Aclaración Sobre El Aborto Procurado

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CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

ACLARACIÓN
DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA
FE
SOBRE EL ABORTO PROCURADO*
 

Recientemente han llegado a la Santa Sede varias cartas, incluso de parte


de altas personalidades de la vida política y eclesial, que han informado
sobre la confusión que se ha creado en varios países, sobre todo en
América Latina, tras la manipulación e instrumentalización de un artículo
de su excelencia monseñor Rino Fisichella, presidente de la Academia
Pontificia para la Vida, sobre el triste caso de la “niña brasileña”. En ese
artículo, aparecido en “L’Osservatore Romano” del 15 de marzo de 2009,
se presentaba la doctrina de la Iglesia, teniendo en cuenta la situación
dramática de esta niña, que —como se pudo constatar posteriormente—
había sido acompañada con toda delicadeza pastoral, en particular por el
entonces arzobispo de Olinda y Recife, su excelencia monseñor José
Cardoso Sobrinho. Al respecto, la Congregación para la Doctrina de la Fe
confirma que la doctrina de la Iglesia sobre el aborto provocado no ha
cambiado ni puede cambiar. Esta doctrina ha sido expuesta en los números
2270-2273 del Catecismo de la Iglesia Católica en estos términos:

«La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde
el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia,
el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los
cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción “Donum vitae” 1, 1).
“Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que
nacieses te tenía consagrado” (Jeremías 1, 5). “Y mis huesos no se te
ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la
tierra” (Salmo 139, 15)».

«Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo


aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable.
El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es
gravemente contrario a la ley moral. “No matarás el embrión mediante el
aborto, no darás muerte al recién nacido”. (Didajé, 2, 2; Bernabé, ep. 19,
5; Epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, apol. 9). “Dios, Señor de la vida,
ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión
que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de
proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el
aborto como el infanticidio son crímenes abominables” (“Gaudium et
spes”, 51, 3)».
«La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia
sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida
humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en
excomunión latae sententiae” (Código de Derecho Canónico, CIC, canon
1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el
delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf
CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito
de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen
cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a
sus padres y a toda la sociedad».

«El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida


constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su
legislación: “Los derechos inalienables de la persona deben ser
reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad
política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los
individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o
del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la
persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos
derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de
todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción
hasta la muerte” (“Donum vitae” 3). “Cuando una ley positiva priva a una
categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les
debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no
pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y
particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos
mismos del Estado de derecho... El respeto y la protección que se han de
garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la
ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de
sus derechos” (“Donum vitae” 3)».

En la encíclica “Evangelium vitae”, el Papa Juan Pablo II afirmó esta


doctrina con su autoridad de Supremo Pastor de la Iglesia: «con la
autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con
todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y
que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo,
han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el
aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un
desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano
inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de
Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el
Magisterio ordinario y universal» (n. 62).

En lo que se refiere al aborto procurado en algunas situaciones difíciles y


complejas, es válida la enseñanza clara y precisa del Papa Juan Pablo II:
«Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la
madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de
deshacerse del fruto de la concepción no se toma por razones puramente
egoístas o de conveniencia, sino porque se quisieran preservar algunos
bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los
demás miembros de la familia. A veces se temen para el que ha de nacer
tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería
no nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun siendo graves
y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser
humano inocente» (encíclica “Evangelium vitae”, n. 58).

Por lo que se refiere al problema de determinados tratamientos médicos


para preservar la salud de la madre, es necesario distinguir bien entre dos
hechos diferentes: por una parte, una intervención que directamente
provoca la muerte del feto, llamada en ocasiones de manera inapropiada
aborto “terapéutico”, que nunca puede ser lícito, pues constituye el
asesinato directo de un ser humano inocente; por otra parte, una
intervención no abortiva en sí misma que puede tener, como consecuencia
colateral, la muerte del hijo: «Si, por ejemplo, la salvación de la vida de la
futura madre, independientemente de su estado de embarazo, requiriera
urgentemente una intervención quirúrgica, u otro tratamiento terapéutico,
que tendría como consecuencia accesoria, de ningún modo querida ni
pretendida, pero inevitable, la muerte del feto, un acto así ya no podría
considerarse un atentado directo contra la vida inocente. En estas
condiciones, la operación podría ser considerada lícita, al igual que otras
intervenciones médicas similares, siempre que se trate de un bien de
elevado valor —como es la vida— y que no sea posible postergarla tras el
nacimiento del niño, ni recurrir a otro remedio eficaz» (Pío XII, discurso
“Frente de la Familia” y a la Asociación de Familias Numerosas, 27 de
noviembre de 1951).

Por lo que se refiere a la responsabilidad de los agentes sanitarios, es


necesario recordar las palabras del Papa Juan Pablo II: «Su profesión les
exige ser custodios y servidores de la vida humana. En el contexto cultural
y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder
su dimensión ética original, ellos pueden estar a veces fuertemente
tentados de convertirse en manipuladores de la vida o incluso en agentes
de muerte. Ante esta tentación, su responsabilidad ha crecido hoy
enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más
fuerte precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la
profesión sanitaria, como ya reconocía el antiguo y siempre actual
juramento de Hipócrates, según el cual se exige a cada médico el
compromiso de respetar absolutamente la vida humana y su carácter
sagrado» (encíclica “Evangelium vitae”, n. 89).

*«L'Osservatore Romano», Año CXLIX n. 157 (11 de julio de 2009), p. 7.

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