Poética y Tradición Cultural en La Obra Lírica y Crítica de José Emilio Pacheco 1577128965 35693
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POÉTICA Y TRADICIÓN CULTURAL EN LA OBRA LÍRICA
Y CRÍTICA DE JOSÉ EMILIO PACHECO
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POÉTICA Y TRADICIÓN CULTURAL
EN LA OBRA LÍRICA Y CRÍTICA
DE JOSÉ EMILIO PACHECO
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Pascual Battista, Rosario
Poética y tradición cultural en la obra lírica y crítica de José Emilio
Pacheco / Rosario Pascual Battista. – 1a ed. – Santa Rosa: Rosario
Pascual Battista, 2019.
Libro digital, EPUB
ISBN 978-987-86-2724-3
1. Literatura Latinoamericana. 2. Poesía. 3. Ensayo Literario. I.
Título.
CDD 860
ISBN: 9789878627243
Las opiniones y los contenidos incluidos en esta publicación son
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Poética y tradición cultural
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Agradecimientos..............................................................................9
Introducción .................................................................................. 13
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8 • Índice
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Agradecimientos
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Introducción
Presentación general
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3 Carmen Alemany Bay recuerda que Nicanor Parra pasó a ser persona no
grata en Cuba por tomar el té con la señora de Richard Nixon en 1970
(1997: s.p.).
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4 La espiga amotinada reúne los siguientes libros: Puertas del mundo de Juan
Bañuelos, La voz desbocada de Óscar Oliva, La rueda y el eco de Jaime Augusto
Shelley, Los soles de la noche de Eraclio Zepeda y El descenso de Jaime Labasti-
da. A su vez, Ocupación de la palabra contiene estos títulos: Escribo en las pare-
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7 La revista Diálogos fue fundada por Ramón Xirau y auspiciada, luego, por el
Colegio de México, y participaron escritores como Homero Aridjis, Vicente
Leñero y Antonio Alatorre, así como pintores como Francisco Toledo y
Vicente Rojo (Rosado, 2008: 351).
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Primera parte.
José Emilio Pacheco
y la tradición literaria:
el poeta como lector, crítico
y ensayista
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José Emilio Pacheco:
lector y antólogo del modernismo
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11 Proceso se inició el mismo año en que Octavio Paz fundó Vuelta (1976) y lue-
go de que Excélsior, espacio donde apareció Plural, revista también creada
por Paz en 1971, finalizara abruptamente por el golpe de Estado de julio de
1976 (Flores, 2011: 30-31).
12 La publicación de Poesía modernista. Una antología general se enmarcó en un
proyecto denominado “Clásicos Americanos”, impulsado por la Secretaría
de Educación Pública y la Universidad Nacional Autónoma de México, para
acercar ciertos libros a un público amplio. José Emilio Pacheco fue el elegido
para diagramar y organizar la selección referida a la poesía modernista: “En
sus propósitos de difusión y mejoramiento de la cultura, la Secretaría de
Educación Pública y la Universidad Nacional Autónoma de México, han
seleccionado un número importante de pensadores, poetas, narradores, dra-
maturgos y ensayistas. Reconocidos especialistas y escritores se han encar-
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14 Porfirio Díaz (1830-1915) instauró una dictadura que duró más de treinta
años. La fe en el progreso y en el orden constituyeron los eslabones sobre los
cuales se asentó su “dominio avasallador” (Monsiváis, 1976: 310). Junto con
una elite política e intelectual, los Científicos, desarrolló un gobierno que,
amparado en la filosofía positivista, invirtió capital extranjero en la explota-
ción de los recursos mineros del país, en la construcción de vías férreas y
telegráficas y en la explotación de tierras, cuyas principales consecuencias
fueron la concentración terrateniente y la explotación del campesinado y la
población indígena. Acerca de este período de la historia mexicana, consul-
tar: “El liberalismo triunfante” (2001) de Luis González y “Notas sobre la
cultura mexicana en el siglo XX” (1976) de Carlos Monsiváis.
15 Victoriano Huerta (1845-1916) fue presidente de México entre 1913 y 1914
a partir de la organización de un golpe de Estado contra el gobierno de
Francisco Madero, quien fue detenido y, finalmente, asesinado. La presiden-
cia de Huerta se caracterizó por sus tintes dictatoriales y recibió el apoyo del
clero y los grandes hacendados. Venustiano Carranza, cabe señalar, encabe-
zó la resistencia de este gobierno antidemocrático (Leslie Bethell, [1986]
1992: 90-97).
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Darío”. Hacia mediados del siglo XX, la obra del poeta nicaragüense estuvo
atravesada por una revisión crítica que no solo se caracterizó por una
recuperación laudatoria mediante las voces de Juan Varela, los hermanos
Machado, Federico García Lorca y Pablo Neruda, sino también por sub-
rayar los aspectos negativos de la poética del autor de Prosas Profanas a
través de figuras como José Asunción Silva, Maurice Bowra, Luis Cernuda y
Gastón Baquero (Sáinz de Medrano, 2006: 107-121). José Emilio Pacheco se
incluye en el primer grupo señalado, ya que se propone ampliar los límites
de análisis de su obra que, según él, se confinan a su trabajo poético y no
a la valiosísima prosa dariana. Pacheco, con indignación, expresa en una
de sus columnas de Proceso: “Ahora bien, ni siquiera en el post-centenario
se ha hecho justicia a la prosa de Darío. Son ya inconseguibles los cuatro
tomos publicados en Madrid por ese benemérito editor cuyo nombre parece
una broma del Instituto de Investigaciones Sexuales –Afrodisio Aguado– y
para la nueva generación la única prosa de Darío al alcance es la juvenil y
presuntuosa de Azul y de Los raros. Quizá esto se deba a dos supersticiones:
la primera, que el poeta no puede o no debe ser nada más que poeta; la
segunda, que por necesidad o definición el periodismo es efímero y delez-
nable. El menosprecio se apoya en el propio Darío quien siempre vio su
prosa como fruto de la necesidad y obstáculo para su trabajo (‘Lavemos
bien de nuestra veste / la amarga prosa’)” (1978: s.p.). Por último, ansía,
como hicieron Ángel Rama y Ernesto Mejía Sánchez, la realización de una
pronta edición de la prosa completa de Darío: “Hasta sus cuentos, lo menos
afortunado que escribió, implantaron una voluntad de estilo que ninguno de
los que vinieron después ha podido dejar de tener presente. Es de esperarse
que pronto la Biblioteca Ayacucho pueda ofrecernos un tomo de la prosa de
Rubén Darío comparable a este que Mejía Sánchez y Rama nos han dado
con su obra poética” (1978: s.p.).
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22 Nuevamente, Pacheco menciona a Sor Juana Inés de la Cruz para dar cuenta
de que esta operación de condensar tendencias estéticas diferentes ya había
ocurrido en las producciones literarias de esta poeta. Es notable el interés de
Pacheco por destacar la figura de la autora de El divino Narciso.
23 Recordemos que la escritura de “Los colores del estandarte” surge como res-
puesta a la reseña crítica que Paul Groussac realizó de Los raros en su revista
La Biblioteca en noviembre de 1896. Si bien este debate plantea posturas y
sensibilidades estéticas e ideológicas diferentes, plasma una discusión
mayor que es el lugar de América Latina en el proceso de modernización,
donde la hegemonía global estaba dada por la cultura europea, en particular
la francesa. Para profundizar sobre esta controversia entre Rubén Darío y
Paul Groussac, consultar: “La modernidad latinoamericana y el debate entre
Rubén Darío y Paul Groussac” (2006) de Mariano Siskind.
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24 No nos podemos olvidar que Pacheco retoma esta premisa en el año 2004,
en ocasión de la escritura de “Al centro de su otra orilla”, prólogo de Moder-
nismo. Supuestos históricos y culturales de Rafael Gutiérrez Girardot. Luego de
reconocer las cualidades de este estudioso colombiano para entender y
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30 Dice Zanetti acerca de Darío: “con sólo 15 años inicia en la prensa de Mana-
gua (donde ya se han publicado muchos poemas suyos) una carrera caracte-
rizada por la firme decisión de alejarse de las prácticas provincianas, llevada
adelante primero en ciudades centroamericanas vecinas y muy rápidamente
en las hispanoamericanas más modernas, en busca de espacios propicios
para una trascendencia más allá de lo regional” (2008: 525).
31 Hacia el año 1894, surgen numerosas revistas con tendencias modernistas
en Hispanoamérica. Entre ellas, podemos mencionar: Cosmópolis y El Cojo
Ilustrado en Caracas, El Iris en Lima, Revista de América en Buenos Aires, El
Mundo en México y la Revista Gris en Bogotá (Pineda Franco, 1998).
32 Zanetti también reconoce que las transformaciones del campo letrado no
estuvieron alejadas de ciertos disensos y pugnas entre los escritores y los
sectores dominantes, quienes “critican y reprueban los modos de vida y las
preferencias estéticas del escritor” (1994: 13-14).
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cia que sus numerosos trabajos en prosa, la mayoría resueltos con la pre-
mura que exige el periodismo, pero otros más serenos, mejor aderezados
como los textos que forman Cuentos frágiles (1883) el único libro publicado
durante la vida del autor” (1960: 38). En el artículo publicado en Letras
Libres también asume el Modernismo como un colectivo más que como una
estética que tiene como referencia, únicamente, una individualidad (como
puede ser el caso ya mencionado de Rubén Darío): “No se trata de establecer
rivalidades nacionales en un movimiento que se pensó como hispanoame-
ricano y fue un raro ejemplo de amistad” (2000: 20).
36 Pacheco también se distancia de las afirmaciones críticas que se sostienen
solamente en las obras canónicas de Rubén Darío, como el caso de Prosas
profanas, o bien, que aseguran que luego de Cantos de vida y esperanza (1905)
el nicaragüense ingresa a una “decadencia irrefrenable” (1978: s.p.). En su
afán de rever lo escrito y leído sobre el Modernismo, rescata composiciones
poéticas soslayadas por la crítica literaria del momento. Es el caso del poema
“Armonía”, una de las producciones finales, omitido por el propio Darío en
Canto a la Argentina y otros poemas (1914) y por los editores que lo consideran
“apenas una variante o un resumen de su soneto ocasional a Nervo” (1978:
s.p.). Sin embargo, Pacheco lo define, en su brevedad, como “una obra-
maestra” (1978: s.p.).
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37 No debemos olvidar que José Martí estuvo deportado en España desde 1870
hasta fines de 1874, momento en que parte a Francia y, desde allí, a México.
En octubre de 1879 es nuevamente deportado a España, donde reside dos
meses en Madrid para luego marchar, vía Francia, a Nueva York (Serna
Arnáiz, 2004: 18-19).
38 Beatriz Colombi estudia en “Camino a la meca: escritores hispanoamerica-
nos en París (1900-1920)” la migración que se gestó entre 1900 y la Primera
Guerra Mundial de diferentes sectores de profesionales, diplomáticos,
secretarios, corresponsales y cronistas, traductores, educadores, estudiantes
y escritores a la capital francesa. Si bien ya existen antecedentes de viajes y
traslados, esta movilización hacia fin de siglo constituyó “el primer ingreso
masivo de la inteligencia hispanoamericana en un concierto internacional”
(Colombi, 2008: 544).
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las primeras décadas del siglo XIX, José Joaquín Fernández de Lizardi
o Hilario Ascasubi vivían de lo que escribían en los periódicos (Ramos,
[1989] 2003: 64-65).
41 En la antología dedicada al Modernismo hispanoamericano, Pacheco tam-
bién indica como fecha de su inicio el año 1882 porque es el año en que
Martí comienza sus “Cartas” desde Nueva York, publica Ismaelillo y una cró-
nica sobre una conferencia de Oscar Wilde que, según nuestro autor, es un
esbozo de manifiesto del Modernismo: “Vivimos, los que hablamos lengua
castellana, llenos todos de Horacio y de Virgilio, y parece que las fronteras
de nuestro espíritu son las de nuestro lenguaje. ¿Por qué nos han de ser fruta
casi vedada las literaturas extranjeras, tan sobradas hoy de ese ambiente
natural, fuerza sincera y espíritu actual que falta en la literatura española?...
Conocer diversas literaturas es el mejor medio de liberarse de la tiranía de
algunas de ellas” (Pacheco, 1982: 11).
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49 Ramón López Velarde fue laureado como poeta nacional por el presidente
Luis Echeverría Álvarez en 1971.
50 Ramón López Velarde también es ejemplo de cómo, a pesar de nunca salir
de México, pudo mantener religaciones con colegas que sellaron su carrera
como escritor. Tras estar un tiempo en el Seminario de Aguascalientes, don-
de empezó a escribir, decidió abandonarlo para optar por la carrera de
Derecho en San Luis de Potosí. En 1906 fundó la revista Bohemio junto a sus
amigos Enrique Fernández Ledesma, Pedro de Alba, entre otros. Sus persis-
tentes lecturas, enmarcadas en bibliotecas provinciales (Zanetti, 1994: 14), le
permitieron conocer a Leopoldo Lugones y Francisco González León, quie-
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nes “le ayudaron a encontrar su propia voz en las páginas que formarán La
sangre devota” (Pacheco, 1970: 127). Su colaboración en varias revistas, como
Revista de Revistas, El Universal Ilustrado, Vida Moderna y México Moderno,
entre otras, acompañaron su crecimiento literario, como también lo fue la
dirección, junto con González Martínez y Rebolledo, del semanario Pegaso.
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52 José Juan Tablada fue un firme opositor a Francisco Madero y colaboró para
el gobierno de Victoriano Huerta. Vivió exiliado en Nueva York hasta que
en 1918 Carranza indultó a los escritores huertistas y nombró al propio
Tablada secretario de la representación mexicana en Caracas y Bogotá
(Pacheco 1970: 30). En relación con este aspecto de la vida de Tablada,
Pacheco escribe un “Inventario” en el número 308 de Proceso, donde deja al
descubierto su perfil político conservador. Si bien reconoce sus cualidades
en el plano de lo poético, se distancia fervientemente de sus posiciones polí-
ticas y rechaza la prosa periodística plasmada en la columna “Tiros al blan-
co” (El Imparcial): “La prosa de Tablada en ‘Tiros al blanco’ avergüenza a un
periodismo en que brillaron Gutiérrez Nájera, Urbina y Nervo, para no
hablar de Martí, Zarco y Ramírez” (1982: s.p.).
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55 Se refiere a Francis James, escritor francés, quien vivió entre los años 1868 y
1938.
56 Georges Rodenbach es el autor de Brujas la muerta (1892), novela referente
de la literatura simbolista belga. Sobre esta novela y su influencia en otros
escritores, como Fernand Khnopff, consultar el artículo “Fernand Khnopff,
Georges Rodenbach, and Bruges, the Dead City” de Lynne Pudles (1992).
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58 El apellido Ibarbourou está escrito con una errata por el propio autor.
Pacheco subraya que fue Manuel Gutiérrez Nájera quien dio a conocer a
esta poeta a través de su revista Azul. La prensa periódica, como ya dijimos,
cobró un protagonismo inusitado porque los modernistas promovieron,
mediante dedicatorias, prólogos, conferencias y relaciones personales, una
cofradía hispanoamericana que no solamente permitió la difusión de la pro-
pia cultura, sino, como especifica Zanetti, la de los distintos países latinoa-
mericanos (2008: 533). La aparición de Gutiérrez Nájera como difusor de
las nuevas voces mexicanas reafirma su lugar preeminente en la antología de
Pacheco, plasmado en la ubicación que le da al inaugurar la antología sobre
el modernismo mexicano.
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José Emilio Pacheco y Octavio Paz:
dos miradas sobre el modernismo
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65 La cita dice: “ingenua o limitada, nada impide que veamos en ella algo
que aún sus sucesores no han realizado completamente: la búsqueda, y
el hallazgo, de lo universal a través de lo genuino y lo propio. La
herencia de López Velarde es ardua: invención y lealtad a su tiempo y
su pueblo, esto es, una universalidad que no nos traicione y una fideli-
dad que no nos aísle ni ahogue. Y si es cierto que no es posible regre-
sar a la poesía de López Velarde, también lo es que ese regreso es
imposible precisamente porque ella constituye nuestro único punto de
partida” (1970: 132).
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68 Dice Pacheco, citando a Martínez: “José Luis Martínez, el crítico más joven y
combativo de entonces, había calificado de ‘letárgica’ la situación de la lite-
ratura mexicana en 1948. Los impulsos y las tendencias que la animaron en
los años anteriores a 1940 ‘han sido agotados y su vigencia ha concluido:
ningún otro camino, ninguna otra empresa suficientemente incitantes han
tomado su lugar; no han surgido personalidades literarias de fuerza creado-
ra y, frente a esta escena cada vez más vacía, todos los elementos exteriores
parecen confabulados cuando su actitud no es más que una consecuencia de
aquella carencia’” (1984: s.p.).
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intentar escribir algo nuevo todos los días” (2002: 20). Octa-
vio Paz es ineludible en la tradición de José Emilio Pacheco.
Su presencia es tan significativa como la de otra figura que
Pacheco no deja de encumbrar: la de Rubén Darío. Paz y
Darío son leídos desde el mismo lugar de enaltecimiento,
y sus obras se actualizan en cada lectura. Si bien, como ya
hemos dicho, Darío, en la interpretación de Pacheco, no es
todo el modernismo, volver sobre él es lo que le permite
justificar su tradición de la continuidad. Paz, como Darío,
diversificaron la lengua española a través de la apropiación
de elementos de otras estéticas: el surrealismo, en el caso de
Paz, y el parnasianismo y el simbolismo, en Darío.
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79 Entre las novelas que sostienen esta nueva forma de narrar, se destacan: La
llama fría (1924) de Gilberto Owen, Dama de corazones (1926) de Xavier
Villaurrutia y Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet.
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81 En otro artículo, José Emilio Pacheco se preocupa por ahondar en esta tradi-
ción poética norteamericana. La antología preparada por Agustí Bartra es la
excusa para aseverar que T. S. Eliot se incorpora en un linaje literario que
tiene como uno de sus padres fundadores a Walt Whitman, “el primer poeta
moderno de los E.U” (1959: 30). Hacia principios de siglo XX dicha tradi-
ción se refuerza con la presencia de Ezra Pound, quien “escribe grandes poe-
mas y guía la carrera de T. S. Eliot quien después dará The waste land, Ash
Wednesday y Four Quartets” (1959: 30).
82 Para profundizar en la figura fundadora de Pedro Henríquez Ureña como
maestro, véase el trabajo de Raúl Antelo “La desnudez de espíritu. Henrí-
quez Ureña, de-creador” (2009).
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86 León Felipe fue uno de los primeros escritores que realizó una traducción
de The Hollow Man; la envió desde España y Ortiz de Montellano la publicó
en un número de Contemporáneos. A su vez, Ortiz de Montellano preparó su
versión de Ash Wednesday y la dio a conocer en la revista argentina Sur en
1938 (Sheridan, 1988: 74). Un suceso insoslayable de la lectura del poeta
norteamericano en México fue la publicación de una separata bajo el título
Poemas de T. S. Eliot, la cual estuvo a cargo de Ediciones Taller de la revista
homónima (abril y mayo de 1940). Fue, según explica Sheridan, la primera
vez que se publicaba una antología de Eliot en español (Sheridan, 1988: 74).
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Al caos del siglo veinte, Eliot desde muy joven quiso imponer
una unidad basada, como en la edad media, en el cristianis-
mo, la autoridad del rey y la uniformidad étnica. Al mismo
tiempo el desorden lo atraía. Le gustaban los barrios bajos, las
cantinas y los burdeles, si bien preservó su virginidad hasta
que Vivienne lo despojó de ella (1999: 41).
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Segunda parte.
Los derroteros poéticos
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Poetizar desde la ruina
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102 Entre estos versos que comunican el desastre y sus efectos nefastos, Pacheco
rescata una de las imágenes sobresalientes de La tierra baldía (1922) de T. S
Eliot: el trueno. Esta figura poética connota, como en Pacheco, la presencia
del fin, donde el yo lírico se reconoce en el paisaje inerme que lo circunda:
“Aquí uno no se puede quedar parado ni tenderse ni sen- / tarse / no hay ni
silencio en las montañas / sino seco trueno estéril sin lluvia…” (2014: 90).
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Junto a la guerra,
al dar principio la guerra,
en medio de la llanura,
el polvo se alza cual si fuera humo,
se enreda y da vueltas,
con sartales floridos de muerte ([1982] 2006: 76).
110 Si bien Miguel León Portilla es una de las máximas autoridades en lo que se
refiere al estudio de la cultura y la literatura del México antiguo, durante los
últimos años su obra ha sido objeto de revisión por parte de un sector de la
crítica que sostiene que el erudito mexicano practica una “operación” de
occidentalización al definir el legado precortesiano con categorías (por
ejemplo, literatura y filosofía) y no de la mesoamericana (Barisone,
2013: 163).
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113 Sobre la relación entre la poesía de José Emilio Pacheco y el trabajo sobre
ciertos mitos y símbolos prehispánicos, consultar: “Mitopolíticas de los
Cantares mexicanos de José Emilio Pacheco” de Mauricio Zabalgoitia Herrera
(2016).
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114 Dicha enunciación desde el mundo yermo también contiene una vin-
culación con otras ciudades prehispánicas que padecieron los efectos
fatales de la destrucción. Por un lado, Teotihuacán, la majestuosa ciu-
dad que, hacia mediados del siglo IX d. C., fue destruida por causas
que, hasta el momento, se desconocen (León Portilla, [1961] 2010: 16).
Por otro lado, Tula, capital de los toltecas, decadencia ocurrida en el
año 1116 d. C. durante el gobierno de Huémac (León Portilla, [1982]
2006: 192). De este modo, interpretamos que la destrucción y la ruina
se plantean como elementos constitutivos de la poética de José Emilio
Pacheco para explicar y entender el desarrollo de la historia de los
mexicanos. Así, la antología Visión de los vencidos del mencionado León
Portilla es clave porque nos permite conocer y ahondar ciertos aspec-
tos de la cosmovisión de los sectores silenciados. Este tipo de textuali-
dades, “textos alternativos” en términos de Martín Lienhard (1990:
175), supone la existencia de uno o de varios sistemas de producción
literaria más o menos estable(s), como también de un público que
valoraba y se reconocía en dichos textos. Dicha literatura supone un
circuito literario relativamente autónomo que coexistió con el de la
literatura novohispana “oficial” (1990: 176).
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115 Aquí nos encontramos con la recuperación de un género que nos traslada a
Virgilio, cuyas églogas se presentan como modelo de este tipo de textos
(Cristóbal, 2008: 23). La tradición de la poesía bucólica es extensa y, como la
de la égloga funeral, nos remite a Grecia y a Roma. De acuerdo con Vicente
Cristóbal, las primeras expresiones griegas del género se encuentran en
Teócrito de Siracusa (siglo III a. C.), Mosco (mediados del siglo II a. C.) y
Bión (finales del II a. C.). Sin embargo, es en la tradición literaria latina, a
través de Virgilio y sus Églogas o Bucólicas, donde este género fijará sus parti-
cularidades para la literatura occidental posterior (2008: 23-24). Entre estas
características se destaca la posibilidad alegórica que, según la interpreta-
ción de Cristóbal, es una de las más peculiares del género; la búsqueda de lo
ideal y paradisíaco se combina con lo histórico-actual mediante alusiones a
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Creciste en la memoria
Hecha de otras imágenes, mentida.
Ya no habrá más historia
para ocupar la vida
que tu huella sin nombre ni medida (2010: 22).
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172 • Poética y tradición cultural
Inútil el lamento,
inútil la esperanza, el desterrado
sollozar de este viento.
Se ha llevado
el rescoldo de todo lo acabado (2010: 22-23).
El mundo se apodera
de lo que es nuestro y suyo. Y es el vacío
todo lo hunde y vulnera,
como el río
que humedece tus labios, amor mío (2010: 23).
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176 • Poética y tradición cultural
sión mediante las imágenes del polvo y la piedra: todo se devastó y la ruina
es lo que prima: “escribes en mi piel y esas heridas / como un traje de llamas
me recubren, / ardo sin consumirme, busco el agua / y en tus ojos no hay
agua, son de piedra, / y tus pechos, tu vientre, tus caderas / son de piedra,
tu boca sabe a polvo, / tu boca sabe a tiempo emponzoñado, / tu cuerpo
sabe a pozo sin salida,” (1960: 243). Pacheco afirma: “Al cabo de los siglos
Yo se descubre entre modestas ruinas caseras de un día posterior al fin de los
tiempos. Ya no hay nada ni nadie, excepto los ojos ‘de una niña ahogada hace
mil años’” (1960: 140). La referencia a una escena de guerra, el bombardeo
en la Plaza del Ángel en 1937, es testimonio del desastre; la historia también
corresponde a un encadenamiento de desilusiones: “Madrid, 1937, / en la
Plaza del Ángel las mujeres / cosían y cantaban con sus hijos, / después sonó
la alarma y hubo gritos, / casas arrodilladas en el polvo, / torres hendidas,
frentes escupidas” (1960: 245-246).
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La palabra despierta,
abre los ojos,
dice apenas que existe.
Cae el silencio (2010: 31).
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122 El libro de Job es una obra que se destaca en la Biblia por su valor poético.
Fue escrito a comienzos del siglo V a. C. y la base de su composición corres-
ponde a un antiguo relato palestino que narraba los padecimientos de un
hombre, cuya fidelidad a Dios le mereció una buena recompensa. El propó-
sito de esta historia es mostrar la bondad de Dios; el amor de su servidor es
desinteresado, por lo tanto, no se mide por los bienes que recibe. José Emilio
Pacheco resemantiza una parte del cuarto discurso de uno de los amigos de
Job, Eluhú, quien, a pesar de no ser mencionado en el prólogo del libro, se
encarga de expresar la sabiduría y la misericordia de la providencia divina.
Es necesario aclarar que las citas bíblicas corresponden a la versión realiza-
da por Casidoro de Reina y Cipriano de Valera. José Emilio Pacheco fue un
asiduo lector de este texto e, incluso, en 1961 publica en la Revista de la Uni-
versidad de México una reseña donde destaca sus valores literarios y lingüísti-
cos: “En un terreno literario, la versión de Reina y Valera está muy por enci-
ma de las verbosas y frailunas que han emprendido algunos entusiastas de la
Revelación, pero ignorantes del hebreo y el griego y las posibilidades prosó-
dicas del español, como el infortunado Torres Amat, el Padre Scío y algunos
otros eruditos a la violeta. La nueva edición […] moderniza la ortografía y
sustituye ciertos vocablos atendiendo a las variaciones de su significado
(1961: s.p.).
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El dictador, el todopoderoso,
el que construye los desiertos mira
cómo nacen del cuerpo los bestiales
ácidos de la muerte y es roído
por el encono mártir con que tratan
los años de hormiguearlo al precipicio,
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186 • Poética y tradición cultural
Frente al mundo, “en vilo” (2010: 40), que “azota sus cade-
nas” (2010: 40) aparece un yo que usa las posibilidades que le
da la lengua: la denuncia de la tempestad y de que el polvo es
la materia de todas las cosas, el testimonio de los objetos veja-
dos126. La imprecisión afecta también a ese yo que habla porque
no tiene nombre, sin embargo, pese a ello, emprende una bús-
queda que es, a modo de antítesis, nombrar ese “rastro fugaz”
(2010: 40) que provoca la destrucción. Nombrar es un modo de
recordar; el olvido impide hablar sobre lo destruido, sobre el
mundo en ruinas. Sin embargo, el lenguaje es el artefacto más
126 El poema III de Octavio Paz de Bajo tu clara sombra [1935-1938] propone mostrar a
un tú, la amada, el mundo que se le presenta frente a sus ojos y los primeros versos
mencionan el polvo como parte de sus elementos constitutivos: “Mira el poder del
mundo,/miraelpoderdelpolvo,miraelagua”(1960:19).Adiferenciadelamirada
negativa que sostiene Pacheco sobre el polvo, debido a que es estampa de las des-
trucciones pasadas y, también, presagio de lo que vendrá, Paz se une a la tierra
mediante su canto poético. La tierra es sitio de alabanza, la nombra su lengua y es el
recinto ideal para su residencia; hay un sentir de la tierra que implica toda la corpo-
reidad del yo lírico: “Atado a este cuerpo sin retorno / te amo, polvo mío, / ámbito
necesario demialiento,/cenizademishuesos,/cenizadeloshuesosdemiestirpe”
(PoemaV,1960: 22).
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135 En su libro Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco, Alicia Genovese resalta la
identificación del tono en la lectura de un poema como parte del proceso de
significación que llevan a cabo los lectores cuando se enfrentan a este tipo
de acto verbal: “El tono elige un registro de lengua, más o menos coloquial,
más o menos formal; admite o no determinado léxico, determinado trata-
miento; convoca con su lógica. Carga o descarga de su significado primero a
las palabras, desplaza sus denotaciones y sus connotaciones, abre los conte-
nidos, crea significado, induce un sentido” (2011: 57).
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136 La “letra tatuada” también puede aludir a una de las prácticas más crueles
que ejercieron los españoles en el territorio americano. Martín Lienhard
expresa que, impacientes por dejar huellas del mundo conquistado y legiti-
mar, de este modo, el “poder” de la escritura, los europeos inscribían su
autoridad en los rostros de los autóctonos (1990: 52). Otra posible interpre-
tación se ancla en la colonización desarrollada por los españoles sobre los
patrimonios orales y pintados de los indígenas. Serge Gruzinski explica que,
a pesar de ser culturas de lo oral, los pueblos del centro de México desarro-
llaron un modo de expresión gráfica mediante glifos (esta práctica articula-
ba tres tipos de signos: pictograma, ideograma y signos fonéticos). La con-
quista española provocó la destrucción de estas manifestaciones vernáculas,
además de la demolición sistemática de los templos, de las instituciones
educativas y la persecución de los sacerdotes indígenas ([1988] 1995: 18-23).
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194 • Poética y tradición cultural
137 El término hambre cobra relevancia si consideramos la peste (la viruela) que
azota a los mexicas luego de que los españoles huyen de Tenochtitlan (la lla-
mada “Noche Triste”, ocurrida el 30 de junio de 1520). Víctimas de la mortal
enfermedad, muchos sucumbieron por hambre: “Cuando se fueron los espa-
ñoles de México y aun no se preparaban los españoles contra nosotros pri-
mero se difundió entre nosotros una gran peste, una enfermedad general.
[…] Era muy destructora enfermedad. Muchas gentes murieron de ella. Ya
nadie podía andar, no más estaban acostados, tendidos en su cama. No podía
nadie moverse, no podía volver el cuello, no podía hacer movimientos de
cuerpo; no podía acostarse cara abajo, ni acostarse sobre la espalda, ni
moverse de un lado a otro. Y cuando se movían algo, daban gritos. […]
Muchos murieron de ella, pero muchos solamente de hambre murieron:
hubo muertos por el hambre: ya nadie tenía cuidado de nadie, nadie de otros
se preocupaba” (León Portilla, [1959] 1972: 101). La palabra destierro, por
otra parte, puede ser interpretada con lo que sucederá posteriormente, el
momento en que los españoles reaparezcan en la escena mexicana para ase-
diar nuevamente a sus habitantes y, así, “desterrar” a los mexicas de sus
hogares. En relación con este último aspecto, el siguiente icnocuícatl (“cantar
triste”) expresa el desconsuelo de sus habitantes frente a la contemplación
de Tenochtitlan arrasada y la incertidumbre de cuál será su destino a partir
de tan irremediable fatalidad: “El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí
en / Tlatelolco. / Por agua se fueron ya los mexicanos; / semejan mujeres; la
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140 El valle de México estaba construido por un sistema de lagos, cuya particu-
laridad era el carácter distintivo de sus respectivas aguas. Los lagos de
Xochimilco y Chalco contenían aguas dulces, mientras que las de Texcoco,
Zumpango y Xaltocan eran salobres.
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Poética y tradición cultural • 201
Sol de contradicción.
(Hubo dos aguas
y a la mitad una isla.
Enfrente un muro
a fin de que la sal no envenenara
nuestra laguna dulce en la que el mito
abre las alas todavía, devora
la serpiente metálica, nacida
en las ruinas del águila. Su cuerpo
vibra en el aire y recomienza siempre) (2010: 51).
141 Recordemos que las fuentes indígenas coinciden en señalar a Aztlán como el
lugar de origen de los mexicas, quienes hacia mediados del siglo XIII hicie-
ron su aparición en el valle de México (León Portilla, [1961] 2010: 42).
Aztlán se encontraba en una isla sobre la que se presentaban unas construc-
ciones y en el centro se destacaba un templo sobre el cual había un persona-
je, posiblemente una divinidad, que llevaba una flor en la mano. Aztlán esta-
ba presidido por un tlahtoani, figura pública con poder legítimo. En esta
ciudad se presentaba un dios tutelar, Huitzilopochtli, quien, por la situación
de pobreza y explotación que vivía la población, ordenó que sus habitantes
abandonaran la ciudad. Este dios los guiaría hacia una nueva ciudad, la futu-
ra Tenochtitlan. Este lugar, según las indicaciones del dios mencionado,
debía fundarse sobre una isla en la cual debía erguirse un nopal, un tenochtli,
y sobre él un águila devorando una serpiente (Romero Galván, 1999). Cabe
destacar que tanto el nopal, el águila y la serpiente corresponden a emble-
mas de la actual bandera de México. A continuación, transcribimos una de
las versiones que dan cuenta del hallazgo del águila devorando la serpiente:
“Llegaron entonces / allá donde se yergue el nopal. / Cerca de las piedras
vieron con alegría / cómo se erguía un águila sobre aquel nopal. / Allí estaba
comiendo algo. / lo desgarraba al comer” (León Portilla, [1961] 2010: 46).
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204 • Poética y tradición cultural
Y al día siguiente
sólo vestigios ya.
Ni amor ni nada:
tan sólo ojos de cólera mirándonos (2010: 54).
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¿Qué se hicieron
tantos jardines, las embarcaciones
y los bosques, las flores y los prados?
Los mataron
para alzar su palacio los ladrones.
¿Qué se hicieron los lagos, los canales
de la ciudad, sus ondas y rumores?
Los llenaron de mierda, los cubrieron
para abrir paso a todos los carruajes
de los eternos amos de esta tierra,
de este cráter lunar donde se asienta
la ciudad movediza, la fluctuante
capital de la noche (2010: 55).
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145 Miro la tierra [1984-1986] está organizado en tres secciones: “Las ruinas
de México (Elegía del retorno)”, “Lamentaciones y alabanzas” y “Los
nombres del mal”. Aquí estudiaremos la primera parte.
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208 • Poética y tradición cultural
146 El epígrafe de Rafael Alberti que abre el poemario también incluye el sentido de la
mirada como primordial para intentar describir el escenario del terror; el poeta,
mediantelaapropiacióntextualylaincorporaciónenotrocontextodeescritura,le
confiere a la cita otro sentido. Los versos transmiten el sentir dramático del poeta
que,apesardesutristezayangustia,intentaregistrarloquesucedió:“Mirolatierra,
aíslo / en mis ojos, atento, una pulgada. / ¡Qué desconsolador, feroz y amargo / lo
queaconteceenella!”(2010: 306).
147 SegúnunadelasentradasdelDiccionariodelaRealAcademiaEspañola,mirarsig-
nifica “pensar, juzgar”. Pacheco, frente a las fatales consecuencias del terremoto, se
disponeamirarsinapuros;“reposa”sobrelodestruidoparatratardeentenderqué,
cómoyporquésucediólatragedia;lasuyaesunamiradacompleja.Comoveremos
posteriormente,dichareflexiónvieneacompañadaporunaredefinicióndelopoé-
tico. Ya no se poetiza sobre el polvo, el desastre y la muerte desde una perspectiva
general e inespecífica, sino a partir de una situación real e innegable. En términos
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151 Eduardo Camacho Guizado afirma que la elegía corresponde a una compo-
sición poética que lamenta la muerte de una persona o, como en el presente
caso, cualquier tipo de acontecimiento público que es digno de ser llorado
(1969: 9). Desde este punto de vista, no es casual que el escritor mexicano
haya incluido en el título, entre paréntesis, la frase “Elegía del retorno”. La
elegía, en tanto género literario, es el más apropiado para expresar un sentir
doloroso, pero, además, para revelar sus sentimientos hacia un otro, en este
caso, hacia sus coterráneos en su regreso a México. “Elegía del retorno”, de
este modo, es un poema donde la muerte no es independiente del yo; él no se
distancia de ella, o la “vive” desde afuera, al contrario, sufre y transforma esa
experiencia infeliz en materia poética.
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212 • Poética y tradición cultural
152 Otra vez el campo de lo elegíaco se torna tangible. Las comparaciones, cada
vez más violentas, son un enfrentarse continuo a la muerte, a la nada, a la
destrucción. Son tan sensibles estas observaciones como la percepción del
mismo Sebald cuando se opone a la mudez de sus colegas, quienes ocultaron
las dimensiones del desastre y negaron las cifras de la devastación durante
los últimos años del enfrentamiento: “… si los que nacieron después tuvie-
ran que confiar sólo en el testimonio de los escritores, difícilmente podrían
hacerse una idea de las proporciones, la naturaleza y las consecuencias de la
catástrofe provocada en Alemania por los bombardeos. Sin duda hay algu-
nos textos pertinentes, pero lo poco que nos ha transmitido la literatura,
tanto cuantitativa como cualitativamente, no guarda proporción con las
experiencias colectivas extremas de aquella época” ([1999] 2003: 77-78). Al
contrario de lo que afirma Sebald respecto a Alemania, Pacheco sí describe
la ciudad de México en llamas.
153 “El día se vuelve noche, / polvo es el sol” (Pacheco, 2010: 309).
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214 • Poética y tradición cultural
Hubo un tiempo
feliz en que podíamos movernos,
salir, entrar y ponernos de pie o sentarnos.
Ahora todo cayó. Ha cerrado
el mundo sus accesos y ventanas,
Hoy entendemos lo que significa
una expresión terrible:
sepultados en vida (2010: 310).
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156 La inclusión del oxímoron “fuego helado” es una clara referencia al poema
de Francisco de Quevedo, donde el poeta presenta su definición del amor.
Estructurado en paralelismos que resaltan las contradicciones de este senti-
miento, identifica a este con la figura del abismo para subrayar, en la incom-
prensión, su “peligrosidad”. Pacheco también inscribe el caos de la destruc-
ción en la misma imagen; como el amor, el polvo es materia que “desciende
siempre” (2010: 311) y elemento constituyente de los hombres.
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218 • Poética y tradición cultural
158 El estudio de Juan F. Alcina sobre la elegía hace hincapié en sus múltiples
temáticas y resalta aquella que se propone narrar viajes, sentimientos y,
como en Pacheco, vivencias, sean estas tristes o alegres (2008: 31).
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220 • Poética y tradición cultural
[…]
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con la certeza
de que el otro soy yo, yo soy el otro,
y tu dolor, mi prójimo lejano,
es mi más hondo sufrimiento.
161 El recurso de la anáfora, en la parte III del poema, se utiliza para intensificar
la presencia de la destrucción y se plasma en la repetición de la misma
estructura sintáctica: “La tierra es muda: habla por ella el desastre. / La tierra
es sorda: nunca escucha los gritos. / La tierra es ciega: nos observa la muer-
te” (2010: 319).
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222 • Poética y tradición cultural
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162 Las moscas azules se comportan como seres que, desde el sistema de saberes
y creencias quechuas, simbolizan el pronto arribo de la muerte. José María
Arguedas en su novela Los ríos profundos (1958) recupera este aspecto de la
cosmovisión andina. La chiririnka puede oler la muerte y asistir al inicio del
cadáver (Carlos Huamán López, 1999: 58). Ernesto, el protagonista de la
novela de Arguedas, reflexiona frente al avance de la peste (tifus): “No
ponían al sol los carneros degollados, porque en la carne anidaba el chiririn-
ka, una mosca azul oscura que zumba aun en la oscuridad, y que anuncia la
muerte; siente, al que ha de ser cadáver, horas antes, y ronda cerca. Todo lo
que se movía con violencia o repentinamente era temible” ([1958]
1978: 165).
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224 • Poética y tradición cultural
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La figuración de la ruina en la última
poesía de José Emilio Pacheco
163 Sobre la relación de la poesía de José Emilio Pacheco con la vertiente ecolo-
gista, consultar: “Los indicios del fin: la poesía ecologista de José Emilio
Pacheco” de Niall Binns (2001).
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Cruje el edificio
Con la violencia inútil de sus pasos.
Se revuelca en el suelo.
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232 • Poética y tradición cultural
Pongo un clavo
Todos los días y no fallo nunca (2010: 636).
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234 • Poética y tradición cultural
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No lo sé,
Nunca lo sabré.
Vivir
Es encarnar esta ignorancia sin fondo (2010: 651).
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236 • Poética y tradición cultural
Digo,
Como si decir algo fuera capaz
De hacerlo aparecer entre la sombra del sol,
Resonancia del día sin nombre.
Digo,
Y se va el decir
En la corriente que no vuelve.
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238 • Poética y tradición cultural
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169 Pedro Ruiz Pérez en “La oda en el espacio lírico del siglo XVII” plantea un
sistema de oposiciones estructurales entre diferentes manifestaciones esté-
ticas, como la oda, la elegía, la epístola, la sátira y la canción. Así, en el plano
métrico, la oda se particulariza por la tendencia a la estructura estrófica y
formas aliradas. Ya en el plano de la enunciación, la oda define un emisor
marcado y un receptor idealizado que mantienen una relación de respeto
(2008: 281-282).
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244 • Poética y tradición cultural
La realidad es psicópata:
Jamás se compadece de sus víctimas.
Hace trampa al jugar con la esperanza.
Todo lo escribe mal con letras chuecas
Llenas de errores de sintaxis.
Ignora el ritmo, el tono, la armonía.
Confunde los papeles asignados.
Olvida lo que dijo en la otra página.
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246 • Poética y tradición cultural
Miseria,
Incurable miseria la poesía:
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248 • Poética y tradición cultural
“Hija mía”,
Le dice a la Vejez su cruel madrastra la Vida:
“Sírvame otro platito de esta carne
Que has macerado con arte.
Vamos a disfrutarla antes que venga
Mi rival a quitármela” (2010: 687).
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Palabras finales a modo de conclusiones
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Bibliografía
Fuentes primarias
Poesía
Pacheco, José Emilio. Aproximaciones. México: Penélope,
1984.
_____. Tarde o Temprano [Poemas 1958-2009]. Barcelona:
Tusquets, 2010.
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260 • Poética y tradición cultural
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Otros ensayos
Pacheco, José Emilio. “Torres Bodet, ‘Contemporáneo’”.
AA.VV. Ensayos contemporáneos sobre Jaime Torres Bodet.
Beth Miller (comp.). México: Universidad Autónoma
de México, 1976.
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Fuentes secundarias
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