, sino otras, las
que llevaban la iniciativa de la persecución. La situación descrita por Plinio hace suponer
que gran número de gentes de todas clases y condiciones, tanto del campo como de la
ciudad, se hacían cristianas. Con esto, los templos y las fiestas paganas eran poco
frecuentados, y la carne de las víctimas sacrificadas en los templos no se podía vender.
Ante esta situación, el sacerdocio pagano debió de reaccionar violentamente en contra de
los cristianos, convirtiendo la cuestión religiosa en una cuestión de lealtad al poder
imperial.
El autor del Apocalipsis termina indicando el nombre de la Bestia (v.18), causa de tantos
males y persecuciones para los seguidores de Cristo. Pero, por razones de prudencia, y
porque sería peligroso comprometer a las comunidades cristianas con una acusación de
lesa majestad, no dice expresamente: esa Bestia de que os hablo es el Imperio romano o
el emperador fulano de tal. Da el nombre de la Bestia, pero cifrado, y encubri éndolo en
forma de adivinanza. Por eso, para llegar a descifrar la adivinanza se necesita
inteligencia y buen cálculo. Los antiguos se valían de la guematria para estos casos. La
guematría era el arte de indicar los nombres valiéndose del valor numérico de sus letras.
Sabido es que los antiguos se servían de las letras del alfabeto para designar las cifras
matemáticas. Los números que nosotros usamos hoy día han sido tomados de los árabes
en época posterior. La guematría era bastante corriente entre los judíos y los
grecorromanos. En Pompeya se han encontrado excelentes ejemplos de guematría, como
éste: "Yo amo a aquella cuya cifra es 545."63
Los lectores del Apocalipsis debían de conocer la clave o el secreto para interpretar el
número propuesto por San Juan. Para nosotros, en cambio, resulta muy difícil el saber
con certeza a qué nombre se refiere, porque una sola cifra puede corresponder a muchos
nombres. Conociendo un nombre, resulta muy fácil sacar su cifra; pero teniendo
solamente la cifra, es dificilísimo llegar al conocimiento cierto del nombre si no hay
otras circunstancias que puedan contribuir a esclarecer el enigma. Es lo que sucede en
nuestro caso, en el que sólo conocemos la cifra y las circunstancias no son tan
determinantes que nos puedan indicar con seguridad a qué nombre se refiere. La cifra
que nos da San Juan designa indudablemente el nombre de la Bestia, ya se trate de un
hombre determinado o de una categoría de hombres. Pero ¿cuál es el número exacto que
nos da San Juan? El texto original no es seguro, pues algunos códices dan el n úmero 616,
y los otros el 666. La mayoría de los códices y los mejores leen el número 666. Un
pequeño grupo, en cambio, compuesto por el códice griego C, por el latino Laudianus, el
armeno 4 y por San Ireneo 64, tienen el número 616. ¿Será el 616 una variante intencionada
para encontrar en el número un nombre determinado? ¿Será el 666 más conforme con el
sentido peyorativo que tiene el número 6 en el Apocalipsis? Se han propuesto
variadísimas y numerosas interpretaciones a propósito de ambas cifras.
Aceptando el número 666, que, según la crítica textual, es el que se ha de preferir, se han
propuesto las siguientes interpretaciones: Si el cálculo guemátrico se hace con letras
hebreas, lo que no sería imposible tratándose del Apocalipsis, el criptograma podría ser
QSR: (= ico + 6o + 200) NRON (= 50 + 200 + 6 + 50. Total, 666) = César Nerón 65; o
también QYSR (=100+10 + 60 + 200) RWMYM (= 200 + 6 + 40 + ίο + 40. Total, 666) =
César de los Romanos. Si el cálculo se hace con letras griegas, se pueden suponer varias
posibilidades: λατεΐνοβ: latino = 666; o también ή λατίνη βασιλεία: el imperio latino =
666.
A propósito del número 616 son también varias las interpretaciones. Como el Apocalipsis
se dirige a los cristianos de lengua griega, muchos autores han pensado en el título de
Καίσαρ -βεόβ (= KAISAR: 20 + 1 + 10 + 200 + 1 + 100; ZEOS: 9 + 5 + 70 + 200. Total,
616) = César es dios. Otros autores proponen leer ή Ιταλη βασιλεία: el imperio de Italia
= 616. Si la guematría se hiciese con letras hebreas, sería: QYSR ROM = César de
Roma: 616; o también QSR NRO = César Nerón: 616. R. Schütz 65 sugiere que la cifra
616, tal como nos la ofrece el códice Laudianus: DCXVI, haría referencia a un sello
imperial grabado sobre las monedas, y que contendría las iniciales de Domiciano (= D)
César (= C) y la fecha del año 16 (= XVI) de su tribunitia potestas. El inconveniente que
tiene esta hipótesis es que el cálculo se haga sobre números romanos, quizá poco
conocidos entre los griegos y judíos.
Por otra parte, el nombre de Nerón también se puede aplicar a Domiciano, el nuevo
Nerón. Así lo hacen varios autores antiguos, como Juvenal 67. Plinio dice de Domiciano:
"Neroni simillimus"68. Y Tertuliano lo llama "portio Neronis de crudelitate" 69. Como es
sabido, fue Nerón el que inició la persecución contra los cristianos. Pero a Nerón hay que
considerarlo no tanto como persona particular, que ya había muerto, cuanto como
símbolo de los futuros emperadores que habían de perseguir a la Iglesia. Spitta,
Holtzmann y otros encuentran la cifra 616 en el nombre de Calígula, Γάιοβ Καίσαρ. Y la
muerte-resurrecciσn de la Bestia aludiría a la grave enfermedad de la que sanó Calígula
al comienzo de su reinado 70.
Capitulo 14.
El capítulo 14 tiene dos partes bastante distintas. En la primera parte (v.1-5), o sea, en la
primera visión, que corresponde a la visión del capítulo 7, San Juan nos ofrece un cuadro
radiante de felicidad bienaventurada que va como a coronar esta sección del Apocalipsis
(v.5-14). A los seguidores de la Bestia opone San Juan los fieles seguidores del Cordero,
reunidos simbólicamente sobre el monte Sión, Jerusalén, en torno del Cordero, porque
los 144.000 elegidos representan al Israel nuevo, al Israel de Dios. Allí ofrecen a Dios y al
Cordero las primicias de sus alabanzas y, al mismo tiempo, celebran el triunfo de Cristo
que se dibuja en el horizonte. La segunda parte (v.6-20) del capítulo 14 es como una
introducción a las siete plagas que serán descritas en la sección siguiente (v.15-16).
Tanto el Cordero como los 144.000 vírgenes estaban sobre el monte Sión. Los profetas
suelen contemplar el monte Sión como una montaña elevada que sobresale por encima
de todos los demás montes, como faro luminoso que atraerá a sí a todos los pueblos: "Al
fin de los tiempos — dice el profeta Miqueas — el monte de la casa de Yahv é se alzar á a
la cabeza de los montes, se elevará sobre los collados, y los pueblos correrán a él. Y
vendrán numerosos pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del
Dios de Jacob, que nos enseñe sus caminos para que marchemos por sus sendas, pues de
Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé" 3. La literatura apocalíptica
también nos presenta al Mesías reuniendo a sus seguidores y a sus huestes
conquistadoras sobre el monte Sión 4. En el Antiguo Testamento, el monte Sión era el
símbolo de la fuerza y de la seguridad para Israel, porque Dios habitaba en él y lo
protegía contra todo enemigo 5. De igual modo, Sión significa en nuestro pasaje del
Apocalipsis un sitio seguro de refugio en el que el Cordero reúne a sus pac íficos
ejércitos. Mientras que el Dragón y la Bestia estaban apostados sobre la arena movediza
de la playa y las olas del mar, el Cordero está sobre el monte Sión, s ímbolo de seguridad
y estabilidad. Los 144.000 (= 12 x 12.000) vírgenes llevaban el nombre del Cordero y el
nombre de su Padre escrito en sus frentes (v.1). El nombre sobre la frente simboliza la
consagración de la vida al servicio de Dios. Los siervos llevaban la marca de sus
señores; los soldados, la del emperador, a quien habían jurado lealtad. Del mismo modo
que en Ap 7:455 el Cordero se aparece a Juan junto al Padre Eterno, rodeado de su corte
y de la gran multitud de escogidos. Y mientras el vidente de Patmos contempla esta
visión, oye la música de armoniosos cánticos con los cuales los bienaventurados celebran
en el cielo la gloria del Cordero (v.2). La felicidad celeste en el Apocalipsis es lit úrgica.
El cántico que entonaban, acompañándolo con el son de las cítaras 6, era algo secreto y
misterioso, pues sólo podía ser cantado por aquellos 144.000. Es, por lo tanto, un cántico
nuevo, como todo lo que sucederá en los capítulos 21-22:5. El rumor de este canto,
entonado por un coro tan colosal de 144.000 voces, lo compara San Juan al fragor de una
inmensa masa de agua al caer o al estrépito aterrador e impresionante de una terrible
tempestad de truenos. Este inmenso himno de alabanza a Dios y al Cordero se
contrapone al acto de adoración y reconocimiento de la Bestia por sus seguidores7.
Los 144.000 elegidos que entonaban el cántico son los que fueron rescatados de la tierra
(v.3), es decir, de entre los hombres. La tierra aquí tiene el mismo sentido que mundo en
el cuarto evangelio, tomado en sentido peyorativo. Fueron rescatados por la sangre del
Cordero, y ahora reinan con Cristo en el cielo. Nos parece más en conformidad con el
resto del Apocalipsis ver en este coro colosal no un grupo selecto de entre los elegidos 8,
sino el símbolo de todos los bienaventurados que alaban a Dios en el cielo. S ólo esos
144.000 podían aprender el cántico, porque, como dice Bossuet, es necesario
experimentar la felicidad de los santos para comprenderla. Forman, pues, la porción
escogida de la Iglesia desde sus orígenes hasta el fin. Por eso est án m ás unidos al
Cordero y lo siguen adondequiera que va (v.4); es decir, que imitan en todo su vida
totalmente consagrada a cumplir la voluntad de su Padre. Son vírgenes, porque no se
mancharon con mujeres. Esta virginidad es entendida por muchos autores en sentido
físico de integridad corporal. Estos 144.000 vírgenes constituirían un grupo selecto en el
cielo de los que habían logrado mantenerse libres de todo pecado de índole sexual 9.
Sabido es cuan apreciada fue la virginidad desde los comienzos de la Iglesia. San Pablo
considera el estado de virginidad como superior a la vida matrimonial 10. Sin embargo,
esta interpretación choca con ciertas dificultades: si se toma el texto demasiado
literalmente, habría que excluir a la mujeres de ese grupo de almas vírgenes. Además, en
el siglo i — del que habla principalmente San Juan — no sería posible encontrar 144.000
vírgenes, o sea cristianos que hubieran guardado el estado de virginidad por motivos
estrictamente religiosos. A nosotros nos parece más probable ver, en esos 144.000
vírgenes, representados a todos aquellos que se mantuvieron alejados del culto pagano,
que en la Sagrada Escritura es considerado como una prostitución y un adulterio contra
Dios. Son los que se abstuvieron totalmente del culto idolátrico y de la contaminación
pagana. Sus obras y su doctrina se habrían conservado en una perfecta pureza, sin dejarse
arrastrar por las insinuaciones de los falsos profetas y doctores, auxiliares del Dragón y
de la Bestia n. Por esta razón se dice que no se mancharon en cuanto que lograron una
perfección espiritual y religiosa sin tacha alguna 12.
El Cordero, a quien siguen los elegidos, es al mismo tiempo su pastor. Jesús les precede,
llevando su cruz hasta el Calvario, y ellos caminan en pos de El, llevando también cada
uno su cruz. Rescatados de entre los hombres cautivos del pecado por el precio de la
sangre del Cordero, constituyen las primicias de la masa de los redimidos ofrendadas a
Dios y al Cordero. La Ley de Moisés prescribía la ofrenda de las primicias de los frutos
de la tierra 13. Estas primicias, por ser los primeros frutos, eran, naturalmente,
considerados como lo más excelente, y por eso eran ofrecidos a Dios 14. Pues tales son los
que forman esa multitud de almas escogidas de entre la masa de los seres humanos. De
ellos se dice que en su boca no se halló mentira (v.5), porque su vida se ajusta plenamente
a la verdad revelada tanto en la doctrina como en las obras 15. Por este motivo son
inmaculados y exentos de toda mancha de pecado. La mentira aquí no significa falta de
sinceridad en las relaciones sociales con el prójimo, sino, sobre todo, designa la idolatría.
Para el autor del Apocalipsis la mentira está absolutamente excluida de la nueva
Jerusalén 16.
Antes de empezar a describirnos la guerra de las Bestias con el Cordero, San Juan nos
presenta una serie de visiones. Tres ángeles anuncian, uno después de otro, el juicio
(14:6-7), la destrucción de Babilonia (Roma) (14:8) y el castigo de los adoradores de la
Bestia (14:9-14). Estos castigos marcarán el tiempo de reposo para los que moran en el
Señor (14:12-13). Después vendrá el exterminio de todas las naciones paganas (14:14-20).
La proclamación de los tres ángeles y el anuncio de la felicidad de los santos
corresponden bastante estrechamente a la proclamación de los cuatro jinetes de 6,i-8 y a
la alegría triunfante de los mártires en 6:9-11.
6
Vi otro ángel que volaba por medio del cielo y tenía un evangelio
eterno para pregonarlo a los moradores de la tierra y a toda naci ón,
tribu, lengua y pueblo, 7 diciendo a grandes voces: Temed a Dios y
dadle gloría, porque llegó la hora de su juicio, y adorad al que ha
hecho el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 8 Un
segundo ángel siguió, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande, que
a todas las naciones dio a beber del vino del furor de su fornicaci ón. 9
Un tercer ángel los siguió, diciendo con voz fuerte: Si alguno adora la
Bestia y su imagen y recibe su marca en la frente o en la mano, 10 éste
beberá del vino del furor de Dios, que ha sido derramado sin mezcla
en la copa de su ira, y será atormentado con el fuego y el azufre
delante de los santos ángeles y delante del Cordero, 11 y el humo de su
tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrán reposo d ía y
noche aquellos que adoren a la Bestia y a su imagen y los que reciban
la marca de su nombre. 12 Aquí está la paciencia de los santos,
aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe de Jes ús. 13 Oí una
voz del cielo que decía: Escribe: Bienaventurados los que mueren en
el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos,
pues sus obras los siguen.
San Juan vio otro ángel que volaba por medio del cielo (v.6). Es un poco extraña esta
frase, otro ángel, después del cuadro precedente en que se habla del Cordero y de su
corte. Tal vez sea efecto de una concatenación un tanto imperfecta del Apocalipsis 17. El
vidente de Patmos, después de hablarnos del triunfo de los elegidos, vuelve a insistir
sobre los juicios punitivos de Dios contra los malvados. El ángel que ve Juan vuela por lo
más alto del firmamento, como el águila de Ap 8:13. Quiere que todos los hombres del
mundo oigan bien el mensaje que les va a transmitir. El vidente descubre que el ángel
trae en sus manos un evangelio eterno. Es la buena nueva de la salvación que viene a
comunicar a los hombres. Se le llama evangelio eterno porque es un mensaje eterno e
inmutable. Es el Evangelio mismo de Cristo, que no cambia. Lo contrario sucede con la
Ley de Moisés, que sí cambia. No se trata, por consiguiente, de un Evangelio nuevo, más
perfecto que el de Jesucristo, ni del Evangelio de los tiempos futuros, como pensaba
Orígenes, sino que es sencillamente el Evangelio inmutable de Cristo 18. El ángel va a
pregonarlo a todos los moradores de la tierra, sin distinción de tribus, lenguas o naciones,
para que conozcan los designios de Dios concernientes a la suerte final del mundo 19. Y
para que adoren al verdadero Dios (v.7), apartándose al mismo tiempo de la Bestia, bajo
cualquier forma que se presente. Los paganos son invitados a convertirse al verdadero
Dios y a abandonar sus ídolos antes de que llegue el gran día de la cólera o del juicio
divino 20 que se ha de abatir sobre Babilonia (Roma) y sobre la Bestia.
El contenido del mensaje del evangelio eterno era: Temed a Dios y dadle gloria. Temer a
Dios, en lenguaje bíblico, es igual que servirle sinceramente y cumplir con exactitud sus
preceptos. Se da gloria a Dios cuando se hace en todo la voluntad divina, de manera que
la vida resulte una especie de cántico continuo de alabanza. Este continuo homenaje del
alma fiel ha de ir dirigido no a los ídolos, sino al Creador del cielo, de la tierra, del mar y
de las fuentes de aguas. La imagen del ángel anunciando el juicio próximo e invitando al
arrepentimiento y a la conversión es un hermoso símil que se puede aplicar a los
predicadores del Evangelio. A San Vicente Ferrer se le suele representar como al ángel
del Apocalipsis, diciendo a todos los hombres: Temed a Dios y dadle gloria.
A este primer ángel siguen otros dos, cuya misión es declarar la justicia divina contra los
adoradores de los ídolos. El segundo ángel es el anunciador de catástrofes temporales y
políticas de los perseguidores de Dios, representados todos ellos bajo la figura de
Babilonia (Roma). El ángel grita con voz fuerte, anunciando el juicio de Dios sobre
Babilonia. Se trata de la realización de un juicio que va a ser ejecutado dentro de breve
tiempo. El ángel habla en perfecto profético, como para expresar la seguridad y la certeza
que tiene de la caída de la gran ciudad, perseguidora de la Iglesia y causa de los males
religiosos que aquejaban a la humanidad. Babilonia es la Roma pagana, que arrastra a la
idolatría a las demás naciones y persigue de muerte a los que abominan de ella. Los
cristianos, a los que va dirigido el Apocalipsis, debían de tener cierta familiaridad con
este nombre simbólico de Babilonia, que designa ciertamente Roma, como se ve por los
capítulo 17-18. Era una designación bastante corriente en los ambientes judíos y
cristianos del siglo I 21. Este simbolismo estaba sólidamente asentado en el Antiguo
Testamento, en donde abundan las amenazas contra Babilonia 22. Se la llama la ciudad
grande por su magnitud, su cultura y su influencia en el mundo antiguo 23. El profeta
Jeremías considera a Babilonia como el centro de la idolatría y como la enemiga
acérrima de Jerusalén, la capital de los creyentes 24. En nuestro texto del Apocalipsis se
aplica a Roma, capital de la primera Bestia 25, lo que en los profetas se decía de Babilonia
antigua.
Un tercer ángel clama con fuerte voz, diciendo: Si alguno adora la Bestia y su imagen, o
recibe la señal de la Bestia, confesándose por suyo, ese tal beberá del vino del furor de
Dios (v.4-10), es decir, recibirá su retribución merecida. Beber del vino fuerte de la ira
divina, sin rebajarlo con el agua de la misericordia, equivale a emborrachar con el
terrible castigo merecido por la fornicación embriagante del culto imperial 29. El vino
puro, sin mezcla alguna de agua y miel, que usaban los antiguos, y que embriagaba a los
que lo tomaban, es una imagen bíblica para designar los castigos de Dios 30. En este
sentido decía el profeta Jeremías: "Así me dijo Yahvé, Dios de Israel: Toma de mi mano
esta copa de espumoso vino y házselo beber a todos los pueblos a los que yo te he
enviado. Que beban, que se tambaleen, que enloquezcan ante la espada que yo arrojaré
en medio de ellos. Y tomé la copa de la mano de Yahvé, y la di a beber a todos los
pueblos contra los cuales me envió Yahvé." 31
¿Cuál es el castigo divino que se anuncia bajo la imagen del vino del furor de Dios? En
nuestro pasaje del Apocalipsis, el castigo divino es el fuego eterno que atormentará a los
adoradores de la Bestia. El lugar en que serán atormentados por toda la eternidad es el
estanque de fuego y azufre 32. Esta imagen, que se hizo familiar en la teología judía para
significar los tormentos de la gehenna, se inspira en el castigo que sufrieron Sodoma y
Comorra 33. También constituye un rasgo claramente judío la idea de que los reprobos
habían de sufrir el castigo en presencia de los que habían despreciado y perseguido 34,
para mayor confusión de los atormentados. El Libro de Henoc, por ejemplo, dice a este
respecto: "Yo los entregaré (a los reyes y poderosos) en manos de mi Elegido; como la
paja en el fuego, así arderán ellos ante la faz de los santos, y como se sumerge en el agua,
así se hundirán ellos delante de la faz de los justos, y ninguna traza de ellos ser á en
adelante encontrada." 35 Pero todavía resultará más espantoso para los adoradores de la
Bestia el ser atormentados en presencia del Cordero, su redentor.
El tormento con fuego y azufre es una imagen empleada frecuentemente en la Biblia para
significar un fuego muy intenso y más atormentador que el fuego ordinario. En el salmo
u,6 se dice que Dios lloverá sobre los impíos carbones encendidos; y que el fuego, y el
azufre y un torbellino huracanado será la porción de su cáliz. Isaías amenaza a Asur con
una hoguera "que el soplo del Señor va a encender como torrente de azufre" 36. Ezequiel
dice que Dios enviará sobre Gog, entre otras cosas, "fuego y azufre" 37. Y el vidente de
Patmos, hablando del fin de la Bestia, afirma que será arrojada "al lago de fuego que arde
con azufre." 38 La misma suerte está reservada al diablo 39 y a todos los impíos 40. Este
castigo no tendrá fin ni reposo, pues durará por los siglos de los siglos y sin interrupción
noche y día 41. Un tal castigo escatológico por el fuego se encuentra ya expresado en
Isaías 66:24, Que a su vez parece haber inspirado al autor del Eclesiástico 7:16-17 (LXX).
Los apócrifos desarrollan a su antojo la idea de Isaías 66:24, enriqueciéndola con nuevos
rasgos. La amenaza de la destrucción de Babilonia (Roma) era un castigo temporal, pero
ahora el castigo ya es eterno, pues recae sobre los individuos. El v.11 enseña bastante
claramente la eternidad de las penas del infierno.
Contrastando con el terrible castigo que han de sufrir los adoradores de la Bestia, San
Juan promete a los fieles la bienaventuranza eterna (v.12-13). El vidente de Patmos dirige
a los cristianos que se han mantenido fieles una especie de advertencia o reflexión, que
constituye una repetición de 13:10. Los santos, es decir, aquellos que guardan los
preceptos de Dios y la fe, que tiene por objeto a Jesucristo (v.12), han de acostumbrarse a
sufrir los padecimientos temporales para evitar los eternos (Bossuet). La existencia de los
cristianos en este mundo discurre en una continua lucha por su fe en medio de un mundo
adverso. Sólo el que permanezca fiel a la fe de Cristo obtendrá la victoria final. A la vista
del fin que aguarda a los impíos, los fieles deben sentirse alentados y mantenerse firmes
en la observancia de los preceptos divinos y en la fidelidad a Dios, aunque para ello
tengan que soportar las más graves pruebas. Sabido es que, según San Pablo 42, la
paciencia se perfecciona con la tribulación. Además, la paciencia de los santos es
fortificada por la certeza de la ruina de sus perseguidores.
A esta amonestación de San Juan responde una voz del cielo, que dice: Bienaventurados
los que mueren en el Señor (ν.13). Es la segunda bienaventuranza que encontramos en el
Apocalipsis, de las siete que contiene 43. La voz que oye Juan parece ser la del Espíritu
Santo, ya que se refiere a Cristo en tercera persona, en el Señor, y se habla expresamente
del Espíritu, que es el que manda a San Juan escribir. La voz del Espíritu declara
bienaventurados a los que mueren en comunión con Cristo 44. El autor sagrado no se
refiere únicamente a los mártires, es decir, a los que mueren por el Señor, sino a todos los
cristianos que mueren en el Señor, es a saber: unidos a El por la fe y el amor. La muerte
corporal, que para los impíos es el comienzo de la muerte segunda en el lago de fuego y
azufre 45, para los fieles de Cristo es el comienzo del descanso de sus trabajos, porque sus
obras les acompañan y Dios se las premiará abundantemente. Por eso, los cristianos
muertos en el Señor podrán gozar del descanso y de la bienaventuranza eternos antes del
día de la parusía: ya desde ahora, άττ'άρτι, como dice el texto griego46. Es la misma
doctrina que enseña San Pablo en Fu 1:23. Con esta esperanza no hay duda que los fieles
se sentirían fortalecidos para soportar las persecuciones con paciencia y fe operante. Y,
al mismo tiempo, comprenderían mejor la triste suerte de los infieles, de quienes dice
San Pablo "que viven sin esperanza." 47
Los tres primeros ángeles han anunciado — como ya hemos visto — la suerte futura de
Babilonia (Roma), de las dos Bestias y de sus seguidores. También ha sido proclamada la
predicación del Evangelio, que asegura la felicidad eterna de los cristianos. Aquí
aparecen otros cuatro personajes, que anuncian el juicio y la destrucción de todas las
naciones gentiles, con lo que terminará la persecución de los cristianos. Las naciones
paganas serán exterminadas porque no han querido escuchar el mensaje divino. Esta
catástrofe es descrita bajo las imágenes de una siega y dé una vendimia, que son
tradicionales en la Biblia para expresar un castigo 48. El autor del Apocalipsis parece
inspirarse en Joel 4:12-13, que emplea simultáneamente ambas imágenes al hablar del
gran día de Yahvé. La realización de la profecía de Ap 14:15-20 será descrita en Ap
19:11-21.
San Juan nos presenta una nueva visión, en la que aparecen, uno en pos de otro, dos
cuadros de significado análogo. El primero se halla inspirado en Daniel 49. El vidente de
Patmos contempla una nube blanca, y sobre ella aparece sentado un ser misterioso,
semejante a un hijo de hombre (v.14). Las nubes movidas por el viento constituyen el
vehículo habitual sobre el cual Dios se desplaza en las visiones proféticas 50. Aquí, el que
aparece sobre una nube blanca es Jesucristo, el cual lleva una corona de oro sobre su
cabeza, en señal de victoria, y una hoz en su mano, como ejecutor de la sentencia divina
contra los adoradores de la Bestia. No hay duda que se trata de Cristo, como se ve por el
misterio con que se le designa. No tiene nombre y es semejante a un hijo de hombre.
Bajo esta forma suele San Juan, como Daniel y, en general, los autores apocalípticos,
designar a Dios o a los personajes celestes, para indicar la grandeza de su personalidad,
que ningún nombre basta a significar. La expresión Hijo del hombre es mesiánica tanto
en los Evangelios 51 como en el Apocalipsis 52. De donde se sigue que el que está sentado
sobre la nube no puede ser un ángel, sino el mismo Cristo. Y si recibe la orden de segar
de un ángel, esto no significa que sea inferior en dignidad a los ángeles 53, sino
simplemente que Dios Padre comunica a su Hijo por medio de un ángel el mandato de
castigar a las naciones paganas 54. San Juan dice en el cuarto Evangelio que el Padre
entregó el juicio a Jesucristo, en cuanto es Hijo del hombre 55. Pero si el Padre se lo
entrega al Hijo del hombre, es señal de que a El pertenece en propiedad, y que el Hijo del
hombre lo tiene por delegación.
El vidente de Patmos contempla a otro ángel que sale del templo, su morada, el cual grita
con potente voz al que está sentado en la nube: Arroja la hoz y siega, porque la mies ya
está madura (v.15). El que estaba sentado sobre la nube arrojó la hoz y la tierra qued ó
segada (v.16). El templo de donde procede el ángel parece ser el templo celeste, de donde
también sale el ángel que ha de hacer la vendimia (v.17) y los ángeles de las siete copas 56.
En cuyo caso, el ángel que sale del templo celeste sería uno de los más altos mensajeros
de Dios Padre, que transmite a Jesús, Juez de los hombres, en cuanto Mes ías, la orden de
ejecutar su obra definitiva. Si, por el contrario, el templo es el de Jerusalén, imagen de la
Iglesia 57, el sentido será aún más satisfactorio. Se trataría del ángel guardián de los fieles
que manifiesta a su Jefe los deseos de su Esposa, cuyos méritos están ya completos 58.
Jesucristo tiene en su mano la hoz afilada con la cual va a segar la cosecha, que ya está a
punto. La siega de que nos habla el ángel simboliza el juicio. Este mismo sentido es el
que tiene en diversos lugares de la Sagrada Escritura 59. Especialmente próximo al
nuestro es un texto de Joel, que dice: "Que se alcen las gentes y marchen al valle de
Josafat, porque allí me sentaré yo a juzgar a todos los pueblos en derredor. Meted la hoz,
que está ya madura la mies. Venid, pisad, que está lleno el lagar y se desbordan las cubas,
porque es mucha su maldad." 60 En estos pasajes se trata del juicio de los enemigos de
Dios o del juicio del mundo. Sin embargo, hay otros pasajes en el Nuevo Testamento 61,
en los que se habla de la recolección de las almas creyentes e incluso de los elegidos. ¿De
quiénes se trata aquí? ¿La siega es un castigo ejecutado sobre los adoradores de la Bestia
o una separación del grano bueno y limpio de la paja? Como en el v.16 no se habla para
nada de la ira divina, muchos autores creen que la siega de la primera hoz no representa
un castigo, sino la recolección de la mies ya madura de los justos 62. Por consiguiente, el
sentido de este cuadro sería el mismo de la amonestación precedente. El Señor vendría a
recoger a los suyos. Un indicio de esto lo encuentran dichos autores en el color blanco de
la nube, que parece indicar no castigo, sino más bien victoria. Sin embargo, el
paralelismo con la escena inmediatamente siguiente (v. 17-20) abogaría preferentemente
en favor de un castigo, de una plaga que se abatiría sobre buenos y malos.
El acto de arrojar las hoces constituye una de esas acciones simbólicas que se dan con
tanta frecuencia en los profetas 63. La doble acción de arrojar las hoces tiene una misma
significación.
Después viene un segundo cuadro semejante al primero (v. 17-20). La única diferencia
está en que en el primero era el mismo Señor el que hacía la siega, mientras que en el
segundo es un ángel el encargado de ejecutarla. Este ángel sale también del templo, que
está en el cielo, con una hoz bien afilada, con la cual llevará a efecto la misión punitiva
para la que ha sido enviado. Pero ha de esperar la orden divina de ejecutarla. Para
comunicársela viene otro ángel, el que está al cuidado del fuego del altar, probablemente
el mismo que arrojó las brasas del altar de los perfumes sobre la tierra 64. También podría
tratarse del ángel que cuida del fuego del altar de los holocaustos, bajo el cual estaban las
almas de los mártires 65, que pedían a Dios justicia. Esta justicia sería la que se dispone a
ejecutar ahora el ángel. Las oraciones de los mártires, llevadas por el ángel ante la
presencia de Dios, son las que obtienen el exterminio de los pecadores.
A la orden que da el ángel que cuidaba del fuego, el otro ángel arrojó la hoz y vendimió
los racimos de la viña de la tierra (v.18). Es decir, recolectó las uvas que ya estaban
maduras, con lo cual quiere significar que la maldad de los hombres había llenado la
medida. Por eso se puede proceder ya a su castigo. Y, en efecto, el ángel vendimió con su
podadera la viña de la tierra y echó sus racimos en el lagar del furor de Dios (v.19). La
imagen de la vendimia o del lagar, en donde se pisan las uvas, para significar un castigo
divino, es ya empleada por los profetas. Nuestro texto se inspira en Isaías 63:1-6, en
donde Yahvé, vencedor de Edom, pisa a los enemigos en su furor: "¿Quién es aquel que
avanza enrojecido, con vestidos más rojos que los de un lagarero — exclama el profeta
—, tan magníficamente vestido, avanzando en toda la grandeza de su poder? Soy yo el
que habla justicia, el poderoso para salvar. ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido y tus ropas
como las de los que pisan en el lagar? He pisado en el lagar yo solo y no hab ía conmigo
nadie de las gentes. He pisado con furor, he hollado con ira, y su sangre salpicó mis
vestiduras y manchó mis ropas. Porque estaba en m1 Corazón el día de la venganza y
llegaba el día de la redención. Miré, y no había quien me ayudara, me maravillé de que
no hubiera quien me apoyase; y salvóme mi brazo, y me sostuvo mi furor, y aplast é a los
pueblos en mi ira, y los pisoteé en mi furor, derramando en la tierra su sangre." 66
También el mismo Apocalipsis nos presentará, en el capítulo 19, al Verbo de Dios como
caballero victorioso que avanza por medio de sus enemigos con sus vestidos empapados
en sangre 67.
El ángel, para expresar la venganza de Dios contra los adoradores de la Bestia, vendimia
la viña de la tierra, echa las uvas en el lagar y Zas pisa fuera de la ciudad (v.20). Los
racimos simbolizan la multitud de los impíos, y el vino, su sangre. Es una terrible
hecatombe, que traerá consigo el exterminio de los idólatras. La magnitud del desastre se
expresa mediante una imagen hiperbólica: Y desbordó la sangre del lagar hasta los
frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios. En la literatura apócrifa
también se encuentran imágenes parecidas. El Libro de Henoc, por ejemplo,
describiendo la matanza de los pecadores entre ellos mismos, afirma: "El caballo
avanzará cubierto hasta el pecho en la sangre de los pecadores, y el carro quedará
sumergido hasta su parte más alta"68. La sangre de los adoradores de la Bestia inundará
— según el Apocalipsis — una extensión de i.600 estadios, alrededor de unos 300
kilómetros, pues el estadio tenía unos 192 metros. La extensión de Palestina desde Tiro
hasta Wadi el-Aris es de i .664 estadios, o sea unos 300 kilómetros. De ah í que algunos
autores piensen que el autor sagrado quiere incluir toda la Palestina como símbolo de la
totalidad del Imperio romano 69. Sin embargo, la cifra 1.600 estadios (=40 X 40) tal vez sea
meramente convencional, sin valor aritmético, como sucede ordinariamente en el
Apocalipsis. En cuyo caso, el número de estadios designaría una gran extensión, y
serviría únicamente para dar una idea más cabal de la magnitud del desastre. La cifra
indicada es también múltiplo de 4, número que designa las cuatro partes del mundo y los
cuatro vientos, de donde se habían de juntar las naciones paganas para la guerra. En la
guerra escatológica todos los pueblos se enfrentarán con Dios.
¿En qué lugar se llevará a cabo este juicio punitivo de los idólatras? Según San Juan,
tendrá lugar fuera de la ciudad (v.20). Pero ¿de qué ciudad se trata? Según Ap 14:1, el
Cordero se hallaba sobre el monte Sión. Luego el juicio sería en los alrededores de
Jerusalén. Por otra parte, el profeta Joel70 afirma que el juicio divino tendrá lugar en el
valle de Josafat, que se encuentra muy cerca de Jerusalén 71. Y según Zacarías 72 y
Ezequiel73, el exterminio de las naciones paganas se llevará a cabo fuera de Jerusalén, en
el monte de los Olivos. La literatura apócrifa judía también nos presenta al Mes ías sobre
el monte Sión juzgando a las naciones 74.
Este sangriento juicio contra los paganos idólatras es un preludio de la gran batalla que
será descrita en los capítulos siguientes, y que será ganada por el Verbo 75. Es éste un
procedimiento de composición literaria bastante frecuente en el Apocalipsis. Se suele
adelantar en una visión esquemática el contenido de toda una revelación que después se
irá desarrollando en escenas más amplias, más precisas, que proyectarán nueva luz sobre
los hechos descritos.
1 Ap 19:2. — 2 Ap 19:8. — 3 Miq 4:1-2; Is 2:2-3; cf. Jl 3:5; 4:17; Sal 110:2; Mt 21:4-5; Rom 11:26. — 4
Gf. 4 Esd 13:35-39; 5 Esd 2:42-43; Apocalipsis de Baruc 40:1-2. El texto del 5 Esd 2:42-43 es muy
parecido al del Apocalipsis de San Juan, del cual depende. — 5 Gf. Sal 2:6; 48:155; 53:7. — 6 Cf. J.
Murray, Instrumenta música Sacrae Scripturae: VD 32 (1954) 84-89. — 7 Ap 13:4-12. — 8 Hay muchos
autores que piensan de modo diverso: cf. E. B. Allo, o.c. p.217; M. Garc ía Cordero, o.c. p.156. — 9 San
Agustín, De virginibus 27-29; San Jerónimo, Adv. lovin, 1:40. Cf. M. Garc ía Cordero, ibid. — 10 1 Cor
7:32.34- — 11 Siguen esta misma interpretación Alcázar, Bossuet, Calmet, Cramp ón, Osty, Boismard,
Koester, Bezzel, Ragaz y otros. — 12 Cf. Hebg,14; 1 Pe 1:19. — 13 Cf. Ex 23:19; 34:26; Lev 23:10. — 14
Cf. 1 Cor 15:20.23. — 15 Es ésta una concepción frecuente en San Juan (Jn 3:20-21; 1 Jn 1:6). — 16
Ap21,8; 22:15. Hay muchos autores que identifican los 144.000 vírgenes con los 144.000 marcados con el
sello de Dios (Ap 7:4). A propósito de esto, cf. M. E. Boismard, Notes sur l'Apocalvpse: RB 59 (1952) 161-
172; V. Laridon, Visio Agnicum Virginibus in monte Sion: Collationes Brugenses 48 (1952) 385-392; P.
Miranda, El Cordero y su Iglesia (Ap 14:1-5) : RevBi 15 (1953) 10-15. — 17 Cf. Ap 14:15- — 18 Cf. Ch.
Masson, L'Évangile éternel de VApocalypse 14:6-7: Homrnage a K. Barth (París 1946). — 19 Cf. Ap 10:5-
7. — 20 Cf. Ap 16:14. — 21 Cf. Oráculos sibil. 5:143.159; Baruc siríaco 67:7; 1 Pe 5:13. — 22 Is 21:1-9;
Jer 50:1-51:64. — 23 Dan 4:27. — 24 Jer 51:7-8. — 25 Ap 17:1ss. — 26 Is 21:9-10; cf. Jer 50:2. — 27 Cf. Is
51:17:22; Jer 51:7. — 28 E. B. Allo, o.c. p.239. — 29 Cf. S. Bartina, o.c. p.734. — 30 Sal 75:9; Is 51:17 —
31 Jer 25:15 — 32 Cf. Ap 19:20 — 33 Gen 19:24; cf. Ez 38:22; Is 30:33. — 34Sab 5:1-5; cf. J. Bonsirven,
Le Juda'isme palest. I p.; — 35 Libro de Henoc 48:9. — 36 Is 30:33- — 37 Ez 38:22. — 38 Ap IQ.20. — 39
Ap 20:95. — 40 Ap21,8. — 41 Ap 14:11. — 42 Rom 5:3.5. — 43 Cf. Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6;
22:7.14. VerS. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-
88. — 44 1 Cor 15:18; 1 Tes 4:14. — 45 Ap 21:8. — 46 La Biblia N ácar-Colunga omite en este lugar, tal
vez por un lapsus, la traducción de άιτ* άρτι = ya desde ahora, que es exigida por el texto griego. — 47 1
Tes 4:13. — 48 Is 17:5; 27:12; 63:355; Jer 25:155; Lam 1:15; Mt 3,12; 13:30.39; Mc 4:29. — 49 Dan 7:13.
— 50 Is 19:1s; Sal 18:11. — 51 Mt 11:19; 16:13; Mc 2:28; 10:45; Lc 6:22; 7:34; 9:22; 12:40; 19:10. — 52
Ap 1:13. — 53 Heb 1:5-7; Ap 3:1. — 54 Cf. Mt 9:38; 24:36; Mc13:32; Act 1:7. — 55 Jn 5:22.27. — 56 Ap
15:6-8. — 57 Ap 11:1. — 58 Ap 22:17. Cf. E. B. Allo, o.e. p.244 · — 59 Is 18:5; Jer 51:33; Mt 13:39. — 60
Jl 4:12-13. — 61 Mt 3:12; 9:373; Lc 10:2. — 62 Cf. Mt 13:30-43. — 63 Gf. 1 Re 11:29-39; 2 Re 13:14-19. —
64 Ap 8:3-5. — 65 Ap 6:9-10. — 66 Is 63:1-6; cf. JU.13. — 67 Ap 19:13-15. — 68 Libro de Henoc 100:3. —
69 Cf. S. Bartina, o.c. — 70 Ji 4:2.12. — 71 La tradición judía y cristiana suelen identificar el "valle de
Josafat" con el valle del Cedrón, que separa el monte Sión del monte de los Olivos. — 72 Zac 14:4. — 73
El 238-39. — 74 Cf. 4 Esd 13:35-38; Baruc sir. 40:1-2; Oráculos sibil 3:663-697. — 75 Ap 19:13-15.21.
Capítulo 15.
Visión de las Siete Copas de la Cólera Divina, 15-16.
La visión de las siete copas está más o menos calcada en la visión de las siete trompetas
(c.8-9). Tanto en una como en otra se describe el castigo de los enemigos de Dios, de las
dos Bestias y del Imperio romano. Únicamente en el septenario de las copas las alusiones
a la situación del Imperio romano de aquella época son más concretas. Las copas son
presentadas como las últimas calamidades. Lo cual muestra bien la progresión dramática
del libro. Sin embargo, hemos de tener presente que son llamados los últimos azotes, no
porque con ellos venga el fin de la humanidad, sino porque son últimas en relación con la
calamidad que hirió al reino de las Bestias (c.13); es decir, al Imperio romano. O también
porque en la perspectiva del Apocalipsis preceden inmediatamente al establecimiento del
reino de Dios.
Los capítulos 15-16 se pueden dividir en dos partes: Los vencedores de la Bestia entonan
el cántico de Moisés y del Cordero (15:1 -4); los azotes de las siete copas (15:5-16:21).
El escenario de esta nueva visión es el cielo. San Juan ve en él otra señal, que es una de
las siete del Apocalipsis. No es algo casual en nuestro libro la mención de siete se ñales 3,
como tampoco lo son los septenarios de los sellos4, de las trompetas 5 y el anuncio
séptuple de la ruina de Babilonia (Roma) 6.
La visión que el vidente de Patmos contempla en el cielo es grande y maravillosa, pues
ve siete ángeles que tienen siete plagas, para arrojarlas sobre la tierra, con el fin de
consumar la cólera de Dios contra los moradores de ella (v.1). Estas siete plagas o copas
de la ira divina serán las últimas, porque señalan el momento de la consumación de los
juicios divinos contra la humanidad pecadora, ya anunciados en los septenarios
anteriores. El Apocalipsis repite las mismas ideas, aunque bajo diferentes formas. Los
siete ángeles que anuncian siete plagas son paralelos e idénticos a los ángeles de las siete
trompetas7.
El simbolismo de las siete plagas de la cólera divina contenidas en sus respectivas copas
era tradicional en Israel8. La idea de plaga tal vez haya sugerido a San Juan la imagen del
mar Rojo y la de Israel entonando el cántico de victoria sobre los egipcios 9. También el
nuevo Israel, es decir, los triunfadores de la Bestia, son presentados sobre un mar de
vidrio, mezclado de fuego, entonando un cántico de victoria (v.2-3). La felicidad de los
bienaventurados nos es presentada de nuevo bajo la forma de una liturgia que se
desarrolla en la presencia de Dios. Y el acto litúrgico tiene como cuadro el cielo, del
mismo modo que en Ap 4:6 y 7:9. Los reflejos de fuego que ve Juan producidos sobre el
mar de cristal deben de ser causados por la gloria de Dios, o sea, por el resplandor
luminoso que se desprendía de su persona. Esta luminosidad era concebida por los
israelitas como un vestido que rodeaba a la Divinidad 10. Los vencedores son los que en
medio de las persecuciones se mantuvieron fieles al Cordero y no quisieron adorar la
imagen de la Bestia ni aceptar su marca H. Se trata de los vencedores de la persecuci ón
descrita en el capítulo 13, que celebran el triunfo de su nuevo éxodo de Egipto de este
mundo con un nuevo cántico. Están de pie y acompañan su canto con cítaras
sobrehumanas pertenecientes a la liturgia divina del cielo. Por eso, el autor sagrado las
llama cítaras de Dios, un superlativo semítico equivalente a cítaras grandísimas, y aquí
muy probablemente significa cítaras muy superiores a las de los mortales 12. El cántico
que entonan se dice que es el cántico de Moisés, o sea el cántico pronunciado por Moisés
después del paso del mar Rojo 13, o también el cántico que se encuentra en el Dt 32:1-43,
en donde Moisés canta la justicia de las cóleras divinas contra su pueblo infiel. Pero
también es llamado el cántico del Cordero, porque Cristo es el verdadero héroe de esta
victoria 14. Jesucristo es el segundo libertador del pueblo de Dios, que con su sangre
redentora nos redimió de la esclavitud del demonio. El Nuevo Testamento presenta a
veces a Jesús como un nuevo Moisés.
En el momento de salir los siete ángeles del templo celeste, uno de los cuatro vivientes
que sostienen el trono de Dios dio a los siete ángeles las siete copas de oro, llenas de la
cólera de Dios eterno (v.7). Las copas son de oro, como los vasos del tabernáculo, porque
en la casa de Dios no era decoroso el empleo de otra materia. Las copas contienen el
brebaje con el que ya se había amenazado a los adoradores de la Bestia 23. Ahora se va a
cumplir la terrible amenaza. En el profeta Ezequiel 24 hay una escena que tiene cierta
semejanza con la nuestra. Un querubín toma fuego de junto a las ruedas del trono de Dios
y lo da al que estaba vestido de lino para que lo arrojara sobre Jerusalén, con el fin de
anunciar su próxima destrucción. Las copas que entrega uno de los vivientes están llenas
de la colera del Dios inmortal, eterno y omnipotente, que no dejará de realizar sus
amenazas. Estas copas vienen a ser como la contrapartida de las copas de oro llenas de
perfumes que los vivientes y los ancianos tenían en sus manos 25 cuando adoraban al
Cordero. Las copas son entregadas a los ángeles por uno de los vivientes, lo mismo que
eran los vivientes los que llamaban a los jinetes en el capítulo 6, porque son los
representantes de la naturaleza, que se asocia a la venganza que va a tomar su Creador 26.
El humo que llena el templo celeste (v.8) es un rasgo propio de las teofanías 27. En la
inauguración del templo de Salomón, el humo o "la nube llenó la casa de Yahv é" 28. La
nube era el signo de la presencia de Yahvé, que tomaba posesión de su templo. También
el profeta Isaías vio en la visión inaugural a Yahvé rodeado de serafines que le
aclamaban, y, al mismo tiempo, el templo en donde tuvo la visión "se llenó de humo" 29.
Dios quiere hacer sentir la majestad de su presencia con esta imagen sensible. Además,
de este modo el santuario se hace inaccesible durante la promulgación de los azotes, para
significar la ejecución inexorable de los decretos divinos, o bien para indicar que los
juicios de Dios son impenetrables e incomprensibles hasta que se hayan realizado. Todo
esto es la preparación de las plagas que los siete ángeles van a derramar sobre la tierra.
Este será el argumento del capítulo siguiente. Y todo esto sirve para dar realce al valor de
tales juicios de Dios.
1 E. B. Allo, o.c. p.248-249. — 2 E. M. Boismard, L'Apocalypse, en La Bible de J érusalem p.6-4. — 3 Ap
12:1.3; 13:13-14; 15:1; 16:14; 19:20. — 4 Ap 6:1-8:1. — 5 Ap 8:2-9:21; 11:15. — 6 Ap 14:8; 16:17-21;
17:16; 18:1-3.4-8.9-20.21-24. Cf. A. Gelin, o.c. p.640 — 7 M. García Cordero, o.c. p.i óó. — 8 Jer 25:15; Is
51:17-22. — 9 Ex 15:1-21. — 10 Gf. Sal 104:2. — 11 Ap 13:4-14; 14:9.11; 19:20; 20:4. — 12 En el Antiguo
Testamento se habla de las "montañas de Dios" (Sal 36:7), de los "cedros de Dios" (Sal 8o,n) para designar
montañas y cedros muy altos y elevados. — 13 Ex 15:2-19- — 14 Gf. Ap 5:9-13; 7,14. — 15 Gf. Dt 32:4;
Jer 10:7; Sal 86:9; 93:5; 98:1; 111:2; 139J4; 145,17· — 16 Cf. Dan 7:14; Sal 65:3-9; 72:11.19; 86:9. — 17
Ex 26:1-37- — 18 Ex 33:7; Dt 31:14. — 19 Ap8:2. — 20 Ap 8:2-6. — 21 Ex 28:40-43; Lev 16:4; Ap 1:13.
— 22 Ez 9:2-3. — 23 Ap 14:10. — 24 Ez 10:7. — 25 Ap 5:8. — 26 E. B. Allo, o.c. p.252-253. — 27 Cf. Ex
19:18; 40:34; Ez 10:4; 11:22-23; 43:2-5. — 28 1 Re 8:10-11. — 29 Is 6:4s.
Capitulo 16.
Este capítulo nos presenta a los siete ángeles derramando las copas sobre el mundo
pagano. La visión de las siete copas tiene gran parecido con la de las siete trompetas *,
así como también con las plagas de Egipto 2. Sin embargo, hay que advertir que las siete
copas están en relación más concreta con las Bestias y con Roma. Y son como una
especie de introducción a los capítulos 17-19. Tanto en la visión de las trompetas como
aquí, los cuatro primeros azotes se desencadenan sucesivamente sobre la tierra, el mar,
los ríos y el sol. Estas cuatro primeras copas forman una unidad, en cuanto que sus plagas
correspondientes afectan a todo el mundo. No obstante, se advierte una diferencia con el
septenario de las trompetas: en el de las copas, las calamidades son más generales que en
el de las trompetas. Las plagas abarcan a toda la tierra o a todos los vivientes, lo cual
conviene a perfección a las postreras calamidades que traerán como consecuencia el
colapso del mundo pagano 3. Así, la segunda copa hará perecer a todo ser viviente en el
mar; en cambio, la segunda trompeta hizo perecer solamente a un tercio. Además, las
calamidades de las copas parecen abatirse únicamente sobre los paganos, como se dice
claramente a propósito de la primera, la tercera y la quinta copa, cosa que no suced ía con
los azotes de las trompetas. Parece como que nos hallamos en un estadio más avanzado
de la justicia divina contra las naciones paganas. Los castigos van creciendo en
intensidad. Pero, por grandes que sean estos azotes divinos, se insiste por tres veces (v.q.
11.21) en que no consiguieron los efectos morales y medicinales pretendidos. Los
paganos no quisieron arrepentirse y convertirse, sino que blasfemaron contra Dios. Por
eso se anuncia la destrucción total del imperio de la Bestia 4. El azote de la quinta copa
hiere la capital de la Bestia. La sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta 5, es derramada
sobre el río Eufrates. Allí se juntarán los ejércitos de los imperios paganos y se destruirán
mutuamente. Y, finalmente, la séptima copa trae la destrucción de Roma y de su imperio.
San Juan se sirve, en este septenario de las copas, como en los demás del Apocalipsis, de
imágenes que ha tomado del Antiguo Testamento o de la literatura apocalíptica de su
tiempo, pero dándoles un sentido nuevo. Esto se verá claramente en el examen
exegético-teológico que vamos a hacer del capítulo 16.
En el capítulo precedente quedaban los siete ángeles, salidos del templo de Dios, con las
copas en sus manos, prontos a ejecutar el mandato divino. Del mismo templo sale ahora
la voz fuerte e imperiosa de Dios, que les ordena derramar las copas llenas de la cólera
de Dios sobre la tierra (v.1). Los ángeles ejecutan el mandato uno en pos de otro. El
contenido de cada copa, al ser derramado sobre la tierra, produce su propia plaga. El
primer ángel derramó su copa sobre la tierra, y ocasionó una úlcera maligna y dolorosa
en cuantos llevaban la marca de la Bestia y adoraban su imagen (v.2). Esta primera plaga
nos recuerda la sexta plaga de Egipto, que hirió a los magos del faraón y les impidió
presentarse en público6. También tiene cierta semejanza con la primera7 y la quinta8 de
las trompetas. Es la ejecución de la amenaza del ángel contra los que llevaban la marca
de la Bestia 9. La úlcera es el castigo de la idolatría y de la inobservancia de los mandatos
del Señor 10. El pecado es castigado con desgracias temporales, como en el Antiguo
Testamento. El castigo de los adoradores de la Bestia contrasta con la alegría de sus
vencedores n. Como esta plaga afecta a los que están marcados con el tatuaje de la Bestia
y a los adoradores de su imagen, parece lícito deducir que los cristianos quedaron libres
de ella.
El segundo ángel derrama su copa sobre el mar, y su efecto fue el mismo que el de la
primera plaga de Egipto 12: se convirtió el agua del mar en sangre (v.3). Aquí el autor
sagrado acentúa la nota, diciendo que la sangre era como sangre de muerto, como sangre
podrida. Es el mismo azote que el de la segunda trompeta 13. Pero con la diferencia de que
la plaga no afecta sólo a un tercio de los vivientes del mar, como sucedía en la segunda
trompeta 14, sino que aquí murieron todos los vivientes del mar. Esta copa forma un todo
con la siguiente. Pues el tercer ángel, al arrojar el contenido de su copa sobre los ríos y
sobre las fuentes de la tierra, las convierte también en sangre (v.4). Las aguas dulces son,
pues, heridas, aparte de las aguas saladas, como ya sucedía en la visión de la tercera
trompeta 15. Por consiguiente, la tercera copa viene a ser como una repetición más
completa de la tercera trompeta. Y es, a su vez, como una prolongación, una ampliación
del azote de la segunda copa. Lo mismo que el río Nilo, con sus brazos y canales, se
convirtió en sangre en la primera plaga de Egipto 16, así también sucede ahora con los ríos
y fuentes de la tierra.
El ángel que tiene el imperio sobre las aguas aprueba el azote decretado por Dios (v.s)
con un himno de alabanza lleno de serena reverencia al Creador. El ángel ve en la plaga
una acción bondadosa del Creador, encaminada a la conversión de los infieles. El ángel
de las aguas era el genio protector de este elemento, en conformidad con la teología
judía, que colocaba al frente de toda criatura un ángel protector 17. Esta manera de pensar
la encontramos también en el Apocalipsis. En Ap 7:1 se habla de los cuatro ángeles que
tenían poder sobre los vientos; y en Ap 14:18 se hace referencia al ángel que ejercía
poder sobre el fuego 18.
A la aprobación del ángel de las aguas se junta otra aprobación que procede del altar
celeste: Sí, Señor, Dios todopoderoso, verdaderos ν justos son tus juicios (v.7). La voz
del altar era muy probablemente la súplica de las almas de los mártires que están bajo el
altar y que clamaban a Dios pidiendo justa venganza de su sangre 19. Esta voz que sale del
altar repite con otras palabras el himno de alabanza entonado por el ángel de las aguas. El
castigo de los perseguidores mostrará a un mismo tiempo la justicia de Dios y la
fidelidad a sus promesas. El altar personificado, o mejor, la voz que viene del altar,
centro de las súplicas humanas y de la intercesión angélica, expresa la conformidad de la
voluntad de la Iglesia con la de Dios 20. Por eso, en Ap 8:3-5 y 9:13, las oraciones que
suben del altar aceleran los castigos, pues éstos contribuyen a la implantación del reino
de Dios y a la salvación de la humanidad. Las alabanzas dirigidas a Dios por el altar y el
ángel de las aguas, aprobando la justicia divina, están compuestas de reminiscencias de
varios salmos 21.
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol (v.8), cuyo calor se hizo más intenso para
atormentar a los moradores de la tierra. Estos, lejos de reconocer sus pecados y hacer
penitencia de ellos, se desahogan en blasfemias contra Dios (v.g). La cuarta copa tiene
cierta semejanza con la cuarta trompeta, en cuanto que la plaga afecta al sol; pero aqu í,
en lugar de oscurecerse, parece brillar con mayor ardor 22. En la literatura judía,
especialmente la rabínica, se enseñaba que Dios se serviría del sol para abrasar a los
impíos 23. Tanto la plaga de esta cuarta copa como la siguiente constituyen una
amonestación al reino de la Bestia y a sus adoradores. Sin embargo, el resultado de esta
amonestación es nulo. Los hombres, en lugar de ver en el castigo una providencia
medicinal de Dios, blasfeman de su manera de proceder. Tal vez el autor sagrado aluda
aquí al endurecimiento de los paganos del Imperio romano, que atribuyeron, en diversas
ocasiones, a la impiedad de los cristianos las numerosas catástrofes tanto naturales como
políticas de los primeros siglos.
Dios se gobierna en su providencia principalmente por la misericordia. Este es el atributo
divino que sobre todos los otros predica la Sagrada Escritura, así del Antiguo como del
Nuevo Testamento. Las mismas obras de la justicia van templadas por la misericordia,
pues en ellas el propósito del Señor es que los hombres, amonestados con el castigo, se
vuelvan a El por la penitencia. Este es el fin que se propone el Señor al mandar sobre la
tierra los azotes simbolizados por las copas.
La pausa marcada por la reflexión del v.q, después de la descripción de las cuatro
primeras calamidades, parece indicar el corte habitual (4 -f 3) que se da en todos los
septenarios del Apocalipsis. Las cuatro primeras copas alcanzaron directamente a la
naturaleza, y por ella, a los hombres. Las tres copas restantes herirán más directamente a
los hombres.
El quinto ángel vertió su copa sobre el trono de la Bestia. Y el efecto producido por esta
plaga es el oscurecimiento del reino de la Bestia (v.10). Se trata de Roma y del Imperio
romano, tipo del reino terrestre enemigo de Dios. El oscurecimiento parece aludir al
decaimiento de la potencia romana y de su esplendor. Las catástrofes materiales y las
guerras intestinas del Imperio romano trajeron como consecuencia la pérdida de
prestigio. Y la inseguridad del mañana dio motivo a depresiones nerviosas y morales. Por
consiguiente, este azote no sólo produce dolores físicos, sino también morales. El orgullo
de Roma y de sus moradores es herido, las ambiciones desilusionadas, la prosperidad del
imperio ha desaparecido. La plaga de la quinta copa nos recuerda el oscurecimiento de
los astros y del aire de la quinta trompeta 24 y la novena plaga de Egipto 25. El autor del
libro de la Sabiduría 26 comenta la novena plaga de Egipto, ponderando los tormentos que
los egipcios padecieron envueltos en espantosas tinieblas y como aprisionados por ellas.
Esto mismo hace nuestro autor al decirnos que de dolor se mordían la lengua y
blasfemaban del Dios del cielo a causa de las penas y úlceras que sufrían (v.11).
La sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta 27, hace referencia al río Eufrates y al azote
de la guerra (v.12). Este río, al ser derramada la copa del ángel sobre él, se secó, como
antiguamente el mar Rojo 28 y el Jordán 29, para dar paso a los reyes partos, terror del
Imperio romano. San Juan presenta siempre la guerra como la mayor calamidad exterior
que se puede abatir sobre el mundo 30, siguiendo en esto el ejemplo de los profetas del
Antiguo Testamento y la experiencia dolorosa de la historia. En la época de San Juan, el
río Eufrates formaba la frontera oriental del Imperio romano, que luego Trajano —
después de sus victorias sobre los partos — trasladó al río Tigris, incluyendo en el
imperio una parte de la Mesopotamia. Detrás de esta frontera estaba el imperio de los
partos, que durante mucho tiempo fueron una continua amenaza para las provincias
orientales del Imperio romano y constituían el terror de Occidente. San Juan amenaza
con la invasión de los partos, la cual sería tanto más de temer cuanto que el Imperio
romano había quedado debilitado con el azote de la quinta copa. Además, el camino de
los ejércitos enemigos quedaba expedito una vez seco el río que de ordinario servía de
valladar.
La invasión de los partos parece sugerir al autor sagrado una coalición de todos los reyes
de la tierra, movilizados por el Dragón y las Bestias para dar la batalla definitiva contra
la Iglesia. El Oragon vuelve a aparecer en el v.13. El vidente de Patmos lo había dejado
sobre la arena herido y agotado 31; pero al mismo tiempo seguía vigilando y dirigiendo el
trabajo de sus subordinados. La mención inesperada del Dragón "muestra una vez más
— como dice el p. Alio — la perfecta continuidad de toda esta parte" del Apocalipsis 32.
San Juan ve al Dragón, a la Bestia y al falso Profeta, el cual no es otro que la segunda
Bestia, parecida a un cordero, pero que hablaba como el Dragón 33. De la boca de estos
tres salen otros tantos espíritus impuros, demoníacos, que tienen la forma de ranas (v.15).
Con esta gráfica imagen parece querernos indicar el hagiógrafo cuál es su modo de obrar.
Son verdaderos charlatanes — el rumor de su elocuencia recuerda un poco el croar de las
ranas — que, con sofismas, mucha palabrería y falsos prodigios, engañan a los pueblos.
Su acción es tan seductora que inducen a los reyes a unirse al gran ejército que se prepara
para combatir contra la Iglesia (v.14). La imagen de las ranas tal vez haya sido sugerida
por una de las plagas de Egipto 34. La rana era un animal impuro 35. Por eso, muchos
Santos Padres han visto en estas ranas el símbolo de las tentaciones sexuales impuras.
San Agustín, sin embargo, ve en ellas más bien la representación de la vanidad: "Rana
est loquacissima vanitas." 36 La interpretación más común hoy día es la que ve en las
ranas el símbolo de los seductores, que con gran maña se las arreglan para sembrar la
desunión, las rencillas, la suspicacia y todo lo que pueda conducir a la guerra 37.
Los tres espíritus en forma de ranas corresponden, por contraste, a los tres grandes
ángeles de Ap 14:6-12. Los tres espíritus demoníacos trabajan para el Dragón, lo mismo
que los tres ángeles amones-tadores trabajan para el Cordero. Y como el Dragón hacía
prodigios, así también sus auxiliares infernales los hacen 38. Tienen como misión el atraer
a los reyes de la tierra a la causa del Dragón y juntarlos en la batalla final contra el
Cordero 39. Pero, en realidad, se juntarán para el día grande del Dios todopoderoso, que
domina a todos los ejércitos, tanto los ejércitos del bien como los del mal. El gran día de
Dios es aquel en que el Señor vencerá y exterminará totalmente las fuerzas del mal40.
Ante el terror que este anuncio podía suscitar entre los mismos fieles, Jesucristo en
persona interrumpe el septenario para dirigirles unas palabras que les infundan
confianza. Cristo anuncia su propia venida (v.15), que será como el contrapeso de la
invasión de los reyes de la tierra. La batalla del gran día, que sería el último de los
episodios que habían de preparar la venida de Cristo 41, traía a la memoria de los
cristianos el día de la parusía, el día de la recompensa, por el que suspiraban con
paciencia. Ante la amenaza del Dragón y de los que sostienen su causa, el Salvador hace
una advertencia invitando a la vigilancia, como ya lo había hecho en el Evangelio 42. La
bienaventuranza de la vigilancia es una de las siete que se encuentran en el Apocalipsis 43.
El que vela se supone que está vestido, y de este modo guarda sus vestidos. En cambio,
el que se acuesta a dormir se despoja de sus vestidos, y si luego, durante el sueño, suena
una voz de alarma, no tendrá tiempo de vestirse y tendrá que huir desnudo 44. Los
vestidos que el cristiano ha de guardar simbolizan las obras buenas, verdadero
ornamento del alma, la fe que obra por medio de la caridad y la gracia 45. Si no están
vestidos con estas obras buenas se expondrán a la vergüenza de verse desnudos y a que
queden al descubierto sus infidelidades al Señor 46.
La batalla que preparan los espíritus demoníacos tendrá lugar en Harmagedón (v.16), que
en hebreo significa montaña de Meguido (Har-Megidon) 49. Por consiguiente, parece
tener relación con la ciudad de Meguido, situada en la llanura de Esdrelón, en Palestina,
al pie de las montañas que prolongan el monte Carmelo. Esta ciudad era tristemente
célebre en la antigüedad por ser un lugar de batallas y de desastres, ya que era lugar
estratégico en la ruta caravanera que iba de Egipto a Siria, En este lugar se dio la batalla
entre Barac y Sisara, que terminó con la derrota y la muerte de este último 50. A la ciudad
de Meguido vino a morir Ocozías, rey de Judá, herido de muerte por Jehú 51. Y sobre todo
era lugar de tristes recuerdos para los israelitas, porque en Meguido fue derrotado y
muerto el piadoso rey Josías, en la batalla entablada contra el faraón Necao II (609 a. C.)
52
. Desde entonces Meguido quedó como lugar proverbial para simbolizar un llanto
nacional53 por la muerte del piadoso rey de Judá 54. Por todo lo cual, Meguido es un lugar
simbólico de desastres, ya que anuncia con su siniestra fama la derrota que espera a las
huestes del anticristo. Como la ciudad de Meguido estaba al borde de la llanura de
Esdrelón y al pie de la montaña, el autor sagrado tal vez haya querido combinar la
tradición del lugar en donde morían los reyes con la de Ezequiel 55, en donde se habla del
enemigo escatológico de Israel, exterminado sobre los montes 56.
El séptimo ángel derramó su copa en el aire (v.1v), para que todos los elementos
experimentasen el efecto de la cólera divina. Además, hay que tener en cuenta que los
aires, o el cielo atmosférico, son la región en que moran los espíritus malignos, a quienes
el Señor quiere castigar. Después que el ángel vació la copa se oyó una voz que salió del
templo, del mismo trono de Dios, y que, por lo tanto, hemos de considerar como
pronunciada por Dios mismo. La gran voz decía: Hecho está, es decir, se acabó. No se
trata precisamente del fin del mundo, sino de la ejecución de un decreto particular de
Dios, que tendrá grandísima importancia para la Iglesia. Se refiere a la ruina de Roma,
que era el más poderoso imperio de la Bestia y del Dragón. La ruina de Roma ser á a su
vez símbolo de la ruina de otros imperios anticristianos que se le asemejarán. Al toque de
la séptima trompeta, voces celestes proclamaban que se había realizado, que había
llegado el reino de Dios 57. Con el derramamiento de la séptima copa ha quedado
consumada la ira de Dios 58, dejando expedito el camino para el establecimiento del
reino de Cristo59. Ante la obcecación de los paganos, que no quieren ver en los azotes la
mano amorosa de Dios que los llama al arrepentimiento y a la conversión, el Se ñor se ve
obligado a implantar el reino de Cristo por medio de la fuerza victoriosa 60.
Los fenómenos cósmicos que siguen a la efusión de la séptima copa (v.18), parecidos a
los que siguieron al toque de la séptima trompeta 61, se han de interpretar en conformidad
con el simbolismo apocalíptico. Los relámpagos, los truenos y terremotos constituyen un
signo de una intervención especial de Dios en el mundo 62. El terremoto de que nos habla
aquí San Juan fue extraordinariamente fuerte, con lo cual se quiere dar a entender la
importancia trascendental del momento 63. Todos estos fenómenos meteorológicos y
sísmicos, frecuentes en el estilo apocalíptico, significan el trastorno de las potencias
humanas, necesario para llegar a una época de paz y de bendición.
No es raro que los movimientos sísmicos hagan aparecer o desaparecer las islas en medio
del mar. Las islas que huyen y las montañas que desaparecen (v.20) simbolizan la caída y
la transformación de los grandes imperios 64. En el azote del sexto sello, las islas se
mueven de su lugar65; aquí, en cambio, huyen, y los montes desaparecen. Son
expresiones hiperbólicas para expresar la magnitud de la catástrofe desencadenada por la
séptima copa. La imagen de la turbación de las islas y, especialmente, de las montañas es
un lugar común de la apocalíptica judía66. Pero en la mente del autor sagrado todo lo
dicho no se refiere al fin del mundo ni al juicio final contra el Drag ón; todav ía no ha
llegado el fin del cielo y de la tierra, sino que alude a la ruina de una realidad hist órica,
del Imperio romano, que revivirá bajo otras formas, pues la Bestia continúa subsistiendo.
Además, el v.21 nos habla expresamente de hombres que aún continuaban viviendo sobre
la tierra, los cuales fueron víctimas de una extraordinaria granizada. Durante esta
tormenta de granizo cayeron piedras que pesaban cerca de cuarenta kilos. El talento era
un peso equivalente a unos 39 kilogramos. Este azote corresponde a la séptima plaga de
Egipto 67; y también nos recuerda las granizadas enviadas por Dios contra los enemigos
de Josué en Bethorón 68 y contra las huestes de Gog 69. Estas piedras de granizo tan
enormes representarían metafóricamente, según Bossuet, el peso aplastante de la cólera
de Dios.
A pesar de todas estas calamidades, los hombres impíos, como el faraón del Éxodo, lejos
de convertirse a Dios, se levantan contra El y le blasfeman. Es una constatación dolorosa,
de la cual ya se ha hablado al final de la serie de calamidades desencadenadas por las
trompetas 70. Aunque la misericordia infinita de Dios busca mediante estos azotes la
conversión del mundo pagano, los hombres malvados se endurecen en su impiedad. Esto
nos trae a la memoria las misteriosas palabras de Yahvé a Isaías: "Ve y di a ese pueblo:
Oíd y no entendáis, ved y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus
oídos, cierra sus ojos. Que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda su
corazón, y no sea curado de nuevo."71 Y también nos recuerda el dicho de Jesús a los
fariseos: "Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los
tiempos."72
En la visión de las siete copas — como en los demás septenarios del Apocalipsis —
tenemos un cuadro de la acción de Dios contra el reino de Satán. A pesar del grande
aparato de la fuerza del Dragón, con el cual parece indicar que podría acabar fácilmente
con la Iglesia, sus esfuerzos resultan vanos. La Iglesia tiene en su favor el poder divino,
que en apariencia es flaco, pero en la realidad es fuerte. Por eso, los fieles deben confiar
en que alcanzarán la victoria definitiva. Querer averiguar el significado concreto de los
diversos efectos producidos por las copas, como por las trompetas y los sellos, no
siempre nos es concedido. Tal vez, en la mente del autor sagrado, este cuadro no era m ás
que una especie de parábola, en la cual hay que buscar sólo el sentido general del cuadro
y no el especial de cada elemento. ¡En tantos otros cuadros semejantes de los profetas
tenemos que seguir la misma norma!
1 Ap 8-9. — 2 Ex 7-10. — 3 Ap 15:1. — 4 Gf. S. Bartina, o.c. p.743. — 5 Ap 9:14-15- — 6 Ex 9:8-12; Dt
28:27.35- — 7 Ap 8:7. — 8 Ap 9:3-5. — 9 Ap 14:9-11. — 10 Cf. Dt 28:15.27.35- — 11 Ap 15:2. — 12 Ex
7:14-24. — 13 Ap 8:8-9. — 14 Ap8:8. — 15 Ap 8:10-11. — 16 Ex 7:14-25; Sal 78:44- — 17 Gf. M.
Hackspill, L'angélologie juive a l'époque n éo-testamentaire: RB 11 (1902) 527-550. — 18 Gf. Libro de
Henoc 66:1-2. — 19 Ap 6:9-11. — 20 E. B. Allo, o.c. p.256. — 21 Sal 19:10; 99:3; 119,137; 145:17- — 22
Ap 8:12. — 23 Cf. J. bonsirven, o.c. I p-527; strack-billerbeck, o.c. IV p.iioa. — 24 AP 9:2. — 25 Ex 10:22-
23. — 26 Sab 17:1-18:25. — 27 Ap 9:13-21. — 28 Ex 14:21.29. — 29 Jos 3:13-17. — 30 Ap 6:4; 9:13-21;
14:19-20; 17:16; 19:17-21; 20:7-' — 31 Ap 12:18. — 32 E. B. Allo, o.c. ρ.259· — 33 Ap 13:11.14; 19:20. —
34 Ex 8:1-10. — 35 Lev 11:10-12. — 36 San Agustνn, In Psalmos 77:27. — 37 M. García Cordero, o.c.
ρ.ΐ73· — 38 Ap 12:15; 13:2-3; 13:13; 19:20. — 39 Ap 17:14; 19:11-21. — 40 Ap 6:17; 17:14; 19:19-21; cf.
2 Pe 3:12. — 41 Ap 19:1933. — 42 Mt 24:43; Lc 12:39-40. — 43 Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7.14-
— 44 Cf. Mc 14:51-52. — 45 Ap 3:4-5! 19:8. — 46 M. García Cordero, o.c. p.174. — 47 Ap 7:1-17- — 48
Ap 10:1-11:14. — 49 Cf. J. Jeremías, "Ap Μαγεδών, en Teologisches Worterbuch zum Ν. Τ. Ι p.467-468;
C. Watzinger, Tell el-Mutesellim (Leipzig 1929); C. Fischer, The Excavation of Armagedon (Chicago
1929); P. Guy, New Lightfrom Armageddon (Chicago 1931); F. Hommel-ch. C. Tor-Rey, Armageddon:
The Harvard Theol. Review 31 (1938) 238-250; R. Lamon-g. Shipton, Megiddo: I-II Seasons 0/1925-1934
and 1935-1939 (Chicago 1939-1948); A. Alt, Megiddo.: Zatw 6o (1944) 67-85. — 50 Jue 4-5- — 51 2 Re 9:27.
— 52 2 Re 23:29-30; 2 Crón 35:22. — 53 Zac 12:11. — 54 2 Crón 35:20-24 — 55 £238:8.21; 39:2.4.17- — 56
A. Gelin, o.c. p.644; E. B. Allo, o.c, p.261. — 57 Ap 11:15. — 58 Ap 15:1. — 59 E. B. Allo, o.c. p.262. —
60 Ap 20:4-6. — 61 Ap 11:19. — 62 Ex 19:18; Mc 13:19; Ap 7:12-17; 11:13.19. — 63 S. Bartina, o.c. p.752.
— 64 Cf. Ap 6:14. — 65 Ap 6:14. — 66 Sal 46:3; Ez 26:18; 38:20; Nah 1:5; Ap 6:12-16. — 67 Ex 9:22-25.
— 68 Jos 10:11. — 69 Ez 38:22. — 70 Ap 11:1-14; Cf. 9:20-21. — 71 Is 6:9-10. — 72 Mt 16:3.
Capítulo 17.
El Castigo de Babilonia, 17:1-19:10.
En esta última parte del Apocalipsis, de gran trascendencia para los cristianos
contemporáneos de San Juan, se nos describe el exterminio de los adversarios de la
Iglesia. Primero será la ruina de Roma (17:1-19:10), después la derrota y la captura de las
dos Bestias — culto imperial y sacerdocio pagano (19:11-21) — y, en fin,
encadenamiento del Dragón (20:1-3).
La visión de los capítulos 17:1-19:10, que debía de tener una grandísima importancia
para los primeros lectores del Apocalipsis, desarrolla lo que acaba de ser ejecutado por la
séptima copa. San Juan nos va a describir en esta sección el aniquilamiento de la gran
ciudad de Babilonia (Roma), la enemiga por excelencia de la expansión de la Iglesia en el
mundo. Su caída ya había sido anunciada por dos veces en los capítulos anteriores *. El
autor sagrado representa a la ciudad de Babilonia (Roma) bajo la figura de una mujer,
según el uso bastante corriente en el Antiguo Testamento 2. Como ciudad, Roma se
opone a Jerusalén, como mujer se opone a la Mujer del capítulo 12. Lo mismo que
Jerusalén representa a la Iglesia, así Babilonia (Roma) simboliza la Iglesia del anticristo.
Roma, la gran Prostituta que hace fornicar a los reyes de la tierra, es la ant ítesis de la
Jerusalén nueva, la Esposa gloriosa del Cordero 3. Mientras Roma, la ciudad del lujo y
del poder, será totalmente destruida, la ciudad santa, Jerusalén, durará por siempre.
El cuadro precedente de las siete copas de la cólera divina, derramadas sobre la tierra
para castigo de los adoradores de la Bestia, no significa la ruina total de ésta ni de su
imperio. La lucha de Dios contra la ciudad impía proseguirá hasta su definitiva
destrucción, de la cual se habla en el capítulo 19:11-21.
La sección 17:1-19:10 se puede dividir en los siguientes puntos: i) La gran Ramera (17:1-
7). 2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18). 3) Un ángel anuncia
solemnemente la caída de Babilonia-Roma (18:1-3). 4) El pueblo de Dios ha de huir de
Babilonia (18:4-8). 5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los
que vivían en ella (18:9-19). 6) Regocijo de los santos (18:20-24). 7) Cántico triunfal en el
cielo (19:1-10).
Para mostrar el enlace del presente capítulo con el precedente, el vidente de Patmos nos
presenta a uno de los siete ángeles de las copas, que dirige la palabra al profeta,
diciéndole que quiere mostrarle el juicio de la gran Ramera sentada sobre las grandes
aguas (v.1). Esta Ramera será pronto identificada con Babilonia (Roma) 4, tipo de la
ciudad del diablo. La prostitución, en lenguaje profético, era símbolo de la idolatría.
Israel, la esposa de Yahvé, al entregarse al culto idolátrico, abandonaba a su legítimo
esposo yéndose con otros 5. De ahí que la idolatría sea llamada fornicación. En Nahum 6,
Nínive es representada como una meretriz, y lo mismo Tiro en Isaías 7. En Ezequiel 8 se
describe a Israel bajo la forma de una mujer hermosa que se deja llevar del amor a los
ídolos y abandona a Yahvé. En el Apocalipsis, esa fornicación será el culto idolátrico a
Roma y a sus emperadores, sin excluir el culto pagano que en todo el imperio se
tributaba a los dioses. El epíteto de Ramera que el autor sagrado da a Roma
probablemente no sólo se refiere a su idolatría, sino también a la corrupción de
costumbres y a los ritos licenciosos que se permitían en ciertos cultos paganos 9.
Las grandes aguas sobre las cuales estaba sentada Roma, representan los pueblos y
naciones sobre los que ejercía su dominación, como nos declarará luego el autor sagrado
en el v. 15. Las aguas de por sí indican inestabilidad. Por eso, Roma, asentada sobre las
aguas inestables de las naciones, caerá y se arruinará. La imagen se inspira en Jeremías 10,
que la aplica a Babilonia, sentada sobre el río Eufrates y sus canales, o también en
Ezequiel u cuando habla de Tiro, que tenía su morada en medio de los mares. Pero al no
convenir literalmente a Roma, que no estaba situada junto al mar ni junto a grandes r íos,
San Juan la interpreta simbólicamente. A no ser que pensemos que para el vidente de
Patmos, como para todo el que mirase a Roma desde Asia, aparecía sentada en medio del
Mediterráneo. En cuyo caso habría que entender las palabras de nuestro texto en sentido
literal.
Con Roma han fornicado los reyes vasallos, edificándole templos y celebrando fiestas en
su honor. Y con su ejemplo arrastraron a las respectivas naciones a las prácticas
idolátricas del culto imperial, embriagándolos con el vino de su fornicación (v.2). Un
proverbio antiguo decía que Venus y Baco suelen andar juntos. Por eso, el ángel habla
aquí del vino embriagador de la fornicación. Roma, por su parte, acogía con
complacencia todos los cultos y dioses extranjeros que acudían a sus puertas. Una
muestra de esto la tenemos en el Panteón, edificado precisamente para albergar a todos
los dioses 12. Esto explica el que San Juan considere a Roma como la gran Meretriz que
con su idolatría (fornicación) embriagaba a todos los moradores de la tierra.
El ángel lleva al vidente al desierto, como en 21:10 será trasladado también en espíritu a
un monte muy alto desde el cual puede contemplar la ciudad de Jerusalén. El desierto es,
por lo tanto, el escenario de la visión, porque, según la tradición judía, el desierto era el
lugar en donde habitaban los espíritus impuros y las bestias salvajes 13. Otros autores, en
cambio, interpretan esto en un sentido más espiritual: desierto significaría la soledad en
que vive la Ramera entregada a la idolatría. Sería el desierto de la vida sin Dios, bien
distinto de la soledad recogida en donde encontró refugio la Mujer de Ap 12. En este
desierto el ángel le muestra a la Ramera sentada sobre una bestia bermeja, o sea de color
rojo vivo escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos y el cuerpo cubierto de
nombres de blasfemia (v.3), como en Ap 13:1. Esta descripción de la Bestia corresponde
a la que ya encontramos en el capítulo 13, y parece ser la misma, es decir, Roma, no
obstante alguna diferencia de detalle. Según el v.8, la Bestia parece identificarse con
Nerón en persona, como veremos después. El color bermejo de la Bestia diría relación
con la pantera, que, con el tigre, es la fiera más sanguinaria. El color rojo vivo escarlata
también podría aludir a la sangre de sus persecuciones. O bien podría simbolizar la
púrpura imperial, la magnificencia del Imperio triunfante sobre el cual cabalgaría Roma.
La Ramera representa, por consiguiente, a Roma llevada por la Bestia-Imperio, que
aparece toda cubierta de nombres de blasfemia, como en Ap 13:1. Los nombres
blasfemos que cubren la Bestia son los epítetos divinos tributados a los emperadores
romanos y las innumerables divinidades a las que se daba culto en el Imperio. La Bestia
tiene siete cabezas, que simbolizan las siete colinas de Roma (cf. v.9), y diez cuernos, que
designan a otros tantos reyes vasallos (cf. v.16). El arte asiático nos ofrece
frecuentemente la imagen de dioses cabalgando sobre sus animales simbólicos. Así, la
diosa Cibeles era transportada en un carro tirado por leones, y Zeus Doliquenus era
representado de pie sobre un toro 14.
La mujer que cabalgaba sobre la Bestia iba vestida de púrpura y grana, adornada de todo
género de joyas, y en su mano llevaba una copa de oro (v.4). La púrpura era un vestido de
lujo, propio de los emperadores y de los reyes 15. Y la grana puede representar la sangre
de los mártires derramada por la misma Bestia 16 y con la cual se embriagaba (v.6). La
gran Ramera estaba adornada de oro y piedras preciosas y de perlas, que simbolizan las
grandes riquezas que había acumulado con su meretricio. Las prostitutas de Roma y de
Grecia tenían fama de adornarse hasta el exceso con púrpura, joyas y piedras preciosas.
La suntuosidad del atuendo manifiesta claramente el lujo y la riqueza de la mujer, que,
como reina, tenía la soberanía sobre todos los reyes de la tierra 17. Hasta qué extremo
llegaron este lujo y riquezas nos lo indican bien los lamentos de los mercaderes en Ap
18:11-19. También se podrían ver en todos esos adornos los monumentos de Roma,
verdaderas joyas arquitectónicas que adornaban a la capital del Imperio.
La Ramera llevaba, además, en su mano una copa de oro que contenía todas las
abominaciones e impurezas de su fornicación. Es la copa que ofrece a todos los pueblos
para embriagarlos, imponiéndoles el culto imperial18. Las abominaciones y suciedades
que llevaba en la copa simbolizan los cultos idolátricos y las costumbres licenciosas de la
Roma pagana. Tácito dice a este propósito: "Quo cuneta undique atrocia aut pudenda
confluunt celebranturque" 19. La gran Ramera, adornada con todas las vanidades de la
tierra, contrasta con la Mujer del capítulo 12, vestida de sol y coronada de estrellas 20.
San Juan puede leer también el nombre de la gran Meretriz, que llevaba escrito sobre su
frente. Parece que era costumbre de las prostitutas romanas — según el testimonio de
Séneca y Juvenal — llevar su nombre escrito en la frente. Conforme a tal uso, esta madre
de las rameras llevaba también escrito el suyo (v.5). Pero el nombre que lee el vidente de
Patmos está cifrado, no es el verdadero, que sería peligroso declarar, sino otro
convencional, alegórico, misterioso. Es un secreto que sólo conocen los iniciados. El
nombre escrito sobre su frente es Babilonia la grande. No se trata evidentemente de la
Babilonia de Mesopotamia, que en aquel tiempo ya no existía, sino de Roma, la
perseguidora de los cristianos. El designar a Roma con el nombre de Babilonia era un
simbolismo ya conocido en aquellos tiempos 21. Lo mismo que la Babilonia histórica,
opresora del pueblo judío y destinada por Dios a la destrucción 22, así también Roma
sufrirá las consecuencias de la ira divina. En el Apocalipsis, siempre que se habla de
Babilonia, se la llama la grande 23, como aquí. Roma, la segunda Babilonia, es la madre
de las abominaciones de la tierra, porque tolera, crea y nutre en las demás naciones de su
Imperio el culto idolátrico de los emperadores y todas las perversiones religiosas y
morales inimaginables.
San Juan, al ver la mujer embriagada con la sangre de los mártires, se maravilló
sobremanera (v.6). No puede menos de admirar la aparición imponente de Roma con
todas sus riquezas y esplendor, que pronto será precipitada en el abismo. Porque la
metrópoli de la idolatría se ha convertido en perseguidora de los cristianos. Esto debe de
ser, probablemente, una alusión a la persecución de Nerón. Roma se ha hecho culpable
del crimen de la idolatría y del asesinato de los fieles lo mismo que Jerusalén en el
profeta Ezequiel 24. El embriagamiento con la sangre es una metáfora bastante común.
Plinio el Viejo, hablando de Marco Antonio, dice que estaba "ebrius iam sanguine
civium." 25 La razón de que se dé a Roma tanta importancia en el Apocalipsis está en ser
la perseguidora del nombre de Jesús en sus fieles. Sólo Roma se había levantado contra
la Iglesia y contra lo que la Iglesia significaba en el mundo.
Ante la admiración de San Juan al ver a aquella gran reina que era Roma, el ángel se
ofrece para explicarle el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva (v.7). Este es un
procedimiento muy frecuente en la literatura apocalíptica. La admiración, dicen los
psicólogos, supone alguna ignorancia de lo que se ve o se oye, y ésta es la que va a
disipar el ángel intérprete. Pero, a la verdad, la explicación que se atribuye al ángel
necesita mucha luz para entenderla, ya que muchas cosas permanecen bastante oscuras.
El ángel se detendrá principalmente en la explicación de la Bestia que soporta a la mujer.
Esto es explicable si se tiene en cuenta que la gran Ramera es sólo un instrumento de la
Bestia. El ángel explica el misterio de la Bestia empleando fórmulas misteriosas que, si
bien para sus contemporáneos resultarían más inteligibles, para nosotros resultan
indescifrables. Es esto algo propio del género apocalíptico. Además, resultaba peligroso
para Juan y los cristianos decir las cosas demasiado claras, ya que se trataba de la
condenación de Roma y del anuncio de su próxima ruina. Sin embargo, la explicación
que da el ángel prepara en cierto sentido el camino para una mejor comprensión del
misterio. Algo semejante encontramos en el libro de Daniel, en donde el autor sagrado
presenta a voces celestes que explican visiones con palabras misteriosas o enigmas
difíciles de entender 26. Y en la literatura extrabíblica se encuentran descripciones
apocalípticas muy parecidas. En el libro 4 de Esdras se presenta un águila con doce alas y
tres cabezas, que representa a Roma y a su Imperio 27.
Ante todo advertimos que la Ramera y la Bestia, sobre la cual cabalga, significan una
sola cosa, la misma que la Bestia de Ap 13, 1Ss, es decir, la Roma perseguidora de Cristo
y de su Iglesia.
El ángel dice a Juan que la Bestia que ha visto era, pero ya no es, y está a punto de subir
del abismo y camina a la perdición (v.8). El versículo 8 contiene una alusión bien clara a
la leyenda del Nero redux y redivivus. Por eso, la Bestia debe de simbolizar a Nerón,
muerto ya desde hacía tiempo, pero que la creencia popular afirmaba que había de volver
un día al frente de los partos para vengarse de Roma 28. Aquí parece que sube del Hades.
El libro apócrifo la Ascensión de Isaías, en cambio, lo presenta descendiendo de su
firmamento: "Después de los días de la consumación descenderá Belial, el gran príncipe,
el rey de este mundo, que lo ha dominado desde que existe; y descenderá de su
firmamento bajo la forma de un hombre, rey de iniquidad, asesino de su madre, el cual es
también rey de este mundo. Y perseguirá la plantación que habrán plantado los doce
apóstoles del Muy-Amado." 29 Los Oráculos sibilinos 30 también lo presentan como el
asesino de su madre, que viene de las extremidades de la tierra. "Vendrá — dice uno de
estos Oráculos sibilinos 31 — de la extremidad de la tierra el hombre que ha asesinado a
su madre." Las extremidades de la tierra en este caso hacen referencia a las regiones de
los partos, de donde se creía que vendría el anticristo bajo la forma de Nerón redivivo. En
este sentido, Sulpicio Severo dice hablando de Nerón: "Creditur. sub fine saeculi
mittendus, ut mysterium iniquitatis exerceat." 32 Y San Agustín refiere que en su tiempo
había bastantes que aplicaban a Nerón las palabras de San Pablo en su 2 Tes 2:9, y ve ían
en él al anticristo que había de venir: "Unde nonnulli ipsum resurrecturum et futurum
antichristum suspicantur." 33
Las expresiones era y no es y reaparecerá del v.8 vienen a ser como un remedo del
nombre divino, designado como el que era y el que es 34. Igualmente la herida que tenía la
Bestia 35 era la parodia de la herida del Cordero. La reaparición de la Bestia constituye
también una imitación de la parusía de Cristo. De esta manera, el autor del Apocalipsis
nos da un paralelismo casi completo de la Bestia respecto del Cordero.
La reaparición de la Bestia que sube del abismo o seol es una especie de resurrección que
maravillará a los moradores de la tierra cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida
desde la creación del mundo (v.8). Los moradores de la tierra designan aquí, como en
general en todo el Apocalipsis, a los enemigos de Dios y de su Iglesia. Son los que
adoraron a la Bestia, y como idólatras, su nombre no está escrito en el libro de la vida.
Según el lenguaje de la Escritura, Dios tiene su libro, en el cual están escritos los que El
tiene destinados para la vida. Aquí se trata del libro de los predestinados, donde se hallan
escritos los nombres de los que están predestinados para la vida eterna.
Como con lo dicho aún queda bastante oscuro el misterio de la Bestia, el ángel va a
añadir alguna aclaración más. Pero la explicación que da permanece todavía enigmática,
pues motivos de prudencia no permitían aclararlo más. Por eso, la explicación va dirigida
al que tiene inteligencia (v.9). Pues bien, el ángel afirma que las siete cabezas son las
siete colinas sobre las cuales está sentada la mujer. Evidentemente se refiere a Roma, la
ciudad de las siete colinas, urbs septicollis, de la que Horacio decía: "Di, quibus septem
placuere colles." 36 Y Pimío el Viejo, hacia el año 70 d.C., también escribe de Roma:
"Complexa septem montes." 37 Los siete montes o colinas sobre los cuales se asentaba
Roma son los siguientes: Palatinum, Velia, Cermalus, Oppius, Cispius, Fagutal y
Suburra 38. En realidad estos siete montes son más bien colinas, pero los mismos autores
latinos los designan con el nombre de montes. Este es probablemente el texto más claro
de todo el Apocalipsis, que nos demuestra cómo San Juan se refiere en sus visiones a la
Roma imperial, perseguidora del nombre de Cristo.
Pero las siete cabezas designan, además, a siete reyes o emperadores, a los cuales se
añade un octavo, que se identifica con la Bestia que era y ya no es (v.10-11). Por lo que se
refiere a estos siete reyes, que encarnan al poder romano, conviene notar que el número
de siete, en el lenguaje bíblico, se toma con frecuencia no en sentido aritmético, como
suma de siete unidades, sino simbólico, como expresión de una totalidad perfecta. Esto
conviene tenerlo en cuenta, porque tal vez nuestro autor toma aquí el siete en tal sentido.
Después que los siete emperadores hayan muerto, el vidente de Patmos nos da a entender
que no desaparecerá el Imperio romano, sino que continuará con otro emperador. Juan no
se pronuncia sobre el número exacto de emperadores romanos que reinarán después de la
muerte del séptimo, probablemente porque no lo sabía. Pero sí nos dice que la Bestia
durará todavía un tiempo indefinido, porque después de los siete llega un octavo
emperador. El número ocho significa la plenitud desbordante, en cuanto que supera al
número siete, que simboliza la plenitud. Este octavo emperador será una nueva
encarnación de la Bestia, y con él volverá a comenzar la serie de los augustos 42. San Juan
advierte que el octavo camina hacia la perdición, porque, en suma, los que luchan contra
Dios y son enemigos de su Iglesia están condenados a la ruina.
Tal podría ser la exposición de este difícil pasaje, de esta verdadera crux interpretum del
Apocalipsis.
Explicado el significado de las siete cabezas, pasa San Juan a dar la explicación de los
diez cuernos de la Bestia, Estos diez cuernos representan, según la interpretación del
ángel, a diez reyes vasallos del Imperio romano, que en las guerras concurrirán con sus
tropas auxiliares a reforzar las legiones romanas. Los diez reyes no han recibido aún la
realeza cuando Juan tuvo la visión, pero se les dará la autoridad regia que ejercerán junto
con la Bestia por espacio de una hora (v.1a), es decir, por un breve período de tiempo.
Según algunos autores (Charles, Loisy), San Juan vería en la Bestia a Nerón redivivus,
que, ayudado por diez reyes partos — el número diez es una cifra estereotipada tomada
de Daniel 7:24 —, sería restablecido en su trono. Y con el auxilio de estos mismos reyes
destruiría Roma, y les haría partícipes — por poco tiempo, porque el dominio de la
Bestia duraría poco — de su autoridad real sobre el territorio del Imperio romano. Otros
autores (Swete, Alio, etc.), en cambio, ven en la Bestia al mismo Imperio romano, y en
los cuernos, un cierto número de reyes bárbaros que en tiempo de Juan todavía no
poseían el poder real dentro del Imperio. Estos reyes primeramente se asociaron con
Roma y persiguieron a la Iglesia de Cristo, pero cuando vieron al Imperio debilitado por
revoluciones intestinas, entonces se rebelaron contra Roma y cayeron sobre ella para
destruirla (cf. v.16). P. Touilleux 43 propone la hipótesis según la cual los diez reyes
representarían el colegio sacerdotal de Atis, en Pesifonte (Galacia), que eran reyes
titulares, pero no tenían poder real. No obstante, gozaban de una gran autoridad en la
provincia de Galacia, en el Asia Menor. Sin embargo, es poco probable que la Bestia
pudiera destruir a Roma con este puñado de sacerdotes de una provincia del Imperio44.
Los diez reyes solo piensan en prestar su apoyo y autoridad a la Bestia (v.13) para
perseguir a los cristianos y luchar contra el Cordero. Pero el Cordero los vencerá, porque
es el Rey de reyes y el Señor de señores (v.14). Con El vencerán los suyos, sus fieles y
escogidos servidores que forman su ejército. Esta batalla y el triunfo del Cordero serán
descritos en Ap 19:11-21; 20:7-10. Será el cumplimiento de lo que decía San Juan en Ap
2:26-27. El cristiano que sea fiel a su fe y se mantenga firme en la lucha contra el
demonio es llamado vencedor en el Apocalipsis45. El Cordero logrará con toda certeza la
victoria, porque es el Señor de señores y el Rey de reyes, es decir, el señor supremo y el
rey supremo de todo el universo 46. Estas expresiones se encuentran ya en el Antiguo
Testamento. En un pasaje del Deuteronomio 47 se dice que Yahvé es el Señor de los
señores, o sea el amo, el dueño supremo de todos los poderes y de todos los señoríos de
este mundo. Y el profeta Daniel nos refiere que Nabucodonosor proclamó a Yahvé, Dios
de Israel, como Señor de los reyes 48, para dar a entender que Dios es el rey supremo de
todos los reyes de la tierra y que a El deben someterse y prestarle rendida obediencia.
San Juan aplica estos títulos divinos, que el Antiguo Testamento daba únicamente a
Yahvé, a Jesucristo. De donde se deduce claramente que para el autor del Apocalipsis
Cristo es verdadero Dios, y como tal invencible49.
El ángel, que hasta aquí ha hablado del simbolismo de la Bestia, comienza ahora a
explicar el significado de la gran Ramera. Las aguas sobre las cuales estaba sentada la
Ramera representan la muchedumbre de los pueblos, naciones y lenguas (ν.ΐζ) que
forman el Imperio romano50. El mayor peligro para Roma residía en ese conglomerado de
pueblos sobre los que se asentaba su poder imperial. Porque Roma los dominaba
imperfectamente, y era de prever que un día se rebelarían contra ella y la arruinarían. Por
eso, el ángel dice a Juan que de la muchedumbre de pueblos dominados por Roma
surgirían diez reyes, representados por los diez cuernos, que habían de acabar con ella. El
Cordero vencerá a la Ramera y a los diez reyes, como ya se dijo en el v.14. Pero para
obtener esta victoria se servirá de sus mismos enemigos. La Bestia sobre la cual
cabalgaba la Ramera aborrecerá a ésta y se unirá a los diez reyes para combatir contra la
Ramera y destruirla (v.16). Por consiguiente, serán los mismos partidarios de la Meretriz
los que se convertirán en sus destructores. Estos manifestarán su odio contra la gran
Ramera, dejándola desolada, desierta de habitantes y de riquezas; desnuda de sus atavíos
y joyas arquitectónicas; consumida por el saqueo y el bandidaje y destruida por el fuego.
La ruina será completa e irreparable.
La destrucción de Roma por sus propios aliados es, en la perspectiva teológica de San
Juan, un efecto de un designio permisivo y providencial de Dios. El Señor es el que
dirige la historia del mundo hasta el cumplimiento íntegro de sus designios. El, en los
misteriosos designios de su providencia, queriendo castigar a la gran Ramera, ha
dispuesto que los diez reyes se uniesen contra ella y la destruyesen. Pero, al mismo
tiempo, también ha permitido que estos reyes cayesen bajo el dominio de la Bestia, hasta
que se cumplan las palabras de Dios (v.17), con la destrucción de todas las potencias
enemigas y la venida triunfal del reino de Jesucristo 53. San Juan considera la historia
humana como una lucha continua entre las fuerzas del bien y del mal. Al fin terminarán
por imponerse las fuerzas que defienden el bien.
El ángel termina revelando claramente la identidad de la gran Ramera (v.18). La mujer
que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la
tierra. En el siglo i, en el que escribía Juan el Apocalipsis, la ciudad que tiene la
soberanía sobre todos los reyes de la tierra, es decir, la capital del mundo de entonces,
sólo podía designar a Roma. Además, el título de ciudad grande es empleado
habitualmente para designar a Roma. Esta declaración del ángel, junto con la del v.q
sobre la ciudad asentada sobre siete colinas, permite una interpretación segura de estos
pasajes y de todo el Apocalipsis 54.
El P. Alio ve en el v.18 un fino sarcasmo, como si el autor sagrado dijera: ¿Ves esa
ciudad cuya suerte miserable acabo de mostrarte? Pues bien, ella se cree, en su potencia
presente, la dominadora perpetua de la tierra 55.
1 Ap 14:8; 16:19. — 2 Is 23:16-17; Nah 3:4. — 3 Cf. Ap 21.2SS. — 4 Ap 18:2-3. — 5 Os 1-2' , Ez 16; 23. —
6 Nah 3:4. — 7 Is 23:16-17. — 8 Ez 16:15-63. — 9 Cf. Tácito, Amales 15:44. — 10 Jer 51:13. — 11 EZ28.2.
— 12 M. García Cordero, o.c. p.178. — 13 Is 34:9-15; Le 11:24. — 14 Cf. Daremberg-Saglio, Dtct. c íes
antiq., art. Cybéle p.1687; Contenau, Manuel d'ar-chéologie oriéntale (París 1927) I fig.143; M. García
Cordero, o.c. p.179. — 15 Cf. Jn 19:2. — 16 Ap 18:23-24- — 17 Ap 17:18. — 18 Ap 14:8; 18:3.6.23; cf. Jer
51:7. — 19 Tácito, Annales 15.44· — 20 E. B. Allo, o.c. p.268. — 21 Cf. 1 Pe 5:13- — 22 Cf. Is 21:1-10; Jer
51. — 23 Ap 14:8; 16:19; 18:2. — 24 Ez 16:36-38; 23:37-45. — 25 Plinio El Viejo, Historia Naturalis
14:22:28 — 26 Dan 7:15-27; 8:15-26. — 27 4 Esd 12:10-34. Cf. S. Bartina, o.c. 1x758-759. — 28 Cf. Ap
17:16-17. Ver Tácito, Historia 2:8; Suetonio, Ñero 40.47.57. — 29 Ascensión de Isaías 4:2-3. Este apócrifo
fue compuesto parte en el siglo i y siglo Ji d.C. parte en el — 30 Oráculos sibil IV 119-122.137-139; V 143-
147.363. — 31 Oráculos sibil VIH 71. — 32 Historia sacra 2:29: PL 20:145. Acerca de la identificaci ón de
Nerón redivivo con el anticristo se pueden consultar R. H. Charles, The Ascensi ón of Isaiah (Londres
1900) p.LI-LXXIH; E. Tisserant, Ascensión d'Isaie (París 1909) p.29-31. — 33 De civitate Dei 20, 19 : PL
41,686. — 34 Ap 1:4.8; 4:8. — 35 Ap 13:3.14. — 36 Horacio, Carmen saeculare 7. — 37 Pumo el Viejo,
Ilist. Nat. 3:9. — 38 Cf. U. E. Paoli, Urbs. La vida en la antigua Roma (Barcelona 1944) p.310-311.360. —
39 Apologeticum 5. Cf. R. Sghütz, Die Offenbarung des Johannes und Kaiser Domitian (G óttingen 1933);
P. touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cyb éle (Par ís 1935); J- Moreau, A propos de la
persecution de Domitien: La Nouvelle Clio 5 (1953) 121ss. — 40 El reinado de estos tres emperadores
abarcó complexivamente un año y medio. Suetonpe: del Apocalipsis. — 41 A. Gelin, o.c. p.64y; L. Brun,
Die Rómischen Kaiser in der Apokalypse: ZNTW 26 (1927) 128-151; L. Homo, Les empereurs romains et
le christianisme (París 1931)· — 42 E. B. Allo, o.c. p.271. — 43 O.c. p.Sj. — 44 Cf. Dom Guiu M. Camps,
o.c. p.325-326; A. Gelin, o.c. p.647. — 45 Ap 2:7.11.17.26; 3:5.12.21. — 46 Señor de señores y Rey de
reyes son dos superlativos semíticos que expresan la señoría y la realeza supremas. — 47 Dt 10:17. — 48
Dan 2:47. — 49 S. Bartina, o.c., p.765. — 50 A propósito de esto se puede ver lo que dejamos dicho sobre
Ap 17:1. — 51 Ez 16:39-4!; 23:25-29. — 52 Zac 2:5. — 53 M. Sales, o.c. p.666. — 54 Cf. J. Sickenberger,
Die Johannesapokalypse und Rom: BZ 18 (1926) 270-282; Ρ. Κετ-Ter, Der rómische Staat in der
Apokalypse: Trierer Theologische Studien (1941) 70-93 ; Ρ. Μ. Campos, Roma como corporificacáo do mal
na literatura sibilina e apocalíptica: Revista de Historia 3:7 (1951) 15-47; S. Bartina, o.c. p.764-766; M.
García Cordero, o.c. p. 180-184· — 55 E. B. Allo, o.c. p.27S.
Capitulo 18.
San Juan ve otro ángel, diferente del que ha sido mencionado San Juan ve otro ángel,
diferente del que ha sido mencionado en Ap 17:1.7, bajar del cielo con gran poder y lleno
de resplandeciente claridad (v.1). Lo cual da a indicar la importancia del mensaje que trae
a la tierra. Desde lo alto del cielo atmosférico grita con poderosa voz, de suerte que
pueda ser oída en toda la tierra, anunciando la ruina de Babilonia (Roma): Cavó, cayó la
gran Babilonia (v.2). El ángel habla en perfecto profético, en términos semejantes a los de
Ap 14:8, para significar la certeza de la ruina de Roma. Esta, de ciudad rica, poderosa y
llena de esplendor, se convertirá en un montón de ruinas en donde moraran los
demonios, los espíritus inmundos y las aves de mal agüero. Las expresiones del ángel
nos recuerdan el estilo de los antiguos profetas, mostrando con esto cuan deudor es Juan
de los antiguos en su parte literaria. Las primeras palabras del v.2, que anuncian la caída
de Babilonia, están tomadas de Isaías 1. Las que siguen describen la gran desolación de
las ruinas de la ciudad, expresada con palabras de varios profetas. Isaías anuncia que
Edom será destruida y en sus ruinas "habitarán el pelícano y el mochuelo, la lechuza y el
cuervo. Echará Yahvé sobre ella las cuerdas de la confusión y el nivel del vacío, y
habitarán en ella los sátiros. En sus palacios crecerán las zarzas, y en sus fortalezas las
ortigas y los cardos, y serán morada de chacales y refugio de avestruces. Perros y gatos
salvajes se reunirán allí, y se juntarán allí los sátiros. Allí tendrá su morada el fantasma
nocturno, y hallará su lugar de reposo. Allí hará su nido la serpiente y pondrá sus huevos,
los incubará y los sacará. Allí se reunirán los buitres y se encontrarán unos con otros" 2. Y
el mismo profeta, cuando habla de la ruina de Babilonia, se expresa en estos términos:
"Entonces Babilonia, la flor de los reinos, ornamento de la soberbia de los caldeos, será
como Sodoma y Comorra, que Dios destruyó. Morarán allí las fieras, y los buhos
llenarán sus casas. Habitarán allí los avestruces, y harán allí los sátiros sus danzas. En sus
palacios aullarán los chacales, y los lobos en sus casas de recreo" 3. También Jeremías
nos presenta las ruinas de Babilonia convertidas "en cubil de fieras y chacales, en
morada de avestruces" 4. Estas expresiones, empleadas por los profetas y San Juan, son
lugares comunes literarios de la literatura profética que no hay que tomarlos al pie de la
letra. Lo que se quiere significar con ellas es que Roma, como Babilonia y Edom, será
terriblemente castigada a causa de su idolatría y de su aversión a la Iglesia de Jesucristo.
Por otra parte, era creencia popular que las ruinas y el desierto eran los lugares en donde
vivían las aves nocturnas, los animales salvajes y los espíritus demoníacos e inmundos 5.
El libro de Tobías nos cuenta que el arcángel Rafael arrojó al desierto de Egipto al
espíritu maligno que daba muerte "a los maridos de Sara, y allí lo encadenó 6. Los
monumentos egipcios nos muestran el desierto poblado por estos espíritus malos y por
animales fantásticos.
En la ciudad impía no todos participan de esa impiedad. También moran allí muchos que
pertenecen al pueblo de Dios, como en la antigua Babilonia moraban los hijos de Israel.
Pues a éstos se dirige otra voz del cielo, que puede ser la del Cordero, porque les llama
pueblo mío (v.4), ordenando a los fieles que abandonen la ciudad para no contaminarse
con sus pecados, no sea que les pueda alcanzar el castigo. O bien les marida salir de la
gran urbe para que no se vean materialmente envueltos en las malas obras de los infieles
y descarguen también sobre ellos los grandes castigos que se abatirán sobre Roma. En
los Libros Sagrados encontramos advertencias parecidas, con las cuales el Señor avisaba
a los suyos para que no fueran sorprendidos por el castigo que estaba a punto de caer
sobre los impíos. Dos ángeles avisan a Lot para que salga cuanto antes de So doma y
Comorra, a fin de no perecer en la catástrofe 8. El profeta Jeremías exhorta a los judíos a
huir de Babilonia antes de que la ciudad fuera castigada: "Huid de Babel, salve cada uno
su vida, no perezcáis por su iniquidad. Es el tiempo de la venganza de Yahvé; va a darle
su merecido. Dejémosla, vamonos cada uno a nuestra tierra, porque sube su maldad hasta
los cielos y se eleva hasta las nubes. Sal de ella, pueblo mío. Salve cada cual su vida ante
el furor de la cólera de Yahvé" 9. El consejo de huir ante la inminencia del peligro es
frecuente en la literatura apocalíptica. Jesús mismo manda a sus discípulos que huyan
cuando vean que Jerusalén está a punto de ser cercada 10. Y de hecho sabemos que los
cristianos huyeron a Pella, en TransJordania, al comienzo del asedio de Jerusalén por las
tropas de Tito 11. En nuestro caso, la exhortación de San Juan pudiera tener también un
sentido moral, en cuanto que aconseja a los cristianos aislarse de toda contaminación con
los paganos 12.
Los pecados de Babilonia (Roma), como los de Sodoma, se han ido acumulando hasta
llegar al cielo, y Dios, acordándose de su justicia, se dispone a castigarlos (v.5). El autor
sagrado se sirve de una metáfora para significar los enormes y numerosos pecados de la
Roma pagana: puestos unos encima de otros, alcanzarían la altura del cielo 13. Tan graves
pecados no pueden quedar impunes; por eso Dios se acordó de sus iniquidades. Con lo
cual quiere significar el autor sagrado que, llena ya la medida, Dios ha determinado
actuar su justicia contra la gran ciudad.
La voz divina se dirige luego a los ángeles, ejecutores del castigo, ordenándoles que den
a Roma el doble de lo que sus iniquidades piden (v.6). Justamente lo mismo que leemos
en Jeremías 14 a propósito de Judá. Pide la voz divina que le apliquen la ley del tali ón
duplicada 15, a causa de la gran impiedad de la ciudad. Ella ha hecho beber el vino de la
idolatría a todas las naciones, pues ahora ha de beber en la misma copa el doble de lo que
dio. Dios castiga a Roma movido no por espíritu de venganza, sino por esp íritu de
estricta justicia. El castigo está en conformidad con la gravedad de los pecados
cometidos por la gran Ramera. Se le dio tiempo para arrepentirse y no ha querido. Ahora
ha llegado el tiempo de la justicia. Es digno de notarse que por cuatro veces se repite la
orden de castigar a la impía Babilonia (Roma).
Esto no es más que un modo de ponderar el rigor con que Dios castigará las iniquidades
de la nueva Babilonia. Su orgullo y su lujo acarrearán sobre ella la ruina. En la medida
en que se envaneció y se entregó al lujo, así será atormentada y tendrá que derramar
abundantes lágrimas de llanto (v.7). El castigo divino mira sobre todo a la orgullosa
seguridad y a la desmesurada jactancia de Roma, que se cree libre por siempre del dolor.
En su insolencia creía que siempre seguiría siendo reina sobre todas las naciones, que
nunca se vería abandonada como una viuda por los pueblos sus aliados y que nunca
sentiría el llanto. San Juan se inspira en un texto de Isaías, que dice, refiriéndose a
Babilonia: "Tú decías: Yo seré siempre, por siempre, la reina, y no reflexionaste, no
pensaste en tu fin.
Escucha, pues, esto, voluptuosa, que te sientes tan segura, que dices en tu corazón: Yo, y
nadie más que yo; no enviudaré ni me veré sin hijos. Ambas cosas te vendrán de repente,
en un mismo día: la falta de hijos y la viudez te abrumarán a un tiempo" 16. El autor del
Apocalipsis también amenaza a Roma, que en su orgullo se creía segura en su trono de
reina, con Zas plagas de la peste, del hambre y del fuego, porque, si ella se cree grande,
más grande es el Señor que la ha juzgado (v.8). Dios, que se complace con los humildes y
les da su gracia 17, rechaza a los soberbios y los castiga. Así hará también con la soberbia
Roma. En un solo día, es decir, en un período brevísimo se abatirán sobre ella toda una
serie de calamidades que la reducirán a un montón de escombros calcinados por el fuego.
El fuego es el elemento destructor tradicional de los castigos divinos en el Antiguo
Testamento 18. Las guerras en la antigüedad llevaban consigo la mortandad, la peste, el
hambre, los incendios devastadores de ciudades y campos. A una guerra de este tipo
parece aludir el autor sagrado. La destrucción de Babilonia (Roma) es el castigo de sus
pecados de idolatría, de lujo desmesurado, de orgullo e injusticia, como ya antes lo había
sido de la ruina de la opulenta Tiro 19.
Aquí parece que es el mismo San Juan el que habla para exponernos las consecuencias de
la ruina de Roma. Habla en futuro, porque la caída de Babilonia (Roma), a pesar del
tiempo perfecto empleado en el v.2: cayó, cayó, no se ha realizado todavía. La ruina es,
sin embargo, muy inminente.
San Juan nos presenta los lamentos de todos los que prosperaban y se enriquecían a la
sombra de la gran urbe. En primer lugar son los reyes de la tierra, aliados de Roma, que
fomentaron el culto imperial para congraciarse los gobernantes romanos y así poder
crecer más (v.9). Por eso, el autor sagrado dice que fornicaron con ella a causa de la
idolatría 20. Pero, además, Roma será castigada por su inmenso lujo, que la llevó a
excesos inconcebibles. Y los reyes que la imitaban también en esto se lamentarán
desconsoladamente cuando vean subir al cielo el humo destructor que la consumirá.
Llenos de terror se detendrán a lo lejos por el temor de ser envueltos en su destrucción y
sin ánimos para ayudarla, diciendo: ¡Ay, ay de la dudad grande, de Babilonia, la ciudad
fuerte, porque en una hora ha venido su juicio! (v.10). Tan terrible calamidad ha
sobrevenido en brevísimo espacio de tiempo, casi repentinamente. El autor del
Apocalipsis parece inspirarse aquí en las lamentaciones de Ezequiel sobre Tiro 21. El
profeta nos presenta a los reyes de las islas bajando de sus tronos, vestidos de luto y
lamentándose de la destrucción de la opulenta ciudad de Tiro: "¡Cómo! ¿Destruida tú, la
poblada por los que recorrían los mares, la ciudad tan celebrada, tan poderosa en el mar?
¿Destruida con sus habitantes, que eran el espanto de todos los que la rodeaban?" 22
Las lamentaciones públicas eran muy ordinarias en Oriente con ocasión de alguna
calamidad, fuera nacional o particular. Solían ir acompañadas con muestras exteriores de
dolor: con gritos angustiosos, alaridos, llantos y diversos gestos. Cuanto mayores y más
intensas eran esas muestras exteriores de dolor, tanto más grave era la calamidad que se
lloraba. Esta costumbre dio origen entre los hebreos a un nuevo género poético llamado
Qinah, lamentación o elegía. Jeremías nos ha dejado sus lamentaciones sobre Egipto 23, y
en modo especial sus lamentaciones sobre la ruina de Jerusalén. Muchos otros profetas
emplean igualmente la Qinah para expresar su dolor en momentos difíciles 24.
A los lamentos de los reyes siguen los lamentos de los comerciantes. Estos, más bien que
lamentarse de la ruina de Roma, se lamentan de la prosperidad perdida: porque no hay
quien compre sus mercancías (v.11). San Juan presenta a continuación una lista bastante
amplia de los valiosísimos productos que los comerciantes de las distintas partes del
Imperio vendían a Roma (v.12-14). La relación de nuestro autor se basa indudablemente
en la descripción que hace Ezequiel del comercio de Tiro con todos los pueblos de
entonces 25. Para entender bien esta página del Apocalipsis es conveniente tener presente
que Roma era la señora de un gran Imperio, compuesto de muchas y muy ricas
provincias, que ella había conquistado, que ella regía y de cuyas riquezas se creía con
derecho a disfrutar. Era ésta la concepción del mundo antiguo, y Roma la practicaba
fielmente. Por eso acudían a ella las riquezas del Imperio, y estas riquezas alimentaban el
lujo y los placeres. Orosio llamaría a Roma, siglos después, vientre insaciable que se
tragaba todo lo que producía el universo. Esta sed de riquezas atraía a los mercaderes del
mundo entero, seguros de hallar allí fácil y provechosa venta para sus artículos, sobre
todo para los artículos exóticos y de mayor precio. La larga enumeración de los artículos
comerciales que de todas partes afluían a la gran ciudad tiene como finalidad el dar a
conocer el lujo, las riquezas y los placeres que imperaban dentro de sus muros. Según
Plinio el Viejo 26, Roma gastaba anualmente unos cien millones de sestercios en el
comercio de perlas con la Arabia, la India y la China. Lo que supone una suma muy
elevada, pues cuatro sestercios valían un denario, que era el jornal de un obrero, con el
cual podía sostener a su familia. La madera olorosa de tuya o citrum era importada del
Atlas argelino. Con ella se hacían muebles de lujo, tan estimados en Roma, que en los
primeros tiempos del Imperio se llegó a pagar por una mesa redonda de citrum hasta un
millón cuatrocientos mil sestercios, que era el precio de un gran latifundio 27. Por eso
decía con mucha razón Marcial 28 que los regalos de oro eran inferiores en valor y menos
estimados que una mesa de citrum 29. El cinamomo y el amomo eran plantas aromáticas
que servían para la fabricación de cosméticos, muy estimados por los romanos. Estos
perfumes o ungüentos perfumados se empleaban para perfumar los cabellos (v.13). De
ellos nos hablan los autores latinos, afirmando que eran cíe uso frecuente en los
banquetes 30 y se vendían por muy alto precio. Según Plinio el Viejo 31, una libra de
cinamomo podía valer hasta 300 denarios, y una libra de amomo 6o denarios. Al final del
v.13 se nos habla de esclavos (σώματα) y de almas de hombres, o mejor, de ν idas
humanas. El término σώμα, cuerpo, es la expresión técnica para designar al esclavo. Es
bastante empleado por la versión griega de los LXX para traducir la palabra esclavo 32. Se
trata, por consiguiente, del comercio de esclavos, tan frecuente en el mundo antiguo. La
crueldad de este comercio es acentuada por la última expresión ψυχάς ανθρώπων, vidas
humanas, ya que la sociedad romana abusaba tremendamente de la vida de los esclavos.
Muchos de ellos eran empleados como gladiadores en los juegos del circo, y otros,
destinados a las casas de prostitución. Esta abundancia de esclavos y de carne en los
anfiteatros y en los lupanares constituye el colmo del egoísmo y de la corrupción
romanas.
Pero este egoísmo es duramente castigado, pues cuando parecía que el trabajo de muchas
generaciones daría frutos aún más espléndidos, todo se viene abajo. Roma ya no podrá
complacerse con los sabrosos frutos que a ella eran transportados de todas partes (v.14).
Tampoco podrá gozar de las cosas mas exquisitas y delicadas que confluían a sus
mercados, bien surtidos de todo. Por eso, los mercaderes lloran y se lamentan,
deteniéndose a lo lejos por temor, porque no hay quien compre sus mercanc ías (v.15). Y
gritan con desesperación: / Ay, ay de la ciudad grande, que se vestía de lino, púrpura y
grana, y se adornaba de oro, piedras preciosas y perlas! (v.16). Los lamentos de los
comerciantes se comprenden mejor si tenemos presente que con la destrucción de Roma
desaparecía la fuente principal de donde se enriquecían. Además, la ruina tan repentina
de la gran ciudad probablemente había llevado también a muchos de esos mercaderes a
un desastre económico irreparable.
Después de los comerciantes, San Juan nos presenta a la gente de mar: patronos, pilotos
y marineros, lamentándose de la ruina de la gran ciudad. Désele lejos contemplan
aterrados el incendio de la ciudad que para ellos no tenía semejante en el mundo (v. 17-
18). Y repiten el mismo lamento de los comerciantes: ¡Ay, ay de la ciudad grande, en la
cual se enriquecieron todos cuantos tenían navios en el mar! (v.19). En la época en que
escribía San Juan, la flota mercante del Imperio romano que navegaba por el
Mediterráneo era muy importante. El comercio con África, Egipto y Asia se desenvolvía
todo él a través de las naves mercantes. El personal, pues, empleado en este tráfico
mercantil por mar era muy numeroso, y los intereses de los patronos de barcos y de las
grandes compañías eran sumamente elevados. Pero todo esto se les vino abajo en un
momento: la gran ciudad en una hora quedó devastada. Ante la desesperación se
lamentan y gritan, echando ceniza sobre sus cabezas. Entre los semitas era signo de gran
duelo y dolor el echar ceniza sobre la cabeza 33.
La lamentación de las gentes del mar viene a ser una réplica de un pasaje de Ezequiel 34
en donde los marineros fenicios también se lamentan de la ruina de Tiro. "Al estr épito de
los gritos de tus marineros — dice Ezequiel — temblarán las playas. Bajarán de tus
naves cuantos manejan el remo, y todos, marineros y pilotos del mar, se quedarán en
tierra. Alzarán a ti sus clamores y darán amargos gritos; echarán polvo sobre sus cabezas
y se revolverán en la tierra. Se raerán por ti los cabellos en torno y se vestir án de saco; te
llorarán en la amargura de su alma con amarga aflicción; te lamentarán con elegías y
dirán de ti: ¿Quién había que fuera como Tiro, ahora silenciosa en medio del mar?"35
Cuando todavía parece que están resonando en los oídos los lamentos de los que hallaban
su felicidad y riqueza en el trato con Roma, que acaba de ser devastada, San Juan invita a
los moradores del cielo a regocijarse (v.20). El contraste es ciertamente bien marcado. La
ruina de la gran ciudad, perseguidora de los cristianos, debe ser motivo de alegría para
éstos, porque la justicia es de este modo restablecida. Los santos, los apóstoles y los
profetas son invitados a regocijarse, porque han visto cumplida la justicia divina sobre la
perseguidora del Cordero y de sus siervos. Su sangre ha sido vengada, y la verdad de su
causa reconocida. Los santos del cielo responderán a esta invitación en el capítulo 19:6.
El autor sagrado parece que quiere comprender, bajo la triple denominación de santos,
apóstoles y profetas, a todos los cristianos sacrificados por el Imperio romano hasta la
época en que San Juan escribía. Los santos son los fieles en general; los apóstoles deben
de ser los Doce en sentido estricto, y los profetas probablemente serán los predicadores
de la verdad cristiana, incluyendo entre éstos a profetas propiamente dichos, que en el
Nuevo Testamento también transmitieron a la comunidad cristiana mensajes de parte de
Dios. Los profetas cristianos tienen una importancia especial en el Apocalipsis 36.
En el v.21, un ángel anuncia, por medio de una acción simbólica, la ruina total de
Babilonia (Roma): un ángel poderoso arroja una gran piedra al mar, diciendo: Así será
arrojada Babilonia y no será hallada nunca más. Con lo cual se quiere significar la ruina
total de la Roma imperial. Los términos y las expresiones empleadas son, sin embargo,
hiperbólicas y no hay que tomarlas al pie de la letra. El acto simbólico del ángel se
inspira en Jeremías 51:63-64, en donde el profeta entrega a Saraya un escrito conteniendo
la predicción de la ruina de Babilonia. Jeremías le manda leerlo en alta voz en la misma
ciudad de Babel, y "cuando hayas acabado de leerlo, le atarás una piedra y lo arrojarás en
medio del Eufrates, diciendo: Así se hundirá Babel, sin alzarse ya más del estrago y la
destrucción que yo traeré sobre ella" 37. La ruina de Roma, a semejanza de la de Babel,
será rápida y violenta. Como consecuencia natural de su ruina cesará toda manifestación
de júbilo popular. No se oirá la música ni la voz de los cantores, que alegraban con sus
canciones las fiestas populares y familiares. Cesará también todo ruido de trabajo, y el
chirrido de la muela de molino no se volverá a oír (v.22). Las antorchas que iluminaban
las plazas, las calles y los templos en los días de fiesta se extinguirán para siempre. La
voz alegre del esposo y de la esposa, que celebran felices el día de su esponsalicio,
también desaparecerá (v.23). El vidente de Patmos se inspira en Jeremías 25:10, en donde
el profeta anuncia la venida de Nabucodonosor y de los caldeos contra Jerusalén y contra
todos los pueblos que la rodean. Yahvé los destruirá de este modo "y hará desaparecer de
ellos los cantos de alegría, las voces de gozo, el canto del esposo y el canto de la esposa,
el ruido de la muela y el resplandor de las antorchas" 38 El autor del Apocalipsis aplica a
Roma lo que Jeremías había dicho de Jerusalén. Y termina señalando las razones que
ocasionaron la ruina de la gran Babilonia (Roma). Las causas fueron tres: La primera fue
el abuso de poder de los mercaderes de Roma, que se habían convertido en magnates del
Imperio a causa de su gran influencia. Los grandes emporios o empresas comerciales
romanas habían tiranizado horriblemente a las provincias del Imperio. La segunda de las
causas fueron los maleficios, los sortilegios, la idolatría, en una palabra, de Roma, con la
cual sedujo a todas las naciones. Y, en fin, la tercera causa la constituyen las
persecuciones desencadenadas contra los cristianos, tanto en la misma Urbe como en las
demás ciudades del Imperio. A la sangre de los cristianos hay que añadir la de otras
muchas víctimas inocentes, que hicieron de Roma un monstruo de crueldad. El régimen
político y social de Roma había sacrificado innumerables vidas humanas, no sólo entre
los cristianos, sino también entre las gentes de otras religiones (v.24). La sangre de todos
los degollados sobre la tierra exige venganza contra la cruel opresora. San Juan ve en la
destrucción de Roma la mano de la Providencia divina, que vela por la justicia, por Roma
tantas veces conculcada.
1 Si 21:9. — 2 Is 34:11-15. — 3 Is 13:19-22. — 4 Jer 50.39; 51:37: Bar 4:35 — 5 Mt 12:43-45; Le 11:24-26.
— 6 Tob 8:3. — 7 Ap 17:2.4-5- — 8 Gen 19:12-22. — 9 Jer 51:6.9.45. — 10 Mt 24:16-20; Mc 13:14-18. —
11 Eusebio, Hist. Eccl. 3:5:3. — 12 2 Cor 6:14. Gf. M. García Cordero, o.c. p.18 — 13 Sal 73:9- — 14 Jer
16:18; 17:18. — 15 Jer 50:29; Sal 137.8. — 16 Is 47:7-9 — 17 Is 66:2, — 18 Μ Is 47:14; Jer 50:32; 51:25.31-
32.58. — 19 Ez 28:17-19. — 20 Gf. Ap 17:2; 18:3- — 21 Ez 26-28. — 22 Ez 26:17-18. — 23 Jer 46:3-26. —
24 Is 32:11; 58:3; Jl 1:13-15; Lam 3. — 25 Ez 27:12-24. — 26 Hist. Nat. 12:41:2. — 27 Cf. Plinto El Viejo,
Hist. Nat. 13:29:30; 16:56:3. — 28 Epigramas 14:89. — 29 Cf. Dom Guiu M. Camps, o.c. p.329-330; S.
Bartina, o.c. p.?74. — 30 Marcial, Epigramas 8:77. — 31 Hist. Nat. 12:28; 13:2:81; 16:59:1. — 32 Cf, Gen
36:6; Tob 10:10; 2 Mac 8:11. — 33 Cf. Job 2:12. — 34 E-¿ 27:27-36. — 35 Ez 27:28-32. — 36 Ap 10:7;
11:8; 16:6. — 37 Jer 51:60-64. — 38 Jer 25:9-10.
Capitulo 19.
Sigue a continuación la doxología: Salud, gloria, honor y poder a nuestro Dios, como en
Ap 7:10; 11:15; 12:10. Los bienaventurados atribuyen a Dios y al Cordero la salud o
salvación que ellos ya han obtenido. En esta salvación y en la destrucción de Roma se ha
manifestado patentemente la gloria de Dios y su poder 4. La razón de estas alabanzas que
los bienaventurados tributan a Dios se encuentra en la verdad de la justicia divina,
manifestada en el castigo de la gran Ramera, la cual con su fornicación idolátrica
corrompía la tierra. Dios ha vengado en ella la sangre de sus siervos (v.2), que habían
muerto por mantenerse fieles a Cristo. Con la destrucción de Roma, Dios ha salido en
defensa del derecho de sus mártires. La sangre de éstos reclamaba la intervención divina
en defensa de sus justos derechos conculcados, con el fin de que resplandeciese ante el
mundo pagano — -partidario de Roma — la verdad de su causa. En esta manera de
proceder de Dios se restablece el orden violado y se manifiesta al mundo un nuevo
triunfo de la Iglesia de Cristo.
San Juan oye un segundo aleluya, entonado por los moradores del cielo (ν.β), los cuales
aρaden a manera de colofón un rasgo nuevo, tomado seguramente de Isaías 34:10. El
profeta contempla a Edom asolada por la venganza de Yahvé, y añade: "Su tierra será
como pez que arda día y noche; nunca se extinguirá, subirá su humo perpetuamente." 5
Era costumbre de los invasores antiguos entregar a las llamas las ciudades que
expugnaban. Así la nueva Babilonia (Roma) es incendiada, y el humo sube al cielo no por
un día o una semana, sino por los siglos de los siglos para perenne memoria de la justicia
divina. De este modo el autor sagrado expresa la ruina irreparable de Roma, sobre todo
en su aspecto de perseguidora de la Iglesia.
A la vista de esta manifestación del poder de Dios, no sólo los millones de ángeles, sino
también los veinticuatro ancianos que rodean el trono de Dios y los cuatro vivientes que
lo sostienen6, aprueban, en nombre de la Iglesia y de toda la naturaleza, la obra del Se ñor
con un amén y un aleluya (v.4). El término amén sirve para asentir a lo dicho
anteriormente por la muchedumbre de bienaventurados. Es una expresión muy empleada
en la liturgia, y su presencia en este lugar en unión con aleluya nos demuestra que el
autor sagrado concibe la felicidad eterna de los bienaventurados como una liturgia
sagrada que se desarrolla ante el trono de Dios y del Cordero.
De nuevo otra voz sale del trono del Señor, proveniente posiblemente de uno de los
ángeles más próximos a Dios, la cual invita a todos los fieles de la tierra a asociarse a las
alabanzas celestes con ocasión de la ruina de Roma. La voz decía: Alabad a nuestro Dios
todos sus siervos y cuantos le teméis, pequeños y grandes (v.5). La invitación recuerda el
comienzo de ciertos salmos 7, principalmente el salmo 135:1.20. Y se parece también
bastante a la exhortación que el diácono o el sacerdote dirigían al pueblo fiel reunido en
la iglesia para invitarlo a orar. A esta invitación responde una voz poderosa, como la voz
de una ingente multitud, semejante a la voz de las aguas torrenciales que se precipitan en
su curso, como el mugido de las olas del mar alborotado o como el fragor de fuertes
truenos, que decía: Aleluya, porque ha establecido su reino el Señor, Dios todopoderoso
(v.6). La comparación tiene por objeto recalcar la inmensa potencia del cántico
aleluyático que dirigen a Dios todos los bienaventurados. Es la voz de la Iglesia
universal, que canta el aleluya por el triunfo definitivo de la Iglesia en el mundo. Al fin,
el Dios omnipotente ha establecido su reino en la tierra. Este reino no es otro que su
Iglesia tan fieramente perseguida por Roma y sus aliados. Alabar a Dios es ensalzar sus
atributos de bondad, amor, misericordia, por haber intervenido en favor de los suyos.
La Esposa del Cordero, es decir, la Iglesia, va vestida de lino brillante y puro, que son las
obras buenas y justas de los cristianos (v.8), con las cuales las almas buenas ganan el
cielo 11. El color blanco en el Apocalipsis suele ser símbolo de triunfo. Aquí designa la
victoria que la Iglesia ha obtenido sobre sus más encarnizados enemigos, y, al mismo
tiempo, la pureza y la santidad de la Esposa del Cordero. Los adornos de esta Esposa
inmaculada contrastan grandemente con el atuendo externo y el sobrecargo de joyas que
llevaba la gran Meretriz, o sea la Roma pagana, con las cuales trataba de seducir m ás
fácilmente a los demás pueblos 12.
Jesucristo compara en el Evangelio el reino del cielo a un banquete de bodas. Y San Juan
descubre en la destrucción de Roma, la perseguidora de la Iglesia, una especie de
preparación de este banquete. La caída de Roma, el enemigo más peligroso de la Iglesia
en aquel tiempo, y que parecía absolutamente inconmovible, hace presagiar la salvación
que tendrá lugar con el establecimiento definitivo del reino de Dios. Todavía no ha
llegado el momento de establecer de una manera definitiva ese reino, porque aún
continuarán las luchas contra la Bestia y sus sostenedores. Pero del mismo modo que en
los Evangelios la caída de la Jerusalén infiel constituía una garantía de la venida del Hijo
del hombre, así la caída de Roma anuncia el establecimiento próximo del reino de Dios
13
. El establecimiento del reino es celebrado aquí por anticipación, pues sólo tendrá lugar
en el momento de las bodas del Cordero 14. No olvidemos nunca que, para entender bien
esto, hay que tener presente que tanto el reino de Dios como la vida eterna abarcan dos
etapas: la terrena y la celestial, siendo la primera preparatoria de la segunda, y ésta,
consumación de aquélla.
Al oír San Juan tan consoladoras palabras, se arroja a los pies del ángel que las había
dicho para adorarle (v.10). Pero éste rehusa ese honor, declarándose sierro del único Dios
y Señor, como Juan y como todos los fieles que en la tierra dan testimonio de Jesucristo.
Esta misma escena se repetirá después en Ap 22:8-9. Y se encuentra con bastante
frecuencia en los apócrifos, como, por ejemplo, en la Ascensión de Isaías 7:21: "Yo caí
rostro a tierra para adorarle, y el ángel que me conducía no me lo permitió, sino que me
dijo: No adores ni trono ni ángel que pertenezcan a los seis cielos — de donde he sido
enviado para guiarte —, sino únicamente (a aquel) que yo te indicaré en el séptimo
cielo." Con la escena que nos describe San Juan tal vez quiera oponerse y atacar a los
excesos de ciertas tendencias judías o judío-cristianas que trataban de dar culto a los
ángeles considerándolos superiores a Cristo 20. Y más probablemente trate de oponerse a
las prácticas gnósticas contemporáneas, bastante extendidas entre los falsos cristianos de
Asia Menor 21. Los judíos llegaron, por su parte, en algunas ocasiones hasta adorar a los
ángeles, como testifica expresamente Clemente Alejandrino 22. Sin embargo, el ángel, en
nuestro caso, se considera consierfo de Juan y de los demás cristianos, todos ellos siervos
de Dios. Por consiguiente, tanto los ángeles como los fieles cristianos son criaturas
dependientes de Dios, y como tales inferiores en categoría a la Divinidad.
Las últimas palabras del ángel: el testimonio de Jesús, designan la Palabra de Dios,
atestiguada por Cristo, y que todo cristiano posee en sí 23. Es el conjunto de la revelación
que Cristo nos comunicó de parte de su Padre. Esta revelación o palabra de Dios es la
que inspira a los profetas, a los apóstoles y a todos aquellos que recibieron el encargo de
transmitir al mundo el mensaje de Dios. Por consiguiente, la profecía se apoya en el
testimonio dado por Jesucristo, y la poseen todos los fieles en mayor o menor grado. El
Apocalipsis es, pues, una explicación de las enseñanzas de Cristo, un testimonio dado
sobre el Salvador; y de aquí procede su valor 24. El mismo Jesús había dicho que el
Espíritu Santo daría testimonio de El por medio de los apóstoles y de los demás fieles en
quienes había de morar.
Podemos dividir esta sección del modo siguiente: i) El Rey de reyes aparece con su
ejército (v.11-16). 2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (v. 17-
18). 3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (v. 19-
21). 4) El milenio (20:1-6). 5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-
10).6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).
La escena cambia de nuevo, lo mismo que las imágenes. Como otras veces, nuestro autor
ve que el cielo se abre y aparece un caballo blanco, símbolo de victoria. Sobre él viene
Jesucristo, que, como capitán, se pone al frente de su ejército. El Mesías que aquí aparece
tiene el mismo aspecto que el jinete parto de Ap 6:2. El Antiguo Testamento nos ofrece
una escena un tanto parecida en el salmo no. Allí un pueblo numeroso como las gotas del
rocío se ofrece al Mesías, y éste, seguido de los suyos, domina a sus enemigos y los
aplasta, dejando la tierra sembrada de cadáveres. El Jinete misterioso de nuestro pasaje
viene del cielo a combatir al Dragón infernal que procedía del abismo. Se le dan varios
nombres: Fiel, Verídico 28, porque efectivamente El cumple siempre las promesas que ha
hecho a sus fieles servidores 29. Y ahora se dispone a ejecutar lo que tantas veces
prometió en este libro: va a juzgar con justicia y a hacer la guerra también con justicia
(v.11). Como justo que es, juzga con justicia, como el Emmanuel de Isaías 30, y hace la
guerra para aplastar al impío y hacer desaparecer la iniquidad de la tierra. Los fieles
servidores de Cristo no quedarán defraudados en sus esperanzas. Todos los que han
sufrido por Cristo serán recompensados, pues el Señor nunca deja incumplida su palabra.
La descripción que nos da el autor sagrado de ese Jinete celeste se inspira en la primera
visión del Apocalipsis. Sus ojos son como llamas de fuego, que todo lo penetran. Como
Rey de reyes 31, lleva ceñidas a la cabeza muchas coronas. El Dragón tenía siete diademas
sobre siete cabezas 32, y la Bestia llevaba diez coronas sobre diez cuernos 33; pero
Jesucristo lleva muchas más que sus antagonistas, como dominador que es de todos los
pueblos. Tiene también un nombre escrito, que nadie conoce, porque, siendo divino, es
trascendente y está fuera del alcance de la humana inteligencia (v.12). Lo lleva escrito
probablemente en las coronas o en la tiara. Ese nombre es el de Verbo de Dios. El
término Logos empleado aquí por el autor sagrado sólo aparece en el Nuevo Testamento
en los escritos joánicos 34. Sólo Dios puede conocer su propia esencia, de la cual el
nombre es la expresión.
El Verbo de Dios aparece vestido con un manto empapado en sangre (ν.13). Esta imagen
puede significar la sangre de los enemigos que ya venció, y es augurio de los que
vencerá. Nuestro texto parece inspirarse en Isaías 63:1-3, en donde el profeta describe a
Yahvé volviendo vencedor de Edom con el manto salpicado de sangre. Pero el manto
empapado en sangre tal vez pudiera aludir a la propia sangre de Cristo, derramada por los
hombres, y con la cual obtuvo la victoria sobre el poder infernal, victoria que ahora va a
manifestarse. El nombre de este Jinete victorioso es el de Verbo de Dios (ó Λόγος του
Θεού). Semejante expresiσn para designar a Jesucristo es juánica y ofrece un fuerte
argumento para probar que el autor del Apocalipsis es el mismo que el autor del cuarto
evangelio 35 y de la 1 Jn 36. Cristo es el Verbo, la Palabra de Dios, porque es el eterno
reverbero del Padre. Es la Palabra que el Padre pronuncia ab aeterno, la segunda persona
de la Santísima Trinidad, que se ha revelado al mundo en Jesús. En la teología de San
Juan, el Verbo es una persona divina igual al Padre. De modo que ya no se trata de una
personificación poética, como la de la Sabiduría en el Antiguo Testamento 37 o la del
Memra en la teología judía 38. El término Logos lo debió de tomar San Juan del ambiente
judeo-helenístico, pero dándole un sentido nuevo que sobrepasa todas las lucubraciones
teológico-filosóficas de Filón 39 y del rabinismo.
Detrás del jinete montado sobre un caballo blanco avanzan los ejércitos celestes 40. Todos
montan, como su jefe, caballos blancos y van vestidos con ropa de lino blanco (v.14), que
es el vestido común de "todos los justos (en el cielo) desde los tiempos de Adán," según
expresión cíe la Ascensión de Isaías41. Los vestidos blancos y los caballos blancos del
ejército de Cristo simbolizan la victoria y la gloria de que gozan en el cielo. Son los
santos que lograron triunfar de los enemigos de Dios y de la Iglesia, cuando vivían en
este mundo 42. Ahora pelearán a las órdenes de Cristo contra los reyes enemigos, y
vencerán 43.
De la boca del Jinete divino, galopando al frente de sus huestes, sale una espada aguda
para herir con ella a las naciones (v.15). Es la espada del poder y de la justicia de Dios. Es
el símbolo de su poder judicial y del rigor de sus sentencias, con las cuales castigará al
impío, según el oráculo de Isaías: "Juzgará en justicia al pobre y en equidad a los
humildes de la tierra. Y herirá al tirano con los decretos de su boca, y con su aliento
matará al impío."44 Cristo regirá con cetro de hierro las naciones, como se le promete en
el salmo 2:9, y a semejanza de Yahvé, vengador de Edom 45, pisa a sus enemigos
amontonados como uvas en el lagar del vino del furor de la cólera de Dios todopoderoso.
Dios va a dar a beber a las naciones paganas enemigas de Cristo el vino ardoroso del
castigo divino y triturará sus ejércitos como se tritura la uva madura. Todo esto simboliza
el gran triunfo de Cristo y de sus seguidores 46.
Jesucristo, durante su vida, no cumplió estas profecías, pues su mesianismo estuvo lleno
de dulzura, mansedumbre y sufrimiento. El mesianismo de perspectivas gloriosas, de
dominación universal, no se había realizado. Ahora los cristianos esperaban el
cumplimiento de esta parte del programa con la parusía de Cristo y el castigo de los
enemigos del nombre cristiano47. La concepción de un Mesías dominador y avasallador
de sus enemigos, propia del judaísmo del siglo i, debió de persistir por alg ún tiempo en
ciertos ambientes cristianos.
Finalmente, para declararnos quién sea este personaje, cuyo nombre propio, Verbo de
Dios, no es inteligible, nos da otro nombre suyo que resultaba más claro e indicaba su
alta dignidad. San Juan nos dice que llevaba escrito en su manto y en su muslo,
probablemente en la parte del manto que cubre el muslo, el nombre más inteligible por
ser más humano: Rey de reyes y Señor de señores (v.16). Rey de reyes designa a un rey
que tiene bajo su cetro otros reyes que le reconocen como soberano. Los reyes de Asir ía,
de Babilonia y de Persia se llamaban "rey de reyes," porque tenían muchos reyes que les
rendían vasallaje. Del Mesías se dice muchas veces que su imperio se extenderá hasta el
cabo de la tierra, y que los reyes le rendirán homenaje 48. A un tal Soberano siguieron los
ejércitos del cielo, las legiones de ángeles y santos montadas en caballos blancos y
vestidos de lino blanco y puro, todo ello en señal de victoria. Este ejército blanco que
sigue a su Rey montado sobre un caballo blanco recuerda las entradas triunfales de los
emperadores cuando volvían vencedores a Roma. El título de Señor de señores tiene
también una significación regia y triunfal. Este título debió de ser usado por la Iglesia
primitiva muy pronto, aplicándolo a Cristo para expresar su divinidad y su dignidad de
Rey-Mesías 49. Aquí la expresión Señor de los señores indica una soberanía sobre los
mismos emperadores romanos.
San Juan contempla un nuevo ángel de pie sobre el sol, posiblemente para que el sol en
su marcha — antiguamente se creía que el sol se movía respecto de nosotros — le
transportase sobre toda la tierra50. El ángel lanza con poderosa voz una invitación a todas
las aves carnívoras de la tierra, diciéndoles: Venid, congregaos al gran festín de Dios
(v.1v). Este festín de Dios es un rasgo apocalíptico que se confunde con el sacrificio de
Dios. Recuérdese que, en el Antiguo Testamento, los sacrificios pacíficos iban
acompañados de un banquete postsacrificial 51. La expresión festíη de Dios también
pudiera ser una especie de superlativo para significar la mayor carnicería que la tierra
haya visto, ejecutada sobre los enemigos de Dios. Las aves carnívoras que aquí aparecen,
invitadas a participar del siniestro festín, es otro detalle propio de la apocalíptica. Los
monumentos asírios nos presentan las aves carnívoras sobre los cadáveres tendidos en el
campo de batalla.
La invitación que el ángel hace a todas las aves del cielo se inspira en Ezequiel 39:4.17-
20. En este pasaje de Ezequiel se describe la gran carnicería ejecutada por Yahvé sobre
las huestes de Gog y Magog, las cuales caerán en los montes de Israel con todos los
ejércitos y todos los pueblos que les acompañaban. El profeta oye que le ordena el
Señor: "Di a las aves de toda especie y a todas las bestias del campo: Reunios y venid.
Juntaos de todas partes para comer las víctimas que yo inmolo para vosotras, sacrificio
inmenso, sobre los montes de Israel. Comeréis las carnes y beberéis la sangre; comeréis
carne de héroes, beberéis sangre de príncipes de la tierra. Carneros, corderos, machos
cabríos y toros, gordos como los de Basan. Comeréis gordura hasta saciaros; beber éis
sangre hasta embriagaros, de las víctimas que para vosotros inmolaré. Os saturaréis a mi
mesa de caballos y jinetes, de héroes y guerreros de toda suerte, dice el Señor, Yahvé."52
Las expresiones tan fuertes empleadas por San Juan en este pasaje — tomadas en parte
de Ezequiel —, tan conformes con el estilo apocalíptico, no hay que tomarlas al pie
de la letra. Es conveniente tener presente que las victorias del Verbo de Dios son
ante todo espirituales, como lo es también su ejército. El autor sagrado lo que
intenta con estas imágenes es anunciar la gran derrota de los enemigos de Dios.
Tenemos en este pasaje la descripción del aniquilamiento de las dos Bestias del capítulo
13. La Bestia salida del mar53, juntamente con el Dragón54, habían logrado extender su
dominio sobre el mundo, reuniendo a los reyes en una guerra contra Dios 55. Pero al
presente son enteramente derrotados por Cristo y por su ejército. San Juan no se cuida de
describirnos la batalla que parece anunciarse. Solamente describe sus efectos, como ya lo
había hecho en el caso de la ruina de Roma 56. Y es natural que el autor sagrado no se
detenga a narrar la batalla, porque ¿qué lucha va a tener lugar entre el cielo y la tierra,
entre Dios y los hombres? San Juan nos presenta reunidos los ejércitos de la Bestia y de
los reyes sus aliados, ya preparados para hacer la guerra a Cristo y a sus huestes (v.1q).
Pero, de pronto, el vidente de Patmos nos presenta a los dos jefes principales del ej ército
contrario a Cristo acorralados y sujetados fuertemente. La Bestia, en efecto, cae
prisionera, y con ella la otra Bestia57, que aquí es llamada Falso Profeta, que con sus
falsos prodigios extraviaba a las gentes, induciéndolas a que adorasen a la Bestia. Ambas
son arrojadas vivas al lago de fuego que arde con azufre (v.20). La imagen de este castigo
está tomada de Isaías 30:33 y, principalmente, de Daniel 7:11. La metáfora de que ambas
Bestias fueron arrojadas al fuego significa la destrucción total y definitiva de los dos
aliados, que representan colectividades más bien que individuos. El que sean cogidos y
arrojados al estanque de fuego no obliga a considerarlos como personas, pues en Ap
20:14 también serán arrojadas al fuego el Hades y la Muerte. El Dragón también será
arrojado al lago de fuego en Ap 20:10. Era el lugar destinado para el diablo y para todos
los secuaces de él58. El estanque de fuego es el equivalente de la gehenna de los
evangelios 59. En él ardía continuamente un fuego inextinguible con azufre. Los
tormentos que en él recibían los malvados eran indescriptibles60.
De este modo, los dos aliados, es decir, las dos Bestias a las que alentaba el Dragón,
quedan fuera de combate, impotentes por ahora para dañar. Y el ejército que los seguía,
junto con los reyes que lo mandaban, fue desbaratado, y todos los miembros que lo
componían fueron muertos por la espada que salía de la boca del Verbo de Dios, o sea
por el poder de su palabra. Y sus cuerpos fueron pasto de las aves carnívoras (v.21). As í
termina la lucha tantas veces anunciada. El que se llama Fiel y Verídico cumple su
palabra, acabando totalmente con los enemigos y perseguidores de sus fieles. San Juan
parece como querer mostrarnos con su descripción que fue cosa fácil para Jesucristo
omnipotente vencer a las dos Bestias y a sus secuaces.
1 E. B. Allo, o.c. p.297. — 2 Sal 105:45; 106:1.48; 11:1; 112:1; 113:1; 114:1; 116:1; 117,is; 135:1.21;
146:1, etc. — 3 Halelú es imperativo plural masculino en la forma "Piel" del verbo halal; y Yah es una
forma abreviada del nombre santo de "Yahweh." — 4 Nácar-Colunga a ñade honor (καΐ ή τιμή), que se
encuentra en el sirνaco y en algunos autores antiguos. Sin embargo, los mejores Mss no lo tienen y se ha
de suprimir. — 5 Is 34:9-10. — 6 Ap 4:4.6. — 7 Cf. Sal 93:1; 97:1; 113,i; 15:13; 118:24. — 8 Os
2:16.19.21; Is 50:1-3; 54:6; Jer 2:2; 3.1-4; Ez 16:7-8; Sal 45; Cant 1-8. — 9 2 Cor 11:2; Ef 5:22-32; cf. Mc
2:19-20; Jn 3:29. — 10 Ap 5:6.9; 7:14; 14:3-4- — 11 Cf. Ap 14:13. — 12 Ap 17:4; 18:16. — 13 e. B. Allo,
o.c, ρ 299. — 14 Ap 21:2. — 15 Cf. Ap 1:3; 14:13; 16:5; 19:9; 20:6; 22:7.14· — 16 Le 14:15. — 17 Is 25:6.
— 18 Cf. 4 Esd 2:38. — 19 Mt 8:11; 22:1-14; Lc 22:18.30; Ap 3:20. — 20 Cf. Col 2:18; Heb 1:14. — 21 Cf.
2 Pe 2:4-11; Jds 6. — 22 Sνromata 6:5. — 23 cf. Ap 1:2; 6:9; 12:17. — 24 E. B. Allo, o.c. p.501. — 25 Cf.
Ap 14:14-20; 17:12-14. — 26 Cf. Ap 6:2. — 27 En la literatura apocal íptica jud ía del siglo i tambi én se
habla frecuentemente de la fácil victoria del Mesías sobre los ej ércitos paganos. Los vence con el fuego
salido de su boca o con el imperio de su palabra (Salmos de Salomón 17:2253; 4 Esd 13). Otros apócrifos
insisten también en ideas semejantes (Baruc siríaco 36:2-11; 40:1-2; cf. 4 Esd 12:33; 13:6-11. 36-3/)· — 28
cf. Ap 1:5; 3:7-14. — 29 AP2-3. — 30 Is 11:3-4. — 31 Ap 17:14. — 32 Ap 12:3. — 33 Ap 13:1. — 34 Jn
1:1.14; 1 Jn 1:1. — 35 Jn 1:1.14. — 36 1 Jn 1:1. — 37 Gf. Prov 8:1-36; Sab 7:24-30. — 38 Gf. Targum
Onkelos sobre Dt 33:27; sobre Is 48:13; Strack-Billerbeck, o.c., Exkurs über den Memra Jahves II p.302-
333; Moore, Intermediarles in Jewish Theology: Harvard Theological Review (1932) 4iss; M. Hackspill,
Etres intermedian es: RB (1901) 200-215.' (1902) 58-73- — 39 Gf. M. J. Lagrange, L'Évangile Selon St. Jean
(París 1947) p.CLXXIII-CLXXXV; M. E. Boismard, Le prologue de St. Jean (París 1953). — 40 Mt 26:53;
Ap 17:14. — 41 Ascensión de Isaías 9:7. — 42 Ap 3:4; 6:11; 7:9-14. — 43 Ap 17:14; cf. Sab 3:8; 1 Cor
6:2. — 44 Is 11:4. — 45 Is 63:1-6; cf. Ap 14:20. — 46 Ap 14:10.19-20. — 47 A. Gelin, o.c. p.654s. — 48 Sal
72:8-11. — 49 Mt 24:42; Me 11:3; 12:35-37; Le 19:16; Act 7:60; 1 Cor 12:3; 16:22-23. Cf. L. Cer-Faux, Le
títre de Kyrios et la dignité royale de Jesús: RSPT (1922) 40-71; (1923) 125-153; A. Gelin, o.c. p.655. — 50
Sal 19:7. — 51 A. Gelin, o.c. — 52 Ez 39:17-20. — 53 Ap 13:1. — 54 Ap 13:2. — 55 Ap 16:135. — 56 Ap
18:9-19. — 57 Ap 16:13; 19:20; 20:10. — 58 Ap 14:10-11; 20:10.14-15. — 59 Mt 25:41. — 60 Cf. Strack-
Billerbeck, o.c. IV p.823.
Capitulo 20.
San Juan nos va presentando en estas últimas visiones la destrucción de los adversarios
del Cordero. La Roma pagana ha sido destruida y quemada por la misma Bestia y los
reyes de la tierra (c.18). Después son vencidas por la espada del Verbo y arrojadas al lago
de fuego las dos Bestias (19:19-21). Pero todavía quedaba con vida el Dragón, el
instigador a la lucha contra Cristo y su Iglesia, del cual eran instrumentos los demás
enemigos del reino de Dios. El vidente de Patmos se propone describirnos ahora la
derrota final del Dragón (20:1-10). En esta visión, el autor sagrado prosigue la narración
lógica, interrumpida en el capítulo 12:9, con la inserción de cierto número de visiones
particulares. El Dragón es vencido también, encadenado y encerrado durante mil años.
Con esto llega la paz del milenio. Al final del milenio es soltado de nuevo el Drag ón, que
intenta destruir otra vez a la Iglesia. Se da una gran batalla de Satan ás contra la Iglesia,
en la que el Dragón es definitivamente derrotado y encerrado por siempre en el infierno
(20:7-10). El capítulo 20 termina con el juicio final delante del trono de Dios (20:11-15) 1.
El vidente de Patmos contempla un ángel que desciende del cielo con las llaves del
abismo y una gran cadena en su mano (v.1). Viene preparado para la misión que Dios le
ha encomendado en favor de su Iglesia. Va a hacer prisionero al Dragón, encadenándolo
y encerrándolo por cierto tiempo en el abismo. En Isaías 24:21-22 se dice que Dios
castigará a los reyes de la tierra en el "día de Yahvé," "y serán encerrados, presos en la
mazmorra, encarcelados en la prisión, y después de muchos días serán visitados." La
idea de Isaías se parece bastante a la de San Juan. El Abismo en el cual ser á encerrado el
Dragón es el lugar en que se encuentran las potencias infernales. Dios tiene el poder de
abrir y cerrar este abismo 2, pues posee la llave del hades y de la muerte 3. De ahí que
pueda mandar al ángel con la llave para encerrar en él al Dragón. Y, en efecto, el ángel
cogió al Dragón y lo ató con la cadena durante mil años (v.2).
La prisión del Dragón en el Abismo durará mil años. Este período de tiempo tiene una
importancia especial en esta sección, en donde se repite hasta cinco veces 7. Es el tema
peculiar de esta primera parte del capítulo 20. El número mil años indica un tiempo muy
largo, pero indefinido. Y, por largo que sea, en comparación con la eternidad resulta s ólo
un pequeño lapso de tiempo.
Una vez que el ángel encadenó al Dragón, lo arrojó al abismo y lo cerró con la llave,
poniendo sobre él el sello de Dios, para que no pudiera salir y extraviar a las naciones
(ν.3). Durante la prisiσn, que durará mil años, el Dragón no podrá seguir seduciendo a las
naciones contra la Iglesia de Cristo. De este modo, los cristianos se verán libres de sus
más fieros enemigos, que les perseguían a muerte. Y podrán gozar de paz durante todo
este tiempo. Pasados los mil años, se le dará suelta al Dragón un poco de tiempo para que
ponga en ejecución su postrera hazaña, a la que seguirá la derrota definitiva.
La prisión en la que es encadenado y encerrado el Dragón es distinta del lago de fuego, al
que fueron arrojados la Bestia y el seudoprofeta, y en el que será arrojado luego el mismo
Dragón 8. El lago es el lugar de tormento en el que expían sus pecados los condenados; el
abismo, en cambio, es una prisión provisional de detenidos, en el que el Dragón sufrir á
un castigo preliminar antes de su derrota definitiva. Sin embargo, no hay que tomar
demasiado al pie de la letra las palabras de un libro como el Apocalipsis, en que tanto
abunda el lenguaje figurado.
El encadenamiento del Dragón durante mil años significa la limitación de los poderes
subversivos del demonio. Es la neutralización de su poder, de su actividad,
disminuyendo aún más la libertad que se le había dejado en 12:9. Este encadenamiento
del Diablo ha de entenderse en el mismo sentido que el del fuerte atado de Mt 12:29 9·
San Agustín explica también nuestro pasaje en el sentido de una neutralización parcial
del poder diabólico 10.
La expresión mil años es un número redondo, que designa, como ya dejamos dicho, un
tiempo muy largo, de duración casi infinita. San Jerónimo y San Agustín, con la mayor
parte de los exegetas que dependen de ellos, creen que estos mil años designan el período
de tiempo existente entre la primera venida de Cristo y la consumación final. El corto
período en que será librado Satán lo identifican con el período de tres años y medio de
actividad del anticristo.
El Imperio romano idolátrico, hasta aquí animado por el espíritu de Satanás, reconocerá
al fin su error, cesará de perseguir el nombre de Cristo, dará la paz a la Iglesia y se
confesará él mismo cristiano. La mayor venganza de Dios está en que sus enemigos se
conviertan a El reconociendo su error. Así se vengó el Señor de Saulo (San Pablo)
cuando tan encarnizadamente le perseguía. Llegamos, pues, al día de la victoria y de la
paz. ¿Cuánto durará esta paz? Los profetas no le ponen término. Tanto como el sol y la
luna, dicen Jeremías H y el salmo 12. San Juan señala la duración de mil años, es decir, un
espacio de tiempo muy largo, una eternidad. ¿Había de ser el profeta del Nuevo
Testamento menos optimista que los del Antiguo Testamento? De ninguna manera. Sin
embargo, los profetas del Antiguo Testamento nos presentan el mesianismo, o sea el
reino de Dios, realizado en la tierra, mientras que, para el vidente de Patmos, esta
realización sobre la tierra es tan sólo transitoria. Su realización definitiva será en el cielo,
gozando de la vida eterna, que es la vida de Dios. Allí es donde tendr án pleno
cumplimiento las palabras del ángel a la Santísima Virgen: "Y su reino no tendrá fin."13
San Juan continúa describiéndonos su visión: ve que se colocan tronos y sobre ellos se
sientan ciertos personajes para juzgar (v.4). Según el estilo apocalíptico, no dice quién
coloca esos tronos. Tampoco se dice si es en la tierra o en el cielo. A la verdad, lo mismo
puede ser abajo que arriba, pues los que en ellos se han de sentar son del cielo, mas, por
su influencia, estarán también en la tierra. Los personajes que se sientan en los tronos lo
hacen en función de jueces. Juan tampoco nos dice quiénes eran los que se sentaron en
los tronos. En el Nuevo Testamento se dice de los doce apóstoles: "En verdad os digo
que vosotros, los que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre
se siente sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel," 14 Pero también se dice de todos los cristianos que se
sentarán en tronos y juzgarán al mundo: "¿Acaso no sabéis — dice San Pablo — que los
santos han de juzgar al mundo? ¿No sabéis que hemos de juzgar aun a los ángeles?" 15 El
vidente de Patmos, siguiendo esta misma doctrina, presenta a los fieles cristianos
participando ya de la potestad regia y judicial de Jesucristo.
Entre todos estos cristianos ocupan un lugar preeminente los mártires que habían sido
degollados por el testimonio de Jesús y los que no habían adorado a la Bestia ni hab ían
recibido su marca. Estos son los que ve San Juan sentarse sobre los tronos preparados
para juzgar. Todos éstos, es decir, los mártires y confesores, vivirán y reinaran con
Cristo por espacio de mil años. El autor sagrado no nos dice dónde reinarán, si en el cielo
o en la tierra. Pero parece que San Juan se refiere a un reinado de los fieles cristianos de
índole espiritual. Una vez que el instigador a la guerra fue aprisionado, la paz reinará en
la tierra por un tiempo indefinido. Es la duración del reinado del Príncipe de la paz 16. Los
cristianos fieles a Cristo vivirán reinando, es decir, ejerciendo funciones de reyes. ¿Qué
significa esto? Ante todo hemos de advertir que reinar con Cristo es participar de su
autoridad soberana de rey. Jesucristo, como dice San Pablo, en premio de su obediencia
hasta la muerte de cruz, recibió la suprema autoridad de Señor, de Soberano, sobre los
cielos, la tierra y los infiernos 17. San Juan, por su parte, dice de Jesús que es Rey de reyes
y Señor de señores 18. Esta es la realeza que el Salvador confesó poseer ante Pilato. ¿En
qué consiste el ejercicio de esa realeza? Pues consiste en distribuir a los hombres la
gracia que con su pasión nos mereció, de suerte que con ella unos alcancen la vida eterna
y otros justifiquen la conducta de Dios al ser excluidos de ella. El Se ñor prometi ó a los
apóstoles, como premio por haberle seguido, que se sentarían en doce tronos para juzgar
a las doce tribus de Israel. Juzgar es igual que gobernar, que reinar sobre el pueblo de
Dios, sobre la Iglesia. Lo que se promete a los apóstoles por haber seguido a Cristo, lo
atribuye ahora el autor sagrado a los que en medio de las persecuciones le siguieron sin
temor a la muerte. Dios hace justicia a los santos en cuanto que les concede la gracia de
reinar en lugar de sus perseguidores.
La fe católica confiesa que el Señor honra a los santos del cielo otorgándoles influencia
en el mundo por medio de su intercesión. Además, gusta de tomarlos como ministros
suyos en la comunicación de su gracia, no porque de ellos tenga necesidad, sino para
honrar a los que le honraron en la tierra. En esto consiste precisamente ese reinar de los
fieles con Cristo por mil años. Entre todos ocupará el primer lugar la Virgen Madre, la
Reina de los mártires, con su esposo, San José; después los apóstoles, según la promesa
del Señor, y luego cuantos superaron las pruebas, cada uno según sus merecimientos.
Esta gloria que los santos reciben después de su muerte es la primera resurrección, en la
cual no toman parte los demás muertos (v.5). ¿Quiénes son estos muertos? Pues todos los
demás que no han pasado por el fuego de la persecución. El vidente de Patmos parece
mirar aquí principalmente a los que se mantuvieron fieles en la presente persecución,
pues su propósito es alentar a los fieles a soportarla. Pero el motivo formal de su
afirmación parece exigir que en esta categoría se incluyan también los que en tiempos
anteriores pasaron por las mismas pruebas y los que habían de pasar en el futuro.
Algunos autores, en cambio, interpretan la expresión los restantes muertos de los que
adoraron a la Bestia. Estos idólatras no participarán con Cristo del reinado espiritual por
espacio de mil años. Continuarán muertos hasta la resurrección corporal de todos los
difuntos, y entonces resucitarán para ser castigados en el infierno 19. Según esto, el autor
del Apocalipsis contrapondría la resurrección espiritual, por medio de la gracia, en este
mundo, que tendrá su plena expansión en el cielo, y la corporal, al fin del mundo. La
resurrección primera es la que se ejecuta ya en la vida presente mediante la gracia; la
resurrección segunda tendrá lugar al fin del mundo, cuando resuciten corporalmente
todos los muertos.
San Juan llama bienaventurados a los que tengan parte en esta primera resurrección,
porque, si se mantienen fieles a la gracia, tienen ya asegurada la vida eterna; y la segunda
muerte, es decir, la muerte eterna, no tendrá poder sobre ellos (v.6). El vidente de Patmos
quiere consolar a los cristianos y animarlos para que se mantengan firmes en su fe. El
que esto haga será dichoso y santo, en cuanto que será en el cielo lo que eran los
sacerdotes en el templo de la tierra, que vivían cerca de Dios y en su presencia,
presentándole las ofrendas y los sacrificios. Tendrá una relación más íntima, una especial
vinculación con Dios, como la que tenían los reyes y los sacerdotes de la Antigua Ley.
Será, como Jesucristo, rey, con poder para juzgar, y sacerdote, con potestad para
ofrecerle las oraciones y los sacrificios de toda la Iglesia y de la humanidad 20.
Todo esto durará mil años. El que tenga parte en la primera resurrección, propia de los
mártires y de los que han padecido por el nombre de Cristo, reinarán con Cristo por mil
años y tendrán asegurada la resurrección final, porque el Señor ha afirmado:
"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de
los cielos." 21
Este período de mil años tiene poca importancia en el conjunto del Apocalipsis. Sin
embargo, en esta sección (20:1-6) se insiste varias veces en dicho lapso de tiempo. Todo
el interés del Apocalipsis pasa directamente de los tres años y medio de persecución a la
vida de la nueva Jerusalén, que durará por siempre.
Sin embargo, no hay que pensar que la creencia milenarista constituyese un dogma de la
Iglesia primitiva. Muchos otros grandes escritores y santos del cristianismo primitivo,
como San Clemente Romano, Hermas, Clemente Alejandrino, San Cipriano, San
Dionisio de Alejandría 30, San Efrén, ignoran o combaten claramente el milenarismo.
Orígenes escribió en contra de esta creencia milenarista, tratándola de necedad judía 31.
San Jerónimo, siguiendo a Triconio, en numerosos pasajes de sus obras interpreta el
milenarismo en sentido espiritual; aunque, por otra parte, se muestra bastante indulgente
con las ideas milenaristas32. Pero será San Agustín, después de algunas incertidumbres
iniciales 33, el que dará la interpretación que se hará clásica en la Iglesia 34.
La interpretación espiritual dada por San Agustín consiste en lo siguiente: el milenio
abarcaría todo el tiempo comprendido entre la encarnación de Cristo y su retorno
glorioso al fin de los tiempos. Durante este tiempo, la actividad del Diablo será coartada
y restringida. Cristo reinará con la Iglesia militante en la tierra hasta la consumaci ón de
los siglos. La primera resurrección ha de entenderse, por lo tanto, espiritualmente, y
designa el bautismo, o sea el nacimiento a la vida de la gracia 35. La vida regenerada del
cristiano es llamada primera resurrección, en contraposición a la resurrección general o
segunda. Como la muerte primera, que es la separación del cuerpo y del alma, se opone a
la segunda muerte o condenación eterna, comenzada en la tierra por el pecado; del
mismo modo la primera resurrección se opone implícitamente a una segunda
resurrección, que seguirá a la par usía y será corporal y general 36. Los tronos del v.4
significarían para San Agustín la jerarquía católica, que tiene el poder de atar y desatar.
Por aquí se ve que San Agustín insiste principalmente sobre la Iglesia militante. Sin
embargo, no hay que pensar que excluya la Iglesia triunfante, pues San Juan asocia
íntimamente la una con la otra. Los bienaventurados, sobre todo los mártires, así como
todos los fieles en general, reinan con Cristo ya antes de la par usía. Unos reinan
mediante la vida de la gracia, los otros mediante la vida en la gloria. Por consiguiente, el
milenio viene a ser como un cuadro de la vida de la Iglesia, tanto en su estadio provisorio
como en el estadio definitivo. Los bienaventurados (mártires, confesores, etc.) reinan con
Cristo en el cielo, y los fieles que vienen a este mundo reinan con Cristo mediante la vida
de la gracia. "La profecía del milenio — dice el P. Alio —, que forma un cuerpo perfecto
con las otras profecías del libro, es simplemente la figura del dominio espiritual de la
Iglesia militante unida a la Iglesia triunfante, después de la glorificación de Jes ús, hasta
el fin del mundo" 37.
Algunos autores modernos sugieren otra interpretación: "La resurrección de los mártires
simbolizaría la renovación de la Iglesia después de la persecución de Roma, como la
resurrección de los huesos en Ezequiel 37:1ss simbolizaba la renovación del pueblo
israelita después de la dispersión del destierro." 38
Pasados los mil años en que el Diablo estuvo encadenado, será soltado, y entonces se
dedicará a seducir al mundo y a juntar fuerzas para dar el último asalto contra Dios (v.7).
Como el Imperio romano y el sacerdocio pagano, simbolizados por las dos Bestias, ya
habían desaparecido aniquilados por Jesucristo y su ejército, Satanás busca aliados y
colaboradores en las hordas bárbaras de los escitas de Gog y Magog. Para la redacción de
este último episodio de la lucha entre Cristo y Satanás, San Juan se ha inspirado en
Ezequiel (v.38-39), en donde se habla de la invasión de Gog. Los pueblos escitas, a los
que pertenecían Gog y Magog, se hicieron célebres en la literatura judía después de su
invasión en Asia (630 a. C.) por su ferocidad. Ezequiel nos presenta a Israel
recientemente restaurado, que habita en su tierra tranquilo y confiando más en la
protección del Señor que en la fortaleza de sus ciudades, desprovistas de murallas. De las
regiones del aquilón llega una invasión feroz de pueblos desconocidos, los cuales,
atraídos por la fácil presa que Israel les ofrece, pretenden acabar con él. Pero el Señor
interviene en favor de su pueblo, siembra la discordia en el campo de los invasores y
unos a otros se destrozan totalmente.
Jesucristo también nos habla de que al fin de los tiempos las luchas perpetuas entre la
ciudad del mundo y la ciudad de Dios se agravarán 42. Y San Pablo, escribiendo a los
tesalonicenses, también dice que llegará un tiempo en que el hombre de iniquidad será
dejado libre, y "entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el
aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida."43
Pues lo que el Salvador y su Apóstol nos exponen en esta forma, San Juan nos lo va a
declarar inspirándose, como ya dijimos, en Ezequiel. Al Diablo, una vez suelto, se le
permitirá desarrollar su labor ordinaria, que es extravían a las naciones que moran en los
cuatro ángulos de la tierra (v.8), es decir, en las fronteras del Imperio romano. Las
organizará en torno a sus aliados Gog y Magog 44, formando con ellos un ejército
numeroso como las arenas del mar, Gog era para los judíos y cristianos de los primeros
siglos un conductor de hordas bárbaras contra Palestina y Jerusalén, como lo sería más
tarde para el mundo cristiano Atila con sus ejércitos. Gog, por instigación diabólica,
reunirá una inmensa horda salvaje y bárbara al fin de los siglos para destruir a la Iglesia
de Cristo, que, como Israel después de la restauración, vivía tranquila en torno a su
Señor. Y esa horda feroz, como los ejércitos de Gog en Ezequiel, subirá por la llanura45
de la Tierra Santa para asediar el campamento de los santos y la ciudad amada (v.g), que
es la Iglesia, y acabar con ella. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se
emplea con frecuencia la expresión subir para indicar la ida a Palestina, y sobre todo a
Jerusalén46. Y, en efecto, la tierra de que nos habla San Juan designa Palestina; y la
llanura debe de ser la de Esdrelón, lugar obligado de paso de los ejércitos invasores.
Estas hordas invasoras deben de ser las mismas que juntaron los reyes de la tierra en
Harmagedón para luchar contra Dios y el Cordero47. Luego cercan el campamento de los
santos, es decir, a los cristianos, que constituyen el verdadero pueblo de Dios, y a la
ciudad amada, la Sión del Antiguo Testamento, que aquí representa la nueva Jerusalén,
la Iglesia de Cristo. Pero Dios acudirá en auxilio de los suyos. Como en Ezequiel 48 y
como en la literatura apocalíptica, la victoria se obtiene sin necesidad de lucha49. El Señor
hará descender fuego del cielo y los devorará. Con esto, el ejército invasor quedará
totalmente destrozado. Satanás, que había tratado por todos los medios de destruir a la
Iglesia, será definitivamente encarcelado. Ya no podrá volver a intentar la ruina de la
nueva Jerusalén. Así terminarán las luchas seculares entre las dos ciudades: la de Dios y
la del Diablo. Se trata, naturalmente, de las luchas de las naciones infieles y de las
herejías contra la Iglesia, que al final de los tiempos se desencadenarán con redoblado
encarnizamiento. Una vez vencido el Dragón en este combate final, será arrojado en el
lago de fuego, en donde le habían precedido la Bestia y el seudoprofeta, y en donde
serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (v.10). La derrota de Satanás
será definitiva. Ya no volverá a salir más del infierno, en donde se encontró con los
emperadores que encarnaron a la Bestia, y los sacerdotes paganos y seudodoctores que
combatieron el nombre de Cristo, tratando de seducir a los fieles 50. Allí serán
atormentados sin fin, eternamente. El autor sagrado enseña claramente la eternidad de las
penas del infierno. Y parece contemplar un período en que los enemigos de Dios y de su
Iglesia desaparecerán totalmente. Tal vez se refiera al término del ciclo de la Iglesia
perseguida y militante y al comienzo de la Iglesia triunfante. Se cierra el tiempo para dar
principio a la eternidad51.
El autor sagrado pone con esta escena punto final a todas las luchas y agitaciones
terrestres. Toda oposición contra Cristo y su Iglesia es desterrada para siempre. De este
modo se podrá volver a una paz y a una felicidad que superarán con mucho la paz y la
felicidad de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal 52. Será la felicidad
ininterrumpida del cielo.
El trono sobre el cual aparecía sentado Dios, el Juez supremo, era alto, para
significar de algún modo la alta dignidad de quien se sienta en él 56. Su color era blanco,
propio de los personajes celestes, y que simboliza la victoria, la santidad, la justicia y al
mismo tiempo la misericordia 57. La majestad del que se sienta en el trono es tan grande,
que los cielos y la tierra no pueden soportarla y desaparecen sin dejar ningún vestigio.
Serán reemplazados por un cielo nuevo y una tierra nueva 58.
San Juan ve después delante del trono a los muertos que habían de ser juzgados (v.1a).
Eran los hombres que habían muerto, pero que ahora habían vuelto a la vida. La multitud
estaba compuesta de personajes que en el mundo fueron socialmente poderosos y
grandes; pero tampoco faltaban los humildes y de condición baja. Todos estaban de pie
delante del trono, esperando la sentencia del Juez supremo. Guando todos estuvieron
reunidos, fueron abiertos varios libros. En unos estaban escritas las obras buenas y malas
de cada uno de los hombres que habían de ser juzgados; pues, como dice el Libro de
Henoc, "todo pecado es anotado día por día en el cielo en presencia del Altísimo." 59
Según lo que resultare de estos libros, recibirá cada uno la sentencia. Para unos será la
bienaventuranza, para otros la condenación eterna. La Sagrada Escritura nos habla con
frecuencia de los libros de Dios, como para indicar que en el juicio divino se sabrán todas
las cosas que hicieron los mortales. Es un modo humano de concebir y expresar las cosas
divinas, que de otra manera no podemos declarar. En realidad, como dice San Agust ín 60,
Dios no necesita de libros ni memoria para acordarse de lo que ha hecho cada uno. Su
presciencia divina lo conoce todo y nada podrá escapar a su juicio infalible. Todos serán
juzgados según sus obras. De donde se sigue que no basta la sola fe para salvarse, sino
que son necesarias las obras buenas. En otro libro, es decir, en el libro de la vida61, están
escritos los nombres de los predestinados para la vida eterna. Cuantos no estén inscritos
en este libro serán arrojados al conocido lago de fuego (v.15). Del libro de la vida se habla
bastantes veces en la Biblia62.
Todos los muertos tendrán que comparecer a juicio. Nadie se librará de él. Porque tanto
el Mar, como la Muerte y el Infierno o Seol entregaron los muertos que tenían en su seno
para que fueran juzgados según sus obras (v.15). El Mar, el Seol (Infierno) y la Muerte
están aquí personificados como tres monstruos insaciables 63 o como poderosos
carceleros que tenían a los muertos encerrados en remotísimas prisiones. Sin embargo,
ante el mandato de Dios, tienen que entregar dócilmente las presas que consideraban
suyas. En el salmo 139:8-9, el cielo, el mar y el seol son símbolos de los lugares más
secretos e inaccesibles. Aquí significan que no hay lugar, por muy oculto que sea, que no
tenga que restituir todos los muertos. Ni uno solo de ellos podrá librarse del juicio de
Dios. El Seol (ó "Αιδης), que frecuentemente se traduce por infierno, no designa el lugar
en donde los condenados serán atormentados por toda la eternidad. El seol, en el Antiguo
Testamento, designaba una región tenebrosa, una especie de caverna adonde iban las
almas de todos los hombres, buenos y malos, después de la muerte. En él no se daban ni
premios ni castigos. Los muertos vivían en el Sheol en un estado de semiinconsciencia y
eran considerados como sombras de la existencia terrena 64. Por consiguiente, el seol (6
"Αιδης), en el pasaje del Apocalipsis que estamos comentando, designa un lugar
provisional que ha de desaparecer cuando Dios llame a juicio a los muertos.
El autor del Apocalipsis hace hincapié, sobre todo, en la resurrección de los que no
estaban inscritos en el libro de la vida. Después nos declarará la suerte dichosa de los
justos en la nueva Jerusalén. Hay, pues, una resurrección final para buenos y malos. Pero
para los buenos será resurrección para la vida; en cambio, para los malos será
resurrección para la muerte eterna, para el juicio eterno71.
1 Cf. P. Gaechter, The Original Sequence of Ap 20-22: Theological Studies 10 (1949) 485-521; M. C.
Tenney, The Importance and Exegesis of Revelation 20:1-8: Bibliotheca Sacra ni (1954) 137-148; J. M.
Kik, Revelation Twenty (Filadelña 1955) IX-92; R. Summers, Revelation 20. An Interpretation: Review
and Expositor 57 (1960) 176-183. — 2 Ap 9:1. — 3 Ap 1:18. — 4 Cf. Ap 12:9. — 5 Cf. Gen 3:1-19. — 6 Sab
2:24. — 7 Ap 20:2.3.5.6.7. — 8 Ap 20:10. — 9 Cf. Me 3:27; Le ii,21. EnHenoc (18:12-16; 19:1-2; 21:1-6) se
habla también del encadenamiento de los ángeles malos. — 10 "Alligatio diaboli — dice San Agust ín —
est non permitti exercere totam tentationem quam potest" (De chítate Dei 20:8:1). — 12 Sal 72:5-7· — 11
Jer 31:35- — 13 Le 1:33. — 14 Mt 19:28; Le 22.29-30. — 15 1 Cor 6:2-3; cf. Le 22:30. — 16 Is 9:6. — 17 Fil
2:7-11. — 18 Ap 19:16. — 19 M. García Cordero, o.c. p.204. — 20 Cf. Sal 110:4; Heb 5:9; 7:11.17. — 21
Mt 5:10. — 22 Del milenio ya hemos hablado en la Introducción p.31iss. Allí también se puede ver la
bibliografía sobre este tema. — 23 El primer libro que nos habla en el Antiguo Testamento de la
retribución en la vida futura es el de Daniel (12:2-3). Despu és tambi én hablar á el libro 2 de los Macabeos
(7:9.14.23; 12:43-46) y el libro de la Sabiduría (3:1; 5:1.5.15.16). — 24 M. Garc ía Cordero, o.c. p.205-206.
— 25 Cf. H. Bruders, La part de la Chronique ju'ive dans les erreurs de l'histoire universelle: NRTh 56
(1934) 937-939. — 26 Cf. Eusebio, Hist. Eccl. 39:11-13. — 27 Cf. San Justino, Dialogo con Trif ón 80-81. —
28 San Ireneo, Adv. haer. 5:29:3ss; 5:31:1-2; 32:1; 35,i; 35:2: PG 7:1201-1221. — 29 Tertuliano, Adv.
Marcionem 3:24: PL 2:355-356. — 30 Cf. eusebio, Hist. Eccl. 7:24. — 31 Cf. Proí. in Cant; De principiis
2:11:2. — 32 Cf. In haiam 18: PL 24:627. — 33 Serm. 259:2. — 34 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-
668. — 35 Rom 6:1-10; Gol 3:1-2; Fil 3:20; cf. Jn 5:25-28. — 36 E. B. Allo, o.c. p-324- — 37 E. B. Allo,
o.c. p.328. — 38 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dej érusalem p.79. — 39 Cf. Dom
Leclercq, Millénarisme, en Dicí. d'archéol. et liturgie XI 1192-1194. — 40 El P. Manuel de Lacunza y D íaz
nació en Santiago de Chile en 1731. En 1747 entró en la Compa ñía de Jes ús. Muri ó el 17 de junio de 1801.
En los últimos quince años de su vida se dedicó al estudio del problema milenarista. El fruto de su estudio
cristalizó en un libro cuyo título era La venida del Mes ías en gloria y majestad. Cf. Beltr án Villegas, El
milenarismo y el Antiguo Testamento a través de Lacunza: Dissertatio ad Laureara apud Pontif.
Athenaeum "Angelicum" (Valparaíso 1951); A. F. Vaucher, Une cél ébrit é oubli ée: le P. Manuel de
Lacunza y Díaz, S. I. (1731-1801) (Coilonges-sous-Saléve 1941). — 41 Cf. A AS 36 (1944) 212. Adem ás de la
bibliografía ya dada en las p. 31955, ofrecemos la que sigue sobre el milenarismo: E. B. Allo,
L'Apocalypse de Sí. /ean3 (París 1933) p.LXIU-LX1V.CXII-CXLIII; id., St. Paul et la double r ésurrection
corporelle: RB 41 (1932) 187-209; W. A. Brown, Millenium, en A Dictionary ofthe Bible (Hastings) 3
(1900) 370-373; A. Har-Nack, Millenium, en TheÉncyclopedia Britannica n. a ed. 18 (1911) 460-463; T. de
beláuste-gui, La conversión de los judíos y el fin de las naciones (Barcelona 1922); A. Colunga, Los
sentidos de las profecías: Actas del Congreso Internacional de Apolog ética 2 (Vich 1910) p.63-81; H.
Hopfl, De regno mulé annorum in Apocalypsi: VD 3 (1923) 206-210.237-241; ch. journet, La signification
des prophéties touchant le royanme de Dieu: accord partiel d'un j ésuite et d'un adventiste: Nova et Vetera
17 (1942) 438-451; J. B. frey, Le conflit entre le messianisme de Jes ús et le messianisme des juifs de son
temps: Bi 14 (1933) 133-149-269-293; O. Cullmann, Le Re-tour du Christ esperance de l' Église selon le
Nouveau Testament: Coll Gahiers Théologiques de l'Actualit é Protestante (Par ís-Neuch átel 1948); C. H.
Schaible, Las primeras ediciones de la obra de Lacunza: Revista Chilena de Historia y Geografía ni (1948)
205-271; R. Silva Castro, En torno a la bibliografía de Lacunza: ibid. 105 (1944) 167-182. — 42 Mt 24:21-22.
— 43 2 Tes 2:3-8. — 44 Magog es citado en Gen 10:2 como hijo de Jefté. En Ez 38:2, Magog es el país o el
reino del príncipe Gog. Este país estaba situado probablemente cerca del mar Caspio. En la literatura
apocalíptica posterior, Gog y Magog designan claramente dos pueblos. Para el autor del Apocalipsis
simbolizan las naciones paganas coligadas por el diablo contra la Iglesia. Cf. A. gelin, o.c. 658. — 45
Nácar-Colunga tienen la anchura; pero το ττλάτος tambiιn se puede traducir por la Ranura,'que parece
estar más en conformidad con el pensamiento de San Juan. — 46 Cf. Le 2:4. — 48 Ez 38:22; 3 9:6. — 47
Ap 16:16. — 49 Cf. Ap 11:5. — 50 Ap 13:11-17. — 51 M. García Cordero, o.c. p.21o. — 52 Cf. J. H.
Michael, A Vision ofthe Final Judgement, Ap 20:11-15: ExpTim 63 (1951' 1952) 199-201. — 53 En otros
pasajes del N. T. es Jesucristo el juez del mundo (Mt 16:27; 25:31-46; Jn 5. 24; Act 17:31; 2 Cor 5>io), y
ejecuta el juicio en nombre de Dios Padre (Jn 5:24; Act 17.3 1)· pues sólo Dios es juez (Mt 18:35; Rom
14:10). — 54 1834:4. — 55 Ap 6:12-14. — 56 Isó.i. — 57 Ap 6:2; 19:8. — 58 Ap 21:1. — 59 Libro de
Henoc 98:7. — 60 De civitate Dei 20:14-15. — 61 Gf Ap 3:5; 13:8; 17:8; 21:27. A propósito de los libros
en que estaban escritas las Dueñas y las malas acciones, cf. Is 65:6; Jer 22:30; Dan 7:10; Mal 3:16; Sal
139:16. — 62 En el libro de la vida tiene Dios escritos a sus amigos, a quienes se prometen largos a ños —
63 Ap 1:18; cf. Prov 27:20. — 64 Cf. J. Salguero, Antropología hebrea e incertidumbre sobre la otra vida:
CultBib 19 (1962) 93-ss. — 65 Rom 5:12. — 66 1 Cor 15:26.54-50. — 67 Ap 21:4; cf. Is 25:8. — 68 Mt
25:41-45 — 69 Mt8,12; 13:42.50; 22:13. — 70 Ap 20:935. — 71 Jn5:29.
Capitulo 21.
La nueva Jerusalén, 21:1-22:5.
San Juan ha hablado en el capítulo anterior del estanque de fuego en donde serán
atormentados eternamente los malos; pues bien, ahora, por una especie de
contraposición, comienza a hablar con entusiasmo de la bienaventuranza de los elegidos
en la creación restaurada. Una vez ejecutado el juicio final, se abre una nueva vida para
los predestinados. Toda la naturaleza visible será renovada y transformada. Del mismo
modo que, por el pecado del hombre, la naturaleza fue sometida a la maldición y a la
corrupción 5, así también ahora, con la glorificación del hombre, será librada de la
corrupción y pasará a un estado mejor 6.
El vidente de Patmos contempla un cielo nuevo y una tierra nueva (v.1). Esta idea es un
tema apocalíptico7 que tiene también grandes resonancias en las esperanzas mesiánicas.
El profeta Isaías anuncia para los tiempos mesiánicos la creación de "cielos nuevos y una
tierra nueva"8. Y los apócrifos judíos hablan también de la aparición de un mundo nuevo
que saldrá del caos del mundo antiguo 9. El Libro de Henoc afirma claramente: "Y
después de esto, en la semana décima., tendrá lugar el gran juicio eterno. Y el primer
cielo desaparecerá y pasará, y un cielo nuevo aparecerá, y todas las potestades del cielo
brillarán eternamente siete veces más. Y después de esto vendrán semanas numerosas,
que transcurrirán innumerables, eternas, en la bondad y en la justicia, y desde entonces el
pecado no volverá a ser nombrado nunca más" 10. Esta misma concepción se encuentra en
el Nuevo Testamento. En este sentido nos dice la 2 Pe: "Nosotros esperamos otros cielos
nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del
Señor." 11 El Apocalipsis, lo mismo que la 2 Pe 3:13, entienden esta transformación de los
últimos tiempos. Es algo parecido a la palingenesia, o nuevo estado de cosas, esperado
por la literatura judía bajo el influjo de ciertos textos proféticos 12. Sin embargo, el
Apocalipsis no enseña una destrucción o renovación real y material del mundo físico,
sino que permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir San Juan es que,
con el juicio divino — purificador más poderoso que el mismo fuego —, los cielos y la
tierra quedarán tan puros que verdaderamente parecerán otros. Quedarán totalmente
libres de los impíos y de los malvados, perseguidores de la Iglesia. Por consiguiente, los
cielos y la tierra serán nuevos, porque quedarán purificados.
El apóstol San Pedro, naciendo alusión a la historia del Génesis 1:9, dice que la tierra
salió del agua, y luego con el agua del diluvio fue purificada 13. Pero "los cielos y la tierra
actuales están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la
perdición."14 El fuego es el elemento de mayor energía purificadora, y, siendo tal la
corrupción de los cielos, mancillados con el culto idolátrico que les rinden los hombres, y
de la tierra, manchada con tantas iniquidades como en ella se cometen, necesitan un
elemento de una gran fuerza purificadora para limpiarlos 15.
San Pablo también espera una especie de nueva creación por la cual suspiran las
criaturas, sintiendo como dolores de parto mientras llega la regeneración espiritual del
hombre 16.
El mar, a imitación de la tierra, desaparecerá del mundo nuevo que surgirá después de la
gran purificación del juicio final. La desaparición del mar es también un rasgo
apocalíptico que se encuentra en la literatura judía. Los Oráculos sibilinos afirman: "Y
sucederá en el último período que el océano se secará." 17. El mar, resto del caos primitivo
acuático, Tehom-Tiamat18, morada de los monstruos marinos Tannim, Leviatan, Rahab y
la Serpiente 19, que tan peligroso resultaba para los que tenían que atravesarlo, tenía mala
fama entre los antiguos. El Dragón del capítulo 12 se apostó en la playa, junto al mar 20; y
la Bestia de siete cabezas y diez cuernos salía del mar 21. Moisés, a la salida de Egipto,
secó el mar Rojo para que pasase el pueblo de Israel. En el mundo nuevo que surgir á al
final de los tiempos ya no existirá el mar.
Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital, la Jerusalén nueva, sea
totalmente celeste. Por eso el autor sagrado dice que vio la ciudad santa descender del
cielo del lado de Dios (v.2).
En el Antiguo Testamento se repite con frecuencia que Yahvé será el único Dios de
Israel e Israel será el pueblo predilecto de Yahvé. Si Israel cumple los preceptos del
Señor, Yahvé le defenderá de los enemigos y lo llenará de felicidades 39. Pero si el pueblo
pecaba y se apartaba de Yahvé, entonces Dios se retiraba de en medio de su pueblo 40. En
la nueva Jerusalén, Dios habitará indefectiblemente en medio de los elegidos, que no
provendrán únicamente de Israel, sino de todas las naciones de la tierra. En adelante ya
no habrá distinción entre judío y gentil, sino que todos podrán entrar a formar parte del
pueblo de Dios mediante la fe 41. La presencia continua e indefectible de Dios en medio
de los elegidos traerá como consecuencia la exclusión absoluta de toda suerte de
penalidades. Lo expresa el autor sagrado con expresiones muy gráficas: enjugara las
lagrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo,
porque todo esto es ya pasado (v.4). Este texto se inspira en el profeta Isaías, el cual dice:
"Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los
rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra" 42. Un nuevo orden de
cosas será inaugurado. En él cesará toda miseria, y los elegidos serán colmados de
felicidad en la nueva Jerusalén, porque la primera condición de la bienaventuranza es la
exclusión de todo mal. Con esto comienza el reino de la alegría y de la felicidad. El
Libro de Henoc también nos describe la felicidad del reino mesiánico en estos términos:
"Y la tierra quedará limpia de toda corrupción, de todo pecado, de todo castigo y de todo
dolor, y no enviaré más (estos azotes) sobre la tierra hasta las generaciones y hasta la
eternidad."43
Después el mismo Dios toma la palabra para dirigirse al vidente (v.5). Es la primera vez
que en el Apocalipsis se dice expresamente que Dios toma la palabra. Esta intervención
suprema de Dios se explica bien si tenemos en cuenta la gravedad de las últimas
revelaciones con que termina el libro. Dios declara que todo será renovado: He aquí que
hago nuevas todas.las cosas. De este modo anuncia la grande restauración de todas las
cosas en Cristo 44. La renovación será tal y tan definitiva, que hará olvidar todo lo pasado.
Así se realizarán las antiguas promesas hechas al vidente de Patmos en sus visiones
pasadas 45. Esta promesa de la renovación total del orden humano y espiritual es
ciertísima, pues así lo asegura el mismo Dios, cuyas palabras son fieles y verdaderas ^6.
Y aunque el hecho todavía no se ha realizado, es tan cierto que se llevará a efecto, que ya
se considera como realizado. Por eso, los designios de Dios son presentados como ya
cumplidos, pues el alfa y la omega, el principio y el fin (v.6), ejecutará todo lo prometido
desde la primera letra hasta la última. Dios es el que dirige la historia, y, por
consiguiente, sabrá ordenar todas las cosas a su fin primario, que es a su misma
glorificación y a la exaltación de su Iglesia. Todo comienza y termina en Dios, porque El
es el Creador de todos las cosas, y todos los seres convergen ininterrumpidamente hacia
El como a su centro y a su fin.
A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas
pasadas 47, y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la
inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo. Esto es lo que significa dar de beber
gratis de la fuente de agua de vida. El que tenga sed designa a aquellos que sienten ansias
de felicidad espiritual y cumplen los requisitos establecidos por Cristo y la Iglesia para
obtenerla. Dios concede esa felicidad bienaventurada gratuitamente, en cuanto que es un
don gratuito de Dios, y porque se conseguirá sin fatiga y sin sufrimientos en el cielo.
Cristo apagará todos los deseos de los elegidos, dándose El mismo a ellos como fuente
de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los
cristianos reciben la gracia y los sacramentos 48; pero Dios los saciará todavía mucho más
perfectamente en el cielo. Aquí alcanzará la promesa divina su más sublime realización
cuando Dios comunique a sus fieles la vida feliz de que El goza. Entonces se realizar á la
perfecta adopción de los cristianos como hijos de Dios (v.v) que Cristo nos comunica ya
en este mundo49. Porque en el cielo es donde entramos en posesión de aquella divina
herencia, la cual sólo poseemos en esperanza en este mundo 50. Pero únicamente la
obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y
aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo 51. Éstos tales
recibirán una magnífica recompensa en el cielo, y Dios será todo para ellos y ellos serán
sus hijos 52. Esta promesa tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura adquiere aquí su
realización escatológica y definitiva.
Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores. En cambio, los cristianos
cobardes, que no se atrevieron a enfrentarse con la persecución, los infieles, los idólatras
y, en una palabra, todos los malos serán terriblemente castigados (v.8). San Juan nos da
una lista de aquellos que, habiendo cometido acciones abominables a los ojos de Dios,
serán arrojados al estanque de fuego. En primer lugar se refiere a los cristianos remisos y
cobardes que, al sobrevenir la persecución, no supieron luchar contra la Bestia y
renegaron de Cristo. Vienen a continuación los infieles que han rehusado la fe, cerrando
los ojos a la luz de la verdad y de la revelación 53. Muchos de éstos se han hecho
abominables a los ojos de Dios por haberse entregado a vicios execrables e impuros,
especialmente a los vicios contra la naturaleza 54. La perversión moral de estos viciosos
viene a causar como mareo en aquellos que perciben su intolerable hedor. También los
homicidas o asesinos, los fornicadores, los hechiceros que en sus artes mágicas se
sirvieron del engaño, los idólatras y todos los embusteros, es decir, todos los mentirosos
y falsos doctores que enseñaron doctrinas erróneas 55, serán castigados por Dios con la
muerte eterna en el estanque de fuego y azufre. Esta muerte eterna es llamada aqu í la
segunda muerte por contraposición a la muerte primera o corporal, que se da cuando el
hombre sale de este mundo.
Este pasaje del Apocalipsis puede considerarse como el eco de aquella afirmación de San
Pablo en su 1 Cor: "¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os
engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces
poseerán el reino de Dios." 56
Juan ve la nueva Jerusalén bajar del cielo envuelta en la gloria de Dios y brillante como
jaspe pulimentado (v.11). Esta claridad de la Jerusalén celeste es la claridad misma de
Dios, es el fulgor de su presencia 66, pues Dios habita en ella y la ilumina 67. El
resplandor, comparable al de las piedras más preciosas, proviene de esta divina
presencia; es una participación de la gloria de Dios que en ella mora. La hermosura de
todas sus partes es el reflejo de la belleza espiritua de todos los que la habitan. La ciudad
tenia un muro grande y alto (v.1a), como todas las ciudades antiguas. No se podía
concebir en aquellos tiempos una ciudad sin murallas que le sirvieran de protección. Sin
embargo, en este caso, el muro es puramente ornamental, pues no habrá peligro de
ataques por parte de fuerzas enemigas. El muro de la ciudad tenía doce puertas, que
llevaban por nombre los de las doce tribus de Israel, como sucedía también en la
Jerusalén de la visión de Ezequiel68. Además, en cada puerta había un ángel, que tenía
por misión vigilar la entrada y defenderla 69. Las puertas estaban distribuidas tres en cada
uno de los puntos cardinales, de donde se infiere que la ciudad era cuadrada y que estaba
perfectamente orientada (ν.13). El muro constaba de doce hiladas, o doce cimientos,
sobre los cuales se levantaba la muralla y la ciudad. Tal vez habría que concebir estos
cimientos dispuestos en hiladas superpuestas y quizá un poco salientes. Cada uno de los
cimientos llevaba el nombre de uno de los apóstoles del Cordero (v.14). La nueva
Jerusalén, que es la Iglesia, está edificada, pues, sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, como decía también San Pablo 70.
La altura del muro era de 144 codos, que viene a dar unos 72 metros, lo que resultaría
demasiado desproporcionado con la elevación de la ciudad (v.17). La cifra 144 codos
corresponde también al número de las doce tribus de Israel elevado al cuadrado (12 X 12).
La medida con que medía el ángel era medida humana, es decir, medida ordinaria,
común entre los hombres cuando escribía San Juan 77. Por consiguiente, aunque las
medidas eran tomadas por un ángel, no obstante están computadas según los cálculos
ordinarios de los hombres 78.
La nueva Jerusalén estaba construida con materiales riquísimos, que sirven para darnos
una idea de su hermosura y esplendidez. La ciudad era de oro puro, transparente como el
vidrio puro (v.18). Era, por lo tanto, como un bloque de oro resplandeciente y translúcido.
Los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda clase de piedras
preciosas (v. 19-20). La idea de una construcción con piedras preciosas puede provenir
del profeta Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica en estos
términos: "Voy a edificarte sobre jaspe, sobre cimientos de zafiro. Te haré almenas de
rubí y puertas de carbunclo, y toda una muralla de piedras preciosas* 79. Cada una de las
piedras preciosas de nuestro texto del Apocalipsis pudo tener en la mente de San Juan un
sentido simbólico que hoy no se puede determinar con certeza. Los nombres de las
piedras corresponden, en parte, a las que el sumo sacerdote judío llevaba en el pectoral 80
y a las que adornaban los vestidos del rey de Tiro según la descripción del libro de
Ezequiel81. El jaspe debe de ser el jaspe verde 82. El zafiro era una piedra preciosa de
color celeste. Por la descripción de Plinio 83 y de otros autores antiguos, parece deducirse
que respondía al actual lapislázuli. La calcedonia es una piedra verde y tornasolada como
el cuello de los pichones. La esmeralda es una gema de color verde. La sardónica es una
variedad del ónice en el que el blanco se mezcla con el rojo. La cornalina es una piedra
preciosa de color rojo cárneo. El crisólito es una piedra del color de oro. El berilo es una
especie de esmeralda de color ligeramente verde-amarillo. El topacio es de color verde-
dorado. La crisoprasa es una especie de ágata de color verde. El jacinto es una piedra
preciosa de color violeta o rojo-amarillo. La amatista es una gema de color violeta 84.
En toda esta profusión de piedras preciosas y de colores, producidos por la claridad que
difundía la gloria de Dios, han visto los Santos Padres la diversidad de los dones de
gracia y la multiplicidad de las virtudes de los bienaventurados. El alma de todo
cristiano que está en gracia, y sobre todo la de los bienaventurados, por su perfección,
refleja y manifiesta la perfección de la gloria divina 85.
El muro de la ciudad estaba flanqueado por doce puertas, tres a cada lado. Cada una de
las puertas era una perla (v.21). La literatura rabínica nos habla de perlas con una anchura
y una longitud de treinta álamos, que Dios emplearía para construir las puertas de
Jerusalén de los tiempos mesiánicos 86. Las tales puertas no se cerraban ni de día ni de
noche (v.25), porque allí no había peligro de enemigos. Sólo podían entrar y salir por
ellas los que estaban escritos en el libro de la vida que tenía el Cordero 87. La plaza, que
debía de estar en medio de la ciudad, era de oro puro, brillante como el cristal. Sobre esta
maravillosa y refulgente pavimentación de la plaza se levantaba el trono de Dios. Sabido
es que en el siglo i el cristal era considerado como un objeto precioso por ser muy escasa
su fabricación. En el tabernáculo construido por Moisés y en el templo de Salomón no
entraban sino materiales preciosos. Pero todavía será mucho más en la ciudad celeste,
contruida para manifestar la magnificencia divina para con los elegidos.
Fin esta maravillosa ciudad, San Juan no vio templo alguno, porque el Dios
todopoderoso, con el Cordero, era su templo (v.22). Sorprende un poco esta constatación
del vidente de Patmos, ya que antes nos ha hablado de un templo y de un altar en el cielo,
en donde sus siervos, los elegidos, le dan culto día y noche 88. Juan empleó esta imagen
tradicional para simbolizar diversas realidades. Pero cuando quiere expresar la gran
realidad de la vida gloriosa en el cielo, esta imagen ya no le parece apropiada. El templo
era el signo de la presencia invisible de Dios en medio de su pueblo 89. Mas en la nueva
Jerusalén, Dios y el Cordero estarán presentes visiblemente y los bienaventurados verán
a Dios cara a cara 90. Por consiguiente, no es necesario un templo, porque todo el cielo es
un templo. La gloria conjugada de Dios y del Cordero lo llena todo. La Jerusalén celeste
está inundada de la presencia inmediata de Dios y del Cordero, que constituyen su
verdadero templo 91. El autor sagrado tenía posiblemente en el pensamiento aquel texto
de Isaías: "Ya no será el sol tu lumbrera, ni te alumbrará la luz de la luna. Yahvé será tu
eterna lumbrera, y tu Dios será tu luz. Tu sol no se pondrá jamás y tu luna nunca se
esconderá, porque será Yahvé tu eterna luz." 92
Dios y el Cordero son puestos en este pasaje en pie de igualdad como en otros lugares del
Apocalipsis 93. De donde se deduce claramente que el Cordero es considerado por San
Juan como una persona divina semejante al Padre. Los ciudadanos de la nueva Jerusalén
están iluminados por el resplandor luminoso de Dios y del Cordero. Por eso, la ciudad no
había menester de sol ni de luna que la iluminasen (v.23). Todas estas expresiones han de
ser tomadas en sentido espiritual. Dios es el sol que ilumina toda la vida interior del
cristiano y será la luz indefectible, la verdadera bienaventuranza de los predestinados.
La gloria que alumbra la ciudad de Dios no es otra cosa para San Juan que la lumbre de la
gloria con que Dios se da a conocer a los santos y los beatifica. Y la luz que derrama el
Cordero es la gloria que sobre los santos mismos derrama la humanidad glorificada de
Jesucristo, la cual, después de la visión beatífica de la esencia divina, ser á lo que m ás
aumente la gloria de los bienaventurados.
1 Ap 21:1-22:5. — 2 Ap 17:1-18:24. — 3 Cf. Ap 7:9-1?; 14:1-S; 15:2-4; 20:4-6. — 4 E. B. allo, o.c. p.339-
340. — 5 Gen 3:17; Rom 8:19-23. — 6 Act 3:19-21; 2 Pe 3:7-13. Cf. M. sales, o.c. p.67 Ó. — 7 Cf. Ap 2:7.
— 8 Is 65:17; cf. 66:22. — 9 4 Esd 7:30-31. — 10 Libro de Henoc 91:16-17. — 11 2 Pe 3:13. — 12 Is 65:17;
66:22. Cf. Libro de Henoc 24:1-5; 39:4; 41:2; 45:4-5; 91:16; Jubileos 1:29; Apocalipsis de Baruc 32:6;
57:2; 4 Esd 7:31.' — 13 Gén6:6ss. — 14 2 Pe 3:5-7. — 15 Cf. W. Watson, The New Heaven and the New
Earth: The Expositor 9 (1915) 165-179; A. Colunga, El cielo nuevo y la tierra nueva: Sal 3 (1956) 485-492;
M. García Cordero, o.c. p.214. — 16 Rom 8:19-23. — 17 Oráculos sibil 5:15 — 18 Gen 1:2. — 19 Ap 12:3-
4. — 20 Ap 12:18. — 21 Ap 13:1. — 22 Apocalipsis de Baruc 4:3-7; 4 Esd 7:26; 10:44-59. Cf. Libro de
Henoc 90:28-29; A. Bail-Let, Fragments araméens de Qumrán: 2. Description de la J érusalem Nouvelle:
RB 62 (195S) 222-245. — 23 Os 1-3; Jer 2:2; 3:1-13; Ez 16. — 24 Ef 5:25-32. — 25 Ap 19:7-9; cf. 21:9. —
26 Mt 9:15; 22:2-14; Jn 3:29; 2 Cor 11:2. — 27 Ef 5:25SS. — 28 Cf. D. Yubero, La nueva Jerusalén del
Apocalipsis, 21:15: CultBib 10 (1953) 359-362. ^ Ex 40:34-35- — 30 La expresión Sekinah, muy empleada
en la literatura judía, significa habitación, tienda, presencia. Proviene del verbo sakan: "habitar." — 31 M.
García Cordero, o.c. p.21s; J. leal, La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento. I. Evangelios (Madrid 1961)
p.814-815. — 32 Ex 23:20-23; 40:34-38. — 33 Jn 1:14; 17:22. — 34 Is 7:14; 8:8. — 35 Ez 37:27. — 36 Ez
3:12; 11:23. — 37 Ez 43:1-5- — 38 Ez 48:35; cf. 2 Grón 6:18; Zac 2:9. — 39 Ex 6:7; Lev 26:11-12; Jer
38:33 (LXX); Zac 8:8. — 40 Ez 11:22-23. — 41 Rom 10:12-13; cf. Ap 5:10; 7:15-17. — 42 Is 25:8; cf.
35:10; 65:17-19. — 43 Libro de Henoc 10:22. — 44 2 Cor 2:17; cf. Rom 8:1-23. — 45 Cf. Ap 19:9; 22:6. —
46 Ap 3:14; 19:11. — 47 Ap 2:7.11.17.26; 3:5.12.21 — 48 Jn 4:10.14; 7:38. — 49 Rom 8:23. — 50 Rom
8:17; Gal 4:7. — 51 Mt 19:27; Mc 10:28; Lc 18:28. — 52 Sal 16:5-6;Mt 19:29; Lc 18:29; cf. 2Sam7,14; 1
Crón 17:13; 28:6. — 53 Cf. Ap 2:13; 3,14; 17:14. — 54 Rom 1:25-27. — 55 Ap 9:21; 22:15; cf. Jn 8:44. —
56 1 Cor 6:9-10. En el comentario que precede de Ap 21:1-8 hemos notado la relaci ón existente entre
ciertas imágenes de esta sección y algunas empleadas por el profeta Isa ías. Hay ciertos autores que
afirman — tal vez con alguna exageración — que la secci ón Ap 21:1-8 se inspira casi totalmente en el
Deutero-Isaías. Con el fin de demostrar esta tesis, se establecen tablas comparativas que manifiestan
bastantes coincidencias literarias: compárese Ap 21:1 conls 65:17; 51:6.10; Ap 21:2 conls 52:1; 61:10;
49:18; Ap 21:4 con Is 25:8; 65:19; Ap 21:5 con Is 43:19; Ap 21:6 con Is 44:6; 55:1; 49:10. Todos estos
textos de Is aluden a la maravillosa restauraci ón de la nueva Jerusal én. Igualmente en el Ap la secci ón
21:1-8 se refiere a la creación de la nueva Jerusalén despu és de las grandes pruebas de la persecuci ón. —
57 La visión de Ap ai.gss parece como una repetici ón de Ap 21,2ss. De ah í que haya autores que llegan a
suprimir Ap 21:9-10 (cf. J. Comblin, La Liturgie de la nouvelle Jérusalem, Ap 21:1-22:5: EThL 29 f1953]
P-8). Para otros, Ap 21:935 no pertenecería originariamente al cap ítulo presente del Apocalipsis. Las
razones en que se apoyan son: el hagiógrafo empieza hablando de la nueva Jerusal én, como si todav ía
fuera desconocida para el lector, siendo así que ya la había descrito con los mismos t érminos en Ap 21:2-3.
La descripción de la Jerusalén celeste de Ap 21:9-22:2 se inspira en Ezequiel, y coloca la ciudad en una
perspectiva terrestre; en cambio, Ap 21:1-8 parece inspirarse en Isa ías, y la ciudad es colocada en una
perspectiva celeste (cf. M. E. boismard, L'Apocalypse ou Les Apocalypses de Saint Jean: RB 56 [1949J
p.525). Estas razones, aunque tengan su valor, no nos parecen suficientes para afirmar que la secci ón Ap
21:933 no está en su lugar primitivo. — 58 Cf. Ef 5:22-32. — 59 Ciertos autores consideran Ap 21:9-22:9
como la continuación inmediata de Ap 19:10. Sería, pues, la r éplica de la visi ón de Babilonia (Roma), la
gran Ramera de Ap 17:1-19, lo. Los argumentos aducidos en favor de esta hip ótesis son los siguientes:
ambos pasajes tendrían la misma estructura literaria: comienzan de manera id éntica (Ap 17:1-3 = 21, 9-
10); los dos relatos muestran interés particular por las cifras y los detalles; la conclusi ón tambi én es
semejante (Ap 19:9-10 = 22:6-9). Tanto la visión de Babilonia (Roma) como la visi ón de la nueva Jerusal én
se inspiran en Ezequiel (cf. M. E. boismard, a.c. 531-532). Apoyados en estas razones, ven en las dos
visiones como un díptico que describiría el destino de las dos ciudades: de un lado, Babilonia, destinada a
desaparecer; de otro, Jerusalén, que permanecerá por siempre. — 60 Cf. Ez 40:2. — 61 Is 2:2-3; Miq 4:1-
3; Ez 17:22. Cf. E. B. Allo, o.c. p.344- — 62 Ez 40:2-43:12. — 63 Ez 48:30-35. — 64 Ez 47:1-12. — 65 Ap
21:22. — 66 Cf. Is 60:1-2.19; Ap 21:23. — 67 Is 58:8; 2 Cor 3:18. — 68 Ez 48:30-35. — 69 Is 62:6; Ez
48:31; cf. Gen 3:24. — 70 Ef 2:20. — 71 Ap 2:9-10; 7:4-8. — 72 ez 40-48. — 73 Ez 40:3-5. — 74 Zac 2:1-5.
. — 75 1 Re6,19s. — 76 Cf. M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs p.199. — 77 Cf. M. Del Álamo,
Las medidas de la Jerusalén celeste (Ap 21:16): CultBib 3 (1946) 136-138. — 78 Cf. Ap 13:18. — 79 Is
54:11-12; cf. Tob 13:17. — 80 Ex 28:17-21. — 81 Ez 28:13. Cf. A. Vanhoye, L'utüisation du livre
d'Ezéchiel dans l'Apocalypse: Bi 43 (1962)436-476. — 82 Ap4:3;cf. IsS4,12. — 83 Hist.Nat.37- — 84 Cf. A.
Lentini, U ritmo "Civis caelestis patriae" e il "De duodecim lapidibus" di Amato: Benedictina 12 (1958)
15-26; L. Thorndike, De lapidibus: Ambix 8 (1960) 6-26. Consúltese Rev. d'Hist. Eccl. 55 (1960) 353-354; 56
(1961) 275-276. — 85 Cf. 2Cor3:18. — 86 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.85is. — 87 Cf. Is52,i; Ap 13:8. —
88 Ap 5:12; 7:15; 8:3; 11:19; H.iSss; 15:5ss; 16:1.17. — 89 Ap 7:15-17. — 90 Ap 22:4. — 91 M. Garc ía
Cordero, o.c. p.221. — 92 Is 60:19-20. — 93 Ap 7:9-12; 14:4; 22:1-3 — 94 Is 60:3-7.10-12; cf. Sal 72:10.15.
— 95 Ap7:9. — 96 Is 65-66; cf. Zac 2:11; 8:23; Dan 7:14. — 97 Ap 20:12-15. — 98 Is 52:1; Me 7:2; Act
10:14.28; 11:8; Rom 14:14; Heb 10:29.
Capitulo 22.
El agua escasea en Palestina. No hay en ella ninguna ciudad por medio de la cual corra
un río que la alegre, como sucedía en Nínive con el Tigris, en Babilonia con el Eufrates,
y como en el paraíso terrestre con aquella fuente que, dividida en cuatro brazos, lo regaba
y alegraba todo. Por eso Ezequiel! en su descripción de la Jerusalén de la restauración,
cuida de poner un río que fecundiza con sus aguas sus arrabales y da frescor y felicidad a
la hermosa ciudad. El profeta nos describe un arroyo que sale del templo y corre hacia el
oriente y va creciendo cada vez más. Su cauce desciende por el valle Cedrón hasta el mar
Muerto, cuyas aguas sanea y endulza, convirtiéndolas en fuente de riqueza. A ambas
orillas de ese río crecen árboles frutales de toda especie, que dan un fruto cada mes y sus
hojas son medicinales 2.
Pues San Juan, para completar el cuadro de la Jerusalén del cielo, pone también en ella
un río de agua de vida, clara como el cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero
(v.1) y corre por las calles de la ciudad. A un lado y a otro del río hay árboles plantados,
árboles de vida, que dan doce frutos al año y sus hojas son saludables para las naciones
(v.2). Todo, pues, en ella es salud y vida 3. Sus frutos son frutos de vida, como los del
paraíso 4, y las mismas hojas son medicinales. El árbol de vida de la Jerusalén celeste da
frutos continuamente para que todos puedan comer de ellos cuando lo deseen. Estos
frutos perennes son el símbolo y, al mismo tiempo, significan el don de la inmortalidad.
En dicha ciudad no habrá enfermedades ni muerte, porque las mismas hojas del árbol de
vida servirán de medicina para las gentes. Se refiere a la conversión de los gentiles
cuando comenzaron a \vislumbrar el triunfo de la Iglesia y la gloria de la Jerusalén
celeste. Todas estas imágenes sirven para expresar la dicha de los moradores del cielo,
que gozan de vida eterna sin temor alguno de enfermedad ni de muerte. Son s ímbolos
para significar cómo Dios se comunica a los elegidos. El río, los árboles con sus frutos y
sus hojas, simbolizan la abundancia de los dones y de las consolaciones de que gozarán
los bienaventurados en el cielo, y especialmente la visión beatífica, por la cual Dios se
comunica a los elegidos con todos sus bienes. La visión beatífica es el r ío que alegra la
Jerusalén celeste, y en el cual beben los santos, logrando de esta manera la consolación
de todas las aflicciones pasadas y la gloria e inmortalidad de los cuerpos.
Ese río que nace en el trono en donde se sientan Dios y el Cordero representa a Dios en
cuanto se comunica a los elegidos: simboliza al Espíritu Santo. Y en este sentido parece
constituir una alusión trinitaria bastante clara, ya que los ríos de aguas vivas simbolizan
en San Juan 5 el don del Espíritu Santo. De este modo, en la cumbre de la Jerusal én
celeste vemos a toda la Trinidad: el Padre ilumina la entera ciudad con su gloria, el
Cordero la ilustra con su doctrina y el Espíritu Santo la riega y la fecunda con toda clase
de bienes espirituales 6.
Los santos en el cielo llevarán el nombre de Dios sobre la frente para indicar que
pertenecen eternamente a Dios y que siempre serán posesión de Dios 14. Reinarán por los
siglos de los siglos (v.5) con Cristo y le servirán como sacerdotes en una liturgia eterna 15.
No tendrán necesidad de luz de antorcha ni del sol, porque el Señor los iluminará con su
presencia 16.
Aquí debería terminar la última profecía de la Biblia, la más sublime de todas. Pero San
Juan añadió un epílogo que insiste sobre el cumplimiento próximo de la profecía.
Epílogo, 22:6-21.
El epílogo con el que se cierra el Apocalipsis viene a resumir el contenido del libro.
Comprende una serie de sentencias un tanto inconexas escritas en. un estilo entusiasta.
Hablan en él alternativamente varios personajes: Juan, el ángel, Jesús y el Espíritu Santo.
Las ideas dominantes de este epílogo son la insistente preocupación de autenticar las
revelaciones que Juan nos ha ido exponiendo a lo largo de todo su libro, con el fin de que
nadie se atreva a falsificarlas o a cambiarlas, y el anhelo que se manifiesta de la pronta
venida de Cristo.
En el epílogo se pueden distinguir los siguientes puntos: Declaraciones de Cristo y de
Juan que sirven para atestiguar la genuinidad del libro (v.6-9). Después se añaden ciertas
advertencias de Cristo sobre el cumplimiento próximo de la profecía del Apocalipsis
(v.10-16). Vienen a continuación un llamamiento amoroso del Espíritu Santo a los
cristianos y a la humanidad (v.17), una amenaza de Juan contra los falsificadores (v. 18-
19), la promesa de Jesús de su próxima venida (v.20) y, finalmente, la salutaci ón epistolar
en forma de bendición (V.21).
El que habla parece que debe de ser el mismo ángel que había servido de intérprete a San
Juan en la postrera sección 17. Pero las palabras que dice en el ν η sólo convienen a Cristo.
El interlocutor asegura que cuanto se contiene en el libro se cumplirá, y pronto, por que
las palabras del Señor son fieles y verdaderas (v.6). Esta garantía se refiere al
conjunto del Apocalipsis, pues la referencia de los v.6-7 a Ap 1:1-3 es bastante
clara. Por el estilo y las referencias se ve que el autor del epílogo fue el que escribi ó el
prólogo y el resto del Apocalipsis. El que envía al ángel es llamado el Señor, Dios de los
espíritus de los profetas, porque durante la economía antigua Yahvé les comunicó de su
espíritu de profecía. Para entender todo el sentido de estas palabras es conveniente
volvamos los ojos al Antiguo Testamento. Su contenido son multitud de promesas de
Dios, cuyo cumplimiento se va retrasando cada vez más, de suerte que algunos ya
dudaban de ellas. Pero la palabra de Dios no podía faltar, y Jesucristo vino a darle un
cumplimiento muy por encima de cuanto podían los hombres esperar. Por eso, el Señor
es llamado Fiel y Veraz en el Apocalipsis 18; y Cristo en el Evangelio dice de sí mismo
que es la Verdad 19. La idea de que esas promesas se cumplirán pronto aparece muchas
veces en el Apocalipsis. Sin embargo, hay que tener presente que esas promesas tienen
muchos grados, los cuales se van desenvolviendo poco a poco. Y si bien la plenitud de
ese cumplimiento se retrasa, no sabemos cuánto — eso es un secreto del Padre celeste
—, no obstante, el tiempo, comparado con la eternidad, apenas es un momento, y al fin
se cumplirán por encima de lo que el hombre puede esperar. El Dios de la revelación es
el Dios de los espíritus de los profetas, expresión que hay que explicar por el texto de 1
Cor 14:32, en donde espíritu significa inspiraciones. Se trata, por consiguiente, de los
dones profetices, cuya fuente está en Dios. El es el que envió sus inspiraciones a San
Juan por ministerio de su ángel 20.
En el v.7 es el mismo Jesucristo el que toma la palabra para confirmar lo dicho por el
ángel sobre la proximidad de su venida. La expresión vengo presto se lee otras dos veces
en este epílogo 21, y también en los primeros capítulos del Apocalipsis 22. Parece como
reflejar la tensión espiritual de Juan, que espera la llegada inminente de Cristo. Y quiere
que los cristianos se preparen a su vez para el día de su par us ía. La venida de Jes ús aqu í,
como la venida de Yahvé en el Antiguo Testamento, puede tener lugar en diversos
tiempos y según la obra que venga a realizar. Siempre que el Señor interviene en la
historia de una manera especial, puede decirse que se ha producido una venida suya. As í,
la venida puede ser más o menos pronta. Para cada cristiano en particular, la venida de
Cristo tiene lugar en la muerte individual, pues con ella se decide su destino eterno 23. Por
eso, el que vigile y el que esté atento a la llegada del Señor podrá ser llamado
bienaventurado, porque Dios premiará la fidelidad con la gloria eterna. Si los cristianos
guardan las palabras de la profecía del Apocalipsis siendo fieles, Dios será más fiel aún a
las promesas hechas. Esta bienaventuranza es la sexta de las siete que cuenta el
Apocalipsis 24. En ella se pone de relieve que, si el cristiano quiere obtener el cielo, ha de
cumplir los preceptos divinos. La sola fe no basta para conseguir la felicidad eterna.
Después San Juan atestigua la verdad de todo lo expuesto en el Apocalipsis: Y yo, Juan,
oí y vi estas cosas (v.8). Es una especie de firma puesta al libro. En el primer capítulo
encontramos testimonios parecidos a éste 25. Y en el cuarto evangelio, el autor sagrado se
expresa en términos muy semejantes 26. Todo lo cual nos demuestra que ha sido la misma
mano la que ha compuesto estas obras. A continuación se nos describe una escena que es
la repetición de Ap 19:10. Juan intenta hacer al ángel la cortesía de la adoración, tan
común en los libros apocalípticos (v.8). Pero el ángel rehusa esa cortesía extremada, que
tiene parecido con la adoración de latría, la cual sólo se debe a Dios. De s í mismo
confiesa el ángel que es un consiervo del Señor, igual que Juan y sus hermanos en la fe
(v.9). El ángel es consiervo de Juan en cuanto que éste tiene que transmitir el mensaje
recibido del ángel, que a su vez lo transmite de parte de Dios. Como en Ap 1:1.3, el autor
del Apocalipsis se coloca con toda sencillez en el rango de los profetas, porque, a
imitación de los profetas del Antiguo Testamento, ha tenido que dar a conocer la
revelación divina a los hombres. El ángel termina la frase diciendo: adora a Dios, que
resume con fuerza el pensamiento de Juan y cuadra bien con el Apocalipsis, que es una
protesta continua contra la idolatría.
Según el contexto, sería el ángel del v.9 el que continúa hablando; sin embargo, las
palabras de los v.10-16 sólo pueden ser puestas en labios de Cristo a causa de la gravedad
de las declaraciones que siguen. Jesucristo ordena a San Juan que no selle la profecía de
este libro, porque su cumplimiento está cercano (v.10). El Apocalipsis está ordenado en
gran parte a consolar y animar a los fieles, mostrándoles la especialísima providencia de
Dios sobre ellos. Por eso, San Juan no debe sellar estos or áculos, para que en cualquier
tiempo puedan los cristianos encontrar en ellos alivio y consuelo.
El plan de Dios se cumplirá de todas maneras. La mala voluntad de los hombres no podrá
impedir el plan providencial divino. Por este motivo, el vidente de Patmos declara con
cierta ironía que, mientras llega el cumplimiento de la profecía, cada uno considere lo
que le conviene hacer: si trabajar en la obra de su santificación o dejarse llevar del
pecado y del vicio (v.11). Es una figura retórica, la permisión, que se encuentra en
diversos pasajes del Antiguo Testamento 29. El verdadero cristiano ha de trabajar por
santificarse: el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese mas. La persecución
revelará las disposiciones íntimas de cada uno. Pero la venida de Cristo fijará a cada uno
en la actitud que haya elegido libremente. Esta venida es anunciada como inminente por
el mismo Jesucristo: He aquí que vengo presto 30 a dar a cada uno premio o castigo,
según las obras que haya hecho (v.1a). Esto tendrá lugar al fin de la vida de cada uno, y
de un modo especial al fin del mundo, cuando el hombre todo entero, en cuerpo y alma,
recibirá la retribución merecida 31. El salario (6 μισ3όβ μου), premio o castigo que trae
consigo el Señor, se dará a cada uno según las obras que haya practicado. El tema del
salario o recompensa es frecuente en la Sagrada Escritura 32 e incluso en el mismo
Apocalipsis 33. Jesucristo se presenta en este pasaje como Juez supremo, con lo cual se da
a indicar que está en el mismo plano de igualdad con Dios Padre, pues en otros lugares
del Apocalipsis Dios Padre era el juez 34.
Jesucristo se aplica a sí mismo, corno en Ap 1:17; 2:8, los títulos divinos que ya antes 36
habían sido atribuidos a Dios. El es el alfa y la omega, el primero y el último, el principio
y el fin (ν.13). Con lo cual pone de manifiesto que El es Dios, igual al Padre, y que, por lo
tanto, tiene poder para mantener sus promesas y sus amenazas. Puede juzgar a los
hombres como Señor soberano de toda la creación. De ahí que declare bienaventurados a
los que lavan sus túnicas en la sangre del Cordero (v.14) 37, es decir, a los que han sabido
aprovecharse de los efectos de la redención asimilándoselos. Estos son los únicos que
podrán tener los vestidos limpios para ser admitidos al banquete celeste. El lavado de los
vestidos de los elegidos solamente se podía llevar a cabo por medio de la sangre del
Cordero 38. Esta bienaventuranza es la séptima y última del Apocalipsis 39. Los que se han
purificado en la sangre del Cordero, o sea los que viven santamente, adquieren el
derecho a comer de los frutos del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la
Jerusalén celeste 40 para permanecer en ella eternamente. Tener acceso al árbol de la
vida y a la Jerusalén celeste es lo mismo que entrar en la gloria 41.
De esta ciudad santa serán excluidos los que no practican la ley de Dios y los que se han
dejado arrastrar por los caminos de la inmoralidad 42. En primer lugar no tendrán parte en
la felicidad eterna los perros (v.15), es decir, los sodomitas y todos los manchados con los
vicios de los idólatras43. El perro era considerado por los hebreos como animal impuro, y
era tenido, por este motivo, en gran menosprecio. En el Antiguo Testamento, la
expresión perros es empleada para designar a los hombres entregados a la prostitución y
a los vicios de homosexualidad44. Aquí simboliza a los hombres impuros y viciosos45.
Tampoco entrarán en el cielo los hechiceros, o sea los que se dedican a las artes mágicas,
muy en boga en Asia Menor en el siglo 1; ni los fornicarios, que cometían toda suerte de
inmoralidades46; ni los homicidas, que derramaban la sangre inocente de los cristianos o
de los pobres esclavos47; ni de los idólatras, que, en lugar de adorar al Dios único y
verdadero, daban culto a dioses falsos. Culto que muchas veces incitaba y conducía a la
perversión moral. La lista se termina excluyendo de la Jerusalén celeste a todos los que
aman y practican la mentira, es decir, a todos los que se oponen a la doctrina de Cristo,
que es la única verdadera. Cristo es la misma Verdad48. Por eso, el que practica la mentira
se hace amigo de Satanás, que es el padre de la mentira 49, y no puede tener parte con
Jesucristo, fuente de la Verdad.
Cristo, que antes se declaraba principio y fin51, ahora se dice la raíz y el linaje de David, o
sea que Cristo se presenta a sí mismo con los caracteres del verdadero Mes ías para que
nadie sienta temor de caer en una ilusión 52. Jesucristo es, además, la estrella brillante de
la mañana, que anuncia el despuntar de aquel día eterno al que no sucederá ninguna
noche 53. Esta estrella es también el símbolo del principado de Cristo sobre todos los
santos y sobre todos los reyes de la tierra. En el claro cielo de Oriente, el lucero de la
mañana brilla sobre todos los astros. Por algo ocupó un lugar tan distinguido en la
religión astral de los pueblos mesopotámicos. Pues a esta estrella se compara Jesucristo,
que en el cuarto evangelio dice de sí que es la luz del mundo 54. Y de El dice el mismo
San Juan que es la luz verdadera que viene a este mundo a iluminar a todo hombre 55.
El Espíritu Santo, que habita en la Iglesia y que en el corazón de los fieles ora con
gemidos inenarrables 56, dirige de continuo a Jesús la súplica del Padrenuestro: el
adveniat regnum tuum. Es el Espíritu divino el que obra en el corazón de la Esposa, es
decir, en el corazón de la Iglesia, mientras vive y lucha aún en la tierra, y le hace pedir al
Señor, su Esposo, que acelere su venida para librarla de las tribulaciones. La Iglesia
desea ardientemente su venida, porque será la señal de la liberación de la persecución. La
Iglesia, a semejanza de San Pablo, que "deseaba ser desatado de los lazos del cuerpo para
estar con Cristo"57, suspira por poder unirse a su Esposo en la gloria. Iguales deseos y
anhelos han de tener cuantos oyen la lectura del Apocalipsis, diciendo también: ¡Ven!
Esta súplica que dirigen a Cristo es el Marana-tha, Señor, ven, fórmula aramea que se
repetía durante las reuniones litúrgicas 5S. El Apocalipsis la presenta traducida al griego.
San Juan, a su vez, dirigiéndose a todas las almas de buena voluntad, les invita, diciendo:
el que tenga hambre y sed de justicia y de felicidad verdaderas, que venga y beba de la
fuente de agua de la vida 59 que brota del templo y refresca la ciudad de Dios. El agua de
la vida es el don actual de la gracia, de la unión espiritual con Cristo, de la cual participan
las almas y que es garantía de la inmortalidad.
De nuevo vuelve a hablar Jesucristo, el que testifica estas cosas (cf. v.16), y promete su
próxima venida: Sí, vengo pronto. Es la respuesta del Señor a la llamada que le habían
hecho el Espíritu, la Esposa y los lectores del libro 61. Es la séptima vez que repite la frase
vengo pronto 62, y, como tal, constituye el sello definitivo con el cual se rubrica la
esperanza ansiosa de los cristianos perseguidos. San Juan, en nombre suyo y de toda la
Iglesia, implora con gran fe y expresa su ardiente deseo de que la venida del Se ñor se
ejecute cuanto antes: Amén. Ven, Señor Jesús. El amén constituye un acto de fe en las
promesas de Cristo y al mismo tiempo expresa el ansia de que se cumplan lo antes
posible. La expresión Ven, Señor Jesús (ερχου κύριε Ιησού) debνa de ser una plegaria
corriente entre los primeros cristianos, pues San Pablo nos ha conservado el original
arameo, Marana-tha 63, que debían de emplear los fieles en las asambleas litúrgicas. La
exclamación Marana-tha se encuentra también en la Didajé64 y puede tener diferentes
sentidos. El sentido que mejor cuadra aquí es el de simple deseo: / Ven, Señor Jesús!
También pudiera tener el matiz de una señal secreta conocida sólo de los cristianos, que,
a modo de rúbrica, garantizaría la autenticidad del libro65.
San Juan cierra el Apocalipsis con esta hermosa frase, llena de fe y de esperanza: ¡Ven,
Señor Jesús! Es como el resumen de todo el libro. Las angustias y persecuciones pasarán
cuando Jesús venga a visitar a los suyos. Entonces enjugará todas las lágrimas de los
afligidos cristianos.
El vidente de Patmos termina su libro como suelen terminar las cartas, deseando a todos
la gracia del Señor Jesús para practicar el bien y huir del mal. El Apocalipsis comienza y
termina en forma de carta, pues en realidad es una especie de epístola enviada a las
iglesias cristianas del Asia Menor66. La gracia que desea a sus lectores implica todos los
favores divinos que dimanan de Cristo y que ayudan a conseguir la salvación eterna.
San Juan muestra en este saludo final su caridad, no sólo para con los fieles de Asia, sino
también para con todos los cristianos, si seguimos la lección del códice Sinaítico ( μετά
των αγίων), ο, al menos, para con todos los que leyeren su libro (μετά πάντων, del
cσdice Alejandrino y del Amiatinus). Les desea que la gracia los ilumine y los sostenga.
1 Ez 47:1-12. — 2 Cf. Jl 4:18; Jer 17:13; Zac 14:8; Sal 36:9. — 3 Ap 7:17. — 4 Gen 2,g; 3:22. — 5 Jn 7:38-
39; cf. Ap 7:17; 21:6; 22:17· — 6 E. B. Allo, o.c. p.353. — 7 Zac 14:11. — 8 Sal 17:15; 41:3 — 9 Jn 1:18.
— 10 Mt 18:10. — 11 Rom 8:17. — 12 1 Cor 13:12; cf. Mt 5:8; Heb 12:14. — 13 1 Jn 3:2; cf. Jn 3:11. — 14
Cf. Ap 13:16-17- — 15 Ap 1:6; 5:10; 20:6. — 16 Ap 21:23; cf. Núm 6:25; Sal 118:27. La doctrina
escatolósica del Apocalipsis, aunque a primera vista parece bastante desarrollada y precisa, no lo es tanto
en la realidad. Frecuentemente el autor sagrado repite las mismas im ágenes e ideas. De todos modos, su
aportación a la escatología neotestamentaria es bastante notable. En la interpretaci ón del Apocalipsis hay
autores que sólo ven historia y muy poco de escatología; otros, por el contrario, s ólo ven en el Apocalipsis
escatología y nada de historia. Recuérdese a este propósito la pol émica entre el P. J. Huby (Apocalypse et
histoire: Construiré 15 [1944l 80-100) y Η. Μ. Fιret (Apocalypse, histoire et eschatologie chrétiennes: Dieu
Vivant 2 [1946] 115-134). Véanse también los trabajos de A. Vitti, L'interpretazione apocálittica
escatologica del Nuavo Testamento: ScuolCat 69 (1931) 434-451; P. volz, Die Eschatologie der jüdischen
Gemeinde imneutestamentlichenZeit-alter (Tübingen 1934); G. Kittel, "Εσχατος, en Theologisches
Worterbuch zwn Ν. Τ. II (1935) 694-695; J. G. Mccall, The Eschatological Teaching of the Book of
Revelation: Diss. Southern Baptist. Sem. (1948-1949); F. M. Braun, Oü en est I'eschatologie du Nouveau
Testa-ment?: RB 49 (1940) 33-54; B. J. Le Frois, Eschatological Interpretation of the Apocalypse: GBQ 13
(1951) 17-20; F. Geuppens, Π problema escatologico nella esegesi, en Problemi e orien-tamenti di Teología
Dommatica (Milán 1957) vol.2 p.1003-1011; S. B. frost, Visions of the End. Prophetic Eschatology: The
Canadian Journal of Theology 5:3 (1959) 156-161. — 17 Ap 21:9. — 18 Ap 3:14; 19:11. — 19 Jn 14:6. — 20
Ap 1:1 Gf. A. Gelin, o.c. p.66s. — 21 Ap 22:12.20. — 22 Ap 2:16; 3:10. — 23 M. Garc ía Cordero, o.c.
p.226. — 24 Ap 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7.14- — 25 Ap 1:1.9-11. Cf. G. Bardy, Faux et fraudes
littéraires dans l'antiqwté chrétienne: Rev. d'Hist. Eccl. 32 (1936) 275-302. — 26 Jn 19:35- — 27 Cf. Dan
8:26; 12.4.9; Libro de Henoc 82:1; 104:11-13; Asunción de Moisés 1:16; 10:11; 11:1; 4 Esd 12:37;
14:26.47. — 28 159-11i. — 29 Is 6:9-10; Jer 15:2; Zac 11:9. — 30 Cf. Is 40:10. — 31 Ap 20:12. — 32 Is
40:10; Sal 62:13; Mt 16:27; Rom 2:6. — 33 A P2:23; 11:18. — 34 Ap l6:7; 19:2; 20:12. — 35 Mt 24:42-51;
Mc 13:33-37; Lc 12:35-47- — 36 Ap 1:8; 21:6. — 37 La expresión en la sangre del Cordero (Vulgata) falta
en los mejores códices griegos y debe de ser una glosa tomada de Ap 7:14. — 38 Ap 7:14. — 39 Cf. nota 24
de este capítulo. — 40 Ap 21:12-13.27. — 41 Ap 21:27; 22:1-2. — 42 Ap 21:8.27. — 43 Rom 1:26-32. — 44
Dt 23:18. — 45 Cf. Ap 21:8.27. — 46 Cf. 1 Cor 5:10. — 47 Cf. Mc 6:21; Rom 1:29; Sant 4:2; 1 Pe 4,15; Ap
9:21. — 48 Gf. Jn 1:17; 14:6; 17:17. — 49 Jn8:44. — 50 Cf. Ap 1:1; 2:28; 5:5· — 51 Ap 22:13. — 52 Cf.
Aps,S. — 53 Ap 2:28; cf. 2 Pe 1:19. — 54 Jn 9:5. — 55 Jn 1:4-9. — 56 Rom 8:26. — 57 Fil 1:23. — 58 Cf. 1
Cor 16:22. — 59 Cf. Is 55:1. — 60 Cf. Dt 4:2; 13:1; 29:19; Prov 30:6. — 61 Ap 22:17. — 62 Ap 2:16; 3:10;
16:15; 22:7.12.17.20. — 63 1 Cor 16:22. — 64 Didajé 10:6. — 65 Cf. E. Hommel, Maran atha: ZNTW 15
(1914) 317-322; C. F. D. Moule, A Reconsideración of the Context ofMaranata: NTSt 6 (1960) 307-310. —
66 Cf. Ap 1:4.
Abreviaturas.
Libros de la Biblia.
París).