Etica Habermas
Etica Habermas
Etica Habermas
0.1 PREFACIO
naturales>>, la única conclusión que cabe sacar de ello es que los juicios morales
no son susceptibles de la sociedad y la política modernas. Y desde este punto de
vista se la criticó después de la Segunda Guerra Mundial en las distintas formas
de <<disputa sobre el positivismo>>. Y sin embargo, fue el <<positivismo
lógico>> en su forma de <<positivismo jurídico>> la única corriente de
pensamiento que en los años veinte y treinta del siglo XX logró articular una
defensa de principio del orden democrático-liberal. Las demás parecieron
compartir la convicción de Nietzsche de que, a lo que se viene abajo, lo mejor es
empujarlo. Pues bien, la defensa de principio que del orden democrático-liberal se
hace en el <<positivismo jurídico>>, se basa en que los supuestos morales
básicos de la cultura, de la política y de la sociedad occidentales y la pretensión
de universalidad de ellos son consecuencia directa de la suposición de que no hay
verdades prácticas, o de que, si las hubiera, han de considerarse irrelevantes a la
hora de diseñar un orden justo. En el capítulo final de <<Esencial y valor de la
democracia>> (2ª ed. 1929) H. Kelsen se expresa con toda claridad al respecto.
La convivencia política moderna se asienta en un radical no-consenso, o quizá
mejor: se basa en el consenso convertido en posibilidad de coerción jurídica, de
aquellos que han aprendido o (si se quieren evitar aquí las resonancias
normativas del término <<aprendizaje>>) se han resignado a contar y a convivir
con un radical no-consenso del prójimo en lo que respecta a <<ultimidades>>,
en lo que respecta a concepciones básicas de la vida y del mundo. No es verdad
que el mutuo y radical <<escepticismo>> respecto a la existencia de verdades
prácticas represente la ruina de los supuestos morales del orden democrático-
liberal. Al contrario, esos principios tienen como supuesto ese
<<escepticismo>>: <<Precisamente en ese punto donde se diría que se pierde
toda posibilidad de justificar la democracia (por no ser posible apelar a verdades
prácticas), justo en ese punto es donde cabe iniciar su defensa. Precisamente
quien considera cerrada al conocimiento humano la verdad metafísica, es decir, la
verdad absoluta y los valores absolutos, tiene que tener por posibles no sólo la
opinión propia, sino también la opinión ajena, y la opuesta. De ahí que el
<<relativismo>> sea la cosmovisión que la idea democrática presupone. La
democracia da igual valor a la voluntad política de cualquiera, al igual que
respeta también toda fe política, pues la voluntad política no es sino la expresión
de ella. Por eso da a toda opinión política la misma libertad de expresarse y de
hacerse valer ganándose en competencia libre la voluntad de los hombres. Y de
ahí que con toda razón se haya visto lo específico de la democracia en el
procedimiento dialéctico, en ese procedimiento que se desarrolla a través de
manifestaciones, réplicas y contrarréplicas, mediante el que se prepara la
producción de normas en las asambleas populares y parlamentarias. La
dominación de la mayoría, tan característica de la dominación democrática, se
distingue de cualquier otro tipo de dominación no sólo porque por su más íntima
esencia presupone conceptualmente una oposición, sino porque la reconoce
también políticamente en los derechos fundamentales y en los derechos de
libertad y en el principio de proporcionalidad...>> Y no es que el
<<relativismo>> o <<escepticismo>> democráticos se convierta entonces
contradictoriamente en la única verdad; para cumplir la función política que
cumple, ha de renunciar a serlo, es decir, ha de renunciar a quedar articulado en
una <<teoría de la democracia>> que pretenda ser la <<universalmente
válida>>. Si pretendiera serlo no sería sino un interviniente más en las
<<guerras de religión>> entre verdades absolutas, la única salida a las cuales no
sería de nuevo sino una salida <<política>>, la salida construida sobre un
estructural <<escepticismo>> respecto a toda verdad práctica absoluta. La
democracia liberal (ésta es la idea de Kelsen, repetida hoy por R. Rorty de todas
las maneras posibles, pero apelando a Rawls) no tiene otro fundamento que su
capacidad de sostenerse políticamente a sí misma como el régimen de la no-
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 3 de 42
Pero esas reformulaciones lo son del análisis conceptual que Kant hace en el
segundo capítulo de la <<Fundamentación de la Metafísica de las costumbres>>
de qué es lo que propiamente podemos querer decir al emplear los términos
morales. Falta en ellas la explicación de por qué no podemos eludir el empleo del
lenguaje moral, de cuál es la razón de que <<el punto de vista moral>> no nos
resulte obviable. Falta, pues, <<el tránsito de la Metafísica de las costumbres a la
crítica de la razón pura práctica>>. Y es esa <<razón pura práctica>> la que
Habermas convierte en <<razón comunicativa>>.
la que todo el enrevesado complejo conceptual en el que uno acaba casi siempre
perdiéndose, no trata de ser sino una pormenorización.
Yo he oído a Habermas decir que si pudiera hablarse de algo así como una
<<experiencia filosófica>>, así tendría que calificar él su lectura de textos como
<<La fijación de la creencia>>, <<Cómo esclarecer nuestra ideas>>, o
<<Algunas consecuencias de cuatro incapacidades>> de Ch. S. Peirce. Las
posiciones desarrolladas en esos textos, Habermas las tiene por aportaciones
centrales al pensamiento contemporáneo. Lo que Habermas leyó en ellos venía
esencialmente inspirado por la interpretación que de ellos había hecho K. O. Apel,
de cuya <<transformación semiótica>> de la filosofía trascendental depende,
pues, Habermas, no menos (sino más) que de los últimos desarrollos de la
metaética analítica. Con esa transformación Apel hacía frente a problemas
suscitados en el contexto del pensamiento de Heidegger, del segundo
Wittgenstein y de Gadamer, del que Apel proviene. A título de <<consecuencias
del pragmatismo>> esos mismos problemas han sido analizados reiteradamente
por R. Rorty refiriéndolos a las posiciones de Dewey, Heidegger y Quine. Nada
tiene, pues, de extraño que las posiciones de Peirce, Dewey, Heidegger,
Gadamer, Wittgenstein, Gadamer y Quine se hayan convertido en un contexto de
discusión compartido por teóricos de la misma generación, procedentes, ya de la
<<filosofía analítica>>, ya de las <<transformaciones>> centroeuropeas de la
<<fenomenología>>.
Pues bien, lo que Habermas leyó en Peirce fue lo siguiente, según nos lo explica
al final de la sección sexta del último de los artículos recogidos en el presente
libro o como lo explica mucho más pormenorizadamente en la sección primera del
primer capítulo de <<Facticidad y Validez>>: <<El mundo como conjunto de los
hechos posibles se constituye en cada caso para una comunidad de
interpretación, cuyos miembros se entienden entre sí sobre algo en el mundo
dentro de un mundo de la vida intersubjetivamente compartido. <<Real>> es
aquello que puede exponerse en enunciados verdaderos, pudiendo aclararse a su
vez el término <<verdadero>> por referencia a la pretensión que uno entabla
frente a un prójimo al afirmar un enunciado. Con el sentido asertórico de una
afirmación entabla el hablante una pretensión susceptible de crítica, relativa a la
validez del enunciado afirmado; y como nadie dispone de la posibilidad de un
acceso directo a condiciones de validez no interpretadas, la <<validez>> ha de
entenderse epistémicamente como <<validez que se nos revela o muestra a
nosotros>>. Toda pretensión de verdad de un proponente, que esté justificada,
ha de poderse dejar defender con razones frente a las objeciones de posibles
oponentes y, al cabo, ha de poder contar con un acuerdo racionalmente motivado
de la comunidad de interpretación. Sin embargo, en este asunto no basta el
referirse a cualquier comunidad particular de interpretación. De ahí que Peirce
explique la verdad refiriéndose contrafácticamente al desempeño de una
pretensión de validez susceptible de crítica, bajo las condiciones comunicativas de
una comunidad de intérpretes idealmente ampliada en el espacio social y en el
tiempo histórico. La proyección de una comunidad indefinida de comunicación
sirve a sustituir el momento de eternidad (o el carácter supratemporal) de la
<<incondicionalidad>>, por la idea de un proceso de interpretación abierto, pero
orientado a una meta, que transciende desde dentro los límites del espacio social
y del tiempo histórico, pero a partir de la perspectiva de una existencia finita
localizada en el mundo. En el tiempo, según Peirce, los procesos de aprendizaje
de la comunidad indefinida de comunicación habrían de constituir ese arco que
salva todas las distancias temporales; en el mundo habrían de poderse realizar
aquellas condiciones que tienen que presuponerse suficientemente cumplidas
para la pretensión incondicionada con que se presentan esas pretensiones de
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 6 de 42
exigencias de simetría que ese habla implica, las que finalmente parecen
ofrecerse (o pueden muy bien ofrecerse con todo sentido) como <<principio de
argumentación>> para el caso del <<discurso práctico>>, es decir, para el caso
de tener que pasar a resolver argumentativamente las pretensiones de
<<rectitud normativa>>. Y tal situación no tiene más remedio que provocar un
vuelco en la estructura del <<bien>> del que (frente a la <<ética de los
bienes>>) puede tratarse en tal <<discurso práctico>>. Pues ese principio
difícilmente podría rezar de otro modo que: <<Sólo son legítimas o admisibles o
correctas aquellas normas de acción que hubieran podido ser aceptadas por todos
los posibles afectados por ellas, en el medio de discursos racionales, es decir, en
discursos desarrollados en condiciones tales que sus resultados tengan a su favor
la presunción de venir determinados por los mejores argumentos>>, y aceptadas
como siendo <<en bien de todos por igual>>.
Por lo demás, casi resulta ocioso decir que aparte de las pretensiones de verdad y
de corrección o rectitud normativas que lleva consigo el <<entenderse con
alguien sobre algo>> en que el hablar primariamente consiste, éste ha de
implicar también pretensiones de validez en lo tocante al <<entenderse con
alguien sobre algo>> y a la inteligibilidad de los medios de entendimiento
empleados, es decir, al <<entenderse con alguien sobre algo>>, que es a lo que
Habermas se refiere con las pretensiones de <<veracidad>> e
<<inteligibilidad>>, respectivamente. Y resulta igualmente ocioso decir que
incluso en los casos de ruptura violenta de la comunicación, o en los casos en que
hay que limitarse a esperar y ver, pesa siempre sobre nosotros, en tanto que
hablantes, la conciencia de un fracaso del entendimiento racional, que quizá
hubiera podido evitarse y que puede ser susceptible de corregirse al menos en
términos de un compromiso equitativo. Como decía Aristóteles en el primer libro
de su <<Política>>: <<El sentido del bien y del mal, de lo justo e injusto, es
exclusivo del hombre>>, precisamente <<por ser el hombre el único animal que
tiene lenguaje>>.
Pues bien, para Habermas la respuesta a ese <<por qué>> (y por tanto, la
<<fundamentación>> completa del <<principio moral>>) no puede darla sólo la
filosofía. La filosofía, tal como se entienden a sí mismas las partes filosóficas de
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 9 de 42
Pero al igual que para Habermas, tampoco para este tipo de neoaristotelismo
pueden considerarse como un hecho consumado en ninguna parte ni tampoco
como una tendencia que hubiera de imponerse fatalmente el que la ciencia, la
tecnología, la economía, la política y un derecho funcionando conforme a la lógica
de la conjunción de esas esferas, se constituyan, por así decir, en un <<núcleo
duro>> de la modernidad, que por fuerza hubiese de reducir los ideales éticos de
la ilustración a pura reacción adaptativa al movimiento de la conjunción de esas
esferas, y ello en un <<horizonte de sentido>> definitivamente oscurecido. Por
mucho que haya de ello, tal cosa ni es del todo así sin más en ninguna parte, ni
tampoco puede entenderse que sea un destino fatal de una humanidad
universalizada y abstractizada. Para ese neoaristotelismo no tendría desde luego
por qué serlo si se reactivase en términos de <<ética clásica>> la conciencia de
los fines implicados en los principios de la moral moderna, precisamente en el
contexto de las grandes ideas religiosas y metafísicas de las que esos principios y
las transformaciones modernas que los sustentan, en definitiva provienen. Como
ingredientes de nuestro entendernos como seres morales en sentido moderno, es
decir, en términos de postulados finales de la razón práctica relacionados con el
<<bien supremo>>, reintrodujo Kant en su sistema las ideas más básicas de la
religión y la Metafísica occidentales. Con ellas pueden darse ciertamente la mano
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 13 de 42
Para Habermas la ilustración no tiene otro punto fijo ni religioso ni metafísico que
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 15 de 42
el que representan los supuestos del habla racional, que, aunque quisiésemos
cuestionarlos, nos encontraríamos admitiéndolos ya siempre al argumentar
contra ellos. Precisamente el no haber para ella nada, ni siquiera ella misma, que
la razón ilustrada no pueda por principio cuestionar y cuya pretensión de validez
o autoridad no pueda poner en tela de juicio, es decir, el poder estructuralmente
adoptar frente a todo una <<actitud hipotética>> y, como decía Kant, poder
<<borrar conceptualmente todo>>, incluso a sí misma, es rasgo definitorio de la
razón moderna desde que ésta se arrancara de lo que primero Kant y después
Heidegger llamaron <<onto-teología>>. De modo que la <<ilustración>> acaba
encontrándose sosteniéndose a sí misma, sosteniéndose ella sola, en cierto modo
sobre el vacío, como el factum contingente de la razón. Y son la naturaleza y
supuestos de la pretensión de razón, que se nos vuelven explícitos analizando
conceptos de validez del <<habla argumentativa>>, los que para las hijas e hijos
de la modernidad constituyen el Vorverständnis, la precomprensión, el acuerdo,
el <<contrato>>, o el <<convenio>>, en el que como hablantes ya siempre
estamos o que como hablantes ya siempre hemos firmado. Para nuestros
enunciados o para nuestros juicios morales no tenemos más remedio (al
hacerlos) que reclamar validez veritativa o validez práctica (pues ello forma parte
del propio sentido del hacerlos) por encima de sus concretas condiciones de
espacio social y tiempo histórico, aun siendo conscientes de las limitaciones
impuestas por esas condiciones o contextos e incluso estando seguros de que
acabarán sucumbiendo a ellas. Es decir: en relación con esos enunciados y juicios
(si los estamos haciendo en serio y cuando las cosas van en serio) no tenemos
más remedio que entablar la pretensión de poder defenderlos ante todo ser
racional. Pero la <<trascendencia>> (el <<más allá>> respecto de todo
condicionamiento y contexto), esto es, la <<incondicionalidad>> a la que con
ello se apunta, que no tenemos más remedio que suponer en la comunicación y
que mutuamente nos liga en la comunicación, es una trascendencia que dimana
de esos propios supuestos del <<habla argumentativa>>, que son, como hemos
visto, los que nos permiten definir los conceptos de <<realidad>> y de
<<justicia>>; por tanto, es una trascendencia <<desde dentro>> (lo cual quiera
decir: el contexto del que partimos e incluso nuestra propia práctica
argumentativa siempre pueden quedarnos rotos por razones de validez, es decir,
mediante cuestionamientos y argumentos) y también una trascendencia vuelta
hacia el <<más acá>> (lo cual quiere decir: el <<proceso de aprendizaje>> que
mediante esos cuestionamientos se pone en marcha conduce siempre a otro
contexto y a otra concreta práctica argumentativa, espacio-temporalmente
condicionada). Es decir, se apunta a una incondicionalidad, que nace de la
condicionalidad y que se resuelve en condicionalidad, pero que es capaz de
romper toda condicionalidad (en el sentido siempre de condiciones de contexto),
y eso se llama <<aprender>>.
postulados. No hay tal cosa. Más bien, suponiéndose de antemano a sí misma (lo
cual quiere decir: argumentando) y entendiéndose como el factum que es, la
razón ilustrada puede incluso trazar su propia genealogía desde la religiones
universales y la Metafísica, cerciorándose así de sí misma como la razón (aunque
quizá no como toda la razón) que las religiones universales y la Metafísica quizá
tuviesen.
Pero cuando nos preguntamos por qué esta posición no acaba sin más en el tipo
de crítica de la religión que desde Hume ha venido siendo protagonizada por la
<<ilustración empirista o positivista>>, con el que viene a coincidir en sus bases,
nos encontramos con que en el pensamiento de Habermas quedan bien
reflejadas, a la vez que bien tematizadas, perplejidades de la <<moral racional
moderna>>, que Habermas se niega muy consecuentemente a dar por cerradas
y que tienen que ver con que el medio en que la <<razón práctica moderna>>
puede dar hoy cuenta de sí (como una razón <<reducida>> a los supuestos de
un <<habla argumentativa>> <<desencantada>>), ya no puede ser una
metafísica, ni un saber de fundamentos últimos. Podemos señalar esas
perplejidades recurriendo a tres grupos de <<alteridades>>, es decir, de
relaciones de la <<razón comunicativa>> con lo otro de ella.
Y es en este punto donde se produce el giro que caracteriza a Rawls. Pues cada
una de esas concepciones contiene para quienes viven en ellas las verdades más
importantes, y (en lo que se refiere a moral) las verdades prácticas sin más. Pero
si ahora resulta que todos hemos de partir del factum de que <<la sociedad bien
ordenada>> no puede proyectarse desde ninguna de ellas, entonces para el
creyente de cada una de ellas resulta que <<si no puedes, no debes>>, es decir,
que el creyente de cada una de ellas queda eximido de las obligaciones que a
efectos de ética política le vienen sugeridas por su <<dios>>. Pero con ello
también el sentido natural de la justicia, el <<sense of justice>> de los
habitantes de las distintas <<proyecciones de mundo>>, se queda sin
articulación, se queda sin principios <<verdaderos>>, es decir, sin aquel
contenido que antaño le prestaba cada una de <<las proyecciones de mundo que
se afirmaban unas contra otras en una coexistencia exenta de comunicación>>.
Por tanto, hay que pasar a darle un contenido, una articulación, y ello desde una
situación de estricta simetría, que no puede venir definida desde ninguna de esas
proyecciones mundo y que para Rawls, por tanto, ha de ser una situación
constructa, artificial, al igual que el producto que de ella se obtiene. Es lo que
representa la <<posición original>> (con el <<velo de ignorancia>> que la
caracteriza respecto a la posición que me va a tocar ocupar en la vida y respecto
a la concepción que me va a acontecer tener de la vida y del bien). Los principios
obtenidos en la <<posición original>> son unos principios de justicia que, por el
método mismo de su construcción, no pueden pretender competir con ninguna
<<verdad práctica>> (con las <<verdades>> de verdad, por así decir) y que
por consiguiente no pueden pretender ser <<verdaderos>>. Definen los
principios de un orden social que todos pueden aceptar, y (en orden a ello) de un
<<uso público de la razón>> que, en lo que se refiere a <<orden del día>>
político, comporta a la vez un <<método de evitación>> de toda confrontación
público-política entre concepciones diversas del mundo y del bien, que así se
convierte si acaso en una confrontación <<privada>>. Ello permite reconocer
que la construcción de los principios que configuran la concepción <<política>>
(que no teórica) moderna de la justicia, representa una respuesta o salida
<<políticas>> a las <<guerra de religión>>, una salida cuyo único aspecto de
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 21 de 42
PREFACIO
J.Habermas
Frankfurt/Main, Marzo 1991.
(Traducción: Manuel Jiménez Redondo)
[J. Habermas/Erläuterungen 1991/art.1/trad. M. Jiménez Redondo]
DEL DISCURSO>?
- sólo pueden pretender validez aquellas normas que pudiesen contar con el
asentimiento de todos los afectados como participantes en un discurso práctico.
Finalmente llamamos universalista a una ética que afirma que este principio
moral (u otro similar) no sólo expresa las intuiciones de una determinada cultura
o de una determinada época, sino que tiene una validez general. Sólo una
fundamentación del principio moral que, por tanto, no se limite a recurrir a un
factum de la razón, puede desmentir la sospecha de no tratarse de otra cosa que
de una falacia etnocéntrica. Hay que poder demostrar que nuestro principio moral
no se limita a reflejar los prejuicios de los actuales europeos adultos, blancos,
varones, y provenientes de las capas burguesas. No entraré en esta parte de la
ética, la más difícil de todas, sino que me limitaré a recordar las tesis que, en lo
tocante a ello, la ética del discurso sostiene: todo aquel que trate en serio de
participar en una argumentación, no tiene más remedio que aceptar
implícitamente presupuestos pragmático-universales que tienen un contenido
normativo; el principio moral puede deducirse entonces del contenido de estos
presupuestos de la argumentación con tal que se sepa qué es eso de justificar
una norma de acción.
El punto de vista desde el que las cuestiones morales pueden enjuiciarse con
imparcialidad lo llamamos <<punto de vista moral>> (moral point of view). Las
éticas formalistas dan una regla que explica cómo puede considerarse algo desde
un punto de vista moral. Como es sabido, John Rawls recomienda para este fin
una <<posición original>> en que todos los participantes se enfrentan unos con
otros como partes contratantes, capaces de decisión con arreglo a fines y dotadas
de una misma facultad de decisión, pero que desconocen la posición que van a
ocupar en la sociedad efectiva; Rawls considera la <<posición original>>
<<como el punto de partida más adecuado que asegura que los acuerdos que se
tomen en ella sean limpios y equitativos (fair). Con el mismo propósito G.H. Mead
recomienda, en vez de eso, una <<asunción ideal de rol>> (ideal role-taking)
que exige que el sujeto que juzga moralmente se ponga en el lugar de todos
aquellos que podrían verse afectados por la ejecución de una acción problemática
o por la entrada en vigor de una norma cuestionable. El procedimiento del
discurso práctico ofrece ventajas frente a ambas construcciones. En las
argumentaciones los participantes han de partir de que en principio todos los
afectados participan como iguales y libres en una búsqueda cooperativa de la
verdad en la que no puede admitirse otra coerción que la resultante de los
mejores argumentos. El discurso práctico puede considerarse un exigente modo
de formación argumentativa de una voluntad común que (al igual que la
<<posición original>> de Rawls) tiene por fin garantizar, merced sólo a
presupuestos universales de la comunicación, la rectitud (o fairness) de cada uno
de los acuerdos normativos que puedan tomarse en esas condiciones. Este papel
puede desempeñarlo el discurso práctico merced a suposiciones idealizadoras que
los participantes han de hacer en sus prácticas argumentativas efectivas;
desaparece, por tanto, el carácter ficticio de la <<posición original>> incluyendo
el artificio que representa el <<velo de ignorancia>>. Por otro lado, el discurso
práctico puede contemplarse como un proceso de entendimiento que, por su
propia forma, obliga a que todos los participantes practiquen simultáneamente,
es decir, a la vez, una asunción ideal de rol. La asunción ideal de rol que en Mead
practica cada uno de forma particular y privadamente, queda convertida así en
algo público, practicado intersubjetivamente por todos.
Queda en pie la cuestión de por qué la explicación que la ética del discurso da del
punto de vista moral o de la imparcialidad del juicio moral recurriendo a un
procedimiento, habría de poder considerarse expresión adecuada de nuestras
intuiciones morales, las cuales no son algo procedimental, sino algo sustancial.
<<Morales>> llamaré a todas las intuiciones que nos informan acerca del mejor
modo de comportarnos para contrarrestar mediante la consideración y el respeto
la extrema vulnerabilidad de las personas. Pues, desde un punto de vista
antropológico, la moral puede entenderse como un mecanismo protector que
sirve de compensación a la vulnerabilidad estructuralmente inscrita en las formas
de vida socioculturales. Vulnerables en este sentido y, por tanto, moralmente
necesitados de atención y consideración son los seres que sólo pueden
individuarse por vía de socialización. La individuación espacio-temporal de la
especie humana en ejemplares particulares no viene regulada por un mecanismo
genético que directamente vaya de la especie al individuo particular. Antes bien,
los sujetos capaces de lenguaje y acción sólo se constituyen como individuos
porque al crecer como miembros de una particular comunidad de lenguaje se
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 26 de 42
Estas consideraciones sólo tienen por fin aclarar por qué me cabe esperar que la
ética del discurso logre acertar con algo sustancial valiéndose de un concepto
procedimental e incluso pueda hacer valer la interna conexión de los aspectos
que representan la justicia y el bien común, que las éticas del deber y los bienes
trataron por separado. Pues el discurso práctico, en virtud de sus exigentes
propiedades pragmáticas, puede garantizar una formación de la voluntad común,
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 28 de 42
II
b) Pero en un sentido distinto también aquí tiene Hegel razón. Las éticas de tipo
kantiano se especializan en cuestiones de justificación; dejan sin responder las
cuestiones relativas a aplicación. Es menester un esfuerzo adicional para
neutralizar la inevitable abstracción que el proceso de justificación empieza
practicando respecto de las situaciones siempre particulares y de los casos
individuales. Ninguna norma contiene las reglas de su propia aplicación. De nada
sirven las fundamentaciones morales si en el proceso de aplicación no resulta
posible eliminar la descontextualización de las normas generales a que se apela
para justificar las acciones. También la ética del discurso ha de plantearse la
difícil cuestión de si la aplicación de reglas a los casos particulares no exige una
suerte de prudencia o juicio reflexivo, ligado a las convenciones locales de la
situación hermenéutica de partida y que, por tanto, no tiene más remedio que
minar la pretensión universalista de la razón práctica. El neoaristotelismo saca de
ello la consecuencia de que una <<facultad de juzgar>> ligada al contexto de
cada caso debería ocupar el puesto de la razón práctica. Y como tal <<facultad
de juzgar>> sólo se mueve dentro del horizonte de una forma de vida ya
aceptada en conjunto, puede apoyarse en un contexto evaluativo, en una
constelación de valores ya admitidos, que establece un continuo entre cuestiones
de motivación, cuestiones de hecho y cuestiones normativas.
En cambio, la ética del discurso insiste en que no podemos caer por debajo del
nivel alcanzado por Kant en lo tocante a la diferenciación entre la problemática de
fundamentación y la problemática tanto de aplicación como de realización de lo
moralmente fundamentado. La ética del discurso puede mostrar que también en
la aplicación inteligente de normas se imponen principios generales de la razón
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 31 de 42
práctica. En esta dimensión son topoi nada desdeñables, como son los principios
desarrollados por la tópica jurídica relativos a la consideración de todos los
aspectos relevantes de un caso o a la proporcionalidad de los medios, los que
confieren validez y fuerza a la exigencia moral de una aplicación imparcial,
a) Kant tiene que exponerse al reproche de que una ética que categorialmente
separa el deber de la inclinación y a la razón de la sensibilidad, ha de permanecer
sin consecuencias en la práctica. Pero una ética del discurso que ha abandonado
la doctrina de los dos reinos no puede verse afectada en los mismos términos por
esta objeción. El discurso práctico exige la inclusión de todos los intereses
afectados en cada caso y se extiende incluso a un examen crítico de las
interpretaciones que nos permiten percibir determinadas necesidades como
intereses propios. La ética del discurso abandona también el concepto de
autonomía articulado en términos de filosofía de la conciencia, que no permite
pensar la libertad, considerada como la atenencia a leyes que uno se da a sí
mismo, sin pensar al mismo tiempo en una sumisión y sujeción objetivantes de
nuestra propia naturaleza subjetiva. El concepto intersubjetivista de autonomía
tiene en cuenta el hecho de que el libre despliegue de la personalidad de cada
uno depende de la realización de la libertad de todas las personas.
b) Pero en otro aspecto Hegel sigue teniendo razón, aun contra la ética del
discurso. También en el discurso práctico arrancamos las acciones y normas
problemáticas de los contextos de eticidad sustancial que representa el mundo de
la vida, para, en una actitud hipotética, someterlas a examen sin tener en cuenta
los motivos operantes y las instituciones vigentes. También la ética del discurso
ha de plantearse el problema de cómo neutralizar después este inevitable paso
que el proceso de fundamentación exige y que tiene por consecuencia una
desmundanización de las normas. Pues las ideas morales no tendrían, en efecto,
ninguna consecuencia para la práctica si no pudiesen apoyarse en la fuerza
impulsora que le proporcionan los motivos y en la vigencia social de instituciones
reconocidas. Tienen que ser transformadas, como dice Hegel, en deberes
concretos de la vida cotidiana. Y así es en realidad: toda moral universalista
depende del sostén y apoyo que le ofrecen las formas de vida. Necesita de una
cierta concordancia con prácticas de socialización y educación que pongan en
marcha en los sujetos controles de conciencia fuertemente internalizados y
fomenten identidades del yo relativamente abstractas. Una moral universalista
necesita también de una cierta concordancia con instituciones sociales y políticas
en que ya estén encarnadas ideas jurídicas y morales de tipo posconvencional.
a) Ni Kant ni la ética del discurso se exponen al reproche que hoy se les hace
desde las filas neoconservadoras de justificar formas de acción totalitarias, o al
menos de dar alas a tales formas de acción siquiera de modo indirecto. La
máxima de que el fin justifica los medios es incompatible con la letra y espíritu
del universalismo moral, y más que nunca cuando se trata de la realización
política de principios jurídicos y constitucionales universalistas. Un papel
problemático lo desempeñan, ciertamente, en este contexto construcciones
provenientes de la filosofía de la historia que otorgan a la acción revolucionaria
de una vanguardia funciones vicarias enderezadas a despertar la práctica
estancada o paralizada de un macrosujeto social. El error de este pensamiento
ligado a las categorías de la filosofía de la historia radica en representarse a la
sociedad como un sujeto en gran formato, para identificar después la acción de
esa vanguardia (una acción moralmente enjuiciable y, naturalmente, sólo
imputable a esa vanguardia) con la práctica de ese presunto sujeto superior que
es la sociedad, práctica a la que se supone por encima de, y substraída a, todo
criterio moral. La ética del discurso, con su planteamiento articulado en términos
de teoría de la intersubjetividad, rompe con las premisas de la filosofía de la
conciencia; ese planteamiento cuenta a lo sumo con la intersubjetividad de orden
superior que representan los espacios de opinión pública en los que las
comunicaciones se adensan y convierten en procesos de autocomprensión y
autoaclaración de la sociedad global.
b) Hegel distingue, como es debido, entre una acción sujeta a leyes morales y
una práctica que tiene por meta la realización y plasmación de leyes morales.
¿Puede la realización de la razón en la historia convertirse en meta alcanzable de
una posible acción? Acabamos de ver que la fundamentación o justificación
discursiva de normas no puede asegurar a la vez la realización de lo así
fundamentado. El problema que representa este gradiente entre juicio y acción,
que (por expresarnos en la jerga de los ordenadores) se plantea por el lado del
output del discurso práctico, se repite por el lado del input:
El discurso mismo no puede ser el encargado de cumplir las condiciones que son
menester para que los afectados de cada caso queden en situación y disposición
de participar correctamente en discursos prácticos. A menudo faltan las
instituciones que hacen socialmente expectable una formación discursiva de la
voluntad común en lo tocante a determinados temas en determinados lugares; a
menudo faltan los procesos de socialización en los que se adquieren las
disposiciones y capacidades necesarias para participar en argumentaciones
morales, por ejemplo, lo que Kohlberg llama una conciencia moral
posconvencional. Y más a menudo aún, las condiciones materiales y las
estructuras sociales son tales que las cuestiones morales están a la vista de todos
y hace ya tiempo que los desnudos hechos de la pobreza y la miseria, la
humillación y la degradación se han encargado de darles una suficiente
respuesta, aunque se haga caso omiso de ella. Siempre que las relaciones
vigentes representan una pura burla a las exigencias de una moral universalista,
las cuestiones morales se tornan cuestiones de ética política. ¿Cómo puede
justificarse moralmente en tales casos (en que no hay condiciones de discurso)
una acción moral reflexiva, es decir, una praxis, que se ponga por meta la
realización de las condiciones necesarias para una existencia digna del hombre? A
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 33 de 42
esta pregunta puede dársele una respuesta, si bien sólo de tipo procedimental.
Se trata de cuestiones relativas a una política que se pone por meta transformar
las formas de vida desde un punto de vista moral y para ello no puede proceder
en términos reformistas, es decir, ateniéndose a leyes ya vigentes y tenidas por
legítimas. Afortunadamente, en nuestras latitudes estas cuestiones relativas a
una moral revolucionaria, que tampoco hallaron nunca una respuesta satisfactoria
dentro del marxismo occidental, han dejado de ser actuales; pero sí que son
actuales las cuestiones relativas a la desobediencia civil, que he discutido en otro
lugar.
III
La ética del discurso no puede recurrir a una teleología objetiva, y sobre todo no
puede recurrir a un poder que se encargue de suspender o anular la
irreversibilidad del curso de los acontecimientos históricos. ¿Cómo podemos
entonces dar satisfacción al principio básico de la ética del discurso, que exige en
cada caso el asentimiento de todos, si no está en nuestras manos reparar la
injusticia y el dolor sufridos por generaciones pasadas, sobre que se asienta
nuestra situación actual, y ni siquiera podemos ofrecer al menos un equivalente
de la fuerza redentora del Juicio Final? ¿No resulta entonces realmente obsceno
que nosotros, los nacidos después, que somos beneficiarios de normas que a la
luz de la expectable configuración que permiten de nuestro futuro pueden
considerarse justificadas, nos atrevamos a suponer, por lo menos
contrafácticamente, el asentimiento de los humillados y ofendidos del pasado?
Igual de difícil resulta responder a la cuestión básica de la ética ecológica: una
teoría que se limita al círculo de destinatarios que representan los sujetos
capaces de lenguaje y acción, ¿cómo puede hacer frente a la cuestión de la
vulnerabilidad de las creaturas que no hablan? La compasión que nos causa el
animal torturado, el dolor que nos causan los entornos naturales destruidos
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 34 de 42
En este lugar, de estas dudas sólo quiero sacar una conclusión. El estricto
concepto de moral que para nosotros se sigue de las propias estructuras del
pensamiento moderno debe ir de la mano de una autocomprensión bien modesta
de la teoría moral. A ésta le compete la tarea de aclarar y fundamentar el moral
point of view. A la teoría cabe exigirle y confiarle que ilumine el núcleo
universalista de nuestras intuiciones morales constituyéndose así en una
refutación del escepticismo valorativo. Pero aparte de eso, ha de renunciar a
hacer por su propia cuenta aportaciones sustanciales. Al limitarse a señalar y
reconstruir un procedimiento de formación de la voluntad común, hace sitio a los
afectados mismos, que son quienes, por su propia cuenta, han de encontrar
respuesta a las cuestiones práctico-morales, cuestiones que les salen al paso con
la objetividad y urgencia que tiene lo histórico. El filósofo moral no dispone de
ningún acceso privilegiado a las verdades morales. En vista de las cuatro grandes
vergüenzas político-morales que afectan a nuestra propia existencia: en vista del
hambre y la miseria en el Tercer Mundo; en vista de la tortura y la continua
violación de la dignidad humana en los <<Estados de no-derecho>>; en vista del
creciente desempleo y de las disparidades en la distribución de la riqueza social
en las naciones industrializadas de Occidente; en vista, finalmente, del riesgo de
autodestrucción que el armamento atómico representa para la vida en nuestro
planeta; en vista de hechos tan provocadores como éstos, la concepción
restrictiva que acabo de exponer acerca de lo que puede dar de sí una ética
filosófica quizá resulte decepcionante; pero en todo caso también representa un
aguijón: la filosofía no releva a nadie de su responsabilidad política. Y por
supuesto que tampoco a los filósofos, que, como todos los demás, se enfrentan a
cuestiones práctico-morales de inmensa complicación y que, por tanto, hacen
bien en tratar de empezar haciéndose una clara imagen de su situación. Y a tal
fin las ciencias históricas y sociales pueden contribuir mucho más que la filosofía.
Por eso permítanme concluir con una frase que escribió Horkheimer en 1933:
<<Para superar el carácter utópico de la idea kantiana de una Constitución
perfecta, es menester una teoría
materialista de la sociedad>>.
(a) Toda ética formalista ha de poder dar un principio que básicamente permita
llegar a un acuerdo racionalmente motivado cuando se produce una la discusión
acerca de cuestiones práctico-morales. Para el principio de universalización, que
ha de entenderse como regla de argumentación, yo he propuesto la formulación
siguiente:
(D) Toda norma válida habría de poder encontrar el asentimiento de todos los
afectados si éstos participasen en un discurso práctico.
En lo que sigue supondré que cabe defender con éxito una ética formalista en
esta versión u otra equivalente, y ello incluso contra el intento planteado en
términos de crítica ideológica de mostrar que tal teoría moral, al igual que
cualquier otra, está sujeta a una <<historicidad que sus defensores no llegan a
reconocer>>.
b) Bubner da por sentado que Hegel dejó convicta a la teoría moral kantiana de
una, como él dice, <<complicidad con la alienada vida del presente>>. Y de
hecho la discusión inspirada también por Marx y proseguida durante siglo y medio
ha podido rastrear contenidos ideológicos que se infiltraron en la filosofía del
derecho de Kant, en concreto en la conexión que en términos de derecho natural
Kant construye entre libertad, igualdad y propiedad privada. Pero esta mancha
ciega se explica más bien por un inconsecuente desarrollo de la idea básica del
formalismo ético que por la inevitable historicidad de toda idea general. A.
Wellmer ha reducido esa inconsecuencia, con la que, ciertamente, sólo nos
topamos a la luz de experiencias históricas, a las siguientes fórmulas: en Kant el
modelo discursivo de la libertad e igualdad queda recortado por el modelo de
libertad e igualdad que la tradición del derecho natural moderno toma del
mercado.
No voy a entrar en estos dos puntos, bien controvertidos hoy, porque Bubner no
se ocupa de la refutación de esta o aquella ética formalista, sino de la cuestión:
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 36 de 42
¿qué es lo que habríamos ganado con tal posición, si tal posición pudiera
fundamentarse? Una teoría moral que liga la imparcialidad del juicio a principios
abstractos o incluso al procedimiento mediante el que cabe desempeñar
argumentativamente pretensiones normativas de validez, ¿no ha de permanecer
irremediablemente externa a la vida ética?
En la primera sección trata Bubner los costes de las abstracciones en que toda
ética formalista ha de incurrir al limitarse, para el enjuiciamiento de normas y
acciones, a señalar simplemente un procedimiento. Las cuestiones prácticas que
afectan a la orientación en la acción, se plantean en situaciones concretas de
acción, y éstas están siempre insertas en el contexto históricamente acuñado de
un particular mundo de la vida. Cuando se las somete a criterios estrictamente
morales, tales cuestiones surgidas en el contexto de un mundo de la vida no
tienen más remedio que sufrir una transformación, porque desde un punto de
vista moral las acciones y normas problemáticas no se enjuician ya desde la
perspectiva de la contribución que hacen al mantenimiento de una determinada
forma de vida o a la prosecución de una biografía individual. En cuanto las formas
de acción y las normas se juzgan desde el punto de vista de si en caso de una
difusión u observancia generales, encontrarían el asentimiento unánime de todos
los potenciales afectados, no prescindimos, ciertamente, de su contexto; pero las
certezas de fondo que caracterizan a las formas y proyectos de vida en que
fácticamente hemos crecido, y en los que están situadas las normas que se han
tornado problemáticas, no pueden entonces presuponerse ya como un contexto
incuestionablemente válido. La transformación de las cuestiones relativas a la
vida buena y correcta en cuestiones relativas a justicia deja en suspenso la
validez que el contexto que en cada caso representa el mundo de la vida de que
se trate debe a la tradición. Esto, sin embargo, es algo bien distinto de la
operación abstractiva que Bubner rechaza. Bubner piensa que el sujeto que juzga
moralmente <<ha de colocarse sin mediación alguna en un estado de
coexistencia exenta de conflicto entre seres racionales>> y prescindir por entero
de las circunstancias de la situación concreta de acción.
todos y cada uno de los participantes. ¿Es quizá esta selectividad la que convierte
al procedimiento en no apto para la solución de las cuestiones prácticas? Si
definimos las cuestiones prácticas como cuestiones relativas a la <vida buena>
(o como cuestiones relativas a la <realización de sí mismo>), las cuales se
refieren al todo de una forma de vida particular o al todo de una biografía
individual, el formalismo ético actúa, en efecto, como un corte: el principio de
universalización funciona como un cuchillo que da un corte entre <lo bueno> y
<lo justo>, entre los enunciados evaluativos y los estrictamente normativos. Los
valores culturales encarnados en las prácticas de la vida cotidiana, o los ideales
que determinan la autocomprensión de una persona, llevan consigo, ciertamente,
una pretensión de validez intersubjetiva, pero están hasta tal punto entretejidos
con la totalidad de una forma de vida particular, sea colectiva o individual, que de
por sí no pueden pretender una validez normativa en sentido estricto, a lo sumo
son candidatos a quedar encarnados en normas, que tienen por objeto hacer
valer un interés general. Pero de ello sólo se sigue una delimitación y precisión
del ámbito de aplicación de la moral universalista: ésta no tiene que ver con la
<<preferencia>> por, o con la <<preferibilidad>> de, valores, sino con la
validez deóntica de normas y validez deóntica de las acciones a que las normas
urgen.
Las abstracciones que una ética formalista exige, se refieren, pues, no a las
condiciones históricas marco y a los contenidos concretos de los conflictos
necesitados de regulación, sino a algo enteramente distinto. La mirada hipotética
del sujeto que juzga moralmente pone bajo el foco de la validez deóntica
acciones y normas que se han tornado problemáticas, y en algún caso también
una totalidad de relaciones interpersonales reguladas de modo supuestamente
legítimo. Pero no las corta del contexto que representa el mundo de la vida de
que se trate, sino sólo de la validez obvia o, por mejor decir, de la evidencia y
certeza de que se ve acompañado todo cuanto pertenece al transfondo que
representa ese mundo de la vida. Con ello las normas convertidas en problema se
transforman en estados de cosas que pueden resultar válidos, pero que también
pueden resultar no válidos. Surge así una diferencia entre el ámbito de normas
de acción abstractas ante las que podemos adoptar una actitud hipotética, por un
lado, y la totalidad del mundo de la vida que nos es presente como un transfondo
que no cuestionamos. Intuitivamente, los ámbitos de la moralidad y de la eticidad
pueden distinguirse con facilidad: pues no cabe someter a un mundo de la vida
en su totalidad a una consideración moral, aunque sólo sea porque los sujetos
socializados no están en disposición de adoptar una actitud puramente hipotética
frente a las formas de vida y las biografías individuales en que se ha ido
desarrollando su propia identidad. Nadie puede elegir la forma de vida en que ha
sido socializado en la misma actitud reflexiva en que puede elegir una norma de
cuya validez uno ha quedado convencido.
Por un lado, Bubner salva el motivo central de la crítica de Hegel a Kant. Los
sujetos que juzgan moralmente sólo pueden normalmente actuar conforme a su
propio juicio tras haberse convertido en sujetos capaces de actuar moralmente
por vía de socialización en contextos de vida ética. La eticidad de una forma de
vida se acredita, pues, en procesos de formación y tipos de relación que hacen
que el individuo cobre conciencia de sus deberes concretos y que a la vez lo
motivan para actuar de conformidad con ellos. Por otro lado, Bubner no entiende
las formas de la eticidad como acuñaciones históricas de una y la misma moral.
Antes bien, abandona el concepto universalista de moral en favor de un concepto
culturalista de eticidad, pues opina (falsamente) que una ética formalista tiene
que abstraer de todos los contenidos y que, por ende, de antemano no puede
estar a la altura de la diferenciación social e histórica de las formas de acción, y
en general del pluralismo de los mundos de la vida. Pero sin el punto de
referencia que representa una moral, que, pese a la diversidad de sus
encarnaciones históricas, es algo más que una idiosincrasia de la cultura
occidental o incluso de la burguesía europea de fines del siglo XVIII, no es posible
sostener la unidad de la razón práctica <<en el ancho campo de las formas de
vida de hecho practicadas>>. Bubner no puede tener las dos cosas: no puede
eliminar la diferencia entre moralidad y eticidad y, pese a ello, pretender
descubrir una razón en la historia, a cuya luz poder primar algunas figuras de la
eticidad y poder anteponerlas a todas las demás. Para aprehender con más
precisión el viejo problema de la relación entre moralidad y eticidad, retornaré a
las operaciones abstractivas que supone una moral que aísla las cuestiones de
justicia de las cuestiones de la vida buena.
Bubner empieza ofreciendo la fórmula vacía de que las formas de vida pueden
calificarse de más o menos racionales <<según impidan o posibiliten el ejercicio y
movilidad de la acción comunitaria en que la praxis consiste>>. Se trata, pues,
Explicaciones sobre la Ética del discurso- Jurgen HABERMAS -Página 41 de 42
según parece, del fomento de una praxis que no debería verse detenida, y
también del éxito cooperativo de unas prácticas ejercidas en común. Pero
<<praxis>> no se introduce como un concepto dotado de elementos normativos;
no queda claro en qué cabría reconocer tal <<facilitación o impedimento de la
praxis>>. Ciertamente, Bubner enumera una serie de criterios: la riqueza de
alternativas y la diferenciación, también la transparencia de los contextos de
acción; la capacidad integradora de un todo complejo, la estabilidad, la evitación
del caos y la destrucción, etc. Pero el propio Bubner husmea insuficiencia en
estos criterios de una racionalidad sistémica transferida a los mundos de la vida.
Lo que es funcional para el mantenimiento de la consistencia sistémica no
cualifica ya de por sí como ético el modo que un colectivo tiene de vivir la vida.
De ahí que Bubner recurra al final a puntos de vista normativos para
complementar los funcionalistas. En las formas de vida racionales han de
imponerse orientaciones de acción que superen la estrechez de miras de los
simples intereses privados; el interés que cada cual tiene por su autorrealización
ha de estar en concordancia con el interés de todos.
Pero de nuevo parece quedar claro que la moralidad no puede surgir sin
discontinuidades de la acción racional con arreglo a fines. Pues una máxima que
empieza antojándosele al individuo <<buena y correcta>>, sólo cobra su
cualidad moral porque cualquiera podría asentir a ella como a una máxima válida
para todos. El punto de vista moral, la susceptibilidad de universalización de
todos los intereses a que se refiere (o que se verían afectados por) la máxima
que habría de seguirse con carácter general, no puede eliminarse ni siquiera de
un concepto de eticidad planteado en términos tan pragmáticos. Pero entonces
resulta mucho más convincente distinguir con precisión entre moralidad y
eticidad y enjuiciar la racionalidad de una forma de vida atendiendo a si
constituye un contexto que permite a los participantes desarrollar convicciones
morales gobernadas por los mencionados principios universalistas y a si fomenta
la traducción de esos principios a la práctica.
a) La versión que la ética del discurso da del principio moral excluye cualquier
estrechamiento del juicio moral en términos de una <<ética de la intención>>.
Exige que se tengan en cuenta las consecuencias y efectos laterales que en los
contextos concretos pueden (previsiblemente) seguirse de la observancia general
de la norma sobre la que se está discutiendo. Frente a esta visión, el escéptico
adicto a la hermenéutica no ha menester aducir punto de vista a